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    HISTORIA DE ACIER


    El reino de Acier es un reino joven, muy joven, con sólo tres generaciones de monarcas en su brevísima historia. Pero no por ello su historia es aburrida, porque a cada monarca le acompañan escándalos de tal magnitud como el regicidio.

    El primer rey, Cezànne, estableció todo el territorio de su reino, ganándoselo a la misma naturaleza y creando una muralla gigantesca (hecha mayormente de placas de acero, lo que bautizó el reino como «Acier») que lo protegería de ataques enemigos. Cezànne no podía ni imaginar que todos los ataques que sufriría el reino serían desde dentro.

    Crear una muralla de tal envergadura era un trabajo que podía llevar décadas a la mejor cuadrilla de trabajo, pero el rey tardó menos de una semana, ¿cómo era posible? Fácil, porque ningún monarca de Acier reina solo. Le acompaña su compañero real: su royalet. A Cezànne le acompañaba una golem gigantesca, a la que no le costó trasladar y romper pesadas rocas, o incluso mover las montañas.

    Así que crear la muralla alrededor del reino, sus tres entradas —este, oeste y sur, el punto más al norte se reservaba para el castillo—, trazar el rumbo de los caminos que compondrían las calles, en definitiva, encargarse de toda la gestión urbanística no le supuso ningún esfuerzo a una criatura hecha de piedra.

    Fue su hijo, el segundo monarca, Lux, el que abrió las fronteras a la magia, añadiendo al reino un nuevo territorio: el bosque de los elfos, el cual bautizó como Ferrot. También puso en circulación libros de magia, y tenía planes de añadir escuelas de magia y hechizos para los más duchos. Y es que la magia no estaba al alcance de cualquiera, pero Lux creía firmemente que con la dedicación y estudios necesarios se podía acceder a ella.

    Quizá por ese mismo motivo decidió casarse con una elfa, Morgiana. Desoyó las voces del reino, que recelaban no sólo de los elfos, sino de todo lo que no fuera humano. El hecho de que Lux asesinara a su primera mujer (una reina humana) para poder desposarse con Morgiana quizá tuviera algo que ver con la sombra de sospecha que se alojó en Acier.

    Y cuando, años más tarde, Lux apareció sin vida en su propia alcoba, recubierta toda ella de sangre, la desconfianza tomó forma de revuelta. Todo el reino se revolucionó, atacándose los unos a los otros, los defensores de la magia y los contrarios a ésta, los fieles a la corona contra los que veían en la república un modelo de sociedad mejorado, los que creían en la inocencia de la elfa contra los que pedían su cabeza y la de su hijo… lo cierto es que Acier se hubiera destruido a sí mismo de no ser por el tercer monarca, Étienne, que consiguió no sólo calmar la guerra interna que consumía el reino, sino re-establecer la monarquía con el doble de fuerza.

    Para ello se valió no de la fuerza bruta, sino de la más pura estrategia: dividió a la población de Acier en dos, los arcanos y los norcanos, de acuerdo a su contacto con la magia. ¿Magos, hechiceros, elfos? Arcanos. Todo ser ajeno a la magia, norcano. Y a cada división cedió una parte del reino. La barrera que construyó su abuelo seguía en pie (y debía seguir por siempre), pero se reforzó con una división interna compuesta por murallas algo más pequeñas que, sabía Étienne, se irían derribando con el paso de los años gracias a una forzada convivencia entre unos y otros.

    Teniendo en cuenta que tramó su plan con poco más de veinte años, es de suponer que es un rey bastante inteligente.

    Se casó con una mujer norcana, Aimée (con la que tendría dos hijos), pero mantuvo a su madre, una elfa, viviendo en el castillo para reforzar su compromiso con ambas corrientes del reino. Sólo el tiempo mostró los frutos de su estrategia a largo plazo; y si bien al principio las dos partes del reino se llevaban a matar, llegó el día donde la convivencia fue casi del todo pacífica, con alguna rencilla aislada que no llegaba nunca a mayores.

    Comprobaba Étienne que las murallas internas no son más que un recuerdo del pasado. O debían serlo. Sus cálculos no fueron del todo acertados, no contaba con los largos tentáculos que podían tener el odio y el resentimiento a lo que no es igual, en este caso, los arcanos.

    Dejó las murallas del reino por muy pocos días, apenas una semana, para patrullar las fronteras de Ferrot (el bosque mágico que le trajo a su madre) y confirmar que todo marchaba bien con los elfos. Al regresar al reino se encontró con la más trágica de las desgracias: el pueblo, de nuevo furibundo, asesinó a su madre y a su esposa, y celebraron sus muertes por todo lo alto. A la primera, Morgiana, la tacharon de regicida y única culpable del asesinato del anterior rey; y la segunda, Aimée, fue el objetivo de una venganza contra el propio Étienne.

    Desde ese día, Étienne no es que abandone el reino, es que ni siquiera sale del castillo.

    - - -


    Étienne
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    Nombre: Étienne Lucien
    Nombre completo: Étienne Lucien Faure-Demont de Acier y Ferrot
    Edad: 41 años
    Ocupación: actual monarca de Acier, guardián de Ferrot
    Estado civil: viudo
    Hijos/descendencia: Maèl (19) y Aimée (17)
    Especie: mixto (madre elfa)
    Royalet: Brigitte

    La historia de Étienne es trágica, desde bien joven tuvo que aprender a defenderse de los ataques de un reino resentido con los seres mágicos (y siendo él hijo de una elfa, no le deja en buen lugar). Cuando supo protegerse, tuvo que proteger a su madre de los ataques continuos que sufría. Era, a ojos del público, la asesina de su padre, el anterior rey.

    Morgiana de Ferrot fue una madre cariñosa que, a base de lecturas y canciones, le demostró a su hijo que la magia sólo es peligrosa cuando cae en malas manos. Étienne no podía entender el rechazo frontal del reino a algo tan maravilloso.
    Devastada al verse sin rey, pero orgullosa de los logros y avances de su único hijo, Morgiana decidió quedarse en Acier y ser uno de sus apoyos. Rechazó regresar a Ferrot con los suyos y prefirió quedarse en un reino que la odiaba y tachaba de asesina. Ella, que rezaba para que la muralla de Acier no cayera nunca, que rechazó a su estado de elfa, que aceptó vivir como una norcana, que amó a su rey por sobre todas las cosas, ¿cómo podía este reino odiarla tanto?

    Volviendo a Étienne, recibió a su royalet —Brigitte— a los seis años. Aunque «recibir» no es la palabra adecuada, la royalet simplemente aparece y reclama a su compañero, quedándose a su lado de por vida. El vínculo entre monarca y royalet es tan fuerte que si uno muere, el otro morirá poco después.

    Las royalet son seres rodeados de misterio, ¿por qué aparecen frente a los Faure-Demont? ¿Por qué sólo son hembras? ¿De dónde vienen? ¿Alguien las envía? Ni la propia familia real puede responder a todo esto, pero dicen que su linaje está tan enfocado a reinar sobre todos, que hasta los seres mágicos se doblegan a su apellido. O era lo que parecía, desde luego.

    Dejando a las bestias a un lado, Acier sigue resentido con los arcanos, una buena parte del reino desconfía de la magia al creerla un arma incontrolable. Esta facción contraria a la magia ha ido tomando fuerza, para espanto de Étienne, y han dicho más de una vez que no pararán hasta matarle por ser hijo de una elfa. Y con más de un ataque a sus espaldas, es lógico que Étienne se sienta inseguro en su propio reino.

    Temeroso por lo que pueda ocurrir, no tardó en poner a sus hijos a salvo: la hija mejor, Aimée (que lleva el nombre de su madre), mostró un acercamiento a la magia desde muy niña, y se la envió a los santuarios y escuelas mágicas en las tierras del norte para que se formara en un entorno adecuado, lejos de las hostilidades del reino; el hijo mayor, Maèl, se ha embarcado en un viaje en busca de su royalet, pues a sus diecinueve años todavía no ha aparecido.

    En el inmenso castillo sólo vive el rey con sus recuerdos y paranoias. Le aterroriza cada sombra que ve, creyéndola un atacante, sabe que es sólo cuestión de tiempo que muera: bien le asesinará el pueblo, bien se quitará la vida en un ataque de locura.

    Lo que en su día fue un hombre alegre ha acabado por convertirse en un ser lleno de pánico y terror. No confía ni en guardias ni servicio, y absolutamente nadie tiene permitido entrar a sus aposentos, ¿y si había algún rebelde entre los soldados? ¿O entre las doncellas y cocineros? ¿Y si planeaban matarle mientras dormía? El insomnio nunca le abandona, y apenas consigue dormir unas pocas horas cada noche, tampoco es que coma demasiado por el día, teme que hayan envenenado sus comidas.

    La corona le pesa una tonelada, arrastra las capas de sus engalanados ropajes, y no consigue hacer callar la voz en su cabeza que le grita que está en peligro constante, pero debe hacerlo. Avanza todos los días al trono para recibir audiencias y atender las quejas o peticiones del pueblo. Siempre antepondrá los intereses del reino a los suyos propios, ése es su trabajo como rey y no piensa descuidarlo.

    También es verdad que su actual situación le parece penosa y quiere ponerle fin cuanto antes. Ha pensado en todo un golpe de efecto que le dé la vuelta a la tortilla: si el pueblo desconfiaba tanto de los arcanos, traería al más poderoso que encontrara y le encargaría su propia protección.
    Con este propósito mandó avisos a los reinos y territorios vecinos, buscando un voluntario que se convierta en el escudo real que quiere y necesita para dejar atrás sus miedos.


    Le gusta:
    -Tener noticias de sus hijos, de hecho, intercambian cartas a menudo.
    -Los jardines de palacio, las plantas se han convertido casi en su única compañía. Su madre le enseñó a cuidarlas.
    -La lectura, puede pasarse horas enteras con un buen libro, ¿su género favorito? Romance. Las historias de amor siempre le tocan la fibra sensible, quizá porque recuerda el tiempo que pasó con su reina.
    -Ver el amanecer, como últimamente no puede dormir mucho, el sol de la mañana siempre le pilla despierto.


    No le gusta:
    -Ir desarmado, han atentado contra su vida más de una vez.
    -Tiene pánico a las aglomeraciones por el mismo motivo.
    -El fuego.
    -El rechazo del reino a la magia.


    Información extra:
    -Su vocabulario es exquisito.
    -Sus ojos verdes (un color que no se ve muy a menudo en Acier) dan buena cuenta de su origen élfico.
    -Si se tradujera palabra por palabra su nombre —Étienne Lucien Faure-Demont de Acier y Ferrot—, sería: «corona de luz, creador de la montaña del reino del acero y del bosque de Ferrot». Un nombre tan pomposo sólo puede pertenecer a un rey.
    -Su royalet, Brigitte, le acompaña desde los seis años. El vínculo con ella es tan fuerte que, si muriera, él lo haría poco después. Por suerte, Brigitte es una criatura de lo más resistente, característica que comparte con el monarca, que tiene una salud de hierro.
    -El royalet de su hija Aimée apareció el mismo día de su nacimiento. Un pegaso oscuro al que llama Noiret.


    Apariencia:
    QUOTE

    Maèl
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Maèl
    Nombre completo: Maèl Faure-Demont de Acier
    Edad: 19 años
    Ocupación: príncipe heredero
    Estado civil: soltero
    Hijos/descendencia: ninguna
    Especie: norcana
    Royalet: desconocida

    Es capaz de hablar y entender lenguas antiguas, fue un estudiante modelo en cada clase y un conversador excelente; todo un orgullo de príncipe que, sin embargo, vive frustrado. Todavía no ha aparecido su royalet, y empieza a sospechar que dentro de este reino de acero no aparecerá nunca.
    Es el único Faure-Demont que no tiene compañera regia, cosa que le avergüenza, ¡su hermana la tiene desde el nacimiento! ¡Y su padre la obtuvo a los seis años! ¿Por qué él cumplirá ya los veinte sin su compañera? ¿Cuánto más debía esperar? ¿Cuánto más se debía preparar?

    Se aventuró con la magia, aprovechando los conocimientos de Aimée, que aceptó encantada el puesto de tutora, pero mientras que ella podía lanzar hechizos de aire, agua y fuego (estos últimos a escondidas de su padre, terrible es el miedo del rey a las llamas), el mayor avance de Maèl fue acariciar al pegaso que acompañaba a su hermana en cada uno de sus pasos. Envidia a Aimée, pero de manera sana. Desea lo mejor para ella y está seguro de que, cuando regrese al reino, lo hará convertida en una auténtica erudita en asuntos arcanos. Y se le hincha el pecho de orgullo cuando, en sus cartas, ella le habla de los nuevos hechizos o pociones que ha descubierto.

    No le sorprendió el apoyo de su padre en su decisión de dejar Acier —de manera temporal—, la situación en el reino estaba cada vez más tensa y era de lo más peligroso quedarse aquí. Intentó convencer a su padre de que también se fuera, no le veía el sentido a mantener la fidelidad a un reino que odia a su rey. No entendió la sonrisa tan triste de su padre, y mucho menos su fijación en no dejar nunca Acier.

    Con esta situación en el castillo, dejó el reino en busca de su royalet. Confiaba en que el plan de su padre (el de colocar a un ser mágico como su escudo) diera resultados, aunque una parte de él quería quedarse para garantizar su seguridad. Pero, claro, Étienne había ordenado, no como padre sino como rey, que se marchara; y ni siquiera el príncipe podía llevarle la contraria al rey.


    Le gusta:
    -Ha heredado el amor por la lectura de su padre, pero él prefiere la novela de aventuras.
    -Tiene un alma curiosa, le gusta investigar y descubrir cosas nuevas.
    -Su barba, le da un aspecto viril (o eso cree él).
    -Las cartas que recibe de su familia. Brigitte y Noiret, ambas vuelan y pueden llevar la correspondencia de un sitio a otro como mensajeras.


    No le gusta:
    -La violencia innecesaria, cree firmemente en el poder de la palabra y lo considera el único camino hacia la auténtica paz.
    -Por ende, no le gustan las armas ni los conflictos.
    -Viajar solo. Ésta es la primera vez en su vida que pasa tanto tiempo sin compañía, pero esto cambiará cuando descubra a su royalet, está seguro de que sí.


    Información extra:
    -No ve muy bien de lejos, los objetos y sus formas se le vuelven borrosos. Sí, es el príncipe de la miopía.
    -Es bastante asustadizo. No cuesta mucho hacerle soltar un gritito.
    -Es vegetariano.
    -Le guarda mucho rencor a las gentes de Acier.
    -No quiere heredar el trono del reino que mató a su madre y planea matar a su padre.
    -Le asusta volver a casa y encontrarse con que su padre ha sido asesinado por el propio pueblo.


    Apariencia:
    QUOTE

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    I - II


    Corr
    SPOILER (click to view)
    Nombre: se hace llamar Corr
    Nombre completo: Corentin Faure-Demont de Acier
    Edad: 36 años
    Ocupación: cazador errante
    Estado civil: soltero
    Hijos/descendencia: ninguna
    Especie: norcana
    Royalet: Charlotte

    Corr es un hombre rodeado de misterio, no habla mucho de sí mismo y son poquísimas las personas que conocen su verdadero origen. Se trata del segundo hijo del rey Lux, es decir, es el hermano pequeño del actual monarca, Étienne. El asesinato que cometió explica por qué vive en las calles y no entre los lujos de palacio.

    El rey Lux, obsesionado con las ideas de la magia, engañó en muchas ocasiones a su reina (una mujer norcana) con una elfa, llegando incluso a tener un hijo con ella. Lo peor de todo: al ser este niño su primogénito, tenía plenos derechos al trono a pesar de su origen bastardo. No contento con esto, y llegando a despreciar a su segundo hijo por ser norcano, orquestó el asesinato de la reina para poder así casarse con su amante y acercar los elfos a Acier. Desde luego que el reino no se lo tomó bien, pero Corentin (el hijo de la reina fallecida) se lo tomó aún peor.

    Desde su más tierna infancia se dijo que debía odiar a su hermano mayor, que debía repudiarle por haber llegado antes que él al mundo y arrebatarle el trono. Estaba convencido de que a su madre le habría encantado verle maldecir a Étienne y a Lux por igual. Y era muy fácil odiar a su padre, ¡pero tan difícil odiar a su hermano! Étienne le trataba siempre con un cariño inexplicable, como si fueran hermanos de la misma madre, como si de verdad fueran una familia.

    Por un momento, casi llegó a creérselo. Era su padre, el rey Lux, el que echaba todo esto a perder con desplantes y desprecios. Imitó su sangre fría al colarse en su alcoba una noche donde la reina, Morgiana, paseaba por los jardines, explicándole a su hijo los cuidados de alguna planta; utilizó el puñal con el que practicaba los combates y lo enterró tantas veces en su pecho que convirtió sus costillas y pulmones en picadillo.

    A Morgiana se la tachó como única culpable, lo que volvía esto un plan perfecto que le dejaba a él libre de toda sospecha. No contó con la mirada de Étienne, le había bastado un instante con él a solas para confesar el crimen. Le rompió el corazón ver a Étienne llorar, pero no dejó que la culpa le dominara y aceptó el castigo esperando la muerte. Estaba seguro de haber hecho lo correcto, y aceptaría todas las consecuencias.

    La última prueba del amor que le tenía Étienne fue que no lo mandó a la muerte, sino al destierro. Podría seguir con vida, sí, pero lejos del reino. Se proclamó en Acier que el príncipe Corentin había muerto de una repentina enfermedad y fue cuestión de tiempo que el reino olvidara su nombre y su historia como joven príncipe.

    A día de hoy ha vuelto al reino, lo cierto es que va y viene muchísimas veces, pero siempre ocultando su identidad. Se corta el pelo para que nadie vea que es el mismo rubio que el de Étienne, se cubre el rostro para que nadie identifique la forma de su mandíbula, tan parecida a la de todos los Faure-Demont. Es una suerte que Étienne se haya recluido en el castillo, es el único en el reino que podría reconocerle, incluso después de veinte años.

    Se gana la vida vendiendo piezas de caza, y si consigue sacarse un dinerito extra en cada venta es por la naturaleza de sus capturas. No atrapa animales del todo corrientes, sino los que habitan en Ferrot, alimentando los rumores de que son seres mágicos (algo que no era del todo cierto).
    Su relación con los elfos no es buena, pero tampoco es mala, tienen un trato de cordialidad amistosa. Les vende o compra cosas, y regresa a Acier para hacer lo propio con algunos comerciantes en los que nunca ha terminado de confiar. Su única compañera fiel es su royalet, Charlotte. Se trata de una renard, tan pequeña y manejable que puede ocultarla bajo su capucha, pues sería complicado explicar que se trataba de su compañera como Faure-Demont.


    Le gusta:
    -Mimar a la pequeña Charlotte. Le ha comprado cada joya y adorno que lleva (y no son pocas).
    -Se ha acostumbrado a la tranquilidad del bosque.
    -Acampar al aire libre.


    No le gusta:
    -Su padre, el rey Lux. Aunque esté muerto, le odiará siempre.
    -La lectura, nunca se ha llevado bien con las letras.
    -La ropa demasiado reveladora.


    Información extra:
    -Siempre ha presumido de ser más guapo que Étienne.
    -Echa de menos sus charlas y juegos con él, era su hermano mayor después de todo.
    -Durante unos años, su madrastra, Morgiana, fue a su encuentro en Ferrot. Sabe que es gracias a ella que los elfos del bosque le hayan dejado vivir en su territorio.
    -Se sonroja con facilidad.
    -Su mayor secreto: es virgen. Digamos que no ha tenido una vida fácil y propicia al romance.
    -Acepta batidas de caza de cuando en cuando, y ahora mismo se encamina a la siguiente.


    Apariencia:
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    I - II


    Guardián
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Lo llaman Dragón o Guardián, pero no tiene nombre.
    Edad: Cumplirá 450 este solsticio de invierno.
    Ocupación: Guardián del Bosque de los Feéricos.
    Especie: Arcana | Dragón.

    Nadie sabe muy bien cuándo aparecieron los primeros dragones, tampoco de dónde surgieron exactamente. Muchas leyendas señalan que nacieron de los mismos elementos, cúmulos de magia y poder, pero actualmente esto no se toma tan en serio.

    Lo que sí se puede decir sin dudarlo mucho es que los dragones existen desde hace mucho tiempo, que son fuerzas mágicas y, sobre todo, que gustan vivir rodeados por pura naturaleza, lejos de construcciones de elfos, gnomos, humanos y otras razas. Claro que, tal vez, esto se deba a que nunca han sido muy bien tratados por estas criaturas.

    Distintas partes de su cuerpo han sido vendidas en mercados de todo el mundo como amuletos, como artefactos rituales o como ingredientes para hechizos o pócimas milagrosas. También han sido asediados en busca de su sangre, que resulta ser una sustancia purísima —dicen algunos que son estrellas fundidas, otros que es oro líquido—, o por su fuego, que se dice capaz de derretir cualquier sustancia conocida.

    Ante este panorama, no es de extrañar que tan majestuosas criaturas hayan preferido refugiarse en altas montañas, recónditos bosques o profundos lagos, relacionándose principalmente con los feéricos, que también tienden a rehuir del contacto humano.

    En estas circunstancias, los dragones suelen tomar el rol de protectores. No son seres violentos por naturaleza, pero sí gustan defender aquello que consideran su territorio o sus gentes, siendo venerados y tratados a veces como auténticos reyes.

    Algo así es el caso de Guardián. Nació en el Bosque de los Feéricos, un lugar no demasiado alejado de Acier y de Ferrol —hay quienes consideran que Ferrol se transforma en el Bosque de los Feéricos en algún punto; otros mantienen que son bosques totalmente distintos y que la separación es clarísima—, lleno de ninfas, hadas, faunos y otras criaturas similares, aunque quizá estas no son tal y como el folclore humano las representa.

    Durante muchos años, prefirió mantenerse alejado de cualquier asentamiento humano. Cuando Cezànne y su golem empezaron a construir Acier y su ciclópea muralla, Guardián se acercó únicamente para asegurarse de que su hogar estaría a salvo. Ese era su objetivo, pero lo cierto es que Cezànne resultó tener una conversación agradable y una mirada encantadora, de tal forma que Guardián cayó presa de sus ojos y, para cuando quiso darse cuenta, empezó a viajar a Acier periódicamente para hablar con aquel humano al que empezaba a considerar su amigo.

    La vida de Cezànne, sin embargo, fue un suspiro en comparación a la de Guardián, quien oculto bajo una capucha y quedándose en un margen apartado, asistió al funeral, retirándose después a su bosque.

    Siguió atento a lo que ocurría dentro de las murallas, queriendo monitorizar aunque fuese a la distancia al hijo de su amigo, pero sus acciones fueron desagradables para el dragón y su violenta muerte no le hizo derramar ninguna lágrima.

    Temiendo que la simiente del mal hubiese germinado en sus hijos, intentó desvincularse por completo de ese reino humano. Sin embargo, los susurros que le llegan desde Acier son cada vez más preocupantes: ¿el nieto vivo de Cezànne teme de su propia sombra y recela de un pueblo que puede sublevarse en cualquier momento?

    La historia de su madre y la de su esposa le habían conmovido muchísimo más que la de Lux, por lo que Guardián ha decidido darle una oportunidad al tal Étienne, aunque sea por el cariño que le profesó a su abuelo.

    Después de todo, sabe que su fin está cerca. En cuarenta años, cincuenta como mucho, su cuerpo se unirá con la Madre Tierra y de la carcasa vacía que ahora es su cuerpo, convertida entonces en piedra y árboles, un huevo nacerá del cual saldrá un nuevo dragón.

    No le apena ni le asusta la idea. Los dragones saben que la muerte es sólo el principio de una nueva vida, que lo único que duele es la ausencia de un ser amado. Pero si puede aprovechar esas décadas finales para hacer algo por la familia de Cezànne… No dudará en hacerlo.

    Le gusta…
    —Dormitar al sol, en un lugar preferiblemente cálido. Ni siquiera le importa que los niños de los feéricos jueguen a trepar su cuerpo mientras tanto, de tan a gusto que está.
    —Bañarse pero, de nuevo, en agua caliente, incluso hirviendo. Puede llegar a gorjear de puro gusto.
    —Puede sonar extraño, pero le gusta mucho mordisquear ciertas maderas aromáticas.

    No le gusta…
    —El frío, por contraposición. Es un ser de sangre fría, después de todo.
    —Que le interrumpan durante una siesta o una comida.
    —Odia cuando los elfos solares intentan entrar en su bosque para conseguir, como ladrones, minerales, animales o cualquier cosa.

    Información adicional:
    —Dispone de un estómago que parece funcionar como un crematorio capaz de procesar cualquier materia combustible, por lo que puede comer cualquier cosa, así como una especie de glándula bajo la lengua que le permite escupir una sustancia altamente inflamable, parecida a la gasolina, aunque con distinta composición y propiedades; gracias a esta, puede escupir fuego.
    —Tiene la habilidad para cambiar de forma a fin de adaptarse al terreno. De esta forma, muchas veces en el bosque se ha mostrado como un feérico, de la misma forma que puede adoptar una apariencia humana. Eso sí, hay cosas que no puede cambiar. Sus ojos siempre serán los de una serpiente, sus garras serán de dragón…
    —Si pierde el control de sus emociones, le van saliendo escamas en la cara, los brazos, las piernas, el vientre… La proliferación de escamas estará en estrecha relación con el nivel de descontrol. Por otra parte, debido a la dureza de estas escamas, también las puede hace aparecer a modo de armadura, en cuyo caso estarán bien localizadas y desaparecerán al perder su función.
    —Pese a sus conversaciones con Cezànne, todavía no tiene muy claro cómo dirigirse a humanos, así que sus formas son rudas y sus capacidades para comprender el sarcasmo, los refranes y las frases hechas son prácticamente nulas.
    —No entiende las relaciones sexuales. Cezànne le explicó que los humanos y otros seres las practican no sólo para procrear, sino también para obtener placer. Como los dragones no requieren de parejas ni para lo uno ni para lo otro, el sexo le es un misterio total.

    Apariencia con las consideraciones a nombradas xd:

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    ¿Parecido a esto? | Y como dragón


    Adrien
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Adrien.
    Nombre completo: Thierry Adrien Legaz.
    Edad: 25.
    Ocupación: Rastreador.
    Estado civil: Soltero.
    Descendencia: No, gracias.
    Especie: Norcana.

    No hay nadie en todo Puerto de Mar —localidad así llamada por, precisamente, tener uno de los más antiguos e importantes puertos del continente— que no conozca la historia de su nacimiento, y es que su padre murió estando la esposa embarazada, y del disgusto que le dio enterarse de la noticia, al acuclillarse en medio del dolor y el pesar, dio a luz.

    Tras un inicio tan accidentado, su infancia podría compararse a un camino de vino y rosas. Fue criado por su madre y su cariñosa abuela, tuvo buenos amigos con los que se dedicaba a gandulear y a recorrer el bosque y contó desde siempre con una buena relación tanto con las gentes de su pueblo como con la fauna local.

    Nunca se preocupó demasiado por la escuela. No había motivos para ello, teniendo un trabajo asegurado como cazador, una tarea que pocos eran los que se animaban a aceptar debido a las criaturas extrañas que habitaban en los bosques, pero que a él no le asustaba, no sólo porque se conocía aquellos senderos como si fuesen parte de su casa, sino también porque tenía un don nato para ver las huellas de los animales, pudiendo saber de un vistazo si estaba o no en peligro inmediato o qué presa le quedaba más a mano.

    Su vida dio un brusco giro cuando, teniendo los dieciocho cumplidos, su madre falleció. No fue una muerte sangrienta, aparatosa o agónica. Dijo que le dolía la cabeza, luego se quejó de un dolor en el pecho, y antes de que nadie pudiese hacer o decir nada, se desplomó, estando muerta antes de tocar el suelo.

    A Adrien, aquello le marcó profundamente. Durante mucho tiempo se odió a sí mismo por no haber estado allí, sino en la montaña —además, ni siquiera cazando, sino entreteniéndose entre las piernas de una muchacha del pueblo—, pero pronto consiguió convencerse de que nada habría cambiado. Había sido una muerte súbita, sin antecedentes ni síntomas. Indoloro, fulminante.

    Con todo, el pueblo se le hizo inabarcable y muy frío. Su abuela había muerto hacía pocos años, muchos de sus amigos habían emigrado a distintas ciudades en busca de mejores oportunidades laborales y, de pronto, se encontraba solo.

    Sin sentir su casa como su hogar, sin tener realmente a nadie a quien aferrarse —sus vecinos le habían tratado siempre muy bien, pero ya no era lo mismo—, cogió su carcaj y sus flechas, sus cuchillos y una bolsa con algo de ropa y dinero, y se convirtió en un errante.

    Yendo de sitio en sitio, buscando aquello que convierte un lugar en un hogar sin encontrarlo por ninguna parte, ha hecho mil amistades y algún enemigo, ha conocido mundo y ha aprendido cosas muy interesantes mientras desempeñaba aquel trabajo para el que parece haber nacido: rastrear.

    Personas, criaturas extravagantes, piedras, algún pozo perdido. No importa, Adrien lo encontrará por mucho que todos digan que es imposible.

    Le gusta…
    —Estar en la naturaleza, preferiblemente si es un monte, aunque al final se adapta a casi todo.
    —La buena cerveza. No es un borracho, pero una cervecita al terminar el día se agradece.
    —Los animales, especialmente los perros o lobos.

    No le gusta…
    —Que le estorben en su trabajo. Prefiere ir sólo, dice que se las apaña mejor.
    —Los ricos. Su pueblo era modesto y no había grandes desigualdades sociales, así que cuando ve a gente muy pudiente que prefiere seguir amasando fortuna antes que repartirla, se enfada.
    —La ropa formal.

    Información adicional:
    —Entre su espeso cabello negro hay un mechón completamente blanco, y en su cuerpo hay una buena cantidad de cicatrices.
    —No puede recitar a los clásicos, apenas sabe leer o escribir, pero sabe muchísimo sobre la naturaleza, plantas venenosas o medicinales, comportamientos animales, predicción del tiempo…
    —Tiene un compañero inseparable, un gigantesco cruce de perro y lobo al que llama cariñosamente Cachorro.
    —Su primer nombre, Thierry, viene de su abuelo. Nunca le ha gustado mucho, prefiere Adrien.
    —Se dice por ahí que se ha acostado con arcanos de distintas apariencias, tanto hombres como mujeres, teniendo un amante en cada ciudad. Ante estos rumores, simplemente se encoge de hombros.

    Apariencia:

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    I | II | (cicatrices)

    Con su cachorrín: I | II


    Niko
    SPOILER (click to view)

    ☾☼ La Alianza ☼☽


    En los tiempos antiguos, dos clases de elfos luchaban en guerra abierta entre sí.

    Los elfos del sol se consideraban a sí mismos adalides de la cultura, pues buscaban y custodiaban el conocimiento y refinaban aquellas artes que consideraban liberales —música y danza, escritura, pintura y escultura—, siendo los artistas merecedores de un puesto en los escalones más elevados de su elitista sociedad; esto se hacía en detrimento de lo que pensaban que era repudiable, como la construcción, la guerra… todo aquello que ensuciase y estropease las manos, todo lo que hiciese sudar y que, por supuesto, quedaba en manos de la base piramidal, compuesta principalmente por esclavos u extranjeros.

    Sus cuerpos, de naturaleza delgada y fina, así como sus pieles pálidas, quedaban siempre bella y cuidadosamente adornados con finas telas y elaboradas joyas, y sus cabellos, casi siempre rubios o castaños, se recogían en intrincados trenzados.

    Su idioma sonaba dulce al oído de cualquiera y su escritura era muy apreciada por lo elaborada de su grafía, así como por lo elevada literatura y poesía de sus escritores.

    Su reino, por otra parte, constaba en todos los listados de maravillas del mundo conocido debido a la blancura de sus paredes y a la esbeltez de sus construcciones. No se habían visto edificios tan altos jamás, al menos hasta que un arquitecto descubrió sus secretos y ayudó a crear catedrales que rozaban el cielo.

    Con este historial a su espalda, los elfos solares no tenían reparo alguno en arrugar la nariz al pensar en sus hermanos, los elfos de la luna.
    Ante sus ojos, esas gentes de piel oscura y constitución fuerte eran poco más que bárbaros sanguinarios, tribus primitivas que sólo conocían la guerra.

    Su música se centraba más en el ritmo que en la melodía, sus artes eran escasas y toscas salvo en lo que al forjado del hierro se refería, sus ropas eran tan simples que apenas se trataba de telas mal cosidas. Su idioma era duro al oído y su escritura, inexistente, prefiriendo la transmisión oral.

    En cuanto a su arquitectura, era inexistente, siendo lo único visible sus templos, que tampoco eran la gran cosa: una construcción sencilla con dos aperturas, una por la que se accedía y otra por la que se salía tras colocar las ofrendas, teniendo en el techo una cúpula con un ojo por el que entraba la luz de la luna.
    En cuanto al gobierno, parecía que reinaba la anarquía entre aquellas gentes, dominando sobre los demás el más fuerte y asesinando a aquellos que se interpusiesen en su camino.

    La enemistad, huelga decir, era bidireccional. A los elfos lunares no les gustaba ser tratados como provincianos del reinado de los otros, tampoco encontraban ninguna lógica en su falta de ímpetu expansionista. Teniendo tal manejo de la magia, decían los sabios, es insultante que no la utilicen para la guerra.

    La guerra. Eso era lo que parecía alimentar a los elfos de la luna.

    Sin embargo, sus creencias no eran tan dispares. La tradición de ambos grupos partía de una misma mitología con dos grandes diosas, Sol y Luna, aunque difería en el destino que les habían guardado a sus respectivos pupilos, lo que ocasionaba el mayor choque de todos: ¿eran los elfos lunares esclavos de la oscuridad por un crimen mítico o eran, en realidad, elegidos de Luna para una misión sagrada? Nadie se ponía de acuerdo al respecto y cada pueblo se aferraba a su versión.

    Todo cambió cuando una amenaza externa les obligó a unir esfuerzos a fin de expulsar a los orcos, un pueblo parasitario que arrasaba un territorio y, al agotar sus recursos, pasaba por la espada al siguiente.

    Las artes mágicas de unos y las estrategias y fuerza de los otros consiguieron que la victoria fuese aplastante, pero además sirvió para que los dos pueblos élficos se conociesen mejor y viesen que ni unos eran tan salvajes ni los otros eran tan insufribles.

    Esto dio pie a la llamada Alianza, un tratado que ponía fin a siglos de guerras y disputas y abría una nueva era de cooperación. Como testimonio, se construyó Lir Ahtok, el Templo de la Alianza, primera obra llevada a cabo por solares y lunares en conjunto, que se alzó justo en la franja que separaba ambos territorios, de forma y manera que ambas partes podrían dejar ofrendas a sus diosas. Además, sería el lugar de referencia para cualquier reunión que requiriese a los gobernadores de los dos pueblos.

    La Alianza garantizaba, además, una serie de privilegios y deberes que incluían un intercambio cultural. Los elfos del sol pudieron formar un ejército fuerte y terminaron por incluir parte de la música y los bailes de sus hermanos, mientras que los elfos de la luna recogieron tradiciones de moda y estilo constructivo, así como un alfabeto que les permitió volcar por escrito todo lo que antes era oral, por citar algunos ejemplos.

    La paz, que durante tanto tiempo parecía imposible, se había asentado por fin entre los dos pueblos, si bien muchos la consideran una simple tregua y miran con recelo al vecino, temiendo que ese frágil equilibrio se rompa en cualquier momento.

    ☼ Elfos del sol ☼


    Los elfos solares viven en un reino milenario que, si bien ha sufrido reformas y variaciones, ampliaciones y cambios urbanísticos, siempre ha mantenido su esencia, así como una forma que se adapta a la orografía del terreno, situándose en distintas alturas donde se van agrupando barrios con diferentes especialidades, sorteando ríos y desniveles para conformar, en fin, prácticamente ciudades que quedan bajo el dominio del Parlamento, situado en la cima de una montaña.

    Este Parlamento supone una oligarquía, pues un consejo de puesto hereditario se encarga de tomar todas las decisiones necesarias para el bien de su tierra, Nar-Laris.

    Nar-Laris significa, literalmente, la primera, pues se considera que ésta fue la primera ciudad élfica jamás erigida. Con el tiempo, se habrían ido conformando distintos pueblos y reinos a lo largo del continente, sin auténtica relación entre sí, pero con un mismo origen.

    Fisionómicamente, los elfos del sol son considerados criaturas de gran belleza, con apariencias de falsa fragilidad. Los varones son altos, más que la media humana, rondando los dos metros de altura, mientras que las mujeres, por otra parte, no suelen pasar el 1.80 m. Los dedos tanto de hombres como de mujeres son alargados, preámbulo de unos cuerpos esbeltos que suelen cubrirse con telas suaves de bonitos plegados, así como joyas que realzan particularmente sus alargadas orejas.

    Su sociedad es elitista y muestra rasgos xenófobos y racistas. Se consideran el culmen de la vida inteligente y ni siquiera sus hermanos lunares se les equiparan en destreza intelectual o artística. En los humanos, sin embargo, encuentran mayores similitudes, y si bien los siguen viendo como inferiores, aceptan mejor su presencia, llegando a mostrar, incluso, simpatía.

    ☾Elfos de la luna☽


    Hablar de los elfos de la luna como un único grupo es una tarea que se acerca a lo imposible. Sin embargo, a grandes rasgos podríamos hablar de dos tipos de elfos lunares fundamentales: los arcaicos y los renovados.

    Los elfos lunares arcaicos se atienen a la tradición, a las normas antiguas. Son belicosos y se resisten a cualquier influencia de los solares, de los humanos o de cualquier otra especie. Consideran que su verdad es la única Verdad, que su método de justicia es la única Justicia y, por supuesto, que es su Deber devolver al carril a los renovados… o acabar con ellos.

    Contrario a lo que los elfos del sol consideraban, siempre han tenido construcciones, aparte de los templos, pero sus ciudades componen auténticas redes subterráneas que conforman laberintos por sí mismas. Estos pasillos poseen salidas al exterior, con patios que suelen disponerse alrededor de un coliseo en el que se realizan juegos, entrenamientos y, por supuesto, batallas rituales que terminan con el sacrificio del perdedor.
    La debilidad es un defecto que se ha de corregir o con castigos corporales o con la muerte. Esa es su filosofía, forjada con sangre y fuego.
    Los renovados, podría decirse, son unos seres mucho más dóciles. Siguen siendo guerreros, desde luego, pero se abren más a la idea del comercio y de una vida que se asemeja a la de sus vecinos solares y humanos, pues surgieron a partir de la Alianza.

    Viven, por tanto, en la superficie, en poblados distribuidos por los bosques, si bien es cierto que su sentido del urbanismo sigue las mismas formas que las ciudades subterráneas. Las viviendas son sencillas y buscan armonizarse con la naturaleza en la que se encuentran, interviniendo en esta lo menos posible.

    Comercian y mantienen un contacto hosco y desconfiado con otros pueblos, siendo así más abiertos que los arcaicos, aunque manteniendo una idiosincrática cerrazón de cara al exterior de sus murallas.

    Durante mucho tiempo, los arcaicos atacaron a los renovados a placer. A veces, eran repelidos por los sitiados, que jamás dejaron las armas a un lado, pero muchas veces conseguían su objetivo y arrasaban los poblados hasta los cimientos, llevándose a aquellos miembros que consideraban útiles y pasando por el cuchillo a los demás, fuesen hombres, mujeres, niños o ancianos.

    Uno de estos ataques se llevó a cabo en una ciudad donde había comerciantes de Nar-Laris, lo que hizo que los elfos solares tomasen cartas en el asunto y utilizasen ciertas cláusulas de la Alianza para forzar un alto el fuego, estableciendo una paz dentro de los elfos lunares, quienes tuvieron que aceptar las imposiciones entre gruñidos y maldiciones —pues tanto asediadores como asediados veían con malos ojos tener que someterse a los solares—.

    Esta paz pasó a llamarse Pla’ja y, salvo por alguna escaramuza menor, se mantiene sin incidentes reseñables.

    De todas formas, los elfos lunares no son tan distintos entre sí. Cada poblado, ya sea subterráneo o se haya fundado en el bosque, conforma un Estado independiente de los demás, si bien de cara a la Alianza hay un consejo conformado por las líderes de cada población.

    Otro punto en común es que todos los pueblos son matriarcados. Los elfos de la luna creen firmemente que, si sus deidades son ambas diosas, es porque las mujeres son más capaces que los hombres. Esto ha llevado a una situación opuesta al machismo humano, pues los hombres son vilipendiados y maltratados, considerándose criaturas puestas al servicio de las mujeres.

    Un hombre no llegará a nada si no es por la protección de una mujer. Sus tareas son, por norma general, las más desagradables. Soldados, agricultores, ganaderos… Los hombres se encargan de estos trabajos, liberando así a las mujeres de la carga física para poder dedicarse al gobierno y a la dirección de distintas instituciones.

    El factor físico colabora en esto. Pese a que ambos sexos tienen cuerpos generalmente corpulentos, con músculos fuertes y huesos resistentes, ellas son más altas, rondando la media el 1.90 m, mientras que ellos rara vez superan al 1.80 m.
    Las pieles de los elfos de la luna poseen diferentes tonos, pero todos muy oscuros, mientras que sus cabellos son blancos o de gamas grises. Los ojos tienen mayor variedad, habiendo iris castaños, azules, verdes y, alguna vez, rojos, si bien el color no les hace menos sensibles a la luz fuerte.

    ☾☼ Magia ☼☽


    Cualquier elfo, solar o lunar, varón o hembra, nace siendo arcano, es decir, poseyendo habilidades mágicas que les ayudan a entrar en gran sintonía con la naturaleza y las fuerzas mágicas que en ella habitan.

    Esta magia inherente a su vida les confiere, principalmente, unas características especiales que aumentan o disminuyen según el momento del ciclo, lunar o solar, en el que se encuentran. Su fuerza, su velocidad, su agilidad, incluso su regeneración natural, dependerá de si es verano o invierno, en el caso de los solares, o si hay luna llena o luna nueva, en los lunares, suponiendo a veces la diferencia entre la vida y la muerte.

    Les proporciona, además, una vida mucho más longeva que la de los humanos, llegando a los 150 años con tranquilidad, si bien esas historias sobre elfos milenarios no son más que cuentos absurdos, fruto de una literatura muy ligera.

    Por otra parte, los elfos del sol pueden soportar altas temperaturas y luces que cegarían a cualquier otro, además de poseer un vínculo especial con la flora al poder transmitirles, de alguna forma, energía solar, mientras que los elfos de la luna, que ven en la oscuridad sin dificultad y son resistentes al frío, pueden llegar a hacerse invisibles cuando la luna está llena.

    Con todo, siempre existen individuos que sobresalen. Se trata de aquellos que no sólo pueden realizar la magia básica que cualquier elfo ocupa, sino que poseen un don especial, una minoría privilegiada que tiene en su sangre la llave para llevar a cabo auténticas proezas.

    Estas excepciones a la norma son llamadas Kurlah y, una vez han demostrado sus capacidades extraordinarias, son excluidas de la vida ordinaria, confiriéndoles puestos elevados en la sociedad, así como tareas especiales dignas de su rango. Generales, sacerdotes o directores de las escuelas de magia, los Kurlah pueden hacer lo que consideren, obteniendo además un trato deferente por parte del resto.

    ☾☼ Ferrot y Acier ☼☽


    Lux, el segundo monarca de Acier, abrió su reino a un bosque lleno de criaturas muy diversas que componen un ecosistema propio perfectamente equilibrado. Dentro de este ecosistema se encontraban los elfos, pero también otros seres mágicos que, para bien o para mal, tuvieron que aceptar a este nuevo vecino.

    El nombre Ferrot no ha sido jamás aceptado por los elfos de la luna, que son los que realmente viven en las profundidades del bosque, en aldeas ocultas entre los árboles y las colinas de tan vasta extensión, aunque tampoco por los elfos solares, que si bien viven algo más alejados de Acier, forman parte del ecosistema ya dicho.

    Para ellos, ese bosque siempre será Lanu Kah.

    Respecto a sus relaciones con Acier, los elfos lunares renovados mantienen lazos comerciales, si bien su presencia en el reino humano es breve y escasa. Los arcaicos —cuyo número y fuerza ha ido decayendo, avecinando una próxima extinción a la que se resisten, pero que parece ya sentenciada— no dudarán en aniquilar a cualquier humano que se cruce en su camino o que, peor aún, se acerque a sus territorios, algo que sólo ocurrirá si los humanos se salen de los caminos marcados. Y los elfos del sol, en fin, tienen vínculos más cálidos con los humanos, aunque la situación política es, por el momento, tensa.

    ☾☼ ★ · ★ · ★ · ★ · ★ ☼☽


    Nombre: Nikol’ka Yarhoik.
    Edad: 65 años.
    Ocupación: Príncipe-sacerdote.
    Estado civil: Casado.
    Descendencia: Nula.
    Especie: Arcana | Elfo lunar.

    Cuando Niko nació, la Pla’ja ni siquiera había sido concebida, por lo que su poblado, un ya viejo asentamiento renovado, fue impunemente saqueado y destruido por los arcaicos, y él dio con sus huesos en una ciudad subterránea.

    Algunos considerarían que su destino fue afortunado, aunque para la mentalidad de un elfo oscuro fue incluso peor que la muerte, una humillación que le hizo incluso plantearse el suicidio en más de una ocasión. Al tener un rostro bonito sin cicatrices surcando sus mejillas o su nariz, fue llevado a un prostíbulo, donde pasó años complaciendo a hombres y a mujeres, soportando vejaciones, insultos, golpes y, en los días malos, caricias.

    Sí, odiaba a los amantes complacientes. Le hacían sentir todavía más asco y odio, pues era aquella la peor forma de dominación. Al menos al ser maltratado podía aferrarse al dolor, pero cuando una mano paseaba por su piel con suavidad, no podía negarse a sí mismo en lo que se había convertido.

    Esto cambió cuando en él despertó la magia, señalándole como un Kurlah. Fue un momento digno de recordar. Estaba siendo arrastrado —no había otra forma de llamarlo, lo había agarrado de la trenza para tirar de él— hacia los aposentos de la regente, quien había oído maravillas de ese joven, cuando, al llegar a uno de los patios a cielo abierto, la luz de una superluna impactó en él directamente.

    Era la primera vez que aquello ocurría, pero bastó sólo con la caricia de un rayo de luna para que sus ojos cambiasen con un nuevo brillo peligroso. En sus manos apareció energía pura con la que acabó con esos soldados, y todavía con la electricidad brillando y chisporroteando entre sus dedos se presentó ante la reina, exigiendo su liberación, la cual le fue concedida con efecto inmediato bajo la amenaza de destruir la ciudad entera, cosa que Niko, lleno de sed de venganza y borracho de su nuevo poder, hizo sin dudarlo.

    Sin saber bien cómo controlar sus nuevos poderes, buscó una nueva población, esta vez de renovados, que pudiese ayudarle. Encontró, tras días caminando, un claro de bosque con una ciudad que, quizá por estar cerca de la Muralla de Acero, tenía un tamaño considerable y una tecnología algo distinta a la que estaba acostumbrado.

    Se presentó ante la reina, quien lo consagró al templo de la ciudad como sacerdote y mandó a su hija, otra Kurlah, para que le enseñase a controlar sus poderes a riesgo de que dañase a alguien o a sí mismo por accidente.

    Instalado en la ciudad y con un buen puesto en el sacerdocio, a Niko sólo le quedaba formar una familia, y si bien la idea de encamarse con una mujer no le hacía gracia —nunca habían estado en sus preferencias, mucho menos tras su etapa como prostituto—, terminó contrayendo nupcias con Makra, la princesa que le había ayudado.

    Fue, en realidad, un acuerdo tácito entre ambos. Ella también sentía la presión social por casarse, aunque su sexualidad se había decantado también por sus compañeras femeninas. Siendo buenos amigos debido a su destino compartido, Makra y Niko se casaron con la promesa de serse siempre sinceros, ya que la fidelidad, por razones obvias, quedaba fuera del acuerdo.

    Su vida ahora es la mejor que un varón lunar puede conseguir. Queda supeditado a la palabra de su esposa, si bien su amistad con ella le confiere ciertas libertades. No le falta la comida ni la ropa, puede entrenar tanto magia como lucha donde y cuando le plazca, tiene una cama cómoda que no comparte con nadie —ni siquiera con Makra— y, lo mejor de todo, puede acostarse con quien le dé la gana y no con quien más le pague a su dueña.

    Le gusta:
    —Dormitar en las ramas de algún árbol. Cuanto más alto, mejor.
    —Las noches con Makra. Cenan siempre juntos, vaciando una botella de vino y hablando de sus días, si han aprendido algo nuevo, si han conquistado a alguien… El buen cotilleo.
    —Ser un Kurlah. No tanto por los privilegios, sino porque le hace sentir poderoso. Invencible. Aunque tenga defectos, pues la perfección no existe, no deja de ser la clave para liberarse de sus captores.

    No le gusta:
    —Sentirse oprimido, obviamente, u obligado a hacer algo que no le apetece.
    —Compartir, sobre todo comida, aunque es más flexible en esta norma si está en algún tipo de misión.
    —Los elfos solares. Considera que son unos gilipollas y unos interesados de mierda.

    Información extra:
    —Si bien es costumbre entre los elfos que los hombres se dejen el cabello largo, él se lo cortó apenas escapó de los arcaicos y no ha vuelto a dejárselo crecer.
    —Cada día (cada noche, más bien) dedica en su templo una plegaria por las almas de su familia, cuyo recuerdo no ha podido borrar de su mente.
    —Aunque puede vivir de día sin mayor problema que el tener que protegerse los ojos, su vida es, como la de todo elfo lunar, eminentemente nocturna.
    -Hablando de sus ojos, éstos son rojos, pero se ponen blancos cuando utiliza magia.
    —El ciclo lunar no afecta sólo a sus capacidades, sino también a su temperamento. Así, en la luna nueva suele estar irritable o tristón, mientras que en la luna llena es raro verle sin una sonrisa.
    —No sabía leer hasta que Makra llegó a su vida, pero no es su actividad favorita.
    —Habla de sexo con todo el desparpajo del mundo, tanto del suto como del de otros.
    —Hace unos años, un muchacho humano llegó a su ciudad como itinerante. Niko vio en sus ojos dolor y odio, y al sentirse identificado no tuvo muchos reparos en acercarse a hablar con él. De vez en cuando se aparece por sus rutas favoritas y hablan mientras le ayuda a cazar.

    Aparienca:

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    Como sacerdote X | Como príncipe X





    ♛❀ Reino de Acier ❀♛


    Guardián cerró los ojos y bajó la cabeza, juntando la frente con el tronco de aquel gigantesco y antiguo árbol. Ese roble centenario había sido su punto de referencia, su primer aliado, quizá incluso algo así como un profesor, un refugio, un alimento y, sí, su primer protegido.

    El roble, con la lentitud que caracteriza a los árboles, fue estirando una de sus ramas hasta rodear con ella uno de los cuernos del dragón, a modo de abrazo, de caricia o de ambas cosas a la vez. Como respuesta, el gigantesco reptil soltó un suave y reverberante sonido, como el ronroneo de un felino.

    Estuvieron así largos minutos hasta que, por fin, Guardián se fue separando y el roble fue desenroscando su rama, en la que pronto se posó un pajarito. No, no era un ave, era en realidad un hadilla con alas emplumadas en preciosos azules.

    ¿Vas a irte ya? —preguntó el hada mientras cruzaba una pierna sobre la otra.

    Será lo mejor —respondió Guardián. Debió ser curioso aquello, pues no movió la boca, llena de afilados dientes, sino que, por decirlo de alguna forma, transmitió su voz telepáticamente.

    El viaje no es largo —se quejó el hada —. ¿Seguro que no quieres quedarte un poco más con nosotras? —añadió, alzándose en un suave revoloteo.

    La mirada del dragón se dulcificó un poco más. Acercó ahora su cabeza hacia la criatura, quien se abrazó a su morro, pasando sus pequeños dedos por las escamas negras.

    Si me quedo un poco más, no iré nunca.

    ¿Y eso sería tan malo? —preguntó otro hada, esta con alas de libélula, asentándose en la cabeza de Guardián, entre sus cuernos —Nunca nos han preocupado los asuntos humanos. ¿Por qué de pronto tanto interés?

    ¡Eso, eso! —se quejó de nuevo la emplumada —Los humanos ni siquiera saben que existimos. ¿Por qué te preocupan tanto de pronto?

    Dejadle —interrumpió una nueva voz, esta grave y cavernosa, anciana. El roble no tenía rostro, no había una boca que se moviese, pero sus palabras llegaban a todos igual que las palabras de Guardián —en paz —terminó la frase con ese ritmo lento y tranquilo de cualquier árbol —. Tiene… sus… motivos.

    Los humanos, quizá, se impacientarían a la hora de hablar con un árbol, especialmente uno tan anciano como aquel roble, pero las criaturas del bosque estaban acostumbradas y, de hecho, también solían tomarse su tiempo.

    ¡Pero, Roble…! —protestaron las dos hadas a la vez.

    No —dijo el árbol, consiguiendo interrumpirlas —. Guardián… ha tomado… su decisión… Nosotros… debemos… apoyarlo… y ayudarle… en… lo posible…

    Gracias, Roble —murmuró Guardián, volviendo a apoyar su frente en el tronco del árbol —. Mantendremos el contacto y vendré a visitaros cuando me sea posible. Mientras tanto… Confío en vosotras para mantener el bosque a salvo.

    Las hadas terminaron por abrazarse al dragón, quien cerró los ojos, moviendo la cola en un balanceo lento y ondulante como muestra afectiva. Al separarse, Guardián se frotó los cuernos cariñosamente contra Roble. Después, se fue alejando hasta un claro y, al tener suficiente espacio, extendió sus enormes alas y alzó el vuelo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Las gentes de Acier, tanto los arcanos y sus aliados como los que conspiraban contra ellos, se habían quedado totalmente paralizados en medio de sus labores habituales y giraban sus rostros estupefactos hacia un único punto.

    Una figura tan negra e imponente como era la de un dragón se había posado sobre la puerta oeste, aquella más cercana al Bosque de los Feéricos, y se erguía en toda su gloria, con las alas aún desplegadas y sus amarillos ojos clavados en el castillo.

    La tensión en el ambiente sólo era comparable al miedo. Todos habían oído y contado historias sobre aterradores dragones, cuya fuerza y poder les permitiría reducir Acier a polvo en una sola noche. Incluso los elfos que estaban en la ciudad se mostraban, cuanto menos, recelosos, pues si bien su relación con las criaturas mágicas era mucho más cordial que la que habían tenido históricamente los humanos, seguramente ninguno habría visto a un dragón vivo tan cerca.

    Un rayo de esperanza pareció inundarles cuando, desde el castillo, apareció otra figura, una criatura por todos conocida que se acercaba a la muralla. Era Brigette, la royalet de Étienne. Y, por extraño que pudiese sonar, tanto aquellos que conspiraban en contra del rey como los que lo defenderían en una revuelta popular, todos, sintieron alivio, como si la royalet estuviese desplegando sobre todos ellos un escudo.

    Brigette rodeó al dragón un par de veces, aprovechando que el gran reptil alado se había sentado y había replegado las alas, quedándose quieto como una estatua. Finalmente, aterrizó a su lado y ambos seres se miraron a los ojos, manteniendo una comunicación no verbal que escapaba al entendimiento de las gentes de Acier.

    Conteniendo el aliento, incapaces de regresar a sus tareas normales, vieron cómo, tras intensos segundos de espera, dragón y royalet juntaban sus cabezas, acariciándose los morros como dos pájaros o, quizá, caballos que se muestran afecto mutuo.

    Un grito se oyó en el sector de la ciudad más cercano a esa puerta cuando Brigette bajó a la avenida principal. No bien había posado sus patas en el suelo, todos (y aquí incluimos a los animales) se habían apartado del camino de la avenida, apretujándose contra los edificios de ser necesario y abrazando a sus hijos o amantes en un gesto de miedo y respeto.

    Brigette alzó la cabeza hacia la muralla y empezó a caminar hacia el castillo. Cuando hubo recorrido un par de metros, el dragón echó sus alas hacia atrás y se lanzó en picado al suelo, causando otro grito generalizado. Hizo un suave planeo, durante el cual su cuerpo se fue reduciendo y transformando en el de un hombre de poco más de metro ochenta. Las escamas se volvieron una túnica negra similar a la de los clérigos —aunque hacía unas décadas era moda corriente en aquel lugar—, sus alas se volvieron una capa y, cuando sus botas tocaron el suelo, sus cuernos eran una capucha que cubría su cabeza.

    Un niño, tan asustado como embelesado por aquel espectáculo, dejó caer su peluche al suelo sin siquiera darse cuenta de ello. El dragón se detuvo a la altura de aquel niño y se giró a mirarle con unos ojos de reptil que hicieron que la madre del niño tirase de él para alejarlo un poco más del camino.

    El dragón, fingiendo que no se había dado cuenta de esto, se acercó, tomó el peluche y se lo devolvió a aquel pequeño humano, sonriéndole con suavidad. El niño cogió su conejito de peluche, quedándose boquiabierto.

    ¡Gracias, señor dragón! —exclamó entonces con esa felicidad tan propia de los niños que, al parecer, su madre no compartía.

    El dragón sonrió un poco más y alzó una mano de afiladas garras, con alguna escama todavía en el dorso, para revolverle el pelo ante la aterrada mirada de su madre, quien sólo se relajó cuando esa criatura se alejó de su hijo y pudo ver que no le había causado mal alguno a su retoño.

    Tras aquel pequeño incidente, durante el cual Brigette se había detenido y girado a mirar, el dragón continuó la marcha hacia el castillo bajo la atenta mirada de un público confuso.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que había caminado por esas galerías? Guardián no estaba seguro, pero aventuraba que un decalustro o, bueno, cincuenta años. Y era extraño, pero todo era tan familiar como distinto, como si las cosas se mantuviesen como recordaba y, a la vez, no hubiese nada en su sitio.

    Sí, había cosas viejas, de la época del primer rey, pero también había cosas nuevas. Esas cortinas y las alfombras, por ejemplo, cuadros que no había visto nunca. También había cierto olor a magia que antes no estaba. Sabía que había habido una reina elfa hasta no hacía demasiado, imaginaba que se debía a ella aquel aroma.

    Brigette le llevó hasta los jardines reales, donde Guardián se detuvo, brevemente abrumado. Durante un instante, la visión de ese lugar le había traído recuerdos viejos, la sonrisa de Cezànne mientras le saludaba o el sonido de su risa mientras se burlaba de sus nulas habilidades sociales. Fue sólo un momento, hasta que sus ojos se terminaron de acostumbrar a la luz —había un cambio sustancial desde el oscuro interior del pasillo hasta la claridad del jardín— y pudo ver que no, aquel no era el jardín de Cezànne.

    La arquitectura era la misma. Los pórticos de esbeltas columnas, las fuentes y los bancos eran los mismos en los que había estado con su viejo amigo, pero las plantas, las flores, incluso la sensación, eran muy distintas.

    Empezaba a cuestionarse su decisión. Al menos, hasta que Brigette emitió un sonidito y una nueva figura entró en escena. Al ver al rey Étienne, Guardián desfrunció el ceño —ni siquiera se había dado cuenta de que lo tenía tenso— y se acercó un par de pasos, deteniéndose al ver el recelo en ese hombre.

    No era la viva imagen de Cezànne, pero era indudable que era familia directa suya. De hecho, se parecía más a su abuelo de lo que Lux podría haber soñado jamás. El dragón sólo pudo desear que su corazón se pareciese también al del fallecido monarca.

    Recobró la compostura y alzó la barbilla, no como muestra de altivez, sino como un animal que analiza un objetivo desde distintas perspectivas. Después, se retiró la capucha, mostrando que, contrario a lo que Acier pensaba, todavía salían de su cráneo dos negros cuernos que se curvaban suavemente hacia atrás.

    Étienne Lucien Faure-Demont de Acier —habló sin hablar, es decir, sin abrir la boca —. Yo, el guardián del Bosque de los Feéricos, he recibido tu mensaje y he decidido acudir en tu ayuda —diciendo esto, extendió sus manos hacia el rey, animándole a tomárselas, quizá —. Acéptame como escudo real, como compañero y como amigo.

    No parecía tener problemas en mirar a los ojos de un rey casi sin parpadear, en obviar títulos —no había nombrado Ferrot— o en ser imperativo ante la corona, pero eso se debía a que él no era un súbdito, ni de Étienne ni de Roble ni de nadie.

    Y no lo sería nunca.

    ♔★ Montañas Azules ★♔


    No despertó hasta que la luz del sol le golpeó en los ojos. Con un gruñidito, intentó taparse la cara, pero resultó que sus dos brazos estaban ocupados sirviendo uno de almohada para una muchacha y el otro de peluche para un chico, ambos de no más de veinticinco años.

    Respiró hondo y, una vez sus ojos se fueron acostumbrando a la luz, se fue moviendo con todo el cuidado del mundo para librarse de los agarres. Conseguida tan delicada misión, movió los dedos para recuperar el flujo de sangre normal, aunque se dio cuenta de que, quizá, no había sido tan delicado como esperaba cuando una mano de finos dedos empezó a acariciar su vientre.

    Se giró hacia su izquierda, donde la chica le miraba con una sonrisa aún adormilada.

    ¿Vas a irte ya? —le preguntó en un susurro ronroneante.

    Pronto, el otro se despertó también y lo demostró con unas caricias igual de suaves que las de su compañera, pero en una zona mucho más íntima que la que ella había tocado.

    Adri… —dijo en tono quejicoso —No nos hagas esto… Quédate con nosotros un poco más.

    ¡Por favor! —pidieron los dos entre risas, lanzándose en un ataque de pinza sobre el rastreador, quien cuando quiso darse cuenta tenía dos pares de labios jugando con su cuello y pecho.

    Estuvo muy tentado de rendirse a esas atenciones y revolver un poco más las sábanas, pero cuando su tripa refunfuñó ante la falta de comida, consiguió la fuerza de voluntad suficiente como para detener esa sesión de caricias y juegos previos al sexo, apartándose de los dos jóvenes, quienes pasaron a mirarle con pucheritos desde la cama mientras Adrien se aseaba y vestía.

    Lo siento, de verdad —decía al subirse los pantalones —, pero tengo que trabajar, y si cedo a jugar con vosotros un rato más, no saldré jamás de esta habitación.

    Vaya… —suspiró ella, recostándose en las almohadas en un gesto sensual y coqueto —Ha descubierto nuestro plan.

    Una lástima —añadió él con una mano sobre el cabecero y el otro brazo doblado tras su cabeza —. Porque ha sido una noche magnífica que no me importaría repetir una y otra y otra vez.

    Adrien soltó un resoplido divertido y negó con la cabeza.

    No estoy dándoos un adiós definitivo. ¿Quién sabe? Quizá esta noche vuelva aquí —dijo esto en voz baja, inclinándose sobre la cama para besar los pies de uno y de la otra. Se incorporó para colgarse el carcaj y el arco a la espalda —. Pero, por ahora, debo irme.

    ¡Hasta pronto! —se despidieron los dos amantes.

    Una vez la puerta se cerró, la chica se incorporó como movida por un resorte.

    ¡Mierda! ¡Se me ha olvidado cobrarle! —exclamó, a lo que su compañero suspiró con resignación, reacomodándose en la cama.

    Creo que, esta vez, se ha ganado que le invitásemos —dijo con una sonrisita, cerrando ya los ojos con la esperanza de tener un par de horas más de sueño.

    Ella frunció el ceño mientras apretaba y torcía los labios, pero sonrió al recordar a ese extraño vagabundo entre sus piernas y, con un suspiro, se dejó caer sobre las almohadas, abrazándose al chico.

    Sólo esta vez.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Nuestro hijo lleva tres días sin volver a casa —dijo el hombre. Abrazaba a su mujer, quien lloraba desconsolada sobre su pañuelo, pero él mismo estaba demasiado devastado como para serle un apoyo de forma efectiva —. Su nacimiento fue casi un milagro, ya no creíamos poder tener hijos… Es… Es la luz de nuestra vida.

    ¡Por favor! —suplicó la mujer en un sollozo —¡Por favor, encuentre a nuestro hijo!

    Adrien, con mirada seria, se limpió la salsa de la boca y apartó el plato vacío, asintiendo un par de veces.

    Está en la montaña, ¿verdad? ¿Para qué subió?

    Para coger zarzas silvestres —respondió el padre tras unos segundos de silencio en los que había intercambiado una mirada con su esposa —. Mi mujer hace unas tartas deliciosas y mi Jean siempre ha pensado que las bayas silvestres saben mucho mejor que cualquiera que pueda haber en el pueblo. Por eso en esta época del año sube un par de veces al mes y regresa con una cesta llena de frutas.

    Adrien asintió, frotándose el mentón con una mano mientras, con la otra, jugaba con un trozo de pan.

    ¿Subió sólo o le acompañaba alguien?

    Creo que… creo que iba con nuestro perro.

    Bien —Adrien volvió a asentir, comiéndose el pan con el que antes jugaba. Sesgó otro trozo y se lo comió también con un trago de cerveza aguada —. Necesito saber la altura, la edad y el peso aproximado de Jean, qué calzado llevaba, cómo es el perro y el material de la cesta y de su capa.

    ¿Y con esos datos podrá encontrarlo?

    Por supuesto. Pero —dijo, alzando un dedo con una mirada algo más dura que la que había mostrado hasta ahora —la naturaleza es muy peligrosa y, si lleva tres días desaparecido, no puedo garantizar encontrarlo con vida. Sé que es duro —añadió con más suavidad cuando la mujer volvió a romper a llorar —, pero necesito que estén preparados para enfrentarse a esa situación.

    Abrazados, padre y madre terminaron por asentir entre amargas lágrimas. Con la información que había pedido, Adrien salió de aquella posada diez o quince minutos después, masticando un nuevo trozo de pan. Se plantó frente a esa montaña, llamada azul por los extraños minerales que cubrían buena parte de su superficie, y tomó una honda bocanada de aire mientras empezaba a caminar.

    Silbó una vez, un sonido agudo, claro y alto, con una ligera vibración al final, y al cabo de pocos segundos un enorme perro negro apareció de entre unos matorrales y corrió al encuentro del hombre, correteando a su alrededor en busca de mimos y de lamotearle las manos, cosa que Adrien le concedió con una sonrisa, encantado de la vida, añadiendo al trato el resto del pan y un trozo de carne estofada que se había guardado en un bolsillo.

    Tras este encuentro, hombre y perro salieron juntos de la civilización.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lo había oído con gran claridad. Un grito de puro terror, no muy lejos de ahí. Diez, quince metros como mucho, hacia el noreste. Con el cuerpo tenso y el ceño fruncido, se acercó en esa dirección con una flecha en el arco, listo para dispararla, pero asomarse entre árboles y ver realmente lo que ocurrió, puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.

    Terminó lanzando la flecha, sí, pero ésta no mató a nadie ni a nada, sino que se clavó en un árbol, sirviendo únicamente como elemento disuasorio que consiguió que aquella mariposa gigante saliese volando hacia una alta rama, sin alejarse tampoco mucho de la zona.

    Adrien se acercó entonces al muchacho que temblaba en el suelo, intentando cubrirse con sus manos de un peligro inexistente. Cruzó los brazos sobre el pecho y alzó una ceja, frunciendo la otra.

    Hey —le llamó con un tono para nada amistoso —. Tú, el valiente guerrero —dijo con cierta sorna, ladeando la cabeza cuando, por fin, el chiquillo le miró. Había creído por un momento que podía tratarse de Jean, pero no coincidía en descripción física (además que Jean conocería la fauna local, claro) —. Si te pones así por una mariposa, ¿qué harás si te topas con algo realmente peligroso como, yo qué sé, un lobo o una planta carnívora?

    Resopló y terminó por compadecerse de él. Le tendió una mano para ayudarle a levantarse y, después, sacó de uno de sus múltiples bolsillos —era asombroso que supiese exactamente qué había en cada uno de ellos— un polvo dorado de olor dulzón.

    La mariposa pareció olerlo, porque movía sus antenas con curiosidad y parecía que sus alas temblaban de curiosidad. Adrien extendió su brazo, quedándose estático, y la mariposa terminó por bajar y posarse sobre sus hombros, comiéndose ese polvillo, que no era otra cosa que polvo de miel.

    Honestamente, era una mariposa increíblemente grande. Debía medir más de metro y medio con las dos alas extendidas, pero no dejaba de ser una mariposa. Ligera, tranquila, inofensiva. Y con unos colores preciosos, muy brillantes, pese a camuflarse perfectamente con las hojas y ramas del bosque debido a sus tonos rojizos, anaranjados y amarillos.

    Adrien movió despacio una mano y acarició la peluda cabeza de esa mariposa, girándose después al muchacho con una sonrisa tranquila.

    ¿Ves? —susurró muy calladamente —Corre más peligro ella que tú. Ha debido pensar que eras una flor al ver tus ropas, o quizá lleves algo dulce encima que le ha llamado la atención.

    La mariposa terminó de comer, se sacudió y, tal y como había llegado, se fue, perdiéndose entre las ramas. Adrien se sacudió las manos y volvió a ponerse serio al recordar su objetivo. Con un silbido, llamó a su compañero, quien no perdió el tiempo en acercarse al nuevo humano, olisqueándole el cuello sin ningún esfuerzo.

    ¿Te asusta mi perro? —dijo Adrien con cierta diversión al ver lo pálido que se había puesto el chico con la llegada de Cachorro. Esta vez podría decir en defensa del chico que más que un perro era un lobo, y que su tamaño era muy grande, pues sentado le llegaba a Adrien por el pecho. Y Adrien no era bajito, precisamente —Cachorro —le llamó, consiguiendo que el perro dejase de lamotearle la cara del chico y le mirase con las orejas tiesas —. Vigílale —ordenó, a lo que el animal se dejó caer sobre sus cuartos traseros y sacó la lengua con una especie de sonrisa, arrastrando la tierra del suelo al mover la cola de lado a lado —. Estoy trabajando, así que terminaré mi misión y luego vendré a por vosotros y te llevaré al pueblo. Porque al ritmo al que ibas, no creo que hubieses llegado muy lejos.

    Le dedicó una sonrisa torcida, llena de suficiencia y algo de burla, y se dio media vuelta sabiendo que no tendría que preocuparse por ese joven. Si intentaba irse, Cachorro tiraría de su ropa, se pondría en su camino o, en la peor de las situaciones, le gruñiría para mantenerlo quieto.

    Así que, sí, podía centrarse únicamente en encontrar al pequeño Jean.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Un perro no tiene noción alguna del tiempo. Un minuto, una hora o una semana, todo se le hacía igual de largo cuando Adrien se alejaba de su lado. Por suerte, la espera no parecía ser tan tortuosa ahora que ese otro humano se había decidido a brindarle mimos. ¡Y qué mimos! Cachorro estaba encantadísimo de la vida, tumbado bocarriba entre las hojas secas mientras las manos de ese chico le acariciaban la tripa y el cuello.

    Tanto le gustaba aquello que, cuando el humano paraba, el perro gruñía un poco y se revolvía hasta que volvía a recibir caricias.

    Por supuesto, nada de esto le impidió tensar las orejas y girarse abruptamente, olfateando el aire al reconocer el aroma de Adrien, que venía cubierto de algo más y acompañado del de otro humano. Esta vez no corrió a su encuentro, sino que se sentó junto al otro humano, tieso como un perro de caza, con sus orejotas bien alzadas, moviendo la cola al, por fin, ver a Adrien aparecer. Soltó un único ladrido, y sólo uno porque Adrien le chistó, y se removió un poco en el sitio, tranquilizándose apenas cuando el nuevo le acarició la cabeza.

    Adrien llegó totalmente manchado de algo pegajoso y, aunque transparente, de tonalidades rojizas. No era sangre, desde luego, pero por un momento podría parecerlo. Tanto su carcaj como sus flechas caían a un lado de su cuerpo, dejando así su espalda libre para un chaval de unos trece años que, todavía más pringado que el hombre, parecía inconsciente. Al menos, Cachorro podía oír el débil latido de su corazón.

    Adrien dejó su carga en el suelo, tumbándolo bocarriba, y se aseguró de que sus miembros no se pegasen a su cuerpo, separándole un poco brazos y piernas. Presionó dos dedos sobre su cuello y asintió sin desfruncir el ceño o sin destensar la mandíbula, sacando de un zurrón discreto un pequeño cuenco de madera con un mortero que en la punta tenía una piedra.

    Niño —llamó al chico al que había dejado con su perro —, cierra la boca y tráeme unas hojas de esas flores moradas de ahí —dijo, señalándole unas plantas que había bajo un árbol —. Y, ya que estás, rasca un poco de esa cosa amarilla del árbol.

    Quizá no sabía que esas flores se llamaban dedaleras, chupamieles, estralotes o una gran variedad más de nombrecitos distintos. Tampoco que lo que él quería utilizar se llamaba digitalina, y seguramente tampoco entendería los principios que regían sus propiedades. No sabía, igualmente, que esa cosa amarilla eran líquenes. Lo que sí sabía era que esas hojas estimulaban el corazón, y era lo que necesitaba en esos momentos para ese chiquillo, y que la cosa amarilla le facilitaría la ingesta al darle un mejor sabor. Aunque tampoco supiese que existía la palabra ingesta.

    Teniendo las hojas y el liquen en el cuenco, machacó todo, mezclándolo con un líquido que tenía en una petaca. No era agua, desde luego, pero le dio a la mezcla una textura más fluida. Con esto listo, puso la cabeza del chico en su regazo y, con cuidado, se la fue haciendo beber, comprobando su pulso en todo momento.

    Apartó al perro, quien se había acercado para lamotear al chico, y respiró hondo, cogiéndolo ahora en brazos mientras se ponía de pie.

    Será mejor que nos vayamos antes de que empiece a oscurecer —dijo con una voz que ya no tenía burla o diversión —. No te separes de mí si no quieres terminar como él —le dijo al otro chico mientras empezaba a caminar.

    Cachorro miró al humano, alzó las orejas y le sonrió mientras sacaba la lengua antes de corretear para ponerse al lado de Adrien.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El lobo había sido la primera señal del regreso del rastreador. Había aparecido en el pueblo y había ido en un gracioso trote hasta la panadería, donde estaban dos destrozados padres intentando trabajar mientras esperaban noticias sobre su hijo desaparecido. Al ver al animal, habían salido rápidamente de la tienda para acercarse al camino, donde recibieron a Adrien, que llevaba a Jean en brazos y era acompañado por otro joven.

    ¡Mi niño! —gritó la madre, sin atreverse a acercarse del todo —¿Está…?

    Está vivo —asintió Adrien —. Débil, pero vivo.

    ¡Gracias al os cielos! —exclamó ella, lanzándose por fin a abrazar a su pequeño, sin importarle que estuviese cubierto de aquel pringue extraño.

    El padre se acercó también y apretó la mano de Adrien antes de tomar a su hijo en brazos, besándole la frente.

    ¿Qué le… qué le ocurrió?

    Adrien suspiró, frotándose la nuca.

    Debió pararse a descansar, sin darse cuenta de que se había sentado en una flor. El polen le aturdió, los pétalos se cerraron y el capullo empezó a llenarse de esta guarrada roja —dijo con cierto desagrado —. Para bien o para mal, esa planta es de lentísima digestión. Aunque… —suspiró, acariciando la cabeza de Cachorro, que se había sentado a su lado —El perro no tuvo tanta suerte. Al ser pequeño, murió supongo que ayer.

    Es… es triste —reconoció el padre con los ojos llenos de lágrimas —, pero mi hijo está vivo y eso es lo único que importa.

    Gracias. Oh, gracias —sollozó la madre, tomando las dos manos de Adrien —. Reconozco que dudé cuando Marilone me habló de sus capacidades milagrosas de rastreador, pero… ¡Gracias! —terminó por abrazar a Adrien, quien estaba claramente incómodo con todo aquello, aunque palmeó suavemente la espalda de la mujer.

    Recomiendo que laven las ropas cuanto antes y que bañen a Jean con jabón de ceniza. Luego, llamen a un médico, por si puede ver en él algo que yo no, pero en principio con un buen cocido debería estar como nuevo en un par de días.

    Gracias —repitieron ambos, tomando luego la madre la palabra —. Venga esta tarde a la panadería, para que podamos darle el pago y agradecerle como es debido.

    Adrien sonrió un poco y se despidió con un gesto de la mano, viendo al matrimonio dirigirse a su casa entre lágrimas y sonrisas. Después, miró al joven adulto al que había salvado de una mariposa y le hizo un gesto con la cabeza.

    Tú también tienes cara de necesitar un buen cocido. Anda, ven conmigo, que te puedo conseguir una habitación donde descansar y un platazo de comida para chuparse los dedos.

    Con estas palabras, tomó camino entre las callejuelas del pueblo hasta llegar no a una posada, sino a un burdel en el que entró sin dudarlo ni un segundo seguido por su fiel perro. En menos que canta un gallo le habían salido dos personas al paso.

    ¡Adri! —canturreó la muchacha de aquella mañana. Iba a colgarse de su cuello, pero se detuvo al ver que estaba cubierto de alguna sustancia asquerosa —Ugh, querido, qué asco.

    Ya lo sé, Ylen, ya lo sé.

    ¿Dónde te has metido? —preguntó el otro chico, Meaut, tocando con un dedo el hombro del rastreador para luego mirar con cierto asco esa cosa pegajosa.

    He acuchillado una flor. Oye, ¿podéis prepararme un baño caliente? Y una habitación para el niño —se giró a mirar al susodicho con una sonrisita pilla —. Puedes llamar a tu cama a quien quieras, que invito yo.

    ¿Y tú, Adri? ¿Querrás que alguien vaya a tu cama?

    Esta noche no —dijo, negando ante los ojitos de cachorro de Ylen —. Estoy agotado. Pero quizá mañana antes de irme…

    Se encogió de hombros y, con una nueva sonrisa, subió las escaleras como si aquella fuese su casa.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El perro lobo estaba la mar de contento en un rincón de la habitación, mordisqueando un hueso mientras Adrien suspiraba de puro placer ante el maravilloso efecto del agua caliente sobre los músculos cansados. De pie sobre el cubo que le servía de bañera, se paseaba un trapo mojado por los brazos, sintiendo cómo éstos, agarrotados tras un intenso ejercicio abriéndole la mandíbula a la flor agonizante y luego cargando a Jean todo el camino —por no hablar de que había tenido que arrancarlo de un pringue medio solidificado—.

    Escuchó la puerta abrirse, luego un grito y una disculpa apurada, pero él no sólo no hizo ni el amago de cubrirse, sino que además se rio entre dientes.

    ¿Qué pasa, niño? —preguntó, girándose a mirar a su invitado inesperado —¿No has visto nunca a otro hombre desnudo? ¿O te ha impactado mi cuerpo por algún motivo? —sacudió la cabeza y terminó por salir del agua. De todas formas, él ya estaba limpio y el agua se estaba empezando a enfriar —Quizá traerte a un burdel no te parece lo más prudente, pero te puedo asegurar que no encontrarás mejores habitaciones. Sí, quizá la posada de enfrente sea más barata, pero seguramente en esos jergones haya chinches. Aquí las sábanas están limpias, los colchones saneados… Lo único de lo que puede importunarte es el ruido de las habitaciones vecinas, o quizá alguna chica un poco demasiado entusiasta. Pero mi experiencia dice que son los mejores lugares para descansar y desestresarte tras un largo camino.

    Había ido soltando su alegato mientras se vestía con ropas limpias. Las otras estaban hundidas en otro cubo de agua con jabón. Las tendería antes de dormir.

    Cuando terminó de vestirse, le hizo un gesto al muchacho para que le siguiese y bajó las escaleras, dejando al perro dentro de la habitación a modo de guardián. Salió del burdel tras sonreírle a los susurros discretos de Ylen y cruzó la calle para entrar en la posada que había justo delante del prostíbulo. Se dejó caer en una banca, invitando al otro a sentarse frente a él, y estiró los brazos.

    Ayer comí aquí un puchero de patatas, puerros y setas que le devolvería la vida a un muerto —le confesó en voz baja, inclinado sobre la mesa. Le guiñó un ojo y le tendió una mano —. Soy Adrien, por cierto. ¿Me dices tu nombre, al menos, ya que te he salvado el culo de una peligrosísima bestia? —dijo con la sonrisa torcida de burla.

    ❇☾Bosque de Ferrot☽❇


    Descorrió con una mano la cortina púrpura que separaba una sala de la otra a modo de puerta y, sigiloso como un asesino, entró en aquel baño, acercándose a su objetivo.

    Se trataba de una habitación amplia, con grandes ventanales de vidrio coloreado que hacían que la luz de la luna proyectase danzarinas formas en el suelo de piedra, jugando con el blanco de este material. Había varios muebles típicos de aquellas estancias, pero la auténtica protagonista era la bañera: una auténtica piscina excavada en el suelo a la que se entraba subiendo un par de peldaños y bajando después los que se considerasen oportunos, pues podían ser utilizados también de asiento, sumergiéndose el usuario hasta la cintura, hasta el pecho o hasta los hombros a placer.

    Makra estaba en el tercer peldaño, con las cálidas aguas perfumadas con flores rozando su clavícula. Tenía los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, sobre unos cojines. Nada de esto le impidió sacar del agua un puñal que rozó el cuello de su visitante cuando éste se inclinó sobre ella. Al abrir los ojos, sonrió, acariciándole la garganta con la afilada punta, sin hacerle realmente ningún daño.

    Esposo —saludó.

    Esposa —respondió Niko, inclinándose para besarla de forma superficial —. Tan radiante como siempre —se sentó en el borde, sin mojarse aún y cruzó las piernas, acariciando los largos cabellos plateados de Makra —. Ki’lon, te vas a ahogar.

    Apenas dijo esto, la superficie del agua se onduló y una cabeza femenina apareció entre las flores, respirando con cierta agitación. La princesa torció el morro y acarició la mejilla de Ki’lon.

    Pero, esposo, Ki’lon todavía no ha terminado su trabajo —se quejó en tono caprichoso.

    Y nunca lo terminará si muere en plena faena, ¿no crees? —se rio Niko, besándole la frente a Makra.

    Puedo volver a bajar —dijo la doncella, pero Makra negó con la cabeza.

    Mejor hazlo con las manos, me apetece besarte.

    Ki’lon no pareció tener que dudarlo mucho, pues pronto se movió hasta pegar su cuerpo al de la princesa, y mientras sus labios mojaban los de Makra, sus dedos acariciaban entre las piernas de la princesa, quien no tardó tampoco mucho en ponerse manos a la obra, apretando las nalgas de su amante y mordiendo su boca.

    Niko rodó los ojos y le hizo un gesto a uno de los criados para que le trajese una bebida mientras su esposa gemía entre los brazos de su doncella. Cuando las aguas se calmaron y ambas mujeres reposaron de forma más tranquila, Niko estaba recostado en el suelo, sobre unos cojines, comiendo uvas sin prestar mucha atención a las otras dos.

    Bueno —Makra llamó su atención mientras se echaba el pelo hacia atrás —. ¿Querías decirme algo? —preguntó, apartando a Ki’lon, quien salió del agua totalmente desnuda, siendo rápidamente envuelta en una toalla por uno de los sirvientes. Makra, por su parte, se giró, cruzando los brazos en el borde de la piscina y apoyando la barbilla sobre los mismos.

    Nada importante —dijo Niko, cogiendo una nueva uva —. Sólo quería preguntarte si te parece bien que mate a tu madre esta noche.

    Por la diosa —resopló Makra, divertida —. ¿Sigues con esa idea?

    La reina es vieja —comentó él como si tal cosa —. Es débil. Una persona débil no debe gobernar.

    Filosofía arcaica —suspiró la princesa —. Tu petición queda denegada.

    Bien, tenía que preguntar —Niko sonrió. Tampoco parecía demasiado triste por ver sus planes frustrados. Era, en realidad, una conversación que tenían semanalmente —. En otro orden de cosas… Me han dicho los árboles que Corr ronda cerca. Así que iré a tocarle las narices un rato.

    Me parece muy bien, pero… No entiendo —Makra ladeó un poco la cabeza —. ¿Por qué no te lo has follado aún?

    No lo sé —reconoció Niko con un encogimiento de hombros —. Supongo que disfruto demasiado de estos jueguecitos.

    Tú sabrás —dijo su esposa, cerrando los ojos —. Aunque Ki’lon y yo te podemos demostrar que se puede disfrutar de esos jueguecitos sin perder el elemento sexual.

    La citada elfa se rio suavemente desde el banco en el que se estaba cepillando el cabello. Al principio le había sorprendido que su princesa tuviese una amante de forma tan descarada, pero pronto había aprendido que el príncipe no sólo tomaba también a quien quería, sino que ni siquiera dormía con su esposa, algo que en otra sociedad habría sido inadmisible, pero que entre elfos lunares, sobre todo tratándose de un matrimonio de Kurlah, tampoco importaba mucho.

    Y es cierto también que al principio se había sentido cohibida de besar a la princesa delante del sacerdote, pero este no mostraba lujuria, molestia ni nada más que cierto aburrimiento ante el placer entre ambas. Y, después de todo, el sexo para los lunares no era un tabú, habiendo incluso algo así como una orgía ritual anual. Así que no había dudado tampoco demasiado a la hora de aceptar el puesto de amante de la princesa, un puesto que le otorgaba cierto poder y privilegios y que, además, le permitía estar con Makra y reír con Niko.

    ¿Cuánto tiempo crees que estarás jugando con ese humano? —preguntó Makra al cabo de un rato, saliendo del agua.

    Niko rápidamente se puso en pie, cubriéndola con una suave toalla. La diferencia de altura era considerable, sobre todo porque él no era demasiado alto, ni siquiera llegaba al metro ochenta, así que ella, que además era alta, le sacaba casi una cabeza.

    No lo sé. ¿Un día, quizá dos? —sonrió, despreocupado, mientras tomaba un cepillo para desenredar la melena de su esposa —Te avisaré si me retraso mucho.

    En ese caso, sólo puedo desear que te lo pases bien —le sonrió, dándole un besito en la nariz.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Si había algo que a Niko le gustase hacer sin necesidad de un compañero era, desde luego, separarse del suelo. Moverse entre las ramas más altas, colgarse bocabajo de ellas o dormitar entre nidos de pájaro, conseguir las frutas más jugosas y ver el mundo desde la altura. Le hacía sentir cierto vértigo, pero a la vez poder, pues no eran muchos los que podían trepar hasta ahí, mucho menos los que se movían como lo hacía él.

    Después de todo, los elfos lunares tenían cuerpos mejor adaptados a la vida subterránea que a la aérea. Pero él era más delgado que la mayoría, con menos masa muscular, por lo que era más ligero y podía permitirse esos lujos.

    Así, saltando de rama en rama consiguió llegar en un periquete a su objetivo. Corr le había llamado la atención desde la primera vez que lo había visto, hacía ya unos quince años, más o menos. Era también el tiempo aproximado que llevaba viviendo en esa ciudad renovada, el tiempo que llevaba siendo libre.

    Le había visto crecer y pasar de ser un muchachito lleno de rabia a ser un apuesto hombretón todavía cabreado, pero más temperado. De alguna forma, se sentía orgulloso de él, y esperaba que Corr le apreciase tanto como Niko apreciaba a Corr.

    Se descolgó de las ramas con ayuda de una liana, quedando colgando bocabajo justo al lado de Corr. Le sopló suavemente al cuello y contuvo la risa al verlo sobresaltarse.

    Hola, caracola —se rio, tomando impulso para volver a tener la cabeza por encima de los pies.

    Su acento era duro y rasposo, con unas erres y jotas bastante marcadas, pero a la vez sus eses eran suaves, creando un contraste extraño y exótico. Su poblado, tan cercano a Acier, solía hablar la lengua de los humanos, si bien en ceremonias o en privado utilizaban su idioma élfico.

    Se soltó y cayó al suelo con la elegancia de un gato. Rápidamente tomó entre sus manos a Charlotte, acariciándola y sonriendo ante sus gorjeos de saludo de una forma bastante cariñosa

    ¿Qué hacemos tan cerca de ese barrio de solares? —se quejó, como si alguien le hubiese obligado a ir hasta ahí en vez de haber sido su idea, y sólo suya, seguir a Corr —Sólo hay gilipollas con palos bien metidos por el culo y un par de críos igual de insoportables.

    Con todo, no dudó mucho en acompañar al ambulante hacia el poblado, escuchando su plan de robar un caballo para hacerlo pasar por unicornio. Si el plan era cabrear a los solares, Niko desde luego que se apuntaba. Y se lo dijo al humano con esas mismas palabras y una sonrisa deslumbrante.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El caballo parecía algo inquieto, pese a las caricias de Corr, aunque no era tampoco de extrañar. A poco menos de dos metros de él, Niko estaba utilizando su magia.

    En una vida anterior, decía, había sido herrero, por lo que conocía los materiales y las técnicas. Así, no le había costado mucho encontrar las lascas adecuadas y, con ayuda de Corr, había montado una especie de horno de adobe en el que estaba fundiendo, dentro de una perola, las lascas, aumentando el calor del fuego con su magia de energía.

    Con los ojos totalmente blancos y su corto pelo flotando alrededor de su cabeza, igual que sus ropas de sacerdote —eran, por decirlo de alguna forma, sus ropas de diario, a parte de las de trabajo—, empezó a mover las manos, y como si fuesen instrumentistas siguiendo las indicaciones del director de orquesta, gotas de metal fundido se fueron alzando en el aire, juntándose y tomando una forma cónica.

    Había sido un proceso largo, todo hay que decirlo. Robar el caballo había sido la parte fácil, pero una vez se habían considerado a salvo, habían pasado algo así como dos horas en ese pequeño claro, a la orilla del río, Corr cuidando del caballo y de Charlotte, Niko trabajando en un cuerno falso.

    Hundió el cono en el agua y, con una piedra, empezó a frotarlo, limando las impurezas y dándole un poco de mejor forma. Al terminar, se lo pasó a Corr con una sonrisa cansada.

    Aún está caliente —le advirtió, dejándose caer en el suelo con los brazos abiertos —. Tengo una idea —dijo, mirando al humano, que inspeccionaba el cuerno metálico con el ceño fruncido —. ¿Por qué no me recompensas por mi increíble labor con un buen polvazo? —soltó una risotada al ver la reacción de Corr: se había puesto rojo y, de lo nervioso, se le había caído el cono al suelo —¡Oh, venga ya! ¡Siempre haces lo mismo! —se quejó Niko, deslizándose hasta él y acariciándole el mentón —Un poco de sexo no nos haría mal. De hecho, nos podría hacer mucho bien. Incluso te dejaría que me la metieses —le susurró en un tono sensual, casi rozando sus labios con los del otro, pero terminó por separarse con una nueva risa, sacudiendo la cabeza —. Calma, calma… Ni que fuese a obligarte o algo.

    Suspiró, encogiéndose de hombros en señal de rendición, y se sentó cerca, con la espalda contra un árbol. Ahora parecía tener ligeras ojeras bajo los ojos. Podía deberse a que era de día —colgaban de su cuello unas gafas oscuras con las que se había estado protegiendo del sol—, pero seguramente era más por la magia que había estado usando.

    Hoy estás muy callado. ¿No me cuentas nada? Dime al menos para qué quieres que este pobre animal se ponga un cuerno en la frente —pidió con un pucherito adorable, teniendo las manos para acariciar la cabeza del caballo.


    Edited by Bananna - 20/12/2019, 20:31
     
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    La historia de Étienne.
    Bien, su plan era que un arcano trabajase como cabeza de su guarda personal y demostrar al reino que no suponían ninguna amenaza, ahora, ¿tenía que ser un dragón? ¿De entre todos los seres que existían en el mundo debía ser un hijo del fuego? Pudo verle aparecer desde el castillo, posarse en la muralla como si fuera un pájaro cualquiera, y no le había gustado.

    Se lo presentó Brigitte en los jardines, que eran algo así como su refugio junto a la gigantesca sala de biblioteca o su propia alcoba. Y puede que el dragón se hubiera ganado la confianza de la royalet, que tenía el instinto propio de las bestias y solía calar la verdadera naturaleza de quienes conocía; pero al monarca le iba a costar un esfuerzo extra. No le importaban ni los cuernos retorcidos en su cabeza ni que se pudiera comunicar sin necesidad de abrir la boca, lo que le incomodaba era que fuera un dragón: no tenía por qué incendiarlo todo, pero podría hacerlo. Le tocaba confiar en Brigitte, si se mostraba tan cómoda en presencia de un extraño es que no suponía una amenaza… o quizá la royalet sólo estaba aburrida y quería un compañero de juegos.

    Asintió con la cabeza con su presentación, suponía que unas formas como ésas serían lo habitual para un dragón. Lo cierto es que no había tratado nunca con un dragón —¡por suerte!— y desconocía sus costumbres. Si conocía a la especie era por los diarios de su abuelo, Cezànne, que hablaba con cariño de un «lagarto oscuro» al que había bautizado como Grégoire.

    —Gracias por atender tan rápido mi petición. Confío en que juntos, usted y yo, podamos cambiar la visión, sin duda errónea, que tiene el reino de vosotros, los arcanos —le dijo con absoluta sinceridad—. Ahora, sígame por favor, le mostraré el castillo. A fin de cuentas, vivirá aquí un tiempo, será mejor que sepa por dónde se mueve.

    *



    Después de un largo paseo por alas, pasillos y recovecos entre unos y otros acabaron en la sala del trono. Étienne hizo lo propio y se sentó, engalanado como se esperaba de un rey, con la corona sobre su cabeza y una expresión más bien triste.

    La sala del trono era tan luminosa como amplia, decoradas sus barandas y adornos con ramos de jacintos blancos (la flor más característica de Acier). Cascadas de tela ayudaban con la decoración, y las alfombras en el suelo llevaban al trono propiamente dicho. La escalera que llevaba al mismo se dividía como una intersección, terminando ambas en aquel asiento tan importante. Esto se hacía para que el rey subiera por un tramo de escalera y bajara por el contrario, estando siempre entre ellos, frente al emblema real, la royalet.

    Y desde su sitio miró Brigitte —también Guardián, a su lado— a los que acudían en audiencia, pidiendo uno tras otro algún favor al rey o informándole de alguna situación. Erizó su pelaje cuando vio entrar a la jefa del gremio de mineros, Nina de Pierre. Era una mujer compacta pero robusta, capaz de cargar sacos de carbón a la espalda sin el menor esfuerzo, y llevar el uniforme de los mineros durante todo el día sin soltar una queja, al contrario, sintiéndose muy orgullosa de las pesadas protecciones que llevaba. Sus pasos sonaban a metal, y toda ella olía a carbón y azufre.

    —Mi rey —saludó Nina con una reverencia al pie de las escaleras. No se retiró la mascarilla que la protegía de los olores más agresivos del subsuelo—, solicito protección en los túneles de Abarda.

    —¿Qué les ocurre? —preguntó Étienne, interesado.

    —Se ha adelantado el invierno, los hombres se congelan en plena jornada por un fallo en el sistema de temperatura.

    —¿No funcionan las calderas? Pensé que bajo tierra no tendríamos estos problemas.

    —Incluso bajo tierra nos congelamos, mi rey. El metal nos protege de los golpes, las mascarillas del aire tan denso entre los gases de la tierra, pero no podemos bajar ahí para reparar los daños —Nina suspiró y se cruzó de brazos, resonando el eco metálico que cubría sus brazos—. No pienso perder a más de mis hombres hasta que solucionéis este problema.

    —Sin vuestro trabajo, flaquearían las reservas de metal. Todo el mercado se resentiría.

    —Me alegra que comprendáis la importancia de nuestro trabajo, pero ¿qué pensáis hacer? —Nina no estaba acostumbrada a las largas, estaba acostumbrada a respuestas claras y rápidas, no toleraba la inamovilidad.

    Étienne apoyó el codo en el reposabrazos del trono, y sobre su mano el mentón, entrecerró los ojos ideando una estrategia. Brigitte alzó la cabeza desde su sitio, mirándole, soltó una especie de quejido —podía hacerse una idea de lo que pensaba— y se puso en pie. Apoyó sus garras delanteras en la parte superior del escudo y acercó la cabeza al rey, dándole la espalda tanto a la minera como al dragón, que se tuvo que mover para que la royalet no le tumbara.

    —Estoy bien —le susurró Étienne acariciándole el hocico, haciendo que Brigitte moviera su cola y apartara, un poco más, a los otros dos. Nina seguía gruñendo entre dientes, molesta por el silencio del rey, cuando le vio ponerse en pie y dejar la corona en el trono—. Acompáñeme —le dijo a Nina, que asintió con un gesto—. Dragón, usted también.

    *



    La región de Abarda era una zona escarpada, de muy difícil acceso, no muy lejos de Acier, de hecho, desde la entrada principal al túnel central podían verse sus muros. Una imagen que disfrutaban ahora mismo un grupo de mineros, esperaban noticias de su líder, Nina, lo que no esperaban era ver a la mujer a lomos de la bestia del rey, mucho menos a un dragón volando a su lado.
    No faltaron los gritos de pánico cuando las figuras se acercaron lo suficiente como para aterrizar junto a la puerta. Un viaje de dos días a pie se reducía considerablemente cuando se tenían alas.

    —El rey ha venido a ayudarnos —anunció Nina yendo con ellos, los mandó a callar alzando el puño—. El dragón que le acompaña podrá devolver el fuego a los túneles, nosotros sólo tenemos que indicarle el camino.

    Se revolvieron nerviosos, y no muy contentos de tener tan cerca a dos bestias. Aunque el dragón hubiera adoptado ahora forma humana, seguía mostrando sus cuernos y muchos podrían jurar haber visto escamas oscuras por sus dedos.

    Con recelos y todo, obedecieron la orden de Nina y le entregaron al rey los planos y mapas de las galerías donde seguían, congelados, los cuerpos de varios hombres. Marcaron en el papel la manera más rápida de llegar a ellas. Cuando Nina llamó a voluntarios hubieran llegado a las manos para que los eligiera. Cuatro hombres elegidos al azar y la propia Nina acompañarían en la misión de rescate, y todo el grupo se sorprendió cuando el rey entregó los documentos al dragón.

    —Mi rey, ¿no vendrá con nosotros? —parecía que sólo Nina tenía el valor de preguntar.

    —Mi presencia sólo serviría de estorbo —respondió volviendo junto a Brigitte, que bostezó sentándose en sus cuartos traseros.

    —¿Y nos obligáis a confiar nuestras vidas en… —Nina chasqueó la lengua sin necesidad de mirar al dragón, pareció compartir el rechazo con todos sus hombres— …en una bestia?

    —No es una bestia, es la garantía de que todo el hielo se derretirá en los túneles.

    —¡Me niego a…!

    Nina gritó y dio un par de pasos en dirección al rey, pero ni su voz ni el ruido del metal le hicieron sombra al gruñido de Brigitte. Aunque resultó tan agudo, tan estridente y doloroso al oído que debía de catalogarse como chirrido. La mezcla de pelo y plumas que tenía por pelaje se erizó, sus ojos —siempre oscuros— se tiñeron de rojo y se alzó dando otro chirrido tan amenazador como el primero. Puede que los tricots no escupieran fuego como los dragones, pero derribar a uno no era tarea fácil. Esto lo sabía Nina, que retrocedió de inmediato y volvió junto a sus hombres, le dio un último vistazo al rey y su compañera, maldijo por lo bajo y se encaminó a la entrada de la mina.

    —¡En marcha! ¡Ni una queja! ¡Vamos!

    Los hombres la siguieron, pero Guardián se acercó al rey. Curioso, Brigitte volvía a bostezar e incluso se echaba sobre la nieve; no quedaba ni un trazo de la agresividad anterior.

    —Devuelva el calor a la mina —le pidió Étienne señalando los planos—. El metal es fuente de alimento para muchas familias en el reino, no pueden prescindir de él —asintió cuando Guardián dobló y guardó los planos en su larguísimo abrigo, pero se quedó atónito cuando sujetó su muñeca, peor aún, tiró de ella para que le siguiera.

    Étienne, aterrorizado (ya había sido un paso gigantesco dejar el castillo), se revolvió y consiguió soltarse, corrió hacia Brigitte y prácticamente se lanzó hacia ella buscando refugio.

    —No pienso entrar en un lugar oscuro y estrecho, iluminado sólo por el fuego —aseguró, pues aquél era el escenario de muchas de sus pesadillas. Llegó a tirar del pelaje de Brigitte cuando Guardián volvió a acercarse—. ¡Le he dicho que no pienso entrar! —gritó esta vez—. No voy a entrar —repitió una tercera vez, incapaz de moverse.

    —¡Eh tú, dragón! —gritó Nina—. ¿Vienes de una vez o tengo que arrastrarte dentro?

    Fue Brigitte la que se despidió de él, olisqueando su cabeza y dándole un golpecito con el morro. Étienne seguía plantado como un árbol junto a una de sus patas delanteras, aferrado a ella y diciéndose a sí mismo que era el rey, que debía quedarse aquí y no volver a la seguridad del castillo hasta no saber los resultados de la misión, ¡por muchas ganas que tuviera de encerrarse en la soledad de su alcoba! ¿Por qué la vida se lo ponía tan difícil?

    * * *



    La historia de Maèl.
    Qué vergonzoso habría sido haber desfallecido al comienzo de su aventura lejos del reino. Esa misma mañana había respondido una carta de su padre (la mensajera fue Brigitte, que aceptó encantada los mimos y caricias) y por la tarde había sufrido el ataque de la mariposa más gigantesca que había visto nunca. Sí, puede que fuera inofensiva, pero a cierto príncipe le aterrorizaban los insectos.

    Había anotado en su lista de tareas agradecer a su inesperado salvador, Adrien, y de hecho se disponía a hacerlo al entrar en su habitación. Había sido una sorpresa verle desnudo, ¿cómo le había dado paso si no estaba en condiciones de recibir a nadie?

    Aceptó la cena en la posada intentando olvidar aquel encuentro incómodo. Tuvo que darle la razón con aquel puchero, ¡estaba de muerte! Claro que siendo Maèl tan despistado no notó las miradas que recibieron sus cubiertos, de acero con un baño de oro —y con una ornamentación digna a cualquier príncipe—, tampoco se fijó en que sus modales en la mesa no iban a la par con el resto de comensales, y mucho menos supo que había llamado la atención de algunos maleantes allí dentro. Fue un golpe de suerte que recordara el consejo de su hermana, «no desveles tu identidad», claro que con esto ni fingió haber robado esos cubiertos ni exageró sus modales para hacerlos pasar por broma, sólo consiguió negarse a la pregunta de aquel hombre.

    —Lamento declinar su oferta, señor —se despidió colgándose la bolsa al hombro—, pero no me parece adecuado pasar la noche en un burdel —inclinó la cabeza al despedirse—. Además, debo continuar mi viaje y no puedo permitirme el lujo de relajarme demasiado.

    Le invitó al puchero, confiaba que esto fuera agradecimiento suficiente, y retomó la marcha al monte confiando en que su royalet fuera nocturna. La sombra que seguía sus pasos se ocultaba tan bien detrás de cada árbol que Maèl no podía siquiera intuir que alguien iba tras él.

    Llegó muy animado al claro que había marcado en el mapa, era el lugar del que le había hablado su hermana. Los aleteos sobre él lo confirmaron, alzó la cabeza y vio a un hermoso pegaso negro aterrizar en dicho claro. Noiret relinchó cuando el príncipe comenzó a acariciar sus crines. Esperó paciente a que terminaran aquellos mimos y sacudió la cabeza para que cogiera la carta y el par de piedrecitas mágicas que traía en un saco que colgaba por su cuello.

    Maèl contestó la carta y colocó las piedras después de despedirse del pegaso. Si bien al príncipe no le gustaban los insectos, al animal no le gustaban demasiado las tormentas, y siendo que Aimée le entregó «hijas rabiosas del rayo» a su hermano pues era lógico que hubiera echado a volar tan rápido.

    Enterró cada piedrecita bajo, más o menos, un palmo de tierra, siguiendo la forma de un círculo que rodeó su improvisado campamento (que no era más que una lona para dormir). Cuando escuchó el primer chisporroteo supo que todo estaba listo pero y con la seguridad que sólo da un campo de fuerza mágico, el príncipe se echó a dormir.

    La sombra que le seguía desde la posada se acercó al campamento para confirmar las sospechas que tenía sobre la identidad de este muchacho. Mala suerte que un ladrón del tres al cuarto ignorase la muy buena protección que tenía Maèl. Su mano derecha se adelantó al resto del cuerpo, con la intención de coger su bolsa y todo objeto de valor que hubiera en su interior; y fue su mano derecha la que sufrió las consecuencias. Primero, un chisporroteo, y luego, la misma ira del rayo. Ya podía aquel ladrón a aprender a robar con sólo un brazo a partir de ahora. El dolor, y el asombro, alcanzaron tales extremos que no consiguió gritar, retrocedió aterrorizado, miró su brazo desmembrado a un lado del campamento y entonces sí gritó, echándose a correr camino abajo hasta la posada.

    En circunstancias normales, Maèl se habría despertado por el escándalo, pero estaba tan cansado después de sus primeros días como ciudadano de a pie (esto era, con trabajo físico y ejercicio para obtener resultados, no había sirvientes que cumplieran sus caprichos, debía conseguirlos él mismo), que necesitaría algo más que unos gritos lejanos para despertar.

    *



    La puerta de la posada se abrió de golpe, entrando aquella sombra malherida sin aire en los pulmones.
    —¡Es el príncipe de Acier! —gritó yendo hacia la mesa donde estaban sus compañeros—. ¡Ha traído magias oscuras! ¡Mirad! —se retiró la capa y mostró su camisa rota, se vio también que le faltaba un brazo, la sangre daba buena cuenta de ello—. ¡Mirad lo que me ha hecho! ¡Sólo me acercaba a interesarme por él, y me ha lisiado de por vida! ¡He podido escapar de puro milagro de las garras de un asesino!

    —¡No podemos permitir que haga y deshaga a su antojo!

    —¡Hoy será un brazo! ¡¿Qué será mañana?! ¡¿Mi vida?!

    —¡Tenemos que acabar con él!

    Maèl despertó, ajeno a todo el odio que se había ganado por la noche, con los primeros rayos de sol. Se desperezó y estiró sobre su lona, y retiró las piedras animado por las aventuras que podría tener este nuevo día, guardándolas con el resto de sus cosas en el saco que llevaba.

    Miró el mapa que tenía (él mismo lo había hecho, siguiendo libros y atlas que tenía su padre en la biblioteca del castillo) y se decidió por avanzar hacia el norte, al otro lado de las montañas que delimitaban Abarda. Se dijo que su royalet podría ser un ser del invierno, desatar ventiscas y nevadas, ¡eso sí le quitaría el hipo a cualquiera! Se presentaría ante su hermana con una compañera tan poderosa como aquélla, con su ayuda obligaría a su padre a dejar el reino y vivir en un lugar más seguro, o también podría convertir Acier en un páramo helado que sirviera de sepultura a toda aquella gente que le aborrecía a él y a toda la familia real.

    Con ánimos renovados se puso en marcha, olvidando desayunar y sin siquiera sospechar que un grupo de hombres armados —ladrones en su mayoría— venía a por él, cegados ya no tanto por la ira, sino por la avaricia. Por la noche habían acordado secuestrar a Maèl y pedir un rescate digno a un príncipe.

    Pero no fue uno de los ladrones el que fue a su encuentro, sino Cachorro. Maèl lo saludó con toda la alegría que podía esperarse de un defensor de los animales, no se esperaba que Cachorro se lo cargara al lomo y echara a correr ignorando sus gritos. De esta forma llegó a una zona desconocida del bosque (aunque siendo que ni siquiera sabía cómo se llamaba, pues todo el bosque le era desconocido), no tuvo tiempo a incorporarse del todo cuando sintió la fuerza de un empujón y su espalda chocar contra un árbol. Reconoció al hombre que le tapaba la boca con su mano, mirando de un lado a otro, como si esperara que pasara algo.

    Pasaron voces y gritos, y aunque Maèl tuvo algún problema para respirar con normalidad (este hombre le estaba tocando demasiado, no era algo normal para un príncipe), el grupo de ladrones codiciosos pasó por allí sin advertir su presencia.

    —¿Me buscan a mí…? —preguntó en voz alta cuando su boca quedó libre, tanto él como Adrien (y Cachorro) habían oído las voces que pedían a gritos la cabeza del príncipe de Acier—. ¡Quiero decir! —carraspeó y consiguió apartarse—. ¿Buscan a ese pobre príncipe? ¿Quién iba a decir que había un príncipe por aquí? Estaré con ojo avizor por si le veo, será mejor advertirle del peligro que corre, sí señor —asintió, convencido de que su actuación había sido estupenda, y había engañado tanto al lobo como a su dueño—. Que tenga usted un buen día —se giró hacia Cachorro después de la inclinación de cabeza y su tono de voz cambió—. ¡Y tú también! ¡Que tengas una mañana estupenda!

    No le molestó en absoluto que el lobo le llenara la cara de babas y, volviendo a despedirse de Adrien, retomó la marcha, orientándose con la luz del sol, tal y como había leído en los manuales de aventura. Habría sido un aventurero ideal de no haber soltado un grito de puro espanto al encontrarse cara a cara con el escarabajo más grande que había visto nunca, cayó al suelo de pura impresión y cuando el escarabajo —realmente era un ciervera, no un simple escarabajo— se acercó para inspeccionarle, se encontró al príncipe echo un ovillo sobre la hierba, extendiendo la mochila frente a él a modo de escudo.

    * * *



    La historia de Corentin.
    No podía reír las bromas de Niko, bueno, sí podía pero no debía. Ese tipo de comentarios sexuales —no se le ocurría otra palabra para describirlos— se los debía reservar a su esposa. Sí, sabía que aquella unión no era un matrimonio al uso, pero… no, mejor no seguir pensando en eso, o acabaría tachando de depravados a los elfos lunares, y puede que Niko se mereciera una reprimenda o dos que intentaran borrar las continuas faltas a su mujer, pero no un insulto a toda su especie. En lugar de ello, cogió otra vez el cuerno que había tallado decidiendo cambiar de tema.

    —Hay un enamorado de los arcanos en Acier —explicó, comprobando que el cuerno no tenía ni una grieta a pesar de la caída—. Todavía sigue de luto por la muerte de Morgiana, apuesta por la magia desde hace años —acarició la cabeza de Charlotte, entre sus orejas, cuando se acercó a él—. Me ha prometido una buena suma por un unicornio. Atrapar uno de verdad es muy difícil y laborioso, así que he optado por un atajo. Y un caballo, eh… —se inclinó un poco—. Una yegua —corrigió— que venga de los solares tiene ese aire de dignidad mágica que os acompaña a todos los arcanos —sonrió ladeando la cabeza—. Sí, tú también. Siempre me ha impresionado verte hacer —imitó los movimientos de sus manos y se señaló los ojos—. Impresiona, de verdad.

    Se acercó a la yegua, y con mimos, susurros y caricias consiguió colocarle el cuerno, atado con una fina soga que había decorado con flores y hojas. También enredó flores algo más grandes en sus crines y cola, dando la imagen de animal salvaje, proveniente de un lugar mágico.

    Miró muy satisfecho a Niko, orgulloso de su obra y resultado, pero le encontró en pie y mirando el bosque. La visita no se hizo de rogar, y por entre los árboles apareció una figura fácilmente reconocible: una mujer rubia, de piel pálida y orejas puntiagudas. Corr maldijo al reconocer su cara, era la dueña de su captura, ¿cómo había podido seguirles tan pronto?

    La elfa se detuvo y cruzó sus brazos bajo el pecho, aunque luego se llevó una mano al mentón mientras observaba la situación. No disimuló el desdén en la mirada que le dedicó a Niko.

    —Así que —habló, al fin, después de casi dos minutos de observación en silencio—, ha sido un bruto primitivo —miró a Niko— y una criaturilla ignorante —miró ahora a Corr— los que me han robado mi montura —suspiró—. Mi pobrecita Humanidad, qué terribles compañeros de viaje habrá tenido.

    Corr miró a la yegua y luego a su dueña, ¿la había llamado Humanidad?

