|| Vida ❤ Muerte ||

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    Ife {Flam}
    SPOILER (click to view)
    Apodo: Ife
    Nombre real: (no lo recuerda)
    Edad: (nadie ha preguntado)
    Origen: tribu maldita de los Mutuwa (*)
    Residencia actual: - - -
    Ocupación: (es complicado)

    Pocas cosas dan más miedo que un Mutuwa: magos, brujos, hechiceros de la magia prohibida, capaces de arrancar la vida y sesgar las almas del imprudente que les mire directamente a los ojos. O, al menos, es lo que se dice. Bien, la tribu de los Mutuwa tiene la peor de las famas, y se la han ganado a pulso con su estricto código de conducta y cierre total a cualquier tipo de acercamiento; ni confirman ni niegan las habladurías que corren a su alrededor, sólo las escuchan. Ante esto, los rumores corren como la pólvora, y si hoy se dice que ayudan a las almas a cruzar al otro mundo, mañana se dirá que devoran dichas almas para acabar convertidos en demonios. Los Mutuwa están rodeados de misterio. Misterio y miedo, desde luego, y no es para menos al verlos aparecer con sus guadañas por los pueblos.

    Su presencia se considera un terrible presagio, se cree que donde aparezca un Mutuwa, vendrán también la muerte y la desgracia. Podría decirse que los hombres de Mutuwa son la contraparte de las mujeres de Ise Ilurga. Mientras que ellas sacan lo mejor de sí mismas, esforzándose por mejorar un poco cada día en una existencia pacífica (aunque preparada para la guerra, de haberla); ellos han nacido de la angustia y el dolor. Dicen por ahí que en realidad son muertos vivientes que roban la vida misma de los mortales para poder extender su existencia en este mundo, ya que el otro les está vedado por los horribles crímenes que han cometido.

    El caso es que nadie ha visto morir a un Mutuwa, por ello se les tacha de inmortales. Qué habrá de cierto y qué no en esto nadie lo sabe. Nadie en su sano juicio querría pasar mucho tiempo con alguien que encarna la misma muerte. Ésta es la principal razón de la poquísima información que se tiene sobre ellos, además de la norma de los propios Mutuwa, que tienen prohibido hablar de sí mismos. No pueden decirle a nadie su cometido, así que, por supuesto, nadie sabe que cada miembro de la tribu es una rencarnación de sí mismo, una segunda oportunidad en el mundo para enmendar el crimen tan atroz que hicieron en su primera existencia (crimen que han olvidado con la rencarnación).

    Para ello, para que su alma pueda descansar en paz y no se consuma en una existencia eternamente atormentada, deben garantizar el viaje de muchas otras. Es el verdadero motivo de que aparezcan momentos antes de la muerte de alguien, han podido verla y anticiparse a ella. Ojalá garantizar la felicidad del muerto fuera así de sencillo, el rechazo de los vivos es tal que, con el paso de los años, los Mutuwa han visto a cientos de almas vagar de un lado a otro buscando un descanso que les fue negado con una ceremonia errónea. No faltaban los sacerdotes fanfarrones que a cambio de unas monedas prometían el Paraíso para el fallecido, y lo más frustrante para un Mutuwa es ver que la gente prefiere pagar por un descanso que no se consigue, ¡cuando ellos se ofrecían hacerlo gratis! Un Mutuwa no busca el dinero, sólo busca la salvación: su propia salvación.
    Quizás un lavado de cara no le vendría mal a la tribu para quitarse de encima esa fama de hombres malditos y peligrosos, pero, ¿quién iba a ayudar a unos hombres que daban tanto miedo?

    Hablar de Ife es hablar de cualquier Mutuwa, todos acaban compartiendo más de un rasgo, como el ojo izquierdo de un reluciente color dorado. Con él, Ife puede ver las almas, ya estén agonizando o no. Su labor de redención sería ayudarla a descansar, cosa que se vuelve imposible con tanto rechazo a la tribu.

    Por suerte, hay pueblos donde la presencia de un Mutuwa no se rechaza ni se celebra, simplemente se ignora al tratarse de un asentamiento tan grande y poblado. Es en las grandes ciudades donde Ife puede no mezclarse con la gente pero sí pasar medianamente desapercibido, ¡incluso puede probar una comida caliente!
    Maneja la guadaña como sólo un Mutuwa sabe hacerlo, puede luchar con ella y hacer auténtico daño, y si a esto le sumas los conjuros y la magia —que les hace brillar, literalmente hablando— pues no cuesta averiguar por qué se les tacha de demonios e incluso cosas peores.

    Y hay poco más que contar sobre Ife, ha perdido la cuenta de los años que lleva vagando de un pueblo a otro, ofreciendo salvación para las almas que abandonan el mundo. No abunda la clientela pero, cuando consigue un «sí» de un moribundo, se le puede ver disfrutar de su labor.


    Le gusta:
    ✓ La música y festivales de algunos pueblos, aunque debe disfrutarlos desde lejos, si se acerca demasiado parará toda actividad en los aldeanos.
    ✓ Cuidar de su guadaña, es la única compañía que tiene y no quiere perderla.
    ✓ Moverse de noche, apenas hay gente por los caminos cuando sale la luna.


    No le gusta:
    ✘ Que se haya acostumbrado a la soledad no significa que le guste. Sólo los animales se le acercan.
    ✘ Empieza a creer que su alma nunca podrá salvarse, le aterroriza pensarlo.
    ✘ Teletransportarse. Le consume mucha energía y prefiere moverse a pie.


    Información extra:
    - No guarda recuerdo alguno de su existencia antes de ser «Ife», desconoce cuándo ocurrió y cuál fue su crimen imperdonable.
    - El nombre de Ife se lo dieron en la tribu y se traduce, en lengua de los Mutuwa, como «el que viene al mundo a amar y ser amado». Lo considera una auténtica crueldad de nombre.
    - Las incontables muestras de rechazo allá por donde va le han vuelto un hombre huraño.
    - Como todos en su tribu: no tiene un solo vello corporal. Para muchos, la vida se concentra en el pelo, y como los Mutuwa no tienen derecho a ella, pues simplemente desaparece. Tampoco puede engendrar hijos.
    - Aunque quiera, no puede quedarse mucho tiempo en un mismo sitio. No envejece y eso le ha causado más de un problema con sus vecinos, que no dudan en tacharlo de demonio.
    - El tatuaje alrededor de su ojo izquierdo es la marca de los Mutuwa. Cuando la tinta desaparezca significará que, al fin, puede dejar este mundo en paz. Hasta que esto ocurra, no morirá por profunda que sea la herida o fuerte el golpe que reciba.
    - El silencio de la tribu es relativo. La norma estipula que sólo se hable, se acepte una ofrenda, se responda una pregunta (o casi cualquier cosa, realmente) al tercer intento de la otra parte. El caso es que nadie ha hablado tanto tiempo con un Mutuwa, ¿no es trágico?


    Apariencia:
    QUOTE



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    I - II


    Lulú {Ban}
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Erluth Pagkamba.
    Apodos: Lulú, Luth.
    Edad: 17 años.
    Raza: Indeterminada.
    Residencia: Santuario de Ise Ilurga.
    Ocupación: ---

    Todo el mundo sabía que el santuario de Ise Ilurga era un lugar seguro para las mujeres. Daba igual de dónde viniesen, cuál fuese el color de su piel, su nombre, su edad, su rango o qué hubiesen hecho —hasta cierto punto, claro—; todas serían acogidas y protegidas en el santuario en caso de necesidad.

    Bajo el santuario vivían mujeres de todo tipo y con toda clase de traumas. Algunas habían sido maltratadas física o psicológicamente por sus parejas, otras habían sido violadas, otras habían sido vendidas, otras simplemente eran infelices, y otras lo habían perdido todo o, directamente, nunca habían tenido nada.

    Había, por supuesto, unas cuantas madres, si bien todas habían llegado con sus niñas entre los brazos o de la mano. Todas menos una, Nerika Pagkamba, quien había aparecido en una horrible noche de ventisca con un embarazo de poco más de ocho meses. Había sido rápidamente recibida por dos guerreras que montaban guardia y, apenas entró, rompió aguas, como si el bebé hubiese estado esperando hasta que su madre estuviese en terreno seguro para venir al mundo.

    Dio la casualidad de que aquel fue el único niño que había nacido en el santuario en los últimos veinticinco años, siendo además el único varón de todo el complejo. Algunas mujeres se mostraron inquietas, sin tener muy claro cómo proceder, pero la suma sacerdotisa, quien llevaba dirigiendo el lugar desde hacía medio siglo, propuso lo mismo que se había hecho décadas atrás: criar al niño como a un miembro más de la familia y, una vez tuviese edad para ser independiente, ofrecerle la opción de ver mundo o de quedarse.

    Esta era, en realidad, una elección que tomaban todas las habitantes del santuario diariamente. Ninguna estaba obligada a quedarse, ninguna estaba obligada a irse. Era, después de todo, un lugar para sanar el cuerpo y el alma y, de ser necesario, para recibir el abrazo de una cariñosa familia.

    Así pues, el pequeño Erluth, como decidió Nerika llamarlo, creció en aquel complejo de piedra rodeado únicamente de mujeres y siendo educado por un montón de tías, abuelas y hermanas mayores.

    Aprendió, igual que todas las demás, a leer y escribir, matemáticas, historia, cultura general sobre el mundo y sus leyes naturales. Y, como todas las demás, participaba en la vida en el santuario.

    Había una buena variedad de tareas. Las pequeñas en formación rotaban por todas las tareas, aprendían lo básico y, en caso de quedarse en el santuario, podían quedarse con una ocupación fija o mantener los turnos rotativos. Las ocupaciones fijas eran, sobre todo, el cuidado de niñas y enfermas —había algunas profesionales que tomaban a las otras como aprendices—, el cultivo de los huertos o la cría de los pocos animales que había en una especie de granjita. Los turnos rotativos se dedicaban a la cocina, el lavado y costura de ropa o la limpieza y adecuación del santuario.

    Había otra posición fija, ocupada por aproximadamente un cuarto de las mujeres: las guerreras. Aquellas eran las que habían aprendido a luchar para hacer del santuario un sitio inexpugnable, brujas y humanas que combinaban sus habilidades en caso de atacantes externos, creando una barrera infranqueable.

    Nerika había pasado a formar parte de ese grupo en cuanto Erluth había dejado de mamar, y aunque nunca dejó de ser una madre atenta de su hijo, sí dedicó unos años a entrenarse, pues al igual que casi todas las otras guerreras no había tocado un arma antes de llegar allí y jamás había luchado.

    Lulú, como cariñosamente le llamaban sus hermanas mayores y alguna de sus abuelas, observaba los entrenamientos y los cambios de guardia, pero nunca sintió suficiente curiosidad por aquel mundo de cuero y acero. No, su vocación era realmente distinta.

    Este muchacho, que había demostrado tener un alma increíblemente cándida y amable, siempre dispuesto a ayudar a las demás, tenía tres grandes habilidades, muy alejadas de la violencia de la lucha: la música, la tierra y la empatía.

    En lo que respecta a la música, parecía tener un don natural para tocar la flauta y el laúd, también para cantar y, sorprendentemente, para bailar con la fluidez de una bailarina. De hecho, en las fiestas que se hacía en el santuario, solía interpretar con dos de sus hermanas un par de canciones, causando el deleite del resto de mujeres de allí.

    Sus otras dos habilidades resultaban muchísimo más sorprendentes. Cuando iba a los huertos o al jardín, o incluso cuando paseaba por el bosque que rodeaba el santuario, algo que hacía más a menudo de lo que a su madre le gustaría, parecía que la naturaleza le acariciaba y le guiaba. Tenía auténtico talento con los cultivos, también, pues sabía detectar al instante si algo le pasaba a una planta y una voz en su interior parecía dictarle la mejor forma de arreglarlo.

    Cuando las granjeras le pillaron poniendo piedrecitas y pieles de fruta troceadas sobre la tierra, él simplemente sonrió y dijo que eso ayudaría a las plantas, algo que a ninguna se le había ocurrido, pero que pudieron corroborar en la biblioteca del complejo.

    Y cuando la suma sacerdotisa le vio acariciar las hojas de un brote y cómo este brote se estiraba hacia los dedos del muchacho, que por entonces tenía unos diez años, fue a hablar con Nerika para interrogarla sobre el padre de la criatura, una conversación que jamás habían tenido antes —presionar a las mujeres no entraba en la política de Ise Ilurga— y que terminó en una discusión de la que la anciana no pudo sacar nada en claro.

    La empatía era, también, algo que preocupaba a la vieja Carau, y es que desde que el niño había soltado su primer llanto, había parecido entender o incluso sentir los padecimientos de las otras criaturitas de la guardería. Cuando ya era mayor, algunas veces lloraba al tocar a alguna de sus tías, como si sintiese un dolor o una tristeza que la mujer ocultaba y que él podía sentir.

    Pese a esto, el niño creció sano y fuerte, con un cuerpo delgado y un rostro que parecía haberse contagiado de la femineidad del santuario, porque se había asentado con una ligera androginia. Era, simplemente, muy bonito, pero a algunas madres no les dio tiempo a temer por la integridad de sus hijas cuando, con 14 años, Lulú se presentó en el dormitorio de Nerika y le dijo que una de sus hermanas se había abrazado a él esa noche de una forma que le había incomodado enormemente.

    Efectivamente, Lulú no parecía sentir ningún tipo de deseo por las muchachas que le rodeaban, ni siquiera por las más hermosas. Quizá en otro tiempo, en otro lugar, se habría podido dar pie a preguntarse si esto se debía a que simplemente había nacido con este desinterés o a que al no haber tenido jamás un referente puramente masculino su personalidad se había desarrollado en esa dirección.

    Como fuese, el chico era dulce, era querido y era colaborativo en las tareas —quitando algún pequeño acto de rebeldía de la adolescencia—, y cuando al cumplir los 15 pidió permiso para quedarse allí, incluso las que más habían dudado al saber de su sexo suspiraron con alivio por no tener que decirle adiós.

    Lulú había nacido y crecido allí, y lo único que conocía era el santuario y sus alrededores. No, no quería irse a ninguna parte, no quería dejar a su familia. Pero, al final, fue obligado.

    Vivir en un santuario perdido en el bosque de una montaña no implica vivir totalmente aislado del mundo. Allí dentro se sabía que, fuera, se estaba librando una guerra, y sabían perfectamente que el bando que estaba lanzando ofensivas con aspiraciones de conquista estaba capitaneado por un brujo oscuro de la peor calaña.

    Ese brujo estaba buscando algo, una especie de arma que, quizá, podría decantar definitivamente la balanza a su favor. El destino, si es que algo así existe, quiso que, tras más de cinco años, sus pesquisas le llevasen al santuario de Ile Ilurga.

    Erluth recordaría poco de aquella noche. El olor del fuego y de la sangre, los gritos, los aullidos de algunos lobos. Su madre entró en su cuarto, le puso un colgante al cuello y le obligó a huir por unos pasadizos subterráneos con Nuluha, una de las mejores guerreras del santuario, discípula de Nerika.

    Nuluha lo sacó de allí, cogieron un caballo cada uno y consiguieron huir, bajando por caminos escondidos en la montaña hasta llegar a un sitio seguro donde le hizo vestirse con una ropa que había metido en una bolsa antes de la escapada y le pintó el rostro. En cuanto Lulú se cubrió parte de la cabeza y del rostro con un velo, quedó perfectamente disfrazado como una sacerdotisa del templo de Lagami, una orden donde las sacerdotisas, al iniciarse, realizaban un viaje durante un año acompañadas por una escolta. Eso les permitiría no destacar en las ciudades y, sobre todo, no llamar la atención del brujo.

    Porque estaba claro, aunque nadie se lo hubiese dicho, que Erluth era su objetivo.

    Gustos:
    ✓ Quizá no tenga un paladar demasiado refinado ni un apetito voraz, pero parece que podría comer dulces sin parar durante días enteros, si se le dejase. Y fruta de todo tipo, también.

    ✓ No sólo tiene talento para la música y la tierra, es que además le encantan ambas actividades. De hecho, antes del ataque, se había ganado un hueco en los cultivos del santuario, y durante la huida se las apañó para meter en su apresurado hatillo un laúd hecho por una de sus tías. Las cuerdas son muy especiales, ¡todas sus hermanas donaron sus cabellos! Y, todo hay que decirlo, jamás se le ha roto una cuerda.

    ✓ Le gustan, igual que las plantas, los animalitos. Parece que el sentimiento, la mayor parte de las veces, es mutuo.

    Disgustos:
    ✘ Siempre ha estado un tanto consentido, por lo que no lleva muy bien que le griten o que le hablen mal. Con un «por favor» y un «gracias» se consiguen muchas cosas, ¡no hace falta dar órdenes!

    ✘ Le incomoda sentirse sucio, aunque ahora, al parecer, no le queda más remedio que aguantarse.

    ✘ Posiblemente, lo que más odia es no saber qué ocurre a su alrededor. No sabe a dónde van, no sabe si su familia sigue viva, no tiene ni idea de dónde está. ¡Ni siquiera entiende por qué nadie querría buscarle!

    Información extra:
    —Aunque fue educado por mujeres, no se considera a sí mismo una mujer, pero eso no indica que se sienta incómodo cuando le confunden con una, sobre todo ahora que su disfraz es, precisamente, el de una suerte de sacerdotisa.

    —Tiene algunos lunares repartidos por todo el cuerpo.

    —No tiene ni idea de quién es su padre, y jamás le ha importado un cuerno saberlo. ¿Para qué, si nunca le ha necesitado?

    —Siente un profundo respeto y una gran admiración por las guerreras de Ile Ilurga, con sus cuerpos trabajados y su rectitud y coordinación.

    —Su habilidad empática le permite conocer los estados de ánimo de la gente, ya no sólo tocando, como cuando era más pequeño, sino simplemente estando cerca, si la emoción es muy fuerte, y él nunca ha tenido pudor alguno en externalizar sus propios sentimientos. Si siente tristeza o dolor, suyo o de otra persona, es probable que llore. Si siente alegría, sonreirá y su buen humor mejorará.

    —No se lo ha dicho a nadie, ni siquiera a su madre, pero desde hace un tiempo puede ver mucho más que estados de ánimo. De hecho, con toques prolongados ha podido llegar a captar pensamientos, recuerdos e incluso una vez, cuando una hermana suya sufría una pesadilla y él fue a consolarla, pudo ver sus sueños.

    —No lo sabe y, por ahora, nadie parece haberse dado cuenta, pero sus ojos cambian de un profundo azul a un tono dorado cuando las plantas responden a su toque. Sabe por intuición que es algún tipo de magia, pero la única vez que quiso preguntarle a su madre, notó tanto rechazo en su aura que nunca lo ha vuelto a intentar.

    Apariencia:

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    || I | II | III ||



    Nerika
    Nuluha
    ★ Ropa -> parte superior (X) y parte inferior (X).
    ★ Y, sobre el maquillaje de las sacerdotisas esas, pues me imagino algo como esto, líneas bajo los ojos, en vez de blancas pues negras, porque como luego se cubren nariz y boca tampoco vale la pena buscar algo más complejo xdd
    ★ Algo así para el santuario (X)



    || Vida ❤ Muerte ||


    —¡Pero ya estamos aquí! —protestó Erluth, obviamente ofuscado —¿Por qué no puedo hacerlo?

    —¡Porque te digo yo que no! —respondió Nuluha, tan obcecada como él —Por el amor de todos los dioses, ¡déjalo estar!

    —¡No quiero dejarlo estar! —se quejó el muchacho, echándose el pelo hacia atrás con ambas manos mientras daba un par de pasos por la habitación antes de volver a encararse contra la mujer. Respiró hondo antes de volver a hablar —Llevamos más de dos semanas caminando sin parar por senderos terribles que ya han hecho que me sangren los pies tres veces. Nos han intentado atracar en al menos seis ocasiones, ¡y en la última lo consiguieron! Hemos dormido al raso, te he ayudado a cazar y cocinar animales super adorables para comer, he seguido tus instrucciones al pie de la letra. ¡Ni siquiera me he quitado estos malditos velos hasta que hemos estado en habitaciones cerradas! Y no me he quejado ni una vez. Sólo te estoy pidiendo que…

    —Ya sé lo que me estás pidiendo —le interrumpió Nuluha con el ceño fruncido —. Y la respuesta sigue siendo un no rotundo. Es sólo un laúd —al ver cómo Erluth apartaba la mirada con ojos dolidos, relajó un poco la expresión y se acercó a él, acariciándole una mejilla con dulzura maternal —. Podremos conseguir otro. Ahora lo que tenemos que hacer es seguir.

    —¿Seguir a dónde, Nu? —murmuró Erluth, aunque apenas lo dijo, se apartó un poco de ella —¿No lo sabes?

    —¿Qué? Yo no he dicho…

    —No hace falta que lo digas. He notado tu incertidumbre —el chico se abrazó a sí mismo y se dejó caer en el único camastro de la habitación —. Así que caminamos hacia ninguna parte. ¿Es eso?

    —No, Lulú. No es eso. Estamos… —se arrodilló delante de él, reclamando su mirada de nuevo —Estamos siguiendo las instrucciones de tu madre, ¿vale? Y ni siquiera yo sé a dónde nos llevarán porque así puedo protegerte mejor. ¿Entiendes? —cuando Luth asintió, Nuluha sonrió un poco y juntó sus frentes —Te prometo que, en la siguiente ciudad en la que paremos, te conseguiré otro laúd.

    —Pero no será lo mismo —suspiró Luth, abrazando a la guerrera —. Ese laúd es especial, tiene un sonido muy especial. Lo talló la sacerdotisa Kodish y muchas chicas dieron un mechón de su cabello para hacer las cuerdas. Incluso utilizaron uno mío… claro que yo no sabía para qué lo querían, fue un regalo de cumpleaños.

    Nuluha, con el ceño otra vez fruncido, se separó un poco de él, poniendo ambas manos en los hombros de su acompañante.

    —Espera, ¿tu pelo está en las cuerdas?

    —¡Sí! —Erluth sonrió con nostalgia, revolviéndose un poco el pelo —Fue justo cuando me lo corté. ¿Recuerdas que antes me llegaba por la cintura y un día simplemente me corté la trenza? Pues antes de tirar el pelo, Ilyara me pidió un mechón.

    —¡Tenemos que recuperar ese laúd! —exclamó entonces la guerrera, poniéndose en pie.

    —¿Qué…?

    —¿No lo entiendes, Lulú? ¡El cabello es importante! Está lleno de vida y poder —Nuluha suspiró y le miró con decisión —. Si ese laúd terminase en manos de Cárrigan por alguna casualidad, podría utilizarlo en tu contra y en contra de todas las chicas.

    Ahora era Luth quien fruncía el ceño, frotándose la frente con el dorso de una mano.

    —Entonces… ¿Puedo participar en el concurso?

    La guerrera soltó un larguísimo resoplido y puso los ojos en blanco.

    —Iré a inscribirte —Luth empezó a sonreír, pero entonces ella le dio un golpecito en la frente con un dedo —. No salgas de la habitación.

    —¡No, no lo haré!

    Nuluha le miró tres segundos antes de sacudir la cabeza, coger su capa y salir de la habitación. No quería reconocerlo, pero se temía que, aunque hubiese sido el laúd más normal del mundo, habría terminado cediendo ante esa carita.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Famedlla era una de las ciudades más grandes e importantes de la región. En ella no vivía ningún monarca ni ningún noble, ni siquiera el señor de la zona, que vivía cómodamente en un modesto castillo en la capital de la región. Sin embargo, en Famedlla había una rica y boyante burguesía.

    Mercaderes y artesanos de todo tipo y de todas partes del mundo se podían encontrar allí, y si al doblar una esquina veías una joyería regentada por un hombre hechizado que por el día tenía cabeza de gato, en la calle siguiente había una pareja de brujos peleándose por algún producto mágico difícil de conseguir y en la siguiente había una mercería con finos tejidos venidos de todo el continente.

    Había, además, una gran actividad cultural. Uno de los más ricos mecenas de la ciudad, que aunque era un burgués podía considerarse prácticamente el rey de ese pequeño territorio dada su incalculable fortuna, gozaba de la música y las artes y las patrocinaba ampliamente, haciendo festivales, exposiciones y encargos de todo tipo.

    Gracias al señor Bise había bellas esculturas en todas las fuentes y todas las fachadas estaban siempre limpias y bien pintadas, los suelos estaban limpios por su plantilla de limpiadores y, también por su obra, esa misma semana se celebraría un concurso musical en la plaza principal.

    No era extraño que cada mes se hiciese algún concurso auspiciado por él, y los premios solían ser bastante jugosos, llamando la atención de gentes de los alrededores, pero también de personas que viajaban de bastante lejos para poder participar y, de paso, visitar Famedlla y disfrutar de su ambiente y de los exquisitos productos que se ofrecían por doquier.

    Nuluha no se había acercado a Famedlla por nada de todo esto. En realidad, había ido allí para poder enterarse de algunas nuevas sobre la guerra, también de cualquier rumor sobre Ise Ilurga y, de paso, hacer algunas compras que consideraba necesarias.

    Su política había sido la de ir por caminos secundarios, alejándose de los centros urbanos. Era cierto que Luth iba disfrazado de sacerdotisa, pero tampoco quería que fuesen fácilmente rastreables. Una cosa es que ver a una sacerdotisa de Lagami con su escolta no sea algo demasiado raro, otra es que alguien pudiese decirle a los esbirros de Cárrigan que habían visto a la misma sacerdotisa ir del punto A al punto B.

    Pero Famedlla era uno de esos sitios donde no importaba demasiado la individualidad, donde era muy fácil mezclarse y pasar desapercibido. Esta idea le quedó perfectamente corroborada cuando, de refilón, vio a un Mutuwa en una calle vacía, con su imponente altura y su afilada guadaña. Se estremeció y, simplemente, siguió caminando sin mirar atrás, de vuelta a la posada donde había dejado a Luth.

    Un par de horas después, habiendo cenado ya, Nuluha se sentó en el borde de la cama y dejó que Luth, que estaba ya tumbado, apoyase los pies en su regazo. Le quitó con cuidado las vendas de los pies, comprobando que sus llagas estaban mucho mejor que unos días atrás.

    Ese chico siempre había sido delicado. Fuerte, pero delicado. Era cierto que otros en su lugar se habrían pasado el viaje quejándose de que les dolían los pies o de que estaban cansados, pero Lulú había aguantado mucho, quizá porque entendía perfectamente la situación en la que estaban y no quería empeorarla. O quizá porque notaba la constante tensión en la que se encontraba su guardiana y era esa su manera de cuidarla.

    —Estás preocupada —comentó el chico en voz baja.

    Nuluha, algo sorprendida, le miró. Tenía los ojos cerrados y las manos apaciblemente cruzadas sobre el vientre, ella creía que se había quedado dormido.

    —Claro que estoy preocupada —farfulló la guerrera mientras acariciaba los pies del muchacho, quien apenas se estremeció con una sonrisita por las cosquillas.

    —Quiero decir que… estás más preocupada de lo normal. ¿Has visto algo malo ahí fuera?

    Nuluha recordó la sombra del Mutuwa y volvió a estremecerse, pero luego sacudió la cabeza y le dio un par de golpecitos en el empeine antes de tumbarse a su lado.

    —Nada fuera de lo normal.

    Luth abrió los ojos y tamborileó en su tripa un par de veces. Luego, giró la cabeza hacia su escolta y le dirigió una sonrisa tranquila y dulce.

    —Pensaba que ya sabías que mentirme a mí es inútil.

    La mujer suspiró.

    —Nada que deba preocuparte a ti.

    —Hmn…

    El beso en la frente no terminó de satisfacer a Lulú, quien ahora cruzó los dedos.

    —Yo también tengo miedo, Nu.

    —No tengo miedo.

