.::|| Árbol de Tres Ramas ||::.

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  1. Bananna
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    El dragón


    Suspiró un poco mientras sus dedos acariciaban la mejilla de piedra del primer rey de Acier. Bajó la mano y frunció el ceño, sin siquiera sentir esas escamas que aparecían y desaparecían en su piel, fluctuando al ritmo de sus emociones y pensamientos.

    Bajó al suelo y miró entonces el busto de Pauline, No pudo evitar que su nariz se arrugase en un gesto de desagrado, pero duró poco, el escaso tiempo que tardó en apartar la mirada para volver a dirigirla a Cézanne.

    Siempre había intentado centrarse en lo bueno, en los años que pasó con Cézanne antes de la llegada de Pauline. Cuando las cosas iban bien, cuando eran felices juntos. Pero desde que se había producido la primera votación contra Drenia, no había podido evitar darle vueltas a algunos eventos ocurridos tras la boda de Cézanne.

    No podía ocultar que había sido tremendamente infeliz durante aquellos últimos años. Pero se había quedado ahí, junto a Cézanne, fiel a sus promesas. Incluso intentó llevarse bien con su hijo, pero Pauline lo educó con asco hacia el dragón, y aquello desembocó en…

    Agachó rápidamente la mirada, apretando los puños. Sabía perfectamente en qué había desembocado. ¿Cómo olvidar algo así? Pero aquello ya estaba en el pasado… o quizá no. Lo seguían trayendo a colación. A los humanos les encantaba enfocarse en lo que ya estaba perdido en el tiempo, en vez de mirar el presente más inmediato, como hacía él.

    Se miró las manos. Las escamas bailaban sobre su piel y sus dedos temblaban. Su cuerpo se sacudió suavemente a medida que el llanto se apoderaba de él, y vio las palmas mojarse con lágrimas.

    Por un momento, las volvió a ver cubiertas de sangre, la sangre de Cézanne. Había vuelto al Bosque de los Féericos —que Pauline le dijese que si se quedaba tendría que llevar correa había sido el pistoletazo de salida—, pero un tiempo después escuchó que Pauline había muerto: debilitada por una enfermedad de origen desconocido, una tarde había caído por las escaleras y se había roto el cuello. Así que fue a Acier para ver cómo estaba Cézanne y, quizá, con el deseo de que lo volviese a aceptar a su lado.

    No esperaba encontrar a su golem muerta, cayéndose a pedazos en un sentido dolorosamente literal. Eso le hizo apurarse y entrar por la ventana, pero Cézanne tampoco respiraba. Claro que es difícil respirar cuando tu garganta está abierta por una cuchilla. Y aun así el cuerpo todavía estaba caliente cuando Greg puso sus manos sobre él, en un estúpido intento por detener una hemorragia que ya se había cobrado una vida.

    Lux no tardó en entrar con su guardia, como si lo hubiese estado esperando, gritando que el dragón había acabado con el rey. Y Greg había salido por la misma ventana por la que había entrado, y no había vuelto a adoptar su forma humana hasta cuarenta y tres años después.

    Decían que había huido por cometer un crimen, pero en realidad se marchó porque no tenía nada más en Acier. Sí, estaba Tilda, y había gente a la que apreciaba enormemente, pero sin Cézanne… ¿Qué sentido tenía aquello? Incluso había podido soportar terribles vejaciones gracias a su cálida caricia, pero una vez él había muerto, sentía que no podría más.

    Ni siquiera se planteaba qué le habría ocurrido de haberse quedado. Esa era simplemente una alternativa que no entendía como posible. Acier había dejado de ser su hogar desde que Pauline había entrado con su recatado vestido y sus ojos llenos de falsa inocencia.

    Y Greg estaba seguro de que alguna magia había usado para controlar a Cézanne. Pero cuando empezaba esa conversación, Tilda sacudía la mano y decía que aquello eran los celos hablando. Celos porque esa mujer le había quitado las atenciones del rey, nada más. Ella no notaba nada… pero tampoco tenía la experiencia que exhibía en esos momentos.

    Pero sí, Cézanne cambió desde su noche de bodas. Fue como si perdiese parte de su personalidad, como si se hubiese vuelto un hombre complaciente y suave. Accedía a todo lo que su esposa dijese, por ridículo que fuese, por muy en contra de sus ideales que fuese.

    Así que si Pauline decía que los dragones no eran humanos y no debían fingir serlo, Cézanne no dudaba en ordenar a Greg que dejase de mostrarse así. Y si Pauline decía que los dragones eran más bien animales y que los animales no debían estar en sus aposentos, Cézanne ni pestañeaba al prohibirle la entrada al dormitorio real. Por supuesto, si Pauline decía que no quería animales correteando por el castillo, Cézanne sólo sonría como un baboso estúpido mientras tras mandar a Greg quedarse por los jardines.

    ¿Eso eran sólo celos? Gregoire no podía saberlo. No entendía lo suficientemente bien las relaciones humanas ni las emociones ligadas a esas relaciones. Si Tilda decía que su tristeza y enfado eran celos, debían serlo, ¿no? Claro que Tilda tampoco había recibido toda la verdad de aquella situación; pero, de nuevo, Greg nunca había tenido los medios para juzgarlo.

    Y parecía que aquello hacía a Cézanne feliz, así que simplemente bajaba la cabeza y obedecía. Por su rey. Por el juramento que le había hecho.

    Cerró las manos y miró una última vez a Pauline, pero al momento su expresión se relajó, sus hombros se desplomaron y sus brazos colgaron, laxos, a los lados de su cuerpo. El pasado era el pasado. ¿Por qué había que removerlo? ¿Por qué había que revisitar lo feo, cuando había tantas cosas buenas para recordar?

    Pero en esos momentos se sentía incapaz de hacerlo. Era como si sólo pudiese pensar en lo malo, y eso alimentaba la tristeza de su corazón.

    Se limpió con las mangas la cara y salió del panteón real, intentando no molestar a ninguna de las personas que todavía trabajaban por ahí. Miró el castillo y empezó a transformarse en dragón con la idea de volar hasta el dormitorio de Étienne, pero a mitad se detuvo y retomó la forma humana.

    Cuando sus cuernos desaparecieron en su cráneo, empezó a caminar ante la patidifusa mirada de un par de obreros.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Abrió despacio la puerta de la habitación, encontrando a Étienne sentado en su escritorio, revisando algunos papeles. Brigitte dormitaba en su rincón habitual y la chimenea crepitaba de manera agradable, caldeando la habitación.

    El dragón miró por la ventana, después la cama. Cerró los ojos unos segundos, apartando de su mente la sangre sobre sábanas blancas, y después miró a Étienne. Había dejado los papeles y se había girado a mirarle al descubrir su presencia. Le hacía un gesto, invitándole a entrar con una sonrisa suave.

    Greg aceptó de forma callada, cerrando la puerta a su espalda, y se acercó a él, pero no correteando y lanzándose a sus brazos, como era habitual, sino caminando con normalidad y quedándose de pie frente a él.

    —No lo entiendo —empezó a decir tras unos segundos. Su cara no mostraba su sonrisa de siempre, sólo un gesto de tristeza y confusión —. Sé que algunos me consideran tonto porque no soy humano, pero puedo entender cuando se me explican las cosas, así que explícamelo —miró los papeles brevemente, después la mesa, donde había algunas marcas de mordisqueos suyos. Apretó los labios y miró a Étienne directamente a los ojos —. ¿Por qué nos ocultaste tu plan?

    Brigitte abrió los ojos y alzó las orejas, empezando a levantar la cabeza con un bostezo. Greg ni siquiera se giró a mirarla, pero Étienne parecía demasiado sorprendido por su pregunta como para responder rápido, así que el dragón, en una inaudita muestra de impaciencia, retomó la palabra.

    —Dijiste que tenía que ser creíble, pero no lo entiendo. ¿Por qué hay que mentir? ¿Por qué hay que engañar? ¿Por qué preferiste recibir el enfado de tanta gente durante días antes que decirnos lo que pensabas? Al menos a mí —ahí apartó la mirada con un gesto triste, dolido.

    Se alejó dos pasos del rey y caminó hasta situarse frente a la chimenea. Miró las llamas y apoyó la mano en la piedra de la repisa superior, algo que a otro le habría quemado. Pero no a él, claro, aunque su mano se había cubierto de escamas para protegerle del calor.

    —Tilda me explicó que tu gobierno es distinto del de Cézanne —volvió a hablar. No necesitó girarse para saber que Étienne había preferido acomodarse en su asiento y esperar a que terminase de hablar antes de elaborar su propio discurso. Era algo que solía hacer —. Me dijo que tu Consejo es importante. Tu voz cuenta por encima de los demás porque eres el rey, pero respetas la opinión de la mayoría. Es eso, ¿no? —le vio asentir en silencio y frunció el ceño, volviendo a mirar al fuego —Pero esto no era normal. No era bueno, ni natural. Si lo hubieses dicho, Drenia se habría tenido que ir, ¿no? —ahora Étienne suspiró antes de asentir y Greg torció la boca en un gesto frustrado —¿Y por qué no lo hiciste? Si todos opinaban lo mismo. ¿Por qué seguir ese…? —calló, buscando la palabra. La conocía, sólo no la recordaba —Protocolo. ¿Por qué seguir el protocolo? Todos te apoyaban, ¿verdad? Y además… él te hizo daño. Te atacó. ¿No es eso algo que vosotros castigáis?

    Volvió a girarse a mirar a Étienne, su rostro teñido de frustración e incomprensión. De nuevo, sus cuernos amenazaban con romper la imagen de muchacho adorable, y sus ojos amarillos brillaban con la luz que daba el fuego.

    —Y con todo… ¿Por qué no me lo dijiste a mí? A mí —repitió con un tono dolido —. Cézanne nunca me ocultó nada. Y sé que tú no eres tu abuelo, pero… ¿Cómo puedo protegerte si no me lo cuentas todo? ¿Cómo puedo ser tu Guardián? Sé que lo he hecho mal, te han herido y… Lo he hecho mal. Llevo mucho tiempo fuera, no recuerdo bien cómo sois los humanos. Cómo os movéis, cómo actuáis, qué aceptáis y qué no. No recordaba cómo de malos son algunos hombres. Eso en el Bosque no ocurre. Si un animal mata a otro es porque tiene hambre y es más fuerte, no porque tuviese algún… plan retorcido. Yo… ¡No soy humano y nunca lo seré! —habló ahora más alto, con más convicción, volviendo a mirarle a los ojos tras haber estado un rato mirando la alfombra.

    »—¡Pero puedo entender las cosas! O puedo intentarlo. Puedo aprender por qué, aunque no lo entienda. No entiendo por qué los humanos buscan poder, pero puedo intentar entenderlo. Sólo necesito que me lo expliques. Y si quieres que haga algo, o que no haga algo, dímelo —bajó la voz casi con derrota —. ¿Quieres que sea sólo un dragón, que duerma en los jardines y no entre al castillo? ¿Quieres que sólo tenga este cuerpo y me porte más como vosotros? Puedo hacerlo. Pero no puedo adivinar lo que piensas —pausó y dudó, pero luego asintió —. Puedo hacerlo, pero no lo haré, porque Cézanne me dijo que escuchar los pensamientos es malo. Y yo no soy malo. No hago cosas malas. No quieres que duerma en tu cama y no lo hago. No quieres que muerda tu ropa y no lo hago, aunque huele muy bien.

    Se detuvo unos segundos, mordiéndose el labio y respirando hondo. Podía parecer que había estado pensando un discurso, pero lo cierto es que hablaba según lo iba sintiendo, así que ni él tenía claro cuándo terminaría.

    Quizá esta era su forma de desahogarse, y quizá Étienne lo había pillado y por eso seguía guardando un paciente silencio.

    —Yo confío en ti, Étienne. Sé que eres bueno, listo… estás triste, pero yo también lo estoy. Sé que si me pides que haga algo es porque será bueno, como con las minas de Abarda, pero me gustaría que me dijeses por qué. Y me gustaría que no me ocultases cosas. Me duele mucho aquí —se llevó una mano al pecho —cuando se me ocultan cosas. Así que yo-…

    No llegó a terminar la frase. De golpe y porrazo calló y enderezó la espalda, girando la cabeza en otra dirección, pero mirando hacia una pared con los ojos bien abiertos, tenso, quizá escuchando algo que Étienne no podía oír, pero tal vez Brigitte sí, a juzgar por cómo levantó también la cabeza.