    —Vaya, hasta los ignorantes entendéis los nombres cuando los oís —la elfa sonrió con una crueldad que en ella resultaba natural—. Se llama Humanidad porque es una yegua tonta y fea, que no sabe valerse por sí misma y que siempre destruye todo lo que le ofrezco. ¿No tiene acaso el nombre perfecto? Me debatía entre ése y Pla’ja, al ser un animal tan frágil como la paz entre salvajes pero —se alzó de hombros con ese aire altanero—, ¿qué le voy a hacer? Prefiero Humanidad, todavía está a tiempo de reformarse.

    —¿Y tenemos el placer de hablar con…?

    —Con un ser superior, así que guarda silencio —carraspeó y volvió a sonreír—. ¿Planeáis hacer pasar mi yegua por un unicornio? Vaya, es un plan tan estúpido que no sabría decir a quién de los dos se os habrá ocurrido. Pero me arriesgaré, ha sido cosa tuya, ¿verdad, humano ignorante? Porque se la darás a otro igual de ignorante que crea en ese engaño. ¡Fascinante! ¡Tanta ingenuidad y estupidez en un solo ser! ¡Es maravilloso! —rio—. Bien, me uno al grupo.

    —¿Pero qué estás…?

    —Consideraos privilegiados al contar con mi presencia. Yo, Ghilanna, os guiaré hacia un futuro próspero —montó en la yegua y se sacudió su larga melena—. Bueno, algo podré hacer contigo, humano ignorante, pero contigo, bárbaro salvaje —negó con la cabeza mirando a Niko—, poco se podrá hacer, aunque seas un elegido de la magia.

    *



    El viaje hasta Acier se hizo especialmente largo, y aunque Niko y Corr caminaran a buen ritmo, Ghilanna los ralentizaba con alguna observación. Se quejaba del mal estado de los caminos, de los gritos de los árboles por el último verano (con más de un incendio difícil de controlar) y, al caer la noche, se quejó del frío y la oscuridad.

    —No es sensato seguir —dijo frenando a su yegua, haciéndola parar—. Propongo descansar, dormir un poco y proseguir la marcha por la mañana.

    —Oh no, aquí no va a parar nadie —Corr la cogió en brazos y, con lo ligera que era, la volvió a dejar sobre la yegua, le dio un tirón a su crin para que caminara.

    —¡Pero es peligroso!

    —No lo es si Niko nos acompaña.

    —¿Confiar en un salvaje? —no podía dar crédito—. ¡Humano, hay límites para la imprudencia!

    —¿Qué tiene de imprudente confiar en un ser nocturno?

    —¡Es un salvaje!

    —Claro que sí, un salvaje.

    —No me dejas otra opción, humano.

    —Ya te he dicho que me llames Corr, no human…

    La mano de Ghilanna quedó en su frente, apenas un parpadeo y tuvo tanto sueño que se desplomó, se hubiera dado un buen golpe de no estar Niko por ahí para sujetarle. Ella volvió a bajar y señaló un lado del camino.

    —Dormiremos aquí —alzó y movió las manos, como si trazara un nuevo camino en el aire, y se movieron piedras y maderas para formar una hoguera y varios asientos a su alrededor—. Ve a por algo de comer —ordenó mientras se sentaba, viendo a Corr dormido. Niko lo había puesto con tanto cuidado sobre la hierba que le sorprendió, aquella muestra de delicadeza no era propia de los lunares, no de lo que ella creía que eran, desde luego—. Lo despertaré cuando vuelvas con la cena.

    *



    Al fin, y después de dos noches más como aquélla, veían aparecer las murallas del reino por sobre el bosque. Había sido una misión demasiado larga para Corr, era agotador ser el punto medio entre dos elfos. Ghilanna alegaba que era su deber convertir a Niko —y a él mismo— en un ser civilizado, pero Niko le respondía con gruñidos y si no llegaba a lanzarse a la yugular de la elfa era porque Corr se lo impedía.
    Se veía capaz de llorar de alegría al estar ya a tan poca distancia de la muralla de acero, eso significaba el final del viaje y el comienzo de un merecido descanso. Aunque, ahora que lo pensaba…

    —Oye, tú, elfa —Ghilanna le miró desde la yegua, con la pequeña Charlotte enroscada en sus brazos para recibir algunos mimos—, ¿qué harás cuando terminemos la misión? ¿Te vuelves con los tuyos?

    —Me quedaré con vosotros y os convertiré en…

    —En seres civilizados, sí —la interrumpió—. Pero no podrás hacerlo, nosotros nos dividimos aquí —Ghilanna ladeó la cabeza, sin entender—. Niko tiene su vida, yo tengo la mía, y aquí nos separamos.

    —Pero yo no puedo volver, no con el rechazo de Nar-Laris.

    —¿Solares rechazando a los suyos? Qué novedad —bromeó, y es que a la antigua reina la habían repudiado hasta la misma muerte—. ¿Y bien? ¿Qué has hecho? ¿Tú también te enamoraste de un rey humano?

    —En mi caso, sentí empatía con el amor de Morgiana, ¿qué otra cosa podía hacer? Era familiar.

    —¿Eres familia de la reina?

    —¿Y tú no lo eres del rey? Tu historia será un misterio para los humanos, pero es vox pópuli.

    —¿Que es qué…?

    —Pediré asilo en el castillo, como familiar. El rey está obligado a recibirme.

    —Oh no, tú no vas a molestar a mi hermano.

    —Muestras demasiada simpatía por quien te desterró. Qué comportamiento tan curioso.

    Corr suspiró llevándose las manos a la cabeza, le agotaba hablar con un solar. Le guiaron los murmullos lejanos de algún grupo de pastores o cazadores y alzó la vista, por sobre el reino vio volar a Brigitte, ¿y un dragón a su lado? ¿Étienne dejaba el reino?
    —¿Hacia Abarda…? —murmuró.

    —¡Qué mala suerte, el rey desaparece cuando voy a pedir algo! —se lamentó Ghilanna chasqueando la lengua—. Bien, entonces me quedaré contigo, humano.

    —¿Qué…?

    —Debo aceptar mi exilio, por lo menos lo haré a tu lado, me resultas interesante y atractivo. Mucho más que un salvaje, por supuesto.

    Fue hasta divertido ver la rapidez con la que Corr se sonrojó. Acabó tosiendo y se apuró en cubrirse con la capucha antes de encaminarse a la puerta oeste de la muralla, se tenía que hacer pasar por un humilde mercader, y debía hacerlo bien si quería hacer un buen trato por el supuesto unicornio.

    —Ahora, por favor —ya dentro de Acier, se giró hacia los otros dos—, comportaos y no me montéis ninguna escenita. Elfa, quédate sobre la yegua, aumentará su valor.

    —Cualquier cosa a la que me acerque aumenta radicalmente su valor, salvo tú, salvaje.

    —¡Os lo estoy pidiendo por favor! —repitió alzando un poco la voz—. Pelead luego todo lo que os dé la gana, pero no ahora. Por favor.

    Ghilanna resopló y se acomodó sobre la yegua, apoyándose en su cuello casi como si fuera un sofá. Lo cierto es que daba una imagen perfecta y se había ganado más de una mirada por el reino, Niko caminando a su lado (con una medio dormida Charlotte en brazos) sólo acentuaba la naturaleza arcana de aquella escena, y la figura de Corr, cubierta con la capucha, pasaba totalmente desapercibida.


    SPOILER (click to view)
    1.
    -la sala del trono: (x)
    -pide imagen de Nina, la minera, que la tengo en el móvil (xd)
    -algo así para Abarda, no sé, es una imagen de referencia, no seamos tan estrictas (xd)
    -Brigitte enfadada (a partir del minuto 1) (x)

    2.
    -imaginé que Adri no creería la historia de que Maèl atacó a nadie, siendo que casi muere de miedo con una mariposa xd
    -ciervera: ciervo volante + calavera (es que me gustó el tatuaje, lo siento). Imaginemos a este bicho tamaño perro grandote, no sé, imaginación aquí xd

    3.
    -la buena de Ghilanna (apariencia angelical, carácter de mierda. Me encanta xd), me gusta (mucho) la idea que los propios solares la hayan echado por X razón que ya pensaremos con más calma. O sea, no es que se una al grupito Corr/Niko porque quiere, sino porque no tiene a donde volver y en realidad está (muy) asustada porque todas sus amistades la han dado de lado. Con estos dos aprenderá a ser más humilde y buena persona (nada mejor que dos papis gays para enseñar valores, que le pregunten a Vero o a Rodríguez)
    *¿te das cuenta que todas las rubias que entran en el rol acaban con sentimientos por alguno de mis personaje? Cris/Rorro, Susan/Joyce, Maude/Arnito, Ghilanna/Corr …
     
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    ♛❀ El dragón ❀♛


    No terminaba de entender a aquel rey, Étienne. Parecía totalmente entregado a ayudar a su pueblo, pero a la vez se mostraba aterrado de acompañarle a resolver el problema. El dragón sólo había ladeado un poco la cabeza, preguntándose cómo iba a poder proteger a un hombre que no estaría a su lado.

    Porque era eso lo que debía hacer, ¿no? ¿Colaborar con Brigette en la protección del rey? No estaba seguro. Aunque imaginaba que ya lo averiguaría; paciencia es algo que no le falta a un dragón, después de todo.

    Pensaba en esto y en otras cosas, como lo poco que le gustaba ese olor a metal frío que había por las galerías que se iban adentrando en la tierra, cuando soltó un suspiro que tomó forma de vaho frente a su rostro. Miró a los hombres que había a su alrededor. Sus ojos mostraban temor y recelo, como si al mínimo movimiento fuesen a clavarle esas afiladas herramientas en la cabeza.

    No pretendo vuestro daño —hizo resonar estas palabras en la mente de sus acompañantes, quienes se estremecieron (uno incluso se llevó las manos a los oídos, como para detener esa voz tan suave que se generaba dentro de su cabeza) —. ¿Hay algo que pueda hacer para resultar menos amenazante?

    Hombre, pues sería todo un detalle que usases la boca —gruñó Nina, que encabezaba la marcha, girándose hacia el dragón.

    ¿Empleando la caja de resonancia? —preguntó Dragón, llevándose una mano a la garganta. Al ver a Nina asentir con cara de extrañeza, seguramente por las palabras escogidas, él se lamió los labios y empezó a mover los labios y la lengua para formar palabras —Así sea. Consideraba más eficaz la comunicación telepática, que no tiene tantas limitaciones como la proyección vocal, pero lo haré.

    Los hombres se miraron unos a otros, luego a su jefa. Seguían tensos, pero ahora además estaban confusos. Obviamente, esa criatura no estaba siendo exactamente como se esperaban, si bien no se veían capaces de relajarse de verdad.

    Uno de ellos, algo más envalentonado, carraspeó para llamar su atención.

    Los cuernos no ayudan.

    Guardián se acarició uno de los cuernos negros y sonrió un poco, otro gesto que sorprendió a los mineros.

    Lo siento, lo había olvidado —dijo en un tono suave, haciendo desaparecer los cuernos.

    ¿Puedes cambiar también los ojos y las garras? —se atrevió a añadir otro. Guardián le miró ladeando un poco la cabeza y luego la sacudió en una negativa.

    Me temo que no. Son rasgos que se mantendrán adopte la forma que sea. Pero si hay algo más que yo…

    ¡Sí! —le interrumpió el tercer hombre, cuando se detenían en un punto de bifurcación —¡Promete que no nos vas a comer!

    Ahora el sorprendido fue Guardián, sobre todo al ver cómo los otros asentían, como si hubiesen tenido la misma idea, pero no hubiesen recogido suficiente valor para expresarlo en voz alta.

    La expresión del dragón mostraba absoluta incomprensión cuando miró los rostros de los cinco humanos que había allí con él.

    ¿Comeros…? —preguntó, moviendo la cabeza de un lado a otro, como un perro que intenta entender las palabras de su amo —¿Por qué iba a hacer eso?

    Los dragones devoran hombres. ¡Todos los cuentos y canciones lo dicen!

    ¡Es cierto! ¡Todos hemos oído esas historias acerca de caballeros que se van a enfrentar a un dragón que se ha zampado a cualquiera que se acercase a su guarida!

    La confusión en el rostro de Guardián no dejaba de crecer.

    No conozco muchos dragones —empezó a decir con tono cauto —, pero ninguno ha comido jamás carne humana, y si alguno ha matado hombres, ha sido en simple defensa propia.

    ¿Y tú? —preguntó Nina, cruzando los brazos bajo el pecho con ese sonido metálico y alzando un poco la barbilla —¿Has matado hombres?

    Guardián le sostuvo la mirada sin apenas pestañear y luego negó con la cabeza.

    Para aclararnos —volvió a hablar la jefa del grupo —. ¿No nos deseas daño alguno? ¿Tu instinto animal no va a hacer que nos quemes el culo a todos?

    ¿Quemaros el culo? —El dragón parpadeó y volvió a ladear un poco la cabeza en un gesto que, aunque a Nina no le gustaba reconocerlo, había resultado adorable —Si os acercáis al fuego, os quemaréis, pero me parece forzado que sea justamente vuestros cuartos traseros los que salgan dañados.

    Uno de los hombres soltó una pequeña risita, camuflada en un resoplido y, luego, en una tos. La cara de aquel hombre con ojos de reptil parecía la de un joven inocente, su voz tenía cierto dulzor y sus palabras parecían las de un niño que está aprendiendo sobre el mundo.

    Lo cierto es que al menos dos de aquellos cuatro hombres empezaban a preguntar qué era lo que tanto miedo les había dado de él, mientras que Nina empezaba a darle el beneficio de la duda y los otros dos… Bueno, todavía tenían sus reservas, pero hasta sus hombros se estaban destensando.

    Humn —volvió a hablar el dragón —. ¿Y el vuestro?

    ¿El nuestro qué? —preguntó Nina, que estaba retomando la marcha. Si se quedaban mucho más rato ahí, pese al fuego que alumbraba los pasillos, iban a morirse de frío, igual que esos pobres desgraciados a los que tenían que salvar.

    Vuestro instinto animal. ¿Vais a intentar matarme?

    ¿Por qué íbamos a hacerlo? Te necesitamos.

    Guardián empezó a preguntarse qué pasaría cuando dejasen de necesitarle, pero viendo que el frío aumentaba y las sonrisas que habían llegado a aparecer en los rostros de esa gente se cambiaban por gestos de esfuerzo, decidió guardarse sus dudas.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuanto más avanzaban, más frío hacía y, por lo tanto, más lento sentía todo su cuerpo. Los humanos se acurrucaban en sus abrigos de pieles y tiritaban, apiñándose unos contra otros para intentar mantener unos niveles términos estables, pero el dragón necesitaba otro tipo de sistemas, mecanismos que en esas condiciones parecían difíciles de lograr.

    Acarició con la yema de un dedo la superficie metálica de la pared y soltó un gruñido de frustración. Todo era liso, no había nada que pudiese coger. Aunque…

    Cogió una de las antorchas que había por ahí y, ante la atónita mirada de los humanos, absorbió el fuego. Una vez apagada, mordió los paños empapados en aceites y luego fue comiéndose la madera. Su garganta se encendió bajo la piel y, a través de la ropa, se pudieron percibir también luces anaranjadas en el vientre.

    Sintiéndose mejor así, continuó la marcha, teniendo que repetir el proceso un par de veces más, sin que eliminar parte de la luz de algún pasillo le importase demasiado. Su piel ya no estaba tan pálida y se movía con mayor soltura y ligereza, además de que su cuerpo parecía emitir algo más de calor, lo que hizo que ninguno de los demás prorrumpiesen quejas ante tan extraño comportamiento.

    También ayudaba a esto que su cuerpo se hubiese ido recubriendo de negras escamas, que no sólo servían para protegerle de peligros externos gracias a su increíble dureza —apreciada por muchos asesinos de dragones, huelga decir, que las vendían para fabricar armaduras o escudos, entre otras cosas—, sino que también le ayudaban a mantener el calor que lograba generar.

    El grupo volvió a detenerse en una intersección. Una de las opciones estaba totalmente sumida en la oscuridad, y esa fue la que Nina le señaló al dragón.

    Las calderas están al final del pasillo. Si te acompañamos, moriremos de frío antes de llegar. Nosotros seguiremos por aquí, creemos que algunos compañeros nuestros siguen vivos en esa dirección.

    Guardián apenas asintió, despidiéndose entonces del grupo. Miró el pasillo oscuro y afiló los ojos, cuyas pupilas se ampliaron hasta ocupar casi la totalidad del iris. Sí, ahí también había antorchas, sólo que se habían apagado debido a la falta de calefacción.

    Respiró hondo y siguió caminando hasta llegar a la gran sala de calderas. El frío era tal que había placas de hielo sobre el metal, y un par de hombres convertidos en carámbanos de hielo mostraban expresiones tranquilas, como si el dulce sopor del frío les hubiese aliviado los dolores de la hipotermia.

    El dragón los miró con cierta lástima, pero después se giró hacia su objetivo: la gran caldera principal. Si podía encenderla, el resto del complejo iría volviendo a funcionar y el grupo de Nina no correría un peligro mortal, al menos no uno tan acuciante.

    Se acercó y tocó la compuerta. El metal era tan frío que sus dedos se terminaron de escamar, protegiendo esa piel frágil de una herida por quemadura. Abrió la puerta y asomó la cabeza al interior. Había carbón y madera, grandes cantidades, pero el frío no parecía haber permitido que prendiesen.

    Bien. El fuego de un dragón actuaba con otras propiedades. Era un elemento arcano, después de todo.

    Guardián se incorporó y tomó una bocanada de aire tan amplia y tan profunda que su espalda se echó hacia atrás y su pecho y vientre se hincharon, exhalando después una lengua de fuego que brillaba en tonos negros y violáceos y que consiguió, por fin, encender los combustibles.

    Las entrañas de la máquina ardían y ese calor pronto empezó a propagarse por las redes de tuberías, entibiando el ambiente a una velocidad más rápida de la que el propio dragón había esperado.

    Miró ese fuego y, por primera vez, sintió dudas. Si era debidamente alimentado, no se volvería a apagar, sin importar las condiciones externas o internas de la maquinaria. Por otra parte, si uno de esos mineros encontraba la forma de extraer el fuego y darle otros usos…

    Cerró los ojos y alzó las manos hacia la gigantesca hoguera, soltando un suave gorjeo de alivio a medida que las escamas iban desapareciendo y su cuerpo se iba calentando de nuevo.

    No tenía por qué ocurrir nada de eso, ¿verdad? El fuego de un dragón podía ser peligroso. Los humanos lo entenderían.

    O al menos eso esperaba.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Brigette, que tan tranquilamente se había acurrucado sobre la nieve, sirviendo de peluda protección a su rey, alzó primero las orejas, después la cabeza, mirando hacia la entrada de la cueva.

    Ante este movimiento, los mineros que estaban por ahí se fueron acercando a mina, de donde pronto apareció un grupo de hombres. Eran los voluntarios que se habían adentrado en el vientre de la tierra, ayudando a caminar o incluso llevando a la espalda a otros cinco compañeros que habían logrado sobrevivir entre el frío, presentando serios síntomas de hipotermia.

    Mientras estos pobres trabajadores eran conducidos rápidamente a la unidad médica, donde serían tratados sin demora, se escuchó la risa de Nina, quien salía con un dragón negro, del tamaño de un gato, en brazos, acariciándole las escamas mientras la criatura prácticamente ronroneaba con los ojos cerrados.

    El pequeño dragón respondió al gruñidito de Brigette alzando la cabeza antes de bajar de los brazos de Nina de un salto. Para cuando sus patas tocaron el suelo, eran ya pies humanos. Con el pelo algo revuelto —era difícil saberlo si no se explicaba, pero Nina se lo había revolucionado entre besos y palmadas amistosas—, el dragón con forma humana sonrió ampliamente, corriendo entonces hacia el rey, con la misma cara de un niño que ha cumplido un mandado de su padre exitosamente.

    ¡Lo he hecho! ¡Les he salvado! —exclamó.

    ¡Y tanto que lo ha hecho! —se rio Nina, acercándose a él para pasarle un brazo por los hombros, lo que hizo que el joven tuviese que inclinarse —Me arrepiento de haber dudado de él. Mi rey —se puso ahora algo más seria, soltando a Guardián, quien se abrazó a Brigette, hundiéndose en su pelaje —, os estoy eternamente agradecida por esto. Procuraremos volver a la producción habitual lo antes posible. Por ahora… Permitidnos invitaros a vos y a vuestras… criaturas a tomar una bebida caliente.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Algunas gentes de Acier habían creído que la partida del rey con aquel dragón significaba que no volverían a ver esa silueta negra sobrevolar su reino. Cuando vieron regresar tanto a la royalet como a su acompañante reptil, supieron que sus esperanzas habían sido en vano.

    Lo cierto es que resultaba irónico que un reino que tenía como estandarte y escudo la figura de un dragón negro no viese la llegada de Guardián como un buen augurio, sino como algo a lo que temer. Desde luego, la mala literatura y los rumores esparcidos por los cazadores furtivos y los comerciantes del mercado negro habían causado honda mella en las supersticiosas mentes de un pueblo predispuesto a temer y odiar lo arcano.

    Guardián también se hacía estas cuestiones, aunque cuando se las había pronunciado al rey, éste simplemente se había encogido de hombros, como si ni él mismo supiese bien cómo funcionaba el razonamiento de su pueblo.

    Ahora estaban otra vez en el castillo, recorriendo los pasillos hacia a saber dónde. El dragón, sin embargo, se detuvo de forma súbita frente a una escultura, un busto en mármol del rey Cézanne en una edad joven, seguramente de la época en la que el reino se estaba levantando o justo cuando acababa de terminarse la construcción de Acier. Daba igual, era el rostro que el dragón había conocido hacía casi medio siglo.

    Ignorando las palabras del rey actual, ignorando incluso la llamada de Brigette, Guardián se alzó del suelo. No estaba volando, no había desplegado las alas, pero de debajo de su túnica había salido una cola negra de escamas que ahora, mostrando una fuerza insólita, elevaba el peso de su cuerpo, que tampoco era demasiado, hasta ponerlo a la altura de ese busto a tamaño natural.

    Alzó una mano, acercándola al mármol y, con una gran dulzura y un cierto temblor, acarició la mejilla de piedra del gobernante fallecido. Al mismo tiempo, sintió sus propias mejillas mojarse, lo cual le hizo apartarse abruptamente, tocándose esos hilos de agua salada que salían de sus ojos, como si no terminase de entender qué le estaba ocurriendo.

    Intentó secarse la cara, en la que habían aparecido algunas escamas, con las mangas, pero parecía que cuanto más se esforzaba, más agua salía. Cansado de ver sus esfuerzos caer en saco roto, se le escapó un chirrido lastimero, un gimoteo más propio de un animal que de un hombre, y bajó al suelo, dándose media vuelta y huyendo por los pasillos.

    Sus pies parecían ir recordando caminos que dormían en su memoria, pues de pronto se encontró a sí mismo girando con decisión por este pasillo o adivinando qué había tras aquella puerta entreabierta antes de llegar a ella.

    Así, terminó en una sala grande y muy bien iluminada, con muebles cómodos de mullidos cojines. Le vino la imagen de Cézanne leyendo en un sillón que había colocado a una distancia perfecta entre la chimenea y la ventana para no pasar demasiado calor ni demasiado frío, con los pies apoyados en ese escabel a juego y una copa de alguna bebida reposando en la mesita que había al lado.

    Un nuevo gimoteo brotó de su garganta mientras ingresaba en la sala de lectura y descanso que había sido la favorita del primer rey de Acier. Nada allí había cambiado. La chimenea tenía un tiro decorado con motivos vegetales, como si fuese un retrato del bosque que se extendía tras la Muralla de Acero. Sobre ella, el escudo de Acier soportaba una repisa con copas y vasijas de fino labrado. Y, encima, un tapiz de apariencia fantástica representaba a un caballero con armadura, con alas negras de dragón a su espalda y la muralla de Acier a sus pies.

    El dragón no prestó demasiada atención a estos adornos, sino que se acercó cuidadosamente a esa butaca, ahora bañada por la luz del sol. De rodillas sobre ella, hundió la nariz en los cojines, pero no quedaba ni rastro del olor de Cézanne. Parecía que el tiempo se había encargado de borrarlo de todo el castillo, porque lo más cercano que había podido discernir era el aroma de los jacintos blancos que lo rodeaban todo.

    Movido por la nostalgia y por un impulso infantil, se subió al sillón y, aún como humano, consiguió acurrucarse en él, cerrando los ojos para disfrutar del recuerdo de su amigo y del calor de ese sol invernal que empezaba a ponerse por el horizonte.

    Casi le parecía volver a sentir sus manos acariciando suavemente su pelo…

    Abrió los ojos para descubrir que esas caricias provenían, en realidad, de una muchacha que dio un salto hacia atrás con un gritito. Al dragón le sorprendió un poco ver que tenía la piel como los elfos lunares, pero era totalmente humana. Era la primera vez que veía a un humano de piel oscura, aunque tampoco le dio mucha importancia, desde luego.

    ¡Lo siento! —se disculpó ella rápidamente —Os he visto entrar y al veros así he pensado que os reconfortarían unas caricias, pero… ahora me siento muy estúpida —reconoció con una risa nerviosa.

    Guardián, todavía acurrucado en la butaca, soltó un resoplido y apartó la mirada. Ella valoró la situación, pero terminó por acercarse de nuevo al sillón

    ¿Por qué estáis tan triste?

    Echo de menos a un amigo muy querido y… No sé si he hecho bien viniendo aquí.

    Hmn… No puedo deciros nada para ayudaros, pero sí puedo ofreceros algo de comer. Mi hermana trabaja en la cocina —dijo con una sonrisa tan deslumbrante que el dragón sólo pudo sonreír un poquito en respuesta —. Iré a traeros algo, está decidido. ¿Qué preferís comer?

    ¿Todavía consumís esa bebida dulce y caliente…? Cacao, creo que se llamaba.

    ¡Uy, chocolate! ¡Sí, sí, por supuesto! Os traeré una taza. Espero no tardar, que como están terminando de preparar la cena…

    Gracias —sonrió un poco Guardián, aunque no tanto por la promesa de chocolate como por ese gesto de amabilidad, el primero puro que había recibido en un tiempo.

    Para eso estoy. Ah, me llamo Amélie. ¡Llamadme si necesitáis cualquier cosa! —recogió sus faldas e hizo una pequeña inclinación, pero antes de salir, volvió a girarse a él —Oh, avisaré al rey de que estáis aquí, si os parece bien. No creo que le guste mucho que estéis en su sala de lectura, pero… ¡Sois un dragón, qué demonios!

    Guardián sonrió y la muchacha se fue correteando de forma graciosa, aunque volvió una tercera vez para encender el fuego. El sol se había puesto de forma definitiva y no quería que la habitación se enfriase habiendo alguien en ella.

    El dragón volvió a hundir la cabeza en el respaldo del asiento y se agarró a un cojín, cerrando otra vez los ojos.

    ♔★ El rastreador ★♔


    Al ver esos cubiertos bañados en oro, Adrien había sabido al momento de dónde procedía ese muchacho tan torpe y un poco duro de molleras, pero había preferido hacer lo que siempre hacía: dedicarse a temas de su incumbencia.

    Con todo, escuchar voces que clamaban su sangre —y además por una mentira; no había forma en el mundo de que el chico al que había «rescatado» de una mariposa pudiese haber mutilado a un hombre— le había hecho gruñir y decidirse a tomar cartas en el asunto, y es que se imaginaba que ese muchacho no sobreviviría sin ayuda.

    Si le preguntaban, no negaría que había también un interés más… terrenal. Es decir, ¿salvarle la vida a un príncipe? Honestamente, hombres habían sido nombrados caballeros por menos. Y aunque él no quería un título nobiliario, bien sabía lo que podía valer una amistad tan cotizada en un futuro.

    De todas formas, lo que no se esperaba fuera que ese chico le apartase de semejante forma y encima fingiese —una actuación muy pobre, por cierto— no ser el dichoso príncipe de Acier. Adrien bufó y miró a Cachorro, quien con las orejas bien altas ladeó la cabeza con un sonido de incomprensión.

    Sí, tienes razón, quizá no valga la pena el esfuerzo —murmuró Adri acariciando la cabeza de su fiel compañero.

    Sin embargo, al oír ese grito ni siquiera se lo pensó y salió corriendo en defensa del príncipe, encontrándoselo hecho un ovillo y con un ciervera curioseándolo. Mientras el rastreador ponía los ojos en blanco con cara de circunstancias, Cachorro soltó un ladrido y, moviendo la cola alegremente, saltó hacia el insecto que, asustado, se echó a volar, siendo perseguido un rato por un lobo que saltaba para intentar alcanzarlo con la simple pretensión de jugar con él.

    Adri se pasó una mano por la cara antes de acercarse al príncipe y ponerle una mano en la espalda, ayudándole después a levantarse.

    Vas hacia el norte, ¿no? —preguntó mientras le recogía el mapa y se lo entregaba sin siquiera echarle un vistazo —Pareces sorprendido —sonrió, cogiendo una hoja que colgaba cerca de él —La parte clara de la hiedra apunta al sur, la oscura al norte —dijo, dándole vueltas a la hoja en la mano.

    Vio entonces a Cachorro darse por vencido con su búsqueda de un nuevo amigo y le sonrió, acariciándole la cabeza cuando volvió junto a ellos, pidiéndole mimitos al más joven.

    Le has caído bien —dijo con una pequeña risa, suspirando y mirando en la dirección de la que provenían —. Si te parece bien, puedo acompañarte hasta el siguiente poblado, que está un par de días de aquí a pie, para protegerte de los terriblemente inofensivos insectos que hay por el camino —el tono burlón era más que obvio mientras se llevaba las manos a la cintura —. Pasamos la noche en el poblado y luego seguramente cada uno siga por su lado.

    Subió las cejas en un movimiento rápido, esbozó una sonrisa ladeada y, tras reajustarse el carcaj y el arco a la espalda, emprendió camino, dando un silbidito para llamar a su lobo, quien golpeó el vientre del príncipe antes de ponerse al lado del cazador.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Oí que el príncipe de Acier, ese al que están buscando —sonrió al decir esto. Había decidido seguirle el juego por ahora, a ver a dónde les llevaba —, salió de Acier en una especie de misión real. Decían que busca algo, pero nadie sabe exactamente el qué.

    Al ver que con aquello no estaba consiguiendo mucha conversación por parte del chico, suspiró y se centró en levantar unas pesadas ramas para que ese principito, tan metido como estaba en el mapa, no se golpease la cabeza con ellas.

    No llevaban más de medio día juntos, pero no hacía falta más para saber que el príncipe era extremadamente torpe y asustadizo. Y empezaba a creer que no veía demasiado bien de lejos, la verdad, porque algún susto le había visto darse con algo que llevaba un rato delante de ellos.

    Volvió a suspirar, no sabía ni cuántas veces lo había hecho en ese rato, y tomó al chico por la cintura para levantarlo en brazo y ayudarle así a sortear una piedra que lo habría hecho comer barro.

    Es una pena que no sepas nada del príncipe —volvió a insistir en tono casual —. Soy el mejor rastreador que hay, seguro que le podría ayudar a encontrar eso que está buscando. O, al menos, podría ayudarle a defenderse de los peligros. Un poco como estoy haciendo contigo —añadió de forma totalmente intencionada.

    Escuchó entonces a Cachorro ladrar. El lobo había saltado un poco por delante de ellos, aunque Adri no parecía preocupado. Solía dejar que el animal fuese a su ritmo, sabía que nunca se alejaba mucho de él y que acudiría a su llamado al instante.

    La cosa está en que conocía perfectamente el matiz de esos ladridos: había encontrado algo interesante que creía que podría llamar la atención del hombre.

    Adrien le hizo un gesto de silencio al joven y se acercó sigilosamente hasta quedar al lado de Cachorro, agazapado entre unos arbustos. A unos cinco metros de distancia había un zorro tumbado en el suelo, gimoteando, pero obviamente demasiado agotado como para seguir luchando por librarse de ese cepo que le perforaba una pata, y es que a juzgar por la sangre que manchaba su pelaje, llevaba un rato así.

    Buen chico —le susurró al lobo, besándole entre las orejas —. A ver por dónde pued- ¡Pero qué haces! —exclamó al ver cómo el príncipe, sin al parecer ver que aquello era una clarísima trampa, corría hacia el zorro para liberarlo —¡Me cago en todos los dioses!

    Salió corriendo detrás de él para detenerle antes de que activase alguna trampa, pero para cuando pudo coger su muñeca era tarde. Las hojas que estaban pisando dieron paso a una red que los recogió y dejó colgando a un metro de altura del suelo.

    ¡Joder! ¡Mierda! ¡Puta mierda! —y demás lindezas fue gritando Adrien mientras la red se balanceaba por inercia y oía sus flechas caer una a una al suelo.

    Respiró hondo y miró a través de la red. Cachorro se había sentado junto al zorro y les miraba con la cabeza ladeada y moviendo la cola lentamente, como si creyese que era un juego y estuviese intentando descubrir de qué iba exactamente.

    Adri, por su parte, intentó reacomodarse en esa red, pues siendo dos en la trampa, aquello era una especie de amasijo de piernas y brazos y, desde luego, al cabo de un rato empezaría a doler tener el cuerpo así de torcido si no hacían algo al respecto.

    Algunos cazadores sin ética ni escrúpulos usan animales como cebo —empezó a decir, todavía con cierta molestia en el tono —. Obviamente iba a ayudar a ese zorro, ¡pero no puedes lanzarte así! No en un bosque, donde puede haber trampas por todas partes. Ahora el pobre animal morirá desangrado o por el dolor antes de que podamos salir de aquí —gruñó —. Intenta moverte un poco hacia mí. No, espera. ¡Espera, joder!

    Nada, el muchacho se había ido moviendo de tal forma que, aunque la situación había mejorado un poco de cara a comodidad —de alguna forma, entre ambos habían logrado que el príncipe terminase sobre Adri, cara a cara—, el refrote y el movimiento habían hecho que cierta parte del cuerpo del rastreador asomase entre sus ropas en forma de dureza.

    Adrien resopló otra vez, terminando por soltar una risa al ver la cara del joven.

    ¿Qué te esperabas moviéndote de esa forma? No me mires así, hombre, que es culpa tuya —se siguió riendo, una carcajada pura que le logró desconcentrar lo suficiente como para que la erección acabase de desaparecer. Al menos la risotada le había quitado el mal humor —. Intenta coger mi daga, anda. Con la mano izquierda. Un poco más abajo. ¡No tan abajo! —volvió a reírse al ver cómo el chico apartaba la mano como si hubiese tocado un hierro ardiente —Vale, eso es. Corta la cuerda. ¿Puedes? A ver si puedo…

    Consiguió desenredar un brazo y, aunque en un gesto forzado que le provocó cierta molestia, cogió la daga y acabó por alzar los dos brazos, dejando al príncipe sobre su pecho mientras cortaba la cuerda. Abrazó al miembro de la realeza y paró el golpe con su espalda, soldando un quejido al notar que las flechas se le habían clavado en la espalda. No le causaría herida, siquiera, pero era como pisar piedras. Con toda la espalda.

    Respiró hondo y se incorporó, soltando al príncipe, que claro, ahora estaba sentado en su regazo.

    ¿Estás bien? —preguntó mientras se guardaba otra vez la daga en la funda.

    Entonces se le encendió la bombilla, porque apartó de un empujón al muchacho y se sacó el arco, comprobando que estuviese bien. Soltó un gemido al ver una fisura. Si lo usaba mucho, terminaría por romperse. Acarició las decoraciones grabadas a fuego y resopló, poniéndose finalmente en pie.

    Recoge las flechas, por favor —le pidió mientras se acercaba al zorro que les había metido en ese lío. Acarició el pelaje del animal y soltó un larguísimo suspiro, negando con la cabeza mientras regresaba con el príncipe para ayudarle a coger todas las flechas —. Lo siento, está ya muerto —y su disculpa era sincera, se le notaba en la voz y en la cara.

    ¡¿Qué demonios habéis hecho?! —bramó entonces una voz fuerte y grave. Cuando Adri se giró, se encontró con un hombre enjuto y no muy guapo, al que además le cruzaba la cara una gran cicatriz —¡Mi trampa! ¡Os habéis cargado mi trampa!

    ¡Tú! —exclamó Adri, señalándole con una flecha —¿Tan triste y patético eres que tienes que poner varias trampas para que el primero que caiga en una atraiga a otras presas?

    ¿Y a ti qué más te da? —el hombre se fijó entonces en el lobo, que estaba poniéndose en posición de ataque, arrugando el morro y gruñendo por lo bajo, sobre todo cuando el cazador desenvainó una espada para apuntarle —¡Joder!

    ¡Ni se te ocurra amenazar a mi perro! —se quejó Adrien.

    Como me habéis destrozado la trampa, creo que debéis recompensarme con la cabeza de esa bestia.

    Por encima de mi jodido cadáver —gruñó Adri.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cachorro soltó un gruñido, obteniendo de parte de Adrien otro gruñido igual. El lobo, entonces, le volvió a gruñir, acercando su morro arrugado a la cara del rastreador.

    ¡Eh! —le llamó la atención Adrien —Vuelve a hacer eso y te muerdo la oreja, maldito saco de pulgas.

    Al oír eso, Cachorro bajó las orejas y soltó un gimoteo, lamiendo la mejilla de Adri, quien asintió con conformidad. Se giró el hombre a mirar a Maél y le sonrió un poco.

    Venga, que ya no queda mucho.

    La confrontación con aquel cazador no había sido precisamente su mejor momento y Adri lo sabía. Había terminado aquello en una pelea en la que el hombre se las había apañado para herir al lobo, pero había terminado inconsciente, con un ojo morado y un diente menos, y las manos atadas a la espalda con parte de la cuerda de la red que había atrapado a Adrien y el príncipe poco antes.

    Adrien simplemente había comentado conocer a alguien que curaría a Cachorro y que arreglaría su arco —se alguna forma, se había roto del todo en la pelea—, así que había cogido en brazos al inmenso cruce de perro y lobo y se había puesto en marcha, dejándole al joven noble que cargase él con el carcaj y las dos partes del arco.

    Entre el tiempo en la red, la pelea y ahora el desvío por el bosque, habían consumido las horas de luz. No era demasiado tarde, pero en invierno los días son cortos, así que el cielo se estaba oscureciendo ya con los violáceos tonos del atardecer.

    Por suerte, no llegó a hacerse totalmente de noche sin que se detuviesen frente a una casa de piedra plantada en mitad de la nada. Al ver la cara de incomprensión y curiosidad del príncipe, Adri se rio entre dientes antes de darle una fuerte patada a la puerta.

    ¡Arala! ¡Ara, abre! —gritó, haciendo que el lobo se quejase un poco por el ruido, aunque luego sacó la lengua en un gesto amigable cuando Adri le besó la frente.

    De pronto, se abrió la puerta y asomó de ahí una cabeza seguida de una cascada de cabello rojo. La mujer miró única y exclusivamente al lobo, abriendo del todo la puerta para mostrar así su cuerpo —delgado, no muy alto, envuelto en una bata blanca bajo la que se veía una especie de vestido o túnica— y alzó los brazos hacia el animal.

    ¡Mi cachorrito! ¿Qué ha pasado, cariño? ¿Qué te ha hecho la negligencia de papi? —preguntó en el típico tono con el que cualquiera le habla a un perro, cogiendo al lobo en brazos.

    Parecía increíble que un cuerpo tan menudo pudiese con la enorme masa de carne y pelo que suponía el animal, pero echando la espalda hacia atrás, Arala se dio media vuelta y entró en la casa sin siquiera saludar a los dos hombres.

    Adri suspiró y le hizo un gesto al príncipe para que pasase primero, entrando él después y cerrando la puerta.

    Arala era una bruja que vivía en el bosque desde hacía un tiempo largo, y entre sortilegios y amuletos había conseguido mantenerse a salvo de cazadores y otras bestias. Adrien, sin embargo, conocía bien aquel lugar, sabía que alrededor de la casa el norte era el sur y atrás era hacia delante, así que sabía por dónde caminar para llegar allí sin perderse o terminar en otro lado.

    La casa era grande, de dos pisos, aunque estaba repleta de cosas. Libros y papeles con dibujos y apuntes, cachivaches imposibles de entender, ropa y alguna casa para pájaros —jaulas no, sólo casas—. Un cuervo picoteaba una ciruela sobre un candelabro y una culebrilla vivía tranquilamente entre las botellas de un botellero.

    Costaba entender cómo la bruja encontraba orden en el caos y cómo se las apañaba para que ese sitio tuviese más objetos cada vez que Adri la visitaba.

    Arala se sentó en una mullida alfombra, con la espalda contra un sofá, y dejó al lobazo en su regazo, acariciando con suavidad su pelaje, alrededor de la herida. Fue gracioso ver cómo mientras inspeccionaba la gravedad de la situación, el cuervo de antes, se posó en su cabeza sin que Arala, aparentemente, se diese cuenta.

    Ay, cachorrito mío —suspiró la bruja, mimando al animal —. Tu papi es extremadamente torpe y cabezahueca, pero al menos te ha traído a tiempo —sonrió, aunque su cara cambió drásticamente a un ceño fruncido y un mohín cuando se giró hacia Adri —. ¿Cómo has dejado que le pasase esto?

    Ni que lo hubiese querido así, joder… —suspiró Adrien —¿Se pondrá bien?

    Claro que se pondrá bien. Para mañana estará como nuevo. ¿Quién es ese? —pareció haberse dado cuenta de la presencia del príncipe, que parecía ahora muy interesado en mirar un cráneo de ciervo —¡No toques a Hilda! Es muy gruñona, no le gusta que la toquen —volvió a mirar a Adrien, quien estaba conteniendo una risa tras la mano, sujetándose el abdomen con la otra. Este gesto disparó las alarmas de Arala —¡Eh! ¿Tú también estás herido?

    No te preocupes por mí, céntrate en Cachorro. Por favor. Ah, y se me ha roto el arco, sería genial si pudieses hacerte cargo también —sonrió, tirando del carcaj para acercarse al príncipe —. Este de aquí es Victor, un potencial cliente, así que no lo asustes. Victor, esta es Arala, la mejor bruja de toda la región. Y como es tan fabulosa, nos va a preparar una de sus famosas infusiones con menta y rosas que nos vamos a tomar tú y yo mientras cura a mi perrete.

    ¡Humph! —se quejó ella, pero sí, le dio un par de mimos más al lobo y luego le pasó una mano sobre los ojos, dejándolo totalmente dormido. Se levantó y se acercó al príncipe, ahora rebautizado como Victor —no era que el chico se hubiese presentado así a Adri, pero bien—. Le miró, como con cierto interés, pero luego suspiró y se fue a la cocina a hacer la infusión.

    Adrien suspiró y se dejó caer en el sofá, frente a su perro, sujetándose otra vez el abdomen.

    Es una buena amiga. La conocí hace ya… ¿siete años? Más o menos, cuando unos idiotas la estaban molestando. A mucha gente no les gustan nada los arcanos, sobre todo las brujas como ella. Y… en fin, no te voy a mentir, nuestra relación normalmente se basa en que ella me cura alguna herida, me repara el arco o me ofrece cama y comida y yo a cambio… —torció el morro, como buscando las palabras adecuadas —Le traigo algún ingrediente extraño que necesite. Plantas, hongos y tal.

    Y a veces follaban, pero eso ya no hacía falta comentarlo.

    Un rato después, con las tazas vacías y Cachorro perfectamente a salvo, desinfectado, ungüentado y vendado, Adrien se quitó la parte superior de su atuendo para que Arala pudiese curarle también. Los ojos del hombre se fijaron en el príncipe, que ahora parecía haber hecho migas con el cuervo, y suspiró suavemente.

    ¿Era extraño que le diese apuro dejarlo solo? Sentía que si le quitaba la vista de encima, se moriría al primer día. Y príncipe o no, le parecía un destino cruel para cualquiera.

    ❇☾ El elfo ☽❇


    Odiaba a esa elfa. Vale, a ver, odiaba a todos los solares, ¡pero esa Ghilanna…! Quería matarla. Simple y llanamente, un corte en el cuello, un golpe en la cabeza, o estrujar su tráquea. Le daba igual, ¡sólo quería que cerrase la puta boca de una vez!

    ¿Por qué Corr había aceptado que esa idiota viajase con ellos? Niko habría preferido mil veces devolverle la dichosa yegua y robar otro caballo a tener que aguantar sus quejas y comentarios despectivos dos días enteros. ¡Y encima quería quedarse con Corr por a saber cuánto tiempo!

    No disimulaba el asco en las miradas que le lanzaba mientras avanzaban por las callejuelas de Acier, si acaso procuraba no mirarla mucho, centrándose más en el suelo que pisaba —sus pies estaban descalzos, después de todo, no le gustaba llevar calzado si no era estrictamente necesario, y no le apetecía pisar algo indeseable— y en la espalda de Corr, que caminaba frente a ellos tirando de las riendas de Humanidad.

    Charlotte gorjeó y se desperezó en sus brazos, consiguiendo que Niko sonriese suavemente mientras le acariciaba el pelaje de forma cariñosa.

    Es sorprendente que los salvajes podáis mostrar algún tipo de… afecto. Creía que vuestros cerebros eran demasiado primitivos para una emoción así, pero igual el cariño es algo menos evolucionado de lo que esperaba —suspiró Ghilanna.

    Niko la miró con ira, pero se mordió la lengua, respiró hondo y volvió los ojos al frente. Si Corr no se lo hubiese pedido —¡y por favor, además!—, esa elfa tendría ya los sesos esparcidos por el suelo.

    Irónicamente, en eso estaba pensando cuando un hombre les salió al paso con una mirada muy poco amistosa, una espada corta en la mano y una estrella roja bordada en la pechera, dispuesto aparentemente a cumplir las más recientes fantasías de Niko… con todo el grupo.

    ¡Esta zona pertenece a los humanos! ¡Los elfos no tenéis cabida aquí! —exclamó el hombre, escupiendo al suelo para mostrar todo su desprecio.

    Ah… —suspiró Ghilanna, todavía lánguidamente recostada en la yegua —Debe ser duro tener unas existencias tan desagradables y que de pronto aparezca una criatura superior como yo paseando tranquilamente por estas calles… Puedo entender cómo os debéis sentir. Tan pequeños, tan tristes y miserables, tan feos… Sobre todo tú.

    El silencio se había hecho en el lugar, pero Niko lo rompió con un carraspeo, llamando la atención de aquel anonadado hombre.

    Te la bajo del caballo y dejo que le hagas lo que quieras si me dejas pasar.

    ¡Cómo osas! —exclamó, incorporándose sobre Humanidad.

    ¡Basta los dos! —gritó el hombre otra vez, golpeando el suelo con la hoja de su espada —¡Salid de este barrio o ateneos a las consecuencias!

    «Ateneos»… Qué palabra más grande para un hombre tan pequeño —chasqueó la elfa la lengua.

    Ya está bien —murmuró el hombre, en un tono tan bajo que de no haber tenido un oído tan desarrollado, Niko no lo habría oído.

    Lo que sí pudo oír fue cómo silbaba, y al momento se vieron rodeados de otros hombres armados. Pudo ver la cara de circunstancias de Corr, a quien se acercó, tendiéndole a la dulce Charlotte para poder liberar sus manos.

    Los hombres saltaron sobre ellos a la vez desde todas direcciones, pero entonces Niko se llevó el dorso de dos dedos de una mano a los labios mientras con índice y corazón de la otra trazaba una circunferencia perfecta que quedó grabada en el aire en un tono azul brillante.

    De pronto, la zona se vio hundida en el silencio más absoluto, un silencio aturdidor, ensordecedor, que se vio seguido por un chisporroteo. Niko abrió los ojos, que incluso a través de los oscuros cristales de sus gafas brillaron en blanco, y los hombres que se habían lanzado hacia ellos quedaron suspendidos en el aire un segundo antes de ser arrojados hacia atrás.

    Era curioso que sólo ellos se viesen afectados por la descarga eléctrica. Ni la mujer que intentaba entrar en su casa, ni el gato callejero, sólo los atacantes, alguno de los cuales no salió muy bien parado, rompiéndose el cuello en la caída, o aterrizando sobre alguna pica puntiaguda que acabó con su vida al momento.

    Los ojos de Niko volvieron a la normalidad y, tras mirar a su alrededor, gruñó un poco y cogió las riendas de Humanidad, tirando de ella como si no hubiese ocurrido nada, como si no hubiese miradas que mezclaban el terror más absoluto con un incipiente odio a su alrededor.

    Pero… ¡¿Qué has hecho?! —exclamó Ghilanna.

    Niko ni siquiera se dignó a responder. Para él, la respuesta estaba clarísima: acababa de salvarles la vida.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Auguste Renoir era un hombre sencillo, pero de creencias fuertes. Él creía que la magia era algo tan natural como la vida, de hecho, era vida, y los arcanos por eso debían ser respetados, cuidados… Quizá no adorados, como había ocurrido en tiempos antiguos, pero sí tratados en su justa medida.

    El dragón negro que había asomado por Acier aquella mañana, por ejemplo. ¿No era una criatura grácil y maravillosa? Él mismo se había asustado al principio, es cierto… Un dragón saliendo de su territorio y acercándose voluntariamente a un reino humano no era una escena típica de ninguna crónica, por lo que él mismo había temido que su bocanada de fuego cayese sobre la ciudad como un castigo divino.

    Pero no. Había bajado al suelo y había caminado en forma humana, tranquilamente, hacia el castillo, ¡y escoltado por la royalet, nada más y nada menos!

    ¿No era aquello un augurio de prosperidad o, al menos, una promesa de protección? Después de todo, el escudo bajo el que se cobijaban los habitantes de la Ciudad de Acero era un dragón negro. Incluso le había parecido recordar algo de que un dragón negro había visitado regularmente al primer rey. ¿Podría ser este mismo dragón, que hubiese vuelto a sus viejas costumbres?

    Pero no todo el mundo sabía de historia, y no todo el mundo lo había visto con los mismos buenos ojos. Algunos sectores habían sentido tanto temor que el viejo Auguste se temía que esas pequeñas escaramuzas contra los arcanos de la ciudad se incrementasen.

    ¿Qué sería entonces de sus amistades? Había buenas gentes en los barrios arcanos, gentes de corazón bondadoso que no dudaban en ayudarle con sus investigaciones o incluso con cosas tan cotidianas como la compra. ¿Y qué sería del propio Auguste? Él era un humano corriente y moliente, pero su tienda… Oh, su tienda era un pequeño bastión de magia y criaturas arcanas…

    Aquello le recordaba aquel mercader que le había prometido un unicornio. Quizá ese no era el mejor ambiente para semejante transacción. Si terminaban en un barrio no arcano, viendo cómo estaba el panorama…

    ¡Padre! —el joven que entró no tenía casi aliento cuando se apoyó en el mostrador, tras el cual estaba sentado el viejo Auguste —Ha ocurrido algo… ¡No te lo vas a imaginar!

    ¿Ha vuelto el dragón?

    ¡Peor! —El joven Auguste (padre e hijo se llamaban igual) respiró hondo y se secó el sudor de la frente con la manga de su abrigo —Dos elfos, una solar y un lunar, han entrado en la ciudad montando un unicornio.

    Oh, no —susurró el padre, aunque parte de su alarma venía por la idea de que un solar y un lunar pudiesen compartir espacio sin matarse —. ¿Se han metido en problemas?

    Parece que el lunar, un Kurlah, ha asesinado con magia a al menos dos miembros de la Estrella Roja y ha herido de gravedad a otros tres.

    Seguro que esos malditos sectarios se lo merecen. Les habrán atacado, me imagino.

    Sí, eso tengo entendido, pero temo que esto inicie una nueva guerra civil.

    No seas alarmista. Nuestro rey no lo permitirá.

    ¡Bah! ¡El rey ni siquiera sale de palacio desde lo de…!

    Si se calló no fue por la sombra de tristeza que cruzó el rostro de su padre, sino porque alguien llamaba a la puerta. Al girarse, padre e hijo vieron en la puerta a un mercader cubierto con capucha y con una especie de zorro en los hombros, que entró en la tienda seguido de un elfo lunar ricamente vestido que se bajaba unas gafas protectoras y de una solar montada en un unicornio.

    Augusto padre rápidamente se levantó al reconocer los motivos que había en las vestimentas del elfo, inclinándose ante él, lo que hizo que Ghilanna, creyéndose receptora de aquella muestra de respeto, sonriese ampliamente.

    No son necesarias estas ceremonias —habló Niko.

    Creo que deberías… —empezó Ghilanna, pero Auguste padre la interrumpió.

    ¡Faltaría más! No todos los días tengo a un príncipe en mi humilde tienda —dijo, tomando una mano de Niko para besarle los nudillos.

    ¿Príncipe? —susurró la mujer, obviamente incrédula. Golpeó a Corr en el hombro para que la ayudase a bajar de Humanidad y entonces se situó justo al lado de Niko, a quien sacaba más de media cabeza —Este primitivo y horrible ser no puede ser un príncipe.

    Un príncipe-sacerdote, si no me equivoco —añadió Auguste hijo desde el mostrador, repasando con la mirada a los dos elfos, como absorbiendo cualquier detallito sobre ellos.

    ¡Sacerdote! De esos grotescos ritos subterráneos, me imagino.

    Quiero matarla. Por favor, déjame matarla —le pidió a Corr en un tono casi suplicante, pero no necesitó ni que el hombre negase, sólo con su mirada le bastó para golpear con rabia la empuñadura de la daga que colgaba de su cinto antes de prorrumpir en algunas palabras en su idioma que hicieron que Ghilanna alzase las cejas con cierto escándalo y Auguste padre apretase los labios para contener una risa.

    ¡Humano, controla a este lunar maleducado!

    Perdonad que interrumpa —habló el viejo Auguste —. Al parecer habéis causado alboroto en la ciudad.

    ¡Este animal, que no sabe controlarse! ¡Cree que por ser un Kurlah puede… hacer lo que quiera!

    No te preocupes, estúpida solar —resopló él, mirándola de reojo —. La próxima vez miraré gustosamente cómo te descuartizan.

    Humanidad relinchó y Niko inmediatamente suavizó la expresión, acariciando el cuello de la yegua.

    ¿Podéis traerle agua y un poco de paja? El camino ha sido innecesariamente largo por culpa de un amago de mujer.

    Ghilanna quiso protestar, pero cuando Corr se lo impidió, soltó un gritito de frustración y pateó el suelo.

    Simples humanos, a cambio de contemplar mi belleza y mi gracia superiores, agradecería un asiento que no esté lleno de polvo o termitas, una bebida caliente y algo que comer que no haya sido cazado por un lunar inepto.

    ¿Estos dos siempre son así? —preguntó Auguste hijo a Corr, mirándole luego con lástima, aunque se apartó para ir a cumplir con las peticiones.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Niko alzó la vista y afiló los ojos con un gruñidito. En un cielo que se iba tornando rojizo por la proximidad del amanecer se recortaron de nuevo las figuras del dragón y de la tricot, volando ahora en dirección hacia el castillo de Acier. Si hubiesen vuelto sólo una hora antes, habría podido enviar a la maldita elfa al castillo a pedir protección, pero acababan de salir de las murallas, y las puertas no volverían a abrirse hasta la mañana siguiente salvo que fuese aquello una ocasión especial. Y, por desgracia, librarse de una solar no entraba en esa clase de consideraciones para los humanos.

    Volvió a gruñir cuando se giró y vio a esa maldita muchacha sobre la yegua, parloteando de a saber qué gilipollez con Corr, quien parecía demasiado cansado de todo como para prestar auténtica atención.

    Al final, la agradable conversación de Auguste padre y los comentarios mordaces de Auguste hijo habían hecho que el propio Niko desease evitar el engaño. Por lo tanto, había desvelado la verdad, que Humanidad era una simple yegua, pero sí había vendido el cuerno, que después de todo había sido hecho con la ancestral magia de los sacerdotes lunares.

    Con eso, uno de los juegos de pendientes de Ghilanna —sus orejas se adornaban con varias joyas que buscaban realzar su forma estilizada— y la promesa de volver a merendar juntos, Niko estaba seguro de que habían conseguido una cantidad muy parecida a la que se le había ofrecido a Corr originalmente, por lo que el trato tampoco había salido tan mal.

    Además, Ghilanna conservaba a su dichosa yegua. Niko se temía que, de haber tenido que venderla de verdad, se las habría apañado para armar tal escena que la venta se habría tenido que suspender.

    Se acercaban ahora a la cabaña de Corr. Niko podría haberse ido tranquilamente a su ciudad (no es como si la noche pudiese asustar a un elfo lunar, precisamente), pero no quería dejar a Corr a solas con esa elfa. No le gustaba cómo le hablaba ni cómo a veces apoyaba una mano en su brazo.

    Respiró hondo cuando vio por fin la construcción, y entonces se apartó un poco del grupo tras hacerle un gesto cómplice a Corr. Se acercó a un árbol viejo, cerró los ojos y apoyó las manos en la corteza.

    Comunicarse a través de los árboles no era algo inherente a los Kurlah, ni siquiera a los elfos lunares, por lo que cuando entró en la casa para reunirse con ellos al amor de la chimenea, Ghilanna alzó la barbilla, cómodamente recostada en un sofá que, normalmente, no era ocupado por una sola persona.

    ¿Con quién te has comunicado?

    Con mi esposa —dijo Niko con calma, quitándose la capa para dejarla colgada en la puerta.

    Esposa —repitió la elfa muy despacio —. ¿Estás casado? Pensaba que… —miró a Corr, luego a Niko, y después al fuego, sonriéndose a sí misma —Olvidaba que los lunares no sois nada sin una mujer que os ampare.

    Al menos nosotros podemos llegar a algo. No como tú, que ni siquiera eres querida entre los tuyos… cosa que tampoco me sorprende, con lo insoportable que eres —dijo todo esto mientras se acomodaba, ignorando la mirada dolida de la elfa.


    SPOILER (click to view)
    Guardián me parte el alma, pero no pasa nada xd Estos dos deprimidos se irán alegrando el uno al otro, no tengo dudas al respecto (?)

    Su ropita… Pues algo de este estilo

    Para el busto de Cézanne me imagino algo como esto, el retrato que Bernini le hizo a Luis XIV. No sé, me parece apropiado xd

    En cuanto a Amélie, me la imagino como una sirvienta algo torpe (aunque no nivel Shay xd), caótica y olvidadiza, pero buena en lo suyo, lo cual seguramente la ha salvado del despido xd Un alma bondadosa, de quizá 18 años o así. Y su uniforme, me lo imagino de este estilo, pero no sé, todo es modificable xd

    *Me imagino a Guardián gorjeando de alegría y moviendo la cola mientras se toma un chocolatito, que ese sabor dulce debe ser algo a lo que no está acostumbrado para nada xd Pocas cosas hay más amargas que el grano del cacao, también.

    ¡Arala! Tengo dos (2) imágenes para ella ~ I y II. Lechuza, cuervo… Da igual, no tiene mascotas, los pájaros van y vienen de su casa con total libertad xd

    Su casita es algo así, pequeña pero cómoda, y eso, no sé qué más comentar de ella xd Seguramente ha leído mucho y habrá escrito otro tanto, le gustan los animales, sobre todo pájaros… Cura con una mezcla de hierbas medicinales y magia, y el arco lo repara también con magia. Ha notado que Maèl tiene sangre élfica yyyy que tiene ese sello del que hablábamos, pero no dirá nada, seguramente.

    Me imagino que las brujas son arcanos que pueden nacer de no arcanos, pero que se identifican por tener los ojos violáceos y tal, y seguramente sean perseguidos por algunos idiotas. Arala se refugió en el bosque por lo dicho; Ari la rescató de unos hombres y la ayudó a acomodarse en una casa abandonada. Y tienen una relación con derecho (?)

    Bueno, humn… Como ves, Adri prefiere que se ocupen antes de Cachorro que de él, no le importa ni siquiera tener que aguantarse el dolor. Quiere mucho a su lobo xd

    Y hablando de Cachorro. Lo tenemos en modo normal normal y en modo de ataque.

    Y la daga de Niko I y II. Originalmente iba a tener más protagonismo en la respuesta, pero la dejo sin más como referencia futura xd

    Te presento también a Auguste padre y a Auguste hijo. Uno es un apasionado del mundo arcano, ha intentado enseñar a su hijo todo lo posible… pero Junior xd supongo que tiene otros intereses más fuertes, aunque le guste todo el rollo de los feéricos y bichos mágicos. Iba a hacer su escena más larga, o a hacer una segunda escena más bien, pero entre que esto se alargaba mucho, que tengo sueño y que tampoco sabía bien cómo llevarla… Ahí se quedan xd

    Quería alargar también esa última escena, pero (leer los motivos arriba explicados). Sí puedo decirte que Niko no duerme por la noche. De hecho, durante el viaje habrá ido dormitando en los descansos que hayan ido haciendo, y quizá haya podido dormir un par de horas de noche, a lo siesta nuestra xd Pero eso, él ha sido el encargado de vigilar el campamento y tal, así que si Corr se despierta por la noche, se lo encontrará por ahí despierto (?)

    ***Edito para añadir ese pequeño diccionario, que así es más fácil encontrar palabras feas xd

    QUOTE
    Lir Ahtok -> El Templo de la Alianza
    Nar-Laris -> La primera, ciudad madre de los elfos solares
    Pla’ja -> Tregua entre lunares arcaicos y renovados impuesta por los solares
    Kurlah -> Elfos con poderes mágicos especiales
    Lanu Kah -> El bosque de Ferrot


    Edited by Bananna - 20/12/2019, 21:41
     
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    La historia de Étienne.
    Étienne había planeado refugiarse el resto del día en su alcoba, acompañado si acaso de Brigitte, que tenía los mismos privilegios que el rey y podía pasearse libremente por cualquier parte (siempre y cuando se tratara de un lugar lo suficientemente amplio para que cupiera). Sí, se alegraba de que las calderas en Abarda volvieran a la normalidad, o incluso más, ahora que las alimentaba el aliento de un dragón, y por supuesto que estaba agradecido con el dragón, pero… dichoso agradecimiento, ¿qué iba a decir aquel dragón si no recibía, como poco, un «gracias»? Se dijo que era su labor como rey dar una buena imagen de Acier, así que renunció a su plan inicial de casi recluirse en una habitación, y fue donde, le había dicho el servicio, estaba el dragón.

    No le pasó inadvertida la escena tan emotiva frente al busto de su abuelo, y recordaba haber leído en sus diarios varias entradas sobre «ese lagarto negro que roe mis armarios como un ratón». No sabía si se trataba del mismo dragón o no, pero no podía ignorar que Cézanne había sido una persona importante para Guardián, ¿qué menos que llevarle ante sus restos?

    Esperó sin ninguna prisa a que se bebiera el cacao que le habían servido, la manera de relamerse y mancharse la nariz de chocolate le recordó todo a Maèl, y terminó por sonreír en un arrebato de ternura. La verdad, el dragón no parecía ser mucho mayor que el príncipe pero, claro, Guardián no era un hombre, era un dragón, y suponía que no envejecían como los seres humanos. De hecho, si se trataba del dragón del que hablaba el antiguo rey, pues debía ser incluso mayor que Étienne (que con 41 años ya se sentía un anciano al lado de los muchachos más jóvenes).

    —Venga conmigo —le dijo—. Le mostraré dónde descansa mi abuelo, Cézanne —y el dragón se puso en pie con tanta prisa que tiró taza y plato al suelo con un golpe de cola—. No se preocupe, el servicio lo limpiará.

    Amélie sujetó sus faldas y se inclinó para despedir a los dos hombres, recordaba sus lecciones sobre el protocolo y ni habló ni miró directamente al rey. Pero sí al dragón, al que despidió moviendo su mano, viéndole dar pequeños saltitos para seguir los pasos de Étienne. Amélie era joven y no conoció a los reyes anteriores, pero los imaginaba con la misma presencia, un aire sobrecogedor que distinguía a los reyes de los vasallos.

    *



    Los jardines de palacio eran gigantescos, y hace años eran atendidos solamente por una elfa solar, lo que explicaba que florecieran hasta en invierno bajo la nieve. Ahora el trabajo de Morgiana, madre de Étienne, debía hacerlo una rama entera del servicio dedicada exclusivamente a la jardinería.
    La tumba de Cézanne, que realmente era un mausoleo porque descansaba con él el resto de la familia, estaba al final de los jardines. Se debía recorrer entero aquel paseo interminable repleto de jacintos blancos para llegar al lugar de descanso. Se trataba de un edificio de planta circular, cubierto con una gran cúpula que ya presagiaba el nivel de lujo y atención al detalle que había en su interior. Las puertas, siempre abiertas, daban paso a la entrada, y en esta sala colgaban tapices con diversas escenas del reino: la coronación de Étienne, el matrimonio de Lux con una elfa o Cézanne entregándole un obsequio a un dragón (se decía obsequio porque nadie supo nunca qué había dentro de aquella caja que le daba). Además de unos bancos para descansar, no había mucho más en la entrada. Se debían bajar las escaleras para acceder a las cámaras subterráneas, donde descansaba cada rey. El mausoleo iría creciendo con el paso del tiempo pero, de momento, tenía tres cámaras con sus puertas debidamente cerradas.

    Era costumbre en Acier velar por los difuntos en la intimidad del hogar, con un régimen de visitas muy estricto. Se pensaba que la muerte era algo privado y personal, un «proceso» que se hacía en compañía sólo de los más allegados. El caso es que la peor ruina en el reino era acabar en el cementerio, un lugar público donde se enterraba a la gente sin familia, o con familia pero sin posibilidades de garantizar un descanso digno.

    La cripta real era, y no podía ser de otra manera, lujosa. La piedra de las paredes se limpiaba a diario, también los suelos y los techos, se sacaba brillo hasta a las sujeciones metálicas de las antorchas y los candiles. Parecían las placas de acero un espejo de lo relucientes que estaban siempre.

    —Ésa es la de mi padre —le dijo al dragón, que señaló una de las puertas. Volvió a negar con la cabeza cuando señaló la última en el pasillo—. Ésa será la mía; por ahora sólo está… ella… —se mordió el labio y agachó la cabeza, no había entrado en aquella cámara desde el entierro. Y sentía su alma caerse a sus pies al pensar que las cenizas de su reina descansaban a tan pocos pasos de él.

    Escuchó el golpe contra el suelo, y si no se tratase el mausoleo de una construcción tan sólida (una golem participó en ella, ¿cómo no iba a ser sólida?) se hubieran sacudido las paredes. Escuchó luego los chillidos y las garras arañando la piedra, intentando no resbalar al bajar los escalones. Brigitte entró de manera muy apurada en el pasillo y corrió, sin espacio suficiente para abrir sus alas, hasta quedar frente al rey.

    —Estoy bien —le acarició el morro con las dos manos y subió luego hasta sus orejas, tirando un poco de ellas—. No estoy solo, el dragón está conmigo, ¿lo ves? —ella sacudió las orejas mirando a Guardián, pero se calmó al verle sonreír—. Vamos, sal de aquí. Es un lugar muy triste para ti. No es una sugerencia, Brigitte.

    Gruñó un poco, pero cedió y, después de darle un golpecito con el morro a Guardián, salió como pudo del mausoleo. Estaba claro que una criatura tan grande tenía problemas en el tramo de escaleras.

    Étienne suspiró y avanzó luego hacia la puerta, atreviéndose a abrirla después de, ¿cuánto tiempo? Maèl ni siquiera había nacido en su última visita al rey. Se hizo a un lado y le hizo un gesto a Guardián para que entrara primero, él mismo no había conocido a su abuelo y empezaba a sospechar que Guardián sí, era lógico pensar que tuviera más ganas de pasar a verle.

    Étienne se dedicó a prender los dos faroles, colgado cada uno a un lado de la puerta, y cogiendo uno avanzó por la alfombra hasta quedar más cerca de la estatua que Guardián miraba. No dijo nada, no quería interrumpir sus pensamientos o sus recuerdos, y caminó un poco más para ver el busto de su abuela. A Pauline se la recordaba por su belleza y juventud, ambas tan contrarias a Cézanne, que al desposarla era más bien viejo. A diferencia de la escultura del rey, no estaba esculpida con las piedras de una golem, sino de un material más humilde. También su tamaño y lugar eran distintos, Pauline tendría que conformarse con un busto a un lado del rey, Cézanne, como fundador de Acier, tenía hornacina y un sinfín de decoraciones hechas de acero. Bajo la estatua descansaban sus cenizas y a sus pies, la corona. A diferencia de otros reinos, la corona no se heredaba de manera literal, cada monarca tenía la suya y, al terminar su reinado, se iba con él. La corona de Étienne, sin ir más lejos, era muy distinta a la de su padre y la de su abuelo, en todas predominaba el acero, pero la de Étienne era la única cerrada, con florones decorados con jacintos de nácar y un orbe central sobre el interior forrado de azul turquesa. Un combinación de colores imposible para los otros dos reyes.

    La misma costumbre se mantenía con las reinas, y frente al busto de Pauline estaba su corona, más fina a la de su rey, era una corona perfecta para un rostro como el suyo; decían de Pauline que era la reina más hermosa sobre el planeta. Pero entonces Lux trajo a Morgana, y los hombres de Acier olvidaron muy pronto la belleza de Pauline, toda ella abocada al olvido.

    —Tómese el tiempo que necesite —le dijo a Guardián después de unos minutos de silencio imperturbable.

    Le hizo un gesto con la cabeza y abandonó la cámara, no tenía mucho más que hacer ahí. No pudo evitar guiar sus pasos hacia la última estancia (ignorando estupendamente la de Lux), y sus dedos temblaron al rozar la puerta. Se obligó a calmarse temiendo que Brigitte hiciera un verdadero desastre viniendo a por él. Así, más calmado, abrió la puerta y se inclinó un poco alzando en farol que traía. No le impresionaba ver la hornacina preparada para su escultura, cuando tuviera que hacerse, tampoco el montón de piedras de golem almacenadas para tal fin ni el espacio reservado a las cenizas de Brigitte. Lo que le impresionó fue ver la estatua de su reina. Se acercó como guiado por un imán, y es que parecía que Aimée bailaba a pesar de estar tallada en mármol. Fue decisión de la misma reina que el artista la hiciera con el pecho descubierto y apenas una telilla cubriendo sus piernas pero, eso sí, decorado todo su cuerpo con piezas de joyería. Eran, en verdad, las joyas de la propia Aimée colocadas contra el mármol, encajando en él como si decoraran, de nuevo, el cuerpo de la reina.

    Étienne espabiló al escuchar ruidos a su espalda, giró sólo la cabeza para encontrarse a Guardián entrando en la sala. Por lo visto, no se daba cuenta de que su larga cola se arrastraba por el suelo y chocaba con la piedra o la madera si se movía.

    —¿Se ha podido despedir del rey? —le preguntó, pero o los dragones no eran muy dados a hablar de sus intimidades o les interesaba demasiado la joyería femenina—. Ella era mi reina. Lleva ya un tiempo esperándome y —explicó— supongo que cada vez queda menos para que nos reunamos y volvamos a bailar juntos —terminó por suspirar y dedicarle un último vistazo a la estatua—. Volvamos ya al castillo, estar demasiado tiempo en el mausoleo me ataca los nervios.

    *



    Sirvieron la cena sin hacer el menor de los ruidos, no más que el gritito ahogado de Amélie cuando cayó el cubierto al suelo. Se disculpó mil veces con el rey y por más que intentó no hacerlo, acabó mirando su rostro, y se esperaba una expresión feroz, pero encontró una mirada relajada y una sonrisa que invitaba a la calma. Ella misma también sonrió y volvió a servir la mesa más animada que antes, eso sí, cuando regresó a cocinas se llevó un buen rapapolvo del resto de doncellas.

    —No tengo la menor idea de qué comerá un dragón, pero —comenzó a hablar mientras troceaba su filete. Agradecía que el príncipe no estuviera cerca o le estaría gritando lo cruel que era por comerse un animal del bosque—, si no le gusta lo servido, es libre de pedir cualquier otra cosa.

    Nuevos chillidos indicaron que Brigitte rondaba cerca, eran unos chillidos tan agudos que muchos decían que los tricots estaban emparentados con los zorros. Sus garras fueron las primeras en apoyarse en el alféizar de la ventana, arañar todo el marco al buscar un punto de apoyo, y luego se precipitó en el comedor, entrando con bastantes dificultades. No hacía falta estar mucho rato con Brigitte para descubrir que no era un animal lleno de elegancia como se creía, era más bien torpe y despistado. Si no se lanzó a la larga mesa donde Étienne y Guardián comían fue por el gesto del rey, alzó su mano mostrando su palma de frente, forzando que Brigitte se detuviera (por inercia, también pararon sus pasos los sirvientes que limpiaban el desastre de la ventana, pero al darse cuenta de que el gesto no iba dirigido a ellos, siguieron a lo suyo).

    —¿Qué llevas ahí? Muéstramelo —y Brigitte estuvo obligada a obedecer, abriendo la boca y sacando la lengua, delatándola su color azul—. ¿Otra vez zarzamora? Me pregunto quién será el ladronzuelo que te las da.

    Brigitte le lamió la cara, tiñendo de azul la mandíbula de Étienne, y los presentes no tuvieron tiempo de prepararse para escuchar la risa del rey, ¡no le oían reír desde hacía semanas!

    * * *



    La historia de Maèl.
    La sorpresa al conocer a una auténtica bruja le hizo no tanto como olvidar, pero sí dejar a un lado el momento tan íntimo que tuvo con Adrien en la red. Había sido demasiado íntimo como para poder olvidarlo, su primera vez tan cerca de otro hombre, ¡y encima había tenido…! Por el santo acero, aquello había sido una erección y pensaba apuntar cada detalle en su diario. La costumbre de escribir un diario la habría heredado de su bisabuelo, y aunque Cézanne no habló nunca de erecciones propias o ajenas, pues estaba claro que su biznieto tenía un estilo muy diferente al suyo.

    Se sentó en el lado libre del sofá (el resto estaba ocupado por plantas y ropa) y se dedicó a escribir desde allí todo lo acontecido esta mañana, y no omitió ni un solo detalle. Maèl era bastante bueno manejando la pluma y más de una vez había pensado dedicarse a la escritura… si su título real no se lo impidiera, claro. Tan ensimismado estaba en lo que escribía que no notó la presencia de Arala tras él, medio inclinada no para leer lo que anduviera escribiendo (Arala respetaba la privacidad de un diario), sino para inspeccionar su piel. Había «algo» en la nuca de este tal Victor y estaba dispuesta a averiguarlo.

    Cuando Adri regresó a la sala después de asearse un poco tras las curas, encontró a Maèl escribiendo y a Arala leyendo, lo que volvía aquella escena una especie de pesadilla a quien no estaba hecho para los libros. Arala fue la primera en alzar la cabeza y corrió hacia Adri libro en mano, importándole bastante poco que estuviera acariciando al lobo, tiró de su brazo y le obligó a inclinarse.

    —¡Es un elfo! —le gritó en un susurro, le enseñó luego el libro aunque sabía que el chico iba a entender bastante poco de sus notas—. Lleva un sello de los solares en la nuca, alguien no quiere que despierte su verdadera naturaleza —cerró el libro y miró hacia Maèl—. ¿Qué clase de monarquía tiene Acier que sella al príncipe heredero? —ahora miró hacia Adri alzando las cejas—. ¿Victor? ¿De verdad? No puedes engañar a una bruja con algo así de vago —le pellizcó la nariz—. Pequeño Victor, ¿puedo ayudarte con algo, digamos, mágico?

    —Oh no, yo no sé nada de magia. Pero muchas gracias por ofrecerse, es muy amable de su parte.

    —Puedes tutearme.

    —Mi padre me mataría si lo hiciera, señora.

    —El rey no está aquí para controlar tus pasos.

    —Eso es verdad, pero… —dio un brinco en el sitio, cayendo al suelo tanto la pluma como el diario—. ¡Quiero decir! Yo soy hijo de campesino, un plebeyo que debe trabajar de sol a sol para poder llevarse un mendrugo de pan a la boca. Por supuesto que la tutearé, señora… quiero decir, eh… —se agachó y buscó la pluma bajo el sofá, la atrapó, pero al sacar la mano había una invitada de ocho patas entre sus dedos.

    Arala se preocupó, y mucho, al verle perder el conocimiento, en cambio Adri parecía ya acostumbrado a la escena, lo que hizo que la preocupación de la bruja aumentara un poco más.

    *



    Maèl despertó ya casi de noche, con la habitación iluminada con lucecillas que bailaban de un lado a otro siguiendo el rumbo que el hechizo de Arala les había marcado. Lo primero que hizo fue mirar su mano y suspirar aliviado al no ver ni rastro de la araña. Entonces salió de la cama con cuidado de no hacer ruido, no sabía si los demás en la casa dormían, y se dispuso a dejar la casa cuando la luz se hizo de golpe en todo el salón.

    —¿A dónde ibas sin cenar? —le preguntó Arala cortándole el paso, de dónde había salido la bruja Maèl no tenía ni idea—. No dejaré que te vayas sin antes comer algo.

    —Pero no quiero molestarla… es decir, molestarte. Mi hermana dice que las brujas estáis siempre ocupadas y no se las debe importunar.

    —Qué considerado, ¿has oído, Adri? Ya podrías ser tú igual de educado —resopló negando con la cabeza—. Vamos… eh, Victor, cena con nosotros.

    Era su primera vez cenando en casa de alguien y lo encontró emocionante, le gustaron los aullidos de Cachorro mendigando algún trozo de comida, también los gruñidos de Adri defendiendo su plato de los mordiscos al aire que daba el lobo, y las historias que contaba Arala le maravillaban, así de simple. Hablaba de animales de los que ni siquiera había oído hablar, también de flores y plantas desconocidas para la gente de Acier, habló también de magia y en ese punto se decidió a interrumpirla.

    —Sé que no tengo ningún derecho, pero —la miró igual que un corderillo al ganadero que piensa en sacrificarlo—, ¿puedo contarle todo esto a mi hermana?

    —¿A tu hermana? —Arala frunció un poco el ceño, no recordaba ninguna hechicera en la Corte de Acier—. ¿Es bruja?

    —Oh no, pero está estudiando muchísimo para poder serlo.

    —¿De verdad?

    —¡Claro! Y será la mejor princesa que… ¡quiero decir! ¡Es la princesa en nuestra casa de pobres hecha de paja y barro! ¡Eso es, sí! Es una princesa pero de manera metafórica, nada de castillos ni lujos de plata y acero, no, no, nada de eso, no. Nosotros, los pobres, soñamos con esas cosas, ¿no es así? —interpretó las risas de Adri y Arala como una respuesta afirmativa, ¡se estaba volviendo todo un experto en el arte de la mentira! Le preocupaba terminar dominando una habilidad tan mezquina como ésta, pero lo consideraba un precio a pagar por mantener a salvo su identidad.

    —Sí, puedes avisar a tu hermana —la voz de Arala le trajo de vuelta al presente—. Si de verdad intenta comprender la magia y no manipularla a su antojo, entonces sí puede venir a visitarme. Le enseñaré un par de cosas si ella quiere.

    —¡¿De verdad puedo?! ¿Y puedo avisarla ahora? ¿Puedo?

    Arala asintió con la cabeza y le vio correr hasta su bolsa, olvidada en el salón. Enterró el rostro por unos segundos en sus manos y luego miró desde aquí a Adri.

    —¿Me puedes explicar qué demonios hace una criaturita tan pura e inocente contigo, Adrien?

    *



    El relincho de Noiret no se hizo esperar, y esta vez no llegaba sola sino con su jinete, aunque Aimée no usaba riendas ni silla y sujetaba las crines del pegaso al volar. Maèl movió sus brazos de un lado a otro frente a la casa, incluso dio saltos incapaz de controlar su emoción, Arala a su lado estaba bastante más tranquila, y ni hablar de Adri y Cachorro, que prefirieron quedarse en el interior de la casa.

    Una vez en el suelo, Maèl salió corriendo para abrazar a su hermana, y a Aimée no le quedó más remedio que verse medio flotando entre sus brazos, pero contagiada de su alegría. Arala asintió con el reencuentro, también le dedicó un vistazo al pegaso, y volvió dentro para recoger algunos libros.

    —No saben que soy el príncipe —le garantizó Maèl—. He conseguido engañarles, ¿no soy genial? —Aimée asintió con una sonrisa forzada, el rastreador y la bruja debían ser terriblemente idiotas para caer en los engaños de su hermano, y dudaba que existiera alguien así.

    Entró decidida a la casa y esperó a que Maèl cerrara la puerta para chasquear los dedos, entonces el príncipe comenzó a flotar como un globo, cayendo dormido al instante. Aimée tiró de su pie y lo recostó en el sofá (porque era una visión extraña ver a un muchacho levitando por ahí).
    Se inclinó en un gesto impropio para una princesa y se enderezó de golpe.

    —Muchísimas gracias por cuidar de mi hermano y no aprovecharos de él —volvió a sonreír, pero esta vez de manera sincera—. Me temí lo peor cuando se decidió a emprender este viaje sin escolta. Ya habréis podido comprobar que es terriblemente fácil engañarle, se cree el pobrecito que todo el mundo es bueno y honesto como él —se alzó de hombros—. ¿Es mucho pedir que sigáis cuidando de él?

    —¿Acaso hace falta cuando lees cada uno de sus pasos? —comentó Arala alzando el índice, de la bolsa salió la pluma con la que Maèl escribía su diario—. Yo también tuve una «pluma doble», cielo, y está muy feo leer lo que otra persona confiesa en un diario personal.

    —Si tuvieras un hermano tan ingenuo como el mío, ¿cómo voy a dejarle ir sin protección? ¡Sería la ruina para el reino! ¡Por el santo acero, si está convencido de que no sabéis quién es! —resopló llevándose las manos a la cabeza—. Somos hermanos, no podemos ser tan diferentes.

    —La genética es caprichosa.

    —Sí, ¿pero tanto?

    Arala se echó a reír en carcajadas, imitó el chasquido de dedos de la princesa y esta vez fue Adri el que se durmió y empezó a flotar. Se llevó a los dos chicos al dormitorio, dejándolos en la cama que normalmente ocupaba ella, por supuesto, se deshizo de su ropa con un nuevo chasquido de dedos. Le divertía saber qué clase de entrada al diario escribiría el príncipe sobre el despertar a la mañana siguiente.

    —Me caes bien, eres sincera y la sinceridad escasea hoy en día —confesó—. Dime, ¿en qué te puedo ayudar? ¿Qué quieres saber de la magia?

    —¡Todo!

    Y estaba tan decidida a aprenderlo que Arala dio por hecho que esta noche no iba a dormir demasiado entre explicaciones y hechizos. Se dijo que por lo menos estaría entretenida unas horas y, por el santo acero (como decían los de Acier), un cambio en su rutina siempre era de agradecer.

    * * *



    La historia de Corr.
    El día se le había hecho agotador y sólo quería llegar a su cabaña para poder descansar, pero claro, Corr venía acompañado. La presencia de Niko no le molestaba (si acaso, lo contrario, dado lo que sentía por él), se refería a Ghilanna, que chocaba de bruces con el lunar y, Corr estaba seguro de esto, Niko no se había lanzado a su yugular porque había pedido calma entre ambos.

    Ni siquiera en la cabaña hubo paz, volvían a saltar las chispas entre los dos elfos. Corr ignoraba cómo serían el resto de solares y lunares, pero si se parecían mínimamente a ellos, entonces el entendimiento entre unos y otros iba a ser imposible.
    Estaba harto de una puya tras otra, así que salió de la cabaña con la excusa de hacer la colada. No era mentira tampoco, porque salió y llenó el cubo con el agua del pozo, añadió varias hojas de flores y se preparaba para frotar y limpiar cuando vio a Niko y Ghilanna acercarse a él (un minuto, sólo quería un minuto de tranquilidad), pero los ignoró y siguió a lo suyo. Por supuesto, ellos no compartieron opinión.

    —Tengo dos peticiones, humano —dijo Ghilanna alzando índice y corazón—. La primera, voy a dormir en la cama esta noche, una solar como yo no se merece otra cosa; y la segunda —alzó la voz para interrumpir los comentarios de Niko—, quiero que me llaméis por un diminutivo. Tú eres «Corr» y el salvaje es «Niko», no usáis el nombre completo como muestra de respeto. Quiero eso.

    —El problema —respondió Corr—, es que si te llamo «Ghil», será Niko el que termine el nombre y, créeme, no te va a gustar.

    —No lo comprendo.

    —Ya lo entenderás.

    —¡Pero quiero entenderlo ahora!

    —Por favor, tengo mucha colada pendiente, dejadme hacer mis labores —Ghilanna refunfuñó pero obedeció—. Todavía está el sol en el cielo, vete adentro —le dijo a Niko, que también se quejó antes de hacerle caso.

    Pudo entonces Corr volver a la importante labor que tenía entre manos. Pasarían siglos enteros antes de la invención de la lavadora, hasta entonces debía frotar las prendas en una roca que Niko le había regalado, ¿cuándo? No tenía sentido concretar la fecha, habían pasado demasiado tiempo juntos, ¿qué más daba no acertar con un día en específico? Lavar a mano requería un esfuerzo que se acentuaba con el sol de justicia que se resistía a ocultarse tras las nubes. Corr lo ignoraba, pero ofreció todo un espectáculo al recogerse un poco la camisa, abriendo el cuello y doblando las mangas, dejando al aire bastante piel. Fue un espectáculo que tuvo su público: Ghilanna y Niko.

    —Para estar casado, no dejas de mirarle con un interés indebido —comentó Ghilanna apoyada en el marco de la puerta—. Los de Acier deben tener algo que atrae a los elfos: es mi teoría —asintió convencida con la cabeza—. ¡Humano! ¿Qué hay de cena? ¿Cómo que «lo que haya»? ¿Qué quieres decir con eso?

    *



    Corr prácticamente se desplomó en el sillón, soltando un suspiro de puro agotamiento. Ghilanna estaba dormida o despierta, no lo sabía y tampoco importaba, lo que sí importaba era que estaba en el dormitorio con la puerta cerrada y lo que oía ahora… ah, sonrió: ¡silencio! ¡Bendito silencio sepulcral! ¡No se oía absolutamente nada!

    La leña chisporroteaba en la chimenea que calentaba toda la cabaña (no era una casa muy grande después de todo), Charlotte bostezaba frente al fuego y Niko estaba en el jardín haciendo, ¿haciendo qué? Ni siquiera tenía fuerzas para preguntar, lo que fuera que hiciera lo hacía en silencio y Corr daba gracias por ello. Ahora que lo pensaba y hablando de gracias:

    —Oye, Niko —le llamó cuando le escuchó entrar en la cabaña—, gracias por salvarnos el culo en Acier. Yo solo no puedo hacer frente a los de la Estrella Roja —rio con el pellizco a su dedo gordo, iba descalzo—. ¿No tendrás problemas con Makra? Llevas unas noches fuera —no le gustaba contar el tiempo en días cuando hablaba con Niko, prefería usar las noches—. ¿Seguro? —insistió al verle negar con la cabeza—. Me encantaría hacerte un poco de compañía y charlas, pero estoy muerto, y eso que apenas ha anochecido. Ah, espera, antes de dormirme tengo que…-

    Se incorporó de un movimiento brusco, obligándose a espabilar. Le hizo señas a Charlotte y la renard entendió al instante, de un par de saltos llegó al jardín y Corr le siguió poco después, luchando por contener los bostezos sin mucho éxito. Pronto los chillidos de Charlotte tuvieron compañía y Brigitte descendió de entre las copas de los árboles para buscar las caricias de Corr, también le dio un buen lametón a Charlotte y otro a Niko, que no se libró del saludo al salir al jardín.

    —¿Étienne está bien? —le preguntó acariciando su mandíbula en un gesto que, no lo sabía, compartía con su hermano al usar las dos manos y llegar a las orejas—. ¿Ese dragón es un aliado? Ah, me alegro. Sí, sí —hablaba con la tricot sin ningún problema para entender sus gemidos. A fin de cuentas, Corr tenía sangre real, podía entenderse con las compañeras de la monarquía—. Ten, por haber venido tan rápido —volvió a acariciarla, esta vez el cuello, al darle un puñado de zarzamoras que se había guardado en el bolsillo antes de salir al jardín—. No le digas de dónde las has sacado, y cuida bien de él, ¿vale?

    La despidió con un suspiro y la vio irse volando, desapareciendo en cuestión de segundos, qué útil le parecía el vuelo. No le sorprendió el mordisco a su tobillo, Charlotte no llevaba nada bien que le prestara atención a cualquier otra cosa que no fuera ella, así que se inclinó para cogerla en brazos y hacerle cosquillas enterrando la cara en su vientre.

    —¿Quién es la más mimosa de todas? ¿Quién? —los chillidos de un zorro eran un sonido extraño, no se sabía si el animal sufría o disfrutaba, mucho menos cuando, como en este caso, mordía los dedos de Corr, pero gruñía si se le ocurría apartar la mano.

    Volvió de esta manera al interior de la cabaña, agradeciendo a Niko que cerrara la puerta al jardín. El buen humor desapareció al ver a Ghilanna despierta, aunque verla armada con la escoba le terminó por confundir.

    —Pensaba que nos atacaban, he oído ruidos y chillidos. Al final no ha resultado ser nada —dijo mientras dejaba la escoba apoyada en la pared—. Pero sigo sin entender tanto interés en quien te ha desterrado.

    —¿Otra vez con esto? Étienne es mi hermano y, además, la persona más generosa que conozco.

    —No acabo de entenderlo… —negó con manos y cabeza, pero luego miró a Corr antes de dar una de sus teorías e ideas—. He decidido seguir con mi estudio sobre los humanos, voy a averiguar cuánto de elfo tienen los descendientes de los solares; vamos, que te necesito.

    —¿A mí?

    —Claro, ya he adecentado el dormitorio —y le señaló—: tengamos un hijo.

    Corr tuvo que sentarse para no caer de pura impresión.

    *



    Los primeros rayos de sol sorprendieron a Corr todavía dormido, no en la cama como había planeado Ghilanna en su primer paso del experimento con humanos, sino en el sofá, echado de mala manera a lo largo de sus cojines e ignorando que su cabeza descansaba sobre los muslos de Niko.

    —¿Todavía sigues aquí? —se tendría que traducir por un «buenos días» a Niko por parte de Ghilanna—. Te advierto que esto te será incómodo. Comienza mi plan de seducción —decía esto mientras se acomodaba el vestido, colocando cada pliegue de la tela—. Si quiero un hijo, tendré que seducirle primero. No debe ser difícil, Morgiana sedujo a un rey y yo soy mucho más guapa que ella, podré hacerlo —miró hacia el sofá—. Si no vas a ayudar, deberías irte. No te será plato de buen gusto ver a tu, eh, ¿amigo? Intimando conmigo.

    Quiso acercarse a Corr para despertarle con besos y caricias cariñosas, pero Charlotte gruñó mostrando los dientes y le pareció que Niko también le dedicó un gruñido. Ghilanna les hizo una mueca antes de ir a la cocina.

    —Despierta al humano —era curioso que, a pesar de Niko ser un príncipe, Ghilanna le daba órdenes como si fuera su sirviente—. Le haré un desayuno ideal para una buena fecundación, ¡quizá pueda tener gemelos o trillizos! ¡Más sujetos de prueba!



    SPOILER (click to view)
    .pues la abuela de Étienne, Pauline. Me dice Google que significa “humildad”, y es que Pauline fue una muchacha elegida por guapa, de familia pobre para que el rey tuviera descendencia: (aquí)

    .la estatua de Aimée (madre), imaginemos que baila: (clic-clic)

    .la estatua de Cézanne totalmente a tu gusto, hazla como más te guste (?)
    nota: Étienne NO sabe que Lux mató a Cézanne (lo dejo aquí anotado para no olvidarlo)

    -Ahí te dejo a Aimée para que fangirlee a gusto con Arala, y el buen infarto que le dará a Maèl cuando despierte desnudito en la cama con Adri~
    -Y sep, Corr es amo de casa y hace todito cual Blancanieves x'd y Ghilanna es «científica».
     
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    ♛❀ El dragón ❀♛


    El día había sido muy extraño para Guardián. El viaje a Acier, luego a Abarda, la visita al mausoleo… Eran cosas nuevas para él o, cuanto menos, cosas que se salían por completo de su rutina de los últimos cuarenta años. Algo así era agotador, incluso para un dragón.

    Por eso, cuando entró en los aposentos de Étienne siguiendo al rey tranquilamente, se sentía extenuado. Se frotó un ojo y bosteó, sin percatarse de las escamas que aparecían y desaparecían en sus dedos, claro síntoma de que necesitaba dormir bien y asimilar su nueva situación.

    Iba totalmente confiado a ello, pero entonces el rey le echó de la cama, diciendo que él no podía dormir allí. Guardián le miró, totalmente consternado, y miró después la cama, frunciendo el ceño con incomprensión.

    —Pero no lo entiendo… Hay sitio para los dos —dijo, mirando a Étienne con la misma confusión que tendría un niño pequeño al que se le dice que no puede hacer algo que su hermano acaba de hacer.

    La confusión fue a más cuando el rey le dijo que era mejor que durmiese en otra estancia. Guardián ya sabía que había más dormitorios, pero no lo entendía. ¿Por qué no podía dormir en ese? ¿No era su misión proteger al rey? ¿Cómo iba a hacerlo desde otra habitación?

    Étienne debió darse por rendido tras el tercer carraspeo, porque se ocultó tras un biombo para cambiarse a su ropa de noche. Guardián, mientras tanto, se había acercado a la chimenea, junto a la que Brigette empezaba a dormitar, y se calentaba las manos. Empezaba a hacer frío, seguramente nevaría en los próximos días, y aquello era terrible para una criatura de sangre fría.

    Se giró a la cama cuando escuchó a Étienne entrar en ella y, ni corto ni perezoso, se deslizó también entre las sábanas. De nuevo el rey quiso echarse, pero Guardián se abrazó a su cintura, apoyando la cabeza en su pecho.

    —¡Así te podré proteger mejor! —aseguró, y cuando el monarca por fin cedió a su insistencia, Guardián se rio un poco y se cubrió bien con la manta, quedando dormido al poco.

    Por supuesto, ignoraría eso que había comentado Étienne de que aquello sólo sería por esa noche.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Auguste Renoir nunca había acudido a una audiencia con el rey, al menos no con el actual. De hecho, ni siquiera solía tratar con gente de rango alto. Mayormente se relacionaba con eruditos y gente curiosa, también con algunos arcanos interesados en los objetos que conseguía o, por el contrario, respondiendo a la llamada del propio Renoir.

    Como fuese, todo esto desembocaba en un cúmulo de nerviosismo que le retorcía las entrañas, le hacía sudar copiosamente —y eso, en los inicios del invierno, era todo un hito— y le provocaba pequeños temblores en las rodillas. Estos síntomas, huelga decir, sólo se intensificaron cuando el guardia le indicó que podía pasar a la sala del trono.

    En otro momento, se habría maravillado por la decoración de aquella sala, o incluso habría corrido hacia esa tricot tan hermosa, Brigette, a la que había visto volando sobre Acier, pero nunca tan de cerca, y que ahora estaba a sólo unos metros de él, bajo el trono en el que se asentaba el monarca.

    Se obligó a centrarse e hizo una reverencia quizá demasiado amplia. Lo cierto es que sus rodillas ya no estaban para grandes trotes, así que cayó hacia adelante y le tuvieron que ayudar un guardia y un sirviente a reincorporarse. Temía encontrarse alguna mirada de asco o aburrimiento en el rey, pero en su lugar vio compasión y cierta preocupación, señales de que era una persona con su corazoncito.

    —¡M-m-majestad! —tartamudeó, jugando nerviosamente con su anillo, dándole vueltas en el dedo —Mi… Mi nombre es Auguste Renoir. Soy un, un estudiante de la magia y de las criaturas arcanas. No practico la magia, claro, no nací con el don y jamás lo forzaría, ¡pero sí tengo muchos conocimientos sobre conjuros, ingredientes… y tengo amistades en la Escuela de Garina! —vio que se estaba andando por las ramas y carraspeó, obligándose a sí mismo a retomar la compostura —Nací en Acier, majestad, y siempre he creído que el entendimiento entre arcanos y no arcanos es posible, si se siguen las vías adecuadas. Ahora la gente… Hay mucha gente que tiene miedo, majestad, por el dragón —sacó un pañuelo y se limpió el sudor —, pero yo sé que no hay que temerle. Porque muchos han olvidado o simplemente no conocieron, pero yo recuerdo, mi rey, cuando el dragón negro vivía aquí con vuestro abuelo, Cézanne. Recuerdo que en las fiestas los niños jugábamos y bailábamos con él, y recuerdo que era… una criatura formidable. ¡Incluso me salvó la vida! A mí y a varios niños que, como yo, nos enfermamos al bañarnos en un pozo donde había alguna sustancia venenosa. El dragón conocía de unas hierbas que nos curarían, y así fue, no murió ninguno y ni nos quedaron secuelas.

    Ahora que había cogido carrerilla, se sentía listo para seguir hablando, pero tuvo que interrumpirse cuando el manto del rey se abrió y una cabeza asomó. Era, precisamente, el dragón, que estaba sentado en el suelo, escondido como un niño pequeño bajo las ropas de Étienne, con la espalda contra las piernas del medio elfo.

    Esos ojos de reptil miraron largamente a Auguste, quien de pronto dejó de estar nervioso y simplemente sonreía con la misma cara de quien ve a un viejo amigo. El dragón sonrió también y salió definitivamente, dando un salto imposible para cualquier humano, no tanto para alguien que se ayuda de un par de alas para planear, y abrazó con fuerza al anciano.

    —¡Auguste! —exclamó.

    —¡Te acuerdas de mí! —era difícil saber quién estaba más sorprendido, si Auguste o la gente que observaba aquella escena —¡Pero si no nos vemos desde hace más de cuarenta años!

    —Pero hueles igual —respondió Guardián con simpleza, apoyando la cabeza en el pecho de Auguste, quien parpadeó, perplejo, antes de abrazarle.

    —Tú… Te ves exactamente igual a como recordaba. ¡No has envejecido ni un día!

    —¡Claro que sí! ¡Soy cuarenta años más viejo!

    —No, no me refería a eso —se rio Auguste, revolviéndole el pelo.

    Entonces pareció acordarse de algo, porque se sacó de un bolsillo un objeto envuelto en un pañuelo. El dragón olfateó el aire, mirándole con renovado interés, y cuando Auguste desenvolvió un trozo de madera, a Guardián se le olvidó que los humanos no tienen cola, porque no sólo asomó bajo sus ropas, sino que empezó a moverse de lado a lado, animadamente.

    Más pronto que tarde, Guardián estaba otra ve en el suelo, a los pies de Étienne, mordisqueando ese trozo de madera de cerezo como si fuese una deliciosa chuche, y Auguste carraspeaba y se repeinaba con las manos, recuperando los nervios.

    —Mi señor, vuestro padre, el difunto rey Lux, inició una campaña contra el dragón y sé que esa campaña es uno de los motivos por los que ahora hay un rechazo tan fuerte hacia los arcanos por un sector de la población. Un rechazo que ha llevado a… a barbaridades atroces —agachó la cabeza con los ojos cerrados, obviamente sufriendo al recordar el asesinato de las reinas. Negó un par de veces y suspiró, mirando a Étienne directamente a los ojos —. La gente creyó que realmente el dragón había matado a Cézanne porque era conveniente, no porque fuese real. ¡Eran amigos inseparables…!

    —Claro que no maté a Cézanne, yo le quería mucho —murmuró el dragón, aunque pronto regresó a su tarea de roer la madera.

    —Pero creo que podemos arreglarlo —volvió a hablar Auguste con auténtica esperanza —. Podemos mostrarle a las gentes de Acier que ese dragón es… —lo señaló con la mano, soltando una pequeña risa —Es dulce y gentil. Y si me permitís la osadía, majestad, creo que el solsticio de invierno puede ser un buen comienzo. En apenas unos días se celebrará esa fiesta y quizá la gente pueda ver que no hay peligro de que los niños, o cualquiera, se acerque al dragón. Claro que… yo no soy nadie para hablar con tanta ligereza, disculpadme —hizo una nueva reverencia, esta vez más medida, y volvió a secarse el sudor de la frente —. En otros temas… Mi señor, debo deciros que me ha llegado el rumor de que los lunares de Ferrot planean venir pronto para presentarle sus respetos al dragón. Vendrán en completo son de paz, pero no sé si darán un aviso formal y pensé que debíais saberlo por si acaso.

    —¡Auguste! —dijo de pronto Guardián, tumbándose ahora en el suelo con la cabeza colgando por uno de los escalones de la plataforma en la que se asentaba el trono —Se me ha acabado la madera.

    Auguste sintió un ramalazo de ternura, pero consiguió contenerse y simplemente sonreírle.

    —La próxima vez te traeré un trozo más grande.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El dragón todavía mordisqueaba un panecillo untado con mermelada cuando llegó a él un olor desagradable. Empezó a olfatear el aire, buscando el origen del olor, e ignorando la mirada de extrañeza de Étienne fue girando la cabeza hasta dio en el blanco. Con la cara girada hacia una puerta, frunció el ceño y levantó un poco el labio superior, mostrando sus dientes con un gruñido grave que reverberaba desde su garganta, como si fuese un lobo o algún animal.

    Cuando entró el origen del olor, sintió la mano de Étienne en su cabeza pidiéndole calma, pero a Guardián le costó un poco relajarse. Ese hombre, cuyas ropas indicaban que formaba parte del Consejo de Acier, apestaba a magia, pero no a la magia natural que tenían aquellos humanos que nacían con los ojos violetas, sino la magia forzada, la magia antinatural, la magia asesina que practicaban los humanos sin don.

    Era aquella una magia que sorbía la energía de criaturas o de objetos, incluso fragmentos de criaturas, que eran verdaderamente mágicas, para que así los humanos pudiesen manipular la energía a su antojo. Era como una droga: no sólo enganchaba a estos liches, como se les llamaba para diferenciarlos de los auténticos brujos, sino que además los iba corrompiendo poco a poco hasta llevarlos a la muerte.

    Quizá Guardián no sabría explicar todo esto, pero sí lo entendía desde hacía tanto tiempo que ni siquiera recordaba haberlo aprendido, y eso le bastaba para sentir repulsa hacia ese liche que ahora se acercaba al rey con una sonrisa.

    Cuanto más se acercaba, más apestaba a muerte, a esa destrucción que parecía inherente a los humanos. Y, claro, eso hacía que Guardián se fuese tensando cada vez más, y al enfadarse y ponerse a la defensiva, sus dientes empezaron a deformarse y su cabeza volvió a quedar coronada con dos cuernos.

    El consejero se quedó quieto, mirándole con una mezcla de miedo y recelo. Sin embargo, al escuchar la voz de Étienne pidiéndole calma, Guardián se giró a mirar al rey casi con un reproche, pero sin saber bien cómo explicarle lo que había olido en ese hombre.

    —Disculpadme, señor… dragón —carraspeó el consejero con obvia incomodidad —. Tengo que hablar con su majestad en privado.

    —¡No! —se negó Guardián como un niño pequeño, abrazándose a Étienne.

    Otra vez se vio obligado a obedecer a Étienne, así que terminó saliendo de la sala de la mano de Amélie, quien lo llevó a una habitación contigua para ofrecerle otra taza de cacao y unos mimos. A la propia muchacha le sorprendía lo agradable que podía resultar tener a esa criatura con cuerpo de hombre acurrucado en el regazo mientras ella le acariciaba el pelo.

    Por su parte, el consejero Drenia se acercó al rey tras su debida reverencia y se inclinó hacia él para hablar en voz baja, buscando así la máxima confidencialidad posible.

    —Mi señor… Aunque el dragón ha demostrado por ahora ser, digamos, valioso para Acier, hay quienes dudan de su efectividad a la hora de protegeros. Por eso hemos pensado ponerlo a prueba: uno de nuestros hombres os atacará de improviso. Por supuesto, no os hará daño alguno ni será esa su intención, me responsabilizo totalmente de esto, pero creemos que es la única manera de asegurarnos totalmente de su efectividad en caso de que haya un atentado real contra su vida. Claro que esto será sólo si a vos os parece bien. Sólo tiene que darme el sí, lo tenemos todo dispuesto para la prueba.

    —¿Qué te ha pasado antes, con el consejero Drenia? —preguntaba Amélie en la otra sala, mientras el dragón mojaba las manos en el chocolate y se lamía después los dedos.

    —No me gusta. Huele a muerte —fue la ambigua respuesta de Guardián —. Pero tú hueles muy bien, a comida y flores. ¿Me seguirás acariciando el pelo un rato más?

    —Todo el que me lo permitan —sonrió Amélie con dulzura, atreviéndose a inclinarse para dejar un besito en la mejilla del dragón.

    ♔★ El rastreador ★♔


    Despertó con un terrible dolor de cabeza. Por un momento llegó a preguntarse cuánto habría bebido la noche anterior, pero pronto recordó que apenas había sido una copa de vino en casa de Arala. ¿Qué había ocurrido? Recordaba… que la princesa de Acier había llegado a la casa de su amiga. Les había pedido que cuidasen al principito torpe e ingenuo y después… nada. ¿Nada? ¿No había visto a Arala chasquear los dedos?

    Comprendió, por fin, que había utilizado otra vez ese dichoso hechizo, el mismo que la princesa había usado con su hermano, y eso hizo que se incorporase quizá algo más rápido de lo que esa resaca le permitía.

    Gruñó mientras se frotaba las sienes, volviendo a incorporarse hasta quedar sentado en la cama, y se encontró con otra sorpresa cuando consiguió acostumbrar los ojos a la luz que entraba por la ventana. ¿Estaba desnudo? Bueno, ese no era un despertar extraño para él, igual que tampoco le sorprendía notar un peso a su lado. Lo que sí fue una novedad fue girar la cabeza y encontrarse al principito también desnudo, algo alejado de él, abrazado a unas almohadas y mirándole con la cara totalmente teñida de rojo.

    Cuando sus miradas se encontraron, el muchacho soltó un gritito y se ocultó entre los cojines de la cama, causando en Adri tal ramalazo de ternura que estuvo tentado incluso de darle un abrazo, algo que quizá habría sido incómodo para un miembro de la realeza, sobre todo al no haber ropa entre medias.

    Consiguió dominar el dolor de cabeza y se puso en pie, esta vez despacito. Miró por toda la habitación, pero no encontró la ropa, así que soltó una mezcla de suspiro y resoplido y salió de la habitación. Adrien nunca había sido un hombre pudoroso —recordaba con cariño esos veranos cuando, de adolescente, se bañaba con sus amigos en la playa sin ninguna cubierta— y no iba a empezar ahora, ni siquiera si eso implicaba plantarse totalmente desnudo delante de una princesa de verdad, con corona y todo.

    —¡Adrien, por la Gran Madre! —exclamó Arala, no cubriéndose los ojos, sino cruzando los brazos sobre el pecho mientras la princesa, mucho más aséptica que su hermano, soltaba una risita y volvía a su taza humeante de té.

    —¿Qué? —casi ladró Adrien, llevándose las manos a la cadera —¿Qué querías, que me quedase ahí hasta que te dignases a traerme la ropa?

    —Vaya, nos hemos levantado susceptibles —esta vez Arala tuvo que contener la risa, sobre todo al ver cómo Adri fruncía el ceño y hacía una mueca con los labios en una especie de puchero.

    —¡Sabes que odio que me duermas! ¡Me da muchísimo dolor de cabeza y luego me duele el cuerpo como si hubiese pasado toda la noche de desfase!

    —Entonces es una mañana normal para ti —se burló Arala, pero hizo aparecer entre sus manos la ropa de Adri, bien doblada. El hombre refunfuñó mientras cogía la ropa —. ¿Qué cara ha puesto nuestro adorable invitado?

    —Rojo como las amapolas —dijo Adri entre dientes mientras se vestía —. No sé cuándo se ha despertado, pero le he pillado mirándome con el descaro de un samujo.

    —¿Un qué? —preguntó la princesa con renovada curiosidad en el hombre. Al parecer, verle desnudo no había despertado el mismo interés que en su hermano.

    —Un samujo —repitió Adri, atándose ahora los pantalones —. Es un pájaro muy gracioso, la verdad, pero no le debe tener miedo a los humanos, porque no duda en llevarse la comida que tengas entre las manos, y a veces se acerca a los campamentos para rebuscar entre tus cosas.

    —¡Anda! Creo que no hay de esos en Acier.

    —Claro que no, cielo —sonrió Arala, sirviéndole una taza de té a Adrien ahora que ya estaba terminando de arreglarse la ropa —. Viven en las montañas que hay cerca de la costa.

    —Gracias —murmuró Adri, tomando por fin la taza. Miró a los lados y luego a Arala —. ¿Dónde está el cachorro?

    —Fuera, persiguiendo una ardilla —se rio un poco a boca cerrada —. ¿Quién diría que ayer estaba con una herida relativamente grave? Aunque lo mismo digo de ti, ¿has visto que no te ha quedado casi cicatriz?

    —Si es que eres la mejor, Ara —terminó por sonreír el cazador tomando asiento en la mesa donde estaban las mujeres.

    La princesa los miró y terminó por carraspear para llamar su atención.

    —Bueno… ¿Hace mucho que estáis juntos?

    Ante esta pregunta, Arala escupió el té y empezó a toser. Adri rápidamente se puso en pie y le dio un par de palmadas en la espalda. Cuando la bruja se recuperó, Adrien le ofreció otra vez la taza y Arala bebió despacio, recuperándose por completo.

    —Pero, ¡mujer!, que no hace falta ponerse así —dijo Adri, ya recuperando su buen humor habitual —. Entiendo que la idea de salir conmigo es emocionante, pero…

    —No —le interrumpió, cortante, Arala, para luego recuperar la compostura y mirar a la princesa —. Adri y yo no estamos juntos. Somos sólo amigos.

    —Oh —la princesa asintió un poco, mirando hacia la «pluma doble», que llevaba unos minutos escribiendo en un diario —. Me alivia un poco —murmuró, tan bajito que Adri apenas pudo oírla.

    Prefiriendo cambiar de tema, cogió una manzana y volvió a su sitio.

    —Al menos ayer os lo pasasteis bien, ¿no?

    —¡Oh, desde luego! —sonrió la princesa, dando una palmadita en el aire —Arala me contó cosas interesantísimas.

    —Eres un encanto. Resulta que Aimée —Adri se anotó mentalmente el nombre de la princesa —ha empezado hace nada en la Escuela de Magia de Garina, pero la impaciencia de la juventud…

    —¿No deberías estar ahora ahí, en la Escuela? —preguntó el rastreador con la boca medio llena de un bocado de manzana.

    —¡Esos modales!

    Como respuesta, Adri le sacó la lengua con trocitos de la fruta, haciendo que Arala le diese un golpecito con un trapo mientras Aimée se reía suavemente.

    —Tenemos dos días libres a la semana, y resulta que son hoy y mañana. Una feliz coincidencia, así no pierdo clase.

    —Le he dicho ya que puede venir cuando quiera. Sólo tiene que comunicarse conmigo y desharé momentáneamente el hechizo de desorientación para que pueda acercarse —resolvió Arala, girándose justo al terminar hacia la puerta —. ¡Víctor! ¿Cómo estás, cielo? ¿Has dormido bien? Ven, ven, siéntate. ¿Te apetece un té?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No pudo evitar sonreír al ver a los dos príncipes jugando en el jardín con el perro lobo. Le tiraban palos y Cachorro ladraba animadamente antes de corretear, o les hacía perseguirles por la parcela de la casa entre risas. Eran, desde luego, dos críos sin preocupaciones serias. O al menos podían serlo en esos momentos.

    Se apartó de la ventana y atravesó el salón para volver a la cocina, donde Arala estaba preparando un guiso para la comida. Devolvió la sonrisa a modo de saludo y luego se puso tras ella, abrazándola por la espalda y besándole el cuello.

    —Oye, Ara… Antes, cuando la princesa… Aimée, cuando Aimée ha preguntado si éramos pareja, ¿por qué te has puesto tan cortante? —preguntó en voz baja.

