Despertando [original] [+18]

Una tragedia, la lealtad de un sirviente puesta a prueba por su dueño, y nuevos sentimientos que afloran de un corazón roto.

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    Capítulo II






    La luna luna se alzaba en su apogeo, bañando con su luz perlada la habitación donde un joven príncipe descansaba imitando la paz que traía consigo un ángel. Despertó del letargo revelando con pereza la grisácea mirada que pronto se llenaba de nostalgia al contemplar aquella esfera plateada que parecía observarlo desde su grandeza. ¿Cuánto había quemado la luz del sol sin que él pudiera disfrutar del calor de su haz?; cien años tal vez. Había dejado de contar los días aquella noche, cuando al despertar, su corazón había dejado de latir.

    —¡Benjamín! —gritó al notar que su sirviente no se encontraba en la habitación.

    Se sintieron los pasos apresurados del muchacho atravesando el pasillo.

    —Señor —se inclinó—. Buenas noches.

    —Sabes que no me gusta despertar y que no estés aquí. Parece que te esfuerzas en desobedecerme.

    —Lo siento —se limitó a decir, desviando la mirada.

    El muchacho chasqueó la lengua, haciéndole un lado para seguir su camino. Bajó las inmensas escaleras, atravesando un enorme salón donde alguna vez se celebraron fiestas y banquetes de lujo, aquellos recuerdos que Evan prefería evitar.

    Se dejó caer sobre el mullido sofá de terciopelo rojo, apoyando ambos brazos sobre los soportes de madera labrada. A donde iba, la inmensa luna parecía perseguirlo, recordándole que era preso de la noche, trasladándolo hasta aquella tarde donde vio el sol por última vez. Debería haber muerto, no se explicaba por qué había quedado con vida, por qué había sido condenado a vivir el resto de la eternidad escondiéndose entre las sombras. Apretó los ojos, obligándose a sí mismo a no derramar más lágrimas.

    —¡Benjamín! —gruñó de nuevo, llamando a su sirviente. Su única compañía.

    —Señor... —el muchacho de cabello castaño se encontraba a unos pasos de su amo, observándole con preocupación—. ¿En qué puedo servirle?

    —Necesito alimentarme... —susurró, clavando sus orbes grises sobre los ámbares del muchacho.

    Benjamín tragó saliva, dando un paso al frente. Se quitó el pañuelo de seda azul que cubría su cuello, dejando al descubierto una innumerable cantidad de marcas y moretones. Se incorporó con lentitud, caminando suavemente hasta el chico que ofrecía su cuello con ambos ojos fuertemente apretados. Evan parecía castigarlo por su dolor, culparlo por algo que él no había hecho.

    Un dolor agudo le atravesó, obligándole a caer de rodillas. Esta vez había sido demasiado; no había terminado de recuperarse desde la última vez. Evan tomó incluso más de lo necesario, deleitándose con el sabor dulce y metálico que llenaba su boca. Una vez satisfecho, apartó su cuerpo del chico, dejándole caer. Limpió los restos de sangre que habían quedado sobre sus labios con el antebrazo, observándole espantado. Se veía enfermo.

    —¡Levántate! —ordenó enfurecido consigo mismo, tomando al muchacho del brazo —. Inútil, ¡no sirves ni para serme de alimento!

    Benjamín flaqueó, esforzándose por mantenerse de pie a pesar de que sus piernas apenas podían soportar su propio peso. Necesitaba descansar, debía recuperarse antes de que el joven príncipe decidiera beber de él de nuevo.

    —Lo...lo siento... —murmuró, sosteniéndose de las pesadas cortinas que hacían juego con el terciopelo rojo del sofá.

    –Chst... tus disculpas no me sirven. ¡Fuera de mi vista!

    Y de nuevo reinó el silencio.

    ¿Cuándo había sido la última vez que lo había visto sonreír? Casi no recordaba aquella expresión, había desaparecido del rostro de su príncipe desde hacía años.