    Greg se mantuvo así unos segundos, estático. Después frunció un poco el ceño y miró otra vez a Étienne.

    —Tilda me llama —dijo y, al momento, desapareció.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Tilda había aparecido en los aposentos de la mariscal de Acier al segundo de que Lara hubiese empezado a gritar por ayuda. Se la había encontrado todavía con algún trozo de armadura —como si la tragedia se hubiese desatado mientras se empezaba a desvestir—, arrodillada en el suelo y sujetando a Marinette con fuerza.

    La guardiana de las artes, que en esos momentos se presentaba en camisón, se veía terriblemente pálida, con la piel perlada de sudor, y se retorcía de dolor entre los brazos de su amante, quien hacía todo lo posible por intentar calmarla.

    Tilda no necesitó ni siquiera agacharse para ver cuál era el problema, pero aun así lo hizo. Tomó su pulso, controló sus funciones vitales e hizo un esfuerzo para no mostrar absolutamente ninguna emoción en su rostro. Su pronóstico era terrible, pero si lo expresaba de alguna manera, Lara perdería la poca entereza que tenía en esos momentos y eso era algo que no podían permitirse.

    —¡¿Qué le ocurre?! ¡¿Qué está pasando?! —gritó Lara, abrazando a Marinette contra su pecho. Entonces se le rompió la voz y miró a Tilda con la desesperación tiñendo sus ojos —Por favor, dime que… dime que se pondrá bien…

    —Por supuesto que se pondrá bien —dijo Tilda con una calma que no sentía, apretándole un hombro con firmeza, para darle seguridad —. Llévala a la cama, estará más cómoda que en el suelo.

    —¿Qué son esas manchas? —consiguió preguntar Lara mientras obedecía, cargando a su amada con una facilidad asombrosa.

    Tilda no pudo evitar mirar las manchas de las que Lara hablaba. De un color violáceo enfermizo, se iban extendiendo desde las manos y los pies de Marinette por sus brazos y piernas, a un ritmo lento, pero constante.

    —Una marca de maldición —fue la escueta respuesta de Tilda, pero al ver que Lara volvía a apurarse, alzó una mano para pedirle silencio —. Se pondrá bien —repitió.

    Lara asintió y se dedicó a procurar que Marinette estuviese cómoda. Le ahuecó las almohadas, le puso los brazos a lo largo del cuerpo y después cogió un pañuelo para ir quitándole el sudor con suaves toques.

    —Está ardiendo —susurró.

    —Es normal —aseguró Tilda mientras volvía a comprobar su pulso —. Cuéntame, ¿qué ha pasado exactamente?

    Lara apretó los labios, pero terminó por asentir. Respiró hondo y se pasó una mano por la cara antes de empezar a hablar.

    —He llegado hace, no lo sé, quince minutos. Ella se estaba terminando de cepillar el pelo frente al espejo —Tilda miró en esa dirección; el cepillo estaba sobre la mesita —. Me ha saludado como de costumbre, pero cuando se ha levantado para darme un beso, de pronto se ha… se ha puesto muy pálida y… se ha caído…

    —Está bien —la interrumpió la bruja al ver que volvía a romper a llorar —. Recomponte, Reverdin —dijo con una voz más militar que hizo que Lara cuadrase los hombros y al instante dejase de sollozar.

    —Haz algo, por favor —le pidió con un hilo de voz.

    Tilda frunció el ceño, tensa, y acarició una mejilla de Marinette. Volvió a comprobar el avance de la maldición y sus constantes, viendo con alarma que el proceso iba más rápido de lo que esperaba. Pero por más que buscaba, no terminaba de encontrar la configuración de aquella maldición, así que no podía hacer nada para evitar que los órganos y tejidos de Marinette se siguiesen resintiendo.

    En todo el reino sólo se le ocurría una persona más que supiese más magia que ella. Bueno, «persona» no era la palabra adecuada, quizá, pero no se preocupó en ese debate semántico mientras reclamaba a Greg, quien contestó al momento, quizá por notar su urgencia —aunque Tilda juraría que también estaba alterado… por otra cosa—.

    Chasqueó los dedos cuando el dragón le dio la señal y en medio segundo estaba frente a ellas. Ni siquiera le tuvieron que indicar qué pasaba, olfateó un poco el aire y fue hacia la cama, mirando las piernas de Marinette. Le levantó la falda, ocasionando que Lara gritase y le diese una palmada fuerte en las manos que hizo que Greg se alejase un poco, asustado y con la cara del niño al que se le riñe cuando no estaba haciendo nada.

    —Apesta a Drenia —dijo Greg, inclinado sobre Marinette —. Podrido. Antinatural.

    —Pero puedes hacer algo, ¿verdad? —la voz de Lara tembló tanto que Greg se enderezó para mirarla directamente a los ojos.

    No dijo nada, sólo la miró, tomándole una mano y acariciándole los dedos con suavidad en un gesto que Tilda a veces hacía con él cuando las emociones le desbordaban.

    No puedo deshacerla, dijo la voz de Tilda en la cabeza del dragón con forma de muchacho.

    Este giró la cabeza no hacia la bruja, sino hacia Marinette.

    Yo tampoco, fue su respuesta mientras soltaba la mano de Lara para tomar la de Marinette. Pero puedo arreglarlo.

    Tilda se removió, inquieta y algo alarmada, cosa que Lara notó, porque volvió a mostrar pura angustia en su expresión. El dragón, ignorando las reacciones de ambas mujeres, puso la mano libre en el vientre de Marinette.

    —Espera, Greg —esta vez Tilda habló por la vía habitual —. ¿Vas a hacer lo que yo creo? —al verle asentir, apretó los puños —No, tiene que haber otra forma.

    —¿Qué ocurre? ¿Qué va hacer? —Lara estaba cediendo a la histeria de nuevo, pero Tilda la ignoró, prefiriendo agarrar las muñecas de Grégoire con cierta fuerza.

    —No lo hagas.

    —No es tu decisión —el tono de Greg fue tan calmado y su mirada tan fría que Tilda retrocedió por la pura impresión.

    La bruja se giró entonces a la puerta, igual que la mariscal.

    —¡Majestad! —exclamó Tilda al reconocer a Étienne —¡Por favor, ordénele que…! ¡Greg!

    Era tarde, por supuesto. Greg había iniciado el proceso aprovechando que las mujeres se habían distraído. Con una mano tomando la de Marinette y la otra en el vientre de la maldita, había cerrado los ojos y agachado un poco la cabeza, sin apenas haber mirado a Étienne antes de centrarse en Marinette.

    —¿Qué está haciendo? —preguntó Lara.

    No hizo falta una respuesta, pronto pudo ver ella misma cómo la mancha de maldición iba desapareciendo de la piel de Marinette a medida que se iba extendiendo por los brazos del dragón. Para cuando la mancha estaba ya por las muñecas y tobillos de la joven, Marinette respiraba con normalidad y la fiebre había bajado notablemente, aunque persistía.

    Greg apuró hasta el último segundo, y entonces la soltó. Con cuidado, le tomó ahora la barbilla y le hizo abrir la boca, y entonces se inclinó para besarla. Lara empezó a quejarse, pero Tilda le hizo un gesto, exigiendo una paciencia que Lara aceptó tras un gruñido.

    Cuando Greg consideró que era suficiente, rompió el beso despacio hasta que un pequeño hilo de saliva que unía su boca con la de la guardiana de las artes se rompió. Vio que la respiración de Marinette se había normalizado y se alejó un poco para que Lara y Tilda pudiesen comprobar su estado. Su espalda chocó contra el pecho de Étienne, que se había acabado acercando para ver el espectáculo. Le miró y le dirigió una pequeña sonrisa, tal vez sin darse cuenta de que ahora el que estaba pálido y sudando era él.

    Sus piernas temblaron un poco, pero el rey pudo sujetarle y, con ayuda de la magia de Tilda, Greg pronto quedó sentado en el suelo, apoyado en Étienne mientras la bruja le dirigía una mirada de regañina.

    —¿Estás contento? —le preguntó con una voz que mostraba un enfado provocado por la más genuina preocupación.

    —Bloquearé y eliminaré la maldición —dijo Greg con una voz más ronca de lo que él mismo esperaba —. Sólo necesito dormir.

    —¡Que sólo necesitas…! ¡Eres de lo que no hay! —Tilda refunfuñó un poco más mientras se llevaba las dos manos a la cintura —¿Y cuánto te llevará procesar la maldición?

    —No lo sé —suspiró Greg mientras se acomodaba mejor contra Étienne y cerraba los ojos —. Unos días.

    Tilda quiso quejarse de nuevo, pero cuando se dio cuenta de que Grégoire ya se había dormido, simplemente apretó los labios, respiró hondo, alzó los ojos al techo como para implorar paciencia a alguna deidad en la que no creía y terminó por suspirar.

    —Él… ¿Estará bien?

    La bruja miró a la mariscal, quien todavía abrazando a Marinette miraba ahora al dragón con preocupación.

    —Sí. Sí, estará bien —dijo Tilda con un tono de voz firme y lleno de convencimiento —. Lo llevaré a alguna habitación donde pueda estar tranquilo. Majestad, es mejor que nos vayamos, Marinette también debe descansar… —frunció un poco el ceño, mirando a la mujer inconsciente —Lara, avísame cuando se despierte. Quiero investigar con más calma esta maldición. Pero… necesitaré ayuda —miró ahora a Étienne —. ¿Sabe usted si Makra ha dejado ya el reino?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Se arrebujó mejor en su capa y empezó a caminar algo más deprisa. Alguien la seguía, pero tal vez podría despistarle si se metía entre el gentío que se agrupaba siempre en la plaza del mercado.

    Convencida de que aquella estrategia daría resultado, se sonrió a sí misma y dio un giro abrupto hacia la izquierda. Sin embargo, apenas estaba había dado dos pasos en la nueva dirección, una fuerte mano enguantada le agarró una muñeca. Ella gritó y dio un salto hacia atrás, dispuesta a enfrentarse a su persecutor.

    No sabía bien qué esperaba encontrar. Quizá a un señor aterrador con una daga en una mano, o tal vez a un hombrecillo desagradable con cara de vicioso. Desde luego, no era una mujer alta, de pelo rojo oscuro y alguna cicatriz en la cara que alzaba en señal de paz las dos manos… y llevaba 05una bolsa de cuero que se le hizo muy familiar.

    —¡Eh! —exclamó olvidando que no hacía ni cinco segundos atrás estaba intentando huir de esa mujer —¡Esa es mi bolsa!

    La mujer, lejos de mostrarse alarmada, sonrió un poco antes de reír brevemente. Bajó las manos y le tendió la bolsa.

    —Lo sé. Estaba intentando devolvértela —dijo con una voz calma y algo más grave de lo que la princesa había esperado. Aunque, bien visto, le quedaba perfecta —. He visto que se te caía, por eso te perseguía. Perdona si te he asustado.

    —¿Por qué no me has llamado? —preguntó Aimée mientras volvía a colgarse la bolsa del cinto.

    La mujer soltó un pequeño bufido divertido.

    —¿Te habrías detenido si te hubiese llamado?

    La princesa la miró y sintió sus mejillas enrojecerse al darse cuenta de que, en realidad, casi la habría asustado más si semejante montaña humana con tamaña espada a la espalda se hubiese puesto a gritarle que se detuviese.

    Bajó la mirada y negó, a lo que la pelirroja volvió a reír y agitó una mano al aire.

    —Está bien, no te preocupes. Estoy acostumbrada —dijo, claramente de buen humor —. Ah, por cierto. ¿Eres de aquí?

    Aimée la miró, algo sorprendida por la pregunta, pero luego sonrió, todavía un poco avergonzada por su reacción.

    —Nacida y criada. ¿Puedo ayudarte en algo?