    —¿Hmn? ¿Sí? —la bruja dejó el cucharón y suspiró, poniendo las manos sobre los antebrazos de Adri mientras se apoyaba en su pecho —Bueno, igual la idea me ha parecido descabellada.

    —Descabellada —repitió Adri despacito, como si no entendiese la palabra —. Yo creo que hacemos buena pareja. Al menos en la cama —añadió con una sonrisa torcida, metiendo rápidamente una mano bajo la falda de Arala para acariciar su entrepierna.

    La bruja soltó un suspiro de placer, pero al momento apretó los muslos con fuerza y le hizo sacar la mano de ahí, conteniendo una risa.

    —¿Ves? Por eso es una idea descabellada —dijo, dándole una palmadita para que la dejase seguir cocinando.

    —Yo sé que nunca he tenido muchas luces, pero ahora mismo me tienes totalmente perdido, Ara —reconoció Adrien.

    Se alejó un par de pasos y se sirvió un poco más de vino en su copa, mirando de reojo a Arala, quien terminó por resoplar y girarse a mirarle.

    —¿Recuerdas cuando me trajiste a esta casa? —Adrien asintió despacio, como con precaución —Estuvimos un par de semanas limpiando las hiedras y haciéndola hogareña. Y cuando estuvo lista para ser totalmente habitable, nos sentamos en la alfombra, frente al fuego, y bebimos… y entonces hubo una chispa y…

    —Nos dimos un buen revolcón —completó Adri con sencillez, pero se arrepintió cuando Arala enarcó una ceja con una media sonrisa.

    —Para mí fue más que eso, Adri. Fue mi primera vez y me encantó que fuese contigo. Porque me gustabas muchísimo —vio que el hombre iba a hablar, pero le hizo un gesto para que callase y cruzó los brazos bajo el pecho, apoyando la espalda en la encimera —. Pero luego te fuiste y estuve casi un mes sin saber de ti. Regresaste y pasamos otra vez la noche juntos, y al cabo de un tiempo te volviste a ir. Y así constantemente. Venías, pasábamos un buen rato, a veces ni siquiera un día entero, y luego te volvías a ir. Y me di cuenta no sólo de que tú no sentías lo mismo por mí, sino que yo tampoco lo sentía ya, porque para que ese… sentimiento se hubiese mantenido y hubiese crecido hasta ser auténtico amor, tú tendrías que haberte quedado más de cuatro días, pero no podías. No puedes quedarte tanto tiempo en un sitio, necesitas ir y pasear y hacer lo que quiera que sea que hagas. Y está bien, claro que está bien, pero supongo que tal vez se me quedó un poco de resquemor por ese «¿qué habría pasado si…?» —sacudió la cabeza y volvió a remover el caldero.

    —Pero… Arala, ¿por qué no me lo dijiste nunca? —consiguió decir Adri en casi un susurro tras varios segundos de asimilar la información en silencio.

    —¿Para qué? —se rio ella, una risa sincera y cristalina que, sin embargo, no evitó que Adri siguiese algo tenso —Valoro nuestra amistad por encima de todo, siempre lo he hecho. Y si te hubiese dicho en ese momento que me estaba enamorando de ti, supongo que te habrías asustado… incluso más que ahora. Qué cara tienes. Anda, bebe un par de tragos más y no le des más vueltas. ¿No te he dicho ya que no siento nada de eso a estas alturas? ¡Por la Gran Madre! Han pasado, ¿cuánto? ¿Cinco años?

    —No estoy… —suspiró, sacudió la cabeza y dejó la copa en la mesa, volviendo junto a ella —Si lo hubiese sabido, yo…

    —De verdad, Adri. Está todo bien —le sonrió, acariciándole una mejilla con suavidad y cierta dulzura —. Somos buenos amigos, ¿no? Y cuando vienes, si surge, pues nos acostamos. ¿Qué tiene de malo? ¿No es lo que te dedicas a hacer por todo el continente?

    —Pues sí, pero…

    —Ni peros ni nada. Anda, pásame ese frasco rojo —le guiñó un ojo a modo de agradecimiento y echó una cucharada de algún polvo rojo en el caldero, volviendo a remover —. Pero también te digo, Adri… Debes tener cuidado con ese chico.

    —¿El príncipe? —preguntó Adrien, cogiendo un trozo de pan. Se apoyó en la encimera, como Arala había hecho poco antes, y empezó a trocear el pan con los dedos para ir comiéndoselo —Ya sé que debo tenerle bien vigilado. ¡Es tan torpe! No sé cómo llegó hasta las Montañas Azules, si en los pocos días que hemos estado juntos casi se mata tres o cuatro veces…

    —No me refiero a eso —suspiró Arala, echando un pellizco de otra cosa al caldero. Adri no tenía ni idea de qué estaba haciendo, pero olía tan bien que ni le importaba —. Parece un chico… dulce. E impresionable. Y está claro que le pareces un hombre atractivo...

    —¿Qué? ¿Dices que crees que puede enamorarse de mí? —soltó un bufido que se vio seguido de una corta carcajada —¡Por favor! Me considera poco más que un bárbaro incivilizado. Claro, yo no he recibido una educación en palacio, y creo que no he cogido un tenedor en mi vida… ¿Para qué? Me apaño bien con el cuchillo y la cuchara. Lo que quiero decir —volvió al tema al escuchar a Arala reír —es que, vale, soy atractivo. Lo sé.

    —Viva la modestia.

    —Mujer, uno tiene que reconocer sus puntos fuertes. Soy alto, soy guapo, tengo una voz aterciopelada y una buena polla… ¡Eh! —se quejó cuando la bruja le pellizcó el costado, pero después se rio y volvió a abrazarla por la espalda —Pero no soy para nada lo que él seguramente quiera. Un príncipe puede encontrar interesantes los modales de un campesino un tiempo, pero seguramente se canse pronto de mí. Después de todo… —empezó a susurrar contra su cuello, deslizando las manos por su cintura, caderas y piernas hasta el final de la falda para ir levantándola mientras hablaba —No soy más que un bruto —volvió a apretarle la entrepierna con suavidad, haciendo que la bruja soltase un nuevo suspiro de placer que, esta vez, no se vio interrumpido —, un inculto —sonrió al volver a escuchar jadear —, un vagabundo —se abrió los pantalones y le agarró un pecho sobre la ropa, haciendo que se mordiese el labio —, un analfabeto…

    —¡Espera! —susurró ella con la voz algo agitada por el placer al notar la dureza de Adri contra sus caderas —¡Ellos…!

    Adri guardó silencio unos segundos, afinando el oído, pero al escuchar las risas amortiguadas y los ladridos, le mordió suavemente el cuello y le hizo abrir un poco las piernas.

    —¿Ves? Soy poco más que un animal —sonrió mientras se deslizaba en el ya húmedo interior de Arala.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Entonces el rey de los gnomos me liberó del hechizo de congelación, quedando como única prueba de la aventura este mechón blanco —terminó de hablar Adri, echándose el pelo hacia atrás con una mano. Sonriente, vio las caras de los príncipes, fascinados como un niño pequeño —. Y así es como aprendí que jamás hay que robar fruta del jardín de una bruja.

    —¡Es una historia increíble! —exclamó Aimée, maravillada, a lo que Arala soltó un resoplido divertido.

    —«Increíble» es la palabra clave aquí. ¡Eso no ocurrió jamás!

    —¿Ah, no? ¿Cómo estás tan segura? Tú no estabas ahí —dijo Adri conteniendo la risa.

    —Porque cada vez que alguien te pregunta por tu mechón blanco te sacas de la manga una historia distinta —respondió la bruja con una sonrisa en la cara.

    —¿En serio? Creo que eso demuestra inventiva.

    —Lo que demuestra es que tiene un morro que se lo pisa. Pero, claro, si no difícilmente iba a ganarse la vida.

    —¡Eh! ¡Que yo soy muy bueno en lo que hago!

    —¿Y qué haces, exactamente? Además de venir a robarme comida y exigir que te arregle cosas y cure heridas.

    Adri hizo algunos vagos sonidos de protesta, moviendo la mano en un gesto indeterminado, lo que hizo que tanto la bruja como los príncipes se riesen. El rastreador sonrió y cogió el trozo de pan que le había sobrado, tirándoselo al lobo, quien lo atrapó en el aire y se tumbó para mordisquearlo con calma en el suelo.

    Aimée terminó por palmearse los muslos antes de ponerse en pie.

    —Ha sido realmente muy agradable, pero creo que es mejor que me vaya.

    —Oh, querida… —Arala se puso en pie también y se acercó para darle un abracito —Nos mantendremos en contacto.

    —¡Por supuesto! —dijo la princesa alegremente, girándose luego a su hermano para darle también un fuerte abrazo —Voy a aprovechar que aún me queda un día libre para ir a ver a Padre, ¡le daré recuerdos de tu parte!

    —Es bonito ver que tenéis una relación buena con vuestro padre —asintió Arala.

    —La verdad es que estamos muy unidos… Y eso hace que me preocupe un poco. ¡Me han dicho que hay un dragón en la corte! Tengo que verlo con mis propios ojos y comprobar que Padre esté bien.

    —Espera… —Arala puso cara de sorpresa y le dio un codacito a Adri para que le siguiese el juego —¿Vuestro padre está en la corte? ¡Creía que…!

    —¡Oh, no! —exclamó Adrien en un tono claramente falso. Nunca se le había dado bien fingir, pero no parecía importar mucho, viendo la cara del muchacho —¡Sois los príncipes de Acier! ¡No puedo creerlo!

    —¡Y nosotros hablándoos como si fueseis tan campesinos como nosotros! —siguió dramatizando Arala.

    —¡Maèl! —dijo ahora Aimée —¡Cuánto lo siento! ¡Qué error más terrible, he descubierto tu cuidadosa mentira! ¡Por favor, perdóname!

    Adri se llevó una mano a la cintura y carraspeó contra la otra.

    —Bueno, eso no cambia nada. Creo que… podemos mantener lo que hemos hablado antes. Ahora entiendo mucho mejor la insistencia de Aimée… ¡Digo, de la princesa! En procurarte… Procuraros un buen acompañante que os cuide las espaldas… ¿Majestad? —miró a Arala y cuando esta asintió, hizo una reverencia hacia Maèl. O lo que él consideraba un reverencia, se inclinó teatralmente hacia adelante.

    —¡Tenéis que guardar el secreto! —dijo rápidamente Aimée —Tratarnos como si fuésemos gente normal como vosotros.

    —Yo no sé si Adri es muy normal que se diga —Arala contuvo una risa mientras Adri se guardaba la queja —, pero lo intentaremos.

    —Contáis con el más sincero agradecimiento de la corona de Acier —Aimée miró a su hermano como pensando en algo y luego volvió a mirar a Adri, quien se estaba alisando la ropa con la mano —. Huelga decir que podremos financiar el viaje.

    —¿Ah? Nah, no necesito dinero —se encogió de hombros —. Si queréis que esto sea secreto, habrá que mantener un perfil bajo. ¿Entendido, principito? Nada de pagar en oro ni joyas, nada de lujos absurdos. Seremos gente vulgar y corriente, haciendo algún trabajito de pueblo en pueblo a cambio de comida, o como mucho pagando con monedas de cobre. Así he vivido siempre y así tendrás que vivir tú también.

    —Qué rápido se ha salido de la charada —le susurró Aimée a Arala mientras Adri iba exponiendo sus condiciones —. De verdad, muchas gracias por esto.

    —Un placer —le sonrió Arala, guiñándole un ojo.

    ❇☾ El elfo ☽❇


    Odiaba a Ghilanna. Daba igual cuántas veces lo pensase, parecía que el sentimiento sólo iba a más cuando la veía o, peor aún, la oía. Miró al aún dormido Corr y, acariciando su pelo con suavidad, soltó un suspiro y frunció el ceño. Si él no le hubiese pedido que mantuviese las formas, ahora esa puñetera solar estaría sirviendo como abono en el bosque.

    —Así al menos tendría una cierta utilidad —murmuró, mirando a Charlotte —. ¿No crees que tengo razón, Charlie? Debemos pensar algo para acabar con ella.

    Sonrió cuando Charlotte subió a sus hombros de un salto, haciendo esos extraños gorjeos de zorro mientras frotaba mejilla contra mejilla, pidiendo unos mimos que no tardaron en llegar de parte de la mano de Niko que no seguía enredando entre los cabellos de Corr.

    No detuvo las caricias ni hacia una ni hacia el otro cuando vio al humano empezar a abrir los ojos. Le sonrió y le dio los buenos días en voz baja, tirando suavemente de un mechón de pelo cuando Corr intentó remolonear enterrando la cara en su vientre.

    —La solar sigue empeñada en tener hijos contigo, así que yo por si acaso no comería lo que sea que esté preparando en la cocina. ¿Quieres que te traiga alguna naranja del bosque? Creo que sobra un poco de carne de ayer…

    No impidió que se incorporase, tampoco que Charlotte pasase de su hombro al pecho de Corr. Sintió el frío allí donde su amigo había estado tanto rato y se estremeció ligeramente antes de bostezar contra la mano y ponerse en pie.

    —Ah… Esta noche habrá luna llena, así que tengo que volver sí o sí para oficiar la ceremonia. ¿Por qué no os venís Charlie y tú? —sonrió cuando, al acariciar el morro de la royalet, esta le mordisqueó los dedos de forma juguetona —Sabes que siempre eres bienvenido, y así podrás alejarte un poco de…

    —¿Por qué a ti no te muerde con fuerza? —se quejó Ghilanna entrando en el comedor con una bandeja —¡Yo soy muchísimo más agradable que tú!

    —Será que Charlotte tiene buen gusto con los elfos.

    —¡Hmph! —Ghilanna dejó la bandeja en la mesa con cierta fuerza y cruzó los brazos bajo el pecho, cuidando que así se acentuase su escote, un espectáculo claramente dirigido a Corr —He oído que vais a ir a un pueblo lunar para una ceremonia.

    —Ajá.

    —Quiero ir.

    —Ni en broma.

    —¡Pero! —la solar estuvo a punto de dar una patada al suelo, pero se contuvo. Eso no sería atractivo de cara al futuro padre de sus hijos —Me interesa enormemente estudiar a los lunares. No puedo ni imaginar lo exótica que será esa celebración de salvajes. ¡Tengo que ir!

    Niko abrió la boca para negarse de nuevo, pero entonces simplemente relajó el cuerpo y sonrió a Ghilanna de una forma tan aterciopelada que debería haber disparado todas las alarmas de la solar. Era como recibir la sonrisa de un tiburón.

    —¿Sabes qué? Sí, tienes que venir.

    —¡Perfecto! Ahora, humano, come esto. ¡Lo he preparado especialmente para ti, ya verás lo fértil que te va a hacer!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Ghilanna no estaba muy segura de qué debía esperar de un poblado de lunares renovados. Igual se había imaginado cuatro casas mal puestas, tres vacas y una cerca con cabezas clavadas en picas, algo salvaje y sangriento.

    Lo que encontró, sin embargo, fue una muralla de piedra con vigilantes en las puertas y paseando por un corredor superior, y una vez entró —los guardias pusieron problemas, pero Niko los convenció con decir que iba con él— vio una pequeña ciudad bien organizada en calles y manzanas.

    Todo quedaba armonizado con el terreno, de tal forma que, por ejemplo, una colina fértil que había dentro de la muralla se había convertido en una zona de cultivo por terrazas, y del río que atravesaba el poblado salían canales que irrigaban el agua por toda la ciudad.

    Lo que más la sorprendió, sin embargo, fue que los edificios no eran altos. La arquitectura solar era estilizada, ágil, buscaba elevarse hacia el cielo ocupando el menor espacio posible en el suelo, pero las construcciones que veía ahí eran bajas, con uno o dos pisos, al menos en superficie, y se organizaban en torno a las vías principales, que no estaban adoquinadas.

    En el centro había una gran plaza cuyo suelo sí estaba cubierto con grandes lascas de piedra, y en el centro de dicha plaza se alzaba un gran árbol, muy antiguo a juzgar por su grosor y altura. Ahí se situaba el templo, edificación de la que el árbol parecía formar parte, y a un lado había una villa algo más grande que las otras construcciones; esta era la residencia real.

    —¿Cómo os ganáis la vida? —preguntó Ghilanna mientras seguía con los ojos a una madre con dos niños que salían de una vivienda. La familia miró con una mezcla de sorpresa y desagrado a la solar y después con cierto reproche a Niko, pero avanzaron sin decir nada.

    —Somos autosuficientes. En esos huertos se cultiva lo necesario para alimentar al pueblo. Los animales se cazan por los alrededores, hay una herrería, un torno de alfarero...

    —¿Y no comerciáis?

    Niko sonrió. Definitivamente, aquella no era una sonrisa que escondiese buenas intenciones, pero cuando Corr le había preguntado qué andaba tramando, Niko simplemente le había guiñado un ojo con una risita baja.

    —A veces llevamos productos a Acier o con otros pueblos que hay por Lanu Kah.

    —Oh… Otra pregunta —Ghilanna dio un par de saltitos para ponerse al lado de Niko, quien tuvo que contener el gesto de profundo desagrado —. Pensaba que los lunares vivíais de noche, pero aún es de día y hay mucha gente por la calle. ¿A qué se debe esto?

    Niko esta vez tuvo que respirar hondo muy lentamente antes de responder.

    —Vivimos entre el día y la noche. Dormimos de forma discontinua, pero el periodo más largo suele ser al mediodía, cuando el sol es más fuerte. No nos morimos si nos da el sol, sólo debemos protegernos —dijo, dando un par de golpecitos en la moldura de las gafas oscuras que llevaba.

    —Pero eso de dormir a saltos… No parece muy agradable.

    —Mira, sois vosotros los que habéis adoptado de los humanos la costumbre de dormir sólo por la noche y vivir de día. Nosotros nos adaptamos a otros ritmos. Si tenemos sueño, dormimos un poco. No necesitamos cierto tiempo de corrido para descansar.

    —Como los animales —afirmó la solar con un asentimiento decidido.

    Si las miradas matasen, Ghilanna habría caído fulminada en esos momentos, pero la elfa no se dio cuenta y Niko tuvo que conformarse simplemente con sujetar con fuerza la empuñadura de su daga, respirar hondo y seguir caminando.

    Era cierto que había gente por la calle. La mayoría se cubrían con gafas como las de Niko, aunque otros simplemente llevaban sombreros de ala ancha. Como fuese, todos se giraban a saludar al príncipe con un cabeceo y a la solar con un gesto de asco y confusión. Ghilanna no era bien recibida por nadie, pero si iba al lado del marido de Makra… ¿Qué iban a decir ellos al respecto?

    Subieron las escaleras de acceso que llevaban al interior de la residencia real y Niko los guio a una sala donde Makra bebía vino dulce mientras atendía a una lunar vestida con armadura que acababa de llegar de un viaje, a juzgar por su capa y las botas llenas de polvo.

    La desconocida inició un saludo al ver llegar al príncipe, pero se quedó a medias cuando Ghilanna asomó con absoluta falta de decoro, mirando la decoración interior de aquel sitio. No había grandes pinturas ni tapices, sólo paredes que mostraban la veta natural de la piedra y la madera y puertas conformadas por pesadas cortinas donde sí había algunas representaciones, sobre todo de estrellas y la luna.

    —¡Una solar! —exclamó la guerrera recién llegada.

    Makra, que estaba de espaldas a ellos, soltó un larguísimo suspiro y se puso en pie, girándose a mirar el espectáculo.

    —Nari’ob, este es mi esposo, Nikol’ka —Niko, ya con las gafas colgando del cuello, hizo una breve reverencia —. El humano es su… amigo, novio, no sé muy bien —se rio un poco al ver cómo la cara de Corr se teñía de rojo —. Y estoy segura de que hay una buena explicación para que haya una solar en mi casa.

    —La he invitado a la ceremonia de esta noche —respondió Niko con calma, acercándose ahora a Nari’ob, quien irguió la cabeza, quizá para mostrar que era más alta que Niko, quizá preparándose para atacar física o verbalmente —. A usted también la invito, Nari’ob. Estará cansada tras el viaje.

    —¿Por qué has invitado a una solar a una ceremonia lunar, esposo? —preguntó Makra, pellizcándose el puente de la nariz como si aquella conversación le estuviese produciendo dolor de cabeza.

    —Oh, ya lo verás —sonrió Niko, tomando una mano de su esposa para besarle los nudillos —. No te preocupes, esposa, valdrá la pena.

    —Más te vale.

    Makra miró con desdén a Ghilanna, quien empezó a organizar una frase de protesta que no llegó a decir cuando Niko le dio un codazo en el estómago, obligándola a inclinarse sobre sí misma, sin aliento. La princesa, por otra parte, le hizo un gesto a Nari’ob, señalándole otra puerta de la estancia.

    —Sígueme, querida, te llevaré yo misma a tu habitación. Ahora mandaré que te preparen un baño y ropa limpia. Esposo —se detuvo en la puerta, girándose apenas para mirar a Niko por sobre su hombro desnudo (vestía una túnica ceñida justo sobre el pecho y anudada por dos únicas cintas tras el cuello, a modo de pareo) —, luego hablaré contigo.

    —Estaré en el jardín.

    —¡Qué gente más desagradable! —se quejó Ghilanna cuando recuperó por fin la voz, todavía masajeándose el vientre.

    —No tanto como tú —graznó Niko, mirando ahora a Corr —. Debes tener hambre. Ven, nos servirán algo en el jardín.

    —Yo quiero…

    —A nadie le importa lo que quieras, solar.

    —¡Humano, dile algo!

    Como respuesta, Niko le sacó la lengua y tomó la mano de Corr para guiarle al jardín, aunque el hombre seguramente conocería bien el camino.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Niko, sentado frente a un espejo circular, observaba su maquillaje mientras se limpiaba las manos. Líneas azules y blancas surcaban su rostro, cuello y clavícula, aunque bajo la túnica blanca que llevaba —un gran rectángulo de tela ceñido a la cintura y con aperturas para los brazos— se podía adivinar que los signos bajaban un poco por su pecho.

    Sonrió al ver a través del espejo cómo las cortinas que cerraban su habitación se abrían para dar paso a Corr. Se giró y la sonrisa se convirtió en un ceño fruncido cuando, tras él, vio a Ghilanna, pero tras poner los ojos en blanco se levantó e invitó al humano a sentarse en un taburete bien acolchado.

    —La verdad es que esta ropa es cómoda —reconoció Ghilanna, mirándose en un espejo.

    Llevaban los dos rubios túnicas, aunque eran distintas, y si la de Corr tenía mangas y un cinturón doble, la de Ghilanna era un trozo de tela unido a la altura de los hombros por dos broches y con una apertura para las piernas.

    Ignorando a Ghilanna, Niko peinó a Corr con los dedos con cierta dulzura y luego se puso de rodillas en un escabel frente a él, quedando a la misma altura que el humano. Cogió de la coqueta un frasquito lleno de un líquido dorado y mojó un índice para empezar a dibujar sobre la piel de Corr.

    —¿Y esa pintura?

    —Es para la ceremonia —contestó Niko con tono de molestia. Estaba claro que consideraba aquello algo digno de silencio y contemplación.

    Ghilanna se acercó a la coqueta y vio varios frascos más con distintos colores.

    —Yo también quiero la pintura dorada —dijo tras evaluar las tonalidades disponibles. Ninguna le había convencido —. Soy una solar, el oro es nuestro color.

    —No, la pintura dorada es sólo para Corr y para Nari’ob.

    —¿Y eso por qué? —se quejó Ghilanna cruzando los brazos con el ceño fruncido.

    Niko apretó los labios y sacudió la cabeza, continuando su tarea de dibujar líneas y círculos. Lo hacía con cuidado, midiendo cada gesto para que las líneas no quedasen ni muy gruesas ni muy finas y estuviesen en su sitio.

    —Cada color tiene un significado. La pintura plateada es para las mujeres nobles, la blanca es para las sacerdotisas, el azul para los Kurlah —se señaló la cara, donde había pintura blanca y azul —, el rojo para la clase guerrera, el negro para los trabajadores y el dorado para los invitados.

    —¡Yo soy una invitada! —volvió a quejarse.

    —Para ti tengo otro color. Ahora, por favor, cállate y déjame terminar.

    Ghilanna gruñó por lo bajo, pero decidió dedicarse a cotillear mientras Niko dejaba caricias doradas ahora bajo la clavícula de Corr. Le miró entonces a los ojos y suspiró, sintiéndose muy tentado de besarse. Era algo fácil, sólo tenía que acercarse un poquito más…

    Le tomó el mentón con cuidado de no arruinar su obra y le hizo entreabrir la boca, pero no le besó, simplemente pintó de dorado su labio superior y dibujó una línea recta en el centro del inferior que bajaba hasta la barbilla. Dando el maquillaje por terminado, le acarició el pelo con la mano limpia y se puso en pie para quitarse los restos de pintura.

    —¿Quieres que te pinte o no? —le preguntó a Ghilanna, que parecía ahora tan concentrada en un jarrón.

    —¡Pues claro que quiero! Si voy a asistir a esta dichosa ceremonia bárbara, quiero ser parte de ella como cualquier otro asistente.

    —Entonces siéntate y cállate.

    Niko cogió un platito vacío y vertió cuidadosas cantidades de azul y dorado. Lo mezcló directamente con los dedos hasta conseguir un verde brillante y se giró entonces a Ghilanna. Le indicó cerrar los ojos y le pasó entonces el pulgar varias veces por la zona de los ojos, creando una ancha franja verde que iba de sien a sien y de las cejas a media nariz.

    —¿Ya está? —inquirió ella cuando vio al príncipe sacerdote lavarse las manos.

    —Ya está —asintió él mientras Ghilanna se levantaba para mirarse en el espejo.

    —¿Qué significa el verde?

    —No significa nada —Niko la miró con absoluto desinterés mientras se colocaba unos brazaletes de bronce con adornos en plata —. Exactamente igual que tú.

    Dicho esto, mientras Ghilanna simplemente le miraba boquiabierta, se giró a Corr y le sonrió, haciéndole un gesto para que saliese de la habitación. Cogió una última tela y metió en su cinto un puñal. Una vez en la puerta, miró otra vez a la solar.

    —¿Vienes o qué?

    —A todo esto —dijo Ghilanna, recuperando los restos de su dignidad —, ¿a qué ha venido esa tal Nari’ob?

    Niko vio que Corr le hacía la misma pregunta con los ojos, así que se colgó del brazo de su amigo y respondió hablándole a él.

    —La noticia de un dragón en Acier se ha propagado como la pólvora y varias reinas de Lanu Kah van a enviar delegaciones para presentarle sus respetos. Makra y yo iremos pronto. ¿Quieres que le dé algún recado a tu hermano de tu parte? —bromeó, pellizcándole el trasero a Corr juguetonamente.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Makra, con su maquillaje plateado, azul y rojo, se alzaba alta y hermosa junto a Nari’ob, pintada de rojo y dorado. A su lado estaba su madre, la reina, la única persona sentada en toda la plaza. La habían acomodado en una silla con mullidos cojines y se erguía perfectamente peinada con las manos sobre el pomo de su bastón.

    Desde su privilegiado lugar podían ver perfectamente el templo, donde algunas sacerdotisas ya estaban colocadas. Niko fue el último en llegar, acompañado de un ligero revuelo en el público debido a lo pronto que iba a iniciar la ceremonia. La luna brillaba en el cielo, pero le faltaba aún un poco para llegar a su cénit y eso era algo que Niko debía haber notado. Aun así, estaba ya situado tras el altar, con su velo cayendo sobre su cabeza y hombros, y todo parecía indicar que no iba a esperar a la luna.

    —¿Qué hace ahora tu esposo, Makra? —gruñó la reina en voz baja.

    —Ojalá lo supiera, Madre —murmuró la princesa —, pero creo que tiene que ver con esa solar que se ha traído.

    La reina sólo soltó un nuevo gruñido antes de volver a su perfecta postura. Niko, desde el atrio, había empezado a hablar utilizando la lengua de los elfos, no la de los humanos, con una cadencia lenta que hacía parecer que estuviese contando un cuento a los niños y no saludando a su gente.

    Llamó entonces a Ghilanna, diciendo que era una invitada muy especial. Makra frunció una ceja y enarcó la otra, y giró la cabeza para buscar al humano. Al localizar a Corr, vio que tenía la misma cara de incomprensión que todos los demás, así que volvió a mirar a Niko.

    La tradición… —habló Niko con una sonrisa calmada, teniendo a Ghilanna a su lado sin saber si sentirse incómoda o halagada —La tradición es aquello que mantiene nuestra identidad. La tradición nos dicta nuestras ceremonias y todo su aparato, también nuestro linaje, nuestra cultura… Somos hijos de la tradición, y por ello hoy, en esta luna llena, he decidido recuperar una de nuestras más viejas y olvidadas tradiciones —con un rápido gesto, agarró el cabello de Ghilanna y tiró de ella para tumbarla sobre el altar, alzando la otra mano, donde sujetaba su daga.

    Hubo un murmullo divertido en toda la plaza entre los gritos de terror de Ghilanna. Los propios lunares no estaban seguros de si Niko iba en serio o en broma; sabían que había vivido con arcaicos y que tenía ideas a veces demasiado duras, pero no creían que fuese a sacrificar a esa solar.

    ¿No?

    —¡Por favor! ¡Por favor, no! —lloraba Ghilanna con auténtico espanto, viendo cómo la luz de la luna y de las antorchas hacía brillar el metal de aquella daga que acariciaba su piel, deslizándose entre sus pechos.

    —Esposo —habló Makra sin alzar demasiado la voz. No hacía falta, no con el oído que tenían los lunares.

    Niko se detuvo entonces, soltó una carcajada y liberó a Ghilanna, quien cayó al suelo, llorando y alejándose a gatas del sacerdote.

    —Jamás le ofrecería la vulgar sangre de una solar a nuestra Madre Luna —proclamó, haciendo que todo el pueblo se riese —. Quizá nuestra amada reina podría ser un sacrificio más digno.

    —¡Hoy no es el día en el que acabarás conmigo, Nikol’ka! —dijo la reina.

    —¡Ah! Bueno, seguiré intentándolo —sonrió Niko, redoblando las risas del pueblo.

    Makra sacudió la cabeza con un largo suspiro mientras la reina soltaba una risa breve y áspera, pero sincera. Niko miró al cielo, vio que la luna se acercaba a su posición y llamó a la calma para comenzar la auténtica ceremonia.

    Al terminar el ritual, inició la celebración. La música sonaba alegre y rítmica, había comida y bebida, risas y baile. Niko, todavía con su velo y manchado del vino que derramaban en lugar de la sangre que se sacrificaba en tiempos remotos, se acercó a Corr con dos copas y una gran sonrisa.

    —¿La has mandado a dormir? —preguntó al no ver a Ghilanna con él —Mejor, así no nos aguará la fiesta —dio un sorbo a la bebida, un licor dulce y algo fuerte que, en el caso de Corr, había rebajado con zumo de frutas, y se rio al ver la cara que le ponía —. ¿Qué? Sí, sí, ya sé que es una quejica, pero… No me dirás que no se lo tiene merecido. ¡Quiere tener hijos contigo para hacer experimentos! ¿Qué clase de…? Me parece terrible hasta para un solar —dio otro trago y negó —. No, borra eso. La verdad es que es justamente lo que cabe esperar de un solar. Morgiana era una entre un millón, de verdad te lo digo. Pero bueno, ya está. Ven conmigo, Corr, vamos a bailar un rato —propuso, tomándole la mano y moviéndose junto a él al ritmo de la música.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Llevaba un rato en el fino límite entre estar despierto y dormido. De vez en cuando abría un poco los ojos, pero se le cerraban y no estaba seguro de si era totalmente consciente del tiempo que ocurría hasta que los volvía a abrir. De todas formas era aquel un duermevela agradable. Estaba cómodo, en su cama, y tenía para protegerse del frío de ese inicio de invierno una gruesa manta y el calor que emitía el cuerpo de Corr.

    Las fiestas de los lunares eran largas y muy animadas, por lo que el día siguiente era lento y silencioso, con una paulatina vuelta a las actividades normales. Por eso nadie se iba a quejar si a alguno se le pegaban las sábanas hasta media tarde, era, de hecho, algo más que probable.

    Aun así, Niko se decidió a espabilarse de una vez. Abrió los ojos y se incorporó en la cama, mirando a su amigo todavía dormido. Aunque le había rebajado el alcohol, había terminado pegándole, y los dos, ya borrachos, habían terminado por caer rendidos en la cama de Niko, medio enredados sus brazos y piernas en un abrazo torpe y poco premeditado.

    Le acarició el pelo, sonriendo al ver manchas doradas por toda su cara y por la ropa y la sábana, y terminó por inclinarse para dejar un suave beso en sus labios. Al separarse, escuchó a Corr murmurar su nombre y sintió su corazón encogerse. Le miró, comprobando que seguía totalmente dormido, y le besó la frente antes de levantarse.

    Se asearía, se vestiría e iría a dar un paseo para terminar de despejarse. O… también podía volver a la cama y acurrucarse un poco más junto a Corr.

    Se mordió el labio, tentado por esta segunda opción, pero terminó por sacudir la cabeza y dejarle dormir tranquilo. No, era mejor así.
     
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    La historia de Étienne.
    La Corte de Acier no era una corte al uso, es decir, sus miembros gozaban de privilegios tales como compartir la mesa con el rey en las comidas, si así lo deseaban, o incluso alojarse en el castillo por razones que justificaran el traslado de vivienda. Lo, digamos, extraño de esta corte es que no la formaban mercaderes con ínfulas de grandeza ni aristócratas de interminables títulos que presumían de tener la sangre más azul que la de cualquier Faure-Demont... no, los que formaban la Corte eran personas que se habían ganado la confianza del rey por algún que otro motivo. Por ejemplo, Drenia, cuyo conocimiento de la magia le convertía en dueño de las opiniones más diversas sobre escuelas y hechizos; o la la mariscal del ejército real de Acier, además de varios militares que debían ganarse el favor no de Étienne, sino de la misma mariscal (lo que era mucho más complicado dado su carácter forjado en la guerra).

    Pero no sólo tenía hueco en la Corte la gente de Acier con talentos extraordinarios, ya fuera con la espada o la magia, sino también la misma Acier en forma de asientos rotativos, eligiendo el pueblo a sus representantes. Era esto último lo que convertía la Corte en una de lo más variopinta, mezclándose, por ejemplo, ganaderos con brujas, o brutos mineros con ratones de biblioteca.

    Estos asientos estaban reservados a cada gremio, Étienne nunca consideró justo que llegaran a sus oídos los problemas de una misma familia, y él mismo decidió el valor transitorio de aquellos asientos, con el único fin de poder escuchar a todo el reino. Esta medida le hizo ganar simpatías en ciertos grupos, pero el resentimiento de otros, que vieron peligrar sus puestos junto al Rey.

    Dado que todos los asientos rotaban (los únicos que se libraran de esto eran los dedicados a la magia y al ejército, por no haber nadie en Acier que pudiera sustituir a brujos o militares), el número de representantes variaba casi cada año. Y se presentaba un grupo de personas pidiendo el apoyo del reino, prometiendo mil cosas a cambio de sus favores para acabar en la Corte junto al Rey. Cómo conseguía cada grupo a su representante, o qué hacían a cambio de su candidatura, era algo que Étienne prefería no saber.

    El caso es que, actualmente y obviando al rey, la Corte estaba formada por: Drenia, en representación de la magia norcana traída al reino por Lux; Tilda de Cattalis, representando lo que ella llamaba «la magia auténtica» acompañada de la mismísima princesa de Acier; Lara Reverdin, mariscal del ejército (con cinco asientos reservados a sus militares de mayor confianza); Nina de Pierre, que llevaba años siendo la cara visible de los mineros; los hermanos Loup, uno representaba los intereses de los ganaderos y el otro a los agricultores; la señora Violaine Arceneaux, que a sus casi ochenta años ardía de furia si alguien ignoraba las opiniones de niños o ancianos; el joven Côme Vaillancourt, que se estrenaba este año jurando dar voz a todo el gremio de artesanos y comerciantes; y Marinette Rapace, que llevaba ya tres años dando fuerza al arte por todo el reino, no era raro verla bailoteando por los pasillos de palacio al ritmo que se formaba sólo en su cabeza.



    Esta breve explicación sobre las personas más cercanas al rey sirve, también, para hablar de Tilda de Cattalis, siempre reacia a cualquier propuesta que viniera por parte de Drenia. A diferencia de él, Tilda nació con los ojos reglamentarios a una bruja y con el don de la magia bajo el brazo. No fue ninguna sorpresa que, hace casi un siglo, se convirtiera en la alumna más aventajada de Garina (que ya entonces estaba considerada el epicentro de toda educación mágica). Decidió acompañar a Cézanne en los primeros pasos de ese reino tan joven que surgía a los pies de una golem. No iba a negar lo interesante que le parecía aquel hombre, a la vez compañero de una golem y un dragón.

    Ella también le acompañó, guió y aconsejó durante todo su reinado, pero toda la simpatía que sentía por ese hombre desapareció con su hijo. Lux era un hombre perverso, con intenciones ocultas que no pasaban desapercibidas a los ojos de una bruja.
    Le dio una oportunidad por la memoria de Cézanne, porque costaba creer que de un rey tan honesto hubiera surgido uno tan problemático, cegado por la avaricia y las ideas del brujo equivocado: Drenia.

    Tilda decidió marcharse, y aunque hubiera preferido quedarse le fue imposible cuando el propio Lux la desterró, tachándola de traidora a la corona, ¡a ella, que tanto había ayudado en la fundación de Acier!

    El resentimiento le duró años, pero curioso es el paso del tiempo para los seres mágicos. Un año, diez, veinte... todo pasa con la misma rapidez en un cuerpo que no envejece (realmente, sí lo hace pero Tilda lo disimula con encantos y pociones). Cuando se quiso dar cuenta, no sólo Lux había muerto, sino que había dejado descendencia. Tardó un poco en digerir las noticias y preparar sus bártulos para una nueva aventura en Acier.
    Se había mentalizado para encontrar en Étienne una copia de su padre, pero le encontró mucho más parecido a Cézanne que el propio Lux. No tuvo ningún reparo en ayudarle con sus consejos, viendo en él a un hombre abierto a la magia arcana, o quizá curioso por ella, pero nunca obesionado como lo estuvo Lux.

    Claro que la cosa cambió cuando perdió a su madre y a su reina, pero allí estaba Tilda para impedir que la corona se desplomara. Forzó a Étienne a serenarse e implicarse por completo en sus hijos, cosa que le ayudó a mejorar, aunque fuera poco a poco.

    El paso de los años demostró que aquella decisión había sido todo un acierto. Y aunque Étienne no se parecía mucho al Étienne que recordaba al llegar al reino (tan entusiasmado por continuar con el legado de su abuelo), sí había conseguido brindar la mejor educación a príncipe y princesa, educarse él mismo mediante los libros y poco, muy poco a poco, recuperar aquella curiosidad que Tilda tanto recordaba en él.

    La llegada del dragón al reino, lo que confirmaba sus teorías sobre la capacidad de Étienne como monarca, pilló a Tilda fuera de Acier. Los mejores ingredientes a las pociones no se conseguían en un mercadillo de humanos. Si se enteraba siempre de todo era por su refinada red de espías, formada por gatos. Nadie sabía si se trataba del mismo gato clonado un sinfín de veces, o muchos gatos distintos. Una vez Amélie llegó a contar cincuenta y cuatro gatos en una misma estancia, pero al volver a contar el número se redujo drásticamente a doce. Puesto que a la doncella le daba igual acariciar a un gato que a cientos de ellos, no insistió con el tema, convirtiéndose los gatos que acompañaban a la bruja en un tema recurrente en las conversaciones de toda Acier.



    Volviendo al presente, el primer gato surgió de la nada en una de las zonas del jardín, donde encontraría a Guardián y Brigitte jugando juntos (a lo que ayudaba que fueran del mismo tamaño), y a Étienne leyendo bastante tranquilo en el banco de piedra más cercano.
    Un segundo gato apareció justo a su lado, y maulló para llamar su atención. No funcionó y un tercer gato saltó sobre la cabeza del rey, que suspiró apartando el libro, descubriendo un cuarto gato sobre su regazo.

    —Magnífico día para la lectura, Majestad —Tilda le saludó con una pequeña reverencia—. ¿Ha pensado en la disparatada propuesta de Drenia? —Étienne había aprendido con los años a no preguntar cómo se enteraba siempre de todo—. Ese dragón conoció a su abuelo, y yo misma puedo dar fe de su carácter. No os hará ningún daño, os lo garantizo.

    —Lo sé bien, Tilda —acarició la panza del gato que seguía en sus muslos y al escucharle ronronear supo que la bruja estaría sonriendo—. Confío en Guardián, no le veo capaz de mentir. Tiene el mismo sentido de la honestidad que Maèl, lo cual —resopló— me preocupa, al venir unido de cierta... um.

    —¿Ingenuidad?

    —Estupidez.

    —Majestad —Tilda se echó a reír negando con la cabeza—. Bien, por lo menos celebraré que se ha ganado su simpatía, pero, ¿por qué le llama Guardián? No es su nombre —Étienne ladeó la cabeza y a la bruja se le hizo difícil no volver a reír—. Grégoire fue el nombre que le dio su abuelo. Y al dragón pareció gustarle.

    —Grégoire —repitió con un aire pensativo, estaba seguro de haber leído ese nombre alguna vez, quizás en los diarios de su abuelo, ¿o en algún otro sitio?



    Fue un reencuentro de lo más interesante, por buscar un adjetivo capaz de describir aquel abrazo. La bruja llamó al dragón por su nombre, y se echó a correr hacia ella para abrazarla, pero al ser de un tamaño bastante grande llegó a espachurrarla. Así que Tilda se escabulló de sus garras para acabar de nuevo en el suelo y pedirle que cambiara de tamaño, y acabó Grégoire del tamaño de un gato, casi enroscándose alrededor de su cuello y con serias dificultades para no caer por el escote del vestido que llevaba.

    —¡Ha pasado tanto tiempo! —Tilda le cogió en sus manos y le llenó la cabeza de besos, soltando el dragón una serie de sonidos que a Étienne y Amélie (testigos del encuentro en el jardín) les hicieron creer que se había convertido en un gato—. Me alegra verte bien, de verdad. Ya sabes de las —carraspeó bajando la voz— purgas que mandó Lux. Me temí lo peor, amigo —dijo esto en lengua antigua, incomprensible para el oído humano. Sonrió y volvió a abrazarle—. Me alegro tanto de verte.

    —Señora de Cattalis —interrumpió Amélie alzando un poco la voz—. ¿Querrá el té con azúcar o con miel?

    —Con dos cucharadas de miel, por favor —contestó sentándose junto a Étienne en el banco. Cómo aparecía y desaparecía ocupando el lugar de sus gatos era algo que a muchos todavía sorprendía—. ¿Tenemos novedades del príncipe, Majestad?

    —No desde su última carta —respondió cogiendo su taza, más bien, apartándola de la mesa por donde gateaba un diminutivo dragón para llegar al chocolate servido para él.

    —Presiento que tendremos novedades muy pronto, me lo dicen los gatos.

    —Qué divertido tiene que ser hablar con los gatos —comentó Amélie, se sorprendió cuando Étienne le señaló un pequeño banco que se formó a las órdenes de la bruja—. ¿Puedo sentarme...? —se sentó intentando por todos los medios no arrugar sus faldas—. Majestad, ¿me permitís un comentario personal? —siguió hablando al verle asentir—. Antes de llegar aquí os creía una especie de tirano, ya sabéis lo que se decía de la servidumbre de vuestro padre. No eran buenas historias —apretó tanto los labios como los puños contra la tela—. Es un gran alivio que ya no se oiga nada así.

    —Pequeña —Tilda le sonrió—, todos hemos cometido el error de comparar a un Faure-Demont con otro. Y resulta que son todos parecidos, pero bien diferentes.

    —Umh, ¿algo así como sus gatos?

    —Exacto, como mis gatos. De hecho, Majestad, creo que usted sería un gato muy elegante, con esa mirada inteligente que sólo tienen los gatos.

    —Ni se te ocurra convertirme en gato.

    —Lástima, pero eh —le dio un codazo a Amélie, relajando el ambiente cuando empezó a reír—, había que intentarlo, ¿no?

    Fue Brigitte la primera en alzar la cabeza, y se echó a volar para saludar a Aimée, que aterrizó muy pronto en el jardín a lomos de su pegaso.
    Para el anochecer Aimée se sumaba a la lista, cada vez más larga, de personas maravilladas con el dragón. No conseguía explicarse que alguien con aquella apariencia (la de un joven que le despertaba cierta ternura) pudiera tratarse de un dragón, pero le tranquilizaba recordar la confianza que tenía Tilda en él. Y si una bruja con el poder de la casa Cattalis decía que tal o cual era de fiar, significaba que en verdad lo era.
    Después de las presentaciones les habló largo y tendido de las aventuras del príncipe lejos del reino. Aunque omitió algunos detalles por la propia intimidad de Maèl, nadie tenía por qué saber que había pasado la noche desnudo con otro hombre en igualdad de condiciones, no escatimó en detalles sobre la bruja que había conocido. Ganándose todo el interés de Tilda, que no descartó una futura visita.
    Bien, no era Aimée la única mujer en el reino con el instinto protector a flor de piel por culpa de cierto príncipe demasiado despistado.



    Rey y princesa aprovecharon el sol de la mañana para desayunar juntos en el jardín, lo cierto es que era el lugar más cómodo para que las royalet (Brigitte y Noiret) corretearan de aquí para allá sin tropezar con techos y paredes. Que Grégoire se uniera a sus juegos no sorprendió a nadie a estas alturas.
    —Estoy segura de que a Maèl le encantará conocerle —dijo Aimée mirando al dragón soltando aros de humo, por ellos saltaba a veces la tricot, a veces la pegaso. El objetivo del juego no estaba claro, pero que se divertían era un hecho—. Está de lo más emocionado el pobre, hasta creyó que no le habían reconocido. Por el santo acero, ¿cómo puedo tener un hermano tan idiota?

    —También me lo he preguntado, Aimée —contestó Étienne dando un mordisco a su manzana—. Y más de una vez.

    —Eres un hombre cruel, papá —ella se echó a reír—. Ha tenido suerte dando con gente de buen corazón, imagina qué hubiera pasado si...-
    —No lo pienses —la interrumpió—. Por favor, no lo pienses.

    Asintió y se dedicó a su taza de té, haciendo girar la cuchara moviendo el índice en el aire. Se encontraba muy orgullosa de lograr pequeñas cosas como aquélla y había veces en las que sentía poder mover el mismo viento a voluntad. Claro que lograr aquello requería muchísimo más esfuerzo.
    Fue curioso cómo los cuatro reaccionaron a la vez (Étienne y Brigitte, Aimée y Noiret), ellos poniéndose en pie, cayendo las tazas al suelo, y las compañeras alzando el vuelo, mirando todos en la misma dirección. Hasta Grégoire, ajeno a la familia como era, tuvo que haber notado que algo pasaba.
    Tilda llegó muy rápido al jardín, encontrando a las royalet inquietas y al dragón intentando calmar a princesa y rey.

    —¡Tilda! —la llamó Étienne, apareciendo ella casi enfrente—. Es Maèl, ¿verdad? Lo siento, es él, ¿verdad? ¿Qué le pasa?

    —No lo sé con certeza, Majestad —admitió agachando la mirada—. Mis gatos están tardando mucho en localizarle, no nos unen lazos de sangre después de todo —alzó la cabeza de golpe—. Envíe a su compañera, será lo más rápido. No os preocupéis —se lo dijo a ambos—. Está vivo —y les mostró las tres pulseras que llevaba en el brazo izquierdo, señalando una de ellas—. Se hubiera roto de no ser así. Está vivo —repitió—, pero le pasa algo y debo averiguar pronto lo que es.

    Brigitte fue la encargada de sobrevolar el bosque con un gato-espía bien acomodado en el lomo, dejó el reino tranquila, la seguridad del rey dependía de una bruja y un dragón, sentía que dejaba el asunto en buenas manos. Al fin se decidió a aterrizar donde podía sentir la presencia del príncipe, sacudió la cabeza y recibió encantada las caricias de Corr, y aunque no reconoció al hombre que reavivaba el fuego de la hoguera, no percibió ninguna señal de amenaza, ni en el hombre ni en el lobo que le acompañaba.

    *



    La historia de Maèl. (I)
    A Maèl no le gustó demasiado la despedida de su hermana, no porque hubiera destapado su engaño, ¡y él que se había esforzado tanto en no desvelar su verdadera identidad! Sino por la conversación que tuvieron sobre la bruja y el rastreador. La mente del príncipe se movía deprisa y ya se había imaginado besos, caricias y ciertos mimos con Adri, así que descubrir su relación con la bruja no le sentó mucho mejor que un puñetazo en las tripas.

    Aimée le recordó que habían miles de hombres en el mundo con los que fantasear, pero no fue hasta que le amenazó con borrar su memoria cuando Maèl reaccionó como ella esperaba, prometiéndole que no le diría nada del tema al hombre en cuestión, es decir, a Adri. Todo lo que tuviera que decir, lo anotaría en su diario.

    Y estaba manteniendo su palabra, dedicándose a escribir en los ratos que descansaban, o prestándole más atención a Cachorro que a Adri (descubrió que no era difícil, le parecía un compañero perfecto al que podía abrazar). No ignoraba a Adri, más que nada porque si lo hacía podía acabar muerto por tocar alguna flor o pisar la roca que no debía, pero luchaba por no mirarle más de cinco segundos seguidos. Esto volvía las conversaciones algo extrañas, porque Maèl comenzaba la frase mirándole a los ojos pero la terminaba clavando la vista en el camino.

    —¿Qué crees que encontraremos en el agua? —preguntó mirando el río, dejando que Adri se encargara del fuego que les arroparía por esta noche—. ¿Crees que mi compañera —y le miró, pero al comprobar lo mucho que le gustó la forma en la que el fuego iluminaba su rostro, volvió rápido la mirada al agua— será una sardina?

    Agradecía, eso sí, poder hablar con toda sinceridad. Ya no debía fingir que era un plebeyo, y decidió contarle a Adri el motivo de su viaje, por algo le acompañaba, ¿qué menos que sincerarse con él?

    —No sería justo tener una sardina —se quejó—. Aimée tiene un pegaso, ¡y mi padre una tricot! ¿Sabes lo raros que son los tricots? —volvió a mirarle, y otra vez apartó la mirada lo más rápido que pudo—. Sé que en muchos sitios los creen extintos, y no son pocos los curiosos que van al reino sólo a ver a Brigitte. Y sólo he leído habilidades asombrosas, tanto de una especie como de otra, ¿sabes que la saliva de un pegaso cura cualquier herida? ¡Y es verdad! De niño me di un buen golpe, me caí de una estantería de la biblioteca. Mi nariz me dolía un montón, creo que hasta me rompí el hueso, pero Noiret me llenó de babas y, ¡sorpresa! —alzó las manos al cielo—. No tengo ni una cicatriz —resopló—. ¿A dónde iré si resulta que mi compañera resulta ser una sardina? ¿Qué tienen de mágico las sardinas?

    Se dejó caer hacia un lado, enterrando la cabeza en el pelaje de Cachorro, que no se inmutó. Allí mismo se acabarían durmiendo los dos, obligando a Adri a moverlos y acercarlos un poco al fuego, ¡no había hecho una hoguera para nada!



    Cuando Adri despertó, ya de mañana, encontró a Maèl escribiendo en el cuaderno. Esto no le sorprendería, pero sí el verle afeitado, se había quitado la barba siguiendo un impulso que se esforzaba por descifrar; sintió algo dentro de él que le obligaba a dejar su cara sin más pelo que en cejas y pestañas. Intentaba concentrarse en lo que escribía y quería expresar, un batiburrillo de sensaciones primerizas, complicadas de describir, pero era difícil pensar las palabras correctas con lo mucho que le picaba el cuello. Harto de la sensación, pero recordando la promesa que le hizo a Aimée, se acercó a Adri con toda la cautela posible, girando de golpe y señalándose la nuca.

    —Sé sincero, ¿ha sido algún insecto? —le faltó el aliento cuando Adri le acarició, buscando algo más que su piel roja—. Me pica muchísimo, apenas he podido dormir.

    Se apartó al tiempo que se obligaba a pensar en la señora Violaine Arceneaux, la piel que colgaba de sus brazos, sus muchas arrugas, el ruido que hacía al masticar, el pellejo que caía bajo su barbilla, el gigantesco lunar sobre el labio del que brotaba más de un pelo... sí, aquella imagen borraba de un plumazo el recuerdo de Adri desnudo.

    Se puso en marcha rascándose sin parar la nuca, hasta cuando Adri le untó una mezcla de plantas y flores que anotó en su diario. No alivió el picor lo más mínimo, y aunque lo intentó, no daba más de tres pasos sin rascarse. Cuando apartó la mano y vio la sangre bajo sus uñas comenzó a preocuparse de verdad.

    No le gustó la idea de meterse en el río, aprovechando que caminaban siguiendo su curso. Maèl estaba acostumbrado a los largos baños de palacio y, por lo general, le gustaba ir aseado; lo que no le gustaba era que Adri le quitó la parte superior de la ropa y, si no le quitó también los pantalones fue por su insistencia de mantenerlos puestos. El agua, aunque fresca y limpia, no aliviaba el picor en absoluto, y tener a Adri a su espalda, acariciando su nuca con la mezcla de las plantas y las flores, ahora con más agua, no ayudaba a calmarse por más que pensara en la vieja Arceneaux en mitad de su baño.

    —¿Es un incendio? —preguntó mirando a lo lejos, Adri le sacó de su error hablándole de los campamentos de leñadores y carboneros que, lógicamente, se valían del fuego para trabajar.

    El carbón le pareció una excusa fantástica para salir del río, se dijo Maèl que hablando con hombres tan brutos se olvidaría del picor de su cuello, y también del desnudo de Adri (se estaba volviendo una imagen de lo más recurrente).



    El grupo de carboneros no fue uno que derrochara simpatía, y recibieron al extraño trío (rastreador, príncipe y lobo) con un par de gruñidos. Pero sí eran extrañamente amables, quizá porque sabían que la vida entre el bosque y las montañas era dura, y sólo ayudándose unos a otros era más llevadera. Ofrecieron comida y bebida, y hasta consejos para tratar una picadura como la que Maèl tenía en la nuca. Unos decían que era cosa de una araña, otros de una abeja, pero todos dieron remedios que le parecieron asquerosos al príncipe, iban desde la saliva a la sangre, pasando por la orina y las heces de caballo. Agradeció que no hubiera ningún animal cerca, además de Cachorro.

    —Puede ser el beso de un hada —habló uno de ellos—. Es la marca de que te vas a morir pronto, jovencito. Cuando una del bosque te reclama, no puedes huir de ella.

    —¿Qué? ¡No quiero morir! ¡Y tampoco vivir con una mujer en el bosque! ¡Pero qué infierno!

    —¿Infierno? ¡Querrás decir paraíso!

    —Una cabaña a solas para tu hada y para ti —el grupo entero se echó a reír, sentados en semicírculo alrededor de la hoguera donde calentaban la bebida—. Una cabaña con una buena cama, ¿no te parece?

    —¡Una magnífica cama! Éste de aquí sí lo entiende, ¿verdad? ¡Claro que sí! —uno de ellos rodeó los hombros de Adri con el brazo y le zarandeó mientras reía—. Eres demasiado joven para entenderlo, eh, ¿Víctor era tu nombre?

    —No te rasques —le riñó otro de los carboneros.

    —¡Pero es que me pica!

    —Claro, los besos de hada son una tortura. Ah, pero luego es puro placer, ¿verdad muchachos?

    —Muchas setas te has tragado tú.

    —Que no te rasques —esta vez el hombre le sujetó la muñeca y tiró de ella, haciendo que Maèl se quejara—. ¡No grites o vendrá el hada a por ti! —se rio—. Y no queremos eso, ¿verdad?

    El ambiente se enrareció de pronto, con unos brazos cargando a Maèl y otros reduciendo a Adri.
    Resultó que los carboneros no eran carboneros en absoluto, sino ladrones que esa misma noche asaltaron el campamento, acabando con los dueños originales de las hachas y la ropa. El grupo campaba a sus anchas por las Montañas Azules, huyendo siempre de la justicia. Había sido todo un golpe de suerte encontrarse con el mismo príncipe de Acier, y si uno de ellos le reconoció fue porque más de una vez habían acabado en el reino huyendo de sus perseguidores por el bosque. Los rasgos de Maèl eran, muy a su pesar en este caso, demasiado parecidos a los de Étienne.

    *



    La historia de Corr.
    Lanu Kah siempre le había parecido una tierra maravillosa, y los lunares igual de extraordinarios. Disfrutaba de sus visitas con Niko, más aun cuando correspondían a alguna ceremonia o espectáculo que implicase la magia. Llevaba tantos años asistiendo como invitado, y se seguía sorprendiendo casi tanto como la primera vez que vino hace... ¿cuántos años? Ni siquiera lo recordaba.

    La novedad fue la broma a Ghilanna, en un primer momento pensó que fue demasiado cruel llegando a ofrecerla como falso sacrificio, pero le bastó recordar el aire de desdén que se gastaba la solar con Niko para si bien no defender la broma, tampoco catalogarla como algo malo. Podía suponer la bajada de humos que tan bien le vendría a alguien tan altivo.

    Disfrutó de la fiesta, de la música y del baile. Y puede que no fuera el mejor de los bailarines, pero por cómo reían él y Niko, pues por lo menos lo pasaron bien.
    Despertó con los restos del buen humor dibujándole una sonrisa, se desperezó en la cama y bostezó haciendo crujir algunos huesos. Se sentó reconociendo la habitación como la de Niko. Intentó hacer memoria pero no conseguía recordar mucho de la fiesta. El licor de los elfos, incluso rebajado con frutas, era algo que no debía subestimarse.

    Se aseó y mientras se vestía escuchó los pasos por el pasillo, demasiado fuertes para ser los de Niko, demasiado seguros para ser los de Ghilanna, los reconoció rápido como el andar de Makra.

    —¿Has visto a mi esposo? —preguntó entrando al dormitorio, dándole a Corr muy poco tiempo para cubrirse—. Que no te dé apuro, tu desnudo no me impresiona.

    —No le veo desde anoche, Makra. ¿Podrías...-?

    —Pero habéis dormido juntos —sonrió, fue Corr el que se giró para ponerse los pantalones—. Nos conocemos desde hace años, ¿a qué se debe tanto pudor a estas alturas?

    —¡Ah, estás aquí! —fue Ghilanna la que entró en el dormitorio—. ¿Preparado para irnos? ¡No pienso pasar ni un minuto más en este nido de salvajes!

    —Cuidado con esa lengua, solar.

    —¡Es lo que sois! ¿Qué clase de broma macabara me hizo ese bárbaro? ¡¿Qué clase de pueblo medio decente haría esas cosas?! ¡Ni siquiera los humanos, tan limitados como son! —se quejaba—. ¡Los lunares sois mucho peores que...-!

    El golpe la silenció de inmediato, la mano de Makra marcando su mejilla.
    —Te he dado con la mano abierta porque eres conocida de un invitado muy apreciado en palacio, pero te aseguro que la siguiente será capaz de romperte algún hueso.

    Ghilanna gritó, pataleó e insultó, y se marchó hecha una furia, pero sin saber la suerte que había tenido cuando Corr le pidió a Makra que la dejara ir y no le demostrara lo que era un auténtico golpe de una lunar enfadada.



    Se reunió con Niko en uno de los balcones, viendo a Charlotte salir de los pliegues de su ropa y dedicarle un gruñidito.
    —¿Por qué parece tu compañera y no la mía? —preguntó estirando el brazo, saltando Charlotte para trepar por él hasta acabar enroscada en su cuello—. ¿Pero qué? ¿De dónde has sacado...? —suspiró arrebatándole una especie de adorno brillante, dejándolo sobre la mesa—. Tengo a toda una ladronzuela conmigo —bromeó, y no le sorprendió que Charlotte le mordiera los dedos antes de saltar junto a Niko.

    Aceptó la bebida y las frutas, notando el buen humor que tenía Niko.
    —Se te borrará la sonrisa cuando vuelvas a ver a Ghilanna —bromeó antes de empezar a comer—. Hablando de temas más importantes —carraspeó—, cuando vayas a Acier, ¿podrías comprobar que todos están bien? Sí, sé que con un dragón en el reino no deberían haber ataques, pero... no sé, ¿por si acaso? —bebió un par de sorbos antes de seguir hablando—. No creo que a Étienne le convenga saber que sigo con vida, una noticia así sólo le causaría problemas. Además, con tu ayuda, no me hará falta volver a Acier, por lo menos en un tiempo. Me expongo demasiado en cada visita. A fin de cuentas, los Faure-Demont somos todos iguales.

    Terminó el desayuno algo decaído, y la despedida siguió la misma línea hasta que intervino Makra. Le plantó un beso que le robó el aliento (literalmente hablando) al ser imposible huir del agarre alrededor de su cintura.

    —Esto me dará una buena bronca con mi marido —dijo entre risas mientras se apartaba, con Corr mirándola casi al borde del infarto—, pero ha merecido la pena. No te distraigas demasiado, tenemos muchas preparaciones que hacer —le dijo a Niko al despedirse.

    —Es aterradora —murmuró Corr frotándose los labios con el dorso de la mano—. Estaré bien, no te preocupes, que conozco el camino de vuelta a casa —al fin, sonrió—. Ni loco dejaría que me acompañaras siendo ya casi mediodía, y ya soy mayorcito para protegerme de los bandidos —dobló el brazo hacia arriba apretando el puño, riendo con el gesto—. Charlotte, sal de ahí, que nos vamos.

    Y sacó el animalillo la cabeza de entre los pliegues de la ropa de Niko, sollozó y saltó para quedar junto a Corr, volviendo a chillar (aunque esta vez de alegría) cuando la cogió en brazos para acariciar entre sus orejas.
    Abrazó a Niko de esta forma, y terminó la despedida tirándole de la nariz; ganándose un puntapié bajo la rodilla que casi le hizo caer.



    Charlotte estaba inquieta. Habría que aclarar que, por lo general, era una compañera de lo más activa y animada, correteando de un lado a otro dispuesta a explorar, pero al llegar al río Corr notó el cambio en su comportamiento. Algo río arriba la preocupaba, y empezaba a frustrarle no saber qué era. Decidió caminar siguiendo el agua, dejándose guiar por las sensaciones de la royalet.

    Le tocó trepar pequeños tramos de cascadas y recorrer zonas embarradas, pero llegó pronto a la causa de su angustia: entre las rocas, un lobo, y entre sus fauces, la camisa de un hombre que parecía sujetar a otro para que la corriente no se lo llevara. Ahora bien, ¿eran la presa del animal, o evitaba precisamente el animal que los dos hombres flotaran junto a los troncos guiados por el agua?

    Charlotte chilló antes de correr hacia ellos, una vez más, Corr decidió seguirla y ayudar. Por cómo se desplomó el lobo cuando consiguió, entre tirones y entrando un poco en el río, poner a salvo a los dos hombres... sí, el animal debía llevar largo rato en esa posición. La ropa del hombre estaba desgarrada con la forma de sus colmillos, ¿habrían sido horas? No tenía forma de saberlo, pero no pudo evitar acariciar la cabeza del lobo, quizá como premio a su buena acción.

    Los cargó, uno a uno, no había forma humana de llevar a dos hombres y un lobo de la vez, hacia el claro más próximo. Hizo una hoguera y, cuando regresó con varios peces y bayas, encontró al primer hombre (el del pelo oscuro, al menos la mayor parte menos un mechón blanco) incorporándose en el sitio. Corr le pidió calma dejando la comida cerca del fuego.

    —No sé qué os ha pasado, pero...- ¡oye, no te muevas tanto!

    Ni caso, el chico se tambaleó hasta alcanzar al otro. No fue hasta que le retiró todo el pelo de la cara que Corr comenzó a atar cabos. Brigitte la había hablado del viaje que emprendió el príncipe, ¿y cómo era posible que Charlotte estuviera también olisqueándole? Sí, la nariz era idéntica a la de Étienne, su pelo presentaba el mismo rubio, y a pesar de los golpes que tenía... sí, hasta la forma de la mandíbula era parecida a la suya. Por el santo acero, ¿qué había pasado que el príncipe no despertaba?

    Aprovechó el momento en que el desconocido (quizá fuera hora de ir pensando en preguntar su nombre, o el vínculo que le unía a Maèl) fue a comprobar el estado del lobo, igual que él, comenzaba a despertar y se negaba a quedarse quieto. Corr se acercó a su sobrino para verle más de cerca, no tardó mucho en descubrir su nuca, pero tardó todavía menos en identificar aquella marca como algo élfico.

    —Charlotte —levantó y sacudió las orejas—, trae a Niko. Y rápido.

    Un chillido a modo de queja y prácticamente desapareció entre los árboles, no pudo ver a Adri mirando a Corr con una mezcla de curiosidad y cautela.

    —No tengo la menor idea de qué es o qué dice —se explicó Corr poniéndose en pie—. Pero eso es cosa de elfos. Un amigo no tardará en venir, y si él no puede arreglarlo es que nadie puede —concluyó—. Ahora relájate y descansa, ordena tus recuerdos y, cuando lo hagas, me cuentas de qué conoces al príncipe de Acier.



    Brigitte cayó del cielo casi en el mismo instante en que apareció Niko cargando con Charlotte. Por un momento pareció que se habían puesto de acuerdo.
    Adri explicó lo ocurrido con los supuestos carboneros, nadie podía saber realmente si lo contaba todo o se dejaba algo en el tintero, y luego fue el turno de Corr de hablar, confirmando que los había recogido del río.

    —Siento hacerte venir a pleno día —se disculpó—, pero tiene algo en la nuca. ¿Crees que podrás ayudarle?

    Niko se acercó al príncipe para inspeccionar la zona, y seguramente identificara el sello al instante como obra de Morgiana. Corr pensó en acercarse y curiosear con la esperanza de entender qué ocurría, pero retrocedió de golpe, cubriéndose cara y cabeza con la capucha; ocultó también a Charlotte alrededor de su cuello, casi parecía una bufanda. Fue entonces cuando los ojos de Brigitte comenzaron a brillar y parpadear, soltando la tricot un sonido casi gutural.

    —Étienne —susurró Corr señalándola, asegurándose de que Niko le veía. Y es que, gracias a los poderes de cierta bruja, compañera y monarca compartían vista ahora mismo—. Sálvale, por favor —volvió a susurrar, pero señalando ahora al príncipe.

    Cuando Brigitte —realmente, Étienne— giró buscando qué miraba el elfo, sólo encontró árboles. Corr se alejaba lo más rápido que le permitían sus piernas, ¡había estado tan cerca de descubrirse!



    Había cometido el error de beber el té que le sirvió Ghilanna, pero además de un sabor demasiado dulce para su gusto, no lo encontró sospechoso. El problema fue el ardor que le empezó a recorrer el cuerpo entero, pero cebándose en su entrepierna.
    —Ghilanna —consiguió llamarla entre suspiros—, ¿qué me has dado?

    —Un mero estimulante para acelerar las cosas —respondió de lo más tranquila—. ¿Procedemos a la fecundación aquí mismo o en el dormitorio? Ah —y le vio tambalearse hasta llegar, con gran esfuerzo, a la puerta de la habitación—. Es lógico que prefieras la cama, claro —se sorprendió, y mucho, cuando Corr le cerró la puerta en las narices—. ¿Pero cómo pretendes hacerlo así, separados?

    —No voy... —tuvo que sentarse, aunque fuera en el suelo, con la espalda contra la puerta. Sus piernas no eran capaces de sostenerle por más tiempo—. No voy a acostarme contigo...

    Ghilanna chasqueó la lengua y movió las manos en el aire, buscando la forma de transportarse al dormitorio. Chocó de bruces con una barrera mágica, levantó la vista y vio las letras del hechizo grabadas en la madera. Algo tan poderoso sólo podía ser obra de Niko, y el «en tus sueños, solar» lo confirmaba.
    Maldijo y hasta le dio patadas a la puerta, pero el impacto rebotó y la hizo caer y rodar hasta la pared contraria.

    —¡Ese maldito salvaje!

    Y como si esperase ser llamado, apareció Niko en la cabaña. Charlotte le recibió con chilliditos y correteando entre sus pies esperando un par de caricias.
    —¡Quita la barrera! —gritó Ghilanna señalando la puerta de la habitación. No se esperaba parpadear y aparecer en mitad del bosque, dejando al lunar y al humano (¡Corr, su humano! ¡Su sujeto de pruebas!) a solas.

    *



    La historia de Maèl. (II)
    Despertó de golpe, llegando a incorporarse en la cama como si fuera un resorte. Reguló el ritmo de su respiración, que la encontró terriblemente ruidosa y hasta acabó por llevarse las manos a los oídos. Fue cuando gritó de puro asombro, lo que caía por entre sus dedos era pelo, ¿pelo suyo? ¡Y sus orejas! Las acarició, y aunque reconocía que eran algo más puntiagudas de lo normal (suponía que era cosa de la herencia genética), no recordaba que tuvieran tanta punta. Tiró del pelo para comprobar que era suyo, y escuchó las voces de Adri y Arala antes de verles entrar en el dormitorio, ¿siempre habían hablado tan alto?

    —¿Cómo estás? ¿Te duele algo? —Arala se acercó, y Maèl sintió un cosquilleo recorrerle desde la mano que le sujetó hasta llegar a su cabeza—. Maèl, ¿puedes oírme?

    Sí, sí podía, ¿pero por qué no conseguía hablar? Lo intentó, y sintió que hasta llegó a balbucear, pero le poseyó una náusea tan fuerte que giró por la cama para vomitar en el suelo. Se le escapó otro grito viendo cómo comenzó a arder, ¿había vomitado fuego? ¿O era su vómito inflamable? No, nada de eso tenía sentido.

    —Maèl, cálmate —se giró hacia Arala, pero hasta la figura de Adri con un par de vendas le pareció extraña y decidió retroceder, cayendo sin remedio de la cama.

    Acabó su cabeza en el suelo, junto a los restos de las llamas, y sus piernas en el colchón. Le preocupó no sentir dolor y no tardó en incorporarse para tocarse la nuca, no sentía absolutamente nada, ¿qué había pasado? Recordaba lo mucho que le picaba, y hasta dolía, los ungüentos de Adri que buscaban aliviarle, el río, los carboneros... ah, recordar lo ocurrido en el campamento le hizo volver a vomitar, cayendo esta vez de rodillas.

    Escuchó —o sintió, ¿olió? No lo sabía bien— a Arala acercarse, murmurando algunas palabras y moviendo un par de dedos en el aire. Nunca había sido ducho con la magia, ¿por qué ahora podía entender aquel conjuro? Intentaba dormirle. Se asustó, tampoco tuvo claro de qué, y corrió hacia la sala, donde la mezcla de olores le acabó mareando. Sangre, sudor, hierbas y flores. Nunca había tenido un olfato tan sensible que le hiciera estorunudar, pero estornudó un buen par de veces. Se quedó paralizado viendo las llamas que se iban propagando por el sillón y los estantes, ¿lo estaba causando él?
    La mano de Adri en el hombro le hizo gritar, tapándose también los oídos por lo doloroso que se le hizo el grito, abrió los ojos para ver ahora el fuego llegar al techo. Si no causó un inciendo era por los esfuerzos de Arala por mantener el fuego bajo control.

    —Tranquilo, todo está bien —intentó relajarle.

    No funcionó, y cuando Maèl tosía por el humo y la mezcla tan fuerte de aromas, surgieron más llamas. Bien, no entendía qué pasaba pero no era momento para incendiar la casa de alguien.
    Se libró del agarre de Adri en su muñeca y saltó por la ventana para seguir corriendo, queriendo ignorar el escándalo que le suponía el bosque, ¿cómo podía haber tanto ruido entre los árboles?



    Arala terminó bastante pronto de apagar las llamas, con la ayuda de Adri como improvisado bombero.
    —¡Rápido! ¿Tienes algo suyo? —preguntó yendo a por un libro en concreto, sacó un mapa de entre sus páginas y lo desplegó en el suelo, arrodillándose casi sobre él. Cogió la prenda que le alcanzó (ni siquiera se fijó en qué era) y la rasgó para quedarse con un jirón. Cerró los ojos y expandió la mano sobre el mapa, intentando rastrear a Maèl. Incluso con una huida tan aparatosa como aquélla consiguió burlar el conjuro que tenía como despiste, pudiendo estar ahora mismo casi en cualquier lugar—. Maldita sea —apretó con más fuerza tanto los ojos como el trozo de tela contra su pecho, pero acabó gritando y enterrando los puños a los lados del mapa—. No consigo dar con él. Debe haber algo más que pueda-... —y al alzar la cabeza vio algo que no esperaba ver nunca: un gato olisqueando a Adri.

    El gato se alejó de él y caminó hacia el mapa, mirando fijamente a Arala no con pupilas finas o dilatadas, sino con ojos violetas.
    Un segundo gato surgió en lo alto de una de las estanterías, caminando por allí y tirando lo que fuera que hubiera en ella. El tercer gato bufaba frente a Cachorro, que se debatía entre morder al gato o seguir gruñendo. Y el cuarto gato maulló antes de arañar el tapizado del sofá.

    —Así que —tanto Adri como Arala se giraron hacia la puerta, por ella entraba Tilda—, sois la buena y misteriosa gente que ha encandilado al príncipe —se cruzó de brazos mirando alrededor—. Chica, vives en una pocilga.

    —¿Cattalis...? —Arala se puso en pie muy despacio. No había bruja o mago que no hubiera oído hablar de la bruja de Acier (y sus gatos, por supuesto) y, desde luego, ella no era la excepción. La presencia mágica de aquella mujer era difícil de ignorar, cada poro de su piel parecía destilar energía, y siendo que las brujas trabajan con energía, pues no costaba imaginar el poder que tendría.

    —Arala, ¿me equivoco? Claro que no —resopló—. Y éste de aquí —miró a Adri de arriba a abajo— el famoso «Adri» del que tanto escribe el príncipe. Supongo que no estás mal, aunque te sobra la polla y te faltan las tetas. En fin —se alzó de hombros y chasqueó los dedos.

    El efecto fue inmediato, Adri se desplomó llevándose las manos a las vendas que cubrían su abdomen. Por si el dolor que le recorría entero no fuera suficiente, comenzó a toser sangre.

    —Sálvale —ordenó apoyándose a un lado del sillón, observando muy atenta lo que ocurría—. ¿No me has oído? Que le salves —repitió—. Las costillas atraviesan sus pulmones, morirá si no haces nada.

    —¿Por qué haces esto...-? —sacudió la cabeza, no era el momento de hacer preguntas, era el momento de actuar. Ahora bien, ¿qué clase de hechizo podía usar? Necesitaba uno tan rápido como efectivo, la piel de Adri comenzaba a palidecer y sus piernas se retorcían con cada ataque de tos.

    —Tienes menos de un minuto.

    —¡No puedo dar con las palabras correctas en tan poco tiempo!

    —Entonces morirá. Y será por tu culpa.

    —¡Eso no...-!

    —No te atrevas a negarlo —la interrumpió—: ¿quién está ahí plantada sin hacer más que lamentarse? Te falta ambición, Arala. Y las brujas sin ambición no son mejores que los parásitos norcanos —sentenció—. Quizás hubiera sido mejor haber muerto a manos de tus padres, ¿no crees? ¿Qué te hace diferente de aquel entonces? ¿Ropa nueva? ¿Dos plantas en una maceta? ¿Libros en lengua antigua?

    —No tienes ni idea...

    Aquella escena sólo podía describirse como mágica, los ojos de Arala se tornaron blancos, y su expresión tan seria contrastaba con la sonrisa de oreja a oreja que tenía Tilda. Mantuvo la curva en sus labios incluso cuando Arala la alzó casi dos palmos del suelo, clavando hiedras por su cuello, surgiendo de la manga de su vestido.

    —No tienes ni idea de lo que fue aquello, de lo que soy ahora.

    —¿Acaso eres distinta a aquella chiquilla asustada? No lo veo así —las espinas de las hiedras la hicieron sangrar con mucha más rabia, pero no dejó de sonreír, incluso apretó sus manos contra ellas—. Demuéstrame que me equivoco —no aflojó el agarre ni el sangrado, al contrario—. Salva la vida de ese hombre y demuéstrame que me equivoco, Arala.

    Cayó al suelo de un golpe, tosiendo y recuperando el aire, pero no apartó la vista de Arala, que susurraba y cantaba «las palabras correctas» para sanar a Adri. Una vez hecho, se desplomó de puro agotamiento, y si su cabeza no chocó duramente con el suelo fue por el movimiento rápido de un par de gatos, que se estiraron como si fueran de goma y sirvieron de amortiguador.



    Adri fue, de nuevo, el primero en despertar. No tenía ni un corte ni una herida, la magia de sanación era milagrosa cuando se hacía bien. Arala dormía en el sillón, cubierta con una manta y con un gato echado sobre su vientre. Hasta Cachorro, acomodado en la alfombra, tenía un gato encima.

    —Se duerme divinamente cuando le curan a uno desde dentro, ¿verdad? —hablaba Tilda sirviéndose un té—. Todos están bien —y maulló un gato al salir del aseo, de allí salió también Maèl, tambaleándose y con las manos en la cabeza—. Aquí tiene la manzanilla.

    Agradeció en silencio y se sentó a la mesa para empezar a beber, había vuelto a vomitar pero, por lo menos, ya no era material inflamable, sólo bilis y ácidos del estómago que le tenían la garganta terriblemente irritada.

    —Han sido diecinueve años de magia malmantenida en un recipiente inestable —explicaba la bruja ofreciéndole con la mano un sitio a Adri, le sorprendió verle aceptar y sentarse a la mesa—. Le llevará un tiempo habituarse a su nueva naturaleza y elemento, pero estoy segura de que lo conseguirá.

    —Pero —tosió—, ¿por qué tenía ese sello? ¡Todo este tiempo...!

    —Por favor, guárdese de alzar la voz.

    —Durante casi veinte años no se me dijo ni una palabra de esto, exijo saber por qué.

    —Y lo sabrá a su debido momento, en una conversación que tenga con su padre.

    —Entonces no lo sabré nunca —resopló—. No pienso volver a Acier.

    —¿Disculpe?

    —Se lo dejé bien claro antes de partir: no quiero tener nada que ver con ese reino de desalmados.

    —Ese «reino de desalmados» es el reino que fundó su bisabuelo.

    —Si tanto te gusta, es todo tuyo.

    —Mi príncipe.

    —Con Maèl está bien, y no me trates de usted.

    —Mi príncipe —insistió—, no está hablando con lucidez. Entiendo que le haya turbado el trance por el que ha pasado.

    —Estoy estupendamente —y se puso en pie—. Pienso retomar mi viaje lo antes posible.

    —No me obligue a tomar medidas drásticas —advirtió—. Se lo pregunto por última vez: ¿está decidido a continuar esta aventura lejos del reino?

    Y chasqueó los dedos antes de que Maèl terminara de asentir con la cabeza, flotó su cuerpo en el aire profundamente dormido.
    Arala le encontró todavía dormido, y a Adri discutiendo con la bruja. Un enfrentamiento demasiado imprudente, ¿es que no había visto lo que era capaz de hacer la heredera de la casa Cattalis?

    —Despiertas justo a tiempo de la despedida —anunció—. ¡Gatos!

    Y entre maullidos formaron los gatos un círculo donde hace poco estaba dispuesto el mapa. Surgió un portal entre llamas y destellos, y mandó a Maèl por el mismo, seguido de un par de gatos que saltaron también al vacío.

    —¡Espera un...-!

    —Os lo advierto —alzó tanto la voz como el dedo índice, interrumpiendo a Arala (e ignorando estupendamente la presencia de Adri, de hecho, Tilda sólo miraba a la otra bruja)—: este asunto pasa a manos de la corona de Acier. Vosotros ya habéis metido demasiado las narices en algo que no os incumbe, así que, no me hagáis convertir vuestra memoria en una habitación vacía.

    No dijo nada más y saltó al portal, cerrándose de inmediato. Sólo quedaron los gatos, que fueron desapareciendo uno a uno sin hacer el menor de los ruidos.



    Esa misma noche consiguió Aimée escabullirse de la estricta vigilancia que Tilda le había impuesto. Eso sí, y debía confesar, que se había librado gracias a la distracción que causó Amélie en cocinas rompiendo a propósito un par de platos.
    Voló a lomos de Noiret lo más rápido que le fue posible y aterrizó frente a la cabaña bien entrada la madrugada. Pensaba aporrear la puerta, pero se sorprendió cuando se abrió antes de tan siquiera acercarse a ella. Adri se apartó para que pasara y se encontró a Arala enfrascada en uno de sus libros.

    —Supuse que vendrías, pero no tan rápido, princesa —bromeó dejando el libro a un lado—. ¿Maèl está bien?

    —Pues —hizo un puchero y al mirar a Adri se le hizo muy difícil no llorar. Cachorro gimoteó acercándose a ella—. Lo siento —se obligó a serenarse y hablar—. Está bien, sano y estable.

    —¿Pero...?

    —Pero no recuerda nada —hurgó en el bolso que traía con ella y sacó el diario de su hermano—. Cree que nunca dejó Acier y que su sello se rompió al intentar alejarse del reino. La única prueba de que sí lo hizo es su diario —se lo entregó a Arala, que hojeó un par de páginas—. No podía dejarlo en el castillo, ella lo encontraría, o sus gatos, o... por el santo acero, espero que no me descubra —acarició a Cachorro antes de alejarse—. Debo irme ya, siento una visita tan fugaz. Por favor, que Tilda no descubra nunca este diario. Maèl se alegraba muchísimo de haberos conocido.

    La despedida fue igual de rápida, y Arala volvió su atención al diario, le divertían las muchas páginas que había dedicado Maèl al desnudo de Adri.

    —Vaya, el pobrecito tenía muchas ganas de dejar el reino —comentó pasándole a Adri el diario—. Da bastante pena que haya vuelto a él de esta manera —suspiró—. ¿Quieres algo de comer, o cenaremos solos Cachorro y yo?



    SPOILER (click to view)
    *sep, aunque no tenga putosentido en Acier hay ministerios, ya me disculpas (XD) [esta gente no cobra, sólo come con el rey o puede verle con más, no sé, confianza o asiduidad para pedirle cosas por la gente que le "ha votado"]
    -si quieres añadir más gente, tienes luz verde ~

    -> Lara Reverdin, mariscal (sobre ella sólo está Étienne, pero ya te digo yo que la muchacha es una Moira, no le falta fuerza para tumbar toda la monarquía si quiere): (1) (2) esta armadura me gustó muchísimo

    ->no encuentro la imagen de Nina, por lo visto la tenía en el móvil en la primera respuesta c':

    ->Tilda de Cattalis: (1) (2) y (3)

    -> y no tengo apariencia para nadie más, pero te dejo EL CIELO hecho web, te da un sinfín de nombres ~ <3

    -> videollamada(?) de Brigitte/Étienne: link
    ->y más de ella porque es un AMOR de bicho.


    -> "el nuevo" Maèl (o la imagen que me sirvió de inspiración, vamos) (link)
    *ok, teoría: a su compañera le gustan los elfos sin barba, por eso "algo" le dijo a Maèl que se quitara el pelo. Y de compañera, ¿creo que habíamos hablado de un grifo? No lo recuerdo bien, pero ok a cualquier cosa que vuele XD

    -Tilda usa métodos cuestionables pero efectivos (?) Quería ver el potencial de Arala (la que me imaginé siempre ligada a la tierra, plantitas, naturaleza). También te confirmo que le importó tres mierdas la vida de Adri, Tilda quería ver si Arala es una bruja poderosa o no, Adri es parte del experimento (?)

    -hilando fino: Étienne le tiene miedo al fuego porque es el elemento de Maèl, sabe que es capaz de destruirle a él y a todos (???

    PD. En un principio había escrito la violación en grupo al principito, pero me dio tanta pena y tanto dolor que la dejaré sólo en nuestra imaginación.
     
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    El sello de Morgiana parecía a simple vista muy complejo, pero Niko pronto se había dado cuenta de una cosa: Morgiana no era una Kurlah, sólo una elfa solar. En base a eso, por muy complejo que fuese el hechizo, jamás llegaría a las dificultades de la magia que los Kurlah como él aprendían a manejar, y en base a eso se enfrentó al problema que tenía entre manos.

    Un elfo normal realmente habilidoso podría haberse pasado horas intentando deshacer aquella madeja mágica que componía el sello que encerraba la auténtica naturaleza del príncipe, pero Niko tenía las herramientas necesarias para resolver aquello de una forma mucho más sencilla. Es difícil explicar qué pasos siguió exactamente, pero se podría comparar con el nudo gordiano: aquel era un nudo tan complicado que jamás nadie lo había podido resolver, no hasta que llegó Alejandro Magno y lo partió en dos con una espada.

    Se podría decir que algo así hizo Niko. Quizá si hubiese tenido tiempo, podría haber intentando otra cosa, pero en vista del estado en el que se encontraba el príncipe, empezando a ser consumido por la magia que llevaba dentro, la solución más sencilla resultó ser la más favorecedora para todos.

    Como sea, lo cierto es que cuando sus ojos pasaron de ser blancos y brillantes a su rojo habitual, no se quedó mucho más rato por ahí. Les dijo a los dos hombres —uno de cuerpo presente, el otro viéndolo todo a través de su compañera— que había eliminado todo rastro del sello, pero que no podía predecir cómo despertaría el príncipe, siendo que jamás había tenido que lidiar con la poderosa magia que llevaba dentro.

    Lo que sí se ahorró fue hablar de las heridas que había visto en su cuerpo y que, desde luego, hablaban de mucho más de lo que el chico de los ojos bonitos y el pelo raro les había dicho. Eran unas heridas terribles que mostraban un trato abusivo y abominable y que sólo había curado de forma superficial, pues para sanarlo del todo habría tenido que drenar la vida que le rodeaba y eso era algo que no veía en lo absoluto necesario.

    Si había callado, había sido porque en esos ojos bicolor del chico que abrazaba un lobo agotado había visto culpa, tristeza, impotencia e ira. Podía hacerse una idea de lo que había pasado en base al relato y a lo que había sentido en el joven príncipe y no le pareció necesario o conveniente remover más ese cajón de mierda.

    En fin, tras dejar la situación más o menos controlada, se había ido. No negaría que, en el último momento, se había girado a mirarlos y se había encontrado una vez más con la mirada parpadeante de Brigitte-Étienne, pero tras guiñarle un ojo, había desaparecido entre los árboles.

    Su plan consistía en ir a casa de Corr y tranquilizarle. Todo estaba controlado, o todo lo controlado que sus recursos limitados le habían permitido. Después, seguramente comerían juntos o se comería las sobras de lo que hubiese almorzado Corr, y dormitaría un par de horas junto a Charlotte en el sofá antes de ponerse en marcha.

    Por supuesto, este plan no incluía ver a Corr jadeante y con una buena erección, sudando y claramente lejos de su mejor momento. Era esta una imagen que muchos considerarían el sueño ideal de Niko. Quizá podría haberlo sido de no ser por las circunstancias que la rodeaban.

    Se arrodilló frente a él y acercó una mano. Fue rechazado por Corr, quien le pedía con palabras y gestos que se fuese y le dejase a solas. Intentaba cubrirse, intentaba apartar a Niko, pero estaba claro que no tenía fuerzas como para una resistencia suficientemente feroz. Por eso, el lunar consiguió cogerle ambas muñecas y llevarlas al suelo. Le miró a los ojos, diciéndole con una mirada que no se iba a ir, y entonces le puso una mano en el cuello, palpando su carótida.

    —Déjame ayudarte —lo pidió en un tono muy parecido a una orden —. Estás demasiado débil como para hacer esto tú solo.

    Le obligó a hacer un esfuerzo para ponerse en pie, sirviendo el propio Niko como muleta, y lo llevó hasta la cama, donde lo dejó desplomarse. Le ayudó a colocarse de forma cómoda, sobre las almohadas, y entonces subió él a la cama. Le abrió los pantalones, dando un par de palmadas a manos que volvían a intentar detenerle, y vio aquel órgano que, duro y palpitante, suplicaba por atenciones.

    Terminó por bajarle más los pantalones hasta quitárselos, ignorando estupendamente las protestas de Corr, y le subió también la camisa para que no se manchase mucho; entonces se acomodó entre sus piernas, arrodillado y sentado sobre sus talones.

    —Escucha, voy a hacer que termines muy rápido —dijo mientras se arremangaba un poco —. Intenta relajarte y, no sé, disfrutar. Sólo serán un par de minutos, al menos aprovecha que por fin alguien va a tocar tu polla de virgen —intentó bromear, pero al ver la cara que le puso Corr, borró su sonrisa y sólo suspiró —. Está bien, perdona.

    Si Niko conocía bien algo era el cuerpo de un hombre. Elfo o humano, no importaba mucho, todo estaba en el mismo sitio, al menos en cuanto a puntos de placer se refería, y Niko conocía bien qué partes había que tocar para volver a un hombre loco de placer. Cierto es que cada persona es un mundo y reacciona de una forma distinta, pero hay cosas que a todos afectaban igual o muy parecido.

    Por eso, no dudó mucho en lamerse la mano izquierda, que rápidamente pasó a acariciar la erección de Corr. Sus dedos se movían como si hiciesen un suave masaje, apretando con cada vez más intensidad a medida que se acercaba a la punta para después volver a bajar de golpe.

    En cuanto a su mano derecha, se metió dos dedos a la boca y la bajó también entre las piernas de Corr. Uno de sus dedos presionó suavemente el perineo, el otro entró con mucho cuidado dentro del hombre. Le sorprendió un poco que pasase con relativa fluidez, pero imaginaba que se debía a que lo que quiera que hubiese tomado Corr.

    Con estas atenciones, Niko cumplió su promesa de hacer aquello breve. Sonrió, satisfecho, al ver la expresión de placer de Corr, pero esta sonrisa se borró rápidamente cuando notó que la erección, en realidad, no se había relajado. Frunció el ceño, apoyando sus manos húmedas y algo pegajosas en los muslos de Corr.

    —¿Qué te ha dado esa solar? —gruñó, mordiéndose el labio unos segundos —Lo malo es que ahora te va a costar un poco más terminar.

    Era cierto, aunque esto lo habría aprendido de las mujeres. Tras un orgasmo, la excitación podía seguir, pero llevaba más tiempo llegar al siguiente. Y no sólo llevaba más tiempo, sino que tendría que usar otras armas.

    Con un suspiro, trepó sobre el cuerpo de Corr, quedando a cuatro patas sobre él. Le miró a los ojos, acarició nariz con nariz y, finalmente, le besó. Una de sus manos tomó el mentón del exiliado, haciéndole abrir la boca para poder colar su lengua. Se volvió aquel un beso húmedo y lento que buscaba la excitación del humano.

    En esta línea, los labios de Niko bajaron a su mandíbula, donde dejó un suave mordisco, y recorrió después su cuello hasta la oreja. Entre tanto, sus manos no se quedaron quietas, sino que empezaron a acariciar el torso de Corr, haciendo un poco de presión para poder sentir bien esos músculos que algún suspiro involuntario le habían robado. Podía resultar hasta irónico que ahora fuese Niko quien le robase suspiros a Corr.

    Besó y mordió su cuello, acarició su abdomen y costados. Pasó después a su brazo derecho: lo fue mordisqueando desde el hombro hasta la muñeca por las zonas más blandas, y al llegar a su mano, besó la palma y se metió tres de sus dedos en la boca, jugando su lengua entre ellos a total voluntad del elfo.

    Detuvo aquello un poco antes de lo que había planeado cuando notó la otra mano de Corr intentando bajarle los pantalones. Le agarró ambas muñecas y le llevó las manos arriba, al cabecero de la cama. Chasqueó los dedos y al momento unos tallos crecieron de la madera, atando las manos de Corr.

    —Eso está mejor —suspiró al ver cómo Corr intentaba forcejear un poco antes de rendirse —.
    Lo siento, pero no voy a dejar que me quites ni una tela. Si quieres desnudarme, tendrás que estar totalmente sobrio.

    En otra situación, habría dicho esto con una risita, pero Niko ni siquiera sonreía. Le miraba con expresión seria y grave, y con esa misma cara retomó las caricias y mordiscos, ahora con la boca contra el pecho de Corr.

    Estos juegos preliminares duraron largos minutos más en los que Niko se dedicaba a acariciar, besar, lamer, morder e incluso arañar un poco la piel de Corr, recorriéndole todo el torso, también una pierna, donde repitió lo que había hecho con su mano al chuparle el dedo gordo del pie. Sin embargo, al escuchar a Corr suspirando, jadeando y hasta gimiendo, retorciéndose un poco, sintió algo de pena y decidió por fin volver a darle atenciones donde más falta le hacía.

    Tras morder la cara interna de uno de sus muslos, volvió a besarle los labios, esta vez sin tanta lentitud como al principio. Una de sus rodillas se acomodó perfectamente entre las piernas de Corr y empezó a masajear y frotar, y por último las manos del elfo volaron al vientre del hombre, acariciándole.

    Cuando se separaron para tomar aire, Niko miró a Corr, quien pudo disfrutar desde muy cerca ver cómo se volvían blancos ante el uso de magia que iba más allá de la inherente a cualquier elfo. La primera descarga eléctrica fue tan sutil que apenas se notó, pero la segunda fue un poco más fuerte. La electricidad fluía de los dedos de Niko y penetraba la piel de Corr, buscando una estimulación más fuerte que la que otro amante podría granjear. No eran dolorosas, sólo hacían vibrar las entrañas de Corr, incluso el interior de sus partes más íntimas.

    Continuando con esto, Niko soltó un pequeño jadeo al sentir a Corr arquearse bajo él, o quizá fuese al oír su voz temblorosa, o al ver su cara, rendida al placer. Como fuese, suspiró y le mordió el labio, le besó otra vez invadiéndole con la lengua y, de pronto, se deslizó hacia abajo, quedando su cara cerca de la erección llena totalmente de preseminal del humano.

    —¿Recuerdas que hace unos años te dije que no tengo reflejo de arcada y tú no entendías por qué era algo de lo que presumir? —prácticamente lo susurró, temiendo que su voz fuese a temblarle.

    Abrió la boca y su lengua acarició tímidamente la punta de ese órgano caliente y húmedo. Acto seguido, fue metiéndoselo en la boca, pasando más allá de la campanilla hasta que sus labios «engulleron» todo. Al tragar, su garganta se contrajo contra él, causando un nuevo espectáculo de sonidos en Corr.

    Niko se movió, aumentando muy ligeramente las descargas que recorrían a Corr, y quedó únicamente con la punta de su erección en la boca. La chupó, la acarició y finalmente la soltó. Sintiéndolo tan cerca de terminar, decidió darle un final de fuegos artificiales volviendo a sus primeras medidas: una de sus manos agarró la erección mientras que ahora dos dedos de la otra entraban en su cuerpo, siendo estos dos últimos los únicos que siguieron con las descargas, ahora dirigidas directamente a la próstata.

    Al lunar no le sorprendió que su cara se manchase, siendo que no se había apartado del todo. Se limpió con las manos y se lamió y relamió, ignorando las débiles protestas de Corr. Le dejó un último mordisco en el vientre y le desató con un gesto de la mano, viendo cómo sus brazos caían sobre la cama.

    —Duerme —volvía a sonar a orden, pero esta vez con un tono mucho más dulce —. Yo limpiaré todo este estropicio.

    Sin embargo, cuando vio que Corr se había quedado dormido no empezó inmediatamente a limpiar. Primero se abrió los pantalones, liberando su propia erección. Miró al durmiente y se mordió el labio, para nada dispuesto a hacer ni un solo ruido mientras se aliviaba a sí mismo sobre la propia cama.

    Terminó agachado, con la cabeza sobre el colchón y la respiración agitada, pero no se dio el lujo de tumbarse y descansar, como tanto le apetecía, sino que se levantó y, ahora sí, comenzó la sesión de limpieza, empezando consigo mismo, continuando con el cuerpo de Corr, al que además puso ropa limpia y cómoda, y terminando con la cama —y qué gracioso había sido verle cambiar las sábanas sin despertar a Corr, moviéndolo con un poco de magia—.

    Salió definitivamente de la habitación y miró a Charlotte, que estaba acurrucada junto a la chimenea. Se acercó a ella y sonrió al ver cómo movía la cola, contenta de verle. Le acarició la cabeza y disfrutó de oír esos chirridos tan graciosos de los zorros. La cogió en brazos, se sentó en el sillón que la royalet estaba ocupando y la dejó en su regazo, acariciándola plácidamente hasta que terminó por dormirse al calor del hogar.

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    Despertar a la gente con suavidad no era algo que entrase en el concepto que la gente tenía de los elfos lunares o, más concretamente, de Niko. Sin embargo, eso fue exactamente lo que hizo con Corr, llamándole con voz suave y meciéndolo suavemente hasta que le vio abrir los ojos.

    Sentado al borde de la cama, acarició su pelo y sonrió cuando sus miradas se encontraron, teniendo que contener una risa cuando Corr se puso rojo como una grana al recordar qué había pasado no hacía tanto rato.

    —Sí, me temo que no ha sido sólo un sueño húmedo —le tapó la boca con la misma mano con la que le estaba acariciando al ver que iba a protestar y volvió a ponerse más serio —. Escucha, Corr. No tenemos por qué hablar jamás de esto, ¿vale? Necesitabas ayuda, yo estaba ahí para ayudarte. No hay por qué darle más vueltas —volvió a sonreír cuando Charlotte subió a la cama de un salto, reclamando atenciones de su Faure-Demont entre gruñiditos y golpes de pata, y Niko acarició el lomo de la compañera para luego ponerse en pie —. En realidad, te he despertado porque tengo que irme ya. Makra me matará si no le doy una buena excusa para no estar ayudando con los preparativos. Ah… Dejé a tu sobrino lo mejor que pude. Cuando esté en Acier, preguntaré por él y te daré más información. Ahora, descansa un poco más o… No sé, lo que sea que haces cuando no estoy tocándote las narices.

    Le sonrió un poco, por fin, y después fue a la puerta, pero se detuvo en el umbral, con una mano en la jamba. Si aquel fuese un mundo ideal, en ese momento se habría dado media vuelta y habría saltado sobre él para besarle. Sin embargo, como no era un mundo ideal, ni siquiera se giró antes de salir definitivamente de la cabaña.

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    Encontró a Ghilanna acurrucada entre las raíces de un árbol centenario, o quizá fuese incluso milenario, dado el grosor y altura de su tronco. La verdad es que le preocupaba más el árbol que la elfa.

    —¡Salvaje! —exclamó Ghilanna a modo de saludo. Se puso en pie rápidamente y se empezó a sacudir la tierra y las hojas del vestido —¿Puedo ya regresar a la casa del humano?

    —¿Regresar? —Niko alzó una ceja en un claro signo condescendiente —Puedes ir, pero después de lo que le has hecho a Corr no sé si te dejará entrar.

    —¿Cómo? ¡Pero si no le he hecho nada!

    —¿Dices que no le has drogado? —preguntó ahora en un tono ácido, frunciendo el ceño.

    Ghilanna alzó la barbilla en un gesto de soberbia.

    —Le di un estimulante para acelerar un proceso perfectamente natural con fines científicos.

    —Le diste una puta droga para violarlo porque Corr te pone cachonda perdida y no sabes cómo reaccionar —gruñó Niko. Ahora fue Ghilanna la que frunció el ceño.

    —¡No me hables en ese tono, bárbaro!

    —Te hablaré en el tono que me salga de los cojones.

    —¿Sabes? —Ghilanna cruzó los brazos sobre el pecho —No entiendo por qué te quejas tanto, si está claro que te has aprovechado de los efectos de mi estimulante. ¡No lo niegues, sólo hueles a él!

    Niko apretó los puños y luego sacudió una mano. Como respuesta, el cuerpo de Ghilanna siguió la dirección del movimiento de la mano de Niko, estampándose contra el árbol. El lunar se acercó entonces a ella y le agarró el pelo. De un gesto brusco la obligó a caer de rodillas al suelo, frente a él, y le hizo alzar la cabeza.

    —Escúchame bien, porque sólo te lo voy a decir una vez. Dos personas, o más, tienen sexo sólo cuando todos los implicados lo desean de verdad. Si hay hechizos, drogas o coacción, ese deseo no es sincero. Cuando no hay deseo por parte de una sola persona, eso no es sexo: es aberración. Tú has provocado una aberración. Me das asco, solar. Me das un tremendo asco —le soltó el pelo, viendo con gesto de desagrado cómo la mujer caía al suelo, sujetándose la cabeza o masajeándose el cuero cabelludo, le daba igual —. Nar-Laris te rechazó. Corr te rechazará. Seguramente, hasta Acier te rechazará. Debería matarte, pero saber que estás muerta para todos los que te rodean es suficiente castigo, ¿no?

    Cuando escuchó a Ghilanna empezar a sollozar, chasqueó la lengua con auténtico asco. Dio una patada al suelo, tirando tierra sobre la solar, y después continuó su camino hacia su poblado.

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    Arala miró con auténtica preocupación a Adri. Estaba sentado frente a una ventana, con el codo apoyado en el alféizar y la mejilla sobre la mano, mirando hacia el bosque. ¿Cuánto rato llevaba allí? Hasta Cachorro, tumbado a sus pies, parecía triste y preocupado, con las orejitas gachas y la cola más quieta que en mucho tiempo.

    Se acercó a Adrien y le puso una mano en el hombro, ofreciéndole una taza de humeante té. Apretó los labios cuando el otro la rechazó con un gesto y dio una patada al suelo. Fue divertido ver que tanto humano como lobo alzaron la cabeza para mirarla con la misma expresión.

    —Ya basta. Llevas dos días enteros sin apenas probar bocado y mirando por la ventana lánguidamente como una muchachita de cuento. ¿Por qué no mueves el culo y haces algo para solucionar esto?

    —¿Haces algo? —Adri ni siquiera rio, sólo suspiró —¿Y qué quieres que haga? ¿Ir a Acier, esquivar a todos los guardias y gatos, colarme en el castillo, encontrar a Maèl y darle bofetadas hasta que me recuerde?

    —A mí me suena a plan —dijo la bruja con las manos en la cintura. Había dejado la taza en una mesita cercana —. Venga, venga, ¡vístete!

    —No voy a hacerlo, Arala —volvió a suspirar, acariciando la cabeza de Cachorro cuando éste la apoyó en su regazo.

    —¿Perdona? —estaba claro que la pelirroja estaba desconcertada —No te tenía por un cobarde, Adri.

    —¡Pues lo soy! —alzó la voz tanto que Cachorro movió la cola, creyendo que implicaba una sesión de juegos. Al ver que no, se sentó y se pegó todo lo posible a Adri, haciéndose un hueco entre sus piernas —Soy un cobarde, ¿vale? Me… Me aterra que… No quiero saber cómo me mirará cuando recuerde…

    Arala sintió una punzada de pánico cuando Adri rompió a llorar ahí mismo. Cachorro gimoteó y frotó la cabeza contra el abdomen de Adri, quien lo abrazó, encogiéndose sobre el animal. La bruja, por su parte, se acercó y lo abrazó como pudo, acariciándole el pelo con suavidad.

    —¿Qué ha pasado, Adri? ¿Qué no me has contado?

    No tardó mucho en arrepentirse de haber preguntado. El relato de su amigo hizo que su piel se pusiese de gallina y sus entrañas se retorciesen de puro espanto. Intentó, eso sí, mantenerse firme, serena, para poder serle un apoyo útil en esos momentos de clara fragilidad.

    —Pude soltarme cuando aflojaron el agarre —susurró Adri, aún con la voz rota, aunque ya sin llorar —. No sé muy bien qué pasó luego. Peleé, Cachorro se recuperó y peleó conmigo, pero supongo que eran muchos y nos tiraron al río. Pude agarrar a Maèl, pero yo… me habían golpeado tanto que… Si ese hombre no nos hubiese encontrado, supongo que nos habríamos ahogado los tres —completó el relato, besando entre los ojos del lobo, quien tenía las orejas gachas, como si entendiese la crudeza del relato.

    Arala tomó con suavidad la cara de Adri y le besó la frente, abrazándole después contra su pecho con infinita ternura. Adrien suspiró y acomodó la cabeza en su escote, rodeándole la cintura con una mano mientras la otra seguía enterrada en el pelaje del animalito.

    —Oh, querido… Ha tenido que ser una auténtica pesadilla. ¡Pero! —le volvió a coger la cara, obligándole a mirarle y, de paso, estrujándole un poco los mofletes —Maèl estaba bien cuando se despertó. Quitando eso de vomitar fuego y estar asustado y desorientado… ¿No lo recuerdas? Dijo que quería seguir su aventura…

    —Pero no llegó a decir si la quería seguir conmigo —suspiró Adrien con aire derrotado.

    —¿Oh? —Arala alzó una ceja, frunciendo un poco la otra —Adri, ¿acaso quieres monopolizar al príncipe de Acier?

    —¿Qué? ¡No! —a la bruja le divirtió mucho que las mejillas de Adri se tiñesen de rojo. Le dejó levantarse y asomarse otra vez por la ventana, pero a través del cristal pudo ver su expresión, de nuevo seria y pensativa —Le hice una promesa, Ara. Le prometí que le cuidaría y protegería, pero a la hora de la verdad… No pude hacer nada.

    —Adri, por favor, no te machaques tanto —suspiró, cruzando los brazos bajo el pecho con auténtica impotencia —. Eran muchos contra sólo dos. Te quitaron las armas, te inmovilizaron… No tienes magia, ¿qué más podrías haber hecho?

    —Ese es el problema, Arala. Que no pude hacer nada. Y si volviese a pasar algo así, de nuevo no podría hacer nada.

    Arala ladeó un poco la cabeza.

    —Bueno, pero tú mismo has dicho que Maèl no llegó a decir si quería seguir confiando en ti o no. ¿Qué te da más miedo? ¿Que quiera seguir a tu lado o que no quiera volver a verte? En ambos casos, para saber la verdad, primero tiene que recuperar la memoria, ¿no te parece?

    Adrien se giró a mirarla, rodó los ojos y tomó la taza, ya tibia, de infusión para darle un trozo.

    —Iré haciendo los preparativos.

    —¡Bien! —celebró Arala con un pequeño aplauso que hizo que Cachorro soltase un aullido feliz y moviese la cola, dando saltitos entre ambos humanos.

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    Pese a todos sus gatos espía, Tilda no esperaba encontrarse esa escena al entrar en la sala de descanso favorita de Étienne.

    El fuego estaba encendido y las pesadas cortinas echadas, lo que hacía que el ambiente fuese cálido, oscuro y agradable. Étienne estaba recostado en su sillón, cerca del fuego; se había quedado dormido con un libro. Grégoire estaba arrodillado en un escabel frente a él y le ponía una manta por encima, acariciando su mejilla con suavidad.

    Tilda cruzó los brazos bajo el pecho y se apoyó en el marco de la puerta, sin querer interrumpir ese momento tierno e íntimo entre rey y dragón.

    ¿Sigue enfadado conmigo? —no hubo necesidad de susurrar, lanzó ese mensaje telepáticamente.

    Está molesto, sí —respondió Guardián sin mirar aún a la bruja, demasiado ocupado asegurándose de que el rey estuviese cómodo —. También está muy preocupado y… triste. Está tan triste… ¿Por qué? ¿Cómo puede caber tanta tristeza en un cuerpo tan pequeño?

    Tilda hizo un pequeño puchero al escuchar esto. Suspiró y descruzó los brazos, acercándose al dragón para abrazarlo por la espalda. Apoyó la mejilla en su hombro y, con las manos rodeando la cintura de Grégoire, observó el rostro durmiente de Étienne.

    ¿Recuerdas cómo te sentiste cuando murió Cézanne?<i/> —alzó una mano para retirar algunos mechones del rostro del dragón. No obtuvo respuesta, pero notó cómo se había tensado su cuerpo —<i>Étienne siente lo mismo. Él perdió a alguien que era para él tan importante como para ti lo fue Cézanne —suspiró un poco, cerrando los ojos y disfrutando de un silencio sólo interrumpido por el crepitar del fuego, pero entonces se le encendió una bombilla —¿Por qué no hablas con él?

    ¿De qué? —el dragón giró un poco la cabeza para encontrarse con esos ojos violetas mirándole desde su hombro.

    No lo sé. Podrías contarle historias de Cézanne. Él no llegó a conocer a su abuelo, pero se ha leído sus diarios, seguro que le gustaría conocer otro punto de vista de esas historias. O puedes contarle cómo superaste el duelo…

    ¿El duelo? —frunció un poco el ceño, sin acabar de entenderlo —¿Qué es eso?

    Pues… —la bruja se separó un poco de él, quedando a su lado y tomándole una mano. Le gustó sentir esas garras acariciar su piel al apretarle los dedos —El proceso de duelo consiste en superar la pérdida de una persona querida. Ya sabes, cuando el dolor se calma y…

    Pero el dolor no se calma —la interrumpió Grégoire, ladeando un poco la cabeza. Se llevó la mano libre al pecho —. Sigue doliendo, incluso tras todos estos años. Supongo que simplemente me he acostumbrado.

    Vaya… Realmente le amabas, ¿hmn? —Grégoire tampoco acabó de entender el significado de esa frase, pero no preguntó —Igual puedes decirle eso. Que uno aprende a vivir con el dolor.

    Tras decir esto, Tilda miró una última vez a Étienne, le besó una mejilla a Grégoire y simplemente desapareció de la habitación, dejando un gato bostezando sobre la alfombra, cerca de la chimenea.

    El dragón miró a su alrededor sin mucho interés y terminó por subirse al sofá; se metió bajo la manta y pegó su cuerpo al del rey, rodeándole la espalda con los brazos y medio enterrando la cabeza en su pecho. Una de sus piernas encontró un hueco perfecto entre las del rey, la otra se acomodó sobre los cojines.

    Así puesto, en un extraño enredo con el cuerpo del rey, cerró los ojos, disfrutando de la agradable sensación del calor dado por el fuego de la chimenea, las mantas y el propio rey. El invierno estaba a la vuelta de la esquina, ya incluso había nevado en el reino, y eso para una criatura de sangre fría como un dragón era terrible. Por eso, esos momentos cálidos le hacían gorjear de puro gusto.

    No sabría decir si se quedó dormido o no, pero cuando volvió a abrir los ojos fue porque había sentido al rey removerse un poco. Liberó un poco el abrazo para dejarle espacio para moverse y le vio incorporarse y mirar a su alrededor con la confusión de quien se acaba de despertar. El dragón se quedó recostado, apropiándose ahora de un cojín que tendría la injusta tarea de sustituir el cuerpo de Étienne, y le miró desde abajo.

    Étienne —tardó unos segundos en darse cuenta de que el estremecimiento del rey venía porque había usado la voz telepática, no la física —. Perdón —dijo, corrigiendo esto con un carraspeo —. ¿Has descansado? —le vio asentir y sonrió un poco, un gesto que a muchos les habría resultado tiernísimo al tratarse de una sonrisa sincera y abierta, sin trabas sociales —Tilda me ha preguntado si seguías enfadado y luego me ha dicho que estás tan triste porque estás de duelo —no introdujo el tema, lo soltó así, sin más —. Me ha dicho también que debería contarte cómo llevo yo la muerte de Cézanne y, bueno… ¡Duele mucho la ausencia! —le dio un golpecito en el pecho a Étienne, dejando luego la mano ahí —Aquí siento como si faltase algo, ¿sabes? Pero no duele tanto como cuando murió. Supongo que la cosa es aprender a vivir con ese dolor. ¡Ah! ¡Y los recuerdos! Siempre quedan los recuerdos. ¿Es normal que sean tan brillantes y cálidos? Recordar las risas siempre alivia el dolor. Una vez, por ejemplo, estábamos en la biblioteca y él me estaba leyendo un cuento, y me puse tan contento con la historia que empecé a mover la cola y tiré todos los libros de una estantería. Cézanne se rio mucho y yo me reí con él, porque su risa era muy bonita. Me gustaría volver a oír la tuya, Étienne. Te pareces mucho a él, pero sonáis distinto… ¡Y, aun así, tu risa también es bonita! Aunque sólo la he oído una vez…

    Sus ojos, amarillos y de pupila afilada, brillaron como los de un niño pequeño cuando recibió unas caricias en la cabeza junto a una pequeña sonrisa. Su cabeza buscó esa mano cuando empezó a alejarse, como un animalillo exigiendo mimos, y cuando consiguió lo que quería, volvió a acomodarse sobre el cojín, abrazando de nuevo a Étienne.