    Luth soltó una suave risa, negó con la cabeza y volvió a cerrar los ojos, sin insistir más en el tema.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lon Bise, dueño práctico de Fadmella, apoyado en su bastón y vestido con toda la elegancia que su posición le permitía, se acercó a la zona donde los participantes en el concurso terminaban de prepararse. Era una costumbre, solía verles para darles ánimos de forma más o menos individualizada. Una forma de mantener a la opinión pública contenta, quizá.

    Su mirada pasó por los allí reunidos con relativa rapidez, aunque se posó de forma más prolongada en una pareja que se le hizo de lo más curiosa y llamativa. Una mujer alta, claramente una guerrera a juzgar por las piezas metálicas que la cubrían y la espada que colgaba de su cinto, hablaba en susurros con una muchacha menuda y delgada que vestía de una forma imposible de pasar por alto.

    Quizá sus pantalones, ajustados justo en las caderas y en las rodillas, o la parte superior, que le dejaba el vientre al aire —Lon juraría que podía adivinar sus costillas—, incluso sus pies descalzos, o las mangas transparentes que llevaba, no llamaban tanto la atención como su maquillaje y su tocado: un velo cubría casi todo su cabello y la mitad inferior de su rostro, dejando ver así unas líneas negras bajo sus ojos.

    Por todos era sabido que las sacerdotisas de Lagami ocultaban su rostro de los hombres y guardaban muy celosamente su virginidad. Era una tradición que algunos consideraban anticuada y ridícula mientras que a otros les causaba un morbo que había causado auténticas barbaries. Como fuese, eran las únicas mujeres del continente, que él supiese, que guardaban tan celosamente las formas de su cara.

    No era la primera sacerdotisa en peregrinación que veía, tampoco la primera que dejaba sus ropas de viaje por unas de exhibición, pero no dejaba de ser esto último un hecho extraño. Por eso mismo, se acercó a ellas directamente.

    —Buenos días —saludó con su más diplomática sonrisa, haciendo una reverencia que fue secundada por la sacerdotisa con una inclinación y por la escolta por un gesto de cabeza —. Soy Lon Bise, dueño de uno de los bancos más importantes de la ciudad.

    —Es un placer, señor Bise —habló la guerrera con educación, aunque estaba claro que tenerle allí no le hacía mucha gracia. Sólo relajó la expresión cuando la sacerdotisa le acarició un brazo afectuosamente.

    —¿Va a participar usted sola, sacerdotisa? —preguntó con genuino interés.

    —Así es —respondió la muchacha. A Lon le agradó su voz, era grave y dulce —. De hecho… Han dicho que saldré la primera.

    —No hay fe de que una sacerdotisa de Lagami vaya a hacer un buen número —intervino otra vez la guerrera con una sonrisa llena de socarronería —. La ponen delante de todos para bajar las expectativas del público y del jurado.

    —Oh, ¿en serio? Suena cruel —repuso Lon, sonriendo al ver cómo la chiquilla simplemente se encogía un poco de hombros —. Como miembro del jurado que soy, no debería decirlo, pero estoy seguro de que su actuación será muchísimo mejor de lo que los organizadores consideran.

    —¡Gracias, señor Bise!

    Lon se rio y se despidió de ellas, conteniendo las ganas que le habían dado de abrazar a esa muchacha. Saludó al resto de concursantes, aunque ninguno le cayó tan simpático como la sacerdotisa, y después ocupó su lugar en el centro de la tribuna, los únicos asientos colocados ex proceso —el público podía sentarse en el suelo o llevar sus propias sillas—.

    Primero salió un bufón, haciendo malabares para ir caldeando el ambiente y entreteniendo a la audiencia hasta que todo estuviese perfectamente dispuesto. Después, salió la presentadora, una mujer de escote generoso que anunció, como siempre, los premios a los que se podían aspirar. El tercer lugar ganaría una bolsa con monedas de bronce, el segundo tenía monedas de plata. Por último, el primer puesto optaba no sólo a monedas de oro, que ya de por sí era un premio suculento, sino a poder elegir entre una flauta de ébano, una lira con adornos de marfil o el laúd más bellamente decorado que Lon hubiese visto nunca, con taraceas rojas que formaban bonitos motivos vegetales.

    —La primera concursante —anunció la mujer mientras los instrumentos volvían a ser guardados tras el escenario —es, posiblemente, la más llamativa. ¡Una sacerdotisa de Lagami! —guardó silencio mientras el público reaccionaba y entonces volvió a pedir silencio con un gesto —Bailará para nosotros una canción traída de Saiyaan —se escuchó una ovación; Saiyaan era una tierra exótica para esa región, situada al este y proveedora de productos de gran lujo —. Sacerdotisa, por favor, venga aquí.

    Cuando la muchacha apareció, el público volvió a estallar en aplausos. Se escuchó algún abucheo, seguramente de los que habían apostado en su contra o de familiares o amigos de otros participantes, pero también silbidos y algunos comentarios poco decorosos para ser dirigidos a una sacerdotisa de Lagami.

    La presentadora invitó a la muchacha a acercarse y le señaló el mosaico del suelo, el cual formaba una estrella metida en un amplio círculo blanco.

    —Las normas de baile en solitario son sencillas: se permite cualquier movimiento, pero dentro de este círculo.

    —No habrá ningún problema —dijo la muchacha con esa voz cantarina y sonriente. Lon no pudo evitar sonreír.

    —Perfecto, entonces. ¡Que empiece la competición!

    La presentadora se retiró, dejando a la sacerdotisa sola en el escenario. Lon buscó con la mirada a la guerrera, aunque al no verla imaginó que estaba entre bastidores, a un lado del escenario, lista para sacar su espada contra todo aquel que intentase hacerle daño a su protegida.

    El foso de los músicos cobró entonces vida. Se escuchó una cuenta atrás y, en el mismo momento en el que los instrumentos empezaron a sonar, la sacerdotisa cambió su postura relajada y estática por un baile lleno de movimientos amplios, a veces más rápidos, a veces más relajados.

    El público, que realmente no esperaba gran cosa, prontamente prorrumpió en nuevos aplausos llenos de sorpresa mientras la muchacha balanceaba sus caderas, sus brazos y sus pies al ritmo de la música.

    No hacía falta ser un experto para saber que estaba disfrutando enormemente de aquello. Incluso si no se le veía la cara, se podía notar que sonreía. Cerraba los ojos a ratos, dejándose llevar por la música y la voz de los cantantes saiyaanos, y otras veces miraba a la audiencia, aunque sin mirar a nadie en concreto.

    Cuando, acercándose al final de la pieza, se arrojó al suelo, el propio Lon se levantó de su asiento, dispuesto a socorrerla, pero resultaba que formaba parte de la coreografía. Sin mostrar síntomas de haberse hecho daño —y no se lo había hecho, la caída estaba calculada—, la sacerdotisa se había acomodado y había seguido el baile, poniéndose después en pie, aunque no sin antes guiñar un ojo, haciendo que un hombre dejase una flor en el borde del escenario.

    Cuando la música terminó, el aplauso fue generalizado, e incluso la propia presentadora, al volver al escenario, no contuvo el impulso de besar las mejillas cubiertas de la sacerdotisa.

    —¡Vaya! ¡Ha sido auténticamente fantástico! Qué manera de moverte, ¡si pareces de goma! —dijo, consiguiendo que la sacerdotisa se riese un poco.

    La acabó despidiendo y llamó entonces al siguiente concursante. Se produjo un silencio de varios minutos y entonces la presentadora terminó por llamar al tercero, que esta vez sí se presentó. El segundo, al parecer, se había echado atrás en el último momento.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Invita la casa —dijo el posadero con un guiño dirigido no a la guerrera, sino a la sacerdotisa, quien le sonrió con los ojos y le agradeció con un susurro y un gesto de cabeza.

    Las siguió con los ojos mientras subían a su dormitorio con la comida y se sonrió a sí mismo mientras limpiaba el mostrador.

    Ya en la habitación, Luth se retiró los velos del rostro y soltó un suspiro. Después, rio y abrazó su laúd, un merecido premio que el propio Lon le había entregado tras una deliberación muy dura. Había acabado habiendo un empate, el jurado no se decidía entre el baile de la sacerdotisa y la interpretación de otro contendiente, pero Luth lo había solucionado muy fácilmente: dividiendo el premio. Aseguraba que no le interesaba el dinero, sólo el laúd, y con semejante premisa, el otro no había dicho nada al respecto y se había ido tan contento.

    El siguiente acto de Luth había sido rechazar de una forma extremadamente amable la invitación de Lon a comer en su mansión con su familia, y de ahí habían ido entonces a la posada.

    Besó el laúd y lo dejó sobre la cama, acomodándose en el suelo, simplemente sobre unos cojines, tal y como llevaban haciendo los tres días que habían pasado en esa habitación. Aceptó el plato con cocido que le ofreció Nuluha y esperó a que ella se acomodase antes de comer también.

    —Voy a salir al mercado —dijo Nuluha cuando ambos hubieron terminado la comida —. Pórtate bien. No dejes entrar a nadie y…

    —… no salgas de la habitación —completó Erluth a la vez que la guerrera, sonriendo —. Lo sé, lo sé. De hecho, voy a dormir un poco.

    —Bien. Te lo has ganado —sonrió la mujer, besándole la frente —. Volveré a media tarde.

    —Descuida. Tengo mi laúd, así que estaré entretenido.

    Nuluha le sonrió, asintió con conformidad y salió de la habitación. Luth, al quedar solo, dejó el laúd en la mesita, junto a la cama, y se recostó de medio lado, recogiéndose en una bola sobre las mantas.

    Ni siquiera cerró los ojos, en realidad. Cogió el colgante que su madre le había dado y, como había hecho ya tantas otras veces en los últimos días, lo observó con curiosidad, acariciando el símbolo que había grabado en ese círculo metálico. No sabía qué era, pero cuando lo tocaba sentía un cosquilleo en la piel, como una ligera electricidad acariciándole. Era extraño, aunque no desagradable, realmente.

    Suspiró, pensando en su madre. Era una mujer muy fuerte y muy valiente, con ases en la manga y buen entrenamiento, pero ¿habría bastado eso para sobrevivir al ataque de los Caballeros Rojos de Cárrigan? Quería creer que sí, pero incluso Nuluha tenía sus serias dudas al respecto. Y si ella tenía miedo de no volver a ver a las mujeres de Ile Ilurga, ¿qué esperanzas podía aguardar él?

    Esos tristes y pesados pensamientos fueron repentinamente cortados por fortísimas oleadas de ira que llegaban del exterior. La sensación fue tan atronadora que Luth tardó unos segundos en levantarse de la cama, y por poco no olvidó colocarse de nuevo el velo antes de asomarse por la ventana.

    Lo que vio hizo que se le encogiese el corazón. Un adolescente, cegado por la ira, lanzaba piedras contra un animal que, herido, huía, o intentaba huir. Lo cierto es que cuando la cría se desplomó en el suelo, Luth tuvo la certeza de que ese chico iba a asesinar a ese ternerito a pedradas.

    Pese a lo que había hablado con Nuluha, salió corriendo, bajando las escaleras a saltos de tres escalones, y se lanzó sobre el chico, tirándolo al suelo de un placaje.

    —¡¿Qué haces?! —bramó él, empujando a lo que creía que era una sacerdotisa.

    —¡Para! ¡Por favor, para! —suplicó Luth, corriendo a gatas hasta el animal para protegerlo con su cuerpo —No descargues tu ira contra esta criatura, ¡por favor!

    El chico gruñó, se levantó y, sin siquiera quitarse el polvo, siguió tirando piedras, que ahora impactaban contra la espalda de Luth.

    —¡Cállate! ¡Tú no eres nadie para decirme lo que debo o no hacer! ¡No tienes ni idea de quién soy ni de lo que ese montón de carne ha hecho!

    —¡Cuéntamelo, entonces! —dijo Lulú, alzando la mirada hacia el adolescente.

    El joven, que estaba por lanzar otra piedra, se quedó estático ante esos ojos azules. Bajó la mano, sin percatarse de que se estaba empezando a formar público a su alrededor, atraídos por el ruido y los gemidos lastimeros del ternerito.

    —Ha roto algo de mi padre. ¡Y me dará una paliza cuando llegue a casa y lo vea!

    Luth se fue incorporando, acariciando el lomo del animal herido sin importarle mancharse de la sangre que manaba de algunas heridas. Ahora no sentía tanta ira como miedo, puro miedo irradiando de ese chico. Pero no se atrevía a levantarse, el ternero también tenía miedo y, además, estaba herido.

    —¿Qué ha roto? ¿Se puede sustituir? —le preguntó con un tono calmado, intentando así tranquilizar al joven.

    —Creo… Creo que sí…

    —Ve, entonces. Deja al ternero, yo me encargaré de él. Si lo sustituyes a tiempo, tu padre nunca se dará cuenta.

    El joven pareció dudar, pero terminó por asentir. Soltó las piedras, y en ese momento Luth se levantó y se acercó a él, tomándole las manos. Se las apretó con suavidad, sintiéndole mucho más calmado. Incluso notó arrepentimiento en su aura, y eso le hizo acariciarle los dedos.

    —Se llama Kitá —murmuró, sin atreverse a mirar ni al ternero ni a «la sacerdotisa».

    —Está bien. Curaré sus heridas y luego me las apañaré para devolvértela.

    —No… No. Quédatela. Yo… No quiero volver a verla.

    Luth asintió, en un tono comprensivo, y soltó sus manos. El joven titubeó, pero terminó por alejarse y, mirando atrás un par de veces, se fue, agachando la cabeza al fijarse por fin en el corrillo de gente que los había estado mirando.

    Lulú, por su parte, volvió junto a la ternera y le habló suavemente, susurrándole palabras dulces mientras la acariciaba. Poco a poco, consiguió que se pusiese en pie y, aunque el animal cojeaba, Luth consiguió llevarlo al porche de la posada. El dueño del sitio saltó los escalones para coger a la cría en brazos y subirla directamente. Soltó a Kitá con un resoplido, el animal pesaba ya sus cien kilos, y puso una mano en el hombro de la supuesta sacerdotisa.

    —¿Estás bien?

    —Sí, sí… Me preocupa más ella —dijo en voz baja, arrodillándose junto a la cría para volver a acariciarla —. ¿Podría usted traerme algo de agua, unos trapos y alguna venda, por favor?

    El posadero asintió rápidamente y volvió al interior para cumplir el cometido. Se quedó, además, a ayudar a Luth con el ternero, moviéndolo cuando hiciese falta según las indicaciones de Erluth, quien iba limpiando las heridas con el agua y vendándolas con cuidado. Para mantener a la ternera calmada, canturreaba una canción dulce, una nana que, sorprendentemente, hacía efecto en el animal.

    Un rato después, el posadero había vuelto a sus acometidos, no sin insistir que podía quedarse allí un poco más, y Erluth acariciaba a una ya dormida Kitá, sintiéndose mejor él mismo ahora que la negatividad se había sustituido por las ondas empáticas habituales.

    Esto duró un rato, pero no mucho. De pronto, con la misma intensidad con la que había sentido ira, sintió ahora una tristeza vieja y profunda. Levantó la cabeza y, con los ojos llenos de lágrimas, buscó el origen. Lo identificó en un hombre alto, muy alto, vestido de forma extraña y con una guadaña.

    Una parte de él sabía quién era, o más bien qué era, pero en ese momento no conseguía recordarlo. Lo único que podía sentir era esa tristeza, y eso le motivó a levantarse y dejar a Kitá descansar en el porche para acercarse a ese hombre que la gente que andaba por allí parecía eludir. Y, sin atender a este hecho o a la extrañeza con la que todo el mundo le miraba, incluso el propio hombre al que se dirigía, se plantó delante de él, lo miró con la cara empapada en lágrimas y luego lo abrazó, rodeando su cintura con los brazos y enterrando la cabeza en su pecho, que era lo más arriba que llegaba.

    —Lo siento —le susurró —. Lo siento enormemente.

    Ni siquiera sabía por qué se estaba disculpando, simplemente le pareció que ese era el proceder más lógico en esos momentos. Le acarició la espalda un par de veces y luego se fue separando un poco, agarrándose a la ropa de ese gigante y alzando la cabeza para mirarle.

    Abrió la boca para hablar, pero terminó por negarse a sí mismo y le cogió una manga, tirando un poco de él.

    —Creo que un té te vendrá bien —le miró al no obtener respuesta de ningún tipo. Se limpió las lágrimas con la mano libre, aunque pronto volvió a llorar, y sacudió la cabeza, como para quitarse un poco esa sensación del cuerpo —. ¿No quieres? —no, sí que quería. Lo notó al rozarle la mano con un dedo —Ven, por favor —al no obtener aún respuesta, respiró hondo y le miró directamente a los ojos —. Por favor.

    Ahora sí pareció haberlo activado. Le agarró el pulgar, como si fuese un niño pequeño, y lo guio al porche, donde le señaló una silla de una de las dos mesas que había allí fuera. Luth se sentó en la otra, teniendo a Kitá tan cerca que cuando la ternera se movió en sueños, terminó con la cabeza sobre los pies aún descalzos de Luth.

    —Me llamo Luth, por cierto —se presentó todavía con un sollozo. Se sacó un pañuelo de la ropa y se limpió así las lágrimas.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Nuluha llegó, tal y como había predicho, a media tarde. Había estado durante horas indagando. Nadie sabía nada de que hubiese ocurrido cualquier cosa en el santuario, por lo que tampoco se sabía si alguien escapado, sido apresada o si todas habían muerto.

    Por el contrario, sí había noticias sobre las tropas de Cárrigan. Y estaban más cerca de lo que Nuluha consideraba óptimo, por lo que había decidido recoger sus bártulos y continuar camino nada más llegar, así tuviesen que caminar toda la noche sólo para poner suficiente distancia entre los Caballeros Rojos y Erluth.

    Lo que no esperaba era llegar a la posada y encontrarse a Luth tomando un té con un puñetero Mutuwa y un ternero lleno de vendas comiendo algunas hierbas a sus pies.

    —¿Qué cojones…?

    —¡Nu! —la saludó él con un gesto de mano, de muchísimo mejor humor que cuando había encontrado al hombretón —¿Qué tal han ido los recados?

    —¿Que qué tal han ido los recados? —consiguió preguntar, sin poder creerse lo que estaba viendo. Dio un paso hacia ellos, luego dudó y se quedó donde estaba —¿Qué estás haciendo, Lulú?

    —Tomo el té con Ife —contestó, aunque ya sin tanta alegría, bajando la taza —. ¿Por qué tanto rechazo, Nu?

    —No me lo puedo creer. ¡Es un Mutuwa, Lulú! ¡La Muerte misma!

    Luth miró al hombre y luego a la mujer, y abrió la boca un poco, aunque no se vería por los velos. ¡Claro, un Mutuwa! Eso era lo que no conseguía recordar. Y eso explicaba por qué al posadero le había costado tanto decidirse a traer las infusiones, algo que, en realidad, no habría ocurrido si Luth no tuviese tal mirada de cachorro.

    —No es la Muerte —repuso con calma, intentando tranquilizar esa mezcla de ansiedad, miedo y preocupación que sentía en Nuluha incluso a la distancia a la que estaban —. Es un hombre. Estaba triste y le he ofrecido un té.

    —Luth… ¿Es que acaso no tienes el más mínimo sentido común? —preguntó Nuluha, acercándose con cautela.

    —Mamá siempre dice que hay que darle una oportunidad a la gente y yo he pensado que…

    —¡Ah! ¿Has pensado? ¡Quién lo diría!

    —Nu…

    —¡Aléjate de él ahora mismo y recoge tus cosas!

    —¿Qué? Pero…

    —¡Ni peros ni hostias!

    Luth se quedó petrificado en el sitio. Nunca había llevado bien que le gritasen, y Nuluha le estaba gritando con tanta fuerza que se convertía en una ira semejante a la del adolescente que había atacado a Kitá.

    Sus manos temblaron un poco, pero terminó por levantarse. Kitá, al sentir la actividad, se levantó también, sacudiéndose un poco y mirando al humano que la había salvado. Luth, por su parte, miró a Ife y se inclinó para besarle a través de la tela del velo una mejilla.

    —Perdónala, por favor —le susurró, aunque se apartó de un salto cuando Nuluha le gritó su nombre.

    Obediente, aunque aturdido, subió las escaleras. Nuluha, por su parte, bordeó al Mutuwa como si un roce suyo fuese a matarla, y subió también, viendo sin poder creérselo cómo esa dichosa ternera se quedaba abajo, esperando a Luth.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Erluth no había hablado en los dos días que llevaban caminando. Ni siquiera había tocado el laúd, simplemente caminaba, cuidaba a Kitá y hacía las tareas básicas cuando Nuluha se las pedía, sin responder más que, con suerte, con algún gruñido.

    Nuluha había pensado en disculparse, pero no había llegado a hacerlo. Erluth lo sabía, Nuluha sabía que Erluth lo sabía, pero ninguno había dado un paso adelante y aquella situación tensa se estaba volviendo lo normal.

    Al tercer día, la guerrera sintió que aquello era insostenible. Mientras un conejo salvaje se asaba en el fuego, miró a Luth, que estaba en esos momentos limpiando las heridas de Kitá.

    —Lulú —también era la primera vez en tres días que le llamaba así, pero el chico no levantó la mirada —. Escucha… Sé que el otro día fui muy dura, pero…

    —Lo entiendo —dijo de pronto, encogiéndose un poco de hombros —. Tu misión es protegerme y yo no te lo pongo fácil.

    Nuluha respiró hondo y asintió, aunque no quedó muy convencida con aquello, principalmente porque Luth no había dicho nada más después de aquello ni había dado pie a continuar la conversación.

    Volvieron a caminar en silencio. Cuando el sol empezó a caer, ellos buscaron un sitio donde refugiarse, pero no llegaron a encontrarlo cuando, de la nada, aparecieron dos Caballeros Rojos.

    Este sobrenombre venía por sus armaduras, pintadas de rojo. Las leyendas afirmaban que originalmente sus armaduras eran de metal normal, pero la sangre de todas sus víctimas las habían teñido de rojo. Y esta leyenda se fundamentaba en lo violentos y sádicos que eran estos caballeros, que conformaban una guarnición de élite dentro de las tropas de Cárrigan y que, al parecer, ahora tenían una misión clara.

    —Vaya, vaya, vaya… Así que hemos dado con una sacerdotisa de Lagami y su escolta…

    —¿Sí? No sé, yo creo que esa sacerdotisa oculta algo entre las piernas…

    Los dos hombres se rieron. Iban rodeando a la pareja en círculos lentos, con las espadas apuntándoles y un cuchillo preparado en la otra mano.

    —Ah, ¿sí? —el primero en hablar se detuvo y guardó el cuchillo, usando esa mano para quitarle el velo a Erluth —Su cara no resuelve nuestras dudas, habrá que bajarle los pantalones…

    —Pero despacito —dijo su compañero, viendo al primero acariciar la mejilla de Erluth —. Nuestro señor dijo que lo quería intacto.

    —Lo sé, lo sé…

    Nuluha aprovechó que parecían estar distraídos con Luth para atacar, pero uno de los dos hombres reaccionó rápidamente, dándole una patada que la lanzó contra un árbol.

    —¡Nu! —exclamó Erluth, pero poco más pudo decir cuando el otro soldado le agarró el cuello. No apretó, realmente parecía que no querían dejarle marcas, pero sí fue suficiente para callarlo.

    El metal de esos guantes estaba tan frío que dolía, pero todavía le dolía más sentir ese increíble vacío en esos dos hombres. La gente solía tener alguna emoción. Tristeza, alegría, incluso el aburrimiento era algo que notaba. Pero en ellos no había nada. No había ni siquiera ira, sólo… vacío.

    El segundo soldado en ese momento sonrió y se relamió mientras se quitaba el guante metálico. Acarició los labios de Luth, esquivó la mano de su compañero e introdujo la mano por la parte superior de su ropa, acariciando su pecho.

    —Creo que es nuestro chico, pero… Voy a asegurarme —dijo, bajado la mano por dentro de la ropa.


    SPOILER (click to view)
    Bueno, bueno, bueno. Voy dejando cositas por aquí xdd

    El bailecito de Luth (x). Más o menos, que la música pues igual es un poco moderna, pero me ha gustado mucho tanto el baile como el estilo de la música. ¿Y su ropita durante el baile? Pues mira, simple y llanamente, el mod femenino de Link en Breath of the wind (x)

    El símbolo de protección del colgante de Lulú sería el de arriba del todo a la derecha (x)

    Yyyy no me olvido de la bebita Kitá (x), que creo que va a ser tan pura como su humano xdd

    Te dejo la escena en una situación un poco asá, confío en Ife (?). Tengo cosas planeadas y he estado a punto de meter alguna aquí, pero es muy pronto para eso, así que lo iré introduciendo poco a poco xDD

    Y eso es todo, creo. Cualquier cosa pues por wsp sin problema, como siempre.


    Edited by Bananna - 27/12/2020, 21:19
     
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    Le gustaba Famedlla, era una ciudad enorme en la que podía mezclarse y pasar desapercibido. Claro que Ife no recordaba Famedlla como el feudo de las artes que era hoy día gracias a Lon Bise, la imagen que tenía de la ciudad ni siquiera era una ciudad, sino un par de casas y vecinos organizándose para venerar al rey. Poco tardó la monarquía en perder importancia a favor de las artes y el ocio, y en esto la familia de los Bise tuvo (y sigue teniendo) mucho que ver.

    La última vez que Ife pisó Famedlla el señor Bise era apenas un adolescente, ¡pero ahora! Bien, ahora se le llamaba «señor» tanto por su estatus de mecenas como por su edad. Ife fue el primer sorprendido cuando le hizo llamar.

    —¡Tú eres ese Mutuwa! —le dijo en el jardín del palacete en el que vivía, herencia familiar desde luego—. El que se llevó a mi padre tan pronto, ¿verdad?

    Ife no asintió pero tampoco negó, y el señor Bise se echó a reír, divertido de la situación.

    —Sí, me han hablado del silencio de los tuyos. Sois una tribu la mar de interesante, rodeados de misterio y secretos —volvió a reír—. Si fueras una mujer, habrías encandilado a más de uno con tanto silencio. A los hombres nos encanta ir desvelando los secretos de las damas, ya sabes.

    En realidad, Ife no lo sabía, pero no era ésta una información que le pareciera muy interesante. Decidió guardar silencio y reafirmar el agarre en su guadaña, la usaba ahora casi como un bastón, un punto de apoyo.

    La conversación no duró mucho más, el señor Bise le invitó a uno de sus tantos eventos e Ife aceptó la invitación, aunque no se sentó en ninguno de los asientos, se quedó de pie bastante lejos del escenario. La distancia no era problema para él, y pudo disfrutar de las actuaciones, más bien, la actuación, el baile de aquella supuesta sacerdotisa (de Lagami, a juzgar por su rostro cubierto) le maravilló, pero no despertando los instintos más primarios que empezaron a revolverse por entre el público, sino despertando en él algo parecido a la curiosidad, ¿cómo podía un cuerpo tan pequeño moverse de aquella manera? A él hasta le costaba llegar a imaginar esos movimientos.

    Lamentó no llegar a conocer el nombre de la sacerdotisa, así iba a ser imposible saber algo más de ella... bueno, un vistazo más exhaustivo le hizo salir de su error, el pecho no seguía la línea que se esperaba en una mujer joven. El caso es que no encontró forma de averiguar más del bailarín, y tuvo que conformarse con verle irse, laúd en mano, junto a su escolta, una mujer del santuario, a juzgar por su armadura.


