XIII

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    Flam.
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Ray Morrison.
    Apodo: Rigor Mortis.
    Edad: 43 años.
    Habilidad: muerte instantánea.
    Nacionalidad: americana, natural de Phoenix (Arizona).
    Residencial actual: Los Ángeles.
    Profesión: profesor de literatura en la UCLA, corrector de estilo en una editorial independiente.
    Estado civil: viudo.
    Orientación sexual: heterosexual (sólo hasta que aparezca tu muchacho)


    Desde bien joven, Ray Morrison supo que su vida estaría repleta de problemas. Para empezar, es un Morrison, y se sabía por toda Arizona de la desastrosa habilidad que venía con este apellido, nada más y nada menos que la misma muerte. No sólo Ray, sino también su hermano, su padre y su abuelo antes que él, todos los hombres de su familia provocan la muerte en todo lo que tocan, ya sean plantas, animales o personas. En el hogar de los Morrison nunca faltaba un par de guantes que cubriesen esas manos tan peligrosas, pero la desgracia no tardó en llegar, sin importar las precauciones que tuvieran en la granja familiar. Ocurrió una noche cualquiera de verano, un mosquito decidió picar el antebrazo del abuelo de Ray, y el despistado anciano cometió el gran error de matar al insecto con un manotazo. Desde que la palma de su mano tocó su propia piel, el hombre cayó fulminado en su sofá favorito. La siguiente en morir fue la cuñada de Ray, en el mismo funeral del abuelo tomó la mano de su marido para confortarle, cayendo ella en cuestión de segundos. El shock fue tan atroz que el hermano de Ray decidió quitarse la vida (algo que fue tan sencillo como tocarse la mejilla), dejando a la familia Morrison con tres miembros: Ray y sus padres.

    No era de extrañar que los vecinos tuvieran sus reservas en tratar con los Morrison, apenas un roce de sus manos bastaba para caer muerto. Decidido a no formar parte de aquello, el padre de Ray tomó la decisión drástica de cortarse las manos una mañana donde su mujer y su hijo habían salido a hacer la compra semanal en el supermercado más cercano. Tuvo el marido tan mala suerte que la hemorragia en uno de los tajos se salió de todo control, causándole una muerte agonizante que no pudo ahorrarse al no tener el tacto de sus manos que causaban el reposo infinito.
    Cuando Ray entraba en la universidad, sólo quedaba viva su madre. Pero la mujer se consumía poco a poco a base de pastillas, llorando la pérdida de los suyos y temiendo sólo lo peor para su único hijo vivo.

    Ray se costeó sus estudios con becas y ayudas, y su trabajo duro en las aulas lo posicionó en las mejores listas de alumnos, lo cual le facilitó mucho las cosas cuando se aventuró al mundo laboral. Pero lo que hizo de su vida universitaria una experiencia plena fue ella: Catherine Thomas. Una auténtica mujer que se reía de las supersticiones, quizás el hecho de casi doblar la edad de Ray la ayudaba en sus creencias, o quizá fuera su posición como profesora adjunta, ¿quién sabe? Cuando Catherine conoció a la señora Morrison, bromeó diciendo que a su hijo le llamaba Rigor Mortis, ganándose una carcajada de Ray, pero la desaprobación absoluta por parte de la madre, que nunca aceptó esa relación.

    Por suerte para la señora Morrison, aquella mujer nunca llegaría a ser parte de su familia. Y no porque su hijo no lo quisiera, sino porque la maldición del apellido parecía que existía de verdad.
    Ray llegó al apartamento de Catherine cargado de esperanza y con un anillo de compromiso guardado en una cajita de terciopelo. Cuando se declaró y enterró la rodilla en el suelo, ella saltó hacia él sin caber en sí de la alegría. Ray, como cualquier otro, correspondió aquel abrazo. Dichoso apellido maldito, la camiseta de su futura esposa se había recogido con el movimiento y la mano derecha del marido estaba desnuda al coger la cajita. Fue sólo el índice lo que tocó la piel de Catherine, pero eso fue más que suficiente. Ajena a los gritos desesperados de Ray, que veía morir ante él a quien llamaba el amor de su vida, Catherine Thomas se convirtió en un cuerpo sin vida y rígido, fiel al apodo tan macabro que le daba a Ray, la dureza de la muerte la golpeó con tanta violencia que ni siquiera pudo ver venir el golpe.

    Durante los años siguientes, Ray se refugió con su madre en la granja familiar que conservaba la mujer en Arizona. Siendo más depresión que persona, quiso acabar con su vida. Pero no pudo hacerlo, escuchaba la risa de Catherine, que le instaba a seguir viviendo, escuchaba los gritos de su hermano cuando, al igual que él, acababa con la vida de su mujer. ¿Y se atrevía Catherine a decir que los Morrison no estaban malditos? No había peor castigo que saberse el culpable de una muerte y no recibir castigo alguno. Dada la habilidad, letal y peligrosa, que carga Ray en sus manos, ningún jurado se atrevió a condenarle por temor a las represalias. Dejando a Ray en libertad sin cargos, y con la muerte de su mujer enterrada en lo más hondo de su conciencia.

    Su vuelta a la sociedad ocurre hace apenas un año, cuando encontró a su madre muerta en su dormitorio, ¿la causa? Una sobredosis. Una vez muerta, la propiedad en Arizona pasó a ser del banco, dejando a Ray sin madre y sin hogar de un día para otro. Regresó a Los Ángeles y contactó con sus antiguas amistades en la universidad. Las conversaciones adecuadas, el recuerdo fresco de Catherine y su brillante historial le consiguieron una plaza como docente. Pero sólo las clases no entretenían lo suficiente su mente, y se negaba en rotundo a acabar como su madre (sobrepasado por los recuerdos y fantasmas del pasado), así que se obligó a sí mismo a labrarse su propio camino. Retomó, también, el contacto con la antigua editorial de la que Catherine formaba parte, y aceptó encantado el cargo de corrector. Por sus manos pasan muchos nuevos libros o artículos que la editorial piensa en publicar, es trabajo de Ray leerlos y dar su visto bueno o, por el contrario, adjuntar una nota de amable rechazo al escritor detallando los fallos encontrados en el escrito.

    Sumando el tiempo que le lleva preparar sus clases de literatura en la universidad, y las horas que le roba su trabajo como corrector, apenas le quedan horas en el día para pensar en el motivo que le obliga a llevar sus manos siempre cubiertas.

    Ahora mismo, aunque terriblemente atareado, Ray vuelve a entrar en un periodo de paz consigo mismo. Por supuesto, esto se aleja mucho de la felicidad, pero es un gran paso en la dirección correcta. Ahora bien, ¿seguirá mejorando cuando conozca a tu personaje, o sus esfuerzos por dejar atrás la depresión caerán en el olvido?


    Le gusta:
    -fumar, le ayuda a calmarse.
    -pasar desapercibido.
    -leer (aunque también se ha atrevido a escribir algún artículo para la editorial).
    -mantener su mente ocupada con cualquier cosa que le impida recordar.

    No le gusta:
    -su habilidad.
    -detesta el contacto físico, sabe el daño irreparable que traen sus manos. Por la misma razón siempre intenta evitar las multitudes.
    -ser un hombre inocente, necesita de ese castigo, esa penitencia, para pasar página.
    -las vacaciones. Tras el incidente con Catherine —por llamarlo de alguna forma— no ha cogido un solo día de asuntos propios, le aterra pensar en lo que haría con tanto tiempo libre.

    Información extra:
    -mide 1’85 m.
    -no puede tocarse a sí mismo, de hacerlo moriría.
    -a la hora de bañarse utiliza guantes de látex.
    -también debe llevar guantes en sus momentos más íntimos (solo o en compañía).
    -lo cierto es que nunca le verás sin guantes; ya sean de látex, cuero o punto.
    -ha querido suicidarse más de una vez, pero nunca encuentra el valor de hacerlo. El recuerdo de Catherine le impide morir.
    -todavía guarda la alianza, intacta, en la cajita de terciopelo.
    -tiene un pasado turbio con el alcohol —de sus días con su madre en Arizona—, y varias veces al mes acude a reuniones de ex alcohólicos para no recaer.
    -tiene pesadillas muy a menudo.
    -ha olvidado cómo sonreír, lleva tiempo sin poder hacerlo.

    Apariencia:
    QUOTE

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    I - II




    Ban.
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Pável Fiódorovich Novikov
    Apodo: XIII
    Edad: 29 años (Hará los 30 muy pronto).
    Habilidad: Leer y anular las habilidades ajenas.
    Nacionalidad: Estadounidense, aunque nacido en Penza
    Residencial actual: Los Ángeles.
    Profesión: Detective de homicidios.
    Estado civil: Soltero.
    Orientación sexual: ¿Heterosexual? Nunca se ha planteado otra cosa.

    Desde el golpe bolchevique de 1917, el Estado ruso había lanzado una fiera campaña de búsqueda y reclutamiento de cualquier persona con habilidades especiales, los llamados мутанты, mutanty, mutantes. El objetivo era simple y claro: entrenarlos, doblegarlos mediante férreos dogmas y formar con ellos escuadrones especiales con los que llevarían el Comunismo hasta Portugal y Japón, de costa a costa de Eurasia.

    Fiódoror y Masha habían nacido mucho después de que iniciase este proceso, que se había recrudecido durante la II Guerra Mundial. No, cuando ambos vieron la luz, ambos en la misma aldeíta, siendo sus familias vecinas desde hacía generaciones, la Guerra Fría mantenía el Bloque Occidental en tenso antagonismo contra el Bloque Comunista, donde ellos habían tenido la mala suerte de nacer.

    No pudieron escapar del ojo analítico del Gobierno, sus habilidades fueron descubiertas y utilizadas como excusa para someterlos a entrenamientos exhaustivos que los convirtieron en perfectos conocedores de sus cuerpos, de sus limitaciones y del manejo de armas y explosivos. Pero no en soldados de mente vacía.

    Se habían enamorado, quién sabe si desde su más tierna infancia, y esa relación los mantenía cuerdos, les ayudaba a recordar cómo los reclutadores habían incendiado sus casas ante la negativa de sus padres de entregar a unos críos de apenas once y diez años. Les ayudaba a recordar que aquella situación no era tan bonita como la pintaban, que su misión no era sagrada, como les hacían creer.

    Así que escaparon y huyeron hacia Siberia, una zona medio muerta donde podrían ocultar sus habilidades, formar una familia, quién sabe si vivir felices. El primer fruto del matrimonio fue una niña, Olga, pero falleció antes de cumplir el año por una enfermedad respiratoria.

    El dolor les hizo tomar una decisión drástica que les depararía problemas en el futuro. Se mudaron, queriendo cambiar de aires, intentando mantener siempre un perfil bajo, y un tiempo después nació Elena, quien pasó su infancia entre los brazos de sus padres, ya fuese porque le daban miedo los monstruos que veía a todas horas (y que nadie más parecía poder percibir) o porque los reclutadores habían oído rumores que les llevaban directos a ellos, obligándoles a recoger sus escasas pertenencias y seguir moviéndose.

    Aquella situación era imposible, no querían seguir en la dichosa Unión Soviética. ¿Qué clase de vida le estaban dando a la pobre Lena? Pero su plan de trasladarse a los Estados Unidos tuvo que ser aplazado cuando Masha descubrió que estaba embarazada de nuevo. El verse privada de sus poderes durante esos ocho meses que duró el embarazo le hizo creer que, quizá, al menos ella se había curado, que podrían desarrollar una vacuna. Resultó que tal milagro era cosa del pequeño Pável.

    Esperaron unos meses a que creciese lo suficiente como para poder resistir el viaje y entonces, sí, llegaron a los muelles neoyorkinos ocultos junto a otros inmigrantes, aunque para entonces el Muro de Berlín había caído y el poder ruso era tan endeble como un castillo de naipes.

    Empezar una nueva vida, de todas formas, era algo que entraba en sus planes. Era algo que deseaban y necesitaban. Alquilaron un apartamento y empezaron a trabajar como si fuesen personas totalmente normales. Vivieron, por fin, relajados, tranquilos, y durante unos años fueron felices, viendo cómo Lena y Pasha, inseparables hermanos, crecían sanos y fuertes.

    Les enseñaron desde siempre a defenderse, por si se repetía la historia, por si necesitaban emprender una huida precipitada, o simplemente por si necesitaban defender algo amado. Al menos lo intentaron. Lena no era demasiado buena, sobre todo porque muchas veces, si no estaba junto a Pasha, se quedaba quieta, tensa, retraída y aterrorizada ante imágenes que sólo ella podía ver. Muertos que le hablaban, que le lloraban, que gritaban. Escenas indeseables que sólo se esfumaban cuando su hermano le tomaba la mano, lo que hacía que durmiesen en la misma cama, abrazados, hasta que la situación se hizo insostenible para Pável, pero eso es otra historia.

    Él, por su parte, sí se mostraba más dispuesto a estos juegos. Su cuerpo se fue contorneando para ser ágil, fuerte, rápido, elástico. De hecho, destacó bastante en gimnasia, siendo los aros uno de sus ejercicios favoritos Entrando en la adolescencia, no era raro verle correr con sus amigos haciendo algo que más adelante se denominaría parkour, saltando de tejado en tejado, haciendo equilibrios sobre canalones metálicos.

    Contra los deseos de sus padres, que no deseaban que sus hijos pasasen por lo mismo que ellos, Pável se alistó al ejército, creyendo que haría una buena labor. A los 25 años estaba quemado, y es que como parte de las Fuerzas Especiales no se dedicó a llevar la paz a zonas en guerra, sino a matar gente desde azoteas y, de vez en cuando, a salvar algunos niños que seguramente acabarían muriendo por una bomba o un ataque de la Yihad. Además de cubrir las atrocidades que sus compañeros con habilidades, borrachos de poder y creyéndose poco menos que semidioses, hacían sin que los jefes dijesen nada al respecto.

    Harto y asqueado, al terminar su servicio regresó a casa y dejó el ejército, encontrándose con que sus padres habían muerto. Fue algo catalogado como accidente, pero no le costó mucho averiguar que fue, en realidad, un caso de negligencia total. Un llamado héroe, con la excusa de detener un derrumbe, había destruido los cimientos de un bloque de pisos para que ambos edificios chocasen y mantuviesen el equilibrio, salvando así vidas. Por supuesto, tampoco se había parado a pensar que en el otro edificio podría haber gente.

    Durante su investigación vio que casos como este se repetían una y otra vez por todo el país, quién sabe si por todo el mundo. ¿Nadie haría nada para castigar a esa gente sólo por el hecho de no ser humanos corrientes o por autodenominarse salvavidas? ¿Nadie iba a hacer justicia por aquellas víctimas, esos daños colaterales? Le hervía la sangre al pensarlo.

    Rescató a su hermana de debajo de un puente (Lena había aprendido durante la adolescencia temprana que un alto consumo de drogas y alcohol hacía tan buena labor contra sus monstruos como el contacto físico con su hermano) y cambió de costa con ella. La obligó a desintoxicarse y entró en el cuerpo de policía de Los Ángeles como detective de homicidios.

    Algo huraño, pero de alguna forma simpático, de humor ácido y mirada fiera, se ha ido labrando una carrera ascendente. Se rumorea que podría llegar a capitán en pocos años, pero a él no le interesa demasiado ese puesto. Se conforma con llevar paz a las familias afectadas por terribles actos ajenos, pelearse con abogados sin escrúpulos y salir cada viernes por la tarde, al acabar su turno, con sus compañeros a tomar alguna copa.

    De cara a la sociedad, al menos, y es que amparado por las sombras de la noche, XIII sale a patrullar las calles y caza y castiga a aquellos hombres y mujeres especiales que por la indolencia, el temor o la corrupción de los sistemas de justicia escaparán de su auténtico destino.

    Le gusta…
    —El alcohol. No a nivel de necesitar ayuda, pero no le hace ascos a una cerveza fría al llegar a casa.
    —Ejercitarse. Le va bien quemar energías.
    —Ha encontrado un extraño y preocupante placer en su autoimpuesta tarea de justiciero.
    —Cada sábado va a comer a casa de su hermana, muchas veces pasa la tarde con ella. Es, quizá, uno de sus momentos favoritos de su rutina.

    No le gusta…
    —Los «héroes». Considera que todos, o la gran mayoría, están podridos.
    —La idea yanqui de que todo lo que viene de Rusia es malo. Se ganó alguna paliza por eso de pequeño.
    —Los hospitales. Le ponen muy nervioso desde que tuvo que ser ingresado de niño por apendicitis.
    —Que le mientan. Puede parecer una tontería, pero si tiene la sospecha de que le están mintiendo, puede exaltarse a puntos violentos.

    Información extra:
    —Su apodo viene dado por la carta XIII del tarot, la Muerte. No lo escogió él, tampoco lo niega, pero surgió porque los periodistas siempre han sido bastante fantasiosos con los nombres dados a los personajes relevantes anónimos.
    —Sólo su hermana puede llamarlo Pasha. Para el resto del mundo es Novikov.
    —A veces se despierta por un recuerdo en forma de pesadilla de sus tiempos en Afganistán.
    —Cuando está muy nervioso, fuma, pero no le gusta mucho el olor del tabaco.
    —Apenas tiene acento ruso, sólo un deje en las erres que aprendió en casa. Habla, lee y escribe tanto en ruso como en inglés (con su hermana habla en ruso, normalmente). Chapurrea un poco de árabe, pero lo justito y malamente.
    —Ha escrito algunos cuentos que tiene guardados por ahí. Originalmente se los inventó para su hermana, ahora los escribe para su sobrina, una niña alegre, sin padre ni habilidades especiales. Ha fantaseado con la idea de escribir alguna novela policial, basada en alguno de sus casos.
    —Su compañera, Kate, es la única persona de la comisaría que conoce sus habilidades. No sabe, o al menos afirma no saber, que es en realidad XIII. Tienen una relación cercana, una amistad bastante buena.
    —Desde que dejó el ejército, se ha dejado barba y el pelo relativamente largo.

    Apariencia física:

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    I | II | III | IV



    —————————————



    Noche de sábado, lo que significaba para muchos unas horas de juerga y bailes interminables, pero para Ray Morrison, la noche de sábado significaba reunión de su grupo de Alcohólicos Anónimos. Y aunque había llegado con tiempo de sobra, no tenía muchas ganas de confesar que esta semana no había podido con la tentación de tomar una copa… y luego otra, y otra más hasta despertar en la habitación de un motel cualquiera, con el cuerpo de una mujer sin vida en la cama y otro cadáver sobre la alfombra. Un vistazo rápido bastó para identificarla a ella como una prostituta y a él como algún cliente o quizá el proxeneta. Recogió sus guantes y se marchó de allí lo más rápido que pudo.
    No iba a poder dar mucha información a sus «compañeros» sobre el asunto (aún se negaba a llamar compañeros al grupo de alcohólicos), por lo menos ellos no recaían o, si lo hacían, no mataban a nadie, ¿pero y él? No, mejor no pensar en eso.

    Ray se esforzó en recordar los pasos del programa e intentó buscar un solo elemento positivo en aquella noche. Lamentablemente, no encontró ninguno, y aquello sólo sirvió para hacerle sentirse peor y querer escaparse a otro bar, quizá con una copa todo esto se volviera un recuerdo tan difuso que no pudiera siquiera quedarse en su cabeza.

    Si no se marchó fue porque apareció ella, Lena, acompañada de su hija. La pequeña Tanya (aunque en sus documentos viniera el nombre de Tatiana, la pequeña se enfadaba si no usaban el diminutivo ruso al habérselo oído tantas veces a su tío) bostezaba bajo su abrigo, y todavía bostezando saludó a Ray moviendo su mano libre, la otra sujetaba la de su madre.

    Una reunión de Alcohólicos Anónimos no es el mejor lugar para una niña.

    —Lo sé, lo sé
    —Lena no le dejó hablar—. Normalmente la dejo con Pasha, pero esta noche ha salido a saber dónde. De verdad, no quiero saberlo —suspiró—. Le pondré Jorge el Curioso en la Tablet y no se enterará de nada. No te preocupes.

    Ray quiso recordarle que las reuniones duraban bastante poco y que bien podría haber dejado a la niña con algún vecino, pero Lena estaba convencida en su decisión y por mucho que le dijera, no iba a hacerla cambiar de opinión.

    *



    Lo cierto es que Tanya no se movió de su sitio en toda la reunión, se había sentado en la chaqueta de su madre y cuando no trasteaba con la Tablet, pintaba en alguno de sus cuadernos. No prestó la más mínima atención al grupo de personas allí reunido, sentados en un círculo e intercambiando historias. Era curioso porque cuando el grupo aplaudía por el progreso de alguno de sus miembros, levantaba Tanya la cabeza y también aplaudía sintiéndose parte de esto por un momento.

    Llegó el turno de Ray para hablar, se revolvió incómodo en la silla y aunque intentó pasar el turno a otros más habladores esta semana, Richard le señaló con el índice simulando ser una pistola, gesto que indicaba el turno de palabra. Richard era policía retirado, más bien, echado del cuerpo al haberse llevado por delante a un anciano un día que patrullaba siendo más alcohol que agente. En fin, aquella tragedia al volante le hizo perder el trabajo y diez años de su vida (que pasó en la cárcel), y ahora encabezaba las reuniones y eventos de este tipo. Se había prometido hacer todo lo posible para evitar que situaciones como ésa volvieran a ocurrir. Fue un batacazo ver que no lo estaba consiguiendo del todo (Richard, junto a Lena, eran los únicos en la sala que sabían que si Ray llevaba guantes no era precisamente por el frío).

    Son demasiadas cosas en las que pensar —empezaba Ray a contar—. Me superaron y pensé que… bueno, bebiendo un poco me calmaría —varios del grupo negaron con la cabeza, o la agacharon diciendo «no, hombre». Richard pidió silencio y Ray pudo seguir hablando—. Cada día es más difícil, no sé… de verdad que no lo sé.

    —Bueno, bueno
    —Richard volvió a interrumpir el revuelo, poniéndose en pie esta vez—. Está siendo una muy buena reunión, en términos generales —miró de reojo a Ray, que tenía la cabeza enterrada en las manos, estaba claro que no iba a hablar más—. ¿Qué os parece una pausa antes de seguir? Cinco minutos, ¿de acuerdo?

    El grupo se deshizo pronto, algunos yendo a fumar a la calle, otros recuperando sus teléfonos para seguir con alguna conversación, los de más allá sirviendo agua en un par de vasos, y luego estaba Lena, que había ido con su hija para descubrirla totalmente dormida, abrazando la pantalla. Richard sonrió a la escena (Lena estaba haciendo auténticos malabares para quitarle la Tablet de las manos sin despertarla) y se sentó junto a Ray, carraspeó y esperó a que le mirara.

    La próxima vez que quieras beber nos llamas y nos cogemos una buena entre todos —frunció el ceño, su intento de broma no sirvió para relajar el ambiente.

    ¿Quieres parar? —resopló—. He matado a dos personas, Richard, y ni siquiera lo recuerdo.

    —Podrían haberse matado entre ellos, eso no lo sabes.

    —¿Sin una sola gota de sangre ni un arma?

    —Sabes que existe el veneno, ¿no? O una sobredosis, ¡hay tantas formas de…-!

    —¿Puedo irme ya? No quiero…
    —volvió a resoplar—. No quiero estar aquí. No me siento con fuerzas.

    —No puedo dejarte solo tal como estás ahora, te arriesgas a una recaída. Y de ahí no podré sacarte, Ray.

    —Bueno
    —se puso en pie con un nuevo resoplido, asqueado esta vez—, es que a lo mejor no quiero que nadie me saque de ningún sitio.

    —Oh vamos, Ray. ¡Ray! Maldita sea, ¡Ray!


    Pero por más que le llamó, no consiguió frenarle. Por suerte para Richard, Lena había visto toda la escena y su mirada parecía decir: «yo me encargo de esto». Richard confió en ella y la vio irse, niña en brazos, tras los pasos de Ray. Se obligó a calmarse y retomar la reunión con el grupo, se conformaría con hacer unas llamadas más tarde para comprobar que todo iba bien.
    Lena no tuvo que caminar mucho para encontrar a Ray, estaba en la parada de taxis y justo bajaba el brazo para llamar la atención de uno.

    Estoy bien, sólo quiero irme ya a casa —dijo Ray al verla quedar a su lado—. ¿También te marchas?

    —Te acompaño a casa.

    —No son horas para que la niña esté por ahí, se puede enfermar.

    —Entonces pónmelo fácil y vayamos a casa, ¿compartimos el taxi?


    Ray aceptó, no le quedó otro remedio al ver a Tanya quejarse del frío.
    Cuando sientas que vas a recaer —le decía ya en el coche, con Tanya durmiendo en su regazo—, me llamas.

    —Oh vamos, ¿tú también como Richard?

    —Considérame tu hada madrina
    —a pesar de su sonrisa divertida, hablaba totalmente en serio—. Llámame y me las ingeniaré para que no bebas ni gota, ¿de acuerdo? —arqueó sus cejas—. Ray.

    —Que sí, que te estoy oyendo
    —sonrió mirándola, no se sentía bien del todo, pero era un comienzo—, «hada madrina».

    Lena sonrió de oreja a oreja, y sólo entonces se permitió bostezar y acomodarse un poco más en el asiento.

    *



    Hubo un tiempo en el que Ray disfrutaba de los domingos, con las tardes libres para él y Catherine, y podían pasar el día entre citas y momentos de pareja. Pero ahora, con ella bajo tierra (y por su culpa, nada menos), los odiaba. Le suponían muchas horas muertas en las que no podía dejar de pensar. Y, en este momento, ni uno solo de sus pensamientos era positivo. Pensaba en Catherine, en la alianza que todavía guardaba en el segundo cajón de la mesilla de noche. Pensó luego en la tragedia de la noche anterior, dos nuevas muertes que le acompañarían aunque no consiguiera recordarlas, ¿a cuántas personas más iba a matar?

    Estaba tumbado de mala gana en la cama, sin ánimos de corregir los escritos que tenía pendientes para la editorial ni de responder los correos que le habían enviado algunos alumnos sobre tutorías o fechas de exámenes. No tenía ganas de moverse mucho, y su único plan para el domingo estaba consistiendo en mirar el techo del dormitorio, iluminado gracias a la ventana. Sin embargo, tuvo que moverse cuando su estómago pidió alimento.
    No le sorprendió ver el frigorífico casi esquelético, y no le quedó más remedio que terminar de vestirse (hasta ahora sólo llevaba los pantalones) y salir de casa. Su opción al almuerzo fue un plato precocinado de cualquier supermercado, pero no llegó a la nevera de precocinados, se quedó como hipnotizado mirando los packs de cerveza. Desde luego no era su bebida favorita, pero se dijo que en lugar de cerveza podría coger otra, ¿quizás una botella de whisky, o una de vodka en honor a Lena…? Oh, Lena, ¿qué le diría si le viese ahora, botella en mano ya fuera del supermercado?

    Se apoyó en la pared del edificio con una mano, apretando con la otra el cuello de la botella, tenía tantas ganas de beberla como de romperla contra la acera, pero no consiguió hacer ninguna de las dos cosas. Tuvo, eso sí, un momento de lucidez y agarró el móvil, el desbloqueo facial era toda una ventaja para unas manos que siempre iban forradas en guantes.

    —Lena, voy a recaer.

    *



    Lena estaba cruzada de brazos frente a la puerta del bloque de apartamentos, vio a Ray bajarse del taxi y suspiró bastante aliviada, por un momento pensó que no iba a aceptar su invitación a comer. Le saludó con un abrazo y lo estrujó al escucharle suspirar.

    Está bien, no te preocupes —le dijo dándole palmaditas en la espalda—. Todo parece más oscuro cuando tenemos hambre, ¡verás que después de comer todo irá mejor!

    —He traído
    —suspiró de nuevo al separarse— un surtido de galletas, no sé si…-

    —¿Y la botella?
    —le interrumpió—. Ray, ¿qué hiciste con la botella? No hueles a alcohol.

    —Por el desagüe.

    —Bien hecho
    —asintió convencida y apretó su muñeca para evitar que se alejara—. Ahora vamos, Tanya se alegrará de verte, ¡y más si has traído galletas! Ah, y no conoces a Pasha, ¿verdad? Bien, ya era hora de que conocieras a mi hermano.

    —Lena…

    —No admito quejas, y sabes bien que no voy a cambiar de idea.

    —No me apetece…

    —¡Me da igual lo que te apetezca!
    —paró en seco (estaban a pocos pasos del ascensor), y se giró para mirarle a los ojos—. Tú hoy vas a comer con nosotros, lo quieras o no.

    No le quedó más opción que seguir a Lena hasta su apartamento, la veía muy capaz de arrastrarle de los pelos. Y aunque no le apeteciera comer con compañía, menos le apetecía ver a Lena enfadada.


    SPOILER (click to view)
    Bananna (la etiqueta facilita el invocarte)

    *imaginé que Pasha estaría investigando esa muerte sospechosa en el motel, por eso no pudo hacer de canguro. Lena sabe que fue cosa de Ray (Richard también lo sabe), dejo en tus manos qué le cuenta a Pasha sobre el tema ~

    *el bueno de Richard (x)

    *apartamento de Ray (x) para futuras referencias, no sé (xd)


    Edited by Flamingori. - 10/11/2023, 00:42
     
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    La detective Katherine Freeman se consideraba a sí misma una mujer abierta de mente. Negra —y, por lo tanto, antirracista—, feminista, activista, defensora a muerte del colectivo LGBT+ y del derecho inalienable de todo ser humano a vivir con dignidad sin importar si poseía o no habilidades sobrehumanas.

    Sí, era abierta de mente. Era respetuosa y permisiva. Pero hasta ella tenía unos límites, y comer un burrito de carnita con guacamole en una escena del crimen le parecía, por razones que consideraba obvias, excesivo.

    ¿Qué coño te pasa? —le gruñó a su compañero, dándole un manotazo en el brazo —¡Hay dos cadáveres justo delante de ti!

    Ya, bueno —resopló Pável mientras se frotaba el golpe con una mano, sujetando su burrito con la otra —. Tal y como yo lo veo, no creo que a ellos les importe mucho. Ya están muertos, después de todo. Y si no quieres que muera yo también, pero de inanición…

    Eres asqueroso —le riñó otra vez, arrugando la nariz mientras le veía dar otro bocado generoso al burrito —. Sólo… No contamines la escena, ¿quieres?

    Jamás se me ocurriría —contestó con un gesto de burlesca caballerosidad, dedicándole una sonrisa que hizo que Kate pusiese los ojos en blanco antes de caminar hacia el forense.

    Pável podría decir, en su defensa, que esa llamada a las cuatro de la mañana le había pillado justo llegando a casa tras una larga noche de andar por ahí de justiciero, por lo que tenía tanta hambre que literalmente había besado en la boca al dependiente del único puesto que había encontrado que vendiese comida. Benditos inmigrantes de horarios imposibles.

    Pero bien, incluso su pudiese decirlo, seguía siendo una excusa un poco endeble, quizá, así que prefirió simplemente disfrutar de su cena tardía.

    Doc, buenas noches —saludó al hombre con una sonrisa amable —. ¿Qué tienes para nosotros hoy?

    Comenzaremos la velada con un entrante de total ausencia de pruebas aderezado con una falta aparente de violencia o cualquier pista que indique causa de la muerte —fue diciendo Dexter Ceram mientras se ponía en pie, habiendo estado hasta ahora agachado para revisar el cuerpo del hombre —. Diría que la señorita de la cama —señaló a la prostituta que yacía tumbada aún sobre las sábanas, hasta no hacía mucho con los ojos abiertos en una mirada vacía —falleció antes que nuestro querido anfitrión —completó, señalando ahora al hombre que había tirado en el suelo.

    Estaba claro que iba a añadir algo más, pero se quedó con la palabra en la boca cuando el sonido de los dientes de Pável mordiendo una hoja crujiente de lechuga le hizo alzar la mirada hacia el rubio con una ceja enarcada.

    Es bueno saber que la muerte no te quita el hambre —se volvió a quejar Kate, cruzando los brazos bajo el pecho.

    Para nada —dijo Pável, aunque con la boca todavía llena de comida, lo que lo hizo sonar en un «pafa na’a» que obligó a Kate a volver a poner los ojos en blanco. El exmilitar tragó y se limpió la boca con una mano, señalando después a los dos cadáveres —. ¿No hay absolutamente ningún rastro de pinchazos o algo así?

    Nada que se pueda ver a simple vista —suspiró Dexter tras volver a criticar con los ojos ese tentempié totalmente fuera de lugar del otro —. Habrá que esperar a una autopsia más detallada.

    Ambos detectives agradecieron al forense —ella con palabras, él con un gesto de mano mientras masticaba otro mordisco— y salieron de la sala para dejar a los técnicos terminar de sacar fotografías y trasladar los cuerpos al depósito.

    En el mostrador del motel de mala muerte donde estaban había un señor de pelo ralo jugando al Candy Crush con el móvil. Kate carraspeó tres veces, pero al no obtener la atención del señor, Pável golpeó el mostrador con una mano abierta, haciendo que el hombrecillo diese un salto en la silla y estuviese a nada de caer al suelo.

    ¡Joder!

    Detectives Novikov y Freeman —dijo Kate, enseñando la placa rápidamente —. ¿Podría explicarnos lo ocurrido?

    ¿Qué? ¡Pero si ya se lo he dicho todo al tipo uniformado!

    Eh, amigo —Pável se inclinó un poco con el ceño fruncido —. Está siendo una noche larga para todos, así que o colaboras o te llevo a comisaría a tomar declaración, ¿entendido?

    El hombre entrecerró los ojos con desconfianza, mirando al detective. Era cierto que el hombre imponía, con esa mirada penetrante, ese tono de voz grave y seguramente la fuerza suficiente como para romperle el cuello, pero también era verdad que el burrito le restaba seriedad.

    Con todo, respiró hondo y empezó a hablar mientras se recolocaba la cortinilla que intentaba inútilmente cubrir su calva.

    A ver… Yo llegué hace una hora o así, pero mi primo Geoff no estaba. Imaginé que estaría cagando, así que miré los registros. Vi una anotación en la habitación de los horrores que decía «imbécil muy, muy borracho y puta buenorra» —Kate torció el gesto con desagrado, pero se mordió la lengua —. Me acerqué, pero no oí lo que se suele oír en esas situaciones, ya me entendéis… Además, la puerta estaba mal cerrada, así que la empujé un poco y, ¡bum! Mi primo, en el suelo, y la puta en la cama con los ojos abiertos como los besugos de una pescadería. No había ni rastro del borracho… Y, en fin, os llamé a vosotros.

    Kate, que había ido apuntando todo en una libretita, asintió y suspiró pesadamente.

    ¿Hay alguna cámara de seguridad?

    A ver… Haberlas, las hay —dijo el hombre con una sonrisa burlona —. Pero realmente no están conectadas. La mayoría de mis clientes prefieren intimidad —añadió un guiño que hizo que Kate se estremeciese del asco.

    Pável gruñó un poco y tragó el último mordisco de su burrito. Después, se limpió con una toallita que le tendió Kate con un resoplido que clamaba paciencia a los cielos.

    No pareces muy afectado por la muerte de tu primo.

    Meh. Era un cabrón. Estoy seguro de que, si miráis su ordenador, había porno con niños o algo así. Mira, la verdad… lo único que me jode es que tendré que hacer turno doble hasta encontrar un sustituto.

    Ya, qué pena —sonrió Pável de forma sardónica —. Bien, nosotros nos vamos ya. Nos mantendremos en contacto y blablablá.

    Qué educado eres cuando quieres —bufó Kate mientras salían del motel.

    ¿Yo? Siempre.

    Pável se detuvo en la entrada y ladeó un poco la cabeza, señalando después hacia arriba. Cuando Kate alzó la mirada, vio una cámara de seguridad. Enarcó una ceja y sonrió, dirigiéndose hacia el coche con las llaves en la mano.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Tal y como se temía, al final no había pegado ojo en toda la tarde. No era la primera vez, así que, aunque no era agradable ni para él ni para los que le rodeaban, sabía que podía aguantar, al menos hasta después de comer, cuando, con suerte, podría echarse una siestecita.

    De todas formas, ni esas treinta y seis horas despierto ni el mal humor que llevaba consigo desde antes de tener que ir a ese maldito motel le iban a impedir pasar un buen rato con su sobrina, a la que en esos momentos tenía sujetada bajo el brazo, como si fuese alguna suerte de carpeta, mientras se giraba hacia la puerta, por donde entraba Lena con ese invitado sorpresa.

    ¡Hey! —saludó Pasha con un gesto de mano, acercándose para estrecharle la mano a ese tipo ojeroso. Como si no tuviese a la niña en el otro brazo, riéndose y saludando a Ray —¿Qué tal? Soy Pável, aunque todos me llaman Novi —se presentó con una sonrisa —. Lena me ha hablado de ti. ¡Eh, enana! —le dijo a Tatiana, a quien lanzó por los aires para cogerla ahora con las dos manos por la cintura —¿Qué tal si terminas ese dibujo en lo que se termina de hacer la comida?

    ¡Vaaaaale! —dijo la niña con mucho entusiasmo.

    Pável la dejó en el suelo y la vio corretear hasta la alfombra del salón, donde cogió unos lápices de colores con los que empezó a garabatear sobre una hoja.

    Lena sonrió y cerró la puerta, indicándole a Ray con un gesto que fuese al comedor. Los adultos se sentaron sobre la mesa, que ya tenía todos los platos, cubiertos y vasos puestos, en espera de la lasaña que se estaba terminando de gratinar en el horno.

    Bueno… —suspiró Lena, buscando alguna conversación que iniciar. Se le encendió entonces la bombilla y le dio un golpecito en el brazo a su hermano —Ray es profesor de literatura en la universidad.

    ¡Oh, la universidad…! Qué buenos ratos pasé yo en la uni —sonrió Pável con cierta añoranza.

    ¿Qué dices? —se rio Lena —Si tú no fuiste.

    Claro que sí —se giró entonces a Ray, dando a entender que la anécdota era para él, aunque su hermana le miraba también con atención y curiosidad —. Yo tenía diecisiete años. Por las mañanas iba al instituto, por las tardes iba al gimnasio. Pero mi entrenamiento terminaba sobre las cinco, así que tenía bastante tarde libre.

    ¿Qué? ¡Yo pasaba a buscarte a las siete! —protestó Lena, a lo que Pável se rio entre dientes, haciéndole un gesto de espera.

    A las cinco, un compañero mío me llevaba a la uni, porque él tenía alguna clase. Y yo recogía a esta chica, hmn… Bianca no sé qué. Una estudiante de intercambio, italiana. Estudiaba arquitectura, me imagino que para entender cómo la estructura de su cuerpo sostenía semejante trasero —dijo, dibujando una pera en el aire.

    ¡Pasha! —se quejó otra vez Lena, aunque sin poder evitar reírse.

    Bien, pues me la llevaba a su piso y le daba unas buenas clases de anatomía. A las seis y media, más o menos, que era cuando llegaba su compañera, yo me despedía y me cogía un autobús para volver al gimnasio, donde Lena me venía a buscar.

    Si me lo hubieses dicho, te habría ido a buscar al piso de la chica —determinó Lena, haciendo que su hermano se encogiese de hombros.

    Así era más divertido, tenía el morbo del no ser descubierto, ya sabes…

    Eres un hombre terrible —sentenció ella. Dio un pequeño respingo cuando sonó un timbre y se puso en pie —. ¡Uy! La lasaña ya está. ¡Tanya, cariño!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Con los brazos cruzados sobre el frío metal de la barandilla, soltó el humo del cigarro en un suspiro y giró apenas la cabeza para ver a Ray cuando éste salió con él al balcón. Al verle sacar un tubito de cáncer como el que él tenía entre los labios, se rio entre dientes y le mostró su mechero, un viejo Zippo. Abrió la tapa, prendió la llama y, sin incorporarse, extendió el brazo, acercándoselo para que pudiese encenderse el cigarrillo.

    Respondió al agradecimiento con un simple gruñido y dio otra calada, cerrando el Zippo con ese clásico «clic».

    La comida había sido agradable. Sentado al lado de Tanya, había sido su tarea cortarle la lasaña, rellenarle el vaso de agua y limpiarle la cara cuando se ensuciaba de salsa. Por lo demás, la conversación había sido amena, intrascendental. Un poco de trabajo, alguna anécdota graciosa. Una reunión familiar normal y corriente, con el simple objetivo de que todos se sintiesen cómodos y olvidasen durante un par de horas sus problemas.

    Volvió a suspirar y se dio media vuelta, apoyando ahora la espalda en la barandilla. Llevó una mano al bolsillo de sus vaqueros, metiendo todos los dedos menos el pulgar, y con la otra sujetó el cigarro. Soltó el humo, mirando a través de las ventanas cómo Lena, tumbada bocabajo en el suelo, atendía a las explicaciones de su hija sobre el dibujo que había hecho, en el que se veía a un hombre rubio —Pasha, ponía arriba— enfrentándose a un monstruo que lanzaba fuego por la boca.

    Al principio, cuando supimos que estaba embarazada, lo primero que dijo fue que abortaría —comentó en voz baja. Hizo una pausa durante la que aspiró otro poco del cigarrillo y luego sonrió mientras soltaba el humo —. Yo le dije que era decisión suya, que la apoyaría en lo que quisiera, pero que era mejor que se lo pensase bien. Y, la verdad, me alegra que cambiase de opinión. Esa pequeña… no sólo le dio fuerzas para desintoxicarse, sino que también me dio fuerzas a mí cuando lo necesitaba.

    Tiró las cenizas en un cenicero que había puesto él mismo entre macetas y se echó un poco hacia atrás, sacando la cabeza para mirar ahora hacia el cielo. Una paloma cruzó entre las nubecitas blancas y salió de su campo visual.

