Nuestro secreto en Verano (HirotoxFubuki, HirotoxMidorikawa, GouenjixFubuki)

Hiroto Kira tenía 26 años y Shirou Fubuki, sólo 14. ¿Cómo podría funcionar? Ellos no podían pensar en nada más que el aroma y los ojos del otro. ¿Cómo podía estar mal? Si se sentía tan bien.

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  1. @Valz
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    Una fuerza sobrenatural me poseyó y por eso estoy publicando este fanfic aquí también. No sé si aún hay personas que lean en este foro pero, ¿saben qué? No importa, quiero publicarlo aquí también y si alguien lo comenta, me sentiría muy feliz; haremos una pequeña familia y hablaremos entre nosotros. ¡Como los sobrevivientes de un apocalipsis! Sé que aún hay alguien allí, merodeando entre las sombras jajajaaja... Ya pues, disfruten el fanfic.




    NUESTRO SECRETO EN VERANO.




    Capítulo 01. Un buen día.




    •••




    El chico había llegado a inicios del verano, en una van color azul de la década pasada. Parecía que a penas podía soportar el peso de las cajas y contener en su interior a la pequeña familia que se reducía a sólo tres integrantes. Los desconocidos se mostraron como personas de tez muy pálida y ojos grises. Un aura melancólica y ordinaria se cernía a su alrededor y, con sonrisas de cine comenzaron a desempacar sus pertenencias. Cada uno, llevo las cajas al interior de lo que sería su nueva casa.

    Hiroto Kira regresaba de un arduo día de trabajo cuando se encontró con aquel pequeño auto desconocido invadiendo su calle (aunque no era propiamente suya) la sorpresa por no ser notificado de que alguien visitaría la casa próxima a la suya (la cual había estado deshabitada desde hace seis meses) le provocó un mal sabor de boca. Los cambios lo incordiaba. Él y su adorable novio observaban el OVNI (objeto volador no identificado) confundidos y buscaban en sus memorias el recuerdo de ellos siendo informados sobre los hechos que acontecían ese fin de semana.

    Nada.

    –¡Tenemos vecinos nuevos!– expresó con euforia el joven moreno. Adoptando una actitud típica de un infante, ignorando por completo el colapso mental que posiblemente estaba sufriendo su pareja.

    –¿Por qué nadie nos notificó esto?– inquirió el pelirrojo con evidente ofensa.

    –Quizás nadie más lo sabía.– razonó el moreno.

    –¿Cómo puede ser eso posible? Si en cada vecindario hay una señora chismosa. ¿Dónde está nuestra señora chismosa?– preguntó, de forma teatral. Aquel tema parecía que lo había afectado demasiado.

    Midorikawa quería echarse a reír, desde que lo conocía, Hiroto siempre había sido un dramático sin remedio (aunque él lo negara). Y con los años, se había vuelto aún más dramático. Aún así, lo amaba tanto que lo único que podía hacer era disfrutar del show y reír.

    –Tú eres la señora chismosa, Hiroto.– respondió con una sonrisa pueril.

    El pelirrojo se volteó para mirarlo, su ceño fruncido y la expresión irritada en su rostro. Midorikawa abandonó el deportivo antes de que el chico comenzara a sermonearlo. Cortando sus palabras con un alegre grito "¡Vamos a saludar!" cual niño corrió hasta la casa vecina, dispuesto a indagar en aquel nuevo misterio que eran los vecinos nuevos. Hiroto dejó escapar un suspiro de resignación y, con lentos movimientos, desabrochó el cinturón de seguridad y salió del auto. Después de todo, desde pequeño había sido educado para ser amable y sonreír siempre. Siempre.

    Cuando se acercó a la casa de al lado, su adorable novio ya había abordado a ambos adultos. A primera vista, no llamaban demasiado la atención, salvo por la mujer, quien era hermosa. Un tipo de belleza que no puedes ignorar y hace voltear varias cabezas en las calles. El hombre, por otro lado, no llamaba la atención en ningún aspecto; sus ojos grises, que podrían ser su mayor atractivo, se mantenían detrás de una montura negra. Un matrimonio normal. Uno de tantos en aquel vecindario.

    –Oh, el es mi novio.– señaló el moreno, aquella sonrisa radiante, capaz de derretir a cualquier persona, siempre conseguía que las personas fueran más indulgentes cuando se presentaban como novios. –Vivimos en la casa de al lado.

    –Hiroto Kira.– Se presentó, extiendo su mano. El hombre fue el primero en estrecharla, luego, la mujer hermosa. –Espero que disfruten su estadía aquí.

    –Qué chicos tan encantadores.– Su aterciopelada voz y sus delicadas expresiones los hicieron sonrojarse a ambos.

    Eran personas tan ordinarias, ¿qué podrían traer de interesante a aquel monocromático vecindario donde habían vivido durante cuatro años? Por lo menos, parecían amables. Muy amables y simpáticos.

    El ruido de unas pisadas llamó la atención de los presentes. Los ojos curiosos buscaron el origen dicho sonido, ¿qué encontraron? Sólo a un adolescente parado en los primeros escalones de la entrada. La dama esbozó una amplia sonrisa de labios rojos y dientes perfectamente alineados. El brillo de sus ojos enternecidos iban dirigidos a aquel niño que los observaba sin saber exactamente qué hacer. Cohibido, parecía que quería encogerse hasta desaparecer.

    –Shirou, ven aquí. Saluda a los vecinos.– llamó, haciendo un ademán con su delgada mano. Tenía las uñas pintadas de carmín.

    Con pasos firmes, pero la inseguridad grabada en su rostro, el niño avanzó hacia ellos y se detuvo justo al lado de quien debía ser su progenitora. Su postura, era la de un típico niño tímido que se mantenía alerta de cada movimiento y gesto de aquellos dos extraños.

    –Saluda.– indicó, su voz aterciopelada.

    Fue entonces cuando aquel muchacho dejó en descubierto su existencia.

    –Soy Shirou Fubuki.– Se presentó, cordial y amable. Por lo menos se sabía que no carecía de modales.

    Ambos adultos no podían despegar sus ojos de aquella criatura que les extendía la mano. Poseedor de un rostro hermoso, ¿cómo pudieron los dioses privilegiar a un chico tan joven con tanta belleza? Desde su cabello platinado, hasta la punta de sus zapatillas rojas, era encantador. El primero en estrechar aquella pequeña mano, fue Midorikawa Ryuuiji, no pudiendo contener aquella sonrisa enternecida. Luego, Hiroto Kira se inclinó unos grados para alcanzarle la mano, y envolverla en un ligero apretón. Fue en ese momento, cuando el menor decidió levantar la mirada.