    Pero el ritmo de vida en una ciudad como Famedlla es muy acelerado, y si hace unas horas disfrutaba de la indiferencia de los vecinos, ahora le miraban con miedo, incluso otros le maldecían o escupían a sus pies (como si la saliva les protegiera ante su presencia) y cruzaban los dedos. El origen a este repentino rechazo estaba en el mismo señor Bise, tenía un humor de perros aquella noche, y pagó sus frustraciones con quien creía fue el asesino de su padre, proclamando a los cuatro vientos que el Mutuwa había venido a la ciudad a cometer un genocidio, llevándose con él todas las almas que pudiera, quizá para devorarlas, quizá para torturarlas. Por supuesto, Ife podría haberse defendido, le bastaba con decirle que su padre se moría por una infección en el páncreas (su dieta incluía demasiado alcohol, y peores sustancias que lo adulteraban), y le había pedido al mismo Ife el paso a una vida mejor. A ojos de un Mutuwa, un ser acostumbrado al desprecio de los demás, pues la vida que tuvo el antiguo señor y dueño del ocio en la ciudad no era una vida de la que huir, pero se había guardado la opinión y cumplió su deseo. Y si ahora el antiguo señor de Bise descansaba en plena paz, fue gracias a su guía, y no a las dos semanas de luto que se estableció en Famedlla a su muerte.

    Volviendo al presente, su hijo (Lon Bise) desconocía aquella historia, y no preguntó por ella. Resultaba más cómodo y, de alguna manera, beneficioso para su propia conciencia por no haber respetado el luto, culpar al extraño.

    Y en esas circunstancias estaba Ife, pensando qué dirección tomar al dejar la ciudad, cuando sintió algo tan desconocido como un abrazo. El contacto le descolocó tanto que no supo qué hacer, ¿el bailarín le estaba abrazando? ¿Y lloraba al separarse? Tampoco supo por qué se disculpaba, y aunque quiso ignorarle y seguir con su plan original de dejar la ciudad, la insistencia del chico le hizo quedarse; eso, y que el té, como cualquier bebida caliente, le seducía. No podía existir sensación más agradable que comer y beber calor, era algo muy de agradecer en alguien que siempre estaba frío.

    Le gustó la conversación con el chico, Luth, aunque más bien fuera un monólogo. Le contó sobre el rescate de Kitá, que parecía encantada con su nuevo compañero, le habló de su baile y hasta de Nuluha. Ife sólo le dijo su nombre y que el té lo prefería sin azúcar. No había sido un intercambio justo de información, y pensó en decirle algo más, pero la misma Nuluha lo impidió al aparecer. A Ife no le sorprendió su enfado, pero sí al chico, que subió a la habitación visiblemente afectado.


    Cuando se fueron, con Kitá tras sus pasos, el posadero tardó bastante poco en echar a Ife, alegando que no quería morir. Visto que no encontraría amabilidad alguna en la ciudad, Ife también decidió irse. O había sido su intención, la llamada de Lon Bise le hizo cambiar de planes, una vez más.
    Volvió a su palacete y esperó que viniera a hablarle, y cuando lo hizo iba tan borracho, y le temblaban tanto las piernas, que Ife creyó ver al antiguo señor de Bise.

    —¡A mí no me matarás, Enterrador! —a Ife le gustaría decirle que ese término era erróneo, y es que él no enterraba a los muertos, liberaba sus almas—. ¡Te mataré yo mismo!

    Y se lanzó a por Ife, enterrando en su abdomen un cuchillo tan decorado con piedras que tenía problemas para sujetarlo y lo había atado con cordones a sus dedos para evitar que se cayese. Sacó el cuchillo y volvió a enterrarlo en otra zona. A la tercera vez sintió el alcohol abandonar su cuerpo de golpe: no había sangre. Miró la hoja, reluciente, y la ropa de Ife, aunque agujereada, estaba limpia, hasta conservaba el olor de los jabones de las lavanderas.

    —No eres humano ... —susurró, e Ife no podía decir que estuviera equivocado, no vio necesario corregirle—. Muerte. Eres la Muerte.

    En esto sí se equivocaba, pero saltaba a la vista que Lon Bise no estaba en condiciones de tener una conversación profunda sobre términos y definiciones, Ife optó por alzar la mano izquierda y señalarle con el pulgar (su intención era dormirle y llevarle a la cama más cercana). Bise se temió un ataque y volvió a arremeter contra el Mutuwa, cortando ahora de cuajo el dedo.

    Fue él quien se llevó una mano a la boca al ver el dedo desaparecer, convirtiéndose en polvo, antes de llegar al suelo. Volvió a mirar a Ife, en el hueco de su medio pulgar no veía los ríos de sangre que uno espera ver al arrancar cualquier parte del cuerpo, le pareció ver un negro vacío que acabó por hacerle gritar y llevarse las manos a la cabeza. El shock de la imagen, unida a su memoria distorsionada por el alcohol, le hizo olvidar el cuchillo, que terminó enterrándose en su sien.


    Aquél fue el fin de Lon Bise, e Ife fue encerrado en los calabozos como único culpable, sorprendidos los mismos guardias al no verle oponer resistencia alguna. No pasó mucho tiempo en la celda, después de restaurar su pulgar perdido (no sabía que podía echar tanto de menos un dedo), trazó un círculo con ambas manos, y frente a él se iluminaron los trazos imitando el fuego. Ife suspiró, agarró con más fuerza su guadaña (los guardias no se habían atrevido a quitársela) y saltó para atravesar aquel círculo.

    La magia de los portales es especialmente caprichosa, y sólo los mejores hechiceros y las mejores brujas tenían pleno acceso a ella. Ife no era ni lo uno ni lo otro, y nunca había conseguido dar con el portal exacto que visualizaba en cada trazo. Éste no fue la excepción, y aunque apareció a poca distancia de Famedlla, acertando con el lugar, falló con el tiempo.

    No iba a encontrar, en mitad del bosque, a ningún amable vecino que le indicara la fecha, pero sí encontró a Kitá. La ternera estaba tan agitada y asusada que Ife decidió usar una antigua señal sobre sus ojos para calmarla, luego la hizo flotar a su lado y se echó a caminar, adentrándose en el bosque con la esperanza de encontrar a Luth, que no podía estar muy lejos de su nueva amiga, mucho menos de Nuluha.

    La buena noticia es que encontró a ambos bastante pronto, la mala es que estaban acompañados por dos Armaduras Rojas. No le gustaba aquella gente, no le veía el menor sentido al derramamiento de sangre.
    Hizo bajar a Kitá sin prisa, y el animal se durmió al acomodarse sobre la hierba.

    —¡Mira eso! —gritó uno de los soldados, señalándole—. ¡Un Enterrador! —a Ife le preocupó lo popular que se estaba volviendo aquella palabra—. ¿Qué hacemos?

    —¿Qué hacemos? Acabar con él, ¿a ti qué te parece? —y se alejó de Luth, señalando con su espada a Ife—. Lárgate por donde has venido, ¿me escuchas? —resopló—. ¿No sabes hablar?

    Ife no miró al soldado, sino a Luth, que con aquel empujón acabó en el suelo. Miró más allá, a Nuluha, se tranquilizó al ver su abdomen subir y bajar al ritmo de su respiración.

    —¡Que te estoy hablando! —el soldado acompañó sus palabras de un tajo de espada que a Ife no le costó mucho esfuerzo bloquear con el mango de su guadaña.

    Habría que anotar que las guadañas de los Mutuwa están cargadas de magia, de hecho, un Mutuwa no puede lanzar un solo hechizo, señal o conjuro sin su guadaña. Por esta misma razón, la espada del soldado se partió en dos con el golpe, y retrocedió asustado.

    Su compañero le tomó el relevo y arremetió de frente contra Ife, consiguió enterrar la punta de su espada en su pecho, y siguió presionando mientras se relamía, esperando ver la sangre empapándolo todo. Se decepcionó, y mucho, cuando no brotó ni gota al sacar la espada, pero no se desanimó y volvió a la carga con un nuevo ataque. Otra vez bloqueó Ife con la guadaña (esta vez con el canto de la cuchilla) y una segunda espada se rompió.

    —¡Te mataremos a puño limpio! ¿Me has oído?

    «Oh no, no lo haréis», quiso contestar Ife, pero prefirió chasquear los dedos y someter a los dos soldados al mismo sueño de la ternera, también flotaban los dos hombres a su alrededor.

    Se acercó de esta manera a Luth, que había tenido tiempo de sobra de ponerse en pie e ir junto a Nuluha para comprobar su estado.

    —Tu espalda —le dijo, demostrando en su tono de voz (autoritario, con poca opción a réplica) el poco tacto que tenían los Mutuwa a la hora de pedir las cosas. Pero Luth pareció entenderle y se giró, apartando un poco las telas para dejar a la vista las marcas que le había hecho el anterior dueño de Kitá.

    Ife extendió su mano hasta apoyar la palma en aquella piel (le asombraba que el chico no retrocediera), y con la otra sujetó a uno de los soldados. Segundos más tarde, los moratones abandonaron la piel de Luth para aparecer en la del soldado, bajo su armadura.
    No encontró más heridas en el chico, así que se inclinó junto a Nuluha.

    —El vientre —volvió a pedir. Luth entendió y retiró las telas para que el Mutuwa repitiera la operación, pero con el otro soldado esta vez.
    Nuluha despertó de golpe, y no sólo se incorporó, sino que consiguió coger a Luth en un brazo y amenazar con su arma a Ife.

    —¡Largo de aquí! —le gritó, estampó la mano en la boca de Luth antes de que se quejara—. ¡Que te vayas! ¡No quiero que una abominación como tú ronde cerca! ¡Fuera!

    Ife asintió, pero antes de irse le dio palmaditas a Kitá en el lomo, con lo que despertó. No le importó mucho dejar a los soldados todavía flotando entre los árboles.


    Los Mutuwa pasan tantísimo tiempo en soledad que la presencia de gente a su alrededor les resulta incómoda. Fue la razón por la que, ya amaneciendo, evitó los puestos de las lavanderas en el río. Venían de Famedlla con ropas de nobles, y puede que también de la vecina Fedka (donde se veneraba a los escultores como a auténticos reyes).

    El caso es que Ife prefirió bañarse en un lugar más apartado, a cierta distancia de aquellas mujeres, que ya bastante tenían con lavar kilos de ropa como para incomodarlas por estar cerca.

    Dejó con cuidado su ropa sobre las piedras secas, también la guadaña (era de las pocas ocasiones en que se separaba de ella, sus manos libres le daban una sensación de vulnerabilidad a pesar de su tamaño) y se metió en el agua con la esperanza de tener un rato de tranquilidad después de una jornada en los caminos.

    Tuvo una especie de deja-vu cuando apareció Kitá, mordisqueando flores y mirando alrededor. Mandó al traste toda la paz al corretear hacia él, chapoteando y esperando caricias que acabó recibiendo. La voz de Luth llamando a la ternera confirmó el fin de la calma, e iba a tener que encajarlo desnudo y lejos de su guadaña.
     
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    Habían pasado un par de días desde que había vuelto a encontrarse con Ife en el bosque, en esa situación tan poco agradable, pero Erluth no conseguía quitarse de la cabeza la manera en la que había dormido a los soldados y cómo había curado tanto sus heridas como las de Nuluha. La propia mujer había comprobado el cuerpo de Luth, pero no quedaba ni rastro de los hematomas que le había causado aquel muchacho en Fadmella.

    Que los Mutuwa eran criaturas capaces de hacer magia no sorprendía a nadie, pero lo que tenía a Luth tan interesado era cómo se había sentido él cuando esa magia había recorrido su cuerpo. Había sido como un cosquilleo agradable y, a la vez, familiar, como el recuerdo lejano de una caricia.

    De alguna forma, estaba seguro de que había sentido algo así antes, pero a la vez sabía que no había sido exactamente eso. No, porque lo que había sentido ante la magia de Ife había sido como un eco, pero lo que su mente intentaba desbloquear debía provenir de él. Pero ¿el qué?

    —Le estoy dando demasiadas vueltas, ¿verdad? —preguntó con una risa, pero esta risa se le congeló en la garganta al ver que le estaba hablando al vacío —¿Kitá?

    Frunció el ceño, mirando a su alrededor, pero no veía ni rastro de la ternerita. Bajó ahora la mirada todas las bayas que había estado recogiendo mientras se perdía en sus pensamientos y se mordió el labio. Alzó el borde de la túnica contra su pecho, encerrando así las bayas en la bolsa que formaba la tela, y volvió al pequeño fuego que había hecho Nuluha.

    —¿Qué ocurre, Lulú? —preguntó al verle con el ceño fruncido.

    —¿Has visto a Kitá? —murmuró él mientras dejaba las bayas en un pequeño recipiente de bronce que usaban para cocinar.

    —Estaba contigo —Nuluha volvió a alzar la mirada al ver que Lulú se había quedado de pie y en silencio. Suspiró y ladeó un poco la cabeza —. No ha podido ir muy lejos, ¿quieres que vaya a buscarla?

    —No, no… Voy yo. Así veo si encuentro algún arbusto más.

    Nuluha no pareció demasiado contenta, pero tras decirse a sí misma que le daría cinco minutos antes de ir a por él, asintió y Luth sonrió, empezando a caminar en busca de su vaquita.

    Por suerte, no tardó demasiado en encontrarla. Escuchó un mugido, siguió el sonido y al poco estaba apartando ramas y matorrales para encontrarse con ese río que llevaba un rato oyendo. Vio primero la ropa, luego la guadaña y, finalmente, al Mutuwa, que acariciaba a su vaca… totalmente desnudo.

    Si Erluth hubiese sido otra persona, si hubiese sido criado en otro contexto o si hubiese pasado algo más de tiempo fuera del santuario, seguramente se habría puesto rojo como un tomate y se habría dado media vuelta rápidamente, a fin de preservar la intimidad del hombre. Pero ninguno de estos factores coincidía con su perfil, y en vez de apartarse o avergonzarse, lo que hizo fue sonreír con una mirada llena de interés que recorría sin pudor alguno toda la anatomía masculina que quedaba a su alcance.

    Había notado al abrazarle que Ife era un hombre muy fuerte, ¡pero nunca habría imaginado que tuviese los músculos así de marcados! Sus pectorales, sus abdominales, incluso los músculos sobre las costillas, los oblicuos… Tampoco perdió el tiempo y miró algo más abajo, sorprendiéndose un poco. ¡Todo en aquel hombre era enorme!

    Se encontró a sí mismo ladeando un poco la cabeza mientras observaba las formas de sus muslos y, bajo el agua, de sus pantorrillas, y cuando dejó de ser capaz de ver nada más, decidió acercarse, aunque se detuvo justo antes de meterse en el agua, si bien su propia expresión indicaba claramente que había estado a nada de empaparse.

    Soltó una risa y se quitó las botas, lanzándolas hacia las rocas donde Ife había dejado su ropa. Después, se quitó los pantalones. Pareció pensarse el quitarse también la túnica, pero al final decidió que, como caía hasta sus rodillas, no iba a mojarse si se metía un poco en el agua. Dobló los pantalones y los lanzó hacia las botas y, por fin, entró en el río, acariciando a Kitá cuando se acercó a él en busca de nuevos mimos.

    —¡Hola otra vez! —saludó por fin, acercándose a paso tranquilo, pero seguro, hasta Ife una vez la vaca se alejó para pastar un poco de la hierba de la orilla —Es la tercera vez que nos encontramos, sólo puede ser el destino —comentó, mirándole a los ojos con una gran sonrisa —. ¿Puedo tocarte?

    No esperó respuesta, sus manos directamente fueron hacia esa piel tan maravillosamente oscura. Una se posó en su pecho, sobre el corazón, mientras que la otra se dirigió hacia su costado, poco por debajo de la axila derecha.

    Sus dedos acariciaron esos músculos con una delicadeza casi científica, sin hacer presiones, sólo comprobando los relieves que se formaban.

    —Eres el primer hombre que veo desnudo —dijo en voz baja, tocando ahora uno de sus brazos y sus abdominales —. ¡Es decir! Había visto ilustraciones, y yo también me he mirado en el espejo… —se rio un poco, sacudiendo la cabeza mientras se apartaba un paso y dejaba de tocarle —Sé que sabes que no soy una sacerdotisa. Mira, ya ni me cubro la cara.

    Era cierto, tras el desastre con los Caballeros Rojos, Nuluha le había hecho cambiarse de ropa. Ahora llevaba una indumentaria mucho más normal, como si simplemente fuese un viajero. Con todo, la guerrera no había querido deshacerse del disfraz de sacerdotisa, así que lo había guardado por si lo volvían a necesitar.

    —¡Ah, Ife! —dio un pequeño saltito cuando le vino la idea. Acto seguido, cogió una de las enormes manos del hombre (de hecho, necesitó sus dos manos para sujetarle bien los dedos) —Muchísimas gracias por salvarnos el otro día. ¡De verdad, no sé qué habría pasado si no hubieses aparecido! —besó sus nudillos y luego le miró con una sonrisa dulce —Se lo conté todo a Nu… Estuvo refunfuñando un rato, pero al final reconoció que, quizá, no fueses tan malo. ¡Y no lo eres! Puedo notarlo —añadió, haciéndole apoyar ahora la mano en su corazón.

    Y así, con la mano contra el pecho de Lulú, Ife seguramente notó cómo el corazón del muchacho se había acelerado, como si de pronto tuviese miedo de algo. Esto se podía corroborar en su cara, que había cambiado, llegando incluso a palidecer un poco.

    Apretando con algo más de fuerza los dedos del Mutuwa, Lulú giró la cabeza, buscando el origen de esa sensación entre los árboles. Terminó soltando a Ife y dándose media vuelta. Kitá alzó también la cabeza, girando las orejas como si captase el sonido de alguien acercándose.

    El origen, tanto del sonido como del miedo, no tardó en aparecer.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Jullen Bise se parecía mucho a su padre. No sólo en el apartado físico —ambos eran altos, tenían el pelo castaño y los ojos marrón avellana—, sino que además compartían su amor por las artes y la cultura y su don de gentes.

    Sin embargo, esto no impedía que hubiese continuas peleas entre los dos. Jullen consideraba que su padre bebía demasiado y que, a veces, tenía ideas demasiado absolutas. En definitiva, tal y como el hijo lo veía, Lon ostentaba tanto poder que se consideraba dueño y señor de la ciudad de Fadmella y, por lo tanto, una especie de semidiós, tal y como ocurría con los reyes auténticos.

    Además, Lon estaba obsesionado con mantener el poder en la familia y había instruido a Jullen desde que era bien pequeño en las artes de la política, cuando lo que a Jullen realmente le interesaban eran las artes plásticas.

    Desde pequeño había demostrado tener buen ojo para las formas y los colores, y más importante aún, buena mano para dibujar. También encontraba increíblemente divertido hacer modelos tridimensionales con arcilla —cuántos disgustos se había llevado la señora Bise al encontrar a su retoño cubierto de barro—, por lo que había conseguido, tras muchas peleas, salir de Fadmella y dirigirse a la ciudad vecina, Fedka.

    Allí, gracias a su propio talento, pues se había negado a utilizar el apellido de su padre, no había tardado en entrar en el taller de uno de los más afamados escultores, con quien había estado cinco años aprendiendo distintas técnicas y colaborando en encargos importantes… Hasta que un mensajero le había comunicado la muerte de su padre.

    Al parecer, un Mutuwa había aparecido por Fadmella y había pagado la hospitalidad de Lon provocando su prematura muerte, tal y como habría ocurrido unos años antes con su abuelo. Jullen no estaba seguro si acababa de creer esa historia, tampoco cómo debía recibir el luto de un hombre que la última vez que había hablado le había echado de su casa tirándole una botella vacía que por suerte no le había llegado a dar, así que se decidió a encontrar a la única persona, si se podía llamar «persona» a un Mutuwa, que podía contarle realmente qué había ocurrido con su padre.

    Había necesitado unos días, pero finalmente había encontrado un rastro, y éste se había confirmado cuando un comerciante le dijo que le había parecido ver a un Enterrador siguiendo la vera del río. Había saludado a unas lavanderas y, de pronto, había escuchado el rugido de una vaca, seguido de risas y una voz dulce.

    No sabía bien por qué, pero su instinto le había dicho que debía ir ahí, así que se había acercado, caminando muy despacio y sintiendo el miedo envolver su cuerpo. No pretendía enfrentarse al Mutuwa, tan solo averiguar la verdad sobre la muerte de Lon, pero ¡por los dioses! ¡Era un Mutuwa! Él mismo se sorprendía de seguir avanzando, con el miedo atenazando sus piernas y haciendo sus pasos cada vez más pesados.

    Entre las hojas, vio la hoja de la guadaña, y tras tragar saliva, se decidió a salir a la luz. Y, sinceramente, la escena no era en lo absoluto la que habría esperado encontrar.

    Una vaca blanca le salió al paso, después vio a una muchacha —creía que era una muchacha, por la cara y la delgadez que se veía bajo la túnica— metida hasta las pantorrillas en el agua, y tras ella un gigante de piel oscura que, a juzgar por esa marca alrededor de su ojo sólo podía ser el Mutuwa al que había ido a buscar.

    Un Mutuwa que, además, estaba totalmente desnudo.

    Se le encendieron las mejillas por la vergüenza y rápidamente se dio media vuelta para preservar la intimidad del hombre, justamente lo que Lulú tendría que haber hecho unos minutos atrás, y rápidamente alzó las manos para mostrar que iba desarmado.

    —¡Perdón, no quería…! ¡No quería interrumpir!

    —¡Está bien! —habló la chica.

    Jullen escuchó cómo salía del agua y después sus pasos mojados acercándose a él, y de pronto la tuvo cara a cara. Bueno, cara a cara, exactamente, no, era más bajita que él, pero al bajar un poco la mirada se encontró con esos grandes y expresivos ojos azules y sintió cómo su cara enrojecía incluso más que antes.

    La joven le puso una mano en la mejilla, haciendo que Jullen enderezase la espalda de forma inconsciente, y le dedicó una sonrisa.

    —Mira, si ya no estás tan asustado —dijo con una risita.

    —¡Lulú! —bramó una voz desde los árboles.

    —Oh, ups —Lulú se mordió el labio y se alejó un poco de Jullen con un gesto de disculpa —. ¡Estamos en el río!

    Apenas dijo esto, se volvieron a abrir los arbustos y apareció una mujer alta y fuerte que empuñaba una espada. Primero se fijó en Jullen, después en el Mutuwa. Soltó una imaginativa maldición y apartó la mirada, dando un par de zancadas para llegar junto a Luth.

    —Maldita sea, ¿qué haces sin pantalones? ¿Y tus botas? ¿Y dónde está tu maldito sentido común? —preguntaba mientras la agarraba por el brazo —¿Cómo se supone que voy a protegerte si te pierdo de vista dos segundos y acabas…? —volvió a mirar a los dos hombres y frunció aún más el ceño —Ni siquiera sé cómo definir esto. Coge tu ropa y a esa maldita vaca y vámonos.

    Lulú suspiró, pero asintió, obediente, y recogió sus botas y sus pantalones. Al enderezarse, miró entonces alternativamente a Jullen y a Ife y volvió a sonreír.

    —¡Venid a comer con nosotros!

    —¡¡Lulú!!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Con el ceño fruncido y la mandíbula tensa, Nuluha llevaba su mirada desde la hoja de su espada hasta la parejita que hablaba alegremente al otro lado del fuego y, de vez en cuando, miraba al Mutuwa, ocupado en la misma labor de afilado que ella, pero con su guadaña.

    Cuando Lulú había invitado a comer a esos dos hombres —un Mutuwa y un absoluto desconocido, ¿en qué estaba pensando?—, había albergado la esperanza de que se negasen, pero claro, era difícil decirle que no a Lulú cuando ponía sus ojitos de cachorro.

    Mientras compartían un par de piezas que Nuluha había cazado por la mañana, Jullen se había presentado y les había contado su historia, o más bien se la había contado a Lulú, pues prácticamente sólo miraba al muchacho —incluso después de haberse enterado de que realmente no era una chica, y eso que la noticia le había pillado por sorpresa—.

    Una vez Ife dio su sucinta versión de los hechos, y es que realmente costaba arrancarle las palabras a un Mutuwa, Jullen asintió.

    —Mi padre no era el mejor hombre del mundo, pero no se merecía morir así. Y siento que su muerte te haya causado tantos problemas.

    —Pero, ¿cómo? ¿Crees en un Mutuwa así, sin más? —le había preguntado Nuluha, quien pese a que Luth le había contado cómo Ife les había salvado de los soldados rojos no podía quitarse la sospecha del cuerpo.

    —Si Lulú dice que puedo confiar en él, ¡lo haré!

    —¡A Lulú lo conoces desde hace media hora! ¡Y no le llames Lulú!

    Sus quejas no habían servido de mucho, la verdad, pero pronto habían cambiado de tema y Jullen se había puesto a hablar de Fadmella. Él era el primero en la línea de sucesión, pero su madre se haría con la regencia. De hecho, pensaba escribirle una carta al llegar al primer pueblo para pedirle que, por favor, le cediesen el poder a otra persona, a su prima, quizá, que siempre había tenido buenas dotes de liderato.

    En lo que a Jullen concernía, y según sus propias palabras, el trono no era su vida. Prefería dedicarse al arte, como había estado haciendo los últimos años.

    —De hecho, tenía pensado viajar pronto hacia Haflán. He oído que buscan artistas para decorar los nuevos edificios que han tenido que construir por culpa de ese incendio que se comió la mitad de la ciudad, ¡quizá consiga un buen puesto!

    —¡Eso suena fantástico! —había aplaudido Lulú, contagiado de la esperanza e ilusión de Jullen. Todavía con las manos juntas, había mirado entonces a Nuluha —¿Haflán nos queda de camino?

    —¿Eh? Bueno, tendríamos que desviarnos un día, pero…

    —¡Ven con nosotros, Jullen!

    —¡Lulú!

    —¡Sólo hasta esa desviación! —se apuró en añadir Lulú —¿Por qué no, si vamos en la misma dirección? Además, un grupo más grande es un grupo más seguro, ¿no?

    —No si intentamos pasar desapercibidos —se quejó Nuluha, entre dientes.

    —La mejor forma para pasar desapercibidos es llamar la atención —comentó Jullen de forma distraída mientras terminaba de arrancar la carne del hueso que tenía entre manos —. Nadie busca en la gente que se anuncia a bombo y platillo.

    —¡Oh! —Lulú casi saltó en el sitio, alargando una mano para alzar su laúd —¡Puedo cantar canciones por los pueblos por los que pasemos!

    —¿Qué? ¡No, Lulú! Precisamente tenemos que alejarnos de las vías principales y de los centros populosos —rebatió Nuluha.

    Jullen, viendo la cara de decepción de Lulú mientras dejaba el laúd de nuevo en la tierra, se frotó la barbilla.

    —¿Quién os busca? ¿Acaso habéis cometido algún crimen?

    —Nada de eso —empezó a decir Lulú, pero Nuluha lo interrumpió con un carraspeo y una mirada fiera.

    —No es de tu incumbencia, Bise. Termina de comer y vuelve a Fedka, nosotros seguiremos nuestro camino.

    —Bueno —Jullen suspiró, tirando el hueso al fuego, y se recostó contra su bolsa de viaje, que estaba apoyada sobre una roca para hacerla más blanda —. Si yo buscase a un par de fugitivos, lo haría precisamente en el bosque y en las rutas secundarias. A veces, hay que esconderse a plena vista. Y hacer de músico ambulante podría ser una buena coartada. ¡Lulú! ¡Me encantaría oírte tocar!

    —Otro día, te lo prometo —sonrió Lulú —. Ahora, ¿podrías contarnos más de Fedka? ¡He oído mucho de esa ciudad! ¿Cómo es, cómo es trabajar ahí?

    La conversación, entonces, había seguido en esas líneas, y como la dominaban únicamente Jullen y Lulú, tampoco fue sorprendente que se acabasen juntando para hablar cara a cara con toda la familiaridad de dos viejos amigos.

    A Nuluha no le gustaba aquella situación, así lo demostraban sus gruñidos mientras afilaba y limpiaba la hoja de su espada, pero debía reconocer que, cuanto más lo pensaba, más sentido le veía al plan que habían urdido esos dos idiotas.

    Lo que no le terminaba de encajar en las cuentas era el Mutuwa. Lo miró de soslayo, aunque se le escapó un resoplido divertido al verlo acariciar la cabeza de Kitá, que se había acercado pidiendo mimos. ¿Cómo podía una vaca ser tan mimosa? ¡Parecía un perro!