    —Soy muy viejo, Étienne —volvió a hablar al cabo de un rato —. Y es cierto que llevo tanto tiempo lejos de los humanos que he olvidado muchas cosas, pero… Pero recuerdo otras. Y una de esas cosas que recuerdo es que sois muy, muy fuertes. Tu hijo estará bien, ¡y tú también! Con tiempo y apoyos, los humanos siempre os volvéis a levantar. Eso es algo que admiro mucho de vosotros —añadió, frotando su nariz contra la clavícula de Étienne con toda la confianza del mundo —. Me gusta cómo hueles. ¿Me puedes abrazar un rato más?

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    A Aimée se le escapó una risita cuando entró en los jardines y vio a Maèl a merced de las manos del dragón. La escena era cuanto menos curiosa, la verdad, y es que Grégoire tocaba el pelo y la cara del príncipe, le miraba las manos y le olfateaba como si fuese una criatura fascinante, cuando en realidad eran los dragones los que resultaban de auténtico interés.

    Esos ojos de reptil se giraron hacia la princesa en cuanto esta se acercó y le dedicó una sonrisa que hizo que Aimée sintiese su corazón encogerse por la ternura. Viéndose venir lo que se avecinaba, abrió los brazos y volvió a reír cuando el dragón no sólo la abrazó, sino que la levantó como si fuese tan ligera como una pluma.

    —¡Vaya! ¡Sí que estás contento! —se rio cuando sus pies volvieron a quedar en tierra. Se acercó a su hermano y se sentó a su lado en el banco, no tardando mucho en localizar a su padre, que leía en un banco cercano —¿Ha pasado algo?

    —¡Tilda me ha dado un calentador! O creo que lo llamó así —comentó Grégoire, dándose golpecitos en el torso —. Es un hechizo que me mantiene caliente en todo momento.

    —¡Ah, claro, pobrecito! El invierno te tenía debilitado, ¿verdad? Oh, antes de que se me olvide, Amélie me ha pedido que te diese esto —se metió la mano en el bolsillo, sacando una copa metálica —. Parece ser que se cayó el otro día y se rompió de tal forma que no la pueden arreglar. ¡Toma!

    La tiró y volvió a reír cuando Grégoire saltó para cogerla no con las manos, sino con la boca. Cuando cayó al suelo, ya no era un joven adorable, sino un dragón tan grande como un lobo que se revolvía en el suelo mientras sus poderosos dientes perforaban el acero.

    —Es increíble… Yo todavía no me acostumbro a estas transformaciones, ¿no soy fascinantes? —sonrió a su hermano, dándole entonces un pellizco en la mejilla —¿Cómo estás? ¿Te haces ya a la magia de tu cuerpo?

    Tuvo que volver a mirar al dragón cuando escuchó unos sonidos raros, parecidos a gruñidos, que venían de su garganta. De alguna forma, se había girado de tal forma que había terminado enredándose con su propio cuerpo.

    Vio cómo su padre se masajeaba el puente de la nariz en un intento de tomar paciencia y ella, por su parte, soltó un bufido divertido y se acercó para ayudarle. Tuvo que cogerle una pata trasera y sacársela de detrás de la cabeza, y después le ayudó a desenredar la cola de una de sus alas. El dragón se sacudió y recuperó la forma humana, sentándose en el suelo para volver a mordisquear la copa.

    —¿Cómo funciona esto de los cambios de cuerpo? —le preguntó, acariciándole el pelo como para comprobar que fuese de verdad.

    Grégoire alzó los ojos a ella, con la copa en la boca, y ladeó un poco la cabeza. Cuando apartó un poco la copa, Aimée pudo ver la marca de sus dientes en el metal, así como algunos trozos que ya habían sido mordidos.

    —No sé. Simplemente puedo hacer mi cuerpo distinto para adaptarme a mis necesidades del momento.

    —Pero ¿cómo funciona? —insistió ella, recogiéndose las faldas para sentarse en el suelo con él. Bueno, en el suelo exactamente no, usó un poco de magia para hacer que creciese bajo ella un cojín de hojas —¿Puedes tomar cualquier forma?

    —Puedo, uh… ¿Cómo decirlo? —miró a los árboles, como esperando su consejo, pero no escuchó nada más que su palpitante vida, así que suspiró y miró otra vez a la princesa —Puedo tomar cualquier forma que haya, umn, ¿asimilado?

    —¿Puedes explicarme eso un poco mejor? Por ejemplo, ¿cómo «asimilaste» la forma humana?

    —Humn… Toqué a Cézanne y leí su base biológica —dijo, tocando con la punta de su garra (la que correspondía al índice derecho) la frente de Aimée —. Luego asimilé esa lectura y pude tomar esta apariencia —se tocó ahora su frente con una sonrisa.

    —Eso suena ¡increíble! ¡Por el santo acero, siento que podría aprender tantas cosas de ti…! Oh, ¿qué ocurre?

    Miró cómo el dragón se ponía en pie, mirando hacia arriba. No necesitó respuesta, pronto ella misma sintió a Noiret y Brigitte, que habían estado sobrevolando los alrededores de Acier en su rutina como vigías. Ahora aparecían en el cielo que se había desde el jardín y aterrizaban, una con tanta elegancia, la otra llevándose por delante un matorral.

    Brigitte soltó un chillidito mientras se removía entre las ramas, pero consiguió salir por su propio pie y se sacudió, aunque ni así se libró de todas las hojas que se le habían enredado en el pelaje.

    Aimée se levantó también para recibir con mimitos a su pegaso mientras Brigitte, con sus andares torpes, primero le daba un buen lamentón a Maèl en toda la cara y después iba junto a Étienne, dándole en el proceso a Grégoire un golpe con la cola que lo tiró al suelo.

    El dragón soltó un gruñidito y en un par de saltos quedó junto a Étienne, subido al banco y metiendo la cabeza bajo su brazo para reclamar unas atenciones que iban en un principio a la tricot y que ahora, al parecer, habría que compartir entre los dos. Aimée, al ver que seguía con esa forma humana tan mona, se preguntó hasta qué punto el dragón terminaba de controlar sus transformaciones.

    —¡Ah, ya estáis aquí! —nadie habría podido decir de dónde había salido Tilda, seguramente había cambiado lugar con uno de sus gatos. Había tantos que a veces costaba seguirles la pista a todos, y uno debía estar justo tras Maél, porque ahí estaba ahora la bruja, abrazándolo por la espalda y dejándole (o haciéndole) apoyar la cabeza en su generoso escote —¿Qué noticias traen estas hermosas royalet?

    —Los elfos lunares están cerca —contestó Aimée al ver que su padre estaba muy ocupado intentando mediar en una especie de pelea entre dragón y tricot por ver quién recibía mayor número de caricias —. Dicen que llegarán al amanecer, al ritmo al que van.

    —Magnífico —sonrió la bruja —. Iré a hacer los preparativos, entonces.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No tenía ni idea de qué estaba haciendo. No tenía un plan real, no sabía cómo demonios iba a entrar en una de las fortalezas mejor guardadas del continente, esquivar a la bruja tetona de los gatos y llegar hasta el puñetero príncipe medio elfo sin ser detenido o asesinado en el proceso.

    Miró a su lado, pero no se encontró la sonriente y preciosa cara de su perro-lobo, y eso le hizo gruñir de nuevo. Había tenido que dejar a Cachorro con Arala; así iría más rápido y llamaría menos la atención, aunque ser «discreto» no era algo a lo que estuviese acostumbrado. No porque le gustase particularmente que todo el mundo le mirase, sino porque su propia apariencia le hacía difícil pasar desapercibido.

    En fin, que estaba solo, sin su arco —esos falsos carboneros se lo habían roto y debían haber quemado los trozos, porque no los había encontrado—, armado sólo con un cuchillo —los carboneros también se lo habían quitado, pero sí había podido recuperarlo, al menos—, dirigiéndose a un reino en el que jamás había estado para cometer una misión suicida.

    Y, aun así, a pesar de repetirse una y otra vez todo lo que podría salir mal, no había dejado de avanzar.

    —¿Quién lo diría? —decía en refunfuños mientras apartaba trepaba un grueso tronco que alguna tormenta debía haber tirado —Aquella bruja tenía razón —no hablaba de Tilda o de Arala, sino de alguna bruja que había conocido en otro momento —. Vas a morir joven por imbécil. Porque eso es lo que eres, un imbécil.

    Consiguió llegar a la cima del tronco y bajó con cuidado, y estaba por seguir con sus gruñidos y quejas cuando escuchó voces que le hicieron callarse, detenerse y afinar el oído. Sí, eran voces de mujeres. Hablaban casi en susurros, en una lengua que Adri no conocía, pero que no tardó en identificar como élfico.

    Despacio, se acercó al origen de las voces y asomó tras un tronco. Él no sabía mucho de la sociedad élfica, daba igual hablar de solares o de lunares, pero imaginaba que esas cinco mujeres bien protegidas, peinadas y armadas que hablaban en círculo debían ser líderes, porque a su alrededor había otros elfos, hombres, que se estaban encargando de mantener un fuego avivado y cocinar en él algunas piezas de caza.

    Era un grupo relativamente numeroso, siendo los lunares como eran bastante dados a utilizar escuadrones reducidos, y entre esos rostros pudo reconocer dos: una de las mujeres que hablaban era Mar’iz, la reina de una ciudadela de Lanu Kah o, como la llamaban los humanos, Ferrot; la otra cara conocida era la del único hombre que no estaba haciendo nada, el elfo que había salvado a Maèl.

    Cierto era que al Kurlah no lo conocía de nada, más que de ese fugaz encuentro unos días atrás, pero con Mar’iz tenía una historia un poco más profunda. Pensó que, con suerte, uno de los dos podría ponerse a su favor y ayudarle a llegar hasta Acier.

    Dio un par de pasos en dirección a ese campamento improvisado, teniendo al momento una docena de armas apuntándole. Alzó las manos, mostrándose desarmado, y suspiró con cierto alivio cuando Mar’iz lo reconoció.

    —¿Adri? —preguntó, bajando su arma. Dio una orden y todos los demás obedecieron, incluso las otras reinas.

    —¿De qué conoces a este humano, Mar’iz? —preguntó la más aterradora de esas mujeres. Quizá esta impresión se debía a que tenía los ojos rojos, y no claros, como las demás.

    —Fue mi juguete. Un tiempo —añadió la reina con una sonrisa que sólo podía catalogarse como lujuriosa —. Nos lo pasamos muy bien, ¿verdad?

    —Nunca había disfrutado tanto siendo atado —reconoció Adri con una sonrisa tranquila.

    —¿Tú también lo conoces, esposo? —volvió a hablar la mujer aterradora. Ante esto, el Kurlah que se había mantenido apartado del grupo, silbando una canción, soltó una risita —Ah… ¿Este es el hombre guapo del que me hablaste? —enarcó una ceja y se acercó, tomando el mentón de Adri con una mano para hacerle bajar, mirándole mejor a los ojos —No está mal, la verdad. Me gusta este mechón —dijo, acariciando con suavidad los cabellos blancos de Adri —. Me llamo Makra y soy la cabeza de las Tribus de Lanu Kah —se presentó por fin, decidiéndose a dedicarle una sonrisa a ese humano —. Ahora bien, ¿vas a decirnos por qué te has acercado a nosotras?

    —Makra —se quejó Mar’iz, cruzando los brazos bajo el pecho —. Respondo por él.

    —Puedes responder hasta por un lunar, querida, pero mi pregunta se mantiene.

    Ambas mujeres se miraron, una manteniéndose estoica, la otra soltando un siseo antes de bajar los brazos. Mar’iz, cediendo, le hizo un gesto con la cabeza a Adri, aconsejándole así que hablase.

    —Tengo que llegar a Acier. Vais en esa dirección, ¿no?

    —¿Por qué demonios quieres ir tú a Acier? No pareces súbdito —habló otra de las reinas. Los hombres habían vuelto ante una silenciosa orden a sus tareas.

    —No lo soy —reconoció Adri —. Pero en la Corte hay un amigo al que necesito ver.

    —¿El príncipe? —habló esta vez el Kurlah, consiguiendo que todas las mujeres, menos su esposa, que seguía analizando al humano, se girasen a él —Creía que ese tema estaba zanjado ya.

    —En lo absoluto —hizo amago de acercarse a él, pero Makra se lo impidió sin siquiera moverse, sólo con sus ojos. Adri alzó otra vez las manos, brevemente, en gesto de conformidad, y suspiró —. No sé muy bien por qué, pero una bruja le borró la memoria y lo tiene encerrado. ¡Tengo que hablar con él!

    —Humn…

    Makra terminó por girarse a mirar a su esposo.

    —¿Te lo estás planteando?

    —Corr querría que lo hiciera.

    El matrimonio mantuvo una mirada larga que terminó cuando Makra suspiró y volvió a mirar a Adrien, alzando un poco la barbilla con altivez.

    —Puedes venir con nosotras, pero quedas en manos de mi marido y de Mar’iz. No sé qué vas a hacer y no quiero saberlo. No me responsabilizaré ni de ti ni de tus actos, y si alguien me pide explicaciones, me lavo las manos. ¿Entendido?

    —Claro como el agua —respondió Adri, totalmente serio.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El reino de Acier les recibió con las puertas abiertas, literalmente. La comitiva élfica no tuvo ningún inconveniente en pasar, incluso cuando no todas las miradas que recibían de las gentes del reino eran amistosas o curiosas, había algunas que estaban auténticamente envenenadas, pero ni las reinas ni sus sirvientes hicieron el menor gesto de haberlas apreciado.

    Entraron en el castillo cuando estaba rompiendo el alba, y a los pies de las primeras escaleras, en la gran sala de recepción, encontraron no al rey, sino a la segunda persona más poderosa de todo el reino, a nivel político: Lara Reverdin, mariscala del ejército, apoyada en su enorme espada.

    Lara hizo una respetuosa inclinación con la cabeza a modo de saludo, consiguiendo que Makra sonriese, complacida, mientras sus ojos recorrían a la mariscala con total desparpajo, desde la cabeza hasta lo pies y a la inversa.

    —Sed bienvenidas al castillo de Acier —saludó, dando un golpecito en el suelo con la espada —. Soy Lara Reverdin, marisc-

    —Sabemos quién eres —la interrumpió Makra con una voz que sonaba casi ronroneante —. Incluso a Lanu Kah ha llegado tu fama como guerrera y consejera. Saltémonos los protocolos, tratémonos de tú. De guerrera a guerrera es un trato justo.

    Lara afiló los ojos, pero terminó por asentir e hizo un gesto abierto con la mano.

    —Así será… Makra —se permitió una pequeña sonrisa al ver la sorpresa en esos ojos rojos —. También ha llegado aquí tu fama. Eres la única princesa del grupo y, aun así, las demás reinas cumplirán tus órdenes, ¿me equivoco? —sostuvo la mirada de Makra, saboreando el momento unos segundos antes de volver a hablar —Eres una Kurlah, igual que… —sus ojos pasaron ahora a Niko, quien alzó un poco la cabeza y la ladeó con una sonrisita. Si los gatos sonriesen, seguramente sería así —…igual que tu marido. Pero eso no me impedirá daros una patada en el culo a los dos si causáis algún problema. De guerrera a guerrera, es una advertencia justa.

    —Oh, cuánta hostilidad —se rio Fube, otra de las reinas, moviendo su larga coleta plateada con un gesto de la mano —. Creía que éramos bienvenidas.

    —Sois bienvenidas… aunque no hayáis sido invitadas, exactamente —dijo por lo bajo —. Pero ese sacerdote —señaló con la espada a Niko, quien saludó con la mano sin vergüenza alguna —provocó revuelo no hace mucho en las calles de Acier. Mató a cinco hombres.

    —Estrellas rojas —se defendió Niko con un encogimiento de hombros al recibir algunas miradas de las otras reinas lunares —. Me amenazaron y yo les respondí. Pero nadie más resultó herido.

    —Ese comportamiento es intolerable en una casa ajena, esposo —sonrió Makra con suavidad, sin siquiera mirarle, todavía con los ojos fijos en la mariscala —. Vas a tener que prometer que te portarás bien mientras estemos aquí. No queremos que Lana nos vea como enemigos, ¿verdad?

    —Lo prometo —sonrió Niko, tocándose el pecho con dos dedos.

    Lana le miró, bajó la espada y asintió.

    —Hemos preparado estancias para vosotras y para vuestros sirvientes. Nuestro servicio está a vuestra disposición, dentro de ciertos límites. No olvidéis que este es un reino humano, no elfo.

    —Sería imposible olvidarlo —dijo con condescendencia Nirala, otra de las reinas, mirando a su alrededor. Lana sólo soltó un pequeño bufido.

    —El rey os recibirá en unas horas.

    —No hemos venido a ver al rey —volvió a hablar Fube —, sino a presentarle nuestros respetos al dragón.

    —El dragón estará con el rey cuando os reciba —dijo Lara entre dientes —. Descansad, reponeos del viaje y os avisaremos cuando puedan recibiros.

    —Suena bien —dijo Makra en tono conciliador. Chasqueó la lengua y al momento los sirvientes que había tras las reinas recogieron el escaso equipaje que llevaban y que habían dejado en el suelo —. Esperaremos con impaciencia —le sonrió a Lara.

    Un par de sirvientes de la casa Faure-Demont guiaron a las lunares y su pequeño séquito a sus aposentos, cómodos y luminosos —aunque en esos momentos las cortinas estaban corridas para hacer ambientes oscuros, más aptos para sus ojos—.

    Niko se dejó caer sobre la enorme cama que tenía para compartir con Makra y se estiró, recordando una vez más a un gato. Precisamente fue un gato el que maulló desde el alféizar de una ventana. Niko lo miró y se encontró con unos ojos violetas. Le guiñó un ojo al animal, viendo cómo este se desvanecía al momento en el aire.

    —¿Qué ha sido eso? —preguntó Makra mientras, sentada en un escabel, se quitaba sus botas.

    —La bruja del reino. Cattalis, creo que es.

    —Ah… Sí, me suena —Makra bostezó y se puso en pie, estirándose también para luego tumbarse al lado de su esposo, quien no dudó en apoyar la cabeza en el hombro de la mujer —. Esa mariscala es increíble —suspiró con una sonrisa afilada —. Te digo yo, esposo, que antes de que nos vayamos la habré sometido de tal forma que no podrá volver a correrse sin pensar en mí.

    —Te van las cazas difíciles, ¿hmn? —Niko sonrió, mirando a uno de los dos sirvientes que terminaban de acomodar las cosas —Chico guapo, aprovecha ahora para hacer lo que tengas que hacer.

    Adri se giró a mirarle. Todos los sirvientes de los elfos se habían cubierto los ojos con gafas oscuras y el pelo con capuchas, y para terminar el disfraz de ese humano, se había puesto un pañuelo en el trozo de piel visible que quedaba en su rostro. Al propio Niko le sorprendió que aquello funcionase, pero bien, los humanos nunca habían sido demasiado avispados para estas cosas.

    —Gracias.

    —No agradezcas tanto —habló Makra, cruzando los brazos tras la cabeza —. Nos debes un favor.

    —Lo sé.

    La elfa cerró los ojos y, cuando escuchó la puerta cerrarse y los pasos de ese hombre alejarse, se giró a mirar a Niko.

    —Tu debilidad por los humanos es una de esas cosas que nunca podré entender.

    —Si te sirve de algo, yo tampoco podré entender nunca tu debilidad por las mujeres.

    Makra se rio.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    De nuevo, estaba solo y sin tener ni puñetera idea de qué hacer. Milagrosamente, había conseguido esquivar guardias y gatos sin que nadie siquiera le dirigiese una mirada. Debía agradecer su costumbre de caminar sin hacer ningún ruido, y es que esa había sido una habilidad que había tenido que desarrollar dada la naturaleza de su trabajo. Lo que no esperaba era usarla entre cuatro paredes, fuera de un bosque.

    ¿Dónde estaría Maèl? Realmente no tenía ni idea. No tenía a mano un mapa del castillo, aunque qué bien le habría venido, la verdad. Contuvo un gruñido al encontrarse por segunda vez con la misma escultura. ¿Cómo podía orientarse mejor en un bosque que en un castillo?

    «Relájate, Adrien», se riñó mentalmente «Eres un gran rastreador, de los mejores que hay. Sólo tienes que respirar hondo y buscar las huellas. Siempre hay huellas.»

    Aquí no hay huellas.

    Adrien se detuvo de golpe al escuchar esa nueva voz en su cabeza. Por un momento, pensó que podría tratarse de su subconsciente, o quizá simplemente se estaba volviendo loco. Pero no, no reconocía esa voz. Era de un hombre, suave, pero a la vez tenía cierta fuerza. Era extraña, y había resonado con absoluta claridad en su mente.

    No estoy cerca de ti.

    Adri gruñó cuando escuchó eso justo después de haber mirado a su alrededor.

    ¿Por qué buscas a Maèl?

    «¿Quién eres?»

    ¿Por qué buscas a Maèl?

    Adri frunció el ceño y se rascó una sien. Escuchó pasos y se ocultó tras una columna, evitando así ser visto por un par de muchachas que debían pertenecer al servicio del castillo.

    «Soy un amigo suyo. Sé que le han borrado la memoria, quiero ayudarle a recuperarla. ¿Quién eres tú y cómo puedes hablar en mi cabeza?»

    Asomó por la columna y, al ver el pasillo despejado, decidió seguir moviéndose. No le parecía buena idea quedarse mucho tiempo quieto en cualquier pasillo.

    Tilda le quitó la memoria por un motivo.

    «Ya, ¿y qué dice el rey de todo eso?»

    … … Gira por la derecha, o te encontrarás con los gatos de Tilda.

    Adri volvió a frenar en seco ante esta indicación. Asomó muy discretamente a la izquierda y vio, efectivamente, la cola de un gato. Tornó entonces por la derecha.

    «¿Vas a ayudarme?»

    Déjame mirar en tu cabeza.

    «¿Qué…? ¿Para qué?»

    No necesitó respuesta, al momento sintió las intenciones de aquella voz. Quería ver de primera mano, entre sus memorias y pensamientos, qué era lo que pretendía realmente hacer con el príncipe. Adri respiró hondo e intentó relajarse, sintiendo entonces cómo algo entraba en él. Era como una caricia, pero muy íntima, pues no era dada a su cuerpo, sino a su alma, si tal cosa existía.

    No sabía muy bien qué pensar o sentir de aquello, así que sólo contuvo el aliento y esperó hasta que sintió cómo esa mano psíquica le dejaba en paz. Había sido, desde luego, la experiencia más extraña de su vida. Y eso que hacía pocos días sus propias costillas le estaban atravesando los pulmones.

    Te ayudaré a llegar. Sigue mis indicaciones exactamente.

    A partir de ese momento, Adri decidió ponerse en manos de aquel desconocido. Y sus señales eran tan precisas que el muchacho sintió que podría cerrar los ojos y aun así seguir el castillo sin chocarse con nada ni con nadie.

    Cuando quedó frente a una puerta, la de los aposentos del príncipe, dejó de escuchar la voz. Imaginaba que eso significaba que ahora estaba solo.

    Tragó saliva y probó a empujar un poco la puerta. No hubo resistencia alguna, nadie había echado el cerrojo, así que entró sin problemas, encontrándose con una estancia grande y bien amueblada que se dividía en varios ámbitos. No le costó mucho calcular que sólo esa habitación era más grande que su casa allá en Puerto del Mar. Cosas de la realeza, seguramente.

    Miró a los lados hasta que dio con la zona de dormitorio. La cama era grande y estaba cubierta con doseles. No tuvo muchos reparos a la hora de descorrer las telas, aunque sí perdió un momento el aliento al ver a Maèl. Su pelo era rubio, pero ahora se había aclarado y también se había vuelto mucho más largo. Era cierto que ya lo había visto así, pero la última vez que le había mirado, no estaban ninguno en las mejores condiciones.

    Siguiendo con el repaso, su piel parecía más pálida, sus orejas más puntiagudas. Por dios, hasta sus labios eran más coloridos. Ese príncipe siempre se le había hecho muy mono, pero ¿por qué ahora quería besarle?

    Claro que ese impulso se fue por el desagüe cuando recordó…

    Cerró los ojos, respiró hondo y volvió a abrirlos con la mandíbula tensa. Se quitó la capucha, bajó el cuello de la ropa y dejó las gafas colgando de su cuello, liberando totalmente así su rostro. Se inclinó entonces un poco sobre el príncipe y lo tomó de los hombros, sacudiéndole y llamándole con suavidad. Cuando el chico despertó, rápidamente le puso una mano en la boca para que no gritase.

    —Por favor, guarda silencio —le susurró —. Te prometo que no voy a hacerte nada. Sólo quiero hablar contigo.

    Le miró a los ojos hasta que le vio asentir, momento en el que retiró la mano de su boca y, despacio, intentando mostrarse inofensivo, se sentó al borde de la cama, a su lado. Le miró y le puso una mano en la mejilla, viendo (y sintiendo) cómo toda la sangre del príncipe se agolpaba de pronto en su cara, provocando un sonrojo violento. Sonrió con tristeza en una suave caricia y luego bajó otra vez la mano.

    —Realmente no recuerdas nada, ¿verdad? —suspiró al ver la cara de incomprensión del príncipe y se frotó el pelo, pensativo —Me llamo Adri y, aunque no me creas, tú y yo nos conocimos hace algo así como un mes o… sí, creo que fue un mes, más o menos… allá por las Montañas Azules —al ver que iba a protestar, alzó una mano para pedirle silencio —. Lo sé. Te han hecho creer que nunca saliste de aquí. Escucha, no sé cuánto tiempo tengo, así que déjame hablar, por favor.

    Sin embargo, no habló. No al momento, al menos. Se miró las manos, que descansaban sobre sus muslos, y apretó los puños, relajando después los dedos. Se armó de valor y volvió a mirarle.

    —Estuve a punto de no venir a por ti. Me sentía avergonzado, terriblemente avergonzado y horrorosamente culpable —no, no podía mirarle mientras decía eso. Volvió a bajar la mirada —. Porque se suponía que yo debía cuidar de ti y no pude evitar que ocurriesen cosas malas. Pensé que, si no recordabas lo malo, tampoco importaba si no recordabas lo bueno, aunque… Creo que nos lo pasamos bien —ahora sí, le dirigió la mirada con una sonrisa triste —. Me gustó mucho tenerte conmigo. No me había dado cuenta de lo solo que estaba hasta que te perdí. Y eso que a ratos me volvías totalmente loco.

    Respiró hondo y sacudió la cabeza. Se estaba yendo por las ramas.

    —La cosa está, Maèl, en que una amiga me ha hecho ver que mi decisión estaba siendo egoísta. Porque, en realidad, no es mi decisión. Nadie tiene el derecho de quitarte tus recuerdos, ni los buenos ni los malos. Y quiero que lo recuerdes todo, incluso lo que realmente no me gustaría que recordases, porque sin esos momentos perdidos… ¿Cómo vas a poder decidir? —se pasó una mano por la cara —No te diré que vuelvas a viajar conmigo, entendería que no confiases en mí o que… eso tan malo te hiciese quedarte en casa un tiempo. Pero sí quiero que recuerdes para que puedas plantar cara a la bruja tetona esa y a tu padre y a quien sea para decirles qué quieres hacer tú. Si quieres viajar, si quieres quedarte…

    Su discurso se vio interrumpido cuando escuchó pasos acercándose. Se tensó y se puso en pie rápidamente. De entre las ropas se sacó un cuaderno y se lo tendió a Maèl, pero tras mirar otra vez hacia la puerta y escuchar los pasos más cerca, optó por meter directamente el cuaderno bajo las mantas del príncipe.

    —Se dice que ni el mejor hechizo de ocultamiento puede cambiar el color de los ojos de ninguna criatura porque nuestros ojos muestran qué somos. Las brujas los tienen violetas, los Kurlah elfos los tienen rojos… Mis ojos dicen que le pertenezco a la naturaleza: al bosque y al mar —dijo, señalándose primero el ojo verde y después el azul —. Los tuyos, Maèl, son de un azul increíble, pero no es el azul del estandarte de Acier. No, en tus ojos veo el cielo de una tarde de verano, ese cielo sin nubes, brillante y hermoso. Eso es libertad —la puerta se abrió de golpe y dos soldados entraron gritándole al intruso que alzase las manos, que estaba detenido. Adri no se resistió mientras le cogían las muñecas y se las juntaban en la espalda —. ¡Libertad, Maèl! ¡Eso eres tú! ¡Así que recuerda! ¡Recuérdalo todo, recuérdame a mí, por favor! —dijo mientras lo sacaban prácticamente a rastras de la habitación.

    Una vez estuvo en el pasillo, dejó de hablar y miró a los dos guardias. No parecían muy amigables, así que decidió caminar a su ritmo hasta las mazmorras.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lo único que oía era el goteo constante y rítmico de alguna filtración que formaba un charquito asqueroso en el suelo. Para bien o para mal, Adrien estaba atado al otro extremo de la celda, así que tampoco tenía que preocuparse mucho por aquella ciénaga en miniatura. Bueno, el olor era ineludible, pero viviendo como vivía, no era lo mejor que había llegado a sus fosas nasales.

    Este silencio relativo se vio roto con el chirrido de una puerta y, acto seguido, por tacones que caminaban hacia él. Vio las botas detenerse frente a él, al otro lado de la reja, y subió por esas largas piernas hasta detenerse en el busto de la mujer, del que pasó rápidamente a una cara conocida.

    —Oh, hola —saludó con una pequeña sonrisa —. Por favor, pasa, siéntate. Te ofrecería algo de beber, pero tengo la despensa vacía y las manos un poco atadas…

    —¿Alguien te ha dicho alguna vez lo gracioso que eres? —al ver a Adri ensanchar su sonrisa, Tilda escupió al suelo —Pues te ha mentido.

    —Algo me dice que no te caigo bien…

    —Y quizá sea lo único en lo que tienes razón. ¿Qué demonios pretendías al venir hasta aquí, estúpido muchacho? ¿Creías que si veía tu patética cara se acordaría de todo así, de pronto?

    —No —Adri parecía hasta ofendido con aquella afirmación —. Pero valía la pena probar a meterle la lengua en la garganta, ¿no crees?

    Tilda apretó los labios tanto que por un momento se convirtieron en una fina línea roja en su rostro. Con un chasquido de dedos, la puerta de la celda se abrió y ella entró, acercándose a Adri. Los tacones que llevaban la situaban casi a su altura, así que pudo mirarle a los ojos sin mucho problema.

    —Esta es la última advertencia que te doy: aléjate de Acier.

    —Difícilmente voy a poder hacerlo estando esposado a una pared, ¿no? Quiero decir, no es mi primera vez atado e indefenso frente a una puta…

    Si iba a decir más, el puñetazo de Tilda se lo impidió. Se lamió la zona interna de las mejillas y escupió sangre, volviendo a mirar después a la bruja con mucha calma, como si aquello no fuese con él.

    —Sólo sigues vivo porque tu amiga reaccionó a tiempo. Lo entiendes, ¿no? ¿Entiendes que tu vida me importa menos que la de un saltamontes viejo? —Adri asintió lentamente y Tilda cruzó los brazos bajo el pecho —¿Vas a irte sin hacer ruido?

    De nuevo, Adri asintió y Tilda chasqueó los dedos. Los grilletes se abrieron y Adrien pudo bajar los brazos. Se masajeó las muñecas y miró a la mujer, que empezaba a darse la vuelta. Esperó pacientemente y, en el momento justo, la empujó contra la reja con todas sus fuerzas.

    El cuerpo de la bruja rebotó y, al caer hacia atrás, Adri la atrapó y la tiró al suelo. Tilda gruñó y se revolvió, pero lo cierto es que Adri era lo suficientemente fuerte como para retenerla, así que se decidió a hacerle explotar como un sapo. No pudo hacerlo, no cuando Adri le metió en la boca a saber qué. Era del tamaño de una moneda, pero se disolvió rápidamente en su boca y, cuando se quiso dar cuenta, ninguno de los conjuros que estaba intentando salían bien.

    —Arala te manda saludos —siseó Adri.

    —¡¿Qué has hecho?!

    —Es temporal —respondió con calma —. Bueno, pero esto es de mi parte.

    Dicho esto, le devolvió el puñetazo. Tilda, al tener su magia desactivada, por decirlo de alguna forma, recibió el golpe como cualquier otra persona, quedando inconsciente.

    Adri sacudió la mano en el aire, se levantó y se sacudió un poco las ropas para salir de allí. Por desgracia, no llegó muy lejos. Sintió la punta de una espada no en la espalda, sino en la nuca, así que alzó las manos y se giró muy despacio, encontrándose con una mujer de mirada fiera. Adri tragó saliva, pero alzó un poco la barbilla.

    —Debo hablar con el rey.

    —Mira tú por dónde… Voy a conceder tu deseo.

    Y eso fue lo único que escuchó Adrien antes de que la misma mujer le diese un puñetazo en el estómago con un puño cubierto de metal, seguido de otro golpe en la cara que le hizo perder la consciencia, además de sangrar abundantemente por la nariz.
     
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    La historia de Corr.
    Ghilanna entró en la cabaña con las duras palabras de Niko resonando todavía en su cabeza. Sintió el rechazo de los suyos por sus ideas sobre los humanos (malamente confundidas con compasión cuando más bien era un interés casi científico), y ahora sentiría ese mismo rechazo por parte de Corr. No se sentía preparada para aquello, ¿rechazada por el mejor espécimen humano que jamás había visto? Iba a ser duro, pero estaba segura de que debía existir una manera de que aquello no ocurriera, y con ese propósito entró en su dormitorio, despertándole con un par de golpes a sus mejillas.

    —Parece que he metido la pata con mi experimento, y por ello me disculpo. Que conste, es un arrepentimiento sincero, te garantizo que no volverá a ocurrir un episodio como éste... al menos, no contigo, porque mi intención sigue siendo descubrir el cruce entre solares y humanos —concluyó—. Ahora, con todo aclarado, ¿preparas la cena? Tengo hambre.

    —Tú... —Corr suspiró negando con la cabeza, demasiado afectado por los recuerdos en esta cama como para incorporarse—. Es un detalle que te disculpes, y encima de corazón, ¡pero qué lujo!

    Ghilanna ignoró el tono de broma y asintió convencida de que, realmente, las disculpas de un solar eran un lujo para cualquier humano.
    —Me alegra que aceptes mi perdón, por un momento pensé que no lo harías y que... que estaría sola. Es aterrador pensarlo.

    —Supongo que nadie quiere estar solo, ni siquiera alguien como tú. Para bien o para mal, creo que acabaremos siendo amigos, no creo que tengas mal fondo —se puso en pie y le revolvió el cabello. No se esperó el abrazo de Ghilanna, pero la sorpresa fueron sus lágrimas—. Oye, ¿estás...? ¿Estás bien?

    No pudo entender qué respondió, pero como el llanto no paraba se decidió por darle palmaditas en la espalda y arroparla un poco. La preocupación creció cuando Ghilanna comenzó a llorar ya a moco tendido. Incluso durante la cena siguió llorando.
    Fue la primera vez de Corr cocinando con una elfa llorosa aferrada a su espalda, empapando su ropa en lágrimas.

    Por suerte, se calmó mientras comían.
    —¿Estás mejor?

    —¡Es la primera vez que tengo un amigo!

    —Ah, no puedo decir que me sorprenda oírlo. Los solares sois especialmente arrogantes.

    —No somos arrogantes, somos superiores.

    —Ah claro, sí.

    —Y entre los superiores, pues están «ellos», los más sabios.

    —¿Los que te echaron de la ciudad por decir que los humanos somos algo más que un pedazo de carne torpe? ¿Esos son los sabios?

    —¡Estoy convencida de que podríamos lograr algo maravilloso si nos uniéramos! ¡Morgiana lo logró!

    —Bueno, Étienne ha traído la paz a Acier, pero tanto como «algo maravilloso» —rio señalándose—. Yo sigo siendo el más guapo de los dos, ¡y siempre fui mejor con la espada!

    —Deja tu ego de hermano a un lado, ¿quieres? No estamos hablando de ti, hablamos de mí.

    —¿Cómo no? Es tu tema favorito de conversación.

    —No entiendo qué tiene de malo.

    Corr no se imaginó nunca que una charla con Ghilanna pudiera ser nunca así de amena, a los elfos solares y lunares les separaban todo un universo, pero les unía el afán de presumir, de mostrarse superiores. Sí era cierto que había elfos más presuntuosos que otros, pero a Corr le parecían estar todos cortados por la misma tijera.

    El caso es que, mientras Ghilanna fregaba los platos siguiendo sus indicaciones (por lo visto era toda una experiencia para un elfo limpiar al estilo norcano), no pudo evitar pensar en lo fácil que sería enamorarse de ella y vivir juntos en el bosque. Podría entonces olvidar no a Niko, sino lo que sentía por él, podría empezar a verle como a su mejor amigo y nada más. Le invadió la culpa de golpe, era precisamente por la amistad que les unía que conocía bien el pasado de Niko, habían tenido mucho tiempo para contarse ciertas intimidades (y Niko insistía tanto en los detalles más privados, parecía disfrutar de incomodarle). Ahora mismo no estaba incómodo, sino triste, tan triste, tan culpable, no era mejor que aquellos hombres del pasado más oscuro de Niko; al igual que ellos, había disfrutado de algo que el lunar no quería hacer. Habría revivido todos aquellos años, ¡por su culpa! Por no ser capaz de negarse como era debido. Ni siquiera sabía cómo iba a mirarle a la cara después de lo que había pasado.

    —Me disculparé también con el bárbaro —Ghilanna suspiró—. Con Nikol’ka, quizá lleve razón con lo que dijo. Pero se equivocó en una cosa, y es que tú me perdonaras. Empiezo a pensar que la piedad es propia a tu familia, Corentin.

    —Puedes llamarme Corr, lo prefiero.

    —Y tú puedes llamarme Ghilanna la Sabia.

    —Ghilanna la Torpe.

    —¡No me gusta ese título!

    —Los amigos se ponen motes, oh, ¿qué te parece Torpelfa?

    —Lo acepto sólo porque somos amigos. Por esta amistad también admito mis errores, supuestos errores, y estoy dispuesta a tender una mano amiga a un lunar, ¡pero sólo...! Sólo porque es alguien muy importante para ti, mi más nueva amistad.

    —Tu única amistad, querrás decir.

    Ghilanna carraspeó antes de seguir hablando.
    —Volviendo al asunto: si quiero mantener viva nuestra amistad, será mejor que firme la paz con el elfo del que estás enamorado —no entendió el ataque de tos repentino de Corr—. ¿Intentas disimularlo cuando es evidente? Cualquiera se daría cuenta de cómo le miras o, quizá me atreva a decir: cómo os miráis. ¿No has pensado en la posiblidad de que os améis mutuamente? Puedes hablar de estos temas conmigo, Corr —disfrutaba usando el diminutivo y era algo que se veía en su expresión—. Somos amigos y cuentas con mi absoluta confidencialidad. Lo que sea que me digas, no saldrá de aquí, ¡lo juro!

    —Estás viendo cosas que no existen, Niko está casado.

    —El matrimonio y el adulterio van de la mano. Podríais tener un romance clandestino, ¿no es emocionante? Lástima que no podáis engendrar, porque el hijo de un ser compasivo como tú y un Kurlah debe tener un material genético envidiable.

    —No te pierdas en tus fantasías, te repito que Niko tiene mujer. No pienso entrar ahí.

    —Ah, tu rechazo a una aventura extramatrimonial se debe a tu propio origen, ¿verdad? Eras el hijo de la reina pero fue tu hermano, el bastardo, el que heredó el trono. Cargas contigo las consecuencias de una relación, digamos, prohibida, y no quieres que una situación como ésa se repita siendo tú, en este caso, el amante. Es una relación de ideas bien curiosa, pero no se parece en nada a tu situación actual. Ah, ¿quieres que pensemos juntos un plan? Eso es lo que hacen los amigos, ¿verdad?

    —Bien, hemos terminado la conversación. Buenas noches, Torpelfa.

    —¡Te ofrezco mi ayuda y tienes que aceptarla! ¡Corr! ¡Pero escúchame!



    Despertó de golpe (realmente, fueron varios a sus mejillas) con un dejavu de lo más curioso al ver a Ghilanna. No tuvo tiempo de quejarse al verla chistar, debía pasar algo, y grave, porque Charlotte estaba alerta sobre la cama, girando las orejas de un lado a otro y con el pelaje erizado.

    —No sé qué es, pero algo se acerca.

    Salió de la cama y avanzó con cautela por la cabaña, sí que podía notar lo tenso del ambiente, se había hecho el silencio en el bosque, y el silencio no era natural ni siquiera de noche. Siempre había algún animalillo que hiciera ruido, las llamadas de los lobos, de los búhos, de los osos; si había tanto silencio es que algo mucho peor se acercaba y obligaba a todos a esconderse. Y puesto que tanto la solar como la royalet podían «sentirlo», Corr entendió que lo que se acercaba era algo mágico. No iba a poder ofrecer una batalla justa contra algo así.

    Retrocedió de un salto cuando el techo de la cabaña cedió, apareciendo la criatura más aterradora que había visto nunca (hasta ahora, ese lugar lo ocupaba Makra cuando se enfadaba). Estaba a medio camino entre orco y arcaico, una mezcla escalofriante que, según anotó Ghilanna, tenía el hedor de los encantamientos norcanos. Colgaba de su cuello el emblema de la Estrella Roja para confirmar la teoría de que venía de Acier, pero no tuvieron mucho más tiempo de sacar conclusiones antes de que atacara.

    Ghilanna consiguió invocar —Corr no sabía cuál era la palabra correcta para esto— al sol desde la punta de sus dedos y cegar al monstruo durante unos valiosos segundos que usaron para escapar.
    Corrieron por el bosque creyendo que los árboles servirían de cobertura o, por lo menos, entorpecerían el avance de una criatura tan grande. No fue así y, de no ser por las ráfagas de luz que enviaba Ghilanna de cuando en cuando, no habrían llegado al borde del río.

    —¿Puedes aguantarte en pie? —el temblor en los tobillos de la elfa respondió por ella, Corr terminó por cargarla en brazos y desde allí lanzó los últimos rayos de sol antes de desmayarse. Después de todo, Ghilanna era una solar bastante corriente, usar magia por la noche la agotaba—. Charlotte, búscanos un lugar donde descansar. Rápido.

    Un chillidito de protesta por la cercanía de Corr por otra que no fuera ella y se puso en marcha, dejando un curioso rastro de jacintos blancos: aparecía una flor y a cierta distancia aparecía la siguiente, marcando el camino a seguir incluso sobre el agua. Cosa que hizo Corr, obligado a cruzar el río cargando con Ghilanna.

    Los alaridos del monstruo fueron el mejor combustible para apurar sus pasos y llegó al otro lado antes de lo esperado. Recuperó el aliento lo más rápido que pudo para seguir el rastro que dejaron las flores de Charlotte.
    Corrió y le hizo señas (como buenamente pudo cargando con Ghilanna) al grupo de hombres que se había reunido alrededor de la hoguera, pero o no consiguió transmitir el mensaje tan bien como había planeado, o aquellos hombres, que parecían leñadores, le ignoraron. Se ahorró dar más explicaciones cuando apareció el monstruo, y siguió corriendo tras las flores de Charlotte, importándole bastante poco entrar en una gruta desconocida.
    Rugidos de la bestia, choques de espada y gritos de dolor. Se hacía una ligera idea de qué había hecho la criatura con aquellos hombres y, desde luego, no quería formar parte de aquello. Se adentró más y más en la gruta, reencontrándose con Charlotte en el primer saliente.



    Era muy fácil reconocer a los miembros de la Estrella Roja, y no hacía falta tener el más mínimo conocimiento de magia como para ello: llevaban todos una capucha granate y el collar o el broche con, cómo no, la imagen de la estrella. A Corr no le costó ningún esfuerzo reconocer al grupo que recogía las únicas flores que crecían en la caverna, a pesar de llevar mascarillas y caretas que cubrieran sus rostros para no aspirar ni una mota de polen. No sabría decir qué causaba la bioluminiscencia de la monarda brillante, pero sí sabía que aquella flor tenía la sorprendente habilidad de anular la magia. Así que, si los de la Estrella Roja la recogían con tanto cuidado era porque tenían la intención de atacar a algún ser mágico... la verdad, Corr prefería mantenerse al margen de las idas y venidas de esta gente. Con Ghilanna comenzando a despertar, sólo para descubrir que no podía moverse demasiado, su cabaña derruida y la incomodidad que le causaba pensar en Niko, pues consideraba que ya tenía suficientes problemas.

    —¿Qué tenemos aquí? —por supuesto, la voz de Drenia (amortiguada por su mascarilla) sonando a su espalda se convirtió en su problema número uno—. Interesante criatura —no se lo dijo a Ghilanna, sino a Charlotte, que se refugió entre las ropas de Corr.

    —¡Lárgate, norcano! —consiguió Ghilanna ponerse en pie, apoyando una mano en la pared. No dudó en coger una piedra y lanzarla.

    A Drenia no le costó ningún esfuerzo esquivarla, y caminó hacia el grupo.

    —¡Te lo advierto! ¡A la siguiente no fallaré! —amenazó con otra piedra en la mano.

    —Eres un Faure-Demont —sus ojos brillaron tanto que Corr pudo verlos bajo aquella careta (le parecía un accesorio escalofriante)—. Y ella es tu compañera —otra vez, se refería a Charlotte.

    —¡No digas que no te lo advertí!

    Pero la piedra cambió de rumbo y golpeó la cabeza de Ghilanna, un pequeño truco que cualquier mago podía hacer. Siguió caminando con la clara intención de atacar, pero Corr se adelantó. En un movimiento suicida (porque no había otra forma de llamarlo) corrió hacia Drenia, le bordeó arrastrando del brazo a una sangrante Ghilanna y se lanzó al campo de monardas.
    Empezaba a acostumbrarse a las caídas dolorosas, porque consiguió arrancar una de las flores y lanzarla al aire. Fue trabajo de Charlotte prenderla en llamas.

    Debían ocurrir varias cosas para que Charlotte mostrara su verdadera naturaleza y dejara de ser una compañera inofensiva. Lo primero, es que debían hacerla enfadar, cosa que Drenia había conseguido; lo segundo, debía sentirse tan amenazada que sus poderes serían la única manera de salvarse; y tercero, a petición de Corr. Si Corr lo pedía, Charlotte obedecía (lo curioso de esto es que también funcionaba a la inversa). En este caso se cumplieron los tres requisitos a la vez, y la pequeña Charlotte pasó de ser una pequeña ladrona con fijación con las joyas a, digamos, un diamante en sí misma. Ni siquiera Corr podía mirarla directamente, el brillo era cegador. Crecieron sus colas una tras otra y chilló antes de lanzar una bocanada de fuego; sin duda, sus llamaradas eran mágicas porque era fuego azul que, en realidad, no quemaba tanto como el fuego al uso. Charlotte decidía qué quemar o no, y quemó el polen, convirtiéndose la gruta en un festival de luces y llamas que hizo huir a los de Estrella Roja. Drenia no se libró de un pequeño chamusco a los pies de su capucha antes de desaparecer.

    Charlotte cayó en los brazos de Corr y recibió encantada el abrazo y los mimos volviendo a su forma habitual (esto era, con sólo una cola y pelaje rojizo).

    —Ponte a salvo —ordenó poniéndose de puntillas, Charlotte se quejó con otro chillido, pero obedeció y saltó de sus manos, trepó por la pared de roca y quedó a unos pocos metros del lecho de monardas.

    Corr limpió la sangre de la frente de Ghilanna, cubrió mitad de su rostro con la manga de su camisa y se la cargó a la espalda esperando mantenerla lo suficientemente alejada de las flores.

    —Ni se te ocurra bajar —le dijo a Charlotte, que no le hacía ninguna gracia presenciar tanta cercanía—. ¿Ves una salida? —chasqueó la lengua con su negativa pero volvió a mirarla aterrado—. ¡No! ¡Nada de avisar a Niko!

    Y, en cualquier otro momento, Charlotte hubiera soltado un chillido e ignorado sus palabras para salir en busca del lunar. Pero esta vez vio auténtico miedo en los ojos de Corr y se dijo que, por esta vez, sólo por esta vez, obedecería sin rechistar.
    «Sólo debemos encontrar una manera de salir de aquí», no era tan sorprendente que royalet y Faure-Demont pensaran al unísono, solía ocurrir a menudo.

    *



    La historia de Maèl. (I)
    Muchos de los sueños de Maèl comenzaban de esta forma, con él despertando en los brazos de un apuesto caballero. Lástima que la situación no siguiera la línea que solían tener los sueños de «ese» tipo, porque este chico —¿Adri había dicho que se llamaba?— le había robado el aliento incluso antes de que hablara. Estaba seguro de que iba a tener un sueño estupendo con él pero, claro, se impuso la realidad con forma de soldado, arrastrando al intruso de malas maneras a los calabozos.

    Rebuscó por las mantas hasta alcanzar el cuaderno, llevándose toda una sorpresa al reconocer su letra. Recordaba las primeras entradas, que hablaban de lo que esperaba encontrar una vez dejara Acier, una lista de poblaciones cercanas y sus lugares de interés, sí, recordaba haber escrito todo esto. La cosa cambiaba cuando llegaba a las últimas páginas, volvía a reconocer su letra pero no el texto ahí escrito. Hablaba de ese tal Adri, y se sonrojó por completo leyendo los detalles sobre su desnudo (¿acaso le había visto sin ropa? ¿Por qué alguien le haría olvidar algo así?). También había menciones a una bruja llamada Arala y un lobo-mascota-compañero, Cachorro; no tenía muy claro a quién quería ver antes de los dos.

    Supo de este mes olvidado gracias al diario, pero algo no terminaba de encajar, después de las páginas dedicadas al dolor en su nuca y una pequeña mención a un campamento de carboneros como distracción (el desnudo de Adri era algo recurrente en sus frases, y a veces lo tachaba, a veces se lamentaba justo al lado de haberlo nombrado. De verdad sentía no recordar aquello), pero justo después del «(...) sólo espero que puedan ayudarnos» no había absolutamente nada, sólo páginas en blanco, ¿qué había pasado con los carboneros y leñadores? ¿Por qué no conseguía recordar nada?

    —¿Puedo pasar? —la voz de Aimée le asustó, pero asintió y le hizo hueco en la cama—. ¿Lo has leído todo?

    —Sí, pero parece que está incompleto, ¿qué ocurrió con los leñadores? ¿Qué había en mi cuello que me dolía tanto? Oh, y... —sonrió con cierta timidez—. ¿De verdad pasé la noche con ese hombre, Adri?

    —Tú es que no ves más allá, ¿verdad? —Aimée suspiró negando con la cabeza—. Sigues siendo el de siempre, se te van los ojos detrás de cualquier tío medio guapo.

    —Ese tal Adri no es medio guapo.

    —Por el santo acero, ¿no me dirás que es guapo entero? —volvió a suspirar y le dio un golpecito en la frente al ver cómo se sonrojaba—. Vamos con Papá, tienes que hablar con él.



    Étienne recibió a sus hijos bien acomodado en uno de los sofás de la biblioteca, debía ser de los pocos, quizá poquísimos, reyes que leía con un pequeño dragón ronroneando sobre su pecho. Y es que con una mano sujetaba el libro y con la otra acariciaba a Guardián, del tamaño de un gato acurrucado entre las telas de su ropa.

    —Pregunta lo que quieras, hijo —dijo cerrando el libro e incorporándose con cuidado de que el dragón acabara en su regazo—. Lo justo es que te aclare cualquier duda.

    —Papá —le interrumpió Aimée—. ¿No deberías estar preparando la cena con las lunares? Ya casi atardece. Se nos echa el tiempo encima.

    —No vienen a verme a mí —contestó señalando a Guardián, que en ese momento bostezaba.

    —Pero no pueden visitar Acier y no ver a su rey. Es una ofensa, papá, y no nos conviene hacer enfadar a ninguna lunar.

    —Eso no importa ahora, Aimée —se sentó Maèl junto a su padre, saludando a Guardián con un par de caricias entre los ojos—. Papá, parece ser que esto de aquí lo he escrito yo —le enseñó el diario—. Pero hay muchas cosas que no acabo de entender, no... no las recuerdo.

    —Tilda hizo que olvidaras ciertas cosas.

    —¿Por qué?

    —Por considerarlas demasiado dolorosas.

    —Pero... dolorosos o no, siguen siendo mis recuerdos. No tenía derecho a manipularlos.

    —Lo sé, y he sido muy claro con ella al respecto. Por doloroso que sea el recuerdo, hay que aprender a vivir con él —volvió a acariciar a Guardián, pero puede que ni el propio dragón supiera la naturaleza cómplice de aquellos mimos—. Puedes vivir con el testimonio de lo ocurrido, o con tus recuerdos originales. Es tu elección, pero —suspiró poniéndose en pie, con Guardián ahora en brazos, no parecía tener muchas ganas de bajar al suelo—, tendrás que esperar hasta mañana. Tómate la noche para reflexionar.

    —¿Por qué tanto tiempo?

    —Porque tu amigo le ha dado una cápsula de monarda a Tilda.

    —¿Monarda...?

    —Es una flor que anula las propiedades y habilidades mágicas —le dijo Aimée.

    —¿Y por qué iba alguien a atacar a Tilda?

    —Eso tendrás que preguntárselo a Adri. Me sorprende que siga vivo —se le escapó una risita—. Papá, no te vas a escabullir, tienes que asistir a la cena.

    —Por eso mismo... iba a prepararme.

    —Entonces te acompañamos a tu dormitorio, Maèl tiene muchas cosas que preguntar, ¿verdad?

    —¿Eh? Sí, sí, bueno... ¡el cuello! Papá, ¿sabes algo de mi cuello?

    —De acuerdo, venid. Está claro que tendré que asistir a un banquete en el que nadie me espera.

    *



    La historia de Étienne.
    Era muy raro ver a Étienne fuera de sí, no tenía un carácter lo que se dice explosivo, tendía a guardarse las emociones e irlas liberando poco a poco, de forma controlada. Pero cuando Tilda apareció con el príncipe en brazos, cuando vio sus heridas, cuando escuchó su historia sintió que esa especie de mundo interior que tenía se desquebrajaba para dar paso a los gritos mientras se aferraba a Maèl.

    Un chasquido de dedos le hizo caer dormido, y despertó en su cama con Grégoire (su forma era mayormente humana, a excepción de la cola) al lado. Se encontró con su mirada y fue precisamente la cola la que se movió tanto de un lado a otro que tiró más de un cojín. Le aseguró que el príncipe estaba bien, custodiado por Brigitte, y entonces hizo llamar a Tilda.
    La bruja no se hizo esperar y apareció en lugar de uno de sus gatos, tomando asiento en el diván. Se preparó mentalmente para recibir los elogios del rey, quizá por eso le sorprendió tanto ver el ceño fruncido de Étienne.

    —Tu medida ha sido excesiva y desorbitada.

    —Sólo protejo al príncipe, Majestad.

    —¿Borrándole la memoria?

    —No tiene sentido hacerle recordar vivencias dolorosas.

    —Por dolorosas que sean —suspiró y se perdió un momento mirando la alianza en su anular, nunca tuvo valor para quitarse el anillo—. Aunque se me remuevan las entrañas, te aseguro que nunca olvidaré a mi reina y el dolor de su pérdida. Al igual que tú tampoco querrás olvidar a Malisse.

    —¡No pronuncies ese nombre! —Tilda no sólo gritó, saltándose todo el protocolo que siempre mostraba, sino que se puso en pie y caminó hacia Étienne con chisporroteos surgiendo en sus dedos.

    Se oyeron ruidos fuera, en el balcón, pero no hizo falta comprobar qué fue, más bien quién. Brigitte entró sin haber aminorado la velocidad de su vuelo, llevándose por delante las cortinas y aterrizando por la fuerza en el dormitorio. Se erizaron sus plumas, mezcladas con el pelaje, y llegó a gruñir mirando a Tilda. Ella le devolvió el gruñido y desapareció.



    La historia de Tilda y Malisse venía de lejos, de muy lejos. Concidieron hacía ya casi un siglo en las aulas de Garina, formándose entre ellas una amistad que tuvo sus momentos de romance, al menos, por parte de Tilda. Malisse siempre pareció más interesada en dominar a los elementos, llegando a conseguirlo a base de años de esfuerzo y sacrificios fatales. Si bien el conocimiento de Tilda era, digamos, teórico (entendía un sinfín de lenguas, de conjuros, de pociones, de remedios...), pues Malisse prefirió un enfoque más directo, convocando tormentas e incendios a voluntad. Eran la pareja perfecta, en términos mágicos, y las debilidades de una las suplía la otra.

    Acordaron hacer un viaje por diferentes regiones y reinos para empaparse de conocimiento y reencontrarse en Garina para exponerlo a las demás brujas. Sería algo así como su trabajo final, conjunto por supuesto.

    El caso es que Malisse nunca volvió a aparecer por el centro, siendo Tilda la única de la pareja en «graduarse» como una auténtica bruja. Años más tarde se aventuró en ir en su busca, había reunido el poder (y conocimiento) suficiente como para enfrentarse a quien fuera el enemigo, cazadores de brujas, buscafortunas, reyes... no le importaba, sólo quería encontrar a Malisse y llevarla consigo a Acier.

    Y vaya si la encontró, refugiada en un pueblo de mala muerte, vestida prácticamente con harapos y sin un ápice de ambición en sus ojos.

    —¡Tilda! —corrió a abrazarla, pero se sorprendió al no recibir el afecto al que estaba acostumbrada—. Vaya, no has cambiado nada.

    —No puedo decir lo mismo —le contestó, retrocediendo cuando de entre sus faldas salieron dos cabezillas prácticamente idénticas.

    —Astra y Laris —presentó a los mellizos como sus hijos, y al caballero que se reunió con ellas como su marido.

    Tilda no conseguía recordar otro momento en su vida en el que sintiera tanto asco por alguien, ni siquiera con Drenia, ni siquiera con Lux, ni siquiera con Adri (su más nueva incoporación a la lista de hombres que quería ver muertos). Siempre le pareció curioso no ser capaz de recordar el nombre del marido cuando sí podía recordar todas y cada una de las sonrisas de Malisse durante la cena que compartieron.

    Aquélla no era Malisse, le había preguntado por sus sueños, sus ambiciones, sus deseos:
    —Ellos son mi mayor sueño —cómo le había costado no vomitar con esa respuesta.

    No había rastro de la bruja capaz de dominar la ira de la tormenta y la fuerza destructiva del fuego, ni hablar de la que había jurado acabar con cualquiera que le dedicara un mal gesto. No, la mujer que sonreía encantada cuando aquel hombre la acariciaba no era Malisse, la que limpió la mejilla de la niña y la oreja del niño, la que la tachó de loca por querer llevarla a Acier y abandonar a su, así llamada, familia... no, aquélla no podía ser Malisse. Y, como no lo era, Tilda no sintió ninguna pena cuando convirtió el pueblo entero en cenizas.

    Bien, el lugar se renombraría en unos años como Puerto del Mar. Gracias a ese repentino incendio, o tormenta, o terremoto (nunca se supo bien qué ocurrió aquella noche), se abrió una ruta directa al mar, dándole nuevo nombre al pueblo.



    Volviendo al presente, Étienne caminaba de un lado a otro por su habitación (de lejos, el dormitorio más amplio de todo el castillo). Brigitte le había seguido los primeros diez minutos, después decidió echarse en la cama —así de grande era el colchón que la tricot podía tumbarse en él sin problemas— y mirar desde allí el ir y venir del rey.

    Siempre le había costado cierto esfuerzo presentarse ante una multitud, eran demasiados ojos pendientes a cada paso que diera, y a sus nervios se unía que no tenía la protección de Tilda, que se había recluido en sus aposentos, los efectos de tan terrible flor agotaban a una bruja tan fuerte como ella. No creía que las lunares fueran a atacarle pero, si les diera por hacerlo, no tenía cómo defenderse, ¿cómo iba a estar tranquilo?

    Amélie tocó a la puerta ignorando todo esto, pero antes que ella se coló Guardián con un cubierto en las fauces.
    —Majestad, ¿está usted listo? —suspiró—. ¡Eres un ladronzuelo, devuélvemelo!

    —¿Ya está preparado el banquete? —preguntó Étienne sin inmutarse por tener a la doncella corriendo detrás de un dragón. Guardián acabó trepando por el brazo de Étienne y quedó sobre su hombro, usando sus garras para sujetar mejor la cuchara y seguir mordiendo.

    —Sí, majestad —respondió Amélie enderezándose de golpe, como si se hubiera dado cuenta ahora de que éste no era comportamiento a mostrar frente a un rey—. Sólo faltan los invitados, ¿está preparado?

    —A falta de la corona, que descansa en el salón del trono —acarició la cabeza de Guardián—, ¿podrías traérmela, por favor?

    Amélie tuvo que apartarse para que Guardián, que comenzaba a cambiar de tamaño quizá sin saberlo, no la arrollara. También se apartó a su vuelta por el mismo motivo.

    Étienne se colocó la corona, agradeció a Guardián rascándole bajo la barbilla (o quizás ahora debería llamarle Greg, era más humano que dragón) y terminó de ajustarse la capa. Si le llevaba tanto tiempo prepararse era porque no tenía chambelán que le vistiera y atendiera. El último se jubiló y no vio oportuno renovar el cargo cuando no atravesaba su mejor momento personal. Quizá cuando desaparecieran sus sospechas de que podían atacarle en cualquier momento.

    —¿Qué forma debería llevar el dragón? —preguntó Amélie cerrando la puerta, caminando junto a Étienne—. ¿Me permite usted una sugerencia? —no necesitó que respondiera para hablar—. Yo creo que debería presentarse en la sala como un dragón enorme y usted montado en él.

    —¿No te parece ésa una entrada muy agresiva?

    —¡Para nada! ¡Es una entrada espectacular! ¡Un rey a lomos de un dragón!

    A Étienne le gustaba la familiaridad de la muchacha, no se rompía los huesos de la espalda al reverenciarse cuando le veía, ¡con suerte se acordaba Amélie del saludo! Tampoco caminaba tras sus pasos sino al lado, ¡e incluso delante, moviendo las manos de un lado a otro mientras hablaba! Y hablaba a gritos, reía a carcajadas, era muy agradable ser parte de una conversación que no estaba repleta de incontables expresiones formales. Sí, claro que Étienne se desenvolvía a las mil maravillas entre discursos y diplomacias, pero siempre se agradecía que una persona le hablara de igual a igual. Amélie, no sabía si a propósito o por casualidad, veía en él a Étienne, no al monarca. Le gustaba mucho la sensación, quizá por eso paró para mirarla directa a los ojos.

    —¿Te interesaría ser mi chambelán?



    A diferencia de los banquetes en otros reinos y castillos, en Acier no se colocaba una sola mesa gigantesca donde comían los invitados, sino muchas mesas más pequeñas, redondas y con un número variable de comensales. La única mesa rectangular era la de Étienne, colocada al frente y mayor altura con el único propósito de poder mirar toda la sala. Y si estaba algo apartada de las demás no era porque Étienne le hiciera ascos a una conversación, sino porque Brigitte caminaba de mesa a mesa saludando a los invitados, y siendo una criatura tan grande, pues era mucho mejor dejarle su espacio. Y más ahora, que a Brigitte se le sumaría Greg, que en menos de dos segundos podía crecer tanto o más que la tricot.
    Junto a Étienne, las sillas vacías de los príncipes y la bruja. Por suerte estaba Greg, pero más entretenido en estudiar los materiales de los cubiertos que en estudiar el resto de decoraciones del salón.

    Los primeros en ir a saludarle (después de haberse sentado con los demás de su grupo) fueron el matrimonio de Makra y Niko, ignoraba Étienne la verdadera naturaleza de esa unión, y se acercó a ellos bajando los escalones. Intercambiaron saludos y reverencias, y gestos de cortesía y buenos deseos, pero apenas consiguió Étienne incorporarse cuando vio a Brigitte saltar hacia el elfo, lamiendo su cara entera y pidiendo caricias. Étienne palideció y pudo jurar que hasta su corazón dejó de latir.

    —Oh, no se preocupe, Rey Humano —le calmó Makra dándole una palmadita en el hombro que no ayudó a que Étienne se calmara—. Mi esposo acepta encantado el saludo de una criatura tan magnífica.

    —¿En serio no os molesta? Yo que intentaba daros mi agradecimiento por salvar a mi hijo...-Brigitte, por favor.

    Brigitte se apartó entonces, pero Étienne comprobó aterrado que también saludó a Makra, dándole golpes con el morro hasta que ella la acarició entre las orejas.
    Volvió Étienne a la mesa, confiando en que una copa de vino y una buena cena le relajaran. Algunos de los lunares se acercaron al dragón para interesarse por él, otros prefirieron hablar sin necesidad de abrir la boca.

    Tuvo Étienne que excusarse después del primer plato, le llamaba Drenia con novedades sobre el grupo de leñadores. Normalmente caía en manos de Tilda ejercer justicia fuera de las fronteras de Acier (dentro de ellas, era trabajo de Lara, la mariscal), pero estando Tilda estas horas fuera de juego, llegó el momento de la magia norcana.

    —He encontrado al grupo de malnacidos, pero —Drenia ladeó la cabeza, llevándose la mano al mentón en actitud pensativa—. Ya sabéis, Majestad, que la magia es un intercambio. Y si quiero-si queremos, detener o ejecutar al enemigo, necesito materia prima que alimente a mis criaturas.

    —Me parece justo si reciben su merecido, ¿qué necesitas?

    —Oh, nada del otro mundo —sonrió—. Un poco de esencia mágica, digamos, ¿una escama de dragón? ¿Podría ser?

    —No —Étienne incluso negó con la cabeza—. Grégoire no ha venido aquí a cumplir las veces de combustible.

    —Entonces me será imposible —alzó un poco la voz viendo que quiso girarse y volver al salón del banquete—. Me será imposible detener a todo el grupo, Majestad.

    —No te preocupes, se lo pediré mañana a Tilda. Siento haberte pedido imposibles.

    —¡No son...! —se obligó a bajar la voz—. No son imposibles. Me las podría apañar con algún sustituto, y sois vos descendiente de una solar. Un poco de sangre, nada más. Unas gotas serán suficientes, ¿os parece bien?

    Fue el turno de Étienne de ladear la cabeza. Nunca había confiado ciegamente en Drenia, le parecía que tenía una mirada demasiado parecida a la de su padre, pero tampoco tenía pruebas de que se hubiera entregado a las fuerzas del mal. Temía que atacara a Greg para conseguir la materia prima, como Drenia lo llamaba.

    —De acuerdo —cedió al fin, consiguiendo que el mago volviera a sonreír. Se recogió un poco la manga y apartó la capa—. Unas gotas serán suficientes, ¿verdad?

    —Por supuesto.

    Se acercó Drenia mostrándole un alfiler, pero Étienne parpadeó y el alfiler se convirtió en puñal. Nunca pensó que su muñeca pudiera sangrar tanto y tan rápido. Se desplomó, y aunque vio a Drenia recogiendo su sangre en pequeños viales, no le vio especialmente afectado por su desvanecimiento.



    Para mala suerte de Makra, Lara había pasado toda la cena no montando guardia junto a la mesa del rey, sino sentada en una de las mesas redondas, acompañada de varios militares y ella, Marinette Rapace, guardiana de las artes. El cuerpecillo de Marinette desentonaba en aquella mesa hecha de músculos.

    —He llegado tarde, esposo —se quejó cruzándose de brazos en su sitio—. Si fuera un capricho pasajero movería ficha, porque sé que ganaría la partida contra esa bailarina de tres al cuarto —y le sonrió llena de orgullo—. Pero tienen una relación sólida, puede que sea amor de verdad. Si intentara seducir a cualquiera de las dos, te repito que podría —le dio un codazo—. Me daría de bruces contra un muro. Sería como si cualquiera de los de aquí intentara seducirte, estarías pensando continuamente en ese humano tuyo —suspiró—. El corazón de la mariscal ya tiene dueña, lástima. No me mires así, que no estoy diciendo nada que no sepas ya. Sé un buen esposo y rellena mi copa, me han roto el corazón, ¿sabes?

    Las risas se interrumpieron cuando Brigitte, igual que Étienne en el pasillo, se desplomó de repente. Marinette fue la primera en lanzarse hacia la tricot, sin esfuerzo saltando de una mesa a otra (le importó poco arruinar el postre de alguno). Se arrodilló y enterró la cabeza en su cuello, apretando su pelo y plumas entre sus manos, se temía lo peor.

    —¡Aún respira! —y aunque lo dijo para toda la sala, miró solamente a Lara.

    —¡Han atacado al rey! —alguien lo gritó, el resto se encargó de repetirlo.

    —¡Hay un traidor en el reino!

    —¡No! ¡Han sido los elfos!


    *




    La historia de Maèl. (II)
    Había sido una noche la mar de agitada, no sólo por el ataque a su padre, sino porque Maèl había decidido recuperar sus recuerdos con las pócimas de Tilda y su hermana. Sí, puede que la bruja no pudiera usar encantamiento alguno, pero nada le impedía dar instrucciones que Aimée seguía al pie de la letra.

    Si Maèl no se presentó al banquete fue por el dolor de cabeza que venía siempre con la recuperación de los recuerdos. Aimée fue, aunque tarde, pudo enterarse del ataque al rey y del estallido de violencia que se vivió en la sala. De hecho, fue ella quien calmó las hostilidades entre unos y otros, dejando en claro que el futuro de Acier quedaría en buenas manos con ella al frente.

    Bien de mañana, se encargaba Tilda de limpiar y devolver a su estado original los desperfectos de la sala: sillas rotas, mesas, piezas de vajilla... lo hacía con una sonrisa de oreja a oreja por poder usar de nuevo la magia. Por supuesto, su primera acción había jurado que sería convertir al prisionero en ratón y hacer que sus gatos lo devoraran vivo, pero no fue así. El primer conjuro fue el de sanación, para cerrar la herida en el brazo de Étienne, y de rastreo para dar con Drenia, que se excusó diciendo que el rey había aceptado de buena gana dar su sangre en lugar de la del dragón, pero que se le fue de las manos, lo catalogó de «pequeño incidente».

    Después de las reparaciones, y todo lo demás, se preparó para bajar a las mazmorras, ya saboreaba la victoria y la venganza contra aquel hombre. Pero se rompieron sus planes cuando Étienne la hizo llamar, se dijo que su plan de venganza tendría que esperar y fue al dormitorio del rey. Se llevó una sorpresa enorme al encontrar a Adri aquí, bebiendo el té tan tranquilo en la mesa con el príncipe.

    —Majestad, ¿qué ocurre aquí? —le preguntó a Étienne, sentado a lo largo de la cama con Guardián descansando en su regazo.

    —Me recupero de mis heridas —respondió aceptando la taza que le sirvió Amélie, aunque su uniforme era el mismo, llevaba un brillantísimo broche a la altura del pecho que le daba la distinción de chambelán (cogiendo el testigo del anterior en el cargo).

    —¡Tilda! —Maèl la saludó moviendo el brazo en el aire—. ¿Quieres un té?

    —No, quiero saber por qué está ese hombre ahí.

    —Le he invitado yo —dijo Étienne—. El joven Legaz ha demostrado con creces ser digno de confianza. Incluso sabiendo que Maèl había perdido la memoria, se arriesgó a venir al castillo y hablar con él, aunque terminara encerrado —sonrió—, o convertido en el desayuno de algunos gatos. Te he llamado porque necesito tu ayuda, Tilda.

    —Usted dirá, Majestad.

    —Maèl retomará su aventura lejos del reino.

    —¡Majestad, eso es...-!

    Étienne alzó un poco la mano llamando a la calma, comenzaron a surgir los primeros chispazos en los dedos de la bruja. Suspiró, se calmó y decidió sentarse a los pies de la cama.

    —Como dije, retomará su aventura, pero no lo hará solo. El joven Legaz le acompañará, y también un caballero que tenga la confianza de la mariscal.

    —Incluso a nuestra mariscal le costará encontrar a dicho caballero —miró a Étienne entregando la taza y, con la otra mano, acariciar el cuello del dragón. No le hacía falta ningún tipo de poder telepático para saber lo relajado y feliz que estaba con esos mimos—. Solicito la prueba de Brigitte con él —y señaló a Adri—. Ella verá lo que nosotros no, ¿puede ser, Majestad? Después de todo, no podemos dejar a nuestro príncipe en manos de un desconocido.

    —Tilda, ¿por qué le tienes tanta inquina a Adri? ¡No ha hecho nada malo!

    —Inhabilitó mis poderes —le costó no alzar la voz—, poniendo en peligro la vida de su padre, ¿no le parece motivo suficiente para no fiarnos de él?

    —Te he dicho mil veces que me llames Maèl —refunfuñó—. ¡Papá, llama a Brigitte! ¡Veréis que Adri es sincero y no me oculta nada!

    —No supo algo tan simple como su apellido hasta hoy, mi príncipe.

    —¿Y qué más da eso? Yo tampoco le dije el mío.

    —Pero en su caso... —Tilda volvió a suspirar, se puso en pie y dio un par de pasos por el dormitorio. Se detuvo escuchando a Brigitte aterrizar en el balcón.

    Brigitte saltó hacia la cama, y si no aplastó a Étienne fue por pura intervención divina. Guardián trepó por su pelaje en un festival de gruñidos y saludos que se acercaban a lo animal, y Étienne la acarició con el ritual de costumbre: subían los dedos por su mandíbula hasta llegar a las orejas. Le susurró algo y Brigitte saltó fuera de la cama, mirando fijamente al único extraño en el dormitorio.

    Se erizaron un poco sus plumas y se quedó allí alzando las caderas, inclinando hacia abajo la parte delantera de su cuerpo; se preparaba para otro salto.
    Y saltó para aterrizar en la mesa, lanzándolo todo por los aires sin importarle lo más mínimo. Agachó el morro para poder olisquear a Adri, mientras que Tilda luchaba por contener su sonrisa (se esperaba el peor de los escenarios), llevándose una gran desilusión cuando Brigitte no arrancó de cuajo la cabeza de Adri, sino que mordisqueó su cabello como si fuera paja en un establo cualquiera. Al ver que no era comestible, regresó a la cama.

    —¡Os dije que no escondía nada! —exclamó Maèl poniéndose en pie—. Papá, ¿puedo salir ya?

    —Sólo cuando Tilda le entregue al joven Legaz... umh, digamos que un obsequio, algo impresionante digno a la magia de la familia Cattalis —le divirtió la expresión de la bruja—. Si va a acompañar a Maèl en sus viajes, mejor que lo haga con un arma decente, ¿no crees?

    —¡Eso sería fantástico! ¿De verdad lo harás, Tilda?



    La despedida del reino fue rápida, y Maèl prometió (por segunda vez) que cuando regresara, lo haría con su compañera. Aimée les quiso acompañar, a la vez curiosa y preocupada por el estado de su hermano, pero Maèl le aseguró que estaba cumpliendo un sueño al viajar con dos hombres de escolta y cuando le pidió que le dejara disfrutar de todo esto, pues no pudo negarse y tuvo que verles partir.

    Uno de aquellos hombres, Adri, se había ganado la confianza de Étienne, cosa que no había logrado el otro, y es que el nombre de Léonard Bissonnette, aunque muy sonado entre los soldados, era extraño a los oídos del rey al no formar parte de la Corte. Por supuesto, era imposible que Étienne (o cualquiera) supiera de las verdaderas intenciones de Léonard, experto en el cuestionable arte del engaño. Se presentó como un maestro del arco, lo que debía convertirle en el acompañante perfecto para el príncipe y su otro escolta. Esto convenció a la mariscal, que no estaba en el mejor de los estados para comprobar la personalidad de nadie. El ataque al rey había sido un duro golpe a su profesionalidad y orgullo propio, y se la podía ver bastante decaída cuando patrullaba, repitiéndose mil veces que Étienne podría haber muerto sin ella poder evitarlo.

    Durante los cinco días de viaje hasta la cabaña de Arala, Léonard consiguió su primer objetivo: la confianza de Maèl. Honestamente, pensó que esto le iba a costar muchísimo más, pero con un «yo también prefiero la compañía de los hombres» había bastado para que Maèl le reconociera como un compañero de cruzada. Temió por un momento que le hubiera descubierto... no fue así, y Maèl acabó por contarle un sinfín de historias con soldados y sirvientes como protagonistas, ¿cómo podía alguien tan joven tener tanta imaginación?

    Arala no disimuló su desconfianza cuando Léonard estrechó su mano al saludarla. Por suerte, el abrazo de Maèl le borró cualquier mala sensación, además, ver a Maèl casi enterrado entre el pelo de Cachorro era una imagen que le hacía sonreír todavía más.

    El buen ambiente duró toda la cena, pero cuando Arala ofreció las camas o sofás, Léonard se inclinó en el oído del príncipe para susurrar.
    —Deberíamos usted y yo dormir en el bosque, señor —fingió tanto el suspiro como la risita que le siguió—. Lo siento, quiero decir... Maèl —nunca imaginó que un príncipe pudiera ser tan ingenuo, porque le sonrió de lo más contento al tutearle—. Una pareja necesita intimidad, y según me has dicho, pues... querrán estar a solas —bien, estaba hecho, el semblante de Maèl se oscureció de pronto.

    Léonard tuvo problemas para no echarse a reír, el propio Maèl se disculpaba y decía que dormiría con él en el bosque.

    —Duerme aquí, Adri, es lo justo después de este tiempo sin su compañía —se adelantó Léonard a sus quejas señalando precisamente a Arala—. No te preocupes por el príncipe, que es mi trabajo protegerle.

    —Nos vemos mañana, ¿de acuerdo?

    Una despedida algo incómoda y Maèl fue el primero en salir al exterior, alejándose todo lo posible de la cabaña. Léonard le encontró sentado en un par de rocas, sollozando y escribiendo en su diario, «no puede ser tan fácil», llegó a pensar mientras montaba el campamento en silencio. No podía hablar, debía dejar que Maèl diera el primer paso.

    —Gracias —y aquí estaba ese acercamiento que esperaba—. Iba a ser muy incómodo dormir allí.

    —No creo que hubiéramos podido dormir, habrían ciertos ruidos, ya sabes —añadió—. Vamos, no lo pienses más —casi se sintió enternecido por aquella carilla llorosa—. Descansemos esta noche, que mañana nos espera un largo día. Si quieres, iré yo a informar a Adri de cuando retomemos la marcha... a no ser que quieras ir tú, pero ya te advierto de que una pareja que lleva un tiempo sin verse se dedica pues, precisamente, a eso: recuperar el tiempo perdido.

    Y fue trabajo de Léonard, a la mañana siguiente, llevar el mensaje a Adri de que partirían después de que Maèl se aseara en el río (muy cerca del campamento). Claro que Léonard ni siquiera se acercó a la cabaña, se escondió detrás de cualquier árbol y se limitó a esperar.
    Encontró a Maèl peinándose, se ataba el cabello en una larguísima trenza dorada que llegaba a su cintura. No entraron en sus planes los segundos que se quedó pasmado mirando aquella escena, Maèl le vio y sonrió saludándole.

    —¿Has podido hablar con Adri?

    Su nombre le hizo volver al plan, sacudió la cabeza y consiguió centrarse.
    —Ha sido un encuentro de lo más incómodo —se abanicó con la mano, como si hubiera ido y venido corriendo desde la cabaña—. Tenía a esa bruja encaramada a su cadera y, oh, por el santo acero, no me hagas hablar de lo que hacían, ¡un atentado contra la intimidad! Ningún entrenamiento te prepara para esto —apoyó ambas manos en sus rodillas y se inclinó para, supuestamente, recuperar el aliento—. Me alegro de que no hayas ido tú, Maèl, no debe ser plato de buen gusto ver al hombre que quieres con otra persona, no señor —se enderezó sacudiendo los brazos—. Me dijo que no contemos con él, prefiere quedarse con la bruja.

    —¿De verdad te ha dicho eso...?

    —No tengo por qué mentirte, Maèl. Pero, si no me crees, puedes ir tú mismo a la cabaña y comprobar cómo de «unidos» están —Maèl negó con la cabeza y agachó la mirada, era el momento de seguir hablando—. Si me permites el atrevimiento, siempre pensé que ese hombre jugaba contigo, ¡piénsalo! Consiguió un carcaj imbuido en magia, ¡sus flechas no se acaban nunca! Por eso se acercó a ti. Ahora ya tiene lo que quiere, es lógico que piense en disfrutar de su victoria con la bruja, quizá hasta trabajaran juntos desde el principio.

    —No, no creo que...-

    —Maèl —le interrumpió—, eres demasiado inocente. Han estado jugando contigo desde el principio, porque no eres un campesino, ni un mercader, ni un herrero: eres el príncipe de Acier.

    —Pero...-

    —Maèl, por favor —y se atrevió a sujetar sus mejillas, no se esperaba que el contacto le pareciera tan agradable—. No sigas adelante con alguien que no te corresponde. Hay miles de hombres buenos allá fuera, sólo tienes que encontrar a uno, yo te ayudaré, ¿de acuerdo? —secó sus lágrimas con los pulgares, y tuvo que admitir que le gustó verle sonreír—. Sigamos, tenemos que encontrar a tu compañera y a ese hombre que te quiera de verdad.

    Se adelantó un par de pasos y esperó, viendo a Maèl con los ojos fijos en el bosque, quizás esperaba que Adri apareciera como por arte de magia, cosa que no podía ocurrir o desbarataría sus planes.

    —Maèl, ¿nos vamos?

    Aquello bastó para que se pusieran en marcha, y Léonard lo consideró la primera victoria de otras muchas que tendrían que venir. Sí, el plan marchaba bien.


    SPOILER (click to view)
    CORR.
    Una imagen de la monarda

    El monstruo puede ser una creación de la Estrella Roja, ¿o algo así?

    El cambio en Charlotte
    -vale, me imagino a las royalets como """metáforas""" (muchas comillas aquí) de sus compañeros: la Golem de Cezanne era muy resistente, como lo habrá sido él; la que fuera que tuvo Lux sería una bicha más bien avariciosa; Brigitte es muy curiosa, siempre quiere explorar lo que no conoce (como cierto rey~); y Charlotte, que aunque puede ser muy llamativa, pues prefiere mantener un perfil bajo.
    ----ya te digo yo que la royalet de Maèl también se enamorará de Adri (y cualquier tío guapo que vea por ahí) XD
    ->holi, soy Aimée cuando me toque luchar por Acier.


    ÉTIENNE.
    Me gusta mucho algo así para el dormitorio real (le añadimos chimenea y librerías y más lujo y todo perfecto x'd)
    Todo el castillo así, gracias.

    Oh, el incendio/terremoto/ataque de celos que destruyó el pueblito de Adri ocurrió en tiempos de Cezanne (aprox). Quizás Adri haya escuchado la historia de algún abuelito (?), no sé, me hacía falta un pueblo y lo encontré una casualidad divertida.

    Y la ropita de Marinette, pues me gustó para qué mentir a estas alturas XD


    MAÈL.
    ¿El bueno de? Léonard por aquí.

    Su plan es convertirse en la mano derecha del principito para conseguir beneficios, quizás intente seducirle (no lo sé). Al principio pensé que su final sería la muerte por traición, pero me ha acabado gustando mucho y me da penita, de verdad que no sé qué será de él XD


    Edited by Flamingori. - 23/7/2020, 13:07
     
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    El elfo (I)


    Uno podía sentirse tentado a afirmar que un elfo lunar, al ser una criatura nocturna, dormiría sus ocho horitas por el día, pero basta con acercarse a una de sus ciudades a cualquier hora para que su bulliciosa actividad eche por tierra esa premisa. Ante esto, alguien que no sepa mucho sobre ellos podría pensar que son incansables, que no duermen, pero eso tampoco es cierto.

    La verdad es que ni los propios lunares lo tienen. Quizá sea por una costumbre ancestral que se ha acabado arraigando en su ADN, generaciones y generaciones de guerreros fieros, o quizá es porque los niños son educados así desde la cuna. Lo cierto es que no importa mucho el origen de su rutina de sueño.

    Un elfo lunar duerme de manera discontinua a lo largo del día. Quizá el ciclo más largo se dé al mediodía, momento en el que el sol es demasiado fuerte para sus ojos, hechos para una visión nocturna perfecta, pero igualmente este paréntesis temporal suele durar entre tres y cuatro horas, cogiendo la zona de mayor intensidad lumínica.

    A partir de ahí, dependerá de su rutina propia, de su trabajo o de sus propias necesidades del momento, pero irá descansando en periodos de entre media hora y hora y media tanto por el día como por la noche, sin llegar, de todas formas, a una suma de ocho horas.

    Los lunares son resistentes al sueño, o tal vez se hacen resistentes al sueño. La necesidad de mantenerse activos por el día podría venir por ese afán guerrero, o tal vez por razones tan sencillas como que muchos animales de granja son diurnos, o porque es difícil llevar a cabo tratos comerciales con otras razas por la noche.

    Sea cual sea el motivo, sea cual sea la rutina, Niko no era una excepción, si acaso lo contrario. Dormía durante ratos breves que le llenaban de energía y mantenía una actividad fuerte hasta unas cuantas horas más tarde, cuando se buscaba un hueco para descansar otro rato. Y quizá al final, contándolo todo, tendría una media hora de cinco o seis horas de sueño.

    En esos momentos, llevaba ya unos minutos despierto. Makra dormía tranquilamente y al ser noche cerrada no habría humanos a los que molestar, así que decidió dar un paseo por el castillo, esta vez con la comodidad de no llevar gafas.

    Era aquel lugar uno muy distinto a lo que se acostumbraba a ver en los poblados lunares. La madera había desaparecido, sustituida por el acero, y la piedra quedaba oculta con molduras de oro, enormes lienzos, nichos con estatuas, espejos… Todo un despliegue de ornamentación que, aunque curioso, era demasiado humano para el gusto sencillo y natural de Niko.

    Y había muchas puertas, ¡por todas partes! Con pomos decorados y cerrojos que impedirían el paso. Eso tampoco se veía en su ciudad, donde sólo había puertas en las entradas de los edificios. En el interior, las estancias se separaban con cortinas o, en todo caso, con paneles deslizables. Claro que si se buscaba una intimidad imperturbable bastaba con poner una barrera mágica, algo que a los humanos se les hacía difícil dada su escasa, prácticamente nula, conexión con la magia.

    Igualmente, no miraba con desagrado aquello, sino con curiosidad. Había cosas que ya conocía, y es que al construir con Corr la cabaña, había consentido amoldarla al gusto humano de Corr —con puertas, aunque la chimenea y muchos muebles tenían un toque élfico clarísimo—, pero otras le eran nuevas y sorprendentes y decidió apuntárselas por si en algún momento se veía con ganas de darle a Corr una sorpresa.

    Pensando en esto, se le escapó una sonrisa, y con ella todavía en los labios detuvo sus pies descalzos de pronto. Frunció un poco el ceño con curiosidad y retrocedió un par de pasos, quedando frente a uno de esos miles de lienzos que había por todas partes. En un principio no se había fijado en él, pero luego su mente lo había procesado mejor y había necesitado echarle un vistazo más detenido.

    En el cuadro, que de nuevo tenía un marco dorado recargado que imitaba algunos motivos vegetales, se veía a un chico de unos diez años con una sonrisa de oreja a oreja, un libro en el regazo y un zorro a su lado. Tenía toda la cara de un Faure-Demont, con el pelo rubio y los ojos azules, pero sus orejas redondeadas y cortas lo delataban como, precisamente, Corentin.

    Miró el siguiente lienzo, pero mostraba ya a Étienne, también joven, no más de doce años, aunque ya con un semblante regio que mostraba la educación seria que se le estaba dando desde niño. Estaba claro que Lux nunca pensó en darle la corona a su hijo legítimo, sino al bastardo engendrado con una solar.

    A Niko la política humana le importaba entre poco y nada, así que prefirió volver su atención a ese pequeño Corr que le sonreía en un jardín. Sonrió, enternecido, y se giró para ver la pared de enfrente. Efectivamente, ahí había otro retrato de su humano favorito, ahora con unos catorce años. Ya no mostraba esa sonrisa tan inocente, aunque seguía sin tener los ojos empañados por el dolor. Estaba erguido, bien vestido, con un rostro sereno y Charlotte sobre los hombros.

    Ese retrato le gustó más, quizá porque era así como lo había conocido hacía ya unos cuantos años —¿veintidós? Haciendo cuentas le salían veintidós, pero los números no eran importantes—. Sí, recordaba la primera vez que se vieron: ese joven Corr en plena pubertad, con las manos aún temblando por el parricidio y el exilio, mirando a su lado con una mezcla de miedo y alerta, claramente dispuesto a atacar si se veía amenazado.

    Niko había sido el primero en salir a recibirle, quizá porque se había visto identificado en él, y fue el primero en sonreírle, revolverle el pelo y tenderle una mano amiga. Le había ayudado a adaptarse al bosque, a construir una cabaña, le había enseñado a cazar y pescar, a encontrar la mejor madera para hacer fuego, a… vivir lejos de un castillo, prácticamente.

    Sus pensamientos se detuvieron brevemente al escuchar pasos acercándose. No sonaban como ninguno de los lunares que le habían acompañado, pero tampoco le importaba en lo absoluto que le pillasen vagando por los pasillos o metido en alguna habitación viendo cuadros familiares. Era un invitado, después de todo.

    Por eso no se movió ni siguió caminando, se quedó donde estaba y si apartó los ojos del cuadro fue por curiosidad al notar que los pasos que había estado oyendo se habían detenido a la entrada de la estancia donde por casualidad había entrado.

    Giró la cabeza y se encontró con la princesa Aimée, quien vestía su camisón y una cálida bata cruzada por delante y adatada a la cintura y llevaba en la mano una vela para alumbrar sus pasos.

    —¿No deberías estar durmiendo? —le preguntó en voz baja sin mirarla directamente; tras tanto rato a oscuras, la luz de la vela le resultaba molesta.

    Aimée lo notó, porque al acercarse a él, lo hizo con una mano delante de la llama para minimizar su brillo.

    —No podía —contestó con calma, como si no le molestase las confianzas de ese lunar —. Todavía estoy nerviosa por lo de antes.

    —El ataque a tu padre —asintió Niko, pero ella sonrió con tristeza y negó un par de veces.

    —Sí, pero… él está bien, así que creo que estoy más tensa por la pelea. Si no hubiese intercedido, igual ahora nuestros pueblos estarían en guerra.

    —Nah… Si hubiese estallado una guerra, ahora estarían ondeando nuestras banderas en el castillo.

    Aimée miró al elfo intentando ver algún atisbo de broma, pero su expresión era tan segura y confiada que llegó a tragar saliva con un ligero temor. Aun así, pronto se sobrepuso, enderezando la espalda y alzando un poco la barbilla.

    —Igualmente, habría sido indeseable para todos.

    —Eso sí. Pero lo hiciste bien, princesa —Niko le dirigió una sonrisa torcida, como la de un gato —. Serás una gobernante magnífica, cuando llegues al trono.

    —¡Gracias! —sonrió la bruja. Dirigió los ojos al cuadro al que Niko prestaba tanta atención —Mi tío, Corentin.

    Niko se abstuvo de decir que ya lo sabía y simplemente soltó un «hmm» ambiguo.

    —Un muchacho adorable —fue su comentario.

    —Mi hermano era clavadito a su edad —se rio Aimée —. Estoy segura de que seguirían pareciéndose, si él… —titubeó.

    —¿Siguiese vivo? —completó Niko, viéndola asentir con cierta timidez. Volvió a mirar el cuadro y recordó la cara de Maèl. Sí que había un parecido innegable, aunque la sangre solar hacía a Maèl más esbelto y menos propenso a un cuerpo musculoso que su tío —Es muy probable, sí —fue todo lo que dijo al respecto.

    Aimée guardó silencio unos segundos y después le hizo un gesto, proponiéndole silenciosamente seguir paseando por el pasillo. Niko aceptó, aunque al contrario de lo que habría hecho un humano, no le ofreció su brazo, cosa que hizo que Aimée se sonriese a sí misma.

    —Hoy he oído a sus compañeros…

    —«Tus» —corrigió Niko —. Tutéame. Las formalidades me dan mucha pereza.

    Aimée asintió.

    —He oído a tus compañeros hablar sobre ti. Te llamaban… Elviu Padur. Significa «elfo loco», ¿verdad? —el sonido afirmativo de Niko la llenó de curiosidad —No lo entiendo, no pareces estar loco.

    —Si lo pareciese, no tendría gracia —Niko se rio entre dientes ante la expresión de la princesa. Después, se encogió de hombros —. Es un mote cariñoso. Soy un renovado, pero pasé un tiempo con los arcaicos, por lo que se me acabaron pegando algunas de sus manías. Ahora supongo que estoy a medio camino: veo a los arcaicos como burdos, crueles y sanguinarios, pero los renovados muchas veces me parecen pasivos y acomodados. Me llaman loco porque saben que seré el primero en saltar a una batalla y porque no dudaré en quejarme de lo que no me guste, así sea la opinión de una reina.

    Aimée abrió la boca en una pequeña «o» y le miró de reojo, sin saber todavía qué opinión tener de él. Decidió entonces hacer otra pregunta que le rondaba la mente desde que lo había visto, unas horas antes.

    —Perdona que te pregunte… ¿Eres realmente un Kurlah? ¡Quiero decir! —se apuró a añadir —He leído que algunos elfos nacen con los ojos rojos, pero no llegan a tener los poderes de un Kurlah, sobre todo en el caso de los hombres.

    —Soy una de las pocas excepciones —sonrió Niko con cierta suficiencia —. Aunque no ocurre como con las brujas, que nacen y tienen ya sus poderes a su disposición. Los míos se despertaron cuando ya era un adulto. Sí es cierto que siempre se me había dado bastante bien la magia, pero nunca… a ese nivel.

    —Suena fascinante, ¡poder hablar con un Kurlah! —llegó a detenerse en mitad del pasillo —Me gustaría preguntarte tantas cosas sobre vuestra magia… ¡Toda la que estoy aprendiendo yo es la de las brujas de Garina! No es justo, siento que debería saber más sobre la magia élfica, sobre todo teniendo sangre solar por mis venas…

    Niko no pudo evitar arrugar la nariz con desagrado al escuchar aquello, pero se frotó la nuca y acabó por suspirar. Esa chiquilla hacía algunos gestos que le recordaban demasiado a Corr, le costaba decirle que no.

    —Si vamos a un sitio más tranquilo, puedo enseñarte alguna cosa.

    —¡Eso sería genial! ¡Gracias, Nikol’ka!


    El dragón (I)


    Dormir con Étienne se había vuelto una costumbre muy agradable. Le gustaba acurrucarse a su lado, sobre todo cuando Étienne le abrazaba o le acariciaba la espalda o la cabeza; se pegaba a su cuerpo para disfrutar de su calor natural y se hundía bajo las mantas.

    Era un poco como al principio con Cézanne, antes de que Pauline llegase a sus vidas y el rey le preparase una habitación aparte, lejos del lecho real. Ese había sido un momento extremadamente triste para Grégoire, ¡incluso se había ido un par de días al bosque para llorar bajo su viejo roble!

    Nadie le llegó a explicar nunca por qué sintió ese dolor y esa desilusión, por qué incluso llegó a sentir rechazo hacia Pauline —siempre le había parecido que sus sonrisas eran poco sinceras, pero Tilda le había dicho que eso eran «celos» y nada más—, así que se había tenido que resignar a dormir lejos de Cézanne, con quien había compartido tantas noches durante largos años.

    Ahora volvía a abrazar a un rey, a uno que era muy distinto de su abuelo y que, pese a esas diferencias, también le gustaba mucho. Le parecía cálido, compasivo y sincero, le divertían sus resoplidos y cómo rodaba los ojos antes de sonreír y acariciarle y disfrutaba de su compañía, muchísimo más pausada e intelectual que la de Cézanne.

    No, no podía comparar a los dos Faure-Demont, pero sí tenía muy claro que se alegraba de haberlos podido conocer a ambos, incluso si de por medio había tenido que estar cara a cara con Lux, un hombre al que sólo podría calificar como malo, a falta de un vocabulario más extenso.

    Sus ojos dorados brillaron en la oscuridad cuando los abrió para contemplar el rostro durmiente de Étienne. Se alzó un poco sobre la cama, mirándole bien, y le acarició una mejilla con una sonrisa suave que se esfumó en el momento en el que el dormido rey susurró el nombre de su difunta esposa.

    Grégoire apartó su mano al momento, también su cuerpo, como si hubiese tocado un trozo de metal ardiendo —en el supuesto de haber sido humano, el fuego no hacía daño a los dragones—. Sintió un pinchazo extraño en el estómago, parecido a cuando había visto a Cézanne besar las manos de Pauline la primera vez que se habían visto, pero no supo cómo clasificarlo, así que simplemente suspiró y bajó de la cama.

    Se acercó a la ventana, pero no descorrió las cortinas. No lo necesitó para ver que tras la pesada tela empezaba a brillar el sol de la mañana. Volvió a mirar a la cama, donde Étienne se recolocaba inconscientemente ante la falta del cuerpo que le había acompañado por la noche, y se decidió a salir de la habitación, cuidando de no despertar tampoco a Brigitte y de cerrar bien la puerta al salir.

    El cuerpo de sirvientes se había despertado ya y había empezado su trabajo, abriendo cortinas y ventanas para ventilar las estancias y pasillos, quitando el polvo y haciendo multitud de tareas que a Grégoire tampoco le importaban demasiado. Algunos sirvientes le miraban y sonreían, otros apartaban la mirada todavía con temor, o quizá sólo respeto, y otros ni siquiera se fijaban en él, más ocupados en sus trabajos.

    Llegó así al jardín, y al salir abrió los brazos y cerró los ojos, disfrutando del sol frío de principios de invierno. El aire olía a humedad, lo que pronosticaba si no lluvia, nieve, y aunque normalmente eso habría hecho al dragón muchísimo más lento y lo habría refugiado junto a una chimenea, gracias al hechizo de Tilda no le afectaba.

    Caminó por uno de los senderos de piedra, deteniéndose, curioso, al ver a Aimée dormida en uno de los bancos, Estaba abrigada no sólo en su bata, sino también en la chaqueta de un elfo lunar —lo reconoció como Nikol’ka, el marido de la princesa Makra—. De hecho, la princesa había apoyado la cabeza en el hombro del lunar y éste la abrazaba. Tenía los ojos cerrados, pero su ritmo respiratorio indicaba que estaba despierto, así que Grégoire se acercó y se inclinó sobre él con curiosidad. Desplegó sus alas, haciendo sombra sobre elfo y princesa.

    —Buenos días —saludó, sonriendo cuando esos ojos rojos se fijaron en él —. No llevas tus gafas.

    —Pensaba que daría sólo un paseo nocturno —respondió el otro con un suspiro —, pero la princesa me atrapó y hemos hablado de magia hasta que se ha dormido. El sol me ha pillado por sorpresa.

    —¡Oh! —el dragón, todavía con forma de muchacho, ladeó un poco la cabeza, pensativo —¿Quieres que te cubra mientras vamos dentro?

    —¿Harías eso por mí? —parecía genuinamente sorprendido.

    —¡Claro! Además, los humanos son frágiles, se enfermará —añadió, señalando a Aimée.

    —¿Puedo hacerte un comentario personal? —dijo Niko, así le había pedido que le llamase, mientras caminaban ya por los pasillos del castillo. Greg mantenía su promesa de cubrirle de la luz con sus alas y, a la vez, llevaba en brazos a Aimée como si no pesase nada —No eres en lo absoluto como esperaba.

    —Me lo dicen mucho —sonrió Greg, deteniéndose frente a una puerta —. ¿Abres? —Niko asintió y abrió la puerta; era el dormitorio de Aimée y el dragón entró para dejar a la princesa en su cama. Al salir, le tendió la chaqueta a Niko, quien volvió a ponérsela mientras Greg cerraba la puerta —Los humanos suelen creer que soy miedo o que voy a comerme a sus familias, que voy a destruirlo todo, pero no es así. No soy malo.

    —Ya lo veo —sonrió Niko —. Yo no esperaba maldad, pero sí un porte regio y sabio, como el de un árbol anciano.

    —¡Como Roble! —exclamó Grégoire. Ni siquiera él mismo debía haberse dado cuenta de que no sólo le había salido la cola, sino que la estaba moviendo de lado a lado, como un perro —Roble es un árbol muy grande y viejo allá en el Bosque de los Feéricos. Pero no me parezco a él.

    —No lo jures —se rio el lunar.

    —¡Ven, ven! Ya casi llegamos a tu habitación.

    —Gracias, Greg.

    —Un placer, Niko —le respondió con una sonrisa casi tan brillante como el sol que se alzaba fuera.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No hacía falta ser un experto en emociones humanas para saber que Tilda estaba enfadada y nerviosa. Desde un balcón, observaba con los brazos cruzados bajo el pecho uno de los caminos que salían de Acier, incluso cuando hacía ya un rato que el grupo integrado por Maèl, Adrien y Léonard había desaparecido de su vista.

    Guardián, que había sobrevolado la zona un par de veces para asegurarse de que empezasen bien su camino, había terminado por volver al castillo y había descendido hacia el balcón de Tilda, posándose a su lado. Sus garras tocaron el suelo ya en forma de pies humanos, y cuando terminaba de asentarse, sus alas desaparecían mientras sus manos se apoyaban en la baranda.

    —Estará bien —le dijo en voz baja.

    —No me fío ni un pelo de este Legaz —gruñó Tilda, a lo que Grégoire la miró con calma.

    —Estoy seguro de que le cuidará bien.

    —¿Sí? Pues la última vez que cuidó de él terminó siendo terriblemente atacado por una pandilla de ladrones. Además, ¿tú qué sabes, si no lo conoces?

    El silencio de Grégoire mosqueó a la bruja, quien miró al dragón con el ceño todavía más fruncido que antes y los dientes bien apretados.

    —No he dejado de preguntarme cómo pudo llegar hasta la habitación de Maèl sin ser detectado por el servicio o por mis gatos. Pensaba que había tenido ayuda interna, pero nadie le conocía —el dragón apartó la mirada en un gesto que intentaba ser discreto y que, sin embargo, resultó totalmente delator —. ¿Tú…? —su voz tembló de la ira.

    —Le sentí rondando por el castillo —confesó por fin Grégoire, viendo que su perfecta máscara no había funcionado —, así que le pregunté qué quería y por qué.

    —¿Le guiaste a la habitación del príncipe? —estaba claro que empezaba a haber demasiada ira dentro de aquella poderosa bruja: se formaban chispas a su alrededor y el cielo empezaba a ennegrecerse, con epicentro en aquel balcón.

    —Sondeé su mente y no vi ninguna amenaza. Sentí toda su tristeza y culpabilidad, también su sinceridad. No va a hacerle ningún daño a Maèl…

    —¡Tú! —bramó Tilda, interrumpiendo al dragón —¡Eres el último que pensaba que me traicionaría!

    —¡No te he traicionado! —se defendió Grégoire. Aquella situación no le gustaba, en su piel bailaban escamas negras que aparecían y desaparecían al ritmo de su nerviosismo —Hice lo que consideraba correcto…

    —¡Correcto! ¡Se supone que tú y yo somos amigos e hiciste justo lo contrario de lo que yo habría querido!

    —¡Porque también era lo que Étienne habría querido! Ya lo has visto, a Étienne le cae bien Adri y…

    Tilda gritó. No palabras, solo un grito desgarrado, lleno de terrible furia. Empezó a llover y ambos terminaron empapados en cuestión de segundos.

    —¡Estoy rodeada de traidores y de ineptos!

    —¡¡Tilda!! —Grégoire estaba claramente dolido por aquella afirmación —Me gustas mucho —la fórmula correcta habría sido «te quiero mucho», pero el dragón nunca había dominado las distintas escalas de afecto y amor que manejaban los humanos —, ¡pero esta vez te equivocabas!

    —¡No me toques! —volvió a bramar cuando Grégoire se acercó para cogerle una mano.

    Diciendo esto, dio un fuerte pisotón al mismo tiempo que caía un rayo y desapareció, llevándose consigo la lluvia y la tormenta, aunque dejando a un dragón con la cara más triste del mundo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    ¡Y entonces desapareció!

    La queja de Guardián se vio acompañada de un golpe al agua que provocó salpicaduras en la pared, en el suelo y en la cara de Étienne.

    No había conseguido que Étienne le dejase meterse en la bañera con él en su forma humana, aunque bien que habría cabido, siendo aquella bañera tan grande, pero sí que le aceptase como dragón, en este caso del tamaño aproximado de un lobo de montaña. Estaba frente a Étienne, en el otro extremo de la bañera, acurrucado bajo el agua caliente, con las alas plegadas y alejadas del agua —no le gustaba mojarlas si no era en ríos o lagos, un pequeño capricho que se permitía—, y ahora apoyaba la cabeza en el borde de la bañera con un pequeño sollozo.

    Es la primera vez que me peleo con Tilda, no la había visto tan enfadada desde lo de Malisse —era curioso cómo incluso hablando de forma telepática su voz pudiese sonar con tanta emoción o con distintas intensidades. Ahora, era un susurro triste.

    Cerró los ojos, suspirando pesadamente mientras sentía las manos de Étienne acariciar sus escamas negras. A Guardián no le gustaban los confrontamientos. Podía parecer contradictorio que hubiese aceptado el cargo de cuidar de Étienne, pero lo cierto es que nunca le habían gustado las peleas.

    No le gustaba luchar, no le gustaba recibir odio ni gritos. ¿Por qué la vida entre humanos no podía ser tan sencilla como en el bosque? Ahí todos mantenían un equilibrio, no habría cientos de voluntades contrapuestas que llevasen a enfrentamientos. No tan emocionales, al menos.

    Con un nuevo sollozo se movió hasta quedar apoyado mejor en el rey, con la cabeza en su pecho y las alas saliendo por ambos lados de la bañera. No se dio cuenta de que había cambiado a su forma humana hasta que sintió el cuerpo de Étienne tensarse, pero en vez de apartarse, se abrazó a él, llorando por fin lágrimas de verdad.

    —Tilda está enfadada conmigo ¡y tú seguro que estás decepcionado! Porque no pude protegerte. Había tanta gente, tanto ruido, tantos olores… No olí a Drenia. ¡Y mira que huele mal! Apesta a muerte, tendría que haberlo notado. Y podría haber estado a tu lado para evitar que te dañase. Pero no estaba contigo, estaba con los elfos —dijo todo esto atropelladamente, con su voz vibrando entre sollozos —. No quiero que te pase nada malo, Étienne, no quiero que te vuelvan a hacer daño.

    Las caricias y susurros suaves del mestizo fueron calmando poco a poco a Grégoire, quien terminó por cerrar los ojos y mantener la cabeza en el pecho de Étienne. Escuchar su corazón era muy relajante, era como una prueba de que todo iba bien.

    Ya más tranquilo, volvió a abrir los ojos y cogió una mano de Étienne, juntando sus palmas y dedos. Soltó una pequeña risita, como si ya no estuviese triste y preocupado —aunque seguía estándolo— y apareció tras su espalda su cola, que se movió suavemente bajo el agua.

    —Me gustan muchos los cuerpos humanos. Creo que son los más interesantes —susurró —. Bueno, elfos, humanos… Ya sabes, este tipo de cuerpos —añadió, mirando sus manos juntas —. Cézanne me contó una vez que los humanos habían nacido originalmente como parejas unidas que se habían separado en dos piezas distintas, pero compatibles, y que su destino era buscar a su otra mitad, pero a mí eso no me parece probable —acarició con las puntas de sus dedos las yemas de Étienne y volvió a sonreír —. No, yo creo que estos cuerpos están hechos para ser individuales, pero también para vivir juntos y encajados. Son cuerpos completos, pero pueden juntar con otros cuerpos y encajar perfectamente —diciendo esto, entrecruzó sus dedos con los de Étienne —. ¿Ves? Son manos hechas para estar separadas, pero también para juntarse así. Ahora nuestras manos están encajadas y son como una sola, pero son dos piezas distintas. Y este abrazo es lo mismo: dos cuerpos separados que encajan uno con otro. Mi cabeza encaja en el hueco de tu cuello… Y mira, tu mejilla —sonrió, poniendo la mano libre en la mejilla de Étienne, como acunando su rostro —encaja en la palma de mi mano. Creo que es muy bonito. Es una de las cosas que más me gusta de los humanos. Podéis uniros a otros sin perder vuestra individualidad, estar completos y luego complementaros un poco más. Y lo mejor es que sirve con cualquiera, no hay una única mitad por ahí perdida con la que encajéis. Aunque sí hay cuerpos que encajan mejor unos con otros, supongo —separó sus manos y luego se fue alejando de él, quedando otra vez al otro lado de la bañera, abrazándose las piernas y apoyando la barbilla sobre las rodillas —. Sois unas criaturas increíbles, Étienne. Es una pena que no seáis totalmente conscientes de ello.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Grégoire estaba envuelto en una toalla muy suave y mullida, sentadito en el sofá de la habitación de Étienne mientras el rey en persona le secaba el pelo con una toalla algo más pequeña, pero igual de suave y mullida. Le frotaba la cabeza, seguramente con miedo de que dos cuernos saliesen de la nada y rompiesen la tela, pero no ocurrió, por suerte, y cuando se apartó Grégoire le miró con una gran sonrisa y el pelo, aún algo húmedo, totalmente revuelto.

    Mientras le agradecía, unos toques a la puerta le hicieron girarse. Se puso en pie y miró a Étienne, quien le hizo un gesto para que le diese un minuto y se metió en su vestidor. Grégoire se quedó quieto frente a la puerta hasta que escuchó la segunda llamada, momento en el que torció un poco la boca y abrió la puerta sin más.

    —¡Greg! —se quejó Amélie cubriéndose la cara con las manos —¡Haber dicho que tenías que vestirte!

    Grégoire se miró, pero no entendió la reacción de la muchacha. Sabía que a los humanos les solía dar vergüenza ver a sus congéneres desnudos, pero él estaba cubierto con una toalla, ¿cuál era el problema?

    Miró al elfo que la acompañaba y vio que Niko le miraba con una sonrisita que no acabó de entender, pero que al menos no era de rechazo.

    —Étienne aun se está vistiendo, pero adelante —y se hizo a un lado para dejarles pasar.

    Ni corto ni perezoso, cogió su túnica —le habían ofrecido ropa más moderna, pero la había rechazado diciendo que no le hacía sentirse cómodo y que prefería la moda de tiempos de Cézanne— y dejó caer la toalla, ganándose un gritito de Amélie y una risa de Niko. Se puso la tela y se giró a mirarlos, viendo cómo el lunar parecía más interesado en inspeccionar aquel gran dormitorio que en cubrirse la cara, cosa que Amélie había vuelto a hacer.

    Quiso preguntarles qué hacían ahí, pero entonces se escuchó un ruido y Brigitte salió de una habitación aledaña, acercándose con sus torpes andares a Niko. Se detuvo frente a él y pegó el pecho al suelo, moviendo su cola de lado a lado sin importarle qué golpeaba con ella.

    —Le gustas mucho —se rio Greg mientras se terminaba de ajustar aquellas ropas y se acercó después para abrazar a Brigitte.

    —Sí, está claro —sonrió Niko. Imitó a Corr, también a Étienne sin saberlo, acariciando a la tricot con mimos que subían desde la mandíbula hasta sus orejas. No supo, hasta algo tarde, que Étienne le había visto hacerlo, pero no pareció importarle y simplemente siguió acariciando la cabeza de Brigitte mientras miraba al rey con una sonrisa tranquila —. Muy buenos días.

    —¡Ah, majestad! —dijo Amélie, recordando de pronto sus nuevas funciones como chambelán —Nikol’ka ha insistido en que quería verle, así que lo he traído aquí y como Greg nos ha dado paso… ¡Pero si es mal momento…!

    —Bueno, ya estoy aquí —interrumpió Niko con un encogimiento de hombros —. No quiero importunar al rey, pero estoy seguro de que querrá oír lo que tengo que decirle —y mientras decía esto, se sacaba de un bolsillo unas bayas que Brigitte se comió la mar de contenta.

