Este remordimiento (Harry/Dudley)

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  1. VivaEspaña!
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    Gracias por sus comentarios. (No es ya por excusarme, pero no escribí este tiempo -creo que dos o tres días- porque tenía que hacer esa tarea para el instituto -escribir una crónica sobre un foro de talentos-, pero ya que la terminé, retomo la historia)
    Para el instituto queda poco, pero no hay tampoco por qué buscar lo malo a todo. Al fin y al cabo, uno se reencuentra con los amigos y con algunos profesores a los que puedas estimar en demasía (?
    Trataré de que empieces a querer algo más a Dudley (porque al fin y al cabo el DudleyxHarry es la relación principal).
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    Nunca he hecho un lemmon (realmente, jamás he hecho un fic yaoi), por lo que, si me van a lanzar basura, tengan en cuenta este dato (? (aunque sí que he pensado bastantes en mi cabeza)
    Disculpen la razón tan peliculera y forzosa por la que Connor y Harry quedaban solos en el cuarto, pero, si quería introducir el lemmon, tenía que librarme de los dos (podrían estar mirando, pero eso no me gustaba demasiado...)
    No he podido acabar el lemon, porque tenía que quitar el ordenador.
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    No obstante, rápidamente, y sin esperar un segundo a recuperarse de su estupor, Harry corrió por Connor y lo sujetó de los brazos. Harry enfrentó su mirada, avergonzada, indignada, con una máscara seria y fría. Trató de agachar la cabeza, pero Harry le ordenó secamente: "Mírame".
    -Perdona -dijo simplemente, fijando sus ojos en el horizonte.
    -¿Por qué? No he entendido qué ha pasado, por qué me has besado. Sinceramente, estoy pérdido; no sé cuál es tu propósito pero espero que tú no te marcharme sin contármelo. Sé que eres más fuerte y grande que yo, pero tengo fe en que me lo aclares todo.
    "Fe en él". Un chantaje emocional, recatado y escondido, pero que sirvió para clavarse en el fondo de su alma. Escapar sería perder esa fe por él, la credibilidad de sus palabras y sus acciones. Quería a Harry y no deseaba que, de tener una mísera oportunidad con él, pudiese perderlo huyendo de su agarre. Además, se sentía también en el calor de su tacto, que necesitaba ceñirlo contra él, calentar sus mejillas con las del ser amado. Pero, evidentemente, se quedó quieto y no pudo sino callar. No le salían las palabras adecuadas, su mente no le dejaba procesar debidamente.
    -Connor, estoy esperando. Cuanto antes entienda tu punto y lo solucionemos, antes podremos marcharnos. Te lo prometo. Por favor, sólo dímelo.
    -Me odiarás. Creerás que he tratado de corte... -tragó saliva-, cortejarte. Y no es cierto. No esperaba nada de ti. Quería ser tu amigo y con eso me contentaba. Entiéndeme, tu amistad es harto preciada..., pero no me podía callar. Discúlpame. Te comprenderé si quieres dormir en la habitación de Dudley.
    -¿Es que ese beso... era un cortejo? -Frunció el ceño, y aclaró-: No me pienses tonto o demasiado ingenuo, pero me parecía raro.
    -Sí. Ya lo sé. No creo en el amor a primera vista, y continúo sin creer en él, pero tú has llegado a sorprenderme; tú y otros motivos que no entiende la razón. Ahora puedes dejarme aquí, darme un puñetazo y romperme un diente, besarme o abrazarme en actitud piadosa. Y no me creas arrogante, pero llevo pensando en este discurso todo el día, y nada, ni siquiera tu desconcierto, me lo va a quitar.
    -Connor... -susurró. No sabía qué decir, aunque le soltó.
    -Te quiero.
    Esas dos palabras lograron hacer estragos en su piel. Era una sensación cálida saberse amado por alguien y preguntó, instintivamente:
    -Repítelo.
    Connor sabía que no lo hacía por arrogancia o altanería, sino por una necesidad primaria del amor que le habían negado desde siempre, con la muerte de sus padres y la deplorable custodia de los Dursley. Así que no dudo en hacer lo que le pedía (u ordenaba):
    -Te quiero.
    -Connor, ¿te importaría volver a besarme?
    Jamás imaginó semejante sumisión en su también amigo y, lejos de agradarle, le formó un hueco hondo de agustia en el pecho. ¿En qué había quedado el adolescente que hacía frente a las duras tareas de la casa que le encargaban? ¿Cómo recuperar ese alma? Por mucho cariño que él le pudiese ofrecer, no olvidaba que al final tendría que dejarle. Todo había sido una metedura de pata, se reprochó internamente.
    -Pero, ¿qué haremos luego? ¿No crees que es mejor pasar este tiempo como amigos, sencillamente? Si no has conocido algo, no lo puedes añorar.
    -¡Tú fuiste quién empezó! -No gritó, aunque pudo sentir cierto resentimiento en su voz, que lo entristeció bastante-. Si tanto me quieres, no pienses en el tiempo. Bésame y ya está. Sólo quiero disfrutar de tu amor.