    Su pequeña risa había interrumpido la conversación de los otros dos, quienes se giraron a mirarla. Cuando Lulú se dio cuenta de qué la había divertido tanto, soltó también una pequeña risa. Se levantó, se sentó junto a Ife y acarició también a Kitá.

    —Está claro que le gustas mucho —le dijo con una risita al gigante de la guadaña —. ¡Deberías acompañarnos tú también!

    —Bueno, ya vale —habló la guerrera —. Todos a dormir. Mañana ya decidiremos qué hacemos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Estaba teniendo un sueño agradable. Volvía a estar en el Santuario y trenzaba los cabellos de una de sus hermanas mientras otra les contaba una historia. Entonces aparecía su madre para decirles que la cena ya estaba servida. Un sueño muy sencillo, cotidiano, pero feliz, que era lo importante.

    Sin embargo, de pronto toda esa atmósfera relajada se había teñido de una tensión atroz y la imagen se había disuelto. No había llegado a tener ninguna pesadilla, simplemente se había despertado de golpe, agitado, sintiendo una rabia terrible que no le costó nada identificar como procedente de Ife.

    El Mutuwa había terminado por dormirse, un poco alejado del grupo central, pero no estaba teniendo un sueño apacible. Sus ojos se movían bajo los párpados, le temblaban los dedos y los labios, fruncía el ceño y parecía farfullar cosas, aunque sin voz.

    Lulú no pudo evitar echarse a llorar al sentir esas emociones tan fuertes. De hecho, se asustó tanto que llegó a retroceder un poco, pero al cabo de unos segundos se decidió a ponerse en pie y, despacio, cuidando no despertar ni a Nuluha ni a Jullen, que tan tranquilamente dormían, se acercó a Ife.

    Se arrodilló a su lado y acercó sus dedos, algo temblequeantes, al Mutuwa. Cuanto más cerca estaba de su piel, más fuerte sentía esa ira, pero se las apañó para tocarle, acariciándole el rostro y el cuello con suavidad. El efecto fue inmediato, aunque no absoluto, y es que si bien Ife parecía estar relajándose, era esto algo muy leve y gradual.

    Lulú se inclinó entonces sobre él y besó su frente. Después, lo abrazó sin dejar de acariciarle y empezó a murmurarle una nana. Ahora sí, el hombre fue calmando su rabia y quedó en su lugar un sentimiento mucho más pacífico.

    El muchacho suspiró y le besó de nuevo la frente mientras se acurrucaba en el suelo, formando con su cuerpo un arco alrededor del Mutuwa, de tal forma que la cabeza de Ife se apoyaba en el vientre de Luth y la cabeza del propio Luth reposaba en el hombro de Ife.

    Una vez normalizada la situación, el propio Luth no tardó en dormirse de nuevo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —A mí me enseñaron que los Mutuwa son la mismísima Muerte, criaturas sobrenaturales aterradoras que sesgan la vida de las personas que se cruzan en su camino —hablaba Nuluha, pero entonces miró de reojo a Ife y soltó un bufido divertido —. Pero si ni siquiera un Mutuwa de dos metros puede decirle que no a Lulú, a lo mejor no sois tan temibles como todos dicen.

    Dicho esto, volvió a mirar al frente, donde Lulú y Jullen encabezaban la marcha, tan vivarachos como la noche anterior. Al menos Nuluha podía estar tranquila con respecto a Lulú: no le había dicho a Jullen nada de que eran perseguidos por los Caballeros Rojos de Cárrigan, tampoco que venían del Santuario de Ise Ilurga. En lugar de eso, le daba largas, haciéndole mil preguntas sobre su vida, su familia, sus amigos, su maestro, las ciudades que había visitado…

    El peor momento, quizá, había sido cuando le había preguntado si podía verle desnudo. Nuluha jamás pensó que un humano pudiese sonrojarse tanto y tan rápido como lo había hecho Jullen.

    Salió de sus pensamientos al ver a Lulú girarse de un salto. Caminando hacia atrás, abrió los brazos con una de esas risas que parecían llenarlo todo de genuina alegría.

    —¡Nu, Nu! ¡Dice Jullen que quiere que le haga de modelo!

    —¡Eso ni soñarlo, Bise! —casi ladró Nuluha.

    —¡Ife, dile que no sea tan amargada!

    —Lulú, por el amor de todo lo santo y bendito, ¡camina del derecho, que te vas a caer!

    —La mujer aterradora tiene razón, Lulú —intercedió Jullen, conteniendo la risa.

    —¡Que no le llames Lulú! ¿Cómo puede un noble tomarse tantas libertades?

    —Yo le dije que podía llamarme así.

    —¡Pues yo digo que no! ¿Quieres mirar hacia el frente, por favor?

    Lulú soltó otra risita y volvió a girarse, dando un par de saltitos para colgarse del brazo de Jullen y retomar la conversación por donde la habían dejado, aunque la interrumpió de nuevo cuando algo captó su atención. Echó a correr al frente unos metros y se apeó al borde del camino, cerca de un desnivel que bajaba tres o cuatro metros en pendiente.

    —¡Una fortaleza! ¡Nu, mira! ¡Una fortaleza de verdad! ¡Debe ser el castillo de Galandra! —decía, señalando hacia el horizonte, donde efectivamente se distinguía el perfil de un castillo.

    Nuluha se detuvo a su lado, cruzó los brazos sobre el pecho y negó con la cabeza.

    —No estamos haciendo turismo, Lulú. Venga, sigue. Nos quedan aún un par de horas para llegar al siguiente pueblo.

    —Tora es de Galandra, ¿verdad? —le preguntó a la mujer, caminando ahora a su lado.

    —Sí, nació allí —reconoció Nuluha con un suspiro.

    —¿Quién es Tora?

    —Una tía mía. ¡Me contó muchas historias de Galandra! Al parecer, hacen el mejor vino de la región, ¡y hay una semana en otoño donde se celebra un torneo al que acuden gentes de ocho comarcas distintas!

    —¡Ah, cierto! —Jullen se golpeó una palma abierta con el puño, asintiendo —Mi prima Magrisse fue una vez a ese torneo. ¡Ganó varias rondas en las pruebas de esgrima!

    —¿Me dices otra vez por qué estás tú con nosotros y no tu prima Magrisse? —preguntó Nuluha.

    —No le hagas ni caso —se rio Lulú, retomando el camino, otra vez del brazo de Jullen mientras Kitá daba unos torpes saltos para volver a estar a la altura del muchacho —. ¿Sabes? Me apetece un montón una tarta de ciruelas. ¡Estamos además en la época perfecta! Ojalá en este pueblo tengan…

    SPOILER (click to view)
    Me temo que a Ife le ha tocado un grupo caótico. En fin xdd

    Este es el amigo Jullen Bise (X) yyyyy ya que estamos, el modelito que me lleva ahora Lulú (X)

     
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    Ife había planeado asearse en el río y seguir su camino hacia Fedka sin ningún contratiempo, pues confiaba que en una urbe tan bulliciosa alguien necesitara de sus servicios o, por lo menos, pasara desapercibido entre tanta gente. ¿Cómo había acabado siendo parte del grupo? Acampando juntos, pasando juntos la noche. Incluso se permitió el lujo de dormir unas horas, aunque no recordase nada del sueño que tuvo (o quizá fuera pesadilla). Después del tiempo en los calabozos, pensó que no podía venir mal recargar las energías, por si acaso necesitase usar la magia. Muy pronto comprobó que había tomado la mejor de las decisiones al dormir.

    El castillo de Galandra quedaba a menos de un día de camino, podrían llegar a media tarde, sólo si Lulú conseguía convencer a Nuluha de esa pequeña visita. La verdad, a Lulú no le costaba demasiado convencer a la gente, y la guerrera caminaba entre refunfuños por haber cedido a sus caprichos.

    Ife fue el primero en detenerse, clavando la guadaña en el suelo y mirando hacia los lados.

    —¿Qué pasa? —preguntó Jullen sin querer pararse del todo, el plan de ir a por una tarta de ciruelas le había seducido a él también—. Enterrador, ¿qué te pasa?

    Desde luego pasaba algo, porque Ife no le dedicó un ceño fruncido por esa manera de referirse a él. Prefirió sujetar la guadaña con una mano, apretándola, y estirar el otro brazo mientras cerraba los ojos. Buscaba el rastro y, cuando lo encontró, abrió la palma para crear una barrera mágica que los rodeó. Contra ella chocó el rayo que vino del bosque, rodeando al grupo y perdiéndose en el cielo.

    —¡No sé qué es, pero viene hacia aquí! —gritó Jullen, que se refugió junto a Lulú detrás de Nuluha.

    Ife se giró y trazó un círculo en el aire, abriendo un portal en cuestión de segundos.

    —Con suerte, os llevará a Galandra.

    —¿Cómo que «con suerte»? ¿Y si no tenemos suerte? —se quejó Nuluha—. ¿Dónde acabaremos si no tenemos suerte? ¿Partidos en pedazos? ¿Al otro lado del continente?

    —¡Ya pensaremos en ello más adelante! ¡Mirad lo que viene! —y Jullen señaló a las nubes oscuras que salían de los árboles, secándolos de inmediato y tiñendo el cielo de negro—. ¡¿Pero qué es eso?!

    —Es... es un nigromante —Nuluha miró aterrada hacia la figura que se acercaba a ellos, surgiendo de la tierra el ejército que acompañaba a casi todo nigromante.

    —Largaos.

    A Ife tampoco le hizo falta mucho más para que el grupo obedeciera, y muy pronto se quedó a solas con el enemigo.



    El grupo apareció a salvo en Galandra, para sorpresa del propio Ife cuando se enterara de ello, con sólo Jullen colgando desde una de las almenas del castillo.

    Los más curiosos se reunieron en la plaza, no para escuchar los gritos de Jullen (que temió morir de la caída) o las quejas de Nuluha mientras le ayudaba, sino para ver qué ocurría en la colina. Los rayos, las nubes oscuras, las bolas de fuego que caían del cielo, todo eso dejaba claro que se trataba de una lucha con magia. Magia oscura, había dicho algún vecino, y los de más allá habían corrido a sus casas para ponerse a salvo, por si acaso aquel estallido de magia acababa arrasando Galandra.

    —¿Estará bien...? —preguntó Jullen acariciando a Kitá, de todo el grupo parecía la más alterada.

    —Claro que lo estará —respondió Nuluha buscando heridas en su cuerpo y el de Lulú, no terminaba de fiarse de aquel portal—. Es un Mutuwa.

    —Pero el otro era...- no se oyen cosas buenas de los nigromantes, ¿sabes?

    —¿Y sí de los Mutuwa? Bise, cálmate. Busquemos un lugar donde descansar. Lulú, vamos. ¡Lulú, que te estoy llamando!



    A partir de los veinte perdió la cuenta o, más bien, consideró inútil seguir contando dada la velocidad a la que surgían los cuerpos del suelo. Vencer a un nigromante no era difícil, no tenían un cuerpo lo que se dice muy fuerte, lo que sí era difícil era derrotar al ejército de «no muertos» que siempre les acompañaba. Para descubrir las dotes del mago con la magia sólo había que contar cabezas en sus filas (aunque había más de un cuerpo que se movía sin cabeza, sólo con piernas y alguno de los dos brazos).

    El caso es que no había intercambiado ni una palabra con el nigromante, sólo le dedicó una especie de, ¿gritito? Antes de hacer surgir a un ejército que no terminaba nunca.

    Acabar con un ser vivo era algo más bien sencillo, pero con un no muerto la cosa cambia, haciendo buen uso de su guadaña podía cortar a esos guerreros por la mitad, pero las dos mitades seguirían luchando incluso por separado. Para acabar definitivamente con ellos los reducía a la nada, ya fuera haciendo caer rayos sobre los que llevaban armadura, o bolas de fuego al resto. La carne podrida era un combustible genial, aunque el olor fuera nauseabundo.

    Había visto armaduras de muchas partes del continente, por lo que el nigromante había pasado un buen tiempo recorriendo guerras y reclutando a caídos en combate. Si Ife hubiera seguido contando, hubiera llegado a los ciento veinticinco soldados.

    Sobra decir que nigromantes y Mutuwas eran algo así como enemigos naturales, los primeros impedían un descanso eterno a los muertos, y los segundos luchaban por salvar cuantas almas pudiesen. Curioso que los dos grupos estaban tan mal vistos, quizá fuera el precio a pagar por bailar continuamente con la Muerte.

    Decidió Ife terminar de una vez con la batalla, y es que después de lanzar tantos ataques empezaba a cansarse. Abrió los brazos y la guadaña quedó flotando frente a él, se volvió su piel entera de oro (o, por lo menos, lo parecía) y, después de que las nubes se agolparan sobre su posición y se quejaran con crujidos y truenos, cayó una lluvia de rayos que convirtió toda la zona en un autántico desierto, achicharrando y calcinando a los esqueletos sin vida.

    Con un suspiro volvió todo lentamente a la calma, y se preparaba para poner rumbo a Galandra para comprobar el estado del grupo, cuando escuchó un grito. Pero no era el grito de dolor o terror que soltaría cualquiera cuando recibe la misma ira del cielo, fue un grito tan parecido a un gemido que no pudo evitar mirar un poco más allá de la niebla que empezaba a disiparse. El nigromante había caído de rodillas y de ahí se desplomó a un lado, parecía que convulsionaba, pero entonces empezó a reír. Ife ya había olvidado cómo se sentía el miedo, pero sí sintió algo parecido a él, no entendía qué le ocurría a ese hombre y tampoco le apetecía acercarse a preguntar.

    —¡Por favor! —gritó de pronto el nigromante incorporándose, avanzó con dificultad y volvió a desplomarse frente a él—. ¡Por favor! —repitió aferrándose a la ropa de Ife, que no supo muy bien cómo reaccionar—. Por favor, únete a mis filas. Eres el sueño del nigromante: un cuerpo que no muere pero sigue vinculado a la magia. Por favor, por favor, ¡tienes que ser mío!

    Ife quiso retroceder, pero el nigromante se había abrazado a sus rodillas, enterrando la cara en su túnica.

    La imagen que tenía de los nigromantes, esos magos tan peligrosos con su conocimiento de la magia «prohibida», estudiosos de la vida y de la muerte, capaces de animar cadáveres y convertirlos en sus sirvientes para toda la eternidad... la verdad es que todo aquello se desmoronaba teniendo al mago en cuestión llorando a moco tendido contra su ropa.

    —¡Por favor! —repitió una tercera vez alzando la cabeza, pero sin separarse.

    —¿Sirves a Cárrigan? —preguntó, había visto armaduras rojas en su ejército de muertos vivientes, así que no le sorprendió su respuesta afirmativa.

    —¿Es tu enemigo? ¡Me iré de sus filas! ¡Te lo juro, pero sé mío!

    Ife no respondió. Consiguió librarse de su agarre y, esta vez sí, poner rumbo al castillo. Sería mucho más rápido usar un segundo portal, pero estaba tan cansado después de la batalla que no pensaba tomar ese riesgo.

    —¡Nos veremos muy pronto, Mutuwa!

    Ife acabaría sintiendo que también llevara razón en ello.



    El viaje, o más bien paseo porque no caminaba muy rápido entre bostezos, hasta Galandra le llevó unas buenas horas. No le sorprendió el anochecer, y llegó a los alrededores del castillo sintiendo sus párpados más pesados que nunca.

    —¡Ife, estás a salvo! —Jullen le saludó, pero Lulú saltó directamente hacia él—. Lulú, no creo que a tu guardiana le guste que vayas por ahí abrazando a los hombres.

    —¡Lulú! —fue el grito de Nuluha el que hizo al chico apartarse—. Hemos reservado en una posada —le dijo a Ife—, ¿quieres, no sé, descansar o comer algo?

    —Sabes que no te va a responder —advirtió Jullen, que no se equivocaba.

    Pero fue Lulú el que sujetó la mano libre de Ife (la otra sujetaba la guadaña) y le arrastró hasta la habitación, presentándole la cama y a la curiosa huésped que era Kitá. Igual que Lulú, dio saltitos para saludar a Ife, mugiendo de lo más contenta cuando recibió el par de caricias que pedía.
    Ife se echó en la cama y tardó más en ponerse cómodo que en caer dormido. No recordaba la última vez que había estado tan casado.

    Y tan cansado estaba que no se despertó ni siquiera cuando alguien se le sentó encima. Tampoco le despertó el portazo de la puerta a la pared al abrirse de un golpe ni el grito de Jullen por ver al intruso.

    —No hagáis ruido, no quiero que se despierte.

    —¡Nigromante! ¡Sal de aquí! —amenazó Nuluha apuntándole con su arma.

    —Pero, vamos a ver, ¿no os acabo de pedir que no hagáis ruido? —seguía sentado, muy cómodo, sobre Ife, y desde aquí chasqueó la lengua mirando al grupo—. He hecho un trato con el Mutuwa, yo he cumplido mi parte y, ahora, él será mío —rio y suspiró a la vez haciéndose un ovillo sobre Ife, pegando la oreja a su pecho—. ¿Lo oís?

    —Yo sólo oigo a un perturbado —dijo Jullen, al igual que el resto, hacía un esfuerzo por entender la situación actual.

    —¿Verdad que no lo oís? No se oye nada porque su corazón no late, ¿no es acaso maravilloso? —volvió a preguntar para luego reír e incorporarse, quedó de pie frente a la cama y se reverenció, moviéndose su largo cabello con él—. Atro, experimentado nigromante —se presentó—. Ayer mismo era el tercero al mando en el ejército mágico de Cárrigan, pero por el trato que os he mencionado, me hallo en busca y captura por traición. No me arrepiento si con ello consigo a un Mutuwa —suspiró girando en el sitio, mirando a Ife, todavía dormido—. Si me disculpáis, me retiro yo también a dormir.

    —Pero hombre, ¿cómo vas a dormir ahí encima de...? —Jullen resopló negando con la cabeza. A Atro también le había agotado la batalla y se durmió en apenas dos segundos—. Pero, ¿qué vamos a hacer ahora? El grupo se nos está llenando de raritos.

    —Empezando por ti, ¿verdad? —rio Nuluha—. Mañana, cuando Ife despierte, decidiremos qué hacemos con... con eso... —y señaló a Atro, acurrucado como un gato negro sobre el Mutuwa—. De momento, a dormir. Vamos. Tú también, Lulú, nada de paseos nocturnos.



    SPOILER (click to view)
    Pues un nigromante porque you cant spell Necromancer without romance (lo vi en una imagen por fb Y ME ENAMORÉ)

    El bueno de Acro: ( link )
     
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    Lulú había estado muy preocupado, tanto que ni siquiera había comido cuando se habían podido sentar un momento, ya tras las murallas de Galandra y una vez finalizada esa batalla mágica a lo lejos. Por eso, ver a Ife sano y salvo le había llenado de alegría, una alegría que ni siquiera la inquietante presencia de un nigromante había podido apagar.

    Aquella habitación tenía dos camas: una grande, donde estaban Mutuwa y nigromante, y literas, donde dormían los otros tres. La mano de Jullen colgaba desde el piso de arriba y Lulú tuvo que tener cuidado para no golpearse la cara con ella cuando Nuluha le hizo levantarse.

    Medio dormido, tardó unos minutos en darse cuenta de que la guerrera no sólo iba bien armada y cubierta con su armadura, sino que había recogido sus escasas pertenencias y las cargaba a la espalda. Ese tiempo que necesitó en despejarse y comprender la situación fue el mismo que les llevó salir de la posada a hurtadillas.

    —Espera —murmuró, frotándose un ojo y mirando hacia la ventana de la que era su habitación —. ¿A dónde vamos?

    —Lejos —susurró Nuluha.

    —¿Y qué pasa con los otros? ¿Y Kitá, Ife y Jullen? —protestó Lulú, deteniéndose a un lado de la calle.

    —Las vacas no pueden bajar escalones y yo no voy a cargar a una ternera, no tengo ni fuerzas ni ganas. Ife estará bien y Jullen… Bueno, seguro que se las apañará. Venga, Lulú, vámonos —insistió, tomándole la muñeca para tirar de él. No le sorprendió encontrar resistencia —. ¿Es que no entiendes qué ocurre?

    —No mucho —reconoció el muchacho —. Has dicho que esperaríamos a mañana para hablar, yo…

    —A eso se le llama «mentir» —tuvo que reajustarse los bártulos al hombro —. ¿Acaso no has oído al condenado nigromante? ¡Trabaja para Cárrigan!

    —Pero… Ha dicho que le ha traicionado, ¿no?

    —Mi amor —suspiró y se mordió el labio, comprobando rápidamente que no se encendiese ninguna luz a su alrededor —. Cárrigan te busca y los nigromantes no son conocidos precisamente por su sinceridad y buena fe. ¿No crees que pueda estar intentando engañarnos y que en cuanto tenga la ocasión nos matará a nosotros y te llevará a ti con el maldito brujo?

    —No me ha dado esa impresión, creo que decía la verdad —murmuró Lulú, conteniendo un bostezo —. Pero no podemos dejarles ahí, Nu. ¡Tenemos que volver con ellos!

    Nuluha terminó por dejar en el suelo la bolsa más pesada. Respiró hondo, pellizcándose el puente de la nariz, y miró a Lulú a los ojos, acariciándole una mejilla.

    —Vale, supongamos que es cierto. Vamos a decir que ha traicionado a Cárrigan. Sigue siendo un nigromante, un brujo que juega con los muertos. ¿No has visto lo pálido que estaba… sus ojos? Cuando un brujo le da mal uso a la magia, la magia lo consume y enloquece. Y los nigromantes suelen ser los que peor parados quedan —Lulú volvía a mirar a la posada y Nuluha empezaba a impacientarse —. Vamos a imaginar que no, que está todo lo cuerdo que un nigromante pueda estar. Si ya ha traicionado a Cárrigan, ¿qué garantías tenemos de que no nos traicionará a nosotros cuando el viento no le favorezca?

    —Creo que sólo quiere estar con Ife.

    —Ah, claro, cojonudo —tan mosqueada estaba que ni le preocupó la mirada de sorpresa de Lulú ante su lenguaje —. El nigromante quiere estar con el Mutuwa. ¿No ves lo horrible que es esa combinación? ¡Ambos son la muerte! Desde distintos prismas, quizá, pero al fin y al cabo son la muerte. Y tú eres vida, Lulú. No puedo consentir que sigas cerca de ellos. El Mutuwa… —suspiró —Reconozco que no es como esperaba, pero ¿un nigromante? Eso no hay por dónde cogerlo.

    —Entonces, ¿simplemente los abandonamos? ¿A ellos y a Kitá? —Lulú empezó a hacer un puchero y Nuluha vio lo brillantes que estaban sus ojos y lo roja que se estaba poniendo su nariz. Aquello no era bueno —¡Le prometí a Kitá que la cuidaría!

    —¡Es una vaca! —se le escapó el tono, pero sólo se dio cuenta cuando un vecino asomó desde la ventana de la casa junto a la que se habían detenido, chistándoles con gran molestia. Nuluha bajó la voz —Es una vaca, no te entiende.

    —Sí que me entiende. Me entiende más que mucha gente —protestó Lulú, con la primera lágrima cayendo —. No quiero abandonarles. Son nuestros amigos, Nuluha. ¡E Ife nos ha salvado la vida más de una vez! ¿Cómo podemos dejarlos tirados?

    —Lo que no entiendo es cómo puedes ser tan corto de miras. ¡Esto no es el santuario! Aquí la gente es mala, Lulú, pero tú le hablas a todo el mundo como si fuesen tan buenos como tú. ¡Y no es así! La gente miente, roba, hiere, viola, mata… Sobre todo los hombres. Y tú estás aquí, hablando de amistad por un Mutuwa, una vaca y un niño rico con ínfulas de artista al que conoces desde hace sólo un par de días. ¡No son tus amigos, Lulú! Yo soy tu amiga. No, mentira, soy tu familia. ¡Y sólo intento protegerte! ¿Hablas de promesas? ¿Qué hay de la que le hice a tu madre? Le juré por mi vida que te mantendría a salvo.

    Lulú, llorando por una mezcla de sentimientos, negó con la cabeza y dio un paso atrás. Sentía tristeza, enfado, impotencia, preocupación… Y estaban tan entrecruzadas que no sabía si eran suyas por entero o si en ese cóctel entraban también las emociones de Nuluha.

    —Puedes protegerme sin hacerme abandonarles.

    —¿Cómo, Erluth? —gimió Nuluha, llevándose las manos a la cabeza casi con desesperación —Yo no soy más que una humana. Soy fuerte, rápida y sé luchar, pero ya has visto todo lo que he podido hacer cuando nos ha atacado el nigromante.

    —Pero, Nuluha, ¡no estás sola! —ahora Lulú volvió a dar un paso al frente, tomando las manos de la mujer entre las suyas —Ife nos ha ayudado, ¡y sé que volverá a hacerlo! Cuando está con nosotros, se siente menos triste, ¿sabes? Le gustamos, aunque no lo haya dicho. Si tú me proteges a mí, estoy convencido de que él te protegerá a ti.

    —Lulú… Este tira y afloja me agota. Tenemos que seguir nuestro camino. Tu madre… Ni siquiera sé si está muerta, pero me dijo que sólo había un sitio en el que estarías a salvo. Un sitio que está muy lejos y… Parece que no avanzamos porque no hacemos más que pararnos por el camino a llenarnos la mochila de piedras —se pasó una mano por la cara y miró al cielo, buscando el consejo de la luna o el consuelo de las estrellas. Después, con las manos en la cintura, volvió a mirar a Lulú —. Voy a confiar en tu juicio, Lulú, pero si veo el menor indicio de traición…

    —Lo haremos a tu manera —completó Lulú, secándose las lágrimas con las mangas para dirigirle a la mujer una sonrisa.

    Al volver a la posada, todo seguía tal y como lo habían dejado. Mutuwa y nigromante dormían profundamente en la cama, Jullen se había dado media vuelta en su litera… La única que pareció acusar su ausencia y regreso fue Kitá, quien se levantó del rincón en el que se había acurrucado y se acercó, con el bamboleo del animal que no se ha despertado del todo, a Lulú, quien la abrazó y besó amorosamente, acallando sus intentos de mugidos con susurros y caricias.

    Nuluha, al verle, llegó a pensar que tal vez el chico tenía razón. Quizá la vaca sí le entendía mejor que ella.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Atro se despertó y se estiró tal y como haría un gato, soltando incluso una especie de gemidito que bien podría haberse confundido con un maullido. Miró la superficie sobre la que estaba y sonrió al ver que era el Mutuwa. Eso era tan genial como aterrador, porque si bien significaba que no lo había soñado, también implicaba que Cárrigan iba tras él. Pero bueno, cada cosa a su tiempo.

    Acarició el tatuaje de esa maravillosa criatura y se acomodó otra vez sobre su pecho, abrazándolo y disfrutando del silencio de un corazón paralizado. De la emoción, llegó a mover los pies en el aire, asemejándose bastante a una quinceañera que acaba de dar su primer beso y todavía siente el estómago lleno de mariposas.

    No le habría importado no estar a solas con ese Mutuwa, pero una dulce risa le hizo darse cuenta de algo que el agotamiento de la tarde anterior y las brumas del sueño le habían hecho pasar por alto.

    Se incorporó y bajó de la cama de un salto, acercándose al jovencito que, sentado en el suelo, se dedicaba a acariciar una vaca, la cual tenía la cabeza en el regazo del chico y parecía encantada con las atenciones recibidas.

    Pero tanto las risitas del chico como los sonidos de alegría de la vaca cesaron cuando Atro se inclinó hacia Lulú, doblando su espalda en una reverencia de noventa grados, y apoyó dos dedos en su mentón, obligándole así a girar la cabeza hacia él para mirarle a los ojos.

