[One-Shot] All my life with you (Naraku/Shippô)

Completo. NO shôta.

« Older   Newer »
 
  Share  
.
  1. Kayazarami
        +1   -1
     
    .

    User deleted


    Autora: Kayazarami
    Tipo de historia: One-Shot
    Advertencias: yaoi, UA, angustia, violación, lemon, tragedia, drama, dark, trauma a quién lo lea, trauma a la que lo escribió.
    Notas: Que nadie piense que estaba fumada cuando escribí esto (ojalá), fue respondiendo a un reto hace muchos años y la pareja me la dieron predeterminada. Me costó la vida escribirlo.
    Resumen: Después de que Naraku matara a todos sus amigos, Shippô se propone vengarse y, tras años entrenándose con Sesshômaru, acaba cayendo en una trampa de su enemigo.
    Disclaimer: InuYasha pertenece a Rumiko Takahashi y yo escribo sin ánimo de lucro ni cordura en esta historia.

    *#*#*#*#*#*#*#*#*#*#*#*#*

    All my life with you

    Naraku / Shippô

    *#*#*#*#*#*#*#*#*#*#*#*#*



    Habían pasado años, muchos años.

    Más de los que la memoria de un simple humano alcanzaría a retener. Sin embargo, él no era un humano. Y por ello podía recordarlo todo perfectamente, como si hubiera ocurrido ayer.

    Recordaba el campo arenoso, cubierto de sangre. Podía describir con precisión el viento cálido y espeso que arrastraba el olor a muerte. Si cerraba los ojos, las imágenes se sucedían con claridad: los cuerpos en el suelo, solo uno en pie. Una túnica roja como el fuego destrozada, los brazos de ella que lo acunaron salvándole la vida en el último momento.

    Sus amigos, muertos. Su vida, destrozada.

    Y él, aquel ser despreciable, el que nunca debió existir. El que su madre debería haber lanzado a un río al nacer. El causante de todo, su enemigo más odiado y ahora su captor.

    Maldecía una vez tras otra su estupidez. Si Sesshômaru lo hubiera visto lo hubiera matado con gusto por decepcionarlo. Tantos años de luchas, de esfuerzo, de enfrentarse al entrenamiento del demonio más frío y despiadado del mundo, para nada.

    Para que llegado el momento en que lo tuvo frente a él, cara a cara, no hubiera sido capaz de mover un solo músculo.

    Él le había sonreído con maldad, formando una curva retorcida en sus labios. Y poco después ya no podía recordar que había ocurrido. Suponía que a juzgar por el dolor y la parálisis que azotaba todo su cuerpo, este le había inyectado una buena dosis de veneno a través de sus tentáculos demoníacos.

    Se encontraba en una habitación lóbrega, con el suelo de madera y las paredes encaladas. Unos grilletes aprisionaban sus muñecas por encima de su cabeza y otros le mantenían lo pies quietos. Si no tenía forma de moverse, menos aún de escapar.

    Su cabello castaño claro, generalmente recogido en un lazo azul, caía sobre su espalda y sus hombros, cuan largo era. Sus profundos ojos azules, que reflejaban la calma del mar, se hallaban anonadados por la confusión. Su fuerte y bello cuerpo no reaccionaba a causa del veneno. Las pieles de zorro que lo envolvían calentaban poco a poco su fría piel y sentía como a paso lento pero seguro iba recobrando la capacidad de razonar.

    Quiso acelerar el proceso, pero no sabía como, hasta que una de tantas imágenes lo asaltó. Vio a Sango, con las manos clavadas a su hiraikotsu con dos filosas dagas, con la cabeza alta mientras era despedazada, sin llorar siquiera una vez y mirando a su enemigo con desprecio.

    La sangre comenzó a hervirle de furia. Por su inutilidad, por no haber sido capaz siquiera de atacarle una vez. Por haberse quedado paralizado cuando debía haber desatado toda su furia.

    Otra imagen lo asoló. El monje Miroku, días antes de aquella batalla, siendo tragado por su vórtice, mientras su compañera y amada lo miraba con todo el dolor y las lágrimas que nunca más volvió a derramar.

    Kagome, protegiéndolo entre sus brazos mientras una katana le atravesaba el corazón, la del propio InuYasha, con su voluntad cegada por completo.

    Vio a InuYasha. Recobrando la conciencia y mirando a Kagome. Lo vio lanzarse contra la masa demoníaca que era su enemigo y ser atravesado por venenosos tentáculos por doquier, pero continuar en pie durante horas, atacando una vez tras otra, con los ojos llorosos, hasta caer al suelo muerto.

    Y se vio a si mismo, llorando como el cachorro abandonado que era, tras perder a todos cuantos una vez había querido.

    Nunca supo cuando tiempo permaneció allí, sentado de rodillas rodeado de tal masacre. Solo recordaba haber recibido un fuerte golpe en al cabeza y reaccionar por fin, para girarse y encontrarse con Sesshômaru, que le preguntó sin compasión hasta que obtuvo toda la información que deseaba.