    —Quizá. Llevo aquí un par de días… llegué con la esperanza de poder conocer al dragón —eso hizo que Aimée volviese a mostrar una mirada desconfiada y se alejase un poco —. Simplemente quiero hablar con él, hacerle algunas preguntas sobre su especie —aclaró la pelirroja, de nuevo sin mostrarse ofendida.

    —Eres… del Gremio, ¿verdad?

    —Sí, soy cazadora. ¡Ah, pero el nombre siempre lleva a confusión! —la pelirroja miró a su alrededor y suspiró —¿Podemos hablar en un sitio un poco más tranquilo? Me agobia que haya tanta gente.

    —Bueno… ¿Dónde te hospedas?

    —Me ha acogido un hombre muy amable. Auguste Renoir; tiene una tienda con objetos arcanos.

    —Lo conozco —confirmó Aimée. Aquel hombre había ido alguna vez al castillo, ¡incluso le había vendido un par de libros mágicos! —. ¿Vamos a su tienda?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Auguste Renoir había sido muy agradable. Aimée le había pedido con un gesto que mantuviese un perfil bajo, claramente la cazadora no sabía que ella era la princesa y no quería que su trato cambiase si lo averiguaba. Por eso también había cuidado no quitarse el gorro que mantenía sus orejas calientes y ocultas.

    Babette, así se llamaba la mujer gigante, le había explicado que el Gremio no se dedicaba a cazar, sino que su labor era más cuidar el delicado equilibrio de la Naturaleza —tal y como lo decía, parecía que llevaba mayúscula de nombre propio—.

    Decía Babette que si una población animal se descontrolaba y llegaba a ser un peligro para un asentamiento humano, entonces sí debían reducir dicha población por la fuerza, pero siempre asegurando la pervivencia de ese grupo.

    También actuaban si alguna criatura demasiado fuerte o peligrosa se acercaba demasiado a los humanos, pero matar era la última opción siempre. Primero había que asegurar la zona, luego ver si era posible una cierta amistad con la criatura, o si se podía alejar de la ciudad o pueblo por vías no dañinas.

    —Pero normalmente no hacemos ni eso —decía ahora después de comerse una pasta que Auguste les había ofrecido —. Nos centramos sobre todo en el estudio de la Naturaleza. Por ejemplo, quizá hace cincuenta años habríamos luchado sin dudarlo contra un oso de rayas rojas, pero ahora conocemos más sobre ellos y sabemos que es muchísimo más eficaz y rápido ofrecerle cierta comida para guiarlo o incluso para acercarnos y curarle alguna herida.

    —Eso… en realidad suena muy bien —reconoció Aimée, a lo que Babette le dedicó una sonrisa radiante.

    —El progreso a veces es muy lento, pero lo importante es que sea constante. Los cazadores deseamos conocer este mundo en el que vivimos para encontrar la mejor manera de comunicarnos con él de forma óptima para todas las partes. Eso es algo que los lunares hacen a su manera… Mi maestra decía que ellos eran como flores en la hierba, ¿sabes? Pero nosotros, los humanos, nos hemos separado tanto que tenemos que encontrar nuestro propio camino para volver a interconectarnos con la Naturaleza. Nuestro mundo es hermoso y está lleno de maravillas —suspiró ahora, bajando un poco la mirada —, pero muchos sólo ven la oportunidad de sacar provecho de ello.

    Al ver una sombra de tristeza en sus ojos, Aimée le puso una mano en la pierna, haciendo que Babette parpadease y la mirase con una nueva sonrisa.

    —Perdona. Cuando me pongo a divagar… Lo que quería decir al final es que lo último que quiero es dañar al Dragón Negro. ¡Más bien al contrario! Los dragones son criaturas tan esquivas que sabemos prácticamente nada de ellos, pero creo que si pudiese conocerle, saber más sobre su especie, podría derribar muchos mitos. Quizá así se acabarían las cacerías indiscriminadas y esas hermosas criaturas podrían vivir tranquilas sin el acoso constante de caballeros descerebrados.

    —Eso sería maravilloso —consintió Aimée, apartando por fin la mano al darse cuenta de que se había quedado tocando a Babette —. ¿Sabes? Acier mismo tenía miedo de Greg cuando llegó. Había mucha leyenda sobre que había matado al rey Cézanne, rumores de que era una criatura aterradora que no dudaría en reducir a cenizas toda la ciudad… Pero en realidad es un muchacho muy dulce. ¡Parece como un cachorro lleno de curiosidad y energías! Y estoy segura de que hablará contigo, sobre todo si le ofreces alguna madera como de cerezo.

    —¿Come madera? —preguntó Babette maravillada.

    —Come de todo —suspiró Aimée —. Mordisquea metales y piedras, ropas, tapices… Pero lo que más le gusta es la madera y algunas verduras.

    —¿También come carne?

    Aimée se quedó pensativa unos segundos y luego alzó una ceja.

    —Ahora que lo dices, nunca le he visto interesarse en la carne o el pescado. Diría que no.

    —Fascinante —susurró la pelirroja, consiguiendo que Aimée sonriese, enternecida.

    Se quedaron en silencio unos minutos, disfrutando del café que Auguste les sirvió. Babette había sacado un cuadernito y anotaba algunas cosas con letra diminuta mientras la princesa paseaba la mirada por los artículos en exposición en la tienda.

    —Babette —la llamó de pronto —, ¿puedo pedir tu opinión sobre un asunto?

    —Claro —sonrió la otra al momento. Eso animó a Aimée a seguir con esa conversación.

    —Imagínate que hay una princesa de un reino como este mismo. El rey tiene un consejo y hay un sistema democrático en la toma de decisiones importantes —Babette asintió, dándole a entender que iba comprendiendo la situación —. Un miembro de ese consejo resulta ser malvado. Ha hecho mucho daño y seguirá haciéndolo, pero el rey decide votar su expulsión. Ese consejero chantajea a otro miembro del consejo que tiene muchísimo valor dentro del gobierno para que vote a su favor, lo que provoca un empate en la votación. La princesa le pide a su padre, el rey, que lo expulse sin más, pero el rey dice que no, que habrá una segunda votación. La princesa está muy enfadada y preocupada por el reino… y también se siente personalmente atacada —respiró hondo —, así que decide que lo mejor es matar directamente a ese consejero. Pero entonces llega el día de la votación y resulta que el rey ha urdido un plan para hacer que la votación vaya a su favor. La princesa se da cuenta de que ha sido una niña egoísta y…

    —Espera —la detuvo Babette, inclinándose un poco hacia ella —. ¿Cuántos años tiene la princesa?

    —Pues… Unos diecisiete, más o menos. ¿Por qué?

    —Bueno, entonces no creo que haya sido una niña egoísta.

    —¿No?

    —No. Creo que, simplemente, es muy joven para tener mejor visión de conjunto. No ha llegado a matar a nadie y, además, ha aprendido que siempre hay alguna salida pacífica. Quizá la princesa, en vez de centrarse en su error, debería mirar cuál ha sido la solución de su padre. Diecisiete años es una edad muy corta, esa princesa tiene mucho tiempo por delante para aprender y llegar a convertirse en una magnífica reina.

    —¿Crees que una princesa con una mentalidad así puede ser una buena reina?

    Babette se rio y la miró directamente a los ojos. Aimée sintió que esa mirada la calaba hasta el alma, y llegó a pensar que Babette sabía desde el principio que ella era la princesa de Acier.

    —Una princesa que se preocupa por su familia y su gente hasta el punto de plantearse algo tan drástico y traumático como un asesinato tiene, desde luego, muchas probabilidades de éxito. Sólo necesita madurar un poco más, templar su espíritu, y aprovechar el tiempo que le queda para aprender todo lo posible de su padre, que desde luego parece un hombre sabio.

    Aimée se quedó unos segundos mirándola a los ojos. Ni siquiera se dio cuenta de que hasta estaba ligeramente boquiabierta hasta que la campanilla de la puerta le indicó que alguien entraba. Poniéndose colorada, carraspeó y se puso en pie, alisándose la tela de los pantalones con un gesto.

    —Te conseguiré una audiencia con el rey. Él podrá ayudarte a hablar con el dragón.

    —Muchas gracias —sonrió Babette.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Makra estaba ya en Lanu Kah, aunque apenas había recorrido unos pocos metros cuando la bruja de Cattalis se materializó frente a ella. Cruzó los brazos bajo el pecho y esbozó una sonrisa burlona.

    —¿Ya me echabas de menos? —ladeó un poco la cabeza —¿Cómo me has localizado? ¿Me has quitado un pelo mientras dormía?

    —Mejor que no lo sepas —medio sonrió Tilda, pero entonces se puso más seria —. Necesito que vuelvas a Acier.

    —Querida… Me encanta follarte, pero tengo casa.

    —Es por Greg —esto hizo que Makra moviese un poco las orejas, demostrando que estaba atenta a ella —. Esa garrapata de Drenia le lanzó a Marinette una maldición que no he podido deshacer y Greg la ha absorbido.

    —Quieres ver si la puedo deshacer yo —aventuró Makra, a lo que Tilda negó.

    —Quiero ver si puedes averiguar cómo la ha hecho.

    —Hmn. Está bien. Déjame que avise primero de que tardaré unos días más —dijo, acercándose a un árbol.

    Apenas estaba rozando la corteza, Tilda le agarró una muñeca y tiró de ella para separarla del árbol.

    —¡No hay tiempo para esto!

    Makra le lanzó entonces una mirada fría que mostraba un enfado velado. En un rápido movimiento cambió la situación, de tal forma que Tilda terminó con la espalda contra el árbol y las rodillas dobladas para quedar por debajo de la altura de Makra. La lunar, además, le agarraba el cuello con una mano, inmovilizándola y centrando los esfuerzos de la bruja en intentar soltarse de su agarre.

    —Me gustas, Tilda. Eres fuerte, estás buenísima y me encanta tu pelo. Te respeto. Pero no voy a tolerar que ni siquiera tú me digas qué debo o no hacer cuando se trata de mi gente. ¿Entendido? —Tilda asintió y Makra sonrió, complacida —Buena chica —le dio entonces un piquito y la soltó, viendo cómo Tilda caía al suelo de culo. La ayudó a levantarse y le acarició una mejilla —. No tardo.

    Puso las manos en el tronco y cerró los ojos, apoyando la frente en el árbol. Sus labios se movieron como si estuviese hablando, y se cerraron cuando recibió una respuesta. Abrió entonces los ojos, respiró hondo y volvió a apoyarse en el árbol. Esperó un par de minutos y frunció el ceño. Al cuarto minuto se apartó del árbol.

    Niko no contestaba, pero tal vez estaba ocupado con Corr. Suspiró y miró a Tilda, tomando su brazo como si no hubiese ocurrido nada. Tilda recuperó su dignidad y esperó a que Makra asintiese para transportarse con la lunar al castillo.

    Una media hora después, Makra se levantó del borde de la cama donde estaba Marinette y se limpió las manos en una palangana con agua.

    —Es… extraño —comentó mientras salía de la habitación. Marinette ya estaba despierta, pero lo mejor era dejarla descansar y el ruido no la ayudaría —. Hay magias muy distintas entrelazadas. He sentido la abominación norcana, sobre todo, pero también había… restos de magia solar, lunar y Kurlah —frunció el ceño —. Es la de Niko. Esos chalados de la Estrella Roja le robaron magia, han debido usar parte en esta maldición.

    —No me gusta cómo suena eso —Tilda gruñó un poco y se recolocó el pelo mientras pensaba —. ¿Hay algo que puedas hacer por Greg?

    —No lo sé —suspiró la lunar —. Habría que separar cada componente y disolverlo uno a uno, pero el… hechizo, o lo que sea que une cada parte, ni siquiera sé lo que es o cómo funciona. Es como un doble o triple zurcido, una capa sobre otra, pero a la vez unidas. No me extraña que ni siquiera pudieses entender qué era esa maldición.

    Tilda volvió a gruñir, pero entonces Makra la empujó contra una pared, esta vez de manera suave, y rozó su cuello con la nariz.

