•{αtrαpαme, si puedes}•

Private with: † Miss Skull †

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  1. Volkov.
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    -Una sola – repetí sin mirarle a la cara, como si no me importara el tema, mientras le daba un trago a la cerveza; me estaba mintiendo, su sonrisa era forzada y sentí que estaba sobreactuando con muy poca naturalidad. Sabía que no tenía hijos o al menos no reconocidos; según el perfil psicológico que le hice en un momento y siguiendo el patrón de conducta de cualquier padre me habría enseñado las fotos de sus hijos ipso facto o los hubiera mencionado desde un principio, mucho menos estaba prometido o casado; no había mencionado a su prometida o a su mujer, ni llevaba alianza de compromiso o de boda… por no mencionar el flirteo que se llevaba con mi querida hermana en la fiesta. Eso sólo dejaba lugar a una opción; aquel hombre era mujeriego. Un hombre nunca decía lo que era o no con palabras; un hombre de verdad lo demostraba con hechos. No necesitaba ningún tipo de justificación, no necesitaba decírmelo para que yo me percatara de ello – Ya veo… – siseé con cara de escepticismo, mientras enarcaba una ceja; no me creía ni una sola palabra y mucho menos aquellas sonrisa suya. La verdad se puede interpretar de muchas formas distintas; yo sabía que la estaba tergiversando o no me la estaba contando todo. Y eso no hacía sino enfurecerme más de lo que ya estaba por dentro, hasta el punto de que a la siguiente mentira que descubriese acabaría cogiéndolo por el cuello – “Y una mierda te voy a entregar a mi hermana en matrimonio, acércate a ella de nuevo y te pego un tiro, capullo” – pensé para mis adentros, mientras le devolvía otra sonrisa hipócrita para que creyese que me había creído aquella mentira y que todo iba como la seda – Pues debería ir pensando en hacerlo, ¿no? Es su obligación para con el Führer y el Tercer Reich, aunque otros se toman esta misión muy en serio… Discúlpeme, señor Schneider, pero no lo entiendo. ¿Cómo un hombre apuesto con un buen trabajo y sin ningún tipo de compromiso no ha pensado ya en casarse y tener hijos? Por lo que he visto… mujeres no le faltan a su alrededor.

    Pero, entonces, mi ayudante me hizo una pregunta que me hizo desviar el tema de conversación; no sabía si lo había hecho a propósito para cambiar de tema, hecho que reforzaría mi teoría, o lo había hecho sin darse cuenta, ¿demasiada cerveza? – Si… es correcto; Minna y yo estamos prometidos. Si todo sale según lo planeado, nos casaremos a final de año – admití sin ningún tipo de pasión o júbilo en mi voz, mientras me recostaba en el sillón de cuero y cruzaba las piernas sin dejar de mirar el poso de la cerveza claramente amargado con aquella situación; estaba incómodo hablando de ese tema en particular con un desconocido, de hecho nunca, antes, lo había hablado con nadie que no fuera con mi padre. Nunca, antes, había dado mi opinión al respecto y nunca, antes, me lo había cuestionado; mi parecer sobre todo aquello importaba bien poco y a mi progenitor lo único que le interesaba eran las alianzas políticas con hombres poderosos. Hecho por el que yo tenía que casarme con Minna y, de paso, también cumplía con la obligación moral de darle al Führer y al Tercer Reich un hijo. Ese… era el plan, al igual que mi padre también tenía uno para mi hermana para mi desgracia. Pues pensé que si accedía a casarme con aquella mujer; a la que ni amaba ni conocía, dejaría en paz a mi melliza y sería libre para casarse con quien ella quisiera. Que ingenuo, que estúpido… y pensar que conmigo se habría conformado.

