// 49 Theurgy Chains // [Shindou x Kirino / Taiyo x Kinsuke] [FINAL] [Fantasía, drama, romance, AU]

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    Buenas :) Kaiku-kun de vuelta a la acción en el último fic en una temporadita (creo XD nunca se sabe cuando puede aterrizar una nueva idea) en el que, como siempre, me ha salido venazo fantástico. Tenía que ser un one-shot de unas 15-30 páginas de largo y así tenerlo listo en pocos días, pero mi mente me jugó malas pasadas y al final han llegado a ser 65 páginas XDD y como 65 páginas no caben en un one-shot (lo he probado, no me deja publicar XD) pues lo he dividido en seis partes, así no morís del susto, pobrecillos/as XD

    El título viene de una canción de la banda Chthonic (de Taiwan), que habla de fantasmas malvados y cosas así, y me pareció guay. De hecho, escuché la canción y lo primero que vi en mi mente fue a Kirino yandere, así que... Puede considerarse que la canción 49 Theurgy Chains es la culpable de la existencia de este fic.

    Este fic está dedicado a mi gran amiga Sly D. Cooper, a quien le encanta el TakuRan (bueno, es OTP para ella XD), y que sé que le encantará esta flipada mental que le he preparado para su cumple (con su bueeen retraso XD). ¡Sí campeona! Tienes más regalos aún :V
    También se lo dedico a una amiga que no está en este foro (de hecho, dudo que nunca esté oficialmente) pero que sé que se lee mi historia desde aquí y que, como está agotada de sus clases y algo desanimada, pues la voy a animar un poco con esto XD La pobre, lo que me aguanta a veces :V

    chained_spirit_by_rachelanns_d6ki9dk



    Dejaré en cada capítulo la música que he usado para algunas de las escenas (por orden de aparición, excepto la del título, que estará en todas partes). Estará en un spoiler. No es necesario escucharlas, pero dan ambientillo XD

    SPOILER (click to view)
    Jeremy Zuckerman - The Legend of Korra
    Persefone - Japanese Poem

    Solamente hay dos cambios de escena, así que solamente dos canciones XD


    ¡Buena lectura y bienvenidos al templo!


    -----------------------------------------------------------------------------------------------



    49 Theurgy Chains



    Capítulo 1: Excesos



    Encerrado de por vida con su peor enemigo. Sin apenas posibilidad de salir del templo, sin conocer a nadie más, sin aprender de la vida real. Solamente cuando sus fuerzas espirituales se vieran mermadas de alguna forma, otro pobre desgraciado ocuparía su sitio y podría salir al mundo. Pero eso no iba suceder hasta dentro de mucho tiempo. Su energía era demasiado (involuntariamente) firme. Iba a estar allí durante mucho tiempo.

    Excepto… Excepto si su peor enemigo lograba escapar.

    Ese peor enemigo era Kirino Ranmaru, un humano antiguo que desentrañó secretos divinos para hacerse más poderoso ante sus enemigos. Pero los secretos divinos discriminan mucho entre especies y metamorfosearon en contacto con ese humano. La naturaleza impura, vana, orgullosa y deseosa de poder de Kirino corrompió la fuerza divina que había conseguido liberar. Esa fuerza se infiltró en la mente del pobre humano y poco a poco se tornó una energía oscura que hizo de Kirino una persona despiadada, muy peligrosa y con ningún sentimiento positivo contra el que hacer frente al mal que se apoderaba de su cuerpo.

    La muerte, la depravación, la destrucción, la guerra, eso era el pan de cada día en un Japón sumido en las tinieblas por culpa de la energía oscura que Kirino se esforzaba en dejar patente en cada rincón del país.

    Pero, un día, de las montañas del centro del país bajó un monje con la cara tapada por un sello mágico. Iba envuelto en sellos de papel, invocaciones a los dioses esperando ser rellenadas, las teúrgias divinas. El monje hizo frente a Kirino, que llevaba sus ejércitos de depravación a sus espaldas. En combate singular, la energía destructiva de Kirino chocó con las numerosas teúrgias que el monje conseguía invocar en implantar en el cuerpo de su enemigo. Con cada teúrgia, una enorme cadena surgía de bajo tierra y sujetaba de una forma distinta a Kirino. Después de que el descontrol de Kirino devastara todo el campo de batalla, destruyera su propio ejército e hiriera de gravedad al monje, el último sello que le quedaba a éste era el que le mantenía con vida y le tapaba la cara. Se lo lanzó a Kirino, impactó en su corazón y en esa cuadragésimo novena teúrgia, Kirino perdió su forma humana, quedando su alma enterrada entre montones de cadenas que salían del suelo y agarraban ese poder con firmeza para que no escapara. Los ejércitos del humano maldito desaparecieron en una nube de sombra. El monje pereció allí, con su deber cumplido.

    De eso hacía casi mil años ya. Al alrededor del alma encadenada se construyó un templo para entrenar a generaciones de monjes que evitarían que Kirino escapara de su prisión, otorgando la energía espiritual que ellos poseían a las teúrgias para evitarlo. Y después de todo ese tiempo, le había tocado a la generación de Shindou Takuto aportar su energía.

    El que más había aprendido y más inalterable era de todos ellos era el propio Shindou. Firme desde muy pequeño, con buen corazón, cuidadoso con su meditación y su oración, con más energía espiritual que aportar y, lo más raro de todo, una de las pocas personas en ese milenio a la que el alma de Kirino había contactado voluntariamente. Sí, Kirino volvía a hablar con un humano después de cientos de años.

    —Siento tu presencia de nuevo, monje —le decía una voz suave y mentirosa cada vez que entraba en el núcleo de cadenas, que estaba rodeado por un edificio descubierto y varias líneas de teúrgias centenarias atadas en cordel—. Sé que estás aquí.

    Apenas era un susurro. A Shindou le parecía una brizna de aire contaminada con ceniza, una voz suave y agotada, cansada. Pero no podía sentir compasión de ese monstruo, pues esa era su táctica. Si la energía que transmitía Shindou a las teúrgias no era la adecuada, éstas se romperían, las cadenas caerían y Kirino sería liberado.

    A Shindou le habían recomendado hablar con Kirino. El Maestro de Cadenas, el líder espiritual del lugar, y su consejo de ancianos conocían la historia de los otros pocos que habían hablado con el alma maldita. Todas ellas habían conseguido apaciguar levemente la ira de Kirino y habían mantenido increíblemente estable la energía de las teúrgias. Por ello, Shindou era el más indicado para permanecer al lado del alma maldita.

    —¿Cómo es hablar con alguien tan poderoso? —le preguntó Hinano Kinsuke, uno de sus compañeros de generación. Siempre que podía, procuraba saber cosas del alma maldita—. ¿Da miedo?
    —¿Cómo va a dar miedo? Está encadenado desde hace casi mil años. —Y ese era Anemiya Taiyo. Los tres procuraban pasar tiempo juntos, pues los otros compañeros procuraban no acercarse a Shindou por puro miedo.
    —Pero me gustaría saberlo. ¿No puedo?
    —No puedes —respondió tajantemente Shindou. Desde que le habló por primera vez Kirino, tuvo la estricta orden de ser intransigente con toda emoción, sentimiento, y no se le permitía hablar con el resto de lo que decía el alma maldita—. Lo sabes. Es una norma.
    —No quisiera estar en tu lugar… —comentó de forma triste Anemiya.

    A Shindou no le importaba mientras pudiera mantener a raya a Kirino. Tenía curiosidad por cosas a las que no podría acceder nunca, pero tenía lo que necesitaba que vivir y un propósito firme. Eso le bastaba.

    —Voy a hacer mi turno en el núcleo de cadenas —dijo Shindou con la misma poca emoción.
    —De acuerdo.
    —¡Dale camorra a ese cabrón! —soltó Anemiya. Todos los monjes que había a su alrededor menos Shindou se giraron, sorprendidos por tal arrebato—. ¿Qué pasa? Era una broma.
    —Te ha tocado demasiado el aire contaminado de la ciudad —le replicó Hinano.

    Todo esto lo oyó Shindou, que simplemente negó con la cabeza para sí mismo. Ese par estaban enfermos.

    Cruzó el patio del templo en silencio, serio, adaptando su energía a la transmisión que iba a realizar. Para cuando entró en el núcleo por uno de los laterales del edificio, Shindou ya estaba listo para una nueva conversación con Kirino.

    —Así que el monje ha vuelto —dijo sin más Kirino. Sin retintines, sin chistar, solamente esa voz suave y mentirosa. Esa ceniza—. Hacía días que no me honrabas con tu presencia.
    —Me llamo Shindou.
    —Te pasarás la vida repitiéndome tu nombre y te seguiré diciendo que me da igual. —Esa calma y esa ligereza, pese a lo brusco que había sido, era lo que provocaba el engaño, una ilusión de confianza.
    —Así sea. Cuando muera olvidarás mi nombre, pero seguirás aquí, encerrado. Donde tienes que estar.
    —Eres como tantos otros. Pocas ganas de hablar, muchas ganas de recordarme porqué estoy aquí.

    Kirino siempre se quejaba a su involuntario confidente de las penurias que pasaba encerrado entre las cuarenta y nueve teúrgias. No poder tocar a nadie, no poder sentir ni las buenas ni las malas emociones, no poder tener una visión de futuro, no tener ningún sentido físico de la realidad.

    —Si pudiera sentir algo, mis palabras y mis maldiciones cobrarían algo más de sentido. Porque maldigo a aquél monje moribundo con todas mis fuerzas por lanzarme una teúrgia que me convirtiera en algo irreal. ¿Qué le costaba que me dejara conservar lo que fuera de mi persona?
    —No lo mereces —dijo Shindou al cabo de unos minutos de silencio. Kirino era bastante hablador, en general. Algo que le sorprendió las primeras veces.
    —Tienes razón. No lo merezco. Pero aquellos años que pasé haciendo mi voluntad como un dios fueron los mejores de mi vida. —La voz suave parecía como si por un segundo hubiera desprendido una chispa de satisfacción. Si Shindou había llegado a pensar eso, era un problema. La energía de las teúrgias no era pura y tendría que pasar más horas corrigiéndolo con su potente energía.
    —Y pagarás esos años con la eternidad —le replicó, solamente constatando el hecho.
    —O puede que no.
    —Los pagarás.

    Entonces Kirino hizo algo que en décadas había hecho: reírse. Fue una risa sencilla, corta, breve, limitada, suave, apenas perceptible para cualquiera. Pero a oídos de Shindou, era como si una bomba se preparara para estallar en su oreja. Una amenaza. Un peligro.

    —Shindou, ¿has conocido el amor? —le preguntó Kirino. Eso era habitual, hablar de sentimientos positivos, lo que lo relajó un tanto.
    —No lo he conocido —dijo, distraído, intentando poner más esfuerzo en su energía que en hablar.

    Una sensación de peligro aumentaba en el castaño conforme pasaba el rato. Kirino se quedó en silencio, sin reaccionar a nada, lo cual permitía a Shindou recomponer su energía.

    Shindou se disponía a acabar su ronda, después de horas sentado cuidadosamente transmitiendo energía y reparando los desperfectos en las teúrgias, Kirino habló, a modo de despedida:

    —Escogí hablarte a ti porque no eres como todos esos aburridos o corrientes humanos, no te mueves como ellos, no sientes como ellos. Y me has mentido. Sí has conocido el amor.
    —No tengo porqué mentirte. Ni puedes saber si te he mentido.
    —Sí tienes. Porque percibo tu temor. Tantos años de pequeñas emociones controladas se han acumulado en el templo y las percibo. ¿Cuánto crees que aguantarán estas cadenas, Shindou? —dijo, poniendo un pequeño énfasis en su nombre, para destacar que no le había llamado “monje”—. Percibo qué hay más allá de estas paredes.
    —No te hagas ilusiones. Por más que percibas de la gente, nunca saldrás de aquí.

    Kirino no devolvió la pelota, momento que Shindou aprovechó para desaparecer.

    Lo primero que hizo fue centrarse en sí mismo. Recuperar la compostura, buscar entre las palabras que ambos habían dicho un significado. Y, por desgracia, descubrió que sí había mentido. Había conocido el amor. Un amor a la felicidad y a la confianza que no entendía cómo podía existir, si no podía confiar en nadie. Kirino ya sabía eso. Lo había sabido antes que el propio Shindou.

    Su risa suave. Su voz ceniza. Haber sentido su nombre en boca (si se podía decir así) de Kirino. Cada una de esas señales era un grito de libertad para el alma maldita y una alarma para Shindou. No dudó en apresurar el paso para ir a ver al Maestro de Cadenas, que estaría en su estancia con el resto del consejo, meditando o descansando.

    —Maestro —le nombró, cuando llegó, a modo de petición.
    —Dime, Shindou. ¿Cómo progresa tu conversación con el alma maldita?
    —Se ha reído.

    Esa frase simple fue suficiente para que el Maestro y todos los monjes de su alrededor se irguieran con nerviosismo.

    —¿Se ha reído?
    —Percibe más allá de su estancia. Me ha amenazado. Me ha llamado por mi nombre.

    Ningún monje habló, ni tan siquiera cambiaron su cara, solamente miraban a Shindou. Todos ellos.

    —¿Has conseguido restablecer la fuerza de las cadenas?
    —Sí. Las he sentido como siempre —afirmó Shindou. Pero que el Maestro preguntara eso no era una buena señal.
    —Mi ronda empieza en breve —dijo, más en calma—. Comprobaré lo que dices y me aseguraré de que todos los monjes cumplen con su obligación.
    —Gracias, Maestro, por tu atención.

    Ambos se inclinaron levemente y Shindou marchó a su cuarto con la sensación del deber cumplido y un tanto de inquietud por la voz de Kirino.
    Ese ser malnacido estaba empezando a detectar lo que había a su alrededor en base a los sentimientos. Los que teóricamente no podía sentir por culpa de las teúrgias.

    —Mierda… ¡Mierda, mierda! —gritó, cuando se acercó a su cuarto.

    Gritaba por una razón simple: Kirino había sembrado la duda en el corazón de Shindou y lo primero que había hecho al respecto fue esparcir esa duda aún más contándola a todos los presentes cerca del Maestro. Ahora medio templo estaba con el corazón inquieto. Y la otra mitad lo sabría muy pronto.

    Pero enfadarse solamente lo empeoraría. Si era verdad lo que decía el alma maldita de su percepción, detectaría su enfado y le ayudaría a debilitar las teúrgias. Debía relajarse. El Maestro de Cadenas lo podría todo en orden.

    * * *


    En otro punto del templo, otra acción importante estaba sucediendo. Otro granito de arena involuntario favorable a Kirino.
    Anemiya y Hinano estaban en la misma habitación, como siempre, meditando. Bueno, eso no era del todo verdad.

    A todos los monjes les decían que tenían que meditar siempre que pudieran para pacificar sus mentes y estabilizar la energía al alrededor del alma maldita. Y era lo que ambos amigos intentaban hacer, pero Hinano estaba solamente respirando pausadamente, con los ojos cerrados, preguntándose cómo era que fuera el único templo en muchos kilómetros a la redonda que no te obligara a afeitarte a la cabeza. Allí cada uno tenía el pelo que quería. Shindou con su melena casi rizada, toda recta, igual que su actitud. La de Anemiya, con ese color chillón y con forma de sol. La suya, la envidia de todo el templo, rubia y larga, tapándole un ojo… Era un templo de lo más raro.

    Anemiya, en cambio, ni se molestaba en mantener sus ojos cerrados. Eso era lo peor para él, realmente, porque solamente que tuviera los ojos abiertos, lo primero que hacía era dirigirlos a su compañero rubio. Esa melena que le llegaba casi hasta el trasero… Sus ropas bien plegadas y firmes… Su cara serena… Hinano tenía un aire místico y un aroma que hacía que el pobre de Anemiya perdiera los estribos con frecuencia. Muchas veces habían sido las que el rubio había pillado por sorpresa a su amigo dándole un repaso agresivo con la mirada.

    —Noto que me miras —dijo Hinano, firmemente, sin abrir los ojos.
    —¿No puedo?
    —No puedes. Tienes que meditar.
    —Pero quiero mirarte.
    —No digas tonterías —le replicó Hinano, enrojeciendo un poco. Casi tropezó con sus palabras.

    El rubio notó el aroma de Anemiya más cerca de lo habitual y abrió los ojos, sorprendido. Tenía el rostro de su amigo muy cerca, demasiado cerca. Éste se inclinó con los ojos entrecerrados para besarle, pero Hinano se inclinó hacia atrás levemente, para esquivarle.

    —¡¿Qué coño haces?!
    —Te deseo, Kinsuke.
    —¡¿Y quién te ha dado permiso para llamarme por mi nombre?!
    —Quiero llamarte así… Sé que tú también me miras. Sé que también me deseas.
    —¡Eso no lo sabes! —Anemiya se acercó un poco más—. Aléjate, por favor.

    No gritaba porque estuviera enfadado. Gritaba porque estaba nervioso. Estaba reaccionando como su cuerpo le permitía ante la tremenda cercanía de Anemiya. Se notaba su cara tremendamente enrojecida de vergüenza y ya no estaba seguro de cuál era su posición allí, pues empezaba a notar que le gustaba esa cercanía.

    Anemiya se detuvo. Estaba luchando contra sus propios deseos, porque sabía que les estaba prohibido ese tipo de contacto. El Maestro de Cadenas fomentaba el amor entre los monjes, pero repudiaba su consumación como un acto guiado por el mero instinto animal y perturbaba la estabilidad del templo. Según él, un amor de corazón, sin pasión física, como el que perpetuaban para los dioses, era lo más puro que podía haber.

    —Lo siento, yo… me puedes —dijo el de pelo naranja con voz queda, retirándose a una distancia razonable. Hinano estaba entre aturdido e inexplicablemente algo decepcionado. Anemiya no dudó en decir lo que pensaba—: Es que no te ves… Estás sereno, meditando, tus ojos cerrados, tu pelo rubio descendiendo por tu pecho… Para mí eres como un deseo prohibido, siempre tentándome con tu cuerpo y tu sonrisa inocente. Llegará un día en el que ambos salgamos de aquí y… si tú quieres… quiero que pasemos nuestras vidas juntos, libres de amarnos como queramos.

    Hinano se quedó sin habla. Estaba sorprendido, avergonzado y a la vez contento, porque… porque era todo lo que había imaginado de Anemiya y más. No esperaba para nada que empezara intentando acostarse con él por las buenas, pero después del susto inicial tenía que reconocer que le había gustado esa iniciativa.

    Seguía con la boca medio abierta, tenía que decir algo, pero no se le ocurría nada. Simplemente se fue acercando un poco, con precaución y le cogió las manos.

    —Puedes llamarme Kinsuke.

    Anemiya sonrió enormemente y se abalanzó sobre Hinano para abrazarle. Los dos acabaron tumbados sobre los cojines de meditación, el rubio bajo el de pelo naranja y siendo besado con fiereza. Hinano no pudo evitar sentir de nuevo esa vergüenza, pero es que esta vez además notaba un bulto sospechoso tanto en las ropas de Anemiya como el que sentía él entre sus piernas. No podía creer que solamente con unos besos ya estuviera así…

    —Anemiya, no deberíamos seguir… El Maestro…
    —Llámame Taiyo, por favor. Y no pasará nada, no quiero hacer nada que tú no quieras.

    Kinsuke tragó saliva. No se trataba de lo que él quisiera, se trataba de lo que se esperaba de ellos. No podían llegar tan lejos, ni deberían estar en la posición en la que estaban. Pero la prohibición estaba causando el efecto contrario en su cuerpo, y en el de Taiyo también, pues las manos de éste pasaban suavemente por el pecho del rubio, buscando una abertura en el kimono de Kinsuke para empezar a abrirlo. Cuando por fin sus dedos entraron en contacto con la piel de Kinsuke, éste supo que se les iría de las manos.

    —Taiyo. Deberíamos… —Iba a decir “parar”, pero se veía totalmente incapaz de eso—. No quiero llegar hasta el final.
    —Entiendo —dijo, sonriendo con calma, muy cerca de los labios de Kinsuke—. ¿Dónde quieres parar?

    Kinsuke miró al alrededor de la habitación, hasta a su espalda. La puerta que había allí iba directa al baño termal, donde había programada su hora de limpieza en poco rato. Nadie molestaría nunca, porque siempre se ponía una señal de ocupado.

    —So-solamente tocarnos —dijo, cuando se reencontró con los ojos de Taiyo.
    —Y crees… ¿Que podremos aguantar? —le respondió con otra pregunta, poniendo una voz suave y sensual.
    —No del todo, pero para eso… El baño —le señaló con la mirada Kinsuke, con una leve sonrisa, avergonzado de su propia actitud.

    Taiyo se sorprendió un tanto y tuvo un flash de lo que siempre había imaginado y nunca había llegado a conseguir hasta ahora: ver a Kinsuke bañándose, con el agua llegándole hasta la barriga, de espaldas a él, su melena suelta por su espalda, con el vapor flotando en el aire… Era una imagen sugerente, muy sugerente y solamente tenía ganas de llegar a verlo.

    Sus traviesas manos se acompasaron con la velocidad que empezaron a tomar los besos a partir de ese momento. Taiyo no dejaba de pensar en lo que estaba a punto de ver y eso hacía que se le manchara su propio kimono, pero también estaba agradablemente sorprendido de que Kinsuke fuera el que le robara la mayor parte de los besos. El de pelo naranja estaba más concentrado en empezar a desnudarle allí mismo. Abandonó los labios del rubio rápidamente cuando tuvo espacio en su pecho para besarle. Kinsuke suspiró de forma apasionada y sonrió, sorprendido de lo que le estaba gustando que Taiyo jugueteara con su pecho. Se sintió casi como en el cielo cuando notó la cálida lengua de su chico pasearse por sus pezones, irguiéndolos y dándole una buena descarga eléctrica cuando fueron succionados.

    —Aah… —Fue casi un susurro, pero se le escapó ese gemidito.

    Taiyo soltó una risita, complacido por lo que acababa de oír. Él seguía deslizando su mano entre el kimono del rubio para abrir un espacio hasta su entrepierna, pero frenó cuando quedaba poco. La razón era simple: Kinsuke le había sorprendido intentándole desnudar a él.

    —¿Qué? No vas a ser el único que disfrutará del cuerpo ajeno —sonrió Kinsuke, sin preocuparse más de su vergüenza y su timidez.