    —Está bien, tranquila. Este hechizo parece muy complicado de hacer, así que lo debía tener preparado de antes. Le faltaría sólo el objetivo —le susurró mientras una mano empezaba a colarse bajo la falda de la bruja —. Ahora no tiene medios para hacerlo y ya no está en el reino, así que no puede hacer daño a nadie de aquí. Y ambas sabemos que el dragón se curará, sólo necesita dormir —los dedos de la lunar se abrieron paso entre la ropa interior de la bruja —. Lo mejor que puedes hacer ahora es relajarte. Quítate un poco de estrés, descansa… y después pensaremos juntas qué paso dar.

    Tilda no pudo contener el suave gemido que escapó de sus labios cuando los dedos de Makra acariciaron el lugar correcto de la forma correcta. Se agarró a ella y, sin importarle estar en un pasillo, aceptó su beso y su propuesta.

    Sí, quizá le vendría bien eso, entregarse a la princesa élfica y dormir un par de horas. Luego comprobaría el estado de Greg y juntas irían a hablar con Étienne.

    Todo iría bien.

    El rastreador


    Adri jamás habría pensado que encontrar una posada que admitiese animales pudiese ser tan difícil, pero Silladis debía tener una normativa muy estricta al respecto. Fácilmente habrían probado en todas las posadas y hostales, pero nada, era imposible.

    Así que ahora estaban en la plaza, sentados en un banco. Le había dado su chaqueta a Maèl para que no pasase frío y había comprado un par de empanadas de setas. Mientras se comía su ración, daba un pequeño paseíto de lado a lado, pensando qué hacer.

    Si fuese por él, preguntaría en un burdel. Muchas veces dormía en prostíbulos, incluso sin más compañía que Cachorro, pero no quería llevar a Maèl a un sitio de esos. Claro que se les agotaban las opciones. Si Silladis estuviese cerca de un bosque, podría confiar en que Cachorro podría estar bien, conseguirse cena y pasar la noche sin problemas entre árboles, pero ahí sólo había rocas y piedras…

    Estaba empezando a desesperarse cuando, de pronto, reconoció una cara. Era un hombre algo más bajo que él, pero desde luego robusto y fuerte, con dos espadas a la espalda y una ropa discreta y cómoda que, junto a su mirada, lo marcaban como del Gremio de Cazadores.

    —¡Claude! —exclamó, usando una de sus manos como altavoz. El hombre alzó la cabeza y buscó a Adri, algo que por suerte no era muy complicado de lograr.

    El tal Claude se acercó entonces a Adri, quien vio con sorpresa que iba acompañado de otra cara conocida, un joven más bajo y delgado de pelo castaño por los hombros recogido en una coleta. Su ropa era también de viaje, pero no parecía concordar con lo que solían llevar los cazadores. Además, su única arma era una pequeña daga al cinto, junto a su bolsa monedero.

    —¿Adrien? —preguntó ese joven, sorprendido de verle. Sonrió, entonces, cuando Cachorro se acercó corriendo para saludar y pronto le estaba acariciando la cabeza —¿Qué haces aquí?

    —Estamos de paso —dijo, haciéndole un gesto a Maèl para que se acercase —. Dejad que os presente. Maèl, este de aquí es Claude, un compañero del Gremio.

    —Hola, chaval —sonrió Claude mientras le tendía una mano para estrechársela.

    —Y él es Laurent.

    —Es un placer —dijo el nombrado con una sonrisa suave. Miró a Adri y movió un dedo, señalando rápidamente a Maèl y a Adri —. ¿Vosotros dos…?

    —¡No! No, no —Adri carraspeó y pasó un brazo tras los hombros de Maèl —. Es un cliente.

    —Eso no te detuvo conmigo —sonrió Laurent de forma juguetona, quitándole la empanada para darle un mordisco.

    Adri resopló y negó con la cabeza.

    —Es distinto —miró entonces a Claude —. ¿Y vosotros?

    —Nosotros sí estamos juntos —reconoció el otro cazador, acariciando con un dedo la mejilla de Laurent, quien le dirigió una mirada cariñosa antes de apoyarse en su pecho.

    —No, yo… Preguntaba qué hacéis aquí —se rio Adri —. Aunque me alegro por vosotros.

    —Es gracias a ti —ronroneó Laurent con el mimo de Claude a su espalda —. Respondiendo a tu pregunta… Nos ha salido algo de trabajo. Parece que hay una criatura no identificada acosando un pueblo unos kilómetros más al oeste.

    —Oh… ¿Vais juntos?

    —Sí, ya sé que el Gremio no suele aprobar que los externos trabajen con nosotros… —empezó Claude.

    —A mí eso no me importa —dijo rápidamente Adri, dándole un mordisco a su empanada —. Sólo me sorprende porque tú solías viajar solo.

    —Oh, eso —Claude contuvo una risa y asintió —. Es cierto, pero me enamoré —miró entonces al lobo, que ahora estaba recibiendo mimos de Maèl, y ladeó la cabeza —. ¿Tenéis dónde pasar la noche?

    —Nosotros hemos alquilado una casa. Es el único motivo por el que vinimos a este pueblo alejado de todo —explicó Laurent, intercambiando una mirada significativa con Claude, quien le guiñó un ojo antes de volver a mirar a Adri.

    —Hay dos habitaciones y sólo estamos usando una.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El dormitorio del que la pareja les había hablado no era muy grande, pero parecía suficientemente cómodo para los dos. La cama era doble, aunque estrecha, y la ventana no daba a ninguna vista interesante, pero iluminaba y ventilaba bien, que era lo importante.

    Además, no había moho ni plagas, el colchón estaba limpio y las sábanas olían bien, así que Adri no podría pedir más, la verdad.

    —Ha sido una suerte encontrarlos, se me estaban acabando las opciones —comentó mientras iba haciendo la cama —. Son además buena gente. Conocí a Claude hace años… hicimos un par de misiones juntos. Es un buen luchador y estratega, y no dudaría en confiarle mi vida en una batalla, si se presentase la ocasión. ¿Me pasas las almohadas? Gracias.

    Colocó las almohadas en la cabecera y las cubrió después con las mantas. Abrió entonces el armario y sonrió al ver que había una manta adicional. La puso sobre la cama y después se acercó a la ventana para asomarse y tomar un poco de aire.

    —A Laurent lo conocí hace dos… tres años ya. De la alta burguesía. Un hombre entró en su casa y robó las joyas de su madre, así que me contrató para que le ayudase a recuperarlas. Ya sabes, tengo buena fama como rastreador —le dirigió una radiante sonrisa y se giró, apoyando la cadera en el alféizar y cruzando los brazos bajo el pecho —. Conseguí recuperarlas, incluso un juego de pendientes y collar que había sido ya vendido, y luego le acompañé de vuelta a su hogar. Por el camino nos cruzamos con Claude y me pidió ayuda con un problema demasiado grande para él solo. Me ha sorprendido saber que siguen juntos. Es decir, sé que hubo buena química entre ellos desde el principio, pero no esperaba que se fuesen a enamorar.

    Miró entonces a Maèl y se quedó unos segundos prendado de la forma en la que la luz de las velas iluminaba sus ojos y su pelo. Carraspeó para volver a la realidad y se alejó de la ventana, cerrándola y corriendo las cortinas.

    —Te dejo intimidad para que te pongas ropa más cómoda, ¿vale? Voy a ver qué planes tienen para mañana, por no molestarles, y luego nos vamos a dormir de una vez. Estarás tan o más agotado que yo…

    Suspiró y se acercó a él, dándole un beso en la frente antes de salir. Cachorro, a los pies de Maèl, alzó las orejas, pero después cerró los ojos cuando Adri salió de la habitación.

    Un cuarto de hora más tarde, más o menos, Adri llamó antes de volver a entrar. Maèl ya estaba en la cama. Lo creyó dormido, así que aprovechó para cambiarse en el momento. Después, sopló todas las velas menos la de la mesita de noche y se subió a la cama, sorprendido al ver a Maèl despierto.

    —Creía que ya estabas dormido —susurró, apagando la última luz una vez se acomodó. Cachorro, que ahora estaba a los pies de la cama, sobre el colchón y bajo la manta superior, bostezó y se estiró con un gruñidito. Adri lo ignoró y se puso de lado, frente a frente con Maèl —. ¿Sabes? Al final voy a tener un problema enorme y es que me voy a terminar aficionando a dormir contigo y luego me costará conciliar el sueño.

    Al ver su cara de incomprensión, se mordió el labio unos segundos, dudando cómo decirlo.

    —O sea… Cuando esta aventura termine, cuando encontremos a tu compañera y vuelvas a Acier… Ya no te tendré a mi lado, así que tendré que pasar un tiempo abrazando a Cachorro hasta que me desacostumbre.

    Ahora vio que la cara de Maèl exhibía una creciente tristeza. Se dio cuenta de que, tal vez, el principito no se había planteado que aquello tendría fin, o quizá no había querido pensar en ello. Al menos, no decirlo en voz alta. Adri entendía que muchas veces decir las cosas en voz alta hacen que se sientan totalmente reales, y ahora él había verbalizado que habría un punto y final en esa historia.

    Sintiendo remordimientos y también tristeza ahora que era más consciente de esa futura separación, rodeó a Maèl con los brazos y lo apretó contra su pecho en un abrazo quizá no muy fuerte, pero sí firme. Besó otra vez su frente y le acarició la espalda.

    —Escucha… He dicho eso porque era el plan original, pero realmente nada garantiza que sea eso lo que vaya a ocurrir —empezó a decir en voz baja al cabo de un par de minutos pensativo —. Es decir… Quizá cuando estés con tu compañera quieras seguir acompañándome, o quizá quieras volver un tiempo a Acier y luego retomar tu papel de recorre-mundos —sonrió un poco ante la idea —. Si algo me ha enseñado la vida es que hacer planes definitivos es un error, porque muchas veces cambian en el último momento. Sobre todo si hablamos de aventuras como esta. Además, incluso si quisieras volver a casa para siempre… no sabemos cuánto falta para eso. Así que lo mejor será que disfrutemos de este tiempo que vamos a estar juntos y vayamos viendo cómo se desarrollan las cosas. ¿Te parece un buen trato?

    Tras decir esto, se separó lo suficiente para mirarle y le acarició una mejilla con suavidad, sonriendo al verle que por fin sonreía de nuevo. Entonces, como ya le había pasado en más de una ocasión, sus ojos bajaron a los labios del principito, tan tentadores que era incluso enloquecedor resistirse al impulso de besarlos.

    Se obligó a volver a mirar sus preciosos ojos y le dio un pellizquito en una oreja.

    —En ese caso, no pensemos más en un futuro incierto y tan lejano. Y, mientras tanto, podemos seguir durmiendo así, juntos… hasta que te canses de mis ronquidos —terminó por bromear, sintiendo genuino alivio al escucharle reír.

    Dejó que se acomodase mejor contra su cuerpo, usando su brazo de almohada y su hombro de apoyo, y le acarició la espalda hasta que él mismo se quedó dormido.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Adri no era de dormir hasta tarde, así que poco después del amanecer estaba bajando a la cocina. Le sorprendió un poco encontrar a Laurent terminando de hacerse el desayuno, sobre todo porque vestía sólo una camisa de Claude y dejaba sus piernas desnudas.

    El rastreador no pudo evitar pensar que, unos meses atrás, habría acariciado esas piernas, besado el hombro que asomaba bajo la camisa y, seguramente, habrían terminado follando sobre la encimera.

    Ahora, sin embargo, no sintió auténtico deseo por hacer nada de eso. Es decir, se le pasó por la cabeza, pero no con la suficiente fuerza como para siquiera alargar una mano a esa piel oscura y suave.

    En vez de eso, aceptó con una sonrisa el ofrecimiento de café y empezó a mirar en la despensa, rescatando un par de naranjas con las que hacer zumo, una manzana y un trozo de queso que añadiría a sus tostadas.

    —Ese Maèl, el muchachito que te acompaña… —dijo Laurent mientras terminaba de servir el café —Es silencioso, ¿no?

    —Aquí el único que ronca es Claude —sonrió Adri, a lo que Laurent rio mientras le daba un golpecito en el brazo.

    —¡Sabes que no me refiero a eso!