    El alma le fue robada en un parpadeo, se sintió absorbido por aquellos enormes orbes grisáceos y brillantes. La energía y jovialidad tan típica de los adolescentes estaba a flor de piel en los ojos de ese muchacho albino. Hiroto no podía aceptar que se le otorgara tanto poder a una sola criatura. Sin duda, Dios había cometido un grave error.

    Tan absorto se encontraba en sus pensamientos que no advirtió el huracán de emociones que había despertado en el niño, ni siquiera se percató, cuando las mejillas se le tiñeron de carmín y la mano le templó.

    Los jóvenes se despidieron, amables y se encerraron en su morada, dejando escapar un suspiro de cansancio. Se despojaron de sus zapatos y se dirigieron a la cocina mientras se aflojaban la corbata. Era un ritual que mantenían; zapatos en la entrada, aflojar la corbata y beber jugo de naranja. Midorikawa lo sacó del refrigerador y sirvió en dos vasos hasta rebozarse. Se dirigió a la sala y los dejó sobre la mesa, al frente del pelirrojo.

    –Parecen buenas personas.– comentó el moreno.

    –Para ti todos son buenas personas hasta que barren sus hojas hacia nuestro jardín.– respondió, alcanzó el vaso y se dispuso a beber.

    Midorikawa decidió ignorar el comentario; algo que siempre hacia cuando su novio adoptaba una actitud pesimista.

    –Ese chico también es encantador. Es bueno que comiencen a venir más chicos jóvenes, así el vecindario dejaría de ser tan aburrido.– dijo, mirando hacia la ventana, aunque en realidad no podía ver el exterior debido a las cortinas.

    –No lo sé, va a aburrirse demasiado ese pobre niño.– razonó.

    Ryuiji sonrió y le propinó un suave golpe a su compañero, estaba cansado y aquellos comentarios negativos no lo hacían sentir mejor. Por supuesto, sus acciones llamaron la atención del pelirrojo, quien se volteó a mirarlo desconcertado. Sólo bastó una sonrisa para que Hiroto comprendiera que sólo se trataba de un juego; una muestra de cariño un tanto peculiar. Apoyó la cabeza en su hombro, imitando a un gato y suspiró.

    –Necesitas esas vacaciones.– comentó. –Suerte que empiezan mañana.

    Hiroto Kira no había pensado en nada más durante toda la semana. Como un niño pequeño había estado anhelando sus merecidos días de descanso y planificando en qué los ocuparía. Sin dudas, él aún mantenía algunas actitudes infantiles que no estaba dispuesto a exponer ante el mundo. Rodeó a su pareja con el brazo y lo atrajo hací sí mismo, expresándole cariño y apoyo. El moreno correspondió descansando su cabeza en su hombro y cerrando los ojos.

    Sus pensamientos divagaron y desembocaron en la familia Fubuki, un par de ojos grises que lo observaban y la divina presencia de un niño que parecía sacado de algún cuento de hadas. Bueno, qué suerte tenían esos dos adultos. Intento evocar sus recuerdos de cuando tenía doce años, se preguntaba si fue tan atractivo como ese chico, al menos una cuarta parte. Nada. No recordaba nada. Cerró los ojos y flotó entre anécdotas pasadas. El club de fútbol, sus compañeros, su primera novia.

    –¿Pedimos pizza?

    •••

    La luz de la mañana se colaba suavemente entre las cortinas, pero aquello no era suficiente para iluminar por completo la habitación. El adulto estaba protegido entre las sábanas, inmerso en un sueño profundo y relajante del cual no quería despertar. Las almohadas y las sábanas se habían vuelto aún más sedosas. Sintió cómo el colchón se hundía a su lado y una mano cálida peinaba sus hebras carmesíes. Se removió incómodo y con los músculos entumecidos; aún negándose a despertar.

    –Hiroto, cariño.– Una suave voz susurró a su oído. –Ya debo irme a trabajar.

    Abrió los ojos lentamente, encontrándose con el rostro de su amado novio, sonriendo con ternura. Sus ojos negros, oscuros y acogedores como la noche, lo estaban mirando sólo a él. Extendió su brazo y le acarició la mejilla suavemente con sus dedos. Su piel bronceada era tersa y brillante. "Te espero abajo." sólo se enfocó en sus labios cuando dijo aquellas palabras, los vio moverse en cámara lenta aunque la oración llegó clara a sus oídos. Midorikawa se apartó y abandonó la habitación. A Hiroto le tomó un par de segundos incorporarse en la cama, levantarse y dirigirse al baño.

    La primera planta era inundado por el agradable aroma a huevo frito y mantequilla embarrada en tostadas. El sonido del aceite en la sartén caliente era sencillamente acogedor. Se asomó en la cocina, donde su novio se encontraba cortando las salchichas y dándole forma de pequeños pulpos "Ya somos un poco adultos para eso, ¿no lo crees?" le preguntó una vez y el moreno lo miró con una sonrisa "Nunca se es demasiado adulto para las salchichas de pulpo." Hiroto caminó sigiloso, como un felino y rodeó la cintura del muchacho, obsequiándole un cálido abrazo. Escondió su rostro entre el hueco del cuello y el hombro. Enterrando la nariz en el cuello de la camiseta de botones blanca que vestía esa mañana. Olía a menta y dulce. un aroma que hacía temblar sus rodillas desde que estaban en la secundaria. Cerró sus ojos.

    –¿Cuáles son tus planes para hoy?– preguntó.

    –No lo sé.

    Pese a que había pensado demasiado en ello, no llegó a una conclusión. Parecía que lo único que sabía hacer, era revisar documentos y firmar contratos.

    –Podrías escribir algo.– propuso el moreno, quien aún contaba con aquel espíritu juvenil que tanto lo caracterizaba en la secundaria. –Quizás, un libro corto.

    –¿Sobre qué podría escribir?– inquirió el pelirrojo, ladeando la cabeza.

    –No lo sé. Quizás si sales a caminar, encuentres inspiración. – respondió con una sonrisa cálida.

    El timbre de la puerta principal se interpuso en su conversación, llevándose la atención de ambos jóvenes, quienes guardaron silencio y miraron hacia el umbral como si desde allí pudiesen ver a la persona que se encontraba afuera. "Yo iré." dijo Hiroto, al percatarse de que su novio se movió con intensiones de abrir. El timbre sonó una segunda vez y él surcó la sala con pasos tranquilos. No podía imaginar de quién se trataba, por lo general, los vecinos no solían importunar en la mañana. Abrió la puerta y se llevó una grata sorpresa. Del otro lado, estaba un muchacho albino, de grandes ojos grises y cabello platinado. Con sus delgados brazos sostenía una pequeña tarta de fresas.

    –Buenos días.– saludó el menor, con aquella actitud tímida que mostró el primer día.

    Hiroto no respondió, estaba concentrado mirándolo y no podía pensar en nada más. Esa mañana usaba pantaloncillos cortos y una camiseta de Doraemon. Sus piernas largas y pálidas, terminaban en unas zapatillas converse rojas y medias blancas que se asomaban tímidamente. Encantador.