    Venía a su memoria aquel día lluvioso; los guardias reales llevaban una incesante búsqueda desde hacía tres días, sin suerte. Evan había desaparecido. La preocupación aumentó cuando los cuerpos de los guardias fueron hallados sin vida dentro de los predios del reino; parecía como si un monstruo hubiera succionado hasta la última gota de su sangre, dejando solo piel y huesos. Benjamín recordaba a la reina llorando desconsolada frente al ventanal, esperando ansiosa que su hijo regresara.

    Hasta esa noche, cuando le vio entrar. Sus ojos brillaban de una manera distinta. Lucía pálido, demacrado. No era el Evan que él conocía. Fue un momento... aún después de tantos años las imágenes se sucedían una y otra vez, erizándole la piel. Apenas unos instantes y un espectáculo de rojos se cernía torno a él. Los desesperantes alaridos le robaban el aliento, aterrándole. Sólo era un niño, ¿qué podía hacer?, tal vez por ello le odiaba tanto, por ser el espectador de tal tragedia e incluso vivir para llevarla en su conciencia. Recordaba aquellos afilados ojos brillando hambrientos, como un animal en el auge de su caza, justo cuando las presas se desarman bajo sus garras. A todos les había vestido de blanco: desde los guardias reales hasta su amada familia, todos caían sin aliento sobre la entintada alfombra, teñida de un carmesí más intenso que el de sus labios. Un monstruo... Evan no era un monstruo. Emma había sido la última, rogó por su vida tanto cuanto pudo, pero su puño se cerró sobre su cuello y en un beso sobre su pecho, bebió hasta la última gota de su juventud. Su hermana yacía entonces bajo una mirada perdida, de quién es víctima de un trance. Luego caminó hacia con parsimonia, ya satisfecho, ya derrotado, no sabía que leer en la brillante mirada que parecía adivinar cada uno de sus movimientos. Retrocedió unos pasos, pero entre la pared y el cuerpo del príncipe, sólo había desesperación. Dos pequeñas marcas en su cuello, fue todo lo que vio cuando Evan se inclinó a morder la delicada piel de su garganta. Cerró los ojos y el dolor, el miedo y la angustia, fueron motivos suficientes para lograr que perdiera la conciencia.

    Al despertar esa misma noche, le vio llorar. Lloraba desconsoladamente sobre el cuerpo de sus padres, de su pequeña hermana, de sus sirvientes. Desde ese momento jamás volvió a demostrar sus sentimientos. Se volvió un hombre frío, cruel. Sin embargo, Benjamín había decidido quedarse con él.

    Pasaron cinco, diez, incluso cien años desde ese trágico día. Benjamín aún tenía una parte humana. Su corazón seguía latiendo a pesar de que los años ya no pasaban para él, Evan le mantenía vivo. Jamás se atrevió a preguntarle qué sucedió durante esos tres días que estuvo ausente, quién había sido capaz de apagar su corazón para siempre. Temía remover recuerdos que seguramente Evan había escondido en lo más profundo de su interior.

    Salió de la cocina apartando aquellas desagradables imágenes de su mente. Se sentía cansado, sus energías apenas le alcanzaron para subir las escaleras y llegar hasta la habitación de su amo.

    —Señor... —esperó unos instantes antes de continuar—. ¿Se le ofrece algo?

    Un escalofrío recorrió su espalda al escuchar un "entra". Abrió la puerta con suavidad, encontrándose con el cuerpo desnudo del muchacho, de espaldas a la puerta. Su piel brillaba, pálida como el mismísimo marfil. Su cabello, negro como el ébano, caía en puntas disparejas hasta su fino cuello. Era como una obra de arte que había cobrado vida únicamente para deleitarlo con su hermosura.

    Entró en la habitación, cerrando la puerta. Esperó en silencio las órdenes del morocho. Sus piernas temblaban, se sentía pequeño delante de él, indefenso como una liebre a punto de ser atacada por una bestia.

    —Báñame.