    Greg se acercó al elfo y se inclinó un poco para poder mirarle directamente a los ojos. El lunar enarcó una ceja, pero acabó sacando otro par de bayas que el dragón cogió con una risita antes de correr hacia Étienne para sentarse a su lado.

    —¡Serviré algo de té! —dijo Amélie, volviendo al carrito que había dejado a un lado —Greg, ¿quieres? —le vio asentir, todavía concentrado en comerse las bayas, y sirvió tres tazas.

    —Quizá este sea el único reino humano que tiene un té decente —valoró Niko mientras aceptaba la taza, después de haber aspirado el aroma de las hojas mezcladas con flores —. Claro que es el único reino humano con acceso a las mejores hierbas del continente.

    —Niko, ¿qué querías decirle a Étienne? —recondujo Greg la conversación, lleno de curiosidad, mientras daba un sorbo a una bebida que estaba recién hervida y que a otro le habría quemado la lengua.

    —Veo que a los dragones no os gustan los preámbulos –se rio un poco y miró entonces a Étienne. No le costaba nada reconocer rasgos de Corr en él; Corr tenía razón, todos los Faure-Demont eran iguales. Se sentó con toda la confianza del mundo frente a Étienne y cuando Amélie corrió al menos una cortina, se quitó las gafas, dejándolas colgando de su cuello —. Las reinas no están muy contentas, la verdad. Se las ha acusado de un intento de regicidio, un acto de guerra, y eso las ha cabreado por dos motivos —alzó dos dedos de una mano para remarcar sus palabras —. Por un lado —bajó el dedo corazón —, porque ellas no buscan nada parecido a un conflicto con Acier. No tenemos ningún interés en una guerra, en estos momentos, no contra los humanos, al menos. Por otro lado —bajó índice y abrió la mano en un gesto calmado, como si le ofreciese a Étienne algo —, se han ofendido porque, si hubiesen realmente querido matarte, no habría sido un intento. De hecho, y esto te lo digo precisamente porque no tenemos ninguna intención hostil, me lo habrían pedido a mí. Y yo te habría matado limpiamente.

    Aunque sus palabras podían interpretarse como una amenaza abierta, Amélie incluso había fruncido el ceño, la sonrisa que exhibió Niko cuando Brigitte le puso la cabeza en el regazo fue genuina y tranquila, nada que ver con lo que se esperaría uno de un asesino despiadado. Le brindó mimos, encantado de la vida, mientras daba por fin su primer sorbo al té, que ya se había enfriado lo suficiente.

    —Como iba diciendo —retomó la conversación con los dedos hundidos en el pelaje de la tricot —, las reinas, aunque la princesa hizo un trabajo muy bueno, están molestas, por lo que no conviene meter más leña al fuego. Mi recomendación, y es un consejo totalmente gratuito y sincero, sería una estupidez desperdiciarlo, es que no muestres ningún síntoma de debilidad. Si todavía te duele algo del ataque, mala suerte. Apechuga y preséntate ante ellas como si ayer no hubiese pasado nada. Sin debilidad, sin dolor, sin aprensión, y lo más importante: sin miedo. Sé que la bruja se ha ido, no noto su presencia en el castillo, pero tienes a Brigitte y a Grégoire, así que, si no te separas de ellos, no deberían volver a atacarte, ¿verdad? Nosotros no lo haremos, no puedo hablar por los norcanos.

    Grégoire, pese a estar escuchando la conversación, no parecía estar prestando mucha atención. Terminó el té y le dio la taza a Amélie para, después, apoyar la cabeza en el hombro de Étienne en busca de mimos y atenciones que, cuando llegaron, le hicieron sonreír. No dijo nada respecto a lo que comentaba Niko, pero Amélie sí que parecía más pensativa.

    —Perdón, pero si se me permite… —dijo, mirando con duda tanto a Étienne como a Niko. Un asentimiento de este último la llenó del valor que necesitaba —He oído que los lunares sólo se preocupan por sí mismos y sólo miran por sus intereses. No imaginaba que un príncipe fuese a darle un consejo así a un rey humano…

    —Ah —Niko se rio un poco y se encogió de hombros, bajando la mirada hacia Brigitte —. Conocí a Morgiana hace muchos años —terminó por decir, mirando a Étienne a los ojos —. Tenía las orejas puntiagudas, pero era humana. Para mí, era humana. Estaba llena de dulzura y bondad, no sé qué hacía con el imbécil de Lux. Pero bueno, ella… me salvó la vida. Supongo que esto es lo menos que puedo hacer para devolverle el favor.

    Y con esto dicho, dio un par de palmaditas en el morro de Brigitte, quien se quejó, pero se apartó de él. Se recolocó las gafas, se puso en pie y se despidió con un gesto de cabeza antes de salir del aposento real.


    El elfo (II)


    Llevaba un rato sin prestar la más mínima atención a lo que ocurría a su alrededor. Había acompañado a Makra y a las otras reinas a la sala del trono de Étienne, había saludado con una pequeña reverencia como si no hubiese ido esa mañana a los aposentos del rey y se había quedado de pie, un paso o dos detrás de su esposa, con la espalda recta y las manos cruzadas a la espalda.

    Incluso si Niko no había sido educado como soldado, había recibido, como todo elfo lunar, nociones marciales que incluían aguantar de pie en una buena posición durante el tiempo que hiciese falta, por lo que tampoco le importó demasiado quedarse allí.

    Lo único malo era que aquello era terriblemente aburrido. La política no le podía importar menos, así que cuando se dio cuenta de que la conversación ya no iba sobre criaturas arcanas, sino más bien acerca de la situación en Lanu Kah o de las tensiones dentro de Acier entre arcanos y norcanos, Niko simplemente se abstrajo en su propio mundo.

    Mientras se cantaba a sí mismo una cancioncita que le cantaba su madre tanto tiempo atrás, su oído, precisamente por no estar al tanto de las voces que se iban sucediendo a su alrededor, captó rápidamente los pasos que se acercaban desde el pasillo. Era un andar ligero, con un calzado flexible que no hacía el sonido de las suelas humanas, más rígidas —tampoco era lunar, ellos rara vez llevaban los pies cubiertos—.

    Frunció el ceño con una expresión de desagrado y se giró hacia la puerta, siendo imitado por las reinas cuando ellas también captaron los pasos, poco antes de que la puerta se abriese. Makra, la única que había mantenido la mirada sobre el rey, chasqueó la lengua cuando la sala se llenó de olor a solar.

    —Majestad —habló un elfo alto, con el pelo rubio recogido en una coleta alta y ropas cómodas de viaje. Su cara mostró el mismo asco que la de las lunares —. Solicito para mi señor una audiencia urgente.

    —El rey está reunido ahora mismo, claramente —dijo Lara, todavía de mal humor por su metedura de pata del día anterior —. Esto es un actuar muy poco respetuoso.

    —El rey —volvió a hablar el mensajero con tono impaciente —podrá reunirse con esta chusma lunar después.

    —¡Chusma! —bufó Fube, una de las reinas, cruzando los brazos bajo el pecho. Sus brazaletes chocaron con su armadura pectoral —Al menos nosotras entramos con educación.

    —Dudo enormemente que los lunares conozcáis el significado de esa palabra.

    —¡Basta! —no fue Lara, sino Aimée, quien interrumpió —Su presencia aquí, mensajero, es una falta de respeto tanto para Acier como para las reinas de Lanu Kah. Nosotros debemos decidir a quién recibir y cuándo. Esto es un atropello protocolario.

    —El asunto de mi señor, majestad —el mensajero volvía a la cara, dirigiéndose directamente a Étienne, como si la princesa no estuviera ahí —, es de índole familiar. Y le incumbe también a usted, pues mi señor era familia de Morgiana.

    Makra, que hasta entonces había guardado silencio, levantó un brazo con el puño apretado. Las otras reinas, viendo esto, tensaron la mandíbula, fruncieron los ceños o maldijeron en élfico, pero acabaron por retirarse hacia los lados del pasillo en un gesto simbólico. Makra, la única que seguía en línea con el trono —junto a Niko, que seguía a su lado—, miró al mensajero y ladeó la cabeza con sus ojos rojos brillando con cierta amenaza.

    —Mi pueblo respeta a Morgiana y su memoria. Ese es el único motivo por el que toleraré hacer un paréntesis en nuestra reunión con el Rey Humano para que tu señor venga a quejarse. Eso sí, no abandonaremos la sala del trono. Es nuestro derecho.

    El mensajero, algo amedrentado por la fuerza de su mirada, pero con una sonrisa de satisfacción por haber logrado su objetivo, esperó a tener el asentimiento de Étienne para, acto seguido, salir en busca de su señor, que esperaba fuera de la sala a ser recibido.

    Niko miró al dragón. La atmósfera debía ser extraordinariamente tensa, porque había dejado de distraerse mordisqueando una rama de cerezo y ahora miraba con el semblante serio, expectante, el desarrollo de los acontecimientos. Era la primera vez que lo veía con una expresión que no fuese despreocupada.

    Se giró, entonces, a mirar al recién llegado, pero al verle, su expresión se congeló en su rostro.

    —Majestad, gracias por recibirme —dijo el solar con una breve inclinación.

    Era más alto que su sirviente, con su cabello suelto contenido por un pasador y unos adornos en las orejas que realzaban su forma puntiaguda. Su vestimenta era impecable, una túnica muy al estilo de la corte de Nar Laris, con tonos verdes que hacían perfecto contraste con sus ojos, de ese mismo color, y adornos en oro que formaban flores y líneas sinuosas en las telas.

    Ni siquiera se dignó a mirar a las lunares, simplemente se adelantó para acercarse más al trono. Miró con curiosidad al dragón y le hizo una reverencia algo más pronunciada, un signo de respeto ante una criatura de magia pura. También miró con más dulzura a Brigitte, aunque ella no debía merecerse que le doblasen la espalda.

    —Mi nombre es Theonaer, primo en segundo grado de Morgiana —juntó entonces sus manos con los dedos extendidos y los corazones doblados, un signo de respeto que se reservaba a las máximas autoridades o a los fallecidos —, y vengo en busca de Ghilanna, hija de mi padre y de su segunda esposa.

    —Ghilanna —susurró Makra, intentando ubicar ese nombre. Lo había oído no hacía mucho, pero ¿a quién?

    —Fue exiliada de Nar Laris, pero ahora solicito su retorno. Se me ha informado de que vino aquí, a Acier, seguramente para solicitar residencia por consanguineidad.

    —Makra —se quejó Nirala, otra de las reinas —, esto es una auténtica estupidez.

    —¡Ah! —Makra le hizo un gesto a Nirala para que esperase —Ghilanna, la conozco —eso hizo que todas las miradas se centrasen en ella —. Esposo, ¿no era ella la elfa que…?

    Makra se quedó con la frase a medias al ver a Niko. Su expresión era indescriptible, destilaba tanta ira, tanta rabia, tanto dolor, que parecía a un paso de convertirse en un espectro. Sus ojos rojos brillaban de una forma para nada natural y tenía los labios tan apretados que apenas eran una línea en su cara.

    Tenía el cuerpo tan tenso que se veían los músculos de sus brazos allá donde la tela dejaba ver su piel, y apretaba los puños con tanta ira que le llegaban a temblar. Su respiración era lenta, irregular, como la de una bestia a punto de atacar.

    Y su aura. En su aura llevaba unos minutos condensándose magia. ¿Cómo nadie se había dado cuenta?

    —Niko —le llamó Makra, consiguiendo así la total atención de Theonaer, quien se giró a mirar al sacerdote lunar con los ojos abiertos como platos.

    —¿Nikol’ka? —murmuró. Parpadeó. Sí, era él. Era Nikol’ka. Con el pelo corto, con otra ropa, pero… —Es imposible… ¿Cómo sigues vivo?

    —Niko —la voz de Makra empezaba a mostrar preocupación y una cierta angustia. El aura de Niko sólo se condensaba más y más y sus ojos se estaban volviendo blancos —¡Niko, detente!

    Le agarró una muñeca, pero recibió una descarga eléctrica que la lanzó hacia atrás, derribando a tres de las cuatro reinas que la acompañaban. Lara sacó su espada, Brigitte erizó el pelaje, Aimée miró a su padre con miedo y Grégoire se puso en pie y rápidamente cubrió a padre e hija con sus alas, creando un escudo sellado.

    Y lo hizo justo a tiempo, porque apenas sus alas se cerraron una contra la otra, toda la magia de Niko se descargó.

    Pop.

    No hubo gritos, no hubo exclamaciones, no hubo nada. Sólo un pop que parecía incluso decepcionante para la expectación que se había creado.

    Grégoire despegó las alas, sintiéndolas cubiertas de algo pegajoso. Se giró y vio el salón del trono cubierto de un líquido rojo. Sólo líquido. No había huesos, no había pieles, no había órganos. Sólo un líquido que se esparcía de forma radial desde el punto en el que Theonaer había estado en pie, salpicándolo todo, a todos.

    El hedor a sangre no se hizo de rogar. Aimée, que se había puesto en pie totalmente en shock, se desmayó. Lara, que había visto auténticas barbaridades en la guerra, vomitó. Y Niko cayó de rodillas, mirándose a su alrededor sin él mismo entender qué había pasado, qué había hecho.

    Buscó la confianza de Makra, pero ella misma estaba totalmente atónica y conmocionada. Sus ojos iban de un lado a otro, intentando buscar una explicación a lo que acababa de presenciar. Y cuando Niko quiso acercarse a ella, Makra retrocedió, asustada, rehuyéndole.

    Y si Makra, que era la Kurlah más fuerte conocida, tenía miedo de él, ¿qué debían pensar las demás?

    —Lo… Lo siento… —balbuceó, poniéndose en pie y trastabillando hacia atrás. Empezó a caminar de espaldas hacia la puerta, lentamente, dejando huellas en negativo en la alfombra —Lo siento. Yo… Lo… Lo s- lo siento…

    Parecía que era lo único que podía decir. Lo siento. Lo siento. Se disculpó incluso cuando estuvo ya fuera del palacio. La gente le miraba con asco, miedo y confusión, y es que ver a un elfo con toda la parte frontal cubierta de rojo y hediendo a sangre no era lo más normal.

    Caminó a paso de autómata hasta salir de Acier, sin importarle quien le mirase, ignorando miradas y comentarios, y una vez estuvo en el bosque, una vez estuvo solo… Entonces, y sólo entonces, se permitió el lujo de gritar con todas las fuerzas que le quedaban.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Creo que tienes el cabello más bonito del mundo entero —se rio el hombre, peinando con los dedos a su acompañante.

    —Pues es bien posible. Es de un blanco perfecto, claramente bendecido por la luna —aseguró él con una risita que no dejaba claro si aquello era una broma o una muestra de su autoestima.

    Fuese una cosa o la otra, solar y lunar se rieron y compartieron un dulce beso bajo aquel árbol. No podían verse en cualquier sitio, debían siempre estar escondidos, a salvo de miradas indiscretas. La típica historia de amor prohibido: dos hombres pertenecientes a razas enfrentadas que habían encontrado el amor.

    Además, había sido de casualidad, un día que habían coincidido en una fuente… Pero eso daba igual.

    Todavía desnudos, se abrazaron sobre la hierba. El solar le acarició una mejilla al otro y le dio un pellizquito en la nariz.

    —Te quiero, Nikol’ka —dijo, arrancándole una sonrisa de pura felicidad.


    —Y yo a ti, Theo —susurró Niko, volviendo al presente.

    Salió del río ya sin una gota roja encima. No podía decirse que fuese sangre, era en realidad todo Theonaer triturado en un batido perfecto. Todos sus tejidos, huesos, pelo… Incluso su ropa. Niko ni siquiera sabía que se podía hacer algo así. ¿Cómo iba a saberlo? Estaba claro que nadie antes que él lo había hecho.

    Chasqueó la lengua con asco cuando sintió que volvía a llorar. Pero no era por la muerte de Theonaer. No, para él ese solar había muerto hacía treinta años, si no más, cuando lo había entregado a los arcaicos, olvidando cualquier promesa de amor susurrada en una tarde de verano, cualquier beso compartido o cualquier caricia regalada.

    No, no lloraba por Theonaer, sino por miedo. No lo quería admitir, pero tenía miedo. Miedo de qué haría Makra cuando se recuperase de la sorpresa, de cómo los humanos interpretarían aquello, de sí mismo y sus propias capacidades. Se miró las manos, le temblaban los dedos.

    Sacudió la cabeza y recuperó su ropa, vistiéndose sin importarle que tanto la tela como su propia piel siguiesen mojadas. Simplemente invocó algo de fuego en sus manos y lo usó para secarse más rápido mientras iba avanzando por el bosque.

    Detuvo sus pasos al darse cuenta de algo. Estaba todo muy… ¿Tranquilo? No, no era la palabra adecuada. Había silencio, pero no tranquilidad. Se acercó a un árbol y puso una mano en la corteza, cerrando los ojos. Rápidamente, parte de la corteza cubrió su mano, permitiéndole acceder a la memoria de ese árbol.

    Vio una bestia, un monstruo terrible avanzar hacia…

    —¡Corr…! —susurró antes de echarse a correr.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Con la respiración jadeante, observó la pared rocosa que se alzaba frente a él. Buscaba alguna grieta, alguna entrada, pero no veía ninguna, por lo que se decidió a abrir una por su propia cuenta.

    Al llegar a la cabaña, se había encontrado la casa destrozada y vacía. No había sangre ni cadáveres, por lo que Corr y Charlotte debían estar bien. Siguió, entonces, el rastro de la destrucción hasta dar, ahora sí, con un grupo de hombres totalmente destrozados por una fuerza antinatural que debía corresponder con el monstruo que había visto antes a través del árbol.

    Corr seguía sin estar entre esos restos, aunque habría sido difícil reconocerlo, igualmente. El rastro se perdía tras un río, pero una vez Niko lo hubo cruzado, volvió a dar con pisadas y las siguió hasta una gruta. No podía entrar en ella, salía humo que indicaba la existencia de un incendio, así que rodeó el lugar hasta dar con esa pared.

    El problema de hacer un agujero era que, si Corr estaba al otro lado, podía salir herido. Al darse cuenta de esto, soltó una maldición en élfico y trepó por la pared hasta llegar a la altura que, consideraba, debía tener la gruta.

    Fue excavando poco a poco un agujero con la esperanza de, así, poder ver el interior. Lo que no esperaba era que empezase a salir humo. Eso le animó a utilizar el pequeño agujero para abrir por completo la pared, rompiéndola y liberando todo el humo acumulado.

    Al hacerlo, pudo ver que Corr estaba ahí, en una zona suficientemente elevada como para que el fuego no le alcanzase, pero que igualmente se había ido llenando de humo. No sabía cómo había terminado en esa situación, pero al ver que intentaba cubrir con su cuerpo a Ghilanna…

    No, no era momento para pensar en ello. Cogió primero a Charlotte y la bajó de un par de saltos al suelo. Después, una vez se hubo asegurado de que aún estaba viva, aunque por poco volvió a subir para cagar a Corr sobre sus hombros. Lo bajó y lo dejó bocarriba junto a Charlotte. Tenía pulso, pero no respiraba.

    Quiso solucionarlo, pero miró otra vez hacia arriba, donde todavía estaba Ghilanna. Quería dejarla ahí y que se ahogase. «Llegué tarde para ella, lo siento», sonaba convincente, ¿verdad? Pero…

    La mirada de rechazo y miedo de Makra volvió a él, junto a recuerdos entremezclados de un pasado lejano que se había esforzado por sepultar. Y mientras maceraba todo esto, terminó por regresar para salvar a la dichosa solar.

    La dejó a un lado, con menos cuidado que a los otros dos, y se esforzó en sacar el humo de los pulmones primero de Corr, luego de Charlotte, insuflándoles a ambos aire limpio mediante un boca a boca. Acarició la mejilla del hombre y el pelaje de su acompañante cuando consiguió hacerles toser y después fue a por Ghilanna. A ella simplemente la dejó de medio lado.

    Mientras hacía las maniobras de resucitación, esta vez sin magia de por medio, había empezado a nevar. Por ese motivo, con un par de movimientos de manos consiguió que un árbol cercano estirase sus raíces para formar un techo sobre ellos. A cubierto de la nieve, hizo una hoguera y puso a sus dos amigos cerca, sin preocuparse por Ghilanna.

    Charlotte fue la primera en despertar, quizá por ser mágica o quizá porque el olor de la carne que Niko estaba asando al fuego la había motivado más que otra cosa en el mundo a salir de su inconsciencia. Lamió la cara de Corr y se acercó a Niko, quien la llenó de mimos, dejando que se acurrucase en su regazo y premiándola con un trozo de carne a medio hacer.

    —¿Cómo habéis terminado en semejante situación, si puede saberse? —le preguntó en un tono cariñoso, hundiendo los dedos en su pelaje para darle unas caricias que arrancaron en la royalet gorjeos agudos —Charlie, ¿por qué no despiertas a Corr? —sugirió.

    El animal, como si le hubiese entendido perfectamente, frotó la cabeza en su pecho y después fue a por Corr, despertándole con lametazos en la cara. Niko le saludó con una sonrisa y media fruta de leche —al estilo de los cocos, se llamaba así porque su interior estaba lleno de un líquido dulce parecido a la leche—.

    Ghilanna no tardó mucho más en despertar, recibiendo la otra mitad de la fruta. A partir de ahí, pudieron comerse la liebre asada mientras le contaban cómo habían llegado a ese punto.

    Niko escuchó atentamente sobre esos miembros de la Estrella Roja, las monardas, la explosión, y luego cómo Corr y Charlotte habían conseguido excavarse una ruta hasta el fondo de la gruta, donde habían dado con un callejón sin salida.

    —El fuego nos seguía —dijo Ghilanna —, pero no llegó a donde estábamos. Y supongo que nos desmayamos.

    —Sí, ese sitio estaba lleno de humo —dijo Niko —. No llego a tiempo y estaríais muertos. ¡Ah, hablando de eso! —miró a Ghilanna y ladeó un poco la cabeza —He coincidido con tu primo Theonaer en Acier.

    La solar le miró, incrédula.

    —¿En serio…? ¿Qué hacía él ahí?

    —Buscarte —se comió su último trozo de carne y se limpió la boca con una manga —. Creía que estabas en Acier y quería llevarte de vuelta a Nar Laris.

    —No… No lo entiendo… ¿Por qué? ¿Te dijo por qué me han revocado el exilio?

    Niko se encogió de hombros y se echó hacia atrás, apoyando las manos en la tierra.

    —No lo sé, no llegó a decirlo.

    —¿Cómo que no llegó a decirlo? Es algo importante como para callárselo.

    —Sí, supongo que lo iba a decir, pero lo maté antes de que hablase.

    El silencio en el campamento improvisado fue sepulcral. Ghilanna parpadeó varias veces, intentando ver si aquello era una de las crueles bromas de Niko, pero el lunar se hurgaba entre los dientes con la uña del meñique con toda la calma del mundo.

    —¿Lo has… matado? ¿Por qué…?

    —El por qué no importa mucho —contestó Niko, mirando la nieve que se amontonaba a los lados de la cubierta de ramas —. Lo importante es que Theonaer está muerto y tú puedes volver a Nar Laris. No está mal, la verdad.

    Ghilanna clavó los ojos en el fuego, todavía intentando procesar toda esa información. Niko la miró, pero no se inmutó ni siquiera cuando la vio echarse a llorar. Ni siquiera sonrió, sólo la miró con aburrimiento y después giró los ojos hacia Corr, que se acercaba a Ghilanna para ofrecerle un abrazo de consuelo.

    La solar sollozó y enterró la cara en el pecho de Corr, quien le dirigió una mirada de reproche a Niko. Y entonces Niko comprendió que su primera impresión de que la relación de esos dos se estaba estrechando había sido correcta.

    Después de haberle drogado, esperaba que Corr rechazase a Ghilanna. Tendría que haber visto lo que Niko le había repetido durante años y años: los solares eran criaturas perversas a las que no les importaba destruir vidas ajenas con tal de conseguir sus objetivos. Ni siquiera tenían el código de los lunares, que al menos respetaban a familiares, amigos o gente con la que tuviesen deudas.

    Pero, bien mirado, quizá era lo mejor. Quizá Corr y Ghilanna estuviesen destinados a ser algo. Amigos, amantes, a saber qué. Y Corr iba a necesitar a alguien a su lado, al menos un amigo. Porque Niko acababa de tomar una decisión que consideraba irrevocable.

    —Por cierto, tu sobrino está bien —le dijo a Corr, como si Ghilanna no estuviese entrando en el duelo por la muerte de un familiar —. Y tu sobrina, Aimée, es una muchacha extraordinaria. Es inteligente y muy bonita, tiene dotes de mando y es buena con la magia. Le enseñé incluso un par de cosas anoche. Acier estará en buenas manos cuando sea reina, porque su hermano, que por cierto es igualito a ti, no tiene mucha pinta de querer la corona… El dragón me parece muy curioso, me ha caído bien. Y tu hermano —se lamió los labios, ahora llegaba el punto de no retorno —, tenías razón en que tú eres más guapo. Pero él besa mejor —ya está, lo había dicho. Vio la cara de incomprensión de Corr y soltó una risa corta —. Sí, lo sé, yo tampoco me lo esperaba. Pero bebimos, hablamos, reímos y en algún momento nos besamos y… Bueno, ¿qué quieres que te diga? Fuimos discretamente a su habitación. Es un dormitorio enorme, por cierto, todo azul y con ese gusto tan humano por los adornos… Pero tenía unas vistas bonitas —eran datos que no importaban para aquella mentira, sólo los soltaba para demostrarle a Corr que había estado en el dormitorio de Étienne —. Quiso quitarme la ropa, pero ya sabes que yo no me desnudo ante nadie. Y bueno… Lo que sí que le dejé fue montarme. No por nada, me pareció muy excitante tener a un rey jadeando contra mi nuca. Fue una experiencia enriquecedora. Y muy satisfactoria. Estoy pensando que volveré a Acier, a ver si repetimos experiencia. Étienne también quedó contento con mi rendimiento, porque claro, tú ya sabes de lo que son capaces mis manos… —se hizo el pensativo y luego sonrió, poniéndose en pie —. De hecho, ¿sabes qué? Voy a ir a casa para solucionar unas cosas y luego volveré a Acier. Después de todo, yo sólo venía buscando a la solar para darle la buena noticia —Dio un paso fuera, pisando con sus pies desnudos la nieve, y se giró otra vez a Corr —. Ah, por cierto. Igual se me escapó que sigues vivo mientras compartíamos una copa tras follar como animales… Sé que fue lo único que me dijiste que no hiciera, pero de todas formas a Étienne no pareció importarle lo más mínimo. Quizá hagas bien en no volver por ahí. ¡Hasta luego, Charlie!

    Y con esta despedida tan extraña, forzada y dolorosa, Niko salió definitivamente a la nieve y desapareció entre los árboles.


    El dragón (II)


    Había sido una tarde horrible. Niko había hecho lo imposible haciendo explotar a ese solar y tras aquello nadie había sabido qué hacer o decir. Si alguien había querido culpar a las reinas de un atentado terrorista, se les había quitado las ganas al ver sus caras, tan horrorizadas como las del resto de los presentes. Grégoire en sus 450 años de existencia no había visto nunca nada igual, por lo que no fue una excepción a aquello.

    Ni siquiera ellas, guerreras sanguinarias que no dudaban en cortar cabezas o torturar prisioneros, parecían capaces de digerir semejante escena, semejante horror.

    El silencio y la estupefacción habían durado largos minutos. Después alguien había conseguido reaccionar, pero todo se había mantenido en una línea confusa y extraña. Al final, las lunares se habían retirado a descansar, menos Makra, quien prometió ayudar con su magia a limpiar aquel desastre sin siquiera dejar que nadie viese las quemaduras en las palmas de sus manos.

    La princesa había sido llevada a sus aposentos, los soldados habían iniciado una búsqueda inútil de Niko —inútil, entre otras cosas, porque a ellos mismos les aterraba encontrárselo y que les hiciese explotar también— y, finalmente, Grégoire había tomado a Étienne de la mano para ir al dormitorio.

    El dragón se había dado su segundo baño del día. Había dejado que Amélie se llevase su ropa y había accedido a ponerse una camisa y unos pantalones más al estilo de la moda actual. Después, limpito y sin olor a vísceras y sangre, se había subido a la cama, donde Étienne permanecía con expresión meditabunda.

    —Él no quería hacerlo —fueron sus primeras palabras en más de una hora —. Seguramente no sabe ni cómo lo hizo —añadió en un susurro.

    Miró a Étienne, pero no sabía ni si le había escuchado, así que le cogió la cara con las manos y le hizo mirarle. Le sonrió y le besó la frente al conseguir que le devolviese la sonrisa. Le animó entonces a recostarse y empezó a acariciarle el pelo, tarareando una vieja nana que Cézanne le había enseñado. No conseguía recordar la letra, pero sí la melodía, así que se conformó con ello.

    Vio que Étienne se iba relajando, pero quizá no lo suficiente. Era normal, lo que había sucedido en el salón del trono no era, ni de lejos, algo fácil de procesar, y Grégoire pudo incluso imaginarse que estaría pensando también en Aimée, en cómo estaría.

    Tenía que quitarle todo de la cabeza. Étienne necesitaba dormir, necesitaba descansar para recuperarse del todo de sus heridas y también para enfrentarse al día siguiente con fuerzas y energías renovadas.

    Y, visto que la nana y las caricias no bastaban, sólo se le ocurría otro método. Dudó, pensando en Cézanne, ¿pero no había sido el propio Cézanne quien le había dicho que eso era algo que se le hacía sólo a gente que te importase, gente con la que tuvieses un vínculo especial? ¿Qué vínculo podía ser más especial que el de un dragón y su protegido?

    Algo nervioso, y preguntándose también por qué estaba nervioso, siguió canturreándole, pero a la vez una de sus manos se metió bajo las mantas para acariciar la zona más íntima del cuerpo de Étienne. Sus labios, a la vez, rozaron los del rey, pero fueron sólo eso, roces. No llegó la cosa a más simple y llanamente porque Étienne le apartó.

    Grégoire, que no se esperaba aquello, terminó sentado al otro lado de la cama, mirándole y encontrándose con una cara que no acababa de entender, pero que dejaba claro un mensaje: a Étienne no le había gustado ese acercamiento tan privado.

    ¿Era posible? En un mismo día había conseguido enfadar a Tilda y a Étienne. ¿Realmente era tan inútil? ¿Tanto había olvidado de tratar con humanos?

    Convertido en un pequeño dragón, salió corriendo de la habitación. No podía soportar que Étienne le siguiese mirando así. Se sentía inseguro, triste y solo. Necesitaba un lugar seguro, pero cuando llegó a la que había sido su habitación encontró una pared lisa cubierta con un tapiz.

    Volvió a su forma humana frunció el ceño y levantó el tapiz, tocando la pared. Aquello no podía estar pasando…

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Arala tenía la costumbre de cantar mientras llevaba a cabo las tareas domésticas. Quizá porque solía estar sola y el sonido de una voz, aunque fuese la suya propia, hacía que la casa pareciese más cálida, o quizá sólo porque así no se aburría tanto.

    O, tal vez, fuese una costumbre que tenía de antes de vivir sola, algo que había aprendido de su madre y que se le había quedado como algo totalmente normal y rutinario.

    En fin, Arala estaba cantando, en esos momentos quitando el polvo de las estanterías. Lo que no se esperaba que alguien le aplaudiese al terminar la canción. Dio un respingo y se giró a mirar a quien había logrado no sólo sortear el hechizo de aturdimiento que había alrededor de su casa, sino entrar en su casa sin que ella se diese cuenta.

    Cachorro parecía también sorprendido, se había puesto en pie de golpe y había empezado a gruñir, con el pelaje erizado y las orejas hacia atrás, mostrándole los dientes a esa bruja vestida de violeta.

    —Odio a los perros —escupió Tilda, mirando después a Arala, quien parecía lista para atacarla —. Debería matarte. Lo sabes, ¿no?

    —Eres tú la que ha entrado en mi casa sin permiso.

    Tilda no pudo evitar sonreír al ver la mirada fiera de Arala. No parecía amedrentada por tener a la bruja Cattalis en su contra y eso… Lo cierto es que le gustaba.

    —No podrías dañarme ni aunque lo intentases —la retó llevándose las manos a la cadera —. No sin hacer trampas con monarda, claro.

    Arala bufó en respuesta y se ajustó un poco mejor la coleta que recogía su largo cabello rojo.

    —¿Te gustó mi regalo? Lo hice con todo mi amor —dijo Arala, aunque con el ceño fruncido y no la sonrisa que parecía tener que acompañar esas palabras.

    —Pues tu amor da asco, querida. Aunque no tanto como el mensajero. ¿Puedes hacer que ese maldito chucho pare? Me está poniendo del hígado.

    Arala afiló la mirada, pero acabó por poner una mano en la cabeza de Cachorro, acariciándole entre las orejas suavemente. El perro entendió esto como que no había necesidad de amenazar y dejó de gruñir, sentándose al lado de Arala, tenso y dispuesto a atacar si lo veía necesario.

    —Gracias —dijo Tilda, sacudiéndose un poco la ropa. Miró con desagrado a su alrededor y desapareció, apareciendo en una silla de la cocina —. ¿Me vas a servir té o qué?

    Arala se lo pensó un par de veces, pero movió la mano y, al momento, la tetera voló para ir a llenarse de agua limpia. Caminó hacia la cocina, encendiendo el fuego con otro gesto y poniendo el agua a hervir.

    —¿Vas a decirme qué haces aquí o tengo que usar algún hechizo para sonsacártelo?

    Tilda soltó una risa corta y amarga.

    —Veo que no me equivocaba: eres una luchadora. Eso me gusta —le bufó al perro-lobo, que se había acercado para quedarse al lado de Arala —. Ninguna bruja de Garina habría logrado lo que tú hiciste. Elaborar una pastilla con monarda… digamos que no entra en el recetario habitual.

    —Vaya, ¿en serio? Bueno, esto es una teoría un poco loca, pero a lo mejor tiene algo que ver con que, no sé, ¿no he ido a Garina?

    —Veo que tu sarcasmo no está ni la mitad de refinado que tu magia. Te lo perdono porque tienes buen culo.

    —¡Gracias! —dijo Arala con un tono de fingida alegría para luego bufar y servir el té —¿Sólo has venido para decirme cosas obvias y mirarme el culo o hay algo más?

    —Tu… novio o lo sea —puso otra vez cara de desagrado —ha conseguido, no sé cómo, salir exitoso de su misión. Maèl ha recuperado la memoria y hoy ha reiniciado su viaje… con ese imbécil de ojos bicolor.

    —Uf, ha debido sentarte como una patada en la boca del estómago —sonrió Arala, dándole un sorbo a su té.

    Tilda le devolvió una sonrisa fría y añadió miel a su infusión.

    —Ya que yo no puedo acompañarle, quiero que lo hagas tú.

    —¿Perdona? —estaba claro que Arala no se esperaba eso.

    —No me fío ni un pelo de tu amigo, tampoco del soldado que los acompaña. Tú eres una bruja bastante decente, pese a ser asalvajada, totalmente falta de estilo y elegancia, con vacíos en tus conocimientos que avergonzarían a una estudiante de primer grado en Garina…

    —Para, por favor, me voy a sonrojar.

    —… pero eres prometedora. Tienes fuerza y, aunque seas más tosca que un molino de agua, puedes actuar bajo presión. El príncipe va a necesitar magia y no sé por qué, le caes bien. Ve con él, cuídale y —alzó un índice —mantenme informada.

    —¿Y por qué iba yo a hacer nada que tú me digas? —inquirió Arala —No es que seamos precisamente amigas del alma, Cattalis.

    —Es cierto —concedió Tilda, terminándose el té —. Pero yo tengo algo que tú no: experiencia y conocimientos que puedo transmitirte. Ayuda al príncipe y yo te enseñaré cosas que ni siquiera en Garina se aprenden. A excepción, claro, de que prefieras seguir siendo una bruja mediocre atascada en una casa fea en un bosque salvaje.

    Arala frunció el ceño y se puso en pie cuando Tilda se levantó para ir a la puerta.

    —Por cierto —la bruja de Acier se detuvo en la entrada y se giró a mirar a Arala, guiñándole un ojo —, es el té más asqueroso que he probado nunca.

    —A lo mejor tendrías que haberle echado miel en vez de cera líquida.

    Tilda parpadeó, sorprendida. ¿Había hecho un hechizo de cambio sin que ella se diese cuenta? Se le escapó una nueva risa, esta vez bastante sincera, y desapareció.

    Apareció otra vez en Acier. Más calmada, dispuesta a incluso disculparse con Grégoire. Su amistad era demasiado vieja como para que una decisión tomada a las bravas —por parte del dragón, claro—, acabase con ella. No, tenía que decirle que seguía queriéndole, pero también dejarle claro que debían hablar de esas cosas antes de hacerlas.

    Se encontró, sin embargo, un panorama lúgubre que no le dio ninguna buena espina. Caminó por los pasillos, pero nadie a quien le preguntase sabía decir con exactitud qué había ocurrido. Las lunares seguían por el castillo y había habido un incidente, pero nadie estaba seguro de cuál había sido.

    Decidió ir directamente a por Étienne, pero resultaba que había un problema añadido.

    —¿No sabes dónde está Grégoire?

    —Nadie lo ha visto en todo el día —afirmó Aimée, quien más recuperada había ido a desayunar con su padre, buscando la seguridad y el consuelo que sólo la familia sabe dar.

    Tilda se frotó la barbilla, pero terminó por asentir.

    —Creo que sé dónde puede estar.

    Padre e hija siguieron entonces a la bruja, explicándole de paso qué era eso tan horrible que había ocurrido la noche anterior con las lunares. Tilda no daba crédito, no podía creerse que nadie hubiese hecho explotar de esa forma a otro ser vivo. Porque una cosa era, en fin, hacerlo explotar, ¿pero licuarlo? Ni siquiera había oído leyendas al respecto.

    Decidió que lo mejor sería enfrentar un problema tras otro, así que se detuvo frente a un tapiz que no dudó en arrancar, dejándolo caer al suelo. Tras él, había una pared con un agujero suficientemente grande como para que cupiese un humano.

    —Por el santo acero —susurró Aimée.

    Fue la propia princesa la que hizo aparecer un fuego fatuo para poder asomarse en ese hueco. Se sorprendió al encontrar una habitación entera, además una llena de cosas. Había cántaros, vasijas, armas, muebles, espejos, libros… todo tipo de objetos, todos amontonados en lo que parecía ser algún tipo de orden que ella no sabía seguir.

    Y, en un rincón, acurrucado en un sillón y envuelto en una tela, estaba Grégoire, quien al parecer dormía tranquilamente.

    —Esta era su guarida —dijo Tilda —. Lux debió tapiar la habitación después de… bueno, da igual —suspiró y se asomó ella también —. Pobre… Debió sentarle fatal que discutiésemos —dijo sin tener ni idea de lo que había ocurrido con Étienne la noche anterior —. Le dejaré una taza de chocolate al lado. Cuando despierte, la verá y vendrá a hablar con nosotros. A veces es como un niño —dijo con una sonrisa llena de afecto.

    Después, con un gesto de la mano, recolocó el tapiz para darle intimidad.


    El rastreador


    Adrien estaba enfadado. Estaba molesto cuando habían salido de Acier, pero ahora estaba simple y llanamente enfadado, y todo era culpa de ese estúpido Léonard.

    —Hasta su nombre suena ridículo —le había gruñido a Arala mientras cenaban. Solos, claro, porque Léonard había convencido a Maèl de pasar la noche ellos dos en el bosque.

    Le caía fatal. No le veía necesidad. Su cara le ponía de los nervios. Y, encima, para añadir algo más de caldo al cocido, ¡Maèl se había echo super amiguito de él! Le reía las gracias, le tocaba el brazo, le hacía caso en todo y le ponía ojitos. ¡A Léonard!

    —Eso se llaman celos —se había reído Arala, consiguiendo que Adri refunfuñase toda la noche.

    Al menos durante los días que les había llevado llegar a la casa de Arala Adri había podido ignorar su presencia dedicándose a tallar su nuevo arco. De donde él venía, un cazador debía hacerse su propia arma, debía cuidarla, y las cicatrices que tuviesen tanto el arma como el cazador eran un orgullo que mostraba su valía y lucha.

    Perder el arma, el arco en este caso, era motivo de deshonra, pero podía suplirse si se repetía el proceso. Y a eso se había dedicado Adri. Ahora que tenía un carcaj mágico —algo que ni siquiera había pedido, pero el rey no le había dado tampoco opciones y él no se iba a quejar, para qué mentir—, sólo tuvo que seleccionar la madera adecuada y aprovechar los ratos libres para ir tallando el nuevo arco.

    Fue tarea de Arala darle una cuerda resistente, y una vez lo tuvo listo, a buena hora de la mañana, decidió salir a practicar un poco. Supo que había hecho un buen trabajo cuando la flecha siguió el camino marcado a la perfección, girando en el aire en el sentido de las agujas del reloj y cortando limpiamente la rama de la que colgaba esa manzana que cayó al suelo.

    Decidió usar ese método para recoger unas cuantas y llevárselas a Maèl para el desayuno, pero se encontró con que esos dos habían recogido el campamento y se habían ido. Sin él. Le habían abandonado como a un perro indeseado.

    —¡Estoy más que enfadado! —era cierto, estaba muy enfadado —¡Que me han dejado atrás, Arala! ¿Qué pasa, les hacía mal tercio? ¿No les dejaba suficiente intimidad para desarrollar su parejita perfecta de buenos modales y anécdotas cortesanas? “Jijiji, ¿recuerdas esa vez en la que la dama Fulanita se tropezó por las escaleras por querer llevar un vestido demasiado largo? ¡Qué gracioso!”

    —Adri, por favor —a Arala le estaba costando no reírse, pero a la vez estaba preocupada —. Cálmate, ¿quieres? No pueden llevar mucho recorrido. ¿No dices siempre que eres el mejor rastreador? Encuéntralos.

    —Sí, eso voy a hacer. Les voy a encontrar y les voy a pinchar su burbujita perfecta. Ya verás, apareceré y les diré que soy como un mal herpes: no se van a librar jamás de mí.

    —¿Hablas por experiencia o…?

    —¡Arala! ¡Deja de meterte conmigo y ayúdame a coger provisiones!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Había tardado tres días en localizarles. No habría sido tanto tiempo si Léonard, porque estaba claro que había sido cosa de Léonard, no hubiese cambiado de pronto el itinerario de viaje, tomando lo que debía haber considerado un atajo por el bosque en vez de la ruta segura que había marcado Adri al salir de Acier.

    Cachorro fue el primero en dar el aviso de que estaban cerca, alzando las orejas y moviendo la cola con emoción al saberse a pocos segundos de recibir mimos del príncipe. Esperó un gesto de Adri, pero este le negó con la cabeza, haciéndole agachar las orejas y bostezar con un quejidito.

    No, Adri no quería correr, no en esa zona. Miró a Arala —no sabía por qué la bruja se había empeñado en acompañarle, pero tampoco le había negado la posibilidad— y le hizo un gesto para que avanzase con cuidado.

    Se adelantó, entonces, caminando sin hacer ruido hasta ellos, que reían despreocupadamente, acercándose por sus espaldas. En un gesto rápido, le tapó la boca a Maèl con una mano y le hizo un gesto a Léonard de silencio al ver que éste le iba a gritar.

    —¡No voy a callarme porque tú me lo digas! —se quejó Léonard.

    No hubo posibilidad para una respuesta cuando dos ojos rojos se abrieron justo detrás del caballero y un resoplido caliente y agrio removió el pelo de los tres hombres.

    —Mierda —fue todo lo que dijo Adri.

    Para aligerar, se cargó a Maèl a la espalda y salió corriendo, comprobando que no había hecho falta decirle nada a Léonard para que corriese con él. Tampoco hizo falta girar la cabeza para saber que aquella criatura les estaba persiguiendo y que se acercaba a ellos a una velocidad alarmante.

    Por suerte, consiguieron llegar a la zona donde estaba Arala, quien, gracias a las indicaciones de Adri, estaba ya preparada para aquello. Apenas los dos hombres pasaron por su lado, lanzó un hechizo. Se escuchó un gimoteo más propio de un perrito que de una criatura del bosque, y después el monstruo desapareció.

    Jadeando por el esfuerzo ya no sólo de correr a tales velocidades, sino de hacerlo con un peso extra, Adrien dejó a Maèl en el suelo y le tocó un poco el torso y la cara, buscando heridas.

    —¿Estás bien? —dijo cuando consiguió suficiente aliento. Le vio asentir y respiró hondo, abrazándole afectuosamente.

    —¿Cómo nos has encontrado? —preguntó Léonard, apoyando un brazo en un árbol para recuperarse.

    —Soy el mejor rastreador del continente, capullo —soltó Adri con una sonrisa de orgullo que pronto pasó a ser un ceño fruncido —. ¡Y vosotros sois unos inconscientes! ¡Os dije que esta no era una buena ruta!

    —¡La que tú proponías era demasiado larga! Por este camino acortaremos cinco días enteros.

    —Lo que acortaréis será vuestras vidas, imbécil.

    —¡Eh! —esta vez fue Arala la que alzó la voz, poniéndose en medio —¿Vais a seguir midiéndoos las pollas a ver quién la tiene más grande o vamos a salir de este sitio?

    Adri gruñó, pero recogió su arco y carcaj —los había dejado contra unos matorrales, bien custodiados por su lobo— y tomó también la bolsa con provisiones. Vio cómo Maèl saludaba cariñosamente a Cachorro y se le escapó una pequeña sonrisa antes de soltar un silbido para llamar la atención de los dos y empezar a caminar de vuelta al sendero principal.

    —Si os dije de no venir por aquí es porque es territorio de gurrales, como nuestro amiguito de antes. Son unas bestias capaces de partir a un hombre adulto por la mitad de un bocado —explicó Adri.

    Léonard suspiró, caminando con su compostura totalmente recobrada.

    —Quizá podrías habernos explicado eso antes.

    —No pensé que fueses tan estúpido como para irte sin tu guía.

    —Estabas claramente ocupado —se sonrió, mirando a Arala de reojo —, aunque veo que te atreves a diversificar.

    —Diverfis… ¿Arala?

    —Hacer varias cosas a la vez —tradujo con un suspiro, sonriéndole a Maèl. No entendió por qué el chico no le devolvió la sonrisa.

    —Sigo sin entender qué demonios quieres decir con eso.

    —Bueno, te has traído a tu chica. Así que supongo que Maèl y yo tendremos que dormir algo alejados, ya sabes, para no perturbar vuestra intimidad.

    —Vale, a ver —Adrien se detuvo, ya en el camino previsto, y se enfrentó a Léonard —. No sé a qué estás jugando, pero uno, Arala no es mi chica, y dos, deberías dejar de hablar de cosas que ni conoces ni entiendes. Si tan importante es para ti, puedes estar tranquilo, porque Arala y yo somos amigos y nada más. Antes teníamos sexo ocasional, pero el principito ni siquiera vomitaba fuego cuando decidimos dejarlo.

    —Podrías haber señalado otro evento clave… —suspiró la bruja, pero Adri no hizo nada para indicar que la hubiese oído.

    —Vamos, que no tienes que preocuparte por perturbar «nuestra intimidad» porque Arala ha venido única y exclusivamente para salvarnos el culo cuando por tu culpa estemos a punto de morir.

    —Porque contigo estaríamos perfectamente a salvo —respondió Léonard con el ceño fruncido.

    —No sé si tanto como perfectamente a salvo, ¡pero al menos no habríamos tenido que huir de un gurral!

    —Por la Madre Naturaleza, hay demasiada testosterona en el aire —Arala miró a Maèl y le puso una mano en el hombro —. Vamos a necesitar mucha paciencia para aguantar a estos dos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Arala no tenía ni idea de la razón que iba a tener, y es que durante los siguientes dos días Adri y Léonard se portaron como gallos de pelea incansables. Todo era motivo de discusión, todo generaba desavenencias, y si uno decía blanco, el otro decía negro, y si uno decía de ir por la derecha, el otro decía de ir por la izquierda.

    La mitad de los conflictos terminaban con los dos hombres mirando a Maèl para que decidiese, y el hecho de que casi siempre optase por lo que decía Léonard sólo conseguía que Adri se fuese poniendo de peor humor.

    —No —aquella era una palabra bastante recurrente en las conversaciones de esos dos —. No vamos a ir por ahí.

    —Claro que sí —Léonard alzó la barbilla, altivo como siempre —. No haces más que proponer rutas largas y tortuosas. Si queremos llegar a algún lado, vamos a tener que tomar atajos.

    —No por aquí —insistió Adri, golpeando con dos mapas el dedo para demostrar la mala hostia que arrastraba.

    —¿Por qué? —suspiró Léonard con exasperación —¿Qué hay esta vez? ¿Más gurrales? ¿Algún pájaro que nos vaya a confundir con la cena, tal vez?

    —Arenas movedizas.

    Léonard le miró unos segundos, evaluando lo en serio que iba ese tío, y después soltó una risa condescendiente. Cruzó los brazos sobre el pecho y sacudió la cabeza un par de veces, echándose después el pelo hacia atrás con una mano en un gesto que sabía que le robaba algún suspiro al príncipe.

    —¿Ese es el gran peligro de hoy? ¿Arenas movedizas?

    —Las arenas movedizas no son para tomárselas a broma —dijo Adri, frunciendo tanto el ceño que parecía que sus cejas iban a darse un abrazo sobre su nariz —. Parecen terreno firme hasta que las pisas y empiezas a hundirte. Al principio te hundes rápido, y luego vas cayendo más lentamente. Si te mueves, te tragan más deprisa.

    —¿Y cómo te matan las arenas movedizas? —se burló Léonard —¿Hay por casualidad un monstruo bajo ellas?

    —No. La arena te aplasta la caja torácica y mueres ahogado.

    Eso consiguió cortar un poco la sonrisa de Léonard, pero el caballero rápidamente volvió a la carga.

    —No pasa nada. Si tan buen rastreador eres, podrás localizarlas y esquivarlas.

    —¡Esto no es tan fácil!

    —Maèl —Léonard se dispuso a zanjar la discusión. Se acercó al príncipe y le tomó el mentón con suavidad, mirándole a los ojos —. ¿Qué prefieres tú? ¿Tomamos un pequeño riesgo y acortamos unos días o mejor vamos por seguro y alargamos innecesariamente este viaje? —sonrió y miró de nuevo a Adri —O, mejor dicho… ¿Nos fiamos de las habilidades de este hombre o vamos por la ruta fácil y segura?

    Unas horas después, Adri seguía gruñendo por lo bajo, haciéndole burlas a ese caballero y gesticulando por puro enfado. Soñaba con romperle la cara de un puñetazo o dos, de arrojarlo a la guarida de un gurral o de meterlo de cabeza en un foso de arenas movedizas. Cualquier cosa que le borrase su estúpida sonrisa de Don Perfecto le parecía bien.

    Y cada vez que Maèl reía con uno de sus comentarios, cada vez que le tocaba el brazo o que le sonreía, se sentía un poco peor. Porque parecía que sólo le sonreía a Léonard. Que se había olvidado de Adri, del hombre que había arriesgado su vida para devolverle la memoria y darle la oportunidad de hacer ese viaje.

    Mientras pensaba en esto, ya más triste que enfadado, miró a su alrededor y notó que algo no iba bien. Se detuvo y se acercó a los bordes del camino, miró hacia el frente y…

    —¡Alto! —gritó, corriendo hacia caballero y príncipe.

    Los empujó con fuerza hacia un lado, pero él no pudo frenar a tiempo y acabó cayendo de lleno precisamente en una de esas zonas que tanto esfuerzo había puesto por evitar. En cuestión de segundos tenía las caderas hundidas en arenas movedizas.

    Cachorro lanzó un par de ladridos, bordeando el foso a saltos, y Arala soltó una exclamación, buscando rápidamente una cuerda o algo que pudiese servirle.

    —¡No, no te acerques! —le dijo Adri a Maèl al ver que el príncipe intentaba alcanzar su mano —¡Ara! En la bolsa negra guardo quince metros de cuerda.

    —¿Por qué guardas quince metros de cuerda? —dijo Arala mientras abría la bolsa en cuestión.

    —Amn, no sé, deja que piense… ¿Para situaciones como esta?

    Arala detuvo la búsqueda y se giró a mirarle, apartándose un rizo de los ojos con un resoplido.

    —¿Crees de verdad que el sarcasmo ayuda?

    —¿No sería un mundo maravilloso si lo hiciese?

    La bruja puso los ojos en blanco, pero le pasó la cuerda a Léonard, que rápidamente ató un extremo a un árbol fuerte, lanzándole el otro a Adri. El rastreador se agarró a la cuerda con fuerza y tanto Léonard como Arala tiraron de ella hasta conseguir sacarle, tarea que resultó más difícil de lo esperado.

    —Gracias —boqueó Adri, tumbado bocarriba en suelo firme.

    —A ti —respondió Léonard, también intentando normalizar su respiración —. Si no nos hubieses empujado, habríamos sido Maèl y yo los que nos habríamos hundido…

    —¡Que os sirva de lección! —exclamó Arala, llevándose las manos a la cadera —Adri, deja de rechazar de plano toda idea de Léonard. Y Léonard, hazle más caso a Adri. ¿Por qué no, en vez de pasaros el día peleando en ver quién escupe más lejos, intentáis trabajar juntos? Igual hasta avanzamos y todo.

    —No prometo nada —dijo Adri, incorporándose —, pero lo intentaré.

    —Puedo darle una oportunidad al mejor rastreador del continente —concedió Léonard.


    EXTRA


    Lo que originalmente iba a ser una visita tranquila y corta se había vuelto una pesadilla. El rey había sido atacado, después Niko había asesinado a un elfo de una forma imposible, el dragón había tenido problemas con la bruja y a saber con quién más…

    Makra pasó varios días con dolor de cabeza, intentando hacer uso de su corta paciencia y de sus escasas dotes diplomáticas para evitar que se armase ahí un enredo demasiado grande. Consiguió que las reinas se fuesen de Acier sin declararle la guerra a nadie y sin que el recuento de cadáveres aumentase y pasó dos días más en el reino humano como muestra de buena fe por parte tanto de ella misma como de su marido, a quien por cierto no había vuelto a ver tras el incidente.

    —¿Pensabas irte sin despedirte?

    Makra se terminó de vestir antes de girarse. Tilda, desnuda en la cama, la miraba bocabajo, con la mejilla apoyada en una mano. Habían pasado las últimas noches juntas por el simple hecho de que se habían visto, se habían gustado y ambas necesitaban echar un polvo o dos para liberar tensiones y molestias externas.

    La verdad es que el plan había funcionado y ninguna tenía quejas sobre el modo de la otra de llevar esa terapia de choque.

    —Es noche cerrada, no quería despertarte —fue la respuesta de Makra mientras guardaba su última daga entre sus ropas.

    —Hmn… ¿Y uno rapidito de despedida?

    Makra bufó, pero sonrió y se acercó a la bruja. Tilda se puso bocarriba, dejando que Makra quedase sobre ella, a cuatro patas. El beso fue húmedo y asalvajado, como sólo parecía que la lunar sabía darlos, y al separarse, un poco de saliva unía aún sus bocas.

    —Estoy ya vestida y no me parece justo que sólo una se beneficie. Tendrá que ser en nuestro siguiente encuentro.

    —Qué pena —se quejó Tilda, pero la dejó ir y se incorporó entre las sábanas para verla terminar de empaquetar sus cosas —. ¿Qué vas a hacer con tu esposo?

    —No lo sé. Tendré que evaluar si es un peligro o no.

    —¿Y si lo es?

    Makra frunció un poco el ceño y se giró a mirar a la bruja.

    —Eso no es de tu incumbencia, Tilda.

    —Creo que sí, teniendo en cuenta que puede afectar al reino.

    —Cattalis es un nombre conocido hasta en Lanu Kah. Si no puedes proteger tu reino, quizá no te merezcas tu fama.

    Ahora fue Tilda quien frunció el ceño, pero tuvo que darle la razón. Con un bostezo, se puso en pie y chasqueó los dedos, haciendo que el vestido volase del suelo a sus manos.

    —Te acompaño a la salida.

    Lo cierto es que no hubo beso de despedida, sólo un apretón de manos y una sonrisa cómplice. Makra, que no había llevado sirvientes propios —¿para qué? No necesitaba esas comodidades—, sólo cargaba una bolsa a la espalda y sus armas, por lo que avanzó bastante rápido por el bosque.

    Tuvo que hacer una parada para dormitar y después utilizar las gafas para proteger sus ojos del sol, pero llegó hasta la cabaña de Corr antes del mediodía. O, al menos, a lo que quedaba de la cabaña.

    Vio a Corr trabajando en una pared, intentando reconstruirla, y vio a Ghilanna doblando ropa limpia en otra parte. Makra no entendía qué hacían esos dos juntos, pero todavía le mosqueó más no ver a Niko haciendo el tercio en la escena.

    —Por la diosa, ¿ha pasado un tifón o qué?

    —Pues prácticamente —murmuró la solar.

    —Oye, ¿sabes que puedes volver a Nar Laris? —preguntó Makra, mirando directamente a la rubia.

    —Sí, eso me dijo tu esposo el otro día. Junto a un montón de cosas horribles —añadió, apartando la mirada para respirar hondo y no volver a llorar —. ¿Qué? ¿Vienes a regodearte tú también?

    —¿Regodearme? Vengo a buscar a Niko. Corr, ¿lo has mandado a cazar la comida?

    Vio cómo el humano fruncía el ceño con incomprensión, pero la solar no le dejó hablar, interrumpiéndole con ese afán de protagonismo tan típico de los de su abolengo.

    —Dijo que iba a ir a casa a arreglar unos asuntos y que luego volvería a Acier a seguir revolcándose con el rey.

    Makra alzó las cejas. No entendía absolutamente nada.

    —Acabo de hablar con mi gente y Niko no está en la ciudad. Y a Acier no creo que vuelva jamás, después de lo que hizo. ¿Qué es eso de revolcarse con el rey? ¿Os ha dicho que se ha acostado con Étienne? —frunció el ceño, pero al ver la expresión desolada de Corr, empezó a juntar piezas —Corr, hablemos.

    No lo preguntó ni dio pie a asentimientos o negativas. Se alejó de Ghilanna y se llevó las manos a la cadera, mirando a Corr con seriedad incluso bajo sus gafas.

    —Esto —señaló la cabaña —, ¿lo ha hecho Niko? —Corr negó, claramente sin entender la pregunta, y Makra respiró hondo —No sé cómo lo hizo, pero empezó a acumular energía y, de pronto, en un segundo, el primito de tu nueva puta estaba esparcido por toda la habitación hecho puré de solar. Fue desagradable y horrible —alzó las manos, mostrando quemaduras cicatrizadas gracias a la magia de la bruja —. Me hizo daño por accidente y algo me dice que le da miedo hacértelo a ti también. Corr, entiéndeme, lo que ocurrió fue traumático hasta para mí. Creo que Niko está… aterrado. Por eso te ha dicho que se acostó con tu hermano, ¿me sigues? No lo ha hecho. Y ahora… no sé dónde está. Creía que estaría contigo, pero te ha empujado de su vida y eso no llevará a nada bueno. Sé que tú le conoces incluso mejor que yo, así que, dime… ¿Tienes alguna idea de a dónde podría haber ido?


    SPOILER (click to view)
    No tengo fuerzas para esto XD
     
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    La historia de Étienne. (I)
    La noche había sido terrible, en un abrir y cerrar de ojos un solar se había convertido en papilla delante de sus narices, ¡y ni siquiera eso! De aquel elfo —Theonaer— no quedó ni su sombra. Todas las teorías, todas las leyendas e historias sobre la magia de los Kurlah se confirmaron en aquel instante. Ni siquiera las reinas, ni siquiera Tilda, ni siquiera Guardián, ninguno supo dar una explicación a lo ocurrido, ¿qué clase de poder tenía aquel elfo? Quizás era mejor no saberlo, después de todo.

    Pero Étienne era de naturaleza curiosa, y pasó estos días enfrascado en su biblioteca, donde esperaba informarse mejor sobre los elfos.
    La única compañía que tenía, además de los propios libros y algún sirviente cuando le traía la comida, eran los gatos de Tilda, que se paseaban por los estantes o corrían detrás de polillas y ratones. Echaba de menos los ojos curiosos de cierto dragón investigándolo todo a su alrededor, pero no había vuelto a verle. Los eventos de aquella noche también debieron confundirle, de otra forma no se explicaba lo ocurrido con...- oh no, sólo había una cosa que hacer en la cama cuando una mano decidía tomar el papel de la ropa interior y, desde luego, no iba a permitirlo. Para empezar, ¿los dragones tenían apetito sexual? ¿Podrían experimentar el deseo y la pasión, o lo teñían todo en «curiosidad»? Recordaba la mirada de Greg en la cama y no era, ni de lejos, la mirada de alguien dominado por sus pasiones; era la mirada de un hombre —¿o un dragón?— dominado por los nervios, como si realizara un experimento y esperase obtener buenos resultados.

    Se puso en pie y dio unos pasos por la estancia, debía estirar las piernas y el movimiento le ayudaba a ordenar sus ideas. Había solucionado el tema de los lunares casi desde el primer día, pues en la biblioteca de Acier se almacenaban muchos tomos escritos en élfico, algunos comprados por Morgiana, otros escritos por ella, y Étienne no sólo entendía la lengua de los elfos, sino que la había estudiado desde niño y comprendía las pequeñas variaciones entre el lenguaje de los solares, los lunares, y lo que fuera que hubiera entre medias. Su madre le habló muchas veces de esas criaturas nacidas de la magia norcana. Criaturas que o no tenían alma, o la tenían corrompida por la ambición de sus creadores (lo que Étienne no sabía es que fue su propio padre quien mandó crear muchas de ellas).

    Volviendo al asunto de los elfos, y dejando a un lado a las criaturas de pesadilla, en relativo poco rato pudo hacer un pequeño esquema de familias, territorios y linajes. Y, volviendo al asunto de los dragones y sus deseos, no encontró demasiado material sobre ellos. De hecho, sospechaba que los únicos registros los encontraría en el diario personal de su abuelo. Bien, Étienne había leído los cuadernos de viaje, registros de visitas mágicas en el reino y las anotaciones sobre la construcción de uno u otro edificio; pero nunca se le había pasado por la cabeza leer el diario personal de su abuelo. Lo consideraba una falta a la intimidad de otra persona, aunque estuviera bajo tierra, ¿era tan grande su curiosidad como para hacer algo así?

    Sí debía serlo, porque se le pudo ver refunfuñando de camino al mausoleo familiar. Entró en la recámara de Cézanne y por lo menos tuvo el detalle de inclinarse a modo de saludo frente a su estatua antes de ir a por el arcón frente a la estatua. Tuvo que quitar la corona, sintiéndose todo un ladrón al dejarla a un lado, y entonces pudo abrir el lujoso cofre del tesoro. Aquí dentro se guardaban los objetos que el rey hubiera decidido llevarse con él: algún libro, ropa, joyas... cada monarca tenía sus preferencias.

    Intentó no hurgar demasiado y, cuando dio con el diario, lo sacó sin fisgonear nada más. Volvió a cerrar el arcón y colocar la corona encima como si aquello borrara sus huellas, se repitió que lo hacía para conocer mejor al dragón y puso rumbo a su dormitorio.

    Le temblaban los dedos al abrir el diario, y no desapareció la culpa hasta avanzar un buen trecho en la lectura. Su abuelo describía la rutina de sus días con un tono alegre, lleno de esperanza por lo que creaba en Acier, pero esa alegría se tornó en «algo más» a medida que pasaba las páginas.


    *


    Tilda le encontró en el balcón, taza de café en mano y con la mirada perdida en el horizonte. Echó un vistazo rápido al libro abierto sobre la cama y le costó no reírse.
    —¿Me llamabais, Majestad? —preguntó cuando Étienne volvió a entrar en la habitación, dejando la taza, ya vacía, en la mesa—. ¿Qué ocurre?

    —¿Es cierto lo de ese diario?

    —Claro, ¿por qué no iba a serlo?

    —Tenía la esperanza de que fueran relatos inventados —suspiró dejándose caer en una de las sillas—. Ya sabes que Maèl inventa sus propias aventuras, y casi siento lástima del joven Legaz si le toca protagonizar alguna.

    —No siento ni una gota de compasión por ese desalmado.

    —Ya lo he visto —bromeó—. Entonces, mi abuelo y el dragón eran... ¿amantes?

    —Yo no lo llamaría así —respondió tomando asiento a la mesa, de un chasquido de dedos hizo surgir taza y tetera—. Se querían, pero no de la misma forma. Los ojos de Cézanne fueron tras la sonrisa de Pauline, no la de Greg. Fue un golpe muy duro para él, a día de hoy sigue sin entender por qué le dolió tanto —siguió hablando al ver el ceño fruncido de Étienne, confundido—. Que parezca un hombre no quiere decir que sienta igual que uno: sigue siendo un dragón —concluyó—. Las emociones que sacuden el corazón de los humanos pueden no causar el más mínimo efecto en el corazón de un dragón, y viceversa.

    —Sí, es evidente que Greg tiene su propia manera de ver las cosas —murmuró.

    —¿«Greg»?

    —Lo he leído decenas de veces hoy —se disculpó—. Entiendo que se refugiara en el bosque a la muerte de mi abuelo, ¿pero por qué no volvió? Tú misma también dejaste Acier durante el reinado de mi padre, ¿por qué?

    —Tuvimos nuestros motivos, Majestad. Su padre gobernaba con unas ideas capaces de robarle el aliento a sanguijuelas como Drenia.

    —No me consta. Según contaba mi madre, ayudó a que la magia se asentara en el reino. Algo digno de admirar perdiendo apoyos tan importantes como el tuyo y el del dragón.

    —Siento decirle que nunca le han contado toda la verdad.

    —¿Toda la verdad? ¿Sobre mi padre? —soltó una risa cargada de ironía—. ¿Cómo va a ser posible si crecí con él? Nos dejó pronto por... por un arrebato de celos que tuvo mi hermano —apretó los labios y negó con la cabeza—. Mi padre abrió la puerta a la magia, pero el reino no estaba preparado para tal avance y comenzaron los conflictos, los problemas.

    —No fue así, Majestad. Ésa es la historia que los traidores de la Estrella Roja tanto se esforzaron en predicar, y si le han engañado a usted, ¿qué no habrán hecho con la buena gente del reino?

    —¿Insinúas que el reinado de mi padre fue una gran mentira?

    —Al contrario, fue muy real, para desgracia de todo ser mágico. Majestad —resopló relajando los hombros, se estaba poniendo demasiado nerviosa—, el reinado de su padre fue una auténtica masacre orquestada por esos parásitos de la Estrella Roja.

    —Espero que tengas pruebas de esas acusaciones tan graves.

    —Yo... —chasqueó la lengua y luego los dedos, apareciendo sobre la mesa libros y documentos que Étienne no había visto en su vida—. Le prometí a su madre que nunca abriría la boca, pero ha llegado la hora de que abra usted los ojos —suspiró—. Que la buena de Morgiana me perdone.

    Aquella tarde se enteró Étienne de todos los secretos y misterios que envolvían el reinado de Lux. Supo que no había abierto la puerta a la magia, sino todo lo contrario: se dedicó a erradicar todo lo que no fuera humano para, junto a los sectarios de la Estrella Roja, replicarlo en sus laboratorios subterráneos.

    Se sintió un auténtico idiota, en cuarenta años no se había preguntado ni una sola vez por qué no podía acceder a los túneles bajo el castillo. ¿Había sido siempre tan ingenuo? Su madre le había dicho alguna vez que allí abajo se entrenaba y no se podía interrumpir los entrenamientos, ¿y aquello había bastado para convencerle?

    No tenía excusa para no conocer las purgas que su padre había realizado, siendo los cuerpos de los caídos ofrendas a la Estrella Roja, que vivió su periodo de mayor esplendor durante sus años de reinado, recibiendo una fuente inagotable de material mágico.

    Y aquello sólo fue la punta del iceberg, porque Tilda le había enseñado no sólo la lista de «ingredientes» (y de qué criatura extraerlos) que se conseguió con cada purga, sino también cartas de su madre. Otra burbuja que estalló con demasiada violencia: Morgiana no se quedó junto al rey porque le amara, sino porque había amenazado con acabar con su hijo. También fue orquestado el asesinato de Clié, legítima reina de Acier al haberse casado con Lux pero desechada por ser norcana.

    Leyó toda una campaña de desprestigio al «dragón negro» por no querer participar en ciertos experimentos que no detallaban. Leyó también demasiadas órdenes de arresto y ejecución a familias que, rezaban los papeles, tenían contacto con magia prohibida, ¡la plaza central teñida de rojo!
    Pensó que si la gente de Acier temía a la magia era por el miedo a represalias y castigos... ¿ordenados por el rey que presumía de haber traído la magia al reino?


    *


    Brigitte agachó las orejas escuchando a Étienne vomitar en su aseo privado, comenzó a sollozar sabiendo la fortísima impresión que le habían dado las ilustraciones de los ejecutados, sus cuerpos desmembrados y la emoción macabra de las descripciones en cada informe.
    Tilda suspiró cruzando las piernas en su sitio, más entretenida en leer el diario de Cézanne que en el estado de Étienne. De esto se ocupaba Amélie, dándole palmaditas en la espalda y ofreciéndole agua.

    —Tardará un poco en recuperarse —dijo Aimée sentándose junto a la bruja.

    —Y la princesa está tan fresca ante la noticia de que el antiguo rey fue un tirano.

    —Nunca conocí a mi abuelo aunque, sabiendo esto, me alegra no haberlo hecho —se alzó de hombros—. ¿Has avisado a Greg? ¿Y no viene?

    —Debe ser Étienne el que dé el primer paso, es un dragón muy torpe y le cree enfadado con él.

    —Oh, pero si mi padre no es de los que se enfadan.

    —Lo sé muy bien —sonrió—. Majestad, ¿está usted bien?

    Étienne asintió con la cabeza, salía del baño y se cubría la boca con un trapo perfumado. Amélie le ayudaba a andar, apoyando su brazo en sus hombros, y le guió hasta sentarle en la cama.

    —Ha sido un descubrimiento terrible —admitió—. No creo que pueda cenar nada hoy, discúlpame con el personal de cocina. Pero no, no es momento de estar aquí —y se levantó, pero tan rápido que se tambaleó y si no cayó al suelo fue porque Brigitte actuó de soporte. Se aferró entonces a su pelaje—. Hay mucho que hacer. Muchísimo.

    —Papá, lo que tienes que hacer es tumbarte un rato. Tienes una pinta horrible.

    —Ya descansaré mañana, no importa —y consiguió, quién sabe cómo, llegar a la mesa. Cogió papel y pluma y comenzó a escribir a un ritmo frenético—. Tilda, dale esto a Lara. Que vaya ahora mismo a leerlo.

    —¿Un mensaje al reino a estas horas, papá? Falta poco para el anochecer.

    Eso no fue excusa para que Lara apareciera en la plaza que servía de epicentro a tantas celebraciones en el reino. La acompañaban los soldados más curiosos y, por supuesto, Marinette. De hecho, fue ella la encargada de leer el mensaje del rey, y lo hacía con tanta gracia que la gente acababa siempre aplaudiendo, fuera cual fuera el mensaje.

    Mientras tanto, sobre el castillo pudo verse un amasijo de nubes oscuras chocando con tanta violencia entre ellas que resonaron los truenos como rugidos. No había duda: la bruja estaba enfadadísima. Lo que desconocían en el reino era que los rayos que hizo surgir Tilda recorrieron los pasillos subterráneos como fieras hambrientas, achicharrando y fundiendo todo lo que encontraran a su paso, sin distinciones entre materiales mágicos, hojas diseñadas para cortar partes del cuerpo, o miembros de la Estrella Roja.
    Étienne le había ordenado que despejara los túneles y eso era justo que lo hacía.

    Los jardines del castillo no se libraron del trajín, sirvientes yendo y viniendo del mausoleo con martillos, mazas y cajas que llenaban con los objetos que les habían ordenado recoger. Se oyeron golpes, se oyeron gritos, se oyeron voces confundidas que prefirieron obedecer sin rechistar, temiendo que alguno de aquellos rayos acabara chamuscando sus traseros.

    Hubo sólo una cosa que movieron con toda la delicadeza posible: la estatua y el arcón de Morgiana. Étienne ordenó su traslado a su propia recámara, y Tilda matizó aquella orden alegando que si la estatua sufría el menor de los daños, moriría más de un sirviente esta noche. Ninguno quiso descubrir si lo decía en serio o iba de farol.

    Tampoco los pasillos se libraron del ataque de dinamismo que tuvo el rey. Llevaban años sin ver a Étienne moverse tanto y tan rápido, pareciendo que en cualquier momento se echaría a volar envuelto en su capa.
    Caminaba por los pasillos señalando uno u otro cuadro, y Brigitte, que iba tras él, se encargaba de tirarlos al suelo, ya fuera con un golpe de alguna de sus alas, un zarpazo o directamente un cabezazo. Varios soldados se encargaban de recoger los lienzos, coincidiendo todos en una cosa: Lux. Todos los retratos protagonizados por el antiguo rey saldrían del castillo, también los de la Estrella Roja, ¿cómo podía haber tantos?

    —Tilda.

    —Estoy aquí, Majestad —no supo muy bien de dónde había salido.

    —Quiero que elimines a mi padre de todos los retratos familiares.

    —¿También de los matrimoniales? De acuerdo, ¿y qué debería aparecer en su lugar?

    —Nada. Ambas reinas estarían más felices si las hubieran retratado en solitario.

    —Puedo hacer algo con eso, tan sencillo como plasmar en el lienzo un recuerdo que se tenga de Clié o Morgiana. Pero me llevará un tiempo, Majestad.

    —Cuando termines con los cuadros, tendrás que hacer otra cosa.

    —Usted dirá.

    —Localiza los restos de Clié, la moveremos al mausoleo. Fue reina de Acier y como tal será enterrada —se cruzó de brazos y frunció el ceño—. ¿Es muy tarde para avisar a los obreros y arquitectos?

    —Dependiendo de lo que quiera hacer, Majestad.

    —No quiero que descanse sola en una recámara condenada al olvido —suspiró—. Podría plantear abrir el mausoleo y volverlo una única sala. Así toda la familia estaría con ella, arropándola.

    —No se preocupe, los avisaré. Mañana mismo empezarán con las obras.

    —Gracias. Ah, por cierto, ¿sabes dónde está Greg?

    —Supongo que en su guarida, ¿quiere que vaya y lo compruebe?

    —No, ya iré yo. Brigitte, ayuda a Tilda en lo que te pida, ¿de acuerdo?


    *


    Apartó el tapiz con cuidado, encontrando a Guardián mordisqueando un trozo de madera. A saber de dónde lo había sacado.
    Carraspeó para llamar su atención, consiguiendo que se girara para verle. Por el pequeño saltito que dio, no le esperaba.

    —¿Puedo pasar?

    Y pasó de manera bastante indigna para un rey (o para cualquiera, la verdad). Apoyó las manos a los lados del agujero en la pared, se impulsó y cayó, pero cayó sobre la dura piedra del suelo y quedaron sus pies balanceándose en el aire. Por un momento pareció que el hueco había devorado al rey.
    Se puso en pie notando la sangre cayendo por su frente hasta empapar una de sus cejas. Se limpió con la manga negando con la cabeza.

    —No, no te preocupes, estoy bien —suspiró escuchando los pasos y los chillidos. La cabeza de Brigitte no tardó en aparecer por el hueco de la pared, rompiendo el tapiz.

    Soltó más chillidos, no parecía contenta con las caricias de Étienne, y se removió para intentar, también, pasar. Se apretó, forcejeó, empujó con sus garras, gritó, hizo todos los esfuerzos posibles, hasta rompió varios bloques junto al agujero. Llegó a sorprender ver a una criatura del tamaño de Brigitte escabullirse por un hueco tan pequeño para ella, pero el cuerpo de los tricots era flexible, como el de los roedores, y a base de retorcerse e insistir, lograban colarse en cualquier lado a cambio de algunas magulladuras.
    Por supuesto, la guarida de un dragón no fue la excepción y gruñó de lo más orgullosa al poder echarse junto a Étienne.

    —Eres la reina de la cabezonería —le dijo dándole un par de caricias por el cuello. Terminó besándole el morro y miró a Greg, allí plantado sin saber bien qué hacer—. He venido a hablar contigo —dijo tomando asiento en uno de los cojines que había desperdigados por el suelo. Ignoró lo mejor que pudo el pinchazo en su espalda, pero supo que le iba a costar levantarse—. Tilda me ha contado, más o menos, lo que sentías por mi abuelo. Y en parte lo entiendo, fue un hombre admirable pero, y esto va a resultar evidente: no soy él. Esas cosas que hacíais, ya sabes, los besos, las... las caricias —carraspeó—, eso fue algo entre vosotros. No tienes por qué repetirlo conmigo, mi abuelo y yo no somos iguales, no sentimos lo mismo —intentó explicarlo—. No sé qué llegó a sentir él por ti, no hay forma de saberlo, pero sí sé lo que yo siento y, sí, admito que me pareces un muchacho adorable —sonrió, quizá «muchacho» no era la palabra adecuada para describir a un dragón—, pero mis pasiones murieron junto con mi reina —acarició el anillo de manera inconsciente—. Y dudo mucho que vuelvan a despertar. Después de todo, con los años hay partes del cuerpo que se aletargan, no hay de qué preocuparse —terminó por suspirar—. Ahora que esto está aclarado, ¿me acompañarías mañana fuera del castillo? Tengo que dar un discurso con el que, seguramente, reavivaré antiguos odios. Si te soy sincero, temo por mi seguridad. ¿Puedo contar contigo? ¿Sí? Muchas gracias, Greg.

    Como predijo, le costó cierto esfuerzo ponerse en pie. No hubiera podido hacerlo si Greg no hubiera colaborado, pero no tirando un poco de su brazo o dejando que se apoyase en sus hombros, no... Greg le cogió como quien coge a un animalillo indefenso por las costillas y le dejó en pie. No sólo eso, sino que se acercó y, ni corto ni perezoso, lamió el corte en su frente, llevándose la sangre y cerrando la herida en cuestión de segundos gracias a su saliva.
    Bien, a veces era fácil olvidar que trataba con un dragón y no con un «muchacho adorable».


    *


    Se había reunido un grupo muy numeroso en la plaza. Gente de todas las edades acudieron al discurso del rey, no se recordaba en Acier la última aparición pública de Étienne. Y menos así, a plena luz del día. El sol hacía que la corona brillara sobre su cabeza quizás hasta demasiado. Amélie había hecho un trabajo estupendo eligiendo su ropa, siguiendo la línea azul y gris característica del reino. Una única mancha negra rompía la armonía de los colores, pero la mancha salió volando de su hombro para aparecer a su lado convertido en hombre. Los estandartes ondeando a su espalda, y Brigitte descansando en la barra horizontal de uno de ellos como si fuera un pájaro, el escote interminable del vestido que llevaba Tilda (dejaba hasta su ombligo al aire), la aparición de la princesa a lomos de su pegaso, la mirada severa de Lara, preparada para saltar al primer intento de ataque... todo ofrecía un espectáculo digno a las mejores obras de teatro, pero la atención de casi todos los presentes estaba en los objetos que iban dejando los soldados en la plaza: ropas, armas, cuadros, ¡hasta la propia estatua de Lux!

    Los niños preguntaban a sus mayores quién era el hombre tallado en piedra o qué pasaba, pero ninguno supo muy bien qué contestar y esperaban ansiosos que Étienne les sacara de dudas muy pronto. Pero Étienne no habló hasta que el último objeto fue dejado con los demás.

    —Lux no tiene cabida en el castillo —comenzó, al fin, su discurso—. Más que rey, fue tirano, y traicionó los valores que mi abuelo Cézanne tanto luchó por inculcar: honestidad, responsabilidad, justicia, sensatez —enumeró con los dedos como para remarcar su importancia—. Ese hombre los redujo a la nada y dejó entrar en el reino una insana devoción que acabó en locura. Los crímenes que cometió son imperdonables y me tomo la libertad de no nombrarlos para ahorrarme el extremo horror que me causan. Quien quiera conocerlos de primera mano puede ir ahora mismo al castillo, he dispuesto copias de los registros y pruebas en las que apoyo mis palabras, también he entregado las mismas copias a los miembros de la Corte. No debe quedar nadie en Acier que desconozca la verdadera historia de su anterior rey... que lamentablemente fue mi padre.
    »Como he dicho, el castillo no albergará el más mínimo rastro de Lux, ni en cuadros ni en esculturas, ni en ropas ni en armaduras, y confío en que con el tiempo su nombre no cause espanto sino sea visto como un recuerdo lejano. Eso es, no olvidaremos su existencia, no podemos olvidarla, pero no le dedicaremos ninguno de nuestros pensamientos, en su lugar, miraremos hacia el futuro con la promesa de no cometer sus errores y hacer del reino uno mejor: uno donde la sangre circule siempre por las venas y no por las calles, uno donde la barbarie sea tachada y no aplaudida. Un reino de personas, y criaturas, civilizadas, buscadoras de la paz y armonía entre especies. Porque esto es algo posible y no sólo el sueño que compartí en su día con mi abuelo y ahora con mis hijos. Lucharemos juntos por volverlo una realidad; nuestra realidad.
    »Por orden real, todas las posesiones de Lux quedan a disposición del pueblo y cualquiera es libre de recogerlas, ignorarlas o quemarlas. En esta misma plaza que fue mancillada mi guardia ha dejado todo lo que haya podido pertenecer al rey, a excepción de sus cuadernos y diarios, que se resguardarán en los archivos y registros del reino. En cuanto a sus restos mortales, hoy mismo serán llevados al cementerio público; ahí descansará lejos de su familia, entre desconocidos y delincuentes, que es donde merece estar.
    »No quiero terminar el discurso sin antes disculparme con todos y cada uno de vosotros. Un rey se debe a su pueblo, y no he sabido estar a la altura del título. No pude ver las estrategias engañosas de mi propio padre para conmigo y con el reino. Os he fallado y os pido perdón desde lo más profundo de mi corazón.


    * * *


    La historia de Corr.
    Conocía a Niko desde hacía años, así que no podía decir que le sorprendiera su falta de tacto a la hora de dar noticias tan terribles como la muerte —más bien, asesinato— de un familiar. Ya en la cabaña, los restos que quedaban en pie, Ghilanna seguía afectada por la pérdida y aceptó la oferta de Corr, se echó en lo poco que quedaba de la cama y se hizo un ovillo entre hipos y sollozos.

    —Cuídala.

    Charlotte gruñó y erizó el pelaje, pero terminó por obedecer y se hizo un hueco sobre las sábanas, con el oído alerta a los ruidos de Corr cargando y moviendo las cosas, buscando qué podría salvar y qué era mejor tirar. La reforma le iba a llevar semanas, nada que ver a la primera construcción que fue cosa de Niko: un chasquido de dedos y la cabaña comenzó a construirse ella solita. Estaba claro que el proceso manual iba a ser muchísimo más largo, pero no estaba en condiciones de pedirle ayuda a Niko, ¡¿cómo iba a pedirle nada con lo que había hecho?! No le importaba que se hubiera acostado con Étienne (en realidad sí, y mucho, pero estos sentimientos eran privados y no los pensaba compartir nunca con nadie), lo que le tenía especialmente preocupado es que le dijera, precisamente a Étienne, que estaba vivo. No podía creérselo porque, si había una cosa, una única cosa, que le había pedido a Niko con total sinceridad era ésa, que no confesara su paradero. Le costaba creer que Niko hubiera traicionado su confianza de aquella forma, no era propio de él.

    Se obligó a borrar la sonrisa, porque irse de la lengua o ir soltando por ahí comentarios hirientes sí era muy propio de Niko, pero no si alguno de ellos le perjudicaba; era el privilegio del «mejor amigo». Lo que confirmaba sus sospechas, Niko no le habría dicho nada al rey.

    Se dijo entonces que la próxima vez que le viera se sentarían a hablar las cosas, aunque no podía pedirle explicaciones sobre una nueva aventura por más que le molestara; esa conversación la debería tener con la otra parte, aunque también conocía los escarceos de Makra (era éste un matrimonio tan extraño, le costaba entenderlo).

    Tuvo tiempo de sobra a prepararse el discurso, pues pasaban los días y hasta avanzaban las reformas en la cabaña, pero quien apareció por allí fue Makra, no Niko. Y lo que dijo no dejó a Corr más tranquilo.

    Sí se le ocurría un sitio donde podría haber ido Niko buscando refugio, y eso mismo le dijo a Makra. Iría a por él y le traería de vuelta, pero con una condición:
    —Quédate aquí y protege a Ghilanna.

    —Tú —Makra no pudo torcer más la mueca—. Estás delirando.

    —Por favor, Makra. Si me acompaña a buscar a Niko sabes que no vendrá nunca conmigo.

    —Sí, tienes razón. Y estando tan inestable no será bueno que vea a una solar —suspiró, pero no cedió, y miró a Ghilanna, que volvió a sentarse en los restos de la cama. La ausencia de paredes reducía a cero la intimidad—. ¿Por qué te importa tanto una puta?

    —¡Ella no es...! —Corr se sonrojó tanto y tan rápido que hasta Makra lo encontró adorable, también porque se cubrió la cara con la mano y desvió la mirada—. Ella no es «eso». Es una amiga. Nada más.

    —Y nada menos, ¿amigo de una solar? Eso es imposible.

    —No es tan terrible, tiene buen corazón. Me ayudó a escapar de aquí e intentó defenderme del líder de la Estrella Roja.

    —Demasiada generosidad para una solar. Debe estar tramando algo.

    —¿Pero por qué te cuesta tanto confiar en ella? ¿Por qué no es como tú? ¿Por qué prefiere el día y no la noche?

    —No, porque los solares son seres llenos de arrogancia y dejan a su paso un rastro nauseabundo, como las bestias.

    —¿Ah sí? ¿Y qué arrogancia ves en ella? Lleva días llorando por su primo y sufre porque su propio pueblo la rechaza, ¿y todo por qué? ¿Por pensar diferente?

    —La estás defendiendo.

    —¡Claro que la estoy defendiendo!

    —¿Por qué? Niko me contó sobre su intento de tener un hijo contigo, a la fuerza.

    —Cosa por la que ya se ha disculpado.

    —¿Cómo? ¿Una solar disculpándose? Inaudito.

    —Por el santo acero, Makra, ¿quieres dejar de pensar en unos y otros como, qué sé yo, una única cabeza? ¿A cuántas lunares conoces? Un montón, ¿y son todas iguales? ¿Piensan todas lo mismo? ¿Tienen el mismo carácter? ¡No! Pues, ¿por qué no puede ocurrir con Ghilanna? O yo mismo, has conocido a mi hermano, ¿no ves que somos distintos y tenemos la misma sangre, el mismo apellido?

    —No creas que sois tan distintos —suspiró, pero esta vez sí cedió, al menos un poco—. Tenéis el mismo espíritu conciliador. Os apasiona crear puentes entre los pueblos y llegar a un entendimiento, aunque sea una tarea prácticamente imposible —esta vez rio—. Ve a por Niko, y no temas, que a... a Ghilanna no le pasará nada. La protegeré.

    —Gracias.

    —Ve antes de que cambie de opinión.


    *


    El lugar estaba tan lejos que para cuando llegó ya era de noche, pensó que era lo mejor, encontraría a Niko completamente despierto. Charlotte se adelantó a cualquiera de sus pensamientos y saltó de su hombro al suelo, correteó un poco sobre la hierba, haciendo volar a las luciérnagas y luego saltó de nenúfar en nenúfar hasta llegar a las primeras rocas que parecían flotar en medio del bosque submarino. Llegar a ellas no era complicado cuando habían tantas flores que apenas se veía el fondo, hasta Corr podía avanzar sobre los nenúfares como si fueran el suelo. Sólo la magia del lugar volvía a las plantas una superficie tan resistente al peso.

    No le incomodaban los ojos que salían de entre los nenúfares y tampoco las cabezas de los más curiosos, sabía perfectamente que las criaturas anfibias no atacaban si no se sentían amenazadas, y siguió caminando hasta llegar a una especie de islote que en su día fue parte viva de una gigantesca tortuga. El animal pasó a mejor vida hacía siglos pero su caparazón seguía aquí, invadido por las plantas y dándole nombre al lago: «El lago de la tortuga». El agua caía en forma de cascadas, unas finas y tímidas, otras más agresivas que habían trazado su propio camino tras años de insistencia.

    Apartó con mucho cuidado de no dañar ninguna planta las hojas que tenía enfrente (una de esas amenazas que volvían a los anfibios auténticos monstruos coléricos era dañar la flora. Corr había aprendido esta lección por las malas), y consiguió mirar el interior del caparazón. Se sonrojó al distinguirlo, en ese mismo lugar Niko decidió, hacía ya veinte años, darle su primer beso sin tener en cuenta lo mucho que le había gustado... no, debía pensar en otra cosa.

    —¿Quieres salir de ahí? —frunció el ceño, Niko le había ignorado—. Charlotte, ayúdame.

    Un chillidito y se lanzó a por Niko, su manera de hacerle salir fue frotándose contra su cara, arañando y lamiendo. Corr sonrió de oreja a oreja cuando tuvo a Niko delante, no le importó su cara de preocupación o que no le mirase a los ojos, porque no dudó en darle tal puñetazo que cayó al agua.
    Los anfibios empezaron a croar (¿qué ruido iban a hacer si no?) y surgieron más cabezas del agua y de entre las rocas, pero ninguno se acercó. Preferían observar la situación desde lejos y, en realidad, Niko se sumergió en el agua sin dañar ninguno de los nenúfares, no tenían motivos para enfadarse.

    —¡Ni se te ocurra salir de ahí o te llevas otro! —amenazó señalándole, se miró la mano y se limpió la sangre, miró entonces a Niko, la sangre era suya, de su nariz concretamente—. ¡Dime por qué me has mentido! ¡Porque estoy esperando una buena excusa! ¡Vamos, tiene que ser la mejor de las excusas para que me mientas y luego te vayas así, tan tranquilo! —chasqueó la lengua—. ¡Pero mírame cuando te hablo! —entró también en el agua y sujetó a Niko del cuello de su túnica, tirando de la tela y dándole un cabezazo—. Niko, mírame. Si estás enfadado, preocupado, asustado, ¡dilo, joder! —le soltó con un empujón, volviendo a la orilla todavía con cuidado de no dañar ninguna planta—. ¿No crees que tenemos confianza de sobra para contarnos cosas como ésta? ¿O es que, después de tantos años, no cuentas conmigo? Me has contado mil historias que, te aseguro, nunca quise saber —se refería, desde luego, a los relatos que narraba sobre dos o más caballeros, quizá fueran todo invenciones de Niko, no lo sabía pero no iba a preguntar—, ¿pero no me cuentas algo tan importante que te tiene así de afectado? Lo sabes todo de mí, Niko, nunca te he ocultado nada, entonces... —se llevó las manos a la cabeza, ahogó el grito y luchó por calmarse, no quería seguir gritando. Por eso miró sus propios pies no a Niko, no quería alterarse—. Entonces, ¿por qué no confías en mí para contarme tus problemas?

    Charlotte sollozó y corrió a acurrucarse a sus pies, trepó por su pierna hasta quedar sobre su hombro. Luchaba por animarle y pareció lograrlo cuando Corr le sonrió, aunque fue una sonrisa muy triste para su gusto (y los gustos de Charlotte eran exquisitos).

    Caminó hasta sentarse junto a aquel caparazón olvidado, apoyando la espalda en él y estirando las piernas sobre la hierba. Charlotte saltó a su regazo y mordisqueó sus dedos pidiendo caricias que no tardaron en llegar.
    Corr abrió sólo un ojo sintiendo a Niko sentarse al lado, suspiró y llevó al vista al cielo aprovechando que su cabeza estaba también apoyada en el caparazón.

    —No terminé de creerme que tú y Étienne... —carraspeó—, ya sabes, «eso». Hasta donde sé, quería muchísimo a su reina y no me encaja mucho contigo. Étienne es demasiado listo como para acercarse a un Kurlah, eso podría causar problemas en Acier y no lo permitiría. Es un hombre increíble —sonrió—. Ahora, lo que no pude creerme es que le hayas dicho que estoy vivo. Nunca lo harías —le miró—. Te pedí que no lo hicieras y sé que no lo harás, confío en ti Niko, te confiaría mi vida —volvió a suspirar cerrando otra vez los ojos—. Aunque tú no confíes en mí, quizás esté destinado a morir solo en el bosque después de todo.

    Un chillido de Charlotte interrumpió su monólogo, volvió a trepar por su brazo hasta morder su oreja. Regresó a su regazo a base de caricias.

    —Makra me ha contado lo que pasó, está muy preocupada por ti, y con razón —le dijo—. No entiendo por qué estás tan asustado. Ese elfo, el primo de Ghilanna, tuvo que haberte hecho cosas terribles para terminar así, supongo que tendrás tus motivos y, admítelo, te encanta matar solares —le dedicó la mirada de reproche del que no aprueba las acciones de otro—. ¿Por qué crees que me vas a hacer daño a mí? No tengo nada de solar, te confundes de hermano —bromeó—. No pensarás que me das miedo, ¿verdad? Por favor, ¿miedo de un lunar testarudo al que le saco dos cabezas? —se echó a reír—. Los dos sabemos que podría vencerte sin esfuerzo en cualquier situación —le dio un pellizco en la nariz, que volvió a sangrar—. ¿Lo ves? Hasta con una mano —se le escapó el bostezo—. Le dije a Makra que te llevaría de vuelta a la cabaña (la estoy restaurando, ¿sabes?), pero creo que tendrá que esperar hasta mañana. Estoy... cansado, muy cansado... —volvió a bostezar, ¿no le estaba entrando el sueño muy de repente?—. Niko, ¿es cosa tuya...-?


    *


    Despertó con el sol iluminándole la cara, gruñó un poco y giró en la cama para cubrirse... ¿la cama? ¿Estaba en una cama? Abrió los ojos, con bastante esfuerzo todo sea dicho, y comprobó que, efectivamente, estaba en una cama. En su cama. Volvió a girar para mirar la habitación, sonriendo al instante al reconocerla, era la suya, ¡tal cual estaba antes del ataque! Pudo ver los adornos en las paredes y los muebles, pero no el cojín que voló hasta su cabeza.

    —Bonita manera tienes tú de despertarme —bromeó, y se sintió de lo más aliviado cuando Niko exageró una reverencia antes de salir del dormitorio.

    Corr le siguió poco después, mirando la cabaña sin poder disimular la sorpresa. Estaba restaurada al 100% pero con algunos añadidos nuevos, el más notable era la habitación de Ghilanna (todo un alivio, se acabaron las noches de Corr durmiendo en el sofá).

    —¡Corr! ¡Mi buen amigo! —la solar se lanzó a abrazarle y se separó cuando Charlotte le mordió el pie—. ¡Desde luego! ¡Deberías tratar con más respeto a tan buena amistad de tu compañero!

    Charlotte le gruñó y la siguió, con gruñidos y todo, hacia el jardín. La sorpresa de Corr se dobló viendo los nuevos espacios, aquello era un auténtico huerto de hortalizas y verduras. Salió no a comprobar el tamaño de las calabazas o zanahorias, sino a arrastrar a Niko al interior de la cabaña.

    —El sol sigue ahí en lo alto, ¿qué haces fuera?

    —¡Intentaba darme consejos sobre jardinería! ¡Como si yo, Ghilanna la Sabia, no supiese cuidar de las plantas!

    —¿La Sabia? ¿No habíamos dicho que eras La Torpe?

    —¡No! ¡No quiero ser La Torpe!

    —Niko, tengo el gran placer de presentarte a la Torpelfa I, Ghilanna.

    —¡No quiero ser una Torpelfa! ¡Lunar, hazle cambiar de opinión! ¡Dile algo!

    Pero Niko no dijo nada y prefirió volver al interior con Charlotte en brazos. Corr fue el siguiente en entrar, tan alegre que hasta canturreaba.

    —He mandado a Ghilanna a por fresas y moras, probaremos el nuevo hogar como se merece —decía añadiendo la leña al fuego—, ¿qué tal un postre? ¿O unas galletas? Puedo hacer tantas cosas con esto —dejó los brazos en jarras volviendo a mirar la cabaña—. Creo que te has superado esta vez, Niko. Ha quedado preciosa, ¿tú qué dices, Charlotte? ¿Te gusta?

    Y aunque dio un par de chilliditos que debían traducirse en una respuesta afirmativa, cayó de golpe, saltó de entre los brazos de Niko y corrió a morder la pernera de Corr, tirando de la tela muy apurada.

    —Oye, oye, ¿estás bien? —la cogió y se preocupó con tanto chillido, estaba tan alterada que no conseguía entender qué quería decirle—. Cálmate, ¿qué pasa? ¿Qué es...-?

    Escucharon los aleteos y el ruido propio a un aterrizaje no muy elegante, un par de chillidos (parecidos a los de Charlotte pero de eco más grave), voces hablando y, Corr se quedó de piedra: toques a la puerta.

    —Étienne ...


    * * *


    La historia de Maèl.
    Le gustaba Léonard, le divertían sus bromas y sus chistes, disfrutaba de su compañía y confiaba en sus indicaciones para llegar cuanto antes a alguna aldea y dejar atrás un lugar tan peligroso como lo era el bosque. Durante los pocos días que pasaron a solas aprendió más cosas sobre él, como que su padre murió durante alguna misión de control mágico en Acier o que soñaba con retirarse, en unos años, bien acomodado en una mansión. El propio Léonard no contaba con confesar sus planes de aquella forma, pero había algo en la sonrisa del príncipe que le hacía querer hablar con absoluta sinceridad. Casi le dolía haberle engañado al decirle que Adri y Arala eran pareja pero, si no lo hubiera hecho, todas las atenciones de Maèl irían hacia Adri, lo que desbarataba todos sus planes. Por esa razón fue tan grande el enfado cuando le vio aparecer, era el único punto flaco que tenía su estrategia. Un futuro brillante le esperaba si conseguía que Maèl le considerara digno de confianza, ¡pero el dichoso rastreador entrometido se esmeraba en echar sus esfuerzos por tierra!

    Ajeno a todo esto, Maèl se alegraba de tener a todo el grupo de vuelta. Aunque celebró con un poquito más de emoción que Adri y Arala no fueran más que amigos, la verdad, le gustaba demasiado la bruja como para tener que verla como una rival sentimental (o algo así). En cuanto a Adri, podía hacerse una idea de lo que sentía por él, porque puede que le gustaran los suspiros y gestos de Leónard jugando con su cabello, pero sólo las sonrisas de Adri hacían volar las mariposas por su estómago, por poco que le gustase la idea de tener insectos en su cuerpo.

    Después del incidente de las arenas movedizas acordaron hacer una pausa para comer e hidratarse, o simplemente descansar. Maèl se encargó de crear la hoguera, siguiendo las indicaciones de Arala para controlar las llamas diminutas que podía hacer surgir de sus dedos. La miró más que emocionado cuando consiguió encender una verdadera hoguera.

    —¡Qué bien lo has hecho! —Arala aplaudió y Cachorro se lanzó a llenar al príncipe de babas, escuchándole reír—. El fuego es el elemento más inestable, recuerda que debes estar tranquilo o no podrás controlarlo.

    —Debo estar tranquilo —repitió cuando Cachorro le dio una tregua, se aseguraría de escribirlo en su diario.

    Y en ello estaba cuando aparecieron Adri y Léonard. El primero se ofreció para atrapar la cena, pero el segundo no estaba de acuerdo y decidió también ir a por comida. Y si Adri apareció con dos liebres y un auténtico festín de frutas, Léonard mostró muy orgulloso el jabalí que venía cargando (con esfuerzo) sobre sus hombros.

    —¡Una liebre no es comida suficiente para un príncipe! —se quejó dejando al animal junto al fuego, tenía que recuperar el aliento antes de trocearlo—. Con esto te darás un buen banquete, Maèl. Y no veas lo que me costó abatirlo, se resistió hasta el final —sonrió con el orgullo de los cazadores—. ¿Me ayudas a limpiarlo y sacar la carne?

    —¿Qué? ¡No! ¡¿Cómo iba a querer hacer esa salvajada?! —se había agachado junto al jabalí, y terminó por inclinarse sobre él y enterrar la cabeza en el pelaje.

    Léonard no se esperó su llanto, hasta retrocedió un par de pasos. No lo entendía, él había traído la cena, ¿y Maèl lloraba? Pensó que a lo mejor no le gustaba la carne de jabalí, y cierto es que en estos días no le vio comer otra cosa que no fueran frutos e incluso setas, pero suponía que le gustaría la carne para variar la dieta.

    Maèl levantó la cabeza y comenzó a palmear la tripa del jabalí, no quiso ponerse en lo peor pero volvió a llorar, esta vez con mucha más fuerza, cuando tanto Arala como Adri le confirmaron que no era un jabalí, sino «una» con crías que nunca iban a nacer.

    Terminó por ponerse en pie y salir corriendo por el primer camino que encontró despejado. Arala pidió calma y fue tras los pasos del príncipe después de hacer un gesto muy claro señalando al jabalí. No se sorprendió al verle manchado de barro y con hojas por todo el pelo, en tan poco tiempo ya se había tropezado y caído de bruces.

    —¡No voy a volver con ese salvaje! —gritó intentando limpiarse las lágrimas—. ¡¿Con qué derecho le ha quitado la vida a un pobre animal?!

    —Porque no le falta razón y tenemos que comer.

    —¡Comer animales es de bárbaros!

    —Y por eso —sonrió acercándose a él, consiguió que se sentara y le limpió la cara con las mangas del vestido—. Por eso Adri ha traído fruta, porque sabe que te gusta.

    —Ha matado a una madre jabalí y a sus crías, ¿y esperaba que le diera las gracias?

    —Me encanta que seas el adorable guardián de la naturaleza y de los bosques, pero —suspiró—, lo siento. Seguir con esto sólo te traerá más dolor.
    Maèl no entendió a qué se refería, pero los dedos de Arala trazaron alguna señal en su frente y perdió el conocimiento, acabando contra su vientre. Espabiló unos minutos más tarde, desorientado—. ¿Estás mejor? —Arala sujetó sus mejillas y le hizo mirarle—. Saliste a por unas bayas, pero no volvías y te encuentro aquí, ¡te tropezaste por el camino! No te has hecho daño, ¿verdad?

    —No, sólo... sólo me duele un poco la cabeza.

    —Pobrecito, es que te has caído de frente —rio dándole un beso en el nacimiento del cabello—. ¿Volvemos con los chicos?

    Aparecieron en el campamento, y aunque se torcieron sus cejas viendo dos liebres dando vueltas sobre el fuego, sonrió cuando Adri le ofreció un auténtico festín frutal. Al preguntar por Cachorro le dijeron que estaba cazando su propia cena, el gesto de Maèl volvió a torcerse, ignorando que el lobo daba buena cuenta de cierto jabalí que a él le habían hecho olvidar a la fuerza.

    —Léo, ¿estás bien? Te noté muy callado durante la cena —le dijo al verle montar el campamento sin decir una palabra.

    —Sí, es el cansancio del viaje —respondió con una sonrisa fingida que consiguió engañar al príncipe—. Mañana estaré mejor, no te preocupes.


    *


    Maèl fue el primero en despertar, lo hizo de golpe e incorporándose en el lecho como si fuera un resorte. Cachorro se removió a su lado, despertando por el movimiento tan repentino y buscando la supuesta amenaza (Maèl se había aficionado a dormir acurrucado contra el lobo, una magnífica fuente de calor), pero sólo vio a Arala bostezando mientras reavivaba el fuego de la hoguera.

    —He visto algo —dijo yendo con ella.

    —Por lo más sagrado, Maèl —se llevó la mano al pecho—, me has dado un susto de muerte. ¿Qué dices que has visto?

    —Nieve —y Arala miró al cielo, era una mañana despejadísima para estar entrando en el invierno—. En mis sueños he visto muchísima nieve, pero no estaba en Acier.

    —Así que has soñado con un lugar nevado en el que nunca has estado. Quizá sea una visión.

    —¿Crees que pueda ser ella?

    —¿Quién? ¿Tu compañera? —ladeó la cabeza, pensativa—. Bueno, he oído muchas historias sobre las compañeras de los reyes del acero. No es algo descabellado.

    —¡Entonces mi compañera está en una montaña nevada! ¡O en una cordillera! ¡En un pico gigantesco que roce el mismo cielo! Tenemos que ir a por ella, ¡vamos!

    —¿Qué? No, no, espera, es un suicidio ir a cualquier montaña a las puertas del invierno. Es muy peligroso.

    —¡Qué va! —y se acercó a las mantas donde dormía Adri, le sacudió con cuidado, quería despertarle pero no darle un susto como a Arala. Habló sólo cuando le vio abrir los ojos—. ¡Tenemos un nuevo destino! ¡Vamos, vamos, en marcha!

    Lo ideal sería que hubiera hablado en voz baja y no dando gritos, pero estaba demasiado emocionado como para regular el tono de voz. Con esa misma emoción fue a por Léonard, zarandeándole con menos cuidado para despertarle.

    —Iré a por el desayuno mientras os preparáis, ¡pero no tardéis mucho, que el destino nos espera! Cachorro, ¿vienes conmigo? ¡Claro que sí! ¿Quién es un lobito bueno? ¿Quién? ¡Tú!

    No le importó lo más mínimo acabar en el suelo del placaje que le dio Cachorro, tan o más emocionado que él por una nueva sesión de mimos. Salieron corriendo hacia algún lugar, momento que aprovechó Arala para ir con Adri.

    —¿Te importaría escucharme un momento cuando bajes de las nubes? —bromeó pellizcando su brazo—. Quiere irse a las montañas porque ha soñado con un paisaje nevado, y es capaz de recorrerse las minas de Abarda si no le paramos los pies —suspiró cruzándose de brazos—. ¿Qué hacemos? Debe haber alguna forma de quitarle esa idea de la cabeza.

    Consiguieron ganar algo de tiempo, cuando Maèl regresó con Cachorro, con la sugerencia de ayudar a Adri con el mantenimiento de su arco. Cuando Arala le propuso que añadiera su propio adorno casi pudo ver estrellas brillando en los ojos de Maèl, que se propuso hacer el más bonito de los adornos. Y mientras avanzaban por el bosque, Maèl se movía buscando los mejores materiales para su creación.

    Pasaron toda la mañana de esta manera, y ya casi creyeron que Maèl había olvidado los planes de ir en busca de la nieve. Pero entonces:
    —Éste es el camino más corto a las montañas, ¿verdad? —le preguntó a Adri—. ¡No puedo perder ni un minuto! ¡Mi compañera me espera! Ya veréis, va a ser una criatura fantástica.

    Y por mucho que se quejó Arala ante el cambio de planes, no pudo convencer a Adri de que guiara al príncipe hacia una aldea cualquiera. No, estaban yendo directos al sistema montañoso que protegía todo Acier como una barrera natural.

    —A mí también me enternece su entusiasmo, de verdad, pero es una completa locura. Y lo sabes —le dijo, aprovechando que Maèl estaba algo lejos, de lo más entretenido con el adorno y charlando con Léo—. Morirá de hambre o de frío, o de ambas cosas. O caerá por cualquier ladera, o se lo zampará un oso —suspiró—. Es propenso a los problemas, no podemos llevarle a un lugar repleto de ellos. ¡Adri!

    Dio un pisotón chasqueando la lengua, Adri le acarició la cabeza pero ignoró estupendamente sus consejos. Relajó la expresión cuando Maèl se acercó a ellos, enseñándole el adorno.

    —¿De dónde has sacado las plumas?

    —Las he ido encontrando por el camino.

    —Parecen de búho, ¿o lechuza? —«pero son enormes», añadió para sí.

    —Son muy suaves —Maèl sonrió—. ¡Y Cachorro me ayudó cogiendo las margaritas! ¿Verdad que sí? ¡Es el mejor ayudante del mundo! —y abrazó al lobo, luchando por no caer al suelo y arruinar el adorno. Carraspeó y se lo ofreció a Adri—. ¿Te... te gusta...?

    —Por supuesto que le gusta —interrumpió Arala su respuesta.

    Tuvo problemas para controlar sus grititos, pero lo consiguió (o eso pensaba) y se adelantó para seguir con el camino que le señaló Adri. No entendió el tirón de pelo que le dio Arala, sonrió y siguió a la cabeza del grupo, disfrutando de la sensación de liderazgo (un liderazgo falso porque no era él quien decidía por donde ir, pero liderazgo al fin y al cabo).

    Arala volvió a suspirar quitándole el adorno a Adri y, como si cosiera, unió flores y plumas al cabello que le había arrancado a Maèl.

    —Ya que te empeñas en llevarle a una muerte segura —dijo uniendo el adorno a la parte superior del arco—. Esto te ayudará a protegerle, más o menos. Mientras las margaritas sigan así —las señaló, totalmente en flor, vivas, preciosas— todo estará bien. Pero, si empiezan a marchitarse es que cierto príncipe está en problemas —le dio un golpecito en el pecho—. Me refiero a problemas serios.


    *


    Maèl dio un salto de alegría leyendo el cartel: «ruta hacia Abarda». La temperatura ya había bajado un par de grados y, a los pies de la montaña podía mirar hacia la cima, ¡repleta de nieve! Se repetía que su compañera le esperaba allá arriba.

    La zona era conocida por los viajeros y las cabañas de por aquí se ofrecían como alojamiento común, con varios catres y, lo más importante, un techo bajo el que cobijarse antes de seguir con la marcha. No había que pagar una moneda pues no tenían dueño y cada persona se comportaba lo mejor que podía. Así, los mercaderes ofrecían sus mercancías a los viajeros, los cazadores vendían pieles y los ladrones intentaban llenarse los bolsillos.

    En los campamentos comunes reinaba la ley del más fuerte y no era raro que un grupo de bandidos ocupasen varias de las cabañas, con amenazas de muerte a quien osara interrumpir su descanso. Pero hubo suerte esta vez y los últimos bandidos estaban siendo enterrados bajo capas de nieve y tierra, fueron los mismos comerciantes (hartos de palos y amenazas) los que se tomaron la justicia por su mano, y el grupo de Maèl se encontró con el ambiente festivo de la victoria.

    —Haremos noche aquí —habló Léonard—, es un campamento para viajeros. Cogeremos agua, provisiones, ropa de abrigo, y emprenderemos la marcha, ¿de acuerdo?

    —¿Y no podemos ir ahora?

    —Está anocheciendo, es demasiado arriesgado.

    —Pero yo quiero ir ahora.

    —Maèl —Arala suspiró—. Partiremos mañana con las primeras luces, por ahora nos conviene descansar, ¿de acuerdo?

    Asintió entre refunfuños y siguió a Léo hacia una de las cabañas, buscando la que tuviera catres o lechos suficientes para todo el grupo, mientras que Adri y Arala se encargaban de conseguir víveres y equipamiento. Disimuló durante la cena (o, por lo menos, lo intentó) e igual de obediente se echó a dormir donde le indicaron. Aunque pasó poco tiempo aquí, todavía era de noche cuando se escabulló por una de las ventanas. Se abrigó con una capa de lo más «achuchable» al estar hecha de lana y no con pieles, la sola idea de vestirse con la piel de un animal era suficiente como para causarle arcadas, y dio el salto de fe desde la ventana, rectangular y estrecha, más cercana al techo que al suelo; de hecho, para llegar a ella tuvo que improvisar una escalerilla con uno de los percheros. Se coló como pudo por el hueco de la ventana y se preparó para el golpe contra la nieve, pero parpadeó confundido al sentirse flotar.

    —¡¿Cómo me has descubierto?! —volvió a refunfuñar cuando Adri le recolocó la capucha, y aceptó a regañadientes que le llevara de vuelta a la cabaña. No podía librarse de su agarre por más que luchara—. Mi compañera me está esperando, no pienso quedarme aquí descansando. Esperaré a que te duermas y me volveré a escapar. Y cuando queráis encontrarme ya estaré en lo más alto de toda Abarda, abrazando a la compañera más increíble que cualquiera pueda imaginarse. No te rías, ya lo verás.