    –Hola.– respondió finalmente.

    Él no se caracterizaba por ser especialmente bueno con los niños. Se podría decir, que Hiroto Kira era frío y hasta hostil cuando de infantes se trataba. Su hermana decía que cambiaría cuando tuviera hijos, Hiroto le permitió el beneficio de la duda y una pequeña esperanza hasta que ese día llegara.

    –Mi madre les envía esto.– dijo, mejillas rojas, brazos ligeramente extendidos. –Es pastel de fresa y espera que lo disfruten.

    Hiroto se inclinó para recibirlo, rozando sus manos con las del chico en el proceso. Le obsequió una cálida sonrisa; él era bueno con las sonrisas. Y le agradeció su amabilidad. El menor se inclinó un poco, mostrando respeto y buenos modales. A Hiroto se le derretía el corazón ante tal escena, era encantador. Quizás Hitomiko tenía razón y sí poseía aquel instinto que lo impulsaba a proteger a los niños...

    –Gracias.

    No. Claro que no.

    Cerró la puerta y volvió con su pareja. Ryuiji se convirtió en un niño otra vez cuando vio el pastel en los brazos de su chico. Con el rostro brillando, se acercó emocionado.

    –El niño de al lado vino, su madre nos envía esto.– explicó.

    –Oh, lo hubieses invitado a desayunar.– comentó el moreno. –Quiero un pedazo.

    Sólo ahora que el moreno lo mencionaba, quizás hubiese sido una posibilidad, por supuesto, si no fuese extraño que un adulto desconocido invitara a un niño a entrar en su casa. Midorikawa no comprendía de esas cosas, carecía de la malicia que necesitaba para desconfiar de las personas que no se encontraran en torno de trabajo. Él simplemente era diferente en la oficina y en la casa. Hiroto ocupó la mesa y degustó su desayuno con tranquilidad, el café con leche estaba dulce y las tostadas, crujientes.

    –Creo que ese chico se parece a ti.– comentó el moreno, vistiendo su saco y acomodando su camisa de botones blanca. –Quizás podrían ser amigos.

    Hiroto soltó una risa agría. Hasta sonrió con ironía y escepticismo. –¿Un adulto intentando ser amigo de un niño? Eso suena a una película muy polémica.

    Midorikawa se giró para mirarlo y poner sus ojos en blanco, le molestaba cuando su novio tenía esos pensamientos tan radicales. Él simplemente no podía comprender.

    –No vas a hacerle nada, Hiroto. No eres un enfermo.– señaló.

    –Sí, pero los padres no me conocen. Si comienzo a frecuentar a su pequeño hijo, ellos llamaran a la policía.– respondió, hostil. No lo hacia intencional, pero tampoco se esforzaba por evitarlo. –De todas formas, no hay nada interesante en un niño.

    Midorikawa decidió darse por vencido. –Bien, quedate aquí encerrado entonces. Solo y envejeciendo.

    El moreno cerró la puerta, dejando detrás las risas de su pareja; el amargado y cascarrabias Hiroto Kira. ¿En que había pensado? Con esa personalidad, era imposible que un niño encantador se fijase en él.

    A Hiroto Kira,aquello no le podía importar menos. Pasó el resto de la mañana viendo programas cutres en la tv y almorzó las sobras de la noche anterior. Ni siquiera se había cambiado el pijama ni cepillado el cabello rebelde. Pero eran sus vacaciones y él tenía derecho a estar como quisiera. Aproximadamente a las tres de la tarde, comenzó a sentirse asfixiado y hambriento. Por ello, tomó el pastel de la señora Fubuki, té y se dirigió al jardín trasero, donde ocupó una mesa de té donde solía reunirse con su padre y su hermana cuando venían de visita.

    Las tardes en el vecindario solían ser tranquilas y silenciosas, los únicos que se quedaban en sus casas, eran los señores Ootani, ancianos que preferían salir sólo por la mañana porque el calor de la tarde los hacía sentir enfermos.

    Desde aquel ángulo ventajoso, Kira tenía una perfecta visión de la casa vecina, en el jardín exactamente, se encontraba aquel muchacho pequeño y delgado, sentado en los primeros escalones de la entrada trasera. No podía adivinar lo que estaba haciendo pero tampoco podía dejar de mirarlo. El cabello le caía sutil sobre los hombros pálidos y finos. Sus extremidades largas le daban a su dueño una apariencia frágil y grácil. Hiroto lo admiraba, desde la punta de sus cabellos hasta la suela de su zapatilla roja. Incluso sus delgados dedos, las clavículas marcadas y las cejas pobladas, llamaban su atención. Cuando se dio cuenta, le era imposible despegar sus ojos de tan hechizante criatura. Aquellos ojos enormes le devolvieron la mirada y los labios rosados le obsequiaron una sonrisa tímida y hermosa. Hiroto Kira no pudo evitar sonrojarse. Vio al muchacho ponerse de pie y caminar hacia él, se acercaba con pasos decididos. Cuando ya se encontraba en la cerca que los separaba, su voz suave resonó en los oídos del mayor.

    –Hola.

    ¿Cómo era posible que una simple palabras lograra estremecer cada fibra de su cuerpo?

    –¿Qué estás haciendo?

    No eran las palabras. Era el timbre de voz, el movimiento de sus labios delineados, la piel casi transparente adherida a sus huesos finamente esculpidos. Incluso eran los dedos enrojecidos que se aferraban a las rejas y las piernas expuestas. El cabello agitándose con la suave brisa y los calcetines blancos, asomándose tímidos entre las zapatillas rojas.

    –Nada en especial.– respondió distraído.

    –Estoy muy aburrido.– comentó, mirando el suelo y pateando la tierra bajo sus pies.
    Las palabras de su novio hacían mella en su mente como un bucle. Ciertamente, no había nada mejor que hacer.

    –¿Quieres pasar?– invitó con inseguridad.

    El muchacho ni siquiera lo cuestionó, levantó la cabeza y sus ojos brillaban; parecía que esa invitación había sido su propósito inicial. Comenzó a trepar la cerca y cruzó al otro lado con la agilidad de un felino. En segundos ya lo tenía sentado al frente, quizás sus padres nunca le enseñaron a no hablar con extraños. O, quizás, Hiroto Kira no daba la impresión de pederasta. Como sea, le sirvió una porción de pastel y té, se entretuvo viéndolo comer.

    –¿No vas al instituto?– preguntó interesado, el único adolescente que vivía en aquella residencia, había abandonado su hogar esa misma mañana vistiendo el uniforme de la secundaria.

    –Mañana comenzaré. – respondió sonriente. Aquella aura tímida se comenzaba a disipar lentamente. –Hiroto Kira, ¿verdad?– inquirió.