    —Oh, vaya, vaya… ¿Qué tenemos aquí? —murmuró el nigromante con una sonrisa divertida que sólo se amplió al notar cómo las pupilas del chico se dilataban y su corazón se aceleraba ante el miedo y la tensión. Eso no le impidió acariciar sus labios y bajar los dedos con suavidad por su garganta hasta atrapar el colgante que se perdía bajo sus ropas. Lo miró y se lamió los labios —Ah…

    Se incorporó, no tanto por decisión personal como porque temía que, de no hacerlo, esa espada que se había apoyado contra su espalda le atravesaría como una brocheta. Alzó también las manos para mostrar que iba desarmado o, más bien, que no estaba preparando conjuros, y se giró lo justo para mirar por encima del hombro a Nuluha, quien le miraba con los ojos afilados y una expresión tensa.

    Tras ella, Jullen esperaba en la puerta, haciéndole un gesto a Lulú para que corriese con él y frustrándose al ver que el otro no le hacía caso.

    No, Lulú no fue con Jullen, pero sí se levantó y se movió, aunque en dirección a la cama, donde el Mutuwa se acababa de despertar. Se subió al colchón y se quedó de rodillas detrás del gigante, apoyando una mano en su brazo y asomando por detrás de su hombro con una mezcla de inquietud y curiosidad que hizo que Atro se le hizo encantadora.

    —Calma, calma… No voy a hacerle daño. Pero… Una pregunta —con un gesto juguetón, se acercó a Nuluha, acariciando la hoja de la espada mientras avanzaba hacia ella —. ¿Es este el pequeño muchacho al que Cárrigan quiere tan desesperadamente echar el guante?

    —Es gracioso que creas que voy a responder a eso —siseó Nuluha, frunciendo el ceño cuando Atro se rio.

    —Ya me has contestado —dijo en tono cantarín. Dio una vuelta, apoyándose en los dedos de los pies, y señaló con un gesto teatral al chico —. Nunca había sentido una magia como la tuya, cariño —le sonrió a Lulú, quien parecía cada vez más interesado y menos asustado —. Aunque quizá se deba a ese dichoso colgante… Te está ocultando de todo radar mágico. Y creo que ese sello hace algo más, pero no puedo saberlo si no lo examino más de cerca.

    —Algo que no va a pasar —sentenció Nuluha, dándole un golpe en la mano con la parte roma de la espada cuando vio que el nigromante intentaba tocar a Lulú —. De hecho, no vas a acercarte a mi protegido tanto como para volver a ver ese sello. ¿Ha quedado claro?

    —Como el agua de un cristalino arroyo —sonrió Atro, cruzando las manos a su espalda con una sonrisa tranquila —. ¿Vamos a desayunar? Tengo tal hambre que sería capaz de comerme a una vaca.

    Como respuesta, Kitá soltó un mugido de protesta y dio un par de golpes en el suelo con una pata.

    Lulú, por su parte, había tomado el colgante entre sus dedos y ahora acariciaba los motivos que había ahí grabados. Su madre se lo había dado justo antes de que Nuluha lo sacase del santuario, diciéndole que le daría suerte, que le protegería, pero Lulú nunca se había parado a pensar que esas palabras pudiesen ser literales.

    Miró a Ife, le dedicó una pequeña sonrisa y guardó otra vez el colgante bajo su ropa. Le dio un beso en la mejilla y se puso en pie para salir de la habitación a por algo de comer. Kitá le dio un golpecito con la cabeza en la pierna y el chico le acarició entre las orejas, mirando luego a Ife.

    —¿Me ayudas a bajarla, porfa? Nuluha dice que las vacas no pueden bajar escaleras.

    —Como si un Mutuwa fuese a…

    La frase de Atro quedó cortada a mitad cuando, con un chasquido de dedos de Ife, Kitá empezó a flotar, moviendo las patas en el aire como si estuviese corriendo. Lulú soltó una risita a modo de agradecimiento y tomó con cuidado dos patas de Kitá, tirando de ella para sacarla de la habitación y llevarla a la planta baja.

    —Nuestro Lulú es un chico especial —sonrió Jullen. Pasó al lado de Atro, intentando alejarse de él todo lo que su recorrido le permitía, y bajó también las escaleras.

    —No es «nuestro» Lulú —refunfuñó Nuluha —. Vosotros apenas lo conocéis —miró a los dos hombres que quedaban en la habitación y frunció el ceño —. Bajad u os dejaré aquí encerrados.

    Con amenazas o sin ellas, el grupo entero, nigromante incluido, llegó abajo, donde Lulú y Jullen habían cogido ya un sitio y estaban hablando animadamente con una muchacha, hija de los dueños de la posada. La conversación, no sólo de ellos, sino de toda la sala, terminó abruptamente cuando Nuluha entró acompañada por esos dos aterradores seres.

    Lulú, sintiendo la confusión y el miedo llenar los corazones de todos, se puso en pie y corrió para ponerse delante de Ife.

    —¡Está bien, no pasa nada! —exclamó, alzando las manos —¡Es un amigo, no le va a hacer daño a nadie!

    —Perdona, sabes que sólo le defiendes a él, ¿verdad? —se quejó Atro.

    —Es que a ti no te conozco y me das un poco de miedo —reconoció Lulú en voz baja, ante lo que el nigromante sólo pudo sonreír un poco. El chico volvió a mirar a los demás —. De verdad… No tenéis que preocuparos. ¡Mirad! Ife, por favor, ¿puedes poner el brazo así?

    Hizo entonces un gesto gracioso, doblando el brazo hacia arriba, como hacen algunos hombres para mostrar músculos. Cuando Ife lo hizo, Lulú sonrió y, de un salto, se agarró al brazo del hombre. Sus pies se movieron en el aire y de su boca escapó una pequeña risa mientras frotaba cariñosamente, como un animalito, la mejilla contra el hombro del Mutuwa.

    Esta demostración de docilidad pareció calmar a varios de los presentes a la vez que hacía que Atro alzase una ceja, con la otra frunciéndose en un gesto entre sorprendido y pensativo. Definitivamente, había algo en ese chico alegre.

    —¿Tenéis tarta de cerezas? —preguntó Lulú, mirando a la chica una vez estuvo ya en el suelo.

    La hija de los posaderos no pudo evitar quedarse mirando la mano de Lulú, que sujetaba la del Mutuwa como si fuesen padre e hijo o algo así, pero terminó por asentir.

    —Sentaos, ahora os sirvo —consiguió decir, agachando la cabeza a modo de despedida antes de meterse en las cocinas.

    —Este viaje va a ser terriblemente largo y complicado —suspiró Nuluha mientras tomaba asiento frente a Jullen.

    —¿A dónde os dirigís? —preguntó Atro, sentándose frente a la guerra con la elegancia de un gato.

    Nuluha se inclinó sobre la mesa, hacia él, y le hizo un gesto con el dedo para que el nigromante la imitase. Cuando sus caras estuvieron más cerca, Nuluha sonrió con antipatía.

    —No me gustas, no quiero que estés cerca de nosotros y no te vamos a contar absolutamente nada. ¿Por qué no te haces un favor y te vas a marionetizar el cadáver de tu puto padre?

    —Ya lo hice —confesó Atro, reaccionando ante la hostilidad con más hostilidad, aunque con un punto divertido, como si toda aquella situación le pareciese graciosa —. Fue mi primer intento con humanos. Un fracaso, pero bien, así su muerte se mantuvo concorde con su vida —se incorporó, con la espalda recta contra el asiento y las manos cruzadas sobre la mesa en un gesto elegante, mirando todavía a Nuluha a los ojos —. ¡Lulú! Ese es tu nombre, ¿verdad? —dijo, desviando los ojos hacia el chico, que se había sentado ya y acariciaba la cabeza de Kitá bajo la mesa.

    —Erluth —asintió él —. Pero… Creo que prefiero que me llames Luth.

    —Lulú —sonrió Atro, ignorándole olímpicamente —, ¿cómo has hecho para conseguir el favor de un Mutuwa? ¿Acaso…? —alzó las cejas y miró a ambos de arriba abajo. Estando el uno junto al otro, era fácil evaluarlos —¿Acaso os acostáis juntos? —Si era así, tenía preguntas de logística, porque uno le parecía muy grande y el otro muy pequeño.

    —Hace un par de noches dormimos juntos —reconoció Lulú —. Ife tenía una pesadilla y yo le abracé.

    Atro tardó unos segundos en responder a eso. Vio la sorpresa en los ojos del Mutuwa, así que imaginaba que el propio Ife no estaba al tanto de esto, y luego miró a Lulú, intentando ver si le estaba tomando el pelo o no.

    —Bueno, ahora entiendo por qué tu perro guardián es tan fiero. ¡Eres un alma pura, incorrupta! Esto no se ve todos los días —con un ligero arqueamiento de ceja, Atro miró a Nuluha, quien le observaba con obvio desagrado, y luego a Jullen, que intentaba alejarse de la conversación mirando por la ventana, pero estaba claro que estaba escuchando todo, listo para intervenir —. Lo que sigo sin entender es qué puede querer Cárri-

    Nuluha golpeó la mesa con un puño, haciendo que Atro diese un pequeño respingo.

    —Tenemos que hablar de tu situación en este grupo.

    —Claro, querida.

    —No me llames así.

    —Lo que tú digas, cielo.

    La tensión entre ambos podría cortarse con un cuchillo. Jullen se arrepentía de haber quedado encerrado entre la guerrera y una ventana con rejas y Lulú miraba todo, buscando qué decir para aliviar un poco la situación.

    Para bien o para mal, ese fue el momento que la camarera aprovechó para intervenir. Al dejar en la mesa la tarta de cerezas, tanto Nuluha como Atro irguieron la espalda (se habían ido inclinando, como lobos dispuestos a saltar al cuello del otro), dejándole más sitio a la chiquilla para maniobrar.

    Con manos temblorosas, dejó cinco vasos y una jarra llena de vino especiado y caliente. Preguntó en un susurro si querían algo más y, cuando Jullen le sonrió diciéndole que no, se fue diciendo que podían llamarla si la necesitaban.

    Lulú sentía muchas miradas sobre su mesa, miradas relativamente discretas, curiosas, todavía con miedo de lo que pudiese ocurrir con un nigromante y un Mutuwa sentados en la misma mesa. Para muchos, aquello era símbolo apocalíptico, más que menos, eran un brujo capaz de levantar y controlar a los muertos y un no-muerto capaz de matar a cualquiera. La pareja que hacían era, desde luego, poco tranquilizadora.

    Luth abrió la boca para hablar, pero no llegó a hacerlo. No porque no tuviese ni idea de qué decir, que también, sino porque Atro se le adelantó.

    —Hice un trato con este Mutuwa y he cumplido mi parte. He traicionado a Cárrigan, he dejado su ejército, así que ahora quiero mi premio.

    —¿Y cuál es tu premio, si puede saberse? —volvió a hablar Nuluha, cruzando los brazos bajo el pecho. Las piezas metálicas que la protegían chocaron haciendo un pequeño sonido.

    —Ife —sonrió Atro con suficiencia —. ¿Te haces a la idea de lo que es un Mutuwa? ¿Del valor que tiene para alguien como yo?

    —Ni lo sé ni me importa, puñetero pirado —gruñó Nuluha, mirando ahora a su protegido —. Lulú, ¿no querías tarta de cerezas? Come antes de que se enfríe.

    Y con esas palabras, le sirvió un trozo de tarta, pasándoselo al deslizar el plato por la mesa. Lulú cogió la cucharita y cortó un trozo, pero no llegó a llevárselo a la boca, algo que Nuluha no vio al volver a enfrentarse en un duelo de miradas con Atro.

    —Me da igual qué chanchullos os llevéis el Mutuwa y tú. Si estáis juntos, juntos os podéis ir a tomar viento fresco.

    —No sé yo si eso va a ser posible —Atro sonrió, cruzando una pierna sobre la otra, lo que hizo que su pie terminase rozando la rodilla de Jullen, quien se tensó en la silla, sin tener espacio para apartarse —. Lulú me resulta tan interesante como Ife y quiero estudiarle un poco.

    Ni siquiera Atro fue capaz de predecir lo siguiente, y es que a una velocidad espeluznante Nuluha había sacado un cuchillo y ahora presionaba la afilada hoja contra el cuello del nigromante. Esto causo jadeos contenidos y que varias personas se levantasen y saliesen a paso rápido de la posada.

    —¡Nu! —exclamó Lulú de forma ahogada, quizá como reacción no tanto a su propio miedo, como al que Atro había despedido de pronto.

    —¡Espera! —dijo el nigromante, alzando las manos —¿No crees que puedo servirte de ayuda? ¡He trabajado para el brujo que os busca! Conozco su forma de pensar, sé los pasos que va a dar, las ciudades en las que tiene interés… ¡Puedo ayudaros a llegar a donde sea que tengáis que ir! Además, contar con aliados mágicos siempre es una elección inteligente.

    —No me interesa la magia negra.

    —Pero, cielo —Nuluha rechinó los dientes y apretó un poco más el cuchillo contra el cuello de Atro —, la magia negra no existe. No hay tal cosa como magia buena o mala, todo depende de quién la use y para qué.

    —Eso es precisamente lo que me preocupa, nigromante.

    —Os pongo mi magia a vuestro servicio, lo único que pido es la posibilidad de estudiar un poco a Lulú, su propia magia… Y su relación con mi Mutuwa.

    —Lulú no tiene magia —gruñó Nuluha, mirando al chico, quien se había quedado al borde de su silla, con las manos sobre la mesa y los puños apretados.

    —Entonces, ¿qué tienes que perder? —Atro sonrió —Te garantizo que ni tú, ni el chico, ni vuestro encantador acompañante —no miró a Jullen, pero el artista se estremeció. No fue tanto por las palabras del nigromante como por sentir su pie descalzo acariciando su muslo —, ni siquiera esa vaca tan graciosa, sufriréis daño alguno. Además… Creo que le gustáis a mi Mutuwa y me apetece mimarlo un poco.

    —Va a ser que no —fue la respuesta de Nuluha, todavía sin apartar el cuchillo.

    —Entonces correré a Cárrigan y le diré dónde estáis, quiénes os acompañan y por qué todavía no ha podido localizar al chico.

    Con estas palabras, el ceño de Nuluha se frunció todavía más. Hizo un rápido movimiento para cortarle el cuello, pero la sangre no salpicó su rostro. El nigromante había desaparecido antes de que pudiese matarlo, pero no tardó mucho en encontrarlo: estaba sentado en el regazo de Ife.

    —No creo que la violencia sea la solución —se rio Atro, acariciando la mandíbula de Ife con dos dedos.

    —¿De verdad puedes ayudarnos? —preguntó Luth con un hilo de voz.

    —¡Lulú!

    —¡Dijiste que confiabas en mi juicio! —Lulú se giró a mirar a Nuluha. Estaba tenso, claramente —Nuestra promesa sigue siendo la misma.

    Nuluha guardó silencio, después volvió a enfundar el cuchillo y se sirvió una buena copa de vino caliente.

    —Me voy a arrepentir de esto.

    —Yo ya me estoy arrepintiendo —se rio de forma nerviosa Jullen mientras se acercaba la tarta.

    Lulú, por su parte, miró a su amiga, después al nigromante y, por último, al Mutuwa, con una mirada que parecía pedir perdón y ayuda a partes iguales. Después, sus ojos azules bajaron a la tarta que tenía delante.

    Suspiró y probó el primer trozo, sonriendo un poco ante el delicioso sabor.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Mucha gente se imaginaba el castillo de Cárrigan como una fortaleza impenetrable al borde de un abismo, nubes tormentosas perpetuamente arremolinándose sobre el complejo, formas puntiagudas y espeluznantes talladas en piedra negra… De esto, lo único cierto es que era una fortaleza impenetrable.

    El castillo de Cárrigan, en realidad, era blanco y estaba situado en una zona cálida y muy agradable durante todo el año. Había patios porticados, sirvientes sonrientes, música dulce y hermosos y coloridos lienzos y tapices por todas partes.

    El propio Cárrigan podía sorprender. Era alto y delgado, pero no una masa de músculos, como se solía pensar. Vestía de forma impecable, pero sin púas afiladas o huesos humanos adornándole, y siempre había preferido los colores cálidos. El blanco y el amarillo dominaban sus ropas mientras caminaba por su castillo.

    Muchos creían que Cárrigan era un asesino despiadado, pero otros habían visto la verdad. Mucha gente conocía la auténtica naturaleza del brujo: era un pacifista. Quería la paz en todo el continente, quería acabar con las guerras y las miserias, purificar el pecado del mundo. Y para lograrlo entendía que había que recurrir a la conquista.

    Sí, sus Armaduras Rojas eran vistos como poco más que bestias salvajes con forma humana, animales que mataban, despedazaban, violaban y robaban sin sentir remordimientos, movidos sólo por la avaricia. Quizá esa parte fuese cierta, pero eran necesarios para el plan de Cárrigan.

    El brujo creía firmemente que no podía pacificar sin antes haber conquistado. Los tratados no servían, las treguas se rompían. Pero si sometía a las clases dominantes, si las tenía en su poder, podría cambiar las cosas y hacer un mundo donde la gente como los despiadados Soldados Rojos no tuviese lugar.

    Aquellos que estaban ya bajo su dominio lo entendían. Veían que sus vidas estaban mejorando y adoraban a Cárrigan como el emperador justo y bueno que era. A veces había protestas y Cárrigan ordenaba que fuesen brutalmente reprimidas, pero eso formaba parte del proceso. La población no debía limitarse a tener un líder justo, también debía ser educada en la sumisión. Y con sumisión, habría paz.

    Su vasto imperio había ido creciendo poco a poco con el paso de los años, pero no con la velocidad que él habría creído. Sabía que faltaba una pieza importante en su plan, la herramienta que podría ayudarle a poner fin a toda esa guerra escabrosa, pero durante mucho tiempo creía que no existía, y es que cuando las herramientas vienen en vasijas humanas, es muy fácil que se rompan.

    La muerte se había llevado su herramienta durante más de veinte años, pero hacía casi una década más o menos, su mejor bruja había vuelto a sentir la huella de aquello que les conduciría a la victoria y podría por fin ayudarle a establecer un blanco manto sobre el continente, sin odiosos ríos de sangre fluyendo por todas partes.

    Claro que se le seguía resistiendo. Le había llevado siete años localizarle, y ahora se le escapaba de entre los dedos. No lo encontraban y, encima, ahora se les sumaban nuevos y molestos problemas.

    Su expresión tranquila pasó a ser un ceño fruncido ante estos pensamientos, pero por suerte ya había llegado a su destino, al jardín interior más hermoso de todo el complejo palacial. Ahí había flores de diversas formas, tamaños y colores, todas hermosas, todas con fragancias extasiantes. Había verdor, vida por doquier, con pájaros libres que cantaban entre las ramas de los árboles y algunos animalillos que se habían colado en el castillo guiados por la exuberancia de ese jardín.

    Y todo ese pequeño ecosistema existía gracias a la mujer que en esos momentos canturreaba bajo un árbol. Estaba arrodillada en la tierra, cuidando algunas plantas más jóvenes que crecían a la vera de ese sauce llorón, con un vestido semi-traslúcido que dejaba ver perfectamente sus formas bajo la luz de esa mañana.

    Cárrigan se detuvo a unos pasos de ella, con las manos cruzadas tras la espalda. La mujer se había recogido su espeso cabello negro en un moño que se sostenía con un par de agujas, pero del que caían algunos rizos que se deslizaban por su cuello de forma desordenada. Era una imagen cálida, hogareña, que hizo que el temido brujo sonriese con afabilidad.

    —Trabajando duro, como siempre —dijo, interrumpiendo el canto de la mujer, aunque no su buen humor.

    —Por supuesto. Los niños requieren cuidados constantes —sonrió la mujer, acariciando una hoja.

    Sacudió las manos para quitarse la tierra y se puso en pie. El bajo de su vestido se había manchado, pero no parecía que eso le importase demasiado. Se acercó a Cárrigan, quien sonrió más ampliamente. La tomó de la cintura y la besó, escuchando el suave ronroneo de su amante mientras se colgaba de su cuello. La levantó, sintiendo sus piernas agarrarse a su cintura, y se apartó un poco para poder mirarla.

    —¿Sabemos algo de ese traidor de Atro? —preguntó la mujer, acariciándole la mejilla en un gesto dulce.

    —Todavía nada —reconoció él, sentándose en un pequeño banco de piedra a la sombra del mismo sauce que la mujer estaba cuidando. Ella se acomodó en su regazo, pegando su pecho al del hombre —. No te preocupes, nos encargaremos de él.

    —Lo sé —sonrió ella, acariciando sus labios contra los del brujo. Le tomó una mano y le hizo acariciarle un muslo, metiendo la mano del hombre bajo su falda —. Tampoco hay nada del chico —se aventuró a decir.

    —Cada día estamos más cerca de encontrarle —suspiró él, dejándose llevar por las indicaciones mudas de su amante —. Las mujeres del santuario están de camino. En unos días las tendremos bajo custodia.

    —¿La madre también? —el brujo respondió con un gruñido afirmativo, tenía la boca demasiado ocupada besando el cuello de la mujer —Hiciste lo que te indiqué, ¿verdad?

    —Sí, mandé que tuviesen especial cuidado con ella. No te preocupes, Larhis, todo está yendo bien.

    —Lo sé, mi amor —sonrió ella con un suspiro de placer cuando los dedos de Cárrigan llegaron a su entrepierna —. Además… La luz siempre se impone sobre las tinieblas, es sólo cuestión de tiempo. Y nosotros tenemos todo el tiempo del mundo… Por ahora, vamos a disfrutar de este momento juntos —dijo, pero le apartó las manos y se puso en pie sobre el banco —. ¿Te parece bien? —añadió, levantándose las faldas.

    Cárrigan, a quien ya se le marcaba un bulto entre las piernas, no dudó ni un momento en asentir y agarrar las nalgas de la mujer con las manos. Larhis suspiró otra vez al notar esos dedos clavándose con cierta violencia contrastando con la delicadeza y dulzura de esa lengua acariciando su zona más íntima y sonrió de nuevo, enredando los dedos en el pelo rubio de Cárrigan.

    Sí, tenían tiempo. Podían esperar un poco más.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Había dicho que necesitaba despejarse y había salido a dar un paseo por Galandra. Kitá le había acompañado, pareciendo cada vez más un perro fiel que una vaca, y Nuluha había decidido darle un rato a solas antes de ir a por él. Alguien tenía que vigilar al nigromante, había dicho la mujer.

    El problema era que había pasado más de una hora y no sabían nada de Lulú, así que Jullen se había ofrecido a ir a buscarle. En parte, su decisión se había debido, y no iba a negarlo, a la incomodidad que le provocaba el nuevo integrante del grupo y la tensa atmósfera que se había instalado por su culpa. En parte, y esto tampoco lo iba a negar, estaba muerto de preocupación por ese muchachito.

    Era sorprendente cómo en menos de una semana se veía incapaz de apartarse de su lado. Era tan tierno y gracioso, tan amable y lleno de cariño, que sentía que corría un peligro constante en ese mundo duro y cruel. Entendía bien por qué Nuluha era tan sobreprotectora con él.

    Por suerte, tardó en encontrarlo menos de lo que esperaba. La pista clave no fue una vaca blanca con algunas vendas cubriendo heridas aún no cerradas del todo, cosa que habría sido lo lógico, sino su voz saliendo en melodiosas notas de una ventana abierta.

    Se acercó a la casa en cuestión y consiguió encontrar la ventana y asomarse a ella, encontrándose una habitación medio en penumbras. Había una cama, donde yacía una niña extremadamente pálida, rodeada por una pareja llorosa, claramente sus padres. Había otro joven algo mayor que ella, su hermano, y una anciana, su abuela.

    Con ellos estaban Kitá, sentada en el suelo de una manera que habría resultado cómica de no ser por el denso y triste ambiente de la habitación, y Lulú, quien sentado en el borde de la cama tocaba el laúd como acompañamiento a la nana que estaba cantando.

    El propio Jullen se sorprendió al notar cómo sus hombros se habían relajado y cómo le invadía una sensación de calma y sosiego. La voz de Lulú era dulce y tranquila y la nana que cantaba invitaba a dormir con una letra claramente pensada para un niño. De hecho, la pequeña apenas tosía, aunque las manchas sanguinolentas de su sábana indicaban que había tenido accesos realmente violentos.

    Lulú abrió los ojos y, sin dejar de cantar, hizo contacto visual con Jullen. Terminó la canción y dejó que las cuerdas del laúd vibrasen hasta que el sonido se extinguió de forma natural. La niña suspiró, profundamente dormida, y la madre soltó un sollozo. No había visto a Jullen, porque sólo miró a su invitado.

    —¿Estás seguro de que un Mutuwa podrá salvar su alma?

    —Confío en mi amigo —susurró Lulú —. Vendrá pronto.

    —¿Cómo lo sabes? —preguntó el padre, también bastante relajado, aunque triste.

    Lulú hizo un pequeño gesto que para ellos no significó nada, pero que fue el escopetazo de salida para Jullen, quien saltó al suelo y salió corriendo hacia la posada.

    —Los Mutuwa son criaturas mágicas vinculadas a la muerte. Lo sabrá —volvió a susurrar —. ¿Quieren que toque otra canción?

    —Por favor —suspiró la madre, acariciando los cabellos de su hija moribunda.

    La mujer cerró los ojos y se acomodó junto a su hija, abrazándola, mientras las cuerdas multicolor de Lulú volvían a llenar de música la habitación.

    SPOILER (click to view)
    No tengo apariencias para Cárrigan y Larhis. AÚN. La verdad es que no he buscado, no desesperemos XD

    ¿La canción de Lulú? La Jellyfish Song de DMMD, porque sí, porque es preciosa XD No he encontrado una versión acústica cantada, pero sí una versión en guitarra, así que creo que vale para hacernos a la idea X Me gusta imaginarme que su madre se la cantaba de pequeño y Lulú pues se la aprendió. A él le hace sentirse a salvo, cómodo, tranquilo, le recuerda a su madre y su infinito amor, y esa es la sensación que transmite a quien le oiga cantarla chanchanchán ~

    Imagino la voz de Lulú como aflautada y afeminada. Toda su apariencia debe ser una incógnita en cuanto a su sexo, porque sí, porque me divierte XD



    Edited by Bananna - 27/12/2020, 21:22
     
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    No podía decir que conociera mucho a Lulú, de hecho, lo conocía desde hacía poco más de una semana. Pero podía decir con toda seguridad que se trataba de un chico muy afectuoso; le tocaba, le acariciaba, ¡le besaba! Como sólo alguien acostumbrado al cariño puede hacerlo. Desde luego, Ife no lo estaba, y cada gesto del chico le descolocaba. No lo encontraba desagradable, eso nunca (la verdad, pensaba que alguien debía estar muy mal de la cabeza como para encontrar a Lulú desagradable), pero no sabía muy bien cómo reaccionar ante algo así de nuevo. Después de todo, llevaba... ¿cuántos años? ¿Ya había llegado a los cien? Vagando de aquí para allá recibiendo gritos y maldiciones como únicas muestras de cariño. Era normal que algo tan sencillo como una sonrisa le descolocara.

    Le gustaba pensar que si Lulú derrochaba amor era porque lo había recibido a raudales a lo largo de su vida. No sabía cuántos años tenía, pero imaginaba que, por pocos que fueran —Lulú no parecía estar muy lejos de los veinte—, habían sido felices y llenos de recuerdos agradables.

    Se encontraba a sí mismo muchas veces pensando precisamente en Lulú, para ser un chico tan joven, tenía una influencia poderosísima en Ife. Y eso teniendo en cuenta que apenas se conocían y que Ife era un Mutuwa, un ser sin (se supone) la capacidad de sentir nada, pues resultaba algo impresionante.

    Jullen le encontró acariciando a Kitá, y supo leer el aire pensativo en su mirada, así que carraspeó para llamar su atención.

    —¿Podrías venir conmigo? —pensó que esto no sería suficiente para convencerle, y añadió—: Lulú necesita tu ayuda.