    Pero ese chico la sabía muy larga: cuando tuvo distraído a Taiyo con ese toqueteo, le levantó un poco y aprovechó para huir de él, abriendo la puerta en dirección al baño. El de pelo naranja se quedó muy quieto y sorprendido. Kinsuke, en cambio, se apoyó en la puerta corredera, como si posara para una cámara: una pierna y su espalda apoyadas en la puerta, su pelo suave descendiendo por su pecho medio descubierto y una sonrisa traviesa que haría perder la cabeza a cualquiera.

    —¿Qué pasa, Taiyo? ¿No querías “amarme como quisieras”? —dijo con una risita, simulando una cara de timidez.

    A Taiyo le habían cambiado su chico, jamás en sus miles de pensamientos pervertidos sobre Kinsuke habría pensado que el rubio se soltara tanto una vez perdiese la vergüenza. ¡Y no se quejaba! Por los dioses, que no se quejaba. El chico era una delicia y ahora comprendía mejor porque era tan prohibido.

    Justamente cuando Taiyo se levantó, Kinsuke salió corriendo por el jardín, en un pequeño caminito entre los árboles que llevaba a una habitación pequeña (con letreros de ocupado por si acaso), donde había el baño termal, que quedaba algo cubierto por los árboles. El de pelo naranja no pudo hacer más que perseguirle desde la distancia, porque el rubio era más rápido que él.

    Cuando Taiyo hubo entrado a los baños, fue como si su sueño se hubiera hecho realidad: la posición, el agua cubriéndole convenientemente, el vapor, su pelo, su piel clara y desnuda… Era imposible que se pudiera resistir a los encantos de Kinsuke. Le podía, ya lo había dicho, pero ahora aún más seguro estaba de ello.

    Se quitó el kimono sin dejar de mirar al rubio y bajó las escaleras de madera un poco más despacio, para sorprenderle por la espalda.

    Kinsuke sonreía con placidez, aunque su chico no le viera, porque muy discreto no había sido, pero pretendía serlo. Se dejó abrazar por la espalda y cerró los ojos cuando notó la boca de Taiyo mordisqueándole el cuello. Él posó los brazos en la extraña cabellera del de pelo naranja y se la acarició con suavidad, hasta que se giró un poco para llegar a los labios de Taiyo. Unos besos suaves precedieron a una serie de pasos que acabaron con el rubio acorralado en los bordes del baño y con Taiyo encima besándole en el pecho.

    —Dijimos que no llegaríamos hasta el final, a hacerlo… todo —dijo Kinsuke, en un susurro. Esta vez, la timidez que mostraba era verdadera.
    —Y no llegaremos, te lo prometo.

    Kinsuke se abrazó al cuello de Taiyo sabiendo que debajo del agua, las manos de su chico le estaban cogiendo las nalgas con lujuria, para notar su suavidad y lo blandas que eran. Además, tal cercanía causaba que los miembros de ambos se acariciaran mutuamente, y eso sonrojaba a Kinsuke, pues era el propio Taiyo quien buscaba el contacto. Él parecía tan tranquilo y seguro de lo que hacía que le daba algo de miedo que se pasara, pero… el movimiento suave, acompañado del repiqueteo del agua contra las paredes del baño, era un afrodisíaco muy potente en esos momentos.

    —¿Quieres que lo haga con la mano? —preguntó Taiyo. Kinsuke solamente supo asentir levemente—. Vale.

    Taiyo se apartó un tanto para hacer espacio a su mano. El rubio cerró los ojos cuando empezó a notar el agradable masaje y no tardó en empezar a sentir el placer de nuevo. Era una mezcla entre calor y un cosquilleo intenso que le dejaba sin aire, sobre todo porque era Taiyo quien se lo estaba haciendo. Si era eso lo que ambos podían sentir, pensó Kinsuke, él también quería que su chico lo sintiera. Con un poco de disimulo y delicadeza bajó su mano del pecho de Taiyo hasta su entrepierna y empezó a acariciarle de abajo a arriba, en una posición algo más complicada. Tal movimiento se recibió con sorpresa y fue contraatacado con unos besos apasionados en el cuello, camuflados entre las pequeñas olas que salpicaban el cuello de Kinsuke.

    —Mmmh… —soltó el rubio, intentando abrazar de nuevo a Taiyo—. Bésame. Quiero que me estés besando cuando no pueda aguantar más.

    Los besos fueron concedidos. Taiyo aumentó la velocidad de su mano, distrayendo a la que le estaba dando placer a él. Pronto, las olas y los besos taparon unos gemidos discretos del rubio, que culminaron con una sensación de liberación y también notar el agua algo más calentita.

    —Mmm… aaah… —suspiraba Kinsuke, contento y relajado.
    —¿Te ha gustado? —le preguntó Taiyo amablemente.
    —Cállate —le espetó, sin pararse. Luego se puso encima casi empujando al de pelo naranja. Cuando estuvo bien puesto y tuvo acorralado a Taiyo, le dijo—: Quiero que me mires y que imagines que me lo estás haciendo de verdad.

    Taiyo no supo decir más. Tenía a su dios particular encima de él, con esas nalgas firmes y esas piernas sujetándole su miembro. Su cara de satisfacción y de timidez mezcladas le daban un aire tan adorable… y cuando Kinsuke empezó a moverse suavemente, Taiyo no pudo evitar moverse también, por inercia, por puro morbo, por sentir más ese roce que se iba acelerando conforme Taiyo miraba con más lujuria al chico que lo estaba montando.

    —Por dios… Kinsuke, eres… Mmm…
    —Hazlo. Córrete. No te aguantes, porque la próxima vez lo quiero dentro de mí.

    Y el cuerpo de Taiyo obedeció al instante, ante tal lujuria en las palabras de Kinsuke. Taiyo solamente podía entrecerrar los ojos y mirar la cara divertida y erótica del rubio mientras toda su esencia se mezclaba con el agua. Cuando Kinsuke sintió que su chico había acabado, se inclinó sobre Taiyo, al lado de su hombro y le besó en el cuello, como pidiendo sus labios. Ambos se besaron, sonrientes y satisfechos.


    -----------------------------------------------------------------------------------------------



    Espero que os haya gustado mucho el primer capítulo y me sigáis leyendo hasta el final de esta historia :)

    EDIT: No iré colgando las siguientes partes solamente habiendo respuestas mías en etse hilo. Sed amables y dejad un mensajito ;)

    Si os gusta, buscad en mi perfil más fics o mirad mi página de facebook dedicada a los fics que yo y mi amiga Sly D Cooper colgamos: www.facebook.com/kaikufics

    Edited by Kaiku-kun - 6/11/2016, 20:38
     
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    HOOOOWWWDDDY!!! SWEET BIRD GAMARUS IS HERE BLASTIN' THE DOOR AGAIN!!

    Bé, ja era hora de passar-me per 49 Theurgy Chains, y caray, Pardalet! No sabia que me l'havies dedicat! Massa he tardat en passar-me tio, o això crec :v. Mentre llegia m'he anat entretenint molt imaginant l'ambient i els llocs. M'agrada, i m'agrada molt. Ja saps que la fantasia és també un dels meus gèneres preferits, i a sobre ho has basat en monjos tio... Encara millor, em recorda moltíssim a Avatar :V.

    QUOTE
    "—Me llamo Shindou.
    —Te pasarás la vida repitiéndome tu nombre y te seguiré diciendo que me da igual. —Esa calma y esa ligereza, pese a lo brusco que había sido, era lo que provocaba el engaño, una ilusión de confianza.
    —Así sea. Cuando muera olvidarás mi nombre, pero seguirás aquí, encerrado. Donde tienes que estar.
    —Eres como tantos otros. Pocas ganas de hablar, muchas ganas de recordarme porqué estoy aquí."

    Kirino's troll time??? Jajajajajaja me fotut molt de riure aquí, quina bona escena. Aviam quan quedarà lliure i què collons farà :V. Un altre cosa que et vull mostrar...

    QUOTE
    "—¡Dale camorra a ese cabrón! —soltó Anemiya. Todos los monjes que había a su alrededor menos Shindou se giraron, sorprendidos por tal arrebato—. ¿Qué pasa? Era una broma.
    —Te ha tocado demasiado el aire contaminado de la ciudad —le replicó Hinano."

    Vale, Sokka's time!! Jajajajajaja, totalment m'he enrecordat d'ell! Tio era clavat, clavat!!

    Caram, en Shindou tot inflexible, insensible i la resta, eeh??? Caram, caram. Això sí que m'ha sorprés però em causa una agradable intriga, nyehehehehe. Home, davant d'un yandere tan destructiu com Kirino, un té que tenir molt d'autocontrol :v. I vaia com trolleja Kirino parlant de sentiments jajajaja, ell només vol sortir i no li deixen jajajajaja, la veritat, jo també m'he preguntat quant duraràn aquestes cadenes que el tenen prisoner :V

    En Kirino sabent d'avantmà els sentiments de Shindou, òsties tio! Com mola! En Kirino és un puto savi!!! Només que no és vell, esperem :V.

    QUOTE
    "—Maestro —le nombró, cuando llegó, a modo de petición.
    —Dime, Shindou. ¿Cómo progresa tu conversación con el alma maldita?
    —Se ha reído.

    Esa frase simple fue suficiente para que el Maestro y todos los monjes de su alrededor se irguieran con nerviosismo."

    JAJAJAJAJAJAJA!!! ELS MONJOS TIO!! QUINA ÉPICA REACCIÓ! M'he petat de riure en quant ho he imaginat, tio!!! It's just perfect!!! jajajajajajaja. Oooh geez!! So cool!!! En Kirino liant-la tot i que no pot fer res de res, excepte amb l'ús de la paraula, JAJAJAJA, quin capullo està fet! M'encanta!! Allà, posant els dubtes sobre la taula a mig temple i més!! Jajajajajaja.

    Caram, com estàn les coses de "candentes" entre Hinano y Anemiya, jojojojo... Son interessants aquest parell, JOJOOOOH!! (sembla que estigui fent "pokooop like a chicken :V). Tío què bona la escena, un intentant donar-li un petò i l'altre evitant-t'ho i a sobre diguent que el desitja, tio què bona!! Omg omg, no m'esperava pas que aquest parell...! JA?! Tan aviat?! OMG!

    El lemon m'ha encantat tio, t'ha quedat molt bé i la veritat no me l'esperava pas, encara que ha sigut adorable que Kinsuke li demanés a Taiyo que no arribessin al final jajajajaja, què cuco i què uke al mateix temps però tots dos son uns putos sukes plens de morbo tio jajajajajajaja. No esperava que anessin a fer això, al primer capítol tio!!

    Bé, ja no tinc res més a comentar més que vull el pròxim capítol i que ja tens algú que et donarà reviews perquè vagis pujant les parts :V. És hora de donar-te les gràcies pels teus reviews :D.

    Gamarus get outta of here!! See'ya!

    #Sly'sRules!

     
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    Hola a todos :) espero que os haya gustado la primera parte :) y aquí vengo con la segunda! :D

    Sly D. Cooper: quina ilu m'ha fet el teu review, m'he rigut molt jajaja més que s'erguiran els putos monjos, creu-me jaja encara que espero que no t'encarinyis massa amb ningú, en aquest fic m'he posat bastant cruel jajaja no pretenia que em sortissin sukes, perque en realitat Kinsuke m'hauria d'haver sortit molt mes uke, tímid i afeminat,m pro no em donava la gana :V

    -------------------------------------------------------------------------------------------------



    Capítulo 2: Púrpura



    La noche se presentó apacible para los monjes del templo. Sin nubes, una luna bonita, una calma y un silencio impecables… El momento de miedo que habían sufrido por la irrupción de Shindou en la sala del Maestro de Cadenas se había disipado cuando el Maestro y cuatro de los monjes del consejo reforzaron a la vez las teúrgias. Kirino, como era habitual, no había dicho ni media palabra, ni un suspiro, nada. Cada círculo de teúrgias hasta las cuarenta y nueve que encerraban desde hacía siglos el alma maldita se había restablecido.

    O eso era lo que se quería que pareciera. Tanto Kirino como el Maestro de Cadenas, el más anciano de todos los monjes, sabían algo que el resto no.

    Las teúrgias tenían fecha de caducidad. Una fecha muy longeva, pero que se acortaba cuantas más emociones negativas o sobreexplotadas se recogieran a su alrededor. La duda, el miedo, el odio, el enfado, la lujuria, la envidia, la gula… A veces hasta el descontrol de una felicidad extrema. Todos esos sentimientos recargaban las teúrgias de una energía negativa que se enfrentaba a la rectitud de sus creadores. Esa lucha interna en los papeles sagrados los debilitaba.

    Las teúrgias de los círculos externos eran fáciles de cambiar, y no hacía falta ser un monje con extraordinarios poderes para hacerlo. Cualquier miembro del consejo de ancianos podía cambiarlos.

    Pero las cuarenta y nueve teúrgias de cadenas eran invisibles. Cada una de ellas sujetaba una parte del alma de Kirino de una forma distinta, y sacar una sola de ellas sería como liberar automáticamente al tirano. Por eso, la mera visión de las cadenas saliendo del suelo para sujetar ese núcleo oscuro e informe causaba pavor al Maestro de Cadenas.

    Era cuestión de muy poco tiempo que Kirino saliera libre, fuera por cambiar una de las teúrgias, fuera porque al final todas ellas se debilitaran.

    Y Shindou lo sabía. Allí, tumbado en su futón, dando vueltas con nerviosismo, esperando tener algún pensamiento apacible en algún momento para poder dormirse, pero no llegaba. Sabía que, desde el momento en el que oyó a Kirino reírse, nada volvería a ser igual.

    —Esto es absurdo —maldijo, entre susurros.

    Se levantó, vestido tal cual, y salió al patio del templo. Los adoquines fríos, el aire fresco, la luna y las estrellas… Sentir el frío de la noche le ayudaba a despejarse y a relajarse. Era su momento, el momento del día en el que más cómodo se sentía.

    Estuvo a punto de dudar, entre si pasear simplemente o ir a ver a Kirino. Al ver que su corazón se guiaba por la segunda opción, decidió no dar tregua y seguirlo. Dudar solamente ayudaría al maldito.

    Entró en el edificio que rodeaba al cuadrado de teúrgias con prisa y con una luz, esperando encontrarse a oscuras, pero no fue así. Allí, a la luz de la luna, las cadenas que se difuminaban en el centro oscuro de Kirino reflejaban el brillo de la luna y mostraban algo inaudito: el núcleo brillaba con colores purpúreos, no negros. Pero lo que sorprendió más a Shindou fue oír un llanto, casi entre susurros.

    —¿Kirino? —le nombró, sorprendido.
    —¡Déjame en paz! ¡Largo!

    Sí, era Kirino. Estaba llorando… ¿Qué había pasado con ese Kirino sin sentimientos? Es más ¿qué había pasado con ese Kirino malvado, lleno de odio, ira y depravación que siempre le hablaba? Shindou era totalmente incapaz de mostrarse insensible en esos momentos, a riesgo de que fuera un truco del alma maldita.

    —¿Por qué lloras? —Y no solamente lo preguntaba porque lo hiciera, sino por el “cómo” lo podía estar haciendo. Las teúrgias estaban restauradas, no podía estar llorando.
    —¡Que te largues! ¡¿No me has oído?!
    —No me iré a ninguna parte —dijo firmemente.

    Kirino seguía llorando, sin prestarle atención. Su voz suave de ceniza era débil y, aunque gritara, costaba que se le oyera.

    Shindou se puso a analizar los círculos de teúrgia buscando su energía, sentado delante de Kirino como siempre hacía. No había ningún círculo roto o debilitado. Las cuarenta y nueve teúrgias de cadena seguían intactas. Entonces ¿qué estaba ocurriendo?

    El monje sintió pena por Kirino. No le estaba permitido sentir nada, pero no podía evitarlo. Quería ayudarle.

    —Puedes contarme qué pasa, si quieres —se ofreció.

    Kirino siguió sollozando unos minutos, sin decir nada. Shindou esperó pacientemente, hasta que un susurro entre lágrimas le dio la señal de que empezaría a hablar.

    —Les he visto… lo he sentido…
    —¿Qué? ¿Qué has sentido?
    —El amor circula por el templo como dos palomas blancas bailoteando en el aire. —Las metáforas bonitas eran habituales en Kirino. Shindou las había considerado parte de su táctica de engaño—. El rubio y el de pelo naranja… Hoy han liberado su amor.

    Anemiya e Hinano. Por fin se habían atrevido. Shindou había hecho de consejero a Hinano durante largo tiempo para que se atreviera a dar el paso. Al parecer, había escogido el peor momento, con el alma maldita en ese estado maleable.

    —¿Por qué te afecta? Es bonito. Y siempre me estás preguntando cosas sobre ello. —Y entonces se dio cuenta: siempre preguntando sobre ello, siempre intentando recordar sentimientos delante de Shindou. Kirino sentía envidia desde la primera vez que hablaron—. ¿Tienes envidia de ellos? ¿Nunca has sentido el amor?
    —Deberías saber, monje, que hace mucho tiempo que percibo mi alrededor con claridad —dijo con su frialdad habitual, aunque le temblaba la voz aún—. Cada sentimiento que note, le ayudará a salir. Y cargará primero contra los que lo hayan sentido.
    —Un momento, ¿cómo que “le”? ¿Es que hay otra persona contigo?

    Kirino no respondió a eso. Pero Shindou, pensándolo, le encontró sentido. La parte del alma maldita que mostraba sus sentimientos y anhelos alimentaba a la parte sanguinaria, pues lo poco de humano que le quedaba no era para nada estable ni positivo. Eso quería decir que el Maestro de Cadenas sabía que no había que sentir nada, para no provocar la ira de Kirino, pero no porqué. Y el porqué era la envidia. ¿Y si pudiera paliar los efectos de esa envidia? Quizás Kirino no fuera intrínsecamente malvado, pero nadie se había dado cuenta porque las teúrgias bloqueaban los sentimientos del alma maldita. Una curiosa y desafortunada cadena de coincidencias.

    Shindou sintió una inusitada ola de afecto hacia la parte débil de Kirino. Se quedó contemplando la luz púrpura que representaba su esencia como si fuera un cometa que pasaba una vez cada mil años.

    —¿Por qué escogiste hablarme a mí? —preguntó, sin pensarlo.
    —No tienes porqué saberlo.
    —¿Qué viste en mí que los demás no tenían?

    Kirino no respondió, nuevamente. La primera vez que ellos dos hablaron, Shindou era un niño que acababa de descubrir su camino, su felicidad, que ayudaba porque sí y había hecho sus primeros amigos en el templo. A partir de esa primera vez, el Maestro de Cadenas le impidió mostrar sus sentimientos libremente para que su energía fuera más efectiva.

    Pero ¿y si había otro tipo de teúrgias? ¿Y si su propensión a la rectitud y su energía espiritual tan especial vinieran de su personalidad, y no por sus habilidades extraordinarias? Cuanto más lo pensaba, más creía que era un error mostrarse impasible con Kirino, aunque las teúrgias que le ataban se alimentaran de esa impasibilidad.

    Y luego estaban las personas con las que Kirino había hablado siglos atrás. Siempre les contaban a quién, cómo, les había hablado, pero nunca el porqué. No sabía si era porque el círculo de ancianos lo hacía a propósito y ocultaba al resto las razones o si, por el contrario, ni ellos mismos lo sabían.

    —¿Qué viste en todas las personas a las que hablaste en el pasado para contactar con ellos? —repitió, extendiendo su pregunta a los siglos pasados.
    —Sus corazones me ayudaban a liberarme.
    —No te defiendas con la excusa de querer escapar —le espetó bruscamente. Pero al ver que Kirino no se lo rebatía, meditó su respuesta y preguntó algo más acorde con lo que estaba viendo de Kirino—. ¿Liberarte de qué? ¿De tu parte maldita?

    El alma no volvió a responder a lo largo de esa noche, aunque siguió sollozando levemente por un buen rato. Y esa luz púrpura no se apagó en ningún momento.

    Tenía todo el sentido del mundo: los humanos que habían hablado con Kirino en el pasado le habían proporcionado algo que calmaba ambas partes del alma maldita y por eso las teúrgias se mantenían estables, pero no porque la energía fuera más o menos potente, sino porque Kirino no quería escapar. Si ahora estaba a punto de quedar libre, sería porque hacía demasiado tiempo que Kirino no quedaba tranquilo y las teúrgias definitivamente se estaban debilitando irremediablemente.

    Esperó pacientemente al amanecer para comunicarle estos descubrimientos al Maestro de Cadenas y al consejo de ancianos, en privado, esta vez.

    —Adiós, Kirino —dijo, sin esperar respuesta—. Hoy voy a hacer las cosas bien.

    No hubo respuesta verbal, pero sí una visual. La luz púrpura desapareció y el núcleo donde residía el alma de Kirino volvió a ser oscuro, como siempre. A Shindou le sentó como una despedida de las largas, cargada de futura añoranza.

    Corrió hasta el cuarto del Maestro de Cadenas. Sabía que, a primera hora, él y el consejo se reunían en privado para una sesión de meditación y para debatir aspectos urgentes. Si pasaba como Shindou imaginaba, interrumpiría el debate sobre Kirino con otro debate sobre Kirino.

    Llamó a la puerta y le hicieron pasar. Había voces que se interrumpieron.

    —Shindou, adelante, ¿qué ocurre? ¿Se trata de Kirino?
    —Así es —dijo, sentándose entre el consejo—. Creo que nos estamos equivocando con él.
    —¿Cómo? ¿Qué quieres decir?
    —He hablado con él esta noche. Estaba distinto. Lloraba, sentía envidia de los enamorados y me ha dicho que las personas con quienes ha hablado le calman.
    —Eso son tonterías —replicó uno de los del consejo—. Kirino es un alma malvada que solamente prueba de engañarte para que tu espíritu se debilite y él quede libre.
    —No es cierto. ¡Lo he sentido! Debemos hacer algo para sacar ese lado débil que tiene, es la única manera de hacerle entrar en razón.
    —¿Y luego qué? Esperar que el amor le vuelva bueno y amable —se rio el mismo anciano—. Acéptalo. Te ha engañado. Va a escapar, a este paso. Maestro, considera retirar a Shindou del flujo de energía.
    —No voy a hacerlo —dijo tajantemente el Maestro—. Shindou es nuestra mejor fuente de información. Creo que es la persona más adecuada para el refuerzo de las teúrgias.