    Sé que no es de mi incumbencia —volvió a hablar, mirando de nuevo a Ray, ahora de reojo —, pero sé cómo funcionan estas cosas. Necesitas algo que te dé fuerzas. Mucho mejor si es tu vínculo con alguna persona. Lena me dijo que perdiste a alguien importante… —hizo un gesto para indicar que ni ella le había dicho más al respecto ni él iba a preguntar —Entiendo lo que es eso. Yo también he perdido mucho. ¿Mi consejo? Bueno… No sé mucho sobre ti, pero sí sé que si Lena te ha invitado a comer, es porque le importas. Y si ha llamado a Richie para decírselo, es porque a él también le importas. A mí ya me suena a un apoyo —sonrió un poco otra vez y dio la última calada. Enterró el cigarrillo en el cenicero y se separó de la barandilla —. ¿Te apetece otro café? Voy a hacer más café.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Kate miró a Pável con discreción, sólo un segundo o dos, luego volvió la vista al frente. Su compañero estaba algo pálido y tenía unas ojeras bastante oscuras bajo los ojos, así como el ceño tenso. En los cinco años que hacía lo que se conocían, lo había visto así varias veces, pero el exmilitar sólo gruñía cuando se le preguntaba qué le quitaba el sueño, así que ella había dejado de insistir.

    Le había visto desplomarse sobre la silla, con dos tazas de café en la mano. Le dio un sorbo a una mientras le acercaba la otra, que ella cogió con una sonrisa de agradecimiento.

    He tenido que expulsar a un par de ratas para conseguirte ese café, así que creo que hoy me toca conducir a mí el coche.

    Normalmente, las máquinas de café de las comisarías eran malísimas, pero hacía tres años la suya se había «roto» —Kate, así como el resto de sus compañeros, se llevaría a la tumba cómo Pável y Julio la habían intervenido una noche, mientras cumplían su sexto día dándole vueltas al mismo caso— y entre todos, incluidos los del turno nocturno, habían puesto dinero para comprar una máquina de las buenas.

    Desde entonces, policías de otras plantas se acercaban de vez en cuando para intentar llenar su taza con el Líquido Sagrado.

    Oh, no. ¡Al menos pon la radio, y no uno de tus discos compilatorios!

    Que te lo has creído, monada —se rio Pável con cierto tono cruel.

    Le dio un sorbo a su café, con ese toque avainillado que tanto le gustaba, y empezó a hojear los papeles que tenía delante en un intento de centrarse en el caso que tenían entre manos en esos momentos.

    Vale. Doc todavía no ha terminado con las autopsias, así que esto es lo que tenemos por ahora —carraspeó, para mayor efecto dramático —: una prostituta y el copropietario de un motel de mala muerte. La única persona que salió viva de la habitación fue un borracho aún sin identificar. No hay marcas ni, a priori, rastros de veneno u otras armas. ¿Sabes en lo que estoy pensando?

    Un superhombre —respondió Kate, soltando un larguísimo suspiro exasperado —. Así que, salvo que la autopsia completa diga lo contrario, tenemos… ¿qué? ¿A un superhombre que puede matar con la mente o algo así?

    O con el tacto —masculló Pável con los ojos entrecerrados. Cuando le había estrechado la mano enguantada a Ray, ¿no había sentido eso?

    ¿Qué? —preguntó Kate al no haberle oído bien, pero el otro negó con la cabeza.

    Nada, nada. Buf… Vale, voy a ver si Dani ha terminado ya con las cámaras.

    ¡Voy contigo!

    Así, ambos se pusieron en pie y fueron hasta la sala donde Daniela Cortázar, hermana pequeña de Julio Cortázar —que era detective, como ellos, y se sentaba en la mesa de al lado de Kate con su compañero Dave—, hacía su magia como científica forense. Cuántos casos habrían seguido abiertos sin su ayuda.

    En esos momentos, Daniela estaba tarareando alguna canción arcaica de My Chemical Romance mientras miraba en una pantalla datos indescifrables para el común de los mortales. Se giró al verles entrar por el rabillo del ojo y esbozó una gran sonrisa que se tornó en un gesto de horror cuando se fijó mejor en Pável.

    Por el amor de Cristo bendito —dijo, acercándose para hacer como que le quitaba algo del hombro —. Aún tienes tierra de la tumba de la que acabas de salir.

    Ja, ja, ja —se burló él —. Qué graciosa eres, Cortázar.

    No, pero en serio, Novi —insistió —. Tienes una pinta terrible.

    Sí, ¿sabes qué más tengo? Un espejo —resopló mientras Kate reía disimuladamente a su lado y le dio otro trago a su café —. ¿Y tú qué, tienes algo? Aparte de un horrible gusto para la ropa —añadió, señalando la camiseta de Dani, donde se veía una especie de dinosaurio vomitando un arco iris que terminaba en una nube con ojos y boca sonriente.

    Mi ropa no es horrible, es adorable. Y sí, sí que tengo algo para vosotros —dio un saltito, chocando los talones, y se giró para ir hasta uno de los ordenadores de ahí. Tecleó a una velocidad inhumana y abrió una pestaña, una cinta de vídeo —. He visto a mucha gente entrar y salir de ese hotel, pero el único que iba con nuestra víctima es… Bingo —sonrió, satisfecha, deteniendo el vídeo. Se veía a un hombre de pelo negro y barba desarreglada bambolearse con la prostituta, aunque su cara sólo se giraba hasta el perfil —. La imagen es borrosa, pero estamos trabajando en-

    Joder, ya sé quién es.

    Ambas mujeres le miraron con una ceja enarcada y la misma cara de confusión.

    ¿Perdona? ¿Cómo que ya sabes quién es? —inquirió Kate.

    Ray… Uh… ¿Cómo era? ¡Morrison! Ray Morrison. Trabaja en la UCLA, en literatura.

    Daniela lo miró un par de segundos, como si no supiese bien qué hacer, pero en seguida reaccionó y corrió al ordenador, donde se puso a teclear. Apenas dos minutos después, estaba soltando alguna exclamación en español.

    Ray Morrison. Sí, aquí está —dijo, mostrando en la pantalla la imagen del carnet de conducir del hombre —. Vaya, Hawkeye te voy a llamar ahora.

    Creo que tenía clase ahora.

    ¿Debería preguntar cómo sabes eso? —preguntó Kate, a lo que Pável resopló, volviendo a mirar a Daniela.

    Oye, Dan, mira a ver si es un superhombre.

    Pero qué fiera eres —respondió ella tras investigar un poco más en archivos varios —. Los Morrison, de Arizona. Sí, al parecer pueden… ¿provocar una muerte instantánea mediante contacto físico?

    Haznos un informe, ¿vale? —dijo Kate mientras se dirigía a la puerta —Vamos a traerlo aquí.

    ¡No olvides que conduzco yo!

    ¡Mierda, Novi!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando la clase acabó, Pável y Kate se levantaron, habiendo estado sentados en silencio al fondo del aula durante toda la última hora de lección. No habían querido interrumpir la clase ni armar revuelo entre los estudiantes, por lo que se acercaron a Ray cuando el último alumno salió del aula.

    Pável saludó con un gesto de mano, pero luego se apartó un poco la chaqueta, mostrando la placa que llevaba en la cintura.

    Lo siento, no es una visita de cortesía —dijo, carraspeando suavemente —. Homicidios. Detective Novikov, ella es mi compañera, la detective Freeman.

    Tras estas presentaciones, la conversación no duró mucho más. Amablemente, Kate le pidió que les acompañase al coche para ir a comisaría. Pese a ir detenido como sospechoso de un doble homicidio, Pável decidió no esposarle para «ser todos civilizados».

    Una vez en el coche, el silencio era algo tenso y asfixiante, así que Pável puso la radio, suplicando por alguna buena canción.

    …-los documentos que prueban cómo Thunderman, uno de los héroes predilectos de Los Ángeles, ha estado vendiendo armas a la Yihad y a Corea del Norte, desfalcando además millones de dólares. Se cree que estas evidencias, que han llevado a Thunderman a arrojarse desde la azotea de su edificio debido al acoso recibido por la prensa y varios grupos de ciudadanos, han sido sacadas a la luz por XIII, el misterioso enmasc-… -my alarm, turn on my charm ~ That's because I'm a good old-fashioned lover boy ~

    ¡Oh, sí! Me hacía falta un poco de Queen —dijo Pável, tapeteando en el volante al ritmo de la canción.

    No sabía que Thunderman se había suicidado —comentó Kate —. O sea, sí que sabía lo de los documentos, pero…

    Ha sido esta mañana. ¿No ves las noticias?

    Qué va. Ya tengo bastantes desgracias en el trabajo. La verdad es que no sé muy bien qué pensar de ese XIII… Quiero decir, por una parte es genial que desvele los trapos más sucios y retorcidos de figuras importantes, pero… Sus métodos son tan violentos que…

    Ooh, love ~ Oooh lover boy ~ What’re you doin’ tonight? Hey, boy ~ —cantó Pável, indicando de una forma para nada sutil que prefería cambiar de tema.

    Ya sé que no te gusta XIII, pero no hace falta ser tan maleducado, ¿sabes?

    When I’m not with you, I think of you always ~

    Eres terrible, Novikov.

    When I’m not with you, think of me always ~ Love you ~ Love you ~! —tomó aire para cantar la siguiente línea, pero cambió la música por una carcajada cuando Kate le golpeó en el brazo.

    ¡Calla y conduce!

    I learned my passion in the good old fashioned school of loverboys!!

    ¡Tenemos a un detenido en el asiento trasero! Maldita sea, Novi, ¿es que no puedes comportarte ni un día?

    ¡No seas amargada!

    ¡Eres tú quien me amarga! —aunque lo decía entre risas.

    I will pay the bill, you taste the wine ~

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Llevaban exactamente dos minutos en la sala de interrogatorios cuando la puerta se abrió y entró una mujer bonita, de pelo rojo y ondulado, con un conjunto de traje pantalón gris y un maletín en la mano.

    Miró a los dos detectives, Pável apenas estaba tomando asiento, y suspiró con la vista al cielo antes de apoyar el maletín en la mesa y tenderle una mano a Ray con una elegante sonrisa.

    Buenos días. Mi nombre es Rosamund Calvert y, si me lo permite, seré su abogada.

    Joder —gruñó Pável mientras Kate simplemente suspiraba —. ¡Ni siquiera hemos empezado!

    Mejor —dijo Rosamund, sentándose al lado de Ray —. Así no os interrumpiré.

    No, no, no. ¡Ni siquiera entiendo cómo has llegado tan rápido!

    Tranquilízate, Novi —dijo Kate en voz baja, poniéndola una mano en el brazo.

    Rosamund, sin inmutarse, simplemente carraspeó suavemente para recuperar la atención de los detectives.

    Justo estaba terminando algo de papeleo en la planta de arriba cuando he recibido el aviso. Como ya estaba aquí, he decidido presentarme. Créeme, Novi, no sabía que vosotros llevabais el caso.

    Pues ya lo sabes.

    Bueno, eso es indiscutible. Ahora, por favor, ¿me dejáis a solas con mi cliente?

    Rosie… —gimió Pável, aunque antes de decir nada más, su teléfono vibró en una esquina de la mesa. Apenas miró la ventana emergente, se puso en pie —El forense quiere verme. Sólo… ¿Podemos esperar a que vuelva?

    Rosamund miró a Ray, pidiéndole permiso, luego a Kate; después se encogió levemente de hombros. Se quedó mirando después la puerta un par de segundos, como ensimismada, hasta que Kate se puso en pie para pasear un poco, recuperando su atención.

    Estáis teniendo una época extenuante, ¿verdad?

    ¿Hmn? Sí, supongo… Este trabajo siempre lo es —sonrió Kate de forma agradable —. ¿O lo decías por Novi?

    Está claro que está pasando por otra crisis de insomnio —murmuró Rosamund, haciéndole un gesto de disculpa a Ray mientras se levantaba también —. ¿Lena y Tanya están bien?

    Sí, todo va bien. O al menos eso dice.

    Ya —dijo con sequedad y una cierta acritud —. Siempre todo va bien. Salvo porque no es así —añadió en voz baja, cruzando los brazos bajo el pecho —. ¿Cómo lo aguantas? El querer ayudar a alguien que no quiere ser ayudado.

    Supongo que la clave está en no vivir con esa persona —comentó Kate, haciendo que Rose apartase la mirada —. Si se va a pasear a las dos de la mañana, yo no me entero, ¿sabes?

    Lo sé, lo sé…

    ¿Qué? —preguntó Pável al volver a entrar en la sala y ver a las dos mujeres hablando en voz baja en un lado —¿Ya me estáis despellejando? ¿Delante de nuestro detenido? —añadió con una risita —¿Quién es ahora el poco profesional, Kate?

    Ah, así que ha estado cantando Queen en el dichoso coche —inquirió Rosamund, poniendo los ojos en blanco cuando Kate asintió. Descruzó los brazos y volvió a su silla, aunque en vez de sentarse cruzó los brazos en el respaldo y se echó hacia adelante, mirando a Pável —. ¿Y bien? ¿Habéis descubierto una prueba irrefutable?

    Efectivamente —dijo Pável, pasándole a Kate la carpeta con el informe forense mientras era ahora él quien cruzaba los brazos sobre el pecho —. Ray, ¿quieres que te lleve a casa?

    ¿Cómo? —era gracioso no saber quién estaba más sorprendida, si Rosamund o Kate.

    El informe toxicológico dice que la chica iba tan puesta que es sorprendente que llegase al motel. En cuanto a nuestro orondo Geoff… Una dieta a base de bacon y el susto de ver un fiambre en su motel hicieron el resto: infarto fulminante. Por lo tanto… Te ofrezco disculpas en nombre de la ciudad de Los Ángeles por una acusación errada —dijo, mirando directamente a Ray a los ojos para luego sonreír un poco —. En serio, deja que te acompañe a casa. Por las molestias.

    Creo que esto ha sido tan rápido que no vale la pena ni que lo registre —suspiró Rosamund.

    Pues visto lo visto, te invito a un café —propuso Kate, a lo que Pável, que estaba ya por irse con Ray, alzó una ceja.

    Mi compañera y mi exnovia tomando un café… Oh, siento que me van a estar pitando los oídos un buen rato.

    Seguramente —dijeron las dos a la vez con una risa.

    Pável sonrió, arrugando un poco la nariz en el proceso, y salió finalmente de allí, acompañando a Ray hasta el coche. Esta vez, le abrió la puerta del copiloto, no la de pasajero, aunque volvió a sonar su disco compilatorio de Queen cuando arrancó el coche.

    Oye… No ha sido nada personal. Supongo que lo sabes —comentó en el mismo tono que había empleado el día anterior, en el balcón de la casa de Lena —. Nos guiamos por evidencias. Pruebas científicas y demostrables, a veces especulaciones, pero… eso lo menos. Y las evidencias llevaban a ti. Aunque me alegra que el caso se haya cerrado así —añadió con una sonrisa conciliadora.

    Fue siguiendo las indicaciones de Ray y, finalmente, aparcó en la acera de enfrente del edificio del profesor. Abajo, en las escaleras del portal, estaba sentada Lena con lo que parecía un bizcocho en el regazo. Al ver el coche, sonrió y saludó con la mano. Su hermano la saludó también, girándose hacia Ray.

    ¿Qué? No me mires así, uno de los dos la tenía que llamar y no creo que ese fueses a ser tú. Sólo… ten cuidado, ¿vale? Y si en algún momento quieres hablar conmigo o que te encierre un par de días en una cabaña en el bosque, llámame —añadió, pasándole una de las tarjetitas que tenía en la guantera.

    Se quedó en el coche hasta que les vio desaparecer en el interior del edificio y entones se puso más serio mientras volvía a la comisaría.

    No se acababa de tragar ese informe forense. Estaba, de hecho, bastante seguro de que había sido un homicidio. Involuntario, sí, pero un homicidio. Sin embargo, si alguien se había encargado de taparlo obligando a Dexter Ceram, un hombre de moral bien moldeada, a falsificar un informe, estaba claro que de nada iba a servir seguir investigando ese caso.

    Sin embargo… Se estudiaría el informe de Daniela sobre Ray Morrison.


    SPOILER (click to view)
    ¡YAS! Formato en el mismo día de la respuesta, ¡y fotos!

    Lena, nuestra fantástica rusa.

    Dani, que promete ser una maravilla de personaje.

    Rosie, porque Pável tiene suerte con las mujeres. También me lo imagino con un tipo concreto: cara de muñeca y culo generoso. Ya cambiará a moreno ojeroso con barba xd

    Para terminar, la ropita de Pasha. Cuero sintético, por supuesto, pero va de este palo. ¿Esperabas la camiseta de Dani? Pues no, te la tendrás que imaginar xd

    Y un extra, Good Old Fashion Lover Boy, con un vídeo de los inefables ~


    Edited by Bananna - 8/2/2020, 14:22
     
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    La impresión que le había dejado Pasha no había sido del todo buena. Le pareció un hombre frívolo y despreocupado, a rebosar de energía y siempre con una sonrisa en la cara que le daba el poder suficiente a dar consejos que nadie pedía. Ray no pidió ni consejos ni apoyos en casa de Lena, ¡vaya par de hermanos! Ninguno podría hacerse una idea de lo que había pasado en su vida, ¿cómo iba un tipo alegre como Pasha entender a alguien que no tenía motivos para sonreír? No, aquello era imposible. Admitía, eso sí, el tacto que tuvo en su detención: no le puso las llamativas esposas que tanto darían que hablar en la universidad entre colegas y alumnos. Se llegó a preguntar cómo reaccionaría Naomi si le viera en aquella situación. Se imaginaba que la mujer pondría el grito en el cielo y seguramente se enfrentase a la policía; y pobre del agente si llamaba a Allison y pedía refuerzos, porque llegaría con un ejército de perritos y gatitos abandonados bajo el brazo, bien dispuestos a atacar si recibían la orden de su salvadora. Aterrador era el matrimonio Greenwood-Baker.

    Por agotadora que le pareciera la compañía de Pasha, no le quedó más remedio que aceptar el paseo de vuelta a casa, pero no pudo evitar soltar un gruñido al ver a Lena frente al edificio. Consiguió frenar sus planes de pasar la tarde con él, puso como excusa el trabajo (y en parte era verdad), y pudo gozar de un día medianamente tranquilo que dedicó a la lectura de algunos trabajos y tareas que sus alumnos habían entregado. Pero ni siquiera tan ensimismado como estaba consiguió apartar de su cabeza esa vocecita que le decía que estaba libre, ¡libre! ¡Había quedado libre después de lo ocurrido en el hotel! Estaba harto de la culpa, de la muerte, de su habilidad. Estaba tan harto de todo que pensó en quitarse uno de los guantes que llevaba y hacer algo tan sencillo como tocarse la mejilla. Pero una cosa era pensarlo, otra muy distinta hacerlo. Y había pensado en morir tantas veces, sin poder llegar nunca a hacerlo, que terminaba siempre gritando y dando una patada a lo que fuera que estuviera cerca; en este caso, la mesita del salón.

    Los golpes desde abajo (golpes dados con una escoba al techo) fueron la prueba de que al señor Preston no le había gustado nada ese ruido que retumbó en su apartamento. Ray se disculpó en silencio y caminó a su dormitorio para alejarse de los golpes que daba el vecino. Era Duncan Preston un hombre jubilado, aburrido y aficionado a tocar las narices, seguiría con los golpes un buen rato más.

    Ray pasó el resto de la tarde tirado en la cama; literalmente hablando, se había dejado caer en el colchón y sólo sus pulmones sabían cómo conseguían atrapar el aire suficiente cuando la cara de Ray estaba hundida en una almohada. Regresó al salón cuando el señor Preston ya se andaría metiendo en la cama (como casi toda la tercera edad, nada más oscurecía, se retiraba a dormir para despertar con el primer rayo de sol por la mañana). Se acomodó en el sillón y se dedicó a revisar y organizar los temas de clase que había dejado pendientes. Por muy desanimado que estuviera —y vaya si lo estaba—, se repetía mil veces que sus alumnos no debían pagar por ello.

    Unos toques a su puerta interrumpieron su jornada de profesor, miró hacia la puerta e ignoró la segunda llamada, ahora al timbre, esperanzado en que la visita se fuera si fingía no estar en casa.

    Morrison —reconoció la voz de la mujer, se trataba de Rosamund, la abogada—. Sé que está ahí, he llamado al timbre por educación. Morrison —la oyó resoplar—, no me obligue a forzar la puerta, porque lo haré.

    Fue entonces cuando Ray se dignó a abrir la puerta, dándole paso a la mujer aunque no tenía ninguna gana de atender visitas.

    Un café solo, gracias —dijo ella tomando asiento en la barra de la cocina. Desde aquí echó un vistazo al apartamento y, más concretamente, en la tarjeta de Pasha que coronaba la papelera—. No debería tirar a la basura un contacto en la policía, sobre todo usted.

    —¿Cuánto sabe de mí, Calvert?

    —Todo, es mi trabajo.

    —Y, si ya lo sabe todo, ¿por qué ha venido a verme?

    —Porque tenemos usted y yo una conversación pendiente
    —sonrió aceptando la taza de café—. Gracias-no, no, sin azúcar está bien.

    —Pensé que ni siquiera se había registrado el caso.

    —Y así es, ahora mismo las pruebas y evidencias que le involucran están, ¿cómo decirlo? «Desapareciendo misteriosamente
    » —exageró las comillas con las manos—. Oh, ya sabe, en una comisaría se traspapelan informes a diario y, bien, no es usted el único con una habilidad útil al servicio del gobierno. Borrar un recuerdo o dos no es tan complicado.

    —¿Perdón? ¿Al servicio del gobierno? ¿Yo?
    —se atrevió a sonreír, pero de manera burlona y sarcástica—. ¿Y qué más? ¿Trabajar para la CIA? ¿El FBI?

    —Oh, no, nada de FBI
    —las cejas de Ray saltaron de la sorpresa cuando la mujer mostró su placa identificativa: «Rosamund Calvert, agente especial, CIA: letales»—. No pensará que le hemos salvado el culo porque nos cae usted simpático, ¿verdad? Su país puede necesitarlo a usted y a su habilidad en determinado momento, no vamos a permitir que una habilidad letal se pudra en la cárcel.

    —Yo no he pedido tal rescate.

    —Espero que entienda que no está en posición de reclamar.

    —No pienso matar a nadie, así me lo pida el presidente o quien demonios sea el jefe de todo esto.

    —Oh, pero si a usted no le hace falta la orden, ¿o es que acaso alguien le pidió acabar con la vida de Catherine Thomas?

    —Eso…-

    —Eso ha sido un golpe bajo, lo sé, pero no me sobra el tiempo para andarme con remilgos. De hecho
    —miró su reloj—, tengo que irme ya. Ha sido un placer, Morrison. Muy buen café. Espere nuestra llamada, y no se moleste en ignorarla o esconderse: le encontraremos. Siempre le encontraremos.

    —¡Espere-! ¡Espere un-!

    —Una pregunta
    —y alzó el índice girando con la otra mano en el pomo de la puerta—. Sólo una.

    ¿Tanto le molestaba la mirada de superioridad que tenía la mujer? Porque no consiguió encontrar otro motivo para soltar la pregunta que consiguió desestabilizarla:
    ¿Por qué tuvo una relación con un hombre como Pável?

    —Vaya, buen golpe
    —ella rio y asintió con la cabeza, llevándose una mano a la barbilla y apartándose unos pasos de la puerta—. El acercamiento al agente Novikov era parte de la misión que me fue asignada por aquel entonces. Si ese hombre se acabó convirtiendo en algo más para mí lo dejo a su imaginación —le guiñó el ojo con los restos de la sonrisa todavía en los labios—. ¿Me da su visto bueno con esta respuesta? ¿Me dejará irme ya a seguir con mi jornada?

    —¿No hay manera de negarme a todo esto?

    —Claro, puede matarse ahora mismo
    —ladeó la cabeza y volvió a sonreír—. Nos vemos pronto, Morrison.

    *



    Una ducha siempre le ayudaba a levantar los ánimos, pero esta vez no fue suficiente, y aunque su cuerpo sí estaba relajado (el pijama debía ayudar en esto) cuando se volvió a acomodar en el sofá para ver alguna película con la cena, pues su cabeza seguía revuelta, y no sólo mojada aunque se secara el cabello con una toalla. No podía creerse su situación actual, ¿colaborar con la CIA? Obligado, eso sí, pero sería un colaborador al fin y al cabo, ¿qué pintaba él en ese mundo? Parecía algo sacado de una mala novela, como si alguien disfrutara escribiendo la historia de sus desgracias. Y desde luego no escatimaba en recursos y detalles para relatarlas.

    Subió el volumen del televisor con la esperanza de que el ruido tras la pantalla le distrajera, pero lo que consiguió despejarle ya del todo fue el bulto que se coló en su apartamento, haciendo añicos los cristales del balcón y no cayendo sobre él en el sillón porque se había levantado para llevar la toalla al cesto de ropa. El bulto se removió y se quitó los cristales de encima como si el golpe no le hubiese dolido, cuando se puso en pie Ray pudo verse a sí mismo, ¡llevaba incluso su pijama! ¿Pero qué demonios estaba pasando?

    Si hubiera prestado atención a las últimas noticias, hubiera descubierto que quien tenía delante imitando hasta el ritmo de su respiración era «el Camaleón», responsable de robos, muertes y una larga lista de crímenes de los que siempre se libraba porque, sencillamente, adoptaba la identidad de otra persona.

    Los cristales rotos del balcón se hicieron pasar por puerta, y entró otra figura desconocida para Ray. Se trataba éste de XIII y, aunque Ray no tuviera ni idea, sí le conocía.

    Se llevó una mano a la frente (y cuando Ray hacía este gesto no se tocaba con la palma sino con el dorso de la mano, así que fueron sus nudillos —forrados en guantes desechables, transparentes y no muy gruesos— los que tocaron su piel), y ese mismo gesto hizo el camaleón. No supo Ray en qué momento había quedado justo a su lado.

    ¿Qué está pasando…-? —preguntó, pero su pregunta sonó con el doble de voz, ¡el Camaleón imitaba hasta su voz! Le miró aterrado, pero encontró en su copia la misma mirada, la misma expresión.

    La situación podría ser hasta interesante o digna de estudio de no ser porque el último en entrar —XIII—, apuntaba con una de sus armas de un Ray a otro, como si se decidiera a quien atacar de los dos.

    ¡El original soy yo! —gritó el Camaleón, quizá se esperaba un ruego por parte del original, o por lo menos una queja, pero Ray no dijo nada.

    Ignoró a los intrusos y caminó así de tranquilo (y tan tranquilo: ¡estaba en su casa, maldita sea!) hasta el borde del balcón, examinando más de cerca los daños. Tenía seguro de hogar, pero dudaba que la póliza cubriera los gastos de un cristal roto por culpa de… ¿de quién? ¿A quién le echaría la culpa? Escuchó el disparo y, la verdad, le sorprendió no sentir la bala taladrándole. El Camaleón gritó de dolor y echó a correr a su posición, le apartó de un empujón que se hizo pasar por manotazo y se dejó caer hasta el piso inferior, saltando de un balcón a otro. Ray le vio caer desde demasiado cerca, el último golpe le desequilibró y tropezó. No cayó al duro asfalto porque consiguió sujetarse a los restos de la valla metálica que, en sus mejores días, rodeó con orgullo todo el balcón y ahora colgaba mientras se retorcía. Se destrozaron sus guantes, pero consiguió mantenerse colgado sin llegar a caer.

    Los gritos del señor Preston le hicieron saber, tanto a él como al (realmente no tan) misterioso XIII, que el Camaleón se había colado en su casa y la recorría todavía sangrando para burlarse de su perseguidor. Ray se esperaba ver a XIII siguiéndole, pero el hombre se quedó en su apartamento, se agachó en el balcón y estiró las manos para sujetarle.

    ¡No! ¡No me toques! —le gritó, y es que no llevaba guantes y las manos de ese hombre estaban también desnudas. Su grito no pareció surtir efecto, porque XIII ya casi rozaba sus dedos.

    Ray no supo si lo pensó mil veces o no lo había pensado en absoluto, pero se soltó y cerró los ojos imaginando que la caída de nueve pisos hasta el suelo sería bastante rápida. Los volvió a abrir al no notarse caer, seguía allí como flotando… no, alguien agarraba su mano derecha, «oh no. Por favor, no», no le dolía especialmente la idea de morir aplastado contra el duro asfalto (de una vez por todas conseguiría quitarse la vida, no quedaba aquello en una tarea a cumplir), no, lo que le dolía era llevarse a otro inocente por delante. Miró hacia arriba totalmente aterrorizado, incluso con alguna lágrima enrojeciendo sus ojos, ¿en menos de veinticuatro horas ya había matado a otra persona?

    Fue en este momento que no entendió nada, ¿seguía vivo? ¿Cómo era posible? XIII tiró de él y consiguió devolverle al balcón con bastante facilidad, como si Ray no pesara. En ese momento fue cuando la valla, quizá para darle un último toque dramático a la escena, terminó de ceder y cayó.

    No había hecho ningún tipo de esfuerzo físico, pero se encontró sin aliento mirando a aquel hombre. Le escuchó respirar y farfullar algo mirando hacia abajo en el balcón, quizá quería unirse a los gritos del señor Preston, o quizá no le gustaran las luces de las patrullas que se acercaban al edificio, haciendo sonar sus sirenas. Sus vecinos eran amantes del drama y la exageración, y Ray estaba más que seguro de que habrían narrado el fin del mundo al llamar a la policía.

    La policía llegaría a su casa en cuestión de minutos, le acribillarían a preguntas o quizá le llevaran a comisaría si se diera el caso. Instantáneamente pensó en Pasha y comenzó a moverse casi sin ser consciente de ello, cogió un abrigo cualquiera, un nuevo par de guantes y miró al desconocido mientras encendía un cigarro (necesitaba calmarse o le daría un ataque de nervios).

    No sabía muy bien qué decirle a la primera persona que no había muerto al tocarle y estaba muy agitado como para poder pensar, así que optó por no decir nada y asentir con la cabeza a modo de saludo. Después salió por la puerta importándole bastante poco dejar a un extraño en su casa.

    Tampoco le importaron las miradas que recibía en la cafetería en la que se refugió, a unas calles del alboroto que era ahora su casa. Llevaba ya tres cigarrillos, uno detrás de otro; tenía la mirada perdida en el whisky, se debatía si beber el trago o no. Desde luego, era ésta una situación que justificaba una copa, pero ¿qué menos que mostrar sus reservas con el alcohol?
    Desde la barra cuchicheaba un camarero con otro, sin disimular las miradas y dedos señalando a aquel hombre que había entrado en pijama y pantuflas, con una bata como abrigo. Estaba claro que no estaba bien pero, ¿cómo iban a preguntar? Los Ángeles estaba llena de perturbados, éste sólo era uno más.


    SPOILER (click to view)
    ¡Las bollos! Allison Greenwood (la rubia), trabaja en un refugio de animales, me la imagino veterinaria; y Naomi Baker, profesora y compañera de Ray en la uni. La idea original era que Ray fuera a refugiarse a su nidito de amor pero meh, me gustó mucho ese Ray confundido (¿?)
    -no sé si son de una serie o qué, pero me enamoraron: (aquí) y (aquí)

    ¡Ah! Queda en tus manos si Rosie tiene una habilidad «letal» o no ~ espero que te haya gustado el giro que le di.

    *y si, adelantas el tiempo a la mañana siguiente, pues sí, Ray iría de esa guisa a dar clase. Está muy harto de todo en la vida ya este hombre (x'd)
    *imagen de referencia: (x)
     
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    Llevaba cuatro años a la caza del Camaleón. Por razones obvias, era extremadamente difícil dar con él, por lo que las pistas eran escasas y confusas y, de hecho, esa noche no lo había encontrado gracias a su pericia como investigador, sino por pura casualidad: siguiendo el rastro de otro superhombre, había visto a una puta barata convertirse en un hombre cincuentón, ropa incluida.

    Golpes de suerte como aquel no se daban muy a menudo, por lo que dejó todo lo que estaba haciendo para perseguir a ese hijo de perra. Por desgracia, la noche no había ido como imaginaba y, para cuando se quiso dar cuenta, le había vuelto a perder la pista.

    Había limpiado sus huellas y todo lo que pudiese delatarle de la casa de Ray Morrison y había salido por la ventana del baño, deslizándose gracias a las tuberías hasta el segundo piso, que tenía la ventana abierta. Pudo atravesar aquel domicilio y salir sin despertar a nadie —y cómo agradecía que esa gente no tuviese mascota, la verdad— y se pegó a las sombras, rodeando el edificio para evitar a la policía.

    Intentó averiguar por dónde podía haberse ido el Camaleón, y lo cierto es que encontró un rastro de sangre que se alejaba de los cuerpos policiales, pero se acababa abruptamente. Imaginó que en ese lugar se había logrado parar la hemorragia… o había subido a un taxi.

    Tendría que conformarse por el momento con saber que le había dado en la pierna izquierda y que, por mucho que pudiese cambiar de forma, no podía curar sus heridas por arte de magia. Al día siguiente le tocaría indagar en hospitales, pero por ahora podía dejar la caza y encargarse de otro asunto.

    Este otro asunto, todo sea dicho, le llevó más tiempo del que esperaba. Una hora o más tuvo que mantenerse quieto y en un sitio discreto, aunque eso era algo a lo que se había acostumbrado en el ejército. Mantenerse absolutamente inmóvil para que el enemigo no te vea, calmar incluso el movimiento de tu cuerpo al respirar, acallar hasta los latidos de tu corazón.

    Estos pensamientos podrían haberle llevado a un estado en el que no quería entrar, pero antes de caer en ello vio a su objetivo. Con un movimiento rápido, lo tomó de una muñeca y tiró de él, tapándole a la vez la boca para que no hiciese ruido mientras lo pegaba a su pecho, inmovilizándolo rápidamente.

    —Quieto —susurró con esa voz distorsionada gracias a un aparato que llevaba a modo de gargantilla, bajo el cuello del traje. Se inclinó un poco más hacia él y tuvo que reconocer que sintió cierto alivio al no oler alcohol —. Voy a soltarte, pero te aconsejo que no grites.

    Y eso es lo que hizo. Soltó a su objetivo y lo dejó alejarse un par de pasos dentro de esa callejuela en la que estaban, pudiendo fijarse mejor en el pijama que llevaba aún puesto y en sus pantuflas. Suspiró y le apartó un poco el abrigo, después tomó sus brazos y miró sus manos.

    Buscaba heridas, claro. No encontró ninguna, así que soltó un gruñido de conformidad y se decidió a algo que no había hecho nunca antes: quitarse la máscara. No, bueno, no descubrió su rostro, sólo liberó la parte inferior de la cara, concretamente la boca. Y no lo hizo de gratis, claro. Cogió el cigarrillo medio consumido que colgaba de los labios de Ray y tomó una buena calada, devolviéndoselo mientras soltaba el humo. Se lamió los labios y volvió a cubrirse.

    —Lamento que te hayas visto envuelto en esto —dijo por fin, mirando a los lados con precaución —. Pero ahora debes volver a casa. La dichosa policía te está buscando, he oído algún comentario de que podrían haberte secuestrado. Y con lo inútiles que son esos imbéciles, antes te pondrán una ficha de búsqueda que mirar en los bares de la zona —se alejó un par de pasos, dirigiéndose a un contenedor, pero antes de hacer nada más, le miró de nuevo —. Ten cuidado, esta ciudad es una mierda.

    Dicho esto, se subió de un salto al contenedor, y de ahí trepó hasta la azotea del edificio. Después, simplemente desapareció.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Durante su paseo, había llegado a la orilla de un lago increíblemente grande, de aguas puras y tan transparentes que podía ver las algas del fondo y algunos pececillos nadando por ahí. Pável sonrió y no pudo resistir la tentación: hacía demasiado calor como para decir que no.

    Se desnudó, dejando sus ropas cuidadosamente dobladas a un lado de la orilla, y entró en el agua hasta que le cubrió medio muslo, momento en el que se lanzó para dar unos largos hacia el centro del lago.

    El agua era fresca y limpia… pero, de pronto, dejó de serlo. Pável notó que el olor había cambiado a uno muy desagradable, herrumbroso, así que se detuvo y se secó los ojos con dos manos, mirando a su alrededor con auténtico horror. El agua transparente se había teñido de sangre, y allí donde antes no había nada ahora flotaban cadáveres, cientos de cuerpos, algunos vestidos y otros desnudos, algunos enteros y otros desmembrados.

    Intentó salir, pero una pequeña mano agarró su tobillo y empezó a tirar de él hacia abajo con una fuerza inhumana. Intentó luchar contra aquello, pero fue todo en vano, y pronto se estaba hundiendo, alejándose de la luz del sol.

    A través del agua y del baile de cuerpos muertos pudo abrir los ojos y ver quién tiraba de él. Era un niño, un niño pequeño con los ojos totalmente blancos y una herida de bala en la cabeza. Pável gritó, pero sólo consiguió con esto que un montón de burbujas saliesen de su boca.

    Cuando esta cortina se despejó se encontró con muchos más rostros conocidos en el fondo, todos acercándose a él para arrastrarlo a las profundidades. Niños y mujeres, pero también hombres, algunos vestidos a la manera próximo-oriental, otros con los uniformes del ejército estadounidense, todos con los ojos en blanco y heridas sangrantes bien en la cabeza, bien en el pecho, o cubiertos de horribles quemaduras.

    El hombre alzó la cabeza hacia la superficie, pero la marea de cadáveres lo había cubierto todo, impidiendo incluso el paso de la luz. Estiró una mano en un gesto fútil, sintiendo sus pulmones arder ante la falta de oxígeno y su cuerpo quejarse por la presión de la gravedad.

    Cuando volvió a abrir los ojos, fue en medio de un grito, o al menos eso le pareció. Incorporado en la cama, cubierto de sudor, había movido los brazos como si intentase librarse de una horda de depredadores, pero estaba solo.

    Estaba completamente solo.

    Respiró hondo, calmando poco a poco el agitado pulso de su corazón, y después acercó una mano a su móvil. Quedó deslumbrado por la luz, así que se tuvo que frotar los ojos. Cuando se miró la mano, le pareció verla llena de sangre, pero tras encender la luz pudo comprobar que sólo había sido un eco de la pesadilla.

    Eran las tres y veinticinco de la mañana y se sentía totalmente desvelado.

    Se puso en pie y fue al baño para darse una ducha fría que le quitase al menos el sudor del cuerpo. Al salir, con la toalla envolviendo su cintura, se miró en el espejo y frunció el ceño. Se acarició la barba y decidió retocársela, ya que dormir no entraba en sus planes.

    Un poco más aseado, se peinó y se vistió, pero no con el traje de XIII, que tan cuidadosamente guardado estaba en un fondo falso del armario, sino con el chándal más cómodo que tenía. Sacó del congelador un paquete de Hot Pockets y metió uno en el microondas, cogiendo entre tanto un botellín de cerveza y un yogur con cereales.

    Con todo en la bandeja, fue al salón, donde se acomodó en el sofá. Sonrió al ver que Gerónimo se las había apañado para salir de su terrario y se acercaba a él. Cuando estuvo suficientemente cerca, bajó la mano y cogió a la tortuga, subiéndola al sofá.

    —¿Has visto qué festín tengo? —le preguntó mientras acariciaba su cabeza. Era gracioso ver cómo la tortuga movía el cuello en busca de esos dedos cariñosos.

    Gerónimo —o al menos ese era el nombre que tenía esa semana, Pável tendía a cambiárselo según se le antojase en el momento— era una tortuga bastante grande. Había alcanzado los treinta centímetros y los cinco kilos, aunque ahí se había quedado desde hacía más de un año y no parecía que estos parámetros fuesen a cambiar próximamente.

    Pável no sabía qué tipo de tortuga era, sólo que era de tierra, pero tampoco le importaba mucho. A decir verdad, se podría decir que la había secuestrado, terrario incluido, pues el animal había pertenecido a una de las primeras víctimas de XIII, y el justiciero no había tenido corazón para dejarla sola.

    En aquellos tiempos, era una tortuga pequeña, tendría un par de semanas de vida, según le estimó el veterinario de urgencia al que lo llevó, pero no había dejado de crecer y a un buen ritmo gracias a los cuidados y atenciones de Pasha, que en esos momentos le ofrecía un poco de lechuga de la empanada humeante.

    Todavía acariciando su cabecita, dio un sorbo a su cerveza y, tras unos segundos mirando a la tele de forma pensativa, terminó por negar con la cabeza y tomar uno de los teléfonos que había sobre la mesita.

    No iba a poder dormir, pero tampoco iba a desperdiciar toda la noche.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Daniela Cortázar no tenía, precisamente, el sueño ligero. Cuando se dormía, caía como una roca y ni un tiroteo en su propia habitación la despertaría, lo cual había frustrado varias bromas de sus hermanos.

    No, lo único que podía interrumpir el sueño de Dani era la voz de su madre. De ahí que su curiosa alarma no fuese otra cosa que un grito enfadado de una madre mexicana, increpándole que llegaría tarde si no movía el culo de una vez.

    El grito sonó y Daniela estuvo a punto de caer de la cama, pero al recordar que estaba en su casa, bien lejos de la temida chancla materna, pudo respirar hondo y coger el móvil. Bueno, en realidad, aquel sonido no venía esta vez de su alarma, sino de la llamada de un móvil que, por su maldita costumbre a llamar a horas intempestivas —¡y vaya si lo eran, que ni habían dado las cuatro de la madrugada! —, la había obligado a poner la misma grabación para atender los encargos urgentes.

    En la pantalla aparecía «XIII», como un ominoso presagio de muerte. Dani respiró hondo y se quitó las legañas de los ojos antes de contestar.

    —Buenas noches, princesa —dijo esa voz distorsionada al otro lado de la línea. Al escuchar el gruñido de Dani, soltó una pequeña risa —. ¿Te he despertado?

    —¿Tú qué crees? ¿Has visto la hora que es? —se quejó ella, a lo que XIII soltó un suspiro.

    —La última vez que te llamé, fue también sobre estas horas y, si no me equivoco, estabas bien despierta jugando al LoL.

    —¡Pero era sábado, no martes! ¡Agh! Venga, dime… ¿Qué demonios quieres esta vez?

    —¿Eres siempre tan desagradable con todo el mundo?

    —Sólo con los que me despiertan de madrugada.

    —Tiene sentido.

    Daniela suspiró y se levantó mientras hablaba con ese hombre. Podía sorprender que una científica forense tuviese ningún tipo de relación con un justiciero que se dedicaba a recorrer las calles asustando, golpeando o incluso matando gente, pero resulta que la vida da muchas vueltas y, en uno de estos giros inesperados, había terminado literalmente en brazos de XIII.