    —Bueno… No había otro motivo para que hiciese ruido —comentó el de los ojos de dos colores, cortando a la vez el pan para tostarlo.

    Laurent le miró unos segundos y acabó por apoyarse en la encimera, enarcando un poco una ceja.

    —No te estás conteniendo por vergüenza, ¿verdad? —ante el «¿hmn?» de Adri, resopló —Venga, no te hagas el tonto. Los dos sabemos que follas más que los conejos.

    —No me estoy tirando al pri-… a Maèl —rectificó con un carraspeo —. Ya os lo dije ayer.

    —Ah, ¿lo decías en serio? Pensaba que querías mantener un perfil bajo en el mercado.

    —Un hombre como yo no puede mantener un perfil bajo —se rio Adri, señalándose el pelo y los ojos.

    Laurent volvió a guardar silencio, después se encogió de hombros.

    —Supongo que la gente cambia. Llevamos un par de años sin vernos, aunque se me hace raro que hayas pasado de acostarse con cualquier cosa con piernas a… guardar celibato —contuvo entonces un jadeo de sorpresa —. ¿Acaso te han…? —hizo un gesto de tijeras con dos dedos, logrando que Adri soltase una carcajada. Al no quedar satisfecho con esa pseudo-respuesta, le agarró el paquete con una mano.

    —¡Eh! —se quejó Adri, más aún cuando Laurent empezó a apretarle de forma rítmica —¿Qué haces? ¡Para!

    —Qué raro —comentó Laurent, soltándole por fin al empezar a recibir una auténtica reacción. Adri le gruñó y le apartó un poco, sacudiendo la cabeza y pensando en piedras para calmarse de nuevo —. ¿Acaso ese chico tiene algo especial?

    —Es un cliente más.

    —Yo también lo era y no tardamos ni una noche en acabar en la cama —Laurent se recogió un mechón de pelo tras la oreja, pensativo —. Dime, sinceramente… ¿Con qué otros clientes no te has acostado?

    Adri abrió la boca para contestar, pero entonces alzó los ojos, pensativo, y terminó por cerrar la boca. Laurent asintió un par de veces, contento al ver que tenía razón, y luego se giró con una radiante sonrisa hacia la puerta en el momento en el que entró Claude.

    Llevaba sólo un pantalón que hacía juego con la camisa de Laurent, dejando al aire un torso de músculo bien marcado y surcado de cicatrices varias. También tenía mordiscos, algún chupetón y arañazos en la espalda, pero debían ser de la noche anterior. Y, en el hombro derecho, el tatuaje de una espada simplificada en el mismo estilo que el tatuaje que Adri tenía en su muñeca.

    —Buenos días, amor —saludó, besando a Laurent. Después le hizo un gesto a Adri —. ¿De qué hablabais tan animados?

    —Adri dice que no se ha acostado con su compañero.

    —¿En serio?

    —¿Por qué lo decís como si fuese tan raro? —se quejó Adri.

    —¿Acaso te falla el…? —Claude le miró directamente la entrepierna, haciendo que Adri resoplase y Laurent negase con la cabeza.

    —No, lo he tocado ahora un poco y todo parecía ir bien.

    —¿Pero por qué os interesa tanto mi vida sexual?

    —Pues porque nos preocupamos por ti —dijo Claude, tomando a Adri de la cintura y abrazándolo por la espalda —. ¿Cuánto hace que nos conocemos, Adri? ¿Seis años, quizá? Antes de que dejases tu pueblo —apoyó la barbilla en su hombro mientras Adri quitaba el pan del fuego, ya con el queso derretido encima —. Así que, si te pasa algo, si tienes algún problema, deberías poder decírmelo. Somos hermanos de juramento, ¿no?

    —Empiezo a creer que lo que pasa es que estáis tanteando si podéis o no volver a arrastrarme con vosotros —bromeó Adri, a lo que Laurent y Claude rieron a la vez. El espadachín se separó del arquero y volvió con su amante, que ya se había sentado a la mesa.

    —Nos ha pillado —siguió Claude con la broma.

    —¡Pero estoy bien! Simplemente, siento que si me acostase con Maèl… estaría destruyendo la relación que tenemos. Con vosotros podía follar sin compromiso y no pasaba nada, pero con Maèl lo siento… no sé, distinto.

    —Ah, pero ¿quieres hacerlo? —preguntó Laurent, apoyando la barbilla en una mano.

    —Pues… —Adri frunció el ceño mientras dejaba su desayuno sobre la mesa —No lo sé. ¿Quizá? Es un poco confuso. Sólo quiero, realmente, que esté bien. Quiero cuidarle, evitar que sufra, hacerle feliz en la medida de lo posible… ¡No lo sé! Algo me dice que el sexo arruinaría eso.

    —¡Oh! ¡Cariño, ya lo entiendo! —dijo Claude, dándole un codacito a Laurent —¡Se está enamorando!

    —¿Qué? No, yo…-

    —¡Tienes razón, Claude! Estaba clarísimo ahora que lo dices —Laurent soltó un suspiro soñador —. Ah, el primer amor de nuestro hombrecito…

    —Deberíamos ayudarles a organizarles una cita.

    —¿Qué? ¡No!

    —¡Es una idea maravillosa! ¡Ah, hay una gruta a las afueras con unas vistas maravillosas del río! ¿Qué tal un picnic ahí?

    —Chicos, parad-

    —¡Suena genial! Lau, eres un genio —como premio, le dio un beso con sabor a café —. Podemos preparar comida e ir los cuatro a lo cita doble. Así también vigilamos que todo vaya bien.

    —Esto no es para nada necesario, en serio…

    —Vale, Adri, tranquilo, está ya todo decidido. ¡Voy a ir a comprar carne!

    —¡No, no, nada de carne! ¡Maèl no come carne!

    —¡Ay, pero qué bien conoces a tu tortolito!

    —¡No lo llames así!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Adri no estaba seguro de cómo había terminado en esa situación. Lo peor era que había intentado que Arala pusiese orden a la cosa, pero la bruja se había reído y les había animado a seguir con esa descalabrada idea de la cita doble.

    —Así Léo y yo aprovechamos para comprar algunas cosas para el viaje —había dicho ella con una sonrisa radiante, dejando a Adri sin palabras.

    Ahora el rastreador iba algo retrasado con respecto al grupo. Cachorro iba por delante, correteando y de vez en cuando dándose media vuelta para asegurarse de que le seguían, aunque era Laurent quien guiaba al grupo. Maèl y Laurent estaban parloteando, compartiendo sus primeras aventuras con emoción, mientras Claude cargaba parte del picnic y Adri llevaba la otra parte y cerraba el camino por atrás.

    Había coincidido con un día magnífico, el sol brillando alto en un cielo despejado y una temperatura, si bien fría, bastante agradable, sobre todo en comparación a lo que habían vivido los últimos días mientras se alejaban de la nieve.

    —¡Ahí está! —dijo Laurent de pronto, señalando hacia delante.

    Efectivamente, había una formación rocosa con una gruta natural que daba buena sombra y tenía alguna planta alrededor. Estaba elevada unos cuatro metros con respecto al nivel del suelo, pero no parecía difícil trepar hasta ahí.

    Laurent cogió la mano de Maèl y los dos se fueron corriendo y riendo con el lobo. Claude se rio y miró a Adri, dándole una fuerte palmada en la espalda.

    —¡Alegra esa cara! El chico se lo está pasando genial, ¿por qué no te relajas y disfrutas?

    —Todo esto me parece ridículo. Ya os he dicho que él no me gusta de esa forma

    —No sé a quién intentas engañar. ¿Te has visto la cara cuando aparece? Es que sonríes sin darte ni cuenta —el gruñido de Adri le hizo soltar una carcajada —. Venga, venga. Controlaré que Laurent no se pase, pero al menos intenta pasártelo bien también. Tómalo como un picnic normal, simplemente déjate llevar.

    Adri puso los ojos en blanco, pero terminó por asentir y dirigirle una pequeña sonrisa. Claude le guiñó el ojo, le robó un pico y le dio una palmada en el culo antes de caminar más deprisa para intentar alcanzar a los otros dos.

    Adrien suspiró, divertido de ver que esa pareja seguía con las mismas costumbres de tocarle sin ningún reparo incluso mientras aseguraban que estaba desarrollando sentimientos por un tercero.

    Cuando llegó frente a la pared, pudo ver mejor los resaltes que les servirían como punto de apoyo. Miró entonces a Maèl, que parecía algo preocupado por no poder lograrlo, y le puso una mano en la espalda, dirigiéndole una sonrisa tranquilizadora.

    —Subiré primero para ir poniendo las cosas —se ofreció Claude, a lo que Adri asintió cogiendo el saco que había estado cargando.

    Ni corto ni perezoso, Claude empezó a trepar como si hubiese hecho eso durante toda su vida, y quizá así había sido. Los cazadores debían saber moverse por cualquier terreno, y aunque no entrenaban todas las posibilidades, muchas las acababan aprendiendo durante sus viajes.

    Una vez en la gruta, alzó una mano para coger al vuelo las bolsas que Adri le iba lanzando. Lo último que cogió no fue el arco y el carcaj de Adri, que también —un cazador nunca se separa de sus armas—, sino a Cachorro, que movía la cola encantado de la vida de ser incluido en lo que consideraba un juego divertido.

    —¿Te ayudo? —preguntó Adri mirando a Laurent, quien sonrió mientras se agarraba al primer saliente.

    —No te preocupes por mí.

    Dicho esto, Laurent empezó a trepar, haciéndolo con bastante soltura, aunque claramente más despacio y dubitativo que Claude, quien le ayudó a subir el último tramo. Adri apartó la mirada al ver que esos dos empezaban a compartir besos y miró a Maèl, invitándole a subir.

    Le vio hacerlo bastante bien en los primeros salientes. Trepaba despacio, pero las indicaciones que Laurent le decía parecían ayudarle. Sin embargo, cuando iba por la mitad su pie resbaló y, por el miedo, se soltó y cayó. Por suerte, Adri estaba preparado y no dudó en cogerlo en brazos.

    —¿Estás bien? —le preguntó, comprobando que no tuviese ninguna herida. Cuando Maèl le asintió, lo dejó en el suelo y lo abrazó mientras pensaba —Vale, tengo una idea. Súbete a mi espalda. No me mires así, sólo hazlo. Agárrate fuerte a mí y no te preocupes por nada.

    Le sonrió y se agachó, ofreciéndole su espalda. Una vez lo tuvo encima, bien sujeto, empezó a trepar, llegando con la respiración algo más agitada que la de Claude, pero bastante más sereno que Laurent.

    —Qué bonito —sonrió Laurent, ganándose una mirada asesina de Adri —. Las vistas, decía.

    El rastreador resopló, pero entonces se giró y tuvo que reconocer que, efectivamente, las vistas eran magníficas. Por un lado, quedaba el río, brillando con los reflejos del sol y de los peces, y por el otro estaban las «mil aguas» de Silladis, alzándose en esa extraña formación tan característica.

    —Las vistas son maravillosas, pero la comida también —dijo Claude, dando una palmada al aire —. ¿Quién tiene hambre?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    La comida había sido abundante y deliciosa. Setas salteadas, berenjena con bechamel, calabacines fritos, aros de cebolla… Un festín para los amantes de las verduras. Y quizá Adri había comido demasiado, porque ahora su tripa se quejaba un poco. Era la trampa tras la comida de picoteo: cuesta mucho medir lo que realmente estás comiendo hasta que llega el empacho.

    Pero lo mejor había sido el ambiente. Realmente había olvidado todo eso de la cita doble y se había centrado en disfrutar, compartiendo anécdotas y aventuras, contando chistes, riendo y hablando mientras comían.

    Ahora la cosa estaba mucho más relajada. Claude había traído una kalimba y ahora la hacía sonar en una cancioncita que hacía fondo a la historia que iba contando Laurent. El chico estaba al fondo de la gruta, que tampoco era muy estrecha, compartiendo manta con Maèl, quien además acariciaba a Cachorro. El lobo se había acomodado sobre él, apoyando su enorme cabeza en su pecho y con una pata en su regazo, y el príncipe de Acier simplemente había aceptado su destino.

