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Micaiah.
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Una amplia sonrisa se dibujó a continuación en los labios del mayor. El estar radiante, sonriente, era ya algo natural para él. Incluso hubo una vez que a la mitad de la carrera de medicina, allá por el segundo o tercer año, a sus amigos se les ocurrió la idea de llamarle por el apodo de "chico sol", de tan optimista y enérgico que parecía mostrarse siempre. Eso es, "parecía", pues la verdad se encontraba enterrada a gran profundidad, estaba tan perfectamente oculta que nadie se dio cuenta... y aún permanece allí.
Abrió de nuevo la puerta, sin perder un segundo apenas. - Entonces vamos. Sólo hay que subir unas cuantas plantas... dos, si mal no recuerdo. - Salió al pasillo, esperando que Nate hiciera lo mismo, y poder guiarle hasta arriba.
Una vez en el lugar, pudo vislumbrar a un par de niños de no más de once años jugando a la pelota animadamente, además de algún que otro ancianito en su silla de ruedas. También estaban dos enfermeras algo apartadas, cuchicheando entre ellas, posiblemente sobre las dos nuevas presencias en la azotea. Hayato supuso que eran las encargadas de las personas allí. Respiró el aire de aquel lugar, dando una pequeña bocanada, para mirar inmediatamente después al menor.
- Bienvenido a la azotea. Estando aquí puedes hacer lo que te plazca, incluso podrías ir y hablar con esos niños, si te apetece. - Le sugirió, yendo hasta un banco que estaba cercano a la reja de seguridad de la azotea. Ésta era de tres metros de altitud, de modo que no se pudiera saltar. Se sentó y miró de reojo al exterior desde allí arriba, mientras se mantenía algo distraído de aquello. Quizás dejar que Nate hiciera lo que quisiese sería mejor idea que estar pegado a él todo el rato, aunque tampoco lo sabía a ciencia cierta. El chico había pasado tanto tiempo solo que Hayato no tenía ni idea de si aquello realmente sería lo mejor para él.
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