    Hiroto sonrió y asintió. –Shirou Fubuki, ¿no?– Recibió un emocionado asentimiento.

    –¿Por qué aún llevas el pijama? ¿Estás enfermo?– preguntó el muchacho, olvidándose por completo de las cordialidades. Hiroto ni siquiera se sintió molesto, sólo le causaba simpatía.

    –Estoy de vacaciones.– respondió riendo. No estaba en pijama como muestra de alguna protesta contra la ropa casual,simplemente lo había olvidado.

    Shirou Fubuki prefería el té con tres cucharadas de azúcar; quizás le gustaban mucho los dulces, podía comprender entonces, porque resultaba tan agradable. Tenía una gracia típica de la juventud y los niños inocentes que corretean en los parques. Su presencia tan cálida derretía hasta el más frío de los corazones, Hiroto Kira corría el riesgo de ser consumido por su candidez.

    –¿Cuántos años tienes?– preguntó, pues aquella duda calaba hondo en su cabeza. No había dejado de calcular cifras desde el momento en que comenzó a interactuar con él. Su cerebro arrojaba números sin embargo, prefería confiar en lo seguro.

    –Catorce.– Fue la respuesta acompañada por una sonrisa bonita.

    Estaba en plena primavera. Por supuesto, por eso resplandecía tanto. Hiroto Kira debió darle merito a su intuición; cuando creces, olvidas que alguna vez fuiste joven. A sus veintiséis años, no recordaba cómo se veía cuando tenía la edad de ese niño, seguramente resplandecía tanto como él y era tan encantador. Lo que sí recordaba, era a las amigas de su hermana invitándolo a sus ruidosas fiestas, mismas que hacían cuando sus padres se iban de viaje. Por supuesto, Hiroto asistía. Ahora que era un adulto hecho y derecho, seguía llamando la atención, sólo que por otras cualidades. No sentía que resplandeciera.

    –Y tú no debes tener más de veinte, ¿verdad?– inquirió con un concienzudo descaro. Hiroto en otra oportunidad y tratándose de otra persona, se hubiese molestado, pero ahora no podía hacerlo. Quería reír.

    –Veintiséis.– corrigió. –Gracias por quitarme seis años de encima.

    Shirou Fubuki no pudo disimular su vergüenza, su rostro se tornó rojo como una granada y no podía sostenerle la mirara a aquel hombre por más tiempo. Ofreció un débil "Lo siento" y demostró que estaba realmente arrepentido por su insolencia. Esperaba que el mayor le sermoneara, pero ni siquiera se había puesto serio; actitudes que lo sorprendieron.

    –No te preocupes.– negó tranquilo. Aquella sonrisa amable parecía que no se desvanecería con nada. Sin importar lo que ese muchacho dijese.

    Aquella actitud tan despreocupada, encantó a Shirou Fubuki y lo hizo reposar en confianza. Aquello fue el motor para extender la conversación el resto de la tarde. Se contaron innumerables cosas que, a simple vista, carecían de importancia; pero ellos estaban muy entretenidos el uno con el otro. Las risas llenaban el jardín, los nervios se iban quedando en segundo plano y el aburrimiento ya no existía. El mundo se había reducido a esa pequeña mesa de té. Ignoraron incluso, la puerta principal que se abría y cerraba a la par que un cansado hombre volvía de su trabajo. Deseando desde el fondo de su corazón, unas largas vacaciones.

    –¡Estoy en casa!– anunció, más no recibió una respuesta.

    Se extrañó, así que entró a la sala y escuchó risas que provenían del jardín. Mediante se acercaba, las risas eran acompañadas por palabras, él conocía aquellas voces. Esbozó una sonrisa. Se asomó sigiloso y confirmó sus sospechas; Hiroto Kira y Shirou Fubuki mantenían una amigable plática. El cansancio se había mitigado momentáneamente, con optimismo renovado se acercó sonriendo.

    –¡Fubuki!– exclamó.

    Ambos se voltearon para encarar a la tercera persona que se había entrometido en su burbuja. El moreno ya estaba al lado de ellos, con una sonrisa infantil y la corbata aflojada. Su aspecto desarreglado hizo recordar a esos personajes fatigados y desaliñados de las caricaturas, Shirou dejó ir una suave risa que llamó la atención de Hiroto Kira.

    –¿Te compadeciste de este amargado y viniste a acompañarlo?– preguntó el moreno, apoyándose en su pareja e ignorando la expresión de fastidio que se había formado en su rostro.

    Shirou volvió a reír. Hiroto volvió a mirarlo, intrigado.

    –Nos hacíamos compañía, ambos nos aburriamos.– respondió con honestidad.

    Aquella chispa de vida que emanaba le fue contagiada a los adultos, quienes sonrieron enternecidos ante tal comentario. El muchacho se levantó de la silla y les obsequió una reverencia limpia y rápida.

    –Ya debo irme.– anunció.

    –Dejame acompañarte.– Se ofreció rápidamente el moreno.

    –Hasta mañana, Hiroto.– Se despidió con un ademán de mano y una sonrisa preciosa.

    Midorikawa lo guió por la sala hasta el recibidor, intercambiando algunas palabras con el menor e incitándolo a volver cuando quisiera. Shirou Fubuki aceptó y se marchó a su casa con pasos tranquilos y la cabeza en alto. Había sido un buen día. Cuando llegó a casa, sus padres le preguntaron dónde había estado y el respondió "Hiroto Kira. El vecino." ambos se sonrieron y fue entonces cuando la mujer preguntó "¿Te divertiste?" y él no pudo reprimirse de asentir con una sonrisa. Subió a su habitación, necesitaba estabilizar el errático palpitar de su corazón.

    En la cena, Midorikawa no dejaba de mirarle con una expresión de autosuficiencia en el rostro, Hiroto ya estaba cansado y sólo quería que de una vez se regodeara por su hallazgo.

    –Pensé que los niños no eran interesante. – comentó suspicaz, una sonrisa ladina curvaba sus labios, dándole esa apariencia tan malvada que Hiroto a veces llegaba a odiar.

    –No son interesantes.

    Pero estaba mintiendo. Quizás Midorikawa sí tenía razón y podía hacer buenas migas con el pequeño vecino, por supuesto, no iba a aceptar su derrota en voz alta. Había sido un buen día.


    •••



    *Suspira* Se siente súper nostálgico volver a escribir aquí, me recuerda a mis años ñoños de bachillerato jajajaja. Hasta el próximo capítulo. Besos ♥


     
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    *-* me gusta a donde lleva la situación. Tienes que seguiirla <3 me ha encantado.
     
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  3. Melissa Montejo
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    0mg ❤ hermoso tienes que continuarla 💕
     
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    De vuelta a la accion Ex-SHIRINO_GO INAZUMA!