    Gran parte del consejo se quejó y empezó a sembrar dudas sobre el liderazgo del Maestro. Shindou oyó quejas sobre el mal que estaban ejerciendo, lo que desencadenaría, la destrucción, todo lo que haría Kirino cuando fuera liberado.

    —¿Qué vio Kirino en las personas a las que habló? —interrumpió Shindou, levantándose—. ¿Qué vio? ¿Alguien lo sabe? No tenéis ni idea de cómo el alma maldita se guía para escoger a alguien con quien hablar. —Todo el consejo bajó la cabeza, en silencio—. Y si no os habla, es porque tampoco tenéis ni idea de cómo tratar con Kirino. Mantenernos como hasta ahora solamente provocará su liberación.
    —¡Mantenernos como estamos es lo que ha hecho que el mundo sobreviva otros mil años!
    —¡Eso es solamente pasar la pelota a los pobres desgraciados que les toque tener que atar de nuevo a Kirino! —estalló Shindou—. ¡Es irremediable! ¡Las teúrgias caerán porque no escuchamos!

    El consejo se alborotó por la falta de confianza de Shindou, por su desobediencia y por lo que a ellos parecía un enorme engaño y manipulación de Kirino. Fue el mismo Maestro de Cadenas quien detuvo la discusión:

    —Shindou tiene razón, de nuevo —dijo, silenciándolos a todos—. Las teúrgias caerán. Tantos siglos sin nadie que conecte con Kirino las han debilitado mucho y es solamente cuestión de tiempo que se rompan. En Shindou está la habilidad y la paciencia de convencer a Kirino o, por lo menos, retrasar ese momento fatídico.
    —¿¿Lo supiste todo este tiempo?? —chilló uno de los ancianos.
    —Todos los Maestros de Cadenas hasta yo mismo sabíamos que las teúrgias originales no eran eternas. Sabíamos que ese día llegaría. Ahora debemos actuar en consecuencia.

    El consejo se quedó en silencio unos minutos. Shindou solamente miraba al Maestro, un poco sorprendido de que él supiera todo lo que el chico había adivinado en una noche.

    —De acuerdo —dijo otro de los ancianos—. ¿Qué debemos hacer ahora?
    —Puesto que Shindou ha dado con la clave para hacer sentir mejor al alma maldita, propongo que cuando meditemos para reforzar las teúrgias, los que sientan de verdad que quieren estar al lado de Kirino, lo transmitan también. Los que tengan reparos, solamente reforzad as teúrgias, como el resto del templo. —No hubo quejas. El Maestro se dirigió a Shindou—. Se acabó el contener tus emociones y parecer frío. Debes ser tú mismo con él, para que vuelva a salir ese lado sensible. Y si aun así vemos que vaya a escapar, hay que desarrollar algún tipo de teúrgia que lo pueda detener.
    —Vale.

    Un rato después, cuando la reunión y la meditación finalizaron, el Maestro de Cadenas convocó a todo el templo e hizo público el nuevo plan. Muchos de los monjes estuvieron en contra y Shindou pudo ver muchas caras contrariadas, o confusas, o con miedo por el inminente suceso.

    —No tengáis miedo, amigos míos. Con confianza, fe y buen corazón podemos detener esto —acabó el Maestro.

    Shindou quedó en el anonimato en ese discurso. Nadie sabía que la causa de ese cambio de actitud había sido por él, por su descubrimiento nocturno. Tampoco sabían nada de las reacciones de Kirino, pues ninguno de ellos a parte de Shindou le podría escuchar.

    Hinano y Anemiya se acercaron con curiosidad a Shindou, sabiendo que había algo más, detrás de ese discurso.

    —¿De verdad ahora hay que ser buenos con él? —preguntó el de pelo naranja—. No entiendo por qué.
    —Hablé con él durante la noche y no era para nada como se muestra normalmente. Reconocí sentimientos en él. Lloraba y sufría.
    —Pobrecillo —dijo Hinano, que cambió rápidamente de idea con el alma maldita—. ¿Qué le ocurría?
    —Sabe que os queréis y tiene envidia de vosotros —dijo Shindou con una risita. La pareja se puso roja como un tomate y el castaño sonrió, complacido por la confirmación—. Me alegro mucho por vosotros, chicos. Pero os recomendaría no acercaros mucho al núcleo de cadenas.
    —¿Por si le da la envidia de nuevo?
    —No, más bien por si su parte malvada decide que vuestros sentimientos son un impedimento. Le alteraría.

    La pareja se quedó un poco incómoda por el miedo. Shindou les recomendó que fueran a su habitación para descansar y tomarse las cosas con calma. Como siempre, Hinano era el más curioso:

    —¿Te habló mucho mientras lloraba?
    —No mucho, pero se nota que está atormentado por cosas que pueda que no llegue a saber nunca. No quiero imaginar las barbaridades que hizo siendo la parte maldita.
    —¿Entonces crees que tiene buen corazón?
    —Sí, lo tiene. Me escogió a mí para hablarme porque creo que consideró que nos parecíamos, que congeniaríamos. Y eso lo decidió su parte buena, no la mala. Nunca me di cuenta de que todas las veces que me preguntaba sobre sentimientos, lo hacía porque las teúrgias le impedían sentir nada y era lo que él deseaba. Me siento mal por él…
    —Eres el mismo bonachón de siempre, Shindou —sonrió Anemiya—. ¡Por fin ha vuelto!
    —Sí, supongo que sí —sonrió él.

    * * *


    A partir del anuncio del Maestro de Cadenas, la dinámica del templo cambió. La mayoría de los monjes no eran capaces de ver lo que su maestro y Shindou habían visto en el alma maldita, así que preferían no pensar en sentimientos y ponían todo su empeño en fortalecer las teúrgias para que resistieran todo el tiempo posible.

    Shindou, el Maestro de Cadenas y los pocos que sentían algo de simpatía por la parte frágil de Kirino se dedicaron a intentar llamarle la atención con emociones positivas, a hacerle ver que no estaba solo en el mundo y que había unos pocos dispuestos a perdonarle por los viejos agravios.
    A este escaso grupo quiso apuntarse Hinano, pero el rumor de que él y Anemiya eran pareja se había extendido rápidamente y tanto el Maestro como Shindou consideraron que Kirino podría tomarla con él, si sentía tanto amor por otra persona tan cerca de su prisión. Si no es que ya la había tomado con ambos. De hecho, por precaución, la pareja se mantuvo alejada del núcleo de cadenas durante todo ese tiempo.

    Shindou había probado de todas las formas posibles hacer salir a ese Kirino oculto entre las sombras, yendo a verle día y noche, pero lo único que conseguía era ver la parte que ya conocía, la que todos veían, la oscura.

    —¿Qué os ha dado a todos para adorarme tanto? —dijo una de esas veces, con descaro más que claro—. ¿Queréis que me apiade de vosotros cuando quede libre? Vaya unos monjes de pacotilla os habéis vuelto.
    —No queremos eso. Queremos que te des cuenta que no estás solo —dijo Shindou, cargado de paciencia y con voz amable.
    —Pues claro que no estoy solo, me dais la vara siempre que podéis.

    La época en la que Kirino preguntaba sobre sentimientos había acabado. Parecía que seguía sin sentirlos, pero estaba empapado de las emociones de los demás, o seguiría preguntándole a Shindou sobre el amor. Eso era algo que el monje echaba de menos.

    —Me encantaría poder conocer a ese lado tuyo tan tierno. Me sorprendiste.
    —Olvídalo, monje, esa parte no existe. Nunca la verás. —La voz no había cambiado. Serena, engañosamente dulce y ceniza.
    —Sí existe. Por eso me preguntabas por el amor. Echo de menos esa parte de nuestras conversaciones.
    —¿Quieres decir la parte en la que me mentías sobre tus sentimientos y me espetabas a la cara todo el tiempo que quedaría siempre encerrado?
    —Perdóname por eso, era lo que me habían ordenado decir.
    —Lo sé. Notaba tu contradicción interna. Patético. Es mejor desobedecer y ser tú mismo.
    —Me da lecciones alguien que no puede sentir nada.
    —Sentir nada sobre mí. Noto lo que sentís los demás. Son como exasperantes oleadas de falsa esperanza canalizándose a través de mis cadenas.

    Shindou suspiró. Aquello no estaba funcionando. Antes de la noche del Kirino triste, el alma era neutral, iba cambiando entre ser curiosa, poética y ser mala. Ahora Shindou tenía delante a un prisionero cansado de la gente, cansado de los sentimientos positivos que en un pasado hubiera aplastado sin remisión. El remedio era peor que la enfermedad.

    —¿Por qué decidiste hablarme? ¿Qué buscabas en mí? —Preguntas recurrentes.
    —Eso ya lo sabes. Te lo he contado muchas veces —contestó Kirino, sin emoción aparente, ni tan siquiera un toque de molestia. Era como si no lo acabara de entender.
    —Me dijiste que era distinto al resto. Tu parte emocional me dijo que te calmaba mi corazón. ¿Por qué el mío sí y el de los otros monjes no? Hacen lo que yo, ahora mismo.
    —La que llamas parte emocional no existe, y aunque existiera, o bien te engañaría o sería directamente idiota.
    —No me lo creo —sonrió Shindou—. No me creo que fueras tú engañándome. Sé que hay algo bueno en ti, lo pude percibir.
    —Tonterías.
    —¿Te crees que eres el único que percibe su alrededor? —Entonces Shindou calló al pronunciar esa frase. ¡Eso era! ¡Ambos percibían su alrededor! El pobre soltó una risita ridícula para sí mismo—. Pues claro. Qué tonto he sido.
    —¿Qué pasa?
    —Ya sé por qué me escogiste. Ya sé qué me quisiste decir esa noche.
    —Qué pesadito con lo de la noche…
    —Me escogiste porque, entre todos los monjes, yo era el que más conectaba con los sentimientos de las personas. Porque soy más empático que el resto. Creíste desde que era un niño que podría entenderte…

    Otra oleada de afecto hizo presencia en el corazón de Shindou. La parte de Kirino que no dejaba de preguntarle cosas sobre sentimientos, la que lloró ante su presencia, la que se quejaba de lo que sentía a su alrededor. Esa parte siempre había estado allí, delante del monje, oculta entre un montón de capas de oscuridad y maldad, esperando encontrar a un Shindou abierto y dispuesto a hablar y a escucharle. Pero las normas del Maestro de Cadenas y la potencia continua de las teúrgias habían creado una barrera inesperada a la comprensión. Por más que Kirino lo intentara, Shindou nunca alcanzaba a comprenderle.

    Hasta que le vio llorar. Hasta que Shindou no pudo evitar sentir empatía por él.

    Por puro azar, por un mal día de meditación ante Kirino, Shindou había descubierto mucho más de lo que nunca hubiera esperado de alguien al que nadie comprendía.

    Durante todo ese rato que Shindou estuvo meditando sobre esas acciones y esos sentimientos, Kirino se había quedado callado, como si le hubieran pillado. También percibió el monje que ese alud de emociones que sentía en esos momentos estaban debilitando las teúrgias, pero de eso se encargarían los otros. Además, ahora que había descubierto definitivamente el porqué de todo, ya no las tenía todas consigo que Kirino quisiera escapar.

    —Te voy a dejar, por hoy. Tengo cosas en las que reflexionar. No descansaré hasta que te vuelva a ver de color púrpura. Y cuando lo consiga, espero no oírte llorar.
    —Como tú digas, monje —dijo Kirino, con el tono de siempre, a modo de despedida.

    Nada más salir de allí, con una gran sonrisa en la cara, se encaminó hacia el Maestro de Cadenas, que estaba paseando al alrededor del patio. Le contó cómo seleccionaba el alma maldita a los humanos para hablarles y también le aconsejó que los otros monjes que querían ayudar empáticamente dejaran de hacerlo.

    —¿Por qué? ¿No era eso lo correcto?
    —Lo es para nosotros, pero a él le parece demasiada preocupación y poca sinceridad. Me escogió a mí y pienso que debería ser solamente yo quien debería seguir con esto.
    —De acuerdo, se lo comunicaré al resto de monjes. —Shindou se disponía a despedirse, pero el Maestro añadió algo inesperado—. Algunos de los monjes están en contra de esto. No creo que hagan nada malo, pero piensan que por tu bondad, Kirino escapará. Si sucede, les habremos dado la razón. Por eso están usando su energía para crear nuevas teúrgias de cadena.
    —¿Creen que, si escapa, yo no sabré contenerle?
    —Lo creen, porque su energía es distinta de la tuya, y las teúrgias que resultan de ella también lo son. Las cuarenta y nueve teúrgias originales estaban escritas por un monje muy poderoso, con una capacidad increíble de autocontrol y poder pero, como ya habrás notado, carecen de emoción. Los monjes que te digo aún creen que bloquear sus emociones es la mejor opción, y en este sentido creo que no se equivocan.
    —¿Qué me quiere decir con esto? ¿Qué es más prudente que deje de intentar conectar con Kirino?
    —No, al contrario. Lo que quiero es que uses tu energía para crear tus propias teúrgias. Si Kirino escapa, todos nos lanzaremos a atraparlo de nuevo. Si cualquiera de los monjes que no sean tú consigue atraparlo, la historia se repetirá. Pero si eres tú quien consigue detenerlo… No quiero aventurar nada, pero tu energía positiva podría conseguir purificar al alma maldita.
    —De acuerdo. Me pondré a ello cuanto antes.

    Ese fue el momento en el que Shindou pasó de visitar de día y de noche a Kirino, sin pensar en nada más, a hacerlo menos corrientemente, solamente por las noches, mientras que por el día reflexionaba sobre sus emociones y probaba de plasmarlas por escrito, aunque no fuera sobre una teúrgia.

    Decidió esperar a hacer las teúrgias. Quería comprobar qué pasaba si el templo volvía a la normalidad. Y lo que vio resultó ser bueno. Kirino no se quejaba tan frecuentemente y, aunque no hablaba de sentimientos como antes, tenía buenas conversaciones con Shindou, aunque fueran sobre cosas que hizo el alma maldita en el pasado.

    Ese cambio a mejor en parte acarreó consecuencias para Shindou. Los monjes que no estaban de acuerdo con su plan vieron aparentemente confirmada su teoría de que era mejor mantenerle encerrado sin mostrar emociones. En realidad, ellos no veían que las teúrgias antiguas seguían debilitándose por dentro, pero con más lentitud. Pero como no lo veían, una gran parte del templo desacreditó a Shindou, que se vio obligado a permanecer encerrado durante el día como un paria que solamente causaba daño. Solamente el Maestro de Cadenas, Anemiya e Hinano le visitaban.

    A escondidas, Shindou visitaba a Kirino, como un momento alegre del día en el que nadie le repudiaba. Se mostraba alegre, a veces sintiéndose un poco como un niño con su juguete nuevo, y eso le hacía sentir feliz. Kirino nunca reaccionaba a estos arranques que tenía Shindou, tan raros en él, simplemente permanecía en silencio hasta que el monje quedaba tranquilo y podían hablar de cosas que eran normales en Kirino. En esos primeros días, Shindou no alcanzó a ver un solo sentimiento por parte del alma maldita, ni tampoco consiguió mostrar empatía por ésta, pues se sentía contento y tranquilo como estaba.

    Fue una mañana, después de unas semanas, en la que el monje se dio cuenta de que no estaba haciendo bien.

    —El exceso de felicidad me está afectando —dijo instantáneamente, mientras Anemiya charlaba con Hinano delante del primero.
    —¿Cómo? ¿Qué quieres decir? —preguntó Hinano.
    —Me he dejado llevar por la tranquilidad que siento, porque estoy cómodo con Kirino.
    —¿Y eso es malo? Taiyo y yo estamos igual y estamos bien.
    —Lo es, porque no le presto tanta atención a las teúrgias ni tampoco a Kirino. Y no me compares a Kirino con vosotros, que sois pareja.
    —¡Pero si estáis mejor que nunca! —se quejó Anemiya—. Las teúrgias aguantan, no hay problemas en el templo, Kirino dices que no se queja por exceso de emociones falsas… ¡La cosa va como la seda!
    —¡Precisamente! Debería estar luchando para que yo entendiera a Kirino, no al revés.
    —No lo entiendo.
    —Ni yo —añadió Hinano.

    Entonces, el Maestro de Cadenas entró con calma en la estancia:

    —Yo sí. A Shindou le preocupa el pasado. Le preocupa que él sea solamente uno de tantos monjes que hablaron con el alma maldita y la calmaron durante un tiempo.
    —¿Pero eso no era bueno? —preguntó Taiyo, visiblemente confundido.
    —Para los monjes sí lo es. Para Shindou, es estancarse.
    —Me he dejado llevar —se repitió el de pelo castaño—. Hay que volver a poner las cosas en su sitio.

    Parecía que el chico estaba hablando solo, como si no escuchara a sus amigos. Ese tiempo obligado a estar encerrado le había pasado factura, lo que preocupó a los presentes. Shindou se puso delante del papel para las teúrgias y del tintero y se puso a meditar.

    —¿Por qué “estancarse”? —preguntó Hinano.
    —Shindou no quiere solamente calmar a Kirino. Quiere llegar hasta él de verdad. Quiere conseguir que su parte sensible salga a la luz, no que simplemente esté allí escuchando.
    —¿Eso no podría poner en riesgo a todo el templo?
    —Lo pone también que la cosa esté tal y como está ahora. Es bueno que Shindou se haya dado cuenta de su exceso. Deberíamos dejar que trabaje.

    Shindou ya no estaba escuchando, así que no se dio cuenta que sus tres únicos amigos se marchaban de su habitación para darle espacio para pensar. Él solamente pensaba en una manera de contactar con Kirino, hubiera teúrgias o no de por medio.

    Cuando hubieron pasado unas horas y ya hubo anochecido, a la luz de una vela, Shindou empezó a escribir sobre el papel sagrado, una teúrgia tras otra, en completo silencio, evocando lo mejor de sí mismo.

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    Gracias a todos por leer y a los pocos que van a comentar, hasta muy pronto! :)
     
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    Well, Gamarus is back in business!!

    Home, a mi també m'agrada anar llegint i només comentant :v, és cómode enlloc d'escriure i esperar jajajajajaja (tot i que jo ja no espero, sóc de les persones que els hi dóna bastant igual :V). T'has posat cruel amb el fanfic? Don't worry!! It's better!!! 'Cause the Queen of Drama is here!! JAJAJAJAJAJA.

    La part de Shindou on parla amb Kirino i tots aquests descobriments, m'ha donat molt a què pensar, i saps què? En certa part m'ha recordat a Chara perquè tot i que Chara es mostra com un personatge sense sentiments i com un "ànima maldita" que es desperta a la Ruta Genocida perquè mates a tots els monstres i ja no hi ha remei de parar a Chara... Jo penso que en Chara, tot i així, té la seva part bona que no sempre la mostra.

    En fi, la escena de tots dos, amb Shindou fent aquests descobriments tan interessants que m'ha encantat llegir, ha sigut molt tendre i realment agradable. M'he sentit com si fos Shindou vivint aquell precís moment. Jo també penso que en Kirino no és intrínsencament dolent, és només que té un "costat no humà" que no sap controlar, segurament és així o és només la suposició que he tret del momento, no sé, ja m'ho demostraràs conforme avanci el fic :V.

    Saps un altre cosa? Lo dels monjos (incluïnt al Mestre de les Cadenes), amb la possibilitat de que poden estar "amagant" coses importants, em recorda molt a lo que fan els polítics o a la gent que treballa entorn a aquesta gent de merda... Amaguen les raons, i les veritats importants només per fingir o millor dit: per no perdre el control sobre els altres. A tu no se t'ha fet familiar això amb l'escena que has descrit?

    Algo curiós que se m'ha fet ha sigut la discusió de Shindou amb el consell de monjos... M'ha recordat molt a les constants disputes dels polítics sobre el canvi climàtic, que ningú dóna la oportunitat de fer res i els qui ho fan, no poden fer gaire cosa per no tenir el suficient suport. No creus que son coses que d'alguna manera s'assemblen? Perquè jo penso que realment l'èsser humà no s'està adonant de la real gravetat que està tenint en l'impacte medi ambiental del planeta. Tot i així, l'escena de Shindou amb el consell també m'ha recordat a aquelles escenes que es repeteixen al món de manera constant sobre saber escoltar a la gent, i saber entendre'ns els uns als altres i que ningú, al final, es fa càrrec del futur de la humanitat, i només "es van passant la pilota".

    M'ha agradat molt aquesta escena, en Shindou sembla que vol lo millor per en Kirino i trobar la solució de que, encara que no sigui lliure, pugui ser feliç. És un bon pensament, i una bona intenció. Menys mal que el Mestre de les Cadenes s'ha posat a favor de Shindou, tot i que era massa obvi pensar que les teúrgies no eren eternes, perquè tal i com se'n diu: "NADA EN ESTE MUNDO ES ETERNO, NI SIQUIERA EL TIEMPO".

    Moment épic quan Shindou els hi diu a Hinano i Anemiya sobre la seva relació i tots dos es posen vermells!!! Jajajajajaja! M'ha fet riure, ha estat molt bo. També m'ha encantat molt quan has descrit lo de Shindou tenint comprensió i empatia per Kirino, saps? Se m'ha fet realment familiar amb moltes coses que jo he arribat a escriure, especialmente de Chara segurament (ho sento, no m'enrecordo bé :V). I ara també Runihura se'm ve al cap jajajaja.

    És interessant lo de que en Shindou s'estanqués. M'ha costat una mica d'entendre però més o menys ho pillo gràcies a l'explicació dels personatges :V. Així que... En Shindou creant teúrgies?? Oh, serà interessant veure-ho.

    Ha sigut un capítol magnífic, no tinc cap queixa :D. M'ha agradat molt llegir-lo tot i que alguns monjos mereixen una patada al cul que els faci volar una estona jajajajaja. Hey però mola molt aquest fic i això que és només la 2ª part :v. Espero que posis la 3ª aviat :D

    See'ya!!

    PD: Em sembla molt bonic que en Shindou vulgui fer sortir la part bona de Kirino i arriba a entendre'l, aviam si ho aconsegueix.

    #Sly'sRules! #Gamarus!