    Pero ver, pudo ver poco. Maèl no cumplió su amenaza, fue él quien se durmió bien acurrucado entre lanas, mantas y una de las manos de Adri acariciando su cabeza. Quizás el abrazo a su compañera tuviera que esperar un poco más.


    * * *


    La historia de Étienne (II)
    Sobrevolaba el bosque con una mezcla de sentimientos que no sabía muy bien cómo gestionar: nervioso, emocionado y temeroso, todo a la vez. Había abandonado el reino por primera vez desde hacía años, y lo hacía por un motivo de causa mayor (o era lo que no paraba de repetirse para convencerse a sí mismo de lo que hacía). Una mano se aferraba al pelaje de Brigitte para no caer, la otra sujetaba una carta escrita de su puño y letra donde, en resumidas cuentas, invitaba a Corr a volver a Acier. Había tardado veinte años, pero al fin se dio cuenta de que su hermano no fue ningún animal rabioso que asesinó a su padre, más bien había sido un héroe al librar al reino de aquel tirano.

    Brigitte podía seguir el rastro de las compañeras reales, y confiaba en ella para esta misión tan importante. Greg se unió al inesperado paseo (aunque Étienne no tenía del todo claro sus motivos) y Tilda le juró que no habría una sola discusión en el reino en su ausencia. Las amenazas de la bruja no caían nunca en saco roto y Étienne esperaba que el castillo no fuera pasto de la tormenta a la vuelta.

    Bajó al suelo y esperó a que Greg también lo hiciera, cambiando de forma en el proceso y guardando sus alas a la espalda como quien se quita el abrigo.

    —Estoy nervioso —confesó, logrando que Brigitte le diera un golpecito con el morro, y Greg le guiara de la mano hacia la puerta de la cabaña.

    Después de respirar hondo se atrevió a llamar, con el corazón a punto de salírsele del pecho. Se preguntaba si sería capaz de reconocer a Corr después de tantos años, ¿seguiría siendo aquel muchacho alegre que le miraba con admiración, o se había convertido en el dueño de aquella mirada triste al saberse condenado al exilio?

    Sacudió la cabeza y curvó los labios en una sonrisa amable cuando se abrió la puerta. Se le escapó un «oh» al reconocer al elfo que le saludó, era el sacerdote que convirtió en carnicería una de las salas del castillo.

    —Buenas tardes —respondió al saludo con una inclinación de cabeza—. Estoy buscando a alguien y me han informado de que vive aquí, así que lamento la indiscreción pero, ¿vive usted aquí con alguien?

    —¡Lunar! —una voz femenina salió al encuentro, Étienne se sorprendió al ver que se trataba de una solar—. He traído fresas y moras, como muestra de mi sincera amistad, ¡anda! ¡Un rey humano! Espera, ¡el rey de Acier! —dejó la cesta con los frutos sobre un mueblecito y se acercó a la puerta, apartando un poco a Niko e ignorando su gruñido por lo bajo—. ¿Pero qué haces aquí?

    —Le comentaba a Nikol’ka que buscaba a alguien, concretamente, a mi hermano.

    —Ah sí, sí, a Corr, ¿verdad?

    —¡Sí! ¿Le conoce? ¿Vive aquí?

    —¡Claro que...-!

    Un golpe en el costado la hizo callar de repente, tosió doblándose y se retiró a por la cesta. Niko tenía formas muy dolorosas de pedir silencio, y se imaginaba que no era el mejor momento para preguntar qué hacía Corr escondido en el dormitorio con Charlotte. Se guardaría la pregunta para más tarde.

    —Por favor, necesito hablar con él. O, si no es posible, entregarle esta carta que... —la carta cayó al suelo con lo que oyó.

    Dos palabras: «ha muerto», le desarmaron por completo. No pidió detalles, pero Niko le contó que hacía casi veinte años se encontró con un jovencito al borde de la muerte en mitad del bosque, se presentó como príncipe de Acier y luego murió maldiciendo el nombre de su padre. Así que Étienne había llegado veinte años tarde para arreglar aquel error fatal.

    —He sido un iluso al creerle todavía vivo —atinó a murmurar, con Brigitte soltando quejidos contra su vientre, haciendo que la acariciara—. Tranquila, no pasa nada. Tú sólo querías ayudar.

    Pero alzó la cabeza y vio a Greg entrar en la cabaña, no tuvo muchos problemas en apartar a los elfos para seguir su camino.

    —¡Greg! —le llamó desde fuera, no se atrevía a entrar en una casa ajena—. ¡Greg, vámonos! —resopló, el dragón había entrado en una de las habitaciones—. Por favor, discúlpele, los dragones son criaturas impredecibles —no se esperaba el alzamiento de hombros del lunar, como si no le importara lo que ocurría.

    Pasaron unos minutos hasta que Greg regresó, a saber qué había hecho, aunque Étienne se decidía a pensar que hubiera estado explorando el mobiliario.

    —¿Ya estás contento? ¿Después de invadir una casa que no es la tuya? —suspiró, tenía el ceño fruncido como si le estuviera dando vueltas a algo—. Venga, discúlpate. No puedes entrar de esta forma a... ¡oye! —y le vio echarse a volar sin haber dicho ni media palabra. Atónito, se giró hacia el interior de la cabaña—. Lamento las molestias.

    Una pequeña reverencia y se marchó a lomos de Brigitte, que se había quedado con todas las ganas de darse un atracón de moras.
    No sería hasta casi la noche que Étienne recordó la carta, olvidada en la cabaña, «después de todo, no es como si pudiera leerla...», y lamentó las horas que pasó tras el papel, pensando en la mejor manera de transmitir sus disculpas y sus deseos.



    SPOILER (click to view)
    ÉTIENNE.
    ->será trabajo de Greg despertar las pasiones de cierto rey ~ *guiñoguiño
    ->en el discurso Tilda lleva una fantasía como el Vestido de la Jungla de Jenifer López *estoy: lanzando corazones*

    CORR.
    ->vi esta imagen y me inspiré para el lago, y por anfibios pensé en La forma del agua o el coleguita de Hellboy

    MAÈL.
    ->el adorno tiene toda la inspiración de este pack, la verdad, ES PRECIOSO ~
    ->la idea del fénix para el principito ME ENCANTA y si algo mejora todo son los búhos y lechuzas <3 Así que su compañera tiene dos (2) formas, una de normal así achuchable: (I) y otra de no-normal, no sé, mágica vamos a decir (II)

    *Al nombre de la bicha todavía le estoy dando vueltas, pero será algo con "hibou" (búho en francés)
     
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    El elfo


    Niko esperó con la espalda apoyada en la puerta a que tanto Étienne como el dragón desapareciesen en el horizonte. Entonces se agachó para coger el papel que el rey había dejado caer y lo leyó con curiosidad, alzando un poco las cejas con sorpresa.

    Lo cierto es que siempre se había preguntado cómo Étienne, que según Corr era tan maravilloso y estupendo, no había hecho nada respecto a las sangrientas políticas de Lux. Comprendió ahora que era porque, por algún motivo que a él se la soplaba enormemente al tratarse de política humana, no había conocido los detalles más escabrosos. Y, al parecer, había sido saber y ponerse manos a la obra para remediarlo.

    ¡Incluso invitaba a Corr a regresar a Acier! ¡Y hablaba de la tumba de su madre, que por fin tendría el lugar que le correspondía en el panteón real! Niko no lo reconocería nunca, pero él mismo sintió la emoción bullendo en su vientre.

    —Ah —musitó al recordar qué acababa de pasar, qué le había pedido Corr.

    Respiró hondo y se giró al ver a su humano favorito salir de su dormitorio de forma cauta. Niko cerró la puerta de la cabaña y le hizo un gesto para que se acercase, y en el momento en el que lo tuvo suficientemente cerca, le agarró el pelo con una mano y le estampó la cabeza contra una pared.

    No contento con eso, lo empujó para que cayese al suelo, tumbado de espaldas. Le pasó una pierna por encima y se acuclilló sobre su vientre, inclinándose para quedar más cerca de su rostro. Le miró a los ojos con expresión seria, incluso con el ceño un poco fruncido.

    —Eres un hipócrita, Corentin —susurró —. Ni se te ocurra volver a montarme un pollo como el del Lago de la Tortuga si luego tú vas a hacer exactamente lo mismo —al ver su cara de incomprensión, gruñó un poco y le tiró de la nariz con dos dedos —. Romperle el corazón a alguien para protegerle, pedazo de idiota.

    Suavizó entonces su expresión y le sopló a la cara, sonriendo al verle arrugar el gesto como un gato. Dejó sobre su pecho la carta y se levantó, cogiendo la cesta de frutas que Ghilanna había traído para llevarla a la cocina, donde empezó a lavarlas para lo que fuese a cocinar luego Corr.

    La cocina era, quizá, una de las zonas de la casa que más había cambiado con la remodelación. La había hecho algo más grande, con más espacio de almacenaje —no era lo mismo una cocina para uno que para dos, o tres—, y había modernizado algunas partes.

    La verdad es que rehacer la cabaña le había costado toda la noche y una buena cantidad de energía. Cierto era que Corr había avanzado durante esos días, pero había mucho que hacer y, aunque no lo pareciese, la cosa no consistía simplemente en dar palmaditas y sentarse a esperar, había que cuidar cada parte.

    Ahora estaba cansado, pero había valido la pena por ver la expresión de Corr, esa sonrisa emocionada y agradecida. Sonrió un poco al recordarlo, después ensanchó la sonrisa cuando Charlotte apareció a su lado, haciendo ruiditos para recibir alguna baya. Niko le ofreció una fresa y se comió otra, acariciando después la cabeza de Charlotte.

    Todavía escuchaba los gorjeos felices de la royalet cuando escuchó a Corr llamándole. Al girarse, se lo encontró con la carta en la mano y una mirada que parecía ir de la sorpresa a la felicidad, de ahí al temor, de ahí a… a saber qué más, pero desde luego parecía un cúmulo de emociones enorme.

    Por eso, no se revolvió cuando llegó el abrazo, y de hecho apretó a Corr con cierta fuerza contra su cuerpo mientras le palmeaba suavemente la espalda.

    —¿Primero os golpeáis y ahora os abrazáis? —la voz de Ghilanna hizo que Niko se tensase y se apartase de Corr con el ceño fruncido —No hay quién os entienda.

    —Difícilmente puedes entender la amistad si nunca has tenido amigos —escupió Niko, apoyando la espalda en la encimera y aceptando a Charlotte en sus brazos para llenarla de mimos.

    Ghilanna, en la puerta de la cocina, primero miró a Corr con cierta duda, después dio un paso al frente.

    —Creía que empezábamos a llevarnos bien.

    Niko enarcó una ceja, la miró de arriba abajo y acabó soltando una corta carcajada.

    —¿Tú y yo? Jamás.

    —¡Pero! —Ghilanna mostró su confusión en su gesto y señaló hacia fuera de la cocina con una mano —¡Me has hecho un dormitorio!

    —No confundas, solar —dijo Niko con tono aburrido —. He hecho ese dormitorio porque claramente te has aferrado a la única persona que ha mostrado un mínimo de compasión por ti y no lo soltarás ni con un chorro de agua caliente. Así que, si vas a seguir aprovechándote de que la bondad de Corr lo vuelve idiota, al menos déjale dormir en su propia cama.

    Ignoró el inicio de regañina de Corr y salió de la cocina empujando a Ghilanna con el hombro para hacerse paso. Ahogó un bostezo contra el pelaje de Charlotte y aprovechó para darle besitos en la cabeza, pero cuando sintió una mano en el brazo, se apartó bruscamente, mirando a la elfa con un gruñido bastante animalesco.

    —¡No lo entiendo! —se quejó ella —¡Lo estoy intentando! ¡Estoy intentando ser buena contigo, incluso cuando has reconocido haber asesinado a mi primo!

    —¿Asesinado? —de nuevo, Niko soltó una carcajada, totalmente teñida de asco, incluso odio. Sintió la inquietud de Charlotte y la dejó ir, lo cual le liberó los brazos para poder gesticular —¡He eliminado a una peste, un insecto asqueroso! Deberíais agradecérmelo, de hecho.

    —¡Theonaer era un hombre bueno! —exclamó ella, con los ojos llenándosele de lágrimas —¿Qué demonios te hizo?

    La respuesta de Niko fue golpear con el puño la pared, con tal fuerza que la estructura pareció temblar. Quizá ni él mismo se dio cuenta de sus ojos estaban empezando a parpadear en blanco, como si no terminase de arrancar su magia.

    —¡Theo era un monstruo y un hijo de puta! ¡Su mera existencia era una afrenta contra las diosas!

    —¿Contra las diosas o contra ti? —volvió Ghilanna a la carga.

    Niko apretó los puños con fuerza, se obligó a respirar hondo y relajó las manos. Había empezado a sentir de nuevo la magia acumularse en su cuerpo y le aterraba la idea de poder hacer daño a Corr o a Charlotte. ¿Y si volvía a perder el control como en Acier? No, no podía permitirlo.

    Así que apretó los labios y recompuso su postura, alzando un poco la barbilla.

    —Theo está muerto. Saber o no el por qué no va a cambiar ese hecho. Ahora, si me disculpáis, tengo cosas que hacer. Y no te preocupes, Corr. Esta vez sí iré a casa; tengo que hablar con Makra con urgencia.

    —Espera —Ghilanna volvió a hablar —. Dices que era una peste, pero… Eres el único que le llama «Theo». Hasta yo, que era su prima favorita, uso el nombre entero…

    —Escucha, solar —la voz de Niko sonó tan fría y cortante que hasta Charlotte soltó un chirridito contra el cuello de Corr —. ¿Cuántos años tienes? ¿Treinta?

    —Treinta y dos —murmuró Ghilanna.

    —No eres más que una niña. Y una bastante estúpida. Podría intentar explicarte cómo eran las cosas antes de la Pla’ja y cómo solares como tu primo nos jodieron la vida a cientos de lunares, pero no tengo ni ganas ni paciencia.

    —Pero… La Pla’ja fue un salvavidas. ¡Si no fuese por los solares, los lunares renovados habríais sido aniquilados por los arcaicos!

    —¿Eso os enseñan? —chasqueó la lengua con disgusto —Quédate con esa versión. Piensa en Theo como un héroe de guerra o la imagen divinizada que tengas de él. De todas formas, como ya he dicho, su muerte no va a cambiar, así que…

    No dijo más. Se dio media vuelta y salió de la cabaña, haciendo apenas un gesto de despedida con una mano antes de desaparecer entre los árboles.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Con el mentón alto y la mirada al frente, caminaba con su seguridad habitual, como si no sintiese las miradas de su gente, como si no escuchase los murmullos, como si no supiese perfectamente de esa atmósfera cargada de una especie de temor.

    Entró en la residencia real, ignorando también cómo nobles y sirvientes por igual se apartaban de su camino. No lo hacían por respeto, como podría haber ocurrido unos días atrás, pero saberlo no lo hacía extraño. En realidad, Niko esperaba esa clase de reacciones.

    No le costó encontrar a Makra. Estaba en sus aposentos, acomodada sobre mullidos cojines y leyendo unos documentos con una copa de vino y un cuenco de frutas al alcance de la mano. Al escuchar el suave carraspeo en la puerta, levantó la mirada y sonrió al reconocer a su esposo. Palmeó los cojines, invitándole a sentarse con ella, pero Niko cruzó los brazos sobre el pecho, quedándose de pie, y Makra frunció el ceño, levantándose.

    —Me alegra que Corr pudiese encontrarte —empezó a decir, tanteando el terreno.

    —Supongo que no se lo puse tan difícil —fue la aséptica respuesta de Niko. Makra ladeó un poco la cabeza, apoyando una mano en su cadera.

    —Sois inseparables desde hace más de veinte años, así que lo raro sería que no conociese tus escondrijos. ¿Vas a decirme qué ocurre, esposo, o me vas a obligar a sacártelo? —dijo con una sonrisa suave, aunque preocupada.

    Niko paseó entonces sus ojos por la habitación, claramente pensando en la mejor forma de empezar. Al final, alzó un poco una ceja, apretó más los brazos contra su cuerpo y miró a Makra directamente a los ojos.

    —Quiero anular nuestro matrimonio.

    Makra se quedó en completo silencio, evaluándole con la mirada. Esperaba una sonrisa, una broma, pero no, parecía que Niko iba muy en serio con aquello. La mujer tomó aire por la nariz con un pequeño suspiro y apoyó todo el peso de su cuerpo en una pierna.

    —Vas a tener que darme algún motivo, cielo.

    —Creo que es el momento de iniciar una nueva fase en mi vida.

    —Que quieres iniciar u- ¿Te has vuelto loco? —estaba claro que a Makra la idea no le gustaba mucho —¡El divorcio para ti sería un suicidio social!

    —Sólo aquí —Niko se encogió un poco de hombros —. He pensado irme a Bluka.

    Bluka era un reino que había tras las montañas en las que se encajaba Acier. Ahí no había una gran población élfica, sólo algunos comerciantes que se habían ido moviendo hacia la zona y habían terminado haciendo un par de asentamientos en las zonas boscosas de Bluka. Quizá había incluso alguna pequeña comunidad dentro de la capital, como ocurría en Acier, donde había al menos tres familias lunares ahí asentadas que servían de nexo con los comerciantes itinerantes.

    —¿Qué coño harías tú en Bluka? —preguntó Makra tras varios segundos de silencio, de simplemente mirarle boquiabierta.

    —Tengo opciones —enarcó un poco la ceja al hablar, como si hubiese esperado algún tipo de apoyo de parte de su todavía esposa —. Puedo abrir una herrería, puedo montar un negocio entre Acier o Lanu Kah y Bluka… Incluso podría enseñar magia.

    Makra frunció tanto el ceño que hasta su nariz se arrugó.

    —Veo que lo tienes bastante meditado —acabó por cruzar también los brazos —. ¿Y qué pasa con tu vida aquí, qué pasa con Corr? ¿Vas a irte sin él?

    —¡No me necesita! Y menos ahora que tiene a esa solar —dijo con auténtico asco en la voz, haciendo que Makra alzase un poco las cejas.

    —Ah. ¿Es eso? ¿Te vas por celos? Porque tu humano no te va a sustituir, si es lo que te preocupa.

    —No es eso —se quejó Niko con un tono tajante. Era su turno de fruncir el ceño.

    —¿Entonces qué es? ¿Por qué quieres…? ¡Estás huyendo!

    —¡No estoy huyendo! ¡Yo no tengo miedo de enfrentarme a quien sea! ¡Lo que quiero es protegeros! —nada más decir esto, se mordió la lengua y llegó incluso a retroceder un paso.

    —Protegiéndonos. ¿Tienes acaso motivos para sospechar que necesitamos protección?

    —Tengo varios, sí —Niko volvió a enarcar un poco la ceja al hablar —. Puedes salir conmigo al pasillo y ver cómo me mira todo el mundo. O podemos salir a la calle y escuchar los cuchicheos. Pregúntale si no a las otras reinas, a ver qué les parezco.

    —Dices que quieres separarte de Corr y de mí porque la gente te tiene miedo —dijo Makra con voz calmada, ladeando un poco la cabeza.

    —La gente reacciona mal cuando tiene miedo, esposa —Niko no sonrió, pero tampoco mostró tristeza. Parecía que tenía aquello bastante pensado —. Además, no son sólo los lunares. Acier, la Estrella Roja, me han visto hacer algo imposible. Es más que probable que acaban viniendo a por mí, y tú, como mi esposa, estarías en medio. Y Corr, como mi amigo, estaría en medio.

    —Qué dulce por tu parte, qué considerado estás siendo —dijo ella con un claro tono de sorna que hizo que Niko frunciese el ceño.

    —¿A ti qué más te da? Nos casamos porque era conveniente para los dos. Ahora no lo es. A ti esto no te costará nada, no vas a perder nada.

    —¡Pero tú lo vas a perder todo! Tus títulos, tus posesiones, tu casa, tu trabajo… ¡Tu apellido! Como te he dicho antes, es un suicidio social. Pasarás a ser nadie. Nikol’ka, hijo de una aldea de mierda que lleva más de veinte años extinta.

    —¿Y no es esa la mejor forma de volver a empezar?

    Makra soltó un pequeño gruñido y dio un pisotón.

    —¡Esto es una estupidez! Me niego a concederte el divorcio.

    —Si no me lo concedes, perderás mi respeto —respondió Niko con una voz tan áspera y ácida que Makra llegó a sentir un aguijonazo en el pecho.

    Si había algo que Niko valorase por encima de todo era el respeto, y Makra lo sabía bien. Por eso aquello fue una amenaza realmente contundente.

    —Creo que estás sacando las cosas de quicio —volvió a intentarlo con un enfoque algo distinto.

    —Esposa —Niko respiró hondo, pasándose una mano por la cara. En ese momento, Makra lo vio terriblemente cansado. ¿Había llegado al palacio con esas ojeras tan marcadas? —. No quiero perder nuestra amistad. Pero creo sinceramente que lo mejor es que me vaya.

    Makra le miró fijamente durante un largo silencio. Lo cierto es que desvincularse sería beneficioso en el caso de que la Estrella Roja decidiese apresarlo; esa gente no se detendría ante nada, ni siquiera ante un posible conflicto internacional e interracial. Pero también creía que, si seguían juntos, podía desplegar mayores armas para protegerle. De forma física y política.

    Claro que Niko siempre se había caracterizado por ser más tozudo que una mula. Una vez se le metía algo entre ceja y ceja, era imposible sacárselo. Y también tenía razón en que la gente le había cogido miedo, la propia Makra sentía un nuevo tipo de respeto por él. ¿Qué pasaría si volvía a explotar? ¿Y si mataba por accidente a alguien? Eran dudas legítimas, después de todo, viendo sus precedentes inmediatos.

    Acabó por suspirar, se acercó a él y lo rodeó con sus brazos. Niko al principio dudó, pero terminó abrazándola por la cintura y ella lo apretó contra su cuerpo.

    —Tú ganas, Niko —susurró, llamándole por su nombre por primera vez desde la boda.

    El dragón


    La amistad de Tilda y Greg se contaba por décadas. Con una relación tan larga, era de esperarse que algunos límites físicos hubiesen desaparecido por completo. El hecho de que una parte de la pareja no fuese humana contribuía a esto.

    Por eso, no era raro encontrarles apoyados el uno en el otro, a veces incluso compartiendo un baño humeante. Muchos hombres del castillo darían lo que fuese por tener los privilegios que tenía Greg, quien podía tranquilamente apoyar la cabeza en el escote de la bruja y encima recibir caricias.

    En esta ocasión, el dragón usaba el vientre de Tilda como almohada. Ella estaba recostada en un sofá y él estaba tumbado entre sus piernas, rodeándole la cintura con un brazo. Su mano libre jugaba con los dedos de la bruja de forma distraída mientras la mujer le acariciaba el pelo con calma.

    —Así que el príncipe Corentin sigue vivo… ¿y ha convencido a Étienne de lo contrario? —murmuró la mujer. La respuesta de Greg fue una mezcla entre ronroneo y gruñidito —No lo entiendo… ¿Por qué no decírselo? Nadie le obliga a volver a Acier si no quiere.

    —Me dijo que no quería causarle problemas —musitó el dragón.

    Ante esto, a la bruja se le escapó una risita. El movimiento de su vientre hizo que Greg alzase un poco la cabeza y la mirase con curiosidad.

    —Está claro que son hermanos, ¿no te parece?

    Greg ladeó la cabeza, pero ante el gesto de Tilda de que lo dejase correr, asintió y volvió a acomodarse sobre ella, cerrando los ojos al recibir una nueva tanda de mimos.

    Un gato de tilda saltó sobre la espalda del dragón y se la masajeó con sus patitas antes de acomodarse sobre él. No pareció que esto molestase de ninguna forma a Grégorie, quien no hizo absolutamente nada para evitarlo.

    Tras unos segundos más de pensativo silencio, Tilda suspiró y le acarició una mejilla.

    —Quitando lo de Corentin… ¿Qué te parece lo que ha hecho Étienne?

    —¿Hmn?

    —Despojar a Lux de todo prestigio y revelar la verdad ante su pueblo.

    —Étienne cree que con eso la situación intramuros mejorará.

    Tilda frunció un poco el ceño ante esto.

    —¿No coincides con él?

    —Sí —fue casi un susurro contra la tripa de la bruja —. Pero… —se mordió el labio y se movió hasta quedar arrodillado frente ella, entre sus piernas. El gato se deslizó con un maullido de queja hasta unos cojines, pero entonces Greg lo cogió en brazos y empezó a acariciarlo, haciéndolo ronronear —Yo nunca he entendido bien a los humanos y sus políticas, pero… Creo que para lograr lo que quiere Étienne, que todos seamos amigos, debería echar a los que huelen a muerte.

    —¿A la Estrella Roja? —Greg asintió enérgicamente y Tilda suspiró —Sí, yo opino lo mismo. ¿Se lo has comentado a Étienne? —ahora Greg negó con mucha menos energía y bajó la mirada al gatito.

    —Está muy triste por lo de su hermano. Y lo de su padre.

    Tilda ahora se mordió el labio inferior y le dio un pellizquito en la nariz al dragón.

    —¿Por qué no vas con él?

    —No creo que quiera que vaya. Está con Aimée —dijo, bajando un poco más los hombros con cierta tristeza —. ¿Crees que sigue molesto conmigo?

    —Oh, Greg… ¡Él ya te dijo que las cosas estaban bien entre vosotros!

    —Lo sé, pero… —pareció encogerse sobre sí mismo y, de pronto, se encogió de forma literal, pasando a ser un dragoncito del mismo tamaño que el gato que antes acariciaba y contra el que ahora se acurrucaba.

    Tilda suspiró de nuevo y sacudió la cabeza, acariciando entre las escamas negras.

    —Le das demasiadas vueltas. Étienne es mucho más franco que todo eso, ¿no te has dado cuenta aún? Si él dice que todo está bien, es que todo está bien. Además, nunca llegó a enfadarse contigo —sacudió la cabeza —. Volviendo a lo de la Estrella Roja… Me temo que Étienne no los echará sin más. Ha construido su reinado en torno a la democracia, así que hará una votación y acatará lo que la mayoría decida.

    No me gusta eso, dijo la voz del dragón directamente en la cabeza de Tilda.

    La mujer se quedó unos segundos en silencio, pensativa, y terminó por apoyar la cabeza en unas almohadas y cerrar los ojos.

    —A mí tampoco.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Marinette Rapace se despertó en mitad de la noche. No fue por una pesadilla, ni siquiera por un gran estrépito, sino simplemente porque Lara había entrado en el dormitorio y se había tropezado con la cama, provocando no tanto ruido, sino una sacudida que había recorrido todo el colchón.

    La artista se incorporó y, guiándose por la luz de la luna que entraba en la habitación a través de las ventanas cerradas, acogió entre sus brazos a la general, quien se deshacía en disculpas susurradas.

    —Tranquila —respondió Marinette, besándole la frente —. ¿Estás bien? Te noto fría.

    —Sí, sí… No podía dormir y he salido a dar un paseo —fue la respuesta de Lara, pero una vocecita en la cabeza de Marinette le dijo que había algo que no le contaba. De todas formas, no la quiso presionar, así que simplemente la cubrió con las mantas y se recostó con ella —. Sabes que te quiero un montón, ¿verdad?

    Esta frase hizo que esa alarma sonase con más claridad. Marinette acarició la mejilla de Lara y le sonrió con dulzura.

    —Claro que lo sé. Y yo también te quiero con locura a ti —le susurró.

    Las manos de Lara se afianzaron en su cintura, presionando sus cuerpos con suavidad.

    —Y sabes que haría lo que fuese por ti, para mantenerte a salvo.

    —Me estás asustando, cariño —reconoció Marinette, a lo que el gesto de Lara se suavizó con una sonrisa.

    —Lo siento, mi amor. No tienes nada de lo que preocuparte. De verdad —aseguró, llenándole la cara de besos —. Duerme, mi pequeño ruiseñor. Y perdona por asustarte. Ya sabes que llevo unos días algo tensa.

    Eso no acabo de tranquilizar a Marinette, pero prefirió simplemente besar sus labios y abrazarse a ella de nuevo. Al día siguiente se tendría que recriminar no haber ahondado un poco más en la actitud atípica de su amada.

    La Corte de Acier estaba reunida, incluyendo al rey, a la princesa, a la bruja y al dragón. Todos sabían qué iba a ocurrir y eso hacía que la tensión se notase en el aire. Nina de Pierre repiqueteaba los dedos contra la mesa, los hermanos Loup se habían acomodado en sus sitios intentando fingir calma, Violaine Arceneaux jugaba con su collar y el inexperto Côme Vaillancourt miraba a todas partes, intentando encontrar algo que le tranquilizase sin lograrlo.

    —El asunto más acuciante de hoy —dijo Tilda tras los protocolos habituales —concierte a la Estrella Roja —ni se molestó en ocultar su desagrado mientras miraba a Drenia —. A la luz de los acontecimientos recientemente descubiertos por nuestro rey, se ha hallado pertinente votar el cese de las actividades de la secta, así como la expulsión de sus miembros del reino, incluso Drenia.

    El silencio era tenso e incómodo. A Marinette no se le pasó por alto cómo Grégoire, ese adorable muchacho que en realidad era un dragón, tomaba la mano de la bruja a la vez que se agarraba a una manga del rey.

    —Empecemos la votación —tomó ahora la palabra la joven princesa, quien tenía ya todo el aplomo y la presencia de una mujer adulta —. ¿Quién se opone a la moción de censura?

    Por supuesto, Drenia fue el primero en alzar la mano. Eso no sorprendió a nadie. Lo que dejó a todos boquiabiertos fue ver cómo Lara Reverdin, tras unos segundos, levantaba su brazo para marcar su voto.

    En ese momento, la tensión estalló en pura incomprensión y miedo. Los miembros de la Corte se miraban los unos a los otros, y viajaban sus ojos del rey a la general. Claramente no deseaban enfrentarse al rey, Étienne siempre había sido justo, incluso en los peores momentos, y estaba dirigiendo el reino a buen puerto, pero Lara… Lara dirigía el ejército. Lara tenía el poder efectivo.

    Y Tilda, aunque quizá era más poderosa que Lara, quedaba sometida a las exigencias de la ley democrática de Étienne, por lo que no podría tomar represalias en caso de que la situación no fuese como ella esperaba.

    Marinette no quedó exenta del caos. ¿Qué debía hacer? ¿Seguía sus ideales, lo que su corazón gritaba, o mostraba su apoyo a la mujer a la que juraba amar de forma incondicional? ¿Sacrificaba su relación o su dignidad?

    Côte fue el primero en ceder a la presión, alzando también la mano. Ante esto, Andrè Loup se unió a la votación, aunque no su hermano Louis, lo que generó que intercambiasen miradas de confusión entre sí, casi como comunicándose telepáticamente sus inquietudes y devaneos mentales. Violaine, que siempre había tenido una relación estrecha con Lara, terminó por suspirar y alzar la mano, dejando la situación a un voto del empate.

    Marinette miró a Lara y vio tal súplica en sus ojos que, pese a que todo le gritaba que no lo hiciese, terminó por alzar la mano, quedando la votación seis a seis.

    —Bueno —dijo Drenia con clara satisfacción —. Parece que la Estrella Roja mantendrá sus funciones en Acier.

    —¡No tan rápido! —soltó Tilda, claramente enfadada —Ha habido un empate.

    —¿En serio? —Drenia alzó una ceja y clavó entonces sus ojos en Greg —¿Acaso el dragón es ciudadano de Acier? ¿Es miembro de la Corte? ¿Tiene derecho a voto?

    —Es… una buena pregunta —murmuró Louis, cruzando los brazos sobre el pecho.

    —Grégoire salvó las minas de Abarda —dijo Nina con el ceño fruncido, descontenta con cómo se estaba terciando la reunión —. Y lo hizo sin esperar nada a cambio. Yo creo que eso le da pleno derecho a votar.

    —¿Seguro? —volvió a hablar Drenia —Porque no lo hizo por voluntad propia, sino porque el rey se lo pidió. Podría decirse que fue más un favor a un amigo que un acto de heroísmo.

    Las miradas se volvieron hacia Greg, quien claramente estaba cohibido y confundido por toda esa conversación.

    —Esto es una estupidez —Tilda gruñó —. Greg ha estado del lado de este reino desde tiempos de Cézanne.

    —Y, sin embargo, no estuvo con Lux —intervino otra vez Drenia con voz calmada y petulante. Tilda tuvo que hacer un esfuerzo para no saltar sobre él y romperle la cara.

    —Todos sabemos perfectamente por qué no estuvo durante el reinado de Lux —siseó Tilda.

    —Eso es cierto —añadió Aimée, quien por ahora sólo había escuchado y callado —. Mi abuelo, padre de mi padre, forzó el exilio de Grégoire.

    —¿Seguro que lo forzó? He leído atentamente los informes que nuestro rey amablemente ha puesto a nuestra disposición y en ninguna parte había una orden de exilio, ni tampoco de captura del dragón.

    —¡Hubo una clara campaña de desprestigio! —dijo Tilda.

    —¿Y por qué no se defendió? ¿Por qué no dio un paso al frente y aclaró la situación en vez de huir? ¿Cómo sabemos que las acusaciones de que el dragón mató a Cézanne no son reales?

    —Esto es una estupidez —repitió Tilda.

    —Creo que son preguntas legítimas.

    —Greg, por el acero, dile a este fantoche que no mataste a Cézanne.

    Pero cuando Tilda se giró, se encontró con que Greg tenía el rostro totalmente descompuesto, como un niño que está siendo humillado por un profesor. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos, como si no terminasen de decidirse a salir, y su labio inferior temblaba en un sollozo mudo.

    —No lo hice… —susurró con la voz tan rota que a nadie le sorprendió que empezase a llorar de forma definitiva —Cézanne me gustaba mucho. Tilda, me gustaba mucho —repitió, asintiendo con la cabeza como para darle más fuerza a sus palabras.

    —Esto se está saliendo de la cuestión —dijo Violaine, totalmente conmovida —. Grégoire ha ayudado a este reino en más de una ocasión. Puedo recordarlo de cuando era joven, siempre jugando con los niños. Confío en su inocencia y también en su capacidad para emitir un juicio válido que le permita votar.

    —¿En serio? ¿Crees que tiene un juicio válido cuando se echa a llorar por un par de acusaciones? —preguntó Drenia.

    —¡Es un dragón, no una persona! —dijo Nina.

    —Igual por eso no debería votar —se aventuró Andrè —. Héroe o no, residente o no, sólo tiene forma humana, después de todo.

    Marinette miró a Lara, intentando acuciarla a que dijese algo, cualquier cosa, pero la general se había quedado con la mirada gacha y los puños apretados y no parecía dispuesta a intervenir.

    —Si Grégoire no puede votar por no ser humano, entonces mi padre y yo tampoco podríamos, ya que tenemos sangre élfica —dijo Aimée, consiguiendo acallar los cuchicheos y atraer de nuevo la atención de todos —. Y habría que discutir si Tilda y Drenia pueden votar también.

    —Entonces… ¿Queda en un empate? —murmuró casi con miedo Côme.

    —Empate —fue la trémula aportación de Lara.

    A Marinette no se le escapó la dura mirada que Drenia le dirigió a Lara. Por eso, cuando la reunión se disipó y quedaron sólo la familia real junto a la bruja y al dragón en la sala, se acercó a ellos.

    —¡¿A qué coño ha venido eso?! —le espetó Tilda, consiguiendo que Marinette retrocediese un paso y se encogiese sobre sí misma —¡Tu novia se ha vuelto loca!

    —De… de eso quería hablaros… —respiró hondo y buscó consuelo en la mirada más calmada de los Faure-Demont —Ha estado rara desde anoche y creo que… Creo que su voto ha sido motivado por amenazas. Temo que Drenia le haya dicho que, si no votaba a su favor, quizá yo podría… pagarlo.

    —Esto pasa de castaño oscuro —siseó Tilda.

    —Quieta. Necesitamos evidencias. Marinette —Aimée la miró directamente a los ojos —, no desconfío de tu palabra, pero no podemos emprender acciones sólo por una corazonada. Es una acusación muy grave.

    Greg, que hasta entonces había estado abrazado a Tilda, se separó de la bruja. Frunció el ceño y arrugó la nariz en un gesto que la propia Tilda no le había visto hacer más que una o dos veces. Era una mezcla de enfado y de decepción, aunque también había confusión.

    —Había olvidado que los humanos hacen trampas. Se mienten, se amenazan, se hacen daño. Y no sólo a los de su especie, sino a otros también —sacudió la cabeza —. Drenia huele a muerte. Apesta a muerte. No es puro. Hace trampas y la magia se lo comerá. Cuando no quede nada de él salvo el cuerpo, nos comerá a nosotros.

    Y con tan apocalípticas palabras, Greg se dirigió a la ventana y saltó por ella. Un par de segundos después, la silueta del dragón se alzaba, dirigiéndose a otra parte del castillo y dejando un silencio tenso e incómodo en la sala de la Corte.

    —Encontraremos la forma de solucionar esto —prometió Tilda, callándose que Greg tenía razón.

    Pero la seguridad de Tilda no acabó de tranquilizar a Marinette.

    El rastreador


    Al abrir los ojos, se encontró con el rostro sereno de Maèl. Tras haber impedido que se matase la noche anterior al tirarse por la ventana, había acabado tumbándose con él y abrazándole, en parte para que no se congelase —había mantas de sobra, pero el frío de las noches podía ser terrible—, en parte para que no volviese a intentar escapar.

    Con lo que no había contado era con encontrar esa imagen tan… Bueno… Indescriptible. A esa distancia podía ver sus pestañas, largas y con una curva perfecta, tan claras que algunas eran incluso blancas. También podía apreciar sin problemas la forma de sus orejas, con todas sus dobleces y esa terminación alargada y picuda, y podía ver los cabellos más finos que se habían soltado de la trenza lo suficiente para caer por su rostro.

    Quizá lo peor eran sus labios. Rosados, entreabiertos, tentándole para…

    Se incorporó, frotándose los ojos con una mano, y se giró hacia el lobo para acariciarle entre las orejas, diciéndole así que todo estaba bien. ¿Qué demonios hacía pensando en besar al principito? Debía ser cosa de la tensión del viaje. Sí, eso era. Así que tendría que distraerse haciendo otra cosa, como preparando el itinerario del día.

    Eso mismo se dispuso a hacer, cogiendo un mapa que había conseguido de las montañas y acercándose a una ventana para tener la mejor luz posible. A decir verdad, la montaña no era su fuerte, y no le gustaba la nieve. Era traicionera, borraba las huellas, y una tormenta podía ser la perdición del más experto montañista. Por no hablar de las avalanchas y de los animales salvajes, auténticas bestias capaces de destrozar a un hombre de un zarpazo.

    Había que tener en cuenta muchos factores, pero el más importante era el horrible azar. Por eso quería trazar la ruta más segura posible, para que, dentro de lo malo y dentro de lo imprevisible, pudiesen tener cierto campo de actuación.

    Todavía miraba el mapa, trazando con el dedo caminos, cuando un movimiento a su lado le hizo alzar la cabeza. Frunció el ceño al reconocer a Léonard, pero aceptó la taza humeante que le pasaba y volvió, con un pequeño gruñido, al mapa.

    —Bueno, ya vale —se quejó el soldado, intentando no alzar mucho la voz; no era cosa de despertar a los demás de forma innecesaria —. Desde lo del jabalí estáis todos enfadados conmigo y no entiendo por qué.

    —Hay algo que se llama «honor», soldadito —le dijo Adri sin alzar la mirada del mapa —. No matarías a una embarazada, pero sí cazaste a ese animal con todas sus crías dentro.

    —No puedes comparar a una mujer con un animal —volvió a quejarse Léonard.

    Adri apretó la mandíbula y dejó la infusión sobre la mesa, procurando no manchar el mapa, para luego volver a mirar al otro hombre.

    —Sé que soy el más tonto del grupo, pero hasta yo entiendo que hay un ciclo que debe ser respetado. No matas crías, salvo que la producción esté muy bien controlada, y no matas madres preñadas, salvo que haya una plaga que pueda ser un auténtico problema para el ecosistema. Además, el príncipe no soporta la carne y me parece increíble que no te dieses cuenta tras tantos días viajando juntos.

    Léo abrió la boca para quejarse, pero la cerró sin pronunciar palabra y decidió volver junto al fuego que había avivado para cocinar algo de desayuno. Adri le siguió con los ojos, suspiró y volvió al mapa.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Adrien estaba comprobando que nadie se hubiese dejado nada por empaquetar cuando Arala se acercó a él. Sus pasos eran ligeros sobre la nieve, pero el hombre no se sobresaltó al sentir su mano en el brazo. Se giró y pronto ese pequeño ceño fruncido por la concentración se volvió una sonrisa cariñosa, la típica de quien ve a un ser querido.

    —¿Lo tienes todo? —y al ver cómo Arala asentía y dirigía sus ojos a la ventana, se llevó las manos a la cintura —¿Pasa algo?

    —¿No tienes la impresión de que alguien, o algo, nos observa? —preguntó en un susurro, inclinándose un poco hacia Adri con los brazos cruzados bajo el pecho.

    El hombre enarcó una ceja, algo sorprendido por esta declaración, pero no pudo evitar mirar un poco por la ventana. Se rascó después la barbilla y se encogió de hombros.

    —Hay mucha gente en este campamento, no sería raro que hubiese alguien cotilleando. Es normal estar tenso en un sitio así.

    —No, no me refiero a eso —Arala suspiró, apretó un poco los labios y volvió a mirar a Adri a la cara —. Lo siento de antes, ¿sabes? Desde que empezamos a subir por la montaña.

    —La verdad es que he estado tan ocupado de que el principito no se cayese ni perdiese que no he podido fijarme en nada más —reconoció Adri.

    —Ya me he dado cuenta de que no le quitas los ojos de encima.

    —¿Eh? ¿Perdón? ¿Qué significa eso? —dijo Adri con un tono divertido.

    Arala alzó las cejas, medio sonrió y sacudió la cabeza, descruzando los brazos.

    —Quizá sean imaginaciones mías. Pero si resulta que alguien nos sigue, que conste que lo dije yo primero.

    Adri soltó una pequeña risa sacudiendo la cabeza y después volvió a su tarea de comprobar hasta el último rincón. Se puso por fin la última capa de ropa y salió de la cabaña que habían ocupado esa noche.

    Léo les esperaba fuera, frotándose los brazos y ocultando la mitad inferior de su rostro en una bufanda, y Cachorro olfateaba la base cubierta de nieve de un árbol. Adrien vio a Arala cerrando la puerta y miró un poco a su alrededor. Frunció el ceño, intentando acallar la sensación de ansiedad que empezaba a burbujear en su estómago.

    —¿Dónde está el principito? —le preguntó a Leónard, quien frunció también el ceño, mirándole como si fuese imbécil.

    —¿No estaba con vosotros?

    —¡Puta mierda! —exclamó Adri, dándole una patada a un montón de nieve. Cachorro, sin entender la situación, creyó que era una invitación a jugar y dio un par de saltos alrededor de Adri, pero luego leyó la atmósfera y se sentó en el suelo —Revisemos el asentamiento. Nos vemos aquí en una hora.

    Y, por una vez, nadie discutió la orden.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Después de dividirse y hablar con los comerciantes que había por la zona, habían llegado a dos conclusiones: la primera era que Maèl había conseguido salir del asentamiento y la segunda que no podía haber ido muy lejos, no con la nevada que había empezado hacía un rato.

    Adrien, entonces, les había recomendado quedarse en el asentamiento y estar a salvo mientras él, junto a su lobo, iba a buscar al principito. El caballero se había mostrado contrario a la idea, diciendo que si alguien debía ir a buscar a Maèl era él, ya que pertenecía a la orden de caballería de Acier y Adri no.

    —Si me puedes decir por qué camino se ha marchado, la misión es tuya —había respondido Adri. Cinco minutos después, Léo seguía refunfuñando en el campamento mientras el rastreador se aventuraba a la montaña.

    Y cómo odiaba las montañas altas, sobre todo cuando, como en esos momentos, estaba nevando. Era tan malo como perderse en el desierto, y lo sabía por experiencia propia. Pero bueno, no estaba solo, y aunque las huellas se estaban borrando, Cachorro no había perdido el rastro y le indicaba cuando girar o seguir recto.

    No habría sabido decir cuánto tiempo habían estado caminando. El cielo estaba gris y las nubes no dejaban ver la trayectoria del sol, pero juraría que se habían alejado mucho del campamento cuando, por fin, discernió la trenza rubia de Maèl.

    Corrió hacia él y lo agarró del brazo, obligándole a girarse para mirarle a los ojos con una expresión que debió ser aterradora, a juzgar por cómo Maèl tembló.

    —¡¿Eres idiota o qué te pasa?! —le gritó, cogiéndolo por los dos brazos con cierta fuerza —¡¿Cómo se te ocurre irte de esa manera?! ¡¿Es que acaso no piensas?! ¡¡Si no llego a encontrarte, te habrías perdido y seguramente habrías muerto antes del anochecer congelado, o por caerte por un barranco o por el ataque de algún…!!

    No dejó de gritar porque Maèl se hubiese puesto a llorar —cosa que había acabado por suceder—, sino porque Cachorro había empezado a ladrar. Adri se giró y pudo ver cómo sus gritos habían atraído a lo que parecía ser un oso muy, muy grande y con mucha hambre.

    —Mierda, mierda, mierda… —se puso a murmurar Adri mientras echaba mano a su arco. No llegó a cogerlo, porque en cuanto se fijó mejor en la criatura, se dio cuenta de que ninguna flecha podría detenerla —Corre. ¡Corre!

    Y dando esta orden, agarró la muñeca de Maèl y empezó a tirar de él. No necesitaba girarse para saber que el monstruo gigantesco los estaba persiguiendo, tampoco quería perder tiempo en hacer algo así, así que simplemente se aseguró de que Cachorro estuviese corriendo con ellos.

    No veía dónde podrían esconderse y no se atrevía a trepar a ninguno de los árboles cubiertos de nieve que había ahí. Las garras de ese bicho podrían partir cualquier tronco, así que siguió buscando con los ojos hasta que vio algo a la izquierda, lo que parecía la entrada a una cueva. Era muy pequeña para que el oso, si realmente era un oso, pasase, así que no se lo pensó mucho y empujó a Maèl dentro.

    Él fue el siguiente, encontrándose con un túnel que se deslizaba hacia las entrañas de la tierra. Consiguió deslizarse más rápido, lo suficiente para alcanzar al príncipe, y entonces lo abrazó con fuerza poco antes de que el túnel se acabase y los expulsase a una bolsa de aire. Adri giró, recibiendo él todo el golpe no sólo de su propio cuerpo, sino del de Maèl, que terminó sobre él. Lo dejó a su lado y abrió los brazos para recibir con un quejido a Cachorro, que los había seguido.

    Cuando pudo incorporarse, ignorando el dolor de todo su cuerpo, se aseguró de que los dos estuviesen bien y respiró hondo. Sacó de su abrigo algo de yesca y le prendió fuego a una de sus flechas, pudiendo iluminar la gruta a la que habían ido a parar.

    Desde arriba se escuchaban los gruñidos de la bestia, pero efectivamente no podía ir a por ellos, así que acabó por rendirse, darse media vuelta y volver al infierno del que había salido.

    Adri, por su parte, vio que en las paredes de la gruta había al menos una antorcha. Al prenderle fuego, la iluminación aumentó y vio que no era una gruta natural, sino que tanto el túnel como esa pequeña estancia habían sido excavados exprofeso por alguien. Y al lado opuesto de por donde habían entrado había otro túnel del cual llegaba algo de brisa.

    —Vamos —dijo, empezando a caminar hacia ahí. Al no escuchar pasos siguiéndole, se giró para ver a Maèl sollozando. Apretó los labios y le hizo ponerse en pie, tirando otra vez de su muñeca, aunque esta vez con mucha más suavidad —. Venga, vamos. No podemos quedarnos aquí —esta vez intentó que su tono fuese más tranquilo.

    El túnel, por suerte, no era muy largo, y al estar escalonado resultó más fácil subir. Llegaron hasta una trampilla de madera, momento en el que Adri pegó la oreja. No escuchó nada, ni una respiración, por lo que, con un cuchillo en la mano, la abrió, encontrándose en un espacio totalmente oscuro.

    Una vuelta de reconocimiento le hizo ver que aquello era una cabaña, ¡y tenía chimenea! Corrió a comprobar que el tiro estuviese seco y miró hacia arriba, comprobando que sobre la boca de la chimenea había alguna chapa metálica que impedía que el agua y la nieve entrasen, pero dejaba espacio para la salida de humo.

    No sabía quién o qué podría ver el humo y decidirse a comprobar la cabaña, pero pensó que valía la pena arriesgarse a cambio de conseguir suficiente calor para no morir congelados, que era lo que ocurriría si no encendía el fuego, porque por culpa de la persecución en la nieve habían acabado totalmente mojados de sudor y de la propia nieve.

    Encontró un montón enorme de leña y, agradeciendo a todos los dioses que conocía, encendió el fuego, aprovechando para prender también algunas lámparas que había repartidas por la sala de estar. Subió entonces las persianas, pero las ventanas estaban tapiadas por lo que parecía una gruesa capa de nieve, y lo mismo ocurría con la puerta.

    —Bien, veremos cómo salir de aquí más tarde. Por ahora voy a ver qué tenemos. Cachorro, vigila.

    Con esta orden, el lobo se sentó frente a Maèl, con las orejas tiesas, aunque movió la cola y sacó la lengua al recibir las primeras caricias. Adri suspiró y se dedicó a ver las dos habitaciones que había en la cabaña. Vio algo de comida en la despensa, totalmente congelada, junto a algunos instrumentos de cocina. En lo que supuso era el dormitorio encontró un arcón repleto de ropa.

    Regresó con Maèl y dejó sobre un sillón (aunque primero tuvo que sacudirlo para quitarle el polvo) algo de ropa.

    —Necesito que te desnudes por completo. Sécate con esto —le tendió una tela —y luego vístete con esto —añadió, señalando la ropa del sillón —. Si sigues con esa ropa, cogerás una pulmonía.

    Y para darle algo de intimidad volvió al dormitorio, donde dejó la puerta sólo entornada para proceder a hacer lo mismo que le había pedido a Maèl. Primero fueron los guantes y después el abrigo. Hacía un frío horrible, y encima le dolía mucho la espalda, pero consiguió quitarse la chaqueta. No llegó a quitarse más, no al verla manchada de sangre. Intentó mirarse la espalda, pero aquello era imposible así que simplemente tocó, conteniendo una nueva maldición.

    Miró sus escasas pertenencias, pensativo, pero entonces se fijó en la bolsa que siempre llevaba a la cintura. Al abrirla encontró un saquito con algunas hierbas curativas de Arala y suspiró. Se quitó la camisa con un gruñidito —la tela se había pegado a la piel sangrante, así que aquello había escocido bastante— y así, descamisado, volvió junto a Maèl, quien no había terminado aún de vestirse.

    —¿Me podrías hacer un favor? —preguntó, apartando los ojos de sus piernas desnudas. Se acercó rápidamente al fuego, no soportaba más estar lejos, y se frotó las manos —Al caer me he hecho daño en la espalda, ¿puedes ponerme estas hierbas en la herida? Voy a disolverlas en un poco de nieve derretida, antes de nada. Ah, y dime cómo de mala pinta tiene, el frío no me deja sentirlo bien.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Había necesitado algo así como una hora, pero la cabaña por fin se había caldeado lo suficiente como para que Adri pudiese moverse lejos de la chimenea sin que los dientes le castañeteasen. También ayudaba estar ya completamente vestido, por supuesto.

    Una vez Maèl le había ayudado con el emplasto, se había vendado él mismo el torso y se había vuelto a la habitación para quitarse los pantalones, secarse del todo y ponerse nuevas capas. La ropa era vieja y no les iba del todo bien; debía haber pertenecido a un hombre con una buena circunferencia, porque hasta a Adri le iban holgadas, lo que hacía que Maèl se viese diminuto, pero al menos estaba cómodo y calentito.

    De todas formas, Adrien no se había quedado quieto mientras esperaba a que la cabaña fuese subiendo de temperatura. Había cogido sus ropas mojadas y las había puesto en un tendal improvisado cerca de la antorcha que les había guiado hasta ahí. Después, había vuelto a la despensa para coger ingredientes suficientes para hacer la cena.

    Por suerte, había muchas verduras congeladas y algunos huevos en salazón, también congelados, así que lo puso todo en una olla y dejó la olla en la chimenea para que se fuese descongelando todo. Acto seguido, había ido al dormitorio y había cogido mantas para hacer una cama improvisada. No había sofá, sólo un par de sillones individuales, pero las mantas eran tan mullidas que, junto a unos cojines, estaban haciendo bastante bien el apaño.

    Ahora todo estaba bajo control. Bueno, quizá todo no. Maèl no le había dirigido la palabra, ni siquiera durante las curas, y Adrien se hacía a la idea de por qué.

    Lo vio sentado sobre cojines, acariciando a Cachorro, y se arrodilló a su lado, tocándole un hombro y dirigiéndole una sonrisa suave cuando le miró. No debió gustarle al muchacho, porque apartó la mirada con un mohín que a Adri se le hizo adorable, aunque también le hizo sentirse mal.

    —Aún tienes el pelo mojado. Deja que te lo seque bien —se ofreció.

    Maèl no dijo nada, así que Adri lo tomó como un permiso para tocarle. Se puso detrás de él y le deshizo la trenza, tomando una tela seca que acababa de coger de la habitación para ir secándole esa larguísima melena.

    Tomó un mechón entre los dedos y suspiró. Con la luz del fuego parecía oro, quizá incluso cobre. Era, desde luego, un color muy bonito. Y le gustó lo suave que era, incluso después de haber estado tantos días recorriendo caminos. Se notaba que se lo cuidaba, eso estaba claro.

    Le envolvió la melena en la tela y se la dejó sobre el hombro mientras se levantaba, conteniendo un quejido. Con el cuerpo ahora relajado y entrando en calor, el dolor hacía acto de presencia, pero tampoco quería ser un quejica, así que simplemente caminó y buscó hasta dar con un cepillo.

    De nuevo tras Maèl, le separó el pelo en varios mechones y se los fue desenredando mientras los secaba con más cuidado. Notó cómo el propio principito se iba relajando y eso le hizo sonreír un poco y decidirse a romper el silencio.

    —Había una chica en mi pueblo, Élodie, que tenía también el pelo muy largo. No se parecía nada al tuyo, ella lo tenía negro y rizado, pero le llegaba hasta la cadera. Nos pasábamos la vida juntos, éramos como hermanos, así que muchas veces se lo peinaba yo. Nunca se me dio muy bien hacer recogidos ni nada por el estilo, pero durante ese rato hablábamos y reíamos y, no sé, nos lo pasábamos bien.

    Hizo una pausa en su relato, recordando a Élodie con una sonrisa cargada de cariño. Después suspiró y pasó al siguiente mechón.

    —Élodie tenía un hermano pequeño, Raoul, que era un auténtico trasto. Quería venir siempre con los mayores, incluso cuando íbamos a trabajar, no a jugar, y a veces se metía sólo en cada berenjenal que nadie entendía cómo lo había conseguido, pero teníamos que sacarlo de ahí antes de que se hiciese auténtico daño.

    Volvió a pausar al terminar con el mechón. Vio el cuello de Maèl y acarició con suavidad allí donde no hacía tanto había habido un sello. Se sintió tentado de besarle la nuca, pero se contuvo y simplemente cogió el siguiente mechón.

    —Un invierno, Raoul quiso venir con nosotros a pescar. Solíamos ir al río y hacíamos agujeros en el hielo para coger algunos peces. No le dejamos venir, era algo realmente peligroso, pero se escapó de casa y acabó viniendo de todas formas. Por supuesto, no lo supinos hasta que era tarde. Nosotros sabíamos que debíamos ir por ciertas zonas donde el hielo era más grueso, pero Raoul era pequeño y… Bueno, el hielo se rompió bajo sus pies y cayó al agua. Lo veíamos a través del hielo, siendo arrastrado por la corriendo y luchando por salir, sin conseguirlo —tomó aire y lo soltó despacito —. Conseguí romper una placa de hielo y entrar en el agua tras él, y lo cogí a tiempo, antes de que la corriente lo volviese a arrastrar. Al sacarlo, no respiraba y los dos estábamos con hipotermia severa. Imagínate, un río helado en mitad del invierno.

    Sacudió la cabeza y dejó el cepillo a un lado. Rodeó entonces la cintura de Maèl y apoyó la frente en su hombro, apretando los ojos con fuerza, pero procurando que el abrazo fuese suave. Ahora los recuerdos de aquello lo estaban arrollando, pero quiso terminar el relato, aunque fuese de manera incompleta.

    —Raoul no sobrevivió a aquello. Y cuando he visto antes que te habías escapado, sólo podía acordarme de él, golpeando el hielo desde el agua. Y te he imaginado a ti ahogado en un río, o congelado bajo un árbol, o abierto en dos por culpa de un bicho como el que nos ha perseguido antes. Me he asustado muchísimo, principito. Por eso te he gritado, porque estaba aterrado. Siento haber perdido los papeles, pero necesito que lo entiendas —se apartó un poco de él y se movió para quedar cara a cara con Maèl. De hecho, puso una mano en su mejilla —. El mundo exterior es peligroso incluso cuando sabes por dónde ir. Y tú no lo sabes. Sé que estás impaciente por conocer a tu compañera, sé que te mueres por ver el mundo, pero… ¡No mueras! No vale la pena. Por favor, ten más fe en nosotros. Por favor —su mano libre cogió una mano de Maèl y se la llevó al pecho —, por favor, ten más fe en mí. Te acompañaré hasta donde haga falta y te protegeré de todo mal, te ayudaré a encontrarla nos lleve el tiempo que sea, pero no puedo hacerlo si te alejas de mí de esa forma. No puedo hacerlo si huyes como lo has hecho hoy.

    Tomó aire hondamente y se inclinó sobre él para besarle la frente, un beso largo y cálido. Después, le sonrió y le dio una palmadita suave en la mejilla, volviendo acto seguido a su espalda para terminar de secarle el pelo.

    Por un momento juraría que el ambiente se había vuelto repentinamente más cálido y acogedor.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    La sensación de deja vù fue enorme cuando, al abrir los ojos, se encontró a Maèl acurrucado entre sus brazos. Cachorro estaba apoyado contra la espalda del muchacho, haciendo así un bocadillo de príncipe que había ayudado a mantener bastante el calor, sobre todo cuando el fuego se había ido apagando.

    Sí, una mirada rápida permitió a Adri ver que en la chimenea sólo quedaban un par de tímidas llamas.

    Ahogó un bostezo y acarició con una sonrisa suave la mejilla de Maèl. Tras la conversación de la noche anterior, habían cenado el potaje con huevos y habían terminado abrazándose para dormir al amor del fuego. Si se hubiese tratado de otra persona o de otra situación, Adri no habría dudado ni un momento a la hora de desnudarle bajo las mantas, pero no podía permitirse ese tipo de licencias con Maèl. Aunque la idea fuese tentadora.

    Se conformó con dejar un pequeño beso en su mejilla y, con cuidado, desenlazó el abrazo. Ante la falta de calor, Maèl se removió y acabó girándose para abrazar a Cachorro, lo que para Adri fue una imagen tan adorable y hogareña que se llevó una mano al pecho, como si le hubiese dolido el corazón.

    Se obligó a alejarse y aprovechar que ahora entraba más luz para comprobar mejor las posibles salidas. Abrió la puerta, comprobando que había un muro de nieve, pero también vio con alivio que no cubría la totalidad de la altura de la entrada. Había al menos cinco centímetros por arriba a través de los que se podía ver el cielo, todavía rosado por los colores del amanecer, y eso le llenó de esperanzas.

    Cerró la puerta y despertó con cuidado a muchacho y lobo. Reavivó el fuego y calentó las sobras del puchero, dejándoselas casi por entero a Maèl. Tuvo que insistirle para que comiese, pero al verle vaciar su cuenco, asintió con conformidad y fue a por sus auténticas ropas.

    —Creo que podemos llevarnos algo por si acaso, pero será mejor que volvamos a vestirnos con lo nuestro. Para no tropezar, más que nada —medio bromeó, pero era cierto que ambos iban arrastrando los bajos de los pantalones.

    Una vez vestidos y con todo recogido, Adri empezó a trabajar en la puerta, echando al interior nieve que luego Maèl iba apartando con un recogedor metálico. Una vez Adri hubo quitado suficiente nieve, se agarró al marco de la puerta y se impulsó para salir, felicitándose a sí mismo al encontrarse en el exterior.

    Con cuidado, se agachó y tendió una mano a Maèl. Lo agarró por el antebrazo y lo subió a la fuerza hasta que el chico se pudo agarrar al marco de madera de la puerta. En ese momento, lo cogió de la cintura y tiró de él. El último fue Cachorro, quien saltó y también fue ayudado por Adri, que lo cogió de las patas para arrastrarlo fuera.

    Una vez los tres estuvieron a cielo descubierto, Adri abrazó a Maèl, movido por la emoción y la felicidad, y le dejó un par de besos en cada mejilla.

    —Vale, ahora tenemos que ver cómo volver al campamento —dijo con las manos en la cintura, dispuesto a buscar algún rastro.

    —Eso no será necesario —intervino una voz totalmente desconocida salida de la nada.

    La reacción de Adri fue ponerse por delante de Maél y sacar el arco, con una flecha lista para disparar al hombre que le había hablado. No era muy alto, pero sí claramente fuerte, aunque esa impresión podía deberse a la ropa que envolvía su cuerpo. Tenía la piel oscura, el pelo negro y los ojos ligeramente rasgados, todo señas de que era uno de los habitantes originales de Abarda.

    Alzó una mano para pedir calma y Adri, tras un análisis preliminar, asintió y volvió a guardar el arco. Tomó la mano de Maèl y, aún sobre los guantes, le apretó un poco los dedos antes de empezar a seguir al hombre.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El abrazo de Arala fue demoledor. La mujer saltó sobre Adri y le apretó con tanta fuerza que el hombre tuvo que soltar un quejido. Esto alertó a la bruja, quien le tocó la espalda con más calma y frunció el ceño en un gesto que claramente implicaba una futura regañina. Si no se la dio en el momento fue porque prefirió achuchar y besuquear también a Maèl.

    —En esta montaña no hay ninguna criatura mágica —aseguró su improvisado guía mientras los acompañaba a través de un camino oculto por la nieve —. Menos una royalet para un Faure-Demont —añadió, mirando con una diminuta sonrisa a Maèl.

    —¿Cómo sabes que es…? —empezó Léo, pero el hombre se encogió de hombros.

    —No hay que ser muy listo para distinguir a un miembro de la realeza de Acier. Me temo que vuestro camino no está cerca de concluir —añadió, mirando a Maèl y a Adri, después a Arala —. Os dejaré a los pies de la montaña, pero después tendréis que buscar por vuestra cuenta vuestra nueva dirección.

    Una vez el hombre se fue y el grupo quedó de nuevo en una zona boscosa y mucho más cálida, Arala suspiró y cruzó los brazos bajo el pecho.

    —Te dije que alguien nos seguía.

    —Ya, ya…

    —Ese hombre nos estuvo observando desde que entramos en la montaña. ¡Menos mal que no era hostil!

    —Vale, tenías razón. ¿Podemos ahora ver el mapa? Tenemos que ver por dónde seguir —sugirió Adri, a lo que Arala puso los ojos en blanco.

    —Ajá, pero dime… ¿Vas a explicarme lo de la espalda?

    —¿Qué quieres que explique? —preguntó Adri de forma desinteresada, buscando una superficie donde apoyar el mapa.

    —Pasáis todo un día y toda una noche fuera, solos, y vuelves con la espalda herida…

    —¡Pero bueno! —se quejó Léo al hacer la misma conexión mental que Arala.

    Adri, dándose cuenta de lo que estaban pensando, alzó las manos y las sacudió en el aire para indicar negación.

    —¡No es nada de eso! ¡Me caí y me hice unos rasguños algo profundos, nada más!

    —¡Y yo voy y me lo creo!

    —¡Que lo digo en serio!

    —¡Quítate la ropa ahora mismo!

    —¡No me voy a desnudar aquí, que aún hace frío!

    —Como si eso te lo hubiese impedido alguna vez…

    —¡Arala, no ayudas!

    El elfo (II)


    Era raro que Makra hiciese tantos viajes seguidos fuera de la ciudad, incluso si era para ver a un amigo como Corr, pero la situación era rara, así que había que apechugar con ello. Además, había cosas que no se podían encargar a terceros.

    Iba montada en una yegua que no hacía mucho había sido pertenencia de esa estúpida solar, Ghilanna, protegida del sol con la capucha y sus gafas. Esto le permitió llegar bastante más rápido que si hubiese ido a pie, sobre todo por un par de fardos que cargaba en la grupa del animal.

    Desmontó de un salto digno de una amazona experta, acarició un poco a la yegua y caminó hacia la cabaña. No entró, sino que la rodeó, sonriendo un poco al ver a Corr trabajando en un huerto que, Makra estaba segura, no existía antes de que la casa quedase destrozada unas noches antes.

    —Pero mírate, si estás hecho todo un agricultor —se rio, quitándose la capucha y las gafas ahora que estaba bajo la sombra del porche trasero de la cabaña. Vio a Corr acercarse y le estrechó la mano, cruzando después los brazos sobre el pecho —. He venido a traerle algunas cosas a Niko.

    —¿Niko? —Ghilanna salía en esos momentos de la cabaña con una taza caliente que tendió a Corr, no sin antes haberle mirado bien de arriba abajo (y es que, aunque hiciese frío, trabajar la tierra había provocado que el humano sudase y la ropa se le pegase al cuerpo) —Se me hace raro que no lo llames «esposo».

    —No voy a llamarlo algo que no es —se rio Makra, aunque al ver las caras de confusión, ladeó la cabeza —. ¿No te lo ha dicho? Pensaba que serías el primero en saberlo.

    Pero Corr le dijo que Niko no había vuelto, y eso hizo que Makra frunciese el ceño con una mezcla de preocupación y sospecha.

    Aquello no le cuadraba. Tras formalizar la separación, Niko había dicho que iría a casa de Corr a despedirse y recoger alguna cosa, y de hecho le había pedido que le llevase las pertenencias que pudiese quedarse a la cabaña del humano para, así, poder despedirse de los dos antes de partir a Bluka.

    Makra estaba segura de que esta vez no había huido. Estaba muy calmado y, de haber querido desaparecer otra vez, no le habría pedido que hiciese todo el camino hasta la cabaña de Corr. Simplemente, no tenía ningún sentido, y así tal cual se lo dijo a Corr.

    Volvió a cubrirse y se acercó al árbol más cercano. Cerró los ojos y apoyó las palmas y la frente en la corteza, quedándose quieta unos segundos para después volver a mirar a su forzado anfitrión.

    —Hay una zona del bosque llena de inquietud —comentó en voz baja y grave, como si temiese que los oídos equivocados la oyesen, aunque claramente no había nadie cerca —. Pulsos fuertes de energía… Quizá Niko no estaba tan errado al creer que alguien iba a ir a por él.

    —¡Por la diosa! —exclamó Ghilanna, llevándose una mano al pecho —¿Qué hacemos? Vamos a por él, ¿no?

    Makra apretó los labios, pero luego miró el cielo, lo alto que todavía estaba el sol, y acabó por posar sus ojos rojos en Corr.

    —Enhorabuena, Corentin Faure-Demont, porque vas a ser testigo de lo nunca visto: una lunar trabajando con una solar.

    —¡Sí! —Ghilanna incluso dio un par de saltitos —¿Significa eso que somos amigas?

    —No vuelvas a insinuar algo así de grotesco nunca más —exigió la princesa con un gesto de desagrado.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Su garganta ardía como si hubiese tragado fuego, tanto que llegó incluso a preguntarse si realmente había ocurrido, pero no, sólo había gritado. Mucho, muy fuerte, durante demasiado rato.

    Y su garganta no era lo único que se quejaba. En realidad, estaba seguro de que no había ni una sola parte de su cuerpo que no doliese como el infierno. Su piel estaba cubierta de sudor y sangre y sus músculos quemaban como si hubiese corrido durante días sin parar.

    Su pecho subía y bajaba de forma lenta y pesada, pero honda, y en cuanto tuvo fuerzas alzó la cabeza e intentó enfocar sus ojos. Su visión estaba borrosa, pero poco a poco se fue aclarando hasta que pudo fijarse en los objetos más cercanos, que en este caso eran partes de su propio cuerpo.

    Sus muñecas estaban llenas de rozaduras sangrantes provocadas por los grilletes con los que lo habían sujetado, y lo mismo ocurría con sus tobillos. Lo habían atado para que formase un aspa, con brazos y piernas separadas, pero el metal no se habría clavado en su carne si su espalda no se hubiese arqueado hasta el límite y su cuerpo no se hubiese tensado con cada corriente eléctrica que era forzada a recorrerlo.

    También tenía cortes de por el pecho de distintas profundidades allí donde esos hijos de puta habían ido clavando cuchillas en sus enfermizos experimentos.

    Y por si la mezcla de sudor y sangre no fuese ya de por sí suficientemente engorrosa, su pelo había ido creciendo a medida que la magia salía de su cuerpo a borbotones, y se había ido pegando a su cara, a su piel y a sus heridas. Calculaba que ahora lo tendría por medio brazo; hacía al menos veinte años que no lo llevaba tan largo y por ahora la experiencia no le estaba gustando mucho.

    Esos hijos de puta lo habían pillado desprevenido una hora después de dejar su ciudad. Los había olido, pero sólo unos segundos antes de que una bomba de luz lo cegase y aturdiese lo suficiente como para que pudiesen dejarlo inconsciente de un golpe en la cabeza.

    Se había despertado atado, rodeado de tres hombres que vestían túnicas y cubrían sus rostros con máscaras. Eran sectarios de la Estrella Roja, y tenían a mano un arsenal de lo más curioso, con algunos afiladísimos cuchillos y otro tipo de objetos mágicos que a Niko le provocaron un escalofrío.

    Lo habían desnudado, algo que ya de por sí era motivo suficiente para matarlos a todos, pero después empezó la auténtica fiesta.

    Había intentado contenerse, impedir que lograsen lo que fuese que intentasen lograr, pero no había sido capaz de hacer nada más que sentir cómo le iban robando magia de una forma dolorosa y cruel, humillante y terriblemente cosificante.

    ¿Cuántas veces se habían iluminado sus ojos? ¿Cuántas veces su cuerpo se había sacudido en pequeñas convulsiones? ¿Cuántas veces lo habían acuchillado, medido su temperatura, comprobado sus constantes?

    El colmo había llegado cuando, poco después de vomitar sangre —aunque eso lo recordaba de forma muy confusa, sólo tenía el sabor de la sangre y la bilis en la boca y una terrible mancha encima para verificar que no había sido un sueño febril—, había llegado un elfo solar. ¡Un solar! Por supuesto, no podía ser de otra forma.

    Les había preguntado a esos merluzos sectarios si «el espécimen» seguía vivo y cómo estaba yendo el experimento. Al parecer, los resultados debían ser satisfactorios, porque el lunar había superado el asco para acercarse a Niko y mirar bien su cara. Para eso, su mano perfectamente enguantada le había cogido el mentón y se lo había levantado.

    Claramente, el solar no esperaba que Niko tuviese energías suficientes para revolverse y morderle la nariz, tan fuerte que le había arrancado un trozo de piel. Y ver al solar sangrando frente a él y repleto de incredulidad había sido el fuelle que había necesitado para liberar todas las energías que le quedaban en un único y concentrado ataque.

    Bueno, aquello quizá no era del todo cierto. No tenía suficientes fuerzas para desencadenar la magia que había invocado, así que, muy a su pesar, había tenido que sustraer energía de la naturaleza de alrededor.

    Pero había valido la pena. Sus grilletes se habían roto y los cuatro torturadores habían muerto, no como Theo, pero sí de forma irrevocable: afiladas rocas se habían alzado de los muros de la cueva en la que estaban y los habían empalado, por lo que sus cuerpos estaban flácidos y colgando de entre las rocas hacia el suelo.

    Niko los miró y no pudo evitar reírse un poco. No fue una risa muy alegre, más bien amarga, pero de victoria, al fin y al cabo. Apoyó la espalda en una pared y suspiró, sintiendo que no podría moverse en un rato. De hecho, no quería hacerlo. Prefirió cerrar los ojos y dejar que el agotamiento extremo hiciese su parte.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Makra sintió la muerte antes de verla, pero ni siquiera así estaba preparada. Un círculo de negrura se extendía alrededor de la entrada de una cueva, hierba, árboles, arbustos, e incluso alguna pobre ardilla, drenados de toda vida hasta convertirse en simples cascarones resecos.

    Le hizo un gesto a Corr para que se quedase atrás y luego otro a Ghilanna para que avanzase con ella. El sol aún brillaba con suficiente fuerza como para que la magia de Ghilanna fuese fuerte, y aunque Makra tenía más capacidad incluso en pleno mediodía, la estrategia más acertada le hacía ir con la compañía de la rubia.

    Para bien o para mal, no tuvieron que adentrarse mucho en la cueva para encontrarse con la masacre. Cuatro cadáveres empalados en rocas y un quinto cuerpo apoyado en la pared. Ghilanna no pudo contener su gritito de consternación y a Makra hasta le sorprendió que no saliese corriendo.

    —¿Está…? —empezó a preguntar con un hilo de voz.

    —Está vivo —respondió rápidamente Makra, sintiéndose ella misma aliviada al ver la tripa de Niko subir y bajar al ritmo acompasado de su respiración.

    Se acercó a él y le apartó ese pelo sucio y ensangrentado de la cara, tocándole para comprobar rápidamente que tenía fiebre. No pudo evitar mirar su cuerpo, y al instante entendió por qué nunca se desnudaba ante nadie: en su costado izquierdo había un tatuaje, una marca de propiedad de los arcaicos. Estaba surcada por un arañazo que, por la dirección ascendente que tenía, se había hecho el propio Niko.

    Además, parecía haber recibido latigazos, quemaduras y cortes por parte de sus anteriores dueños, lo que no dejaba lugar a dudas del trabajo que había tenido en la ciudad subterránea a la que había ido a parar.

    Bien, eso explicaba sus reticencias a hablar de ese terrible episodio de su vida.

    Escuchó a Corr acercarse, pero esta vez no lo detuvo. En lugar de eso, prefirió simplemente quitarse la capa y cubrir con ella un poco a Niko antes de alejarse. Sólo miró brevemente cómo Corr se arrodillaba junto a él y comprobaba su respiración antes de dirigirse hacia la mesa.

    Los cuadernos estaban escritos en un código, pero había algunos dibujos que dejaban claro de lo que hablaban. Esos monstruos buscaban grandes fuentes de magia para sus abominaciones, y al parecer habían ido tanteando la magia de elfos, particularmente lunares. No era de extrañar, los solares cada vez se habían ido alejando más de su conexión natural con la naturaleza; bastaba con comprar los nacimientos Kurlah en ambos pueblos.

    Guardó en su bolsa algunos cuadernos, prometiéndose que nada más llegar a casa enviaría una petición formal de reunión con Étienne para informarle de esto, y después se giró otra vez a sus acompañantes.

    —¿Lo llevas tú o me encargo yo? —Corr no tuvo ni que hablar, su cara lo dijo todo, así que Makra asintió un poco —Entonces será mejor que nos vayamos. Salid ya, voy a limpiar esto, no vaya a ser que vengan compañeros suyos y encuentren algo que nosotros no vemos y que no queremos que tengan.

    —¿Cómo el qué? —susurró Ghilanna, todavía muy afectada por lo que estaba viendo: cadenas, sangre, instrumentos de tortura, cadáveres…

    —No quiero ni saberlo.

    Una vez los cuatro estuvieron fuera, Makra se aseguró de prender fuego al interior y, por si acaso, provocó un derrumbe para sepultar cualquier evidencia. Después, cerró la marcha de regreso a la cabaña.

    EXTRA


    Auguste Renoir estaba de muy buen humor aquel día, quizá en buena medida gracias al comunicado que el rey en persona había pronunciado en la plaza central. Saber que por fin la verdad había salido a la luz y que se estaban tomando medidas al respecto era algo que había aliviado su envejecido corazón, por lo que silbaba mientras comprobaba el inventario de su tienda.

    Acariciaba con cariño un falso cuerno de unicornio —el valor residía en que un príncipe elfo, Nikol’ka, lo había formado con magia— cuando las campanillas de la puerta le avisaron de un posible cliente y le hicieron girarse.

    Se encontró con una persona alta y de hombros anchos que se cubría con una capucha y portaba una espada tan grande que la llevaba a la espalda y no al cinto. Esa persona en cuestión retiró la capucha, revelando ser una mujer de gesto duro y con alguna cicatriz surcando su rostro.

    Auguste habría jurado que tenía muchas más cicatrices, pero la ropa de invierno impedía asegurar esta hipótesis. Bueno, también habría apostado a que llevaba algún tatuaje del gremio de los Cazadores.

    —¿Eres Auguste Renoir? —preguntó la mujer con una voz grave que encajaba perfectamente con su aspecto —El mayor experto en arcanos de Acier…

    —Así es —reconoció; no veía el sentido en escurrir el bulto o mentir —. ¿Y usted es…?

    —Babette Lachenaud —respondió, mirando los artefactos que había en la tienda —. Tutéame, por favor.

    Auguste se contuvo de decir que le parecía muy bien tutearse, pero que habría esperado que ella le pidiese también permiso para tomarse esas formalidades. De todas formas, prefirió no decir nada y simplemente sonreír un poco.

    —¿En qué puedo ayudarte, Babette?

    —He oído que el Dragón Negro de Cézanne volvió a Acier no hace mucho. ¿Es eso correcto?

    Auguste se tensó al escuchar esa pregunta. Miró la enorme hoja que colgaba a la espalda de la mujer, también cómo ella pasaba un dedo por una vieja daga lunar ahí expuesta. Ella se dio cuenta de su mirada, porque clavó sus ojos claros en él, enarcó una ceja y alzó las manos con una sonrisa torcida.

    —¡No quiero hacerle daño! En realidad, lo único que pretendo es aprender de él.

    —¿Aprender?

    —¡Sí! ¡Los dragones son criaturas fascinantes! —y lo decía en serio, porque sus ojos se iluminaron al decirlo. Carraspeó y se obligó a recuperar la compostura —He dedicado los últimos cinco años de mi vida a investigar sobre los dragones, pero son escasos y no apenas información sobre ellos. No se relacionan con la gente, por lo general, por lo que es casi imposible distinguir realidad de ficción. Deseo conocer al Dragón Negro, presentarle mis respetos y, con su beneplácito, observarlo y hacerle algunas preguntas que compartir con el Gremio —hablaba de los cazadores, por supuesto.

    Auguste miró mejor a la mujer. De pronto le pareció menos dura y muy joven, de unos 25 años, quizá. Y parecía tener un interés genuino por los dragones.

    —Ahora el castillo se encuentra en una situación tensa —terminó por decir con una sonrisa amable —. Ha habido mucha agitación últimamente. Mi recomendación sería esperar unos días a que las cosas se calmen. Mientras tanto, puedo ofrecerte mi compañía y mi conversación; podemos intercambiar conocimientos y, bueno, quizá te cuente alguna anécdota de mi infancia con el Dragón Negro. Aunque lo llamamos Greg…

    —¡Tiene nombre! Es fascinante, realmente fascinante. ¿Cómo os comunicáis con él?

    —Hablando, por supuesto.

    —¡Hablando! ¡No sabía que los dragones hablasen!

    —Hablan cuando tienen forma humana.

    —¡Forma humana!

    Auguste vio a Babette sacar un cuaderno y empezar a apuntar apresuradamente. Enviaría más tarde a su hijo a solicitar una audiencia especial. Definitivamente, quería estar presente durante el primer encuentro entre Greg y Babette.

    SPOILER (click to view)
    Espero que esto tenga sentido, porque al final he ordenado las partes un poco como he podido en el momento xdd Estoy muy casnada, me duele la cabeza y he escrito esto a lo largo de varios días, así que a saber la coherencia del conjunto.

    En fin, para Bab he pensado en una mujer grandota, pero dulce, que se porte como una cría cuando esté con Greg. ¿Una Hirale guerrera? Una Hirale guerrera. Y con una apariencia así. Imagino que, como los dos son del Gremio de Cazadores, Adri y Bab o se conocen o al menos han oído hablar el uno del otro. Porque ambos tienen familla en el mundo, así que no sé, es algo que ya se verá xDD

    Su escena iba a ser más larga, pero ya te he dicho que la dejo en el aire porque, en fin, estoy cansada xdd Y sé que Greg tiene muy poco protagonismo, pero no pasa nada, se compensará en un futuro. TOTAL, que lo dejo aquí y ya hablamos con más calma por el chat <3
     
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    La historia de Étienne. (I)
    Entró a su habitación hecha una furia, dando un portazo y más de una patada a todo mueble que se le ponía por delante. Terminó echándose en la cama, enterrando la cara en una de las almohadas y gritando contra ella, soltando toda la rabia que le quedaba en el cuerpo. Habían buscado pruebas que demostraran la coacción de Drenia al voto de Lara y, en consecuencia, el de Marinette. El mago se defendió alegando que nunca en su sano juicio amenazaría a la cabeza del ejército del reino, ¡pero los ojos de Lara! Aimée podía ser joven, pero nunca en su vida había visto a la mariscal apretar los puños con tanta fuerza, resultaba evidente que Drenia mentía. Y fue justo lo que le dijo a su padre, pero ¿qué respondió Étienne?

    —«Déjalo estar, no importa» —imitó su voz apartando la almohada, la lanzó con tanta furia que acabó saliendo despedida por la ventana. Bien, ya daría alguna explicación más tarde a quien la encontrara por los jardines, de momento tenía que digerir una nueva decepción.

    Desde que tenía uso de razón recordaba sentir auténtica admiración por su padre, le gustaba su reinado que señalaba las injusticias y rechazaba cualquier conflicto armado, prefiriendo la vía pacífica. Étienne siempre había sido un gran defensor de la diplomacia y, hasta ahora, Aimée pensaba que era la mejor opción para lidiar con los problemas en el reino, ¡pero en este caso era inadmisible! Puede que no tuviera en sus manos pruebas físicas de aquel chantaje, pero estaba segura de que lo hubo. No había otra razón que justificara el voto de Lara.

    Se incorporó un poco en la cama escuchando los aleteos, se esperaba ver a Noiret aterrizar en el amplísimo balcón (tan amplio que un pegaso podía moverse con libertad por él). Ver aparecer a un pequeño dragón no la sorprendió tanto como debería, le vio sacudir la almohada en sus fauces y hacer jirones la lana; adiós a su almohada favorita para el invierno.

    El dragón fue creciendo hasta convertirse en un muchacho y se acercó a la cama todavía con la almohada en la boca, la escupió a los pies de la princesa y a Aimée le costó muchísimo no romper a reír.

    —¿Estás enfadado con mi padre? —le preguntó, soltó un suspiro y se abrazó a sus rodillas, apoyando la barbilla en ellas. Tilda le regañaría por esta posición—. Porque yo sí lo estoy, ¿en qué está pensando? Si no hacemos nada, Drenia seguirá por aquí campando a sus anchas, ¡no puedo permitirlo!

    Calló de golpe con el ruido en el balcón, Brigitte no era lo que se dice elegante al aterrizar. Segundos después de que la tricot aterrizara con toda su torpeza, sonaron los toques en la puerta, y tanto Aimée como Greg supieron que se trataba de Étienne.

    —¡Estoy muy enfadada contigo, papá! ¡No pienso abrir! —gritó desde la cama.

    —Ya lo sé —contestó de lo más calmado—. ¿Tampoco bajarás a cenar?

    —Comeré aquí.

    —¿Y Greg también?

    —¿Cómo sabes que está…-? —sacudió la cabeza con el bostezo de Brigitte—. Cenaremos aquí, si no te importa.

    —¿Cuánto durará esta actitud distante conmigo?

    —¡Durará lo que tenga que durar, caramba! ¡Has dejado que un perturbado se vaya de rositas!

    —La votación se repetirá en unos días.

    —Sí, ya lo sé, ¡pero el resultado será el mismo si no haces nada!

    —No está en mi mano.

    —¡Eres el rey, papá! ¡Si de alguien depende, es de ti!

    Brigitte soltó una especie de quejido y alzó el vuelo casi en el mismo instante en que Étienne se alejaba de la puerta, camino al comedor para cenar.



    Pasaba medianoche, sabía que a estas horas todo el castillo estaba dormido o, como poco, aletargado. No había sirvientes corriendo apurados por los pasillos ni soldados entrenando a las órdenes de Lara. Era el momento perfecto para colarse en la biblioteca sin levantar sospechas. Su plan no era otro que informarse, entre tanto libro debía haber alguno dedicado a la monarda o cualquier otra flor peligrosa para quien manipulara la magia. También confiaba en encontrar apuntes sobre venenos y toxinas, y aunque entrar en los aposentos de Tilda le fue imposible (no se podía abrir una puerta sellada con magia, Tilda odiaba las visitas), estaba segura de que encontraría algo útil en los estantes dedicados al conocimiento de los elfos.

    —¿Buscas algo en particular? —dio un salto con la voz de su padre, giró un poco y le enfocó con el candil.

    —¿Tú no deberías estar ya durmiendo?

    —Podría preguntarte lo mismo, ¿no puedes dormir? Te noto alterada.

    —¡Claro que estoy alterada! —admitió dando un pisotón, entonces vio surgir dos alas oscuras por la espalda de Étienne, se sacudieron como para terminar de estirarse y, de un segundo a otro, un dragón no mucho mayor que un gato olisqueaba los restos de cera caliente que cayeron de la vela. Decidió ignorar esa imagen y volver la vista a su padre—. Estás cometiendo un error —Étienne se señaló a sí mismo, casi parecía ofendido—. Sí, tú. Y si no tú no mueves un dedo por acabar con Drenia, lo haré yo. Encontraré la manera.

    —Por «acabar» entiendo que te refieres a… —y movió la mano en el aire sin acabar la frase.

    —¡Por supuesto! ¡Si matas al perro se acaba la rabia! —esta vez le dio un golpe a la mesa dejando allí el candil—. ¡Y alguien tendrá que tomar venganza por todas esas muertes en el pasado! ¡Esas masacres! ¡No puede librarse de su castigo!

    —Resumiendo: planeas acabar con un asesino cometiendo un asesinato —suspiró—. Una maniobra muy decepcionante viniendo de ti, Aimée.

    —¿Yo? ¿Yo soy la que decepciona? —negó con la cabeza, rio y acabó por andar en círculos. Si Greg no se hubiera apartado, seguramente se hubiera llevado un pisotón—. ¡Tú eres el que decepciona aquí! ¡Te he apoyado siempre, papá! ¡Pero ahora…! ¡Ahora prefieres echarte a un lado y perdonar a un perturbado! ¡¿Pero no ves que volverá a la carga con nuevas matanzas?! ¡Será sólo cuestión de tiempo que todo vuelva a ocurrir! ¡Y tú serás responsable de esas muertes! ¡Permitiendo que Drenia, y su panda de locos, campen a sus anchas por el reino también permites que…-! —gritó conteniendo las ganas que tenía de lanzarse a por Étienne y tirarle de los pelos—. ¡Por el santo Acero! ¡¿Cómo no puedes verlo?!

    —Te pareces tanto a tu madre cuando te enfadas, hacéis los mismos gestos.

    Étienne rio un poco y si no acabó con un libro contra la cara fue porque Aimée apreciaba demasiado un buen libro como para lanzarlo así como así. En su lugar, volvió a gritar y pateó con tanta fuerza la silla que tropezó y, la verdad, no supo muy bien cómo, cayó al suelo.

    —¡No! ¡No me toques! —se revolvió y apartó de un golpe la mano que le tendió Étienne. Se puso en pie, se tragó las lágrimas y le dedicó una mirada que mezclaba ira y tristeza a partes iguales—. Eres un cobarde, papá; un maldito cobarde.
    Se esperaba una respuesta, pero no hubo más que silencio y salió de la biblioteca tan enfadada que sería posible que le saliera humo de las orejas.



    Fueron unos días muy tensos entre rey y princesa, más bien, entre el rey y cualquiera contrario a Drenia. Durante estos días, la única compañía de Étienne fue su royalet, y afirmaban por el castillo que Brigitte seguía a su lado porque, de alguna forma, era su trabajo. Pero Étienne se mantenía calmado en este pequeño mar de soledad, sí se le veía triste y alicaído, pero ni una sola vez se unió a los desplantes de Aimée (que no fueron pocos, precisamente).

    De esta manera llegó la segunda votación de la Corte, y Drenia se sentó en su puesto lleno de confianza. Les dedicó una sonrisa altanera a los presentes y se acomodó para escuchar a Tilda tomar la palabra.

    —Nos hemos reunido a petición anónima…-

    —Admite que has sido tú, bruja, que no estás conforme con el resultado y crees que votando de nuevo conseguiréis echarme —rio—. Vamos, votemos de una vez, tengo mucho que hacer, ¿quién está a favor de que…-?

    —No tan rápido —le interrumpió Étienne alzando la mano—. Esta votación será diferente a la anterior, de lo contrario, no tendría sentido.

    —Usted dirá, Majestad, ¿propone que cerremos un ojo mientras votemos? ¿O quizá dar nuestro voto a la pata coja? ¿Lo recitamos en verso?

    —Hazlo así si tanto te divierte —cogió aire y lo soltó en un pequeño gruñido al ponerse en pie—. En esta segunda votación, como bien ha dicho Tilda, a petición anónima —no le dedicó a Marinette ni la más leve de las miradas, no pondría en riesgo el anonimato—, nos abstendremos los que estemos, aunque sea mínimamente, relacionados con lo arcano.

    —¡¿Pero cómo…-?! —Tilda se giró hacia Étienne controlando lo mejor que pudo los chisporroteos en sus manos. Respiró hondo, se calmó y siguió hablando—. Majestad, ¿qué pretende?

    —Busco una votación justa y, como decía, nos abstendremos varios en esta Corte, empezando conmigo mismo y mi hija —la escuchó gruñir al removerse en su asiento—. También tú, Tilda y, por supuesto, Drenia. Sobra decir que Greg tampoco podrá votar.

    —Es que así debería ser siempre, Majestad —se quejó Drenia.

    —De todos los presentes, sólo uno vio nacer el reino. Y si alguien merece estar aquí hoy, es él, ¿no te parece, Drenia?

    —¡Me parece que estamos perdiendo el tiempo! —dio un manotazo a uno de los adornos de su silla y sacudió luego la mano—. La votación, incluso sin nosotros, los arcanos…-

    —Tú no eres más que un parásito.

    —Bruja, no interrumpas —sonrió—. Los votos siguen estando a mi favor, ahora más que nunca, así que, ¿qué hacemos, Majestad? ¿Podemos dar el asunto por terminado?

    —La Corte no está completa.

    Drenia parpadeó, incrédulo, y miró al resto de sillones: Marinette apretando la mano de una muy angustiada Lara; los hermanos Loup a veces mirando al rey, a veces mirándolo a él; el lunar que tenía Violaine pintado sobre el labio se desdibujaba por el sudor, y el joven Côme le advertía de ello; y Nina hacía sonar el acero de sus botas contra el suelo, impaciente.

    —Majestad —y volvió la vista a Étienne, contando las cabezas del dragón, la princesa y la bruja junto a él—, yo diría que estamos todos.

    —Lara —se puso en pie casi de un salto, hasta Marinette se apartó asustada—, convoca ahora mismo a tus cinco militares de mayor confianza, ellos completan la Corte.

    —Uno de ellos no está ahora mismo en Acier —y lejos, muy lejos de allí, Léo estornudó—. Pero traeré a los cuatro restantes lo más pronto posible.

    —Creo recordar que esos militares sólo son invitados a eventos festivos, Majestad —se quejó Drenia mientras Lara salía con Brigitte tras ella—: bailes, banquetes, aquí no tienen nada que celebrar.

    —Y, sin embargo, a mí me parece que sí, Drenia, que muy pronto vamos a celebrar algo.

    Intercambiaron la mirada y la mantuvieron fija en un duelo silencioso, pero cargado de tensión. Quizá fuera Greg el único en escuchar que los latidos de Drenia se aceleraban mientras que los de Étienne se habían mantenido a ritmo normal, aunque todos pudieron ver el ceño fruncido del mago, ahora enterrando las uñas en su sillón.

    Lara no tardó mucho más en aparecer, acompañada de tres capitanas y un cuarto, bastante más bajito, que se removía para que Brigitte le soltara, le había agarrado de la capa y tiraba de la tela, logrando que el hombrecillo se tropezara continuamente y, si no caía, era porque la tricot seguía tirando de su capa.
    Étienne carraspeó, Brigitte le soltó y la primera impresión del capitán fue terrible para los presentes.

    —Riqueti, de Villepin, Arceneaux —las tres capitanas se llevaron la mano al pecho a medida que Lara las nombraba, la última dedicándole un rápido guiño a su madre, Violaine—. Y también el capitán Belyea, algo torpe pero muy astuto.

    —No estoy de acuerdo en que unos soldados de tres al cuarto tengan voz y voto en un asunto tan crucial como éste.

    —Votamos por tu expulsión, rata, hasta mi hijo sabría hacerlo, y sólo tiene tres años —soltó Riqueti, arrancándole una risita a sus compañeras—. Majestad, cuanto usted diga.

    —Tilda, ¿haces los honores?

    —Será un placer —y hasta se relamió antes de hablar—. Demos comienzo a esta segunda ronda de votaciones, donde hemos acordado que los arcanos, o los remotamente relacionados con la magia —chasqueó la lengua mirando a Drenia—, no nos posicionaremos. Dicho lo cual, ¿quién está a favor de la expulsión de Drenia, representante de la magia norcana fabricada por nuestro anterior rey?

    Las capitanas alzaron la mano casi a la vez, y el hombrecillo se vio obligado a estirar mucho el brazo para quedar sobre ellas. Louis Loup alzó también la mano, y consiguió que su hermano le imitara después de darle un codazo; Nina alzó la mano entre risas y miró hacia donde miraban todos: hacia Lara. Marinette volvía a apretar su mano y parecía pedirle algo con la manera en la que torcía sus cejas, pero Lara se revolvía y no acababa de decidirse por un voto, y los que quedaban mostraban las mismas dudas.

    —¡Sabes muy bien lo que pasará si…!

    —Dinos, Drenia —Étienne cortó la amenaza en seco—, ¿qué pasará si nuestra mariscal da libremente su opinión, sin ser coaccionada ni recibir ningún tipo de amenaza? ¿Pasará algo que debamos saber?

    Y el efecto de sus palabras fue inmediato, Lara alzó el brazo casi tanto como lo hizo el hombrecillo, Marinette se limpió las lágrimas que amenazaban con caer y se unió al gesto. Violaine alzó los dos brazos esta vez dejándose llevar por la emoción, y el joven Côme tuvo que separarse un poco viendo cómo de rápido se sacudieron los pellejos que tenía por extremidades, tuvo algún que otro problema, pero consiguió alzar también el suyo.

    —El resultado está claro —comentó Tilda—. Ni un solo voto en contra.

    —¡Me niego a aceptar esta votación! —Drenia se puso en pie y negó continuamente con la cabeza—. ¡Solicito una tercera revisión! ¡Majestad!

    —Sabes que las revisiones sólo se aceptan si no son a petición del afectado —respondió Tilda, Étienne prefirió rodar los ojos, asqueado del tema y la situación—. Esta segunda revisión no la solicitaste tú, ¿verdad?

    —¿Y quién fue? ¿Quién fue el traidor? ¡Lara! ¡Maldita traidora! ¡¿No fui claro con…-?!

    —¡Fui yo! —gritó Marinette dando un paso frente a Lara, resultaba hasta divertido que un cuerpecillo delgado y menudo como el suyo fuera el escudo de otro que casi le doblaba en tamaño—. Sabía que había algo turbio en los votos, y le pedí al Rey una revisión, dado que el resultado no me afecta a mí directamente.

    —Oh, y tanto que te va a afectar…-

    —Drenia —dio un bote cuando Étienne le llamó—, dispones exactamente de diez minutos para abandonar Acier. Siendo un mago tan poderoso como dices, no te supondrá ningún problema. Sobra decir que cualquier mínimo altercado relacionado con la Estrella Roja en este reino o sus territorios afines —pensó en las minas, pensó en los bosques— será condenado con extrema dureza.

    —No, Majestad, yo…-

    —Si en diez minutos no has dejado Acier, Tilda se encargará de echarte empleando los métodos que crea oportunos y necesarios. Con tu expulsión, ella pasa a ser la responsable máxima de la magia en esta Corte.

    —Majestad, comete usted un error…-

    —El tiempo corre, Drenia: diez minutos, ni uno más —se puso en pie soltando esa especie de gruñidito que se camuflaba en queja—. Finalizada la votación, volved todos a vuestros quehaceres. Buenas tardes.



    Iba por el pasillo saboreando el café que le sirvieron en cocinas, también se empeñaron en que comiera algo sólido, pero ahora mismo prefería disfrutar del café y regresar a su habitación a descansar. La jugada en la Corte fue una muy arriesgada (¿y si Lara hubiera cedido a las amenazas?), pero había salido estupendamente, incluso mejor de lo esperado a juzgar por cómo le miró Tilda. En aquel momento debía estar pateando el culo de cierto mago «parásito», y debía estarlo haciendo con una sonrisa de oreja a oreja.

    Entró en su habitación con la promesa de un merecido descanso, pero en su lugar encontró a Aimée sollozando contra las escamas de Guardián, pareció susurrarle algo y ella se giró tan rápido que cualquiera en su lugar se habría mareado.

    —¡Papá! ¡Lo siento muchísimo! —no se dio cuenta de que estaba gritando hasta que Greg, volvía a convertirse en humano, se quejó del volumen—. Te he dicho cosas terribles, por favor, perdóname.

    —No hay nada que perdonar —dijo dejando el café en la mesa, le quedaban aún un par de sorbos, pero necesitaba las dos manos libres para poder abrazar a Aimée. Le dolía cada lágrima e hipeo, e intentaba calmarla sin mucho éxito—. Greg, no —con un brazo apretaba a Aimée contra él, pero su mano libre se alzó como si pudiera detenerle—. No es cacao, es café. No. No te va a gustar. Greg —y le vio sacar la lengua para probar la bebida, y aunque se le escapó una risita con la mueca de asco que puso, lamentó el dramático final de la taza contra el suelo—. Hija, tranquila —se apartó un poco para pellizcarle las mejillas—. Todo está bien. Siempre te has parecido a tu madre y, como ella, sientes las emociones con tal intensidad que a veces te superan. No tiene nada de malo.

    —¡Claro que sí! No supe ver más allá, no…- ¿lo tenías todo planeado? ¿Por qué no me dijiste nada? ¡Te habría apoyado!

    —Y ése es justo el problema, tenía que engañar a Drenia para que se confiara en la votación.

    —Pero… —masculló algún insulto entre dientes y decidió sentarse a un lado de la cama. Desde aquí, y todavía enfurruñada, vio a Tilda entrar por el balcón como la mejor de las actrices al escenario, abriendo los brazos y mirando de un lado a otro esperando ovaciones.

    —Ah, Majestad, ¡qué placer! Nunca he estado tan cerca del orgasmo con un hombre como lo estoy ahora —y después de suspirar casi extasiada, rio viendo la cara de Étienne—. Al fin hemos sacado la basura de este reino, y la sensación es maravillosa —chasqueó los dedos y una nueva taza de café apareció en las manos del rey—. Admito que su estrategia me tomó por sorpresa, e incluso por un instante creí que no haría usted nada —se sentó y le ofreció una taza de chocolate caliente a Greg, fue divertido ver a un dragón diminuto sumergirse en el líquido—. No sabe lo que me alegra haberme equivocado, y eso que no soy muy dada a las equivocaciones. Princesa, ¿quiere un té?

    —¡No merezco ni siquiera estar aquí! —respondió entre lágrimas—. ¡No supe ver nada más allá de la venganza! ¡Entiendo que estés tan decepcionado conmigo, Papá! ¡Y no pondré ningún impedimento a que Maèl suba al trono, lo juro!

    —Si tu hermano fuese rey, Acier caería en menos de una semana —Étienne suspiró y Tilda asintió con la cabeza—. En unos años, o quizás antes, cuando yo muera…-

    —¡No! ¡No lo digas ni en broma! —se sacudió las faldas del vestido volviendo a ponerse en pie—. Nunca estaré preparada para ser reina, ¿no es evidente con lo que pasó hoy? Tú diste con la estrategia que expulsara a ese perturbado del reino sin derramar una gota de sangre, ¿y yo qué propongo? Su muerte.

    —¿En qué me diferenciaría de mi padre si opto por matar a los contrarios a mí? Un líder que causa la muerte a sus enemigos, ¿qué clase de líder es? Uno sin competencia, desde luego, pero acabará siendo temido por su propia gente —se alzó de hombros antes de dedicarse al café, dando tiempo a que sus palabras calaran en Aimée—. Siempre hay un camino de paz, sólo tienes que encontrarlo. Confío en ti.

    —No es tan fácil, Papá, yo no… ¿y si no soy tan buen monarca como pensaba? ¿Y si no puedo llevar la corona con honor? No, yo…-

    Salió corriendo del dormitorio para llegar al suyo, donde dejaría que, como decía Étienne, las emociones la superaran por un momento. De alguna forma, Étienne lo sabía, y pidió calma tanto a Tilda como a Greg, alertados por aquella espantada.

    —Está bien, no os preocupéis. Tiene mucho en lo que pensar y es demasiado joven. Dejémosla a solas —suspiró—. Háblame de Maèl, Tilda, ¿cómo le has visto? —no supo entender por qué las cejas de la bruja volvieron a arrugarse.



    La historia de Maèl.
    Tan concentrado estaba en sus pensamientos (giraban todos en torno al Adri descamisado que vio en la cabaña) que dio un señor bote cuando una capucha cubrió de repente su cabeza de las primeras gotas. Miró a los lados y encontró la sonrisa de Arala, que señaló a su espalda con el pulgar, ahí estaban Adri y Léo discutiendo la ruta a seguir. Se habían alejado de la zona nevada, pero el tramo que atravesaban no dejaba de ser casi montañoso. Las opciones eran seguir camino abajo hasta alcanzar terrenos más cálidos o, básicamente, continuar por el sendero de roca.

    —De acuerdo, de acuerdo —Arala se acercó a ellos dando una palmada al aire, la discusión se estaba calentando demasiado—. Adri, trataré tus heridas, un poco de magia y podrás seguir como si nada hubiera pasado. Sí, sí, con energías de sobra para tus discusiones con Léo.

    Fue curioso que después de las curas la que quedase sin energía fuera ella, pero la magia sanadora era agotadora para quien la usaba. Adri le entregó arco y carcaj a Maèl, y se encargó de cargar a la bruja a la espalda. Maèl estuvo muy cerca de envidiar el desvanecimiento de Arala, pero le gustaba demasiado llevar las cosas de Adri.

    Léo aprovechó la situación para colocarse como su férreo guardián, alejándole lo más que podía de Adri o Cachorro. No lo tuvo que hacer muy bien, porque Maèl no tuvo el menor de los problemas en acercarse a él mientras que Léo, ahora encargado de leer el mapa, se decidía por qué camino seguir.

    —¿Estará bien? —preguntó señalando a Arala, y sonrió cuando Adri asintió con la cabeza—. Me alegro. Sin ella el grupo no está completo, y tú y Léo os pelearíais demasiado —rio un poco con el golpecito de Cachorro a una de sus piernas, le acarició entre las orejas y volvió a mirar a Adri. Después de los dos segundos que pasó simplemente admirándole, pudo hablar—. ¿Es muy tarde para disculparme? Ya sabes, por... por haberme ido sin avisar. Hice que te preocuparas muchísimo, y encima acabaste herido, pero... ¡pero te prometo que no lo volveré a hacer! Me quedaré siempre contigo, y si no me dices que vaya a tal o cual sitio, pues no me moveré y me quedaré plantado como una estatua a tu lado. Sí, eso haré, ya lo verás, y estaré tan a salvo y tan seguro que no me haré ni un rasguño.

    Pero el discurso perdió todo su efecto cuando tropezó, quién sabe con qué, y acabó en el suelo. Léo se acercó gritando y tardó bastante poco en tachar a Adri de irresponsable antes de explicar su itinerario.

    —La aldea más cercana es Silladi, «la de las mil agujas». La buena noticia es que podemos llegar esta misma noche y descansaremos como es debido en alguna posada, la mala es que debemos cruzar un desfiladero. Si tuviéramos que bordearlo tardaríamos semanas, la nieve nos cogería para ese entonces —le dedicó a Adri un ceño fruncido—. Nada de quejas, sabes tan bien como yo que es el mejor camino.

    El puente para cruzar el desfiladero no tenía buena pinta, faltaba más de un listón de madera y la distancia entre un lado y otro era considerable para algo así de destartalado, por no hablar de la altura a la que estaba suspendido, la caída al río que marcaba la forma del paisaje sería de casi 50 metros.

    Nada de esto desanimó a Maèl, que veía todo este viaje como una aventura, pero cuando Adri le dijo que parara, obedeció recordando su promesa. El primero en cruzar fue Léo, seguido de Cachorro. Al fin llegó el turno de Maèl y avanzó muy poco a poco, listón a listón, con una mano sujetando la cuerda de seguridad que le había lanzado Léo y con la otra aferrado al arco de Adri.

    —Eso es... sólo un poco más —le animaba Léo desde el otro lado, tirando de la cuerda, hasta Cachorro la sujetaba con sus dientes y si no se había lanzado hacia Maèl fue por la mirada severa de Adri—. No mires abajo, mírame a mí. O al lobo —añadió entre bromas—. Ya lo tienes, sí.

    Paró en seco cuando le faltaba ya tan poquito para llegar al otro lado, no escuchó ni la voz de Léo, ni la de Adri, tampoco los gruñidos de Cachorro cuando soltó la cuerda. Primero escuchó un grito que le heló la sangre viniendo en su dirección y luego un dolor tal golpeando su frente que le hizo perder el conocimiento. El punto positivo es que no fue consciente de la caída.



    Con los primeros parpadeos consiguió recuperar el aire de los pulmones, encontrando bastante difícil tomar grandes bocanadas. Una punzada en el costado se lo impedía, y supuso que sería algún tipo de herida interna. Hablando de heridas, le dolía demasiado el tobillo derecho y sentía medio cuerpo todavía entumecido por la caída.

    Logró incorporarse hasta quedar sentado sobre la arena, miró alrededor y acabó de lo más confundido al no tener la menor idea de dónde estaba. Hizo memoria: estaba cruzando el puente, escuchó ese grito terrible, el dolor repentino ¿y luego? Bien, no había que ser un genio para averiguar el siguiente paso. Lo primero que hizo fue desnudarse y dejar su ropa al sol. Maèl no era ningún amante del desnudo (al menos, no del suyo propio), pero recordaba lo que Adri le había dicho sobre el frío y la ropa mojada.

    Recorrió pocos pasos sobre la arena, cojeando y a veces dando saltitos hasta alcanzar el arco de Adri. No disimuló el suspiro al encontrarlo de una pieza, sabía bien lo importante que era este arco. Se dijo que el carcaj no debía andar lejos, y volvió junto a su ropa usando el arco como improvisado bastón. Se sentó sin saber muy bien qué hacer ahora y se dedicó a mirar a sus lados. Debía estar lejísimos de Silladi, porque en lugar de piedra y roca desnuda, veía el nacimiento de un bosque. Sí, sería genial saber qué árboles y plantas tenía delante, pero aquello resultaba imposible para él. Prefirió sacar su diario y describir lo que veía, acompañando el texto con algunos dibujos; recogió también algunas hojas del suelo que añadió a aquel registro. Nunca había visto necesarios los dibujos en su diario, pero tenía intenciones de enseñarle estas páginas a Adri para poder añadir los nombres de las plantas, y nunca le había visto con un libro en las manos, supuso que no le gustaba demasiado la lectura, así que se lo pondría más fácil con las ilustraciones.

    A diferencia de las palabras, que se le daba bastante bien dar con las correctas, los trazos de un dibujo le llevaban mucho más tiempo. En otra situación no le importaría pasar el tiempo que hiciera falta tras el papel dibujando cada detalle, pero si ahora hiciera eso, le caería la noche encima. Le aterraba la idea de pasar la noche solo, así que apuró su entrada al diario todo lo que pudo. Descartó adentrarse en el bosque, ni loco, no le asustaban los depredadores, le asustaban los insectos, ¿y si se topaba de frente con un hormiguero? ¿Una colmena? Le recorrieron escalofríos mientras por fin se vestía.

    Se echó a caminar río arriba y dio un salto de alegría (cómo le dolió entonces el tobillo) al distinguir el carcaj de Adri encajado entre un par de rocas, al estar boca abajo caían de él las flechas, y como nunca se acababan se convirtió aquello en un reguero de flechas que no terminó hasta que Maèl cogió el carcaj. Por supuesto, también anotó todo esto en su diario.

    Siguió con su travesía junto al río, parándose de cuando en cuando para colocar varias flechas en el suelo: clavaba dos entrecruzadas para formar una equis y bajo ellas colocaba una tercera que señalaba río arriba. No sabía bien si marcaba la dirección para evitar perderse o por si alguien le buscaba, pero le pareció una buena idea (y le divertía ver surgir una flecha en el carcaj cuando quedaba vacío).



    Arala gritó tanto y tan fuerte que hasta Cachorro dio un respingo, Léo se encogió en el sitio y Adri suspiró antes de volver a zambullirse en el río. Después de echarse las debidas culpas por la aparatosa caída de cierto príncipe al vacío, se pusieron de acuerdo en bajar por un lado del desfiladero hasta la orilla.

    Una vez junto al río, Adri nadó y buceó entre las rocas buscando algún rastro de Maèl, y Léo vigilaba a Arala, que comenzaba a despertar.

    —¡¿Pero cómo habéis podido dejar que se caiga del puente?! —volvió a gritar—. ¡¿Tan ocupados estabais midiéndoos la polla?! ¡Os juro que como le haya pasado algo...! —suspiró buscando calmarse—. Demos gracias a los astros que sigue con vida.

    —Eso realmente no lo sabemos —murmuró Léo.

    —Si Maèl hubiera muerto, esa bruja —se refería, obviamente, a Tilda— ya nos hubiera matado a nosotros. Y yo nos veo bastante vivos, ¿no te parece? ¡Adri! ¿Has encontrado algo?

    Adri se acercó a ellos con lo único que sacó del río: un pedacito de tela. Las rocas habían rasgado la ropa de Maèl y aquel trozo casi diminuto de lino era lo único que no se había dejado arrastrar por la corriente.

    —Es poco, pero me servirá —ni se lo pensó en coger la tela. Dos chasquidos de dedos y comenzó a trazar un círculo sobre la arena usando el pie izquierdo.

    Mandó a cada uno del grupo a un punto del círculo, cerró los ojos, se concentró en decir las palabras correctas (hasta tuvo tiempo de maldecir a Tilda y los pocos consejos que le había dado) y en un par de segundos aparecieron kilómetros más abajo, en el mismo punto donde despertó Maèl.

    —Debe estar... por aquí... no muy lejos...

    —¡Oye, oye, oye! —Léo la sujetó para que no cayera, estaba agotada—. ¿Pero a dónde vas? —y Adri le contestó, pero con gritos e insultos echándose a correr tras Cachorro—. ¡No pienso perder contra ti!

    Se cargó a Arala a espalda y también empezó a correr, pero el peso extra cansaba a cualquiera y más pronto que tarde perdió de vista a lobo y cazador. Una vez más tenía que dejarle a Adri el papel de héroe, esto iba a restarle muchos puntos con Maèl.



    Había llegado a un desnivel junto al río, un terreno llano y algo elevado sobre la orilla, con un árbol lo suficientemente alto como para usarlo como torre de vigilancia (era como si a ese árbol no le gustase la compañía de otros árboles y se alzara sobre ellos para demostrarlo). Tardó un poco, pero consiguió encender una pequeña hoguera siguiendo los consejos que le había dado Arala para controlar el fuego.