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  5. @Valz
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    Hello 😏 He vuelto y con un nuevo capítulo de este fanfic, me alegra mucho saber que aún hay personas que leen aquí y comentan. Me hacen muy feliz. Espero que su semana esté siendo bueno con ustedes, yo acabo de conseguir un nuevo trabajo y esto tan cansada u.u sin embargo, siempre encuentro fuerzas para escribir. Sin extenderme más, aquí les dejo el segundo capítulo. Con amor ❤



    Capítulo 02. ¿Cuándo fue la última vez?







    Hiroto Kira reposaba en el jardín trasero cuando lo vio salir de su casa. Vestía el uniforme de la secundaria Raimon e iba cargado con su mochila azul naval. El azul le asentaba muy bien. Lo vio despedirse de su madre, quien lo besó en la mejilla sonrojada y le acarició el cabello, atrapó cada movimiento, cada gesto y cada caricia.

    ¿Cuándo fue la última vez que tu madre te miró con el alma en los ojos y te besó antes de marcharte a algún lugar?

    Él podría escribir sobre aquella escena y aún con sus palabras no alcanzaría a abarcar todas las emociones que sus ojos podían ver. Posiblemente Shirou Fubuki sintió su persistente mirada, pues se dio la vuelta y comenzó a buscarlo hasta que sus miradas se encontraron. Hiroto pudo comparar sus nervios con la primera vez que Midorikawa le sonrió. O en su primera cita, cuando se besaron por primera vez. Pero sólo había sido la vergüenza de verse expuesto.

    "Midorikawa, me gustas."

    "También me gustas. Me gustas mucho."


    El muchacho, siendo tan encantador, le agitó una mano acompañando su gesto con una enorme sonrisa. Brillante. Brillante. El corazón amenazando con explotar. Aquellos hermosos gestos eran sólo para él, y se preguntaba, ¿por qué? ¿Por qué era tan amable cuando sólo eran dos extraños que habían compartido una taza de té? Hiroto Kira sonrió en su dirección y, discretamente, le obsequió un ademán con su mano. Presagiaba una tarde monótona y aburrida, aunque no lo reconociera en voz alta, sin Midorikawa y ahora sin Shirou Fubuki, las vacaciones carecían del atractivo. Silenciosamente le deseo un buen día, porque ser el chico nuevo siempre es difícil; no importa lo hermoso que seas.

    Él se moría de nervios en su interior. Había una pelea constante entre sus emociones, pero en el exterior se mantenía imperturbable. Pensó en Hiroto Kira agitando la mano y sonriendo sólo para él. Recordó sus manos agarrando la taza de té y el tenedor, deseo que también lo sujetara con aquella delicadeza. Con amor. No se sorprendió de sus propios pensamientos. Ni siquiera se sintió culpable o temeroso. Mantuvo la imagen de su candente vecino pelirrojo y una sonrisa iluminó su rostro.

    Sus compañeros de clases no eran interesantes, demasiado niños para su gusto. Las chicas, plásticas. Los chicos, superficiales. Estaba rodeado de un universo Barbie. Incluso aquellos que se destacaban por no destacar, eran absurdos. Aquel no era lugar para él. Quizás los profesores estaban bien. El de ciencias era guapo, pero sólo eso. La profesora de inglés era interesante, pero no se acercaría a ella para mantener una conversación. No había demasiada diferencia entre su antiguo instituto y este. Todos eran ridículos.

    –¡Fubuki! ¿Qué tal era tu otra ciudad?

    –¿Me das tu número de teléfono?

    –¡A mí también!

    Alguien debía decirle a los adolescentes que rodear a un sólo chico no era para nada atractivo ni sutil. El pequeño Shirou Fubuki estaba incómodo y asfixiado, por supuesto, porque habían invadido su espacio personal de una manera violenta. Pero su madre siempre lo había llamado príncipe, así que decidió actuar como tal.

    –Lo siento, no tengo móvil.– mintió, pero con aquella sonrisa, ¿cómo podrían sospechar ellas?

    Sólo quería ser transparente.

    Las manos de Hiroto Kira sosteniendo la taza de té, ¿serían tan suaves como se ven?

    Qué calor hacia en ese lugar.

    •••

    Midorikawa le había escrito una lista de las cosas que debía comprar para la cena. No se quejó, pues cualquier motivo para salir de aquella casa era bueno. Se dio un baño rápido, vistió jeans y una simple camiseta morada, agarró sus llaves de la mesa y salió. La tarde comenzaba a anunciar su despedida, el cielo estaba lleno de colores cálidos que le hacían cerrar los ojos, con pedazos de noche en las esquinas. Hiroto permaneció unos segundos admirando el firmamento. Se acercó a su deportivo, pero ni siquiera alcanzó a introducir la llave cuando su nombre fue exclamado por una voz femenina.

    –¡Hiroto!– Se trataba de la señora Fubuki. Era tan encantadora, que no podía molestarse porque había utilizado su nombre de pila para dirigirse a su persona.

    La mujer venía casi corriendo hacia él, sus pasos eran tan ligeros que parecía flotar. Una expresión desesperada marcaba sus hermosas facciones, Hiroto quería poder retratarla en una fotografía. Ella de detuvo al frente de él y suspiró, como si hubiese recorrido un largo trayecto.

    –¿Vas a salir?– Sus ojos grises suplicaban un favor.

    Hiroto asintió, como un niño pequeño. La mujer le colocó las manos sobre los hombros, ella olía dulce. Muy agradable.

    –Me llamaron del hospital, debo ir ahora mismo. ¿Podrías buscar a Shirou por mí?

    No pudo negarse a aquella hermosa expresión. Accedió sin pensarlo demasiado y, cuando se encontraba en el auto fue que recapacitó; qué débil era. Pero no tenía más opción, primero iría por el mocoso y después, se lo llevaría como compañero de compras, sólo para no aburrirse en el trayecto. Odiaba ir al combini. Se estacionó frente a la secundaria, los adolescentes salían en grupos, conversando entre ellos y aquella visión lo hizo recordar sus años de instituto. Era popular. Lo recordaba muy bien. No le había servido de mucho cuando se graduó, a las personas reales no les interesa realmente esas nimiedades. Los ojos curiosos no podían apartarse de su presencia. Los niños no saben disimular su asombro. Hiroto, por su lado, sólo podía mirar a una sola persona entre una masa de jóvenes que se volvía borrosa. La sorpresa en su rostro fue evidente pero aquella sonrisa sincera pudo haber costado una estrella del universo.

    –Hola.– saludó el pelirrojo, cuando ya tenía al muchacho en frente. Se veía gracioso sosteniendo las correas de su mochila y con el saco del uniforme atado en la cintura.

    –Hey.– respondió, una sonrisa infantil adornaba sus labios rosados. –¿Qué haces aquí? ¿Me echabas de menos?– preguntó divertido.