    Siguió al morocho hasta el inmenso cuarto de baño, donde una tina de bronce les esperaba llena de agua caliente. Evan dejó caer la toalla que cubría su intimidad, entrando con cuidado. Recostó su espalda con los ojos cerrados, esperando a que su sirviente comenzara. Notaba el nerviosismo del muchacho aunque no lo estuviera viendo. Podía incluso leer sus pensamientos: estaba aterrado. Abrió los ojos, mirándole serio

    —No tienes por qué tenerme miedo, Benjamín. No voy a hacerte nada.

    El muchacho asintió avergonzado. Era la primera vez que su amo le hablaba con tanta suavidad en sus palabras. Se acercó a la tina, tomando la esponja para comenzar a frotarlo. Su piel lucía tan delicada que incluso tenía miedo de hacerle daño. Evan miraba al frente con la mirada ausente. Era como si su mente hubiera viajado en el tiempo, jamás entendía qué era lo que estaba pensando.

    —Señor...

    —Benjamín... —le interrumpió—, lo estás haciendo mal —tomó su mano, pasándola suavemente por su cuello—; ¿ves?, hazlo así —continuó su recorrido, "sus manos están frías" pensó.

    Evan continuó bajando, hasta que su mano y la de Benjamín se perdieron bajo el agua.

    —S...señor... —tartamudeó con sus mangas húmedas—, permítame...

    —Entra —Ordenó.

    El menor parpadeó, comenzando a quitarse la ropa con lentitud, bajo la mirada atenta del mayor, quien parecía deleitarse con los torpes movimientos de su sirviente. Se acercó al borde de la tina, metiéndose con cuidado hasta quedar con la espalda pegada al pecho del morocho. Se sentía extraño para él tener tanta cercanía con aquel hombre que siempre le había parecido tan distante. No comprendía su repentina reacción, pero conocía su carácter lo suficiente como para obedecerle sin poner objeción alguna.

    —Señor, no... —abrió la boca al sentir los finos dedos del mayor deslizarse por la línea de su espina dorsal, pero se detuvo de inmediato al sentir el bajo sonido de desaprobación en su oído.

    —Benjamín... —murmuró, con la voz grave.

    Sus manos se desplazaron hasta el cuello del castaño, donde varias marcas dejaban en evidencia las tantas veces que había sido mordido. Se detuvo en la más reciente, ubicada cerca de su garganta. Recordó el dulce sabor de la sangre del menor goteando sobre su lengua; recorriendo su garganta, y la delicada piel desgarrándose bajo sus colmillos. Acercó su boca a la herida, donde dos pequeñas gotas de sangre aún se asomaban a la superficie. Benjamín se estremeció al sentir el cálido aliento del morocho chocando contra su cuello.

    —Presta atención, Benjamín —susurró sobre su oído, escurriendo sus manos hasta la entrepierna del muchacho—. No quiero tener que volver a enseñarte cómo debes hacer tu trabajo —rodeó el miembro del menor con ambas manos, deslizando la piel hacia abajo. Benjamín dejó escapar un gemido ahogado, apretando las piernas.

    —¡N...no! —chilló, inclinándose hacia adelante.

    Pero las manos del mayor continuaron moviéndose sobre su hombría, en un vaivén desenfrenado que lo acercaba cada vez más al éxtasis. Era la primera vez que Benjamín era tocado de esa manera, jamás había sentido las manos de otro hombre sobre su cuerpo, se sentía asustado, confundido. Temía dejarse llevar más de lo que su amo le permitiera

    —¡Por favor...!

    —Hazlo, Benjamín... quiero que termines para mí —el mayor ronroneaba, apretando su erección contra la espalda del muchacho.

    Benjamín comenzó a mover sus caderas, penetrando el puño de su dueño una y otra vez, entregándose al placer que el morocho le estaba regalando.

    —¡S...señor...! yo... —echó la cabeza hacia atrás, anunciando con un gemido ronco el inminente orgasmo que sacudió su cuerpo, acabando con las pocas energías que le quedaban.

    —Buen chico...