    Su plan funcionó demasiado bien, y no sólo le acompañó Ife sino todo el grupo. Nuluha porque estaba preocupada por el estado de Lulú, y Atro porque se negaba a permanecer tanto tiempo lejos de quien consideraba «su» Mutuwa.



    La familia estaba compuesta por los padres de la niña, la abuela y su único hermano, unos años mayor que ella. Los invadía tal tristeza que hasta Atro (el más desvergonzado de los presentes) tuvo sus reparos para entrar en la vivienda y prefirió quedarse en la calle, apoyado en el alféizar de la ventana para, eso sí, poder ver lo que ocurría dentro.

    —¿Podrás salvarla? —se lo habían preguntado tres veces a Ife, pero con tan mala suerte que una vez fue la madre, otra el padre y la tercera, la abuela. Un único intento de conversación por persona, esto era, Ife no podía responder.

    Ante esto, y sabiéndose el mayor conocedor de los Mutuwas, Atro se vio obligado a intervenir desde su lugar en la ventana.
    —Salvará el alma de la niña —les dijo— con total garantía de que nada ni nadie podrá atormentarla jamás.

    —¿Quién podría atormentar a los que se han ido?

    —Yo, por ejemplo —sonrió, encantado con la mirada de espanto que recibió—. Podría convertir el cadáver de vuestra hija en un soldado incansable que obedezca todas y cada una de mis órdenes, pero —alzó el índice y lo movió hasta señalar a Ife— si un Mutuwa interviene, es imposible.

    —Será mejor que nosotros nos vayamos —comentó Jullen.

    —Al fin una buena idea —Nuluha aceptó asintiendo con la cabeza, casi se esperaba la resistencia de Lulú a moverse—. Venga, no empieces. Esto va a ser muy desagradable, no querrás verlo.

    —La Ceremonia es privada —la familia entera se sorprendió con la voz del Mutuwa—. Los familiares deciden si quieren invitados.

    —El chico... el chico puede quedarse. Si quiere —ofreció la madre—. Fue quien nos habló de ti... —sacudió la cabeza e incluso se disculpó—. De usted. Quise decir: de usted, señor Mutuwa.

    —¿Sólo él? —asintió con bastante miedo.

    Ife asintió tras ella y giró para mirar al resto del público.
    —Tenéis que iros.

    —¿Y perderme a un Mutuwa en acción? ¡Ni de broma! —se quejó Atro.

    —La Ceremonia es privada —repitió—. Marchaos, respetad el deseo de la familia.

    No tuvo que insistir mucho más, y cuando estuvieron a solas (con el invitado que era Lulú) pudo comenzar.
    Lo primero que hizo fue cubrir de magia toda la vivienda, impidiendo que miradas indiscretas pudieran ver el interior. Alzó la guadaña y con dos movimientos en el aire, como si lo cortara, hizo surgir una especie de bruma, parecía que de la misma niebla brotaban las estrellas y, de pronto, la familia entera cayó dormida, flotando entre pequeños destellos. Miró a Lulú y le pidió silencio llevándose el índice a los labios, sonrió cuando imitó su gesto y se acercó a la niña. Trazó su nombre en su frente y, para sorpresa de Lulú, salió de la cama bostezando como si acabara de despertar de una siesta. Miró en la dirección de Lulú y frunció el ceño como si intentara descubrir qué había allí, el caso es que no vio nada y caminó siguiendo la dirección que le dio Ife. La niña gritó el nombre de sus padres y ellos, ahora despiertos, corrieron a abrazarla. También abrazó a su abuela, y le dio tal beso a su hermano que se marcaron sus labios en su mejilla.

    Hablaban y reían en medio de la bruma que, como una serpiente, se deslizaba entre ellos. Ife se acercó a Lulú, pidiéndole esta vez que se alejara, dejó la mano en su pecho y apretó un poco para que retrocediera. Señaló la bruma, que casi rozaba sus pies.

    —No dejes que te toque —advirtió.

    Luego se arrodilló frente a la estampa familiar (ahora compartían un desayuno cualquiera, contándose historias y riendo con las ocurrencias de unos y otros) y apareció en su mano un pequeño jarrón dorado.

    Cuando terminó el desayuno, la niña se despidió de su familia y fue con Ife dando saltitos y tarareando alguna canción.
    —¿Para mí? ¡Gracias! —y abrazó el jarrón contra su pecho, desapareciendo de un fogonazo.

    Tan fuerte fue el destello que disipó la niebla en cuestión de segundos.
    La familia despertó entonces, algo desorientados y con restos de lágrimas en los ojos. Encontraron a Ife todavía arrodillado y ofreciéndoles el jarrón (Lulú, a su espalda, no había perdido detalle de la escena). Fue la abuela la que se adelantó y, casi corriendo, lo cogió y lo abrazó entre lágrimas.

    —Se ha ido en paz —dijo poniéndose en pie, señalando la cama vacía con un gesto de cabeza—. Y seguirá en paz hasta que el mundo mismo deje de existir.



    Jullen propuso ir a Haflán al saber que buscaban artistas que ayudasen a decorar los edificios que arrasó el incendio de hacía unos meses. Era una muy buena oportunidad de demostrar su valía como escultor; el primer paso para labrar su propio camino ajeno al apellido familiar.
    Habían acampado a un lado del camino para cenar, Nuluha se encargó de cazar la pieza, trocearla y cocinarla. No se fiaba de la sonrisa de Atro al ofrecerse a hacerlo, y tampoco iba a dejar que Lulú o Jullen se acercaran a una espada.

    —Así que —Jullen se sentó cerca de Ife, mirándole con curiosidad y abriendo su cuaderno de dibujo—, ¿no nos vas a decir nada de esa «Ceremonia»? —interpretó su expresión como una negativa, aunque Ife no apartó la mirada de su guadaña mientras la limpiaba—. ¿Y tú tampoco, Lulú? —suspiró, el chico también se negó a hablar—. Pues vaya gracia.

    —Todo lo que necesites saber —Atro apareció a su espalda, cruzó los brazos sobre su pecho y se inclinó hacia una de sus orejas—, te lo puedo explicar yo.

    —¡No hace ninguna falta! —se revolvió, quizá con demasiada violencia, y se puso en pie—. ¡Nuluha! Déjame ayudarte, por favor.

    Después de una cena protagonizada por los gritos de Jullen al alejarse de Atro, que había descubierto un nuevo pasatiempo espantando al artista, decidieron hacer noche ahí mismo alrededor de la hoguera para aprovechar el calor. Incluso Ife pensó en dormir un poco esta noche para recuperar las energías que roba una Ceremonia, pero estaba inquieto. Demasiado inquieto como para poder dormir, de alguna forma sabía lo que iba a ocurrir.


    La luna era clara, inmensa, brillante. Si no fuera por la luz azulada que emitía, podía hacerse pasar por el sol. Daba un aire casi mágico a los caminos, y quizá vaticinaba sobre el encuentro que tendría lugar, eso que tenía a Ife tan agitado. Atro despertó de golpe con las primeras luces del portal, agradeció haberlo hecho cuando vio a quien apareció a través de su magia: otro Mutuwa.

    Fue el turno de Atro para gritar, dando saltitos, y quiso ir corriendo a por el recién llegado, pero Ife bajó la guadaña y la usó de barrera para que no se adelantara un solo paso. El resto del grupo tuvo una reacción más comedida, yendo desde la curiosidad de Lulú y Kitá hasta la cautela de Nuluha, apretando su arma, preparada para desenfundar. Por otro lado estaba Jullen, que despertó por la patada que le dio la mujer.

    Atro miró a Ife, miró al otro Mutuwa, volvió a mirar a Ife, y terminó por soltar más grititos cuando el Mutuwa desconocido decidió acercarse. Retrocedió y le pidió silencio a los demás (aunque el único que hablaba era él, incapaz de controlar la emoción).

    —Imaginad que ahora empiecen a luchar, sólo un Mutuwa es rival para otro Mutuwa, ¡qué batalla...-! —comentó cuando quedaron frente a frente, chasqueó la lengua cuando los vio soltar las guadañas a un lado—. Qué decepción, no será un encuentro hostil.

    De haberlo sido, hubieran chocado las hojas y se habría convertido toda la zona en un auténtico páramo de guerra a merced de dos seres mágicos terriblemente poderosos. Pero no fue, para nada, un encuentro hostil, y los dos Mutuwas se saludaron usando un método de lo más curioso: recoger la guadaña del otro y entregársela. La conexión entre arma y Mutuwa es tan estrecha que hasta se comparten recuerdos tan básicos como el nombre o la procedencia.

    Ife giró en el sitio para mirar al grupo, y señaló al recién llegado después de tener su visto bueno.
    —Farai.

    —¡Es un auténtico placer! —Atro prácticamente saltó a sus brazos, y descubrió muy pronto que todos los Mutuwas no eran iguales. Ife no se hubiera movido y acabaría abrazado a él, Farai convirtió su mano en oro (endureciéndola considerablemente) y le dio tal tortazo que Atro salió volando hacia un lado.

    Fue cosa de Ife, y el buen puñado de hojas que hizo aparecer a modo de colchón, que el golpe no fuera uno más grave.

    —¿Te vas a quedar mucho tiempo con nosotros? —preguntó Nuluha escondiendo a Lulú tras ella. Amenazó con su espada cuando Farai se acercó, pero al Mutuwa le costó bastante poco hacerla a un lado (de manera mucho más amable, con un empujón) y mirar más de cerca a Lulú.

    No le interesaba tanto el chico como las vibraciones que daba su collar, buscó explicaciones en Ife y le vio alzarse de hombros.
    —Ise Ilurga —fue la única explicación que le dio.

    —Cárrigan —la voz de Farai no era tan grave como cabía esperar, pero sí era igual de tosco en palabras como Ife.

    Esa característica compartida les hacía entenderse a las mil maravillas, o quizá fuera cosa de la magia de sus guadañas. El caso es que Ife descubrió que Cárrigan había hecho prisioneras a muchas mujeres del santuario, entre ellas, a una que mostraba las mismas vibraciones que el collar de Lulú.
    Quedaba en manos de Ife qué hacer con esa información, ¿se la decía al grupo o mantenían su intención original de ir a Haflán? Tenía toda la noche para pensarlo, mientras el grupo descansaba. O eso creyó, no contó con Nuluha recogiendo tan rápido sus bártulos.

    —¿Nos vamos? —preguntó Jullen conteniendo el bostezo—. Me dormiré por el camino, ¿por qué no descansamos?

    —¿Es que quieres dormir con...-con esas cosas cerca? —y señaló a Ife y Farai, ambos mirando las pequeñas llamas de la hoguera, compartiendo las ganas de poder sentir su calor—. Lulú, recoge todo, nos vamos, ¡sin rechistar!

    —Haflán no se moverá de donde está —Atro no disimuló el bostezo, tampoco el ceño fruncido mirando a Farai, el golpe había dolido una barbaridad—. No nos harán nada. De haber querido matarnos, ya estaríamos todos bien muertos.

    —Sólo quiero mantener a Lulú a salvo.

    —Y ya lo está.

    Nulu siguió la dirección que marcaba su índice y encontró a Lulú sentado junto a Ife, aferrado a la manga de su túnica y mirando desde aquí a Farai.

    —Maldita sea, ¡Lulú! —dio un pisotón y le vio encogerse en el sitio—. ¡He dicho que nos vamos! ¡Ahora!

    Lulú tiró de la ropa, haciendo que Ife se inclinara un poco en su dirección, le susurró algo al oído y el Mutuwa suspiró. No supo bien si le dijo «por favor» o «gracias», pero cuando Ife chasqueó los dedos cayó dormida viendo a Lulú sonreír con cierto alivio. Iba a decirle cuatro cosas a ese chico, pero antes tenía que despertar y no lo haría hasta la mañana siguiente.



    Se levantó de golpe, cayendo la manta que la cubría. Kitá la recibió dándole un lametón que empapó toda su cara y tuvo que suspirar, asqueada.
    —Buenos días, cariño —tuvo escalofríos con la voz de Atro, pero tuvo otro incluso mayor viendo a Lulú durmiendo.

    El problema no es que estuviera durmiendo sino que su cabeza descansaba sobre el regazo de Ife, obligado a sentarse en el suelo para ser una mejor almohada. Desde aquí despidió a Farai cuando se fue a mitad de la noche, de lo más confundido, ¿un Mutuwa siendo el soporte de un muchacho y una vaca al otro lado? Puede que la existencia de los Mutuwas fuera larga, pero eran muy pocas las veces que se veía algo así.

    —Cárrigan tiene a su madre —dijo Ife de pronto, señalando a Lulú.

    —¿Cómo que tiene a...? ¿Cómo puedes tú saber eso? ¡Responde! —su grito despertó a Lulú. Le vio frotarse los ojos, bostezar y girar un poco la cabeza para saludar a Ife—. Voy a por el desayuno.

    Atro ignoró estupendamente a Nuluha, que se adentró en el bosque hecha un nubarrón de ideas que aclarar, y se acercó a Jullen, el único que seguía durmiendo. No dudó en plantarle un beso, apretando sus mejillas con una mano para que abriera su boca. Tampoco su lengua se mostró muy tímida al colarse allí dentro.

    Jullen retrocedió lo mejor que pudo, tosiendo y escupiendo. De repente encontró la espalda de Ife el lugar más seguro del mundo y desde aquí le señaló.

    —¡¿Pero qué demonios pasa contigo?! ¡Enterrador, dile algo!

    —Nada de lo que diga mi Mutuwa podrá afectarme.

    —Farai.

    Y Atro saltó en dirección opuesta a la que indicaba Ife, comprobó aterrado que surgió un nuevo portal. Y Farai lo atravesó. Miró hacia los lados y, para sorpresa de los presentes, maldijo lanzando su guadaña al suelo. No había que tener la empatía prodigiosa de Lulú para notar su frustración.
    Y es que Farai llevaba casi tres décadas intentando crear portales 100% efectivos, pero nunca conseguía el resultado esperado. Prueba de ello fue verle aparecer sin un brazo (que surgió al momento).

    Todo el grupo descubriría muy pronto el rasgo característico de Farai: la ira. Era incapaz de controlar los estallidos de rabia o enfado cuando algo no salía como planeaba, y eran sus alrededores los que solían pagar las consecuencias. En este caso, las llamas que surgieron tras sus gritos bordearon obedientemente el camino que trazó Ife con los dedos en el aire, rodeando el campamento y perdiéndose en el cielo.

    Nuluha regresó cargando dos perdices, desplumándolas por el camino. Soltó una maldición camuflada en poema cuando vio a Farai reunido con el grupo. Ni siquiera se sorprendió al ver a Lulú haciendo las presentaciones.



    SPOILER (click to view)
    Farai: "alegría/regocijo" en shona ( x )


    ---tres (3) cositas que se me han ocurrido para los Mutuwas:
    1 - la BRUMA puede ser algo así como "la bruma de los recuerdos", y a través de ella el fallecido se "comunica" con sus seres queridos, con recuerdos o memorias compartidas. Algo así como una Deriva ¿mágica?
    La cosa es que los recuerdos podrían mezclarse si entra alguien ajeno a ellos, por eso Ife le pide al marido que no se acerque uwu

    2 -cada Mutuwa tiene un rasgo "característico" y su nuevo nombre se ajusta a ese rasgo. En el caso de Farai, pues el rejoice es bastante contrario a las rabietas que coge siempre.
    En el caso de Ife (="amor") dudo entre que haya sido un hombre que no amó lo suficiente o que amó demasiado. Poco a poco voy estrechando el cerco alrededor de su pasado misterioso, confío en dar con una buena historia XD

    3 - extra: la F siempre es protagonista en los nombres de los Mutuwas pues porque sí

    soulcalibur-vi-5a8ef3038ee97
    un Ife de ofrenda a modo de perdón por la tardanza (?)

     
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    Nuluha, con los brazos cruzados bajo el pecho y la espalda apoyada en un árbol, miraba al grupo, reunido alrededor de una hoguera. El ambiente era silencioso y algo tenso, nada que ver con la algarabía normal que traían consigo las charlas de Lulú y Jullen o las intervenciones de Atro.

    Incluso Kitá parecía haberlo notado, sobre se había sentado —de una forma muy graciosa, sobre los cuartos traseros—, y mascaba con la cabeza algo gacha, medio apoyada en la espalda de Lulú.

    Fue precisamente éste último quien se giró a mirarla, y Nuluha se encontró maldiciendo. Sus ojos eran terriblemente expresivos, e incluso a unos metros de distancia sabía por dónde iba a ir la conversación. Aun así, esperó quieta y en silencio mientras el chico se acercaba, con un aire alicaído que le estrujó el corazón.

    —Debemos ir a por ellas —fue lo primero que dijo tras tomar aire hondamente. Estaba claro que los dos intuían la posición del otro y ni siquiera el muchacho había querido andarse con rodeos —. Están… todas encerradas en carros de esclavos y…

    —No sigas —le interrumpió Nuluha con la voz algo ronca. Carraspeó y se obligó a enderezar la espalda —. No vamos a ir a por ellas.

    Los ojos de Lulú, normalmente tan azules y tan vivos, mostraron cierta sorpresa, pero sobre todo dolor. Nu apretó un poco los labios.

    —No podemos abandonarlas… —estaba claro que, por mucho que intuyese que esa iba a ser la respuesta de Nuluha, Lulú no acababa de creérsela —Son nuestra familia. Somos una familia. No sabemos qué van a hacer con ellas o a dónde las llevan.

    —¿Y no has pensado que pueden ser un cebo? —Nuluha intentó usar una voz suave, pero la tensión de los últimos días le estaba haciendo mella y sonó más dura de lo que esperaba —A lo mejor eso es justamente lo que quiere Cárrigan: atraerte para que las liberes y atraparte.

    —¡Pero! Aunque fuese una trampa, ¿cómo vamos a dejarlas? ¡Todas ellas nos quieren y confían en nosotras! —lo había dicho en femenino por costumbre; en el santuario él era el único chico, por lo que había aceptado con mucha naturalidad que lo englobasen con las mujeres —Se han pasado la vida huyendo y ahora que tenían una familia en la que apoyarse, ¿vamos a abandonarlas?

    —No vuelvas a hacer eso —siseó ella, con todo el cuerpo en tensión y la voz algo más grave de lo normal —. Tú siempre has vivido en el santuario, no te atrevas a sacarme su pasado en cara. Tu madre me dijo claramente que debíamos seguir, pasase lo que pasase, ¿lo entiendes? Incluso si las atrapaban, incluso si las mataban, tú y yo debíamos seguir. Eso es lo que ella quería y estoy segura de que eso es lo que sigue queriendo. ¿Crees que a mí me hace gracia la idea? ¿Crees que no daría lo que fuera por estar con ellas ahora mismo, en vez de haciendo de niñera de un grupo de desarropados? ¡Huyendo sin siquiera saber por qué! ¡Sin saber qué nos espera o sin tener claro a dónde cojones nos dirigimos! ¡Pero lo hago, puñetas, porque tu madre me lo pidió! —golpeó el tronco del árbol con el puño cerrado, haciendo que Lulú retrocediese un paso —¡Nada me habría gustado más que morir defendiendo el santuario! ¡Pero aquí estoy, peleando por cada mínima decisión que tomamos!

    —¡No tendríamos que pelear si confiases en mí! —se atrevió a contratacar Lulú, y aunque lo había exclamado, habría sido con un tono bastante más suave que el de Nuluha —¡Dijiste que lo harías, que confiarías en mis decisiones! ¡Pero no lo haces, Nu!

    —¡Por el amor de todo lo sagrado! —se apretó el puente de la nariz en un intento de calmarse. No funcionó —¡A tu madre no le discutirías nada! ¡Ella jamás habría permitido esto! —y señaló al grupo, claramente atento a la discusión; Jullen incluso estaba en pie, dispuesto a intervenir —Con ella no habría ningún problema. ¿Por qué conmigo es distinto? ¿Es que no tengo autoridad alguna?

    —No es… no eso… —intentó Lulú, algo apabullado por la explosión de sentimientos de la mujer. Todos negativos, todos fuertes, muy confusos y, hasta cierto punto, aterradores.

    —¿Entonces qué es, Lulú? ¡Dímelo! —avanzó un par de pasos, casi cerniéndose sobre él de una forma algo agresiva —Porque debes saber algo: ¡yo jamás pedí cargar contigo!

    Se dio cuenta al momento de haberlo dicho, pero si no, la mirada de Lulú se lo habría dicho todo. Sus ojos eran terriblemente expresivos. Siempre lo habían sido, desde la primera vez que lo había visto. Y ahora ya no reflejaban duda e inquietud, sino miedo, dolor y auténtica inseguridad.

    Empezó a balbucear una disculpa al verle bajar la mirada, acercó una mano para acariciarle una mejilla, pero él la rechazó echándose de nuevo hacia atrás. Parpadeó, negó con la cabeza y la miró con una sonrisa que no conseguía ocultar las lágrimas que se agolpaban en sus ojos.

    —Lo siento mucho, Nu. De verdad.

    Y dicho esto, empezó a caminar a paso bastante apurado no hacia la hoguera, sino hacia el interior del bosque. Nuluha hizo el amago de ir hacia él, pero Jullen, que lo estaba empezando a seguir, le cortó el paso.

    —No. Ya me encargo yo —dijo antes de echarse a correr tras Lulú.

    La mujer, por su parte, bajó los ojos y miró al grupo. Atro soltó un silbido que expresaba perfectamente el ambiente, Farai sacudió la cabeza e Ife simplemente frunció el ceño. Joder, hasta Kitá pareció mirarla con desaprobación.

    —Idos a la mierda —gruñó, empezando a recoger sus cosas.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No sabía muy bien qué decir, así que no decía nada. Se había sentado a su lado sobre unas rocas cubiertas de musgo, y le había ofrecido su hombro para desahogarse. Ahora simplemente le frotaba un poco la espalda con una mano mientras con la otra le rodeaba por delante en un abrazo algo torcido. Besó su cabeza y se separó un poco para darle espacio.

    Lulú se empezó a secar las lágrimas con las mangas, pero Jullen rápidamente se sacó un pañuelo de un bolsillo interior y se lo ofreció, asintiendo ante el agradecimiento susurrado. Siguió acariciándole la espalda mientras le miraba recomponerse, y entonces sus miradas se encontraron y Lulú soltó una suave risa avergonzada.

    —Perdón, no ha sido un espectáculo agradable.

    —No digas tonterías —murmuró Jullen, sonriéndole un poco —. Esto tenía que pasar antes o después. Nuluha está… sometida a mucha presión. Lo que lamento es que haya explotado contigo.

    —Supongo que yo tampoco se lo pongo fácil —musitó Lulú, abrazándose a sus rodillas.

    Jullen suspiró y volvió a abrazarle.

    —¿Estás mejor? —al verle asentir, respiró hondo —¿Quieres que nos quedemos aquí un poco más?

    —No… Es mejor que volvamos.

    El artista sólo pudo acceder. Se levantó y le ayudó a ponerse en pie también, y cuando Lulú le tomó la mano, le miró unos segundos con sorpresa antes de acariciarle el dorso con el pulgar. Le sonrió y le besó la frente, y así, de la mano, se dirigieron de nuevo hacia el campamento.

    Sin embargo, cuando estaban a sólo unos arbustos, Lulú se quedó paralizado en el sitio y miró a Jullen, una mirada que le hizo saltar todas las alarmas. Por si acaso, se agacharon y se acercaron en silencio, pudiendo ver a través de la maleza todo un espectáculo para nada esperanzador.

    Dos hombres, todos enmascarados y uniformados, cargaban en la parte trasera de un carro a los dos mutuwas mediante magia. Parecían dormidos y tenían las manos y los pies atados. Un tercero estaba sentado con las riendas en las manos y las dos guadañas aseguradas tras él, y un cuarto hombre, el cabecilla, tomaba en brazos a Nuluha, también atada y amordazada, para meterla de forma manual. Desde donde estaban no podían ver a Atro, pero Jullen y Lulú se miraron y compartieron la idea de que ya estaba en el carro.

    Se quedaron agazapados, quietos, incluso conteniendo el aliento cuando el cabecilla se giró hacia ellos, pero al cabo de unos minutos quedaron a solas. Esperaron a que el carro no se oyese y entonces salieron de su escondite, comprobando que los secuestradores habían dejado todos sus objetos personales tirados alrededor de la hoguera.

    Ni siquiera parecía haber habido una pelea, simplemente los habían dormido para llevárselos.

    —¿Qué clase de…? —empezó Jullen, pero se vio interrumpido por Lulú.

    —¿Kitá? ¡Kitá!

    Dándose cuenta de que faltaba la vaca, Jullen también miró por los alrededores, viendo por fin aparecer al ternero, todo lleno de hojas, tierra y flores. La vaca corrió hacia Lulú, empujándolo al suelo, y le lamoteó la cara.

    —Lo has hecho muy bien, has sido muy valiente —le decía Lulú entre caricias, abrazándola desde el suelo.

    Cuando el cachorro se hubo tranquilizado un poco, Lulú miró a Jullen, devastado y sin saber qué hacer. Sólo con esa mirada, el Bise sabía que le pedía guía y consuelo, pero no sabía qué podía hacer. Aunque…

    —Creo que… creo que he reconocido el escudo del carro —dijo entonces.

    Una parte de él esperaba no estar en lo cierto.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Dejar las cosas en una posada había sido una sabia decisión. Con Nuluha, e incluso Atro, los pesos se repartían mejor, pero siendo sólo dos, y encima los más débiles del grupo, para qué mentirlo, Lulú y Jullen habían tenido ciertos problemas para cargar con el equipaje hasta el poblado más cercano.

    Jullen suspiró al recordar cómo Lulú se había despedido de Kitá, llenándola de besos y de mimos y dándole indicaciones a la paciente posadera sobre qué comidas le gustaban más. Estaba seguro de que, de no haber sido por la carita de Lulú el escudo de la familia Bise, los habrían mandado a la mierda, pero contra todo pronóstico habían logrado asegurar el equipaje y a la vaca bajo los cuidados directos de la buena mujer.

    Se giró al notar que Lulú ya no estaba a su lado y lo vio apoyando una mano en un árbol, mirando hacia arriba. Se acercó y le acarició una mejilla, recibiendo un gesto que se le hizo muy parecido al de un niño cansado tras todo el día jugando.

    —Queda poco. ¿Seguimos un poco más?

    —Sí… Sí, vamos.

    Jullen le ofreció su brazo y retomó el camino con Lulú abrazado. Era normal que estuviese agotado; no sólo la pelea con Nuluha había sido emocionalmente devastadora, también la tensión del secuestro… por no hablar de la larga caminata que estaban haciendo. De hecho, apenas habían parado para reponer el agua de las cantimploras desde que habían salido de la posada. Era incluso sorprendente que ambos hubiesen aguantado el ritmo tanto tiempo.

    Por suerte, Jullen no había mentido, y al cabo de algo menos de una hora aparecía ante ellos una villa con un cuidado jardín rodeado por una muralla de piedra.

    Lulú abrió la boca, apretándose contra el brazo de Jullen, y señaló los edificios, de nuevo asemejándose mucho a un niño pequeño.

    —¿Es eso? ¿Es ahí a donde vamos? —preguntó en un susurro, como si le diese miedo decirlo muy alto.

    —Es ahí, sí —suspiró Jullen.

    El último tramo se hizo más liviano, quizá porque las temperaturas habían bajado considerablemente con la caída de la noche, quizá porque la esperanza de poder descansar pronto había aliviado sus piernas. Como fuese, antes de lo previsto estaban frente a la muralla y Jullen sacaba sus sellos para que les permitiesen la entrada.

    Una vez dentro, todo pasó muy rápido, al menos para la mente agotada de Lulú. Una mujer los llevó a unas habitaciones, se dio un baño y después se metió en la cama más suave y de mejor olor en la que había estado en semanas. No había tardado ni diez segundos en caer profundamente dormido.

    Quizá eso fue lo que provocó que por la mañana se sintiese desorientado y perdido. Miraba a su alrededor, pero no reconocía esa habitación como una en la que hubiese estado jamás. Las paredes eran blancas y tenían bonitas molduras florales, los muebles eran de caoba pulida con algunos detalles pintados en colores suaves y agradables y había un jarrón con flores.