    Se paseó por el terreno buscando algo que comer, encontró arbustos con bayas y también fruta en el árbol, ¡incluso algunas setas junto al tronco! Pero no reconocía nada de aquello y no quería arriesgarse a descubrir sus efectos por las malas.

    Prefirió sentarse junto al fuego e ignorar lo mejor que podía el rugido de sus tripas, consiguió entretenerse con su diario al menos hasta que se fue el sol. Entonces el entretenimiento fue escalar un árbol tan alto con la punzada en sus costillas y el tobillo cada vez más hinchado. En el primer intento acabó en el suelo, el segundo y tercero tuvieron el mismo final, no fue hasta el cuarto que consiguió llegar a unas ramas a buena altura. Anotaría en el diario que sabía seguir las indicaciones de supervivencia que se le daban, por muy difícil que se le hacía prestar atención a lo que le decía Adri y no mirarle embobado. El caso es que Adri le había dicho alguna vez que dormir al raso era peligroso por estar al alcance de los depredadores. Aunque ningún depredador tendría demasiados problemas en agarrar la trenza dorada que caía del árbol, y que haría que un príncipe dormido cayera de sus ramas.

    Tan cansado estaba que no oyó los aullidos de lobo hasta tenerle prácticamente al lado o, mejor dicho, debajo. Lo más curioso de aquello es que reconocía esos aullidos.

    —¿Cachorro…? —giró en la rama sin poder evitar que cayeran tanto el carcaj como el arco, que se sujetaban en la misma ramita junto a sus pies.

    El lobo saltó de entre los arbustos y olisqueó las flechas, alzó la cabeza mirando el árbol y comenzó a dar vueltas en el sitio al reconocer a Maèl. La emoción del príncipe fue incluso mayor a la del lobo y si no se lanzó del árbol al suelo fue por el dolor en las costillas, prefirió retroceder un poco y buscar una manera más segura de bajar, ¿por qué nadie le había dicho nunca lo difícil que era bajar de un árbol? No sabía dónde poner los pies o las manos, y eso saltaba a la vista viendo la rapidez con la que cayó, imitando a cualquier fruta madura. Los lametones de Cachorro por su cara le ayudaron a olvidar, por lo menos un poco, el dolor que le recorría ya el cuerpo entero, y temblando y todo se incorporó para devolverle las caricias.

    Ya había soltado un par de lágrimas (¿de alegría? ¿De dolor? Quizás ambas) cuando vio a Adri salir de entre los matorrales. Entonces sí olvidó los latidos en su tobillo y los pinchazos por las costillas, porque corrió hacia él y prácticamente se lanzó a sus brazos. Planeaba decirle que sus consejos de supervivencia habían servido, pero era muy complicado hablar mientras se lloraba a moco tendido. Se aferró a Adri y no se movió de allí sintiendo cómo correspondía a su abrazo, al fin se sentía a salvo.



    El grupo volvió a reunirse junto al fuego, todos atendiendo al relato de Maèl sobre su aventura en solitario. Hasta Cachorro parecía concentrado en la historia. Arala se disculpó por no poder tratar sus heridas, necesitaba descansar un poco antes de volver a usar magia, sobre todo la de sanación, que era siempre tan compleja; aunque viendo cómo de rápido se sonrojaba Maèl con las manos de Adri palpando y evaluando la lesión de su tobillo creía que hasta le hacía un favor. A Léo, sin embargo, no le hacían ninguna gracia aquellos sonrojos y gruñía tras ellos intentando separarles; el ambiente estaba tan animado que no entendió sus bostezos, mucho menos que se durmieran a la vez. Claro que todo tuvo sentido cuando apareció el primer gato.

    —¿Me puedes explicar cómo has podido tolerar algo así? —la voz de Tilda sonaba fría como el hielo inspeccionando a Maèl—. ¿No te hice responsable de su seguridad?

    —Maèl es un amante del peligro, aunque sea de manera involuntaria.

    —¿Te quedan ganas de bromear, novata de pacotilla? Ni siquiera puedes curar unos cortes sin desmayarte.

    —Es que también he usado el teletransporte para encontrarle —se defendió—. Sólo necesito reponerme un poco, Maèl despertará sin un rasguño.

    —Eso te lo garantizo —chasqueó los dedos y se reunieron los gatos tras ella, maullaron y Adri flotó boca abajo, como si alguien le hubiera cogido por los pies.

    —¡Espera, espera!

    —¿Cómo no? Saltas a la defensa del muerto de hambre —suspiró negando con la cabeza—. Alguien tendrá que llevarse los golpes, ¿es que quieres ser tú?

    —Sí, deja a Adri en paz. Se desvive por el principito.

    —¿«Principito»? Muestra algo de respeto, ¿quieres? —chasqueó la lengua y si Adri no se dio un golpe bastante fuerte contra el suelo fue por la intervención de Arala, que le hizo flotar unos segundos antes de dejarle junto a Maèl.

    —¿Tanto te cuesta no tratar a la gente como juguetes rotos? Una caída así le haría daño.

    —Oh, no me digas.

    Arala no se amedrentó al verse rodeada de gatos, y cuando los rayos que hizo surgir Tilda estaban a punto de tocarla, le mostró un espejo. No era un espejo cualquiera, de eso se dio cuenta también Tilda, que por el impacto retrocedió unos buenos metros. Fue la primera en levantarse, apareciendo nubes de tormenta en el cielo, su cuerpo entero brillaba de rabia y aunque tuviera costillas rotas y anduviera coja, daba auténtico miedo.

    —Mocosa impertinente, usar algo tan rastrero como un espejo místico contra mí, heredera de los Cattalis —rugía mientras se acercaba, a cada paso se recuperaba un hueso o se cerraba una herida—. Ahora aprenderás qué pasa cuando...-

    Hasta la tormenta desapareció cuando escuchó a Maèl soltar un largo bostezo, terminando de despertar. Miró a los lados, sonrió al ver a Adri tan cerca, y después vio a la bruja.

    —¡Tilda! ¡Estás aquí! —se levantó de un salto, sorprendido de poder hacerlo—. ¡Y me has curado, muchas gracias!

    —No ha sido nada, príncipe.

    —Ya te he dicho que me llames Maèl —refunfuñó mientras despertaba a Cachorro, y juntos despertaron a Adri. A Tilda no se le escapó el sonrojo del príncipe cuando el «muerto de hambre» le sonrió.

    Arala carraspeó para llamar su atención, ganándose un ceño fruncido.

    —Ya que eres una bruja tan poderosa, ¿podrías echarnos una mano? Nos gustaría llegar a Silladi y descansar en una cama, pero estamos muy lejos y nosotros muy cansados.

    —¡Qué gran idea! ¡Tilda, por favor!

    Ni siquiera Tilda podía resistirse a la cara de corderito degollado que tenía Maèl, juntaba las manos bajo su nariz y suplicaba torciendo las cejas. Toda su cara se iluminó cuando Tilda aceptó a ayudar.
    En cuestión de segundos, todo el grupo estaba en Silladi, más concretamente, en el recibidor de la posada. La repentina aparición le dio tal susto al dueño que se cayó de la silla donde se estaba echando una cabezadita.

    —¡No, no, no! ¡No se permiten perros aquí dentro! —no le preocupaban las armas o armaduras, sino las pulgas que traían los animales—. ¡Fuera, fuera!

    —Vaya, qué lástima, la posada no admite animales —comentó Tilda mirando a Cachorro—. Parece que el muerto de hambre y su chucho pulgoso tendrán que dormir en otro lado.

    —¡Entonces voy contigo, Adri! Vamos, Cachorro, ¡busquemos un buen sitio donde dormir! —le llenó de caricias antes de girarse al resto—. Nos vemos mañana, ¿de acuerdo? ¡Buenas noches!

    Arala le dedicó un aplauso muy lento, cargado de ironía, a Tilda, todavía incapaz de moverse o cerrar la boca de la sorpresa.
    —Felicidades, has conseguido que pasen la noche juntos —le dijo con una sonrisita—. Léo, ¿te parece bien si ocupamos una habitación doble? Necesito dormir, y está claro que a Maèl no podría importarle menos si te tiene cerca o no.

    —¿Una batalla perdida?

    —Una derrota total —rio—. Oh, poderosa Tilda, bruja de Acier, heredera de los Cattalis, ¿pasarás la noche en esta humilde posada? Te advierto que en las habitaciones hay espejos.

    Tilda frunció tanto y tan rápido el ceño que cayeron varios truenos bajo techo (ante esto, el dueño de la posada gritó aterrorizado), soltó más de un insulto y desapareció en un pequeño remolino púrpura.



    La historia de Corr.
    Llevar a Niko de vuelta a la cabaña no fue difícil, sí lo fue algo más alejar a Ghilanna de él mientras descansaba. Decía ella que su amistad comenzaría en cuanto curase sus heridas con toda la buena fe, pero Corr dudaba siquiera que las heridas de Niko sanasen si recibía atenciones de una solar, y no tuvo más remedio que pedirle intimidad a Ghilanna para realizar él las curas.

    —Te concedo dicha intimidad porque tú y yo ya somos amigos, ¡amigos íntimos! —corrigió—. Iré a coger algo de fruta para la cena, ¡pero me avisas si pasa algo! ¿Y a dónde ha ido Makra? ¡Somos compañeras que comparten una batalla! ¡El vínculo es inquebrantable! ¡No puede dejarme ahora!

    Corr la despidió entre risitas, luego se armó con trapos y agua tibia, y regresó a su dormitorio. Era curioso que no le molestara en absoluto que Niko ocupara su cama, manchando las sábanas de sangre, sudor o bilis. Charlotte, blanca como la nieve, tampoco se libró de aquellas manchas por su pelaje, pero no se apartó del lado de Niko, y si Corr se dedicó a limpiarle el cuerpo entero, ella le lamía una mejilla o le daba golpecitos con el morro esperando que despertara.

    Pero Niko no despertó hasta pasados cuatro días. Corr se acercó intentando no hacer mucho ruido y juntó ambas frentes, la fiebre no distinguía entre elfos y humanos, y al ver que los dos estaban a la misma temperatura, sonrió de lo más aliviado.

    —¿Qué tal estás? —le preguntó sin alzar mucho la voz—. Te he tratado las heridas lo mejor que he podido, pero no soy ningún médico. Makra dijo que lo mejor sería no usar la magia y dejar que tu cuerpo se recupere por sí solo, algo de ¿desajustes mágicos? —resopló negando con la cabeza—. Me lo explicó varias veces, pero no terminé de entenderlo. Alto ahí, ¿dónde crees que vas? —prácticamente le estampó la mano en el pecho y le hizo volver a acostarse—. Mientras yo esté aquí no te dejaré salir de la cama.

    —Ya veo que las cosas entre vosotros avanzan bien —comentó Ghilanna entrando en la habitación, dejó una bandeja de fruta en la mesita y miró hacia Corr, que no llegó a entender ni a qué se refería ni el doble sentido que tenía su propia frase—. Qué frustrante debe ser estar casada contigo.

    —Pero bueno, ¿y eso a qué viene ahora?

    —Te lo digo como amiga tuya que soy, no te enfades.

    —Ya, amiga del alma, vamos.

    —¿De verdad? ¡Eso es fantástico! ¡Me esforzaré en darte una amistad del todo sincera, no dudes en pedirme cualquier cosa! —llegó a aplaudir y dar vueltas en el sitio, si no saltó hacia Corr fue por lo erizado que tenía Charlotte el pelaje—. Ah, resulta que trabar amistad con los humanos es así de sencillo. Siento que entiendo mejor a la buena de Morgiana —se giró hacia Corr con un nuevo brillo en los ojos—. ¿Crees que tu hermano aceptaría casarse conmigo? No puedo pedírtelo a ti, eso sería traicionar nuestra bonita amistad, pero no creo que el rey de Acier se oponga. Le pediré a Makra que le investigue.

    —Hazme un favor y dile que Niko ya despertó.

    —¡Por supuesto! ¡Por un amigo haré cualquier cosa!

    Charlotte saltó al suelo y siguió sus pasos intentando morder las faldas de su vestido, no le caía nada bien la solar, y saltaba a la vista.
    Corr prefirió soltar un largo suspiro y dejarse caer en la cama junto a Niko.

    —Me agota. Cuando empieza a hablar es que no se calla. No —alzó el índice—. No quiero que le cortes la lengua, gracias —rio y giró el rostro para mirarle—. Me alegro de que estés bien, me tenías muy preocupado —no se esperaba la entrada tan rápida de Charlotte, saltando en la cama para quedar sobre el pecho de Corr. Le mordió la mano pidiendo atención y soltó sus chillidos tan característicos con las primeras caricias—. Ella tampoco se ha separado de tu lado en estos días —y la ayudó a quedar sobre Niko, acurrucándose contra su cuello—. Nunca te había visto el pelo tan largo —confesó acariciando uno de sus mechones, jugó un poco con él antes de soltarlo. Decidió tirar un poco de su oreja antes de levantarse—. Voy a prepararte algo decente, no vas a recuperarte nunca comiendo sólo fruta.

    Se decidió por un plato infalible: carne y vino. Niko no era precisamente un fanático del alcohol, pero apreciaba el regusto del vino en la perdiz. Decidió añadir verduras y las especias necesarias, no era, ni de lejos, un plato de la cocina élfica pero (de haber usado sus licores) casi podía hacerse pasar por uno.

    Sirvió los platos a la mesa, ya se había resignado y Niko venía a comer, se negaba a pasar un minuto más echado en la cama.

    —¿Ahora los heridos tienen derecho a robarme ropa? —bromeó ayudándole a sentarse, veía posible que tropezara con los bajos del pantalón, los arrastraba por el suelo—. Te voy a atar el pelo, ¿vale? Vaya gracia sería que te mancharas entero de salsa.

    No supo lo mucho que le gustaría aquel gesto. Puede que sus manos no fueran las más suaves, pero pudo manejar la melena y formar una coleta no demasiado tirante para que no le molestara. La apartó un poco para ver su nuca y no resistió el impulso de acariciar aquella piel, tan pocas veces al descubierto. Hasta podía ver la parte superior de su tatuaje (y de una manera muy poética, se convirtió en el primer hombre en tocar la luna).
    Espabiló y carraspeó, bordeando la mesa para sentarse al otro lado.

    —Makra ha ido a hablar con Étienne, quiere ponerle al corriente sobre los movimientos de la Estrella Roja —explicó su ausencia—. Volverá con un acuerdo bajo el brazo, estoy seguro. ¿Qué? ¿Está bueno? —sonrió cuando le vio asentir—. Ya lo sabía, es imposible cocinar nada malo en una cocina como ésta.



    Nunca había podido estudiar las heridas de Niko con tanta calma y tanto tiempo como en las curas. Pudo prestarle a cada cicatriz una concentración total, acariciando con cuidado las marcas más nuevas como las que ya llevaban años decorando aquella piel.

    Corr tenía muchos privilegios usando la carta del «mejor amigo», pero ni siquiera él conocía toda la historia del pasado de Niko con los arcaicos. Sí es cierto que con aquellas cicatrices podía hacerse una idea de lo terrible que habría sido, y se imaginaba que dolería incluso recordarlo, ¿cómo iba a pedirle que le contara la historia detrás de cada marca? No, había que ser o muy cruel o muy morboso para interesarse por esa clase de detalles, y resulta que Corr no era ni lo uno ni lo otro, y era perfectamente capaz de vivir con esta incógnita sin resolver.

    Otro misterio que rondaba por su cabeza, aunque éste sí le gustaría desentrañarlo, era el divorcio, ¿qué podría haber motivado aquello? A Niko y Makra nunca los unió el amor, y con esto quedaba descartada la principal razón que Corr tendría para separarse de alguien. Pero, en este caso, ni una parte ni la otra mintió con sus intenciones, se sabía esto desde incluso antes del compromiso, ¿quizá fueron descubiertas las aventuras de ambos con quienes fueran sus amantes? Sacudió la cabeza, ése no podía ser el motivo, algo más gordo tuvo que haber pasado, algo lo suficientemente importante que dejaba algo tocada la posición de Makra, y destruía por completo la de Niko. No hacía falta ser un entendido en elfos lunares para saber la posición de cada sexo en su sociedad y, si no recordaba mal, Niko perdería hasta el apellido. Por supuesto, le había abierto las puertas de su casa —más bien, cabaña—, pero Niko parecía que ya tenía planes en Bluka. Tenerle ahora mismo dormitando en la cama era sólo un retraso en dichos planes.

    —¿Niko? —le creía así, medio dormido con Charlotte al lado, así que le sorprendió, y mucho, verle lanzarse a su posición, trazando una especie de cúpula sobre él—. ¡¿Pero qué está-…?! —por supuesto, que una lluvia de rayos y truenos atacara aquella barrera terminó de sorprenderle ya del todo.

    No entendía qué decía Niko, pero sí veía el brillo en sus ojos y los chisporroteos en los dedos, ¿cómo se le ocurría usar la magia cuando se debía recuperar? No dudó en ir con él para atrapar sus muñecas e impedir que echara un solo hechizo o conjuro.

    —¡Charlotte! —y la vio saltar por sobre Niko, cambiando de tamaño (y forma) antes de aterrizar. Comprobó aterrorizado que tenía un gato en sus fauces, y sacudió tanto la cabeza que el pobre animalito acabó muriendo.

    Soltó a Niko y corrió a por la royalet, obligándola a abrir la boca y cogiendo el gato. No entendía de dónde había salido o cómo entró a la cabaña, pero estaba seguro de que no merecía morir así. Lo soltó dando un grito cuando el gato se removió por entre sus dedos, volviendo a la vida y transformándose en una masa que cada vez crecía más y más. Se apartó hasta cubrirse tras Charlotte, dándole palmaditas en el lomo para que se relajara.

    —Corentin Faure-Demont, eterno príncipe de Acier.

    Dos cosas le aterraron de aquella mujer: de dónde salió y cómo sabía su nombre. Otro punto a tratar era su escote, ¡qué manera más indecente de abrirse la tela! Estuvo obligado a girar el rostro a medida que se acercaba, sentía arder sus mejillas y no le relajaba escuchar el ruido de los tacones sobre las maderas del suelo.

    —Para ser un exiliado, estás demasiado bien protegido —Tilda inclinó la cabeza, señal de respeto a Niko—. Pero ni siquiera un Kurlah podrá salvarte si planeas atacar a Étienne.

    —¿Cómo…-? —giró la cabeza hacia ella para responderle, pero aquella ropa era demasiado reveladora, y clavó los ojos en el suelo—. Eso es una locura, yo nunca atacaría a Étienne.

    —La ambición del hombre no tiene límites, exiliado —suspiró y decidió sentarse, si Corr pudiera mirarla, la vería flotar en medio de una nube púrpura que la mantenía en el aire—. Nada me garantiza que no planees tomar su lugar, ¿quién sabe? Ya has cometido un regicidio, ¿por qué no ibas a cometer otro?

    —Mira, no sé quién eres, pero…-

    —Soy la bruja de Acier —le interrumpió—. Velo por los intereses del reino y protejo todo lo arcano dentro de sus murallas. Esto incluye el reinado de Étienne, por supuesto —hablaba tan deprisa y con una voz tan seria, que Corr no se atrevió a cortar su discurso—. No olvides mis palabras, exiliado, porque ahora mismo te considero una amenaza contra mi rey.

    —¡La amenaza eres tú! —respondió al fin, enfadado por esas ideas de atacar a Étienne—. ¡Has venido a mi casa a matarme! ¡De no ser por Niko estaría hecho cenizas!

    Tilda sonrió, Corr no podía tener ni idea de lo mucho que le gustaba a la bruja encontrar un adversario digno a su nivel mágico (aunque, siendo honesta consigo misma, se veía en clara desventaja en este duelo). Planeaba decirles que fue Makra la que trajo las noticias al reino, y también qué se había acordado para detener los avances de la Estrella Roja, pero un repentino fogonazo la hizo cerrar los ojos, no pudo ver el caldero que fue a su cabeza, obligándola a bajar de su nube-asiento, retrocediendo un par de pasos y maldiciendo.

    —¡No toques a mi amigo del alma, bruja! —Ghilanna, armada ahora con un cucharón, se puso frente a Corr con toda la intención de defenderle—. ¡Si sabes lo que te conviene, retírate ahora mismo!

    Tilda no daba crédito, y no sabía qué la había sorprendido más: el ataque desesperado del caldero volador, o que una solar conviviera con un lunar, ¿dónde quedaba el odio de los elfos? ¿El exiliado había logrado un acuerdo de paz bajo este techo?

    —Tienes el espíritu conciliador de Étienne.

    —No es la primera vez que lo oigo —y es que Makra le había dicho lo mismo no hacía mucho—. Trae ese cucharón, anda, ¿qué vas a hacerle a una bruja con esto? ¿Cosquillas?

    Ghilanna se quejó al verse desarmada, pero aceptó su nueva posición cruzándose de brazos. No se fiaba de la bruja y prefirió no bajar la guardia. Tan concentrada estaba en analizar a Tilda que no se enteró de que a los tobillos de Niko les faltaron las fuerzas, fue trabajo de Corr sujetarle para evitar que cayera.

    —Descansa como es debido, Kurlah. Si he podido con tu barrera es que debes estar mucho peor de lo que aparentas —se despidió con otro movimiento de cabeza—. Nos volveremos a ver, exiliado.

    Ghilanna dio un pisotón apenas hubo desaparecido en la nubecilla morada y maullidos de gato.
    —¡No se ha despedido de mí! ¡Pero qué descortés!

    Corr se echó a reír cargando con Niko, le chistaba continuamente para acallar sus quejas y de esta manera llegaron al dormitorio. También le ayudó a acostarse e incluso le arropó con las mantas.

    —Muchas gracias por protegerme de esa perturbada, pero así no te vas a recuperar nunca, lo siento —se disculpó como si el ataque de Tilda fuese cosa suya. Charlotte aprovechó este instante para saltar a la cama (ya había vuelto a disminuir su tamaño) y exigirle caricias a Niko, que no dudó en dárselas—. A este paso no llegarás nunca a Bluka, ¿qué hay de los negocios que te esperan allí o…-?

    Dejó la frase a la mitad, porque quizá lo que esperaba a Niko en tierra de comerciantes era «alguien» y no un negocio. Pensaba Corr que debía ser alguien impresionante si estaba dispuesto a dejarlo todo por él, pero luego pensó en quién podría ser o dónde le había conocido, ¿por qué Niko no le había hablado nunca de alguien así de importante en su vida? Quizá fuera lo más justo, es decir, no tenía derecho a exigir ni reclamar nada cuando rechazó una huida de lo más romántica justo antes de su boda. Aquella negativa se habría encargado de convertir el amor de Niko en amistad, y con eso tenía que conformarse… pero pasaban los años y Corr no había aprendido a hacerlo.

    Notó tanto los pinchazos en el pecho como las lágrimas agolpándose en sus ojos, y a todo esto se sumaron los quejidos de Charlotte. Puso a Ghilanna como excusa y fue al salón para encontrar a la solar colocando caldero y cucharón en su sitio.

    —¡Mi buen amigo! ¿Qué te pasa? —no consiguió que respondiera y sólo pudo verle salir al bosque diciendo que iba a por leña.

    Sabía que pasaba algo, pero por más que le preguntara a Niko no iba a soltar prenda, así que prefirió acomodarse en el sofá y esperar a que Corr regresara, ¡era su deber como amiga ayudarle en todo lo que pudiera! ¡Y lo haría de mil amores, por algo eran amigos del alma!



    La historia de Étienne. (II)
    Étienne estaba cruzado de brazos mirando el trabajo del artista con la estatua que se erguiría en honor a Clié, bajo ella descansaban sus restos, recogidos por Tilda en el fondo del lago. Lux no sólo había orquestado su muerte, sino también la forma de deshacerse de su cadáver, ni siquiera la magia podría devolverle a Clié algo de su belleza. Para ello estaba la estatua, hecha en mármol. A diferencia de las estatuas de los Faure-Demont, talladas con piedra de golem, las estatuas de los que no llevaban el apellido se tallaban en mármol, sin más magia que las que tuviera el escultor en sus manos. Se había intentado con Pauline, muchos años atrás, tallar su busto en los restos de la golem, pero el material no colaboraba al ser compañera del rey y no de la reina. Esto le llevó a pensar en la estatua de su hermano, ¿qué pautas le daría al escultor? ¿Le enseñaría al Corr de los cuadros, o se atrevería a dar una descripción de cómo se imaginaba que hubiera sido si siguiera con vida?

    Los sollozos de Brigitte no se hicieron esperar, tampoco los golpecitos a su cintura para llamar su atención.

    —Estoy bien —suspiró, y luego le devolvió el saludo al escultor, que se tensó viendo entrar a Marinette junto a Lara, se temía una regañina y volvió al trabajo.

    —¡Le estás poniendo mucho pecho! —se quejó Marinette yendo con él—. ¡Cíñete a la descripción que te he dado o no dudaré en hacer añicos tu trabajo! —y Marinette, como guardiana de las artes en el reino, tenía potestad para hacerlo.

    —¿Cómo está la princesa? —preguntó Lara después de pedirle calma a la otra.

    —No está pasando por su mejor momento, pero se recuperará, estoy seguro.

    —Le noto… triste, Majestad. ¿Está usted bien? ¿Ocurre algo?

    —No, no es nada —pero los sollozos de Brigitte, ya echada a su lado, le delataban—. Quizás algo de nostalgia ahora que ese pedazo de piedra empieza a parecerse a Clié.

    —Según los cuadros que restauró Tilda —cuadros que mostraban a las reinas en solitario, sin rastro de Lux—, parecía una mujer muy alegre y…- ah, será mejor que me la lleve de aquí. Le está tirando de las orejas al pobre hombre —se disculpó con una sonrisa y prácticamente se cargó a Marinette al hombro, que pataleaba y se quejaba por la supuesta chapuza que hacía el escultor con el mármol.

    Pero a Étienne no le parecía aquello ninguna chapuza, a base de paciencia y buenas herramientas, había plasmado hasta la sonrisa tranquila que llevaba siempre Clié, convencida de que cualquier problema tenía solución si se pensaba lo suficiente en él. Volvió a pensar en Corr, que había heredado esa capacidad de no rendirse por difícil que fuera la situación, ¿le habría servido de algo? ¿Podría haberse convertido en un buen hombre si no le hubiera enviado, siendo tan joven, a un bosque repleto de peligros?

    A los gruñidos de Brigitte se añadieron unos golpecitos nuevos en su pierna, reconocía los tirones de su capa, y el sonido de unas garras sujetando tela para trepar por ella hasta acabar sobre su hombro.

    —¿Ya has visto a Cézanne? —preguntó girando un poco la cabeza, frotándose los ojos con algo de tela—. Estoy bien, no te preocupes.

    Terminó girando todo el cuerpo cuando Guardián saltó al suelo, convirtiéndose en Greg tan rápido que todavía asomaban sus cuernos.

    —Vengo en son de paz, ¿no es evidente? —y Makra alzó los brazos, haciendo que el gato que cargaba cayera al suelo, mordiéndole un pie antes de irse—. La bruja está de muy buen humor, me ha dicho que habéis echado a un parásito de la magia. Lo celebro —inclinó la cabeza un poco, sólo un poco, saludando a Greg, y dejó la mano de Étienne sin apretar, no pensaba tocar la mano de nadie o, más bien, no iba a dejar que nadie tocara las suyas. Pero estos detalles sobre los lunares se le escapaban a Étienne, que retiró la mano creyendo a Makra una salvaje.

    —Ha costado años —la voz de Tilda no sorprendió a nadie—, pero al fin, Acier respira. ¿No lo notas? Si hasta huele diferente.

    —Tanto buen humor en un mausoleo resulta desagradable —bromeó, pero endureció la expresión incluso acariciando a Brigitte—. ¿Por qué no estás contento, rey? Deberías estar dando botes de alegría.

    —Tengo muchas preocupaciones en la cabeza —suspiró—. Tilda, atiende a la reina como se merece. El asunto queda en tus manos.

    —Oye, oye, ¿a dónde crees que vas? Vengo a hablar contigo.

    —Intuyo que se trata de un asunto mágico, es el campo de Tilda, no el mío. No soy arcano.

    —Tengo entendido que eres hijo de solar.

    —Y hasta ahí llega mi relación con la magia, no… —volvió a suspirar—. Le atenderá Tilda, ¿de acuerdo? Brigitte, vamos.

    Y, después de unos saltos, voló hacia el balcón en el dormitorio de Étienne, dejándole allí. Por segunda vez esperaba algo de calma en sus propios aposentos, y por segunda vez se encontró con compañía inesperada, esta vez era Makra la que esperaba sentada en su cama.

    —Te he dicho que vengo a hablar contigo, no con una bruja —tamborileó los dedos sobre las mantas, ignorando la incomodidad de Étienne al tenerla ahí—. Mi intención no es otra que informar de ciertos movimientos de la Estrella Roja —se esperaba alguna reacción por su parte, pero la expresión de Étienne no cambió mucho a la que tenía donde las estatuas—. Me han contado las razones de esta tristeza tuya, pero comprenderás que un rey tan abatido no me sirve de nada —gruñó poniéndose en pie—. Mira, admito que esto es meterme donde no me llaman, y también algo que mi marido me pidió alguna vez que no hiciera, pero —Étienne no podía ni imaginarse por dónde iban los tiros—. Pero, ya no nos une ningún voto, así que —se alzó de hombros—: tu hermano no está tan muerto como piensas.

    —¿De qué estás…-?

    —Si me escuchas, a mí y a mis teorías sobre esta secta de locos, y dejas de lamentarte, prometo darte más información. ¿Hay trato?

    Esta vez fue ella, Makra, la que tendió la mano, y si Étienne hubiera sido un hombre orgulloso se negaría al apretón, pero no lo era, y aceptó encantado aquel extraño trato, ¿qué podía ganar Makra al contarle cosas de Corr? ¿De qué podía conocer una reina lunar a un humano?


    SPOILER (click to view)
    ÉTIENNE
    Saluda a Queen!Aimée en el futuro ~
    Y más de Aimée, ¡mira esa ropa!

    -Clié: la imagino con el pelo siempre atado, en contraposición con Morgiana, que siempre lo llevaba suelto, y tendríamos castaño recogido vs cascada rubia (x.) (me gustó mucho el vestido XD)
    -tengo una (1) idea para la estatua de Clié y no aceptaré otra, buenas tardes x’d

    *Quería una escena con Babette, pero no me cuadraba por ningún lado, me gustó más soltar la bomba con Makra (¿lo siento?)

    MAÈL
    La idea que tuve para Silladi (me dice Wiki que esas cosas se llaman chimeneas de hadas y mira, cosa bonita)

    *su caída: pues que a su compañera le habrán dado una señora paliza, tan fuerte que afectó al principito

    CORR
    Porque Tilda (y su ropa) me encanta: 1, 2, 3 y 4
     
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    El dragón


    Suspiró un poco mientras sus dedos acariciaban la mejilla de piedra del primer rey de Acier. Bajó la mano y frunció el ceño, sin siquiera sentir esas escamas que aparecían y desaparecían en su piel, fluctuando al ritmo de sus emociones y pensamientos.

    Bajó al suelo y miró entonces el busto de Pauline, No pudo evitar que su nariz se arrugase en un gesto de desagrado, pero duró poco, el escaso tiempo que tardó en apartar la mirada para volver a dirigirla a Cézanne.

    Siempre había intentado centrarse en lo bueno, en los años que pasó con Cézanne antes de la llegada de Pauline. Cuando las cosas iban bien, cuando eran felices juntos. Pero desde que se había producido la primera votación contra Drenia, no había podido evitar darle vueltas a algunos eventos ocurridos tras la boda de Cézanne.

    No podía ocultar que había sido tremendamente infeliz durante aquellos últimos años. Pero se había quedado ahí, junto a Cézanne, fiel a sus promesas. Incluso intentó llevarse bien con su hijo, pero Pauline lo educó con asco hacia el dragón, y aquello desembocó en…

    Agachó rápidamente la mirada, apretando los puños. Sabía perfectamente en qué había desembocado. ¿Cómo olvidar algo así? Pero aquello ya estaba en el pasado… o quizá no. Lo seguían trayendo a colación. A los humanos les encantaba enfocarse en lo que ya estaba perdido en el tiempo, en vez de mirar el presente más inmediato, como hacía él.

    Se miró las manos. Las escamas bailaban sobre su piel y sus dedos temblaban. Su cuerpo se sacudió suavemente a medida que el llanto se apoderaba de él, y vio las palmas mojarse con lágrimas.

    Por un momento, las volvió a ver cubiertas de sangre, la sangre de Cézanne. Había vuelto al Bosque de los Féericos —que Pauline le dijese que si se quedaba tendría que llevar correa había sido el pistoletazo de salida—, pero un tiempo después escuchó que Pauline había muerto: debilitada por una enfermedad de origen desconocido, una tarde había caído por las escaleras y se había roto el cuello. Así que fue a Acier para ver cómo estaba Cézanne y, quizá, con el deseo de que lo volviese a aceptar a su lado.

    No esperaba encontrar a su golem muerta, cayéndose a pedazos en un sentido dolorosamente literal. Eso le hizo apurarse y entrar por la ventana, pero Cézanne tampoco respiraba. Claro que es difícil respirar cuando tu garganta está abierta por una cuchilla. Y aun así el cuerpo todavía estaba caliente cuando Greg puso sus manos sobre él, en un estúpido intento por detener una hemorragia que ya se había cobrado una vida.

    Lux no tardó en entrar con su guardia, como si lo hubiese estado esperando, gritando que el dragón había acabado con el rey. Y Greg había salido por la misma ventana por la que había entrado, y no había vuelto a adoptar su forma humana hasta cuarenta y tres años después.

    Decían que había huido por cometer un crimen, pero en realidad se marchó porque no tenía nada más en Acier. Sí, estaba Tilda, y había gente a la que apreciaba enormemente, pero sin Cézanne… ¿Qué sentido tenía aquello? Incluso había podido soportar terribles vejaciones gracias a su cálida caricia, pero una vez él había muerto, sentía que no podría más.

    Ni siquiera se planteaba qué le habría ocurrido de haberse quedado. Esa era simplemente una alternativa que no entendía como posible. Acier había dejado de ser su hogar desde que Pauline había entrado con su recatado vestido y sus ojos llenos de falsa inocencia.

    Y Greg estaba seguro de que alguna magia había usado para controlar a Cézanne. Pero cuando empezaba esa conversación, Tilda sacudía la mano y decía que aquello eran los celos hablando. Celos porque esa mujer le había quitado las atenciones del rey, nada más. Ella no notaba nada… pero tampoco tenía la experiencia que exhibía en esos momentos.

    Pero sí, Cézanne cambió desde su noche de bodas. Fue como si perdiese parte de su personalidad, como si se hubiese vuelto un hombre complaciente y suave. Accedía a todo lo que su esposa dijese, por ridículo que fuese, por muy en contra de sus ideales que fuese.

    Así que si Pauline decía que los dragones no eran humanos y no debían fingir serlo, Cézanne no dudaba en ordenar a Greg que dejase de mostrarse así. Y si Pauline decía que los dragones eran más bien animales y que los animales no debían estar en sus aposentos, Cézanne ni pestañeaba al prohibirle la entrada al dormitorio real. Por supuesto, si Pauline decía que no quería animales correteando por el castillo, Cézanne sólo sonría como un baboso estúpido mientras tras mandar a Greg quedarse por los jardines.

    ¿Eso eran sólo celos? Gregoire no podía saberlo. No entendía lo suficientemente bien las relaciones humanas ni las emociones ligadas a esas relaciones. Si Tilda decía que su tristeza y enfado eran celos, debían serlo, ¿no? Claro que Tilda tampoco había recibido toda la verdad de aquella situación; pero, de nuevo, Greg nunca había tenido los medios para juzgarlo.

    Y parecía que aquello hacía a Cézanne feliz, así que simplemente bajaba la cabeza y obedecía. Por su rey. Por el juramento que le había hecho.

    Cerró las manos y miró una última vez a Pauline, pero al momento su expresión se relajó, sus hombros se desplomaron y sus brazos colgaron, laxos, a los lados de su cuerpo. El pasado era el pasado. ¿Por qué había que removerlo? ¿Por qué había que revisitar lo feo, cuando había tantas cosas buenas para recordar?

    Pero en esos momentos se sentía incapaz de hacerlo. Era como si sólo pudiese pensar en lo malo, y eso alimentaba la tristeza de su corazón.

    Se limpió con las mangas la cara y salió del panteón real, intentando no molestar a ninguna de las personas que todavía trabajaban por ahí. Miró el castillo y empezó a transformarse en dragón con la idea de volar hasta el dormitorio de Étienne, pero a mitad se detuvo y retomó la forma humana.

    Cuando sus cuernos desaparecieron en su cráneo, empezó a caminar ante la patidifusa mirada de un par de obreros.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Abrió despacio la puerta de la habitación, encontrando a Étienne sentado en su escritorio, revisando algunos papeles. Brigitte dormitaba en su rincón habitual y la chimenea crepitaba de manera agradable, caldeando la habitación.

    El dragón miró por la ventana, después la cama. Cerró los ojos unos segundos, apartando de su mente la sangre sobre sábanas blancas, y después miró a Étienne. Había dejado los papeles y se había girado a mirarle al descubrir su presencia. Le hacía un gesto, invitándole a entrar con una sonrisa suave.

    Greg aceptó de forma callada, cerrando la puerta a su espalda, y se acercó a él, pero no correteando y lanzándose a sus brazos, como era habitual, sino caminando con normalidad y quedándose de pie frente a él.

    —No lo entiendo —empezó a decir tras unos segundos. Su cara no mostraba su sonrisa de siempre, sólo un gesto de tristeza y confusión —. Sé que algunos me consideran tonto porque no soy humano, pero puedo entender cuando se me explican las cosas, así que explícamelo —miró los papeles brevemente, después la mesa, donde había algunas marcas de mordisqueos suyos. Apretó los labios y miró a Étienne directamente a los ojos —. ¿Por qué nos ocultaste tu plan?

    Brigitte abrió los ojos y alzó las orejas, empezando a levantar la cabeza con un bostezo. Greg ni siquiera se giró a mirarla, pero Étienne parecía demasiado sorprendido por su pregunta como para responder rápido, así que el dragón, en una inaudita muestra de impaciencia, retomó la palabra.

    —Dijiste que tenía que ser creíble, pero no lo entiendo. ¿Por qué hay que mentir? ¿Por qué hay que engañar? ¿Por qué preferiste recibir el enfado de tanta gente durante días antes que decirnos lo que pensabas? Al menos a mí —ahí apartó la mirada con un gesto triste, dolido.

    Se alejó dos pasos del rey y caminó hasta situarse frente a la chimenea. Miró las llamas y apoyó la mano en la piedra de la repisa superior, algo que a otro le habría quemado. Pero no a él, claro, aunque su mano se había cubierto de escamas para protegerle del calor.

    —Tilda me explicó que tu gobierno es distinto del de Cézanne —volvió a hablar. No necesitó girarse para saber que Étienne había preferido acomodarse en su asiento y esperar a que terminase de hablar antes de elaborar su propio discurso. Era algo que solía hacer —. Me dijo que tu Consejo es importante. Tu voz cuenta por encima de los demás porque eres el rey, pero respetas la opinión de la mayoría. Es eso, ¿no? —le vio asentir en silencio y frunció el ceño, volviendo a mirar al fuego —Pero esto no era normal. No era bueno, ni natural. Si lo hubieses dicho, Drenia se habría tenido que ir, ¿no? —ahora Étienne suspiró antes de asentir y Greg torció la boca en un gesto frustrado —¿Y por qué no lo hiciste? Si todos opinaban lo mismo. ¿Por qué seguir ese…? —calló, buscando la palabra. La conocía, sólo no la recordaba —Protocolo. ¿Por qué seguir el protocolo? Todos te apoyaban, ¿verdad? Y además… él te hizo daño. Te atacó. ¿No es eso algo que vosotros castigáis?

    Volvió a girarse a mirar a Étienne, su rostro teñido de frustración e incomprensión. De nuevo, sus cuernos amenazaban con romper la imagen de muchacho adorable, y sus ojos amarillos brillaban con la luz que daba el fuego.

    —Y con todo… ¿Por qué no me lo dijiste a mí? A mí —repitió con un tono dolido —. Cézanne nunca me ocultó nada. Y sé que tú no eres tu abuelo, pero… ¿Cómo puedo protegerte si no me lo cuentas todo? ¿Cómo puedo ser tu Guardián? Sé que lo he hecho mal, te han herido y… Lo he hecho mal. Llevo mucho tiempo fuera, no recuerdo bien cómo sois los humanos. Cómo os movéis, cómo actuáis, qué aceptáis y qué no. No recordaba cómo de malos son algunos hombres. Eso en el Bosque no ocurre. Si un animal mata a otro es porque tiene hambre y es más fuerte, no porque tuviese algún… plan retorcido. Yo… ¡No soy humano y nunca lo seré! —habló ahora más alto, con más convicción, volviendo a mirarle a los ojos tras haber estado un rato mirando la alfombra.

    »—¡Pero puedo entender las cosas! O puedo intentarlo. Puedo aprender por qué, aunque no lo entienda. No entiendo por qué los humanos buscan poder, pero puedo intentar entenderlo. Sólo necesito que me lo expliques. Y si quieres que haga algo, o que no haga algo, dímelo —bajó la voz casi con derrota —. ¿Quieres que sea sólo un dragón, que duerma en los jardines y no entre al castillo? ¿Quieres que sólo tenga este cuerpo y me porte más como vosotros? Puedo hacerlo. Pero no puedo adivinar lo que piensas —pausó y dudó, pero luego asintió —. Puedo hacerlo, pero no lo haré, porque Cézanne me dijo que escuchar los pensamientos es malo. Y yo no soy malo. No hago cosas malas. No quieres que duerma en tu cama y no lo hago. No quieres que muerda tu ropa y no lo hago, aunque huele muy bien.

    Se detuvo unos segundos, mordiéndose el labio y respirando hondo. Podía parecer que había estado pensando un discurso, pero lo cierto es que hablaba según lo iba sintiendo, así que ni él tenía claro cuándo terminaría.

    Quizá esta era su forma de desahogarse, y quizá Étienne lo había pillado y por eso seguía guardando un paciente silencio.

    —Yo confío en ti, Étienne. Sé que eres bueno, listo… estás triste, pero yo también lo estoy. Sé que si me pides que haga algo es porque será bueno, como con las minas de Abarda, pero me gustaría que me dijeses por qué. Y me gustaría que no me ocultases cosas. Me duele mucho aquí —se llevó una mano al pecho —cuando se me ocultan cosas. Así que yo-…

    No llegó a terminar la frase. De golpe y porrazo calló y enderezó la espalda, girando la cabeza en otra dirección, pero mirando hacia una pared con los ojos bien abiertos, tenso, quizá escuchando algo que Étienne no podía oír, pero tal vez Brigitte sí, a juzgar por cómo levantó también la cabeza.

    Greg se mantuvo así unos segundos, estático. Después frunció un poco el ceño y miró otra vez a Étienne.

    —Tilda me llama —dijo y, al momento, desapareció.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Tilda había aparecido en los aposentos de la mariscal de Acier al segundo de que Lara hubiese empezado a gritar por ayuda. Se la había encontrado todavía con algún trozo de armadura —como si la tragedia se hubiese desatado mientras se empezaba a desvestir—, arrodillada en el suelo y sujetando a Marinette con fuerza.

    La guardiana de las artes, que en esos momentos se presentaba en camisón, se veía terriblemente pálida, con la piel perlada de sudor, y se retorcía de dolor entre los brazos de su amante, quien hacía todo lo posible por intentar calmarla.

    Tilda no necesitó ni siquiera agacharse para ver cuál era el problema, pero aun así lo hizo. Tomó su pulso, controló sus funciones vitales e hizo un esfuerzo para no mostrar absolutamente ninguna emoción en su rostro. Su pronóstico era terrible, pero si lo expresaba de alguna manera, Lara perdería la poca entereza que tenía en esos momentos y eso era algo que no podían permitirse.

    —¡¿Qué le ocurre?! ¡¿Qué está pasando?! —gritó Lara, abrazando a Marinette contra su pecho. Entonces se le rompió la voz y miró a Tilda con la desesperación tiñendo sus ojos —Por favor, dime que… dime que se pondrá bien…

    —Por supuesto que se pondrá bien —dijo Tilda con una calma que no sentía, apretándole un hombro con firmeza, para darle seguridad —. Llévala a la cama, estará más cómoda que en el suelo.

    —¿Qué son esas manchas? —consiguió preguntar Lara mientras obedecía, cargando a su amada con una facilidad asombrosa.

    Tilda no pudo evitar mirar las manchas de las que Lara hablaba. De un color violáceo enfermizo, se iban extendiendo desde las manos y los pies de Marinette por sus brazos y piernas, a un ritmo lento, pero constante.

    —Una marca de maldición —fue la escueta respuesta de Tilda, pero al ver que Lara volvía a apurarse, alzó una mano para pedirle silencio —. Se pondrá bien —repitió.

    Lara asintió y se dedicó a procurar que Marinette estuviese cómoda. Le ahuecó las almohadas, le puso los brazos a lo largo del cuerpo y después cogió un pañuelo para ir quitándole el sudor con suaves toques.

    —Está ardiendo —susurró.

    —Es normal —aseguró Tilda mientras volvía a comprobar su pulso —. Cuéntame, ¿qué ha pasado exactamente?

    Lara apretó los labios, pero terminó por asentir. Respiró hondo y se pasó una mano por la cara antes de empezar a hablar.

    —He llegado hace, no lo sé, quince minutos. Ella se estaba terminando de cepillar el pelo frente al espejo —Tilda miró en esa dirección; el cepillo estaba sobre la mesita —. Me ha saludado como de costumbre, pero cuando se ha levantado para darme un beso, de pronto se ha… se ha puesto muy pálida y… se ha caído…

    —Está bien —la interrumpió la bruja al ver que volvía a romper a llorar —. Recomponte, Reverdin —dijo con una voz más militar que hizo que Lara cuadrase los hombros y al instante dejase de sollozar.

    —Haz algo, por favor —le pidió con un hilo de voz.

    Tilda frunció el ceño, tensa, y acarició una mejilla de Marinette. Volvió a comprobar el avance de la maldición y sus constantes, viendo con alarma que el proceso iba más rápido de lo que esperaba. Pero por más que buscaba, no terminaba de encontrar la configuración de aquella maldición, así que no podía hacer nada para evitar que los órganos y tejidos de Marinette se siguiesen resintiendo.

    En todo el reino sólo se le ocurría una persona más que supiese más magia que ella. Bueno, «persona» no era la palabra adecuada, quizá, pero no se preocupó en ese debate semántico mientras reclamaba a Greg, quien contestó al momento, quizá por notar su urgencia —aunque Tilda juraría que también estaba alterado… por otra cosa—.

    Chasqueó los dedos cuando el dragón le dio la señal y en medio segundo estaba frente a ellas. Ni siquiera le tuvieron que indicar qué pasaba, olfateó un poco el aire y fue hacia la cama, mirando las piernas de Marinette. Le levantó la falda, ocasionando que Lara gritase y le diese una palmada fuerte en las manos que hizo que Greg se alejase un poco, asustado y con la cara del niño al que se le riñe cuando no estaba haciendo nada.

    —Apesta a Drenia —dijo Greg, inclinado sobre Marinette —. Podrido. Antinatural.

    —Pero puedes hacer algo, ¿verdad? —la voz de Lara tembló tanto que Greg se enderezó para mirarla directamente a los ojos.

    No dijo nada, sólo la miró, tomándole una mano y acariciándole los dedos con suavidad en un gesto que Tilda a veces hacía con él cuando las emociones le desbordaban.

    No puedo deshacerla, dijo la voz de Tilda en la cabeza del dragón con forma de muchacho.

    Este giró la cabeza no hacia la bruja, sino hacia Marinette.

    Yo tampoco, fue su respuesta mientras soltaba la mano de Lara para tomar la de Marinette. Pero puedo arreglarlo.

    Tilda se removió, inquieta y algo alarmada, cosa que Lara notó, porque volvió a mostrar pura angustia en su expresión. El dragón, ignorando las reacciones de ambas mujeres, puso la mano libre en el vientre de Marinette.

    —Espera, Greg —esta vez Tilda habló por la vía habitual —. ¿Vas a hacer lo que yo creo? —al verle asentir, apretó los puños —No, tiene que haber otra forma.

    —¿Qué ocurre? ¿Qué va hacer? —Lara estaba cediendo a la histeria de nuevo, pero Tilda la ignoró, prefiriendo agarrar las muñecas de Grégoire con cierta fuerza.

    —No lo hagas.

    —No es tu decisión —el tono de Greg fue tan calmado y su mirada tan fría que Tilda retrocedió por la pura impresión.

    La bruja se giró entonces a la puerta, igual que la mariscal.

    —¡Majestad! —exclamó Tilda al reconocer a Étienne —¡Por favor, ordénele que…! ¡Greg!

    Era tarde, por supuesto. Greg había iniciado el proceso aprovechando que las mujeres se habían distraído. Con una mano tomando la de Marinette y la otra en el vientre de la maldita, había cerrado los ojos y agachado un poco la cabeza, sin apenas haber mirado a Étienne antes de centrarse en Marinette.

    —¿Qué está haciendo? —preguntó Lara.

    No hizo falta una respuesta, pronto pudo ver ella misma cómo la mancha de maldición iba desapareciendo de la piel de Marinette a medida que se iba extendiendo por los brazos del dragón. Para cuando la mancha estaba ya por las muñecas y tobillos de la joven, Marinette respiraba con normalidad y la fiebre había bajado notablemente, aunque persistía.

    Greg apuró hasta el último segundo, y entonces la soltó. Con cuidado, le tomó ahora la barbilla y le hizo abrir la boca, y entonces se inclinó para besarla. Lara empezó a quejarse, pero Tilda le hizo un gesto, exigiendo una paciencia que Lara aceptó tras un gruñido.

    Cuando Greg consideró que era suficiente, rompió el beso despacio hasta que un pequeño hilo de saliva que unía su boca con la de la guardiana de las artes se rompió. Vio que la respiración de Marinette se había normalizado y se alejó un poco para que Lara y Tilda pudiesen comprobar su estado. Su espalda chocó contra el pecho de Étienne, que se había acabado acercando para ver el espectáculo. Le miró y le dirigió una pequeña sonrisa, tal vez sin darse cuenta de que ahora el que estaba pálido y sudando era él.

    Sus piernas temblaron un poco, pero el rey pudo sujetarle y, con ayuda de la magia de Tilda, Greg pronto quedó sentado en el suelo, apoyado en Étienne mientras la bruja le dirigía una mirada de regañina.

    —¿Estás contento? —le preguntó con una voz que mostraba un enfado provocado por la más genuina preocupación.

    —Bloquearé y eliminaré la maldición —dijo Greg con una voz más ronca de lo que él mismo esperaba —. Sólo necesito dormir.

    —¡Que sólo necesitas…! ¡Eres de lo que no hay! —Tilda refunfuñó un poco más mientras se llevaba las dos manos a la cintura —¿Y cuánto te llevará procesar la maldición?

    —No lo sé —suspiró Greg mientras se acomodaba mejor contra Étienne y cerraba los ojos —. Unos días.

    Tilda quiso quejarse de nuevo, pero cuando se dio cuenta de que Grégoire ya se había dormido, simplemente apretó los labios, respiró hondo, alzó los ojos al techo como para implorar paciencia a alguna deidad en la que no creía y terminó por suspirar.

    —Él… ¿Estará bien?

    La bruja miró a la mariscal, quien todavía abrazando a Marinette miraba ahora al dragón con preocupación.

    —Sí. Sí, estará bien —dijo Tilda con un tono de voz firme y lleno de convencimiento —. Lo llevaré a alguna habitación donde pueda estar tranquilo. Majestad, es mejor que nos vayamos, Marinette también debe descansar… —frunció un poco el ceño, mirando a la mujer inconsciente —Lara, avísame cuando se despierte. Quiero investigar con más calma esta maldición. Pero… necesitaré ayuda —miró ahora a Étienne —. ¿Sabe usted si Makra ha dejado ya el reino?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Se arrebujó mejor en su capa y empezó a caminar algo más deprisa. Alguien la seguía, pero tal vez podría despistarle si se metía entre el gentío que se agrupaba siempre en la plaza del mercado.

    Convencida de que aquella estrategia daría resultado, se sonrió a sí misma y dio un giro abrupto hacia la izquierda. Sin embargo, apenas estaba había dado dos pasos en la nueva dirección, una fuerte mano enguantada le agarró una muñeca. Ella gritó y dio un salto hacia atrás, dispuesta a enfrentarse a su persecutor.

    No sabía bien qué esperaba encontrar. Quizá a un señor aterrador con una daga en una mano, o tal vez a un hombrecillo desagradable con cara de vicioso. Desde luego, no era una mujer alta, de pelo rojo oscuro y alguna cicatriz en la cara que alzaba en señal de paz las dos manos… y llevaba 05una bolsa de cuero que se le hizo muy familiar.

    —¡Eh! —exclamó olvidando que no hacía ni cinco segundos atrás estaba intentando huir de esa mujer —¡Esa es mi bolsa!

    La mujer, lejos de mostrarse alarmada, sonrió un poco antes de reír brevemente. Bajó las manos y le tendió la bolsa.

    —Lo sé. Estaba intentando devolvértela —dijo con una voz calma y algo más grave de lo que la princesa había esperado. Aunque, bien visto, le quedaba perfecta —. He visto que se te caía, por eso te perseguía. Perdona si te he asustado.

    —¿Por qué no me has llamado? —preguntó Aimée mientras volvía a colgarse la bolsa del cinto.

    La mujer soltó un pequeño bufido divertido.

    —¿Te habrías detenido si te hubiese llamado?

    La princesa la miró y sintió sus mejillas enrojecerse al darse cuenta de que, en realidad, casi la habría asustado más si semejante montaña humana con tamaña espada a la espalda se hubiese puesto a gritarle que se detuviese.

    Bajó la mirada y negó, a lo que la pelirroja volvió a reír y agitó una mano al aire.

    —Está bien, no te preocupes. Estoy acostumbrada —dijo, claramente de buen humor —. Ah, por cierto. ¿Eres de aquí?

    Aimée la miró, algo sorprendida por la pregunta, pero luego sonrió, todavía un poco avergonzada por su reacción.

    —Nacida y criada. ¿Puedo ayudarte en algo?

    —Quizá. Llevo aquí un par de días… llegué con la esperanza de poder conocer al dragón —eso hizo que Aimée volviese a mostrar una mirada desconfiada y se alejase un poco —. Simplemente quiero hablar con él, hacerle algunas preguntas sobre su especie —aclaró la pelirroja, de nuevo sin mostrarse ofendida.

    —Eres… del Gremio, ¿verdad?

    —Sí, soy cazadora. ¡Ah, pero el nombre siempre lleva a confusión! —la pelirroja miró a su alrededor y suspiró —¿Podemos hablar en un sitio un poco más tranquilo? Me agobia que haya tanta gente.

    —Bueno… ¿Dónde te hospedas?

    —Me ha acogido un hombre muy amable. Auguste Renoir; tiene una tienda con objetos arcanos.

    —Lo conozco —confirmó Aimée. Aquel hombre había ido alguna vez al castillo, ¡incluso le había vendido un par de libros mágicos! —. ¿Vamos a su tienda?

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    Auguste Renoir había sido muy agradable. Aimée le había pedido con un gesto que mantuviese un perfil bajo, claramente la cazadora no sabía que ella era la princesa y no quería que su trato cambiase si lo averiguaba. Por eso también había cuidado no quitarse el gorro que mantenía sus orejas calientes y ocultas.

    Babette, así se llamaba la mujer gigante, le había explicado que el Gremio no se dedicaba a cazar, sino que su labor era más cuidar el delicado equilibrio de la Naturaleza —tal y como lo decía, parecía que llevaba mayúscula de nombre propio—.

    Decía Babette que si una población animal se descontrolaba y llegaba a ser un peligro para un asentamiento humano, entonces sí debían reducir dicha población por la fuerza, pero siempre asegurando la pervivencia de ese grupo.

    También actuaban si alguna criatura demasiado fuerte o peligrosa se acercaba demasiado a los humanos, pero matar era la última opción siempre. Primero había que asegurar la zona, luego ver si era posible una cierta amistad con la criatura, o si se podía alejar de la ciudad o pueblo por vías no dañinas.

    —Pero normalmente no hacemos ni eso —decía ahora después de comerse una pasta que Auguste les había ofrecido —. Nos centramos sobre todo en el estudio de la Naturaleza. Por ejemplo, quizá hace cincuenta años habríamos luchado sin dudarlo contra un oso de rayas rojas, pero ahora conocemos más sobre ellos y sabemos que es muchísimo más eficaz y rápido ofrecerle cierta comida para guiarlo o incluso para acercarnos y curarle alguna herida.

    —Eso… en realidad suena muy bien —reconoció Aimée, a lo que Babette le dedicó una sonrisa radiante.

    —El progreso a veces es muy lento, pero lo importante es que sea constante. Los cazadores deseamos conocer este mundo en el que vivimos para encontrar la mejor manera de comunicarnos con él de forma óptima para todas las partes. Eso es algo que los lunares hacen a su manera… Mi maestra decía que ellos eran como flores en la hierba, ¿sabes? Pero nosotros, los humanos, nos hemos separado tanto que tenemos que encontrar nuestro propio camino para volver a interconectarnos con la Naturaleza. Nuestro mundo es hermoso y está lleno de maravillas —suspiró ahora, bajando un poco la mirada —, pero muchos sólo ven la oportunidad de sacar provecho de ello.

    Al ver una sombra de tristeza en sus ojos, Aimée le puso una mano en la pierna, haciendo que Babette parpadease y la mirase con una nueva sonrisa.

    —Perdona. Cuando me pongo a divagar… Lo que quería decir al final es que lo último que quiero es dañar al Dragón Negro. ¡Más bien al contrario! Los dragones son criaturas tan esquivas que sabemos prácticamente nada de ellos, pero creo que si pudiese conocerle, saber más sobre su especie, podría derribar muchos mitos. Quizá así se acabarían las cacerías indiscriminadas y esas hermosas criaturas podrían vivir tranquilas sin el acoso constante de caballeros descerebrados.

    —Eso sería maravilloso —consintió Aimée, apartando por fin la mano al darse cuenta de que se había quedado tocando a Babette —. ¿Sabes? Acier mismo tenía miedo de Greg cuando llegó. Había mucha leyenda sobre que había matado al rey Cézanne, rumores de que era una criatura aterradora que no dudaría en reducir a cenizas toda la ciudad… Pero en realidad es un muchacho muy dulce. ¡Parece como un cachorro lleno de curiosidad y energías! Y estoy segura de que hablará contigo, sobre todo si le ofreces alguna madera como de cerezo.

    —¿Come madera? —preguntó Babette maravillada.

    —Come de todo —suspiró Aimée —. Mordisquea metales y piedras, ropas, tapices… Pero lo que más le gusta es la madera y algunas verduras.

    —¿También come carne?

    Aimée se quedó pensativa unos segundos y luego alzó una ceja.

    —Ahora que lo dices, nunca le he visto interesarse en la carne o el pescado. Diría que no.

    —Fascinante —susurró la pelirroja, consiguiendo que Aimée sonriese, enternecida.

    Se quedaron en silencio unos minutos, disfrutando del café que Auguste les sirvió. Babette había sacado un cuadernito y anotaba algunas cosas con letra diminuta mientras la princesa paseaba la mirada por los artículos en exposición en la tienda.

    —Babette —la llamó de pronto —, ¿puedo pedir tu opinión sobre un asunto?

    —Claro —sonrió la otra al momento. Eso animó a Aimée a seguir con esa conversación.

    —Imagínate que hay una princesa de un reino como este mismo. El rey tiene un consejo y hay un sistema democrático en la toma de decisiones importantes —Babette asintió, dándole a entender que iba comprendiendo la situación —. Un miembro de ese consejo resulta ser malvado. Ha hecho mucho daño y seguirá haciéndolo, pero el rey decide votar su expulsión. Ese consejero chantajea a otro miembro del consejo que tiene muchísimo valor dentro del gobierno para que vote a su favor, lo que provoca un empate en la votación. La princesa le pide a su padre, el rey, que lo expulse sin más, pero el rey dice que no, que habrá una segunda votación. La princesa está muy enfadada y preocupada por el reino… y también se siente personalmente atacada —respiró hondo —, así que decide que lo mejor es matar directamente a ese consejero. Pero entonces llega el día de la votación y resulta que el rey ha urdido un plan para hacer que la votación vaya a su favor. La princesa se da cuenta de que ha sido una niña egoísta y…

    —Espera —la detuvo Babette, inclinándose un poco hacia ella —. ¿Cuántos años tiene la princesa?

    —Pues… Unos diecisiete, más o menos. ¿Por qué?

    —Bueno, entonces no creo que haya sido una niña egoísta.

    —¿No?

    —No. Creo que, simplemente, es muy joven para tener mejor visión de conjunto. No ha llegado a matar a nadie y, además, ha aprendido que siempre hay alguna salida pacífica. Quizá la princesa, en vez de centrarse en su error, debería mirar cuál ha sido la solución de su padre. Diecisiete años es una edad muy corta, esa princesa tiene mucho tiempo por delante para aprender y llegar a convertirse en una magnífica reina.

    —¿Crees que una princesa con una mentalidad así puede ser una buena reina?

    Babette se rio y la miró directamente a los ojos. Aimée sintió que esa mirada la calaba hasta el alma, y llegó a pensar que Babette sabía desde el principio que ella era la princesa de Acier.

    —Una princesa que se preocupa por su familia y su gente hasta el punto de plantearse algo tan drástico y traumático como un asesinato tiene, desde luego, muchas probabilidades de éxito. Sólo necesita madurar un poco más, templar su espíritu, y aprovechar el tiempo que le queda para aprender todo lo posible de su padre, que desde luego parece un hombre sabio.

    Aimée se quedó unos segundos mirándola a los ojos. Ni siquiera se dio cuenta de que hasta estaba ligeramente boquiabierta hasta que la campanilla de la puerta le indicó que alguien entraba. Poniéndose colorada, carraspeó y se puso en pie, alisándose la tela de los pantalones con un gesto.

    —Te conseguiré una audiencia con el rey. Él podrá ayudarte a hablar con el dragón.

    —Muchas gracias —sonrió Babette.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Makra estaba ya en Lanu Kah, aunque apenas había recorrido unos pocos metros cuando la bruja de Cattalis se materializó frente a ella. Cruzó los brazos bajo el pecho y esbozó una sonrisa burlona.

    —¿Ya me echabas de menos? —ladeó un poco la cabeza —¿Cómo me has localizado? ¿Me has quitado un pelo mientras dormía?

    —Mejor que no lo sepas —medio sonrió Tilda, pero entonces se puso más seria —. Necesito que vuelvas a Acier.

    —Querida… Me encanta follarte, pero tengo casa.

    —Es por Greg —esto hizo que Makra moviese un poco las orejas, demostrando que estaba atenta a ella —. Esa garrapata de Drenia le lanzó a Marinette una maldición que no he podido deshacer y Greg la ha absorbido.

    —Quieres ver si la puedo deshacer yo —aventuró Makra, a lo que Tilda negó.

    —Quiero ver si puedes averiguar cómo la ha hecho.

    —Hmn. Está bien. Déjame que avise primero de que tardaré unos días más —dijo, acercándose a un árbol.

    Apenas estaba rozando la corteza, Tilda le agarró una muñeca y tiró de ella para separarla del árbol.

    —¡No hay tiempo para esto!

    Makra le lanzó entonces una mirada fría que mostraba un enfado velado. En un rápido movimiento cambió la situación, de tal forma que Tilda terminó con la espalda contra el árbol y las rodillas dobladas para quedar por debajo de la altura de Makra. La lunar, además, le agarraba el cuello con una mano, inmovilizándola y centrando los esfuerzos de la bruja en intentar soltarse de su agarre.

    —Me gustas, Tilda. Eres fuerte, estás buenísima y me encanta tu pelo. Te respeto. Pero no voy a tolerar que ni siquiera tú me digas qué debo o no hacer cuando se trata de mi gente. ¿Entendido? —Tilda asintió y Makra sonrió, complacida —Buena chica —le dio entonces un piquito y la soltó, viendo cómo Tilda caía al suelo de culo. La ayudó a levantarse y le acarició una mejilla —. No tardo.

    Puso las manos en el tronco y cerró los ojos, apoyando la frente en el árbol. Sus labios se movieron como si estuviese hablando, y se cerraron cuando recibió una respuesta. Abrió entonces los ojos, respiró hondo y volvió a apoyarse en el árbol. Esperó un par de minutos y frunció el ceño. Al cuarto minuto se apartó del árbol.

    Niko no contestaba, pero tal vez estaba ocupado con Corr. Suspiró y miró a Tilda, tomando su brazo como si no hubiese ocurrido nada. Tilda recuperó su dignidad y esperó a que Makra asintiese para transportarse con la lunar al castillo.

    Una media hora después, Makra se levantó del borde de la cama donde estaba Marinette y se limpió las manos en una palangana con agua.

    —Es… extraño —comentó mientras salía de la habitación. Marinette ya estaba despierta, pero lo mejor era dejarla descansar y el ruido no la ayudaría —. Hay magias muy distintas entrelazadas. He sentido la abominación norcana, sobre todo, pero también había… restos de magia solar, lunar y Kurlah —frunció el ceño —. Es la de Niko. Esos chalados de la Estrella Roja le robaron magia, han debido usar parte en esta maldición.

    —No me gusta cómo suena eso —Tilda gruñó un poco y se recolocó el pelo mientras pensaba —. ¿Hay algo que puedas hacer por Greg?

    —No lo sé —suspiró la lunar —. Habría que separar cada componente y disolverlo uno a uno, pero el… hechizo, o lo que sea que une cada parte, ni siquiera sé lo que es o cómo funciona. Es como un doble o triple zurcido, una capa sobre otra, pero a la vez unidas. No me extraña que ni siquiera pudieses entender qué era esa maldición.

    Tilda volvió a gruñir, pero entonces Makra la empujó contra una pared, esta vez de manera suave, y rozó su cuello con la nariz.

    —Está bien, tranquila. Este hechizo parece muy complicado de hacer, así que lo debía tener preparado de antes. Le faltaría sólo el objetivo —le susurró mientras una mano empezaba a colarse bajo la falda de la bruja —. Ahora no tiene medios para hacerlo y ya no está en el reino, así que no puede hacer daño a nadie de aquí. Y ambas sabemos que el dragón se curará, sólo necesita dormir —los dedos de la lunar se abrieron paso entre la ropa interior de la bruja —. Lo mejor que puedes hacer ahora es relajarte. Quítate un poco de estrés, descansa… y después pensaremos juntas qué paso dar.

    Tilda no pudo contener el suave gemido que escapó de sus labios cuando los dedos de Makra acariciaron el lugar correcto de la forma correcta. Se agarró a ella y, sin importarle estar en un pasillo, aceptó su beso y su propuesta.

    Sí, quizá le vendría bien eso, entregarse a la princesa élfica y dormir un par de horas. Luego comprobaría el estado de Greg y juntas irían a hablar con Étienne.

    Todo iría bien.

    El rastreador


    Adri jamás habría pensado que encontrar una posada que admitiese animales pudiese ser tan difícil, pero Silladis debía tener una normativa muy estricta al respecto. Fácilmente habrían probado en todas las posadas y hostales, pero nada, era imposible.

    Así que ahora estaban en la plaza, sentados en un banco. Le había dado su chaqueta a Maèl para que no pasase frío y había comprado un par de empanadas de setas. Mientras se comía su ración, daba un pequeño paseíto de lado a lado, pensando qué hacer.

    Si fuese por él, preguntaría en un burdel. Muchas veces dormía en prostíbulos, incluso sin más compañía que Cachorro, pero no quería llevar a Maèl a un sitio de esos. Claro que se les agotaban las opciones. Si Silladis estuviese cerca de un bosque, podría confiar en que Cachorro podría estar bien, conseguirse cena y pasar la noche sin problemas entre árboles, pero ahí sólo había rocas y piedras…

    Estaba empezando a desesperarse cuando, de pronto, reconoció una cara. Era un hombre algo más bajo que él, pero desde luego robusto y fuerte, con dos espadas a la espalda y una ropa discreta y cómoda que, junto a su mirada, lo marcaban como del Gremio de Cazadores.

    —¡Claude! —exclamó, usando una de sus manos como altavoz. El hombre alzó la cabeza y buscó a Adri, algo que por suerte no era muy complicado de lograr.

    El tal Claude se acercó entonces a Adri, quien vio con sorpresa que iba acompañado de otra cara conocida, un joven más bajo y delgado de pelo castaño por los hombros recogido en una coleta. Su ropa era también de viaje, pero no parecía concordar con lo que solían llevar los cazadores. Además, su única arma era una pequeña daga al cinto, junto a su bolsa monedero.

    —¿Adrien? —preguntó ese joven, sorprendido de verle. Sonrió, entonces, cuando Cachorro se acercó corriendo para saludar y pronto le estaba acariciando la cabeza —¿Qué haces aquí?

    —Estamos de paso —dijo, haciéndole un gesto a Maèl para que se acercase —. Dejad que os presente. Maèl, este de aquí es Claude, un compañero del Gremio.

    —Hola, chaval —sonrió Claude mientras le tendía una mano para estrechársela.

    —Y él es Laurent.

    —Es un placer —dijo el nombrado con una sonrisa suave. Miró a Adri y movió un dedo, señalando rápidamente a Maèl y a Adri —. ¿Vosotros dos…?

    —¡No! No, no —Adri carraspeó y pasó un brazo tras los hombros de Maèl —. Es un cliente.

    —Eso no te detuvo conmigo —sonrió Laurent de forma juguetona, quitándole la empanada para darle un mordisco.

    Adri resopló y negó con la cabeza.

    —Es distinto —miró entonces a Claude —. ¿Y vosotros?

    —Nosotros sí estamos juntos —reconoció el otro cazador, acariciando con un dedo la mejilla de Laurent, quien le dirigió una mirada cariñosa antes de apoyarse en su pecho.

    —No, yo… Preguntaba qué hacéis aquí —se rio Adri —. Aunque me alegro por vosotros.

    —Es gracias a ti —ronroneó Laurent con el mimo de Claude a su espalda —. Respondiendo a tu pregunta… Nos ha salido algo de trabajo. Parece que hay una criatura no identificada acosando un pueblo unos kilómetros más al oeste.

    —Oh… ¿Vais juntos?

    —Sí, ya sé que el Gremio no suele aprobar que los externos trabajen con nosotros… —empezó Claude.

    —A mí eso no me importa —dijo rápidamente Adri, dándole un mordisco a su empanada —. Sólo me sorprende porque tú solías viajar solo.

    —Oh, eso —Claude contuvo una risa y asintió —. Es cierto, pero me enamoré —miró entonces al lobo, que ahora estaba recibiendo mimos de Maèl, y ladeó la cabeza —. ¿Tenéis dónde pasar la noche?

    —Nosotros hemos alquilado una casa. Es el único motivo por el que vinimos a este pueblo alejado de todo —explicó Laurent, intercambiando una mirada significativa con Claude, quien le guiñó un ojo antes de volver a mirar a Adri.

    —Hay dos habitaciones y sólo estamos usando una.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El dormitorio del que la pareja les había hablado no era muy grande, pero parecía suficientemente cómodo para los dos. La cama era doble, aunque estrecha, y la ventana no daba a ninguna vista interesante, pero iluminaba y ventilaba bien, que era lo importante.

    Además, no había moho ni plagas, el colchón estaba limpio y las sábanas olían bien, así que Adri no podría pedir más, la verdad.

    —Ha sido una suerte encontrarlos, se me estaban acabando las opciones —comentó mientras iba haciendo la cama —. Son además buena gente. Conocí a Claude hace años… hicimos un par de misiones juntos. Es un buen luchador y estratega, y no dudaría en confiarle mi vida en una batalla, si se presentase la ocasión. ¿Me pasas las almohadas? Gracias.

    Colocó las almohadas en la cabecera y las cubrió después con las mantas. Abrió entonces el armario y sonrió al ver que había una manta adicional. La puso sobre la cama y después se acercó a la ventana para asomarse y tomar un poco de aire.

    —A Laurent lo conocí hace dos… tres años ya. De la alta burguesía. Un hombre entró en su casa y robó las joyas de su madre, así que me contrató para que le ayudase a recuperarlas. Ya sabes, tengo buena fama como rastreador —le dirigió una radiante sonrisa y se giró, apoyando la cadera en el alféizar y cruzando los brazos bajo el pecho —. Conseguí recuperarlas, incluso un juego de pendientes y collar que había sido ya vendido, y luego le acompañé de vuelta a su hogar. Por el camino nos cruzamos con Claude y me pidió ayuda con un problema demasiado grande para él solo. Me ha sorprendido saber que siguen juntos. Es decir, sé que hubo buena química entre ellos desde el principio, pero no esperaba que se fuesen a enamorar.

    Miró entonces a Maèl y se quedó unos segundos prendado de la forma en la que la luz de las velas iluminaba sus ojos y su pelo. Carraspeó para volver a la realidad y se alejó de la ventana, cerrándola y corriendo las cortinas.

    —Te dejo intimidad para que te pongas ropa más cómoda, ¿vale? Voy a ver qué planes tienen para mañana, por no molestarles, y luego nos vamos a dormir de una vez. Estarás tan o más agotado que yo…

    Suspiró y se acercó a él, dándole un beso en la frente antes de salir. Cachorro, a los pies de Maèl, alzó las orejas, pero después cerró los ojos cuando Adri salió de la habitación.

    Un cuarto de hora más tarde, más o menos, Adri llamó antes de volver a entrar. Maèl ya estaba en la cama. Lo creyó dormido, así que aprovechó para cambiarse en el momento. Después, sopló todas las velas menos la de la mesita de noche y se subió a la cama, sorprendido al ver a Maèl despierto.

    —Creía que ya estabas dormido —susurró, apagando la última luz una vez se acomodó. Cachorro, que ahora estaba a los pies de la cama, sobre el colchón y bajo la manta superior, bostezó y se estiró con un gruñidito. Adri lo ignoró y se puso de lado, frente a frente con Maèl —. ¿Sabes? Al final voy a tener un problema enorme y es que me voy a terminar aficionando a dormir contigo y luego me costará conciliar el sueño.

    Al ver su cara de incomprensión, se mordió el labio unos segundos, dudando cómo decirlo.

    —O sea… Cuando esta aventura termine, cuando encontremos a tu compañera y vuelvas a Acier… Ya no te tendré a mi lado, así que tendré que pasar un tiempo abrazando a Cachorro hasta que me desacostumbre.

    Ahora vio que la cara de Maèl exhibía una creciente tristeza. Se dio cuenta de que, tal vez, el principito no se había planteado que aquello tendría fin, o quizá no había querido pensar en ello. Al menos, no decirlo en voz alta. Adri entendía que muchas veces decir las cosas en voz alta hacen que se sientan totalmente reales, y ahora él había verbalizado que habría un punto y final en esa historia.

    Sintiendo remordimientos y también tristeza ahora que era más consciente de esa futura separación, rodeó a Maèl con los brazos y lo apretó contra su pecho en un abrazo quizá no muy fuerte, pero sí firme. Besó otra vez su frente y le acarició la espalda.

    —Escucha… He dicho eso porque era el plan original, pero realmente nada garantiza que sea eso lo que vaya a ocurrir —empezó a decir en voz baja al cabo de un par de minutos pensativo —. Es decir… Quizá cuando estés con tu compañera quieras seguir acompañándome, o quizá quieras volver un tiempo a Acier y luego retomar tu papel de recorre-mundos —sonrió un poco ante la idea —. Si algo me ha enseñado la vida es que hacer planes definitivos es un error, porque muchas veces cambian en el último momento. Sobre todo si hablamos de aventuras como esta. Además, incluso si quisieras volver a casa para siempre… no sabemos cuánto falta para eso. Así que lo mejor será que disfrutemos de este tiempo que vamos a estar juntos y vayamos viendo cómo se desarrollan las cosas. ¿Te parece un buen trato?

    Tras decir esto, se separó lo suficiente para mirarle y le acarició una mejilla con suavidad, sonriendo al verle que por fin sonreía de nuevo. Entonces, como ya le había pasado en más de una ocasión, sus ojos bajaron a los labios del principito, tan tentadores que era incluso enloquecedor resistirse al impulso de besarlos.

    Se obligó a volver a mirar sus preciosos ojos y le dio un pellizquito en una oreja.

    —En ese caso, no pensemos más en un futuro incierto y tan lejano. Y, mientras tanto, podemos seguir durmiendo así, juntos… hasta que te canses de mis ronquidos —terminó por bromear, sintiendo genuino alivio al escucharle reír.

    Dejó que se acomodase mejor contra su cuerpo, usando su brazo de almohada y su hombro de apoyo, y le acarició la espalda hasta que él mismo se quedó dormido.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Adri no era de dormir hasta tarde, así que poco después del amanecer estaba bajando a la cocina. Le sorprendió un poco encontrar a Laurent terminando de hacerse el desayuno, sobre todo porque vestía sólo una camisa de Claude y dejaba sus piernas desnudas.

    El rastreador no pudo evitar pensar que, unos meses atrás, habría acariciado esas piernas, besado el hombro que asomaba bajo la camisa y, seguramente, habrían terminado follando sobre la encimera.

    Ahora, sin embargo, no sintió auténtico deseo por hacer nada de eso. Es decir, se le pasó por la cabeza, pero no con la suficiente fuerza como para siquiera alargar una mano a esa piel oscura y suave.

    En vez de eso, aceptó con una sonrisa el ofrecimiento de café y empezó a mirar en la despensa, rescatando un par de naranjas con las que hacer zumo, una manzana y un trozo de queso que añadiría a sus tostadas.

    —Ese Maèl, el muchachito que te acompaña… —dijo Laurent mientras terminaba de servir el café —Es silencioso, ¿no?

    —Aquí el único que ronca es Claude —sonrió Adri, a lo que Laurent rio mientras le daba un golpecito en el brazo.

    —¡Sabes que no me refiero a eso!

    —Bueno… No había otro motivo para que hiciese ruido —comentó el de los ojos de dos colores, cortando a la vez el pan para tostarlo.

    Laurent le miró unos segundos y acabó por apoyarse en la encimera, enarcando un poco una ceja.

    —No te estás conteniendo por vergüenza, ¿verdad? —ante el «¿hmn?» de Adri, resopló —Venga, no te hagas el tonto. Los dos sabemos que follas más que los conejos.

    —No me estoy tirando al pri-… a Maèl —rectificó con un carraspeo —. Ya os lo dije ayer.

    —Ah, ¿lo decías en serio? Pensaba que querías mantener un perfil bajo en el mercado.

    —Un hombre como yo no puede mantener un perfil bajo —se rio Adri, señalándose el pelo y los ojos.

    Laurent volvió a guardar silencio, después se encogió de hombros.

    —Supongo que la gente cambia. Llevamos un par de años sin vernos, aunque se me hace raro que hayas pasado de acostarse con cualquier cosa con piernas a… guardar celibato —contuvo entonces un jadeo de sorpresa —. ¿Acaso te han…? —hizo un gesto de tijeras con dos dedos, logrando que Adri soltase una carcajada. Al no quedar satisfecho con esa pseudo-respuesta, le agarró el paquete con una mano.

    —¡Eh! —se quejó Adri, más aún cuando Laurent empezó a apretarle de forma rítmica —¿Qué haces? ¡Para!

    —Qué raro —comentó Laurent, soltándole por fin al empezar a recibir una auténtica reacción. Adri le gruñó y le apartó un poco, sacudiendo la cabeza y pensando en piedras para calmarse de nuevo —. ¿Acaso ese chico tiene algo especial?

    —Es un cliente más.

    —Yo también lo era y no tardamos ni una noche en acabar en la cama —Laurent se recogió un mechón de pelo tras la oreja, pensativo —. Dime, sinceramente… ¿Con qué otros clientes no te has acostado?

    Adri abrió la boca para contestar, pero entonces alzó los ojos, pensativo, y terminó por cerrar la boca. Laurent asintió un par de veces, contento al ver que tenía razón, y luego se giró con una radiante sonrisa hacia la puerta en el momento en el que entró Claude.

    Llevaba sólo un pantalón que hacía juego con la camisa de Laurent, dejando al aire un torso de músculo bien marcado y surcado de cicatrices varias. También tenía mordiscos, algún chupetón y arañazos en la espalda, pero debían ser de la noche anterior. Y, en el hombro derecho, el tatuaje de una espada simplificada en el mismo estilo que el tatuaje que Adri tenía en su muñeca.

    —Buenos días, amor —saludó, besando a Laurent. Después le hizo un gesto a Adri —. ¿De qué hablabais tan animados?

    —Adri dice que no se ha acostado con su compañero.

    —¿En serio?

    —¿Por qué lo decís como si fuese tan raro? —se quejó Adri.

    —¿Acaso te falla el…? —Claude le miró directamente la entrepierna, haciendo que Adri resoplase y Laurent negase con la cabeza.

    —No, lo he tocado ahora un poco y todo parecía ir bien.

    —¿Pero por qué os interesa tanto mi vida sexual?

    —Pues porque nos preocupamos por ti —dijo Claude, tomando a Adri de la cintura y abrazándolo por la espalda —. ¿Cuánto hace que nos conocemos, Adri? ¿Seis años, quizá? Antes de que dejases tu pueblo —apoyó la barbilla en su hombro mientras Adri quitaba el pan del fuego, ya con el queso derretido encima —. Así que, si te pasa algo, si tienes algún problema, deberías poder decírmelo. Somos hermanos de juramento, ¿no?

    —Empiezo a creer que lo que pasa es que estáis tanteando si podéis o no volver a arrastrarme con vosotros —bromeó Adri, a lo que Laurent y Claude rieron a la vez. El espadachín se separó del arquero y volvió con su amante, que ya se había sentado a la mesa.

    —Nos ha pillado —siguió Claude con la broma.

    —¡Pero estoy bien! Simplemente, siento que si me acostase con Maèl… estaría destruyendo la relación que tenemos. Con vosotros podía follar sin compromiso y no pasaba nada, pero con Maèl lo siento… no sé, distinto.

    —Ah, pero ¿quieres hacerlo? —preguntó Laurent, apoyando la barbilla en una mano.

    —Pues… —Adri frunció el ceño mientras dejaba su desayuno sobre la mesa —No lo sé. ¿Quizá? Es un poco confuso. Sólo quiero, realmente, que esté bien. Quiero cuidarle, evitar que sufra, hacerle feliz en la medida de lo posible… ¡No lo sé! Algo me dice que el sexo arruinaría eso.

    —¡Oh! ¡Cariño, ya lo entiendo! —dijo Claude, dándole un codacito a Laurent —¡Se está enamorando!

    —¿Qué? No, yo…-

    —¡Tienes razón, Claude! Estaba clarísimo ahora que lo dices —Laurent soltó un suspiro soñador —. Ah, el primer amor de nuestro hombrecito…

    —Deberíamos ayudarles a organizarles una cita.

    —¿Qué? ¡No!

    —¡Es una idea maravillosa! ¡Ah, hay una gruta a las afueras con unas vistas maravillosas del río! ¿Qué tal un picnic ahí?

    —Chicos, parad-

    —¡Suena genial! Lau, eres un genio —como premio, le dio un beso con sabor a café —. Podemos preparar comida e ir los cuatro a lo cita doble. Así también vigilamos que todo vaya bien.

    —Esto no es para nada necesario, en serio…

    —Vale, Adri, tranquilo, está ya todo decidido. ¡Voy a ir a comprar carne!

    —¡No, no, nada de carne! ¡Maèl no come carne!

    —¡Ay, pero qué bien conoces a tu tortolito!

    —¡No lo llames así!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Adri no estaba seguro de cómo había terminado en esa situación. Lo peor era que había intentado que Arala pusiese orden a la cosa, pero la bruja se había reído y les había animado a seguir con esa descalabrada idea de la cita doble.

    —Así Léo y yo aprovechamos para comprar algunas cosas para el viaje —había dicho ella con una sonrisa radiante, dejando a Adri sin palabras.

    Ahora el rastreador iba algo retrasado con respecto al grupo. Cachorro iba por delante, correteando y de vez en cuando dándose media vuelta para asegurarse de que le seguían, aunque era Laurent quien guiaba al grupo. Maèl y Laurent estaban parloteando, compartiendo sus primeras aventuras con emoción, mientras Claude cargaba parte del picnic y Adri llevaba la otra parte y cerraba el camino por atrás.

    Había coincidido con un día magnífico, el sol brillando alto en un cielo despejado y una temperatura, si bien fría, bastante agradable, sobre todo en comparación a lo que habían vivido los últimos días mientras se alejaban de la nieve.

    —¡Ahí está! —dijo Laurent de pronto, señalando hacia delante.

    Efectivamente, había una formación rocosa con una gruta natural que daba buena sombra y tenía alguna planta alrededor. Estaba elevada unos cuatro metros con respecto al nivel del suelo, pero no parecía difícil trepar hasta ahí.

    Laurent cogió la mano de Maèl y los dos se fueron corriendo y riendo con el lobo. Claude se rio y miró a Adri, dándole una fuerte palmada en la espalda.

    —¡Alegra esa cara! El chico se lo está pasando genial, ¿por qué no te relajas y disfrutas?

    —Todo esto me parece ridículo. Ya os he dicho que él no me gusta de esa forma

    —No sé a quién intentas engañar. ¿Te has visto la cara cuando aparece? Es que sonríes sin darte ni cuenta —el gruñido de Adri le hizo soltar una carcajada —. Venga, venga. Controlaré que Laurent no se pase, pero al menos intenta pasártelo bien también. Tómalo como un picnic normal, simplemente déjate llevar.

    Adri puso los ojos en blanco, pero terminó por asentir y dirigirle una pequeña sonrisa. Claude le guiñó el ojo, le robó un pico y le dio una palmada en el culo antes de caminar más deprisa para intentar alcanzar a los otros dos.

    Adrien suspiró, divertido de ver que esa pareja seguía con las mismas costumbres de tocarle sin ningún reparo incluso mientras aseguraban que estaba desarrollando sentimientos por un tercero.

    Cuando llegó frente a la pared, pudo ver mejor los resaltes que les servirían como punto de apoyo. Miró entonces a Maèl, que parecía algo preocupado por no poder lograrlo, y le puso una mano en la espalda, dirigiéndole una sonrisa tranquilizadora.

    —Subiré primero para ir poniendo las cosas —se ofreció Claude, a lo que Adri asintió cogiendo el saco que había estado cargando.

    Ni corto ni perezoso, Claude empezó a trepar como si hubiese hecho eso durante toda su vida, y quizá así había sido. Los cazadores debían saber moverse por cualquier terreno, y aunque no entrenaban todas las posibilidades, muchas las acababan aprendiendo durante sus viajes.

    Una vez en la gruta, alzó una mano para coger al vuelo las bolsas que Adri le iba lanzando. Lo último que cogió no fue el arco y el carcaj de Adri, que también —un cazador nunca se separa de sus armas—, sino a Cachorro, que movía la cola encantado de la vida de ser incluido en lo que consideraba un juego divertido.

    —¿Te ayudo? —preguntó Adri mirando a Laurent, quien sonrió mientras se agarraba al primer saliente.

    —No te preocupes por mí.

    Dicho esto, Laurent empezó a trepar, haciéndolo con bastante soltura, aunque claramente más despacio y dubitativo que Claude, quien le ayudó a subir el último tramo. Adri apartó la mirada al ver que esos dos empezaban a compartir besos y miró a Maèl, invitándole a subir.

    Le vio hacerlo bastante bien en los primeros salientes. Trepaba despacio, pero las indicaciones que Laurent le decía parecían ayudarle. Sin embargo, cuando iba por la mitad su pie resbaló y, por el miedo, se soltó y cayó. Por suerte, Adri estaba preparado y no dudó en cogerlo en brazos.

    —¿Estás bien? —le preguntó, comprobando que no tuviese ninguna herida. Cuando Maèl le asintió, lo dejó en el suelo y lo abrazó mientras pensaba —Vale, tengo una idea. Súbete a mi espalda. No me mires así, sólo hazlo. Agárrate fuerte a mí y no te preocupes por nada.

    Le sonrió y se agachó, ofreciéndole su espalda. Una vez lo tuvo encima, bien sujeto, empezó a trepar, llegando con la respiración algo más agitada que la de Claude, pero bastante más sereno que Laurent.

    —Qué bonito —sonrió Laurent, ganándose una mirada asesina de Adri —. Las vistas, decía.

    El rastreador resopló, pero entonces se giró y tuvo que reconocer que, efectivamente, las vistas eran magníficas. Por un lado, quedaba el río, brillando con los reflejos del sol y de los peces, y por el otro estaban las «mil aguas» de Silladis, alzándose en esa extraña formación tan característica.

    —Las vistas son maravillosas, pero la comida también —dijo Claude, dando una palmada al aire —. ¿Quién tiene hambre?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    La comida había sido abundante y deliciosa. Setas salteadas, berenjena con bechamel, calabacines fritos, aros de cebolla… Un festín para los amantes de las verduras. Y quizá Adri había comido demasiado, porque ahora su tripa se quejaba un poco. Era la trampa tras la comida de picoteo: cuesta mucho medir lo que realmente estás comiendo hasta que llega el empacho.

    Pero lo mejor había sido el ambiente. Realmente había olvidado todo eso de la cita doble y se había centrado en disfrutar, compartiendo anécdotas y aventuras, contando chistes, riendo y hablando mientras comían.

    Ahora la cosa estaba mucho más relajada. Claude había traído una kalimba y ahora la hacía sonar en una cancioncita que hacía fondo a la historia que iba contando Laurent. El chico estaba al fondo de la gruta, que tampoco era muy estrecha, compartiendo manta con Maèl, quien además acariciaba a Cachorro. El lobo se había acomodado sobre él, apoyando su enorme cabeza en su pecho y con una pata en su regazo, y el príncipe de Acier simplemente había aceptado su destino.

    —Quiero decir… Claude y yo llevábamos un tiempo juntos, supongo. Habíamos viajado durante unas semanas, nos habíamos acostado más de una vez.

    —Y más de diez también —se rio Claude, a lo que Laurent chasqueó la lengua con fingida molestia.

    —Tú toca la kalimba y calla, anda —se rio también y volvió a mirar a Maèl —. Bueno, como te decía, ya había cierta relación física, ¿sabes? Pero en ese momento, recién salidos de un peligro mortal, nos miramos a los ojos y, no lo sé, fue como si surgiese una chispa. Como si de pronto le viese por primera vez. Como si supiese en ese segundo exacto que estábamos destinados a estar juntos.

    —Yo sentí lo mismo —reconoció Claude —. Sentí que no quería separarme de ti nunca más. Que quería hacer tus días brillantes y tus noches cálidas y seguras.

    —Y lo estás haciendo —sonrió Laurent en un gesto dulce.

    Claude dejó el instrumento a un lado y se acercó para besarle, recuperando después su sitio.

    —¿Y tú, Adri? ¿Has sentido alguna vez algo así?

    Adri miró a Laurent como pidiéndole tregua y después giró la cabeza hacia el exterior.

    —El sol está bastante bajo —dijo en lugar de responder —. Deberíamos ir volviendo o si no llegaremos ya de noche y hará demasiado frío.

    —Tiene razón —consintió Claude —. Venga, recojamos esto y pongámonos en marcha.

    El elfo


    Era curioso cómo de rápido el repentino ataque de la bruja de Acier había pasado a un segundo plano, cediéndole todo el protagonismo a la expresión rota de Corr. No había llegado a llorar delante de él, pero Niko lo conocía demasiado bien como para fingir que no sabía que había estado a punto de hacerlo.

    También creía saber por qué se había puesto así de pronto. Quizá se había dado cuenta definitivamente de que Niko iba a irse, ¡y a Bluka! Al otro lado de Acier, tras las montañas, a una tierra de la que tampoco sabían mucho.

    Desde que lo había encontrado temblando en el bosque, perdido, solo y manchado de la sangre de Lux, Niko había estado con él. Bien, no cada día, ni siquiera cada semana, pero por lo general se habían visto todos los meses. La única excepción fue un verano donde se celebró una importante cumbre en Lir Ahtok para discutir algunos asuntos entre solares y lunares. Habían sido días muy tensos, y al volver Niko se había encontrado con que Corr había pasado de ser un adolescente a ser prácticamente un hombre.

    Sonrió un poco al recordar aquello. Ese fue el primer momento en el que no vio a Corr como a un niño, y fue la primera vez que sintió deseo físico por él. De ahí a enamorarse perdidamente de su balahu había un salto muy pequeño.

    Y ahora se iba a ir, y no durante un par de meses. Seguramente no podrían visitarse, y mandarse cartas sería un proceso largo y difícil, por lo que, básicamente, cuando Niko se fuese, su relación se perdería para siempre.

    La sonrisa tembló en sus labios antes de desaparecer. Bajó la mirada y se pasó una mano por la cara, apresurándose a limpiar esa estúpida lágrima que se había atrevido a mojar su piel. Carraspeó y se echó el pelo hacia atrás para después ponerse en pie. Tuvo que apoyarse en una pared, todavía se sentía débil, pero una vez se estabilizó, salió de la habitación sin problemas. Incluso enderezó la espalda y alzó un poco la barbilla.

    Ghilanna le miró y abrió la boca para preguntarle algo, pero él simplemente chasqueó la lengua con desagrado y rodó los ojos, saliendo sin dirigirle ni una palabra. Se agachó un poco cuando Charlotte se acercó a él y la tomó en brazos, llenándola de mimos y dejando suaves besos en su cabeza.

    —¿Cómo está Corr? —suspiró con el chirridito triste de Charlotte y asintió un par de veces —Ve con él, entonces. Te necesita más que yo —volvió a suspirar, jugando un poco con la oreja de la royalette —. Y… ¿Podrías decirle que voy a dar un paseo? Necesito que me dé un poco el aire. Volveré para la hora de la cena, como muy tarde.

    Sonrió levemente con los mordisquitos de Charlotte en sus dedos y la dejó en el suelo. Se puso en pie, viéndola desaparecer entre los árboles, y estiró los brazos hacia arriba, quejándose un poco cuando su espalda se recolocó de forma satisfactoria. Se colocó su capucha, miró hacia el cielo, tomó aire y empezó a caminar sin tener muy claro a dónde le llevarían sus pasos.

    [CENTER] ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Lanu Kah siempre había sido su hogar. Daba igual en qué punto de aquel inmenso bosque se hubiese asentado, había estado en al menos tres zonas distintas a lo largo de su vida, siempre había sentido que ese bosque era parte integrante de su casa.

    Este era un sentimiento compartido por todos los lunares que vivían ahí, por supuesto, y era quizá lo único que les podía dar cierta unidad «nacional», por llamarlo de alguna forma. Lanu Kah era su hogar, y por ello debían protegerlo de invasiones y daños.

    Si los humanos entendiesen eso, no se escandalizarían tanto al ser expulsados de manera amable —todo lo amable que pueden ser los lunares enfadados— del territorio. Se les permitió cruzar el bosque en tiempos de Cézanne, pero no expandir el reino hasta el interior del mismo. Y podían usar madera del bosque y cazar, claro, pero sólo por unos sectores concretos.

    Además, si los humanos decidían internarse y no seguir los caminos hechos por los propios lunares renovados, los hijos de la luna se lavarían las manos si dichos humanos morían a manos de los arcaicos, que tenían ideas mucho más radicales al respecto y sólo aceptaban los acuerdos por esa maldita tregua de la Pla’ja. Y, aun así, lo aceptaban de mala gana y rechinando los dientes.

    Sí, podía decirse que, por lo general, había paz y respeto por el bosque, incluso si los humanos se empeñaban en llamarlo Ferrot, que para los lunares era un nombre absurdo sin ningún sentido. De hecho, Niko incluido fingiría no tener ni idea de qué era Ferrot si un humano decidía usar ese nombre.

    En definitiva, Lanu Kah era su hogar, y por eso se sentía tan cómodo paseando entre los árboles, a pesar de no conocer tan bien esa zona como otras. Y por eso también arrugó la nariz con desagrado cuando le llegó el hedor de la magia podrida de los norcanos.

    Captó el sonido de voces a lo lejos, provocando que sus orejas se moviesen un poco, pero no alcanzó a oír nada de lo que decían, por lo que decidió acercarse de forma discreta. Para ello trepó por un árbol y se fue moviendo por las ramas como una ardilla, cobijándose entre el follaje de las ramas hasta que llegó ante los intrusos.

    Porque Drenia y esa decena de miembros de la Estrella Roja sólo podían calificarse como intrusos.

    —Esa estúpida bruja cree que ha vencido —se quejaba Drenia, sentado en una piedra. Debían llevar andando horas, porque todos se habían sacado las botas para aliviar el dolor de sus pies —. Ha matado a muchos de nuestros hermanos ¡y con el beneplácito del rey! Pero no os preocupéis —habló ahora en un tono apaciguador al ver que el odio volvía a encenderse entre sus compañeros —. Somos pocos, pero somos fuertes. Todavía quedan hermanos en Acier, ocultos, esperando su momento. Y conservamos muchas de nuestras notas, restos de la primera criatura y algunos viales de magia Kurlah, por lo que…-

    El discurso de Drenia quedó súbitamente interrumpido cuando Niko cayó del cielo, literalmente. Saltó de la rama y aterrizó con los pies, medio arrodillado en el suelo, aunque pronto se alzaba con una mirada llena de asco y resentimiento que hizo que el antiguo brujo de la corte sintiese un escalofrío recorrer su espina dorsal.

    —Vosotros —dijo con la que quizá era su voz más grave y oscura —sois una plaga. Insectos asquerosos que no saben cuál es su lugar. No sois arcanos, apenas sois humanos. ¿Os creéis más listos que la Naturaleza? ¿Más poderosos que ella?

    Drenia hizo a sus compañeros un gesto para que se relajasen. Los miembros remanentes de la Estrella Roja habían sujetado sus armas y estaban listos para luchar contra ese elfo —eran doce contra uno, las cuentas salían a favor de la secta—, pero Drenia esgrimió una sonrisa tranquila y se calzó antes de ponerse en pie.

    —La Naturaleza es imperfecta —empezó a decir, sonriendo otra vez, ahora con autocomplacencia, cuando Niko apretó los puños —. Nosotros, como criaturas racionales, podemos ver esos errores y corregirlos. ¿Por qué sólo unos pocos tienen magia cuando es algo con lo que no hace falta nacer? ¿Por qué no puede haber una criatura que sea rápida, fuerte, inteligente, feroz, ideal en cada aspecto, que pueda servir a mis propósitos?

    Niko apretó los dientes. Hablar con alguien así era inútil. Ese hombre estaba loco, consumido por una avaricia que él no alcanzaba a comprender. ¿De qué serviría explicarle que había un orden en todo, que precisamente la imperfección de la Naturaleza era parte esencial de la misma? ¿Cómo podría siquiera decirle que sus palabras no sólo eran ofensivas para él, sino que además eran una locura que no podía llevar a nada más que a la destrucción?

    Hablar era inútil. Enfadarse quizá también, pero ese imbécil había ordenado que le torturasen para extraerle magia con algún fin retorcido que ni siquiera quería conocer. Quería venganza. No, mejor aún, quería purificación. Eliminar a ese loco y a su panda de sectarios.

    —Los lunares no lo entendéis —retomó Drenia la palabra con una voz suave y tranquila —. Sois un pueblo primitivo, anclado en tradiciones prehistóricas. Creéis en dioses y adoráis el bosque como si fuese alguna deidad en sí mismo, cuando no hay más dios que la razón y el progreso. Tú mismo eres ejemplo de lo atrasado de tu «civilización» —dijo esto con especial retintín, como si no terminase de considerar a los lunares como una civilización en sí misma —. Eres especial, porque eres un Kurlah, y eso hace que se te sitúe muy por encima de lo que normalmente estarías en tu sociedad. Derribando las barreras de género y de casta sólo porque, según vosotros, la luna, que no es más que una roca flotante en la inmensidad del espacio, te ha concedido cierto favor que permite que se te adore como a un rey.

    Drenia se volvió a sonreír al ver cómo los ojos de Niko se encendían. Sabía realmente que aquel lunar era peligroso, había visto lo que había hecho con ese solar en Acier, pero si podía enfadarle, si podía hacerle perder el control, quizá podría arrinconarlo y apresarlo para seguir extrayendo su energía mágica.

    Avanzó un paso hacia él, lo que hizo que Niko echase un pie hacia atrás de forma instintiva.

    —Y yo me pregunto: ¿por qué te habría escogido nadie a ti? No eres el mejor ejemplo de tu especie. Eres bajo, eres bastante delgado. ¿No tienen los tuyos grandes músculos de guerrero? Tú pareces muy poca cosa. Y, además, te codeas con humanos. ¡Con un regicida, nada más y nada menos! Corentin, el príncipe exiliado. Y está claro que tuviste algún tipo de relación con un elfo solar, que son vuestros enemigos jurados. Así que, dime, ¿por qué la diosa luna podría haberse fijado en ti, que no sólo eres muy del montón, sino que encima vas contra corriente entre los tuyos?

    La energía alrededor de Niko se estaba empezando a concentrar de una forma preocupante. Los sectarios que acompañaban a Drenia compartieron miradas inquietas y se apuraron a volver a ponerse botas y zapatos y a sujetar con más fuerza sus armas, sin saber cómo podría reaccionar ese elfo.

    Sin embargo, de pronto toda esa energía se disipó y los ojos de Niko volvieron a ser rojos. Se recolocó la capucha mientras le dirigía a Drenia una mirada nueva, como si se hubiese dado cuenta de algo.

    —Todo esto… ¿por celos? —preguntó de pronto, haciendo que Drenia frunciese el ceño con una mezcla de sorpresa y desagrado —¿Quieres poner patas arriba todo simplemente porque los dioses no te escogieron a ti? ¿Te crees más digno que los arcanos y por eso nos robas la energía y planeas destruir nuestros cimientos? —soltó una carcajada y luego sacudió la cabeza, todavía riendo —¡Eres patético! ¡Eres mucho más patético de lo que creía!

    —¡Basta! ¿Qué coño estás escupiendo ahora? ¿Envidia de qué? ¿Qué podría envidiar yo de vosotros? ¡Los arcanos sois supersticiosos, sois débiles! Preferiríais matar a vuestro propio hijo si un espíritu os lo dijese.

    Niko suspiró y se frotó la nuca con una mano.

    —No adoramos el bosque como si fuese una deidad. Lo cuidamos y protegemos porque es nuestro hogar. Y tú y tu panda de locos no sois bienvenidos.

    Energía mágica volvía a arremolinarse alrededor de Niko, pero esta vez de forma mucho más controlada. Sus ojos volvían a brillar en blanco, pero de forma cabal, con un dominio que antes no había estado demostrando.

    La inquietud redobló su fuerza entre los sectarios.

    —¡Maestro! —dijo su segundo al mando con la voz cargada de angustia.

    Drenia, sin embargo, alzó una mano para pedir calma.

    —No os preocupéis, hermanos. Nuestros aliados están aquí.

    Niko frunció el ceño al escuchar eso. Entonces, sus orejas se movieron un poco al percibir un nuevo sonido, pasos, telas, metal acercándose a él. Una mano grande y fuerte le sujetó las dos muñecas y pronto el filo de un cuchillo se apoyó en su garganta, presionando lo suficiente para hacer brotar una gota de sangre.

    Era una daga lunar, no cabía duda, y la mano que sujetaba el mango era demasiado oscura y tosca como para dejar lugar a dudas de a quién pertenecía.

    ¿Quién te ha dado permiso para salir de la cama, puta? —susurró una voz en su oído en el lenguaje élfico, concretamente en el dialecto de los subterráneos.

    La expresión calculadora de Niko se cambió por una de miedo. Sus ojos empezaron a parpadear y su cuerpo empezó a removerse con puro pavor cuando nuevos arcaicos empezaron a salir de entre los árboles, todos bien cubiertos para protegerse de los rayos de sol que aún bañaban el bosque.

    —Tened cuidado con él —dijo Drenia, recuperando por completo su calma y seguridad —. En Acier vaporizó a uno de vuestros socios en un parpadeo.

    —¿Oh? —esa voz hizo que Niko intentase escabullirse, pero el que lo tenía sujeto apretó mucho más fuerte sus muñecas y le hizo una fina herida en el cuello, obligándole a paralizarse.

    Salió una última figura, un elfo más alto que los otros, vestido con una túnica que caía más que la de los demás, pero se abría por los laterales, relevando unos pantalones que se ajustaban en los tobillos. Era un auténtico armario, con una espalda el doble de ancha que la de Drenia y unas manos que podían romper cuellos sin demasiado esfuerzo.

    Niko lo sabía bien porque le había visto hacerlo.

    Ese arcaico se acercó a él, andando despacio, como si tuviese todo el tiempo del mundo. Tuvo que agacharse un poco, pero sujetó la barbilla de Niko y le obligó a mirarle.

    —Así que despertaste —preguntó con una sonrisa que sólo se podría calificar como cruel.

    —¿Ya os conocéis? —dijo Drenia con un interés bastante bajo.

    —Oh, desde luego. Nikol’ka y yo somos viejos amigos. ¿Verdad, Nikol’ka? —aquel lunar se inclinó un poco más para robarle un beso, obligándole a abrir la boca para meterle lengua de forma invasiva. Cuando le soltó, Niko escupió con asco, recibiendo una bofetada tan fuerte que, si el otro no lo estuviese sujetando, habría caído al suelo —Un par de décadas en la superficie y te ha vuelto todo el carácter, ¿eh? Con lo bien que habías respondido a mi entrenamiento, te habías vuelto tan manso… —el arcaico puso expresión pensativa y luego suspiró —O quizá no tanto, viendo lo que hiciste con mi ciudad. Mataste a mi hermana, ¡la reina! —al bramar esto, le dio otra bofetada —¡Y destruiste la ciudad entera! —ahora, le soltó un puñetazo en el estómago que provocó que Niko vomitase y escupiese algo de sangre.

    —Kirra’uan —le llamó Drenia con una mirada asqueada ante el lamentable espectáculo —, lo necesito vivo.

    —No te preocupes por eso, humano. Nikol’ka vivirá. Espero —añadió con una sonrisa ladina —. Primero debo recordarle todo lo que le enseñé en su momento. ¿Recuerdas lo bien que lo pasábamos entonces? —esta vez, cuando tomó el mentón de Niko, lo hizo con más suavidad, acariciándole incluso una mejilla —Tu cara sigue siendo preciosa. Siempre fuiste mi puta favorita. Dime, ¿has echado de menos mi polla? ¿Qué te parece si te follo ahora mismo para ir recuperando el tiempo perdido?

    Las piernas de Niko temblaron tanto que, en cuanto le soltaron, cayó al suelo de rodillas. Kirra’uan le quitó la capucha y le agarró de la coleta, usándola como guía para estampar la cara de Niko contra su entrepierna, todavía cubierta por telas, aunque con un bulto duro empezando a sobresalir.

    Niko se obligó a respirar hondo, a calmarse. Reunir energía le estaba costando, no sólo por el pánico, sino porque todavía no se había recuperado de la tortura de la Estrella Roja, pero tenía que hacerlo. Aunque no pudiese hacer un ataque tan brutal como si estuviese en su mejor momento, aunque luego se desmayase y Corr lo tuviese que volver a llevar a casa en brazos, tenía que hacer algo, lo suficiente como para tumbar a esa gente, lo suficiente como para poder huir.

    Cerró los ojos, ignorando las miradas divertidas de los lunares y las desagradadas de los humanos, también el mal trato de Kirra’uan, su presencia entera.

    ¿Estás listo, cariño? —preguntó el líder de los arcaicos.

    Sí. Estoy listo —susurró Niko.

    Esa no era, desde luego, la respuesta que esperaba el guerrero, y mucho menos cuando Niko abrió los ojos y mostró que volvían a ser blancos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Miró el cielo y chasqueó la lengua al ver que los tonos anaranjados del atardecer estaban siendo rápidamente sustituidos por los negros de la noche. Normalmente eso le habría supuesto un alivio, pero ahora sólo significaba que tenía que darse prisa en volver a la cabaña.

    No había matado a aquellos hombres. No habría podido, de todas formas. Seguía débil, y el hecho de que fuese de día no hacía mucho en su favor. Sin embargo, había conseguido soltar suficiente energía como para matar a cinco, quizá seis, y herir a prácticamente todos los demás.

    Recordar cómo la sangre de Kirra’uan había saltado cuando el latigazo mágico le había cortado un ojo le hizo arrugar la nariz y mirarse el pecho, donde había sangre y tierra. Se reacomodó en la capa y apuró el paso.

    No, no los había matado a todos, pero al menos había hecho una demostración suficientemente impresionante como para obligarles a replegarse. Kirra’uan y Drenia habían sido los primeros en huir, seguidos pronto por sus séquitos particulares. Ni siquiera habían recogido los cadáveres, dejándolos en manos de las bestias.

    Algo le decía que eso tendría consecuencias bastante negativas en el futuro. Tendría que haber apuntado a esos dos, pero apenas había conseguido suficiente entereza como para conseguir atacar, en primer lugar. Si hubiese flaqueado un poco, seguramente a esas alturas estaría en un subterráneo, con una correa en el cuello.

    Tragó saliva y se acarició la garganta, viendo sus dedos mancharse de sangre. No le quedaban energías suficientes como para curarse, apenas podía caminar, así que respiró hondo e intentó cubrirse con el cuello de la capa.

    Se detuvo, por fin, cuando vio la cabaña, pero el alivio se vio repentinamente sustituido por la ansiedad. ¿Qué le iba a decir a Corr? No podía contarle esto, ¿verdad? Pero había descubierto cosas horribles de la Estrella Roja. No, pero Corr no merecía seguir preocupándose… ¿O sí? ¿Qué era mejor, decírselo todo para que pudiese prepararse, o callarse y dejarle vivir tranquilo?

    Pero si se iba a ir, si lo iba a abandonar, debía decírselo, ¿no? ¿No sería lo más adecuado? O podía decírselo a Makra y que ella le protegiese… No, pero no podía poner esa responsabilidad en sus manos.

    Salió de su ensimismamiento cuando sintió, precisamente, a Makra. Frunció el ceño al no oírla, verla ni olerla, y tardó aún unos segundos en darse cuenta de que la sentía no porque estuviese físicamente ahí, sino porque estaba intentando comunicarse con él.

    Miró el árbol viejo más cercano y apoyó las manos y la frente en su tronco, cerrando los ojos. Escuchó lo que le decía y entonces abrió los ojos para mirar a la cabaña. Respiró hondo y volvió a cerrarlos.

    Quédate en Acier. Iré a verte pronto. Tengo que hablar contigo y con el rey mestizo.

    Dicho esto, dio la conversación por finalizada y fue a la cabaña. En la puerta sonrió con cierta afabilidad cuando le llegó el olor de la cena preparándose. Se quitó la capucha y se soltó el pelo, usándolo para cubrirse un poco, antes de abrir la puerta.

    —¡Hola otra vez! —saludó mientras se agachaba para acariciar a Charlotte.

    La royalette sintió que algo no iba bien, porque hizo un sonido preocupado, pero Niko se llevó un dedo a los labios, pidiéndole silencio, y se metió una mano en el bolsillo, ofreciéndole sus bayas favoritas. Le dio un beso entre los ojos y se enderezó para caminar hasta la cocina, aunque no entró.

    —¡Pero bueno! ¿Qué te ha pasado? —preguntó Guilanna, que estaba ayudando a Corr a cocinar.

    La sonrisa de Niko cambió a un gesto de desagrado, pero volvió a suavizar su expresión cuando miró a Corr.

    —Me he tropezado y he caído por un pequeño terraplén, pero estoy bien. Voy a darme un baño y a cambiarme de ropa.

    Corr asintió, quizá no del todo convencido, pero Niko no le dio tiempo a insistir. Entró en su habitación y le quitó algo de ropa —tenía un arcón con su propia ropa que Makra le había llevado, pero no le apetecía abrirlo— y fue al baño que él mismo había mejorado hacía unos días.