     
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    Buenas, no me demoro en subir la siguiente parte jeje :)

    Sly D. Cooper: es que no se te puede dar pistas! Has endivinat diverses coses XD Kirino i la part bona: sí. Monjos cual políticos: sí, però perquè ells són tan ignorants com Shindou, amb la desventatja que no poden parlar directament amb ell. La frase de passar-se la pilota ja veuràs que es va repetint jaja La part de Shindou estancat és bàsicament que cada monjo treballa per a Kirino, i donat un moment, Shindou acabava negligint aquesta tasca perquè era molt feliç amb els seus sentiments. Oh, i com veuràs, l'empatia no és només un sentiment en aquest fic jeje

    Me olvidé del capítulo anterior de meter el spoiler con la música, así que viene todo ahora jaja

    SPOILER (click to view)
    Canciones del capítulo 2:
    Chthonic - 49 Theurgy Chains
    Billy Talent - A Cure for the Enemy (muy acertada y recurrente a lo largo del fic)

    Canciones del capítulo 3:
    Jeremy Zuckerman - The Legend of Korra (de nuevo)


    A seguir leyendo! :) Creo que os gustará, este es el capítulo que más me gusta de todos, el que más ilusión me hizo escribir. Además, hay una pequeña sorpresilla que diréis "OOOH!!"

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    Capítulo 3: El vacío



    Sumido en una aburrida oscuridad, peor que la que habría si hubiera muerto, se encontraba un alma. No tenía cuerpo o, si lo tenía, era fantasmal, porque por más que se intentara mover o tocarse, nada surtía efecto. Solamente, todo ese tiempo, todos esos siglos, vivía con la sensación de estar flotando en el vacío, incapaz de avanzar o retroceder.

    Esa era la vida de Kirino.

    Las cadenas que sujetaban su alma desde el mundo real habían creado un espacio ingrávido, incoherente, inexistente al alrededor de Kirino. Un microcosmos totalmente hueco a excepción de su pensamiento, lo único que le decía que era real.

    Durante sus primeros años encerrado pensó que se volvería loco, buscando una salida, una forma de volver a tener sus sentimientos, su cuerpo, su todo. Pero se abandonó conforme pasaba el tiempo. Se abandonó porque notaba cómo las cuarenta y nueve cadenas iban menguando y creciendo en fuerza. Kirino dedujo, entonces, que había gente a su alrededor que vigilaba que no se escapara, que las teúrgias no se rompieran.

    Sí, desde el primer momento podía notar la energía opresora de las teúrgias en ese mundo hueco. No sufría por esa opresión, solamente notaba su fortaleza, exactamente como si fuera una prisión con barrotes, y no una atadura. Por eso, Kirino mataba el tiempo investigando esa fortaleza en las teúrgias. Y después de un tiempo que no supo calcular, notó claramente cómo su prisión se debilitaba más rápidamente que lo que quien fuera que le vigilara podía reparar.

    No sintió nada al respecto. No se rio, no se alegró, no sonrió, nada. Era incapaz. Las cadenas también sujetaban sus emociones, las bloqueaban y las eliminaban en cuanto su cuerpo las creaba.

    Con el tiempo, la fortaleza de las teúrgias fue menguando lo suficiente para empezar a ver más allá de su prisión. No veía, no escuchaba, no emitía sonidos por sí mismo. Solamente percibía. Percibía con su mente la energía que se aglomeraba a su alrededor para mantenerle encerrado. Eran como pulsos, olas, que se transmitían a su mundo hueco a través de las cadenas. Percibía esos pulsos como si su mente no quisiera seguir activa. Le debilitaban momentáneamente.

    Pero no solamente sentía lo que le enviaban para castigarle. También empezó a percibir la fortaleza de quien le enviaba los pulsos. Al inicio, todo le pareció igual, pero las teúrgias seguían debilitándose, así que no tardó mucho en aprender a distinguir entre las energías de los distintos monjes que pisaban los bordes de su prisión. Todas tercas, serias, a veces enfadadas, a veces con un atisbo de placidez. Todo porque él, Kirino Ranmaru, estaba encerrado allí dentro y no podía salir.

    De nuevo, a él no le importaba lo que sintieran los demás. No podía responder con sus propios sentimientos, porque no los tenía.

    Entonces, hubo un cataclismo en su mundo. Su mente tembló, las cadenas, no sabía cómo, hicieron que se moviera, que vibrara. A su alrededor, notó montones de monjes canalizando su energía a la vez contra él, lo que hizo que su mente desconectara casi al instante. Pero en ese corto instante, percibió por primera vez un sentimiento: miedo.

    Cuando su mente despertó, muchas cosas habían cambiado. Hasta entonces solamente se podía escuchar a sí mismo, sus pensamientos, pero nada más buscar la percepción que tenía antes, vio que ésta se había desarrollado mucho. Podía percibir que más poderes le bloqueaban, supuso que más teúrgias. Podía percibir que a su alrededor, en el mundo real, había algo que le rodeaba. Kirino pensó en un edificio, pero no estaba seguro. También empezó a percibir más emociones de los monjes que se presentaban, normalmente odio o miedo, además de su energía espiritual.

    “El odio genera más odio. El miedo genera más miedo”, se dijo, en su propia mente.

    Ninguna de esas emociones las podía sentir por sí mismo, pero las entendía por sus recuerdos. Era evidente que las cadenas aún surtían efecto. En algún lugar de su mente, sin embargo, algo le decía que si quedaba libre, los sentimientos de los monjes serían los primeros que él mismo canalizaría en contra de ellos. Por alguna razón que Kirino desconocía, los monjes se dieron cuenta ellos mismos de eso y la monotonía volvió, pues esas emociones desaparecieron o se veían forzadas a quedar ocultas. Kirino las seguía percibiendo, pero las percibía como aplastadas por una enorme fuerza de voluntad en cada uno de los monjes.

    Sabían que esas emociones causarían estragos en las cadenas y permitirían a Kirino jugarlas en contra de los monjes. Si el alma maldita hubiera podido sentir algo, en ese momento habría aplaudido esa gran percepción en los monjes.

    Pasó un tiempo que, por lo que contaba a través de la presencia de distintos monjes, llegó a ser un siglo. La rectitud y la calma habían vuelto, así que Kirino debía buscar otras cosas que percibir. Así, desarrolló una capacidad de percepción que superaba las cuatro paredes del edificio donde estaba encadenado y empezó a alcanzar a todos los monjes del templo.

    Fue entonces cuando la notó por primera vez. Un alma distinta al resto, con una energía espiritual potentísima, pero no como las de los otros monjes. Era un alma cándida, caritativa, alegre, hasta ingenua. Kirino observó esa alma y dedujo que se trataba de un niño, puesto que la rectitud de los monjes aún no estaba en él.

    O eso pensó. Mientras pasaban los años observando al niño, Kirino se dio cuenta de que su alma no evolucionaba como el resto. No se volvía seria, recta, no se preocupaba en odiar o temer a nadie, no dudaba en sus decisiones, no se corregía a sí mismo como lo hacían los demás. Tenía su propio camino.

    Un día, ese niño, ya convertido en adulto, llegó a la estancia de Kirino. Se sentó delante de las teúrgias como todos habían hecho hasta ahora y, en lugar de dedicarse a transmitir energía a las cadenas, inexplicablemente, se la transmitió directamente a Kirino.

    Era como una oleada de calma, era un punto de luz que no sabía cómo percibir, era como una estrella lejana que sentía que debía acercarse. Gran emoción era aquella que no supo describir ni tan siquiera recordando aquella época en la que estuvo libre de maldiciones por el mundo.

    Era tan distinta que algo en él cambió: necesitaba llegar hasta su fuente. Necesitaba sentirla. Quería sentirla. Y fue entonces cuando sintió esa primera emoción, después de mucho tiempo encerrado. Débil. Lejana. Casi imperceptible, si uno buscaba en la energía de las cadenas. Era como si hubiera perdido parte de su insensibilidad y su maldad, porque sonrió aliviado entre sus pensamientos. Fue cuando surgió el Kirino sensible.

    Tal oleada continua por parte de ese monje tan especial le empujó hasta los límites de su percepción hasta el punto que oyó. Oyó hablar al monje:

    —… Pobrecito. Llevas aquí trescientos años. ¿No es suficiente castigo ya? Es imposible que seas como todos dicen, intrínsecamente malo. Yo creo en ti. Sé que podrías hacer las cosas bien. Solamente hace falta que aprendas a hacerlo.

    Y la oleada de empatía pura seguía estimulando partes de la mente de Kirino que hacía tanto tiempo que estaban dormidas. Aunque no podía sentir todas las emociones, la empatía de ese monje le hacía preguntarse cosas, dudaba, quería conocer, quería aprender. Tal fue el impulso, que su mente tradujo esas ansias al mundo del monje:

    —¿Creer en mí? —fue lo primero que dijo.

    El monje se sorprendió muchísimo de recibir una respuesta. Nadie antes había escuchado al alma maldita decir nada, pero Kirino no percibió en él ningún tipo de miedo, temor, preocupación por ello. Solamente era sorpresa. Su oleada empática no había desaparecido.

    —¿Puedes hablar?
    —Gracias a ti, he querido hablar —dijo Kirino, usando esa voz suave y a la vez ceniza que le había dejado la maldición.
    —El deseo de hacer algo y conseguirlo es mil veces más gratificante que no sencillamente poder hacerlo. Te comprendo.

    Solamente un matiz, una palabra, y ese monje había comprendido que Kirino nunca jamás había sentido el deseo o la necesidad de hacer nada, estando allí encerrado, y ahora eso había cambiado. Kirino no podía dejar escapar la ocasión de conocer a ese monje. Jamás sintió tanta gratitud del momento en el que detectó el alma pura de ese niño.

    —Me llamo Endou Mamoru. ¿Cómo te llamas?
    —¿No se supone que deberías saberlo? —Kirino se sorprendió que su tono de voz no fuera molesto, curioso, o de orgullo herido, nada de eso. Las teúrgias hacían su efecto incluso en ese estado.
    —Eres Kirino Ranmaru, el alma maldita por los dioses que fue encadenado con las cuarenta y nueve teúrgias. De niños, a todos nos enseñan quién eres y porqué estás aquí.
    —No debo tener muy buena propaganda, entonces.
    —No mucho, la verdad. Pero no me importa.
    —¿No temes que escape de esta prisión y te mate? —De nuevo, sin emoción en su voz. Además, decidió que mientras las teúrgias le sujetaran con tanta firmeza, escondería a Endou toda señal de poder, percepción de su alrededor o emoción. No sabía qué efecto tendría esa situación tan singular y prefirió optar por lo sensato—. Podría pasar. Esto es inusual.
    —No lo harás.
    —¿Cómo lo sabes?
    —Confío en que las teúrgias hagan su trabajo mientras yo hago el mío.
    —¿Y cuál es el tuyo?
    —Comprenderte.

    Kirino no supo responder a eso. Sabía que ahora tocaba sentir una emoción, pero no la sentía, así que prefirió quedarse callado. Endou también calló, pero la transmisión de su empatía no cesó hasta que el monje abandonó la estancia. Cuando lo hizo, Kirino perdió todo deseo, necesidad, impulso de contactar con nada o nadie del mundo real.

    En cambio, fuera de su prisión, el alma maldita percibió mucha alteración, mucho miedo y dudas. Sabía que era porque había hablado con Endou. Un montón de monjes, Endou entre ellos, se acercaron a la estancia donde estaba Kirino y éste notó cómo estudiaban y canalizaban energía hacia las teúrgias, pero todos, incluso el alma maldita, se sorprendieron de notar que estaban perfectamente (a parte de su deterioro constante).

    Pasaron unos días en los que Kirino notó lejos a Endou, como si lo hiciera expresamente. Muchos monjes venían a fortalecer las teúrgias, pero muchos de ellos lograban su opuesto, debilitarlas, pues canalizaban odio, ira, miedo y dudas, sentimientos que nada tenían que ver con la rectitud de sus predecesores. Notar todos esos sentimientos provocaba en Kirino el pensamiento de que acabaría siendo liberado casi involuntariamente. Si hubiese podido reír en ese momento, lo habría hecho.

    En cambio, fue solamente percibir a Endou en la estancia y ese pensamiento desapareció, la empatía volvió a embargarle y ya no tuvo ganas de salir.

    —Hola, Kirino. Perdona por estar tanto tiempo lejos de ti. —Kirino pensó que le trataba como a su pareja o algo así—. El consejo de ancianos ha estado debatiendo sobre qué hacer conmigo.
    —Han decidido permitirte venir, al final.
    —Sí. Han visto que, estando yo aquí, las teúrgias no se ven afectadas por tu impulso de salir.
    —¿Qué impulso de salir? —preguntó, algo confuso.
    —Tu alma siempre está intentando salir de su prisión. Por lo que me acabas de preguntar, lo hace inconscientemente. Pero cuando estoy yo aquí, ese impulso no está.
    —Sigo queriendo salir —dijo, a medias mintiendo.
    —Puede, pero no ahora —contestó Endou, acertadamente—. Algo distinto he hecho yo para que quieras hablarme, escucharme y permanecer calmado.

    Era cierto. Su percepción había quedado impactada por lo distinto que era Endou del resto. Deseaba todo lo que él había nombrado. Él no lo sabía, pero la sensación era que disfrutaba de su nuevo compañero.

    Y así fue como Endou y el alma maldita pasaron toda la vida del primero charlando.

    Kirino siempre se reservó la parte en que sabía que quedaría libre hicieran lo que hicieran. También mantuvo en secreto qué percibía y cómo y las poquísimas emociones que llegaba a sentir. Todo esto lo hacía porque sabía que Endou jamás llegaría a ver el día en que el alma maldita quedara libre, así que prefirió que ambos se centraran en el presente.

    Curiosamente, era su parte menos cruel e insensible la que siempre contactaba con Endou para hablar, la que le preguntaba por sentimientos desconocidos, o lo que sentía Endou para comprenderle mejor (sin usar su tan buena percepción). Se explicaban historias entre ellos: Kirino contaba algunas de sus atrocidades sin ningún tipo de emoción, y a cambio Endou le mantenía al corriente de la historia de su mundo.

    —Sabes que todo lo que me cuentes quedará escrito o grabado, ¿no? —le advirtió Endou, el día que supo cómo Kirino se convirtió en ese ser malvado, invadido por el poder divino.
    —Lo sé. Pero no me importa. Yo solamente te cuento cosas.
    —Está bien.

    Cuando hubieron pasado muchos años y Endou se convirtió en un anciano, éste sorprendió de nuevo a Kirino.

    —¿Sabes qué es la amistad?
    —No lo sé.
    —Es esta vida que hemos pasado juntos. Hemos hablado, hemos sentido, nos hemos comprendido, te has sentido en calma igual que yo y nunca jamás has deseado hacer nada delante de mí que no fuera hablar o escuchar.
    —¿Eso es la amistad? Bueno, debo decir que está bien, entonces.
    —Pues claro que está bien. Porque me has demostrado que puedes ser buena persona, aunque tus cadenas impidan que sientas nada.
    —¿Por qué me dices esto ahora?
    —Porque es hora de decirnos adiós, Kirino. Sé que para ti no significará mucho, pero para mí sí. He tenido una vida plena a tu lado, y al lado de mis amigos del templo y no deseo que termine, pero mi cuerpo ya no aguantará mucho más.
    —Te mueres.
    —Así es. Espero que en un futuro te encuentres a más personas como yo que crean en ti y puedas desear hablarles.
    —Yo también lo espero. Ha sido toda una experiencia.
    —Adiós, Kirino.
    —Adiós, Endou.

    Esa fue la única vez que llamó al monje por su nombre en toda su vida. Kirino notó cómo, aunque Endou siguiera delante de él, la oleada de empatía que tanto le atraía se desvanecía poco a poco. El alma maldita deseó por un segundo poder coger esa empatía y quedársela, pero se le escurrió entre sus pensamientos y huyó, hasta quedarse solo. De nuevo.

    Su mente le decía que Endou había muerto. Su corazón le decía lo mismo, aun cuando en teoría no podía decirle nada, por culpa de las cadenas. Kirino sintió en lo más profundo de su ser cómo algo se rompía y no pudo evitar que su cuerpo inexistente reaccionara en consecuencia. Lloró lágrimas invisibles, sollozó con una voz que no quería que nadie oyera.

    Frenó la percepción de su alrededor como si cerrara los ojos pero, desde fuera, una luz púrpura alumbraba la estancia, con el cuerpo sin vida de Endou reclinado en la madera, y una vocecilla débil y suave salía de esa luz púrpura. Involuntariamente, Kirino sentía tristeza y no podía evitar nada de lo que estaba ocurriendo en el mundo real.

    La luz alertó a los monjes, que acudieron en ayuda de Endou, pero antes de que se acercaran siquiera a la entrada, la luz se apagó, Kirino dejó de sollozar y nunca nadie supo que el alma maldita había llegado a sentir esa tristeza. Solamente encontraron el cuerpo de Endou y se lo llevaron, comprendiendo que había muerto de viejo.

    Desde entonces, muchas décadas pasaron, incluso siglos, en los que Kirino permaneció en silencio, sin sentir, entender, percibir nada igual a lo que Endou le proporcionó. Tampoco lloró nunca más por él, pues entendía que era así como funcionaba la vida.

    Pasaron dos siglos antes de que volviera encontrar un alma pura parecida a la de Endou. De nuevo, tuvo una amistad duradera con el monje que llevaba esa alma tan pura. Hablaron durante muchos años. Pero no fue lo mismo, pues esa alma fue quedando empañada de los ideales de otras personas y perdió parte de su pureza.

    Esa historia se repitió unas cuantas veces. Monjes que de jóvenes eran puros, idealistas, que transmitían de una u otra manera la empatía que Endou le proporcionó en un pasado, pero a todos se les implantaron ideas parecidas a las del resto, la rectitud, sentimientos adversos, firmeza, concentrarse en las teúrgias. Ninguno tenía la fuerza de voluntad que tuvo Endou para seguir su propio camino y no alterarse por las horribles historias que Kirino contaba. Todos acababan marchándose. Kirino nunca lloró por ellos cuando sus alma se apagaban, pues se apagaban siendo almas adversas a él, influenciadas o traumadas por su entorno.

    Hasta que apareció el último de todos, Shindou. Fue como si Endou hubiera decidido volver bajo el nombre de otra persona. Allí estaba esa inconfundible empatía, esa energía positiva, esos sentimientos perfectamente regulados. Kirino se reencontraba con el pasado y, cuando recibió de lleno la primera oleada de empatía de Shindou, cuando éste aún era muy joven, no dudó en hablarle.

    Por desgracia, eso complicó las cosas. Consideraron a Shindou como alguien especial, pero no sabían el porqué. Después de tantos siglos, habían olvidado porqué Kirino hablaba a algunas personas, y empezaron a moldear a Shindou bajo el paradigma de monje firme, recto e insensible, igual que el que lo encerró en cadenas de teúrgia.

    Kirino no permitió semejante ultraje a una persona tan bella como ese chico. Sabiendo que las teúrgias originales estaban extremadamente desgastadas y que pronto saldría de su prisión, provocó, apremió, se mostró insolente, mintió, pinchó de todas las formas posibles a Shindou para que mostrara alguna emoción, buena o mala. Solamente así, Shindou volvería a ser esa alma luminosa y pura que Kirino recordaba haber percibido. Y solamente por ese camino, Kirino se mantendría calmado dentro de su prisión una vida más.

    Dio su efecto. Debido a la debilidad de las teúrgias, Kirino iba recuperando emociones y deseos, la mayoría relacionados con su propia maldición, así que le costaba cada vez menos mostrarse como quien realmente era. Solamente cuando las teúrgias mantenían su energía estable se veía privado de todo eso, como en el pasado. Pero un solo desliz, una emoción mal puesta, cualquier exceso, falta de pureza, sentimiento adverso, y el Kirino poseído hacía acto de presencia, lo quisiera o no.

    —¿Cuánto crees que aguantarán estas cadenas, Shindou? —le preguntó mordazmente ese día vital.

    Fue cuando le reveló al monje todo lo que podía percibir, lo cerca que quedaba de ser libre. Era una advertencia que tanto la parte poseída de Kirino como la insensible probaban de comunicarle, pues la primera estaba deseosa de liberarse, como impulso natural, y la segunda procuraba provocar una vez más a Shindou para que recobrara su camino mostrando sus emociones.

    Funcionó, alteró a todos. Los cambios fueron constantes y eso solamente aceleraba la liberación de Kirino a la par que recuperaba emociones.
    Como ese par de… de… ¡idiotas! que decidieron ser pareja. Los había percibido desde que se enamoraron, pero nunca le había preocupado lo que ocurriera, porque Shindou estaba allí, con su empatía y su luz particular. Pero una vez llegó el caos y Kirino empezó a sentir, recordó los deseos que tenía cuando estaba libre y sintió ira y envidia de ellos porque eran libres de hacer lo que quisieran. Su amor le arrastraba como si fuera un alud, le agobiaba y le recordaba que estaba encerrado, que no le estaba permitido sentir todo aquello por culpa de las teúrgias.

    Y también le recordaba a Endou. No percibía el amor de esos dos monjes igual como Endou le había proporcionado su empatía, pero recordarle precisamente estando en ese momento tan sensible y cercano a la liberación… Lloró. Lloró de nuevo la muerte de su verdadero amigo después de cientos de años de ese hecho, después de tanto tiempo sin mostrar sus emociones.

    Y fue como un llamado. Como un grito de auxilio. El monje, Shindou Takuto, apareció y olvidó su rectitud para ser ese niño con el alma pura y luminosa que le mostró toda su empatía de nuevo. Kirino siguió llorando esa noche, poniendo excusas y mintiendo sobre porqué lloraba, pero se convirtió en un llanto agridulce, pues pese a que estaba triste por Endou, sentía la empatía de Shindou alcanzarle con toda su energía y, en parte, calmándole. En ese estado, Kirino no pudo evitar decir la verdad: el corazón de Shindou y de todos sus predecesores hasta Endou le liberaban. Le liberaban del impulso de salir, del ansia de volver a hacer daño. Shindou no tardó mucho en comprenderlo.

    Entonces, pese a que ya era irremediable que Kirino escapara (o así lo sentía él en sus débiles ataduras), Shindou se esforzó en ser la persona empática y amigable que Kirino recordaba. Y estuvo tranquilo por ello, porque su nuevo amigo lo había comprendido al fin.

    Otros probaron de ser como Shindou, pero solamente se estaban mintiendo a sí mismos, estaban de nuevo moldeados de forma imperfecta a imagen de una sola persona, y eso agobiaba a Kirino, porque les habían impuesto la idea equivocada y no eran ellos mismos. Poco tardó Shindou en darse cuenta de eso también y, aunque fue con problemas para el monje, todo volvió a la normalidad.