    Aquel enmascarado había salvado su vida y la de una compañera de la universidad. De no ser por él, ambas habrían terminado siendo víctimas mortales de un violador y asesino en serie retorcido que utilizaba sus poderes para descomponer los cuerpos hasta dejar sólo los huesos, lo cual había dificultado y mucho las investigaciones policiales.

    Sólo aquello justificaría que se sintiese en deuda con él, pero luego la cosa había ido a más. XIII se había preocupado por ellas, las había visitado con relativa regularidad durante dos semanas para asegurarse de que estuviesen rehaciéndose a la vida normal bien. Y había hablado, al menos con Daniela, ayudándola mucho más de lo que quizá el propio XIII podría imaginar.

    Porque tras pasar por aquella experiencia lo había pasado horriblemente mal, sintiendo miedo ante la sola idea de salir a la calle. Incluso había pensado en darse a la bebida, como había terminado haciendo su compañera, o en suicidarse, pero había logrado seguir adelante porque había alguien, al menos una persona, que no la juzgaba por ser débil o tener dificultades para superar un hecho traumático como aquel.

    De eso hacía ya cuatro años y medio, y lo cierto es que Daniela se había recompuesto del todo, o al menos casi del todo. Aún tenía algunas reticencias para pasar a una mayor intimidad con nadie, pero su novio actual era comprensivo con eso y no la había presionado en ningún momento, lo cual también era un puntazo.

    Como fuese, estaba en deuda con XIII. Por eso, cuando él apareció para pedirle ayuda, Dani no dudó en dársela. Siempre había sido una especie de genio de la informática, de hecho, en su adolescencia había hackeado algunos servidores, así que sus dedos volaban sobre el teclado y desencriptaban los misterios que XIII necesitaba.

    Y a eso se dedicó aquella noche. Porque, aunque gruñese y renegase por ser despertada a altas horas de la madrugada, en realidad, en el fondo, disfrutaba con aquello.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Kate sonrió con cierta dulzura, mirando a través de la ventana del copiloto del coche de su compañero.

    Les habían dado un aviso, pero apenas estaban saliendo de comisaría, Lena había llamado a su hermano para pedirle que, por favor, llevase a Tanya al colegio, que a ella le había salido una urgencia en el trabajo.

    Y ahí estaban, en la puerta del colegio. Era hasta cierto punto adorable ver a Pável vestido con esa chaqueta y los vaqueros, las gafas de sol a lo CSI y una mochila enana rosa con florecitas al hombro. De la mano iba Tanya, terminando de contarle muy animadamente una historia de una princesa dinosaurio que había empezado en el coche.

    Kate vio cómo Pável le entregaba la mochila, la cogía en brazos y la abrazaba entre las risas de la niña, llenándole la cara de besitos. Después, le reajustó las coletas y la dejó con unas compañeras que acababan de entrar también antes de volver al coche.

    —¿Qué pasa al final? —preguntó Kate con cierta burla en la sonrisa mientras Pasha se volvía a poner el cinturón.

    —La princesa escupe fuego para quemarle el culo al caballero y se queda tomando el té con su amiga —sonrió.

    —¡Pero qué monada! —se rio ella con sinceridad —Esa niña va a ser de armas tomar.

    —¡Eso espero! Si no, me sentiría muy decepcionado.

    Todavía entre risas, el coche retomó su trayecto original, que por suerte no estaba muy alejado del colegio, y pudo aparcar… a seis calles del destino final, lo cual, por otra parte, estaba muy cerca, teniendo en cuenta cómo era aquella ciudad.

    Pável aprovechó el paseo para comprarse un café y un dónut en un puesto de por ahí bajo la mirada reprobatoria de Kate, quien al final sólo suspiró con resignación. Los suspiros se incrementaron cuando llegaron a la escena del crimen y Pável se acercó al cadáver con la nariz manchada de glaseado azul.

    —Hey, Doc —saludó con la boca llena, lo que hizo que Dexter Ceram torciese el gesto con desagrado —. Nada como un asesinato para empezar bien el día, ¿eh?

    —Ignórale —suspiró por quinta vez Kate, señalando al joven que había en el suelo —. ¿Qué puedes contarnos?

    Ceram resopló y se volvió a agachar, animando a los dos detectives a hacer lo mismo. Pável, lamiéndose los dedos una vez terminado el dónut, dio un vistazo rápido. Era un hombre de veintimuchos, seguramente deportista a juzgar por lo definidos que eran los músculos de sus brazos y torso, que quedaban a la vista ante la falta de una camiseta.

    —Lo han encontrado esta mañana —empezó a decir el doctor —. Estaba en ese contenedor de ahí, envuelto en la sábana que veis —añadió, señalando la tela azulada en la que el cadáver reposaba —. Obviamente, le han extraído el corazón —añadió, señalando el pecho, donde había una herida bastante grande que dejaba ver un vacío cubierto de sangre.

    —Son unos cortes muy precisos, ¿no? —inquirió Pável, aceptando la servilleta que le ofrecía Kate para terminar de limpiarse el azúcar de la cara.

    —Eso iba a decir yo —murmuró Kate con el ceño fruncido —. ¿Nos enfrentamos a un ladrón de órganos?

    —Puede, pero… ¿Por qué llevarse sólo el corazón? —dijo Pável —Este tío parece muy sano. Un traficante se habría llevado todo lo aprovechable.

    —Espera… —Kate se incorporó, pensativa —Eso me suena. ¿No hubo hace unos años una oleada de asesinatos parecidos?

    —¡Ah, sí! —ahora fue Ceram quien habló —Es verdad, aparecieron cinco cadáveres a los que les habían extirpado partes concretas. Los ojos, un riñón, un brazo, un estómago… Y un corazón —añadió, mirando el cuerpo que tenían ahora entre manos —. Nunca llegaron a cogerlo.

    —Bueno, eso es porque antes no nos tenían a nosotros —decidió Pável tras un tranquilo sorbo a su café —. Supongo que aquí no tenemos nada más que hacer…

    —Ah, ¿no? —Kate sonrió, cruzando los brazos sobre el pecho.

    —Humn… No. La científica está terminando de tomar fotos, está claro que el hombre no murió aquí, no veo huellas de zapatos o de ningún vehículo…

    Kate, ensanchando su sonrisa, señaló con la cabeza el contenedor abierto al que un par de forenses estaban terminando de sacar fotos. Pável protestó, pero Kate simplemente le quitó el café y le dio un trago, volviendo a señalarle el contenedor.

    —No hay gloria sin llenarse un poco de mierda, ¿no?

    —¿Por qué siempre me toca a mí?

    —Porque nos caes regular —se rio Ceram.

    —¡Qué gracioso! Oye, al menos dejad que me ponga el traje.

    —Pero rápido, Novi, antes de que las ratas se coman las posibles pruebas.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Si había algo que Pável odiase de su trabajo era el tener que enfrentarse por primera vez a la familia de la víctima. Mirarlos a la cara, decirles que jamás volverían a ver a un ser querido, que nunca volverían a escuchar su risa. Era una de las partes más duras de todo el proceso.

    Él lo había vivido desde el otro lado. Un hombre había llamado a la puerta de su casa y le había dicho que sus padres habían muerto en aquel derrumbe. Y no tenía un buen recuerdo de aquello, ya no sólo por el hecho en sí, sino también por el agente en cuestión, que había tenido el tacto de un papel de lija.

    Por eso, aunque odiaba esa parte, Pável siempre la pasaba con la mayor suavidad y comprensión del mundo. Sin comida en las manos, con la ropa bien arreglada y un tono de voz calmado y sólido. A Kate le fascinaba ese cambio, pues normalmente Pável era un bocazas.

    Esa vez no había sido distinta. Lágrimas, fases de negación y de ira… La ronda de preguntas rutinaria había llevado a un callejón sin salida. No, no conocían a nadie que quisiese dañar a su querido Jonathan. Era un cielo, caía bien a todo el mundo. Lo de siempre. Luego, al escarbar, el 90% de las veces resultaba que la víctima no le caía tan bien a todo el mundo, pero bien, eso no era algo que ningún detective fuese a decirle a unos padres destrozados.

    El resto del día había sido demoledor. Habían tenido que pasar por aquel proceso con amigos, compañeros del trabajo y compañeros de footing, gente con la que salía a correr. La primera ronda no solía llevar a nada, así que se lo tomaron con relativa calma.

    Pero de eso hacía ya unas cuantas horas. Habían dejado el caso por el momento, se habían tomado una cerveza juntos y luego cada uno se había ido a su casa. Kate estaría durmiendo en esos momentos, y Pasha… Bueno, Pasha estaba en una cocina que, desde luego, no era la suya.

    Hacía ya casi una semana desde que había entrado en aquella casa, pero la ventana que había atravesado estaba perfectamente reparada. Incluso la reja metálica había sido sustituida por una nuevecita.

    —Vaya seguro debes tener —había sido lo primero que le había dicho a Ray, que estaba leyendo algunos papeles en su sillón, con el mismo pijama que la última vez que lo había visto.

    XIII había entrado por el mismo sitio por el que había salido: la ventana del baño. Bajar hasta ese patio había sido mucho más fácil que subir, pero lo había hecho, y una vez en la casa había ido directamente a por el dueño, aunque no se había acercado demasiado a él.

    —Imagino que estás hasta los cojones de todo —dijo mientras entraba en su cocina y abría la nevera. Gruñó al ver que no había nada decente, pero claro, entonces recordó que estaba intentando desengancharse del alcohol, así que sólo cerró la nevera —. Créeme, yo también lo estoy. Así que vamos a acabar con esto rapidito para que cada uno pueda seguir con su vida.

    No había cerveza, pero sí una caja de cigarrillos. Cogió uno y lo encendió con el mechero que había al lado de la cajetilla. Se retiró la máscara inferior y empezó a fumar, sentándose en un taburete y apoyándose en la barra de la cocina.

    —Cuando me encuentro con un superhombre con poderes peligrosos, lo investigo. Pura rutina, podemos decir. Por eso, cuando supe qué eras capaz de hacer, te investigué. No porque crea que seas malo, de hecho… al contrario. No querías que te tocase porque no querías matarme. Si fueses un asesino, te habría dado lo mismo —se encogió de hombros, soltando el humo —. Pero, como te digo, lo hago por rutina. Claro que al no encontrar nada se me dispararon las alarmas —dio otra calada y tiró la ceniza sobrante en un cenicero de cristal —. Y cuando digo nada, quiero decir nada, no desde tu llegada a la ciudad. Y eso me sorprendió, porque en los archivos de un agente, que por cierto se va a cabrear mucho cuando se entere de esto, vi que realmente la policía tenía más información el día de antes, algo sobre tu familia. Yo, sin embargo, tuve que bucear en las profundidades del mundo informático para escarbar tu vida en Arizona —otra calada y una nueva humareda —. Alguien ocultó tu pasado, tu vida entera, de las bases de datos públicas, pero también de las confidenciales, y lo metió todo bajo una alfombra extremadamente compleja.

    Se puso en pie y terminó volviendo a abrir la nevera. Esta vez, cogió una lata de Pepsi. No le gustaba mucho aquella bebida, pero necesitaba un poco de glucosa, así que la abrió y le dio un trago, poniendo cara de asco y resoplando.

    Cogió el cenicero y se movió al salón, dejándose caer en el sofá frente a Ray.

    —No matas por placer. No hay un enorme montón de esqueletos en tu sótano. Entonces… ¿Quién demonios está eliminándote y por qué? ¿Quién quiere ocultaros a ti y a tu secretito familiar? Porque si lo está haciendo contigo, ¿quién más se estará librando de juicios y castigos, quizá con mucho más motivo que tú? Sólo necesito que me digas eso.

    Terminó de hablar, mirándole a los ojos a través del resto de su máscara. Vio a Ray apretar los labios, como si se debatiese a decirle algo o no, pero si lo iba a hacer, no pudo, no cuando un teléfono vibró en uno de los compartimentos del cinturón de XIII.

    El justiciero le hizo un gesto. Aplastó la colilla contra el fondo del cenicero y se puso en pie, respondiendo a la llamada.

    —¿Hmn? Oh. ¿En serio? Gracias —colgó y volvió a guardar el teléfono —. Tendrás que disculparme, al parecer el Camaleón ha vuelto a mi radar. Oye, Ray… No pretendo hacerte daño ni hacértelo pasar mal. Sólo quiero saber entender qué está ocurriendo. Sólo quiero una ciudad un poco más segura.

    Cogió la colilla y la guardó en una bolsita de plástico junto a la lata vacía, por si a algún gracioso se le ocurría hurgar en la basura para hacer pruebas de ADN. Se recolocó la máscara y se reajustó los guantes —esta vez se los había puesto para no dejar huellas— antes de dirigirse otra vez al baño para volver a salir por ahí. Se detuvo antes de salir del salón y se giró a mirarle.

    —Volveré mañana. No me la juegues, por favor. Ten una buena noche.

    Dicho esto, se fue para poner fin a esa dichosa cacería.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El Camaleón, responsable de docenas de crímenes, ha sido encontrado muerto en las puertas de una comisaría de la ciudad de Los Ángeles atado a una maleta repleta de pruebas que lo vinculan con una veintena más de delitos con los que no se lo había relacionado. Las autoridades apuntan a que XIII, el justiciero enmasc-

    —¿Alguien puede quitar esa mierda? —gruñó Novikov, a lo que Kate suspiró, cambiando la emisora de la radio a una de rock clásico —Joder, muchísimo mejor.

    Kate le miró y terminó por encogerse un poco de hombros mientras le tendía una taza de café. Llevaban toda la mañana revisando informes antiguos que nadie se había molestado en digitalizar, así que se habían ido a la salida de descanso a limpiarse un poco la vista.

    —Venga, dime. ¿Qué tal está Lena?

    —Bien. Hoy tiene una reunión, así que me quedaré de canguro con la pequeña hasta que vuelva.

    —¡Oh! ¿Y qué planes tenéis?

    —Ver Shrek, por supuesto —se rio entre dientes —. Cenar pizza, que de vez en cuando no hace daño y su madre me ha dado permiso… Y a la cama prontito, que mañana se va de excursión a un museo con el cole.

    —Oye, Novi… ¿No te gustaría tener hijos? —se atrevió a preguntarle.

    Pável se frotó la nuca y miró por la cristalera hacia la comisaría, apretando un poco los labios de manera pensativa.

    —Nah, no sé. Es mucha responsabilidad. Además, ¿me imaginas llegando a una escena del crimen manchado de papilla?

    —Bueno, ya llegas manchado de guacamole —se rio ella.

    —¡Es que ponen mucho y es difícil comer tacos sin mancharse! —intentó defenderse Pável, aunque tras unas risas se puso un poco más serio —No sé. Quizá me lo habría planteado con Rosie.

    Kate notó cómo el ambiente había cambiado un poco, así que se decidió a cambiar de tema y regresar a la sala de archivos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    XIII no fue a casa de Ray esa noche, aunque esa era su intención cuando había salido de casa.

    Mientras callejeaba, esquivando cámaras de seguridad y posibles vecinos cotillas, vio algo que llamó su atención. Por un momento creyó que se lo había imaginado, pero no, esa mujer le había mirado y había modificado su rostro antes de darse media vuelta para enfilar por una callejuela.

    Pero, ¿cómo era posible? ¡Había matado al Camaleón! Se había asegurado de que fuese él. Tenía la misma herida de bala, y joder, había cambiado de forma durante la pelea. Es decir, sólo podía ser el Camaleón. ¿Es que acaso ahora resultaba que había dos?

    Dispuesto a averiguarlo, siguió el recorrido de la mujer hasta llegar a una boca de alcantarilla. No tuvo muchos remilgos a la hora de abrirla y bajar por las escaleras a las hediondas entrañas de la ciudad, siguiendo el eco de pasos, alerta, con las armas en la mano, considerando las posibles trampas que podía encontrar en su camino.

    Pese a todas sus precauciones, cometió un error al girar la cabeza hacia el sonido de una rata. Fue sólo un segundo, pero un segundo era suficiente para recibir una puñalada entre el pectoral y el oblicuo mayor.

    —¡Esto es por mi hermano, hijo de puta! —gritó la mujer, intentando retorcer el cuchillo.

    XIII no la dejó, claro. Agarró su muñeca y, en un rápido gesto, se la rompió, haciéndola soltar un grito de dolor. La arrojó al suelo y, en el momento en el que la mujer empezaba a adoptar la forma de un forzudo de feria, XIII le disparó en la frente, matándola al instante.

    El cuerpo se desplomó en el suelo cenagoso y XIII se permitió quitarse el cuchillo. Lo primero que hizo fue comprobar que no estuviese impregnado de veneno, pero no, era un cuchillo de cocina, normal y corriente. Se lo guardó para limpiarlo bien en casa y, presionando sobre la herida, decidió recorrer el laberinto subterráneo.

    Conocía los planos, los había tenido que consultar mil veces para un par de casos —y siempre venía bien conocer los trazados internos de la ciudad cuando te dedicas a matar gente con una máscara—, así que al volver a la superficie sabía exactamente dónde estaba y qué pasos debía dar.

    Forzó la puerta trasera de un refugio para animales y entró, buscando la zona de veterinaria. Una vez ahí, buscó desinfectantes, agujas e hilo, pero a medio camino, alguien presionó un revólver contra su espalda, obligándole a detenerse.

    —Quién coño eres y qué mierda haces aquí —le preguntó una voz dura que, en realidad, parecía demandar respuestas.

    —XIII —respondió el justiciero con la voz jadeante —. Sólo quiero coserme una herida. Pensaba que no quedaba nadie.

    —Pensabas mal. Dame un motivo para que no llame ahora mismo a la policía.

    El justiciero giró la cabeza, encontrándose a una mujer rubia que le miraba con mirada fiera, como una osa miraría al incauto que ose acercarse a sus oseznos.

    —Puedo matarte antes de que cojas el teléfono.

    La veterinaria lo miró, desafiante, y entonces llevó su mano izquierda al bolsillo de su pantalón para coger el móvil. No llegó a hacerlo, XIII fue más rápido que ella y, en medio segundo, le había quitado el revólver y lo había apoyado en la mandíbula inferior de la mujer, quien alzaba las manos con cautela.

    —No quiero hacerte daño —susurró XIII —. Sólo quiero coserme la herida e irme de aquí —dijo, tendiéndole el revólver.

    La mujer cogió el arma y la dejó sobre una mesa.

    —Déjame ver —pidió, apartándole la mano para mirar a través de la rotura de la ropa —. Bueno, las he visto peores. Quítate la parte de arriba y siéntate en la camilla. ¿Eres alérgico a la anestesia?

    —Nada de anestesia —pidió XIII tras un par de segundos de silencio, empezando a obedecer.

    —¿En serio? Te va a doler —empezó a decir, aunque al ver el torso desnudo del hombre, con cicatrices de otras peleas (incluso alguna de bala, de sus tiempos en la guerra, aunque ella no podía saberlo), suspiró profundamente —. Vaya, parece que estás acostumbrado. Bien, voy a limpiar la herida y a coserte, pero no quiero volver a verte por aquí jamás.

    —¿No? Qué pena, creía que había encontrado mi ambulatorio de emergencia…

    —Ja, ja —gruñó ella, empezando a disponer todo el material —. ¿Puedo llamar a mi esposa? Le acababa de decir que volvía ya a casa y se va a preocupar si me retraso.

    XIII asintió, pero cogió el revólver. Allison Greenwood no necesitó más para entender que ese hombre estaría atento a sus palabras y no dudaría en apretar el revólver si creía que lo estaba engañanado.

    SPOILER (click to view)
    ¿Pectoral? ¿Oblicuo mayor? No te preocupes, no soy una experta en anatomía, es que he consultado esta imagen xd

    Hablando de imágenes, toma a Gerónimo. Me encanta imaginar a Pasha dejándole un cojín especial en el sofá a su tortuga y acariciándole la cabezota mientras ve la tele o lo que sea xD

    No he podido resistirme a introducir a las lesbianas. Dejo en tus manos si Naomi llamará a Ray o si tu muchacho sentirá alivio/preocupación ante la ausencia de XIII y ya xd

    Sobre el caso del traficante de órganos, lo tengo todo pensado, pero voy a mantenerte con el misterio por ahora porque puedo, porque quiero y porque yo lo valgo (?)

    ¿Palabras mal escritas? ¿Falta de formato? Este y otros problemas serán resueltos… en… ¿algún momento? xd
     
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    Después de una noche tan agitada como la que tuvo, disparos y balcones rotos incluidos, agradeció la semana de calma que tuvo después. Su vida transcurrió con normalidad, con rutas entre universidad, su apartamento, la biblioteca, el supermercado. Sentía que había dado un gran paso al atravesar, a propósito, el pasillo de las bebidas y no haber comprado nada. De vez en cuando se sometía a estas pruebas a sí mismo, y a veces tenía tan buenos resultados como los de esta tarde, pero otras veces los resultados eran terribles.

    Su plan para esta noche era organizar las clases del grupo de segundo año, «Fundamentos de la literatura norteamericana». Ray proponía una lista de escritores y dejaba que los alumnos eligieran a quién preferían estudiar, organizándose en grupos y llevando todo el peso de la clase una vez a la semana. Los alumnos disfrutaban de la clase al ser profesores por unas horas, quizá Ray no lo disfrutara tanto, ¿cuántas veces había escuchado el mismo discurso que elevaba por las nubes a Fitzgerald y su Gran Gatsby? Últimamente premiaba la originalidad, y las mejores notas se las llevaba el alumno que se atreviera a mirar más allá del simbolismo más obvio en la novela.

    Tan concentrado estaba eligiendo fechas de exámenes y trabajos, que dio un gran bote en el sillón al escuchar la voz distorsionada de XIII, ¿por dónde había entrado? Le vio pasearse por el apartamento con toda la confianza del mundo, como si todo esto fuera suyo. Escuchaba con atención todo lo que decía, imaginaba que este hombre tendría contactos en la policía para poder curiosear en los archivos privados, aquellos que Rosie… —no, Rosamund, no tenía tanta confianza con la mujer como para acortar su nombre— había eliminado.

    No iba a delatar a un agente de la CIA, si hacía una locura como ésa ya podía despedirse de una vida tranquila y relajada, pero sí podía dejar entrever que había «alguien de arriba» vigilando sus pasos, sólo tenía que elegir con cuidado sus palabras. No tuvo tiempo de hacerlo cuando XIII se fue, prometiendo otro encuentro la noche siguiente.

    *



    La reunión de esta tarde fue casi como cualquier otra, algunos en el grupo dieron testimonio de sus progresos, cosa que le tocó también a Ray que, para alivio de Richard esta semana, comentó sólo cosas positivas. Lena le felicitó al final de la reunión y también le invitó a cenar, aprovechando que Pasha estaba en su casa con Tanya y, seguramente, ya habría preparado cualquier tipo de pasta, a elección de su sobrina, que tenía el mismo paladar tan poco exigente de su tío y se veía capaz de comer casi cualquier cosa. Pero Ray rechazó la invitación cometiendo el error de decir por qué.

    —¡Tienes una cita! —exclamó Lena casi dando saltos tras él—. ¿Y quién es? ¿La conozco? ¿Es guapa? ¿No será una alumna? ¡Ray, que eso no está bien!

    —No es ninguna cita, es sólo… no sé cómo explicarlo, algo así como un conocido que viene a casa.

    —Oh, ¿un chico? No me lo esperaba de ti, Ray.

    —Lena —suspiró—. No es ninguna cita.

    —Sea lo que sea: ¡mucha suerte!

    Y le despidió Lena cruzando los dedos de las dos manos, divertida al ver a Ray suspirar de nuevo. Pensaba llevar el cotilleo a casa y ya se imaginaba a Tanya preguntando por la cita tan misteriosa que tenía «el de los libros» esta noche.

    Pero pasaron las horas y XIII no aparecía, así que de poco sirvieron los ánimos de Lena. Bien, estaba claro que una frase lanzada al aire no componía un contrato en firme, pero no pudo evitar sentirse un poco decepcionado, que por algo había rechazado una cena caliente en casa de Lena y se había apurado tanto a regresar a casa después de la reunión. En fin, suponía que un justiciero tendría mejores cosas que hacer, así que se dio una ducha, se puso el pijama y se acomodó en el sillón para leer un poco. No pudo leer mucho cuando le llamó una de sus compañeras.

    —¡Tienes que venir a casa! —le gritó Naomi al teléfono—. Algo le pasa a Allison en el trabajo… No, no puedo ir yo, ¿con quién voy a dejar a los pequeños? Ya sabes que, fiel a sus nombres, Gryffindor y Slyhterin siempre acaban chocando, ¿verdad que elegimos los nombres perfectos? ¡Que no me distraigas y vengas de una vez! ¡Venga!

    Ray no tuvo más remedio que obedecer y apareció en la casa poco rato después. Por supuesto, no se molestó en vestirse, sobre el pijama se puso una bata y ya; sus pintas dieron bastante que hablar en el metro, pero no sorprendieron ni a Naomi ni a los cuatro perros que tenían (Gryffindor, Slytherin, Ravenclaw y Hufflepuff; por orden, un pomeranian con malas pulgas, un schnauzer de todavía peor humor, un golden retriever que no acababa de entender su reciente esterilización y un San Bernardo que, al saludar, llenaba todo de babas). Todos por igual ignoraron las pintas de Ray y le invitaron a entrar, los perros saltando a sus piernas y olisqueándole, Naomi dándole un abrazo.

    —Me dijo que me quería, y cuando le pregunté: «¿tras todo este tiempo?», ¡me colgó! Algo no va bien, lo sé.

    —¿Y no podía estar demasiado ocupada como para contestar?

    —¡Claro que no! Le pasa algo, lo sé.

    *



    Lo que le pasaba a Allison era una visita inesperada, no estaba en sus planes retrasarse en la vuelta a casa y mucho menos atender la herida de aquel hombre. Después de llamar a Naomi, y dando por hecho que la había preocupado al no responder a una de sus referencias favoritas, se giró hacia XIII alzando las manos.

    —¿Tienes algo en contra de los antinflamatorios o puedo tratarte con ellos? —le preguntó ante su rechazo a la anestesia—. Es un corte profundo, se inflamará desde que empiece a manipularlo, ¿lo entiendes, verdad? —sí, parecía que lo entendía pero no se terminaba de fiar de ella—. Por favor, no me lo pongas más difícil, ¿quieres?

    Entonces XIII asintió y bajó el arma, todavía en alerta, eso sí, y la vio moverse por la sala buscando los utensilios necesarios. Se reavivaron sus sospechas al verla coger una jeringuilla, pero Allison se acercó a él mostrándosela.

    —Es antinflamatorio, y te va a doler, que no quieres nada contra el dolor —Allison suspiró, se obligó a no temblar y, de un movimiento rápido, enterró la jeringuilla (no tuvo mucho cuidado, en parte lo sentía por XIII) en su pecho—. No es nada personal, es que no me gusta que invadan mi lugar de trabajo —dijo apartando la aguja, ya vacía— y mucho menos que me apunten con un arma. Tranquilo, sólo te dormirás hasta, no sé, ¿mañana? Y sí, curaré tu dichosa herida.

    Terminaba de limpiar y vendar los puntos que dio en el corte cuando apareció Naomi en la clínica, se lanzó a abrazarla y si Allison no se hubiera apartado un poco se habría llevado por delante al propio XIII. Ray entró bastante más calmado a la sala, viendo a XIII medio desnudo en una mesa y a las dos mujeres deshaciendo un abrazo que, sospechaba, había sido demoledor. Le interesó más lo primero y volvió los ojos a un dormido XIII, le prestó un poco de atención al vendaje pero bastante más a cómo subían y bajaban sus abdominales cuando respiraba, sintió una mezcla de admiración y envidia ante aquel espectáculo.

    —Te lo dejo a ti, entonces —Allison le señaló—. Nosotras nos vamos.

    —¿Qué? ¡Oye!

    Fue todo tan rápido que no tuvo tiempo de reacción, y de un momento a otro se vio único responsable del enmascarado durmiente. Tuvo más de un problema para ponerle la parte superior del uniforme —¿disfraz? ¿Traje? ¿Cómo debía llamar a la ropa de un justiciero anónimo?—, y agradecía haberse puesto los guantes antes de salir de casa, porque había tocado más de una vez la piel del otro. Aunque, ahora que lo pensaba, precisamente con este hombre no pasaba nada y podía haberse ahorrado ser tan meticuloso.

    Superada la primera crisis de vestir a otro hombre (era la primera vez que lo hacía), le tocó arrastrarle hasta su casa, y si antes ya se había ganado unas buenas miradas en el metro, pues ahora no había nadie que no mirase a la extraña pareja que componían un hombre dormido y otro en pijama.

    *



    Estaba siendo una mañana especialmente animada para ser domingo, Ray no acostumbraba a recibir muchas llamadas, pero apenas era mediodía y el teléfono no había parado de sonar. Naomi y Allison preguntaban cómo estaba el justiciero después de recibir una dosis de tranquilizante para caballos, y Lena preguntaba por su hermano, por lo visto, no había pasado la noche en casa.

    Había desayunado y se había vestido con ropa cómoda (ya era un avance no seguir en pijama todo el día), fue al dormitorio mientras se acomodaba los guantes y con bastante alivio escuchó a XIII bostezar al irse despertando. No le interesaba su verdadera identidad y le había echado tal cual, con toda la ropa, en su cama. Ray prefirió dormir en el sillón.

    —¿Estás bien? Has dormido casi doce horas —le dijo—. Acabaste en la consulta de la veterinaria equivocada y te inyectó relajante suficiente para dormir a un caballo. A ella misma le sorprende que estés vivo, debes ser…-no, no, no te muevas —y alzó las manos para acercarse a él—. La herida todavía está fresca, te puedes hacer daño. Ve con cuidado.

    El timbre le avisó de la visita, pero nada pudo haberle preparado para lo que encontraría. Allison volvió a preguntar por el estado de XIII, al saber que seguía de una pieza dejó una maleta en el salón sin mostrar más interés en aquel hombre.

    —Ya que te gusta tanto cuidar de los dormidos, ten —abrió la maleta y Ray retrocedió unos pasos al ver el animal que dormía dentro—. Iban a enviarla a Europa, pero al retenerla la aduana han querido matarla, ya sabes que las birmanas son una plaga. Pues que no podía dejar que la convirtieran en un bolso.

    —Allison, eso es…-

    —Saluda a tu nueva mascota: Pársel.

    —¿Pársel? ¿Otra referencia a Harry Potter? —Allison siseando y sacando la lengua respondió su pregunta—. Mira, a mí también me da pena que maten a este bicho, pero no voy a hacerme cargo de…-

    —¡Oh vamos! ¡Es la mascota perfecta para ti! Puedes acariciarla todo lo que quieras.

    —Sí claro, y acabará la pobre muerta.

    —Que no, hazme caso, tocarás sus escamas pero no a ella directamente, ¿o es que no sabes que las serpientes mudan la piel muy a menudo?

    —Sí, claro pero…-

    —Perfecto, pues búscale un terrario cuanto antes o la tendrás reptando por toda la casa.

    —¿Qué? ¡No! ¡Allison! ¡Allison, ven aquí!

    Pero Allison no volvió y se fue de lo más tranquila, como si no acabara de dejar una pitón de casi dos metros en la casa de alguien totalmente ajeno a los animales. Ray suspiró con tanta fuerza que sospechaba que XIII le habría oído desde su habitación, ¿de verdad era justo no poder beber siquiera una copa para digerir todo esto? Miró a la maleta comprobando que la serpiente comenzaba a despertar, sacando la lengua una y otra vez, inspeccionando su nuevo hogar. Miró hacia otro lado y vio al otro invitado que despertaba, XIII había ignorado estupendamente su sugerencia de no moverse y caminaba con la mano en el vientre. Incluso bajo su máscara, Ray intuyó que se habría sorprendido al ver a una serpiente deslizarse por entre los pies de Ray hasta esconderse bajo el sillón.

    —Pársel —la presentó—. Por lo visto, mi nueva compañera de piso. Ah, necesito una copa —y caminó hacia la cocina, pero volvió negando continuamente con la cabeza, salió al balcón y allí empezó a fumar.

    Cuando Pársel (Ray descubriría con el tiempo que se trataba de un animalillo de lo más curioso) avanzó también hacia esa puerta abierta, volvió al interior cerrando del todo el balcón y se dejó caer en el suelo junto a la serpiente.

    —Con suerte me coma —le dijo a XIII.

    Y es que convertirse en el almuerzo de su autoimpuesta mascota (realmente, impuesta por otra persona) le parecía una forma estupenda de terminar con este día de locos. El teléfono volvía a sonar y estaba seguro de que sería Lena para preguntar, otra vez, por Pasha.
    Él sólo quería un día tranquilo que dedicar a sus asuntos de clase, ¿era tanto pedir?

    —¿Por qué —volvió a hablar sintiendo a Pársel pasando por sobre él para volver a esconderse bajo el sillón— siempre que apareces acabas revolucionándolo todo a mi alrededor? Es agotador.


    SPOILER (click to view)
    *hablar de Harry Potter cuando no tengo ni idea es todo un mundo.

    Pársel es una pitón birmana, pero albina PORQUE ES PRECIOSA. Según Wikipedia, alcanzan los 2m el primer año, y siguen creciendo hasta morir (en cautividad pueden vivir 20 añazos). Es de las serpientes más "simpáticas" y amigables, pero también son unas gordas porque fingen tener siempre hambre para seguir comiendo, y muchas birmanas-mascota están MUY gordas. Me encantan (equisdé -lo escribo porque ahora el x d hace una carita y no me gusta: XD).
    NO es venenosa, mata bichos por constricción, y come roedores o incluso aves, a medida que crece la bicha pues más grande la comida que necesite. Actualmente son una plaga en varios estados porque, al comer tanto, crecen super-rápido y la gente las abandona. </3
     
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    Todavía estaba algo confundido. Tenía la cabeza embotada y la memoria un poco neblinosa, y además le dolía todo el cuerpo, sobre todo la cabeza y las recientes suturas en su costado. Bien, esto último era lo que más dolía, pero incluso así podía decir que había estado peor. Podía aguantar el dolor, aunque eso no quitaba que fuese a ser incómodo durante unos cuántos días.

    Ahora que se le iba asentando la cabeza… ¿Ray le había dicho que llevaba casi doce horas dormido? Eso seguramente sería un récord desde que tenía tres años. Se acordó entonces de la veterinaria y de cómo le había clavado esa jeringuilla en el pecho, y lamentó enormemente no haberla noqueado cuando tuvo la oportunidad.

    Suspiró largamente y miró a su forzado anfitrión, que seguía tumbado en el suelo, y sintió una punzada de culpabilidad, también un poco de lástima.

    A cámara lenta, sujetándose el estómago para soportar mejor el tirón de los puntos, se sentó en el suelo, junto a Ray. Vio cómo la serpiente asomaba, sacando la lengua con frecuencia y mirando en todas direcciones. XIII extendió una mano hacia el animal, con calma, y dejó que le oliese con esos movimientos tan graciosos de lengua. Finalmente, Pársel decidió que aquella criatura no era un depredador y empezó a trepar por su brazo, haciendo un movimiento ondulante con su cuerpo que demostraba lo relajada que estaba.

    —¿Serviría de algo si te dijese que no quería dejar tu vida patas arriba? —preguntó en un susurro que sonó más ronco de lo normal gracias a su distorsionador de voz. Mientras, acariciaba la cabeza de la serpiente, que ya se había terminado de asentar alrededor de sus hombros —. Todavía tengo muchos interrogantes sobre ti, pero… Supongo que pueden esperar. Te dejaré un tiempo en paz, ¿vale?

    Colgó la llamada y, con un pequeño quejido mal contenido, se tumbó al lado de Ray. Cerró los ojos y cruzó las manos sobre el vientre, y tras un par de minutos de silencio, giró la cabeza hacia el hombre.

    —Gracias por no quitarme la máscara, por traerme a tu casa… Y por cuidarme mientras estaba inconsciente —volvió a suspirar y miró el techo, o al menos giró la cabeza hacia el techo. Lo cierto es que había vuelto a cerrar los ojos —. Voy a ver si alguien puede venir a buscarme.

    Dicho esto, y sin moverse de su lado en el suelo, dejando que Pársel reptase sobre ambos para volver bajo el sillón, alcanzó un móvil de su cinto y marcó una tecla mientras se lo llevaba al oído.

    —Hola, D. Sí, sigo vivo… Sí, ya sé que desaparecí anoche… Estoy bien —respiró hondo y fue a tocarse la cara, pero sus dedos chocaron contra la máscara, lo cual hizo que soltase un gruñidito —. De verdad que estoy bien. La hermana del Camaleón me apuñaló y luego una veterinaria pirada me inyectó alguna anestesia… ¿Eh? No, mi identidad no se ha visto comprometida, tranquila —suspiró, llevándose la mano libre al costado —. Supongo que el GPS se dañaría durante la pelea… Tuve que bajar a las alcantarillas. ¿Qué? No, claro que no hay caimanes, ¿de qué hablas? —volvió a girar la cabeza hacia Ray y, al encontrarse con sus ojos (aunque Ray no podía ver los suyos), se sintió por un momento totalmente en paz. Como si aquello estuviese bien, aunque claramente no lo estaba —Estoy con un… un amigo. Ah, sí, un momento —le dio la dirección y sonrió, otro gesto que Ray no podría ver, antes de volver a mirar el techo —. ¿Veinte minutos? Sí, está bien, esperaré. Hmn… D., ya me he disculpo… Ah, ¿no lo he hecho? Bueno, pues perdóname por preocuparte. Ya sabes que te habría avisado si… Vale. No me grites, por favor, me duele mucho la cabeza. Está bien. Hasta luego, D.

    Colgó, guardó el teléfono y volvió a suspirar mientras dejaba los brazos caer a ambos lados de su cuerpo. Cerró los ojos y simplemente se quedó allí, disfrutando del silencio con Ray.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El sonido del reloj le estaba poniendo nervioso. Las manecillas hacían un ruido terriblemente alto en el silencio de la habitación, y eso hacía que Pasha, con el ceño fruncido, llevase los ojos al dichoso reloj que, colgado en la pared, parecía además ir extremadamente lento. ¿Sólo habían pasado cinco minutos?

    Resopló y bajó la mirada a la mujer que había sentada frente a él. Ella sólo le miraba de reojo de vez en cuando, volviendo después su vista a unos papeles. Estaba sentada en el sofá, él estaba en un sillón. Llevaba un traje azul, con falda de tubo y zapatos planos, y su pelo era corto, recogido con un par de pasadores para que no le cayese sobre los ojos. Tenía la espalda recta y los pies cruzados en el suelo, lo que le daba un porte elegante y equilibrado.

    En esos cinco minutos, Pasha había determinado que tenía dos gatos —por un par de pelos que había en su ropa, de dos colores distintos—, que era exfumadora —mordía el bolígrafo como si fuese un cigarrillo— y que era una buena profesional.

    Si no fuese una psicóloga, a lo mejor le pediría una cita, pero no quería sentirse analizado durante toda la cena.

    —Detective —habló entonces la mujer, mirándole con un gesto sereno —, no voy a obligarle a hablar, eso es decisión suya, pero tampoco me apetece sumirme en un silencio incómodo y tenemos que estar aquí durante una hora entera.

    —¿Y qué quiere que haga, doctora?

    —Para empezar, podría quitar los pies de la mesa —dijo ella con un tono ligeramente divertido, señalando con el boli los pies de Pasha, que efectivamente estaban cruzados sobre la mesita de la habitación.

    Pasha resopló otra vez, pero bajó los pies. Apoyó los codos en los muslos y se echó ligeramente hacia adelante, sin apartar sus ojos de los ojos de la mujer, quien no se mostró amilanada en lo absoluto.

    —No entiendo por qué la capitana la ha traído aquí. No hay nada que decir.

    —Bueno, su capitana, detective, considera con muy buen juicio que usted y su compañera han atravesado un episodio que podría ser traumático. Hablar de lo sucedido me permitirá evaluar si se encuentran en condiciones de proseguir con sus labores, pero, como ya le he dicho, nadie le va a obligar a nada.

    —Ya, pero si no hablo, usted no me da el visto bueno, ¿verdad?

    La psicóloga hizo un gesto para darle la razón y Pasha resopló por tercera vez, echándose el pelo hacia atrás con una mano. A la vez, se dejó caer contra el respaldo del sillón, hundiéndose un poco en los cojines.

    —¿Y qué hago, le cuento el caso?

    —Si va a hablar, puede hacerlo de lo que usted quiera.

    —Vale, me estoy cansando de este trato tan formal. ¿Nos tuteamos?

    —Llámame Fani, entonces.

    —Novi —dijo Pável, señalándose con el pulgar —. Fani… ¿Viene de Stefanny?

    —Estefanía —sonrió ella, recolocándose un mechón tras la oreja —. Mi familia es de Veracruz.

    —Oh…

    —¿Por qué un acortamiento del apellido? ¿Por qué no Pável?

    —No lo sé. Suelo presentarme por mi apellido.

    —¿No te gusta tu nombre? Pável a mí me parece muy bonito.

    —Gracias —sonrió, y al darse cuenta de que la mujer había conseguido sacarle conversación, bufó una pequeña risa y suspiró —. Me gusta mi nombre, pero estoy acostumbrado a que me llamen por el apellido.

    —Ah, sí… He leído que estuviste en el ejército, aunque no he podido acceder a ningún informe al respecto. Es curioso.

    —Cosas que pasan —dijo Pasha encogiéndose un poco de hombros.

    —Cosas que pasan —respondió ella con una pequeña sonrisa. A Pável le pareció que tenía una sonrisa muy bonita, pero también se veía muy guapa cuando se ponía seria —. Bueno, lo dicho. Puedes hablarme del caso o sobre la última película que viste. A veces simplemente el tener a alguien que escuche puede ser muy beneficioso.

    —La última película que vi fue Shrek, con mi sobrina. Creo que me gusta más a mí que a ella esa película, pero nunca se queja cuando la vamos a ver

    —Tu sobrina… ¿Cuántos años tiene?

    —Cinco. Es un pequeño diablillo, pero la adoro.

    —Se nota… ¡Te ha cambiado la cara y todo! —la mujer sonrió con dulzura —¿Tienes alguna foto?

    Pável primero la miró, receloso, pero después determinó que su interés era real, así que sacó su teléfono. No le costó mucho encontrar una foto de la niña enseñando orgullosamente un dibujo con una enorme sonrisa mellada.