    _____________________

    Buenas, primero quiero agradecerles a todos por sus comentarios. Acabo de darme cuenta de que subí la segunda parte como si fuera la primera, soy idiota XD ya arreglé el error, y les dejo la segunda parte, mis disculpas <3

    Edited by RavenYoru - 17/5/2016, 03:03
     
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    Me ha gustado el capítulo. Espero que lo continues.
     
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  3. El Demonio Sanguinario
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    :=WORKIN: :=DFSDFSD: :=DFSDFSD: siga escribiendo por favor, ya he leido dos de sus fic, y me gusta mucho. :=DFSDFSD: :=DFSDFSD: :=WORKIN:
     
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    Capítulo II






    <<corre... ¡corre!>> gritaba una voz en su cabeza, pero sus pies pesaban. No era dueño de su cuerpo, el miedo le había arrebatado el mando sobre sus miembros. Una sombra negra de afilados colmillos se acercaba burlándose de él. Luego todo volvía a la luz, estaba en otro lugar, ¿una tina? El agua se escurría sobre su cuerpo y entonces sentía a Evan sobre su espalda. Su pálida piel al descubierto, cada músculo amoldándose al delicado contorno de su silueta, sus brazos deslizándose sobre su cintura, tocándole íntimamente. Escuchaba algunos gritos aún, ¿era Emma?, ¿quién era?, era... ¿él?, ¿de quién eran esos desgarradores gritos?, <<que alguien los detenga>> pensó. Cerraba los ojos con fuerza, apretaba las lágrimas, volvía a abrirlos y era un niño; sus pequeñas manos se cerraban en puños cubriéndole el rostro, podía verlas, algo pesaba sobre él, ¿qué era?, una sombra de afilados colmillos cubriéndole como la noche.

    Despertó bañado en sudor, agitado; con el rostro empapado en lágrimas. No era la primera vez que lloraba... pero ésta vez no estaba en su cama.

    Notó aquellos afilados ojos grises que tanto le intimidaban observarle atentamente desde un rincón de la habitación. Se sobresaltó, incorporándose como si las sábanas le quemaran el cuerpo. ¿Estaba en su cama?

    —Vaya, pensé que no ibas a despertar jamás —la voz grave resonó en sus oídos, provocándole escalofríos.

    —¡Señor! Yo... ¿cómo llegué aquí? —se limpió el rostro con el dorso de la manga, tratando inútilmente de lucir decente frente a su príncipe.

    —¿No lo recuerdas? —Evan alzó una ceja—; te desmayaste la otra noche.

    —¿La otra noche? —Benjamín se llevó una mano al rostro, confundido.

    —Llevas tres días durmiendo —le anunció el morocho, incorporándose para salir de la habitación.

    Benjamín guardó silencio durante unos instantes. El fuerte dolor de cabeza le impedía recordar con claridad lo que había sucedido cuando perdió las energías, luego de permitirle a su dueño que se alimentara de él. Estaba confundido; no se atrevía a dudar de las palabras del mayor, pero las imágenes dentro de su cabeza se repetían una y otra vez tan reales que estaba seguro de haberlo vivido.

    Logró ponerse de pie a pesar de que el mareo le obligaba a permanecer en la cama. Se sentía mucho mejor, pero su estómago rugía hambriento, reclamando un poco de comida. De camino a la cocina encontró al morocho sentado en el sofá que daba al ventanal. Como siempre, su mirada ausente se perdía en algún punto fijo más allá de los cristales.

    —Señor... —titubeó—; ¿necesita algo?. Lamento mucho haberme quedado dormido tanto tiempo —bajó la mirada, avergonzado.

    —Come algo antes de que vuelvas a desmayarte —le miró serio—. Y por favor, haz algo con tu aspecto, pareces un indigente —volvió su vista al ventanal, regalándole un gesto de indiferencia al muchacho.

    —Como ordene...

    . . .