    Kira rió y se permitió ser osado. –Sí. Desde que hablamos ayer, no he podido sacarte de mi cabeza.– respondió sarcástico arrancando risas de los labios perfectos de aquel muchacho perfecto. –Tu madre me pidió el favor.

    Shirou Fubuki lo miró de refilón y alzó una ceja, como si dudará de sus palabras. Sonrió. Él sólo sabía sonreír. Se acercó un poco más, hasta el punto en que el pelirrojo debía bajar la cabeza para mirarlo a los ojos. Con su puño le golpeó suavemente el brazo, una muestra de amistad, tan inocente que al pelirrojo hizo sonrojarse.

    –Vamos entonces.– dijo entonces, el albino apartándose.

    El muchacho ocupó el asiento de copiloto, observando todo a su alrededor con los ojos brillantes. Las miradas curiosas no se habían despegado de ellos ni siquiera cuando se subieron al deportivo rojo, el adulto incluso notó que susurraban entre ellos. Por supuesto, que un adolescente de 14 años sea buscando al instituto en un deportivo en motivo de chismorreo. Sin embargo, el implicado parecía no darle importancia a ello. Hiroro Kira no supo porque aquella actitud apática le había agradado. Oh, sí lo sabía, parecía que Shirou Fubuki no poseía la superficialidad que caracterizaba a los jóvenes.

    –Iremos al combini primero, ¿okay?– preguntó, aunque era sólo una notificación.

    –Okay.

    –¿Qué tal tu primer día?– Él sólo quería ser amable.

    Shirou Fubuki soltó un pesado suspiro mientras se deslizaba en su asiento. –Aburrido. ¿Por qué hace tanto calor aquí? No puedo soportarlo.– Se quejó, había adoptado una actitud de niño mimado.

    Hiroto soltó una ligera risa. –¿De dónde vienes?– Era pleno verano, por supuesto que hacía calor y si aquel muchacho había nacido en Japón ya debería saber que las estaciones se afincaban más de lo necesario.

    –Hokkaido.– respondió. Bueno, eso podía explicarlo. Aquel pueblo era una isla, húmeda e inestable donde lo único exacto era el invierno; frío y rudo, perduraba quizás más tiempo del necesario.

    –Te acostumbras rápido, lo prometo.

    No podía ignorar el hecho de que su compañero llamaba la atención. Había atrapado a varias personas girando sus cabezas para deleitarse con su existencia. Considerando aquellos hechos, fue un alivio ir por él y no permitirle recorrer el camino a casa solo. Shirou Fubuki parecía ignorarlo todo a su alrededor, lo había entretenido pidiéndole que lo ayudase a buscar los productos que Midorikawa marcaba en la lista.

    –¿Es que harán una fiesta esta noche?– inquirió el albino, alcanzando una salsa de tomate de la estantería.

    –Es que Midorikawa come por tres personas más. – respondió el pelirrojo con una sonrisa nerviosa. Ni siquiera el insaciable apetito que tenía de joven se había reducido ahora siendo un adulto.

    Mientras pagaban, Kira no pudo ignorar el hecho de que su compañero miraba con anhelo los chocolates que se ofrecían en la caja despachadora. Tomó uno y lo anexó a su cuenta. No podía quejarse, Shirou Fubuki había cumplido con honores su misión como compañero de compras; merecía una recompensa. Cargaron las bolsas hasta el auto y las dejaron en el asiento trasero. Se tomaron unos segundos para descansar dentro del auto y suspirar.

    –Toma.– Le ofreció entonces, tendiéndole la barra de chocolate que había comprado.

    Las mejillas del muchacho se encendieron y sus ojos mostraron tal sorpresa que a Hiroto se le hizo adorable su reacción. –No puedo aceptarlo.– negó nervioso. ¿Acaso podía ser más encantador? –No quisiera abusar de tu confianza.

    –Quiero que lo aceptes.– insistió. –No lo hago por obligación. – añadió, luego de ver la expresión insegura en aquel muchacho.
    Con dudas aceptó el dulce, sus manos se rozaron en cuando lo agarró. La vergüenzas había coloreado sus mejillas y él lucía tan adorable con aquella expresión. Para que el compromiso no fuese tan grande, terminaron compartiendo el dulce mientras reían.

    Cuando llegaron el cielo estaba oscurecido y las luces de las farolas iluminaban las calles.

    –Gracias por ir a buscarme.– comentó. –Y gracias por el chocolate.

    Hiroto Kira sonrió y escondiendo las manos en sus bolsillos, se encogió de hombros. –No fue nada. Cuando quieras.– respondió.

    Un última sonrisa antes de desearle buenas noches y caminó hacia su casa, bajo la vigilante mirada verde del pelirrojo. De momentos se daba la vuelta y volvía a sonreír. Hubiese querido permanecer más tiempo con él, pero tenía deberes que hacer. Quizás Hiroto Kira podía ayudarlo, parecía que conocía todos los secretos del universo. El momento exacto en que sus dedos rozaron la mano de él volvió, y aquella pregunta resonó en su cabeza una vez más "¿Sus manos serían tan suaves como se ven?" Se encerró en su habitación sin obtener una respuesta.

    –¡Bienvenido a casa!

    Midorikawa se lanzó a sus brazos en cuanto lo vio entrar, Hiroto apenas logró sostenerse, los minutos junto a Shirou Fubuki le había borrado todo recuerdo del resto del mundo,. Incluso su novio había quedado en segundo plano, la presencia de ese niño conseguía eclipsar todo a su alrededor.

    –¿Cómo estuvo tu día?– preguntó el moreno, una sonrisa infantil en sus labios.

    Hiroto se detuvo a pensarlo, aunque en realidad sabía cuál era la respuesta apropiada para definir su día. –Aburrido, supongo.– Se sinceró. –Lo único entretenido fue buscar al mocoso de la casa de al lado al instituto y hacer las compras.– confesó.

    Aquella sonrisa traviesa lo dijo todo y el silencio, además era como un grito. –Es un buen chico, ¿verdad?– inquirió.

    Por supuesto que Hiroto Kira había advertido sus insinuaciones. Sonrió con satisfacción y se dirigió a la cocina, esa noche le tocaba preparar la cena. Mientras lavaba las verduras, observaba por la ventana hacia la calle del frente. ¿Él tendría que preparar su propia comida? Quizás hubiese sido mejor invitarlo a cenar. Midorikawa podría convencerlo porque él era bueno con los niños. Sí, era lo correcto.

    El auto del señor Fubuki se estacionó frente a la casa del menor, no pudo evitar cohibirse en su lugar. Hubiese sido una mala idea de cualquier manera. Después de todo, ellos sólo eran desconocidos.

    –¿Cómo estuvo tu día, Ryuiji?– preguntó, tras sentarse en la mesa y retomando la vida que tenía antes de que ese niño llegase a la casa de al lado.