    —Quiero decir… Claude y yo llevábamos un tiempo juntos, supongo. Habíamos viajado durante unas semanas, nos habíamos acostado más de una vez.

    —Y más de diez también —se rio Claude, a lo que Laurent chasqueó la lengua con fingida molestia.

    —Tú toca la kalimba y calla, anda —se rio también y volvió a mirar a Maèl —. Bueno, como te decía, ya había cierta relación física, ¿sabes? Pero en ese momento, recién salidos de un peligro mortal, nos miramos a los ojos y, no lo sé, fue como si surgiese una chispa. Como si de pronto le viese por primera vez. Como si supiese en ese segundo exacto que estábamos destinados a estar juntos.

    —Yo sentí lo mismo —reconoció Claude —. Sentí que no quería separarme de ti nunca más. Que quería hacer tus días brillantes y tus noches cálidas y seguras.

    —Y lo estás haciendo —sonrió Laurent en un gesto dulce.

    Claude dejó el instrumento a un lado y se acercó para besarle, recuperando después su sitio.

    —¿Y tú, Adri? ¿Has sentido alguna vez algo así?

    Adri miró a Laurent como pidiéndole tregua y después giró la cabeza hacia el exterior.

    —El sol está bastante bajo —dijo en lugar de responder —. Deberíamos ir volviendo o si no llegaremos ya de noche y hará demasiado frío.

    —Tiene razón —consintió Claude —. Venga, recojamos esto y pongámonos en marcha.

    El elfo


    Era curioso cómo de rápido el repentino ataque de la bruja de Acier había pasado a un segundo plano, cediéndole todo el protagonismo a la expresión rota de Corr. No había llegado a llorar delante de él, pero Niko lo conocía demasiado bien como para fingir que no sabía que había estado a punto de hacerlo.

    También creía saber por qué se había puesto así de pronto. Quizá se había dado cuenta definitivamente de que Niko iba a irse, ¡y a Bluka! Al otro lado de Acier, tras las montañas, a una tierra de la que tampoco sabían mucho.

    Desde que lo había encontrado temblando en el bosque, perdido, solo y manchado de la sangre de Lux, Niko había estado con él. Bien, no cada día, ni siquiera cada semana, pero por lo general se habían visto todos los meses. La única excepción fue un verano donde se celebró una importante cumbre en Lir Ahtok para discutir algunos asuntos entre solares y lunares. Habían sido días muy tensos, y al volver Niko se había encontrado con que Corr había pasado de ser un adolescente a ser prácticamente un hombre.

    Sonrió un poco al recordar aquello. Ese fue el primer momento en el que no vio a Corr como a un niño, y fue la primera vez que sintió deseo físico por él. De ahí a enamorarse perdidamente de su balahu había un salto muy pequeño.

    Y ahora se iba a ir, y no durante un par de meses. Seguramente no podrían visitarse, y mandarse cartas sería un proceso largo y difícil, por lo que, básicamente, cuando Niko se fuese, su relación se perdería para siempre.

    La sonrisa tembló en sus labios antes de desaparecer. Bajó la mirada y se pasó una mano por la cara, apresurándose a limpiar esa estúpida lágrima que se había atrevido a mojar su piel. Carraspeó y se echó el pelo hacia atrás para después ponerse en pie. Tuvo que apoyarse en una pared, todavía se sentía débil, pero una vez se estabilizó, salió de la habitación sin problemas. Incluso enderezó la espalda y alzó un poco la barbilla.

    Ghilanna le miró y abrió la boca para preguntarle algo, pero él simplemente chasqueó la lengua con desagrado y rodó los ojos, saliendo sin dirigirle ni una palabra. Se agachó un poco cuando Charlotte se acercó a él y la tomó en brazos, llenándola de mimos y dejando suaves besos en su cabeza.

    —¿Cómo está Corr? —suspiró con el chirridito triste de Charlotte y asintió un par de veces —Ve con él, entonces. Te necesita más que yo —volvió a suspirar, jugando un poco con la oreja de la royalette —. Y… ¿Podrías decirle que voy a dar un paseo? Necesito que me dé un poco el aire. Volveré para la hora de la cena, como muy tarde.

    Sonrió levemente con los mordisquitos de Charlotte en sus dedos y la dejó en el suelo. Se puso en pie, viéndola desaparecer entre los árboles, y estiró los brazos hacia arriba, quejándose un poco cuando su espalda se recolocó de forma satisfactoria. Se colocó su capucha, miró hacia el cielo, tomó aire y empezó a caminar sin tener muy claro a dónde le llevarían sus pasos.

    [CENTER] ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Lanu Kah siempre había sido su hogar. Daba igual en qué punto de aquel inmenso bosque se hubiese asentado, había estado en al menos tres zonas distintas a lo largo de su vida, siempre había sentido que ese bosque era parte integrante de su casa.

    Este era un sentimiento compartido por todos los lunares que vivían ahí, por supuesto, y era quizá lo único que les podía dar cierta unidad «nacional», por llamarlo de alguna forma. Lanu Kah era su hogar, y por ello debían protegerlo de invasiones y daños.

    Si los humanos entendiesen eso, no se escandalizarían tanto al ser expulsados de manera amable —todo lo amable que pueden ser los lunares enfadados— del territorio. Se les permitió cruzar el bosque en tiempos de Cézanne, pero no expandir el reino hasta el interior del mismo. Y podían usar madera del bosque y cazar, claro, pero sólo por unos sectores concretos.

    Además, si los humanos decidían internarse y no seguir los caminos hechos por los propios lunares renovados, los hijos de la luna se lavarían las manos si dichos humanos morían a manos de los arcaicos, que tenían ideas mucho más radicales al respecto y sólo aceptaban los acuerdos por esa maldita tregua de la Pla’ja. Y, aun así, lo aceptaban de mala gana y rechinando los dientes.

    Sí, podía decirse que, por lo general, había paz y respeto por el bosque, incluso si los humanos se empeñaban en llamarlo Ferrot, que para los lunares era un nombre absurdo sin ningún sentido. De hecho, Niko incluido fingiría no tener ni idea de qué era Ferrot si un humano decidía usar ese nombre.

    En definitiva, Lanu Kah era su hogar, y por eso se sentía tan cómodo paseando entre los árboles, a pesar de no conocer tan bien esa zona como otras. Y por eso también arrugó la nariz con desagrado cuando le llegó el hedor de la magia podrida de los norcanos.

    Captó el sonido de voces a lo lejos, provocando que sus orejas se moviesen un poco, pero no alcanzó a oír nada de lo que decían, por lo que decidió acercarse de forma discreta. Para ello trepó por un árbol y se fue moviendo por las ramas como una ardilla, cobijándose entre el follaje de las ramas hasta que llegó ante los intrusos.

    Porque Drenia y esa decena de miembros de la Estrella Roja sólo podían calificarse como intrusos.

    —Esa estúpida bruja cree que ha vencido —se quejaba Drenia, sentado en una piedra. Debían llevar andando horas, porque todos se habían sacado las botas para aliviar el dolor de sus pies —. Ha matado a muchos de nuestros hermanos ¡y con el beneplácito del rey! Pero no os preocupéis —habló ahora en un tono apaciguador al ver que el odio volvía a encenderse entre sus compañeros —. Somos pocos, pero somos fuertes. Todavía quedan hermanos en Acier, ocultos, esperando su momento. Y conservamos muchas de nuestras notas, restos de la primera criatura y algunos viales de magia Kurlah, por lo que…-

    El discurso de Drenia quedó súbitamente interrumpido cuando Niko cayó del cielo, literalmente. Saltó de la rama y aterrizó con los pies, medio arrodillado en el suelo, aunque pronto se alzaba con una mirada llena de asco y resentimiento que hizo que el antiguo brujo de la corte sintiese un escalofrío recorrer su espina dorsal.

    —Vosotros —dijo con la que quizá era su voz más grave y oscura —sois una plaga. Insectos asquerosos que no saben cuál es su lugar. No sois arcanos, apenas sois humanos. ¿Os creéis más listos que la Naturaleza? ¿Más poderosos que ella?

    Drenia hizo a sus compañeros un gesto para que se relajasen. Los miembros remanentes de la Estrella Roja habían sujetado sus armas y estaban listos para luchar contra ese elfo —eran doce contra uno, las cuentas salían a favor de la secta—, pero Drenia esgrimió una sonrisa tranquila y se calzó antes de ponerse en pie.

    —La Naturaleza es imperfecta —empezó a decir, sonriendo otra vez, ahora con autocomplacencia, cuando Niko apretó los puños —. Nosotros, como criaturas racionales, podemos ver esos errores y corregirlos. ¿Por qué sólo unos pocos tienen magia cuando es algo con lo que no hace falta nacer? ¿Por qué no puede haber una criatura que sea rápida, fuerte, inteligente, feroz, ideal en cada aspecto, que pueda servir a mis propósitos?

    Niko apretó los dientes. Hablar con alguien así era inútil. Ese hombre estaba loco, consumido por una avaricia que él no alcanzaba a comprender. ¿De qué serviría explicarle que había un orden en todo, que precisamente la imperfección de la Naturaleza era parte esencial de la misma? ¿Cómo podría siquiera decirle que sus palabras no sólo eran ofensivas para él, sino que además eran una locura que no podía llevar a nada más que a la destrucción?

    Hablar era inútil. Enfadarse quizá también, pero ese imbécil había ordenado que le torturasen para extraerle magia con algún fin retorcido que ni siquiera quería conocer. Quería venganza. No, mejor aún, quería purificación. Eliminar a ese loco y a su panda de sectarios.

    —Los lunares no lo entendéis —retomó Drenia la palabra con una voz suave y tranquila —. Sois un pueblo primitivo, anclado en tradiciones prehistóricas. Creéis en dioses y adoráis el bosque como si fuese alguna deidad en sí mismo, cuando no hay más dios que la razón y el progreso. Tú mismo eres ejemplo de lo atrasado de tu «civilización» —dijo esto con especial retintín, como si no terminase de considerar a los lunares como una civilización en sí misma —. Eres especial, porque eres un Kurlah, y eso hace que se te sitúe muy por encima de lo que normalmente estarías en tu sociedad. Derribando las barreras de género y de casta sólo porque, según vosotros, la luna, que no es más que una roca flotante en la inmensidad del espacio, te ha concedido cierto favor que permite que se te adore como a un rey.

    Drenia se volvió a sonreír al ver cómo los ojos de Niko se encendían. Sabía realmente que aquel lunar era peligroso, había visto lo que había hecho con ese solar en Acier, pero si podía enfadarle, si podía hacerle perder el control, quizá podría arrinconarlo y apresarlo para seguir extrayendo su energía mágica.

    Avanzó un paso hacia él, lo que hizo que Niko echase un pie hacia atrás de forma instintiva.

    —Y yo me pregunto: ¿por qué te habría escogido nadie a ti? No eres el mejor ejemplo de tu especie. Eres bajo, eres bastante delgado. ¿No tienen los tuyos grandes músculos de guerrero? Tú pareces muy poca cosa. Y, además, te codeas con humanos. ¡Con un regicida, nada más y nada menos! Corentin, el príncipe exiliado. Y está claro que tuviste algún tipo de relación con un elfo solar, que son vuestros enemigos jurados. Así que, dime, ¿por qué la diosa luna podría haberse fijado en ti, que no sólo eres muy del montón, sino que encima vas contra corriente entre los tuyos?

    La energía alrededor de Niko se estaba empezando a concentrar de una forma preocupante. Los sectarios que acompañaban a Drenia compartieron miradas inquietas y se apuraron a volver a ponerse botas y zapatos y a sujetar con más fuerza sus armas, sin saber cómo podría reaccionar ese elfo.

    Sin embargo, de pronto toda esa energía se disipó y los ojos de Niko volvieron a ser rojos. Se recolocó la capucha mientras le dirigía a Drenia una mirada nueva, como si se hubiese dado cuenta de algo.