    —Vaya, es muy guapa —dijo Fani con un asentimiento, devolviéndole el teléfono —. Y parece tener mucha imaginación. ¿Eso era un dragón?

    —Ahora está obsesionada con los dragones —sonrió Pável, mirando la foto un poco más antes de guardar el móvil —. Se inventa todo tipo de historias con ellos —sacudió entonces la cabeza —. ¿Cómo es posible que el reloj apenas haya avanzado?

    —El tiempo es relativo —sonrió la mujer —. Podemos hablar de otra cosa.

    Pasha suspiró y miró a su alrededor. Estaban en una sala de descanso de la comisaría, así que podía mirar por la cristalera y ver a compañeros uniformados o de paisano yendo y viniendo con papeles o con detenidos.

    —Kate y yo estábamos aquí cuando lo descubrí —al mirar a Fani, vio que ella le prestaba toda su atención. Tenía las piernas cruzadas una sobre la otra y las manos en la rodilla más elevada —. ¿No vas a tomar notas?

    —No. Sólo voy a escucharte. No quiero que te sientas analizado.

    —Un poco tarde —se rio Pasha, haciendo que Fani volviese a sonreír ampliamente.

    —Decías que estabas aquí con tu compañera. ¿Qué descubriste?

    —Teníamos un mapa con los cuerpos. En un plazo de semana y media habían aparecido tres, todos con alguna extirpación quirúrgica. Al primero le faltaba el corazón, a la segunda le faltaba el estómago, a la tercera le faltaba… —respiró hondo —el sistema auditivo y la lengua.

    —Debió ser desagradable tener que enfrentarte a esos cadáveres.

    —Siempre es desagradable. Eran todos muy jóvenes, entre dieciocho y veinticuatro años —negó y se frotó el puente de la nariz —. Bueno, Dani, nuestra científica forense, había encontrado en los tres cuerpos una tierra concreta y nos había señalado en un mapa en qué lugares cercanos se podría encontrar. Kate y yo intentábamos encontrar las rutas que podían llevar a esos lugares desde la última localización de las víctimas y desde donde encontramos los cadáveres.

    —Espera. ¿Y no pensasteis que el asesino podía haber dado vueltas por la ciudad? —preguntó Fani con un gesto suave de la mano. A Pasha le gustó la tranquilidad con la que hablaba.

    —Eso habría sido lo lógico, pero sabíamos que nos enfrentábamos a algo… extraño. Los reportes policiales sobre este caso se remontaban a… bueno, al siglo XIX. Nadie los había conectado porque la distancia temporal es obviamente muy amplia, son dos siglos, pero entonces Kate sugirió que podíamos tratar con un superhombre que, de alguna forma, habría sobrevivido todo ese tiempo.

    —Una especie de Matusalén.

    —Exactamente —Pasha sonrió, irguiéndose en el sillón. Claramente, se estaba metiendo en su propia narración —. Pensamos que tras tanto tiempo se habría vuelto perezoso y descuidado. Total, no le habían atrapado en dos siglos, ¿por qué ahora?

    —Entonces encontraste la ruta.

    —Encontré la ruta. Pensé que, si esto venía de tan lejos, deberíamos investigar qué había antes en Los Ángeles. Y encontré una pequeña colonia satélite que quedó totalmente abandonada a finales del XIX en una de las zonas que Dani nos había marcado.

    —Y fuisteis Kate y tú —tentó Fani, consiguiendo que el ruso asintiese un par de veces.

    —Encontramos una casa medio en ruinas, era lo único que quedaba. Y dentro… Bueno, es demasiado desagradable como para relatarlo —se mordió el labio —. Había una mesa y allí había atado a otro chiquillo. Ni siquiera nos habían reportado aún su desaparición. Y estaba él… El doctor James Morgan. Efectivamente, era un superhombre. Su mutación le permitía vivir, pero su cuerpo se iba estropeando, así que se dedicaba a secuestrar gente para reemplazar las partes inservibles. Vino de Inglaterra a mediados del siglo XIX, huyendo de Scotland Yard. Al parecer lo tenían acorralado, así que cogió un barco rumbo al Nuevo Mundo.

    —¿Cómo sabes todo esto?

    —Me lo contó él —confesó Pasha —. Después de golpearnos y atarnos, nos costó su historia mientras abría a ese chico delante de nuestras narices. Le quitó el hígado y parte del intestino y luego comentó que los ojos de Kate eran muy bonitos y parecían en perfecto estado. Estaba terminado de operarse a sí mismo cuando conseguí soltarme. Le disparé, desaté a Kate… Y él se levantó del suelo. Ambos vaciamos el cargador sobre él, y aun así se fue andando cuando llegaron los refuerzos. Esposado, eso sí.
    Se hizo el silencio durante unos segundos. Fani, entonces, descruzó las piernas para volver a cruzarlas a la inversa. Pasha por un momento deseó que fuese como en la famosa escena de Instinto Básico, pero no, no vio nada indecoroso. Eso sí, se perdió un momento admirando las piernas de la mujer.

    —¿Cómo te sientes al respecto?

    —¿Sentirme? No sé. Me frustra no haber podido ayudar a ese joven, me gustaría haber atrapado antes al doctor Morgan para evitar ese rastro de cadáveres… Pero lo hicimos lo mejor que pudimos y mi compañera y yo estamos bien.

    —Entonces, ¿dirías que tu conciencia está limpia?

    —Mi conciencia nunca ha estado limpia —sonrió Pasha con tranquilidad —. Pero sí, este caso no será motivo de insomnio. Repito que lo hicimos lo mejor que pudimos. Sé que muchos policías enloquecen al pensar en qué habría pasado si se les hubiese ocurrido algo antes, pero, sinceramente, ya está hecho. Y prefiero pensar en las vidas que hemos salvado al meter a ese bastardo entre rejas.

    Fani asintió un par de veces.

    —Son unas palabras muy sabias.

    —De vez en cuando toca usar la cabeza —se rio el ruso, dándose un par de golpecitos en el cráneo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Le estaban siguiendo. No sabía quién o por qué, pero sabía que alguien le estaba siguiendo. Había visto una sombra tras él, había oído pasos muy amortiguados… Así que subió a las azoteas y corrió, saltando de un edificio a otro para, de pronto, girar, encontrándose…

    —¿Una niña? —incluso con la distorsión su voz estaba llena de incredulidad.

    —¡No soy una niña! —se quejó la muchacha —¡Tengo veinte años!

    —Por todos los santos…

    XIII respiró hondo y se acercó a ella. Era una chica de metro setenta, aproximadamente, con una máscara que cubría la mitad inferior de su rostro. Vestía mallas, ajustadas y elásticas, y una sudadera, todo de color negro, seguramente buscando ser discreta. Llevaba el pelo bien atado en la nuca y la capucha puesta.

    —¿Qué te crees que haces siguiéndome? —gruñó XIII, a lo que ella juntó las manos como si fuese a rezar.

    —¡Quiero ser tu ayudante! —ante el silencio del vigilante, la chica dio un par de saltitos, nerviosa —Llevo siguiendo tu trayectoria un par de años y creo que puedo serte útil. ¡Soy ágil, fuerte y puedo volver mi piel impenetrable!

    —¿En serio?

    —¡Sí! ¡Dispárame!

    —¡No voy a…! ¿Quién demonios eres?

    —Me llamo Wendy S-

    —¡No! No, cállate, mejor no saberlo —con un resoplido, el enmascarado se llevó las manos a la cadera —. ¿Cómo me has encontrado?

    —¡Oh! ¡Pues verás! El otro día me decidí a pedirte que fueses mi sensei —hizo una reverencia al estilo oriental, con las manos juntas —, así que pensé que el primer paso sería dar contigo.

    —Acorta —ordenó él.

    —¡Bueno! Jaqueé las cámaras de seguridad de la ciudad e instalé un software que te buscase. ¡Y hoy ha saltado la alarma! Así que me he vestido y he venido a por ti.

    XIII tardó unos segundos en reaccionar.

    —¿Has hecho qué con las cámaras?

    —¿Ves? ¡Te dije que podía serte útil! ¡Y mira, mira! —le mostró su mano desnuda y, ante los ojos de XIII, la piel cambió a un recubrimiento metálico —¿No es genial?

    El justiciero volvió a soltar un larguísimo suspiro.

    —No voy a poder librarme de ti, ¿verdad?

    —¡No! Soy conocida por mi perseverancia.

    —Vamos, que eres una pesada de cuidado —XIII bajó la vista al suelo, respiró hondo y le dio un golpecito en la frente —. Esto es peligroso. No quiero cargar con una niña.

    —¡No soy una niña! Y ya sé que es peligroso, ¡pero quiero hacerlo! ¡Quiero ayudarte a destapar conspiraciones y atrapar villanos! ¡Quiero ayudarte a proteger esta ciudad! ¡No tendrás que responsabilizarte por mí, puedo cuidarme sola!

    —Si vienes conmigo, claro que me responsabilizaré de ti.

    —Pues… ¿Y si me pones a prueba? Un par de noches. Si ves que te ralentizo, te prometo que te dejaré en paz.

    XIII, de nuevo, guardó silencio un poco, pero terminó por asentir y hacerle un gesto para que le siguiese. Wendy, emocionada, soltó un gritito y se lanzó a abrazarle, consiguiendo quedar en el suelo. XIII se había apartado, la había cogido de un brazo y la había tirado al suelo, pero eso no la impidió levantarse de nuevo.

    —Déjate de tonterías, niña.

    —¡Que no soy…!

    —No voy a llamarte por tu nombre real, así que mientras piensas un alias, serás «niña». ¿Entendido?

    Wendy no pareció muy conforme, pero terminó por asentir. Durante la siguiente media hora, ella fue proponiendo nombres, pero XIII los rechazaba todos diciendo que eran infantiles, poco originales, absurdos o ya demasiado manidos.

    —Bueno, bien, ¿y qué tal Iron Maiden? Porque puedo convertirme literalmente en una doncella de hierro. ¿No estaría bien? ¡Auch!

    Su queja venía a que se había chocado con la espalda de XIII. Ahora ya en la calle, el hombre se había detenido de pronto, sin aviso previo, y como ella seguía parloteando, no se había dado cuenta hasta que literalmente se había dado de bruces con él.

    Al seguir la dirección de su mirada, vio que tenía los ojos en el interior de una cafetería, concretamente en un hombre desarreglado que miraba una copa con hastío. A Wendy le llamó la atención que llevase el pijama y una bata por encima.

    —¿Qué ocurre con ese hombre?

    —Espera aquí —le ordenó XIII, echando a andar.

    Wendy no le hizo caso, claro, así que le siguió y le vio entrar en la cafetería. Claro que Wendy no sabía de qué se conocían XIII y ese hombre, Ray Morrison, o que llevaban dos semanas y pico sin verse. Tampoco sabía de los problemas alcohólicos de Ray, ni por supuesto que Pasha era quien estaba detrás de la máscara de XIII.

    Todo este contexto podía ser importante para entender por qué XIII cogió a Ray Morrison de la pechera de la camiseta y lo estampó contra la barra.

    —¿Quieres morir? —preguntó el justiciero en un tono de voz tan oscuro que varias personas salieron corriendo del bar —Maldita sea, Ray, ¿quieres morir? —al no obtener respuesta, XIII sacó una de sus pistolas y le quitó el seguro.

    —¡Eh, eh, eh, espera! —intentó entrar Wendy, pero sólo consiguió que el cañón apuntase a ella, así que alzó las manos y se apartó un poco —No hace falta que hagas esto.

    —No te metas, niña. Morrison —no había dejado de mirarle, pero ahora se acercó un poco más a él, apoyando la punta de la pistola en su sien —, si quieres morir, dímelo. Dímelo ahora, Morrison, y te garantizo una muerte rápida e indolora. Ni siquiera notarás la bala, ni siquiera oirás el disparo. Así que, si realmente quieres morir, si quieres acabar ahora mismo con todo, dímelo y te garantizo un entierro digno.

    Le miró fijamente a los ojos, viendo cómo esas pupilas buscaban atisbar algo bajo las lentes oscuras que cubrían los ojos del ruso. Entonces, Ray apartó la mirada con un sollozo y XIII volvió a poner el seguro, guardando el arma. Le ayudó a sentarse de nuevo en el taburete y le puso una mano en el hombro.

    —Escucha… La vida es una mierda. Está llena de dolor y de sinsentido, de injusticia y de cabrones por todas partes. Pero no puedes rendirte. Lucha, joder. Si no quieres morir, entonces no puedes ser un estorbo, y para no serlo, debes luchar. Porque si te emborrachas, pierdes el control, y cuando tú, Morrison, pierdes el control, la gente muere. Así que ni se te ocurra beber. Mantente fuerte. O de lo contrario, volveré y no te preguntaré si quieres que apriete el gatillo o no.

    Se apartó de él entonces y le hizo un gesto de despedida al camarero. Cogió a Wendy del brazo y la sacó del local, tirando de ella al notar que se retrasaba.

    —¿Por qué has hecho eso? ¿Odias a ese hombre?

    —No le odio, me cae bien. Pero el refuerzo positivo no funciona con él, así que espero que… Un momento, ¡no tengo por qué darte explicaciones! Camina, anda. Tenemos que investigar a un miembro de la Liga de los Superhumanos.

    —¡Oh! ¡Suena interesante!

    —Sí, bueno… Ya veremos si opinas lo mismo cuando empecemos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Recibió la llamada cuando estaba sentado en un banco del parque, vigilando a Tanya mientras la pequeña jugaba con otros niños. La había llevado allí porque así a ella le daba el aire y él tenía algo más de tiempo para pensar en todo lo que había ocurrido la noche anterior. Su tropiezo con Ray y, sobre todo, Wendy.

    No sabía muy bien qué pensar de esa chica. Estaba llena de entusiasmo, era inteligente… Realmente le había ayudado mucho a entrar en una base de archivos clasificados y juntos habían tardado un tiempo récord en encontrar ciertas irregularidades en la compraventa de unos terrenos…

    Debía reconocer que esa chica tenía madera de detective, o de justiciera, para el caso, pero era tan joven… Cierto que él a su edad estaba en mitad de una guerra, con un fusil en la mano, pero aun así, o quizá precisamente por eso, se resistía a aceptarla realmente como cómplice. ¿Y si la mataban a su lado? ¿Y si le hacían daño a ella o a su familia por culpa de XIII?

    De todas formas, todo eso tuvo que quedar a un lado cuando contestó el teléfono.

    Intentó aparentar normalidad. Con una sonrisa, llamó a Tanya y le dijo que tenía que ir al trabajo. La tomó de la mano y caminó con ella un par de calles hasta una cafetería donde sabía que estaba Lena. No le sorprendió verla acompañada, ella misma le había pedido que vigilase a la niña porque tenía una cita con Ray.

    No una «cita-cita», se había apurado a aclarar la mujer, era una cita de madrina-apadrinado, para evaluar sus progresos con el programa de Alcohólicos Anónimos o simplemente escucharle y brindarle consejos.

    Como fuese, Lena se sorprendió al ver a Pasha acercarse a su mesa, pero cogió a Tanya en brazos cuando la pequeña saltó sobre ella para abrazarla.

    —Hola, mi amor —sonrió, besándole la frente mientras la bajaba al suelo —. Pasha, ¿ha ocurrido algo?

    —Sí, me han llamado del trabajo…

    —¡Pero hoy es tu día libre!

    —Me necesitan, Lena —suspiró y miró a Ray con una sonrisa, como si la noche anterior no le hubiese puesto una pistola en la sien —. Hola, Ray. Un placer verte. Oh, ¿por qué no seguís vuestra reunión en casa?

    —¿Por qué? —se rio ella.

    —Podéis alargar un poco y ya comer. Tengo algo preparado por la nevera. Id a mi casa, así Tanya puede jugar o ver Netflix con Gerónimo.

    —Oh, no, no querría abusar… —intentó negarse Lena.

    —Insisto —sonrió Pasha —. Es mejor eso a estar con la niña aquí, en la terraza de una cafetería.

    —Eso sí…

    —Decidido pues.

    —Está bien —dijo ella, mirándole aún con extrañeza —. Voy a pagar la cuenta.

    —¡Perfecto! —Pasha la vio irse con Tanya y, en cuanto estuvo en la barra, su expresión se volvió repentinamente seria. Ya no parecía el despreocupado Pável, sino un soldado —Ray, escucha —se sacó el móvil y le mostró una foto —. Este es el doctor Morgan. Si lo ves, ya sea por la calle o a través de una mirilla, quítate los guantes y tócale. No, escucha. Es extremadamente peligroso. Tócalo. No creo que lo mate, de todas formas, pero te hará ganar tiempo. Si estás en la calle, písale la cabeza con fuerza. Si estás en mi casa, en el primer cajón de la mesilla del recibidor hay una pistola. Dispárale. Me hago responsable, dispárale en un ojo, y llámame al instante. Mantenlas a salvo —otra vez se dio un cambio milagroso, y es que esa expresión extraña volvió a ser una sonrisa tranquila cuando Lena se acercó de nuevo —. Ya siento irme así.

    —No te preocupes… Entiendo que el deber es el deber —dijo Lena, parodiando un saludo militar.

    Pasha se agachó y abrazó a Tanya, dándole un sonoro beso en la mejilla.

    —Pórtate bien, ¿hmn?

    —¡Sí! ¡Ten cuidado, tío Pasha!

    —Lo tendré, mi vida —sonrió él, acariciándole una mejilla.

    Las vio irse con Ray y respiró hondo. Morgan se había escapado y él sólo podía pensar en que ese lunático inmortal había amenazado a su familia. Pero ahora estaban a salvo, debían estar a salvo.

    Tomó camino hacia el coche y, mientras, llamó a Kate. Cuando le saltó el contestador, cayó en cuenta de otro detalle: Morgan también había dicho que le gustaban los ojos de Kate.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El cuerpo de Pasha golpeó contra una pared y cayó al suelo, haciendo que un par de ratas saliesen corriendo junto a insectos varios. A la vez, Kate había gritado todo lo que la mordaza le permitía, y había vuelto a intentar soltarse de las cadenas que James Morgan le había puesto, atándola así a una vieja silla oxidada.

    —Detective, es usted persistente —habló el doctor con ese dichoso acento inglés —. Ríndase, no servirá de nada. Soy más fuerte y resistente que usted y, además, yo no puedo morir.

    —¡Todo muere! —bramó Pasha, poniéndose de nuevo en pie para atacarle.

    Le pudo golpear, pero el doctor se desembarazó de él. Le cogió una muñeca, tiró de ella hacia abajo y se las apañó para primero desencajarle el hombro y después pisarle el brazo de tal forma que se lo rompió, a juzgar por el grito de Pasha, la sangre que salpicó y la postura antinatural que adoptó el pobre brazo.

    —¡Mire lo que me ha hecho hacer, detective! Con lo magnífico que es su cuerpo… —el doctor, de pie frente a Pasha, se llevó una mano al mentón, pensativo —De hecho, es realmente interesante. Me ha dado usted una idea.

    —Me importa una mierda tu idea de chalado —gruñó Pasha, jadeando en el suelo —. Voy a matarte.

    —Detective, la auténtica locura es la repetición constante de una acción esperando siempre distintos resultados, y eso es lo que está haciendo usted. Ya me ha disparado y golpeado, y no es el único que lo ha intentado. Me han ahorcado, envenenado, ahogado… Pero aquí estoy, siempre vivo —se calló cuando Pasha consiguió tirarle un escalpelo, clavándoselo justo en el corazón, pero el doctor simplemente lo miró, suspiró y se arrancó el cuchillo, limpiando la sangre contra su bata roñosa y polvorienta —. Una elección interesante, la suya. La gente suele creer que el corazón es el centro de la vida, pero en realidad es el cerebro.

    —Dame el bisturí, entonces —sonrió Pasha —. Te lo clavaré en la cabeza.

    El doctor suspiró y le pisó el pecho, manteniéndolo en el suelo cuando vio un amago de levantarse. Kate volvió a intentar gritar entre lágrimas, a lo que el británico la miró con el ceño fruncido.

    —Cálmase, mujer. Todo acabará pronto. Detective, escúcheme. Puede clavarme el escalpelo en la cabeza, pero mi cerebro se regenerará, curará las heridas. Es la única parte de mi cuerpo que no requiere de mantenimiento externo. Por eso… Sí, se me acaba de ocurrir… Lo cambiaré de sitio. Lo pondré en un cuerpo nuevo, fuerte, ágil. ¡El suyo, detective!

    —Es irónico, pero… Tú también me has dado a mí una idea.

    Con fueras renovadas, Pável consiguió girar en el suelo, tirando al doctor. Se levantó, saltó sobre él, y entonces se sacó una pistola algo más pequeña de una funda que llevaba en el talón. Disparó dos veces a la cabeza del doctor y, aprovechando que había quedado temporalmente inmóvil, le golpeó el cráneo con la culata varias veces, manchándose de sangre y materia gris. El cuerpo del doctor Morgan sufría espasmos bajo Pasha, pero eso no le impidió seguir golpeándole hasta abrir un boquete en el cráneo.

    Jadeando, cubierto de sudor, sangre y parte de la porquería que llenaba aquella casa abandonada que parecía sacada de las pesadillas de un demente, metió la mano en el hueso, tocando un cerebro que parecía intentar recomponerse. El efecto fue instantáneo: el músculo perdió su poder y empezó a secarse y pudrirse, quedando reducido al cabo de unos segundos a polvo.

    Pasha quiso dejarse caer al suelo, pero entonces se levantó y se acercó a Kate, quien le miraba a través de las lágrimas con los ojos desorbitados. Pável primero la desamordazó, después consiguió la llave para abrir los grilletes.

    —¿Qué acaba de ocurrir? —preguntó ella con un hilo de voz.

    —He matado a un inmortal —murmuró Pasha.

    —Dios… —respiró hondo y le miró —Estás hecho una mierda.

    —Yo al menos no llevo una camiseta de Bugs Bunny y unos pantalones de Mickey Mouse.

    —¡Es ropa cómoda! —se quejó ella, riendo pese al miedo y al dolor —Ese loco entró en mi casa cuando estaba dispuesta a darme una maratón de series… Me golpeó cuando saqué la pistola, me durmió con cloroformo… ¡Pero no estamos hablando de mí! Mira qué paliza te ha dado un viejo de doscientos años.

    —Un viejo de doscientos años, sí, pero tenía la fuerza de un culturista —gruñó Pasha —. Lena me va a matar cuando me vea todo lleno de moratones y cortes.

    —Sí, por cierto… Deberíamos llevarte al hospital antes de que se te infecte todo. Y necesitas que alguien te recoloque ese brazo.

    —¿Sí? No sé, estaba pensando en poner de moda tener el hueso por fuera.

    —¡Novi! ¿Cómo no te has desmayado aún?

    —La adrenalina corre por mis venas. Pero sí, llama a alguien, porque se me está acabando el chute y me van a fallar las piernas en cualquier momento.

    —Maldita sea, Novikov.

    —Oye —sonrió, dejándose caer en la hierba una vez hubieron salido de esa casa —. Ya que te he salvado la vida, harás tú el papeleo, ¿verdad?

    —Ya veremos —sonrió Kate mientras esperaba a que le cogiesen el teléfono.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando Pasha abrió los ojos, no vio las blancas paredes del hospital, sino la cara de Tanya. La niña se había subido a su camilla y le miraba tan de cerca que sus narices casi se rozaban.

    —Oh, pareces muy joven para ser una enfermera —sonrió Pasha, a lo que Tanya se rio.

    —¡No soy una enfermera, soy Tanya!

    —¿En serio? ¡Vaya! Me han debido dar un golpe muy fuerte, realmente creía que venías a cuidarme…

    —¡Eso sí! ¡Mamá y yo vamos a cuidar al tío Pasha! —exclamó la niña, riendo cuando una mano de Pasha (la que no estaba escayolada) le hizo cosquillas en la tripa.

    —¡Tanya! —se quejó Lena al entrar en la habitación. Había salido un momento para hablar con el médico y ahora se encontraba ese espectáculo —Tienes que dejar que tu tío descanse, ¡está muy herido!

    —¡Lo siento!

    La niña bajó de un salto y Lena suspiró, acariciándole la cabeza al acercarse a la cama. Vio a la niña irse a la butaca y coger la tableta para dejar a los adultos a lo suyo y volvió a suspirar, mirando a su hermano.

    —¿Cómo estás?

    —He estado peor —sonrió Pasha.

    —Sí, la verdad es que te he visto con peor cara —le siguió Lena el juego.

    —¿Cómo está Kate?

    —Bien. Le dieron el alta anoche, así que ha ido a poner todo en orden en la comisaría.

    —¡Novi! —exclamó una nueva voz, entrando en la habitación. Era Rosie, falta de aliento —He venido corriendo en cuanto Lena me ha llamado. ¿Estás bien? —preguntó, acariciando con suavidad su rostro.

    La verdad es que Pável no daba la mejor de las impresiones. Tenía un ojo morado y un golpe en la mandíbula, multitud de cortes por todo el cuerpo, hematomas bastante amplios bajo el pijama del hospital. Al parecer, tenía una costilla fisurada y el brazo roto por dos sitios, pero viviría con un poco de reposo. Había, además, un corte ya cosido, pero en el informe el médico simplemente puso, a petición explícita de Pasha, que el corte se había producido durante la agresión.

    —El médico ha dicho que todo mi sangrado era interno, lo cual debe ser bueno, porque es donde la sangre tiene que estar.

    —Pável, por favor, no bromees con esto —le pidió Lena mientras le echaba el pelo hacia atrás.

    —Estoy bien. O lo estaré. Me conmueve que hayas venido a verme.

    —¡Pues claro que he venido…! Pese a lo que ocurrió, me preocupo mucho por ti, Novi —dijo Rosie con voz dulce, aunque entonces sonrió un poco —. Aunque no soy la única —añadió, señalando con la cabeza la puerta.

    Pável giró la cabeza y sonrió al ver quién estaba ahí.

    —Hombre, esto sí que es una sorpresa. Ray, ¿tú también te preocupas por mí? Me conmueve saber que tengo un club de fans tan grande.

    —Eres idiota, Pasha —se quejó Lena, pellizcándole la mejilla menos golpeada —. Tienes que recuperarte rápido, ¿vale? Si no, tendré que pagar a alguien para que arregle mi armario…

    —Ya veo. Esa era la trampa. Sólo me quieres por mis dotes de manitas.

    —También como canguro —dijo Lena, sacándole la lengua.

    —Voy a por un café —dijo Rosie, inclinándose para besarle la frente a Pasha —. Intenta no morirte en mi ausencia, ¿hmn?

    —No prometo nada —sonrió Pasha.

    Y no pudo evitar seguir a la mujer con los ojos cuando se fue, prestando quizá especial atención a sus caderas. Se mordió el labio, gesto que le hizo quejarse al rozarse un corte, y luego suspiró, mirando a su hermana. Ella le sonrió, amorosa, y le siguió acariciando el pelo, invitando a Ray a acercarse.

    —Ray me dijo las indicaciones que le diste.

    —Por suerte, al final no hubo que seguirlas —miró a Ray y le guiñó un ojo —. Pero gracias por cuidarlas. Aunque no ocurriese nada, siento que te debo una. Quedo a tu disposición, ¿vale?

    —¡Tío Pasha! —volvió a hablar Tanya —¡Le di de comer a Gerónimo!

    —¿Ah, sí? ¿Y se lo comió todo?

    Tanya asintió enérgicamente y Pasha se rio, aunque esto le hizo daño en las costillas, obligándole a sujetárselas.

    Iban a ser unas semanas duras.


    SPOILER (click to view)
    Te debo alguna imagen, pero hoy no XD
     
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    Odiaba octubre, odiaba tanto este mes que se arrugaba toda su cara cuando lo veía en el calendario. Y qué cruel era el tiempo, pasaba y pasaba sin pedir permiso, llegando así el trece de octubre. Era un día terrible: el aniversario de la muerte de Catherine Thomas... ¿muerte? No, la gente moría por enfermedad, por complicaciones propias de la vejez, aquello había sido un asesinato. Y si Catherine estaba bajo tierra era porque él la había matado.

    Lena y Richard compartieron la misma mirada de preocupación al no verle en la reunión de hoy, los dos sabían qué se «celebraba» cada 13 de octubre; pero por más que intentaron contactar con Ray, no hubo respuesta. Casi resultaba irónico que fuera Pasha (realmente, XIII) quien diera con él en una cafetería cualquiera.

    El encuentro fue toda una llamada de atención que le hizo volver a su apartamento con los ojos plagados de lágrimas. Había sido una situación demasiado intensa para alguien que huía siempre de los problemas en lugar de enfrentarlos. Aunque debía admitir que sirvió como primer paso, porque no iba a negar que llevaba razón en lo que decía. Fueron palabras duras pero necesarias.
    No podía permitirse el lujo de perder el control, no podía meterse en ese lugar tan oscuro, no podía llevarse por delante otra vida inocente. Y si eso empezaba por dejar de lado el pequeño oasis que le daba el alcohol, pues... pensó en Lena, pensó en Richard. Iban a estar tan enfadados cuando le vieran.

    Pársel le recibió desde el sofá, refugiada bajo un par de cojines. Ray se acercó para darle un par de mimos y la serpiente respondió mordiéndole la mano.

    —Ah, la comida —tardó un poco en darse cuenta de que llevaba unos buenos días sin alimentarla. De Pársel no ser un reptil, seguramente habría muerto de inanición.

    Desde luego era una mascota fuerte, porque sobrevivía sin terrario, dormía en la cama junto a Ray, abrigada con las mantas y el edredón. Ray le dejaba el agua en la cocina, y normalmente también la comida pero estos días habían sido tan malos que... no, sacudió la cabeza. No podía seguir con ese pensamiento, tenía que cambiar. Y empezó por bajar al apartamento del señor Preston, uno de sus nietos le había encargado cuidar de sus mascotas y era un hecho que al anciano no le gustaban los hámsters. Ray pagó veinte dólares por cada animal y regresó a su piso con la cena de su compañera. Tenía la intención de matar a la pareja de roedores para ahorrarles un encuentro desagradable con su depredador, pero se le escabulleron por sus guantes y corretearon por la moqueta buscando un nuevo hogar. Pársel no les dejó y, después de cenar, se enroscó en la cama junto a su dueño.



    La reunión con Lena no fue nada mal, no se esperaba verla tan simpática después de lo preocupada que estaría la noche anterior. Se mostró de lo más comprensiva, le escuchó con atención y prometió acompañarle al cementerio cuando se sintiera listo. Habría que aclarar que Ray no había ido nunca a la tumba de Catherine, la culpa no se lo permitía.

    Los dos se sorprendieron cuando llegó Pasha con su sobrina, pero más se sorprendió Ray por el cambio entre, digamos, el Pasha de diario y el Pasha militar, ¡ni siquiera parecían la misma persona! Con todo, memorizó la información y se mantuvo alerta, tanta seriedad de golpe significaba que la amenaza del doctor Morgan no era ninguna broma.

    Por suerte, no hicieron falta ni sus manos ni la pistola, el propio Pasha se encargó de la situación, a cambio de acabar muy malherido.
    En su cuarta visita al hospital le encontró jugando a las cartas con Tanya, debía ser una partida importantísima dada la cara tan seria de la niña. Un chillidito y el interés de Tanya voló a la pequeña jaula que traía Ray.

    —¿Es un perro? No. ¿Un gato? ¿Qué es? ¿Qué es?

    —¿Es una rata...? —Lena negó con la cabeza y se alejó un poco—. ¿Ahora vas a cuidar ratas? Tanya, no te acerques.

    —La atrapé en el parque.

    —¿Qué...?

    —Está infestado de ratas y me sirven de alimento.

    —Por dios, Ray, sabes que puedes venir a comer a casa. Siempre tendré un plato para ti.

    —¡No es para mí! —se defendió dejando el transportín en el suelo—. Una amiga me regaló una serpiente. No puedo dejar que se muera de hambre, pero tampoco planeo arruinarme con cada cena. Come una barbaridad.

    —¡Una serpiente! —Tanya no pudo evitar dar saltitos y atrapar las manos de Lena—. ¡Mami, tiene una serpiente! ¿Puedo ir a ver la serpiente? ¿Puedo?

    —Claro que no, es un animal muy peligroso —y le acarició la cabeza al verla hacer un puchero con su negativa—. Ray, ¿por qué no tienes un perro o un gato, como la gente normal?

    —Oye, que yo no decidí tener mascota.

    —¡Mami, por favor! ¡Es una serpiente! ¡Déjame ver a la serpiente! ¡Me portaré bien, te lo juro! ¡Me comeré todas las verduras! ¡Y limpiaré siempre mi cuarto! ¡Por favor!

    —Iremos a ver a la serpiente —comenzó Lena—, pero sólo cuando tu tío Pasha se recupere del todo, ¿de acuerdo?

    —¡Tío Pasha! ¡Tienes que recuperarte pronto, que yo quiero ver a la serpiente!

    El resto de la visita fue más tranquila, Ray hasta le enseñó fotos de la serpiente, Pársel era una mascota de lo más fotogénica. Tanya se convertiría entonces en la primera interesada en que la recuperación de su tío fuese rápida, incluso amenazó con darle su propio tratamiento (con algún plato que intentara cocinar a base de aspirinas) si la medicina del hospital no le ayudaba.



    La escena desde luego era interesante, rozaba la medianoche y Ray estaba en el parque a media manzana de su edificio. Por el día iban los niños a jugar y por las noches los adolescentes a beber, pero Ray se alejaba de aquellos grupos que reían y bailaban, y se refugiaba junto a los columpios, aprovechando la arena con la que jugaban los más pequeños. De bajo ella surgió Pársel, llevando un collar con placa y nombre, se divertía deslizándose por allí después de haber conseguido su cena. Un pequeño grupo de curiosos se acercó a mirar qué ocurría con aquel hombre en pijama que no dejaba de fumar, y le preguntó más de uno si podía acercarse a acariciar al animal, pero aunque se armaron de valor, se retiraron tan rápido como Pársel abrió la boca, mostrando sus colmillos en un curioso bostezo que la ayudó a analizar los químicos y aromas que la rodeaban.

    Fue el momento en que Ray le colocó la correa (y cómo impresionaba ver a una serpiente con collar y correa) y regresaron juntos al apartamento.
    Ignoraba Ray que Wendy estaba en el grupo de curiosos, pero no intrigada por aquella mascota, sino por él. Una pequeña búsqueda en internet bastó para saber de los horarios del profesor Morrison en la universidad, su número de teléfono y su dirección. No perdió la oportunidad de seguirle y anotar algunas de sus rutinas, no era la primera noche que le seguía. Lo consideraba una posible amenaza a su «sensei», que había perdido los estribos al verle en aquella cafetería. Una última anotación y prefirió marcharse pues, según sus investigaciones, Ray se daría una ducha y se iría a la cama para atender sus clases mañana. De momento, lo único que le preocupaba era lo poco que dormía ese hombre.
    Pero, a pesar de las teorías acertadas que tenía Wendy, esta vez se equivocaba. Y es que Ray tenía a alguien esperándole en la cocina.

    —Buenas noches, Morrison —le saludó Rosie haciendo café—. ¿Te pongo una taza? Te necesito despierto esta noche.

    —¿De qué estás hablando...? —preguntó quitándole el collar (y la correa) a Pársel, que se deslizó hasta llegar al agua de la cocina, dedicándole a la mujer una mirada curiosa, sacando la lengua un par de veces.

    —Hablo de la misión que tienes que cumplir —contestó sirviéndose una taza—. Hay una persona que «sabe demasiado», necesitamos que desaparezca de manera discreta, ¿y qué hay más discreto que un apretón de manos? —alzó índice y corazón dando el primer sorbo—. No pierdas el tiempo negándote, no me obligues a amenazarte poniendo en riesgo a las personas que se preocupan por ti. Tienes la ropa en el dormitorio, te espero abajo.

    El hábito no hace al monje, estaba claro, pero con aquel traje Ray dejó de parecer un vagabundo en pijama para parecer un hombre decente. El poder que tenían las corbatas era extraordinario.
    Ya en el coche, Rosie le mostró una fotografía sin mediar palabra alguna mientras conducía hacia algún lugar que Ray ignoraba. Aquél era el hombre que «sabía demasiado», el hombre que iba a morir esta noche... no, el hombre que él iba a asesinar. No dejó que el revoltijo que se le formó en el estómago trepara por su garganta y le hiciera vomitar, luchó por calmarse y, cuando el coche se detuvo, hasta pudo controlar el temblor de sus dedos.

    La misión, como lo había llamado Rosie, no era difícil. Ella misma le acompañó hasta la puerta de la vivienda, forzando la cerradura sin hacer el menor de los ruidos, le cedió el paso advirtiéndole que fuera igual de silencioso. La siguió escaleras arriba hasta el dormitorio y a Ray le faltó el aliento al ver al hombre de la fotografía durmiendo con su mujer, lo peor del asunto fue ver la cuna junto a la cama. Rosie tuvo que darle un codazo para hacerle andar, pero no funcionó, no se echó a andar hasta que se inclinó contra su oído.

    —Allison Greenwood, Naomi Baker, Richard Stone; elige uno, yo me encargo del resto —fue la primera vez que Ray tembló de miedo con un susurro, habiendo sido siempre sus oídos una zona más bien sensible.

    Supo que no existía excusa lo suficientemente buena en el mundo para justificar lo que estaba haciendo, y ese sentimiento de culpa creció y creció al poner en una balanza a este hombre deconocido y a cualquiera de sus amistades, ganando los últimos.
    Rosie abrió la puerta del coche, pero tuvo que esperar a que Ray dejara de vomitar para hacerle entrar, esta vez a los asientos traseros, donde le recibió un pañuelo perfumado con aroma de lavanda.

    —Lo habéis hecho muy bien, los dos.

    Quien le hablaba se presentó como «Sirope», debía ocupar un puesto muy importante en la CIA porque Rosie lo trataba de usted y le llamaba «señor Sirope» sin pizca de broma en su voz, como si Sr. Sirope fuese un nombre tan aterrador como Sr. Muerte o Sr. Macabro. No, este hombre se hacía llamar Sirope, y el carlino que acariciaba (que había perdido toda su dignidad canina al llevar cardigan y pajarita) era su mascota, «Justin».

    —Deberías controlar mejor esos efectos secundarios —siguió hablando mientras se limpiaba las gafas, colocándoselas luego y ofreciéndole a Ray un caramelo que rechazó. Su acento y buenas maneras venían de Canadá.

    —Son remordimientos, señor —corrigió Rosie poniéndose al volante.

    —¿Remordimientos? —rio de forma muy simpática, llevándose la mano frente a la boca—. Qué cosa más absurda —negó con la cabeza y buscó la mirada de Rosie a través del retrovisor—. ¿Efectos conocidos?

    —Ninguno por ahora, señor.

    —Perfecto, rumbo al siguiente objetivo —le dio un par de mimos al perro después de recolocarle la pajarita—. Vamos a tener una noche muy larga, ¿quieres comer algo, cielo?

    Ray volvió a sentir escalofríos, no supo si por el «cielo» que le dedicó aquel hombre (con una sonrisa que mezclaba cortesía y frialdad de una manera exquisita), o por esa noche larga que prometían.



    Se dejó caer en la cama como si fuera un árbol recién talado, importándole bastante poco arrugar un traje tan caro como el que llevaba. Supo que la risa de aquel hombre, Sirope (qué empeño tenía en llamar «cielo» a todo el mundo, le ponía los pelos de punta) le perseguiría días enteros. La noche no sólo fue larga sino terrible: un objetivo tras otro hasta casi romper el amanecer. Fue el propio señor Sirope quien ingenió alguna disculpa que le ausentara de la universidad esta mañana, ni siquiera supo qué le habría dicho a la decana, pero llegó a agradecerlo. No quería ir al trabajo; bueno, lo cierto es que no quería ir a ningún sitio. No después de lo que había hecho, ¿de qué había valido su promesa si en una sola noche terminó con once personas? ¿De qué servía mantener el control? ¿Con qué cara miraría ahora a sus alumnos si se había convertido en un asesino? ¿Qué le diría Lena? ¿Y Richard? ¿O qué le diría al Pasha serio y militar? ¿Y a XIII? ¿Qué le podría decir ahora que no le veía sentido a seguir con vida? ¿Cómo podía alguien querer vivir cuando lo único que hacía era arrebatarle la vida a otros? ¿Qué tenía aquello de bueno?

    Quizá lo mejor fuera... sí, lo mejor era impedir más asesinatos y familias rotas. Y sería algo fácil, tan fácil: quitarse un guante y tocarse la mejilla, como había hecho once veces esta noche, ¿cómo no iba a poder hacerlo una vez más? La única diferencia era la víctima y, en este caso, no tenía familia que romper. Con él se iría el último Morrison, desaparecería esta habilidad que se parecía tanto a una maldición (y es que, después de casi 40 años, seguía sin verle una sola cosa positiva a sus manos).

    Giró lo suficiente como para poder sentarse en la cama, cruzando los pies y mirando cómo caían sus manos sobre los muslos. Se decidió por la derecha y muy a poco se quitó el guante, acarició la palma y cada uno de sus dedos con los contrarios, todavía cubiertos, terminó entrelazándolos y mirando sus uñas, ¿cómo podían estar tan limpias unas manos como las suyas, que habían hecho tanto daño? No había derramado nunca una gota de sangre, pero sí había visto la vida apagarse en el cuerpo de otra persona. No era un proceso doloroso, y en este caso era doblemente un alivio: moriría, y lo haría sin sentir dolor alguno.

    No le dio más vueltas y se decidió a hacerlo, porque estaba seguro que si seguía pensando acabaría encontrando un motivo que le borrara de golpe su convicción, ¡y le había costado tanto reunirla que sería una lástima perder el empuje!

    Volvió a estirar los dedos, intentando controlar el temblor que los sacudía sin demasiado éxito, fue inclinando su espalda (sentía sus hombros de repente muy pesados, no podía mantenerse recto) para irse encorvando en el colchón. Apenas unos centímetros y lo conseguiría, sólo un último esfuerzo, ¿cómo podía ser tan difícil mover la mano?

    Lo consiguió, al fin: movió mano y cabeza a la vez soltando todo el aire de los pulmones. Incluso cerró los ojos... pero todo siguió igual. Escuchaba el latido de su corazón, sentía su pecho moverse al respirar, olía los restos de la colonia del señor Sirope que inundaba todo el coche, ¿por qué podía sentir todo esto? ¡Tenía la mano contra su piel! No, no fue así, su piel no podía tener esta textura, parecían, ¿escamas?