    -Pero no quiero hacerlo; aunque una cosa es querer y otra muy distinta es poder hacerlo o no – acabé el poso de la cerveza; no estaba borracho, pero a la mañana siguiente cuando me arrepintiera de contarle todo aquello le echaría las culpas al alcohol. Me levanté del asiento y nos serví otras dos copas más, antes de incorporarme hacia delante, cerveza en mano, mientras le miraba fijamente a los ojos – Minna es la mujer con la que todo hombre sueña; es guapa, inteligente, con una carrera brillante y proviene de una buena familia… pero yo no la amo y por eso mismo no la merezco. Ella merece a un hombre que le de todo lo que yo no puedo darle; amor, hijos, un futuro, envejecer juntos… pero, si ni quiera sé si me meterán una bala mientras duermo en la trinchera, ¿cómo puedo atreverme a fantasear con un mañana? Esto es la guerra, pero hay quienes se aprovechan de esta circunstancia para formar alianzas poderosas entre las casas más influyentes y así labrarse una reputación entre los hombres más allegados a Hitler. ¿Entiende lo que quiero decirle, señor Schneider? – le di un trago a la cerveza – En resumidas cuentas; lo nuestro es un matrimonio concertado, la diferencia es que ella lo desea tanto como el resto y yo no.

    -Y se preguntará; ¿por qué? – yo sonreí con sorna, como si me estuviese riendo de un chiste que sólo yo entendía, mientras deshacía el nudo del parche que cubría mi ojo derecho hasta deshacerlo por completo y así mostrarle lo que había debajo; tenía el ojo cerrado y una cicatriz de arriba abajo cubría todo el párpado desde la ceja hasta el pómulo. A la gente le desagradaba esa visión y no esperaba que con mi nuevo ayudante fuera distinto – Porque yo, señor Schneider, no tengo tiempo para esta clase de juegos absurdos; ¿amor? ¿matrimonio? ¿hijos? no. Mi padre y el alto mando alemán parecen haber olvidado lo que realmente es importante; la guerra. Ellos prefieren conspirar y parlotear como cacatúas seguros en sus salas, mientras otros nos dejamos la piel allí fuera. ¿Sabe? Yo aprendí esta lección muy joven; sólo tenía ocho años de edad cuando mi madre y yo nos dirigíamos al ayuntamiento a empadronarnos, cuando esos cerdos partisanos pusieron una bomba en el ayuntamiento y explotó con nosotros dentro. Yo fui afortunado, sólo perdí mi ojo derecho y por suerte aún tengo otro, pero mi madre perdió la vida y no tiene otra. Murieron más de cien civiles aquella tarde; mujeres y niños incluidos. ¿Qué culpa tenían? Eran inocentes, señor Schneider, no tenían… no teníamos nada que ver. Así que por eso detesto ¡odio! desde lo más profundo de mí ser a esos hijos de puta de los aliados; se creen mejor que nosotros, pero ellos hacen lo mismo. La diferencia es que no somos tan hipócritas de llamarlo daños colaterales, no, nosotros lo llamamos por su nombre; asesinato. Mi madre no merecía morir, al igual que toda esa pobre gente – y otro trago más – Por eso mismo no puedo tener el culo pegado a un asiento, mientras sé que esos cerdos siguen con vida, ¿me entiende ahora? Aquella tarde me hice una promesa a mi mismo: no descansaré en paz hasta dar con esos cabrones… y créame que cuando lo haga me suplicaran que les pegue un tiro en la cabeza. Por eso, señor Schneider, no tengo tiempo para nada más que mi venganza… y… y… mi hermana. Ella es todo lo que me queda. Cada vez que la miro… – di otro trago a la cerveza –…la veo a ella. Y me jode de sobre manera – dije dirigiéndole una mirada de advertencia, mi voz había cobrado un matiz amenazador – que cualquier otro se atreva a volver a quitármela. No pude proteger a mi madre, pero le retorceré el pescuezo a cualquiera que se atreva a hacerle daño a mi hermana, aunque me cueste la vida en ello... ya no soy ningún niño.– no, ya no lo era; toda la inocencia la había perdido, y ahora sólo había espacio para el odio y el rencor. Me habían arrebatado todo lo que yo más quería en el mundo y, ahora, yo pensaba hacer lo mismo con ellos multiplicando por diez su dolor.
     
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