    -No digas tonterías -esta vez el apesadumbrado era Connor, por una realidad que se hacía vigente-. No es de mi amor; tú aceptarías cualquier amor. No me amas.
    -No vuelvas a decir eso. ¿Crees que me dejaría besar a cualquiera? No te quiero de esa manera, pero es porque no me has dado tiempo a hacerlo. Piénsalo: siempre me han dicho que jamás nadie me querría y que yo era inservible. ¿No incluye en ese "yo" también mis sentimientos?
    Durante unos segundo, se mantuvieron en silencio. Pero, finalmente, lo acogió y le plantó un beso. Harry sonrió en el beso y permitió que el otro lo envolviera en un brazo. Al fin, el beso murió, aunque el abrazo continuaba.
    -Nos verán -avisó Connor, un tanto inseguro
    -Bien. Pero hay otra cosa peor: tus hermanos nos esperan.
    -Ellos quién sabe qué harán. Pero esperarnos te aseguro que no.
    -Es igual. Vamos, o harán cómo si nos llevasen esperando una hora. Lo hace todo el mundo.
    -Totalmente de acuerdo.
    Mas en el cuarto no había ni rastro de los dos chicos. En la cama de invitados de Edward descansaba una nota.
    Vamos a dormir en la alacena, con Dudley. Disculpad, pero tardáis una eternidad, además.
    -Cierra la puerta -ordenó Connor.
    Harry se acercó y, con lentitud, cerró la portezuela. Se acercó a Connor y permitió que este lo sentase a horcajadas suyas. Le besó la sonrisa e, imprimiendo ese sabor a su esencia, de manera nada discreta, pidió permiso para introducir su lengua en aquella boca dulce y cálida. Un hogar que necesitaba y se le ofrecía, callada y furiosa, como el rugido de un poema. Rápidamente, la abrió, aunque, para respirar, apartaron sus bocas.
    -¿Estás cómodo? -preguntó Connor.
    -Calla -obligó, mientras asaltaba él su boca.
    Y a Connor no le importó lo más mínimo.
    Él continuaba tratando de alcanzar esa lengua y, mientras succionaba todos los recovecos de saliva, se sintió envuelto en una broma de ternura cuando Harry, de forma protectora, lo apegó más a su cuerpo. Un cuerpo que quería inspeccionar y tomar como suyo. Cuidadosamente, y aún sobre su regazo, le apartó la ropa. Aunque toda ella era pobre y holguera, le costó un poco con la camiseta. Cuando Harry intentó ayudarle, Connor le dio un manotazo y le fulminó con la mirada.
    -¿Qué pasa? -preguntó casi riendo.
    -No quiero que tú lo hagas. Al fin y al cabo, ese es trabajo del amante. Si me toca desnudarme a mí, tú también harás lo propio.
    Calló y, feliz, Connor besó, mordió y jironeó sus pechos. Las lágrimas casi amenazaban con sacudirle, pero eran lágrimas desconocidas para él, pues estas pendían de una espiral de placer que lo agitaba. No le importaba siquiera saltar de su silla, gemir y suspirar; Connor no le producía pudor, sino una ciega confianza; jamás había hecho aquello (y mucho menos el amor; él continuaba siendo un puritano empedernido), pero estaba bien. Recargado en su regazo, se sintió feliz. Y esa felicidad pasó a ser emoción. Esa emoción se transformó en un profundo cariño. Y el cariño en amor. Un amor carnal y como persona. No podía quemar más, el amor no podía ser más que eso. Entonces, ¿por qué callarse?
    -Te quiero -dijo jadeante.
    Por primera vez, Connor levantó la vista de la textura de esos pezones y preguntó tontamente:
    -¿Sí?
    -Sí. Te quiero.
    Y, casi de forma violenta, le besó e instó silenciosamente a continuar besando, mordiendo, lamiendo y curando. Continuó con la tarea de los pectorales, pequeños y débiles; no quería hacerle dañs, por lo que sus mordidas eran mínimas; sobre todo, le besaba y le acariciaba. Harry le parecía demasiado frágil. Delineó el contornó y chupó el botón rosado de sus pechos. Harry se hubiese quedado afónico de haber gemido más. Aunque, por suerte, era imposible que los descubriesen. Le acarició con las manos el vientre; sus manos eran frías y el calor corporal de Harry lo calentaba, lo sacudía vigorosamente. Los pelos de su estómago le rozaban, le envolvían delicadamente los dedos, como una enorme manta de lino. A Harry le hacía cosquillas y rió, mientras besaba el cabello de su amado.
    Intentó quitarle los pantalones pero, al estar sobre su regazo, le costaba bastante.
    -Hazlo en la cama -le aconsejó Harry, que, desde la anterior vez, había decidido no intervenir en el acto de quitarse la ropa.
    -No. Te voy a dejar sólo con los calzoncillos. Te llevaré a la cama y te quitaré lo poco que te queda.
     
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