    —Todo esto… ¿por celos? —preguntó de pronto, haciendo que Drenia frunciese el ceño con una mezcla de sorpresa y desagrado —¿Quieres poner patas arriba todo simplemente porque los dioses no te escogieron a ti? ¿Te crees más digno que los arcanos y por eso nos robas la energía y planeas destruir nuestros cimientos? —soltó una carcajada y luego sacudió la cabeza, todavía riendo —¡Eres patético! ¡Eres mucho más patético de lo que creía!

    —¡Basta! ¿Qué coño estás escupiendo ahora? ¿Envidia de qué? ¿Qué podría envidiar yo de vosotros? ¡Los arcanos sois supersticiosos, sois débiles! Preferiríais matar a vuestro propio hijo si un espíritu os lo dijese.

    Niko suspiró y se frotó la nuca con una mano.

    —No adoramos el bosque como si fuese una deidad. Lo cuidamos y protegemos porque es nuestro hogar. Y tú y tu panda de locos no sois bienvenidos.

    Energía mágica volvía a arremolinarse alrededor de Niko, pero esta vez de forma mucho más controlada. Sus ojos volvían a brillar en blanco, pero de forma cabal, con un dominio que antes no había estado demostrando.

    La inquietud redobló su fuerza entre los sectarios.

    —¡Maestro! —dijo su segundo al mando con la voz cargada de angustia.

    Drenia, sin embargo, alzó una mano para pedir calma.

    —No os preocupéis, hermanos. Nuestros aliados están aquí.

    Niko frunció el ceño al escuchar eso. Entonces, sus orejas se movieron un poco al percibir un nuevo sonido, pasos, telas, metal acercándose a él. Una mano grande y fuerte le sujetó las dos muñecas y pronto el filo de un cuchillo se apoyó en su garganta, presionando lo suficiente para hacer brotar una gota de sangre.

    Era una daga lunar, no cabía duda, y la mano que sujetaba el mango era demasiado oscura y tosca como para dejar lugar a dudas de a quién pertenecía.

    ¿Quién te ha dado permiso para salir de la cama, puta? —susurró una voz en su oído en el lenguaje élfico, concretamente en el dialecto de los subterráneos.

    La expresión calculadora de Niko se cambió por una de miedo. Sus ojos empezaron a parpadear y su cuerpo empezó a removerse con puro pavor cuando nuevos arcaicos empezaron a salir de entre los árboles, todos bien cubiertos para protegerse de los rayos de sol que aún bañaban el bosque.

    —Tened cuidado con él —dijo Drenia, recuperando por completo su calma y seguridad —. En Acier vaporizó a uno de vuestros socios en un parpadeo.

    —¿Oh? —esa voz hizo que Niko intentase escabullirse, pero el que lo tenía sujeto apretó mucho más fuerte sus muñecas y le hizo una fina herida en el cuello, obligándole a paralizarse.

    Salió una última figura, un elfo más alto que los otros, vestido con una túnica que caía más que la de los demás, pero se abría por los laterales, relevando unos pantalones que se ajustaban en los tobillos. Era un auténtico armario, con una espalda el doble de ancha que la de Drenia y unas manos que podían romper cuellos sin demasiado esfuerzo.

    Niko lo sabía bien porque le había visto hacerlo.

    Ese arcaico se acercó a él, andando despacio, como si tuviese todo el tiempo del mundo. Tuvo que agacharse un poco, pero sujetó la barbilla de Niko y le obligó a mirarle.

    —Así que despertaste —preguntó con una sonrisa que sólo se podría calificar como cruel.

    —¿Ya os conocéis? —dijo Drenia con un interés bastante bajo.

    —Oh, desde luego. Nikol’ka y yo somos viejos amigos. ¿Verdad, Nikol’ka? —aquel lunar se inclinó un poco más para robarle un beso, obligándole a abrir la boca para meterle lengua de forma invasiva. Cuando le soltó, Niko escupió con asco, recibiendo una bofetada tan fuerte que, si el otro no lo estuviese sujetando, habría caído al suelo —Un par de décadas en la superficie y te ha vuelto todo el carácter, ¿eh? Con lo bien que habías respondido a mi entrenamiento, te habías vuelto tan manso… —el arcaico puso expresión pensativa y luego suspiró —O quizá no tanto, viendo lo que hiciste con mi ciudad. Mataste a mi hermana, ¡la reina! —al bramar esto, le dio otra bofetada —¡Y destruiste la ciudad entera! —ahora, le soltó un puñetazo en el estómago que provocó que Niko vomitase y escupiese algo de sangre.

    —Kirra’uan —le llamó Drenia con una mirada asqueada ante el lamentable espectáculo —, lo necesito vivo.

    —No te preocupes por eso, humano. Nikol’ka vivirá. Espero —añadió con una sonrisa ladina —. Primero debo recordarle todo lo que le enseñé en su momento. ¿Recuerdas lo bien que lo pasábamos entonces? —esta vez, cuando tomó el mentón de Niko, lo hizo con más suavidad, acariciándole incluso una mejilla —Tu cara sigue siendo preciosa. Siempre fuiste mi puta favorita. Dime, ¿has echado de menos mi polla? ¿Qué te parece si te follo ahora mismo para ir recuperando el tiempo perdido?

    Las piernas de Niko temblaron tanto que, en cuanto le soltaron, cayó al suelo de rodillas. Kirra’uan le quitó la capucha y le agarró de la coleta, usándola como guía para estampar la cara de Niko contra su entrepierna, todavía cubierta por telas, aunque con un bulto duro empezando a sobresalir.

    Niko se obligó a respirar hondo, a calmarse. Reunir energía le estaba costando, no sólo por el pánico, sino porque todavía no se había recuperado de la tortura de la Estrella Roja, pero tenía que hacerlo. Aunque no pudiese hacer un ataque tan brutal como si estuviese en su mejor momento, aunque luego se desmayase y Corr lo tuviese que volver a llevar a casa en brazos, tenía que hacer algo, lo suficiente como para tumbar a esa gente, lo suficiente como para poder huir.

    Cerró los ojos, ignorando las miradas divertidas de los lunares y las desagradadas de los humanos, también el mal trato de Kirra’uan, su presencia entera.

    ¿Estás listo, cariño? —preguntó el líder de los arcaicos.

    Sí. Estoy listo —susurró Niko.

    Esa no era, desde luego, la respuesta que esperaba el guerrero, y mucho menos cuando Niko abrió los ojos y mostró que volvían a ser blancos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Miró el cielo y chasqueó la lengua al ver que los tonos anaranjados del atardecer estaban siendo rápidamente sustituidos por los negros de la noche. Normalmente eso le habría supuesto un alivio, pero ahora sólo significaba que tenía que darse prisa en volver a la cabaña.

    No había matado a aquellos hombres. No habría podido, de todas formas. Seguía débil, y el hecho de que fuese de día no hacía mucho en su favor. Sin embargo, había conseguido soltar suficiente energía como para matar a cinco, quizá seis, y herir a prácticamente todos los demás.

    Recordar cómo la sangre de Kirra’uan había saltado cuando el latigazo mágico le había cortado un ojo le hizo arrugar la nariz y mirarse el pecho, donde había sangre y tierra. Se reacomodó en la capa y apuró el paso.

    No, no los había matado a todos, pero al menos había hecho una demostración suficientemente impresionante como para obligarles a replegarse. Kirra’uan y Drenia habían sido los primeros en huir, seguidos pronto por sus séquitos particulares. Ni siquiera habían recogido los cadáveres, dejándolos en manos de las bestias.

    Algo le decía que eso tendría consecuencias bastante negativas en el futuro. Tendría que haber apuntado a esos dos, pero apenas había conseguido suficiente entereza como para conseguir atacar, en primer lugar. Si hubiese flaqueado un poco, seguramente a esas alturas estaría en un subterráneo, con una correa en el cuello.

    Tragó saliva y se acarició la garganta, viendo sus dedos mancharse de sangre. No le quedaban energías suficientes como para curarse, apenas podía caminar, así que respiró hondo e intentó cubrirse con el cuello de la capa.

    Se detuvo, por fin, cuando vio la cabaña, pero el alivio se vio repentinamente sustituido por la ansiedad. ¿Qué le iba a decir a Corr? No podía contarle esto, ¿verdad? Pero había descubierto cosas horribles de la Estrella Roja. No, pero Corr no merecía seguir preocupándose… ¿O sí? ¿Qué era mejor, decírselo todo para que pudiese prepararse, o callarse y dejarle vivir tranquilo?

    Pero si se iba a ir, si lo iba a abandonar, debía decírselo, ¿no? ¿No sería lo más adecuado? O podía decírselo a Makra y que ella le protegiese… No, pero no podía poner esa responsabilidad en sus manos.

    Salió de su ensimismamiento cuando sintió, precisamente, a Makra. Frunció el ceño al no oírla, verla ni olerla, y tardó aún unos segundos en darse cuenta de que la sentía no porque estuviese físicamente ahí, sino porque estaba intentando comunicarse con él.

    Miró el árbol viejo más cercano y apoyó las manos y la frente en su tronco, cerrando los ojos. Escuchó lo que le decía y entonces abrió los ojos para mirar a la cabaña. Respiró hondo y volvió a cerrarlos.

    Quédate en Acier. Iré a verte pronto. Tengo que hablar contigo y con el rey mestizo.

    Dicho esto, dio la conversación por finalizada y fue a la cabaña. En la puerta sonrió con cierta afabilidad cuando le llegó el olor de la cena preparándose. Se quitó la capucha y se soltó el pelo, usándolo para cubrirse un poco, antes de abrir la puerta.

    —¡Hola otra vez! —saludó mientras se agachaba para acariciar a Charlotte.

    La royalette sintió que algo no iba bien, porque hizo un sonido preocupado, pero Niko se llevó un dedo a los labios, pidiéndole silencio, y se metió una mano en el bolsillo, ofreciéndole sus bayas favoritas. Le dio un beso entre los ojos y se enderezó para caminar hasta la cocina, aunque no entró.

    —¡Pero bueno! ¿Qué te ha pasado? —preguntó Guilanna, que estaba ayudando a Corr a cocinar.

    La sonrisa de Niko cambió a un gesto de desagrado, pero volvió a suavizar su expresión cuando miró a Corr.

    —Me he tropezado y he caído por un pequeño terraplén, pero estoy bien. Voy a darme un baño y a cambiarme de ropa.

    Corr asintió, quizá no del todo convencido, pero Niko no le dio tiempo a insistir. Entró en su habitación y le quitó algo de ropa —tenía un arcón con su propia ropa que Makra le había llevado, pero no le apetecía abrirlo— y fue al baño que él mismo había mejorado hacía unos días.

    La bañera no se alzaba, sino que se hundía en el suelo de forma escalonada, al estilo de las bañeras lunares. Era algo de lo que Ghilanna se había estado quejando, pero Niko no quería pensar en ella en esos momentos. No quería pensar en nada.

    Se quitó la ropa y se miró en el espejo. En su abdomen había aparecido un moratón, igual que en sus muñecas. Su mejilla también estaba mal —se le había hinchado un poco el ojo— y tenía nuevos cortes, pero esperaba que la idea de la caída pudiese servir como excusa para todo ello.

    A toda esta desgracia se sumaban las heridas y moratones, que todavía no se habían terminado de ir, de su última aventura con la Estrella Roja.

    Respiró hondo y se metió en el agua de la bañera. El calor le hizo suspirar, esta vez de alivio, y se hundió del todo para, al salir, acomodarse en la zona curvada de la bañera y cerrar los ojos.

    No habría sabido decir cuánto tiempo había pasado, pero el hecho de que unos golpes en la puerta le hiciesen dar un respingo le hizo pensar que, tal vez, se había quedado dormido, al menos unos minutos.

    —¡Ya voy! —prometió mientras salía de la bañera y se envolvía en su toalla.

    Ahora que se volvía a mirar en el espejo se vio mucho más cansado que antes, con las marcas más oscuras y palpitantes. Sobre todo al tragar saliva sentía dolor no sólo en la garganta, sino también en el vientre, por lo que ahora se preguntó si podría comer con normalidad.

    Se vistió con rapidez, o todo lo rápido que pudo, y se secó el pelo de forma descuidada para, por fin, salir. La mesa estaba lista y los dos comensales le esperaban con los platos servidos.