    Mientras su cuerpo se relajaba bajo el agua tibia, Benjamín trataba de aclarar sus pensamientos, consiguiendo únicamente un fuerte dolor de cabeza. Era evidente que Evan estaba ocultándole algo. Llevaba más de una hora encerrado en su habitación, y ni siquiera le había vuelto a dirigir la palabra. <<¿Acaso se habrá enfadado conmigo?>> pensó. Entonces, aquellas imágenes volvían a sucederse en su mente, confundiéndolo. No eran sus manos las que acariciaban su cuerpo, sino las de Evan. No lo había soñado, se sentía demasiado real para ser una simple alucinación provocada por el cansancio.

    Salió del cuarto de baño envuelto en una toalla. Se colocó una camisa blanca con mangas anchas, que acompañaba un pantalón de vestir y unos zapatos de color negro.

    Abandonó su habitación dispuesto a pedirle una explicación a su príncipe. Las rodillas le temblaban al momento en que enfrentó la puerta del mayor; abrió con suavidad cuando oyó una respuesta. Le encontró recostado en su cama con un viejo libro entre las manos.

    —¿Qué quieres? —dijo suavemente, sin apartar la vista del libro.

    —Solo quería saber si se encontraba bien —tragó saliva al notar la intensa mirada gris escrutándole.

    —No me mientas —cerró el libro, poniéndose de pie—. Ve al grano, ¿crees que no te conozco?

    Benjamín retrocedió, sintiéndose amenazado por la imponente figura del mayor que se le encimaba esperando una respuesta convincente.

    —Yo... quiero saber... que pasó la otra noche... —soltó como si no pudiera controlar sus palabras—. Siento que usted no me dijo todo lo que sucedió... hay cosas en mi cabeza... cosas extrañas...

    —No digas tonterías —se dio la vuelta, pretendiendo ignorarle.

    No sabía por qué se negaba a decirle la verdad, por qué se negaba a sí mismo a sentir lo que había estado anhelando durante tanto tiempo.

    —¡Señor! —Benjamín tomó su manga, tembloroso. Por primera vez se atrevía a tocarle—, por favor...

    Evan se sorprendió ante la insistencia del muchacho. Sacudió el brazo enérgicamente al notar un cosquilleo extenderse por todo su cuerpo gracias al contacto. ¿Qué tenía ese chico?, era como si despertara en él un sentimiento que mantenía celosamente guardado.

    — ¡Suéltame! —exclamó—. ¿Cómo te atreves a ponerme una mano encima?; ¡debería acabar contigo ahora mismo!

    —¡Castígueme si realmente estoy en un error! —dio un paso al frente—; acabe conmigo ahora mismo si así lo desea, pero al menos dígame la verdad...

    El mayor se precipitó sobre el muchacho, tomándolo bruscamente de sus ropas. Su espalda chocó brutalmente contra la fría pared, cortándole el aire. Estaba aterrado, las fuertes manos del morocho apretaban sus muñecas, haciéndole daño.

    —Te has vuelto muy rebelde últimamente, muchacho.

    —Señor...me lastima... —ladeó el rostro, moviendo sus muñecas.

    Notó entonces como la imponente figura del vampiro se alejaba, liberándolo. Por primera vez en tanto tiempo, pudo notar inquietud, nerviosismo; miedo en los ojos de su amo. Era como si un destello de su pasado hubiera brillado en sus tormentas, esperanzándolo.

    —Es increíble la capacidad que tienes para agotarme —gruñó, pasándose la mano por el cabello—. Necesito descansar, ponme la ropa de dormir y lárgate de mi vista.

    El muchacho obedeció de inmediato, acercándose. Sabía que Evan era capaz de acabar con él cuando se le antojara, pero entonces... ¿por qué no lo hacía?. Deshizo el moño que adornaba su cuello, bajo la mirada atenta del mayor. Podía sentir su penetrante mirada escrutándolo. Era como si estuviera metido en sus pensamientos, sabiendo de antemano cada cosa que iba a decirle. Le desprendió la camisa, quitándosela con suavidad. Fue entonces cuando volvió a sentir aquellas manos haciendo presión en una de sus muñecas. La apartó de su cuerpo, entretanto avanzaba para acorralar al chico sobre su cama. Benjamín no omitió ningún sonido, se limitó a seguir los movimientos de su amo sin oponer ningún tipo de resistencia. Tenía miedo, sin embargo, algo le decía que esta vez, Evan no quería hacerle daño.