    Pero hacía nada, unos pocos días, Kirino había notado en Shindou un nuevo sentimiento que no era la simple empatía que siempre recibía. Notaba algo más.

    Muchas veces a muchos monjes les había preguntado qué era el amor hacia una persona, cómo era sentirlo, y ninguno de ellos le había podido responder con certeza. Shindou tampoco lo había hecho, pese a que tenía amor a la propia empatía, la paz y la felicidad. Kirino buscaba ese sentimiento en las personas para saber cómo era, pero por alguna razón era incapaz de llegar hasta él. Ese par de tortolitos, a los que llamaban Hinano y Anemiya, lo habían encontrado, y notaba sus reacciones y emociones, pero no podía alcanzar a sentir como ellos el amor. Y eso le sacaba de quicio completamente.

    Y eso que sentía en esos dos idiotas también lo había percibido en Shindou, pero no se lo había transmitido a él. Su parte más malvada y cruel aparecía entonces en su mente para empujarle a salir y a matar a todo aquél que sintiera algo parecido, y luego a matar a los que impedían que él mismo lo sintiera.

    Tantos siglos encerrado, sin sentir nada, y ahora era incapaz de reprimirse cuando las teúrgias flaqueaban un tanto. Recordaba una de tantas matanzas de inocentes en su anterior vida y le daban ganas de seguir con eso porque él lo tenía todo excepto sus sentimientos.

    Esto era cosa de la maldición de los dioses, estaba seguro de ello. Condenado a vagar sin rumbo esperando encontrar lo que buscaba, sin éxito. Las cadenas impedían sentir nada y la maldición le empujaba a eliminar todo lo bueno en las personas.

    Luego sentía la empatía de Shindou, aunque fuera de lejos, y conseguía calmarse un tanto. Deseaba sentirla.

    En esos momentos notaba que Shindou estaba usando sus emociones, en la distancia, y notaba un poco de esa empatía acercándose como una hoja en el viento hasta él. Era una brisa fresca.

    Entonces notó que alguien entraba en su estancia. Iba cargado de buenas y malas emociones, muchas de ellas un tanto descontroladas. Nada había en él de la rectitud de los monjes que usaban para energizar las teúrgias. Kirino prestó atención a esa energía, pues no venía a hacer su trabajo.

    —Hola, Kirino Ranmaru —susurró el monje, arrodillándose delante de él. Era el de pelo naranja, Anemiya—. Soy Anemiya Taiyo. Bueno, supongo que ya lo sabes. Sé que sólo le hablas a Shindou pero… quiero pedirte un favor. Sé que sabes lo que sentimos Hinano y yo. Sé que no te gusta. Pero te ruego, por favor… no le hagas daño a él. Lo es todo para mí, no podría… Por favor, no nos tengas envidia, yo… sé que tú y Shindou os tenéis el uno al otro. Sé que eso te basta…

    Conforme el chico iba hablando, Kirino luchaba más contra sí mismo para reprimir sus emociones. El impulso de escapar y el de quedarse estaban luchando con fiereza. Qué ingenuo estaba siendo ese Anemiya, creyéndose que una simple súplica le valdría para salvar la vida de su novio. O la suya. O la de nadie. Cada vez se sentía con más ganas de salir. Que rezaran todos porque alguien apareciera a tiempo.

    —¡Anemiya! —interrumpió uno de los monjes—. ¿Qué haces aquí? ¡Fuera!

    El chico obedeció y se fue. Kirino se sintió algo menos dividido cuando ese monje empezó a poner su energía en las teúrgias. El efecto anestesia que provocaban las cadenas empezó a tranquilizarlo y buscó serenamente en su mente para calmarse.

    “Está muy cerca el momento”, se dijo. “No hay posible escapatoria”.

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    Eso es todo jeje hasta pronto! :)
     
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    Waaaaa me ha encantado esta muy kawaii el fic
     
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  7. TsunaEndoTenma321
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    PORFAVOR ME GUSTA
    ESPERO QUE ESA ALMA TAN ATORMENTADA SE ESCAPE Y SE ENAMORE O ALGO ASI SOLO QUE POR EL AMOR DE DIOS PASE ALGO
     
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    Me he demorado! Ya lo sé, me he demorado mucho! Lo siento XD es que estoy que trabajo bastante últimamente y se me olvida de colgar (recordad: está todo escrito, así que nunca se abandonará este fic :P )

    Bueno, muchas gracias por vuestros comentarios, son siempre muy bienvenidos :) normalmente tengo pocos y me alegran bastante el día jeje

    ¡Sin más dilación, musiquilla de ambiente (relacionadas con el estado de ánimo de Kirino y de los protas) y a leer!

    SPOILER (click to view)
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    Triptykon - Goetia


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    Capítulo 4: Sombras invasoras



    Shindou salió de su habitación, al día siguiente. Era mediodía. Después de muchas horas usando toda la energía, emoción y poder que estuvo en su mano para crear las teúrgias, ya estaban listas y guardadas en lugar seguro, aunque llevaba algunas encima. Estaba agotado, pero quería ir a ver a Kirino. De camino, se encontró con Hinano y Anemiya, que caminaban cabizbajos.

    —¿Qué os pasa?
    —Taiyo ha hecho algo que no debería. Todo el templo está enterado ya.
    —¿Qué ha pasado? —les apremió Shindou.
    —Entré en la estancia de Kirino. Quería hablar con él.
    —Pero… ¡Qué tontería has hecho!
    —Ya lo sé, no debería…
    —¡No, no te haces a la idea! ¡Las teúrgias están en su estado más débil ahora mismo!

    Echó a correr hacia el núcleo de cadenas casi sin terminar la frase. Después de tantas horas trabajando con su propia energía se había dado cuenta de lo peligrosa que estaba la situación. Las teúrgias ya solamente se sostenían con la ayuda de los monjes más cercanos al círculo y la paz dependía casi por exclusivo en Shindou y el Maestro de Cadenas.

    Irrumpió en la estancia cuando tres monjes de rango menor estaban aportando su energía. Uno de ellos se giró hacia él:

    —¿Qué ocurre?
    —Llama al consejo y al Maestro de Cadenas inmediatamente.
    —Pero si todo va…
    —¡Llámalo!

    Por detrás, Anemiya e Hinano aparecieron. Era el peor momento posible.

    —¿Qué hacéis aquí? ¡Marchaos!
    —¡Shindou! —le llamó uno de los monjes—. ¡Mira!

    El núcleo de cadenas estaba empezando a metamorfosear. Ya no era una bruma oscura que ocultaba lo que había en el centro. Esa bruma empezaba a mezclarse con el resto de la estancia y del centro empezaba a emanar una sustancia roja que empezaba a encenderse como fuego.
    Entonces el Maestro de Cadenas y el consejo aparecieron y rodearon el núcleo para intentar contener con las teúrgias a Kirino.

    —El resto, ¡marchaos! ¡Evacuad el templo! —ordenó el Maestro.

    Shindou no vio si le hacían caso, porque él solamente se fijaba en la prisión de Kirino. Se sentó para intentar evocar sus sentimientos y hacer ver al alma maldita que él estaba allí, pero se encontró con una barrera de energía muy importante. La empatía no le llegaba.

    Entonces intentó una locura. Acercarse a Kirino físicamente.

    —¡¿Shindou, qué haces?! ¡Sal de ahí!

    El monje cruzó las teúrgias exteriores sin ningún miedo y hundió sus manos en la niebla oscura, hasta encontrar el lugar exacto donde las cadenas se agolpaban. Agarró ese punto con los dos manos.

    —Kirino. Por favor. No hagas esto. Sé que puedes aguantar un poco más. Por favor.
    —Aléjate —dijo, sencillamente. No era la voz de siempre. Era una voz débil, una voz vencida.
    —¿Qué?
    —¡Aléjate!

    Shindou dio un salto atrás, tan rápido como pudo, y que sacara una teúrgia de su manga fue señal suficiente para todos los presentes para que hicieran lo mismo.

    Al mismo instante que Shindou murmuraba “protección” con la teúrgia en alto, toda la sustancia que Kirino había vertido por la estancia se inflamó y estalló como una gran explosión de gas. Todo el edificio saltó por los aires en una nube negra y roja de humo y escombros.

    Shindou abrió los ojos. Se había salvado, excepto por alguna herida leve. Seguía de pie, en la posición de invocar la teúrgia, pero el papel de esta se había volatilizado con la explosión. La protección había resultado.

    Nada tenía que ver el aspecto del edificio hace unos segundos con el de ahora. Apenas quedaba metro y medio de alto del edificio. Estaba casi todo carbonizado, troceado, ardiendo. Muchos de los miembros del consejo no habían conseguido sacar a tiempo la teúrgia y habían muerto al instante, igual de carbonizados que el edificio. Apenas quedaban sus esqueletos ennegrecidos. El Maestro de Cadenas había conseguido salvar a tres de los miembros por sí mismo y se acercaba corriendo a Shindou.

    —¡Shindou! ¿Estás bien?
    —Sí, sí, lo estoy.

    No prestaba atención. Tenía la mirada clavada en el núcleo de cadenas. Todas las teúrgias se habían roto a la vez. Las cadenas estaban todas en el suelo, carbonizadas, rotas o simplemente sueltas. Algunas que habían resistido más habían arrancado de cuajo algunas partes del edificio, como si alguien tirara de ellas desde el aire como una raíz. El núcleo oscuro estaba flotando en el aire y, como si fuera un portal, de entre esas sombras apareció poco a poco el cuerpo de un joven, completamente armado con dos espadas negras y una armadura de metal muy fino del mismo color que le cubría por todos lados. Tenía una parte de la cara toda negra, incluso el pelo. La otra parte era una piel casi del color de la nieve y el pelo rosa. Lo único que parecía quedar a salvo de esa extraña apariencia eran unos más que aterradores ojos de azul claro, fríos como el hielo.

    Kirino inspiró con tranquilidad, soltó el aire y luego sonrió de forma macabra mientras observaba la humareda resultante de la explosión que él había provocado.

    —Kirino, por favor, no hagas esto —se atrevió a pedirle Shindou, dando un paso.
    —Claro que lo voy a hacer —dijo sonriendo, mirando cómo había quedado el edificio—. Oh mira, eso buscaba.

    En cuestión de un segundo se transformó en un pájaro hecho de sombras y atravesó a Shindou y al resto de supervivientes de la explosión como una ola. Los monjes pudieron sentir en sus carnes todo el odio y las ansias de matar que tenía el alma maldita, pues quedaron pedazos de su maldad en sus interiores, por unos segundos.

    Shindou se giró hacia donde Kirino se había dirigido. Había un montón de monjes aún, intentando huir, y entre ellos estaban Anemiya e Hinano. Mientras todos huían de Kirino, su confidente y el Maestro de Cadenas corrieron hacia él.

    —¡Kirino, no hagas esto! —le gritó Shindou.

    Sin embargo, el guerrero oscuro no le escuchaba. Había visto el temor en ojos de la pareja y se estaba recreando mientras caminaba despacio hacia la habitación donde se habían escondido Hinano y Anemiya. De una sola cuchillada en el aire, un tajo oscuro barrió toda la habitación, destrozando el techo y las paredes casi hasta los cimientos.

    —Cuántas ganas tenía de esto… —suspiró Kirino, entrando en la habitación.
    —¡No te saldrás con la tuya! —le gritó Taiyo.

    El chico lanzó una teúrgia de cadena, seguida de una de luz divina, pero Kirino tuvo suficiente con levantar la mano para que ambos poderes se detuvieran en el aire y se desviaran a su espalda, contrarrestándose la una con la otra. Entonces sacó de su interior su propia teúrgia, en papel negro y letras rojas, y sin decir nada, una sombra agarró al de pelo naranja por el cuello y lo sostuvo en el aire.

    —¡Déjale en paz, monstruo!

    Hinano saltó a por él con una teúrgia de protección contra el metal, pero de nuevo una bruma oscura frenó la teúrgia y acercó a Hinano lo justo para que recibiera un golpe con el mango de una de las espadas de Kirino. El rubio quedó arrodillado ante el maldito, tosiendo violentamente. Kirino le dio una patada, arrinconándole en una de las destrozadas esquinas.

    —¡No te atrevas… a tocarlo! —le gritó Taiyo, con voz ahogada por la teúrgia oscura.
    —No lo voy a tocar, tranquilo —se rio de buena gana Kirino, mirando al aterrorizado Hinano—. Es tu chico, ¿no? Me dijiste que no le hiciera daño. Pero voy a hacerle algo mucho peor.
    —¡Alto! —Shindou y el Maestro por fin se habían abierto paso entre los monjes y los escombros. Ambos usaron una de sus teúrgias de cadenas, para sujetarlo. Cuatro cadenas le agarraron por los brazos, tirando de ellos violentamente y sosteniéndolo—. Es hora de acabar esto.
    —Oh, no, no —dijo con falsa voz lastimosa el villano—. Tan pronto no, ¡si tengo muchas cosas con las que jugar!

    Nada más acabar de decir eso, se agarró a sus propias cadenas y éstas empezaron a tornarse oscuras, rompiéndose al final por la mitad. De un solo latigazo, ambos monjes salieron disparados hacia el patio.

    Kinsuke había conseguido huir unos metros para ir a buscar sus teúrgias, pero no llegó a cogerlas. Kirino le agarró con su sombra estranguladora y lo estampó contra la pared.

    —Es una verdadera lástima… De verdad que entiendo a tu chico, eres una preciosidad… Pero hay que enseñar a los buenos quién manda aquí. Ahora veremos si de verdad quieres tanto a tu novio.
    —¡No le toques!
    —¡Tú a callar! —ordenó Kirino, tapándole la boca con una nube de sombra. Luego, su mano derecha hizo desaparecer su espada y luego la propia mano—. Vamos a ver qué hay aquí dentro.

    La mano, convertida en mera bruma negra, se hundió en el pecho de Hinano, provocando unos gritos horripilantes por parte del rubio. Anemiya estaba intentando liberarse, pataleando en el aire.

    —¡¡POR FAVOR PARA!! ¡¡AAAAAAAGGH!!
    —Mm… vaya, estoy decepcionado. Tu amor es verdadero, no hay manera de contaminarlo. Pensaba que la pequeña súplica de tu chico era una mera distracción… Qué pena —acabó, sacando su brazo oscuro del pecho de Hinano—. En casos como este es mejor cortarlo de raíz.

    Antes de que nadie pudiera coger aire, ni protestar, Kirino recuperó su espada y la hundió en el corazón del chico. El corte le silenció de inmediato, pero seguía vivo, milagrosamente.

    —¡¡NO!! ¡¡KINSUKE!! —gritó Taiyo, que se vio liberado de toda bruma oscura.
    —Puedes despedirte de él, si quieres —se burló Kirino—. Pero te aconsejaría que lo remataras con una de tus teúrgias.
    —¡¿Qué le has hecho?!
    —La sombra que emana mi espada le invadirá hasta que su alma muera en completa agonía y pase a ser el primer soldado de mi ejército —dijo, tan contento. Luego vio que Shindou y el Maestro volvían a entrar en la habitación, con cara de horror por lo que estaban viendo. Para evitar su intervención, Kirino lanzó una ola de sombras, para que estuvieran distraídos protegiéndose—. Mátalo. Si lo quieres de verdad, mátalo.
    —¡Eres un monstruo!
    —Dime algo que no sepa. Mátalo.

    Hinano respiraba con dificultad. Su cara estaba chupada y empezaba a oscurecerse.

    —Te… Te quiero —susurró el rubio, con el poco aliento que tenía.
    —Yo también te quiero —le correspondió Taiyo, llorando irremediablemente. Luego sacó una teúrgia de luz purificadora y se la puso entre las manos, en el pecho—. Adiós, Kinsuke…

    Antes de que la teúrgia se activase, Taiyo vio desesperado cómo su chico sonreía por última vez. Luego una luz potente invadió el cuerpo de Hinano, cegando tanto a Anemiya como a Kirino, y cuando abrieron los ojos, de Hinano solamente quedaba ceniza.

    —Mátame. Haz lo que quieras conmigo —dijo, sollozando sin cesar, sobre las cenizas de su novio.
    —¿Qué dices? Ahora quieres morir, no serviría de nada. Quiero ver cómo sufres. —Y le lanzó una teúrgia que se tatuó en la piel de Taiyo—. Ahora sabré en todo momento qué sientes y podré evitar que te mates si lo deseo. O que me ataques.

    Taiyo maldijo y se lanzó de nuevo contra el villano, pero con un solo movimiento de su mano izquierda, el pobre monje quedó arrodillado, como si le estuvieran aplastando contra el suelo.

    —Eres mi títere —le dijo Kirino, susurrándole a la oreja—. Me lo voy a pasar en grande contigo.

    Luego, el alma maldita se transformó en ese pájaro de sombras de nuevo y se alzó en el aire, huyendo del templo. Hasta entonces, ni Shindou ni ninguno de los otros monjes pudieron penetrar en las sombras invocadas al alrededor de esa habitación.

    —¡Taiyo…! —advirtió Shindou, cuando él y el Maestro de Cadenas pudieron pasar. El chico solamente se encontraba llorando delante de esas cenizas con una forma sospechosamente humana. Ambos comprendieron al instante. Shindou también se echó a llorar—. Taiyo… Lo siento…

    Ambos se abrazaron, allí en el suelo, mientras el Maestro ponía una mano en cada hombro.

    * * *


    Poco después de irse Kirino, todo el templo ya estaba vacío. La mayoría de los monjes habían huido a tiempo, y los que no habían visto horrorizados cómo aquel animal arrasaba medio templo en apenas unos segundos. Ninguno de ellos sabía qué había pasado con Hinano. El Maestro de Cadenas había ordenado a los pocos miembros del consejo que quedaban que encontraran a los monjes y los pusieran a salvo para poder hacer frente a Kirino en otra ocasión.

    Taiyo quiso enterrar las cenizas de Hinano en una vasija, en el cementerio que había detrás del templo, cara la montaña.

    —Sabes que no tendremos la suerte de volver a encerrar a Kirino en el mismo sitio —le dijo el Maestro de Cadenas.
    —Lo sé. Pero cuando todo esto haya acabado y Kirino vuelva estar encerrado, o muerto, volveré aquí, recuperaré sus cenizas y las lanzaré donde yo sé que le gustaría estar.

    Anemiya pronunció esas palabras de forma tan queda que cuando salió la palabra “muerto”, el énfasis asustó a Shindou.

    Los tres enterraron en silencio la vasija de Hinano en un punto concreto, bajo un arbusto en la periferia del cementerio. Era fácil de localizar. Anemiya no quiso decir nada, aunque su amigo pensaba que sí lo haría. Estaban ambos demasiado dolidos y apenados para decir nada.

    Cuando hicieron el camino de vuelta hasta el templo, los tres pudieron ver lo que en unos pocos segundos había hecho Kirino: toda la estancia del núcleo de cadenas, arrasada. Estaba en una esquina del templo, así que no había causado tantos daños. El patio central tenía muchas baldosas levantadas. Era un milagro que la fuente siguiera funcionando. Toda la franja sur del templo (pues el edificio era rectangular y cerrado) había quedado arrasada también, de cuando Kirino estaba buscando a la pareja. Como quien dice, solamente quedaba el lado este intacto.

    —Deberíamos irnos cuanto antes —dijo el Maestro, con voz apagada—. Id a vuestros cuartos a coger lo que necesitéis.

    Los discípulos avanzaron en silencio hasta sus cuartos, que estaban el uno al lado del otro. Shindou prefirió no dejar solo a su amigo cuando tuvo que entrar de nuevo en la estancia donde Hinano había muerto esa misma tarde, así que entró con él y se aseguró de que no mirara demasiado hacia esa esquina funesta.

    Prácticamente saltaron entre los escombros para llegar a la habitación de Shindou. Ni falta que hizo salir al patio para luego volver a entrar. El castaño se apresuró a sacar de un cofre bajo el tatami las teúrgias más poderosas que había creado y las puso a salvo en otro de sus kimonos que iba a cargar a cuestas en su mochila de viaje.

    Fuera, el Maestro de Cadenas ya les esperaba.

    —Supongo que ya no soy maestro de nada —dijo, haciendo broma, como despidiéndose del lugar.
    —Nos ha enseñado todo sobre las teúrgias —dijo Shindou—. Yo creo que sí lo es.

    Anemiya no dijo nada, solamente siguió con mala cara a su maestro. En su mente solamente había una cosa, y era hacer pagar a ese malnacido todo lo que le había hecho a él y a Kinsuke.

    A medio camino del primer pueblo, el humor de Anemiya empeoró. Estaba odiando sentirse lejos de donde Hinano se había quedado y no tenía ningunas ganas de seguir avanzando más que la que el odio y la venganza le proporcionaban. Pero, además de eso, encontraron restos de más monjes que habían perecido huyendo de Kirino.

    —Hay más mochilas que monjes —dijo con mala cara el Maestro—. Kirino ha reclutado a sus primeros soldados.

    No se dijo una palabra más. Pasaron otro buen rato reuniendo piedras para enterrar bajo ellas a los monjes fallecidos. Un total de cinco, y dos desaparecidos. Ya apenas quedaban dos docenas de monjes para encontrar.

    El camino se perdía por el bosque. Allí era fácil ocultarse, así que el Maestro y Shindou esperaron encontrar en algún momento a los pocos monjes que quedaban.

    —Se está haciendo de noche. Hay que encontrar un sitio para acampar.

    Estuvieron dando vueltas, esperando encontrar un claro, durante un buen rato. Curiosamente, el sitio para acampar los encontró a ellos, pues encontraron a los tres miembros del consejo y una docena de monjes más acampados allí, con un fuego encendido.

    —¡Gracias a los dioses, estáis vivos! —exclamó uno de los miembros del consejo—. Pensábamos que éramos los últimos. ¿Cómo habéis sobrevivido al ataque de Kirino?
    —Porque así lo quiso él —dijo con voz cortante Anemiya.

    El resto de los monjes, que sabían lo apegado que estaba el chico a su amigo rubio, se dieron cuenta de lo que había pasado realmente y callaron. El Maestro rompió el silencio:

    —¿Sólo quedamos nosotros?
    —Sí, solamente nosotros. El resto… —el anciano se interrumpió, dolido y enfadado— se los llevó ese bastardo.

    Durante la cena, todos rezaron unas oraciones por los compañeros caídos. Ninguno evitó llorar. Anemiya lloró desconsoladamente durante un buen rato y hasta que no se durmió, no fue capaz de contenerse. Shindou pensó que se había dormido más por puro agotamiento que no porque tuviera sueño.