    Se levantó de la cama —era la cama más grande que había visto nunca, ¡ahí cabían dos personas o más!— y se dirigió a la ventana. Corrió con cuidado las cortinas y se encontró con unos jardines verdes y llenos de flores. Había árboles y arbustos, bancos, fuentes, alguna escultura… ¡Y eso era sólo lo que alcanzaba a ver desde ahí!

    La emoción le duró poco, el tiempo que tardó en recordar por qué estaba donde estaba. Con un profundo suspiro, miró a su alrededor y vio sobre la cómoda algo de ropa limpia. Cierto, había dejado la suya en una cesta para que se la lavasen. Estaba llena de tierra, sudor y polvo, después de todo.

    Al tomar la ropa, vio que se trataba de una túnica —o quizá fuese un vestido, ahora que veía la forma del cuello— de manga corta, una tela fina y fresca de color crudo. Seguramente, el ama de llaves había pensado que era una chica y por eso le había dejado esa prenda. A Lulú no le molestaba en lo absoluto la confusión, así que no tuvo problemas en ponérselo.

    Se miró en un espejo y se giró ver cómo le quedaba por detrás. Lo cierto es que le gustaba. Se parecía a alguna ropa que había llevado en el santuario y eso le hizo sentirse un poco más como en casa.

    Eso le llevó a pensar en su madre, y de ahí al resto de mujeres del santuario. Su familia. Una familia a la que había dejado atrás para huir con Nuluha, a la que ahora también había perdido.

    Cerró los ojos y respiró hondo, sacudiendo un poco la cabeza. Regodearse en ello no iba a servir de nada. No debía lamentarse, sino actuar. Jullen no le había llegado a explicar por qué habían ido ahí, pero si había tomado ese rumbo era porque eso les llevaría a reunirse con los demás.

    Con esa convicción, se cepilló un poco el pelo con un peine que le habían dejado sobre la cómoda y se ajustó los lazos del vestido a la cintura, haciendo un lazo con manos acostumbradas a ese tipo de cosas. Después se calzó, unas sandalias que le habían dejado al lado de la puerta y que le iban un poco grandes, y salió de la habitación.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Magrisse Tohut había nacido en una familia acomodada, pero no había caído en la dulce tentación de los placeres más hedonistas, como la rama Bise con la que estaba emparentada por parte de madre, sino que se había dedicado a construirse a sí misma como una mujer fuerte, capaz de proteger su territorio y a las gentes bajo su dominio con la fuerza de su espada y de su ejército.

    Teniendo en cuenta que la guerra de Cárrigan podía llegar a sus puertas en cualquier momento, era algo que tener en cuenta.

    Con todo, era cierto que le gustaba divertirse. Le encantaba exhibir sus habilidades en concursos y torneos, y eran famosas las fiestas que realizaba junto a su vecino cada mes: un mes en su casa, al mes siguiente en la de él. También había colaborado a patrocinar ciertas artes, pero no se parecían a las de Fadmella; tenían el toque austero y naturalista que tanto gustaba a la casta militar a la que orgullosamente pertenecía.

    Consideraba que no había problema en los entretenimientos de ese tipo siempre y cuando no desviasen toda su atención. Siempre estaba atenta a los movimientos del ejército de Cárrigan, no se perdía un entrenamiento y si se convocaba un Cónclave entre los altos dirigentes militares de la Unión, acudía sin demora. Y allí, pese a ser la única mujer, conseguía hacerse escuchar, ya fuese con argumentos razonables o retando a duelos personales a sus detractores.

    Tenía un carácter fuerte y autoritario, totalmente opuesto al de su primo Jullen, que era un Bise en toda regla, con sus dotes artísticas y sus aspiraciones de una vida tranquila en una burbuja relajada ajena totalmente al dolor del pueblo. Al menos así lo veía ella.

    Igualmente, no podía negar que lo quería con locura. De niños habían vivido juntos, y siendo ella algo mayor y él tan… Jullen, pues se había dedicado a cuidarlo más como una hermana que como una prima. Su relación siempre había sido buena, incluso cuando se habían ido distanciando con la edad. Y el hecho de que Jullen hubiese decidido irse de la casa de su padre para buscar su propio camino sólo la había llenado de orgullo.

    Y aunque le quería enormemente y se carteaban a menudo, su visita la había pillado totalmente por sorpresa. Por supuesto, Jullen siempre sería bien recibido en su casa, pero eso no quitaba que una pequeña alarma sonase en su cabeza.

    Había recibido la noticia de la extraña muerte de Lon —a ella le sorprendía que hubiese tardado tanto en palmarla, viendo la vida que llevaba—, el propio Jullen se lo había contado, confesándole que no deseaba heredar la ciudad y que prefería ir a Haflán. Pero su casa no estaba en el camino de Fadmella a Haflán.

    Le miró tomar asiento en la mesa del desayuno. El saludo no tenía mucha fuerza, así que le preocupaba algo. Le vio servirse un poco de té y coger algo de fruta.

    —Sabes que me encanta tenerte por aquí, pero… ¿A qué se debe el placer?

    —Hmn, bueno…

    No llegó a decir nada más, y es que entonces la puerta se abrió y los ojos de ambos se dirigieron al intruso.

    Pudo ver cómo Jullen se sonrojaba y abría un poco la boca, claramente sorprendido, pero no se fijó mucho más en él, prefiriendo mirar a la jovencita de pelo negro y ojos de un profundo azul que acababa de irrumpir en el comedor. Se puso en pie, sin poder contener una sonrisa, y se acercó para tomar una de sus manitas.

    —¡Jullen! No me habías dicho que tenías una novia tan bonita —tanteó, besando los dedos de la invitada, quien sólo soltó una pequeña risa.

    —¿Eh? ¡No, no es mi…! No es mi novia —Jullen suspiró con cierta resignación mientras se levantaba también y se acercaba a la parejita —. Lulú, esta es mi prima Magrisse.

    —Es un auténtico placer conocerte por fin —dijo la chiquilla con una voz dulce y una sonrisa amable que hizo que Magrisse sintiese la ternura llenarla —. Jullen me ha hablado mucho de ti.

    —Cosas buenas, espero —sonrió Magrisse todavía más cuando su invitada volvió a reír —. Lulú… Es un nombre tan adorable como tu carita —el carraspeo de Jullen evitó que los dedos de Magrisse acariciasen la mejilla de Lulú —. Así que ¿no eres su pareja?

    —No, somos amigos —dijo Lulú, echándose un mechón tras la oreja.

    —Es mi ayudante y… modelo —mintió entonces Jullen, quien había mirado a Lulú de arriba abajo un par de veces —. ¿De dónde has sacado ese vestido?

    —Estaba en mi habitación cuando me he despertado. ¿No me queda bien? —sonrió Lulú, alzando un poco la falda con una mano.

    —No, en realidad… Estás… radiante —reconoció Jullen —. ¿No te importa llevarlo?

    —¿Por qué iba a importarme? Es bonito, es cómodo… Muchas gracias, Magrisse —añadió, mirando a la mujer, quien sólo pudo sonreír y negar con la cabeza.

    —No me las des a mí. Si hubiese sabido que iba a tener a tan radiante flor bajo mi techo, te habría hecho llegar algo mejor que este sencillo vestido.

    —¡Magrisse! —suspiró Jullen, a lo que su prima soltó una risa y le tendió una mano a Lulú.

    —Ven, debes tener hambre. Hay té con flores del jardín, pastel, fruta fresca, pan… Come lo que quieras, y si te apetece otra cosa, no dudes en pedirlo.

    —¡Muchas gracias!

    Magrisse en persona apartó una silla para que Lulú se sentase y se la acercó a la mesa. Después, retomó su asiento y cogió una naranja, viendo los ojos azules de la invitada ir de un lado a otro de la mesa, aparentemente fascinada por todas las opciones a su disposición.

    Miró a su primo y le pilló observando también a Lulú. Parecía que el vestido le había descolocado, pero no sabía si era porque sólo la había visto con ropas de trabajo o por algo más. Aun así, le pareció encantadora la forma en la que le sirvió el té y le acercó un trozo de pastel.

    Ella misma cogió una naranja y empezó a pelarla con una daga, esperando a que sus invitados se llenasen un poco la tripa antes de hablar.

    —Bueno, ¿puedo saber ya qué os ha traído por aquí?

    Jullen se puso entonces serio y empezó a hablar. Le habló de Mutuwas, nigromantes, guerreras y vacas, de un viaje, de un secuestro repentino y de un escudo familiar que, definitivamente, Magrisse conocía muy bien.

    Pero no creía que él estuviese envuelto en algo así. Se conocían bien desde hacía años, tenían una relación profunda, y aunque había cosas que todavía no había descubierto… Secuestrar Mutuwas no entraba en su descripción.

    Con el ceño fruncido, se inclinó sobre la mesa, mirando la carita entristecida de Lulú —incluso había dejado el trozo de pastel a medias, pese a lo mucho que había parecido gustarle— y después la de Jullen, también llena de pesadumbre.

    —Creo que sé cómo ayudaros.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Thio Ruogal era el último de un largo linaje de brujos. No eran, quizá, los más poderosos del mundo, pero tampoco eran una fuerza que desdeñar, sobre todo por su intenso conocimiento de artes olvidadas que eran transmitidas de generación en generación, con un código bastante cerrado que no era conocido fuera de la familia.

    Quitando el detalle de su familia, si por algo destacaba Thio era por su carácter aparentemente alegre y despreocupado. Quienes le conociesen bien sabrían que, en realidad, se mantenía alerta de posibles amenazas, pero con un vistazo en superficie daba la impresión de ser un hombre juerguista, amante de ciertos juegos y competiciones.

    Las más destacadas las tenía con su vecina, Magrisse. Cada mes, coincidiendo con la luna nueva, celebraban una fiesta donde, además de bailes y banquetes, había una competición entre ambos. A veces, esa competición era pública. En una ocasión, apostaron quién lanzaría más lejos unas pepitas de melón usando sólo la boca. Otras veces, la competición era un secreto entre ambos y al final de la noche se revelaba al ganador.

    Aquella curiosa tradición había empezado por una pelea. Al conocerse, se habían odiado, y es que eran en un principio terriblemente distintos: el aire bohemio de él chocaba con la marcialidad de ella y eso les había llevado a pelearse por cualquier pequeño detalle, empezando por quién conseguía los jardines más hermosos y terminando por quién vestía la ropa más elegante.

    Con el tiempo, el odio se había convertido en una amistad firme y afectiva, con una confianza que se había ido afianzando con los años y que les había hecho apostar sobre cosas cada vez más estrafalarias.

    Bueno, había dos detalles importantes en estas competiciones, y es que con los años las habían ido tipificando. Por un lado, Thio tenía totalmente prohibido usar la magia. Magrisse era humana, por lo que no sería justo que tuviese esa ventaja de su parte, lo cual añadía un componente de diversión para él, que a veces encontraba retos interesantes en estar desprovisto de sus poderes.

    Por otro lado, estaban los notables. Un sirviente de Magrisse supervisaba a Thio y viceversa, llevando una cuenta rigurosa de los ganadores de cada mes. En ocasiones repetían la misma competición y los resultados se anotaban en libretas guardadas celosamente por estos notables. Así, por ejemplo, Thio había ganado dos veces y había perdido tres en las carreras de natación por el estanque, pero le llevaba la delantera a la mujer siete a cuatro en la captura de ratones.

    Esa noche, la fiesta tocaba en su casa y los jardines habían sido perfectamente decorados para ello, con guirnaldas llenas de luces y cintas y mesas situadas con deliciosos manjares y bebidas de todo tipo para quienes deseasen. Sonaba, además, música, con su orquesta de cámara deleitando los oídos de los invitados.

    Thio sonrió tras su reunión con Magrisse. La mujer había aparecido con su mejor traje y habían acordado la temática de la noche, que en esta ocasión sería secreta: caza de faldas. Se moverían entre los invitados e irían desarrollando sus estrategias para, al final, compartir resultados.

    Con una sonrisa de suficiencia, convencido de que no tendría ningún problema en ganar esta apuesta, salió al jardín junto a Magrisse. Pronto se les acercaron dos personajes: uno era Jullen, vestido con un traje de gala sobrio y elegante, al gusto de Fadmella, pero la otra…

    —Thio —saludó Jullen con un gesto educado —, ¿conoces a mi acompañante, Lulú?

    —Lulú… —murmuró Thio, tomando la mano de la chica e inclinándose (y bastante, le sacaba una cabeza) para besarle los dedos cubiertos por guantes —Es un auténtico placer. ¿Es tu prometida, Jullen?

    —Mi mejor modelo.

    —Lamento decírtelo, Jullen, pero, aunque eres un buen artista, no creo que tus obras puedan hacerle nunca justicia a semejante belleza —dijo sin apartar los ojos de esa mirada azul —. No creo que mano humana pueda igualar el claro toque de los dioses.

    Sin soltar la mano de Lulú, la miró de arriba abajo con el mismo cuidado con quien acaricia una fina placa de hielo en una mañana de primavera. Llevaba un vestido azul que se ajustaba a su cintura y que después caía en pliegues verticales casi hasta el suelo. Tenía además lazos y cintas que adornaban la tela y le daban un aspecto de cuento de hadas.

    De todas formas, por bonito que fuese el vestido no habría valido de nada de no ser por esos ojos que le miraban con curiosidad y pureza, o por esas pecas que se repartían por su piel.

    Tan concentrado estaba en valorar a Lulú que no notó la mirada que compartieron los primos, aunque el carraspeó le hizo soltar la mano de la chiquilla y mirar a Magrisse, quien cruzaba los brazos bajo el pecho con una sonrisa burlona. Con un gesto de cabeza, su coleta alta pasó de caer sobre su hombro a caer por su espalda.

    —Sería todo un detalle que me devolvieses a mi invitada —dijo la mujer.

    Esta frase hizo que Thio sonriese de medio lado. Estaba claro que el objetivo había sido fijado, ¡y tan pronto! Eso no ocurría a menudo. Miró a Lulú, después a Magrisse.

    —De hecho, como estamos en mi propiedad, es mi invitada —dijo, regodeándose en el ceño fruncido de Magrisse. Le tendió un brazo a Lulú y le sonrió con galantería —. Si me lo permites, para mí sería un honor mostrarte el lugar.

    Lulú miró entonces con duda a Jullen y a Magrisse, pero al ver el suspiro de uno y los ojos en blanco de la otra, aceptó el brazo de Thio.

    —Encantada.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El hechizo había afectado muchísimo más a Nuluha que a los otros, quizá porque ella no tenía magia en su cuerpo. Por eso, había tardado dos días enteros en despertar, pero lo había hecho… para encontrarse en una celda, con grilletes que la ataban por cadenas a la pared. Gruñó e intentó soltarse, pero fue inútil, y así se lo hizo saber la voz de Atro.

    Nuluha miró a su alrededor y finalmente se acercó a las rejas que la mantenían cautiva, viendo que en la celda de enfrente estaba Atro. Sus ataduras eran distintas, mucho más estrictas: mantenían sus manos juntas y ancladas al suelo, totalmente envueltas en metal. Esa posición le obligaba a estar arrodillado o sentado, difícilmente tumbado, y a esto se le sumaba un círculo mágico a su alrededor, que lo contenía por completo.

    —Buenos días —dijo en su tono burlón de siempre, como si no fuesen prisioneros de a saber quién.

    —¿Qué demonios ha ocurrido? ¿Dónde están los demás? ¿Y Lulú?

    —Cálmate. Estresarte no te va a servir de nada —resopló, apartándose un mechón de pelo —Lulú y Jullen no están aquí. No estaban cuando nos atacaron, ¿recuerdas? Ya sabes, se alejaron después de que le gritases esas cosas horribles al chico…

    —Gracias por recordármelo —gruñó Nuluha, terminando por sentarse con la espalda apoyada en una pared —. ¿Dónde estamos? ¿Sabes quién nos retiene?

    —No. Pero ha separado a mi Mutuwa y al otro. Están en otras celdas… y algo me dice que ellos eran los objetivos reales.

    —¿Para qué querría nadie a un Mutuwa? O peor, a dos —cuestionó Nuluha, cerrando los ojos y apoyando la frente en las rodillas.

    —Poder, querida. ¿No sabes acaso la fuerza mágica que encierra un Mutuwa? Imagínate que te haces con una guadaña… Y que incluso aprendes a desentrañar sus secretos —su tono era tan soñador que Nuluha lo tuvo que mirar a través de los barrotes —. Tener el poder de un Mutuwa es tener el poder de la muerte.

    —Suena peligroso y disparatado.

    —Suena a Cárrigan —se rio Atro —. No sé quién nos tiene, pero seguro que trabaja para él. O para esa bruja amiga suya, que para el caso es lo mismo. Es difícil saber dónde empieza y acaba cada uno de ellos.

    —¿De qué demonios hablas ahora?

    Atro suspiró y ladeó un poco la cabeza, moviendo los hombros para destensar el cuello.

    —Necesitarán un plan B por si no consiguen a Lulú. O un plan complementario, tal vez.

    —Ah… ¿Sabes para qué lo quieren? ¿Por qué no lo has dicho antes?

    —No estaba seguro —el bufido de la mujer le hizo sonreír —. Lulú es muy especial.

    —Eso ya lo sé.

    —No, no lo sabes. No creo que entiendas hasta qué punto es especial. ¿Sabes? Creo que, ahora mismo, es único en su especie. Los que son como él no suelen vivir más allá de los treinta… —Nuluha le miró con una clara pregunta en los ojos, y eso hizo que Atro esbozase un puchero de lástima —Oh, no tienes ni idea de nada, ¿verdad? Bueno, por suerte para ti, llevo dos días mirándote dormir y me apetece hablar, así que ponte cómoda, que el tío Atro te va a contar una historia.

    —Ugh —se quejó Nuluha, pero lo cierto es que le miró con genuina curiosidad —. Te escucho.

    —Existe un tipo de brujos, muy raro, llamados «empáticos», capaces de sentir y transmitir emociones. ¿Te suena eso? —Nuluha frunció el ceño, pero no dijo nada —La gracia está en que, con entrenamiento, puedes modificar las emociones ajenas. Pueden hacer que odien, que amen, que teman… Así que Cárrigan los empezó a coleccionar, si quieres llamarlo así. Los buscaba, los capturaba y se los llevaba a su castillo. No sé exactamente por qué, pero ninguno debió dar la talla, o quizá no superaron alguna prueba… Es difícil saberlo, no es una parte visible del negocio. Como sea —hizo un gesto con la cabeza que, normalmente, habría hecho con las manos —, ya te he dicho que es un tipo de magia muy rara. Normalmente hay pocos, y encima no viven mucho. ¿Te imaginas estar constantemente sintiendo lo que siente la gente a tu alrededor, el miedo, la desesperación, el dolor? Es hasta lógico que acabe suicidándose de jóvenes.

    —¡Pero Lulú…!

    —Lulú —la interrumpió Atro, enarcando una ceja con un gesto grave —ha pasado toda su vida en un entorno estable. Es cierto que el santuario está lleno de almas heridas, pero lo que imperaba, claramente, era el amor. Y cuando el amor es la tónica dominante, el dolor es más llevadero. Tú deberías saberlo mejor que nadie —esperó unos segundos, pero Nuluha se quedó en silencio —. En fin, ahora está en el mundo exterior, y el mundo exterior es mucho menos bonito. ¿No has visto que siempre está tomándole la mano a alguien? A ti, a Jullen o a Ife. Porque tenéis sentimientos neutros o positivos, y eso le ayuda cuando hay un desequilibrio negativo. ¿Entiendes lo que digo?

    —No soy idiota —se quejó ella —. Pero… El colgante que lleva… ¿No dijiste que lo contenía? Debería paliar un poco esa, uh, empatía, ¿no?

    —Eso creía yo, pero no estoy tan seguro —Atro suspiró, alzando la vista —. Creo que el colgante no sólo reduce su empatía, sino que debe contener algo más. Algo fuerte, quizá algo decisivo para Cárrigan. De todas formas, precisamente como lo contiene, no puedo saber de qué se trata.

    —No entiendo por qué Neri no me dijo nada al respecto.

    —¿Neri? Oh, ¿la madre de Lulú? Me gustaría conocerla, debe ser una bruja poderosa para haber hecho semejante hechizo.

    —¡Neri no es una bruja!

    —¡Claro que lo es, estúpida! Los empáticos no nacen de humanos, ¿sabes? Y ese colgante no ha salido por generación espontánea, claramente lo ha hecho una bruja poderosa. Se lo dio su madre, así que blanco y en botella, no sé.

    —Ella no… No es una bruja. Nunca ha… Ella no…

    Atro resopló, viendo a Nuluha bajar la mirada con el ceño fruncido. Decidió dejarla reposar la nueva información e intentar dormir un poco. Total, no podía hacer mucho más en esa situación.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Thio suspiró. No fue un suspiro de desagrado o de cansancio, sino una simple expresión de un sentimiento difícil de expresar con palabras o gestos. Y había soltado varios de esos suspiros en la última hora, mientras paseaba con Lulú.

    Quizá el más fuerte había sido cuando la chiquilla le había pedido parar de pronto, evitando así que Thio pisase un caracol. O tal vez este había sido el más fuerte, al verla inclinarse para oler unas flores para luego mirarle con una sonrisa llena de pureza y dulzura.

    —Voy a enseñarte mi rincón favorito —dijo de pronto, viendo esos ojos azules iluminarse con emoción.

    Lulú se dio media vuelta y Thio volvió a suspirar, aunque esta vez el suspiro tenía un cierto velo más, digamos, físico. El vestido se abría en la espalda, dejándola prácticamente toda al aire, y el brujo debía decir que la tentación de acariciar esa piel suave era enorme, tanto que incluso alargó la mano hacia ella. Se detuvo a tiempo, cuando Lulú volvió a mirarle, y se sintió pillado en plena travesura, pero Lulú no interpretó esa mano alzada como un intento de robar una caricia, sino como un ofrecimiento, porque le cogió los dedos con una risita que hizo que Thio se derritiese un poco.

    La llevó entonces a una zona algo apartada, donde ya no había guirnaldas ni luces. De hecho, tuvo que convocar un pequeño fuego fatuo para iluminar el camino. Aun así, se seguía escuchando la música, algo alejada. Era una zona de hierba y flores, con un bonito manzano en plena floración y, a unos pasos, una de las orillas del lago artificial de la villa.

    —¡Es precioso! —dijo Lulú, juntando las manos mientras lo miraba todo a la luz del fuego fatuo.

    —Me gusta mucho venir aquí para leer o simplemente descansar de las obligaciones diarias —confesó Thio.

    Se quitó la chaqueta y la puso en el suelo, invitando a Lulú a sentarse sobre ella. No tardó en sentarse a su lado, viéndole acariciar con suavidad los pétalos de una gran flor blanca.

    —Es tan tranquilo y agradable…

    —Es mucho más agradable ahora que estás tú conmigo. ¿Sabes? Las muchachas normalmente no se cortan así el pelo. Sobre todo, teniéndolo tan bonito… Quiero decir. Te queda muy bien ese corte, pero no es habitual.

    Lulú le miró con sorpresa y se tocó un mechón.

    —La verdad es que antes lo tenía largo, muy largo. Un día me dio por coger las tijeras. A veces lo echo de menos —reconoció con una risita.

    —Oh, ¿te gustaría volver a tenerlo largo? —Lulú se encogió de hombros y Thio sonrió, tomándole un mechón entre dos dedos —¿Así de largo? —susurró, deslizando la mano hacia abajo; a la vez, el mechón se estiró hasta llegar a los hombros de Lulú, quien miró a Thio totalmente maravillada —¿Un poco más?

    —Un poco más —consintió, dejando que la mano del brujo llegase hasta su pecho.

    Thio se acercó entonces, tomando con la mano libre una mano de Lulú, y con la otra repitió el proceso, peinándole y acariciándole, alargando a la vez sus cabellos. Sus ojos miraban los de Lulú, quien no parecía a disgusto con la nueva cercanía, y eso le animó a acercarse un poco más.

    —No te conozco, y eso es algo que no me gusta. Siento que necesito saberlo todo de ti —confesó Thio en un susurro. No hacía falta hablar más alto, no cuando sus rostros se distanciaban por unos centímetros —. Me gustaría… —se detuvo, entonces, y bajó la mirada un poco, hacia el colgante que se escondía bajo el escote del vestido.

    Lulú se separó en ese momento, llevándose las dos manos al colgante como para protegerlo, pero estaba claro que Thio ya lo había sentido.

    —Es un regalo de mi madre —murmuró, apartando la mirada.

    Thio le puso entonces dos dedos bajo la barbilla, haciéndole, con mucha suavidad, girar el rostro para mirarle. Le sonrió con cierta dulzura y se inclinó sobre ella.

    —No tienes por qué temer. No pienso hacer nada que te ponga en peligro.

    Tras este susurro, pareció acercarse con la promesa de un beso que no llegó a ocurrir, no cuando unas ramas se apartaron de pronto, haciendo que Thio, por la sorpresa, cayese a un lado, sobre el suelo. Alzó la cabeza y se encontró a Magrisse, quien soltó un bufido divertido mientras se llevaba las manos a la cintura.

    —¿Así que para esto querías a mi invitada? —remarcó bastante las dos últimas palabras, con cierto retintín —¿Para arrastrarla a tu zona de ligue? Menos mal que he llegado o le habrías arrebatado la honra a otra hermosa doncella. ¿Cuántas habrían caído bajo tus redes con el numerito del lago y las flores? ¿Veinte?

    —¡Magrisse! —gruñó Thio, claramente enfadado por la interrupción.

    —Lulú, ven conmigo. Jullen te estaba… ¿Desde cuándo tienes el pelo tan largo?

    Lulú, por toda respuesta, se acarició el cabello, recogiéndolo sobre un hombro, lo que dejaba su espalda de nuevo libre, algo que a Thio no se le pasó por alto, a juzgar por la mirada que le dedicó. Magrisse puso los ojos en blanco y le tendió una mano para ayudarla a levantarse.

    —¿Podremos hablar luego otra vez? —preguntó Thio, a lo que Lulú le sonrió.

    —Me encantaría. Me ha gustado mucho el paseo.

    —¿En serio? —Magrisse bufó, cumpliendo el sueño de Thio al apoyar la mano en la espalda desnuda de Lulú para acercarla a su cuerpo —Este pervertido intentaba meterse bajo tu falda, ¿y quieres volver a hablar con él?

    La respuesta de Lulú fue un suspiro y una pequeña sonrisa, y Magrisse puso los ojos en blanco, pero luego acarició una mejilla de la chica, echándole un mechón tras la oreja. Cogió entonces una flor y se la enganchó en el pelo, sonriendo y dándole un golpecito suave en el mentón.

    —Mucho mejor —murmuró Magrisse, ofreciéndole el brazo.

    Mientras se alejaban, se giró para mirar a Thio y le guiñó un ojo con una sonrisa maliciosa.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lulú estaba algo confundido. Magrisse le había dicho a Jullen lo que había visto y el escultor también le había regañado, ¡pero no iba a dejar que pasase nada! De hecho, Lulú estaba totalmente preparado para alejarse desde que Thio se había empezado a acercar.

    Sabía que todos lo consideraban inocente e indefenso, pero no era idiota. Tenía, al menos, el suficiente sentido común para poder decidir si quería que un desconocido le besase o no. Es decir… Sí que le había gustado el paseo con Thio, pero tampoco quería llegar a ese nivel.

    —Tenía que distraerlo y lo he hecho —fue, sin embargo, su única defensa, en una voz baja que hizo que Jullen suspirase con cierto arrepentimiento.

    —Perdona. Lo has hecho muy bien —reconoció, dándole un golpecito en el hombro —. Y has ganado un peinado nuevo.

    Lulú se rio un poco y luego se puso algo más serio, mirando a Magrisse.

    —¿Has averiguado algo?