    Parpadeó para encontrar a Pársel dándose un paseo por su cuerpo, cayendo por su espalda y hombros (lo que explicaba lo difícil que le había sido incorporarse). La serpiente se las ingenió para colocarse entre mano y cara, recibiendo una caricia a la que era inmune por su capacidad de mudar la piel.

    Pero ningún reptil entendería las lágrimas que empaparon buena parte de sus escamas, y tampoco pudo entender por qué Ray se desplomó hacia un lado mientras lloraba. Por su lado, Pársel siguió con su paseo hasta enroscarse sobre sí misma, formando una especie de espiral que seguía recibiendo caricias. Si fuera un gato, ronronearía (o quizá no, porque Ray la acariciaba con su mano desnuda), pero el único sonido que se escuchaba en el apartamento eran los sollozos del hombre.



    Respondió el teléfono con la voz todavía rota, no le apetecía ningún tipo de conversación, pero conocía a Lena y se imaginaba que llamaría toda la mañana hasta que contestara. Le explicó, demasiado alterada, que Tanya había pasado la noche con fiebre y debía llevarla a Urgencias al no bajarle ni una décima. No necesitaba a Ray para eso, le necesitaba para asegurarse de que su hermano, Pasha, se tomaba la medicación que los médicos le habían mandado. Ya se había ganado un ceño fruncido de los que le cuidaron cuando pidió el alta voluntaria, Lena no quería tensar más la cuerda entre policías y sanitarios.

    Ray dejó el apartamento después de confesar que sí había estado llorando (¿tan obvio había sido, o había sido Lena siempre tan perspicaz?), pero sin sospechar del par de cámaras que había instalado Wendy hacía casi una semana. La chica, desde su propio dormitorio, ladeaba la cabeza de un lado a otro, intentando comprender qué ocurría. Iba a ser un informe de lo más extraño el que le entregara a XIII sobre este hombre.



    Lena le invitó a pasar, estaba la puerta abierta, y Ray cerró a su espalda entrando en el apartamento. La vio corretear de aquí para allá, cogiendo y guardando papeles en la pequeña mochila de Tanya, y vio también a Pasha con la niña en brazos.

    —¡Te he dicho mil veces que te quedes en la cama! —le gritó cogiendo ella a Tanya, colgándose la mochila del otro hombro—. ¡Ray! Asegúrate de...- oh, vaya, ¿has tenido una cita? Estás muy elegante. Lástima que no acabara bien si vienes con esa cara, luego me lo cuentas todo, ¿vale?

    Dio dos o tres vueltas más, repasando la lista de cosas que llevaba en la mochila, otro grito a Pasha obligándole a volver al dormitorio y salió del apartamento prometiendo que llamaría en un rato y que, para entonces, esperaba que Pasha estuviera durmiendo.

    Ray sólo tuvo que coger la bandeja con un sándwich y las medicinas (suponía que la habría preparado Lena) e ir al dormitorio, dejándola en la mesilla.
    Se sentó en el suelo y apoyó la espalda en la cama, desde aquí miró a Pasha.

    —¿Tan mal te trataban en el hospital que decidiste irte? —lo preguntó a modo de broma, pero al darse cuenta que no tenía fuerzas para sonreír giró la cabeza hasta mirar el techo. Por lo menos al techo no tenía que darle explicaciones—. ¿Crees que es posible huir de lo que somos? —lo preguntó al aire, no esperaba realmente una respuesta—. Porque yo lo he intentado tantas veces y no... no lo consigo. Soy un monstruo y nunca dejaré de serlo —le pareció de lo más curioso que ahora sí pudiera sonreír, pero la sonrisa se inundó tan rápido de lágrimas que decidió salir de la habitación. Prefería ahorrarle ese espectáculo a alguien que debía recuperarse.

    Le robaría algo de café a Lena, fumaría lo que le quedara en su cajetilla cerca de alguna ventana, ¿y luego? Bien, debía haber algún libro por algún lugar, tendría que pasar el tiempo leyendo hasta que la dueña del apartamento regresara con buenas noticias.



    SPOILER (click to view)
    *la ropa elegante de Ray: link
    (la verdad es que he visto fotos de este muchacho y me da la misma vibra de querer morir que Ray x'd)
    ->me gusta ese pelo-de-loco que lleva, así que no descarto una apariencia parecida a ésta a partir de ahora (?) : (1) y (2)


    *sep, su nombre en clave es Sirope #iregretnothing
    (me lo imagino como uno de los jefazos de la organización, y sigo pensando qué superhabilidad darle para que tenga ese puesto y poderío)
    Y te dejo también a Justin, no me gustan nada los carlinos, pero es el perro gay por excelencia, no podía dejar a un señor que se hace llamar Sirope sin un perro de maricones 🌈


    ->a ver, a Rosie me la imagino muy de estilo Pasha: FUERA del trabajo es un amor de persona, pero cuando trabaja pues eso, está trabajando y puede parecer que ha perdido el corazoncito. Lo tiene, pero no lo lleva al trabajo (?)
    *si no te convence dime que lo cambio y le doy toda esa parte al señor Sirope ;3
     
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    El plan de Ray era irse de la habitación, pero apenas se puso en pie, Pável le agarró una manga. Cuando tuvo su atención, tiró un poco de él con su brazo sano —relativamente sano, había cortes y hematomas por todas partes—, indicándole que se sentase en la cama. Por su parte, le soltó y hundió la mano en el colchón para incorporarse mejor contra las almohadas.

    Cogió una caja de pañuelos de la mesilla de noche y se la ofreció para que cogiese uno. Después, abrió la boca como para hablar, pero se lo pensó mejor y la cerró. Le dio un par de vueltas a lo que tenía por la cabeza y terminó por sacar las chapas que llevaba al cuello, las que le identificaban como militar. No se las enseñó a Ray, simplemente empezó a jugar con ellas de forma distraída.

    —Me he enfrentado a muchos monstruos a lo largo de mi vida. El último casi me mata —dijo con una risa que intentaba aliviar la atmósfera, aunque seguramente sin conseguirlo —. Los monstruos son aterradores, pero ¿sabes por qué? —hizo que las dos chapas chocasen un par de veces y después ladeó un poco la cabeza —Sólo hacen lo que hacen porque no tienen corazón. No tienen arrepentimientos ni empatía, no les importa el daño que causen con tal de que ellos salgan bien parados. Tú no eres un monstruo, Ray, porque tú sí sientes. Eso sí, no te mentiré: me encantaría esposarte, llevarte ante un juez y que te diesen una condena justa por homicidio involuntario. Es la ley, y nadie está por encima de la ley —volvió a hacer chocar las chapas y luego siguió dándoles vueltas con dos dedos —. Sin embargo, si hubieses estado en prisión o en arresto domiciliario o lo que fuese… No habría podido dejar a las chicas a tu cargo. Así que intento pensar en lo bueno. Oye, ayúdame a levantarme, si paso un segundo más en esta cama, acabaré gritando.

    Despacito, y es que la costilla fisurada dolía como un demonio ante el mínimo movimiento, Pasha pudo por fin ponerse en pie. Puso la mano no enyesada en la mejilla de Ray y le miró a los ojos.

    —Escucha, esto te lo dice alguien que ha acabado también con unas cuantas vidas —bajó la voz y se acercó un poco más a él para que el contacto visual fuese más directo —. Busca a alguien que te escuche. No tendría que ser un psicólogo, aunque sería lo mejor, creo que por ahora estaría bien si simplemente pudieses desahogarte con alguien de confianza, alguien que pueda entender por lo que estás pasando. Es difícil hablar, pero al final es lo mejor. Es como una herida; si no dejas que el pus salga, se infecta y te acaba matando. Yo he tardado mucho en darme cuenta de eso, así que te paso mi consejo para que hagas con él lo que prefieras.

    Dicho esto, le dio un par de palmaditas suaves en la mejilla y, sujetándose el abdomen, salió de la habitación medio cojeando. Se apoyó con el hombro mejor parado en las paredes y fue hasta la cocina, donde preparó café y sirvió dos tazas. Le ofreció una a Ray y salió con él a la terraza, donde le pidió un cigarrillo mientras se apoyaba contra la barandilla.

    El viento fresco de octubre le golpeó el pelo, haciéndole soltar un pequeño resoplido mientras se lo apartaba de la cara. Miró entonces a Ray y le sonrió, agradeciendo el cigarrillo que le ofrecía. Se lo puso entre los labios y, cuando Ray abrió el mechero, se inclinó hasta que la punta del tubito de cáncer rozó la llama.

    Soltó el humo por la nariz y miró hacia la calle. El tráfico se reducía enormemente por las noches, pero Los Ángeles seguía siendo una locura de ciudad.

    —Por cierto… Estás muy guapo con ese traje —dijo mientras soltaba otra bocanada de humo, sin apartar la mirada del tráfico.

    Cuando Lena llegó a casa, unas horas después, encontró a su hermano dormido, pero no en la cama, sino en el sofá. No costaba mucho imaginar qué había pasado: unos platos vacíos llenos de migas indicaban bocadillos, la tele encendida, con Netflix colgado, señalaba que habían estado viendo una película. Y, en algún punto, Pasha había apoyado la cabeza en el hombro de Ray y ahí se había dormido.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Wendy —todavía no se había decidido por una buena identidad secreta— no tuvo ningún problema en colarse en aquel apartamento. Ya lo había hecho, un par de semanas atrás, para instalar algunas cámaras, pero igualmente debía agradecer la facilidad para entrar como si nada por una ventana situada a tanta altura a la insistencia de su madre porque hiciese gimnasia artística de niña. Quizá manejar aros y cintas no era lo que más feliz la hacía en el mundo, pero sí le habían dado bastante flexibilidad y fuerza en las piernas.

    Seguramente, si supiese que con XIII había ocurrido algo parecido, se pasaría horas gritando de la emoción por tener tanto en común con su ídolo.

    De todas formas, en esta ocasión no había entrado para colocar cámaras. Escuchó el agua de la ducha, así que se decidió a esperar como imaginaba que haría XIII: se sentó en un sillón, a oscuras, y cruzó una pierna. Cuando Ray Morrison salió del baño, Wendy encendió la lamparita de lectura, rebelando su posición.

    —No grites ni llames a la policía —le indicó con un tono calmado, aunque salvo por un pequeño bote, no parecía que ese hombre fuese a escandalizarse mucho. Debía estar acostumbrado a que la gente entrase y saliese de su apartamento como Pedro por su casa —. Soy una ayud-… amig-… —carraspeó, intentando recobrar una postura que, sentía, acababa de perder —Conozco a XIII. Me ha pedido que te dé un mensaje y, en cuanto lo haga, me iré.

    Giró la cabeza al sentir un movimiento a su lado y se dispuso a atacar, pero al ver que sólo era la birmana que Ray tenía como mascota, se relajó y acercó una mano para que el animal la olfatease antes de seguir su camino, ajeno a la visita.

    Wendy respiró hondo y volvió a mirar a ese extraño personaje. Aunque se estaba preparando un café con toda la calma del mundo, la chica creyó ver cierta preocupación en sus ojos, o al menos curiosidad, ahora que había nombrado al otro vigilante.

    Se puso en pie y se acercó a la cocina, apoyando las manos enguantadas en la barra que separaba un ámbito de otro.

    —Hace unas noches murieron once hombres, todos de muerte esporádica. Sin signos de violencia, ni reacciones alérgicas, ni rastros de veneno. Sus corazones se detuvieron sin más. La policía archivó los casos apenas los recibió, por lo que jamás pasaron al departamento de homicidios. No se han investigado, no han llegado a las noticias. Nadie, salvo algunos agentes policiales, tienen ni idea de que esto ha ocurrido. Bueno… Tú lo sabes, yo lo sé y XIII lo sabe. Y los tres sabemos, además, que tú tienes mucho que ver con esto —Wendy sacó una daga y la dejó sobre la mesa, aunque acariciando la empuñadura —. Ahora bien, XIII, aunque sabe que tú eres el arma, ni se plantea que seas la mano ejecutora. Dice que alguien te tuvo que ayudar a entrar y me ha dicho con mucha convicción que ese alguien te puso una pistola en la espalda… o apuntó a gente que te importa para obligarte a hacerlo. En cualquier caso, no te considera responsable, sino coaccionado. Yo tengo mis reservas.

    Les había costado unos días averiguar lo de los asesinatos. De hecho, Wendy sabía que si no hubiese avisado a XIII de que su extraño amigo depresivo había estado a nada de suicidarse una noche de nada jamás se habrían puesto a buscar patrones anómalos en la ciudad.

    Fue D., el misterioso informático de XIII, quien había encontrado algunos archivos, si bien todavía no estaban seguros en lo absoluto de por qué habían sido escogidos. No parecía haber una relación entre aquellos once hombres, pero D. y XIII seguían trabajando en ello incansablemente.

    En cuanto a las supuestas reservas de Wendy, eran un simple farol. Había visto suficientes series y películas para saber que siempre debía haber un poli bueno y uno malo, y teniendo en cuenta cuál era el mensaje de XIII, estaba claro que a ella le tocaba hacer de poli malo. Lo intentaba, pero tenía sus dudas de estar haciendo una actuación convincente. Esperaba que la máscara, su nuevo distorsionador de voz y la daga ayudasen.

    —XIII quiere ayudarte, pero para ello necesita más información. Si no vas a darle nombres de la gente que te ha metido en esta situación, tendrás que darle algo más, un punto en común entre los hombres a los que asesinaste. Mi colega cree que puedes redimirte, salvarte a ti, a tu familia y a posibles objetivos futuros, pero para eso tendrás que ayudarnos. Piensa bien qué vas a decir. Si esta gente es tan peligrosa como parece, tendrás que ir con cuidado. Ah, sobre eso —se rascó la nuca por sobre la capucha, un gesto que, aunque igual no lo había pensado, tiraba por tierra su actuación hasta el momento —. Hace un par de semanas deshabilité varios micrófonos que tenías escondidos por casa. Yo que tú no dejaría que nadie hiciese reformas o arreglos si no es de confianza, no vaya a ser que la próxima vez añadan cámaras a la ecuación.

    Una vez dijo esto, recuperó su daga y se la guardó en su cinto. Dejó sobre la barra un teléfono antiguo de prepago, con sólo un número en la agenda —el de XIII—. Le hizo un gesto de despedida, llevándose dos dedos a la frente y bajándolos en un movimiento rápido, y salió del apartamento por donde había entrado, sin hacer ningún ruido y desapareciendo como una sombra.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando Ray abrió la puerta, se encontró a Pasha con una rodilla en el suelo, peinado, la barba recortada y un traje gris con rayas sobre el que el cabestrillo de su brazo destacaba bastante. Pável le miró, le sonrió y alzó la mano, tendiéndole… un teléfono móvil.

    —Apunta tu número, anda. Me parece ridículo que todavía no hayamos intercambiado teléfonos. Buenos días, por cierto —añadió con una risa.

    Se agarró a la jama de la puerta y se impulsó con su brazo sano para volver a ponerse en pie, sujetándose las costillas con un resoplido. Recuperó su teléfono, comprobó el número y le hizo a Ray una perdida, guardándose después el teléfono.

    Se echó el pelo hacia atrás y apoyó el hombro en el marco de la puerta, dedicándole una sonrisa torcida.

    —¿Te suena el caso de las hermanas De Santos? ¿No? Salió en todas las noticias. Bueno, da igual. Eran dos chiquillas que fueron asesinadas hace un par de meses. Hoy se va a procesar a su asesino. Hay una confesión, pero basta con que se eche atrás en el último momento para que todo se complique enormemente, porque tenemos sobre todo pruebas circunstanciales, una grabación borrosa y dos testigos oculares, uno de ellos no demasiado fiable —se repeinó la barba con la mano, en un gesto nervioso o quizá sólo pensativo —. Por eso, te voy a invitar a cenar, en vez de a comer. No sé cuándo saldré del juzgado y no quiero dar plantón por mala previsión. Eso sí, te llevaré al mejor sitio de Los Ángeles —aseguró, guiñándole un ojo —. No acepto un no por respuesta, por cierto. Esta tarde te envío punto de reunión y hora.

    Hizo el típico gesto de disparar una pistola con los dedos, dedicándole una última amplia sonrisa, y después se fue.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Dio un pequeño respingo al sentir una mano en el hombro, pero en cuanto giró la cabeza y vio la bonita cara de Rosie, todo su cuerpo se relajó y una sonrisa se abrió camino en su rostro. La pelirroja hizo un gesto y Pável asintió, haciéndole sitio a su lado.

    —Me he encontrado con Harv a la salida —dijo Rosie mientras dejaba el bolso en el taburete de al lado. Le hizo un gesto al camarero para que le pusiese lo mismo que a Pasha, una cerveza —. Me ha comentado que te han tenido el doble de lo normal en el estrado.

    —Sí, bueno… Morales era el abogado defensor.

    —El Pitbull… —susurró Rosie, negando con la cabeza —Ha ido a por ti porque eres el único que no está en plena forma. Pero ¡eh!, Harv dice que has aguantado sin temblar.

    —Claro que he aguantado sin temblar. He recibido entrenamiento para soportar torturas, un interrogatorio no es nada —le dio un sorbo a su cerveza y suspiro, arrugando un poco la nariz al momento. Sintió la mirada preocupada de Rosie, pero no dijo nada —. Estoy agotado, pero hemos ganado, así que eso es lo importante. Un hijo de puta menos en las calles.

    Rosie sonrió y le apretó suavemente un hombro a modo de felicitación.

    —Harv es el mejor fiscal de distrito que he conocido, pero no habría podido hacer nada si Kate y tú no fueseis los mejores detectives de homicidios de la ciudad.

    —Sí, la verdad es que somos bastante buenos —se rio Pasha en voz baja, a boca cerrada.

    —Oye… Cuando terminemos esta cerveza, te llevo a casa, ¿vale?

    —Todo lo que sea ahorrar y no tener que bajar al metro me parece estupendo.

    Compartieron una sonrisa y, al cabo de un rato, compartieron también el coche. Rosie subió con él al apartamento y, tras esquivar a Gerónimo, que estaba por algún motivo desconocido comiendo lechuga en mitad del pasillo, y fue hasta la cocina, donde revisó la nevera.

    No le sorprendió ver que los táperes estaban perfectamente organizados, con notitas que indicaban el contenido, la cantidad y el tiempo que llevaban en refrigeración. Era una de las costumbres más útiles de ese hombre, y una de las menos molestas, también.

    Cogió un táper de macarrones y lo calentó en el microondas mientras Pável se acomodaba en el sofá. Cuando fue al salón con una bandeja donde estaban los dos platos, agua, vasos y cubiertos, lo encontró dormido, así que se sentó a su lado y le acarició una mejilla con suavidad, viéndole abrir los ojos con el ceño algo fruncido en cierta confusión.

    —Realmente estás agotado, ¿hmn?

    —No, no, estoy bien —insistió él, reincorporándose con ayuda de su mano sana —. Ha sido sólo un momento, pero aguantaré bien —miró el reloj y sonrió de medio lado —. Un poco tarde para comer, ¿no?

    —No has podido comer por el juicio. Y, bueno, son las cuatro de la tarde, no es para tanto. Venga, deja que te ayude con esto.

    «Esto» venía a ser colocar el plato en una posición que pudiese facilitarle a Pável comer con una sola mano. Para bien o para mal, no era la primera vez que se rompía un hueso, ni era la primera vez que Rosie tenía que ayudarle a desenvolverse con una escayola.

    La mujer puso la televisión, dejando un programa cualquiera de fondo mientras comían, y después se encargó de recoger y lavar los platos. Cuando volvió al sofá, Pasha le agradeció con un gesto silencio y ella se sentó de nuevo junto a él, aunque un poco ladeada en su dirección, en la típica postura de quien quiere decir algo.

    —¿Te importa si la apago? —preguntó, señalando el mando de la tele.

    —Ni siquiera le estoy prestando atención.

    Rosie asintió y cerró el televisor, cruzando luego las manos en el regazo.

    —Cuando Lena me llamó para decirme que estabas en el hospital… tuve un ataque de ansiedad —confesó Rosie, haciéndole un gesto a Pasha para que no hablase —. Tuve que ir al baño del bufete y vomité la comida, me eché a llorar y luego me serené, me volví a maquillar y fui al hospital todo lo rápido posible.

    —Lo…

    —No, no, déjame acabar, por favor —le pidió con una sonrisa —. La cosa está en que he estado pensando mucho estos días. En… ti, en mí, en nosotros… Cuando rompí la relación, tenía mis motivos y no los he olvidado, pero te he visto últimamente… Cómo estás ayudando a Ray, el hecho de que sigas yendo a ver a esa psicóloga, aunque ya te haya dado su visto bueno… Siento que estás haciendo un esfuerzo por abrirte un poco más. ¿Me equivoco? Por favor, dime si mi impresión es errónea —Pável negó levemente y Rosie respiró hondo —. Entonces… Si tú te estás esforzando, yo también podría hacerlo, ¿no?

    —¿A qué te refieres?

    Lo había preguntado con cierto titubeo, pero en realidad no hacía falta ser un gran detective para entender por dónde estaban yendo los tiros, especialmente cuando Rosie se movió para sentarse en su regazo y le tomó la cara con las manos en una caricia suave.

    —Te echo de menos, Novi —fue lo que susurró antes de besarle.

    Pável cerró los ojos y apoyó su mano en la espalda de Rosie, subiendo poco a poco hasta hundir los dedos en su cabello rojo. Al separarse, suspiró contra sus labios y la miró.

    —Yo también te echo de menos —susurró de vuelta para, acto seguido, devolverle el beso.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Pasha esperaba a Ray en la puerta de un local. Llevaba el mismo traje que esa mañana —no se lo había llegado a quitar— y tenía los ojos en el móvil, jugando al Solitario de forma algo distraída. Aun así, levantó la mirada cuando le pareció verle por el rabillo del ojo y le saludó con la mano nada más hubo guardado el móvil en un bolsillo.

    —Buenas noches —sonrió, abriendo la puerta del local para invitarle a entrar.

    Lo cierto es que el sitio no era ni muy grande ni muy glamuroso. Debía tener la misma decoración desde los años 50, y quizá todo el mobiliario fuese de esa época, a juzgar por el estado de algunas sillas. Había fotos antiguas de la ciudad y de algunos famosos que habían pasado por allí y se habían tomado la molestia de firmar, y la carta principal aparecía algo desteñida, pero perfectamente legible.

    En cuanto al olor del sitio, era como el de cualquier hamburguesería: una mezcla de aromas a grasa, carne, panes y salsas que se mezclaba con el de los comensales.

    Un camarero de veintipocos años se acercó a ellos con una sonrisa algo cansada. Les dio la bienvenida, les preguntó si querían mesa y miró con cierta extrañeza al ruso cuando éste le pidió una en concreto, llamándola por el número y no por la localización. Los llevó hasta ella y les dejó un par de cartas tras tomar el pedido de bebidas —«agua para los dos, gracias» —; después, les dejó a solas.

    —Ni mires la carta, ya sé qué vamos a pedir —dijo Pável, quitándole el menú de la mano —. Hubo un tiempo en el que venía aquí con una frecuencia terrible. Creo que no cerraron gracias a mí —se rio entre dientes y dio un golpecito en la mesa —. Siempre me siento aquí. Te da una vista estupenda de todo el local, así puedo analizar a la gente. Es un ejercicio divertido. Mira, esa pareja de ahí —dijo, señalando una mesa —. Jóvenes, clase media… Pero intentan aparentar más dinero del que tienen. Se ve por la calidad de sus zapatos y de las joyas de ella. Estoy bastante seguro de que se ponen los cuernos mutuamente, pero bueno, allá ellos —le señaló con la cabeza otra mesa —. A esos dos los conozco, vinieron aquí en su primera cita. El chico está nervioso, supongo que va a pedirle matrimonio a su novia. Eso o va a cortar con ella. No, mira cómo se palpa el bolsillo. Está esperando el momento para darle el anillo. Espero que no lo haga aquí, nunca me ha gustado eso de que se pida matrimonio en un sitio público. Es prácticamente ejercer presión social para obligar a la otra parte a aceptar.

    —¿Ya saben qué van a pedir? —preguntó el camarero de antes tras un carraspeo educado.

    —Una Super Bob. ¡Ah! ¿Le puedes explicar a mi amigo qué es, por favor?

    —Claro —sonrió un poco el camarero —. Una Super Bob es una hamburguesa de gran tamaño. Está hecha con un kilo de carne de vacuno de alta calidad, un pan horneado artesanalmente en nuestro restaurante, tomates, cebolla caramelizada, rúcula, queso de cabra, mermelada de arándanos y nuestra combinación secreta de salsas. Es un plato para cuatro, ¿seguro que quieren ese pedido?

    —Sí, sin problema —esperó a que el chico se fuese y volvió a mirar a Ray con una sonrisa tranquila —. De verdad, un bocado de esa hamburguesa es mejor que el sexo. Y no te preocupes por el tamaño. He venido muchas veces con Kate y ella sólo se come un cuarto. El resto… —se palmeó la tripa con una risita.

    Mientras esperaban la Super Bob, Pasha habló un poco del juicio de esa mañana, quizá por llenar el silencio, quizá porque le venía bien compartir con alguien ajeno al caso sus impresiones sobre cómo había ido todo. Después, le preguntó por sus clases, escuchándole atentamente.

    El Gran Gatsby —murmuró, rascándose una sien —. Nunca me acabó de gustar ese libro. Es decir… Entiendo el reflejo que hace de la descomposición de las clases sociales tradicionales y de los cambios producidos en la economía y la sociedad en los años 20’s con la llegada masiva de inmigrantes tras la Primera Guerra Mundial, y cómo muestra el limitado papel de la mujer, pero… No sé. Supongo que nunca le cogí el gustillo.

    Cortó de golpe la conversación cuando sus ojos se fueron hacia la puerta. Acto seguido miró por la ventana, como intentando ocultar su rostro de un hombre que acababa de entrar. Le siguió con la mirada de forma discreta y después frunció el ceño y se mordió el labio en un gesto pensativo.

    —Ese de ahí —susurró —, el que acaba de entrar en las cocinas, es Patrick O’Hara, más conocido como el Leprechaun. Porque es bajito y tiene la cartera llena de oro. Es un mafioso irlandés muy escurridizo; la fiscalía lleva años acumulando testigos y pruebas, pero no pueden procesarlo porque es imposible encontrarle —se echó hacia atrás con un gemidito —. Y va y tiene que aparecer en mi puñetero restaurante favorito. Encima, si ha ido a las cocinas, será porque tiene aquí una base de operaciones… ¿Por qué? ¿Por qué en mi restaurante? ¿Por qué no en el de Kate, que tiene los peores aritos de cebolla del mundo?

    Pasha apoyó el codo de la mano sana en la mesa, después enterró la cara en esa mano. Respiró hondo, pensativo, y luego recuperó la postura.

    —A ver. Ahora estoy de baja, no puedo hacer una detención. Tendría que llamar a Kate, que avisaría a la centralita, y —hizo unos cálculos mentales —eso nos daría diez minutos hasta que llegase el coche patrulla. Si llamo, no sólo no podremos cenar, sino que cerrarán el local, pero si no lo hago y se escapa…

    Se mordió el puño, ahogando un grito de rabia y frustración. Debía realmente gustarle la comida de ese sitio, se le escapó incluso una lágrima cuando sacó el teléfono.

    —¿Por qué mi restaurante favorito? —volvió a quejarse en voz baja —Eh, Kate. Hola, sí, estamos en el Super Bob… Tengo al Leprechaun a tiro. Uh. Vale, está bien —colgó y miró a Ray con manifiesto fastidio —. Efectivamente, unos diez minutos. Si veo que se va, tendré que distraerle.

    Respiró hondo al ver a un camarero salir con un pedido, pero no era el suyo. No, conocía los tiempos de ese restaurante y no iban a poder probar la hamburguesa.

    Miró el reloj varias veces en los siguientes cincos minutos, claramente empezando a impacientarse. Sin embargo, cuando vio a Patrick O’Hara salir de las cocinas, se dio cuenta de que tenía que hacer algo para retenerle o la policía no llegaría a tiempo. La idea de iniciar una persecución de un tipo como ese, al que no le importaría atropellar civiles o algo peor, no era una opción.

    —Rápido, Pável, piensa… Piensa, ¿qué puede hacer que un hombre como él se quede cinco minutos más? —se murmuró, inclinado sobre la mesa, de forma que Ray podría haberle oído.

    Miró a su alrededor, buscando algo, y entonces sus ojos se detuvieron en la pareja joven. Miró a Ray, miró a O’Hara, y se puso en pie para caer sobre una rodilla frente al asiento de Ray. Se escuchó un gritito emocionado de una chica y al momento todos los ojos del restaurante, incluidos los del Leprechaun, estaban sobre ellos.

    —¡Ray Morrison! —inició Pasha, sacando de un bolsillo interno una cajita —El tiempo que he pasado contigo ha sido el mejor de mi vida —peleó un poco con la caja, intentando abrirla. Claramente no podía con una mano, pero rápidamente la chiquilla que había gritado antes se acercó para ayudarle, soltando otro gritito emocionado al ver el anillo de pedida que había dentro, un aro sencillo con un diamante pequeño, pero bonito, engarzado —. No puedo prometerte una vida de lujos y comodidades, pero sí que daré cada centavo de mi sueldo para intentar que tu vida tenga la mayor calidad posible. No puedo prometerte una vida sin sobresaltos, pero sí que haré todo lo que esté en mi mano para que seas al menos la mitad de feliz que soy yo cuando te veo, porque si consigo eso, entonces ninguna pena será demasiado grande. Permíteme compartir nuestras vidas exactamente igual que una Super Bob de este, nuestro restaurante favorito. Ray, por favor… Cásate conmigo.

    Hubo vítores y aplausos, sobre todo cuando Pasha consiguió que Ray asintiese. El ruso se levantó, entonces, y tiró un poco de la mano de Ray —había conseguido ponerle el anillo en el meñique— para hacerle ponerse en pie. Le tomó la barbilla y le besó, entonces, haciendo que los aplausos aumentasen su intensidad.

    Una vez inició el beso, le resultó más difícil de lo esperado cortarlo. Por suerte, entraba en su plan alargarlo un poco, así que se centró en eso, rodeando la cintura de Ray con su brazo y pegándole a él mientras su lengua entraba en la boca ajena.

    Al separarse, le sonrió y le acarició una mejilla, y se giró hacia la gente, levantando la mano de Ray. Vio al pobre chico al que le había robado la idea quedarse de morros, después se fijó en O’Hara, que se había quedado ahí y ahora le mandaba a un camarero que trajese un par de copas de champán para la feliz pareja.

    Apenas estaba saliendo el camarero con las copas cuando la policía llegó, y Pasha llegó a olvidar sus sentimientos encontrados mientras veía a Patrick O’Hara ser esposado y conducido a un coche patrulla.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —No me puedo creer que le hayas pedido matrimonio para detener a un mafioso —se rio Kate mientras veía a Pável guardar el anillo de nuevo en la caja —. Y ¿se puede saber por qué llevas contigo ese anillo?

    —Eh, mi sueldo sólo da para dos trajes —se defendió Pável con un resoplido —. Guardé el anillo en este y como apenas me lo pongo, no me acuerdo de él hasta que golpeo la caja o lo que sea.

    —Pobre Ray —volvió a reírse Kate, dándole palmaditas en la espalda al profesor —. Encima ha tenido que soportar que le besases.

    —¡No beso tan mal!

    Kate hizo un gesto bastante vago con la mano y después sacudió la cabeza y les pidió un momento para ir a hablar con algún agente de por ahí.

    —Perdona por el espectáculo —le dijo Pasha a Ray, aprovechando ese pequeño momento a solas —. Necesitaba detenerlo unos minutos más y esto fue lo único que se me ocurrió. Espero que eso no impida que sigamos siendo amigos. Es decir… Sólo ha sido un beso.

    Kate volvió con ellos, llevándose las manos a la cintura.

    —Tengo buenas noticias. Al parecer, O’Hara forzó al dueño a cederle la trastienda, por lo que el restaurante sólo cerrará de forma temporal.

    —¡Eso es genial!

    —Espera, Novi, porque aún tengo otra noticia aún mejor: la científica dice que tardará al menos una hora más por ahí, pero he conseguido que os den permiso para quedaros en esta zona.

    —¿Eso significa…?

    Kate se giró hacia la cocina y de allí salió uno de los oficiales de uniforme llevando una Super Bob hacia ellos.

    —¡Kate! ¡No me lo puedo creer, eres la mejor compañera del mundo! —exclamó Pasha, abrazándola con un brazo entre las risas de la mujer.

    —Sí, lo sé, pero no sé si decir lo mismo de ti… ¡Pides matrimonio y yo me tengo que enterar a toro pasado!

    —¡Kate!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Fani ladeó un poco la cabeza, mirando a su paciente con atención.

    —Novi —le llamó con voz suave —. Hay algo que te ronda por la cabeza, ¿quieres contármelo?

    Pável respiró hondo y se pasó una mano por la cara, asintiendo un par de veces. Modificó su postura en el sillón, sujetándose las aún adoloridas costillas en el proceso, y apoyó el codo en el reposabrazos, dejando la barbilla sobre esa mano.

    —Ayer, Rosie me besó. Dijo que me echaba de menos y que quería que volviésemos a intentarlo.

    —No pareces del todo complacido con esto —insinuó Fani con cuidado.

    —Sí, es que… —el hombre frunció el ceño, con los ojos fijos en el pavimento del suelo —Fue todo extraño.

    —¿En qué sentido te pareció extraño?

    —No lo sé. Igual llevo tanto tiempo fuera de las calles que busco pistas donde no las hay, pero me pareció que intentaba… Ella quería que nos acostásemos y creo que me presionó más de lo normal hasta que vio que no iba a ceder.

    —Dices que rechazaste a una mujer por la que aún tienes sentimientos. ¿Ese es tu conflicto?

    —No —negó con la cabeza y miró a la psicóloga a los ojos, todavía con esa expresión seria y pensativa que indicaba que le estaba dando vueltas a algo —. Es decir, sí es cierto que sigo enamorado de ella, al menos una parte de mí lo está… He intentado superarla y ahora que creía estar lográndolo… Me besa y me suelta esto. No lo entiendo.

    —¿Qué es exactamente lo que no entiendes, Novi?

    —No entiendo nada. Me dijo que yo estoy intentando cambiar y que ella también podría intentarlo. Pero no sé si… volver con un ex es buena idea. Ni siquiera con una mujer a la que iba a pedir matrimonio. Es decir… Una parte de mí muere por volver con ella. Pero hay otra que me dice que no está bien. Quizá… Me da miedo que los problemas resurjan con más fuerza y desemboquen en una ruptura peor que la primera o… No lo sé.

    Fani vio cómo ese militar bajaba los hombros en un signo de derrota. Descruzó las piernas y se alisó la falda, inclinándose después hacia delante ligeramente.

    —Sabes que yo no puedo darte una respuesta. Es algo que tienes que averiguar tú solo.

    —Quizá podría darle unas vueltas más y lo podríamos volver a discutir en la siguiente sesión —sugirió, pero al ver cómo la expresión de Fani cambiaba, frunció un poco el ceño —. ¿O no? Ahora parece que eres tú la que tiene algo rondándole por la cabeza.

    —Sí, en realidad… —miró su reloj y suspiró —Bueno, se ha acabado la sesión, así que es el momento ideal para decirlo —cogió un papel de su mesa, lo comprobó y se lo extendió —. Toma.

    —No entiendo… ¿Referencias? —preguntó Novikov al ver el listado de nombres —¿Son psicólogos?

    —Y muy buenos —dijo Fani —. Te he marcado algunos especializados en terapia con antiguos soldados y policías y he ordenado la lista por la compatibilidad que creo que tendrían contigo.

    —Pero… ¿Por qué? ¿No puedo seguir teniendo sesiones contigo?

    —No. No sería profesional por mi parte tratar a un paciente —hizo una pausa en la que suspiró y se recolocó un mechón tras la oreja —por el que estoy desarrollando sentimientos afectivos.

    Pável se quedó callado unos segundos, abriendo y cerrando la boca por la pura impresión. Volvió a mirar la lista, frunciendo de nuevo el ceño, y miró otra vez a la mujer.

    —Entonces, ¿ya está? ¿Esta es nuestra última sesión?

    —Como médico-paciente, sí. Si quisieras que quedásemos como amigos, yo no tendría ningún problema —le dijo en voz baja con una pequeña sonrisa llena de timidez.

    Pasha respiró hondo, asintió y se guardó el papel en un bolsillo. Cuando salió de la consulta, Fani cerró los ojos y se masajeó los párpados, convencida de que esa lista terminaría en la primera basura que Pável se encontrase.


    SPOILER (click to view)
    Te debía imágenes y te las doy ahora. Tenemos aquí a Wendy y a Fani.

    Sobre Fani, por cierto, no estaba muy segura de que pudiese enamorarse de Pável hasta que he empezado a escribir la escena. Se ha desarrollado ese diálogo solo xdd pero ahora me han venido ideas nuevas que me voy a guardar para el futuro cercano xdd

    Y pues lo de la pedida de mano también me ha golpeado de pronto como un camión, que te aproveche xdd
     
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    El consejo que le dio Pasha era fácil de seguir: hablar con alguien de confianza. Tuvo muy claro a quien recurrir, pero no había pasado ni cinco minutos en esta casa y ya se arrepentía de haber venido.

    Naomi sujetaba el móvil y Allison, sentada a su lado en el sofá, miraba muy concentrada el vídeo.
    —Ah, mira, mira, ¡si estás sonriendo! —exclamó señalando al Ray de la pantalla—. ¡Pero qué beso os habéis dado! ¡Con lengua!

    —Una alumna lo grabó y corre como la pólvora por toda la facultad —comentó Naomi entre risas—. No hay nadie que no lo haya visto, ¡hasta le han regalado flores como felicitación por el enlace!

    —¿Podemos hablar de cosas más importantes, por favor?

    —¿Más importantes que tu boda con este hombre? Por cierto, ¿quién es? ¿Le conocemos? ¿Tú, Nao? ¿Le conoces?

    —No me suena de nada, ¿lo encontraste en Grindr? ¿De dónde salió?

    —Por última vez, que era todo una farsa para detener a un mafioso. Necesitaba una distracción.

    —«Necesitaba una distracción» —repitió Allison con una voz muy infantil, satisfecha al ver a Ray suspirar—. De acuerdo, ¿qué pasa? ¿Qué es tan grave que te hace venir un sábado por la mañana?

    Fue curioso que las dos a la vez ladearan la cabeza, ninguna acostumbraba a ver a Ray trastabillar, si de algo podía presumir era de sus habilidades comunicativas. Hablaba claro y con el tono de voz adecuado para hacerse oír (cosa que agradecían especialmente sus alumnos), nunca había tenido problemas para expresarse. Naomi incluso le hizo una foto para inmortalizar tan extraño momento, pero apartó poco a poco el teléfono viendo la seriedad del asunto.

    Su habilidad no era ningún secreto para ellas, la sorpresa fue su sonrisa, ¿cuánto tiempo hacía desde la última vez que le veían esa gota de emoción en el rostro hablando de otra persona?

    —Pues yo creo —Allison tomó la palabra mientras que Naomi preparaba más café, prefería el vino con las comidas pero le parecía una crueldad mostrar alcohol frente a Ray— que no pierdes nada por pedirle una cita.

    —¿Una cita? ¿Cómo una cita?

    —Una cita: c-i-t-a. Sabes de lo que hablo.

    —Um, sería la manera más rápida de aclararme.

    —No te culpo por confundirte después de ese beso —Naomi se sentó entre risas—. Si Al me besara así en cualquier restaurante volvería a casarme con ella.

    —¡Eso está hecho! —y ni corta ni perezosa se lanzó a sus labios, pero el beso que compartieron estuvo cargado de cariño, no de pasión.

    —Por mí no os cortéis, ¿eh?

    —Ah, me encanta verte de nuevo con sentido del humor —le sonrió Naomi—. ¿Y es todo por ese chico? ¿En tan poco tiempo ha conseguido que dejes la apatía olvidada?

    —Yo siempre he dicho que la policía de Los Ángeles es muy eficiente.

    —No exageréis, es sólo una amistad... no, ni siquiera creo que lleguemos a eso. Somos algo así como conocidos, quizá.

    —Bueno, eso ya lo veremos después de la cita que vais a tener, ¿por qué no le llamas ya?

    —¿Qué? ¿Ahora? Es muy tarde, y no... no puedo llamar sin más. Tendría que prepararme un poco.

    —¡Estás nervioso! —Allison le señaló.

    —Cualquiera lo estaría, ¿no crees? ¿Y si después de pasar una tarde con él descubro que sí me gusta? Da un poco de miedo.

    —No, miedo dan los dementores —Naomi asintió, totalmente de acuerdo con esa afirmación—. ¿Siempre te ha importado tan poco que te gusten los hombres, o es la crisis de los cuarenta, que se te ha adelantado?

    —Sentirme de repente atraído por un hombre no es ni el más pequeño de mis problemas ahora mismo.

    —¡Ajá! ¡Entonces sí admites que ese poli te gusta!

    —No lo sé —suspiró—. Quizá sólo quiera un amigo, no lo sé.

    —Eso suena tan deprimente —Naomi negó con la cabeza cogiendo su taza, dedicándole a Ray una mirada lastimera.

    —Los cuarenta son una edad terrible para un hombre. Ah, pero tú los llevas con cierta dignidad, ¡si hubieras visto a mi padre a tu edad! Si soy lesbiana es culpa suya, no tengo dudas.

    —Corrígeme si me equivoco, pero creo que Nicole Kidman también tuvo algo que ver.

    —¿Qué le vamos a hacer si siempre he tenido buen gusto con las mujeres? —Allison rio con el pellizco que se llevó en el brazo—. Ray, ¿has pensado dónde llevar a tu enamorado?

    —No corras tanto.

    —¡Perdona por emocionarme! ¡Pero ya te acordarás de mí cuando suenen campanas de boda! ¡Si ya estáis prometidos!

    —Bromas a un lado, Ray —la sonrisa relajada de Naomi tenía el extraño poder de calmar a cualquiera que la mirara—. Incluso si descubres que sólo quieres mantener una amistad con el policía y nada más: hazlo. Este cambio en tu rutina...-

    —Cambio impuesto a la fuerza —anotó Allison, divertida.