    El Maestro de cadenas pasó buena parte de la noche acompañando a los que estaban más dolidos. Anemiya no se dejó, ni siquiera por Shindou.

    —No tienes que obligarte a pasar por esto solo. Hinano era mi amigo también —le dijo éste, con voz triste, antes de que su amigo se durmiera.
    —Si necesito algo te lo diré —dijo Taiyo, ya tumbado.

    Shindou fue incapaz de dormirse. Se sentía bastante culpable por todo lo que había causado, porque no había llegado a tiempo a comprender qué era lo que conseguía frenar a Kirino. Ahora no podía hablar con él, tampoco podía consolar a su amigo, echaba de menos a Hinano, a su hogar… Hundido entre sus rodillas, ocultaba su tristeza y su culpabilidad.

    Cuando se empezó a calmar, pensó en Kirino. No tenía dudas sobre lo que había visto y lo que había sentido de él. Tenía un lado sensible, uno que estaba triste y que necesitaba a un amigo. Echaba de menos hablarle y transmitirle su energía y sus emociones.

    Entonces recordó algo importante: en su prisión, Kirino fue capaz de desarrollar un nivel de percepción muy alto de su entorno. ¿Y si esa percepción ahora estaba potenciada? Podía sentir el dolor de Anemiya con su teúrgia oscura, ¿por qué no podría sentir su oleada empática de siempre?

    Se irguió y se puso a meditar. Algunos de los monjes le preguntaron que qué hacía, pero él no contestó. Simplemente empezó a concentrarse, recordando lo que había percibido del propio Kirino tanto a través de las cadenas como cuando quedó liberado de ellas.

    “Sigo creyendo en ti, Kirino”, pensó, como si se hablara telepáticamente con él. “Sé que acabarás haciendo lo correcto y sé que conseguirás liberarte de tu propia maldición. Me advertiste que me apartara, que me protegiera. Querías ayudarme. Y yo te voy a ayudar a ti”.

    Sus pensamientos no tenían un atisbo de duda, porque estaba seguro de ellos. Kirino le había salvado una vez y había huido del combate contra él hasta tres veces. Creía firmemente que era porque no quería hacerle daño de ningún tipo. Solamente había que hacerle creer de nuevo en la amistad, la felicidad y en el amor y Shindou confiaba plenamente en que lo acabaría aprendiendo de nuevo. Confiaba en que ambos pudieran explorar ese camino juntos.

    Cuando acabó de meditar, ya se había hecho de día. La luz del sol rayaba las copas de los árboles, que se mecían en un baile suave y relajante.
    Todo el grupo se puso en marcha a la ciudad más cercana, donde siempre enviaban a los monjes a por provisiones.

    —¿Cómo estás? —le preguntó Shindou a su amigo. No recibió respuesta—. No he conseguido dormirme. Has tenido suerte.
    —Creo que no. He tenido pesadillas toda la noche. —Su voz temblequeó con furia, por la rabia y porque estaba a punto de llorar de nuevo. Shindou le acompañó con una mano en su hombro—. Gracias.
    —No se merecen.

    Cuando salieron del bosque se detuvieron unos instantes. Empezaba un descenso, pues el templo se hallaba en un altiplano en el centro y en esos momentos se estaban acercando a la costa. A lo lejos, pudieron ver distintos incendios. Había pueblos rurales cerca, y muchos de ellos estaban en llamas. La ciudad, en cambio, parecía ser un lugar seguro por el momento.

    —No parece que tengamos muchas opciones —señaló el Maestro de Cadenas, reanudando la lenta marcha hasta la ciudad.

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    Espero que os haya gustado mucho (y que no me odiéis por todo esto xdddd). Si queréis, podéis buscar en facebook la página Kaiku-kun Fanfics, allí cuelgo todas mis historias además de esta :)
     
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    Waaaaaaaa
    Me has hecho llorar :=SHOROO: fue muy triste la perdida de kinsuke
    Pero amo el fic :=DFSDFSD: y espero q shindou logre ayudar a kirino
    Espero la conty con ansias
     
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  10. TsunaEndoTenma321
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    AMO AMO AMO AMO AMO TU FORMA DE ESCRIBIR TE TENGO UNA PROPUESTA CUANDO TERMINES DE ESCRIBIR ESTA ESCRIBIMOS UNA HISTORIA DE INAZUMA ELEVEN YAOI OBVIAMENTE JUNTAS QUE TE PPARECE PORQUE AMO COMO ESCRIBES
    :=FROGGSEY: :=FROGGSEY: :=FROGGSEY: :=FROGGSEY: :=FROGGSEY: :=FROGGSEY: :=FROGGSEY: :=FROGGSEY: :=PAMDAXX: :=PAMDAXX: :=PAMDAXX: :=PAMDAXX: :=MUSEEN: :=MUSEEN: :=MUSEEN: :=MUSEEN: :=MUSEEN: :=MUSEEN: :=MUSEEN: :=KITTIYN: :=KITTIYN: :=KITTIYN: :=KITTIYN: :=KITTIYN: :=KITTIYN: :=KITTIYN: :=KITTIYN: :=wozardd: :=wozardd: :=wozardd: :=wozardd: :=wozardd: :=wozardd: :=wozardd: :=wozardd:
     
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    ¡Buenas! Como ya dije, el fic lo tenía acabado desde hacía meses, así que visto el exitazo, ale, me vuelvo a pasar con el 5o capítulo :P queda poquito para el final. Y no, antes de que me pidáis nada, no hay extras XD esta es una historia que ya avisaré al final del último capítulo que me reservo cosas para mí.

    TsunaEndoTenma321 (coño, que nombre tan complicado XD): No hace falta que ni acabe de colgar este fic. Si habilitas los mensajes privados, podemos hablarlo cuando quieras. Sólo ten en cuenta que soy de España, así que mi horario es bastante distinto del tuyo (si no es que también eres español/a). Soy proclive a hacer fics compartidos (aunque aquí no hay publicado ninguno) así que... :) También te pido que si me buscas en mi página de facebook, mejor. Allí es más fácil de hablar. Luego te dejo un link.

    ¡Música maestro! (pilláis el chiste? :V)
    SPOILER (click to view)
    Ambas canciones dedicadas al esfuerzo de Shindou.
    Billy talent - Cure of the Enemy
    Jethro tull - Broadsword


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    Capítulo 5: La llama del odio



    Kirino caminaba con paso calmado pero firme por las calles de un pueblo desierto. Miraba un tanto aburrido el cielo, que estaba cubierto de ceniza del incendio que había provocado en varias casas. Se estaba extendiendo.

    —Estos pueblos no han cambiado en mis mil años encerrado —suspiró. Se giró a ver a sus desalmados pero fieles guerreros, que cada vez se volvían más oscuros. Cuando lo estuvieran, podrían moverse igual de rápido que él, con la ayuda del poder divino—. Sí, ya sé, nunca decís nada. Es lo malo de no tener vivos en tus filas.

    Este era el quinto pueblo que Kirino arrasaba. Por alguna razón, todos ellos estaban casi vacíos. Los pocos habitantes que había se habían sorprendido y habían reconocido al instante a Kirino, justo antes de morir y sumarse a las filas de su enemigo. Esos monjes pesados llevaban siglos advirtiendo de su huida.

    Lo que él necesitaba era demostrar lo poderoso que era, no solamente ir reclutando su ejército. Quería ejercitarse, tener que esforzarse para vencer a sus rivales, pero hasta ahora no había encontrado nada que lo satisficiera del todo.

    Durante la noche anterior, mientras estaba saqueando el cuarto pueblo, había visto el verdadero poder y también la forma en la que sus enemigos querían pelear con él.

    Nada más llegar, se encontró con un camión con colores marrones que se paró delante de él. Del camión salieron un montón de tipos forzudos con unas armas grandes y de metal que le recordaban a ballestas modernas. Ya no le gustó no ver espadas, pero le gustó aún menos cuando todos esos humanos empezaron a disparar a sus muertos más recientes, haciendo que la sombra que les invadía se desvaneciera y no le sirvieran más a Kirino.

    —Estás rodeado —le dijeron esos soldados—. Ríndete.
    —¿Solamente hacéis eso? ¿Disparar? Ya veo que en este mundo el honor y la valentía ha desaparecido completamente. Ni os atrevéis a acercaros a mí. Patético.

    Los soldados se vieron provocados y dispararon contra él, pero la armadura oscura le procuró una defensa contra proyectiles idónea, por muy rápidas que fueran las balas. Y las balas que iban a por su cabeza, quedaron desviadas por la energía oscura, que las frenó en el aire como si fuera cemento líquido.

    Contra ellos decidió que se lo pasaría bien. Se lanzó con sus dos espadas en el aire, a la velocidad del rayo, y fue inutilizando las extremidades de todos y cada uno de los soldados, con tajos que transmitían la oscuridad de sus poderes. Dos de ellos murieron al cabo de poco. Otros dos empezaban a horrorizarse por las visiones que el poder de Kirino les otorgaba y salieron corriendo, con sus brazos y sus piernas sangrando en abundancia. El último de ellos, que ya estaba sin arma y se estaba contagiando de la energía oscura, se arrodilló ante Kirino, agotado. El alma maldita no pudo evitarlo:

    —Sois una vergüenza. Os atrevéis a atacar desde la distancia con vuestros juguetitos si nada más que os defienda. ¡No lo dais todo! ¡No entregáis vuestra energía, no os esforzáis para demostrar quién es el más fuerte! Por lo menos los monjes son un rival digno, aunque sea a distancia, porque usan su energía interior y su fuerza de voluntad para hacerme frente. En cambio, vosotros… no sois más que basura cobarde que solamente aprieta un gatillo. Es frío y desapasionado, no tiene el mínimo honor. Hasta los arcos y las ballestas tienen algo. —Suspiró, cansado. Le aburría tener tan poca resistencia por el camino—. Mira, te voy a…

    El soldado ya se estaba temiendo lo peor, cuando de repente vio que su enemigo se agarraba con fuerza la cabeza, que gemía y cerraba sus ojos, doblado de dolor. Entonces aprovechó para sacar un cuchillo e intentar apuñalarlo, pero la energía maldita de los dioses se tragó su cuchillo en una nube oscura.

    —¡Maldita sea! —gritó Kirino, intentando enderezarse—. ¡No deberías hacer esto! ¡Hago lo que me da la gana! Él no se ha ido, sigue aquí, esperando. ¡Ingenuo! ¡Acabará igual que hace mil años! No. ¡Sí! ¡No quiero pudrirme allí dentro otra vez!

    Al herido soldado le dio la impresión de que dos personas se peleaban en la boca de su enemigo para controlarla y controlar el resto del cuerpo. Era una batalla interna, un diálogo.

    Entonces Kirino calló y se reincorporó. Vio que el soldado estaba intentando huir para coger el camión y volver a la ciudad. Sonrió. Era justo lo que quería: un mensajero del miedo.

    —¡Suerte con tu viaje, cobarde! —le gritó, mientras veía cómo el camión se alejaba, haciendo un gran estruendo y moviéndose lastimosamente, por la salud de su conductor.

    Cuando se encontró a solas con sus fieles servidores, Kirino volvió a flaquear y cayó al suelo, retorciéndose de dolor. Nunca hubiera pensado que la energía de Shindou fuera tan poderosa, a tanta distancia. “Ese maldito debe de creer que puede contactar con lo poco que quede de mi corazón cuando y como quiera”, se dijo mentalmente. Lo peor era que tenía razón. La potente energía empática de Shindou le llegaba como una ola gigante y le bloqueaba, pero no por ser su energía, sino porque el Kirino débil y sensible que había ido reapareciendo durante esos siglos luchaba contra la maldición divina. Y él, el Kirino destructor, solamente él, era la propia maldición.

    —¡Esto es ridículo! —exclamó Kirino, cuando recobró el control de su cuerpo, aplastando a su parte débil de nuevo—. ¡Es mi cuerpo! ¡Mi energía! ¡Es imposible que un puto cuento de hadas, con tanto amor y bondad, pueda conmigo! ¡¿Me oyes, Shindou?! ¡¡ESTO NO ES UN CUENTO DE HADAS!!

    Con sus fuerzas renovadas por la ira y el odio a todo el daño que el monje y sus predecesores habían hecho, salió volando en la oscuridad de la noche, con su ejército siguiéndole al ritmo que podía. Quería más destrucción.

    Pero había quedado decepcionado con el quinto pueblo, que arrasó por la mañana. Su odio y era mayor, pero el enfado se había volatilizado ante tal falta de resistencia por parte de los habitantes. Aun así, sonrió.

    —A estas horas, puede que aquel desgraciado ya haya llegado con su camión a donde sea que estén sus amigos. Espero que vengan con todo lo que tienen.

    Sin embargo, había visto que el verdadero poder no lo tenían ellos, sino Shindou. Eso le molestaba profundamente, porque ya estaba harto de ese crío, tantos sentimientos positivos y tonterías, tanta luz. Pero debía admitir que su energía era respetable y digna de él.

    Decidió dejarse de tonterías e ir directamente a la ciudad. Allí se pegaría un buen banquete de muerte y oscuridad y tendría un buen ejército a cambio. Sus muertos, por suerte, ya se habían oscurecido completamente y ya podían volar todos como una bandada de cuervos hasta la ciudad.

    Pese a eso, Kirino se tomó un tiempo para juguetear con el remolino de odio, ira y depresión que tenía su monje marcado por la oscuridad, Anemiya. La teúrgia oscura estaba dando sus frutos y observaba complacido cómo se consumía lentamente en su dolor. Se lo merecía. Nada en el mundo puede ir intrínsecamente bien y alguien tenía que enseñárselo cuanto antes.

    Entonces notó en su víctima una oleada de calma. Duró muy poco, pero fue suficiente para sacar a Kirino de sus casillas de nuevo.

    —Conque te resistes, ¿eh? Vamos a ver qué piensan tus amiguitos santurrones de esto…

    Igual como Shindou había hecho con su parte débil, Kirino alimentó a distancia la energía de su teúrgia oscura, tatuada en su cuerpo, para que tomara el control de la situación. Iba a sufrir, y todos los que estuvieran con él lo sufrirían también.

    Sintió la energía oscura saliéndose del control del monje, la violencia aumentar por momentos, notar su remolino negativo hacerse más grande durante varios minutos. Ojalá pudiera ver lo que estaba provocando, lo disfrutaría más.

    En lugar de eso, recibió todo lo contrario: tuvo que detener su conexión con Anemiya. La razón era que de nuevo le estaban disparando. Dos bestias voladoras con más soldados dentro hacían llover balas de muchas dimensiones, creando explosiones a su alrededor.

    —¡Guerreros oscuros! ¡A por ellos! —ordenó Kirino.

    Aquellas bestias de metal con sus aspas girando a toda velocidad dejaron de disparar casi al instante cuando una oleada de oscuridad les tapó la visión e invadieron tanto las aspas como las máquinas que disparaban las balas. Ambas bestias cayeron con estrépito en el suelo, con sus ocupantes quejándose y pidiendo ayuda desesperadamente.

    Los soldados de Kirino le dejaron paso cuando este llegó al primer de los aparatos.

    —¡Helicóptero alfa abatido! —dijo el soldado, mientras Kirino se acercaba a la cabina—. ¡No enviéis refuerzos! ¡Defended la ciudad!
    —Sí, más os vale, desgraciados, porque voy a por todos vosotros —dijo con voz lúgubre el alma maldita, justo antes de acuchillar al piloto. Los otros ya estaban muertos.

    En el otro helicóptero, los guerreros oscuros ya habían terminado su trabajo y ya reclamaban el cuerpo de cada soldado para el ejército de Kirino. Pero sabiendo que tardarían en ser totalmente operativos, el líder oscuro decidió enviarlos al bosque, con las órdenes que sorprendieran a los monjes.

    Así, Kirino y su ejército de muertos se convirtieron en una enorme sombra voladora y, a ras de suelo, esa sombra echó a volar rápidamente hacia la ciudad, marchitando toda la vegetación por la que cruzaba.

    * * *


    En su descenso en la ciudad, los monjes vieron la quinta columnata de humo alzarse, más violenta que las otras. Estaba lejos aún, y algo apartado del camino hacia la ciudad. Sus habitantes sabían que debían huir cuanto antes mejor del pueblo. De hecho, ellos no lo sabían, pero nada más oír la explosión que provocó Kirino cuando se escapó de su prisión, todos los pueblos del alrededor habían estado evacuados excepto por los pocos irresponsables o ignorantes que se quedaban.

    En lugar de desviarse al quinto pueblo, salieron a campo abierto, dejando el bosque y la montaña a la izquierda, y se dirigieron al cuarto pueblo arrasado. En realidad, estaban muy cerca ya. Shindou y el Maestro de Cadenas fueron los primeros en ver gente empezando a apagar los fuegos de sus edificios. Realmente era un pueblo muy pequeñito, con pocas casas.

    —¡Gracias al cielo que estáis bien! —exclamó, acercándose con prisa, uno de los habitantes que más conocía a los monjes—. El alma maldita se lo ha llevado todo por delante. Si no hubiéramos huido al ver la explosión en vuestro templo, ahora…
    —Tranquilo, vamos a solucionar esto —le dijo el Maestro de Cadenas, con voz amable—. ¿Ha habido víctimas?
    —Sí, cuatro soldados que vinieron a explorar la zona. Todos ellos han sido incinerados, para que el alma maldita no los pueda reclamar. Un quinto consiguió huir a la ciudad.
    —¿Huyó? Eso es un descuido de parte de Kirino —dijo Shindou, aunque realmente los dejó a ellos con vida, después de la muerte de Hinano.

    Una mujer se acercó corriendo, después de oír parte de la conversación.

    —¡Yo lo vi! ¡Huyó porque Kirino empezó a pelearse consigo mismo!
    Shindou, Anemiya y el Maestro de Cadenas se miraron entre ellos, sorprendidos, pensando que aquello sería un punto flaco de Kirino.
    —¿Toda esta pelea fue por la noche? —preguntó rápidamente Shindou.
    —Sí, era de madrugada.

    Shindou suspiró, algo aliviado. Tenía razón, después de todo. La oleada empática le había llegado y seguía afectándole como cuando estaba encerrado, solamente que esta vez le había provocado una batalla interna, a causa de su lado maldito liberado. Cuando Shindou miró al Maestro, vio que también sonreía un tanto.

    Para hacer un alto en el camino y decidir el siguiente paso, los monjes decidieron ayudar a apagar los restos de incendio que quedaban y empezar a reconstruir la aldea. Algunos de los adultos tenían mucha fuerza física (algo de lo que Shindou o Anemiya no podían enorgullecerse), así que fue un trabajo bastante rápido, a la hora de retirar los escombros.

    Cuando los dos jóvenes estaban haciendo un descanso, empezaron a oírse helicópteros en la distancia.

    —Van a por Kirino —dijo Shindou—. Pero son muy pocos.
    —Mejor. Así le podré dar yo mismo su merecido.

    De nuevo, Anemiya estaba mostrando su lado sombrío. Shindou no podía imaginar por lo que estaba pasando su amigo. Podía entender el desgarro, el dolor intenso, las ganas de vengarse o de morir y así reunirse con su amado, pero… ¿Cómo podía reaccionar Shindou ante eso? No lo sentía con tanta intensidad como su amigo. Solamente se le ocurrió abrazarle con dulzura y dejar que él reclinara su cabeza en su hombro.

    Podría decirle muchas cosas. Que la violencia y la venganza eran soluciones inadecuadas, típicas de Kirino. Que le acabarían atrapando de nuevo. Que no era tan malo como la maldición hacía ver. Pero no creía que nada de eso le sirviera para nada. Ni para Anemiya ni para él mismo, que probaba de buscar un motivo, el origen de todo este poder corrupto.

    —Gracias. —Anemiya siempre agradecía los abrazos. Le hacían sentir mejor.

    Entonces el tatuaje de la teúrgia oscura empezó a brillar con un color rojo intenso, por debajo la ropa de Anemiya.

    —¿Taiyo? —dudó Shindou. Sabía que algo malo iba a pasar en ese momento. Notaba una oleada negativa y un temblequeo intenso en su amigo —. Por favor, Taiyo, escúchame, ¡no le escuches, no le hagas caso!
    —¡¡NO ME LLAMES TAIYO!!

    Primero fue un empujón y luego fue una patada en el estómago. Shindou quedó en el suelo, doblado de dolor, mientras un poseído Anemiya empezaba a perder el control a causa de sus emociones negativas.

    —Por favor, Anemiya, somos nosotros, ¡somos tus amigos! —intentó hacerle ver su Maestro. El atormentado monje le miró con furia, mientras empezaba a irradiar energía oscura por el tatuaje—. ¡No, espera!

    El Maestro no llegó a sacar una teúrgia de protección. Un latigazo de esa energía oscura le dio de arriba a abajo, desde el hombro hasta la cintura, lanzándole contra la pared de uno de los pocos edificios intactos del pueblo.

    —Po-por favor… —dijo lastimosa Shindou, intentando recuperar el aire y agarrando de un brazo a Anemiya. Éste sonrió y le dio un golpe en la espalda que lo volvió a dejar en el suelo, dolorido—. ¡Agh…!

    Un montón de monjes de los forzudos se lanzaron a inmovilizar al chico poseído pero, cuando le tuvieron sujeto, la energía oscura les rodeó. Temieron contagiarse de esa energía oscura de Anemiya, pero su temor fue infundado, pues esa creciente esfera negra solamente les lanzó lejos de él… como si les intentara salvar con su último ápice de cordura.

    Y como si el parásito abandonara su nueva casa, la energía oscura se deshizo en el aire y Anemiya se desplomó con estruendo. Shindou y el Maestro, los más cercanos en ese momento del monje, se acercaron corriendo como pudieron.

    —Taiyo. Taiyo, ¿me oyes? —le zarandeó Shindou, mientras intentaba poner su cuerpo en su regazo. Miró a su Maestro—. Está consciente.
    —Shindou… ¿qué ha pasado?

    Uno de los monjes se apresuró a conseguir una toalla húmeda y se la pasó a su maestro, y éste a Shindou, quien se la puso en la cabeza de Anemiya.

    —Kirino ha usado su teúrgia para poseerte.
    —Recuerdo solamente haberte gritado y… ¡Lo siento!
    —Tranquilo, no es culpa tuya —le dijo, abrazándole como podía, mientras el pobre chico sollozaba de nuevo.