    No se disculpó, sólo tomó su asiento habitual y miró su plato. Era un estofado que siempre le había gustado, pero por esa vez se le hizo poco apetecible. No tenía hambre, más bien. Se sentía demasiado cansado, adolorido y, por qué no, asustado como para comer a gusto.

    Pero no le iba a hacer ese feo a Corr, así que empezó a comer en silencio mientras Ghilanna parloteaba sobre… Bueno, Niko ni siquiera fingió escucharla, no sabía de qué estaba parloteando ahora.

    Aunque sentir el calor de la comida hogareña alivió un poco su espíritu, igual que la bañera había hecho antes con su cuerpo, una vez llegó a medio plato dejó la cuchara a un lado y carraspeó para interrumpir la incesante charla de la solar.

    —Está delicioso, pero necesito dormir ya —dijo mirando a Corr con cierta disculpa —. Me lo terminaré luego, ¿vale?

    —¡Espera! —la voz de Ghilanna hizo que le saliese un pequeño tic en el ojo y que su ceño se frunciese —¡Hoy te toca lavar los platos!

    —Y a ti te toca cerrar la puta boca y buscarte una casa de verdad —dijo en un tono tan frío y agresivo que hasta Charlotte, a los pies de Corr, se tensó. Niko respiró hondo y se levantó —. Gracias por la comida.

    Dicho esto fue a la habitación de Corr y se tumbó en la cama, de espaldas a la puerta y abrazándose a sí mismo.

    —Está de peor humor de lo normal —escuchó que decía Ghilanna en el comedor —. Le ha debido pasar algo en el paseo, ¿no crees?

    Frunció el ceño y se abrazó a una almohada, quedando dormido prácticamente al instante.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Se despertó de golpe, con el corazón martilleando dolorosamente en su pecho y la respiración agitada. Los restos de la pesadilla seguían claros en su retina mientras reconocía la habitación en la que estaba y la mano que le apretaba con suavidad un brazo.

    Respirando hondo en un intento de relajarse se giró para quedar bocarriba, mirando a Corr. Su mirada preocupada lo decía todo. Debía haber hecho ruido durante el sueño y su humano favorito había corrido a despertarle. O quizá se había activado su magia y su balahu había ido para detenerle. El caso es que estaba ahí, con él, y eso por sí solo conseguía aliviar parte de su temor.

    —Estoy bien —mintió con una pequeña sonrisa.

    Desde la muñeca de Corr, sus dedos fueron subiendo por su brazo en una caricia, recorriendo su hombro y deteniéndose en su mejilla. Le acarició la cara y le estudió con calma. Su corazón fue ralentizando su ritmo feroz y su cuerpo fue perdiendo la tensión dolorosa que había tomado al despertar, o quizá antes.

    Era hasta ridículo que Corr pudiese calmarle sólo con su presencia. Ni siquiera necesitaba decir nada, ni siquiera necesitaba abrazarle. Sólo estar ahí, con él, era suficiente. Las sombras perdían fuerza, los miedos retrocedían, las pesadillas se disolvían.

    Sí, el único temor que permanecía en su corazón en esos momentos era el de dañar a Corr. Él mismo si no podía controlarse, la Estrella Roja si decidía atacarle, Tilda si se le volvían a cruzar los cables… Daba igual quién fuese la amenaza, lo importante era que siempre habría alguien que podría hacer daño a Corr, quizá incluso matarlo.

    Alzó también la otra mano para tomarle la cara y acariciarle las dos mejillas a la vez. Pudo ver en la oscuridad cómo la expresión de Corr se dulcificaba, aunque seguía claramente preocupado por él. Se le hizo gracioso que ambos estuviesen preocupados por el otro hasta ese punto.

    Y esa preocupación llevaba a Niko a ocultarle cosas, a mentirle incluso, a alejarse de él para… ¿qué? ¿Para proteger a Corr? ¿Para protegerse a sí mismo? Huir y aislarse para evadir el dolor era algo que ya había hecho en el pasado, pero ¿hacerlo otra vez, y para con Corr?

    —Lo siento —susurró, dejando que Corr completase si su disculpa era por haberle despertado, por haberle preocupado, por ir a abandonarle, por haber intentado huir de él… o por lo que hizo entonces.

    Fue suave, pero firme. Tiró de la cara de Corr, acercándoselo hasta que sus labios se rozaron. No quería forzarlo, sobre todo no después de cómo Kirra’uan le había hecho sentirse violado con un beso obligado, pero sí lo retuvo unos segundos pese a la pequeña insistencia de Corr por separarse.

    Pronto le soltó, pero mientras Corr, claramente confundido, balbuceaba preguntas, Niko simplemente lo tomó de los brazos y le hizo girar, quedando ahora el humano bocarriba y el elfo inclinado sobre él.

    Volvió a besarle, esta vez de forma más breve, y después empezó a dejar suaves besos por su cuello. Sus manos acariciaron el pecho de Corr, pero apenas empezó a meter los dedos entre su ropa, su mejor amigo lo apartó de golpe, haciéndole quedar sentado sobre la cama.

    Le vio levantarse y empezar a salir de la habitación, y entonces toda la maraña de pensamientos y sentimientos que había en su cabeza y en su pecho explotaron en un arranque de histeria.

    —¡Corr! —exclamó mientras se ponía en pie.

    Saltó de la cama para seguirle, pero sus fuerzas fallaron. Estaba débil, estaba horriblemente débil después de su aventura de la tarde, por lo que se vio incapaz incluso de levantarse. Quiso gatear hacia él, pero ahora fueron sus brazos los que decidieron dejar de funcionar y dio de bruces contra el suelo.

    Empezando a llorar, le llamó en un sollozo y consiguió arrastrarse para agarrarse a sus pantalones, pero no hacía falta porque Corr ya había girado para ir a socorrerle. Se agachó a su lado y Niko consiguió el impulso suficiente para arrojarse a sus brazos, abrazándose a él y llorando a moco tendido contra su cuello.

    Escuchó una puerta abrirse y a Ghilanna salir de su cuarto, pero Corr le hizo un gesto y la elfa volvió a cerrar la puerta. En cuanto a Niko, cuando se quiso dar cuenta estaba sentado en el regazo de Corr, que se había acomodado en el suelo, y se ocultaba en el hueco de su cuello como un niño asustado.

    Niko sólo se separó un poco cuando sintió una pata zorruna en la pierna. Soltó un brazo del cuello de Corr y lo usó para ayudar a Charlotte a subir a su propio regazo, abrazándola mientras se volvía a pegar a Corr.

    —Perdóname, por favor —soltó en un pequeño gemido mientras volvía a ocultar su cara.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Corr debía haberse cansado de estar en el suelo, porque cuando Niko se había calmado lo suficiente se lo había llevado de vuelta al dormitorio. Ahora Niko estaba acurrucado entre almohadas en la cama, cubierto por una manta y con una humeante taza de té en las manos.

    No se atrevía a mirar a Corr, no después de todo lo que le había dicho. Porque había estado hablando durante mucho tiempo, más del normal, en voz baja. Llorando, agarrándose a él o hundiendo la cara en el pelaje de la paciente Charlotte. A veces temblando o tartamudeando, incluso diciendo algunas cosas en élfico.

    Pero se lo había contado todo. Bueno, no todo, pero sí bastante. El miedo que había tenido al matar a Theonaer de semejante manera, cómo eso le había hecho querer huir de todo. También el auténtico terror de creer que moriría en esa cueva, torturado por la Estrella Roja; el miedo de pensar que nunca volvería a ver a Corr y que Corr nunca sabría qué había pasado con él.

    También le confesó lo que había ocurrido esa tarde, aunque había obviado algunos detalles. No se sentía preparado para hablarle de Kirra’uan ni de cosas que habían ocurrido durante su tiempo de esclavitud. Se conformó con decirle que había conseguido escapar de sectarios y arcaicos y también lo que había escuchado de Drenia.

    Ahora llevaban un rato en silencio, imaginaba que porque Corr aún estaba digiriendo la información. Era la primera vez que Niko se abría de verdad a él, confesándole sentimientos, sobre todo sentimientos que aseguraba no tener. ¿Miedo? El miedo no es para lunares, sólo para los débiles humanos. Esa era su premisa habitual, aunque sabía que no engañaba a nadie. Pero ahora había afirmado tener miedo. No tener miedo, estar aterrado.

    Respiró hondo y movió un poco la taza en sus manos, haciendo que el líquido bailase hasta rozar el borde, girando lentamente. Miró a Corr, que ahora acariciaba a Charlotte con la mirada perdida, y volvió a bajar la mirada a la taza, pero sentía que tenía que hablar un poco más.

    —Corr —le llamó, recibiendo un sonido afirmativo como toda respuesta. Tragó saliva y se pasó una mano por la cara. Estaba caliente por sujetar la taza —. No quiero ir a Bluka —murmuró, acariciando el borde exterior de la taza con los pulgares —. No tengo nada ahí, ni siquiera la certidumbre de un buen futuro. Pero tengo que ir. Tengo que salir de aquí. Y… quería dejarte en Lanu Kah porque me daba miedo hacerte daño —respiró hondo de nuevo y apretó la cerámica contra su pecho —. Me daba miedo descontrolarme y acabar hiriéndote, o quizá algo peor. Pero… Pero hoy me he controlado. Sentía ira y pavor, pero me he controlado, así que creo que no te haré daño. Además… me preocupa dejarte aquí. No quiero dejarte aquí —corrigió, alzando por fin la mirada para encontrarse los ojos de Corr.

    Se lamió los labios y acabó dejando la taza en la mesita de noche, acercándose un poco a él. Hizo un gesto de dolor y se llevó una mano al abdomen, pero rechazó la ayuda del humano y consiguió moverse hasta quedar junto frente a él, de rodillas sobre el colchón.

    Miró a Charlotte y luego llevó las dos manos a los brazos de Corr. Le acarició esta vez en sentido descendente, pero se detuvo en sus muñecas. Y tocándole así, Niko se atrevió a volver a mirarle a la cara.

    —Ven conmigo a Bluka. No tengo nada ahí —repitió y tomó aire antes de seguir —, pero contigo sería distinto. Podría… pedirle ayuda a Makra. No tengo fuerzas, pero ella sí. Podría reducir la cabaña a un tamaño de juguete y así nos la podríamos llevar e instalar en cualquier parte. Y sé que tenemos que pasar por Acier, pero creo que eso es bueno. Podemos dejar ahí a la solar —se refería a Ghilanna, claro —y tú podrías aprovechar para visitar la tumba de tu madre —al ver que Corr iba a protestar, le apretó un poco los brazos y negó con la cabeza para callarle —. Escucha, lo tengo pensado. Tu hermano nunca sabría nada, yo… tengo que hablar con él de la Estrella Roja. Eso te dará un par de horas para ir al mausoleo y estar ahí con tus antepasados. Lo distraeré y podrás colarte. Es fácil meter gente en ese reino, ya lo hice con el chico que estaba con tu sobrino —sonrió un poco, aunque aún con deje triste, y ladeó un poco la cabeza —. ¿Qué me dices, Corr? ¿Vendrás conmigo? ¿Huirás conmigo esta vez?

    Y mientras susurraba esto, sus manos descendieron un poco más, apoyándose en la parte interna de sus antebrazos, con parte de la palma sobre parte de la palma de Corr.

    Aquello, en términos élficos, sería el equivalente a un beso en la comisura de los labios. Era un no querer besar la mejilla, pero no atreverse a besar los labios. Un toque tímido, pero íntimo. Quizá temeroso, pero esperanzado.

    Y eso era exactamente lo que reflejaba también su mirada.

    SPOILER (click to view)
    *Una kalimba es un instrumento musical africano que tiene un sonido muy bonito.

    No tengo imágenes para Claude o Laurent, principalmente porque me da mucha pereza buscar, pero los imagino físicamente tipo Gav y Khnum, para que me entiendas xdd

    Y creo que iba a comentar más cosas, pero ahora mismo no me acuerdo xdd así que a medida que leas si te surgen preguntas me dices. O si me acuerdo te comento. ¡En fin! ¡Disfruta!
     
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13 replies since 22/9/2019, 13:13   524 views
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