    —Creo que puede venirte muy bien —siguió la frase como si no la hubiera interrumpido—. Sólo mírate, sonriendo y bromeando de nuevo. Me trae recuerdos muy agradables —nadie pudo evitar que la imagen de Katherine Thomas pasara por la mente de los tres—. Cuéntanos desde que tengas fecha y hora de tu cita.

    —¡Y si necesitas ayuda no tienes más que pedirla!



    Ray mantuvo ese buen humor incluso al día siguiente. Era emocionante sentir las cosquillas en el estómago ante una situación nueva; las echaba de menos. Nunca había sido de los que se sentaba a esperar la oportunidad, sino que iba directamente a por ella. Y con esta actitud agarró el teléfono para buscar y llamar a cierto contacto (si no lo hizo la noche anterior fue porque llegó a su casa muy tarde, no eran horas de llamar a nadie), pero entonces llamaron a la puerta. Reconoció de inmediato la voz de Tanya.

    —¡Venimos a ver la serpiente!

    —También traigo comida —habló Lena dando golpecitos a la bolsa que cargaba—, y noticias frescas.

    —Qué casualidad, yo también tenía que decirte algo —negó con la cabeza—. No, no, tú primero.

    —De acuerdo-¡Tanya, no saltes en el sillón! Lo siento, Ray —se disculpó con una pequeña sonrisa—. Ahora, atento, ¿sabes dónde ha estado metido mi hermano estos días? —hizo una pausa sólo para dar dramatismo a la noticia—. ¡En las faldas de Rosie! Ah, ¿la recuerdas? La abogada pelirroja, la vimos también en el hospital, ¿te acuerdas? Nunca me gustó que rompieran, ¡hacían tan buena pareja! —mientras hablaba iba preparando la comida, con Ray alcanzándole los platos y cubiertos para cada aperitivo—. Pues resulta que han vuelto, bueno, más o menos, no sé, todavía no es oficial, pero a Pasha se le nota muchísimo cuando está viendo a alguien, se distrae más que de costumbre, ¡y no veas lo distraído que ha estado esta semana! Ah, a lo mejor retoman sus planes —bajó la voz y miró a los lados para asegurarse que Tanya no los escuchaba—. Que no salga de aquí, ¿vale? Pero Pasha quiso, en su día, casarse con Rosie, incluso compró el anillo, pero entonces cortaron y el plan hizo aguas, ¡pero imagina que acaban casados...! —se le escapó el gritito—. Ah, será mejor que vaya buscando un buen vestido, porque pienso ser la madrina de esa boda. Perdona, que me he puesto a hablar como una cotorra, dime, ¿cuáles son tus noticias? ¿Son buenas? ¿O no...? Ray, ¿estás bien?

    —No, no era nada importante. Será mejor que vaya a buscar a Parsel, Tanya querrá jugar con ella.

    —Sí claro, pero... —tuvo la sensación de haber metido la pata pero, ¿con qué?

    Parsel movió un poco la cabeza cuando vio interrumpida su siesta, se había enroscado en su sitio favorito (la cama). Reconoció a Ray, y de ser un perrito movería la cola de alegría, pero Parsel era una serpiente y no se inmutó. Sacó varias veces la lengua para entender que detrás de Ray venía más gente.

    —Tanya, no te acerques mucho, ¿vale? —pidió Lena quedándose en la puerta, no pensaba acercarse más a una serpiente.

    Ray se sentó a un lado de la cama e hizo que Tanya se le sentara cerca, mirando impaciente cómo Parsel comenzaba a moverse. Se deslizó bajo cojines y mantas y dejó la cabeza sobre el regazo de Ray, se mostró satisfecha con las caricias y trepó por su torso para bajar por su espalda, mirando desde aquí a Tanya.

    —¿Puedo acariciarla?

    —¡Por supuesto que no! —gritó Lena desde su sitio.

    Tanya hizo un puchero, pero lo borró de golpe cuando Ray, cogiendo a Parsel, la dejó por sobre sus hombros. Sus casi dos metros y medio y veinte kilos de escamas no asustaron a la niña, y hasta aplaudió sintiéndola deslizarse hasta volver a la cama, siendo ella un improvisado puente.

    —Esta noche te vas a bañar hasta detrás de las orejas —amenazó Lena volviendo a la cocina.

    Repitió esas amenazas de baño mientras comían, después llegó el turno de bromear sobre alguna película y, tras algo más de una hora, la despedida. Lena tenía que irse a trabajar y dejar a Tanya con Pasha, a quien pensaba contarle mil maravillas de Parsel.

    Ray dedicó el día a los asuntos de la uni, por suerte era domingo y no tenía que ir a ningún lado, así que se tomó su tiempo con cada e-mail, cada corrección y lectura. Terminaba de ajustar las tutorías de mañana cuando sonó su teléfono, viendo que el mensaje era de Pasha no pudo evitar tensarse. Se puso en pie, contó hasta diez, respiró hondo y volvió a sentarse para leer el mensaje. Resultó ser una foto de Tanya disfrazada de serpiente (o sea, envuelta en toallas de cabeza a los pies y sacando la lengua), y otra de Pasha con el mismo disfraz, pero ésta más desenfocada porque Tanya no podía considerarse la mejor de las fotógrafas. Fuera como fuera, se le escaparon las carcajadas y tardó un rato en dejar de reír.



    Le había estado dando vueltas al asunto toda la noche, también mientras desayunaba y hasta al entrar en clase. Pasha iba a casarse, o quizá no, pero sí tenía novia y se abría la posibilidad de tener un futuro estable con ella. Desde luego no iba a tener tiempo de soportar los lamentos de un cuarentón confundido... no, todavía no tenía los cuarenta, se podía denominar treintañero.

    Se desplomó en la mesa del despacho, ¿ahora iba a pensar en la edad? ¿A estas alturas? Tenía cosas más preocupantes en las que pensar, como en ese cosquilleo en el estómago cuando Pasha le llamó esta misma mañana. Una llamada de vital importancia para el policía, estaba de lo más animado porque su restaurante favorito abrió antes de lo esperado. Le había invitado para probar, en mejores condiciones, la famosa Super Bob, pero Ray estuvo bastante rápido en negarse, alegando que tenía mucho trabajo pendiente (que tampoco era del todo mentira dada su tendencia al caos y el desorden). Lo que sí era verdad era que no sabía muy bien cómo debía comportarse con él, ¿no era muy triste sentirse tan derrotado por un castillo en el aire? Pasha no era nada, ni siquiera una amistad, ¿cómo podía dolerle (que no molestarle, le dolía) su futura boda con Rosie? El asunto era preocupante, porque hasta pensó que a él se lo había pedido antes, ¿qué demonios le pasaba?

    El lunes lo pasó confundido, el martes turbado, el miércoles despistado y llegó al jueves abochornado. Comenzaba a creer que Pasha no se había creído ninguna de las excusas que ponía para no verle, ni a él ni a Lena. Ella era muy perspicaz y él, bueno, él era detective. A Ray nunca se le había dado bien mentir y estaba seguro que de sólo mirarle, quizás estudiando su postura, su mirada o algún gesto, descubriría el lío que tenía en la cabeza, del que era protagonista. No podía exponerse, al contrario, evitaría la fuente del problema hasta dar con la manera de resolverlo, era sólo cuestión de tiempo.

    El asunto es que, mientras ese tiempo llegaba, llegó también una visita inesperada a su despacho. Sirope le saludó con una sonrisita mientras se acomodaba las gafas, dejó su bolso sobre una de las sillas acolchadas y de allí sacó Justin la cabecilla, respirando con dificultad pero luciendo todo un conjunto nuevo, idéntico al de su dueño.

    —Tanto tiempo sin verte, cielo —se dedicó a mirar la poca decoración en el despacho: estanterías repletas de libros y papeles mal doblados, dos ramos de flores con sus respectivas tarjetas de felicitación, un portátil coronando una torre de carpetas y más libros. Se sintió decepcionado con tanto desorden—. No me mires así, Justin y yo sólo estábamos paseando.

    —Pues no entiendo qué se te ha podido perder aquí.

    —Tú, por supuesto —sonrió apoyándose en el respaldo de la silla, cruzando los brazos—. Lo pregunto por mero protocolo, ¿pero no te interesaría trabajar con nosotros? —suspiró, se esperaba su negativa—. ¿No hay manera de hacerte cambiar de idea? —se enderezó con un nuevo suspiro, quitándose las gafas—. Bien, que conste que te lo he ofrecido por las buenas. Me has obligado a hacerlo, cielo.

    Pero Ray no le vio hacer nada, si acaso un destello en sus ojos que se lo achacó al juego que se traía con las gafas, se las ponía y se las quitaba continuamente. Sirope se despidió y se fue tan tranquilo cargando con su perro en un brazo, daban una imagen de lo más curiosa llevando la misma ropa.

    Y esto mismo le comentaron los alumnos cuando entraron en su despacho. Era el próximo grupo encargado de defender un libro o autor a partir del lunes siguiente, ya tenían su trabajo hecho y vinieron a pedir consejos o posibles correcciones, además de entregar su hoja de ruta para las clases. Eran cinco en el grupo, pero para muchos era su primera vez tomando el rol de profesor en una clase y eso se notaba en sus nervios; quizás en el instituto, pensaba Ray, aquello acabaría en una guerra entre los populares y el resto del aula, pero aquí importaba más bien poco el número de fiestas al que fuera el alumno, importaba si conseguía transmitir las ideas a sus compañeros, los conociera o no.

    No podía admitirlo, pero prefería este grupo al anterior, siempre le había gustado el humor de Mark Twain (aunque para Ray no debías ser un autor de renombre para quedar sobre Fitzgerald y su trilladísimo gran Gatsby).

    —Lo lleváis muy bien, me interesa lo que habéis elegido —les dijo después de revisar los contenidos y actividades que habían preparado—. Pero recordad que tendréis tres clases: lunes, miércoles y viernes, ni una más.

    —¿Eso quiere decir...? ¿Que son muchas cosas? —se aventuró a decir uno de ellos, el más valiente, sin duda, se había sentado en la silla de Ray cuando se la ofreció—. ¿Quitamos alguna? ¿Reducimos los tiempos?

    Ray se alzó de hombros, divertido con las quejas y murmullos entre unos y otros. Le dio otro vistazo a los contenidos y quizá se apiadó de ellos, quizá le gustó ver al grupo tan ansioso por hacer un buen trabajo.

    —¿Qué os parece más interesante —comenzó a hablar dejando el folio en la mesa, girándolo para que el grupo pudiera leer el índice de contenidos—: los años que, creéis, duró su depresión, o cómo afectó la misma a sus últimas obras?

    —¡Entendido! —gritaron casi a la vez, corrigiendo el mismo papel que le habían dado—. ¿Quieres que te imprimamos otro en limpio? Ha quedado lleno de tachones.

    —Me importa el contenido, no la forma. No olvidéis poner vuestros nombres o le pondré la nota a otro.

    El ambiente era agradable gracias a las risas y las bromas, pero Ray se apartó aterrado en el siguiente parpadeo, quedando con la espalda en la pared. No conseguía entender cómo su mano acabó revolviendo el pelo de uno de los chicos, ¿qué hubiera pasado si no llevara los guantes?



    Llegó a su casa totalmente aterrorizado. Había vuelto en autobús, como casi cualquier otro día, pero en algún momento se quitó el guante de la mano derecha, ¡y había estado tan cerca de rozar la pierna de la mujer que se le sentó al lado! Pasaba algo, ¿el qué? Otro parpadeo y se encontró lanzando los guantes por el balcón, gritó al ver sus manos desnudas y corrió a por otro par de guantes. No sirvió de mucho cuando los encontró en el suelo en poco rato, ¿alguien controlaba sus acciones?

    Un tercer intento de ponerse unos guantes confirmó sus sospechas, ahora estaba frente al espejo del baño y había visto desaparecer un destello en sus ojos. Quizá cambiaban de color cuando perdía el control de su cuerpo.

    No se dejó llevar por el pánico ni siquiera cuando encontró varias notas por su salón, escritas con su propia letra: «hola cielo» y una mezcla de corazones y estrellitas de colores. Bien, esto sólo podía ser cosa de Sirope. Si su habilidad le permitía controlar a otras personas empezaba a entender por qué los demás en la CIA le trataban con la mezcla de miedo y respeto que, desde luego, no transmitía su nombre.

    ¿Qué hacer? ¿Qué podía hacer si con cada minuto que pasaba se arriesgaba a matar a alguien y no saberlo? Se obligó a respirar y calmarse, aunque resultara imposible necesitaba la cabeza fría. Funcionó.

    Corrió al dormitorio y registró cada cajón hasta encontrar un teléfono que no parecía querer encajar con los de este siglo. Marcó y hasta se descubrió rezándole a algún díos para que XIII contestara.
    —¡Controlan mis manos! ¡No puedo mover-...!



    Abrió los ojos para distinguir su salón, lo pudo identificar por el color del suelo y Parsel paseando por allí, porque no había un solo mueble sano, ¿había pasado un huracán? ¿Una pelea? ¿Alguien se había entretenido rompiendo las ventanas? No pudo moverse, y eso se explicaba al estar inmovilizado en la única silla que seguía en pie, sus tobillos atados a sus patas y sus muñecas a la espalda.

    —¡Ha vuelto! —se giró hacia aquella voz distorsionada, encontrando a la muchacha que decía ser amiga o compañera de XIII. Se acercó a él e, invadiendo el espacio personal, apoyó los dedos en sus mejillas y miró sus ojos como si fuera una oculista demasiado curiosa—. Sí, es él; el tal Ray amigo tuyo.

    XIII salió del dormitorio (¿qué demonios hacía allí?) y se cruzó de brazos cuando quedó más cerca de la escena.

    —¿Qué hacemos? —le preguntó la chica señalando a Ray—. No sabemos si el otro puede volver.

    Supuso Ray que «el otro» sería Sirope usando su cuerpo, y si preguntaban por él es que el problema no se había resuelto.



    SPOILER (click to view)
    La habilidad de Sirope EXISTE en el mundo animal y son los leucocloridios ~
    -> imagino que, igual que puede controlar los movimientos de Ray, también controlará el habla. No sé si tenías algo pensado XIII/CIA, así que dejo en el aire que le haya podido decir el propio Sirope a Pasha.

    PD. Sí, Ray tiene sus mariposillas con Pasha, otra cosa es que las gestione bien XD
     
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    «Es sólo cuestión de tiempo que averigüemos quién se esconde tras la máscara, cielo.»

    Había sido la voz de Ray quien había pronunciado esas palabras, pero con un tono casi afeminado y con una nota cruel que contrastaba mucho con el Ray real. Porque eso no era Ray. Era su cuerpo, era su cara, su voz… Pero ¿sus ojos? No eran el castaño oscuro de siempre, sino que parecían cambiar de manera rítmica a colores psicodélicos que le daban un aspecto horrible e irreal.

    Ahora bien, el hecho de que aquel no fuese Ray no implicaba que no fuese su cuerpo. Ray les había llamado diciendo que no tenía el control, así que eso tiraba por tierra la idea de que fuese alguna nueva suerte de Camaleón o doppelgänger. No, lo que más sentido tenía era el control mental, por loco que sonase.

    Fue todo un reto reducir al Otro. No quería hacer daño al cuerpo de Ray, pero tampoco podía permitir que Wendy o él mismo terminasen muertos o, peor aún, descubiertos por aquel marionetista misterioso.

    Que la casa hubiese quedado arrasada parecía ser el menor de los males, teniendo en cuenta que había conseguido inmovilizarle sin que nadie resultase herido. O no mucho, al menos.

    No hacía ni dos días que le habían quitado la escayola y aún tenía el brazo y las costillas algo delicadas —le habían dicho que no hiciese grandes esfuerzos, pero bueno, todos saben que lo que dicen los médicos son recomendaciones—; además, el Otro se las había apañado para darle un golpe en los riñones, lo cual le sirvió de recordatorio de que debía proteger de alguna forma esa zona.

    Wendy tampoco había salido totalmente indemne, pero al parecer su habilidad para endurecer su piel le había sacado del paso, aunque había provocado al menos un dedo roto en el cuerpo de Ray, quien además tenía algunos moratones producidos, principalmente, por la defensa de XIII.

    Igualmente, lo importante ahora era que el Otro estaba atado y estaba dando paso a Ray. O al menos eso sugería que sus ojos volviesen a ser marrones.

    —Morrison —le llamó con una voz firme, pero serena —. Voy a hacerte algo extremadamente desagradable. ¿Podrás aguantarlo?

    Vio el miedo en sus ojos, pero al ver su gesto afirmativo, asintió un poco y suspiró, poniéndose detrás de él para coger la silla. Empezó a arrastrarlo hacia el baño, pero Wendy le puso una mano en la muñeca, deteniéndole.

    —¿Qué vas a hacer?

    —Apártate, niña.

    Aunque la máscara no dejaba verlo, la boca de Wendy se había abierto un poco. El tono de XIII, quizá en parte gracias a la distorsión, había sonado tan frío, tan autoritario, tan seco, que la chica no había podido hacer más que obedecer, agachando la mirada y apartándose medio paso.

    XIII no dijo nada más, sólo arrastró la silla de Ray hasta el baño, donde se había dedicado a llenar la bañera de agua y hielos. Se quitó un guante y metió la mano en el agua, removiéndola un poco para después secarla en una toalla. Se quitó el otro guante y dejó ambas prendas sobre el lavabo.

    —Ahora viene la parte difícil. ¡Niña! —vio a Wendy asomar por el baño y soltó un gruñidito complacido —Ayúdame, tenemos que desatarlo y meterlo en el agua.

    —Pero… ¿De qué demonios va a servir eso?

    —¿Vas a cuestionar absolutamente todo lo que haga o diga? Porque si es así, nuestra relación puede darse por acabada ya mismo.

    —¡No, no! Yo… —apretó los puños y respiró hondo, pero acabó por asentir —Te ayudo.

    XIII repitió el gruñido y desató a Ray. Muy atento a que sus ojos no volviesen a cambiar de color, pero a la vez cuidando que la cuerda con la que había ahora atado sus muñecas estuviese bien asegurada, le hicieron entrar en la bañera vestido y todo.

    —Sujétalo bien —le dijo a la chica, quien hizo un gesto con la cabeza para luego mantener las piernas de Ray dentro del agua —. Sé que el agua está muy fría y, créeme, va a ir a peor —le advirtió a Ray en voz baja —. Toma aire.

    Esperó a que obedeciese y entonces, sin dilación, hundió a Ray en el agua. Fue interesante ver cómo prácticamente al instante no sólo empezó a revolverse con más fuerza de la que debería tener el cuerpo de un profesor alcohólico deprimido que no habría hecho ejercicio en años, sino que, al abrir los ojos bajo el agua, estos volvían a cambiar de color.

    —¡Es muy fuerte!

    —Está luchando con todas sus fuerzas. No desistas —ordenó XIII.

    Esperó unos segundos y entonces, manteniendo el pecho de Ray contra el fondo de la bañera con una mano, le agarró del pelo para sacarle la cabeza, permitiéndole así respirar.

    —Cielo, te prometo que mataré todo lo que amas y después te mataré a ti —escupió el Otro con una sonrisa sádica y cruel.

    —Ya lo veremos, cielo —murmuró XIII antes de volver a hundir la cabeza de Ray.

    Tuvo que sacarle y volver a hundirle un par de veces, y no fue fácil ni entre dos mantenerlo sumergido, pero el proceso daba resultado: al cabo de unos minutos de inmersión helada, empezaron a salir de la boca de Ray una especie de gusanos negros que se disolvían en el agua, dejando manchas putrefactas que hicieron que Wendy estuviese a punto de retirar las manos por puro asco.

    Las amenazas del Otro continuaron a cada pausa que XIII le daba para respirar, pero sus movimientos tenían cada vez menos fuerza, y llegó un momento en el que un gusano más largo salió y se disolvió también. Los ojos de Ray volvieron a la normalidad y fue entonces cuando XIII lo sacó del agua, dejándolo sentado de nuevo en la silla.

    —Tenemos que evitar que le dé una hipotermia —dijo mientras abría y cerraba los puños. Tenía las manos blancas y las uñas azules por el frío, a juego con las de Wendy y la cara de Ray, pálida y de labios amoratados.

    —Voy a por toallas —dijo Wendy rápidamente, quizá porque era la excusa ideal para darse unos segundos de soledad que le permitiesen digerir lo que acababa de ocurrir.

    Mientras tanto, XIII desató a Ray y empezó a quitarle la ropa, que iba dejando directamente en la bañera. Ray tampoco podía revolverse mucho, así que el trabajo fue fácil, incluso pese a lo degradante que era la sola idea. No dejó a Ray desnudo mucho rato, pronto lo envolvió en la toalla que colgaba de una percha y empezó a frotarle los brazos y las piernas para secarle y, a la vez, ayudarle a generar calor.

    Al ver que estaba más o menos seco, lo cogió en brazos, apoyándolo contra su pecho e inclinando la espalda hacia atrás para poder soportar bien su peso. Casi tropezó con la silla, que acabó volcada en medio del baño, pero lo llevó así al salón, donde lo dejó en el suelo un momento mientras recolocaba el sofá y lo adecentaba para que sirviese como asiento.

    Wendy, que había encontrado mantas nórdicas, fue a su encuentro justo para ver cómo XIII se quitaba la parte superior del traje. Por suerte, su máscara impidió que se viese lo roja que se había puesto o cómo sus ojos iban de un músculo a otro y de una cicatriz a otra.

    XIII, ajeno a esto —o ignorándolo a propósito, el resultado era el mismo—, dejó su ropa en el suelo, cerca de donde había estado la mesita de cristal, y se sentó en el sofá. Lo cogió de nuevo en brazos y se lo sentó en su regazo, abriendo la toalla y abrazándolo de nuevo contra su cuerpo, de tal forma que sus torsos se juntaban. Cogió la manta que le tendía Wendy y envolvió a ambos con ella, momento en el que tiró la toalla húmeda al suelo.

    Sintió las manos heladas de Ray contra su espalda, intentando aferrarse a una fuente de calor viva como era XIII, y lo abrazó con un poco más de fuerza, frotándole la espalda bajo la manta y dejándole apoyarse en su hombro.

    Pensó en ese momento que esa debía ser la primera vez en toda su vida que Ray podía abrazar a alguien así, tocando con sus manos otra piel —o alguna piel, porque ni a sí mismo se podría tocar—. Eso hizo que XIII no pudiese evitar subir una mano para acariciarle la nuca con suavidad.

    —Dos cuerpos juntos generan y concentran más calor que sólo las mantas —explicó, quizá para ambos —. ¿Estás mejor? —esta vez, la pregunta iba directamente a Ray. Al verle asentir, se giró a Wendy —Prepara café, anda. A ti también te vendrá bien.

    —XIII —le llamó Wendy, volviendo con una bandeja con tres tazas humeantes. Miró dónde podía sentarse y acabó al lado de la extraña pareja, dejando la bandeja en su regazo —. ¿Qué ha pasado, exactamente? Quiero decir… ¿Cómo sabías que eso iba a funcionar?

    —Bueno —XIII suspiró contra la oreja de Ray; al sentirle estremecerse, volvió a frotarle la espalda, convencido de que era por el frío —. Cuando estuve en Oriente Medio, luchando, había rumores acerca de un tal Titiritero. De alguna forma, podía meterse en alguien, llevarlo a donde fuera, hacerle hacer cualquier cosa. Recogía información delicada y si el huésped moría, se lavaba las manos. Normalmente cogía a chiquillos que pasasen desapercibos.

    Tomó aire y tocó el brazo y el pecho de Ray. Ahora que estaba recuperando la temperatura, le miró a los ojos, pasándole un pulgar por la mejilla. Acto seguido le tocó la frente y el cuello con el dorso de la mano y asintió, conforme.

    —Cuando mi grupo fue capturado, uno de mis compañeros, el único que hablaba árabe fluido, dijo que nos iban a «purificar». Tenían que asegurarse que no fuésemos el Titiritero, así que nos metieron en tanques con agua helada.

    —Suena horrible.

    —No, en realidad la parte del agua helada fue la más agradable de todo aquel episodio —XIII se quitó entonces la parte inferior de la máscara y se bebió toda su taza en dos tragos, sin importarle que aún estuviese humeando o que no llevase ni leche ni azúcar, algo que dejó a Wendy, de nuevo, boquiabierta —. Voy a llevarte a la habitación para que te vistas y luego la niña y yo nos iremos —miró a su alrededor y apretó los labios —. No, primero arreglaremos un poco esto.

    —Eso nos llevará toda la noche —se quejó Wendy —. Además, no fuimos nosotros quiénes empezamos la pelea.

    —Él tampoco la empezó, niña —resopló XIII mientras se volvía a poner la parte inferior de la máscara —. No podemos comprarte muebles nuevos, pero al menos quitaremos los cristales y las astillas y veremos qué puedes seguir utilizando. Y tú —señaló a Wendy —, ni una queja. Ya te advertí que venir conmigo no sería plato de buen gusto.

    Wendy soltó un pequeño gruñido, pero acabó por asentir. Miró entonces la taza humeante de café que tenía en las manos y se dio cuenta de que no podía beberla, su máscara no tenía dos partes como la de XIII.

    —Vaya pesadilla de noche —suspiró mientras dejaba la taza en la bandeja con resignación.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Rosie se ahuecó con las manos los rizos rojos y sonrió, mirando a Pável cuando salió del baño. Se frotaba el pelo con una toalla y sólo se había puesto los pantalones, dejando que la mujer pudiese ver sin ningún problema no sólo sus músculos, que siempre estaba bien, sino también sus cicatrices, tanto las viejas como las más nuevas. ¿Cómo se habría hecho los últimos hematomas? Ni siquiera sabía si quería saberlo.

    Le ofreció una taza de café, que fue aceptada con una sonrisa algo tenue, y le siguió con la mirada mientras se sentaba en el sofá, en el sitio que siempre ocupaba cuando estaba por allí. Una costumbre arraigada, se imaginaba Rosie.

    No tardó mucho en acercarse y sentarse no a su lado, sino en su regazo, apoyando la cabeza en su pecho para escuchar el latido de su corazón. Siempre le tranquilizaba escucharlo, quizá porque sonaba rítmico y fuerte o quizá porque estar tan cerca le permitía oler bien al ruso.

    Ahora, sin embargo, le molestaba un poco que ese bombeo fuese lo único que escuchase. El silencio estaba durando mucho…

    —Ha sido incluso mejor de lo que recordaba —dijo para romper un poco el hielo, acariciándole una cicatriz muy nueva en el costado. Debía ser del accidente con aquel monstruo de Frankenstein del mes pasado —. ¿Acaso has estado practicando?

    —No —reconoció Pável con la voz algo ronca, dándole otro trago al café —. No me había acostado con nadie desde que rompimos.

    —¿En serio? —Rosie le miró, perpleja, pero el ruso estaba totalmente serio, así que lo decía de verdad —Yo… debo reconocer que sí he tenido algún lío.

    —No tienes por qué contármelo —respondió Pável con una sonrisa suave. Le acarició la mejilla con una de sus manos (qué grandes parecían sus manos cuando le acunaban así la cara) y le besó la punta de la nariz —. Habíamos roto, no tenías ninguna atadura para conmigo.

    —Sí, pero aun así…

    Pável hizo un gesto con la mano para dejar el tema estar y Rosie se mordió el labio inferior, acariciándole ahora el pecho.

    Igual aquello se sentía un poco raro porque había hecho trampas. Había llamado a Pável para pedirle que le mirase unos armarios que no cerraban bien, pero cuando el policía había llegado, ella le había abierto la puerta vestida únicamente con lencería negra —y no cualquier lencería, la favorita de Pável—, y había contoneado un poco las caderas hasta que el otro se había abalanzado sobre ella.

    Bueno, no se había abalanzado exactamente. Le había puesto una mano en la cintura y la otra en la barbilla y la había mirado bien antes de darle un beso apasionado. La había pegado contra su cuerpo y entonces, y sólo entonces, la había levantado, sujetándola por los muslos y llevándola hasta la habitación.

    Su mano subió por el cuello de Pável, jugó con sus chapas y siguió después acariciando su barba y terminando en su mejilla. Le hizo girar la cara y le besó los labios suavemente, y él sonrió y dejó la taza medio vacía en la mesa para poder dedicar la mano libre a repartir caricias por esa piel blanca apenas cubierta ahora con una camiseta grande que muchas veces usaba de pijama.

    —Novi, quiero… Quiero que esta vez empecemos bien —se atrevió a decir, aunque le tembló un poco la voz al empezar. Se movió, quedando en su regazo, pero con las rodillas a ambos lados de la cadera del ruso, las manos en su pecho y mirándole a los ojos —. Tengo que confesarte un secreto.

    Pável ladeó un poco a cabeza y asintió.

    —Está bien. Soy todo oídos.

    Rosie frunció el ceño. Su reacción había sido muy tranquila. No mostraba la ansiedad de quien está a punto de descubrir algo nuevo de su pareja que se le ha mantenido en secreto durante más de un año, sino que parecía haber estado esperando ese momento, paciente.

    Sacudió un poco la cabeza y tomó aire. Pável era un buen detective, demasiado bueno a veces; quizá lo había averiguado hacía tiempo, cuando estaban empezando a salir, y no había querido decirlo para dejar que ella fuese a su ritmo. ¿Podía ser? Sí, claro, sería eso.

    —Aunque me licencié en Derecho y actualmente actúo como abogada, tal y como ya sabes… Eso no es lo único que hago —volvió a tomar aire, sintiéndose un poco nerviosa. Las manos de Pável en la cintura la tranquilizaron un poco —. Soy también una agente de la CIA.

    La cara de Pável cambió radicalmente. Había empezado a mostrar una sonrisa comprensiva, pero de pronto se le había congelado la expresión y se había desvanecido, quedando una mirada de confusión. ¿No era eso lo que había averiguado sobre ella? Los nervios volvieron con redobladas fuerzas.

    —¿Cómo dices?

    —CIA. Pertenezco a una división… especial —carraspeó. ¿Hacía calor? De pronto sentía calor. Y la garganta muy seca —. Mi… mis jefes sospechaban que tú podías ser… Bueno, el justiciero XIII, así que me acerqué a ti para confirmar esas sospechas y…

    —¿Qué? —Estaba claro que Pável no daba crédito a lo que oía.

    Cogió a Rosie de la cintura, la levantó y la dejó en el sofá, a un lado, poniéndose en pie para empezar a pasear por el salón. Ella se recogió un poco sobre sí misma, mirándole con muchas dudas. Quizá no había sido correcto decírselo… No, no. Si quería empezar una nueva relación con él, tenía que ser sin secretos. ¿No? Aunque ahora que había visto su cara, empezaba a dudar que fuese a haber una nueva relación.

    —Escucha, Novi —le llamó, intentando mantener una voz serena —. Es lo único que no te he contado. Todas mis anécdotas, mis gestos, mis… sentimientos. Todo era cierto. Me enamoré de ti y seguí contigo incluso después de haberte descartado como sospechoso. ¿No lo entiendes? Te quiero. Te quiero de verdad y…

    —¡Rosamund! —le interrumpió él, girándose a mirarla con una expresión que sólo se podría identificar con el dolor de la traición —¡Yo era un objetivo!

    —¡Pero! —ahora ella también se puso en pie, intentando acercarse, pero al verle retroceder, se detuvo —¡Eso no cambia nada!

    —¿Cómo que no? ¡Lo cambia todo! Nuestra relación se basaba en una mentira. ¿Es por eso por lo que cortaste conmigo?

    —Yo… Me asusté —reconoció ella —. Y lo que te dije era cierto, me dolía que no me dejases entrar en tu corazón. Pero te lo dije el otro día: ambos estamos cambiando. Podemos volver a intentarlo.

    —¿Y cómo puedo saber —Pável empezó a buscar en sus pantalones sus cigarrillos, pero no los encontró, así que sólo gruñó con frustración —que no hay otro motivo oculto?

    —Supongo que… ¿tendrás que confiar en mí? —No era una pregunta, pero había sonado como una.

    Pável negó con la cabeza un par de veces y caminó a grandes zancadas hasta el dormitorio. Cuando volvió, estaba calzado y se estaba terminando de poner la camiseta.

    —No puedo, Rosie. No puedo —se detuvo con la chaqueta en la mano y la miró —. Creía que ibas a decirme, por fin, que tienes poderes eléctricos. Eso era algo que no me importaba. Mucha gente teme hablar de su mutación, o se avergüenza de ella… Así que estaba preparado para tener esa conversación. ¿Pero que seas de la CIA? ¿Que te acercases a mí para espiarme? Incluso si me creo que tus sentimientos sean reales… —negó con la cabeza y terminó de vestirse —Lo siento, no puedo.

    Y Rosamund se quedó sola, mirando la puerta cerrarse y escuchando los pasos alejarse. Se dejó caer sobre el sofá y hundió la cara en las manos, dejando salir sus lágrimas.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    En el momento en el que la puerta se abrió, Pasha olvidó el discurso que había estado desarrollando en su cabeza. Era algo que le solía pasar: buscaba cuidadosamente las palabras más adecuadas, las repasaba una y otra vez, las ensayaba consigo mismo, pero a la hora de la verdad se quedaba en blanco.

    Al menos en lo que respecta a asuntos sentimentales.

    Por eso, cuando vio la cara ojerosa de Ray, tardó unos segundos en esbozar una sonrisa. Alzó una mano a modo de saludo y agradeció cuando el profesor le invitó a entrar en su apartamento. Entonces tuvo otro momento en blanco, aunque este sí que había sido cuidadosamente ensayado.

    —¿Te han entrado a robar? —preguntó viendo el estado de la casa.

    Wendy y él —o XIII, más bien— habían hecho un trabajo bastante bueno, teniendo en cuenta que estaban golpeados y cansados y que el apartamento estaba completamente patas arriba. Habían limpiado los cristales, habían recolocado los muebles como habían podido… Pero claro, había un límite de lo que se podía hacer en esa situación, así que se notaba que había ocurrido algo. Faltaban cosas, había bolsas con restos de otras cosas, las ventanas estaban rotas…

    —Sé que la gente piensa normalmente que no vale la pena denunciar porque la policía no es demasiado… digamos, tenaz —torció la boca al decir esto —, pero puedo presentarte a buenos —inspectores que, como poco, se asegurarán de que recibas el dinero del seguro… Si tenías seguro, claro —añadió, mirando con preocupación el sitio.

    Sus ojos volvieron a Ray y entonces frunció un poco el ceño. Lo cogió del brazo y tiró un poco de él para hacerle acercarse, tocándole la frente con la mano. Su preocupación, claramente, había cambiado de objetivo, y esta vez era mucho más sincera.

    —Creo que tienes fiebre —murmuró.

    Al principio no se había fijado porque ese hombre solía tener una imagen desastrosa, pero mirándolo bien había visto que estaba algo más pálido y que parecía sudar. Además, las manos le habían temblado un poco.

    Lo tomó de los hombros con las manos y se alzó sobre sus pies para alcanzar su frente, besándole para calibrar mejor la temperatura. La forma en la que torció la boca daba a entender que sus sospechas se habían confirmado.

    —No es mucha, pero aun así… Deja que te cuide un poco. Ya bastante tienes con esto —dijo, señalando con un gesto amplio la casa —. Siéntate y voy a ver qué tienes en la nevera. Ah, toma, al entrar he visto esto medio colgando de tu buzón y he decidido traértelo antes de que alguien se lo llevase.

    Le entregó entonces un paquete sin más dirección que la de Ray, sin nombres ni notas. En realidad, no la había encontrado en el buzón, la había llevado él mismo desde casa, pero no podía decirle eso, ya que dentro Ray encontraría tres pares de guantes —negros, blancos y marrones— y la treceava carta del tarot.

    Pasha fue a la cocina y volvió casi al segundo, cruzando los brazos sobre el pecho con el ceño aún más fruncido.

    —¿Cómo puedes vivir con la nevera vacía? Vale, escucha, porque tengo un plan: voy a ir a comprar, te hago una sopa, te digo lo que te quería decir y luego te dejo en paz, ¿vale?

    Le dirigió una sonrisa deslumbrante, cogió las llaves que vio colgadas en una pared y salió de la casa.

    Si hubiese tardado un minuto más, si hubiese esperado al ascensor en vez de bajar por las escaleras, se habría encontrado con Rosie, quien llamaba a la puerta de Ray apenas Pasha llegaba a la calle.

    Como no sabía esto, simplemente hizo lo que había dicho que haría; fue al super más cercano —literalmente había uno en la calle de enfrente— e hizo una compra algo sumaria, lo suficiente para llenar dos bolsas. Esta vez sí que tomó el ascensor, pero no abrió la puerta nada más llegar al piso de Ray.

    —¿Rosie? —murmuró al reconocer la voz que escuchaba al otro lado de la puerta. No, no podía ser. ¿Verdad?

    Abrió la puerta y vio que, efectivamente, ahí estaba Rosie, vestida con una de sus elegantes faldas de tubo, chaqueta a juego, hablando con Ray en términos que no parecían muy amistosos. La pelirroja se giró con cara de espanto hacia Pasha; claramente no esperaba que estuviese allí.

    —¿Novi? —balbuceó.

    Pável la miró a ella, después a Ray. Cerró los ojos, se masajeó el puente de la nariz y metió las bolsas en la casa. En silencio, las dejó en la cocina, sintiendo la tensión de una y la incomprensión del otro. Respiró hondo y volvió al salón —o sea, rodeó la barra de la cocina— para enfrentarse a la mujer.

    —Así que fuiste tú.

    —¿De qué hablas? —preguntó ella con una sonrisa hecha sólo a medias, claramente nerviosa y preocupada por cómo pudiese terminar esa conversación.

    —Tú moviste tus puñeteros hilos para borrar todo su historial —dijo, señalando con la mano a Ray.

    —No puedo hablar de eso, Novi.

    —Ya.

    El tono del policía era tan frío que hasta un oso polar se estremecería. Al menos, esa fue la impresión que le dio a Rosie, quien incluso retrocedió un paso. Había entrado con su fachada poderosa y exigente de siempre, la fiera abogada, la inquebrantable agente gubernamental, pero ahora parecía una niña que había defraudado a su profe favorito.

    —¿Qué haces aquí?

    —Perdona, pero ¿qué haces tú aquí? ¿Has venido para meterle en algún lío secreto de los tuyos? Porque ¡no me da la gana! —Rosie abrió la boca para hablar, pero Pasha dio un paso al frente y ella retrocedió de nuevo —Déjale en paz. Déjanos en paz. No quiero que vuelvas a acercarte a mi círculo. Sabes que es pequeño, así que no debería serte difícil.

    Aquí Rosie hinchó pecho e intentó mostrar valentía, alzando un poco el mentón.

    —¿O qué?

    Pasha, sin embargo, al escuchar esto relajó la expresión y suspiró pesadamente, como si aquella hubiese sido la peor respuesta posible.

    —¿Después de tanto tiempo crees realmente que voy a amenazarte sólo porque me hayas roto el corazón? Pensaba que tenías mejor opinión de mí. Sólo… Déjanos en paz.

    Rosie, viendo que había metido aún más la pata, dio otro paso al frente, llevándose una mano al pecho.

    —Piénsalo bien: el siguiente puede ser peor que yo.

    —Al menos el siguiente no se meterá en mi cama con mentiras, eso te lo puedo asegurar.

    Eso pareció ofender a Rosie, quien apretó los puños. Miró a Ray, una mirada que parecía prometer que aquello no había acabado, y después agachó la mirada, saliendo de la casa a paso rápido. Pasha se la quedó mirando y, cuando la puerta se cerró, bajó los ojos al suelo. Respiró hondo y fue a la cocina para empezar a sacar los productos que había comprado.

    —Siento mucho esto —dijo Pasha, aunque sin mirar hacia Ray. Tenía la mandíbula tensa y el ceño fruncido, quizá pensativo —. Te recriminaría que no me hubieses dicho que esa mujer era de la CIA, pero… La verdad, no te habría creído.

    Suspiró y guardó silencio, empezando a cocinar. Al cabo de unos veinte minutos, había dejado una olla hirviendo y se acercó al salón, donde vio al hombre acariciando su extrañamente cariñosa birmana.

    —Bueno… Ray —le llamó con un carraspeo, intentando fingir que no había ocurrido nada, que Rosie no había aparecido por ahí —. He venido porque últimamente has estado un poco esquivo conmigo y, en fin, necesito decirte esto cara a cara —notó que se estaba poniendo nervioso, así que sonrió con afabilidad en un intento de tranquilizarle —. No vengo a reprocharte que me hayas dado excusas tontas, en realidad… Vengo a disculparme. El otro día, en el restaurante, me excedí. Sé que fue por trabajo, pero ese numerito que monté ha debido darte problemas. Hay un vídeo rondando por ahí y yo mismo he recibido en comisaría algunos comentarios… —hizo un gesto vago con las manos y suspiró, apoyando un codo en la barra de la cocina —A mí no me molesta que la gente piense que soy gay, pero no quiero que tengas problemas en tu trabajo por esto. Por eso, si quieres que lo niegue todo públicamente… lo haré.

    Tomó aire y repiqueteó un poco con los dedos sobre la barra. Le mosqueaba un poco el haberse tomado tantas molestias para ordenarse el discurso, siendo que ahora tenía la cabeza en mil cosas y ese pequeño monólogo era sólo una de ellas.

    —Me caes bien y me gustaría que fuésemos amigos, pero entendería si no quisieses seguir viéndote conmigo. Aunque el beso no estuvo nada mal —quiso bromear, pero estaba claro que no estaba en su mejor momento, así que negó con la cabeza —. Creo que básicamente era eso —empezó a enumerar con los dedos—: disculparme por pedirte matrimonio en público y meterte lengua, ofrecerte mi amistad… Me olvido de algo.

    Giró la cabeza hacia la cocina al escuchar el borboteo en la olla y se levantó para remover lo que fuese que estaba preparando.

    —¡Ah! —exclamó de pronto, asomándose por la barra que separaba un ambiente de otro —Mañana es Halloween y Tanya quiere que vengas a pedir dulces. Eres la primera persona, aparte de Kate, a la que invita, así que yo me lo pensaría. No tienes que ir disfrazado y si quieres que yo no vaya… Dímelo y cogeré turno en la comisaría. Es una locura la de cosas que pasan en estas fechas, parece que todos los psicópatas y satánicos de Los Ángeles afilan sus cuchillos sólo para Samhain. Así que, bueno, puedo decir que andaban muy faltos de personal y me necesitaban. Tanya irá de dragón, últimamente está muy metida en esas historias.