    Al cabo de poco, el sonido de los helicópteros cesó de repente. Todos miraron al cielo, buscándolos, excepto Shindou y el Maestro, que ya sabían que no eran rival para Kirino.

    —Deberíamos descansar antes de volver a seguir a Kirino —sugirió Shindou, preocupado por su amigo.
    —No creo que podamos perder tiempo, ahora mismo —le contradijo uno de los del consejo que quedaban—. Cada momento que pasa, Kirino es más fuerte y está más lejos de nosotros.
    —Nosotros podríamos cuidar de vuestro amigo hasta que se recupere —se ofreció uno de los aldeanos.
    —¡No! ¡Ni hablar! —exclamó Anemiya, intentando levantarse de golpe—. ¡Quiero estar allí cuando peleéis contra esa bestia! ¡No pienso quedarme de brazos cruzados!
    —Estás herido y cansado, no puedes…
    —¡He dicho que no! Si es cierto lo que ese bastardo dijo que me hizo, ahora mismo soy inmortal, ¡no puedo quedarme aquí consumiéndome!

    Anemiya ya había tomado su decisión. Y, dado que la teúrgia de Kirino era lo suficientemente poderosa para controlarle a voluntad, hiciera lo que hiciera, sobreviviría. Eso fue suficiente para convencer a todos, incluso a Shindou, en contra de su propia opinión al respecto.

    Mientras los monjes se preparaban de nuevo para ponerse en camino, Shindou reflexionó sobre ese poder que tenía Kirino sobre sus propias teúrgias. En ningún momento había pensado (ni él ni nadie en el templo) que una teúrgia pudiera quedar en el interior de una persona y alimentarse de sus emociones. Muy distinta era esa teúrgia de las cadenas que retuvieron a Kirino durante casi mil años.

    ¿Y si pudiera hacer él algo similar para protegerse? Una teúrgia así sería muy efectiva tanto para proteger como para hacer más fuerte una ola de empatía contra Kirino. Pero, para llegar a eso, debía encontrar un lugar tranquilo donde meditar, sin distracciones.

    —Necesito meditar —le comunicó a su Maestro. Anemiya y el consejo estaban cerca también—. Creo haber descubierto una manera de protegernos de Kirino, pero necesito hacerlo solo.
    —No creo que sea el mejor momento para abandonar el grupo —le dijo francamente su maestro, mirando de reojo a Anemiya.
    —Ya lo sé, pero no tardaré mucho, os alcanzaré en un día…
    —Yo también creo que es buena idea —intervino Anemiya, sorprendentemente. Todos le miraron esperando una explicación—. Creo que ha sido porque Shindou me ha querido calmar que el alma maldita ha poseído mi cuerpo. No le ha gustado.
    —Así que piensas que si te mantienes alejado del único que te consuela, nos ahorraremos más sustos —dedujo uno de los miembros del consejo.
    —Exacto.

    Shindou se sintió mal por su amigo en el acto, porque era precisamente el momento que más le necesitaba. Estaba pasando sus peores días, Hinano se había ido y Anemiya debía de sentirse tan perdido sin él… Pero lo que había dicho tenía sentido. Si Kirino detectaba a un Taiyo permanentemente destrozado y malhumorado, no le prestaría atención.

    —Gracias Taiyo —le dijo sinceramente Shindou, abrazándole como si fueran a pasar años antes no se vieran de nuevo—. Volveré muy pronto para darte la lata.

    Anemiya no sonrió, pero su amigo podía sentir que le había gustado ese comentario, siendo todo lo bromista que era el de pelo naranja.

    —Ve con cuidado.
    —Vosotros también.

    Y se encaminó hacia el bosque cercano al quinto pueblo, dejando al resto de monjes preparándose para seguir el camino a la ciudad.

    Se movió discretamente entre las lindes del bosque para no estar expuesto a un posible ataque de Kirino. Observaba siempre los altos rascacielos de la ciudad, esperando ver llegar refuerzos que distrajeran al enemigo durante un rato, pero no vio nada.

    Tardó una hora en ver de más de cerca el quinto pueblo. Se veía la columnata de humo, los helicópteros derribados y algunas víctimas que Kirino no había escogido para su ejército. El pueblo estaba desierto, aún. Sus pobladores debían de estar escondiéndose por los alrededores, como él mismo estaba haciendo, así que decidió no arriesgarse a entrar al pueblo y encontrarse con los soldados de Kirino.

    Anduvo otra hora, rodeando el pueblo. El bosque se hacía cada vez más oscuro, pese a que era mediodía, y cada vez se oía menos el ruido del fuego crepitando, las ambulancias y la policía y más la naturaleza, los pájaros, las hojas mecerse con el viento. Al final, encontró un riachuelo, escondido detrás de un pequeñito montículo.

    —Me alegro de encontrarme aquí —dijo, suspirando. Era el primer momento de calma desde que fue a hablar con Kirino por última vez en el núcleo de cadenas.

    Se sentó con tranquilidad sobre un lecho de hojas húmedas y procuró relajarse, sin pensar en nada, ni en Kirino, ni en su maestro, ni en Anemiya, ni en Hinano. Solamente necesitaba sentirse parte de la naturaleza.

    Con delicadeza, sacó de su mochila la cajita con todas sus teúrgias más poderosas que había hecho para transmitir todo lo bueno que sentía a Kirino. Algunas de ellas eran también dañinas contra la maldición, o le protegían de la misma.

    Encima del todo de las teúrgias había uno de los papeles en blanco que le habían sobrado. Lo cogió y lo posó encima de la caja, cerrada de nuevo. No tenía tinta para escribir los kanjis apropiados, así que tuvo que improvisar. Buscó por sus alrededores con la mirada.

    —Resina… —dijo en voz alta.

    Se levantó para buscar un árbol que tuviera bastante resina. Cerca de él había un arce viejo que tenía una pequeña piscina de resina en uno de sus agujeros. Con un cuenco recogió un poco y luego se acercó al río. La resina por sí sola no serviría, se quedaría pegada y no vería si estaba escribiendo la teúrgia adecuadamente, así que añadió un poco de agua fresca y tierra mojada para mezclarlo todo y crear una pasta algo viscosa que sirviera de puente con la naturaleza.

    Aquella mezcla no era casual: aprendiendo a congeniar con las emociones en el templo, a Shindou le habían enseñado desde muy pequeño que todas los sentimientos, buenos y malos, podían ser encontrados en la naturaleza si uno sabía buscar bien. Podía encontrar la libertad en el viento, la armonía en el bosque, la ira en los volcanes, y así en muchos ambientes posibles.

    Por eso había escogido esos tres componentes. El agua era la vida y era el cambio: creía firmemente que Kirino podía mejorar como persona y dejar su camino maldito hacia la paz. La tierra fresca era la fortaleza, la que permitía hacer crecer a todo ser vivo: esa misma fortaleza era la que tenía él y la que daba fuerza a sus sentimientos positivos. Y la resina era el sacrificio y la sangre como esencia de cada persona, cada aportación: esa parte estaba dedicado al esfuerzo de todos aquellos, incluido la parte sensible de Kirino, para mantener a salvo al mundo de la maldición. Esa parte en especial iba dedicada a Hinano y a aquellos que habían dado sus vidas en esos dos días para frenar a su enemigo.

    Mezcló bien esos ingredientes cargados de simbolismo y mojó el dedo en esa pasta. Shindou cerró los ojos, serio, para ir hasta el fondo de su corazón. Allí sobrepasó los sentimientos empáticos que había usado anteriormente y llegó hasta el más puro de todos, uno con el que había escrito solamente otra teúrgia. Shindou sonreír al notar la oleada feliz y caliente de su propio sentimiento y puso el dedo sobre el papel. A la velocidad del rayo, su dedo se arrastró por dicho papel, dejando unas marcas precisas, exactas, de lo que quería transmitir. Antes de que la oleada feliz acabara, la teúrgia estaba acabada.

    Ahora venía la parte más peligrosa: invocarla en su propio cuerpo. No le tembló el pulso cuando puso el papel sagrado encima de su corazón, pero éste latía con fiereza ahora que estaba a punto de hacer lo que solamente Kirino había podido.

    —Teúrgia de Abrazo de Luz: actívate —dijo solemnemente.

    Los caracteres de la teúrgia se iluminaron en un tono claro de verde y expandieron esa luz hasta ser como una vela natural. Al cabo de unos segundos, la luz desapareció. Debajo de esa luz, el papel también se había volatilizado y a Shindou solamente le quedaba la sensación de contener un gran poder en su pecho. Se deshizo los pliegues del kimono por el pecho para asegurarse de que había salido bien.

    Allí estaba: en color verde hoja, todos y cada uno de los caracteres que había escrito en el papel sagrado, tatuados en su piel, igual como Anemiya los había sufrido por parte de Kirino.

    Inspiró profundamente y proporcionó una ola de empatía a Anemiya, quien no podría llegar a notarlo esta vez. Como consecuencia, el tatuaje brilló de nuevo por las emociones de su portador, emitiendo una luz cálida y débil.

    —Estoy listo, Kirino. Voy a salvarte.

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    Siempre estoy junto a la naturaleza di mi nombre y estaré contigo

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    Wáaaaaaaaaaaaaaaaa :=NOIP:
    Q fantástico enserio eres la mejor persona y tu forma de escribir la amo, me facina hay tantas palabras para describirlo pero no se cual sea la correcta :=DFSDFSD:
    Es una súper historia se ve q en ella expresas sentimientos q transmite a todos tus lectores :=uuum:
    Es súper genial
    Me ha encantado quiero conty esta muy interesante la historia la amo y a ti también :=amors:

    Espero la conty con ansias me encanta :=arribarriba:

    Besos sayonara kaiku- san
     
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  13. TsunaEndoTenma321
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    WAA COMO AMO ESTO PLIS MAS xDD
     
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    M'ho he llegit tot però el meu review no serà per parts ni res d'això. Ho comentaré tot tal i com em vingui al cap. La veritat, tal i com ja t'he dit, en Kirino em recorda moltíssim a ma personatge original: Runihura, son realment semblants. Ha sigut espectacular veure el mant de destrucció que ha deixat el nostre yandere Kirino i la baralla interna que ha tingut, he rigut molt... Imaginant-me un Kirino "boig" parlant amb ell mateix... Hoho.

    Lo de Anemiya (s'escrivia així el personatge aquest??), sent controlat per Kirino i sent inmortal... It's a really good idea, guy :V, tot i que em fa molta llàstima, pobret but... Anyway, it's the drama and y'know e_____e, I'M THE FUCKING QUEEN OF DRAMA!! YEAAAH!!.

    He de dir-te també que la teva forma de descriure el paissatge inclosament els detalls és algo que sempre m'ha agradat de tu, jo no tinc aquesta facilitat així que ja m'ensenyaràs algún día :V. Al menys has tingut a persones que t'han comentat el fanfic i has pogut continuar actualitzant-lo, tot i que no són reviews gaire... En fi, per a gustos els colors, oi? Sé que ningú ha demanat la meva opinió però ara mateix ni m'importa :V, jo només deixò poh'aquí el que se me'n fot del cony.

    Els poders de Kirino son realment interessants, m'agraden molt, encara que m'és difícil imaginar-me'l amb aquesta mena de protecció negre que porta. Però sí imagino les espases i tio... Meravellosament precioses. Aviam com en Shindou podrà o intentarà salvar a aquest putu yandere, diguem-lo... Míster Destroyer, et sembla? :V :V :V :V.

    Quan has descrit els sentiments en la pròpia naturalessa... M'ha agradat moltíssim llegir aquesta part, perquè no me la imaginava d'aquesta manera (perquè no tenia coneixement :V) però ha sigut molt chachi llegir-ho, així com veure com se les apanya en Shindou per fer coses que puguin ser útils. I esperem, també, que l'Inmortal Anemiya no ens foti sustacos :V, encara que ara em recorda a algú i no acabo de caure a qui... Ains, quin fàstic de memòria.

    Bé, aquí acaba el meu review, no em vull allargar molt, y'know 'bout it. Ens veiem.

    See'ya!

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    ¡Ya vuelvo con el último capítulo! jeje no os quejaréis de que tardo mucho :V muchas gracias a todos aquellos que leéis y comentáis :)

    Sly D. Cooper: You're back! M'encanta com deixes caure els zascas indiscriminadament en els teus reviews :VV Si vols veure com va vestit "mister destroyer" en el fic, busca a google "skyrim armadura daédrica", tal cual. La primera fila d'imatges és suficient perquè et facis una idea jaja // lo dels sentiments de la natura m'ho he tret una mica de la màniga, ho admeto XD no sé si és real o no, però quedava bonic XD

    TsunaEndoTenma321: Espero que nuestro fic compartido funcione igual de bien que este jeje yo quiero mucho nivel en nuestra redacción ;)

    Música Maestro!!
    SPOILER (click to view)
    Linkin Park - Until it's Gone (En la batalla final)
    Devin Townsend Project - Fly (Nubes Doradas)


    NOTA: el nombre del capítulo proviene de una técnica de pintura nacida en Italia hacia finales de siglo XVI. Particularmente, el experto en esta técnica era Caravaggio, uno de mis pintores favoritos. Podéis buscarlo en google. Cuando leáis el capítulo entenderéis el porqué del nombre del título.

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    Capítulo 6: Claroscuro



    Había pasado la segunda noche desde que Kirino se liberó de sus cadenas. Parecía que hacía mucho más, sin embargo, pues lo que había logrado el alma maldita en ese tiempo era aterrador a la par que mostraba su eficacia: había logrado reunir su ejército con casi cada muerte que había provocado; había saqueado los alrededores de una gran ciudad, dejándola totalmente aislada de cualquier comunicación con el exterior por tierra o mar; hasta ese momento, el ejército había estado incapaz de detener a Kirino y su recién formado ejército y, cuanto más lo intentaran, más fuerte se haría.

    Los monjes llegaron a los alrededores de la ciudad hacia la noche. Se quedaron cerca de las ruinas de un edificio discreto, entre otros bloques más grandes, esperando poder descansar un poco antes de hacer frente a Kirino.

    —No se oyen explosiones ni estruendos —dijo uno de los monjes—. Esperaba que Kirino no cesara de pelear hasta que tuviera a toda la ciudad bajo su control.
    —Aunque no lo parezca, Kirino es humano, en parte —aclaró el Maestro—. En algún momento debe descansar. Probablemente lo esté haciendo ahora. Nosotros deberíamos hacer lo mismo. Mañana va a ser un día duro.

    Los pocos monjes que quedaban se acomodaron como pudieron entre las ruinas, buscando puntos donde reclinarse y dormir más fácilmente. Anemiya se puso al lado de donde estaba la puerta.

    Él no esperaba dormirse. Desde la entrada de esa casa se podían ver los rascacielos de la ciudad, algunos de los edificios altos cercanos y el cielo tapado por el humo que arrastraba el viento. Anemiya no podía dormir pensando en lo cerca que estaba de volver a enfrentarse a su enemigo. Solamente encontraría la calma cuando supiera con certeza que Kirino había sido exterminado tal y como lo conocían. Hasta entonces, el odio y el rencor que sentía por las barbaridades que el alma maldita había hecho eran lo único que le animaba a seguir adelante. Ni tan siquiera el amor que sentía por Hinano le proporcionaba la suficiente energía.

    Todo por ese maldito tatuaje que Kirino le había implantado. Creaba un bucle en su interior que le hacía sentir más odio y eso alimentaba a la propia teúrgia. Solamente se detenía cuando notaba la empatía de Shindou o cuando recordaba a su amado Kinsuke en sus mejores momentos. Entonces lloraba y notaba algo de paz en su interior. Pero desde la posesión que había sufrido esa mañana, había decidido negarse ese privilegio. Lo último que quería era causar más daño a los que le rodeaban. Fue una coincidencia que precisamente Shindou decidiera retirarse a la meditación a solas ese mismo día.

    Anemiya se quedó dormido, reclinado en el marco de la puerta. El cansancio pudo con él. No supo cuánto tiempo durmió, pero no fue agradable: soñaba una y otra vez con los momentos en los que Kirino escapaba de su prisión y había decidido arrebatarle la luz de sus ojos. Esos sueños siempre acababan de la misma manera: todo su alrededor ardiendo, o haciendo sufrir más a los supervivientes, a Shindou, o al Maestro de Cadenas, pero él siempre quedaba libre para que lo sufriera todo en sus carnes, para que la culpabilidad lo fuera matando lentamente. Pero no esa vez, esa vez parecía que Kirino lo fuera hacer estallar por dentro, que fuera a crear una bomba…

    Temiendo por su vida, Anemiya despertó de un sobresalto. La ciudad retumbaba de nuevo. Kirino ya había descansado lo suficiente y había pillado desprevenido al ejército que, supusieron los monjes, estaba apostado en los edificios altos para disparar al ejército oscuro de Kirino.

    Y las explosiones y los disparos se acercaban a ellos.

    —Es hora de marcharnos —anunció el Maestro, cuando estuvieron todos forzosamente despiertos—. No es seguro estar aquí.
    —No es seguro estar en ninguna parte de esta ciudad —dijo sombríamente Anemiya—. Deberíamos estar luchando contra Kirino.
    —Debemos esperar a que Shindou vuelva.
    —Ya volverá. Pero yo quiero luchar. Estoy harto de esconderme y perseguirle entre las sombras. Quiero verme cara a cara con él.
    —Esto va contra la filosofía de nuestro templo —señaló uno de los monjes.
    —¡La filosofía de nuestro templo ya no existe! ¡Consistía en tener sujeto a Kirino y ahora está destruyendo todo lo que nos es querido, toda vida inocente!

    Entonces una explosión tremendamente cercana barrió del mapa las ruinas de todos los edificios de su alrededor. Se había abierto un campo ennegrecido por el fuego, la pólvora y la ceniza.

    Todos los monjes salieron del edificio a ver qué había ocurrido. El ejército de Kirino estaba rodeando la ciudad, con su general delante del todo. En cambio, los tanques del ejército japonés estaban disparando prácticamente sin mirar qué estaban destruyendo. Casi les vuelan la cabeza a todos los monjes, pues cuando salieron y vieron el llano nuevo, se dieron cuenta que algunos de los cañonazos habían barrido el edificio de justamente la calle de enfrente.

    Anemiya fijó su vista en el ejército de Kirino, que estaba detrás de los últimos edificios, protegido por éstos. Esa posición era apenas cincuenta metros de donde estaban los monjes.

    —¡Es ahora o nunca! —les apremió el de pelo naranja—. ¡Hay que ir a por él!

    El resto de monjes no estaban de acuerdo. Además, algunos se quejaban de estar en línea de tiro de los tanques y lanzamisiles japoneses, y obviamente no se atrevían a salir.

    Pero, al parecer, la suerte no estaba en su favor, pues entonces cesaron los bombardeos. La razón era simple: Kirino se había situado en un llano detrás de los edificios donde era difícil de localizar. Los monjes no sabían cómo funcionaban las maniobras, pero el ejército necesitaría un tiempo para recolocarse y volver a disparar, y si Kirino era retenido en ese sitio, aún tardarían más en volver a disparar.

    Anemiya lo tenía todo de cara sin saberlo. Por eso no le pasó absolutamente cuando huyó del grupo en busca del ejecutor de la persona que más había amado en el mundo.

    —¡Anemiya! ¡Vuelve! —le llamaron algunos de los monjes.
    —No puede él solo con Kirino, ¡vamos! —les apremió su maestro.

    Aunque los monjes no estaban dispuestos a atacar directamente, a riesgo de que les alcanzara el fuego amigo, sí lo estaban cuando se trataba de proteger o apoyar a uno de los suyos. Era un pensamiento un tanto ambiguo.

    —¡¡Kirino!! —le gritó Anemiya de lejos. Kirino marchaba con su ejército de lado, no de cara a Anemiya, así que el general tuvo que girarse para verle venir—. ¡Vamos a zanjar esto!
    —Como tú digas —dijo desde lejos Kirino, sonriendo complacido.

    Su ejército no se percató del cambio, y él apenas hizo un gesto para que detuvieran su marcha. Kirino vio que los demás monjes seguían a su atormentada víctima y decidió que se lo pasaría bien. La lástima era que no se encontraba el más fuerte de ellos entre el grupo, Shindou. Eso le decepcionó un tanto, pero no tuvo demasiado tiempo para sentirlo. Anemiya tenía ganas de pelea.

    —¡Rayo de luz! —exclamó este, dándole un puñetazo a la teúrgia con toda su rabia.
    —¡Estás contaminado por mi teúrgia, no me vas a hacer nada!

    El rayo de luz bajó del cielo como si viniera del sol, con la potencia de un misil, pero fue suficiente para Kirino juntar sus manos en forma de lanza para desviar el rayo a ambos lados, arrancando la tierra del suelo e hiriendo a numerosos soldados de su ejército de muertos. Y sus manos solamente echaron un poco de humo.

    —Maldito… —rechistó Anemiya.
    —Sí, me lo dicen mucho —se rio Kirino.

    Entonces llegaron el resto de monjes para empezar un segundo ataque.

    —¡Número uno! — anunció el Maestro de Cadenas—. ¡Cadena de hierro!

    Todos los monjes, incluido Anemiya, usaron una teúrgia como la que nombró su maestro. Como consecuencia, más de una docena de cadenas enormes surgieron del suelo, parecidas a las que retuvieron a Kirino tiempo atrás.

    —Vaya, el monje original no estaba tan organizado —dijo Kirino, enterrado en cadenas enormes—. Aunque era más poderoso que el doble de vosotros todos juntos.

    Una nube oscura salió de Kirino y engulló las cadenas, corrompiéndolas, volviéndolas de color negro y desintegrándose por la bipolaridad de ambas energías.

    —Hay que provocar a su ejército —decidió el Maestro, susurrando a su grupo compacto—. Tenemos que lanzar teúrgias que obliguen a Kirino a usar sus tropas. Igual como hizo el primero de nosotros. Así estará indefenso para nuestras mejores teúrgias.

    Con el sol empezando a molestar la cara de los combatientes, empezó una batalla de grados de potencia de las teúrgias. El segundo grado, las cadenas de luz, actuaban de la misma manera que las de hierro, pero se basaban en la fuerza de voluntad de los monjes. El problema de ese tipo de teúrgias era que cada monje tenía sus miedos y sus temores al estar en frente de semejante enemigo, así que, a excepción del Maestro y los miembros del consejo, todas las cadenas se deshicieron con un movimiento de mano de Kirino.