    — ¿Qué es lo que te detiene, Benjamín?

    El aludido levantó la vista, sorprendido por la suavidad de sus palabras.

    —¿De qué habla...?

    —¿Por qué quieres seguir estando a mi lado? No soy más que un monstruo que lo único que ha hecho es hacerte daño... Podrías haberte marchado hace mucho tiempo y aun sabiendo lo que hice... sigues aquí.

    —Porque quiero hacerlo... —bajó las manos temblorosas hasta el enganche de su pantalón, sintiendo como su corazón se disparaba—. Usted siempre será mi señor, y mi elección fue permanecer a su lado pase lo que pase —levantó la mirada, dedicándole una cálida sonrisa que consiguió quebrar la barrera escondida en los ojos de su vampiro. Recibió una mirada repleta de melancolía.

    Evan se inclinó sobre su delicado rostro, posando sus fríos labios sobre aquellos pétalos cándidos, suaves como el terciopelo, y fue como probar la más dulce de las gotas de sangre que alguna vez surcaron su boca. Se había reencontrado con la alegría que de niño le fue arrebatada en los caprichos de un demonio, en un beso tan puro que hasta creyó no merecer. Aquel inocente contacto consiguió que Benjamín se sonrojara sorprendido. Jamás imaginó que Evan sería quién le arrebatara su primer beso.

    —Benjamín... yo... —el chico notó por primera vez la inseguridad en su voz—; lo siento... —fue lo único que salió de su boca.

    Era incapaz de expresar todo lo que estaba sintiendo en ese momento; no encontraba las palabras adecuadas para decir cuan arrepentido estaba de haberle causado tanto daño a la persona que más amaba. Pero necesitaba que Benjamín supiera que estaba dispuesto a enmendar sus errores.

    —Nunca fui bueno para expresarme por medio de palabras... —deslizó una mano traviesa por debajo de su camisa—; quiero demostrártelo con gestos, con caricias, quiero curar esas heridas que abrí deseando que me detestaras... —besó su cuello disfrutando de la tersura de su piel—, deseando que te alejaras de mí... qué estúpido fui...

    —Entonces volvamos a empezar... —rodeó su cuello con ambos brazos—; todo lo que quiero es estar a su lado por el resto de mi vida, ya no importa lo demás. Siempre he sido suyo, mi señor.

    Evan atrapó sus labios en un beso, que a diferencia del primero carecía de inocencia.

    Las prendas que Benjamín había escogido cuidadosamente para él, pronto quedaban olvidadas a un lado de la cama, exponiendo cada palmo de su juventud. Sintió las manos de su vampiro adueñarse de su piel en caricias invasivas que se llevaron consigo los gemidos más dulces que había oído en vida. Cada punto débil que tocaba le hacía estremecer. Deslizó las manos por la ancha espalda de Evan, mientras sus labios fríos como el acero iban quemando en cada beso que dejaba grabado. Se extasiaba oyendo el jadear pesado del mayor, mientras marcaba el recorrido haciéndolo parecer un ritual. Aquellas manos lo inquietaron cuando se acercaron a su zona más íntima, pero confiaba en que él sabía lo que hacía y cerró los ojos, avergonzado. El molesto dolor al principio tardó en encontrarse con aquel punto que lo hizo soltar sus primeros elevados gemidos de placer; fueron interminables las sensaciones que le abordaban con tan sólo el estímulo de sus fríos y alargados dedos, hasta que se halló vacío de repente, observando como el mayor tomaba lugar entre sus piernas. Se aferró a las sábanas, sintiéndole hundirse lentamente en sus entrañas. Evan esperó antes de efectuar el primer movimiento, sabía que era su primera vez y no quería lastimarlo. Besó sus labios, con la intención de distraerlo para alejarlo de las molestas sensaciones y se hundió suavemente, comenzando un vaivén lento y pausado.