    Tras eso, lo persiguió durante años, luchando por su vida, sobreviviendo con el recuerdo amargo de una venganza por cumplir llameando en su corazón. Le suplicó incontables veces que le enseñara a luchar, pero el no lo atendió hasta el día en que decidió atacarlo.

    Y desde entonces había sido un maestro inflexible en todo, incluso en el arte de amar.

    Pero eso le dolía tanto que refería no pensar en ello. Para los demonios, el sexo era algo indiferente a la hora de escoger pareja, las elegían en función de lo que estuvieran buscando. Si querían una compañera obediente que los satisficiera o su meta era perpetuar su linaje, tomaban esposa. Si por el contrario solo deseaban placer o les invadía el ansia de tener a alguien poderoso sometido a su voluntad, solían escoger compañero. Por eso, los maestros inculcaban a sus pupilos todo tipo de conocimientos necesarios para convertirse en un demonio honorable.

    Él no lo había sabido hasta que tres meses después de comenzar su entrenamiento con Sesshômaru, este comenzó a enseñarle también como complacer a un demonio.

    Él ya no era ningún niño y sus rasgos eran tan hermosos como lo podrían haber sido los de cualquier mujer. Aunque al principio aquellas sesiones le causaban un dolor atroz y Sesshômaru nunca bajo el ritmo ni le permitió un respiro, aprendió a aceptarlo como parte del entrenamiento, una forma de controlar y canalizar el dolor que producía cualquier ataque físico.

    Y esa había sido toda su vida hasta entonces.

    Había sido feliz con sus amigos, infeliz al perderlos, respetado como pupilo de Sesshômaru, temido cuando este lo nombró oficialmente un guerrero, pero nada más.

    No había en su corazón espacio para el amor o la felicidad que sintió antaño, solo para su venganza. Era lo que había motivado buena parte de su existencia.

    Por ello, no lo comprendía. ¿Qué hacía ahí, atrapado y prisionero de su mayor enemigo? ¿De que habían servido todos sus años de entrenamiento, todo el dolor soportado? En aquella habitación oscura y enmohecida, lóbrega y pobre, con las paredes encaladas y sucias, su esfuerzo se tornaba en inutilidad.

    Seguía cavilando acerca de su estupidez, cuando escuchó con su finísimo oído de zorro como alguien avanzaba lentamente por el pasillo hasta detenerse frente a su cárcel. El aroma era inconfundible. Naraku iba a hacerle una visita.

    Cuando la puerta se abrió y él paso al interior cerrándola tras de sí, avivó su odio, dispuesto a matarlo a la menor oportunidad. Desde su posición ni siquiera podía verle la cara, pero él tuvo la ocurrencia de colocarse justo frente a él y agacharse hasta que sus rostros quedaron a la misma altura.

    —Nunca pensé que seguirías vivo, zorrito.

    Shippô alzó la vista todo lo que pudo, cargando su mirada de desprecio, hasta chocar con los ojos carmesíes de Naraku, el maldito desgraciado que jamás debió existir.

    Cuando sus miradas conectaron, tal y como había ocurrido cuando por fin lo encontró, todo su cuerpo quedó paralizado. Y solo pudo analizarlo con detalle.

    Los profundos ojos sangrientos, los largos cabellos negros como el ala de un cuervo, el cuerpo de proporciones perfectas que él sabía en realidad no era más que una simbiosis de demonios menores. El kimono bellamente decorado. Naraku parecía el más noble y hermoso de los demonios.

    —Maldita sea —susurró Shippô, sintiendo unas ganas tremendas de que la tierra se lo tragase.

    —Venga, no es tan malo estar bajo mis cuidados —el demonio esbozó una sonrisa sarcástica—. Incluso puede que te guste estarlo —añadió, rompiendo con facilidad los grilletes que rodeaban sus tobillos.

    Poco después y sin mediar palabra, le arrancó las pocas ropas que cubrían esa zona y se acomodo a su posición, abriendo su kimono tanto como fue necesario.

    El guerrero zorro se quedo mirándolo sin saber que sentía, confundido por al blancura de su pecho, que destilaba perfección. Cerró los ojos esperando sentir el dolor de antaño o al menos la incomodidad de las últimas veces. Si aquello no había sido agradable con Sesshômaru, con Naraku prometía convertirse en un autentico infierno.

    Lo sintió entrar, poco a poco, en su paralizado cuerpo. La intrusión le provocó un ligero dolor, pero no iba a permitirse ni siquiera una mueca de angustia, no iba a convertirse en el juguete de él y mucho menos en su diversión.

    Se preguntaba porque diablos iba tan despacio, debería saber que así aunque luego acelerara se abría acostumbrado y no dolería demasiado.