    Apoyando los codos en la barra, hundió la cara en las manos y tomó un hondo suspiro, echándose después el pelo hacia atrás con los dedos. Intentaba no pensar en Rosie, pero no podía evitarlo. Y aquello dolía más que la paliza del doctor monstruoso.

    Sacudió la cabeza y se dio un par de palmaditas para centrarse, volviendo a la cocina. Apagó el fuego y sirvió un cuenco con una sopa de color rojo intenso. Metió una cuchara y se lo acercó a Ray, acariciando un poco las escamas de Pársel, quien sacó la lengua y cerró los ojos, claramente contenta con todas las atenciones que estaba recibiendo.

    —Esto es borsch, una sopa con remolacha, tomate, zanahoria… Mi madre nos la hacía muchas veces cuando estábamos malos y creo sinceramente que es más efectiva que la sopa de pollo que coméis los yanquis —dijo esto último con un acento ruso bastante forzado, soltando luego una risita por lo bajo —. Igual me he pasado un poco, que hay para dos platos más, pero si no te gusta, dásela a Lena, que le encanta.

    Se quedó callado un par de minutos, sin saber muy bien qué más decir. Sabía que era el momento de irse, pero le sabía mal dejar a Ray solo en esa casa destrozada, con fiebre provocada por su culpa y encima con el ambiente raro de su pelea con Rosie. Sentía que, en esos momentos, cualquier incomodidad que pudiese tener su «prometido» se debía a él, o a XIII, que para el caso era lo mismo.

    Le miró y le apartó algo de pelo de la cara, aprovechando luego para tocarle la frente, comprobando que la fiebre no hubiese aumentado. Bien, esta era la intención, lo cierto es que al hacerlo recordó cómo la noche anterior lo había abrazado contra su pecho, piel contra piel, y cómo se había estremecido entre sus brazos.

    Parpadeó, algo confundido, y terminó por dar una palmada al aire, sonriendo mientras se incorporaba de nuevo.

    —Toma la sopa, date una ducha calentita, vete a dormir pronto. Descansa, recupérate y… Mañana dile a Lena, si no quieres hablar conmigo, si vas a ir o no con ellas a por chuches, ¿vale? Te dejo a tus cosas. Ah —señaló la casa con un dedo —, y si necesitas una mano para arreglar esto, soy el manitas oficial de todos mis conocidos.

    Le guiñó un ojo, le dio un par de palmaditas a la serpiente y, por fin, le dejó en paz. Al cerrar la puerta, apoyó un momento la espalda en la balda y tomó aire hondamente. Todavía algo confuso por cómo se había desarrollado la tarde, suspiró y se puso en marcha para volver a casa.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lena terminaba de colocarle el disfraz de dragón a Tanya cuando escuchó una llamada a la puerta. Besó la frente de la pequeña y se levantó, alisándose la falda de su vestido de princesa antes de ir a abrir. Sonrió enormemente al ver a Ray y le dio un pequeño abrazo.

    —¡Qué bien que al final hayas venido!

    —¡Ray, Ray, mira! ¡Soy un dragón! —dijo Tanya, abriendo sus brazitos para extender las alas y soltando un gruñido supuestamente aterrador antes de acercarse a él para que la cogiese en brazos.

    Se abrió entonces la puerta de enfrente, la de la casa de Pasha, y salió precisamente el detective… con un vestido igualito al de Lena, aunque lógicamente más grande. Se le ajustaba al torso y caía desde su cintura la falda, e incluso se había puesto una tiara de princesa, aunque no una peluca, lo cual hacía todo el conjunto aún más interesante.

    —¡Pero bueno! —se quejó Lena, que claramente no estaba al tanto de esto.

    —Oh, vaya —Pável la miró de arriba abajo y enarco una ceja —. Parece que uno de los dos se va a tener que cambiar…

    —¡Pasha! —volvió a quejarse Lena —¡Se suponía que tú debías ser un caballero!

    —¡Abajo los estereotipos de género! —dijo Pasha mientras cogía al dragón en brazos y le llenaba la carita de besos. Miró a Ray y le guiñó un ojo —Gracias por venir.

    —¡Pasha!

    —¡No, no voy a cambiarme! Estoy sorprendentemente cómodo con esta falda y, además, el color me queda mejor que a ti.

    Lena entonces dijo algo en ruso que hizo que Pasha soltase una carcajada.

    —¡Gerónimo también se ha disfrazado! —dijo entonces Tanya señalando al suelo.

    Pável había dejado la puerta de su apartamento abierta, lo que había permitido que la tortuga se acercase al ruido, con un precioso lazo rosa sobre el caparazón. Pasha se agachó, ocultando que aún le dolían un poco las costillas, y cogió a Tanya con una mano, levantando con la otra a la tortuga.

    —El mejor Halloween posible, ¿eh?

    —¡El mejor Halloween! —exclamó Tanya, alzando las manos entre risitas.

    —No voy a ir por la calle contigo así vestido.

    —¿Y qué quieres que haga? ¿Me pongo el uniforme o qué?

    —Es una opción.

    —¿Tú qué opinas, Tanya? ¿Me pongo mi uniforme o voy con vestido?

    —Me gusta cómo te queda el vestido.

    —Amo a esta niña —sonrió Pável, besando su cabeza.

    Lena gruñó y dio un pequeño pisotón.

    —¡Está bien! Voy a cambiarme yo. Pero la tortuga se queda en casa, eh.

    —Tu madre a veces es muy aburrida —suspiró dramáticamente Pasha, a lo que Tanya asintió un poco.

    Lena puso los ojos en blanco y, conteniendo una sonrisa, entró en su dormitorio para quitarse el maldito vestido. Al menos así podría ir con vaqueros.

    Pável, por su parte, dejó a Gerónimo en casa y cerró la puerta, acercándose luego a Ray. Con la mano libre, mientras Tanya le quitaba la tiara para jugar con ella, volvió a tomarle la temperatura.

    —¿Ves? Te dije que el borsch es mejor que la sopa de pollo.

    —No me gusta el borsch, puag —dijo Tanya sacando la lengua.

    —¡Con lo bueno que está!

    —¡No! ¡Sabe mal!

    —Está delicioso —protestó Pável sin ocultar la sonrisa.

    —No sé quién es peor —dijo Lena. Se había puesto sus vaqueros negros y una camiseta cualquiera, y ahora cogía su bolso —. A veces parecéis dos críos.

    —Eso es porque tú eres muy vieja —dijo Pável, haciendo que Tanya se riese.

    Lena volvió a poner los ojos en blanco y tomó el brazo de Ray.

    —¿Vamos o qué?

    —¡Vamos, vamos! ¡Quiero un montón de caramelos!

    —¡Yo también! ¡Pero Pasha, no te los comas todos!

    —Ya veremos.

    —¡Mamá, dile al tío que no se coma todos los caramelos!

    —Qué noche más larga me espera.


    SPOILER (click to view)
    ¿Tanya como dragón? Sí, señor -> X

    Y algo así para Pasha xddd -> X

    ¿Me dejo cosas que comentar? Pues seguramente porque he escrito esta respuesta a lo largo de varios días y ya no sé qué hay aquí. Ya me dirás qué te parece y cualquier cosa, pues ya sabes dónde encontrarme xdd
     
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    No recordaba demasiado del proceso de expulsión del parásito. Los recuerdos en la bañera se le solpaban unos con otros y a veces se sentía ahogarse, otras veces temblaba de frío... quizá fuera lo mejor porque no fue un momento agradable. Lo que sí recordaría para siempre era el abrazo a XIII, utilizó el frío como excusa para pasear los dedos por la piel de su espalda: nunca había podido hacerlo y más de una vez pegó el oído a su pecho comprobando que su corazón seguía latiendo a pesar de sus caricias.

    Esto le pareció algo mágico y le faltó poco para echarse a llorar, así que se acurrucó contra él, esperando que no le molestara el paseo que seguían dándose sus dedos, presionando a veces contra los músculos o siguiendo la marca de alguna cicatriz que no podía ver. Quizá se estuviera tomando demasiadas confianzas, ahora que lo pensaba.


    *


    El día fue especialmente duro por culpa de esas décimas de fiebre con las que había despertado. Ray de por sí daba la impresión de estar ya en las últimas, pero cuando apareció con ojos llorosos, mascarilla y una manta por sobre la ropa... bien, el profesor Morrison tenía fama de desarrapado en la universidad y este tipo de cosas impedía que se borrara.

    —Vete a casa, tienes una pinta horrible —le había dicho Naomi después de ofrecerse como sustituta a las tutorías de la tarde. Supo que Ray sonreía agradecido bajo la mascarilla y le vio tambalearse por los pasillos de regreso a su apartamento. Por un momento creyó que no llegaría vivo a su casa.

    No le desanimó el estado del apartamento, que arrastraba las consecuencias de un enfrentamiento entre villanos y justicieros del que no recordaba demasiado. A Parsel tampoco le importó todo aquello y reptó hacia la ducha al oírla abrirse, trepando por el cuerpo de Ray para curiosear el origen del agua caliente. No contó con su peso, demasiado para alguien debilitado por la fiebre.

    A Ray le tocó salir a gatas de la ducha, y de esta forma llegó a su ropa. Barajaba la opción de dormirse ahí mismo cuando escuchó la puerta. Luchó por ignorarlo pero decidió abrir, encontrándose con Pasha. Pero eso no fue todo, porque después llegó Rosie y lo que menos le apetecía ahora era tener a una parejita cariñosa en su propia casa. Hoy no, quizás otro día donde no sintiera que su cabeza se desconectaba del resto de su cuerpo.
    Pero no hubo un solo gesto de cariño entre ellos, si acaso lo contrario, y en otro momento hasta lo habría celebrado, ¿no significaba esto que habían roto? No, no era momento de pensar en esto, ¿se alegraba? ¿Una pareja rompía y se alegraba por ello? No importaba qué sentía o dejaba de sentir por Pasha, no estaba bien celebrar algo así y se sintió peor a medida que Pasha iba hablando, le había hecho sopa, se había disculpado y ofrecido a ayudar con las reparaciones... y él se alegraba de que sus planes de matrimonio volvieran a quedar bajo tierra.
    ¿Y todavía se preguntaba por qué no tenía muchos amigos?


    *


    Había tenido sus reservas al venir, no le parecía correcto aparecer por aquí teniendo las dudas que tenía con Pasha (a las que ya tenía debía añadir por qué le había gustado tanto que se preocupara por él), pero la vida a veces obliga a tomar las decisiones y los obreros aparecieron el 31 en su casa dispuestos a arreglar los cristales. Ray no entendía su calendario laboral, pero sí el miedo a su mascota, así que marchó a casa de Lena con Parsel como compañera.

    La encontraron en el parking del edificio, comiendo dentro del carro de cierto supermercado y forrada en mantas para protegerse del frío.
    —Pesa demasiado para cargarla a la espalda —le explicó a Lena, que comprobó aterrada cómo una serpiente era capaz de comerse una rata que todavía pataleaba por liberarse—. No pensaba dejarla sola en casa con los obreros.

    —¿Trabajando hoy?

    Ray se alzó de hombros y fue tras el carrito, no se esperaba que Tanya saltara dentro para acariciar y abrazar a Parsel.
    —¡Tanya sal de ahí! —Lena corrió y tardó bastante poco en sacarla en brazos—. ¿Qué son esas bolsas? ¿Has hecho la compra antes de venir?

    —Claro, ¿de dónde si no iba a sacar el carrito?

    —De verdad que a veces no sé si estás bromeando o...-

    —¡Yo quiero llevar el carrito! ¿Puedo, Mamá, puedo?

    —Claro que no, tiene una serpiente dentro.

    —¡Pero es una serpiente muy buena! ¡Y yo soy un dragón, somos compañeros! ¡Tío, dile a Mamá que Parsel no me hará nada! ¡Hay un código de honor entre los reptiles!

    —Ni se te ocurra —alzó la mano impidiendo que Pasha dijera nada—. Vamos de una vez a pedir chuches.

    —¿Puedo disfrazar a Parsel? ¿Puedo, Mamá, puedo?

    —No te vas a acercar a una serpiente.

    —¿Por qué? ¡No hace nada!

    —¡Es capaz de comerte viva, Tanya!

    —¡Claro que no! ¡El código de honor me protege!

    Para el final de la noche, era Lena la que volvía a casa con dolor de cabeza, pero también cargando a una agotada Tanya. Si no llevaba también los frutos del Truco o Trato era por el carrito, allí había acabado el botín de las chuches junto a Parsel, que aunque inspeccionaba las bolsas no le entusiasmaba comerse nada de ellas. Tampoco iba a comerse a la niña, pero Lena tenía muchas reservas a dejar a su hija dormir junto a una serpiente.

    —Seguro que ahora agradeces que haya traído un carrito —comentó Ray encendiendo un cigarro, sonrió al escuchar a Lena refunfuñar—. ¿Aquél es vuestro taxi? Bien, hace mucho frío como para que duerma aquí fuera.

    —Los niños rusos no pasamos frío —bromeó haciéndole señas al coche para que parara. Entró con Tanya y fue trabajo de Pasha colocar las bolsas de chuches en los asientos traseros.

    Ray se despidió de todos, pero se quedó perplejo cuando Pasha cerró la puerta y se unió a las despedidas.

    —No tienes por qué acompañarme, de aquí a mi apartamento queda un buen trecho —le dijo volviendo a por el carrito, pero Pasha se le adelantó para empujar él—. Espero no meterme en un conflicto diplomático por aceptar la ayuda de una princesa —bromeó pasándole el cigarro—. Ten, me he fijado en que no fumas cuando está tu sobrina.

    Como Ray se temía, la vuelta a casa se convirtió en un paseo demasiado agradable. Tuvo tiempo de bromear sobre el vídeo de su pedida de mano, de preguntar por las propiedades curativas de aquella sopa roja traída de Rusia, y hasta de disculparse por haber estado distante estos días. Sólo faltaba decir los motivos y, ahora, esperando el ascensor para subir a su planta, le pareció un buen momento.

    —No me acercaba a ti por un buen motivo, Pável —confiaba en estar pronunciando bien su nombre—, y no planeaba confesártelo pero está claro que la suerte nunca estará conmigo así que, ¿qué más da?

    El ascensor se abrió y le dio una patada al carrito para que entrara, luego se giró hacia tan curiosa princesa que le había escoltado a casa y le robó un beso tomando el papel de cualquier príncipe en cualquier cuento. Imaginó que a Tanya no le gustaría nada esto, razón por la que se apartó sonriendo.

    —Creo que me empiezas a gustar —confesó—. Aún no lo tengo claro, pero no te preocupes, no quiero comprometerte a nada —le enseñó el teléfono antes de estamparlo contra el suelo del ascensor, el ruido hizo que Parsel se removiera bajo las mantas buscando el enemigo—. Vaya, parece que he perdido tu número, no podré volver a llamarte —entró y se despidió desde allí—. Buenas noches, princesa.


    *


    Esperaba el pedido con bastantes ganas. Había pagado un extra por el envío a domicilio un día festivo, pero se repetía que había merecido la pena, si no hubiera destrozado su móvil hubiera acabado llamando a Pasha en cualquier momento. Aquél no era el camino a seguir si pretendía olvidar las vueltas de su estómago y la sonrisita cuando leía su nombre en la pantalla. Sí, aquello era algo que haría mejor en olvidar. En primer lugar, porque eran dos hombres y, en segundo lugar... ¡no había segundo lugar! Hasta donde sabía le habían gustado las mujeres toda su vida. Bien, no era precisamente un casanova y después de Catherine no había tenido ni tiempo ni ganas de fijarse en nadie pero, ¿un hombre? ¿Tenía que fijarse en un hombre a estas alturas?

    —Los cuarenta son aterradores, ¿verdad? —pero Parsel sólo sacó la lengua como respuesta, no le ayudó mucho que digamos.

    Descartó el libro, no podía prestarle mucha atención con la cara de cierto rubio pululando por su cabeza, y se dedicó a acariciar a la serpiente, encantada con este cambio de planes.

    Se interrumpieron los mimos cuando llamaron al timbre, y Ray fue esperanzado, ¡al fin el móvil nuevo! Se sorprendió, y mucho, al ver a XIII.

    —¿Ahora eres repartidor? —preguntó echándose a un lado. XIII pasó y le entregó el paquete, luego se dedicó a mirar los cristales nuevos en las ventanas; o eso se imaginaba Ray que andaría haciendo, él volvió a sentarse en el sofá para inspeccionar la caja.

    Acostumbrarse a un nuevo teléfono no le supondría un gran problema y tampoco añadir los contactos o memorizar un nuevo número; Ray venía de la generación que recordaba números y contactos usando la memoria. Y tampoco tenía tantos números que añadir, después de todo. El mayor engorro iba a ser cambiar el número en la web de la universidad.

    —No, estoy bien, gracias —rechazó la bebida que le alcanzó XIII, ni siquiera miró bien qué era—. ¿Crees que ese parásito pudo haber manipulado alguno de mis recuerdos? ¿O los sentimientos? —preguntó de repente, viendo a XIII sentarse y a Parsel trepando por su pierna para olfatearle más de cerca—. El tal Sirope, ese hombre, es gay, y desde que le conocí me siento muy «cómodo» —ya me entiendes— con un, eh, ¿amigo? No, es el hermano de una amiga, sí. El problema es que después de este incidente pues, parece que la cosa ha ido a más, no lo sé —suspiró—. Me da miedo pensar que esto que empiezo a sentir no sea cosa mía, sino de... del parásito —dejó el teléfono en la mesa y volvió a suspirar—. Y a ese chico, ese hermano de una amiga que te digo, ya le han hecho mucho daño, no quiero sumarme a su lista de problemas —frunció un poco el ceño antes de mirarle—. Ni siquiera sé por qué te estoy contando esto, perdona —sacudió la cabeza—. ¿Qué te trae por aquí a estas horas? Es de día y has entrado por la puerta, como la gente normal —bromeó—. ¿Pasa algo?

    XIII no era un hombre de muchas palabras, pero Ray no pudo esperarse que prácticamente se lanzara hacia él, enterrándole entre los cojines. Desde aquí escuchó una pequeña explosión, como si alguien hubiera decidido hacer palomitas cerca del balcón. Cuando XIII se apartó Ray pudo ver a una segunda figura cubriéndolos a ambos.

    —Ni un rasguño, ¿verdad? —la chiquilla sonrió de lo más orgullosa, puede que la máscara tapara su sonrisa pero no el brillo en sus ojos—. ¡Soy un escudo impenetrable, te lo dije!

    XIII se encargó de recuperar el cristal que habían hecho explotar, no tuvo la menor idea de en qué momento habían colocado el explosivo; y la chica, ¿le había dicho su nombre? Le ayudó a incorporarse y le entregó a Parsel. Su habilidad debía convertirla en alguien fortísimo porque pudó cargar con la serpiente en brazos y cubrir las cabezas de los dos hombres, estando de espaldas a los pequeños cristales que volaron de la ventana para terminar de romperse contra su piel de acero.

    —Gracias —cogió a Parsel, pero la dejó deslizarse por sus brazos hasta el sofá para no llevarla en peso. Sus brazos no estaban hechos para cargar con otra cosa que no fueran libros.

    —¡Por lo menos alguien aprecia mi trabajo! —se quejó Wendy (aunque Ray no tenía forma de saber su verdadero nombre) mirando a XIII—. Nada, como el que oye llover —y se sentó en el sofá cruzándose de brazos—. ¿Puedes darnos algún dato de esos supuestos «instaladores» de vidrio? —exageró las comillas—. Porque ya ves que no lo eran. A ver, sí, pero además de los cristales pusieron cámaras y micros. No te preocupes, los pude neutralizar en cuestión de segundos y sigues teniendo intimidad en tu casa.

    —¿Por qué iba alguien a espiarme?

    —Porque le buscan a él —señaló a XIII—. Oh, ¿tenemos una pista?

    Se puso en pie de un salto y fue apurada a su lado, XIII tuvo que dejar una mano en su cabeza y hacerla retroceder, pero incluso así consiguió arrebatarle la pequeña pieza que tenía en las manos. Unos golpecitos a la mesa hicieron que el envoltorio se rompiera y surgiera, Ray no supo cómo, un sobre decorado con adornos de oro. La chica soltó el sobre como si estuviera hecho de fuego y le quemara en las manos.

    Ray no tuvo ningún problema en leer la carta.
    —¿Esto es real...?

    Cualquiera había oído historias de El Dorado, un selecto grupo con más de un siglo de historia que se esforzaba por reunir a la élite en un mismo lugar. Eran más leyendas que historias, rumores que nunca se confirman por tratarse de un mundo demasiado lejano al «normal», algo así como historias de la mafia. Pero aquí, en sus manos, Ray tenía una carta con el sello de la organización. Y le llamaban Rigor Mortis, apodo que no conocía demasiada gente. Esta organización era real y tenía tentáculos tan largos que llegaban a todo tipo de administraciones.

    —¡Esta dichosa gente! —Ray se sorprendió de la fuerza de aquella patada, Wendy hizo añicos la mesa—. ¡Tienes que ir y descubrirles! ¡Son unos monstruos y pienso acabar con todos y cada uno de ellos!

    —¿Conoces la organización? ¿No es un grupo peligroso? Gente poderosa, ya sea por su habilidad o por los muchos ceros en su cuenta corriente.

    —¡Por eso mismo hay que detenerlos! ¡Se creen los dueños del mundo! ¡Toman lo que quieren sin pensar en...!

    —Has tenido problemas con ellos, ¿verdad?

    —¡Y tú me vas a ayudar a solucionarlos!

    —¿Yo?

    —¡Sí, tú, maldita sea! —gritó fuera de sí, pero se calmó con un gesto de mano de XIII, no le hizo falta hablar—. Harán una reunión en algún ático de lujo o una mansión, con caviar, vino y alguien tocando el piano, ropa de gala... siempre es así. Te ofrecerán de todo, los mayores tesoros, los puestos más poderosos, te ofrecerán absolutamente todo a cambio de que te unas a ellos.

    —Parece una secta.

    —¡Lo es! ¡Una secta de ricos ajenos a las leyes! —alzó la cabeza de lo más decidida—. Se han llevado a mi hermano y necesito que me ayudes a dar con él. Desde que conoció a esos monstruos no he vuelto a verle. Ni siquiera sé si sigue vivo.

    —¿Cómo pretendes que te ayude a encontrar a alguien que no conozco?

    —Peter Sullivan. 20 años y... —se quitó la máscara y se sacudió un poco el pelo antes de recogerlo hacia arriba con las mismas manos—. Tenemos la misma cara y habilidad, somos mellizos —se giró hacia XIII—. Por favor, ahórrate la broma de nuestros nombres y el viaje a Nunca Jamás.


    *


    Ray sintió un escalofrío recorrerle la espalda entera, a las puertas de la mansión le recibió una mujer rubia, pero quien le guió por los interminables pasillos y jardines, y le presentó a algunos de los asistentes fue también ella. De hecho, pudo ver a la misma mujer pasearse por el lujoso apartamento más de diez veces; o estaba frente a un sorprendente caso de parto múltiple o esa mujer podía clonarse a sí misma.

    —Ah, veo que ya conoces a «Dolly» —el siguiente escalofrío lo causó esa voz, se giró para encontrarse con Sirope junto a la misma mujer—. Hola, cielo, qué alegría tenerte aquí. Y tan bien vestido, te han informado del código de vestimenta, ¡hasta te has afeitado! Pareces un hombre nuevo. No me mires así, cielo, que estás muy bien —sonrió—. Te has echado un amigo enmascarado de lo más entrometido, pero no me rindo. Sé que conseguiré que vengas conmigo... por otros medios. No vas a beber champán, ¿verdad? Bien, dos para mí —y cogió dos copas que sirvió Dolly (una de tantas ellas).

    —Así que la CIA permite todo esto.

    —Vivimos en un mundo permanentemente en guerra, cielo, ¿qué hay de malo en buscar aliados?

    —En breve comenzará la presentación de nuevos talentos —informó una nueva Dolly—. ¿Os interesa participar?

    —¿Qué talentos tenemos hoy? —preguntó cogiendo el panfleto para echarle un vistazo—. Cielo, ¿no vas a participar? —y miró a Ray—. El hombre con la muerte en sus manos puede pedir lo que quiera. No se me ocurre un gobierno al que no le interese una habilidad así en sus filas. Qué envidia —con una sonrisita se disculpó para atender su teléfono.

    Ray estuvo tentado a esfumarse de allí, una reunión en un jardín que casi parecía un bosque no era para él. Cada persona que veía debía tener o una habilidad asombrosa o tanto dinero como para comprarla en la subasta que iba a comenzar en breve. Se le revolvía el estómago pensando que el hermano Sullivan se hubiera podido exponer como una mercancía y ahora trabajase para el mejor postor o... no, este mundo era demasiado turbio para él, debía salir de aquí cuanto antes.

    Y se disponía a ello cuando chocó con alguien.
    —¿Morrison? ¡Dios santo! —no sólo Ray vestido de gala estaba irreconocible, también Kate llevando vestido largo y unos tacones que hacían temblar un poco sus tobillos—. ¿Cómo has acabado aquí? Ah —miró sus manos—. Claro, estos locos pagarían millones por tus manos.

    —No, no es...-

    —Como sea, ¿has visto a Novi? Recibimos el soplo de la subasta y acordamos en vernos antes de que empiece, pero no... ¡ahí está! —suspiró—. No ha parado de comer canapés, qué desastre tengo por compañero.

    Se obligó a no mirar, pero no lo consiguió y vio a Pasha reunirse con ellos. El vestido de princesa no le hacía justicia al traje y corbata que llevaba ahora, por no hablar de lo mucho que le favorecían los tonos azules.

    —Ya te vale, llevas toda la noche comiendo —le riñó Kate—. La elegancia se va al garete si te llenas el traje de migas, ahora vamos, no debe faltar mucho para que empiecen a subastar el ganado —rio adelantándose a los asientos reservados al público—. ¡Sabes que es una broma!

    —No pensaba que nos veríamos tan pronto —consiguió hablar después de unos segundos que aprovechó para recolocarse un par de mechones—. Kate está muy guapa y tú estás... irresistible —cogió un poco de aire antes de seguir hablando—. Haréis un trabajo fantástico con la infiltración, sólo puedo desearos mucha suerte. Esta gente parece muy peligrosa.

    Y aunque se despidió para refugiarse a salvo en su casa, Sirope le arrastró del brazo hacia los asientos. Eligió a propósito los dos contiguos al de Pasha, dejando a Ray a su lado, con Sirope y Kate cerrando el grupo a cada lado.

    —Los agentes Freeman y Novikov, qué placer —comentó antes de sentarse—. Muy buena corbata y precioso vestido, pero aquí muchos saben que sois los responsables de la muerte del doctor Morgan.

    —¿Doctor? ¿Un loco que se dedicaba a desmembrar...? —Kate negó con la cabeza y prefirió centrar su atención en el panfleto, buscando algún nombre o habilidad en concreto—. Novi, por dios, para ya con los canapés.

    Pero Pasha se alzó de hombros vaciando la bandeja que presentaba una de las muchas Dolly encargadas del servicio.

    —De saber que estaríais por aquí hubiera llamado a mi pelirroja favorita —siguió Sirope mientras se acomodaba—. Pero está de misión especial algo lejos de aquí, ¿qué le vamos a hacer? La vida de un agente de la CIA es muy complicada.

    —¿Agente de...-? ¿Quién, Rosie? ¡Novi!

    —Ah, ¿pero no le has contado a qué se dedica tu novia? Cielo, si me permites un consejo: no está bien tener secretos entre compañeros. Eso sólo causa desconfianza y...-

    Calló de golpe cuando parpadeó, con una mano tan cerca de su cara que debía faltarle menos de un centímetro para tocar su nariz. Retrocedió aterrado y poco le importó caer de culo al suelo y empujar a los que habían por allí, que se removieron entre maldiciones sin entender qué pasaba.

    —Suficiente, ¿de acuerdo? —Sirope asintió sin poder hablar y Ray volvió a colocarse el guante, se despidió con un gesto de cabeza y se marchó de allí lo más rápido que le permitieron sus piernas.

    Tenía la esperanza de que fuera aquél su último encuentro con los de El Dorado, pero el nombre de «Rigor Mortis» cobró demasiada fuerza después de esa noche. Se confirmó entre los asistentes que existía alguien con tanto poder en sus manos que podía doblegar a una de las cabezas de la CIA, sólo era cuestión de tiempo que gente con tantas influencias descubrieran quién era y dónde se escondía.

    Y los que se esperasen encontrar a un poderosísimo villano en su guarida del mal se sentirían hasta decepcionados al descubrir que Ray Morrison podía pasarse toda una semana llevando el mismo pantalón de pijama.



    SPOILER (click to view)
    *no lo menciono porque no me cabía, pero Ray se llevó uno de los panfletos. Ahí puede estar el nombre del hermano de Wendy (o su nombre de "justiciero/villano/lo-que-sea-mientras-me-paguen")

    -para Dolly pensé en Chloe (del DBH, ¿a mí? ¿Fliparme Chloe? Te equivocas) 🙄

    -se me ocurrió una organización que también ande detrás de XIII porque han visto que es un muchacho poderoso. Serían un grupo de gente con habilidades (gente o muy poderosa o muy rica o las dos cosas ??) que no hacen necesariamente el bien (como sí deberían hacer los de la CIA, por ejemplo EJEM Sirope EJEM). Y para el nombre pensé en El Dorado [pues porque es un peliculote #fightme]
    **hice recorte del logo/invitación: ¿algo así aprox.?
     
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    Si tuviese que definir en una sola palabra cómo se sentía, habría optado por «confundido». Si ya le estaba costando sacarse de la cabeza la sensación de Ray temblando entre sus brazos y acariciando su espalda después de que lo librase del Titiritero, olvidar ese beso y ese «creo que me empiezas a gustar» estaba siendo imposible.

    Lo mejor es que no entendía por qué. Su relación con Ray no era particularmente profunda, y sí, era cierto, se divertía estando con él, le encantaba su ácido sentido del humor y sabía que no le juzgaba, así que podía comportarse con mayor franqueza que con otra gente. Además, como XIII también disfrutaba de su compañía, le gustaba protegerle y… También le gustaba poder darle lo que nadie había podido jamás ofrecerle: contacto físico.

    ¡Pero! Aunque se sintiese cómodo con él, eso no explicaba por qué se había alegrado tantísimo al verle en la fiesta de esa terrible secta —incluso sabiendo que lo iba a ver, que no por nada XIII le había insistido en asistir—, o por qué se lo había quedado mirando mientras se iba del jardín.

    Decidió intentar centrarse en lo que había ido a hacer. Miró a Kate con ojos llenos de disculpas, sabiendo bien que tendría que contarle en detalle lo de Rosie, pero no sería en ese momento y esperaba que la mujer lo entendiese. Bajó entonces la mirada a uno de los panfletos, leyendo con cuidado los nombres, pero una Dolly, vestida de rojo, en vez de azul como las demás, pronto llamó la atención del público para comenzar esa especie de subasta.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    La conversación con Kate no había sido demasiado larga, pero sí dura. Volver a hablar de lo traicionado que se había sentido, pensar en excusas para no habérselo dicho antes a su compañera —había comentado que, pese a todo, no quería desvelar un secreto que Rosie se había asegurado por guardar tan celosamente; no era una mentira, Lena tampoco sospechaba nada al respecto—, disculparse con Kate…

    La verdad es que habría sido más fácil si no hubiese sido justo después de salir de la fiesta de El Dorado. Ninguno de los dos agentes sabía hasta qué punto era legal lo que habían presenciado, pero por si acaso de forma oficial dirían que simplemente les había apetecido pasarse por ahí.

    Como fuese, Pasha había salido del coche a medio camino, diciendo que quería dar un paseo. Y realmente lo necesitaba, tomar un poco de aire y caminar para liberar la energía acumulada. Y, bueno, ¿quién podría decirle nada por hacer un alto en el camino para tomar una copa?

    Iba a entrar en un bar, pero le dio por girarse para asegurar rápidamente el perímetro, gajes del oficio, y vio en la calle de en frente a cierto profesor universitario sentado en la barra y con una copa frente a él.

    Frunció un poco el ceño y decidió cruzar la calle. Iba tan decidido que ni se fijó en que no estaba yendo por un paso de cebra, así que tuvo que saltar para no ser atropellado y se disculpó con la mano mientras el enfadado conductor le llamaba de guapo para arriba. Se reajustó la chaqueta y entró en el bar, sentándose directamente junto a Ray, quien de todas formas ya le había visto acercarse.

    —¿Me crees si te digo que no te estaba siguiendo y que genuinamente te he encontrado por accidente? —le preguntó en voz baja, inclinándose sobre él.

    Esto le sirvió también de excusa para comprobar que no olía a alcohol, así que imaginaba que se había pedido la copa como una especie de prueba. Bien, no le iba a dar la oportunidad de fallar, así que cogió su vaso y se lo bebió él.

    Al ver a Ray levantarse para irse, sacó la cartera y dejó un par de billetes que seguramente daban una propina bastante buena al camarero. Acto seguido, dio un par de zancadas y caminó ya al lado de Ray en la calle. Ray pareció resignarse, porque no dijo nada. Pasha tampoco habló salvo para pedir un taxi.

    Sentado en los asientos de cuero, escuchando un partido de béisbol por la radio, miró a Ray, que a su vez miraba por la ventanilla, y se mordió el labio, pensativo. Quizá debería ser sincero, decirle que él tampoco estaba muy seguro de qué sentía, pedirle continuar su amistad hasta averiguarlo.

    Le gustó el plan, pero no quería hacer algo tan íntimo delante de un taxista cualquiera.

    Pagó él también esa cuenta, aunque esta vez procuró que la propina no fuese desmesurada, y acompañó a Ray en otro largo silencio hasta la puerta de su casa. Mientras le veía buscar las llaves, respiró hondo y le llamó con un suave toque a su brazo, acercándose un poco más a él.

    —Escucha, he estado pensando sobre lo que hablamos el otro día y… realmente hay algo que me gustaría decirte… —pero cuando la puerta estuvo abierta, empujó a Ray hacia atrás, sacando su pistola de la cinturilla trasera de su pantalón —¡Policía de Los Ángeles! —exclamó entrando en la casa.

    Escuchó un grito femenino y, al encender la luz, vio a una muchacha de pelo negro corto que se tapaba apresuradamente con la ropa que probablemente se había quitado al entrar. Reconoció a Wendy Sullivan, tardó dos segundos en entender qué hacía ahí, pero su cara de extrañeza y confusión era totalmente real cuando bajó la pistola.

    —¡Por favor, no dispares! —seguía sollozando la chica.

    —Vale, tranquila, ya guardo la pistola —dijo, mirando a Ray antes de volver a mirar a la muchacha —. Perdona, no sabía que tenías «visita» —dijo con un tono algo amargo.

    Wendy respiró hondo y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, sujetando la ropa con la otra.

    —Ray, ¿se te olvidó que habíamos quedado? —preguntó con una voz todavía algo temblorosa, aunque terminó de calmarse cuando miró más atentamente a Pasha, deslizando los ojos por su cuerpo sin mucho pudor —Oh… ¿O es que acaso te apetecía jugar a algo distinto? ¿Es un amigo tuyo? Es muy guapo.

    —¿Eh?

    —Nunca he hecho un trío, pero la verdad es que no me importaría probarlo. ¡Mira esos brazos! —y ni corta ni perezosa, se acercó para tocarle los bíceps.

    Pasha la alejó respetuosamente y dio un par de pasos hacia atrás.

    —Mejor me voy y os dejo a vuestras cosas —dijo con un carraspeo incómodo, aunque luego miró mejor a Wendy y enarcó una ceja —. ¿Cuántos años tienes?

    —¡Esto es legal! —se apresuró a decir ella, dando ya por perdida la idea del trío —Tengo veinte años.

    —Por Dios, Ray —sacudió la cabeza y alzó las manos —. Bien, cada uno a lo suyo. Buenas noches.

    —¡Hasta luego, guapo!

    En cuanto la puerta se cerró, Pável respiró hondo y se frotó los párpados con dos dedos. Obviamente sabía que Wendy y Ray no tenían nada entre ellos más que algo así como una relación profesional, por llamarla de alguna manera, pero quizá la intervención de la chica era una señal de que no debía hacer lo que había estado a punto de hacer.

    ¿En qué demonios estaba pensando? ¿Qué se suponía que iba a ocurrir? Ese pobre hombre no tenía por qué aguantar a un detective y a un justiciero enmascarado, supuestamente enemigos, revoloteando a su alrededor, y menos si al menos uno de ellos le confundía de alguna forma.

    En cuanto a él mismo, igual sólo estaba algo confundido tras lo de Rosie. Había estado mucho tiempo enamorado de ella y ahora, sabiendo que quizá formaba parte de El Dorado… Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos y empezó a bajar las escaleras.

    Seguramente, lo mejor sería alejarse de Ray, al menos en una de sus dos facetas, porque se temía que XIII seguiría apareciendo por su casa durante una temporada. Si Ray era un objetivo para esa secta, podía en el mejor de los casos ser un posible referente. En el peor, correría peligro y necesitaría ayuda.

    En cualquier caso, Pasha debía alejarse de él. ¿No era, además, lo que Ray le había pedido?

    Empezó a fumar cuando salió a la calle. Se rascó la nuca, empezando a caminar hacia casa, aunque no pudo evitar mirar una última vez hacia el edificio de Ray, buscando su ventana. Era de las pocas que seguían iluminadas a esas horas de la noche, aunque estaba demasiado alta para ver el interior.

    —Espabila, Novikov —se gruñó a sí mismo mientras retomaba el camino hacia su casa.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Afiló los ojos, fijándolos en su objetivo. Ni siquiera parpadeó mientras apuntaba con calma. Su respiración era relajada, su pulso firme, el bombeo de su corazón constante. Su entrenamiento como francotirador le garantizaba ahora una ventaja magnífica.

    Soltó el aire de sus pulmones y disparó.

    —¡Novi! –gritó Kate, sobresaltada, mientras su compañero estallaba en carcajadas. Chasqueó la lengua y se metió la mano en el escote, sacando de ahí la pelotita de papel que su compañero acababa de encestar —¿Quieres centrarte en el caso?

    Pasha aún se rio un poco más, ahora a boca cerrada, mientras asentía y volvía la mirada a los papeles que tenía delante. Al momento, perdió todo rastro de sonrisa, simplemente suspirando mientras veía las fotos del cadáver.

    En los últimos diez días no había ocurrido nada relacionado con El Dorado, pero sí había continuado la actividad delictiva habitual en una ciudad tan grande y con tanto movimiento como Los Ángeles.

    En este caso, la desafortunada víctima era una mujer de treinta y seis años que había aparecido flotando en el mar, lo que obligaba a Pasha y Kate, detectives asignados al caso, a trabajar con la Guardia Costera. Y eso era una mierda porque ambas partes del dúo habían encontrado que la pareja de la Guardia Costera les caía mal.

    En fin, el giro argumental que marcaba aquello como un asesinato y no como algún trágico incidente era que el agua en los pulmones de la víctima era agua dulce, algo que obviamente no tenía mucho sentido dado el lugar en el que había aparecido el cuerpo.

    Además, había claros síntomas de lucha y… Bueno, homicidio, claro.

    Esta mujer, Patricia Thomas, era profesora de Historia Moderna en la UCLA —Pasha había tenido mucho cuidado de no cruzarse con Ray cuando fueron a investigar su despacho— y, por lo que habían descubierto por ahora, había estado en contacto con un ricachón obsesionado con recuperar el tesoro de un barco hundido en el siglo XVIII por aquellas costas.

    Ahora bien, el ricachón en cuestión tenía una coartada sólida —varias cámaras de seguridad lo situaban muy, muy lejos del puerto el día del crimen—, y el resto de cabos que habían intentado seguir no habían llevado a ninguna parte.

    Llevaban una semana atascados, pero no iban a rendirse tan fácilmente, claro que no.

    —¿Estamos seguros —empezó Pasha —de que no la mató un fantasma pirata?

    —Por dios, otra vez lo del fantasma no —sollozó Kate, hundiendo la cara en las manos.

    —No, no, escucha… Patricia encuentra el tesoro, pero no puede moverlo, así que coge una moneda —tomó la bolsa de pruebas donde había una moneda española antigua —sin saber que tiene vinculado el espíritu vengativo del capitán de la Sirena cantora —su español hizo que Kate contuviese una risa —. Vuelve al barco en el que ha hecho la incursión —señaló la foto del barco que habían encontrado a la deriva y cuyo último alquiler había sido de la víctima —, llena una palangana de agua para quitarse algo de sal y entonces, ¡zas!, el fantasma la ahoga y la tira al agua.

    —La historia mejora cada vez que la cuentas —se burló Kate, ahora apoyando un codo en la mesa y la mejilla en la mano —. Si hasta parece que empieza a tener sentido y todo.

    —Sí, ¿verdad? —se rio Pasha, pero entonces miró la moneda y frunció el ceño.

    Con un nuevo interés, empezó a mover los papeles y las fotos, poniendo por encima de todo los mapas marítimos que habían encontrado en el barco, despacho y apartamento de la víctima. Kate, notando la nueva inquietud de su compañero, guardó silencio, esperando a que el engranaje terminase de arrancar.

    Entonces, Pasha sonrió, victorioso, mientras golpeaba con un dedo los papeles.

    —Somos idiotas.

    —Tú sí. ¿Qué ocurre, qué has visto?

    —Estamos dando por supuesto que Patricia encontró la Sirena cantora, pero… ¿Y si no fue así?

    Kate parpadeó y frunció el ceño.

    —Le dijo a Spall que la tenía.

    —Sí, pero… Quizá le mintió. Estaba ahogada en deudas, su investigación llevaba años atascada y su contrato en la universidad se iba a acabar este curso. Creo que al principio sí que esperaba encontrar el tesoro, pero todo llevaba a callejones sin salida, Spall empezaba a presionarla y ahí empezó a sacarse resultados de la manga.

    —Vale, pero… ¿De dónde sacó la moneda?

    Pasha miró otra vez la moneda, dándole vueltas en la mano.