    •••

    Respondió a las preguntas que su padre le lanzaba con una cálida sonrisa, pero la realidad era que se encontraba divagando. Su mente estaba flotando en algún planeta lejano y no había manera de regresar. Cuando terminó sus deberes escolares, pasó el resto de la noche en el móvil, espiando sus fotografías pues encontrarlo no había sido difícil. En la mayoría, estaba acompañado con ese hombre con quien vivía. Su brazo lo rodeaba con cariño. Su sonrisa era una curva donde no podría frenar ni cruzar. Sus ojos tenían un brillo especial.

    ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué colocó el nombre de su vecino pelirrojo en el buscador de Instagram? Su dedo bailaba entre la decisión de seguirlo o simplemente continuar observándolo en las sombras. Mirar sus fotos era tan dulce como ese chocolate que compartieron. Quería tomar sus manos entre las suyas. Deseaba que lo abrazara como lo hacía con ese hombre. Si sus padres pudieran leer sus pensamientos ya habrían pegado el grito al cielo. No era para menos, le gustaba un hombre de 26 años.

    Desde la ventana de su habitación podía ver hacía el jardín vecino, donde ellos habían tomado té y comido pastel de fresas. Y el auto donde habían platicado y compartido un chocolate. Le estaba tomando demasiada importancia a detalles tan pequeños. Se sentía absurdo. No pudo seguirlo, porque sabía que estaba mal. Espiarlo en el anonimato no era más ético, pero al menos, sólo él sabía que estaba pecando. No lo estaba gritando al mundo entero. Nadie podría juzgarlo.

    Estaba pensando en él y el corazón le latía con fuerza en el pecho. Típico. Se sentía estúpido.

    ¿Mañana volvería a buscarlo al instituto? Quería pedirle que fuera todos los días por él. Y que si quería, podía acompañarlo cada vez que necesitara ir de compras al combini. Ni siquiera debía obsequiarle algo a cambio, su presencia era suficiente.

    "Cuando quieras."

    ¿Sería verdad o sólo estaba siendo amable? ¿Estaría consciente de las emociones que había despertado en su joven e inexperto corazón? Y si él lo sabe ¿estaría dispuesto a aceptarlo?

    •••

    Lo despidió antes de verlo marcharse al instituto, vistiendo su uniforme azul naval que le quedaba genial y una sonrisa en su hermoso rostro. Para él, era extraño pensar de esa manera sobre un niño, pero sus pensamientos estaban a salvo en la bóveda que era su cerebro. Nadie podía mirar. Nadie podía entrar, así que nadie podía juzgar.

    –¿Nos veremos en la tarde?– preguntó el menor, su sonrisa guardaba una travesura sin efectuarse.

    –Quizás.–respondió, fingiéndose interesante.

    El albino rió y agitó su pequeña mano para luego retirarse. El pelirrojo lo vigiló hasta que cruzó en la esquina y la silueta de su espalda ya no podía verse. Sus hombros delgados. Su espalda estrecha, podías perderte deslizando tus ojos de arriba a bajo. Su cabello platinado ondeando con gracia con el viento de la mañana. Admirándolo desde la distancia lo volvían irreal. Un ser etero que al ser tocado se desvanecería. Hiroto se rió ante sus propios pensamientos tan poéticos. Quizás, Midorikawa también se burlaría de él si pudiese escucharlo. Y los padres del chico se escandalizarían tanto que llamarían a la policía o se mudarían lejos.

    Es por eso que no podía compartir esas observaciones con nadie más. No había de qué preocuparse, después de todo, sólo era por diversión.

    Quizás él debería ocuparse en hacer algo en lugar de esperar todo el día a que llegara la noche para ver a su novio. Se levantó de la silla y se dirigió a su estudio. Entre las gavetas debía tener guardado una agenda sin usar (porque suelen obsequiarle muchas para salir del compromiso que imponen los días festivos). ¡Bingo! Era de cuero y tenía su nombre grabado en una esquina. Páginas blancas, perfectas para bocetos y trazos. Se dirigió al jardín y empezó a crear. Se encerró en su propio mundo. Aquel que no había visitado desde que tenía 17 años.

    No sabía que se podía echar tanto de menos un hobbie.

    •••

    –¿Vas a inscribirte en algún club?

    Así fue como Shirou Fubuki conoció a ese curioso chico. Tenía el cabello largo y turquesa, la piel bronceada y su único ojo visible, avellana. Esbozó una encantadora sonrisa y se dirigió a él con amabilidad.

    –No estoy interesado.– Con ese tono de voz,había manera en que alguien se sintiera ofendido o agredido.

    Sus intenciones no funcionaron, el chico no se echó hacía atrás. Sonrió, con la planilla de inscripciones en sus manos. –Tengo entendido que eres de nuevo ingreso.– Oh no, aquí vamos. –Unirte a un grupo puede hacerte bien. Conocerías a muchas personas con gustos iguales a los tuyos, ¿qué dices?

    Fubuki comenzaba a sentirse irritado. ¿Convivir? ¿A eso se refería? Claro, claro. Pero él no podía estar menos interesado en conocer personas nuevas, todo eso era irrelevante para él.

    –No estoy interesado en hacer amigos.– Tuvo que ser directo, porque de lo contrario, ese chico le habría insistido hasta la saciedad.

    Aquello fue suficiente. Lo vio encogerse en su lugar, cohibido y sacado de onda. –Bueno, si cambias de opinión, puedes buscarme.– añadió, como un pequeño comodín. Diciendo "Esta opción está disponible para ti."

    El timbre sonó y el albino se levantó de su asiento.

    –No cambiaré de opinión.

    Querido. Querido. No tienes problemas en mentirte a ti mismo porque sabes que en casa hay una diversión mayor que los chicos de tu instituto no pueden brindarte.

    •••

    El cielo cielo se teñía de arrebol y el llamado del timbre lo sacó de su ensoñación. Se levantó y abrió la puerta.

    –¡Por favor!– suplicó la hermosa mujer, juntando sus manos y con una expresión graciosa en sus finas facción.

    Hiroto sonrió.

    "¿Nos veremos en la tarde?"

    Extendió su brazo para alcanzar las llaves que colgaban a un lado de la puerta. Las encerró en su puño y se dirigió a la mujer.

    –Está bien.

    Esa tarde hacía tanto calor que no podía soportarse. Y el tráfico era agresivo, pese a que la secundaria no quedaba propiamente lejos se tardó en llegar. Aún habían jóvenes transitando, los ojos curiosos volvieron a enfocarse en él; tal y como ayer. Las chicas no le despegaban los ojos de encima y parecían coquetear simplemente con la mirada. Él por supuesto, no estaba interesado. Se mantuvo sereno, apoyado en su deportivo rojo y esperando a un adolescente en específico. El único que llamaba su atención. Pero jamás lo admitiría en voz alta. Con pasos firmes, por delante de los demás, se acercaba agitando su cabello. Era alarmante lo encantador que podía ser. Hiroto Kira sintió que se quedaba sin respiración, teniendo cerca, podía percibir el agradable olor que emanaba.