    La madrugada encontró ambos cuerpos, apenas iluminados por la luz de una vela que llameaba sobre la mesa de noche, moviéndose al compás de un sinfín de gemidos delirantes. Benjamín le había permitido moverse a libertad sobre su cuerpo sediento de placer. Evan le abrazaba sobre la espalda brillante por las gotas saladas que se escurrían sobre el canal de su espina dorsal. Sujetaba su cintura con fuerza mientras embestía febril sin medirse. Benjamín apoyó la nuca sobre su hombro, pegándose contra su pecho, aferrándose de sus manos para no perderse en su propio delirio; estaba mareado y la garganta se le había secado de tanto jadear. No sabía cuánto más resistiría el ritmo incontrolable de su amante. Evan rozó su cuello con la nariz, aspirando el dulce aroma del muchacho y sintió la palpitante vena bajo sus labios, tan apetitosa que era imposible resistir probarla.

    — Muerde... —susurró Benjamín—; invítame a tu eternidad.

    Fueron palabras suficientes para que sus colmillos se clavaran en la carne del chico, trayendo con aquel punzante dolor y el sabor metálico, exquisito de su sangre, el orgasmo de ambos.

    Evan sostuvo el cuerpo de Benjamín, en tanto su propio peso lo llevaba sobre el colchón a medida que las fuerzas le abandonaban. No era diferente de una frágil muñeca de trapo que se ofrecía manejable entre sus fuertes brazos. Su respiración era débil, y casi no lograba escuchar los latidos de su corazón. Se mordió la muñeca buscando atención en los ojos perdidos del menor, llevándola rápidamente a su boca cuando el líquido carmesí comenzó a brotar. Benjamín se aferró con ambas manos, succionando con las pocas fuerzas que le quedaban. Un palpitar perturbador retumbó en su cabeza, como si aquel veneno comenzara a tomar cada célula de su cuerpo, transformándolas a su entera voluntad. Evan se apartó bruscamente, alejándose de él; y lo próximo que escuchó fue un gemido ahogado. Benjamín se retorcía, arañándose la garganta en un intento desesperado por obtener un poco de oxígeno. Sentía como si algo estuviera devorándole por dentro; su interior iba quemándose de a poco; su corazón comenzaba a detenerse lentamente, alargándole la agonía. Solo deseaba que su sufrimiento terminara. Quería morir, morir y dejar de sentir aquel dolor insoportable. Había olvidado cada cosa que le rodeaba, su cuerpo entumecido abandonaba toda sensación, sus ojos buscaban el mundo que alguna vez conoció, y terminó por perderse en un silencio placentero.

    . . .

    La luna se alzaba en su apogeo, una figura esbelta se revelaba bajo la tenue luz que se filtraba por el ventanal donde alguna vez se reflejó la melancolía. Sus ojos grises brillaban hechizados ante el espectáculo de luces que se cernía frente a él.

    —Es una noche hermosa —comentó, mirando a su sirviente—, me has dejado casi sin energías...

    —Mis disculpas, señor —alzó la vista, revelando un brillo dorado en sus ojos—, para mí tampoco fue suficiente.

    —Siempre fuiste un chiquillo exigente —se giró sobre sus talones, descubriendo su cuello—. Supongo que por eso me gustas tanto.



    ________________

    Ahora sí, les dejo el segundo capítulo como corresponde, gracias por leerme y por sus comentarios :D
     
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    Me ha encantado . Qué bien que lo ha convertido en vampiro . Esperare con ansias la conti.
     
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  6. Mishachan
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    que genial! ahora si juntos en la eternidad jejej romantico
     
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    Gracias por leer n_n
     
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  8. Assaj.
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    Me encanta tu forma de redartar, ésta historia me ha encantado y espero que la sigas. No sé cuantas veces la he leído y menos cuantas faltan. ;)
     
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7 replies since 25/4/2016, 20:37   116 views
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