    —Quizá de un anticuario, o tal vez de…

    —¡El hombre del gorro! —exclamó Kate, haciendo que Pasha por poco se cayese de la silla de un susto —¿Recuerdas que la habían visto en una cafetería cerca de un hombre con gorro varias veces?

    —¿Crees que ese tipo le estaba haciendo la documentación nueva?

    —O quizá era con quien iba a huir…

    —¡El doctor Penella! —dijeron ambos a la vez, señalándose el uno al otro.

    —Debieron fingir esa pelea para que la gente no pudiese relacionarles cuando ella desapareciese —asintió Pasha con un nuevo brillo en la mirada —. Pero, entonces, ¿por qué estaban en el barco?

    —¡Porque lo habían encontrado! No hay registros de la localización exacta, pero seguramente es porque sólo lo marcó en el mapa que llevó consigo al barco.

    —Así que Penella lo tiene… Y no ha ido a por el barco porque la investigación está en curso y hay muchos ojos sobre él.

    —Es lo único que tiene sentido en todo esto —asintió Kate.

    Pasha miró entonces el reloj y frunció el ceño.

    —Ya debe ser de noche, pero podemos tenderle una trampa para mañana. Avisa a Sieso y Muermazo —eran los agentes de la Guardia Costera —de que mañana deben estar preparados. Anunciaremos a primera hora que la investigación queda cerrada por falta de nuevas pruebas. Ponemos vigilancia sobre Penella, dejamos que nos guíe al barco y lo atrapamos in fraganti.

    —Suena bien, pero… ¿Por qué tengo que hacerlo yo?

    —Porque la idea ha sido mía —sonrió Pasha mientras se ponía en pie —y porque le prometí a Tanya que le leería un cuento antes de dormir.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando Ray llegó a casa encontró a XIII en la cocina, sacando dos tazas para servir un café que acababa de preparar. No se sorprendió, no tenía motivos para ello. Desde la noche de la subasta, el justiciero había aparecido en su apartamento cada noche, nunca a la misma hora y nunca desde el mismo sitio.

    A veces se quedaba sólo un par de minutos, lo suficiente para comprobar que siguiese sin haber cámaras ni micrófonos y que Ray estaba bien y después desaparecía. Otras, como parecía ser aquella ocasión, se quedaba entre quince minutos y una hora.

    —¿Ha sido un paseo agradable? —preguntó con calma, como si aquella fuese su puñetera casa, mientras servía el café.

    Ni siquiera prestó atención a la serpiente que se deslizaba por el suelo hacia el sofá, prefiriendo centrarse en dejar el café al gusto de Ray.

    Debían ser las dos de la madrugada, más o menos. Sabía que a Ray le gustaba pasear a Pársel por el parque para que cazase ratones o lo que fuese que pillase, aunque a él mismo le había sorprendido encontrar el apartamento vacío a esas horas. Pensó que, tal vez, Ray habría salido más tarde o que quizá se hubiese alargado un poco más de lo normal.

    —He comprado galletas —comentó mientras dejaba las tazas en una bandeja donde ya había un plato con las citadas galletas. Cogió la bandeja y la llevó a la mesita que había frente al sofá, sentándose ahí en una escena que podría ser perfectamente doméstica si no llevase media máscara y varias armas encima —. Son Oreo de marca blanca… es lo único que he podido encontrar a estas horas.

    Cuando Ray se sentó, XIII se quitó la parte inferior de la máscara, liberando así su boca para poder comer. Vio al otro sacar la cajetilla de cigarrillos y asintió cuando le ofreció uno, cogiéndolo y poniéndoselo en la boca. Se acercó para que lo encendiese y aspiró la primera bocanada de humo mientras tomaba la taza de Ray y se la acercaba.

    Llegados a ese punto, las noches anteriores le habría comentado que todavía no tenían noticias del hermano de Wendy o que El Dorado no estaba mostrando movimiento alguno, pero esta vez simplemente se recostó y soltó una larga humareda, despacito.

    La cosa está en que se encontró disfrutando de ese silencio. No era la primera vez, por supuesto, pero no dejaba de maravillarle lo cómodo que era a veces simplemente sentarse con alguien, fumar y beber café sin hablar de nada y sin estar dándole vueltas a nada en concreto. Era liberador.

    En algún momento, en medio del silencio Ray decidió empezar a corregir trabajos o quizá terminar de preparar alguna clase o actividad, pero a XIII no le apetecía irse. No tenía por qué irse, tampoco. Y en un acto de egoísmo, por a aquello sólo se le podía llamar egoísmo, se levantó para cotillear las estanterías de Ray.

    Encontró un libro que le llamó la atención, una novela histórica, y procedió a acomodarse en el sofá para empezar a leer. Dejó las armas sobre la mesita y abrió el libro. Debió abstraerse en la lectura, porque no se movió mucho del sitio hasta que había terminado el segundo capítulo. En ese momento cogió un trozo de servilleta y lo usó de marcapáginas, dejando el libro a un lado para enfrentarse a Ray, quien alzó la mirada con cierta curiosidad.

    —Quítate los guantes —le dijo en voz baja (efecto que quedaba acrecentado por el distorsionador de voz).

    Le vio dudar y, finalmente, obedecer, y una vez las manos de Ray estuvieron desnudas, XIII se quitó también sus guantes y tomó las manos de Ray, apoyando palma contra palma.

    Le miró y no pudo evitar sonreír. Sujetó una de sus muñecas mientras simplemente tomaba la otra mano y le guio hasta que pudo tocarse su propia mejilla. Ladeó un poco la cabeza, ocupando con su palma todo el dorso de la mano de Ray a la vez que hacía que esa mano de Ray ocupase toda su mejilla.

    Le acarició de forma inconsciente los nudillos y le sonrió otra vez.

    Unos minutos más tarde, le volvió a poner él mismo los guantes, recogió sus cosas y se fue.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lena estaba contenta y se notaba en que no había dejado de parlotear durante toda la tarde. Había quedado con Ray, como hacía al menos una vez por semana, para ponerse al día, controlar que todo fuese bien y tal, y se había pasado toda la cita con una gran sonrisa y hablando de lo muy orgullosa que estaba de los avances de Tanya y de lo bien que le caía su nueva compañera.

    Su trabajo era una mierda —es difícil tener un buen trabajo cuando apenas conseguiste terminar el instituto—, a veces realmente agotador, pero poder tener a alguien con quien quejarse y bromear durante los turnos era un alivio enorme.

    También habló de Pasha, claro, señalando que hacía mucho tiempo que Ray y él no quedaban.

    —No sé, me parece triste —le comentaba mientras se terminaba su refresco —. Parecía que hacíais buenas migas, ¡y en Halloween os lo pasasteis genial juntos! Espero que no sea por una discusión… Ya sé, ¿qué te parece si te vienes a nuestra cena de Acción de Gracias?

    Pagó ella la cuenta, Ray había invitado la otra vez y ahora era su turno, y se puso la chaqueta mientras se levantaba.

    —Siempre me ha parecido una celebración estúpida. ¿Gracias de qué? —se rio mientras se colgaba del brazo de Ray al salir del bar donde habían pasado un par de horas —Pero a Tanya le hace mucha ilusión y el año pasado ya se quejó de que todos sus compañeros habían tenido una cena y nosotros no. Así que este año he encargado un pavo y Pasha y yo hemos estado mirando recetas. Se vendrá también Richard, puede que Kate, la compañera de Pasha. Había invitado a Rosie, pero ya me dijo que su relación con mi hermano había terminado definitivamente, así que, bueno —se encogió de hombros con un suspiro, mirando el puerto —. No tendrías que hacer nada. Si quieres traer pan o algo de postre… Y si no, pues con tu presencia estaremos más que satisfechos —sonrió, dándole un par de palmadas amistosas en el brazo.

    Empezó a hablar de una de las recetas que quería probar cuando, de pronto, un hombre corriendo a toda velocidad les obligó a apartarse. Lena todavía no se había recuperado de la sorpresa cuando otra figura volvió a pasar por el pequeño pasillo que se había abierto en la calle.

    El segundo hombre, de pronto, hizo algo digno de una película, porque saltó sobre unas cajas, dio tres pasos por una pared y se abalanzó sobre el primero, tirándolo al suelo.

    —¡Doctor Philip Penella, quedas arrestado! —exclamó la voz de…

    —¿Pasha?

    Anonada, Lena se fijó en que, efectivamente, era su hermano. Y ahora llegaba Kate, también corriendo, aunque ya sin aliento.

    —¡Lena, Morrison! —saludó con una sonrisa.

    —¡Kate, las esposas! —gritó su compañero.

    —¡¡Voy!! Dadnos un momento —se rio Kate antes de correr hacia Pasha.

    Desde unos metros de distancia, aunque en primera línea dentro del corrillo que se había formado, Lena y Ray pudieron presenciar cómo Kate le leía sus derechos al tal Penella mientras lo esposaba. Un coche de policía llegó poco después y dos hombres uniformados se llevaron al detenido mientras Pasha y Kate chocaban manos.

    Kate terminó por meterse también en el coche, pero Pasha al final se acercó a su hermana, terminando de recuperar el aliento. Al principio ella pensó que estaba sudando por la carrera, pero entonces se dio cuenta de que no era solo eso: estaba empapado y olía todo él a mar. Llevaba un traje de neopreno negro, aunque se había puesto unos pantalones cortos por encima, seguramente justo antes de iniciar la persecución.

    —¿Quiero preguntar? —se rio su hermana, repeinándole con una mano en un gesto maternal.

    —He encontrado un barco pirata del siglo XVIII —sonrió Pasha, todo orgulloso de sí mismo.

    Lena enarcó una ceja y luego miró a Ray, intentando contener la risa.

    —¿Cómo puedes aburrirte de alguien así?

    —Buenas —saludó por fin Pasha a Ray, de forma algo más incómoda —. Hacía ya varios días que no coincidíamos.

    —¡Eso le estaba diciendo yo! Le he invitado a la cena de Acción de Gracias.

    —Ah, eso está bien —sonrió un poco Pasha —. No te sientas obligado, que ya sabes que esta puede ser un poco…

    —¿Un poco qué? —inquirió Lena. Pasha alzó las manos en gesto de rendición y ella sonrió, volviendo a colgarse del brazo de Ray —Bien, pues te enterarás de esa historia del barco en unos días. ¡Y tú! ¡Ve a secarte y ponerte ropa decente, que te vas a enfriar al final!

    —Joder… Está bien, está bien…

    Pero entonces, Pasha se acercó un poco más a ellos. Se metió una mano en un bolsillo y entonces forzó a Ray a estrecharle la mano. Se le hizo raro sentir el tacto de los guantes, pero no dio muestras de ello y, mientras le soltaba la mano, le guiñó un ojo y le hizo un gesto de silencio. Después besó a su hermana y puso rumbo al barco del que había salido para ir a vestirse.

    —¿Qué ha sido eso? —preguntó Lena, curiosa al ver que Ray tenía la mano cerrada.

    Cuando el hombre la abrió, pudo ver sobre la palma de su mano una moneda de oro carcomida por el tiempo que debía ser del siglo XVIII.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Allison canturreaba una canción mientras terminaba de archivar los informes que tan duramente había estado rellenando. No era raro que se quedase hasta tarde en el refugio, pero es lo que ocurre cuando amas tu trabajo: no te importa pasar en él más tiempo del estrictamente necesario.

    La cosa está en que, aunque solía hacer horas extra, era muy raro que recibiese visitas. Por eso cogió el revólver cuando escuchó que alguien golpeaba la puerta trasera del refugio y se acercó con el teléfono de la policía en marcación rápida, por si acaso.

    Lo que se encontró, sin embargo, le hizo dejar el teléfono y guardar el revólver, y es que no creía que ese hombre enmascarado pudiese hacerle daño. No mientras sostuviese el cuerpo de una chiquilla en brazos.

    —Por favor… —incluso con el modificador, su voz sonó rota y angustiada —Por favor, ayúdala.

    —Debería ir a un hospital —dijo Allison con voz seria mientras abría la puerta.

    —No podemos ir a un hospital —susurró XIII —. Su vida terminaría en el momento en el que Urgencias llamase a la policía.

    —¿Y qué hay de sus padres? —ahora le guiaba al quirófano —¿Su familia?

    Esta vez, XIII no respondió y simplemente dejó a la muchacha sobre la mesa. A Allison le sorprendió que sus manos temblasen mientras ayudaba a desvestirla, y el espectáculo le pareció tan lamentable que le hizo apartarse. ¿Ese era el hombre que quería coserse a sí mismo una herida sin anestesia y que no había ni jadeado con una laceración corto-punzante en el puto abdomen?

    Le vio poner a un lado una máscara que debía ser de la chica y después empezar a jugar con el mango de uno de sus cuchillos de forma nerviosa. Allison terminó por gruñirle, sintiendo que el nerviosismo del justiciero se le estaba contagiando.

    —Eres amigo de Ray, ¿no? ¿Por qué no le llamas?

    XIII asintió, muy callado, y se retiró de la habitación para murmurar. Allison entonces pudo centrarse en lo que le ocupaba, suspirando con alivio al ver que, en realidad, la chica no estaba tan mal como había parecido en un momento. Había perdido el conocimiento y había recibido algún golpe fuerte, pero no había traumatismos, hemorragias internas ni huesos rotos.

    Unos quince minutos después, XIII estaba sentado con Ray fuera del quirófano donde Allison seguía limpiando a Wendy. Estaban en el suelo, compartiendo un cigarrillo y bebiendo uno de los peores cafés de máquina de la ciudad.

    XIII le había contado en susurros la historia. Había aparecido una pista sobre Peter, el hermano de Wendy, y esa pista les había llevado a enfrentarse directamente al chico, que estaba trabajando, al parecer, como refuerzo de una pequeña banda de ladrones de lujo.

    XIII había perseguido a los tres ladrones, pero se le habían escapado en mitad del tráfico nocturno, así que había vuelto a buscar a Wendy, que se había quedado con su hermano. Lo que se encontró fue a Peter sujetando a Wendy por la ropa y golpeándola con un puño convertido en hierro.

    —No había nada en sus ojos —terminó en voz baja —. No había tristeza, ni ira… Ni siquiera aburrimiento. Era como si la luz estuviese encendida, pero no hubiese nadie en casa —dio otra calada al pitillo que Ray le tendía. No sabía en qué momento le había tomado la mano, pero ahora se dio cuenta de que se la estaba acariciando suavemente, como una especie de bola antiestrés —. Han debido hacerle algo a ese chico, pero ni siquiera entiendo qué ha podido ser…

    El justiciero giró la cabeza hacia el quirófano al escuchar la voz de Allison, pero pronto entendió que estaba hablando con su esposa, contándole qué había pasado. La escuchó decir que su paciente estaba bien, que sólo necesitaba dormir, y eso hizo que XIII suspirase y relajase los hombros.

    No duró mucho, pronto Ray pudo ver cómo resbalaban lágrimas desde la zona superior de su cara, tapada por media máscara, hasta su barbilla, cayendo desde ahí hacia su final. Se cubrió la boca con la mano libre mientras la otra apretaba los dedos de Ray.

    —Le dije que no viniera —sollozó —. Se lo dije mil veces. Es un trabajo peligroso y muy desagradecido. Le dije que podía salir herida o incluso peor. Y ella se empeñaba en seguirme y en jugar a ser una heroína. ¿Qué habría pasado si hubiese muerto hoy? ¿Cómo voy a poder mirarla otra vez después de haberle fallado así? Ella era mi responsabilidad y yo no estaba para protegerla. ¡Dios! —golpeó el suelo y luego alzó la cabeza, apoyando la nuca en la pared.

    Que Ray le abrazase le pilló por sorpresa, pero más pronto que tarde correspondió al abrazo con cierta fuerza. Hundió la cabeza en el hombro del otro y lloró unos minutos sin decir nada más. Allison había terminado la llamada, pero no salía del quirófano, seguramente para darles espacio.

    —No sé qué voy a hacer con ella —dijo con la voz algo más entera cuando su respiración se fue calmando —. Ni contigo —añadió, separándose lo suficiente para mirarle a los ojos. Incluso le puso una mano en la mejilla, acariciándosela con el pulgar —. Tienes una diana peligrosa en la espalda y no sé cómo quitártela. No puedo protegeros para siempre, pero no puedo permitir que os pase nada, yo…

    Se mordió el labio inferior y, entonces, besó a Ray. Fue un beso desesperado, podría decirse, con sabor a café, cigarrillos y lágrimas, pero cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se separó de él rápidamente y se puso en pie de un salto.

    Murmuró varias disculpas inconexas mientras se ponía la máscara, algo sobre «por favor, encárgate hoy de ella» cuando pasó por el lado de Allison, que por fin se había decidido a ver qué coño pasaba con esos dos, y después salió corriendo y se perdió entre callejuelas.

    Cuando llegó a casa, sin siquiera haber guardado aún el traje, golpeó el sofá varias veces, riñéndose a sí mismo en susurros. ¿Por qué coño había hecho eso? ¿Cómo se le ocurría besar a Ray?

    Le había gustado, era cierto, pero… Había sido igual que cuando le había regalado la moneda pirata. No lo había pensado, le había salido del corazón, y ahora se arrepentía. No porque realmente no hubiese querido hacerlo, sino por el propio Ray. ¿Qué iba a pensar ahora de él? ¿Y de Pasha? ¿Cómo iba a mirarle a la cara ahora?

    Y en medio de este drama adolescente estaba Wendy. La había abandonado por un ataque de pánico. Porque había sido eso, un ataque de pánico.

    Se sintió sobrepasado por todo. Wendy, Ray, El Dorado, Rosie… Todo daba vueltas en su cabeza. Le costaba respirar, pero consiguió quitarse el traje y, una vez con la ropa interior, se sentó en el suelo, apoyando la espalda en la cama.

    Apoyó la frente contra sus rodillas mientras se abrazaba las piernas e intentó centrarse en respirar hondo, sostener el aire unos segundos y dejarlo salir lentamente.

    Entonces, cuando por fin se hubo relajado lo suficiente y ese ataque de ansiedad hubo pasado, alzó la mirada y vio a través de las sombras de la noche que Gerónimo se había acercado a él, curioso.

    Tomó a la tortuga entre sus manos y la miró, sonriendo un poco al ver cómo alargaba el cuello para darle un besito. Pasha accedió, dándole también un beso a la tortuga, y después soltó una risa nerviosa.

    —¿Qué cojones estoy haciendo con mi vida? —le preguntó a la tortuga.

    Por desgracia, Gerónimo no supo responderle, así que volvió a ocultarse en su caparazón.

    SPOILER (click to view)
    Soy la reina del drama.

    Y soy muy fan de no revisar mi respuesta antes de enviarla xdd Así que si hay algún fallo gordo, me avisas y corrijo. Si no, en algún momento, cuando relea el rol, editaré ~
     
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    Estas dos semanas se habían convertido en un auténtico infierno para Ray y Naomi. Con la muerte de su compañera —Patricia Thomas—, fueron ellos los escogidos como «profesores expertos en historia» hasta que se arreglara la situación y se uniera a las filas de la universidad un auténtico profesor especializado en la materia. Alegaba la decana que las clases de Thomas no eran tantas, su contrato era temporal después de todo; y también decía que historia y literatura dependían la una de la otra. Ray podía entender hasta este punto, pero cuando los alumnos de Patricia preguntaban por el nombre de los generales de tal o cual batalla, se alzaba de hombros y respondía que no tenía la menor idea. Esta sinceridad mosqueaba a más de uno y no fueron pocos los alumnos que pidieron explicaciones al decanato.

    Y si el «no tengo ni idea» de un profesor ya les hacía refunfuñar, pues el eterno «estamos trabajando en ello» que se impuso como respuesta estos días les hacía ya maldecir el buen nombre de la universidad.

    El caso es que Ray llegaba a su apartamento siendo más cansancio que persona, tuvo que rechazar los últimos encargos de la editorial, no estaba en el mejor estado como para revisar o corregir ningún texto que le pasaran. Las visitas de XIII, por breves que fueran a veces, se le presentaron como un salvavidas en este mar de estrés en el que debía mantenerse a flote.

    Tenía sus reservas a la hora de tocar la piel de otra persona (incluso sabiendo que a XIII no le pasaría nada), no sabía si una simple caricia podía resultar tan íntima como se decía. Había leído sobre esto innumerables veces, pero nunca había podido descubrir qué tenía de cierto y qué era una exageración en las líneas de cualquier novela o en los versos de cualquier poema. Mantuvo el escepticismo hasta que acarició su mejilla, sonriendo cuando XIII apretaba su mano o acariciaba también sus dedos. Y entonces entendió perfectamente los poemas que más se le resistían (“He touched me, so I live to know…”). Se convenció de que en verdad había algo mágico en acariciar la piel de otro y sintió tanta envidia del resto de personas que más de una noche se fue a la cama con los ojos llorosos.

    Ninguna lágrima ni caricia le pudo preparar para el beso en el refugio de Allison, y lo sentía tanto por ella como por la chica que rescató, pero por toda la noche no consiguió quitarse ese beso de la cabeza. Se lo atribuía a la presión, una situación de estrés extremo superaba incluso a los justicieros, seguramente no pensaba lo que hacía, así que no quiso escandalizarse por esto. A fin de cuentas, no era una monjita de clausura, no pondría el grito en el cielo por un beso… por muy agradable que le hubiera parecido.

    *



    Wendy despertó sobresaltada, incorporándose de repente en la cama y llevándose las manos al costado por el dolor de sus heridas. Caía el sudor frío por su espalda y quiso darse una ducha para despejarse, ya pensaría luego dónde estaba o quién la había traído aquí.

    Se vistió con la ropa que había aparecido, doblada y planchada, sobre la cama. Caminó con cautela por la casa, escuchando risas y ladridos, siguió la dirección de los ruidos, pero se ocultó a un lado del pasillo para escuchar la conversación, debía decidir si sus captores se merecían un golpe en la cabeza que los dejara inconscientes o apenas un empujón que le permitiera escapar.

    —Así que —esta voz se le hacía familiar, y es que ya había oído antes a Allison—, esta chica es compañera de tu buen amigo el justiciero.

    —Justiciero que —no pudo reconocer la voz de Naomi— se pasea por tu casa a cualquier hora y de cualquier manera, ¡y además! —alzó un poco la voz para interrumpir a Allison antes de que interviniera—. Y además, os dais besitos y caricias, ¿pero qué clase de amistades tienes tú?

    —Con la cara de pardillo que tienes, ¿quién iba a decir que estarías jugando a dos bandas con un justiciero y un policía? —no dudó en darle un codazo, haciendo que Ray refunfuñara—. ¿Cómo decidirás entre uno y otro? Yo te recomiendo prueba de cama.

    —Desde luego —Wendy, aunque no vio el gesto, escuchó cómo chocaban las manos—. ¿Quieres que te ayudemos a organizarlo todo para tus noches de pasión?

    —¿Podemos dejar de hablar de mí? He venido a preguntar por la chica.

    —Está perfectamente —respondió Allison señalando el pasillo con el pulgar—. ¡Sal de ahí! Has subestimado la capacidad de observación de Hufflepuff, nos ha avisado desde que abriste los ojos.

    Al verse descubierta, y comprobar que no había sido secuestrada sino llevaba a casa de su salvadora, Wendy salió de su escondite. Acarició al perro que la delató, y estuvo obligada a acariciar también al resto cuando fueron corriendo a olisquearla.

    Aceptó la comida con algo de vergüenza y todavía avergonzada siguió a Ray de regreso a su apartamento, esperaba encontrar allí a XIII (hasta iba ensayando en su cabeza las disculpas que quería darle por no pensar mejor el plan de rescate de su hermano), pero en el apartamento sólo estaba Parsel, que ni siquiera dejó su sitio en el sofá para recibirles.

    —No tendrías que haberme ayudado —le dijo sentándose junto a la serpiente—. Le habré causado problemas a esa mujer.

    —Tu compañero es alguien muy convincente —Ray se alzó de hombros sintiendo cómo se formaba una sonrisilla en sus labios—. Por favor, no te desnudes. Ya tuve un momento muy bochornoso contigo hace unas semanas.

    —Pues no entiendo por qué, me considero una chica muy atractiva.

    —No lo eres para alguien de mi edad.

    —Lo soy especialmente para los hombres de tu edad, ya sabes: carne fresca.

    —No tengamos otra vez esta conversación, ¿vale?

    —¡Es que no lo entiendo! —le dio un golpe a uno los cojines, sin quererlo despertó a Parsel y la vio deslizarse bajo la alfombra—. Hoy en día nadie ayuda a nadie sin esperar nada a cambio. Yo te ofrezco sexo fácil y lo rechazas… ¿vas detrás de mis órganos? ¿Te hace falta un riñón?

    —Pero, ¿tú con qué clase de gente te relacionas? —suspiró—. Tengo que volver a la universidad, ¿estarás bien tú sola?

    —Prometo no desvalijar tu casa —sonrió—. Sólo te robaré algo de wifi y el ordenador, necesito seguirle la pista a mi hermano.

    A Ray le preocupó el brillo en sus ojos, Wendy no iba a rendirse a pesar de la paliza que había recibido.

    *



    Esta noche podía ser una noche decisiva, lo sabía. Lo supo desde que Lena le invitó a cenar y, la verdad, no dudó ni un momento en rechazar la invitación familiar y decidir pasar el Acción de Gracias con Lena y su familia. No le preocupaba Pasha, se había dado cuenta de lo que sentía por su hermana y no puso ningún impedimento; le preocupaba la pequeña, una mala palabra de Tanya podía mandar al traste todos los avances que hubiera hecho con Lena. Debía hacer todo lo posible para ganarse su aceptación, ahora bien, ¿cómo? No tenía la menor idea de cómo se congeniaba con los niños.

    Llamó al timbre y se sintió más que aliviado cuando Pasha abrió la puerta, podía pedirle un par de consejos en lo que llegaban el resto de invitados.
    Pasaban de las nueve cuando el timbre volvió a sonar, siendo esta vez Tanya la que abría la puerta. Wendy se puso de cuclillas y endureció sus manos para hacer chocar sus puños con un sonido metálico.

    —¡Ya está aquí la cascanueces!

    Tanya la miró de arriba abajo y luego gritó:
    —¡Щелкунчик!

    Wendy miró a Ray y Ray miró a Wendy, intercambiando ambos la misma mueca de confusión mientras Tanya corría a su habitación sin dejar de parlotear en ruso. Volvió a aparecer en mitad de las presentaciones (ahora Wendy daba su nombre, pero mantenía su título de cascanueces) cargando con un libro infantil. Era, precisamente, el cuento del Cascanueces.

    —Lo leeremos más tarde —le dijo Lena acariciándole la cabeza, pero viendo venir el berrinche se apuró en añadir—. Tu tío puede ser Clara, ¿qué te parece si le preparamos un vestido bien bonito para que pueda bailar y…? —suspiró, Tanya dejó el libro para irse corriendo a los armarios de su madre, buscando cualquier pedazo de tela que se ajustara a la idea en su cabeza del vestido perfecto—. Creo que tendremos como media hora antes de que vuelva —señaló a Pasha—. No te librarás de bailar y más te vale hacerlo bien, Chaikovski nos estará observando.

    A Ray se le escapó la risa mientras se sentaba, tenía que comer aunque ahora tuviera muchas más ganas de ir al balcón a fumar con Richard y Pasha. No, realmente con Pasha, la presencia de Richard le daba un poco igual.

    —Pensé que ya no vendrías —comentó Lena sirviendo la bebida—, y mucho menos acompañado, ¿vas a alguna de sus clases?

    —No soy su alumna, soy su jovencísima amante de la que todavía no os ha hablado.

    —En tus sueños, querrás decir.

    —Pero bueno, ¡sígueme el juego! Deja que me divierta un poco —se quejó, pero luego dio los primeros bocados al pavo y se olvidó de su rabieta.

    El efecto de la buena comida fue inmediato, hasta Ray comenzaba a pasar por alto el cansancio de tantas horas extras entre clases, tutorías y exámenes de alumnos que no le correspondían. Su cuerpo pareció enterrarse en el sofá y desde aquí disfrutó de la función de El Cascanueces más divertida que había visto nunca: Pasha imitaba los pasos que le marcaba Tanya (ella disfrazada de dragón y él con varias sábanas a modo de elegante vestido), Wendy hacía su papel como Cascanueces abriendo nueces con sus dedos endurecidos, Lena tenía la misión de leer el cuento y Richard la de mover a Tanya por los aires para hacer patadas voladoras.

    A Ray el reparto de papeles le pareció de lo más acertado, aunque le costaba quitarle el ojo de encima a Pasha. No podía decir que el vestido de sábanas le favoreciera demasiado, pero sí lo hacían sus hombros desnudos (la sábana hacía su mejor esfuerzo como palabra de honor). Se preguntaba cómo sería acariciar su piel y sonrió recordando el beso que le había robado.

    Aplaudió al final de la primera parte del cuento y se acomodó en el sillón mientras se preparaban para la segunda. Lástima que Lena invirtiera tanto en el buen estado de sus muebles, porque se durmió entre los cojines casi de inmediato. Despertó de buena mañana en su apartamento, sin saber que habían echado a suertes quién le llevaba a casa en brazos, ganando Wendy.

    *



    Fue a la tercera vez que llamó a la puerta cuando pensó que tendría que interesarse más por los horarios de un policía. Dio por hecho que Pasha o estaría fuera, o estaría trabajando, pero no tuvo tiempo de desbloquear su móvil cuando, al fin, se abrió la puerta. El móvil tuvo tiempo de sobra de caer al suelo, siendo Pasha el que lo recogió.

    —Sí, perdona, estoy… algo distraído —murmuró cogiendo el teléfono.

    Sacudió la cabeza para obligarse a reaccionar, ¡qué difícil era hablar con Pasha prácticamente desnudo frente a él! Se daría palmaditas a sí mismo por haber venido a esta hora, pillándole al salir de la ducha. Pasha le invitó a entrar y aunque estuvo tentado de ir tras él a su dormitorio y ver cómo se vestía, supo conformarse con esperarle en el salón.

    —Tengo que irme unos días a atender un asunto familiar —le dijo mientras empujaba la maleta de viaje que trajo con él, benditas ruedas que hacían todo el trabajo—. Vengo a pedirte que cuides de Parsel —primero lamentó que Pasha saliera terminando de ponerse una camiseta, y luego señaló la maleta antes de abrirla—. Pensé que a tu sobrina podría gustarle tenerla cerca —la serpiente trepó por su brazo, bajó por su espalda y se deslizó hasta los pies descalzos de Pasha para olisquear los restos del gel—. Serán sólo unos días, y te prometo que es una mascota muy cariñosa. No podía dejarla sola.

    Se despidió de Parsel acariciándola sin el guante de por medio, y aunque también le hubiera gustado apretar la mano de Pasha, optó por inclinar la cabeza y dar un paso atrás mientras se cubría las manos. Una vez listo, le enseñó el pequeño bolsillo que había al dorso del guante derecho, sacando de ahí la moneda que le regaló.

    —Debe valer más que mi sueldo, ¿no te parece? —bromeó volviendo a guardarla.

    Agradeció tres veces más el favor que le estaba haciendo y se marchó a atender ese supuesto asunto familiar.

    *



    El e-mail le tomó por sorpresa, como casi todo lo que venía por parte de Ray. No sabía si sentía admiración por un hombre que pasaba tanto de todo que no se inmutaba ni aunque le apuntaran con un arma, o si sentía genuina preocupación por el mismo motivo. El caso es que abrió el correo y lo leyó con una sonrisa que se fue borrando a medida que llegaba al final.

    Tuvo que sentarse para digerirlo todo, y al estar en la calle lo hizo a un lado de la acera. Después de unos minutos que pasó releyendo las mismas líneas salió corriendo al hospital en el que, decía Ray, estaba su hermano ingresado. Los enfermeros confirmaron la historia: la policía había arrestado a una banda entera de ladrones, con muchos disparos de por medio, muchos heridos y algún muerto. Peter Sullivan tuvo la suerte de no ser de los últimos.

    Quiso pasar la noche en la habitación, pero los médicos no dudaron en echarla alegando falta de espacio. Pensó en volver a casa, pensó en trepar por las ventanas del hospital y colarse en la habitación de su hermano y, quizá la venció el cansancio, pensó en ir al apartamento de Ray a reponer fuerzas. Se llevó toda una sorpresa viendo a XIII junto a la puerta, pero no tuvo tiempo de preguntar qué hacía cuando le pidió silencio con un gesto de índice.

    Se forró en acero y derribó la puerta, quedándose en el suelo para que XIII pudiera entrar y apuntar con el arma.

    —Estáis invadiendo una propiedad privada —Rosie suspiró cruzándose de brazos—. Debería llamar a la policía, ¿vais a robarme?

    —¿Dónde está Ray? —Wendy se puso en pie de un salto y miró de un lado a otro, veía las paredes vacías y las cajas repletas de cosas tan típicas en una mudanza. Por los ruidos al otro lado, alguien estaba rodando muebles—. ¿Y quién eres tú? ¿Qué está pasando aquí?

    —Me dedico a la compraventa de propiedades vacías como ésta —le extendió una tarjeta, falsa por supuesto—. Puedes llamarme Pam.

    —Pam, ¿eh? —miró una vez más la tarjeta antes de dársela a XIII—. Siento decirte que este apartamento no está vacío, tiene dueño.

    —Creo que ahí te equivocas —Rosie caminó hacia la mesita de café para coger su Tablet—. Estamos en el 915 de Wilshire Blvd., apartamento 9-A con una habitación y un baño —le enseñó la pantalla a ambos—. «Propiedad libre», lo que viene a significar que el dueño falleció y no se encuentran ni herederos ni contratos bancarios —se alzó de hombros negando con la cabeza—. No es un apartamento muy grande, pero está bien posicionado, puedo sacar una buena suma… si no me rompéis nada más, claro.

    —¡Pero eso no puede ser! —se quejó Wendy dando un puñetazo a la pared que tenía más cerca—. ¡Estuve aquí hace dos días! ¡Y te aseguro que el propietario estaba perfectamente!

    Los gritos atrajeron la atención de quien movía los muebles en el dormitorio, el enfado de Wendy tembló un poco viendo aparecer a la primera mujer-toro que había visto en su vida, ni siquiera sabía si debía referirse a ella como vaca o toro. Era tan grande que tenía que agacharse para no chocar sus cuernos con las lámparas o las estanterías, y sus brazos parecían perfectamente capaces de romper huesos sin esfuerzo, por no hablar de las pezuñas que tenía a modo de pies.

    Llamaba la atención que una criatura de apariencia tan temible llevara traje y corbata, imitando el estilo formal que se estilaba por cierta Agencia Central de Inteligencia.

    —He terminado —le dijo a «Pam», que le agradeció con una sonrisa.

    —Según mi base de datos —retomó la conversación—, el señor Watkins falleció hace casi treinta años.

    —No sé de quién me estás hablando, Pam —Wendy se apretó el entrecejo con tanta fuerza que temió hacerse daño—. Pero yo me refiero a Ray, eh… ¡Morrison! Ray Morrison. Búscalo, tiene que aparecer, ¡si vive aquí, maldita sea! —le quitó la Tablet y buscó ella misma, sin dar crédito porque no aparecía por ningún lado.

    Rosie recuperó la Tablet antes de que la tirara al suelo en un ataque de rabia, se la entregó a su temible compañera (sin saber que tanto a Wendy como a XIII les gustaría saber su nombre) y regresó con ellos sin poder disimular muy bien lo molesta que estaba.

    —¿Queréis algo más que ponerme nerviosa?

    —¡Quiero una explicación! ¡No entiendo nada! —Rosie chasqueó la lengua con su respuesta—. ¿Cómo no va a aparecer Ray si estamos en su casa?

    —Lavanda, por favor.

    Wendy se extrañó, tanto del cambio de voz de Pam (ahora sonó verdaderamente hastiada de la conversación) como por el repentino olor a dicha flor. Sintió unos dedos presionándole las sienes y se apartó preparando un puñetazo que no consiguió acertar. Se apartó también el que respondía por «Lavanda», un hombre no muy alto que tenía su cara cubierta con la máscara típica de los médicos de la peste, de su pico brotaba el olor a las flores y de sus dedos la habilidad de eliminar recuerdos.

    Hicieron falta cinco segundos para que Wendy se llevara una mano al mentón, intentando recordar que la había traído aquí. Vio a XIII y sonrió de oreja a oreja.

    —¡Ven conmigo al hospital, he encontrado a mi hermano!

    *



    Totalmente ajena a la rápida recuperación de Peter Sullivan en el hospital, Naomi se dedicó aquella tarde a organizar fotos. Hacía demasiado frío como para disfrutar del paseo con sus perros, y quería entretenerse con algo hasta que llegara Allison, ahora mismo atendiendo una emergencia gatuna en el veterinario. Prometía ser una actividad tranquila, pero comenzó a extrañarse viendo una cara que no reconocía en fotos tan íntimas como las de su boda.

    Las apartó todas y, cuando Allison regresó, le preguntó por ese hombre. Salía en muchísimas fotos, y las dos se asustaron cuando en la galería del teléfono de Allison salía el mismo hombre misterioso.

    —¿La semana pasada estuvo en casa…? —murmuró yendo de una imagen a otra, recogiendo las que Naomi había apartado—. ¿Falta algo? ¿Nos han robado?

    —Nuestros millones están a salvo, tranquila.

    —Que lo digo en serio.

    —Y yo —suspiró quitándose las gafas, se frotó los ojos antes de volver a ponérselas—. ¿Quién es y por qué lo hemos olvidado, Ally? ¡Estuvo en nuestra boda! Tengo fotos con él en la universidad, y mira qué pintas llevo, han pasado muchos años desde esas fotos.

    —Ah, esos pantalones no podían favorecer a nadie.

    —¿Y ahora quién se lo está tomando a broma? —refunfuñó quitándole la foto—. ¿Estás muy cansada?

    —¿Para cuestionar tus decisiones con la moda? Nunca —sonrió poniéndose en pie—. Dame cinco minutos, una ducha rápida.

    Aquellos cinco minutos se alargaron un poco más de la cuenta, pero antes de que Pasha pudiera terminarse su café, Kate entraba con un matrimonio, y sus cinco perros, que sospechaba les habían borrado los recuerdos sobre una persona.

    —Así que —Pasha las despidió prometiendo que investigarían el asunto, y Kate se quedó en la mesa mirando las fotos que trajeron como prueba—, alguien está borrando el rastro de Morrison, ¿tenemos alguna pista de quién?

    *



    La casa de los Morrison en Phoenix parecía haberse estancado en el tiempo, ajena a la llegada del siglo XXI. El porche era el lugar favorito de Ray para pasar el calor del verano, pero en pleno invierno la casa resultaba tan grande que la única forma de calentarla era con la chimenea.

    La instalación eléctrica era deficiente, y si se enchufaban el televisor y la lavadora a la vez, toda la casa quedaba a oscuras, y debían turnarse las labores y apagar toda luz posible para no acabar con un incendio entre cables pelados y chispazos. A Ray no le sorprendía nada de esto, pero a sus captores (no podía llamarlos de otra forma, aunque hubiera aceptado venir con ellos) les faltaba muy poco para mandar la misión al traste. Sirope estaba acostumbrado a las comodidades que daban la electricidad y el agua corriente, ¡y en esta casa ni siquiera había agua caliente! Iba por la casa lamentando su mala suerte y se dedicó a pasar las tardes echado en una esquina, sollozando.

    Creta no lo llevaba mucho mejor que él, aunque sí agradecía la amplitud de la casa, no tenía que agacharse para ir de una habitación a otra, echaba de menos la cocina eléctrica. Con sus manos tan grandes, era difícil encender el fuego bajo los calderos.

    —¿Cómo demonios se entretiene uno aquí? —suspiró Sirope mirando por la ventana—. Cielo, ¿qué hacías aquí para no morir de aburrimiento?

    —Era una granja, siempre había algo que hacer —respondió Ray desde el sillón sin apartar la vista del libro que leía—. No sabes la de tiempo que te roba cuidar de los animales.

    —¿Eras granjero, cielo? ¿Cuidabas de cerdos y gallinas?

    —Y también de vacas y caballos.

    —¡Fascinante! Cuéntame cómo, por favor, ¡me aburro tanto aquí sentado!

    —Déjame salir de aquí y te contaré todo lo que quieras.

    —Ah, no puedo hacer eso o me caerá una buena bronca de El Dorado. ¡Creta, cariño! Díselo a Ray, no me cree —dio un suspiro de lo más dramático poniéndose en pie—. Iré a dar un paseo, necesito airearme.

    Ray tuvo un escalofrío con el beso que le lanzó a modo de despedida y se removió cuando Creta se sentó al otro lado del sillón, pero pesaba tanto al ser mitad toro que Ray se deslizó hasta acabar pegado a ella.

    —No estoy de acuerdo con lo que te está haciendo —dijo después de dar un par de mordiscos a su almuerzo, sin importarle lo más mínimo los pataleos de Ray por separarse sin tocarla, a pesar de llevar guantes—. Te dábamos la libertad de ese chico, Sullivan, a cambio de unas muestras de sangre. Esto de retenerte aquí para que te borren…-

    —¿Me borren? —la miró sin entender a qué se refería.

    Una casa sin teléfono ni conexión a internet no era tan distinta de un bunker, así que Ray no tenía forma de saber la segunda parte del plan de Sirope: si borraba su vida, no tendría a dónde regresar. Entonces volvería a ofrecerle la oferta de colaboración con la CIA y la respuesta, esperaba, sería distinta.

    SPOILER (click to view)
    El poemita (de Dickinson): (x.)
    [ya sabes que la poesía y yo no congeniamos PERO veo a Ray muy de leer poemitas, sobre todo estos románticos buscando una descripción más “pasional” de tocar a la gente]

    Ray lleva estos guantes con bolsillito (pero con dedos cubiertos, obviamente, no quiere matar a nadie x'd)

    La ¿minotaura? se llama Creta (sí, totalmente a propósito el nombre): (x.)
    (no sabes lo que me ha costado encontrar una muchacha/toro/minotauro que NO sea furro ni sexualizado. Internet tiene problemas)

    Por aquí el que borra recuerdos y huele rico: (x.)
    (spoiler: su habilidad es reversible, puede borrar o rehacer recuerdos borrados)

    Y algo así para la casa de los Morrison: (x.)
     
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