    —¡Ejército! ¡Formad! —ordenó Kirino.

    Cada soldado oscuro se movió como una sombra hasta recolocarse en diferentes batallones justo detrás de Kirino.

    —¡Número cuatro! —ordenó a su tiempo el Maestro—. ¡Flechas divinas!

    Las teúrgias se activaron bastante más rápido que lo que Kirino ordenó a los suyos detener o recibirlas flechas por él. El alma maldita se vio obligado a usar parte de su energía oscura para detener las flechas de Anemiya, que eran las que más rápido y más poderosas habían estado. Un montón de cuerpos sin vida empezaron a descomponerse rápidamente, juntamente a la oscuridad que los ocupaba. Pero los que habían sobrevivido se habían lanzado contra el pequeño grupo de monjes en una ola inmensa de oscuridad.

    —¡Protección! —gritaron muchos de los monjes.

    Una docena de esferas de luz se crearon al instante, las unas sobre las otras, en las que las sombras más débiles o recientes del ejército de Kirino se desintegraron casi al instante. Las otras salieron rebotadas, buscando algún tipo de brecha para llevarse por delante a alguno de los monjes.

    —¡Con firmeza! ¡No cedáis un milímetro! —les alentó su maestro.

    Y pese a eso se oyeron gritos desgarradores de dos monjes, ambos jóvenes, a los cuales las esferas de protección se les debilitaban y, al estar más al exterior del círculo, eran víctimas de las sombras, que se inmolaban para llevar a esos pobres al más allá.

    Cuando la ola negra acabó, todos mantuvieron sus esferas, esperando el siguiente ataque. Todos menos Anemiya, que la ira que sentía al ver cómo almas inocentes eran usadas para luchar contra la propia inocencia le estaba matando. Cabreado, y recordando con horror que Hinano podría haber sido una de ellas, convirtió la energía de su teúrgia de protección en un ataque directo a Kirino, en forma de otro rayo de luz.

    —¡No me hagas reír! ¡No puedes creer en serio que tu energía es la correcta para venceme! —le gritó Kirino, a medias entre riendo y cabreado.
    —¿De qué coño hablas?

    El rayo de luz impactó en la armadura de Kirino pero, cuando lo hizo, el metal oscuro fue contagiando su moder maligno a través del rayo hasta redirigirlo de nuevo a Anemiya, quien lo absorbió involuntariamente.

    —Ahora sé mi títere, mi odioso amigo.

    El tatuaje de Anemiya brilló en un rojo intenso a través de su kimono.

    —¡Apartaos y protegeos! —alertó el Maestro de Cadenas.

    Pero fue tarde, Anemiya soltó un grito de rabia por la posesión y su batalla interna contra la maldición, e involuntariamente creó una ola de bruma oscura que apenas pudieron resistir el Maestro y los tres miembros del consejo. Ellos crearon unas débiles protecciones que no alcanzaron al resto.

    —Enséñales cómo funciona el poder de los dioses —le dijo Kirino.

    Anemiya le escuchó y sacó una de sus teúrgias. Al contacto con la maldición, se tornó oscura, negra y roja, pero la usó igual. Sacó un montón de cadenas de hierro del suelo, que fueron a por los monjes más débiles. El Maestro de Cadenas estuvo a tiempo de anularlas con una de sus protecciones.

    —¡Anemiya! ¡Recuerda con quién luchas! ¡Para quién luchas! ¡Por qué luchas!

    Kirino vio con indignación cómo su títere se retorcía en su batalla interna. Si seguía así o podría saturar el cuerpo y morir, o podría volvérsele en su contra. Antes de que eso pasara, decidió invocar desde el tatuaje de Anemiya una de las más peligrosas teúrgias que existían: la liberación de energía. Era el último recurso para quien la usara, pues extraía toda la energía de un cuerpo para un ataque final del que no era posible que el usuario saliera vivo.

    —Lástima que no hayamos compartido más momentos juntos, dulzura naranja —dijo el alma maldita, en falso tono triste—. ¡El resto, atacad!

    Todas las sombras se lanzaron a la vez que Anemiya empezaba a desprender toda su energía, tanto lumínica como oscura, en forma de onda expansiva que contagiaría a los otros monjes. Éstos empezaron a formar nuevas protecciones contra los restos del ejército de Kirino, pero los rayos de luz que soltaba Anemiya simplemente atravesaban esas protecciones, puesto que era el mismo tipo de energía.

    Gran parte del ejército de Kirino fue aniquilado a causa del poder desatado de Anemiya, incluso su general tuvo que protegerse varias veces de los rayos de luz que lanzaba mientras la onda expansiva se preparaba para ser lanzada. Si llegaba a ese punto, Anemiya moriría al instante.

    —¡Anemiya! —le llamó su maestro, acercándose a él—. ¡Taiyo!
    —A-aléjate… ¡Aléjate! —le advirtió Anemiya, en un momento de autocontrol.

    Sin embargo, el Maestro de Cadenas llegó hasta él y consiguió abrazarle y envolverle en una protección muy poderosa, que evitaba que la parte oscura saliera de su cuerpo y la lumínica alimentara la misma protección.

    —Estamos aquí, contigo, Taiyo. Kinsuke se ha ido, pero lo hizo amándote. Él no querría que perdieras el control. Él no permitiría que Kirino te dominara y daría la vida de nuevo para protegerte.
    —¡Llegas tarde, monje! ¡Tu amigo está perdido! —le aseguró Kirino, desde lejos.
    —No es tarde, Taiyo.

    Cada vez había menos liberación oscura. El tatuaje de Anemiya empezaba a flaquear con fuerza y el chico empezó a llorar, levemente. Eso acabó de romper la posesión de Kirino. Entonces apartó con fuerza a su maestro, se levantó y gritó con todas sus fuerzas, invocando un potente rayo de luz, más potente que todos los que el grupo de monjes habían invocado juntos.

    —¡Maldita sea! —rezongó Kirino—. ¡Agujero negro!

    Kirino tuvo que servirse de una de sus teúrgias más poderosas para absorber el rayo de luz sin que le hiciera nada. La potencia del rayo le había hecho retroceder varios metros y había acabado de desgarrar el poco ejército que quedaba. Pero, al final, el rayo desapareció y Kirino sonrió al ver que Anemiya se desplomaba.

    —¡Has fallado, alma maldita! ¡Taiyo sigue vivo!
    —No por mucho tiempo —dijo, mientras se acercaba—. Estáis agotados, os falta vuestro querido Shindou y yo apenas me he tenido que despeinar.

    Kirino metamorfoseó en un pájaro de sombra y poco pudieron hacer ninguno de los monjes para proteger a uno de los suyos, que desapareció en un agujero negro creado por el alma maldita.

    —¡Quedáis diez! —se rio ésta.

    El pájaro de sombra volvió a aparecer por un lado del grupo, intentando llevarse a Anemiya, pero se detuvo en seco en el aire cuando un aroma a resina de pino. Los monjes se descubrieron los brazos con los que se protegían, repentinamente relajados. Todos los combatientes buscaron el origen de ese aroma tan potente, hasta que vieron que del bosque cercano salía una persona.

    —Ya pensaba que no vendrías, Shindou —le replicó Kirino, aún detenido en el aire—. Me estaba quedando si monjes que lanzar al vacío.
    —No te preocupes, ya estoy aquí. No hará falta que les hagas más daño —dijo él, caminando tranquilamente hasta el grupo. Cerró los ojos, apenado, cuando vio todos los que faltaban desde que se fue el día anterior—. Ya no habrá más muerte.
    —Yo creo que sí —le amenazó Kirino, liberándose del aroma y transformándose en humano a unos metros de Shindou—. Me tendrás que matar para que este mundo quede libre.
    —No será necesario.
    —¿Por qué tú lo digas?
    —No. Pero tú mismo te detendrás. Yo confío en el Kirino que realmente conozco.

    Kirino se disponía a atacar al monje, sabiendo lo que se le avecinaba, pero cuando recibió la oleada de empatía dejó caer las dos espadas, que se deshicieron antes de tocar el suelo, y se agarró la cabeza, intentando sobreponerse.

    —Quiero ver al Kirino que vi llorando aquel día. Necesito decirle algo importante.
    —¡Ya sabe qué es esa cosa importante y le da igual! —replicó él, levantándose algo recuperado—. ¡No quiere saber nada de ti!

    Kirino se transformó en el ave oscura e invocó distintos agujeros negros al alrededor de Shindou, para separarle de sus amigos. Éste se puso en guardia, esperando el momento en el que su enemigo apareciera. Mientras esperaba, lanzó una teúrgia a sus amigos.

    —¡Burbuja de luz! —Esta era la mejor de las protecciones de los monjes. Era una esfera que se movía esquivando la oscuridad del su alrededor y se alimentaba de la fuerza de voluntad de los que tenía resguardados dentro. Así Shindou no tendría que controlar también esa teúrgia.
    —No les protejas tanto, ¡no valen la pena! —gritó Kirino, saliendo de uno de los agujeros negros. Su ataque fugaz pretendía hacer como con el otro monje y hacerlo desaparecer por el agujero negro pero, cuando quiso hacerlo, chocó contra algo muy poderoso y salió desviado, herido y tuvo que deshacer los agujeros negros para recuperarse—. ¿Qué… qué es eso?
    —¡Shindou! ¿Qué te has hecho? —le recriminó su Maestro, desde lejos.
    —Es una teúrgia muy antigua, tanto como tú mismo, Kirino. Es el Abrazo de Luz. Con cada elemento que se ha usado para crearla, se obtiene un poder distinto. Y yo me lo he implantado en el corazón.
    —¡¿Estás loco?!
    —Veo que será más fácil derrotarte, Shindou, menuda estupidez has hecho —se rio Kirino, con una pose más relajada—. Solamente que mi oscuridad te haga un rasguño, tu teúrgia se volverá en tu contra y te destruiré.
    —Eso no lo voy a permitir.

    Kirino no esperó a que su enemigo dijera nada más. Su armadura invocó una teúrgia que lanzó una ola de oscuridad a Shindou y surfeó en ella para lanzarse a una batalla cuerpo a cuerpo contra el monje.

    —Abrazo de luz: fortaleza —nombró Shindou.

    En vez del olor a resina, empezó a oler a hierba fresca. Kirino vio impotente cómo cada una de sus estocadas salía redirigida por una fuerza invisible que rodeaba a su enemigo y además le debilitaba a él. Shindou avanzó un paso, teúrgia en mano, y clavó la mano en el centro de la armadura de Kirino.

    —Teúrgia de destino activada: purga de demonios.
    —¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAARRRGGH!!

    El alarido de Kirino se vio complementado con un chillido intensísimo proveniente de la armadura del alma maldita, que empezó a quebrarse hasta que se rompió en mil pedazos sombríos, desapareciendo como humo. Kirino cayó arrodillado a los pies de Shindou.

    —Kirino, escúchame —le dijo Shindou, con voz compasiva, poniéndose a su nivel—. Puedes detener esto ahora. Libérate de tu propia maldición.
    —¡¡NO ES UNA MALDICIÓN!! ¡SOY YO!!

    Su segunda capa de armadura, de aspecto menos poderosa, sacó una teúrgia de rebote, que hizo retroceder a Shindou como si un huracán le estuviera plantando cara. Kirino también salió despedido, pero él se transformó en el pájaro oscuro, guiando de nuevo una ola de bruma negra hacia el monje.

    —¡Por favor, Kirino, recapacita! —le gritó Shindou, mientras la ola le cubría, sin hacerle nada gracias a su Abrazo de Luz—. Yo sé quién está ahí dentro realmente.
    —¡Tú no sabes nada!
    —No es verdad.
    —¡Cállate!

    Kirino usó todo su poder para crecer en su forma de pájaro y con la velocidad y la presión que la oscuridad ejercía sobre su alrededor, el suelo empezó a arrancarse como si tirasen de una gran raíz.

    —Abrazo de Luz: sacrificio —nombró Shindou, con voz queda.

    El olor de resina volvió a hacer acto de presencia y todas las sombras, incluido el propio Kirino, quedaron bloqueadas en el aire.

    —¡O-otra vez! ¡¿Qué me has hecho?!
    —Todos aquellos que han sufrido y están sufriendo por tu culpa te detienen a través de mí. Igual que la resina, tus movimientos son pegajosos, lentos y carentes de fuerza.

    Kirino se resistió con todas sus fuerzas cuando vio que Shindou se acercaba a él. El Maestro de Cadenas y sus otros compañeros le dijeron que se alejara, pero el monje no hizo caso.

    —Sigo creyendo en ti, Kirino. Da igual las veces que ataques. —La fuerza de su teúrgia obligó a Kirino a volver a ser humano, con su armadura y sus armas algo quebradas. Quedó sujetado en el suelo—. Abrazo de Luz: cambio.

    El potente olor a resina se mezcló con un ambiente húmedo y fresco. Kirino puso cara de sorpresa, pero no en su pose de enfadado, sino como si estuviera algo hechizado. Las sombras a su alrededor empezaron a recluirse hasta circular al alrededor de ambos, como una capa muy débil, pero que bloqueaba la visión del exterior, a excepción del cielo.

    —¿Qué es esto? —preguntó de nuevo Kirino, con esa voz suave y ceniza a la vez de cuando estaba prisionero—. Shindou…
    —El cambio es parte de la vida. Y la vida es agua. Y el agua es cambio. Es todo un ciclo y todo lo que se va vuelve. Por eso ahora no tengo delante al Kirino de las sombras, sino al auténtico.

    La mirada, su postura, su actitud ante las sombras, todo él se sentía distinto que cuando la maldición le oprimía el alma. Kirino seguía paralizado por el efecto de fortaleza del Abrazo del Alma, pero no se quejó en absoluto cuando sintió un suave y cariñoso abrazo por parte de su enemigo.

    —Echabas de menos lo que era sentirse querido, ¿verdad? Nunca más tendrás que preocuparte de eso. Te quiero.

    Con esa revelación, la última de las armaduras oscuras cayó por su propio peso. Dejó entrever el cuerpo pálido de Kirino, mezclado con la maldición, aún persistente en su cuerpo. Era un blanco y negro dividiendo el cuerpo en dos. Además, en ambas partes había grabadas un montón de teúrgias en rojo, en esos momentos apagadas. La maldición divina era muy potente en él, aún.

    —No podré mantener durante mucho tiempo más esta calma —le dio Shindou, separándose del calmado Kirino—. Tu parte maldita tomará tu cuerpo de nuevo y me atacará. Quiero que lo mantengas a raya ahora que está tan débil.
    —¿Qué quieres hacer?
    —Voy a curarte desde dentro, pero no puedes saber cómo. Sino, la maldición lo sabrá también.

    Shindou vio como Kirino se disponía a decirle algo, pero entonces la oscuridad a su alrededor empezó a girar más rápido y perdió el control de su cuerpo. La capa se convirtió en una nueva ola que arrastró a Shindou casi hasta el grupo de monjes. Anemiya estaba despierto en esos instantes.

    —¡Shindou! —dijo éste—. ¿Qué ha pasado?
    —No hay tiempo para explicaciones. Kirino está muy débil ahora. Necesito que le atéis con cadenas de luz. Necesito acercarme a él de nuevo.
    —Shindou, yo…
    —Tranquilo, todo estará bien. Te ruego que nunca pierdas la fe. Sé feliz. Puede que yo no esté ahí para disfrutarlo tanto como tú.
    —¿Qué dices? ¡Shindou…!

    Pero él ya se había dirigido de nuevo a la ola oscura para buscar a Kirino entre la bruma. Su Abrazo de Luz le seguía protegiendo, pues los monjes pudieron ver cómo la bruma se apartaba a su alrededor.

    —Shindou va a dar algo más que la vida para salvarnos a todos. No podemos defraudarle —se levantó el Maestro de Cadenas—. Tenemos que hacer que no sea en vano. Usemos las cadenas de luz todos juntos.

    Los monjes dieron un par de pasos adelante y buscaron la energía de Kirino. Cuando vieron un cambio en la bruma de Kirino, supieron dónde estaba y lanzaron todos a la vez la teúrgia de cadenas de luz.

    —Rezad para que salga bien.

    Dentro de la bruma, pasaron apenas unos segundos de posesión en Kirino antes de que se viera con las piernas y el cuerpo atrapados en cadenas que mostraban la posición del alma maldita. Shindou apareció al cabo de unos segundos.

    —¡Nunca podrás acabar conmigo! —le gritó el Kirino poseído—. ¡Los dioses ocuparon esta alma para siempre! ¡El mundo está condenado! ¡No puedes hacer nada!
    —Eso no es verdad. El poder de los dioses no es permanente. Sólo hace falta la energía correcta para deshacerla. —Cuando estuvo lo suficientemente cerca para que la energía del Abrazo de Alma dañara directamente a Kirino, le obligó a sujetar una teúrgia escrita de un color distinto—. ¿Sabes qué es esto?
    —¡No te atreverás! ¡Es imposible que te atrevas!
    —Claro que me atreveré.

    Kirino se resistió con todas sus fuerzas, con toda la oscuridad que quedaba a su alrededor y toda la energía divina que pudiera invocar, pero ninguna atravesó el Abrazo de Alma.

    —¡No debería existir ese Kirino! ¡No debería! —gritaba el alma maldita, en pleno delirio.
    —No te preocupes. Pronto te curarás. —dijo. Y procedió a usar su último as en la manga—. Teúrgia activada: Nubes Doradas.

    Una luz verde y blanca apareció entre los dos y se fue expandiendo. Kirino chilló con intensidad durante unos segundos, por el poder de la teúrgia que echaba a la oscuridad de su camino, pero pronto el grito desapareció.

    Durante un rato de silencio, ambos se sintieron incorpóreos, sin nada más que sus sentimientos como guía de que seguían vivos. Luego, ambos volvieron a sentir sus cuerpos y el de quien tenían al lado. Shindou supo de inmediato que la teúrgia había funcionado. Notaba a Kirino, el que había visto llorar, el sensible. Lo sentía lleno de oscuridad, pero no cargaba ya con ninguna maldición. No tenía poder alguno.

    La luz obligó a ambos a tener los ojos cerrados durante un rato, pero cuando Shindou se sintió seguro, apremió a Kirino que los abriera.

    —No te pasará nada. Ahora estás a salvo —le aseguró. Se notaba que el Kirino que tenía delante ya no era el maldito, pues no se rebotaba, ni probaba de luchar, ni le insultaba. Solamente tenía miedo—. Estamos en un sitio mucho mejor.

    Kirino abrió los ojos tímidamente para encontrarse con la luz del sol, tenue como en un atardecer, sin hacerle daño en los ojos. A su alrededor había montones de nubes grumosas bañadas por ese atardecer eterno, dándoles unos colores anaranjados muy relajantes. Ambos estaban sobre una de esas nubes.

    —Esto es…
    —El mundo de los sueños —dijo Shindou, para dejarlo claro—. Esto es muy distinto de aquella prisión en la que estuviste. He puesto todo lo que siento por ti en este sitio para que tu corazón aprenda de nuevo qué es amar, que es soñar, recordar todos los buenos sentimientos y emociones que perdiste mientras la maldición te mantuvo sujeto. Esperaremos la eternidad entera, si hace falta, para que vuelvas a ser el Kirino que yo sé que llegaste a ser. Y toda esa oscuridad que te ocupa el cuerpo, que interfiere incluso en tu aspecto, desaparecerá.

    Kirino se sentó delante de Shindou, quien hizo lo mismo, y le tomó la mano con suavidad, sonriendo sinceramente por primera vez en mucho tiempo.

    * * *


    De vuelta a la tierra, la oscuridad que había tapado de la vista de los monjes los últimos momentos de aquella pesadilla había desaparecido. En su lugar, había una especie de esfera intangible de luz, como un pequeño sol, de donde nacía una bruma blanca. A su alrededor, la vegetación estaba creciendo cientos de veces más rápido de lo normal, creando un pequeño bosque que cubría la destrucción de Kirino.

    —¿Qué ha pasado? —peguntó Anemiya—. ¿Dónde están Shindou y Kirino?
    —Están allí dentro, dentro del haz de luz —le explicó el Maestro de Cadenas—. Es una teúrgia que nunca había visto usar. Se llama Nubes Doradas, y crea un mundo alternativo simple, pero efectivo, que purifica las almas de quienes han entrado. Shindou ha sacrificado su alma para acompañar a Kirino a un lugar donde nunca esté solo y pueda recuperar el equilibrio.
    —Es muy bonito —dijo Anemiya sin pensar—. ¿Nunca le volveré a ver?
    —No lo creo. Pero igual que con la antigua prisión, se puede probar de contactar con él. Y en algún punto de la historia de la humanidad, ambos saldrán de nuevo, libres de cualquier mal.

    A partir de ese día, Japón protegió con toda norma legal el lugar donde había tenido lugar la batalla entre Shindou y Kirino, pues creció un pequeño bosque, como un parque en una ciudad, que se consideró sagrado.

    En el centro, al alrededor del jardincito que ocultaba la luz de la teúrgia de Shindou, se construyó un templo en honor a la pareja y también a los caídos durante esos tres fatídicos días. Anemiya enterró las cenizas de su amado debajo, como vínculo místico.

    El Maestro de Cadenas, que se retiró como tal cuando acabaron de construir el templo, el resto de monjes y Anemiya decidieron que todo el mundo debería saber lo que sucedió durante esos tres días y permitieron la entrada al parque a todo aquél que quisiera saber y rendir homenaje y culto.

    Anemiya probó muchísimas veces contactar con su viejo amigo Shindou, pero pasaron veinte años antes no fuera capaz de oír una respuesta que siempre había estado allí. Fue el mismo tiempo que tardó en realmente superar la muerte de Hinano y el tiempo en que la oscuridad que el Kirino maldito le había infligido tardó en disiparse del todo. A partir de entonces, Anemiya fue el mejor amigo de la pareja, perdonándoles por absolutamente todo.

    Shindou y Kirino, felices en su propio mundo, nunca dejaron de amarse a cualquier coste, contra la oscuridad que aún persistía.

    FIN



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    Espero que os haya gustado este final, porque debo decir que en mi mente, este final no existe XD me he guardado el derecho de tener el verdadero final escrito y en mis manos porque sino la historia se alargaría mucho. Sí, sé que estáis deseando más de esto, pero la mitad de la historia no sería posible si hubiera usado el final largo XD

    ¡¡Nos vemos en otro fic o en mi página de facebook "Kaiku-kun Fanfics"!!
     
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21 replies since 2/10/2016, 20:25   399 views
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