    La bañera no se alzaba, sino que se hundía en el suelo de forma escalonada, al estilo de las bañeras lunares. Era algo de lo que Ghilanna se había estado quejando, pero Niko no quería pensar en ella en esos momentos. No quería pensar en nada.

    Se quitó la ropa y se miró en el espejo. En su abdomen había aparecido un moratón, igual que en sus muñecas. Su mejilla también estaba mal —se le había hinchado un poco el ojo— y tenía nuevos cortes, pero esperaba que la idea de la caída pudiese servir como excusa para todo ello.

    A toda esta desgracia se sumaban las heridas y moratones, que todavía no se habían terminado de ir, de su última aventura con la Estrella Roja.

    Respiró hondo y se metió en el agua de la bañera. El calor le hizo suspirar, esta vez de alivio, y se hundió del todo para, al salir, acomodarse en la zona curvada de la bañera y cerrar los ojos.

    No habría sabido decir cuánto tiempo había pasado, pero el hecho de que unos golpes en la puerta le hiciesen dar un respingo le hizo pensar que, tal vez, se había quedado dormido, al menos unos minutos.

    —¡Ya voy! —prometió mientras salía de la bañera y se envolvía en su toalla.

    Ahora que se volvía a mirar en el espejo se vio mucho más cansado que antes, con las marcas más oscuras y palpitantes. Sobre todo al tragar saliva sentía dolor no sólo en la garganta, sino también en el vientre, por lo que ahora se preguntó si podría comer con normalidad.

    Se vistió con rapidez, o todo lo rápido que pudo, y se secó el pelo de forma descuidada para, por fin, salir. La mesa estaba lista y los dos comensales le esperaban con los platos servidos.

    No se disculpó, sólo tomó su asiento habitual y miró su plato. Era un estofado que siempre le había gustado, pero por esa vez se le hizo poco apetecible. No tenía hambre, más bien. Se sentía demasiado cansado, adolorido y, por qué no, asustado como para comer a gusto.

    Pero no le iba a hacer ese feo a Corr, así que empezó a comer en silencio mientras Ghilanna parloteaba sobre… Bueno, Niko ni siquiera fingió escucharla, no sabía de qué estaba parloteando ahora.

    Aunque sentir el calor de la comida hogareña alivió un poco su espíritu, igual que la bañera había hecho antes con su cuerpo, una vez llegó a medio plato dejó la cuchara a un lado y carraspeó para interrumpir la incesante charla de la solar.

    —Está delicioso, pero necesito dormir ya —dijo mirando a Corr con cierta disculpa —. Me lo terminaré luego, ¿vale?

    —¡Espera! —la voz de Ghilanna hizo que le saliese un pequeño tic en el ojo y que su ceño se frunciese —¡Hoy te toca lavar los platos!

    —Y a ti te toca cerrar la puta boca y buscarte una casa de verdad —dijo en un tono tan frío y agresivo que hasta Charlotte, a los pies de Corr, se tensó. Niko respiró hondo y se levantó —. Gracias por la comida.

    Dicho esto fue a la habitación de Corr y se tumbó en la cama, de espaldas a la puerta y abrazándose a sí mismo.

    —Está de peor humor de lo normal —escuchó que decía Ghilanna en el comedor —. Le ha debido pasar algo en el paseo, ¿no crees?

    Frunció el ceño y se abrazó a una almohada, quedando dormido prácticamente al instante.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Se despertó de golpe, con el corazón martilleando dolorosamente en su pecho y la respiración agitada. Los restos de la pesadilla seguían claros en su retina mientras reconocía la habitación en la que estaba y la mano que le apretaba con suavidad un brazo.

    Respirando hondo en un intento de relajarse se giró para quedar bocarriba, mirando a Corr. Su mirada preocupada lo decía todo. Debía haber hecho ruido durante el sueño y su humano favorito había corrido a despertarle. O quizá se había activado su magia y su balahu había ido para detenerle. El caso es que estaba ahí, con él, y eso por sí solo conseguía aliviar parte de su temor.

    —Estoy bien —mintió con una pequeña sonrisa.

    Desde la muñeca de Corr, sus dedos fueron subiendo por su brazo en una caricia, recorriendo su hombro y deteniéndose en su mejilla. Le acarició la cara y le estudió con calma. Su corazón fue ralentizando su ritmo feroz y su cuerpo fue perdiendo la tensión dolorosa que había tomado al despertar, o quizá antes.

    Era hasta ridículo que Corr pudiese calmarle sólo con su presencia. Ni siquiera necesitaba decir nada, ni siquiera necesitaba abrazarle. Sólo estar ahí, con él, era suficiente. Las sombras perdían fuerza, los miedos retrocedían, las pesadillas se disolvían.

    Sí, el único temor que permanecía en su corazón en esos momentos era el de dañar a Corr. Él mismo si no podía controlarse, la Estrella Roja si decidía atacarle, Tilda si se le volvían a cruzar los cables… Daba igual quién fuese la amenaza, lo importante era que siempre habría alguien que podría hacer daño a Corr, quizá incluso matarlo.

    Alzó también la otra mano para tomarle la cara y acariciarle las dos mejillas a la vez. Pudo ver en la oscuridad cómo la expresión de Corr se dulcificaba, aunque seguía claramente preocupado por él. Se le hizo gracioso que ambos estuviesen preocupados por el otro hasta ese punto.

    Y esa preocupación llevaba a Niko a ocultarle cosas, a mentirle incluso, a alejarse de él para… ¿qué? ¿Para proteger a Corr? ¿Para protegerse a sí mismo? Huir y aislarse para evadir el dolor era algo que ya había hecho en el pasado, pero ¿hacerlo otra vez, y para con Corr?

    —Lo siento —susurró, dejando que Corr completase si su disculpa era por haberle despertado, por haberle preocupado, por ir a abandonarle, por haber intentado huir de él… o por lo que hizo entonces.

    Fue suave, pero firme. Tiró de la cara de Corr, acercándoselo hasta que sus labios se rozaron. No quería forzarlo, sobre todo no después de cómo Kirra’uan le había hecho sentirse violado con un beso obligado, pero sí lo retuvo unos segundos pese a la pequeña insistencia de Corr por separarse.

    Pronto le soltó, pero mientras Corr, claramente confundido, balbuceaba preguntas, Niko simplemente lo tomó de los brazos y le hizo girar, quedando ahora el humano bocarriba y el elfo inclinado sobre él.

    Volvió a besarle, esta vez de forma más breve, y después empezó a dejar suaves besos por su cuello. Sus manos acariciaron el pecho de Corr, pero apenas empezó a meter los dedos entre su ropa, su mejor amigo lo apartó de golpe, haciéndole quedar sentado sobre la cama.

    Le vio levantarse y empezar a salir de la habitación, y entonces toda la maraña de pensamientos y sentimientos que había en su cabeza y en su pecho explotaron en un arranque de histeria.

    —¡Corr! —exclamó mientras se ponía en pie.

    Saltó de la cama para seguirle, pero sus fuerzas fallaron. Estaba débil, estaba horriblemente débil después de su aventura de la tarde, por lo que se vio incapaz incluso de levantarse. Quiso gatear hacia él, pero ahora fueron sus brazos los que decidieron dejar de funcionar y dio de bruces contra el suelo.

    Empezando a llorar, le llamó en un sollozo y consiguió arrastrarse para agarrarse a sus pantalones, pero no hacía falta porque Corr ya había girado para ir a socorrerle. Se agachó a su lado y Niko consiguió el impulso suficiente para arrojarse a sus brazos, abrazándose a él y llorando a moco tendido contra su cuello.

    Escuchó una puerta abrirse y a Ghilanna salir de su cuarto, pero Corr le hizo un gesto y la elfa volvió a cerrar la puerta. En cuanto a Niko, cuando se quiso dar cuenta estaba sentado en el regazo de Corr, que se había acomodado en el suelo, y se ocultaba en el hueco de su cuello como un niño asustado.

    Niko sólo se separó un poco cuando sintió una pata zorruna en la pierna. Soltó un brazo del cuello de Corr y lo usó para ayudar a Charlotte a subir a su propio regazo, abrazándola mientras se volvía a pegar a Corr.

    —Perdóname, por favor —soltó en un pequeño gemido mientras volvía a ocultar su cara.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Corr debía haberse cansado de estar en el suelo, porque cuando Niko se había calmado lo suficiente se lo había llevado de vuelta al dormitorio. Ahora Niko estaba acurrucado entre almohadas en la cama, cubierto por una manta y con una humeante taza de té en las manos.

    No se atrevía a mirar a Corr, no después de todo lo que le había dicho. Porque había estado hablando durante mucho tiempo, más del normal, en voz baja. Llorando, agarrándose a él o hundiendo la cara en el pelaje de la paciente Charlotte. A veces temblando o tartamudeando, incluso diciendo algunas cosas en élfico.

    Pero se lo había contado todo. Bueno, no todo, pero sí bastante. El miedo que había tenido al matar a Theonaer de semejante manera, cómo eso le había hecho querer huir de todo. También el auténtico terror de creer que moriría en esa cueva, torturado por la Estrella Roja; el miedo de pensar que nunca volvería a ver a Corr y que Corr nunca sabría qué había pasado con él.

    También le confesó lo que había ocurrido esa tarde, aunque había obviado algunos detalles. No se sentía preparado para hablarle de Kirra’uan ni de cosas que habían ocurrido durante su tiempo de esclavitud. Se conformó con decirle que había conseguido escapar de sectarios y arcaicos y también lo que había escuchado de Drenia.

    Ahora llevaban un rato en silencio, imaginaba que porque Corr aún estaba digiriendo la información. Era la primera vez que Niko se abría de verdad a él, confesándole sentimientos, sobre todo sentimientos que aseguraba no tener. ¿Miedo? El miedo no es para lunares, sólo para los débiles humanos. Esa era su premisa habitual, aunque sabía que no engañaba a nadie. Pero ahora había afirmado tener miedo. No tener miedo, estar aterrado.

    Respiró hondo y movió un poco la taza en sus manos, haciendo que el líquido bailase hasta rozar el borde, girando lentamente. Miró a Corr, que ahora acariciaba a Charlotte con la mirada perdida, y volvió a bajar la mirada a la taza, pero sentía que tenía que hablar un poco más.

    —Corr —le llamó, recibiendo un sonido afirmativo como toda respuesta. Tragó saliva y se pasó una mano por la cara. Estaba caliente por sujetar la taza —. No quiero ir a Bluka —murmuró, acariciando el borde exterior de la taza con los pulgares —. No tengo nada ahí, ni siquiera la certidumbre de un buen futuro. Pero tengo que ir. Tengo que salir de aquí. Y… quería dejarte en Lanu Kah porque me daba miedo hacerte daño —respiró hondo de nuevo y apretó la cerámica contra su pecho —. Me daba miedo descontrolarme y acabar hiriéndote, o quizá algo peor. Pero… Pero hoy me he controlado. Sentía ira y pavor, pero me he controlado, así que creo que no te haré daño. Además… me preocupa dejarte aquí. No quiero dejarte aquí —corrigió, alzando por fin la mirada para encontrarse los ojos de Corr.

    Se lamió los labios y acabó dejando la taza en la mesita de noche, acercándose un poco a él. Hizo un gesto de dolor y se llevó una mano al abdomen, pero rechazó la ayuda del humano y consiguió moverse hasta quedar junto frente a él, de rodillas sobre el colchón.

    Miró a Charlotte y luego llevó las dos manos a los brazos de Corr. Le acarició esta vez en sentido descendente, pero se detuvo en sus muñecas. Y tocándole así, Niko se atrevió a volver a mirarle a la cara.

    —Ven conmigo a Bluka. No tengo nada ahí —repitió y tomó aire antes de seguir —, pero contigo sería distinto. Podría… pedirle ayuda a Makra. No tengo fuerzas, pero ella sí. Podría reducir la cabaña a un tamaño de juguete y así nos la podríamos llevar e instalar en cualquier parte. Y sé que tenemos que pasar por Acier, pero creo que eso es bueno. Podemos dejar ahí a la solar —se refería a Ghilanna, claro —y tú podrías aprovechar para visitar la tumba de tu madre —al ver que Corr iba a protestar, le apretó un poco los brazos y negó con la cabeza para callarle —. Escucha, lo tengo pensado. Tu hermano nunca sabría nada, yo… tengo que hablar con él de la Estrella Roja. Eso te dará un par de horas para ir al mausoleo y estar ahí con tus antepasados. Lo distraeré y podrás colarte. Es fácil meter gente en ese reino, ya lo hice con el chico que estaba con tu sobrino —sonrió un poco, aunque aún con deje triste, y ladeó un poco la cabeza —. ¿Qué me dices, Corr? ¿Vendrás conmigo? ¿Huirás conmigo esta vez?

    Y mientras susurraba esto, sus manos descendieron un poco más, apoyándose en la parte interna de sus antebrazos, con parte de la palma sobre parte de la palma de Corr.

    Aquello, en términos élficos, sería el equivalente a un beso en la comisura de los labios. Era un no querer besar la mejilla, pero no atreverse a besar los labios. Un toque tímido, pero íntimo. Quizá temeroso, pero esperanzado.

    Y eso era exactamente lo que reflejaba también su mirada.

    SPOILER (click to view)
    *Una kalimba es un instrumento musical africano que tiene un sonido muy bonito.

    No tengo imágenes para Claude o Laurent, principalmente porque me da mucha pereza buscar, pero los imagino físicamente tipo Gav y Khnum, para que me entiendas xdd

    Y creo que iba a comentar más cosas, pero ahora mismo no me acuerdo xdd así que a medida que leas si te surgen preguntas me dices. O si me acuerdo te comento. ¡En fin! ¡Disfruta!
     
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    La historia de Étienne.
    Si hubo algo que le dolió de aquel discurso, además del discurso en sí, fue la mirada tan triste de Greg. Nunca le había visto con aquella mueca y no le sonaba exagerado decir que verla le había dolido hasta en el alma. Se dijo que nunca volvería a mirarle así, y pensaba en cómo dar su respuesta de manera ordenada cuando Greg se marchó. Supo, minutos después, que había hecho algo tan impresionante como cortar de raíz una maldición inentendible y salvar con ello la vida de Marinette.

    Tilda sugirió dejar a Greg descansar en el lugar que había sido tanto tiempo su escondite, pero a Étienne no le parecía que un hueco en la pared fuera el mejor sitio para recuperarse, y el dragón acabó descansando en la cama del rey, bajo la mirada atenta de Brigitte, que no paraba de olfatearle, identificando el aroma de lo norcano. Era un olor pestilente para las narices de las criaturas genuinamente mágicas.

    —Podríamos decir que es una sopa. —Makra resopló cruzando los brazos sobre la mesa, se había inclinado hacia adelante para mirar el té cayendo en su taza—. Una sopa cocinada con restos de magia artificial, lunar, solar, ¡incluso kurlah! Sin azúcar, gracias. —Negó con la cabeza, y la tetera pasó a servir a Tilda.

    —He subestimado a esos miserables. —Admitió la bruja entre gruñidos. Su carácter tendía a hacerla enfadar al menor inconveniente, hacía falta algo más que unas horas con Makra como para relajarla por completo. La cabeza de Drenia en bandeja de plata, eso sí le daría una noche entera de sueño—. ¿Quién iba a pensar que tendrían tanto conocimiento en magia?

    —Hay hombres más listos que tú, ¿quién lo diría? —Tilda frunció el ceño, y el gato que descansaba sobre la mesa erizó el pelaje antes de lanzarse hacia Makra. Claro que la elfa sólo tuvo que sacudir la mano para que el gato desapareciera como si fuera una nube—. Cálmate, Niko ha dicho que vendría, y con su ayuda podremos desvelar un poco más el misterio. También quiere hablar contigo. —Señaló a Étienne alzando un poco la barbilla.

    —¿Qué tal algo de respeto al rey? —Se quejó Tilda después de dar el primer sorbo a su té.

    —Estás demasiado tensa —dijo precisamente Étienne. Miró una última vez a Greg, comprobando que seguía dormido, acarició a Brigitte y volvió a la mesa, aceptando encantado el café que brotaba en su taza por arte de magia. Últimamente tenía tantos disgustos que se estaba volviendo un adicto a la cafeína—. Quiero decir, demasiado tensa como para haber compartido las sábanas con un amante. Deberías estar más tranquila.

    —Tienes algo especial, mestizo. —A Makra le costó contener la risa—. Me gusta la gente que habla sin tapujos, aunque sean humanos… Y aunque sean hombres. De donde yo vengo, los hombres dicen tanta poca cosa útil que ni siquiera merece la pena escucharlos.

    —Celebro entonces que sólo haya reinas entre las lunares.

    —¡Me gustas, mestizo! —Étienne sonrió, contagiado por las risas de Makra, aunque con las palmadas a su espalda acabó tosiendo casi una decena de veces. Nunca imaginó que la mano de una elfa tuviera tanta fuerza—. Como os he dicho, Niko podrá ayudarnos a descifrar la maldición, quizás incluso antes de que el dragón despierte.

    —Hablando de Greg. —Étienne tuvo que toser un par de veces más antes de poder hablar—. Tilda, ¿puedo preguntarte sobre su pasado en el castillo? Me estaba contando ciertos conflictos que tuvo con mi abuela, ¿no se llevaban bien? Todavía se habla de la amabilidad y la dulzura con la que cautivó al rey.

    Esta vez fue Tilda la que rio antes de responder.
    —Majestad, ¿usted se llevaría bien con alguien que desea a su marido? Greg sentía algo más que admiración por Cézanne, y Pauline lo sabía. —Se alzó de hombros—. Le desterró a los jardines como quien echa a un perro, le exhibió como una mascota exótica en muchas reuniones, le prohibió tantas cosas: dónde comer, dónde dormir, dónde vivir… Greg no tuvo que haberlo pasado nada bien con «la dulce» Pauline controlando cada uno de sus pasos.

    —¿Cómo pudo mi abuelo permitir algo así de cruel?

    —Es muy fácil engatusar a un rey algo entrado en años. Ni siquiera le habría hecho falta quitarse la ropa.

    —Quizá solo abriendo bien la boca y tragando sin quejarse. —Makra hizo una mueca de desagrado mientras hablaba—. Hay que ver con la reina. Pauline, ¿verdad? Hubiera sido interesante saber su versión de la historia.

    —Lo siento, tengo mis reservas con la necromancia. —Compartieron una risa, luego Tilda pareció darse cuenta de que se había dejado arrastrar por la irreverencia de Makra al tratar de temas humanos, así que carraspeó buscando seriedad—. ¿Tardará mucho en llegar ese elfo?

    —Tardará lo que tenga que tardar.

    Si bien Tilda frunció el ceño, Étienne sonrió. Esa respuesta le daría tiempo más que suficiente para asimilar la nueva información que tenía. Se preguntaba si había algo de cierto en las historias que conocía de sus abuelos, si Pauline resultaba no haber sido nunca tan dulce, ¿habría sido Cézanne un monarca tan ejemplar como se creía?

    *



    Fue al amanecer del tercer día cuando Lara Reverdin —de sobra, una de las mujeres más orgullosas de todo Acier— enterró la rodilla sobre la mullida alfombra, apoyó el codo en la pieza de armadura e inclinó tanto su cabeza que toda su nuca quedó expuesta. Frente a ella, y mirando de un lado a otro buscando una explicación, estaba un recién recuperado Greg saliendo de la cama tras más de 48 horas de sueño.

    —Has salvado al amor de mi vida —dijo Lara con su voz siempre seria—. Dudo mucho ser capaz algún día de devolverte tamaño favor, pero no dudes en pedirme lo que sea, obedeceré sin la más mínima de las quejas, sea cual sea el cometido.

    —Oh vamos, Lara, el pobrecito no está entendiendo nada. —Marinette, hasta ahora mirando la escena desde la puerta, entró en la habitación y dio un par de saltitos hasta quedar frente a Greg—. Lo que quiere decir. —Sonrió tomando sus manos, apretándolas un poco—. Lo que queremos decir, es que te estaremos siempre agradecidas. No tenías por qué ayudarnos, pero lo hiciste. Gracias por traerme de vuelta.

    Amélie fue la siguiente en entrar en el dormitorio, debía aprovechar que Étienne se bañaba en estos momentos para adecentar la estancia y preparar su ropa (prefería darle intimidad al rey al asearse y simplemente alcanzarle el conjunto escogido); pero no dudó en saltar hacia Greg al encontrarle despierto.

    Étienne se había acostumbrado a tener a Amélie cerca, puede que fuera joven y mostrara demasiado entusiasmo en algunos aspectos, pero siempre atendía las responsabilidades como chambelán. Por esta misma razón estaba tan confundido al pasar los minutos y no volver a verla; daba golpecitos con los dedos en el borde de la bañera, aunque la bañera era tan grande que casi podría hacerse pasar por piscina. Había tenido tiempo de sobra de revisar el sueño de Greg, coger algo de ropa y traérsela, ¿con qué se podía haber entretenido esta vez?

    Se secó sin mucha prisa con una de las toallas (no pudo evitar sentirse extraño al cogerla sin tener a nadie que se la acercara, tuvo que estirar todo el cuerpo desde el agua) y se cubrió con un albornoz que caía hasta mitad de sus pantorrillas. Se tardaba casi medio minuto en salir del baño —así de grande era— para llegar al pasillo que lo comunicaba con el dormitorio. Las zancadas de Étienne eran amplias dada su altura pero no apuradas, así que completó el minuto en llegar a la habitación. Por segunda vez se sintió extraño, ¿voces en su dormitorio? ¿Se había convertido en un punto de encuentro?

    No tuvo tiempo de enfadarse, ni siquiera de sentirse molesto, cuando atravesó la puerta y vio a Greg fuera de la cama se relajó toda su expresión en cuestión de segundos. Se esperaba un abrazo doloroso por parte del dragón, pero aunque vio su intención, no lo hizo (Greg había dado un pequeño bote en el sitio, como si cogiera impulso pero luego se arrepintiera). Étienne recordó la conversación y los temores que arrastraba desde la época de Pauline, no dejó que se arrugara su frente y se acercó, dándole él un abrazo al dragón. Le pareció de lo más oportuno el baño por la mañana, estaría dando olor a jabón.

    —Qué alegría tenerte de vuelta —le dijo al separarse—. El castillo sin ti se había vuelto demasiado silencioso.

    —Majestad. —Lara le llamó mientras se enderezaba en el sitio—. Esto es un asunto personal. Mataré a ese hombre con mis propias manos.

    —Admiro tu pasión, pero no se puede ir a ciegas contra un brujo que juega sucio.

    —¡Pero ese desgraciado…-!

    —Enfría tu cabeza, mariscal. —Alzó un poco la mano para hacerla callar sin levantar la voz—. Drenia pagará por su crimen, desde luego, pero no así, en caliente. Pensaremos esto con calma.

    Para Marinette no fue difícil tranquilizar a Lara, colgándose de su brazo y ofreciendo un paseo por los jardines aprovechando el buen tiempo. Amélie se retiró después de seleccionar la ropa para Étienne, eso sí, dejó dos ruidosísimos besos en las mejillas de Greg antes de irse.

    —Sé que el olor de la fruta y el cacao de las cocinas resultan tentadores, pero no te vayas todavía. Tenemos una conversación pendiente. —Vio el gesto serio de Greg y temió que su voz hubiera sonado demasiado autoritaria, gajes del oficio suponía—. No he dejado de pensar en lo que me contaste hace unos días. Antes de salvar a Marinette me contabas un poco sobre tu vida en palacio cuando llegó mi abuela, Pauline. Me preguntabas qué cosas podías hacer y qué cosas no, y hablabas de ello con tanta tristeza. Fue una conversación dolorosa, y siento que hayas tenido que vivir algo así. —Mientras hablaba se acercó a la ropa estirada sobre la cama. No le daba ningún apuro cambiarse delante de Greg, dudaba que un dragón entendiera conceptos como el pudor.

    No tardó demasiado en vestirse, puede que fuera ropa elegante pero no era precisamente un aparatoso conjunto de gala: camisa blanca que se ceñía con un chaleco de tonos azules. Una chaqueta ligera sobre todo daba el aire informal que buscaba, y es que no tenía ninguna intención de salir del castillo.

    —Eres un dragón, Greg, nunca te pediría que fingieras no serlo. —Se acercó a él para revolverle el pelo, bajando la caricia hasta su mejilla antes de separarse—. Eres libre de hacer lo que quieras: puedes dormir en mi cama si te apetece; no hay problema si quieres morder mi ropa, tendré bajo aviso a las costureras para reparar las telas; puedes pasearte por el castillo como un dragón o con forma humana, como te sientas más cómodo; y si quieres leer los pensamientos de la gente, hazlo, pero considéralos algo íntimo y privado entre tú y la otra persona. —Terminó alzándose de hombros—. Siento no haberte contado mi plan, pero no pensé que te pudiera interesar. Ya sabes, la política no es natural para un dragón. Eso sí, he aprendido la lección, y en lo sucesivo no te ocultaré nada. —Sonrió—. Ahora, ¿qué te parece si vamos a desayunar? Tilda y Aimée tendrán muchas ganas de verte.

    *



    Aimée se miró una vez más al espejo de su tocador, moviendo la cabeza de un lado a otro para acostumbrarse al movimiento del pelo corto. Pensaba que le iba a causar un auténtico shock no ver la melena dorada que llevaba esta misma mañana (aunque no era tan larga como la de su hermano), pero le gustó el resultado. Se sintió orgullosa de su habilidad con las tijeras y salió al balcón, recibiendo un relincho afirmativo de su compañera. Noiret incluso mascó algunos de sus mechones, acostumbrándose a su nuevo tamaño.

    Babette fue la segunda en notar el cambio en la princesa. Había venido al castillo para tener la prometida merienda con un dragón, ¡con un dragón! ¡Esta tarde iba a compartir galletas y bebidas calientes con nada más y nada menos que un dragón! No podía creerlo. Estaba ya bien acomodada en el salón de té (no entendía que se refirieran a él como saloncito cuando era casi tan amplio como la planta de una casa) y seguía sin creer su buena suerte. Hasta ahora sólo había podido soñar con encontrarse a un dragón, ¿y estaba a punto de conocer a uno? Nunca había estado tan emocionada como hasta este momento.

    Se puso en pie de un salto cuando se abrieron las puertas, eran tan anchas que se esperaba la entrada de un dragón gigantesco, se decepcionó al ver a la princesa seguida de un pegaso negro. Que la visión de un caballo alado la decepcionara de esta manera daba buena cuenta de qué criatura planeaba encontrarse.

    —Qué puntual eres. No es algo muy común en este castillo —le dijo Aimée sin contener su risa—. Ponte cómoda, no tardarán en llegar.

    Babette volvió a sentarse, anotando que el silloncito con el cojín dorado era el sitio de la princesa. Le quedaba por averiguar quién ocupaba el resto, ¿dónde podría sentarse un dragón? ¿Qué asiento elegiría? Había un diván púrpura que le parecía ideal para una buena siesta, aunque tenía pelos de animal por su tapizado, podían ser de perro o quizá de gato, desde luego, no de pegaso. Otro asiento disponible era un sofá tan grande que casi parecía una cama, junto a otro silloncito más pequeño del que no entendía por qué una de sus patas tenía marcas de mordiscos, ¿había ratas en el castillo?

    Volvió a incorporarse con brusquedad cuando la puerta volvió a abrirse, esta vez entró una mujer altísima con un gato en brazos que aclaró rápido sus dudas respecto al origen de los pelos. Identificó a la mujer como una bruja, no sólo por el color de sus ojos sino por la parsimonia con la que se echó en el diván, posando casi como si fuera una modelo, cayendo cada pliegue de su vestido en el lugar correcto e ignorando estupendamente a los presentes en la habitación.

    Aimée hizo una pequeña introducción, Tilda le dedicó una mirada a la extraña (para ella, lo era), asintió y no volvió a mirarla, hizo surgir un libro entre sus dedos y se dedicó a leer en silencio.

    Babette se sentó, no tuvo tiempo de acomodarse antes de volver a levantarse. Esta vez sí, esta vez confiaba en ver al dragón, pero quien entró fue el rey. Se llevó una decepción todavía mayor al verle, desde luego, era muy poquita cosa comparado a un pegaso o una bruja. Sí tenía que admitir que su sonrisa relajada la relajó a ella también. Quiso preguntar por el dragón, pero aquello debía ser tremendamente descortés, y tampoco tenía muy claro cómo dirigirse a un monarca. Hasta la bruja se enderezó, dejando el libro de lado y prestando toda su atención a la mesa, como si de repente esta reunión fuera lo más interesante del mundo.

    Étienne se sentó en el sillón de las patas mordisqueadas, dejando a Babette atónita, le costó no abrir la boca en sorpresa mientras se sentaba (por tercera vez en este rato).

    —Señorita Lachenaud. —Dio un respingo en el sitio al oír su apellido—. ¿De qué quieres el té?

    —Oh. Cualquiera está bien. —Sacudió la cabeza, ésa no era la respuesta que se le daba a un rey—. Quiero decir, el que vos vayáis a tomar, majestad.

    —Alguno debe ser tu favorito, ¿verdad? A mí, por ejemplo, deja de gustarme cualquier bebida a la que le se le eche demasiada azúcar.

    —No creo que importe mucho lo que a mí me guste, majestad.

    —Claro que importa, por eso estás aquí, ¿no? Para conocer a un dragón.

    En circunstancias normales, Babette hubiera contestado que no veía a ese dragón por ninguna parte, pero esto no eran circunstancias normales, así que se mordió la lengua y respondió dando un pequeño discurso sobre las bebidas que solía tomar. Un sonido demasiado parecido a un golpe la interrumpió, algo había caído en el balcón. Por un momento se preocupó, pero como nadie movió un dedo de su sitio, se obligó a calmarse.

    Brigitte fue la siguiente en asomar la cabeza (literalmente hablando). Pasó bajo el arco que comunicaba con el balcón y se quedó allí, agazapada, olfateando, escuchando; Babette reconoció sus gestos: estaba cazando. Brigitte alzó una pata para dar el primer paso, moviéndose tan lentamente que ni siquiera hacía ruido, sus alas plegadas, su cola estirada para equilibrarse.

    —Sé que estás ahí —dijo Tilda, la única que le daba la espalda al balcón. Brigitte entonces se quejó en un gruñido y, de un salto, acabó en el sofá más grande, echándose en él, girando para recibir caricias del rey por parte de su cuello.

    —¿Lo habéis pasado bien? —Brigitte respondió con una especie de chirrido que hizo reír a Étienne, ¿podía entender tan extraño sonido?—. Vaya, entonces habéis dado todo un paseo. —Sí, no había duda, Étienne entendía a su compañera como si le hablara en el mismo idioma.

    Babette no se equivocaba, al menos no del todo, porque Étienne sí podía entenderse con su compañera, pero no de esta manera. Los chirridos de Brigitte eran eso, chirridos, lo que entendía era el tono de cada uno, sabía cuándo era un aullido de felicidad y cuándo un llanto mal disimulado. El caso es que Étienne hablaba ahora mismo no con su compañera, sino con Greg pero, claro, la comunicación ocurría sólo en la cabeza del rey y el resto no podía oír la otra parte del diálogo.

    Tilda se encargó de servir el té, aunque no lo hizo ella, sino un gato que, para espanto de Babette, se había puesto sobre sus patas traseras como si fuera un humano. Y sujetaba la tetera con sus zarpas para llenar las tazas, y llegó a preguntar si quería azúcar entre maullidos. Terminada su labor, volvió a usar cuatro patas para sortear las tazas, acariciar alguna con la cola y echarse en el regazo de la bruja.

    Babette le echó un vistazo a las tazas antes de coger la suya, no había grandes adornos, y dada la decoración del interior del castillo, se esperaba piedras preciosas y baños en oro para cada pieza, pero no había nada más allá de la porcelana. Exceptuando la taza del rey, el asa tenía forma de dragón, con la cola rodeando la base y sus garras el borde superior. Se quedó de piedra viendo que las alas del dragón se movieron, también el resto de su cuerpo, levantándose la cabeza para morder una uva que sostenía Étienne. No hubo dudas cuando el dragón abandonó la taza y revoloteó hasta quedar sobre su hombro: Greg había entrado con la tricot, de eso hablaba el rey, y se quedó en rededor de su taza para disfrutar del calor del té.

    —Esta chica ha venido de muy lejos para merendar contigo —dijo Étienne acariciándole entre los ojos con el índice, así de pequeño era el dragón—. Así es, le gustaría saber más cosas sobre ti, ¿la ayudarías a escribir un libro con todo lo que sabe? —Sonrió—. Sí, puede tener muchísimas ilustraciones, todas las que quieras, pero eso tendrás que hablarlo con ella, ¿no te parece?

    Y entonces, para sorpresa de Babette, el dragón diminuto al que le costó tragarse una uva se convirtió en un muchacho que parecía incluso más joven que ella. De no ser por los cuernos retorcidos que decoraban su cabeza y la cola que movía de un lado a otro, podía parecer un simple muchacho emocionado… que se giró de lo más confundido hacia Étienne cuando vio a Babette sonreír con lágrimas en los ojos.

    *



    La conversación con los elfos —Makra y Niko— le había alterado los nervios de tal manera que necesitó de un buen paseo por los jardines para empezar a calmarse. Las plantas y las flores siempre habían conseguido relajarle, quizá porque recordaba las muchas tardes con su madre cuidando de «sus pequeñas» (Morgiana se refería a cualquier planta como «su pequeña», ya fuera un tulipán, una hiedra venenosa o un roble).

    La Estrella Roja quedó diezmada tras la expulsión del reino, pero esto no pareció minar sus fuerzas, al contrario, según narró Niko, habían conseguido una alianza con los arcaicos. Este tipo de elfos eran prácticamente desconocidos para Étienne, lo que sabía de ellos lo sabía por libros y diarios, y con todas las descripciones, historias y leyendas que había leído sobre ellos daba gracias al cielo de no haber tropezado nunca con uno; no parecían ni de lejos abiertos al diálogo, y a Étienne nunca se le había dado bien pelear.

    Iba tan perdido en el hilo de sus pensamientos que no supo muy bien cómo llegó a las puertas del mausoleo. Se extrañó al tropezar aquí con Niko, ¿qué asuntos podía tener un lunar en el lugar de descanso de los muertos? Al acercarse más a él vio que sujetaba un animalillo en sus brazos, le recordó a uno de los gatos de Tilda pero con un pelaje mucho más espeso, ¿quizás un zorro? Había zorros por todo Ferrot, pero ninguno blanco. El único zorro blanco que había visto en su vida era la compañera de su hermano, ¿sería posible…-?
    No, eso no tenía sentido.

    —Una noche perfecta para un paseo, ¿no cree? —dijo a modo de saludo, inclinando un poco la cabeza al pasar por su lado.

    No se esperaba una sonrisa cargada de amabilidad por parte del elfo, pero tampoco su ceño fruncido, ¿había dicho algo para hacerle enfadar? Le vio mirar al mausoleo antes de mirarle otra vez a él. Abrió los labios y se enderezó como si fuera a decirle algo, pero terminó por sacudir la cabeza y marcharse en silencio.

    Empezaba a creer que nunca entendería del todo a los lunares.

    Se animó a entrar al mausoleo, no tanto por visitar a sus parientes, sino para perder algo de tiempo, el que le permitiera a Niko alejarse lo suficiente, Étienne prefería evitar el incómodo paseo de vuelta al castillo en su compañía.

    Se sorprendió viendo a alguien frente a la estatua de Clié. Aunque todo habitante de Acier podía visitar el mausoleo y mostrar sus respetos a la familia real, Clié no era precisamente la más popular de las reinas, aunque su estatua sí fuese la más reciente. Se terminó hace poco bajo la mirada atenta de Marinette, que mandó al artista a cambiar algunas partes que no encajaban con la idea original. Clié, tallada en mármol, descansaba sobre un enorme bloque donde estaba grabado su nombre, el de sus padres y el de su hijo. Una lluvia de jacintos blancos decoraba buena parte de la estatua, desde luego el hombre allí parado debía ser un jardinero estupendo, todas las flores estaban frescas.

    Étienne consideraba muy descortés acercarse a una persona en un momento tan íntimo como una despedida, así que permaneció a unos pasos de él, dándole el espacio suficiente para no incomodarle. Brigitte ignoró estupendamente esta muestra de cortesía, entrando como un huracán en el mausoleo y lanzándose hacia el desconocido, tirándolo al suelo. Étienne no dio crédito, pero no tuvo tiempo tan siquiera de acercarse antes de que entrase el animalillo blanco que había estado descansando en los brazos del elfo y también se lanzara hacia ellos. Después de unos segundos de lucha, el supuesto jardinero logró incorporarse chistando continuamente a la recién llegada, que no paraba de soltar chilliditos a sus pies. Fue Brigitte la que atrapó su capa y tiró de ella con tanta fuerza que la rasgó, dejando al descubierto su cabeza.

    —Lo lamento muchísimo, no entiendo qué ha podido pasar. —Étienne logró acercarse, ordenándole primero a Brigitte que se calmara con un movimiento de mano. Cogió la tela y se la ofreció al hombre, no entendía por qué le daba todavía la espalda—. ¿Se ha hecho usted daño? Si no tiene reparos con la magia, la bruja del reino sanará sus heridas en un santiamén.

    El hombre no dijo nada y se fue alejando, asegurándose de que no se viera su rostro, se tapaba con las manos o estirando los restos de la capa. Un nuevo chillido de Charlotte le hizo parar de golpe y chasquear la lengua, causando un segundo chillido todavía más estridente, ahora se había sentado al lado de Étienne, que seguía sin entender la situación.

    Los inexplicables chillidos lograron efecto, el desconocido apartó las manos y se giró para mirar a Étienne. Le vio fruncir el ceño en un gesto de confusión, pero luego se alzaron de golpe sus cejas.

    —¿Corentin…? Corr, ¿eres tú…? ¿Eres tú de verdad…?

    A estas alturas vio estúpido negarlo, y asintió entre suspiros de derrota.

    —Me iré ya mismo —le dijo rascándose la nuca, pasando el peso de su cuerpo de una pierna a otra, incómodo—. Nadie se enterará de que he estado aquí.

    —No. —Étienne negó con la cabeza acercándose a él—. No, todo el mundo lo sabrá. No habrá un alma que no sepa que estás vivo. —Dejó las manos en sus mejillas, acariciando su barba, no podía creerlo: era su hermano—. Estás vivo. —Se nublaron sus ojos con las primeras lágrimas, no consiguió frenarlas—. Estás vivo. —Repitió entre hipeos y sollozos—. Por el santo acero, ¡estás vivo!


    La historia de Maèl.
    Era un príncipe, nada más y nada menos que el príncipe de Acier, así que a lo largo de su vida criado entre algodones nadie diría que Maèl habría envidiado a alguien. Pero sí, sí lo había hecho, podría decirse que era lo que más había hecho: envidiaba a los hijos de los agricultores, que crecían conociendo la tierra y todos sus trucos para que las plantas crecieran sanas, cuando él intentaba cultivar algo, iban con él decenas de jardineros que garantizaban una cosecha perfecta de cualquier fruto en cualquier momento del año; envidiaba a los hijos de los artesanos, que habían aprendido a crear objetos de todas las clases con madera o hierro, y cuando él lo intentaba surgían miles de juguetes con un chasquido de dedos de Tilda; envidiaba también a los hijos de los ganaderos, acostumbrados a tratar con los animales y entenderlos, él sólo conocía los gatos de una bruja. En definitiva, todos en el castillo habían mantenido al príncipe lejos de cualquier trabajo manual, lejos de cualquier esfuerzo innecesario que pudiera distraerle de… ¿de qué? Tardó dieciocho años en darse cuenta de que no tenía una sola meta que cumplir.

    Todo esto se lo dijo a Étienne en su momento, y aunque no entendía por qué se había disculpado tantas veces con él, sonrió encantado cuando dio luz verde a su viaje. A cambio de poder explorar el mundo fuera del castillo, sólo tenía que informar de sus avances por medio de cartas o canales mágicos. Le pareció un trato justo.

    Pero, volviendo al tema de la envidia, por supuesto que también envidió a Claude y Laurent, ¡una historia de amor entre cazador y miembro de la alta burguesía! ¿Podría él vivir algo así? ¿Un príncipe con alguien ajeno a la realeza? ¿Una historia de amor verdadero, como la que describían en los libros? Había escuchado mil veces la historia de sus padres: el joven monarca y la bailarina extranjera que intentó matarle en su noche de bodas.
    Bien, si pudiera elegir preferiría vivir una historia sin dagas de por medio.

    Espabiló de golpe con el chasquido de dedos frente a sus ojos, agachó la mirada y se encontró con Laurent haciéndole señas. Llevaban dos días de viaje, habían tenido tiempo de sobra de hacer buenas migas en el grupo: Arala tenía la habilidad de caer bien donde quiera que fuera, y a Léo le relajaba saber que los dos hombres eran pareja, no tenían por qué interferir en su plan de convertirse en la mano derecha del príncipe. Aunque comenzaba a pensar que el lobo tenía más posibilidades de ganarse un sueldo vitalicio con un asiento junto a Maèl en la Corte.

    La misión de Claude y Laurent les llevaba al pueblo de Kenger. Si bien Silladi era famosa por lo curioso de su paisaje, Kenger lo era por lo curioso de su gente: su pelo era verde. Presumían en Kenger de que tenían sangre mágica que teñía hasta sus pestañas del color de las lechugas, pero no eran pocas las voces escépticas que decían que esto no era ninguna mutación genética extraordinaria, sino una estafa que involucraba a todo un pueblo con el fin de atraer turistas con las carteras llenas. Maèl no podía saber qué había de verdad y qué había de mentira en los rumores, pero le maravilló que, a medida que se acercaban a Kenger, veía a más y más personas con el pelo verde circulando por los caminos, ¿sería magia de verdad? Tilda no tenía este color en la cabeza, tampoco Greg, y no le constaba ningún elfo.

    —¿Qué escribes? —Le preguntó Laurent inclinándose a su lado. Maèl se había sentado cerca de la hoguera del campamento, aprovechando su luz para escribir y garabatear en su diario.

    —Escribo sobre el pelo de color verde.

    —Oh, pensé que escribirías algo más interesante. —Se alzó de hombros—. Ya sabes. —Pero no, Maèl no tenía la menor idea de a qué se refería y Laurent siguió hablando—. Esta mañana nos hemos bañado todos en el río, ¿no viste nada digno a ser escrito? —Sonrió viendo a Maèl sonrojarse. Sabía muy bien en el desnudo de quién estaría pensando.

    Le dio una tregua y centró su atención en el fuego, frotándose las manos para entrar en calor. Arala se había quedado con ellos y le dedicó una mirada divertida desde su sitio, sentada al otro lado de la hoguera.

    —¿Qué creéis que podrá ser la criatura? —Les preguntó—. ¿Qué puede tener a todo un pueblo aterrorizado? Además de una subida de impuestos. —Añadió entre risas.

    —No sabría decirte, no tenemos ninguna descripción, el informe decía únicamente: «criatura misteriosa». —Laurent suspiró—. El vuelo silencioso de una lechuza, la orientación de los girasoles, la luz de las estrellas; todo puede ser misterioso para el ojo inexperto.

    La bruja asintió con la cabeza, y siguieron dando sus propias teorías sobre la criatura y su origen. En esto llegó el resto del grupo: Adri y Claude se encargaron de recabar información por los alrededores, sin mucho éxito, Léo tuvo más suerte con la cena, también Cachorro, que cargaba con medio ciervo de lo más orgulloso por su habilidad con la caza.

    Maèl prefirió no levantar la vista del diario, intentando enfrascarse en su propio mundo para no escuchar el sonido del cuchillo cortando la carne. Pudo distraerse un tiempo, pero ni siquiera la más interesante de las lecturas mermaba su olfato, primero el olor fresco de la sangre, luego el de la carne que ha estado al fuego. El aroma de la carne asándose abría estómagos y despertaba apetitos, sin embargo, para Maèl no era muy distinto a oler huevos podridos. Tuvo que alejarse del campamento con una mano tapándose boca y nariz, se veía muy capaz de vomitar y no quería echar a perder la cena del grupo con sus problemas de tolerancia cárnica, por llamarlo de alguna forma.

    Acabó apoyado en un tronco cualquiera, no demasiado lejos del campamento, todavía podía escuchar sus voces, sobre todo el grito de Adri pidiéndole que no se alejara demasiado, y veía el humo por sobre las copas de los árboles. Pegó la nariz al tronco y aspiró, inundándose sus fosas nasales del olor más propio de los bosques —tierra pisoteada por los animales, hojas mordisqueadas, madera todavía tibia por los últimos rayos de sol— olvidando en cuestión de segundos el de la carne.

    Con ánimos renovados se atrevió a alejarse un poco más, sólo un poco. Quería investigar por su cuenta, quizás encontrar una pista sobre la criatura que buscaban y volver con el grupo con la respuesta al misterio. Había una cosa que no le faltaba a Maèl, y eso era imaginación. Se echó a andar por el sendero cada vez más estrecho, su cabeza en las nubes (se imaginaba el abrazo tan fuerte de Adri al darle las gracias por su ayuda) y sin notar, primero, que el camino se estrechaba y, segundo, que en cierto punto desapareció, solapándose los matorrales y los arbustos. Era un buen sitio para recoger bayas, frutos e incluso setas, pero Maèl no pensaba en la comida. Si hubiera ido mirando el suelo se hubiera dado cuenta de que las últimas ramas estaban partidas y de que los árboles habían sido talados con prisa para formar un pequeño claro. Pero Maèl caminaba con la vista perdida en sus fantasías.

    El sonido metálico no le hizo espabilar, sí lo hizo el cepo cerrándose en su pierna. Quiso gritar de puro dolor pero se contuvo, ¿cómo iba a ayudar al grupo si gritaba pidiendo ayuda? Se mordió el labio y lloró en sollozos ahogados mientras se agachaba, mirando de cerca uno de los inventos más crueles que conocía. El metal rasgó sin ningún problema la tela de su pantalón y perforó las botas, por supuesto, tampoco le fue difícil enterrarse en su piel. Tuvo la suerte de toda una vida, pues el cepo no llegó al hueso, se conformó con piel y músculo de príncipe. Inmovilizado como estaba, también paralizado del dolor, pudo echar un mejor vistazo a la zona. Desde aquí abajo sí pudo distinguir los destellos tan poco naturales del metal, malamente cubiertos con hojas y algo de barro seco. Parecía un jardín entero de cepos, abriéndose uno al lado del otro como flores que prometían una herida mortal a quien se acercara.

    Mirándolos con atención, formaban entre todos una serie de círculos concéntricos, como si rodearan algo, ahora bien, ¿el qué? Ahí en el medio sólo había una flor que Maèl no supo reconocer. Como mucho, podía describirla: amarilla, grande y con muchos pétalos que se cerraban para proteger su interior. Soltó un gritito cuando la flor se movió, abriéndose los pétalos muy poco a poco. Lo que Maèl creyó el tallo resultó ser el cuerpo, y lo que creía flor, era una cabeza. Se trataba de un cachorro de dandeleón, aunque esto el príncipe no pudo saberlo, él sólo vio a un gato algo grande que se sacudía para apartar los pétalos, quedando ahora arrugados por su cuello.

    —¡Espera, espera! ¡No te muevas! —Gritó como si el animal (¿o era una planta?) pudiera entenderle, estiró el brazo y al hacerlo, movió el cepo que le retenía, haciendo que se cerrara de golpe el que estaba al lado. El animalillo erizó el pelaje (¿o eran hojas? A Maèl le costaría decirlo) y arañó el aire con una de sus zarpas.

    Maèl no entendía por qué un animal tan aparentemente indefenso estaba rodeado por el jardín de los cepos, pero sí entendió que debía sacarlo de ahí. Lo primero sería liberarse él mismo, y esto era más fácil decirlo que hacerlo. Por suerte para él, había escrito en su diario muchas de las lecciones que daba Adri durante los viajes, sólo tenía que buscar la información importante entre los muchos párrafos que hablaban de su atractivo. Tardó casi diez minutos, pero encontró unas líneas que hablaban del funcionamiento de los cepos, sólo necesitaba una piedra, rapidez y algo de puntería para liberarse.

    Agarró una piedra del camino, golpeó el cierre con toda la fuerza que logró encontrar y saltó hacia atrás. Los dientes del cepo marcaron su pierna con un doloroso arañazo a modo de despedida que le hizo soltar más sangre, ¡pero lo consiguió! Si no le doliera tanto la pierna, daría saltos de alegría y bailaría para celebrarlo, pero ponerse en pie ya le costaba un gran esfuerzo.

    La siguiente parte del plan era rescatar al animal-flor desconocido, no podía arriesgarse a caer en otro cepo yendo a por él. Desde luego, no tenía la agilidad necesaria para saltar de uno a otro sin quedar atrapado y, si lo intentara, no quedaría una extremidad de su cuerpo sin heridas. Pensó en quemarlo todo, pero descartó rápido la idea, el fuego asustaría al animalillo y tampoco se veía capaz de fundir el metal si apenas lograba encender la hoguera en el campamento. No se rindió y dio con una tercera idea: cogió varias piedras y las lanzó por el círculo, haciendo que los cepos incluso saltaran —parecían bestias hambrientas— para cerrarse en el aire. Uno de ellos logró morder la piedra, haciéndola añicos y convirtiendo sus trozos en piedras más pequeñitas que activaron otros cepos.

    Maèl aprovechó el caos de dientes y metal para correr hacia el animal, que temblaba aterrado. Lo cogió en brazos y saltó hacia el frente abrazándose a él. Quedaron en el suelo escuchando los últimos cepos cerrarse. No levantó la cabeza del suelo (apretando al animalillo contra su cuerpo) hasta que no se cerró el último cepo. Con el silencio consideró pasado el peligro y se puso en pie ignorando el temblor en sus tobillos.

    Alzó al animal en brazos para mirarlo mejor, reconociéndolo sólo en parte.
    —¡Eres un león!

    *



    Arala terminó su plato y soltó un suspiro de pura satisfacción. Se frotó la tripa con la mano y luego acarició a Cachorro, que se había echado a su lado.
    —Sí, ya sé que está tardando mucho —le dijo a Adri, que daba golpes en el suelo con el pie, impaciente—. Te va a sentar mal la comida.

    —Si ha llegado hasta aquí de una pieza, estará bien. —Claude recogía los platos y se los mostraba a Arala, que con un chasquido de dedos conseguía dejarlos impolutos, ahorrándose una sesión de limpieza—. Si no regresa en cinco minutos iremos a buscarle, ¿de acuerdo?

    —Se habrá distraído mirando la luna, está muy bonita esta noche. —Sugirió Laurent apretando el brazo de Adri—. Volverá sano y salvo, tranquilo.

    Laurent no acostumbraba a equivocarse y, cuando lo hacía, no lo admitía. Pero esta vez incluso gritó viendo a Maèl. Apareció en el campamento cojeando, con una cría de dandeleón en brazos y un par de cortes que no dejaban de sangrar.

    —¡¿De dónde has sacado esa cosa?! ¡Suéltalo ahora mismo, es peligroso! —Laurent no se acordó a tiempo de las muchas clases de protocolo que había recibido de niño, le acababa de gritar a un príncipe. Resopló llevándose una mano a la frente—. Estás sangrando, y lleno de heridas. —Consiguió calmarse tanto a sí mismo como el tono de su voz, estos gritos no mantendrían la calma de nadie—. Suelta a ese animal, es peligroso. —Repitió.

    —Haznos caso, Maèl. Es un dandeleón. —Claude alzó las manos viendo que abrazaba al cachorrillo con más fuerza, se negaba a separarse de él—. Ese bicho es casi un desconocido para el Gremio, ha acabado con todo cazador que se acerque a él. No hemos podido estudiarlo.

    —Estaba rodeado de cepos, alguien ha intentado acabar con él. —Respondió sin ninguna intención de soltarlo.

    —Sus motivos tendría, ahora déjalo en el suelo. Tenemos que tratar tu pierna.

    —Estoy perfectamente. —Y se dejó caer ahí mismo, agotado. El león bostezó y se acomodó en el regazo de Maèl, se movieron sus pétalos para cerrarse por sobre su cabeza, y se durmió al instante—. ¿Cómo va a ser peligroso? —Le acarició el lomo como si acariciara a un gato, con la diferencia de que no tocaba un pelaje sedoso sino un lecho de hojas algo ásperas.

    Cachorro fue el primero en acercarse, olisqueó la pierna de Maèl y luego se sentó a su lado, observando el movimiento del pequeño león al dormir. Que el lobo estuviera tan tranquilo en presencia de la criatura se interpretó como una buena señal pero, aun con todo, Claude no se acercó demasiado, prefiriendo mantener las distancias por el resto de la noche.

    Montó guardia con la mano apretando su arma, preparado para saltar sobre el dandeleón en cualquier momento, pero el animalillo no se movió de su sitio junto a Maèl, que dormía a pierna suelta gracias a los calmantes que le preparó Arala en sus curas.

    El amanecer encontró a todo el grupo despierto. Léo recogía el campamento, Arala revisaba las heridas de Maèl, y Laurent comentaba, junto con Claude y Adri, lo poco que se sabía del dandeleón, apenas algo de información que lo catalogaba como «extremadamente peligroso» dadas las muertes repentinas de todos los que se habían animado a investigarlo. Pero ahora, echado sobre la hierba con la tripa boca arriba, dejando que Cachorro olisqueara la flor cerrada al final de su cola, no parecía peligroso en absoluto.

    —Se parece a un león, podemos asumir que es carnívoro —comentó Claude sin quitarle el ojo de encima—. Aunque éste es una cría, puede no tener la misma dieta que los adultos.

    —Sinceramente, no parece lo que se dice peligroso, ¿no? —Laurent señaló al animalillo, se había echado a correr detrás de la falda de Arala, jugando con la tela y dando saltos bastante torpes intentando atraparla. La bruja terminó por agacharse para cogerlo en brazos y devolverlo junto a Maèl.

    —No me acabo de fiar de ese bicho. Han matado a muchos de los nuestros. —Claude giró un poco para mirar a Adri, confiaba en que un compañero sí coincidiera con él en sus sospechas, pero Adri estaba examinando a Cachorro, que se había dormido demasiado rápido a como acostumbraba.

    Léo fue elegido como conejillo de indias en la investigación, sin su consentimiento, claro. Adri se frotó las manos contra la flor que tenía el león en la cola (bajo la mirada atenta tanto del animalillo como de Maèl, que no entendía muy bien qué estaba pasando pero se alegraba de que alguien más del grupo se atreviera a jugar con el recién llegado) y fue con Léo, casi estampándole las manos en la nariz. Se tambaleó y, de no ser porque Adri le sujetó, hubiera caído al suelo completamente dormido.

    El siguiente paso en la investigación del dandeleón fue su dieta. No se inmutó con los restos de la cena (le ofrecieron carne, tripa y hueso), pero se lanzó desesperado a por las fresas que Maèl limpiaba para el desayuno.

    —Así que, un león que come fruta y duerme a la gente —comentó Laurent, que a estas alturas se atrevía a acariciar la cabeza del animal—. ¿Y no será que los cazadores que iban a por un dandeleón se dormían al acercarse demasiado a él? Alguien dormido no puede defenderse ni de la picadura de un mosquito.

    —Estamos abiertos a cualquier teoría. —Respondió Claude terminando su ración, dándole uno de los huesos a Cachorro.

    —O sea, que también puede ser posible que el mismo caballo que llevaba al cazador, huyendo de un animal que cree peligroso, haya aplastado a su jinete dormido en el suelo. —Claude tuvo que asentir a lo que decía—. Visto así, un caballo podría ser más letal que un dandeleón.

    Laurent había preparado un par de bromas más sobre el asunto, eran muy pocas las veces en las que el gremio de cazadores metía tanto la pata con una criatura, quería disfrutar de este momento. Fue un rugido lo que interrumpió el discurso que pensaba decir a continuación. Se pusieron en pie casi por instinto, quizás ese mismo instinto hizo a Maèl refugiarse tras Adri, con el cachorrillo de nuevo en brazos. Fue el único en el campamento que no se asustó, ni siquiera cuando sonó un segundo rugido que pareció mandar a callar a todo el bosque, por unos segundos no se escuchó un solo pájaro.

    La bestia (porque lo que fuera que rugiera de aquella forma sólo podía ser una bestia) no tardó en dejarse ver, apareciendo por entre los matorrales. Se trataba de un dandeleón adulto, era notablemente más grande que la cría, con cientos de pétalos dorados en su cuello a modo de melena. Se erizaron las hojas que tenía en el lomo, como si fuera pelo, y estiró la cola mostrando el diente de león (precisamente, lo que daba el nombre a la criatura).

    Claude le dedicó una mirada a Adri buscando juntos cómo acabar con la amenaza o una ruta de escape. Lo que ninguno se esperó es que Maèl se les adelantara.

    —¡Pero si han venido a buscarte! ¡Qué suerte! —Exclamó de lo más emocionado alzando al dandeleón, que movía las patas intentando llegar donde estaba el adulto—. Dile hola a tu, eh, ¿papá? ¿Mamá? —rio—. Vamos, vamos, no le hagamos esperar. —Y dio un par de pasos, parando de golpe cuando Adri le apretó el brazo—. No me va a hacer daño. Sólo quiere a su cría. —Sonrió intentando tranquilizarle—. Confía en mí, no me pasará nada. —Aquello pareció convencer a Adri, porque acabó por soltarle.

    Fue entonces Maèl frente al dandeleón adulto, alzando a la cría por sobre su cabeza. Recibió un lametón y Maèl sintió su ronroneo contra sus manos. Le dejó luego en el suelo y él mismo pareció ronronear de felicidad con el reencuentro. Se atrevió a alzar las manos y acariciar al adulto, ignorando los gritos de Claude desde su sitio. No contento con esto, se atrevió incluso a abrazarle, enterrando la cara contra el pelaje —realmente, follaje— del hocico.

    Se apartó escuchando un gruñido. La sorpresa en el grupo fue que Maèl, mostrando una conexión inexplicable con un animal salvaje, metió la mano en su boca, presionó el paladar y el dandeleón abrió por completo la boca.

    —Adri. —Le llamó girándose hacia atrás—. Tiene algo entre los dientes. Le duele.

    —No, no, no. Es que ni se te ocurra, ¡vamos! —Claude se negó en rotundo, pero Adri asintió y fue con Maèl—. ¡Te arrancará el brazo! ¡Y a ti la cabeza…! —Quiso seguir gritando, pero un codazo de Laurent le hizo callar de golpe.

    Adri se acercó al dandeleón imitando la postura relajada de Maèl, que le señalaba como podía los dientes del animal. Después de apretar, retorcer y tirar, consiguió sacar lo que le causaba tanto dolor a la criatura. Los cazadores no eran muy originales a la hora de bautizar lo que encontraban en sus partidas de caza e investigaciones, así que la seta que es verde y, al cortarla, segrega un líquido también verde, la llamaron Seta Verde Jugosa, cuando al cortarla no brotaba nada, era una Seta Verde Seca. En este caso se trataba de la primera, y no sólo los dientes y media lengua del dandeleón sino también los dedos de Adri acabaron teñidos de verde.

    —¡Te ha dejado la cara verde! —Maèl le señaló, y es que el dandeleón daba las gracias lamiendo, dejando la mejilla de Adri del mismo color.

    Fue un encuentro breve, porque sonaron más rugidos desde el interior del bosque, casi parecía que se comunicaban entre ellos. El dandeleón adulto cogió a la cría en su boca y se marchó para reunirse con el resto de la manada, se llevó con ellos la despedida de Maèl, que movía los dos brazos en el aire importándole bastante poco ir medio pintado de verde.

    —Empiezo a entender por qué la gente de Kenger contrató los servicios del Gremio —dijo Laurent dando un par de pasos—. Ese bicho se come las setas con las que hacen sus tintes. —Se inclinó un poco para pasar el dedo por la mejilla de Adri, manchándose de verde—. El negocio se acaba sin pelo verde, tan sencillo como eso.

    —No podéis cazar a un animal que no hace mal a nadie. —Arala no dudó ni un momento en ir con ellos—. ¡Es un león hecho de flores que come setas! ¡Cachorro es mucho más peligroso en comparación! —El lobo sacudió las orejas al escuchar su nombre—. No os dejaré. Es que no lo pienso permitir.

    —Se ha catalogado al dandeleón como criatura muy peligrosa, hay normas que cumplir en un caso así.

    —¿Quieres que te diga lo que me importan a mí las normas que crean los hombres, Claude?

    —Por favor, mantengamos la calma. —Pidió Léo poniéndose en medio—. ¿Qué tal si, primero, os quitáis ese tinte verde de encima? No sabemos si es tóxico.

    A pesar del espíritu conciliador de Léo, el ambiente del grupo quedó algo tenso después del descubrimiento. Sí era cierto que los Cazadores intervenían en los casos que señalaban a las bestias que amenazan a una población, y el dandaleón estaba catalogado como tal, siendo una de las mayores amenazas conocidas; pero también era cierto que existían tan pocos estudios del dandeleón que no podía darse por hecho su altísimo —o muy bajo— nivel de peligrosidad.

    —¿Y qué propones, bruja? —Claude no había bajado la voz en ningún momento, esta vez dio un golpe a la improvisada mesa que crearon para dialogar. Fue el último esfuerzo de Léo por salvar la situación, colocando un tronco caído sobre dos piedras—. ¿Volver con las manos vacías al Gremio? ¿Ir y decirles que la criatura misteriosa es en realidad un dandeleón pero que es inofensivo? ¡Qué buena idea!

    —¡Oh, por favor, guárdate el sarcasmo! —Arala se cruzó de brazos.

    —Me estáis dando dolor de cabeza. —Se quejó Laurent alzando la mirada al cielo, confiaba en que bajara por entre las nubes una manera de dar por terminada esta discusión. Se quedó sin habla viendo aparecer un pegaso.

    Noiret tardó bastante poco en aterrizar, pero Aimée tardó todavía menos en correr hacia Maèl y darle tal abrazo que le tiró al suelo. Ese arrebato de alegría sirvió para, al menos de momento, enterrar el hacha de guerra. La princesa se llevó toda la atención del grupo, se levantó, sacudió un poco su vestido y miró a Maèl.

    —¡Es que no te puedes imaginar lo que ha pasado! —gritó demasiado emocionada—. ¡No te lo vas a poder creer! ¿Preparado? —Maèl asintió contagiado por su entusiasmo—. ¡El tío Corentin ha regresado de entre los muertos! Bueno, en realidad nunca murió así que… ¡Ha vuelto a casa! ¡Papá está loco de contento y celebrará un baile en su honor!

    Fue curioso que los dos hermanos saltaran a la vez apretando las manos del otro, luego soltándolas para volver a dar saltitos en el sitio. Maèl había empezado con los saltitos de la emoción, pero fueron parando hasta quedar quieto en el sitio, ladeando la cabeza.

    —¿Tengo que irme ahora? No quiero. —Se quejó—. ¿No puedes venir a por mí el día del baile?

    —Sabes que no, ya conoces a Papá. Quiere que veas al tío cuanto antes, y si no vuelves conmigo, vendrá Tilda a por ti. —Aimée se echó a reír—. Vamos, serán sólo unos días, después del baile podrás seguir con tu aventura. Ah, y estáis todos invitados, por supuesto. Sois los invitados de mi hermano. —Se agachó para revolver las orejas de Cachorro—. ¡Y tú también! En Acier no nos asustan los animales correteando a nuestro lado. —Se puso en pie mirando al grupo, ahora con gesto de lástima—. Lo siento, pero será Tilda quien venga a por vosotros, yo no tengo tanto poder como para teletransportaros sanos y salvos al reino.

    —El único que debería preocuparse es Adri, el resto no corremos peligro. —Bromeó Arala mirándole, le divirtió su resoplido.

    Maèl se despidió del grupo como si nunca pudiera volver a verlos, lloró a moco tendido abrazando a Cachorro, a Arala le tocó secar sus lágrimas cuando llegó su turno, aunque no sirvió de mucho cuando volvió a llorar despidiéndose de Adri, prometiéndole mil veces que sería una separación muy breve y antes de que se diera cuenta retomarían su viaje. Comparada con ésta, el resto de despedidas fueron bastante corrientes.
    Laurent carraspeó cuando la figura del pegaso desapareció por el cielo, ganándose la atención del grupo. No quería que el ambiente tenso volviera y se le había ocurrido el cambio de tema perfecto.

    —Parece que por estos días seré vuestro profesor. —No sólo Claude, todos le miraron sin entender a qué se refería—. Clases de protocolo. Sobre todo a ti, Adri. —Y le señaló—. No querrás causarle una mala impresión a tu suegro, ¿no? Hablamos de un rey, tienes que comportarte como un caballero, no como un salvaje.

    —Espera, espera, espera, ¡espera un momento! —Léo alzó las dos manos, interrumpiéndole—. ¿Cuándo se decidió que Maèl se casaría con él? Si tiene que casarse, será conmigo. He nacido para ser consorte real y vivir entre los lujos del palacio.

    —Ah, la ambición de un hombre desesperado, sí. Llevaba tiempo sin verla.

    —¡Arala, no te burles de mi plan de vida!

    *



    Aimée canturreaba esa mañana en su habitación, se había sentado en la cama y cosía los adornos que había elegido para su vestido. Noiret contribuía mordisqueando los retales de tela sobrante o sacudiendo sus alas para dejar más plumas cerca de la princesa, pensaba usarlas todas. Estaba muy entretenida con su tarea, pero tuvo que alzar la cabeza con los toques a la puerta.
    —¿Podemos hablar un ratito? —Preguntó Maèl asomando la cabeza, tardó bastante poco en ir a la cama y echarse en ella.

    —¿No has dormido bien? Tienes mala cara.

    —Echo de menos a Adri. —A Aimée se le escapó una risa viendo lo rápido que se sonrojó—. ¡Quiero decir! ¡Y al resto! ¡También al resto! ¡Echo de menos a todo el grupo! No sólo a Adri, a todos. —Carraspeó—. Además, la cama es muy fría cuando no está, ya me había acostumbrado a dormir con él.

    —¿Dormíais juntos? Pero, ¡qué atrevido, Maèl! ¡No podrás casarte de blanco! ¿Lo sabe Papá? —Volvió a reír—. Tranquilo, volverás a verle muy pronto, en el baile.

    —Pero yo quiero verle ahora. —Refunfuñó enterrando la cara en la almohada, se quedó allí un buen rato hasta que volvió a hablar girando en la cama, intercambiando una mirada con Noiret, que mordisqueaba varios de sus largos mechones—. ¿Qué crees que estará haciendo?

    —Cosas de cazador, supongo.

    —Ah, a lo mejor está tensando el arco, ¿sabes lo guapo que está cuando va a disparar? Pone los brazos así. —Se puso en pie en la cama e imitó lo mejor que pudo el movimiento de un arquero—. Y entonces estira hacia atrás, así, ¡y suelta la flecha! —Rio y se dejó caer en la cama hasta sentarse—. Tiene muy buena puntería, ¿sabes?

    —Maèl, estoy ocupada con mi vestido. Habla todo lo que quieras de Adri pero, por favor, no saltes en la cama.

    Maèl asintió y bajó al suelo, Aimée confiaba en haberse ganado un momento de calma pero entonces Maèl empezó a hablar sobre lo lejos que había visto una vez lanzar una flecha y, por supuesto, se esmeró en hacer una fiel representación de lo que hubiera hecho Adri en ese momento. Maèl no habló de su tío, a pesar de la cena que habían tenido donde se hicieron las presentaciones y saludos no tan necesarios —después de todo, Corr conocía a Maèl, le había salvado de una buena con ayuda de Niko—, tampoco hablaba de las invitaciones que habían sido enviadas, y mucho menos de los preparativos que requería un baile en condiciones… No, Maèl hablaba única y exclusivamente de Adri; incluso alguien paciente como Aimée terminó asqueándose.

    —¿Qué te parece si le escribes una carta? —Ofreció, esperando de todo corazón que el silencio volviera a su dormitorio—. Puedes hablar con Tilda, ella podría enviarla. Con algo de magia le llegará en un pispás.

    —¡Qué buena idea!

    Y así, de un momento a otro, Maèl dejó tranquila a su hermana y se echó a correr hacia los jardines, donde esperaba encontrar a Tilda tomando su té de media mañana. Tropezó en el camino con su padre y su tío, de hecho, estuvo muy cerca de arrollar a Étienne, pero no se detuvo.

    Tilda dejó en la mesa la taza que sostenía y miró curiosa a Maèl, había aparecido cargando papeles, plumas y tinta suficiente como para escribir media enciclopedia.

    —¡Voy a enviarle una carta a Adri! —Gritó antes de que Tilda tuviera tiempo de preguntar nada—. Y tú se la tienes que enviar. —Añadió—. Por favor, un mensajero corriente no le encontraría nunca.

    —Llevas apenas unas horas lejos de ese muerto de hambre, ¿qué vas a contarle en tan poco tiempo?

    —No le llames así, Adri es un hombre maravilloso.

    —Ningún hombre lo es. —Resopló negando con la cabeza, miró al príncipe y le tendió la mano—. Estás de suerte, pensaba ir ahora mismo a por el soldado que dejaste atrás, Léo, ¿verdad? La mariscal le quiere aquí.

    —¡No tardaré, lo prometo!

    Desde luego cumplió su promesa, porque no habían pasado ni quince minutos cuando un gato con ojos de bruja maúllo sobre la cabeza de Adri. Desde aquí saltó al suelo pero, antes de llegar al mismo, surgió Tilda de entre una pequeña explosión lila.

    —Pero qué honor, la bruja de Acier ha venido a vernos. —El comentario de Arala aclaró las dudas de Laurent y Claude sobre quién era la recién llegada—. De haber sabido que vendrías me hubiera puesto mis mejores galas y servido el té más exquisito en vajilla de plata.

    —No pidas imposibles, una bruja de cabaña ni siquiera conoce la seda. —Chasqueó los dedos y apareció una carta en su mano, de muy mala gana la lanzó hacia Adri (que ahora estaba ocupado conteniendo a Arala, más que dispuesta a lanzarse a por Tilda)—. No entiendo el motivo, pero le importas muchísimo al príncipe.

    —¡Yo pienso igual! —Se quejó Léo cruzándose de brazos—. ¿Maèl no me ha escrito nada a mí? ¿Sólo a él? ¡Qué injusticia más grande!

    —Tú te vienes conmigo. —Señaló el suelo, bajo los pies de Léo surgió un portal por el que estuvo obligado a caer (la gravedad causaba estas cosas). El portal se cerró, acabando Léo mal echado sobre la mesa donde había dejado a Maèl tomándose un té—. Tú. —Y volvió a mirar a Adri, señalándole—. Más te vale responder esa carta hoy mismo, te dejaré uno de mis gatos, él la entregará. Ahora, vosotros dos. —Señaló a Laurent y Claude con índice y corazón—. ¿Tenéis la ropa adecuada para un baile en Acier? Nadie llevando harapos como los vuestros podrá poner un pie en el castillo.

    —¡Pero bueno! —Arala le dio un pisotón a Adri y se adelantó para encarar a Tilda, o al menos intentarlo dada la diferencia de altura entre ambas—. ¿Tú quién te crees que eres para venir aquí a hablarnos de esta manera?

    —La bruja de Acier, tú misma lo dijiste antes.

    —No deberías acomodarte en ese sitio, ¿o es que no sabes lo que les pasa a las brujas que se asientan en un territorio? Ninguna tarda en morir.

    —¿Te atreves a amenazarme? ¿Tú? ¿Una vulgar bruja de cabaña? —Fue curioso que con cada palabra empezaran a caer pequeños truenos alrededor del grupo.

    —Disculpe, señora bruja.

    —¡¿Qué?! —Claude dio un brinco en el sitio, las dos le respondieron a la vez, con el mismo brillo peligroso en los ojos. Tilda se enderezó y le miró mientras contaba hasta diez para calmarse—. ¿Qué quieres, pordiosero? ¿Qué pasa?

    —No soy un… —Negó con manos y cabeza—. Da igual. ¿Podrías darnos ropa elegante para el baile? —Laurent, a su lado, le miró atónito—. No tengo ropa que llevar a un baile real, pero quiero ir, ¡me han invitado!

    —Si vives en la inmundicia no es mi problema.

    —Te equivocas otra vez. Verás, ha sido Maèl quién me invitó, a mí y a todos, ¿vale? Hasta al lobo. —Señaló a Cachorro, entusiasmado al sentirse parte de la conversación—. Y se pillaría tremendo disgusto si no aparecemos por allí. No creo que quieras ver al principito llorar, ¿me equivoco?

    —Qué descaro el vuestro. —Tilda resopló pensando en sus palabras, odiaba admitirlo (no pensaba hacerlo en voz alta) pero este hombre llevaba razón. Giró sobre sus pasos, chasqueó los dedos de ambas manos y surgieron dos bolsas de viaje. No dijo ni una sola palabra y desapareció.

    Claude se encargó de sacar las prendas, incluso un desconocedor de la moda como era él pudo apreciar la buena calidad del tejido. Ya pensaba en sacar una buena suma cuando lo vendiera después del baile, pero entonces vio a Arala pisoteando su vestido. Lo pisó, lo escupió, lo pateó y, finalmente, lo hizo cenizas con una buena llamarada.

    —¡Esa mujer es insoportable! —Se quejaba todavía pisoteando las cenizas—. ¡No la soporto! ¡Es que no la soporto!

    —Era un buen vestido. —Claude lo dijo con toda su inocencia, pero Arala le dedicó una mirada asesina.

    —No es la más amable de todas las brujas, precisamente. —Añadió Laurent, más interesado en su nueva ropa que en la conversación en sí—. Pero nos ha hecho un favor, íbamos muy justos de dinero, no podríamos haber alquilado algo así de bueno.

    —Uy sí, qué buena y generosa la bruja de Acier. —Arala apretó los puños y prefirió patear unas pequeñas rocas esta vez, mandándolas lo más lejos que podía—. No puedo hacer demasiado con el poder que tengo ahora, pero os juro que algún día la haré tragarse todo su orgullo.

    —Pues es una pena. —Anotó Claude—. ¿No habéis visto qué tetas? Yo preferiría hacerla tragar otra cosa que tengo.

    —De acuerdo, pervertido. —Laurent le dio un golpecito en el costado—. ¿Podemos leer ya la carta? ¿Soy el único al que le pica la curiosidad? Arala, léela tú, saber del principito seguro que te calma.

    Arala prácticamente le arrancó la carta de las manos a Adri, que miraba el papel identificando aquellos trazos como la letra y la firma de Maèl. El efecto calmante en la bruja fue inmediato, Arala hasta terminó sonriendo de nuevo cuando llegó al final de la carta.

    —Así que: —Carraspeó antes de releer su parte favorita—: «Nunca imaginé que mi propia cama pudiera parecerme un lugar tan frío si no estás a mi lado». —No sólo Arala, sino el resto del grupo (incluso Cachorro) miró hacia Adri esperando su reacción.

    —Ahora más que nunca, Adri. —Laurent le apretó el brazo—. Tendrás que esforzarte el doble con el protocolo. Ya lo ves, el principito te quiere en su cama, y no lo conseguirás si no te ganas el favor de tu suegro.

    —Impresionar a un rey, ahí es nada.

    —Claude, no ayudas.


    La historia de Corr.
    No se creyó ni por un momento el tropiezo de Niko, sencillamente porque Niko no tropezaba. Llevaba años presumiendo de que podía saltar de árbol a árbol siendo tan ligero como una pluma, o de que podía bailar sin resbalarse sobre las piedras de los ríos, aunque estuvieran cubiertas de musgo. Corr había sufrido estas bromas el suficiente tiempo como para saber que algo iba mal. Era obvio que a Niko le pasaba algo, ¿se mostraba asustado sin ninguna broma de por medio? ¿Disculpándose? ¿Una disculpa sincera —Corr incluso la encontró dolorosa— sin restos de ironía? Desde luego no era normal, pero nunca creyó que ocurriese algo tan terrible como el líder de la Estrella Roja colaborando con los arcaicos. Lo que fuera que tramaran no sería ni medio bueno.

    La preocupación hizo que Corr tuviera el sueño ligero esa noche. Quería poner sobre aviso a Étienne, advertirle del peligro que seguramente corría todo el reino, pero también quería huir con Niko. Siendo sinceros, iría con Niko a cualquier lado, Bluka no podía estar tan mal si estaban juntos.
    Pensando dos veces en el plan (al no poder dormir, tuvo mucho, muchísimo tiempo para pensar) se le ocurrió que era algo extrañamente romántico. Quizá pudiera aprovechar el tinte romántico de una fuga para volver a sacar «ese tema» en una conversación. No podía decirle a Niko que llevaba años sintiéndole como a algo más que un amigo, ya había tenido su oportunidad de confesar esto, y entonces decidió callar, no decir nada y asistir a una boda que no conseguía recordar demasiado, el licor élfico borra cualquier recuerdo si se consume en las cantidades que Corr bebió aquella noche.

    El caso es que tras estas horas de descanso insuficiente se sintió con ánimos renovados, convencido de que encontraría el momento perfecto para explicarle a Niko la maraña de sentimientos que tenía dentro. Él mismo no los entendía del todo, pero confiaba que entre los dos pudieran descifrarlos. Le dijera lo que le dijera al final, el primer paso del plan era ir a Acier.

    Había visitado el reino un sinfín de veces, pero siempre oculto y bien lejos del castillo. Despidieron a Ghilanna en la posada donde se alojaría por estos días, tuvo que reñirle a Niko por la despedida, no era bonito desearle el mal a nadie cuando te despedías, y se pusieron los dos en marcha hacia palacio.

    Le preocupó la facilidad con la que cualquiera podía entrar en el castillo, las guardias le parecieron escasas y no distinguió a ningún arquero desde las alturas. Parecía que a nadie le importaba si las visitas iban o venían.

    —Pero, ¿qué demonios está haciendo Étienne con la seguridad? —Se quejó en voz alta, con Niko deteniéndose a su lado—. Mira, podría llevarme un cuadro y nadie se daría cuenta, ¡no hay un alma en todo el pasillo! —Le señaló—. Y no, no me vengas con la historia del dragón. Un dragón no lo soluciona todo en un reino, ¿sabes?

    Dio un salto en el sitio, haciendo que Niko mirase a los lados buscando la amenaza. Pero en el pasillo sólo estaban ellos, así que volvió la vista a Corr, encontrándole sorprendido y asustado.

    —Te juro por mi madre que alguien me ha hablado —le dijo—. Me acaba de decir «¿qué tengo que solucionar?». Si es una broma tuya, no tiene ninguna gracia. No me hacen falta más nervios, me va a dar un infarto. —Dio otro salto alejándose de la pared. La voz había vuelto a sonar en su cabeza—. Me voy corriendo al mausoleo. —Extendió las manos y los ramos de jacintos blancos no tardaron en aparecer—. Muchas gracias por las flores. Iré a dejárselos antes de volverme loco del todo.

    Pero Greg volvió a hablarle de camino a los jardines, y para cuando Corr entró al mausoleo, estaba convencido de que había perdido la cordura. Loco y todo como se creía, consiguió colocar las flores en la estatua de su madre, también tuvo tiempo de hablar con ella, no de manera literal, claro, Clié no iba a poder responderle, pero por primera vez en mucho tiempo se sentía verdaderamente cerca de su madre, así que alzando la cabeza para poder mirar su cara —¡era idéntica! Ojalá supiera quién esculpió su estatua para poder agradecerle tan buen trabajo— comenzó a hablar. Le habló de su vida en el bosque, le habló del exilio, de sus visitas fugaces al reino, le habló de Niko, le habló de Makra. Estuvo tanto rato hablando que cuando acabó sintió seca su garganta.

    Descubrió a Niko haciendo guardia con Charlotte en la entrada, así que se permitió el lujo de recolocar algunas de las flores. No sabía cuándo iba a poder volver aquí, ¿qué menos que dejarlo todo perfecto antes de irse? Escuchó los pasos de alguien, y por un momento pensó que sería Niko. Brigitte saltando a por él le sacó de su error. Y Étienne se encargó de cambiar sus planes ya por completo.

    *



    Era casi medianoche cuando entró en su dormitorio, ¡la misma habitación que usaba de niño! No la habían dejado cerrada, como se imaginaba, ni tampoco la habían convertido en un almacén olvidado donde se amontonaría la basura. El dormitorio seguía igual a como lo recordaba, quizás algo más pequeño, y desde luego la cama era pequeña para un hombre adulto; y si junto a ese hombre dormiría un elfo… iba a ser una noche complicada.
    Encontró a Niko curioseando la ropa que había por uno de los armarios.

    —Era de cuando yo era un crío, a ti te quedará bien. Ya sabes, por la altura. —Se agachó para esquivar el abrigo que le lanzó—. No ha cambiado nada —murmuró mirando la habitación, dejando que los recuerdos le llenaran la cabeza.

    Avanzó hasta el baño, y si ya la cama le parecía diminuta, la bañera le pareció minúscula.

    —Vaya, está todo hecho para tu tamaño. —No le sorprendió el golpe a su pierna, la patada le hizo tambalearse y avanzó dando saltos hasta caer en la cama. Se esperaba una humareda de polvo al sacudir el edredón, pero lo único que saltaron fueron los cojines. El dormitorio no olía a humedad, estaba aireado. El servicio entraba a esta habitación a menudo para limpiarla aunque nadie la hubiera usado en más de diez años.

    Giró la cabeza con el peso de Niko sentándose a su lado, Charlotte tardó muy poco en saltar a su regazo para pedir mimos y caricias. Corr aprovechó para incorporarse y adoptar una postura más seria, acorde a los nervios que venía arrastrando desde que Étienne le descubrió.

    —Niko. —Le llamó. Por cómo le miró, imaginaba que ya sabía que iban a tener una conversación sin bromas de por medio—. ¿Podemos retrasar lo de Bluka? —Soltó apretando sus manos para que no le temblaran demasiado—. No se han olvidado de mí. En todos estos años no me han olvidado. —Se tragó las lágrimas para volver a mirarle—. Van a engalanar el castillo por mi regreso, van a celebrar un baile. ¡Un baile! Van a revolucionar todo el reino sólo porque he vuelto. —Tuvo que ponerse de pie y caminar, era demasiada emoción como para seguir sentado. Contagió a Charlotte con su estado actual y también bajó al suelo para caminar tras sus pies, mordiendo los bajos del pantalón. De pronto Corr se detuvo y Charlotte chocó con su pierna, se enfadó y volvió a la seguridad de la cama—. Niko… —Le llamó otra vez, quiso seguir hablando pero terminó negando con la cabeza—. Voy a darme un baño.

    Ni en sus mejores sueños hubiera podido imaginar tan buen recibimiento en Acier, ahora, ¿cómo iba a decirle a Niko que ya no estaba tan seguro del plan de huida a Bluka? Había descubierto que éste seguía siendo su hogar, podría vivir aquí como si nunca se hubiera ido. No podía darle la espalda a su familia cuando le acogían de esta manera pero, ¿qué pasaba con Niko? ¿Qué iba a decirle? No iba a poder darle largas durante mucho tiempo, pero decirle la verdad, ¿y si se enfadaba? ¿Cómo no iba a enfadarse si pensaba en rechazar el plan que le había propuesto? ¿Qué podía hacer?

    No le sorprendió el chillidito de Charlotte, mirándole a unos pasos de la bañera. Le acarició entre las orejas prometiéndole que hablaría del tema con Niko, lo haría pronto pero no tenía por qué ser en este momento. Ahora prefería dejarse mimar un poco más por Acier, era una sensación totalmente nueva para él, ¿qué había de malo en disfrutar de ella?

    Y así, sumergido en las atenciones de su familia, pasaron cinco días sin casi darse cuenta. Llegando, al fin, la noche del tan famoso baile que había reunido a gentes de los territorios vecinos y lejanos.

    Corr no estaba acostumbrado a la ropa de gala, y tuvo que hacer auténticos esfuerzos para caminar con normalidad. Agradecía llevar zapatos normales, no los tacones que le había visto a la bruja, ¿cómo podía caminar sobre algo tan fino? Sospechaba que había algo de magia de por medio. Por su parte, él sólo tenía que llevar una capa sobre los hombros y una pequeña corona que el propio Étienne le puso.

    —No olvides que eres un príncipe —le decía—. Si yo muero esta noche, tú serías el rey. Al menos hasta que Aimée cumpla la mayoría de edad, me pregunto si entonces os atacaríais el uno al otro por el poder.

    —Haz el favor de no decir esas cosas, ¿quieres? No vas a morir esta noche.

    —¿Quién sabe? —Étienne se alzó de hombros con una risita—. Un rey tiene muchísimos enemigos, seguro que más de uno bailará esta noche en tu honor.

    —Pero, ¿cuándo te volviste un hombre tan oscuro?

    —Han pasado muchas cosas en tu ausencia, Corr. Vamos, los invitados empiezan a llegar, hay que prepararse.

    Los primeros en llegar fueron los invitados de Meerabal, un territorio inmenso que había sitiado su capital junto al mar, presumían de ser tan puntuales como el amanecer sobre un horizonte en calma (una expresión que, lejos del territorio costero, perdía un poco el sentido). Trajeron como obsequio un collar de perlas tan grande que Corr podría usarlo de cinturón, y le aseguraron que si viviera en sus playas encontraría joyas como ésa a diario. Fue trabajo de Étienne alejar a los recién llegados de su hermano, debió haber previsto que, al aparecer Corr como posible heredero, sin esposa y sin hijos, iban a rifárselo en el baile. Después de un diálogo incómodo, sobre todo para Corr, que no estaba acostumbrado a este tipo de conversaciones, le llevó a la zona más elevada, apenas un par de escalones, pero los suficientes como para que los invitados no quedaran muy cerca de la familia real.

    Siendo del todo formales, Étienne se sentaría en el trono central y a su derecha Aimée, el resto de asientos irían pasando por Maèl, Corr, Greg y Tilda, pero las formalidades se desdibujaban en Acier, y aunque Étienne sí se sentó en el centro, Greg se acomodó en su regazo (era del tamaño de un gato, aproximadamente), Corr a su lado preguntándole sobre las personas que iban apareciendo y, del otro lado, Aimée leyendo para sí el discurso que había escrito en la palma de su mano, y Maèl acariciando a Charlotte, que no dejaba de chillar encantada por una sesión de mimos.

    —Son los representantes de Meerabal. —Explicaba Étienne a Corr en voz baja—. Meerabal es tan grande que dividen el territorio en pequeños ducados, cada uno tiene sus propios regentes, y están casi todos aquí.

    —¿Y tengo que aprenderme el nombre de todos? ¡Serán un montón! —Se quejó—. Me alegra tanto no ser el rey. Ah, aquellos de allá traen una jaula.

    —«Aquellos de allá» son diplomáticos de Kuş. En la jaula traerán algún animal típico de su región.

    —¿Kuş? ¿Los locos de Kuş aquí, Étienne? Sabes que le rezan a una gallina gigante, ¿no? La creen creadora de vida. Seguro que nos han traído una tortilla de regalo.

    —He visto iniciar guerras por comentarios menos hirientes, Corr. Ten cuidado con lo que digas a partir de ahora: no estás escondido en bosque, estás en la Corte de Acier.

    Corr se sonrojó y agachó la cabeza, de golpe había vuelto a ser un crío al que regañaban. Por aquel entonces Étienne terminaba por tirarle del pelo, ahora quien lo hizo fue Brigitte. Decidió pasar el resto de las presentaciones en silencio, escuchando las indicaciones de Étienne y luchando por recordar los nombres. Más de una vez miró hacia Aimée, y la vio murmurando y contando en voz baja, le reconfortó no ser el único que se estaba esforzando aquella noche.

    Llegó la hora del discurso inaugural, y todos se pusieron en pie. Comenzó Étienne a hablar dando las bienvenidas y agradecimientos necesarios, Corr aprovechó para repasar la lista de personas que le había dicho: el grupo más grande eran los de Meerabal y su olor a mar; los de la jaula y los tocados de plumas venían de Kuş; la pareja con la ropa más reveladora, a Corr le daba apuro incluso mirarlos, venían del desierto de Wüste, la misma nación que vio nacer a la esposa de Étienne; todo lo contrario eran los nobles de Malvarma, acostumbrados a un clima tan frío que la misma cordillera de Abarda les parecía un destino de verano; al otro lado estaba Makra con otras reinas lunares —cómo le relajaba reconocer alguna cara entre la multitud—; los forzudos forrados en oro eran los hombres de Volamena, un pueblo avaricioso y, por cómo miraban a las lunares, imprudentes, no debía faltar mucho para que Makra les demostrara qué pasaba si molestabas a una lunar.

    —Es imposible recordar a tanta gente. —Se dijo para sí, comprobando asombrado que Étienne se refería a cada invitado por su nombre, e incluso daba una pequeña introducción de sus apellidos o su familia. El asombro de Corr fue a más cuando llegó el turno de Aimée para hablar, continuando el discurso de su padre por donde lo dejó. No se equivocó ni una vez, ni siquiera tartamudeó, y le cedió la palabra con una sonrisa enorme.

    Corr entró en pánico, ¿acaso debía decir algo después de dos intervenciones perfectas? Iba a dejar el apellido Faure-Demont por los suelos.

    —No perdamos más tiempo, damas y caballeros. —Fue Tilda la que habló—. Hemos venido a celebrar, reír y disfrutar, ¡que suene la música! —Dio un par de palmadas al aire y la banda de músicos comenzó a tocar, relajando el ambiente de inmediato con los primeros valientes que salieron a bailar. Desapareció la sonrisa de Tilda al girarse hacia Corr—. ¿Era tan difícil dar comienzo a un baile, exiliado? ¿Debería llevarte de vuelta al bosque para que vivas como los salvajes?

    —Tilda. —La bruja suspiró escuchando a Aimée, no estaba de humor para esto y prefirió unirse a la fiesta.

    —Discúlpame. Pensé que querrías decir algo a los invitados. —Aimée inclinó la cabeza, y Corr acabó tirándole del pelo, imitando el gesto de Étienne.

    —Tienes que disculparme tú a mí, ya he olvidado cómo debe comportarse un príncipe.

    —Bueno, mi hermano nunca ha sabido hacerlo, no te preocupes. —Los dos rieron—. Espero que disfrutes de la noche, ¡es en tu honor!

    Corr quiso añadir un chiste o una broma, pero recordó la mirada asqueada de las lunares. Se inclinó un poco y bajó la voz.
    —Los hombres del oro, los que parecen guerreros vestidos con ropa muy cara. Deberías separarlos de Makra y las demás. —Advirtió—. No temo por ellas, temo por ellos. Y mucho, las están haciendo enfadar.

    Aimée asintió y bajó decidida los escalones, silbó llamando a su pegaso y Noiret descendió —quién sabía dónde estaba— aterrizando sobre los hombres de Volamena, que tuvieron que saltar y rodar por el suelo para evitar ser aplastados.

    —Disculpad a mi compañera. Le gustan tanto los objetos brillantes que no ha podido evitarlo. —Aquello bastó para alejar a los hombres entre resoplidos y quejas. Se giró entonces hacia las elfas, encontrando a una de ellas inclinada frente a su cara, mirando fijamente sus ojos. Aimée contuvo el aliento.

    —Son los mismos ojos que el mestizo, no te equivocabas —le dijo a Makra mientras se incorporaba, momento en el que Aimée volvió a respirar.

    —No te acerques tanto a una chica tan joven. —Makra dijo algo más, pero Aimée no tenía la menor idea de la lengua de los lunares—. No lo haces nada mal para ser una princesa tan joven, y humana. —Le señaló la mano, Aimée se sonrojó al ver descubierta su chuleta y la frotó contra la falda del vestido intentando borrarla—. Veamos, ¿qué bebida de las que servís por aquí le recomendarías a una reina lunar?

    —No conozco sus gustos, no sabría qué recomendarle. Ah, ¿puedo preguntarle sobre esto a mi tío? Me consta que él la conoce a usted bastante bien. —Siguió el índice de Makra, y vio a Corr charlando con Niko, bien, no iba a poder contar con él. Volvió la vista a Makra, por lo que le había contado Corr estos días, las lunares eran mujeres fuertes que bebían licores creados por elfos, algo imposible en un reino humano, no quería ser descortés pero tampoco quería perder este pulso diplomático que estaba teniendo. Se le ocurrió entonces una idea—. Acompáñeme a la mesa y pruebe la bebida, si no le gusta yo me la beberé por usted.

    —¿Te parece sensato emborracharte?

    —¿Bebe usted tanto?

    Aimée lo preguntó con auténtica preocupación, y Makra partió a reír.

    *



    Se había creado expectación alrededor de la jaula que trajeron desde Kuş, algunos decían que vendría cargada de joyas, otros aseguraban que dentro había una gallina con poderes divinos, y unos pocos habían apostado que dentro no había nada. La intriga por su contenido causó un círculo de curiosos, encabezados por Étienne, presente en casi todas las escenas del baile (lo quisiera o no, lo cierto es que tanta gente a su alrededor estaba comenzando a agobiarle), y por Corr, junto a él estaba Niko, que aunque hacía rato que quería desaparecer por los jardines, Corr retenía a su lado tirando de su brazo.

    —Os traemos, majestad, la más extraña de todas las aves. —Comenzó uno de los representantes, su acento sonaba extraño y daba una atmósfera de misterio ideal—. Su canto es tan dulce que sana al herido y cura al enfermo.

    —Qué buena noticia para los galenos. —Añadió Corr entre risas compartidas por parte de la multitud.

    —Creemos que, en verdad, es el espíritu vengativo de una joven despechada encerrado en el cuerpecillo de un ave. Su propio nido la repudió por este motivo. Espero que estéis preparado para verla. —Dicho esto retiró el manto que cubría la jaula. La multitud se agolpó para ver de cerca tan extraña criatura, hubo algún grito de espanto que contentaron a los de Kuş, orgullosos del efecto que habían causado.

    —No es más que un cuervo blanco —dijo Étienne. Un diminuto Greg trepó por su manto hasta quedar sobre su hombro, murmurándole algo al oído—. Un cuervo que lleva días sin comer.

    —No tenemos idea de qué puede comer un espíritu, majestad. Confiamos en vuestro juicio.

    —Sólo esperamos. —Se apuró en añadir el segundo de Kuş—. Sólo esperamos que no seáis víctima de su embrujo o maldición. Rezaremos para que las intenciones del espíritu no causen vuestra caída en desgracia.

    Étienne contuvo tanto el suspiro como la mueca que quiso hacer, en su lugar cogió la jaula y se despidió. El cuervo era la excusa perfecta para ausentarse un rato del baile y se le pudo ver caminando mucho más animado por el pasillo, con la jaula en brazos y hablando con Greg.

    —¿Puedes avisar a Aimée? Creo que le gustará cuidar de ella. Oh. —Asintió escuchando a Greg—. Así que no es una «ella» sino un «él». Confío en que pierda el miedo, mírale, está aterrorizado.

    Aimée compartió su preocupación, lanzó la jaula por los aires y se llevó al cuervo en las manos. Tan débil estaba que ni siquiera intentó defenderse a un cambio tan brusco.

    *



    A Maèl solían interesarle los animales, de hecho, le había contado a la familia su anécdota personal con el dandeleón, sin omitir detalle alguno y enseñando las notas y dibujos que había hecho de la criatura. Así que fue extraño no verle interesado en el asunto del cuervo albino, en lugar de estar ahora con su hermana buscando un lugar cómodo para que el animalillo descansara, estaba en el salón de baile, mirando impaciente de un lado a otro, buscando a alguien.

    Aimée tuvo tiempo de sobra de ir y volver, y volver a ir para volver otra vez, Maèl no se movió de su sitio. Una vez solucionado el asunto del cuervo, regresó con su hermano para intentar animarle.

    —A lo mejor le surgió algo de última hora y por eso no pudo venir —le dijo apretando su mano.

    —¿Estará bien? ¿Crees que le habrá pasado algo?

    —¿A un grupo de cazadores y una bruja? ¡Qué va! —Sacudió las manos restándole importancia—. Seguro que están de camino, ya verás que aparecen en cualquier momento.

    Maèl le sonrió sin muchas ganas, quería confiar en ella pero no tenía ninguna garantía de que lo que decía era verdad. Aunque, en este caso, lo era. Tilda le había prometido al grupo llevarlos al baile, cosa que hizo pero sólo en parte, dejando a todo el grupo desperdigado por toda Acier: Arala en la muralla norte, la que comunicaba con el camino a las minas de Abarda; Laurent en la puerta principal; Claude junto a Cachorro en un callejón que no identificó; y Adri apareció en el dormitorio de una familia de granjeros. No sería difícil para el grupo reunirse, apenas unos chasquidos de dedos de Arala, pero cuando se dispuso a hacerlo vio el sello en el dorso de su mano derecha.

    Desde el castillo, mientras terminaba de acomodarse el vestido en su habitación, Tilda pudo sentir —quizás escuchar— su grito. Era la razón por la que se presentó en el baile con una sonrisa de oreja a oreja.

    El caso es que la reagrupación les había llevado un buen rato y Maèl, que no tenía idea de lo que estaba pasando, iba perdiendo el buen ánimo. Ahora era Tilda la que hablaba con él, contándole maravillas de hechizos y encantos para distraerle.

    —Les traje a Acier. —Le dijo por tercera vez—. No sé en qué han podido entretenerse, ¿ha pensado que a lo mejor no querían venir? Un baile rodeado de tanto lujo no es la escena donde imaginarse a un par de pordioseros y una bruja de cabaña.

    —Me dijeron que sí iban a venir. Les ha debido de pasar algo. Lo mejor será que vaya a buscarles.

    —Lo mejor será. —Tilda le presionó el pecho, obligándole a sentarse de nuevo en su sitio. Ella se acomodó en el reposabrazos, hablándole medio inclinada y en susurros—. Lo mejor será que espere aquí, príncipe. No puede ausentarse del baile como si tal cosa. Quédese aquí. La imagen de un príncipe melancólico despierta mucho interés.

    —Tilda, no quiero el interés de nadie. —Suspiró apoyando la cara contra su pecho, Tilda le acarició el cabello y sonrió con los murmullos que se dejaron oír. La popularidad del príncipe subiría como la espuma con esta jugada.

    —Pero, ¿qué hacéis? —La voz de Aimée hizo que Maél se enderezara frotándose los ojos—. Todo el mundo está murmurando sobre vosotros.

    —Era el objetivo, princesa. —Tilda se puso en pie—. No permitiré que el recién llegado os robe el protagonismo. Por encima de mi cadáver, vamos. —Carraspeó—. ¿Os apetece beber algo? Puedo traeros un… —Se calló de golpe, lo que se pudo oír fuera del castillo fue un aullido que le hizo apretar los dientes con fuerza.

    —¡Es Cachorro! —Por segunda vez iba Tilda a pedirle calma, pero Maèl se zafó de su agarre y bajó corriendo los escalones. Apartó a la gente como pudo y siguió corriendo hasta llegar al pasillo. Un segundo aullido le hizo apurar el paso, claro que tropezó con sus propios pies con tantas prisas que llevaba. Se sintió flotar y suspiró viendo al gato bajo él, devolviéndole un ceño fruncido.

    Refunfuñó algo parecido a un «gracias» y retomó la carrera, ahora caminando rápido sin llegar a correr. No quería recibir a Adri con la nariz rota por un tropiezo. Se fue peinando con las manos mientras caminaba, se ajustó la corona, acomodó los adornos de su ropa, alisó con los dedos algún mechón rebelde, y llegó a las puertas de entrada demasiado emocionado.

    —¡Vaya, vaya! ¡Principito! —Reconoció la voz de Claude—. ¡Qué guapo estás!

    —Desde luego, eres todo un príncipe. —Añadió Laurent con una pequeña reverencia. Cachorro se saltó el protocolo al lanzarse sobre Maèl, recibiendo caricias y mimos.

    —¡Al fin hemos llegado! —Arala resopló mirando al cielo—. Muy a pesar de la bruja que tienes de perro guardián, ¿me oyes, desgraciada? ¡Hemos llegado! —Le gritó al aire, aunque el trueno que se dejó oír por entre las nubes le hizo sonreír—. ¡Tus trucos no han servido de nada! ¡Y más te vale quitarme esta cosa de la mano si no quieres que acabe contigo!

    —Oh, eso me gustaría verlo. —Claude soltó un grito, vio caer el rayo frente a Arala pero no supo en qué momento apareció allí Tilda—. ¿Cómo vas a acabar conmigo estando sellada? —Dio un paso atrás y la miró de arriba abajo, brotaban las flores de su vestido como si llevara el bosque con ella—. Bonito vestido.

    —El tuyo tampoco está mal. —Admitió a regañadientes, porque el vestido de Tilda reflejaba el cielo de una noche estrellada en sus telas. Luego le mostró la mano sin olvidar su enfado—. Quítame esta maldita cosa o me dedicaré a patear a todos los gatos que vea por aquí.

    —Atrévete.

    —¡Y tanto que me atrevo! —La apartó de un empujón y entró por la puerta, aunque antes fue con Maèl para darle un sonoro beso en la mejilla y saludarle como era debido.

    Tilda gruñó y regresó al baile, tan enfadada estaba que se olvidó del principal motivo que la preocupaba. Dicho motivo se acercaba a la puerta discutiendo con Léo.
    —Te estoy diciendo que no puedes entrar con el arco y las flechas, ¡que esto es un baile, maldita sea! —Le gritaba Léo, irreconocible con la armadura—. Podría hacer la vista gorda con un arma más pequeña, ¡pero no con un arco más grande que una espada! ¿Qué le digo a la mariscal cuando te vea? Me colgará de las orejas al saberme responsable de esto.

    —Hombre, Léo, que no vamos a atacar a nadie ahí dentro, es casa ajena y hay que comportarse, que por algo nos ha enseñado Laurent mil reverencias distintas. —Bromeó Claude—. Díselo, principito, dile que estaremos…-

    Claude se llevó otra sorpresa, esta vez no hubo rayos ni truenos, sino una especie de huracán rubio que pasó frente a él y saltó hacia Adri.

    —¡Pensé que no ibas a venir!

    —Hubiéramos llegado antes si no fuera por esa bruja, ¡nos mandó por todo el reino! ¡Menos mal que…! —Un codazo fue lo que interrumpió a Claude esta vez, Laurent tiró tanto de él como de Léo para ir entrando. Pensó en hacerle una mueca a Adri de despedida, pero no le sorprendió verle mirando al principito. Ya podría gritar hasta quedarse sin pulmones, no le iba a escuchar.

    Después de unos segundos Maèl pareció darse cuenta de dónde estaba, y se apartó luchando por no sonrojarse demasiado. No encontró la manera de dejar de sonreír, así que se giró señalando el castillo.

    —Será mejor que vayamos con los demás. Ah, no te preocupes por el arco, no te dirán nada si vas conmigo.

    *



    Tilda se acercó a la mesa de los canapés y las bebidas, escogió una copa con pedacitos de fruta que debían tomarse con delicadeza usando un palillo o uno de los tenedores chiquititos que habían dispuesto a la mesa. Estaba de tan malhumor que empalaba cada pedazo de fruta antes de comerlo. Si miraba a la derecha, veía a Maèl charlando de lo más animado con el grupo de «muertos de hambre», si miraba a la izquierda, veía a Aimée presentando a Corr a distintos invitados, y del otro lado, a Étienne hablando con Niko y las reinas lunares.

    —Deja de torturar a la pobre manzana. —Reconoció la voz de Makra—. Siempre de malhumor, Tilda, ¿qué es esta vez?

    —Oh, no es nada. —Respondió apuñalando otro pedazo de fruta—. Sólo ha regresado a casa un exiliado, con pleno derecho al trono si elimina al rey. Sólo tendría que acabar con la princesa y todo Acier sería suyo. Y no le costaría apenas esfuerzo porque con él vino un kurlah. —Apretó con tanta fuerza la copa que Makra se la quitó, había oído el crujido del vidrio—. No me pasa nada. Absolutamente nada.

    —Te equivocas si piensas que Corr es el enemigo de la corona. —Tilda negó con la cabeza, pero Makra siguió hablando—. Si hubiera querido matar a Étienne, lo habría hecho hace años. Como has dicho, matar no es difícil para un kurlah, su magia es imparable incluso para ti, oh gran bruja. —Sonrió—. Y, a modo de advertencia personal: Niko haría cualquier cosa que Corr le pida. Así que, por tu bien, reconcíliate con su pasado lo antes posible. No te conviertas en su enemiga.

    Tilda la miró con el ceño fruncido, preparaba la respuesta que le iba a dar cuando sintió un tirón de pelo. Lo llevaba corto, pero sintió el dolor de un mechón arrancado de raíz, se giró encontrando a Arala frotando el pelo contra su mano, murmurando el conjuro que rompía el sello. Sonrió orgullosa mostrando su piel limpia, ni rastro de tan problemático sello.

    —¡Te dije que me libraría de esto! —Dio una vuelta en el sitio, mostrando su vestido, y se reverenció sujetando dos lados de la falda—. Que disfrute del baile, majestad. —Habló solo con Makra y volvió junto al grupo de Maèl, sabía que aquí estaba a salvo de los ataques de Tilda.

    —Debería convertirla en un ratón para que mis gatos acaben con ella.

    —Y yo que pensaba que erais amigas.

    —¿Yo? ¿Amiga de una bruja de cabaña? ¡Jamás!

    Makra resopló viéndola irse en dirección contraria, le divertía verla tan enfadada, se almacenaba la electricidad alrededor de su cuerpo y daba pequeños chispazos a las personas que estuvieran demasiado cerca.

    *



    El baile se alargó toda la tarde y hasta bien entrada la noche. La música alternaba entre piezas lentas que servían para relajar el ambiente y piezas más animadas que hacían bailar a cualquiera. Corr salió a los jardines huyendo de las invitaciones de baile, no habían parado de hacerle bailar con unos y con otros, y estaba verdaderamente harto de dar vueltas. No sabía si era cosa del baile o cosa del vino, pero acabó medio mareado en el jardín.

    —Sabía que te encontraría aquí —le dijo a Niko, sentado en un banco de mármol. Se sentó a su lado y apoyó la cabeza en su hombro—. Creo que bebí demasiado vino. ¿Tú qué tal? ¿Lo has pasado bien? No, no me acaricies o me dormiré.

    Pero Niko comenzó a acariciarle el cabello, y Corr fue cayendo y cayendo hasta que acabó con la cabeza en su regazo, completamente dormido. No abrió los ojos hasta escuchar un par de voces conocidas. Eran Niko y Makra, pero hablaban en su idioma y no podía entender la conversación, apenas un par de palabras.

    —Buenos días, príncipe. —Bromeó Makra, luego siguió hablando con Niko y Corr aprovechó para incorporarse, bostezando y sacudiendo la cabeza—. Vuelvo adentro, los bailes se vuelven interesantes ahora, cuando el alcohol ha hecho efecto entre los asistentes.

    Corr se puso en pie con su ayuda, planeaba volver dentro pero sus piernas todavía temblaban un poco, Niko tuvo que levantarse también para sujetarle. Se daría un tiempo antes de entrar, no quería dar mala impresión, no quería que Étienne volviera a reñirle.
    Se dijo que aprovecharía este ratito para hablar con Niko, sentía que debía darle un par de explicaciones.

    —Niko. —Comenzó por llamarle, se puso nervioso cuando le miró. Cogió aire, lo soltó y dejó las manos en sus hombros, de lo contrario no hablaría—. No quiero irme de aquí. —Comenzó—. Pensé que podría ir contigo a Bluka después de unos días, pero cuanto más tiempo paso en Acier, menos ganas tengo de irme. Éste es mi hogar, Niko, pero... —Se mordió el labio y tuvo que coger aire de nuevo antes de seguir hablando—. Pero mi hogar no está completo si no estás tú.

    Se sonrojó tanto y tan rápido que le dolieron las mejillas, se separó y se rascó la nuca mirando hacia el suelo. Qué interesante le parecía ahora su calzado.

    —No quiero volver a separarme de mi familia, pero tampoco quiero separarme de ti. Sé que es egoísta pedirte esto. —Soltó un suspiro tan largo que se vaciaron del todo sus pulmones—. Hemos estado juntos muchos años y no… A estas alturas no sé vivir sin ti, Niko. Siempre has estado a mi lado, conmigo… ¡Si sigo con vida es gracias a ti! Podríamos seguir juntos aquí, en Acier. —Iba cogiendo carrerilla con lo que decía, relajó sus manos y sujetó las de Niko. No se atrevía a mirar su cara pero se conformaba con mirar los adornos de su ropa—. Hablaré con Étienne y tendremos una habitación de estilo lunar, con bañera enterrada en el suelo del baño. Y quitaremos la puerta si quieres. Podemos llenarlo todo de plantas y de flores. Lo que quieras, Niko, de verdad. A mí me da igual dónde dormir, yo sólo quiero estar… Estar contigo. —Carraspeó—. Así que, ¿qué me dices?

    Primero un golpe y luego un grito, después le siguieron unos pasos y otro grito.

    —¡Corr! —Quien venía sollozando por el jardín era Ghilanna, se lanzó a los brazos de Corr volviendo a llorar—. ¡Le he pedido un hijo a tu hermano y me ha dicho que no! ¡Tienes que ayudarme a convencerle, eres mi amigo del alma! Ah, lunar, también estás aquí, ¡mejor! ¡Tenéis que ayudarme en mi investigación!

    —Torpelfa, ¿qué le has dicho a Étienne?

    —Le dije: «quiero tener un hijo con el hijo de una solar», ¡y me rechazó! —Volvió a llorar, pero al intentar caer sobre Niko, éste se apartó. Ghilanna cayó por su propio peso y se golpeó de frente con el banco.

    Corr palideció, no volvió a respirar hasta que Niko le aseguró que la elfa estaba inconsciente, no muerta. Aun así, y temiéndose lo peor, la cargó en brazos.

    —La llevaré a una habitación para que duerma la mona. —Le explicó—. Prométeme que te pensarás lo que de quedarte en Acier, ¿por favor?

    No quiso darles tiempo a sus mejillas para que volvieran a sonrojarse, apuró el paso cargando con Ghilanna. La llevaría a la habitación más cercana, él mismo se refrescaría en el aseo y luego volvería al baile. Necesitaba una copa, ¡había estado tan cerca de confesarle a Niko…! No, lo mejor era no pensar en esto. Si le dedicara mucha atención sospechaba que todo su cuerpo volvería a temblar entero y, la verdad, no le apetecía caerse en mitad del pasillo cuando cargaba con otra persona.

    SPOILER (click to view)
    Château de Pierrefonds (lo dejo por escrito para no olvidarme en dos días)
    El castillo está abierto y se puede entrar, pero no a todo el castillo. Imagino que habrá una parte “pública” que la gente vea, y la “privada” que es sólo para los que viven en él. Lux lo tenía todo cerrado que nadie podía entrar, y me imagino a Étienne haciendo todo lo contrario, que si la gente quiere echarse el domingo paseando por el castillo pues que vaya xd

    No me acordaba (cosas que pasan cuando tardas un año en terminar la respuesta, sí x’d) pero estos diseños me inspiraron para los baños del castillos, al menos el de Étienne. Me gusta mucho el azul y dorado para él, con piedras caras como el mármol. No sé, algo que lo veas y digas “wow, esto cuesta un dinero”

    Para el temita de las cartas entre guardaespaldas, imagino que sea Arala quien escriba la respuesta (si es que Adri quiere responder~)
    El dandeleón (x.)
    (pues que encontré al bicho este diosito sabrá cuándo, y me encantó) <3

    SOBRE LOS CINCO REINOS (elige uno y de ahí será la futura marida de Aimée) ;3
    *Meer es mar en alemán, pues un sitio al lado del mar.
    *Wüste es desierto, pues venga, de ahí viene la reina de Étienne
    (en este punto me aburrí de usar siempre inglés, francés, alemán, así que me fui a Google y busqué “otras lenguas”)
    *Kuş es pájaro en turco
    *Volamena es oro en la lengua de Madagascar (malgache, hasta el nombre me gusta)
    *Malvarma es frío en esperanto

    SOBRE EL BAILE (básicamente, busqué ropita para las muchachas, de los muchachos me olvidé) xd
    Para el vestido de Aimée me inspiró éste de aquí.
    La ropa de las brujas la veo más "mágica" (ba dum tss)
    Arala // Tilda
     
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