    De pronto, él comenzó a tocarlo. A acariciar su piel, sus músculos, su cabello… Rompió los grilletes que lo mantenían en una posición dolorosa y le permitió tumbarse, siempre en su interior, mientras se deleitaba con su cuerpo y jugaba con su alma.

    Sin poder evitarlo de ninguna manera, Shippô comenzó a gemir quedamente. Nunca había sentido nada así, sus entrenamientos eran algo completamente distinto y salvajemente doloroso, aquello era… placentero.

    Le gustaba sentirlo, a pesar de que su mente le gritaba que aquel era el ser que más había odiado a lo largo de su vida, su cuerpo le suplicaba que aceptase lo que se le ofrecía sin resistencia alguna.

    —Shippô —le escuchó gemir a Naraku, mientras se posicionaba encima de él, imponiendo un ritmo fuerte, acariciándolo para que sintiera el mismo placer que lo embriagaba a él.

    Terminaron pronto, ambos. Había sido una experiencia demasiado intensa como para durar demasiado y al final, los dos cayeron al suelo. Naraku aún sosteniendo los cabellos del zorro entre sus manos y él con las manos incrustadas en su espalda a causa del éxtasis final.

    Fue en ese momento que el zorro se dio cuenta de que sería la única ocasión en que podría matarlo. Tenía una de sus garras justo a la altura del corazón por la espalda, atravesar su carne hasta retorcerle el corazón sería pan comido.

    —Adelante —murmuró Naraku, dejándose caer sobre él con calma, apoyando la cabeza en su hombro sin reparos—. Puedes hacerlo.

    Shippô se quedo inmóvil, sintiendo el violento latido del corazón de su enemigo. Latía tan rápido y fuerte como el suyo propio.

    Naraku era la razón de su existencia, se lo había quitado todo en esa vida. Lo había temido, lo había odiado… Sentimientos demasiado intensos como para quedar en nada. Demasiado le había dado como para matarlo sin recibir nada a cambio.

    Y ahora ya no podía desear su muerte.

    Con un pequeño esfuerzo, se incorporó y quedó sentado sobre la madera en donde minutos antes se retorcía en brazos de Naraku. Se llevó una mano al pecho y comprobó que la intensidad de sus latidos no había disminuido.

    Girando el rostro, detallo a Naraku, completamente desnudo, con su fina piel de seda blanca y sus brillantes ojos carmesíes cansados. Extendió una mano y acarició su cabello de hebras negras.

    Él no parecía molesto con el gesto y solo lo miraba con tranquilidad y algo de veneno en los ojos.

    —¿Te resulta divertido, Naraku?

    —Por supuesto. El único amigo vivo de mi mayor enemigo y mírate…

    —¿Y tú? Ni siquiera has usado la Shikon no Tama para dominar el mundo. Todo lo que querías lo destruiste con tus propias manos. Por eso me ha sido tan difícil encontrarte, ya ni siquiera te alejas de esta montaña. No tienes nada por lo que vivir.

    —¿Y tú si?

    —Por supuesto, yo he vivido por ti —confesó sin pudor, sorprendiéndolo—. Para matarte algún día.

    —No se te ve muy capaz de hacerlo, zorro —se burló el demonio.

    —Es que tú deseas que te mate. Y al mismo tiempo no quieres que lo haga. Lo que esta claro es que no me matarás —confirmo Shippô con decisión—. Así que no tiene sentido que te mate. Todo lo que fuiste, lo que yo anhelaba destruir, ya no existe.

    —¿Y entonces que harás?

    El demonio zorro no contestó. Se acerco a él peligrosamente y lo besó sin miramientos, pero sin dureza ni maldad, con autentica pasión.

    —Me quedaré contigo.

    Naraku no respondió, simplemente lo miró con un sentimiento muerto enterrado en sus ojos.

    Shippô no dijo nada más tampoco.

    Se quedaría con él, todo el tiempo que hiciera falta. La eternidad si era necesario.

    Hasta el día en que a Naraku le importase algo, aunque fuera él mismo. Y, ese día, quizás cercano, quizás lejano, destruiría aquello que el demonio amase, fuera lo que fuese.

    Le arrebataría lo más preciado, de la misma forma que Naraku había acabado con todos los que él amó.

    Sonriendo ligeramente, acercó el rostro al del demonio y lo besó de nuevo, con delicadeza.

    Fin



    Edited by Kayazarami - 7/8/2014, 23:11
     
    Top
    .
  2. Kanae¶
        +1   -1
     
    .

    User deleted


    Pues para ser algo que escribiste por un reto y te costo mucho escribirlo te salió muy bien, me gusta como escribes, espero poder leer otro fic tuyo.
     
    Top
    .
  3. sachuko
        +1   -1
     
    .

    User deleted


    Es una idea muy original y definitivamente te quedo muy bien.
     
    Top
    .
2 replies since 15/7/2014, 00:07   341 views
  Share  
.