    –Hola.– saludó, una sonrisa infantil, las mejillas sonrojadas. –¿Me extrañaste otra vez?

    El pelirrojo rió. –Absolutamente.

    Por supuesto, sólo era una broma. Sólo era un juego.

    –¿A dónde iremos hoy?– preguntó el muchacho, inclinándose hacia delante y mirándolo desde abajo.

    Hiroto le colocó una mano sobre la cabeza y le desordenó el cabello. –Sólo a casa.

    Entonces entraron en el auto, siendo escoltados por miradas curiosas que suponían cosas. Shirou Fubuki los ignoraba y aunque Hiroto Kira no lo hacia, no le daba importancia. Las calles estaban atiborradas de autos. Se quedaron atascados en medio del tráfico, tan cerca de casa que era frustrante.

    –Hace demasiado calor.– Se quejó el menor.

    –Lo sé.– asintió. Extendió el brazo para bajar el aire acondicionado. Era preferible congelarse que morir por un golpe de calor dentro del auto.

    –Estoy aburrido.– Volvió a quejarse. Los niños son exigentes.

    Hiroto encendió el reproductor mp3 y una canción inundó la atmósfera. Ambos se sumergieron en las palabras que conformaban la canción. En la melodía de los instrumentos y el compás. Hiroto dejó caer su mano sobre el asiento, mientras que con la otra sostenía el volante y daba suaves golpes con el índice.

    No pudo evitar clavar sus ojos en él. Recordó, entonces, cuando le sirvió té en la taza de porcelana. Cuando rebanó su porción de pastel. Cuando le extendió el chocolate. Cuando lo saludaba cada mañana. ¿Serían tan tersas como aparentaban ser? Debía aclarar sus dudas. Dejó caer su brazo, como si en realidad no supiera lo que hacía. Miró por la ventana, hacia el cielo.

    –¿Crees que llueva?– preguntó y, en medio de sus palabras, deslizó su mano hasta que podía sentir ambos meñiques chocando.

    –No lo creo. Estamos en verano.– señaló. Por lo visto, no se había percatado de las acciones del menor. –Aunque a veces llueve en verano.

    Shirou Fubuki apoyó su espalda en el asiento y miró al frente. –Quisiera que lloviera esta noche.– expresó.

    Hiroto Kira comenzaba a sentirlo, la manera en que el menor estaba acariciando el dorso de su mano, lento y suave. Le clavó la mirada, pero estaba más concentrado en la música y los autos que no se movían. Tarareaba y se mecía al compás de la canción. No lo hacía con intensiones, claramente y, seguro que si se movía o le retiraba la mano, él se sentiría avergonzado. No quería ser hostil, así que lo dejó tranquilo.

    Su piel era cálida y suave, tal como lo había imaginado. Quería enredar sus dedos y fundirse en un abrazo. Estaba satisfecho pero, si se le otorgaba la oportunidad de obtener más, lo agararía sin pensarlo. Se aferraría a ello. El auto avanzó, apenas unos centímetros y freno, en ese momento que parecía impactarse contra el vidrio delantero, le sostuvo la mano a su compañero adulto.

    –¿Te gusta la lluvia?– preguntó. Necesitaba distraerse. No podía comprender por qué estaba tan nervioso. Sólo fue un accidente, los niños tienden a inclinarse por el contacto físico. Los niños necesitan atención, ¿verdad?

    –Me encanta.– respondió. Por supuesto, sus palabras llevaban un mensaje oculto que reafirmó con aquel apretón. Se estremeció. –En Hokkaido siempre está lloviendo.– Se volteó para mirarlo con sus ojos brillantes. –¿Te gusta la lluvia?

    Lentamente y sin ser completamente consciente de ello, recogió la mano, reforzando el agarré que el joven había iniciado. Y aunque Hiroto había correspondido al gesto de su compañero sabía que no se trataba de algo comprometedor. Sólo era cosa de niños. Kira no tenía porque estar nervioso, ¿cierto?

    –Me encanta.– respondió, arrancando una sonrisa de su compañero.

    Ellos sólo se mantuvieron unidos por un gesto inocente y pequeño. La música los envolvía y momentáneamente olvidaron que se encontraban atrapados en un embotellamiento. Los corazones latían emocionados, nerviosos. La mente nublada por una bruma, incapaces de cuestionar. Tic-Tac. El reloj se detiene y los encierra en el presente eterno. Tic-Tac el mundo deja de moverse, todo a su alrededor se evapora. La calidez de la piel es lo único de lo que pueden ser conscientes. La respiración tranquila del compañero que tienen al lado. Un chico de secundaria y un adulto, guardando un mismo secreto entre las manos.

    Tic-Tac.

    La bocina del auto detrás lo despertó de su ensoñación, reventando la burbuja donde habían permanecido encerrados. El mundo comenzó a moverse y ambos rompieron el vínculo. El pelirrojo sujetó el volante y avanzó. No había pasado nada, ¿verdad? Sólo había sido un sueño. Un malentendido. Pero aunque uno de ellos quisiera pensar de esa manera, que no había sido más que sólo una alucinación, las estrellas del basto cielo los observaban. Habían testigos silenciosos, parpadeando.

    –¡Oh! Es tarde, papá debe estar preocupado.– señaló el menor, observando el reloj del reproductor.

    Él actuaba como si nada hubiese ocurrido, de ser así, ¿porque Hiroto Kira debía perturbar su tranquilidad? Sólo había sido una chiquillada. Cosas de niños.

    –Gracias por traerme.– dijo, tan encantador y amable. Una sonrisa cálida iluminaba su rostro.

    –Cuando quieras.– respondió modesto.

    La visión de su espalda frágil, daba la impresión de romperse si intentaba tocarlo. La sensación de tomar su mano aún estaba presente en su cabeza. Un sentimiento cálido arropaba su corazón endurecido por las experiencias de la vida. Pero Shirou Fubuki estaba en plena primavera, lleno de sueños y esperanza. Sólo había sido un juego. Una muestra de confianza o agradecimiento por su amabilidad. Era un niño, después de todo. El menor lo descubrió observándolo y simplemente le sonrió, sus ojos grises brillaban como las estrellas.

    Sí, sólo era agradecimiento.

    Al parecer, se había conseguido (sin buscarlo) un nuevo amigo.

    ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste dichoso por conocer a alguien?












    Y eso es todo por ahora. Espero que lo hayan disfrutado, no olviden dejar aua comentarios y observaciones de qué les ha parecido el capitulo. Esperó que estén muy bien. Hasta otra ❤
     
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  6. Melissa Montejo
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    Omg espero la continuación ❤
     
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5 replies since 9/7/2018, 05:05   294 views
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