    —Sí. Una chica del servicio me ha dicho que vio a dos esbirros de Conn, el mayordomo de Thio, salir de las mazmorras hace un rato. Al parecer, no es normal que haya gente por esa zona, así que estoy segura de que tienen a vuestros amigos allí.

    —Están en la casa, entonces —Jullen frunció el ceño —. ¿Podemos llegar a ellos?

    —No sin las llaves —Magrisse se pasó un pulgar por el labio, pensativa —. Sólo hay dos juegos que incluyan las mazmorras: uno lo tiene Thio y el otro lo tiene Conn. Como no sabemos dónde está ese mayordomo, debemos conseguir el de Thio.

    —¿Y dónde lo tiene? —preguntó Lulú.

    —En su dormitorio.

    Se hizo el silencio en el corrillo que habían formado los tres.

    —Conseguiré las llaves —dijo entonces Lulú.

    —Ni hablar —bufó Magrisse —. Si Thio está detrás de esto, a saber qué hará contigo.

    —No creo que me haga nada —dijo el chiquillo con el ceño un poco fruncido y la mirada en el suelo —. No me ha dado la impresión de que quisiera hacerme daño de ningún tipo.

    —Sí, bueno, que no quiera clavarte un cuchillo no significa que no quiera clavarte otra cosa.

    —¡Magrisse!

    —¡Es la verdad! Deberías haber visto cómo devoraba a tu amiga con los ojos.

    —¡Magrisse! —Jullen se giró, entonces, hacia el otro chico, quien estaba empezando a alejarse de ellos —¡Lulú!

    —Voy a conseguir las llaves. Llegad a las mazmorras y localizadlos a todos, ¿vale? Nos reuniremos allí en, no lo sé, ¿una hora?

    —¡De eso nada! —dijeron los dos primos a la vez.

    —¿Se os ocurre otro plan? —esperó unos segundos, pero al no obtener respuesta, asintió y retomó su camino —Nos vemos, entonces.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Me sorprende que hayas querido venir aquí, después de lo que… bueno, te ha dicho Magrisse.

    Lulú sonrió un poco, sin mirarle directamente a los ojos.

    —No voy a acostarme contigo, pero eso no significa que no podamos pasar un rato juntos, ¿verdad?

    Thio parpadeó, algo sorprendido por tanta franqueza, pero luego sonrió y asintió.

    —Perdona si antes me he sobrepasado. Creo que me he dejado llevar.

    —Está bien. Yo tampoco he puesto límites muy claros.

    Thio suspiró, pero no dijo nada al respecto, y simplemente abrió la puerta de su dormitorio. Lulú le había dicho que le interesaba ver su colección privada de estampas, algo que era, en realidad, verídico; sentía curiosidad por el arte que coleccionaba Thio. Esa colección estaba guardada en su habitación personal, así que había sido la excusa perfecta para entrar.

    —Toma asiento. ¿Te gustaría tomar algo?

    —Una infusión sería fantástico. ¿Seguro que tus invitados no te echarán de menos? —preguntó, jugando con uno de sus rizos mientras miraba a su alrededor.

    —¿Hmn? Qué va. Están bebiendo, riendo y disfrutando de la música. Notarán mi ausencia tanto como mi presencia, es decir, nada.

    —Eso… suena bastante triste —comentó Lulú con sinceridad —. ¿No te sientes solo?

    Thio le miró, abriendo un poco la boca, pero terminó por cerrarla y volver a su labor de abrir una caja. Lo hizo con un manojo lleno de llaves que después dejó sobre una repisa. Le acercó un gran portafolios a Lulú y le hizo un gesto para que esperase un segundo mientras iba a pedir que les trajesen una infusión.

    Lulú, mientras tanto, abrió el portafolios, empezando a ver las estampas. Empezaba con algunas flores con animales, algún edificio, y luego reproducciones de cuadros o esculturas que había por el continente. Había retratos, había alguna estampa que ilustraba cuentos…

    Sus mejillas se sonrojaron ligeramente cuando llegó a otro tipo de estampas muchísimo más íntimas, que reflejaban a parejas totalmente entregadas a actividades bastante privadas. Sin embargo, no dejó de mirar, sino que mostró gran curiosidad, y así lo encontró Thio, viendo escenas pornográficas.

    —¡Ay, no! —exclamó con una risa, dejando la bandeja con dos tazas y una tetera a un lado —No esperaba que fueses a llegar tan rápido a esas.

    Lulú sacudió la cabeza y le tendió el portafolio.

    —Yo no esperaba encontrar ese material —reconoció, apartando la mirada.

    —¿Sabes? La mayoría de chicas habrían gritado y habrían soltado del libro, pero tú… te lo has tomado con calma.

    —Mi madre siempre me ha hablado del sexo con mucha naturalidad. Es un proceso natural, parte de la vida.

    —Ojalá hubiese más gente como tu madre y como tú —dijo Thio, ganándose una sonrisa cargada de dulzura que hizo que él mismo sonriese, enternecido —. Bueno, como te decía antes, aquí hay algunas estampas muy antiguas y raras…

    Mientras Thio empezaba a hablar, Lulú añadió a la tetera unas flores que había cogido del jardín. Cuando el brujo lo miró con curiosidad, el chico simplemente sonrió y le animó a seguir hablando. Unos minutos después, vertía el té en las tazas, mirando con atención la imagen que le señalaba Thio en esos momentos.

    Su anfitrión dio un par de sorbos al té, pero al tercero frunció el ceño y olfateó la taza con más atención.

    —Las flores de antes… ¿eran besos de sueño? —parpadeó —¿Me has intentado drogar? —se fijó entonces en que la taza de Lulú estaba intacta y se puso en pie, sintiéndose algo mareado. El chiquillo rápidamente lo sostuvo y le ayudó a sentarse de nuevo —No lo entiendo… ¿Por qué…?

    —Necesito las llaves de las mazmorras —reconoció Lulú con tono de disculpa, aprovechando que estaba de pie para ir a por el manojo de llaves —. No sé por qué has secuestrado a mis amigos, pero voy a liberarlos.

    —¿Secuestrar…? Yo no he cogido a nadie —sacudió la cabeza, intentando despejarse del sueño que empezaba a invadirle.

    —Dos Mutuwa, un nigromante y una guerrera —enumeró Lulú mientras miraba las llaves, intentando ver si había algún sistema que las identificase. No lo encontró, así que se acercó otra vez a Thio —. ¿Cuáles son las de las mazmorras? Por favor, sólo quiero recuperar a mis amigos.

    —De verdad, no he secuestrado a… ¿Dos Mutuwa? —Thio se frotó los párpados con dos dedos —No tiene sentido, ¿por qué nadie querría…? —abrió entonces los ojos y volvió a intentar levantarse —¡Conn…!

    De nuevo, si no cayó fue gracias a Lulú, aunque esta vez no consiguió volver a sentarlo en la silla, mucho menos cuando Thio apoyó una mano en un mueble para quedar de pie.

    —¿Tu mayordomo?

    —Ese viejo zorro… Siempre le molestó no saber los secretos de mi familia, ha debido… hurgar en la biblioteca… Querrá extraer el poder de los Mutuwa, no podemos consentirlo.

    —¡Y yo te he drogado! —exclamó Lulú, claramente apurado —No sé cómo despejarte. ¡Thio!

    Le tomó la cara con las manos y le dio un par de palmadas, pero sólo pareció funcionar a medias.

    —Tengo una idea —contestó Thio —, pero no te va a gustar.

    —¿Eh?

    —¿Recuerdas lo que hemos hablado antes de los límites?

    Lulú asintió, pero no le dio tiempo a preguntar por qué Thio se disculpaba. De pronto tenía una mano del hombre en la barbilla, la otra en la espalda y sus bocas pegadas. Abrió los ojos al sentir una lengua extranjera acariciar la suya, pero esa fue la menor de sus preocupaciones cuando sintió parte de su propia fuerza abandonar su cuerpo.

    El beso terminó con un jadeo y un hilo de saliva uniendo aún a los dos brujos. Thio parpadeó, claramente más despierto, y acarició la mejilla de Lulú.

    —Gracias por prestarme un poco de tu fuerza —le susurró, dándole un beso rápido antes de separarse e ir hacia la puerta —. ¡Vamos, tus amigos no se liberarán solos!

    Lulú, todavía algo aturdido, carraspeó y se acarició los labios. Respiró hondo, apretó las llaves contra su vientre y se sacudió el cansancio antes de seguirle.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Odio ese plan —gruñó Nuluha.

    —A mí tampoco me hace mucha gracia —reconoció Jullen en voz baja, sacudiendo la cabeza —. Pero no hemos podido pararle.

    —Parece que esa es una constante en este grupo —se rio Atro, ganándose un ceño fruncido de Jullen —. Oh, no me mires así, precioso, si sabes que es verdad…

    —Como sea. ¿Sabes si va a tardar mucho?

    —Dijo que tardaría más o menos una hora, así que estará al caer.

    —En una hora se pueden hacer muchas cosas. Sobre todo si es con alguien que está motivado a ello —metió cizaña Atro.

    —Eres insufrible —gruñó Nuluha.

    —Ah, Nu —Jullen carraspeó y se inclinó un poco más hacia la guerrera —. Es una pregunta un poco tonta, pero… ¿Lulú es realmente…?

    —¡Los tengo! —interrumpió Magrisse —Están en dos celdas separadas. El que tiene más cara de mala hostia está al final del pasillo y el otro está sólo a cuatro celdas.

    —Así que sólo falta Lulú —dijo Jullen —. Espero que esté bien.

    —¡Estoy bien! —dijo precisamente Lulú. Apareció bajando las escaleras, levantándose la falda para no tropezarse.

    —¡¿Qué hace ese ahí?! —exclamó Magrisse, señalando a Thio, quien resollaba detrás de Lulú. Claramente, los pétalos seguían afectándole, aunque hubiese aliviado el efecto.

    —Yo también me alegro de verte —bufó el brujo, mirando las celdas ocupadas —. No sabéis cuánto lamento esto. No sabía que Conn había… Os sacaremos de aquí en menos que canta un gallo.

    —Genial, pero ¿no os olvidáis de algo? —preguntó Atro mientras esperaba a que Jullen encontrase la llave de sus grilletes —Ya sabéis, las guadañas de nuestros amigos…

    —Thio, ¿hay algún sitio donde puedan estar?

    —Hay una cámara para contener objetos mágicos. ¡Voy ahora mismo!

    —¡Espera! —le interrumpió Nuluha —¿Te crees que voy a dejarte ir solo sin ninguna garantía? Nada dice que no vayas a tendernos una trampa. Iré contigo.

    —Como sea, pero vamos. La fiesta está por acabar y no sé cuándo vendrá Conn.

    —Iré a por Ife y Farai —dijo entonces Lulú, yendo a por ellos con la llave general de las celdas.

    Nuluha asintió y miró a Lulú, fijándose por primera vez en su pelo largo. Se abstuvo de comentar nada y simplemente siguió a Thio al exterior.

    —Vaya, parece de armas tomar —comentó Magrisse, siguiendo con la mirada a Nuluha cuando subió las escaleras.

    —Pareces un perro en celo —se quejó Jullen, sacudiendo la cabeza. Consiguió abrir las ataduras de Atro, quien se frotó las muñecas con cierto alivio.

    Mientras tanto, Lulú encontró primero a Ife. Se acercó a la celda y le dio unos golpecitos a los barrotes para llamar su atención, sonriendo enormemente al verle bien.

    —Hola —saludó con voz suave —. ¿Listo para irnos? —al ver cómo le miraba, bajó la vista y soltó una risita —¿Te gusta el vestido? Jullen dice que me resalta los ojos —comentó mientras abría el candado de la celda.

    Una vez la puerta estuvo abierta, abrazó a Ife con fuerza, o con todas las fuerzas que tenía en ese momento, y tiró de su ropa para hacer que se inclinase. Le besó la frente y las mejillas y le guiñó un ojo, poniéndole la flor que tenía en el pelo tras la oreja.

    —Sólo queda Farai.

    Aceptó que Ife le acompañase, de hecho, incluso le tomó la mano, pero una vez frente a la puerta encontraron un problema: aunque podían abrir el candado, las manos de Farai estaban sujetas por los mismos grilletes que habían atado a Atro.

    —No pasa nada —dijo Lulú tras el primer pinchazo de pánico —. Tenemos la llave. Voy a por ella y vuelvo —vio cómo Farai apartaba la mirada y le dio un golpecito en la cabeza con la mano —. Lo digo en serio. Voy a volver a por ti.

    Dicho esto, le hizo un gesto a Ife para regresar con los demás. Encontró que Nuluha y Thio ya habían vuelto con las guadañas, así que Ife pudo coger la suya mientras Lulú le pedía la llave a Jullen. Sin embargo, apenas la tuvo, la puerta de la mazmorra se cerró de golpe y un hombre bajó las escaleras.

    —Conn —Thio frunció el ceño, poniéndose por delante de Jullen y Lulú —. ¿Cuánto tiempo llevas planeando esto?

    —Tenemos que irnos —susurró Nuluha, tirando de la falda de Lulú al ver que Thio y Magrisse estaban por enfrentarse al mayordomo.

    —No sin Farai —Lulú miró a Ife —. Idos. Farai me llevará con vosotros.

    —¿Estás loco? Sus portales son inestables —fue esta vez Atro quien habló.

    —No voy a abandonar a nadie. ¡Idos!

    Con esto, Lulú cogió la guadaña restante y echó a correr. Sólo se giró para comprobar cómo los demás entraban en el portal de Ife, pero eso le valió también para ver cómo Magrisse era arrojada contra una pared, quedando inconsciente, y como Thio se giraba para correr hacia Lulú.

    —¡Vamos, vamos! —exclamó al llegar a su altura.

    Le ayudó a protegerse de los ataques de Conn hasta que llegaron a la celda de Farai, quien no sabía si sorprenderse porque Lulú realmente había vuelto a por él o preocuparse por las descargas mágicas que había en el ambiente.

    Lulú se arrodilló frente a él, dejando la guadaña en el suelo, y abrió los grilletes. Se giró a mirar a Thio, quien tenía la respiración algo agitada y la frente perlada de sudor, pero miró a Lulú con una sonrisa.

    —Puedo con él. Soy un Ruogal y él no es nadie.

    —Ten cuidado —le pidió Lulú en un susurro.

    —¡Ah, te preocupas por mí! —Thio se rio un poco y le guiñó un ojo —Quiero que sepas que, un día, serás mi esposa.

    Y dicho esto, se lanzó a por Conn con una sucesión de ataques rápidos que hicieron al mayordomo recular por el pasillo. Aprovechando la relativa calma, Lulú miró a Farai, quien tenía los ojos puestos en la guadaña con cierta duda.

    —Entiendo que te dé miedo. Tus portales no son perfectos, pero… —se mordió el labio y le puso una mano en el pecho, sobre el corazón —Mi madre siempre me ha dicho que la magia es equilibrio. Si tú no tienes equilibrio en tu interior, tu magia será defectuosa. Y en tu interior hay mucha ira, Farai. Tienes que calmarte. Respira hondo, por favor. Piensa en algún lugar agradable, en alguna sensación agradable. Cierra los ojos y cálmate —le pidió en voz suave.

    La mano del Mutuwa se puso sobre la del chico mientras obedecía, cerrando los ojos. Tomó aire, aunque no le hiciese falta respirar, y lo soltó lentamente. Sujetó la guadaña y abrió un portal, al otro lado del cual Lulú pudo ver primero a Ife y a Atro, después a los demás.

    Sonrió, pero no se atrevió a cantar victoria. Miró a Farai y entrelazó sus dedos con los de él.

    —Lo estás haciendo muy bien. Céntrate en mi voz, sólo un poco más…

    Farai entonces abrió los ojos, pegó a Lulú contra su cuerpo y atravesó el portal.

    Cuando el propio Mutuwa se atrevió a abrir los ojos de nuevo, vio que no le faltaba ningún miembro, pero Lulú… ¿dónde estaba?

    Lo encontró en seguida, entre los brazos de Nuluha, quien le daba palmaditas en las mejillas hasta que, por fin, abrió los ojos y sonrió, recibiendo un abrazo y una lluvia de besos de la mujer.

    —Lo has logrado —sonrió Lulú desde el hombro de Nuluha, tendiéndole una mano a Farai, quien se la tomó con una sonrisa, quizá la primera sonrisa sincera que esbozaba en siglos.

    —Gracias a ti —murmuró.

    —¡No puede ser! —exclamó Atro al escucharle hablar así, de la nada.

    El propio Farai se sintió sorprendido de esto, porque se llevó las manos a la garganta mientras Lulú se reía suavemente.

    —Ay, Nu, me haces daño…

    —¡Es que el amor duele!


    SPOILER (click to view)
    La Magrisse (x)

    El bueno de Thio (x).Tengo pensado que salga más, por cierto xdd

    Y tengo la idea de que Magrisse (y Thio) hayan pactado con Lulú ir a por las mujeres del santuario. Así, nuestro grupo puede seguir su itinerario hacia Haflán mientras una guerrera experimentada y el brujo que quiere casarse con Lulú xdd buscan a las otras.

    Más, por whatssapp.
     
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    Había sido un rescate un poco accidentado, pero fue un rescate al fin y al cabo, y unos pocos días después el grupo retomaba su camino a Haflán con la incorporación de una magullada Magrisse y Thio, entusiasmado por una aventura junto a la que ya consideraba su futura esposa (le importaba más bien poco que Lulú resultara ser un chico).

    Farai se despidió en la misma posada donde recogieron sus cosas y se reencontraron con Kitá, encantada de la vida por volver con los suyos. Dijo Farai que seguiría practicando sus habilidades con los portales, y prometió encontrarles pronto para poder mostrar sus avances. Vio al grupo alejarse dirección Haflán y sólo pudo desearles suerte mientras se despedía, con tanta emoción que movía su guadaña de un lado a otro casi como si fuera una bandera.

    El viaje hacia la ciudad estaba siendo uno, como poco, entretenido siendo tantos en el grupo. Por un lado, Magrisse, que se negaba a aceptar ayuda mágica para curar sus heridas, lo que la hacía ganarse una mirada de respeto por parte de Nuluha, que siempre apoyaría a cualquier mujer que mostrara fuerza y confianza en las capacidades de su cuerpo. Por otro lado, y muy seguro de mostrar sus habilidades, estaba Atro, a veces revoloteaba alrededor de Ife sin parar de preguntarle cosas, y a veces buscaba acceso al collar de Lulú. Aquí entraban en escena, bien Jullen actuando de escudo humano, aceptando ser el sacrificio para los manoseos de un nigromante (no quería ni pensar cuántos cuerpos sin vida habían tocado aquellos dedos), o bien Thio, que directamente rodeaba un hombro de Lulú para pegarle a él y alejarle de Atro o de cualquiera.

    Ife permanecía en la retaguardia, ofrecía tal cobertura como la que daba una montaña frente a un valle, proyectando su sombra dependiendo de por dónde diera el sol. Se convertía en un muro infranqueable que protegía a todo el grupo, incluso a Kitá, que muchas veces se desviaba del camino para mordisquear algunas flores o plantas que le parecieran especialmente sabrosas. El caso es que Ife no conseguía entender por qué llegaba a molestarle que Thio estuviera tan cerca de Lulú, verles caminar tan juntos le hacía apretar los labios y cuando Thio le acariciaba el pelo o le colocaba algún adorno tenía que girar el rostro de lo dolido que se sentía.

    Por más que lo intentaba, no lo entendía. Conocía muy poco a Lulú como para encontrar tan desagradable que le prestara atención a otra persona y no a él, ¿no parecía que estaba celoso? ¿Celoso porque un chico que apenas conocía hablaba con el resto del grupo?

    «No tiene sentido», y quiso pensar en ello un poco más hasta llegar a una conclusión sólida, pero el origen de todo aquello se le plantó justo delante e Ife tuvo que detenerse de golpe para no chocar con él. Lulú le miraba con el ceño fruncido, convencido de que pasaba algo. En sus ojos Ife pudo ver un lago, escuchar una risa y sentir unos labios muy dulces saboreando los suyos.

    Bien, esto abría dos caminos: uno, había descubierto la sinestesia; o dos, se había vuelto loco. Fuera el que fuera, tuvo que verse en su expresión por cómo Lulú le miró, dejó atrás la curiosidad para mirarle con auténtica preocupación. Hasta buscó su mano para darle un apretón que, desde luego, no iba a ser suficiente para aclarar el misterio.

    Ife se apartó poniendo a Kitá como excusa, alguien tendría que guiar a la vaca de nuevo al camino, y ese alguien fue él. Claro que Lulú no pensaba rendirse a las primeras de cambio, porque volvió a su lado, y quizá buscaba las palabras que decir o elaboraba el discurso en la cabeza, pero Ife se le adelantó.

    —Nosotros no nos hemos visto antes, ¿verdad? —Lulú sonrió negando con la cabeza (un gesto que le pareció tiernísimo) y provocando en Ife algo muy parecido a un deja-vu, estaba seguro de que había vivido este momento. Ésta no podía ser la primera vez que veía esa sonrisa, le resultaba demasiado conocida, como el recuerdo lejano de… ¿De quién?

    —¡Eh! Los alegres pastores. —Les llamó Atro señalando al resto del grupo con el pulgar—. ¿Qué tal si movemos un poco el culo?

    *



    Se decía de Haflán que era el lugar donde todo se unía, uno podía dejar atrás las casas más humildes de Fadmella para volver a encontrarse con ellas en la zona sur de Haflán, se componía de todo un barrio formado por gente que iba y venía continuamente, y no necesitaba de un sitio donde asentarse, así que no se invertía demasiado en ellos: ni tiempo, ni recursos, ni interés.

    El resto de Haflán estaba ocupado por viviendas más o menos decoradas, dependiendo del nivel adquisitivo de cada familia y la localización del terreno. Ocurría que cuanto más al norte, más monedas en los bolsillos, mejores rentas y mayores las casas, la casa más septentrional era un auténtico castillo. Se especulaba sobre el origen de algunas familias, aseguraban que pertenecían a la realeza y habían sido desterrados de sus reinos por cometer crímenes atroces. Junto a los castillos de la supuesta nobleza estaba también el teatro y la biblioteca; en el primero se representaban obras, conciertos y subastas, y en la segunda no sólo se guardaban innumerables tomos de historia y arte, sino que se editaban panfletos informativos que repartían a domicilio, previo pago a modo de suscripción.

    El contraste entre norte y sur de Haflán era tan evidente como doloroso, pues mientras los del norte pasaban las noches sumergidos en intensos debates sobre uno u otro escultor, los del sur llegaban a morir de frío por lo destartalados de sus muros y usaban los panfletos como combustible a sus hogueras.

    —Este sitio apesta a muerte. Creedme, de esto sé bastante. —Bromeó Atro mirando de un lado a otro. Entraban por la puerta sur de Haflán y los recibió una capa de pobreza y necesidad que les hizo encogerse—. Podré hacerme un nuevo ejército en muy poco tiempo.

    —No os alejéis mucho de la vaca, esta gente la atrapará para darse un festín con ella.

    —¡Thio! ¡No digas esas cosas! —Magrisse le dio un golpe quizá con demasiada fuerza—. Kitá no será la cena de nadie.

    —Tú déjala descansar aquí y verás lo poco que tarda en dar sabor a un caldo.

    —Kitá, no le escuches. —Y llenó de mimos a la vaca, dándole también un par de besos.

    —Chicos, más rápido. Estamos llamando mucho la atención. —Advirtió Nuluha, a nadie le sorprendió que volviera a convertirse en la voz de la razón.

    Llegaron, al fin, al norte de Haflán. Con bebidas calientes en la mano y algo de comida a la mesa comenzaron a trazar el plan. Debían reunir cualquier información posible sobre Cárrigan y las mujeres del Santuario, era el verdadero objetivo de esta parada, aunque el concurso de escultura que tendría lugar en unos días era un golpe de suerte para Jullen. No sería fácil llamar la atención de los ojeadores de Haflán, pero a Jullen no le asustaban los retos, se informaría sobre las tendencias y se aseguraría de ganar el primer premio. Ganarse las simpatías de los poderosos y pudientes siempre allanaba el terreno.

    —Iré a la biblioteca, a lo mejor entre los panfletos encuentro algo sobre Cárrigan —dijo mientras se ponía en pie.

    —Llévate al Mutuwa contigo. —Ordenó Nuluha—. Rodéalo de libros y escóndelo, llama demasiado la atención. —Y señaló la ventana, en la calle, parado como una estatua, inmutable aunque una vaca le estuviera mordisqueando los bajos de su capa, estaba Ife, con toda la cabeza y medio rostro cubierto por la capucha. La gente que pasaba por allí incluso se paraba para mirarle, creyéndole la obra de algún artista.

    —Podríamos cobrar por verle. —Sugirió Thio—. De aquí al final del día nos habremos sacado unas buenas monedas.

    —El terror siempre ha sido muy lucrativo. —Jullen rio—. ¿Qué hacemos con Kitá?

    —¡Lulú y yo la cuidaremos! —Magrisse le abrazó—. Nos daremos un paseo por la ciudad y buscaremos pistas sobre el dichoso Cárrigan.

    —No digáis tan alto ese nombre. —Atro se puso en pie y estiró los brazos hacia arriba—. Me voy con Ife. —Y desapareció, volviendo a surgir junto a Jullen, que gritó asustado antes de alcanzar a Ife.

    Marcharon los tres a la biblioteca, cada uno con un objetivo bien distinto: Jullen buscaría información sobre los materiales más populares en la escultura de Haflán, Atro se enfrascaría en la lectura de los tomos mágicos, e Ife se quedaría apoyado en cualquier pared, cruzado de brazos y volviendo a parecer una estatua.

    Atro, en un ataque de amabilidad, se puso a leer a su lado, pero no de pie ni sentado, sino flotando boca arriba. Como no hacía ningún ruido, los responsables del edificio no podían reñirle. Jullen decidió ocupar la mesa más cercana a ellos, y muy emocionado les enseñó el libro que se disponía a leer: la copia de uno de más de trescientos años. El ejemplar original estaba bien guardado bajo llave, pero con algo de magia no era difícil copiar libros tan antiguos sin ocasionar el menor de los daños. Este libro en cuestión describía los orígenes de la escultura por Haflán, cómo trajeron mármol de distintas regiones y cómo cada escultura conseguía un acabado bien distinto dependiendo de la mina desde donde viniera la materia prima. También había más de un capítulo dedicado a compañías de esclavos, pero no quedaba en claro si se las denunciaba o si se hacía propaganda de ellas. Los valores en Haflán no habían estado nunca del todo bien definidos.

    Jullen decidió ignorar las partes más turbias del libro y centrarse en lo que le interesaba. Para el concurso pensó en revivir alguno de los primeros diseños, esos que habrían marcado la pauta a seguir por el resto.

    —Quizá pudiera dar mi propia versión —murmuraba mientras tomaba notas en su cuaderno. Trazó varios bocetos siguiendo las proporciones de la primera época en Haflán, encontró los brazos demasiado largos y decidió pedir opinión—. Chicos, ¿qué os parece? —mostró tanto el cuaderno como el libro, se esperó el bostezo de Atro, pero no que Ife se acercara tan rápido a la mesa.

    Ife cogió el libro y, para sorpresa de Atro, Jullen, y de todos los curiosos, dejándolo hacia arriba hizo surgir la escultura (a escala diminuta, por supuesto) por sobre las páginas como si fuera su escenario.

    —Pero qué fácil es todo con magia. —Jullen refunfuñó, pero también estudió un poco mejor los elementos de la escultura: los pliegues de la falda, la expresión alegre de la mujer, el movimiento de los brazos. Sintió su boca abrirse y quedarse así, no fue capaz de cerrarla viendo a la mujer bailando, ¡aquella mujer de mármol bailaba sobre las páginas!

    Ife soltó el libro de golpe, y si no causó un auténtico estruendo al llegar al suelo fue porque no llegó. Atro lo hizo flotar para dejarlo con cuidado a la mesa. Le devolvió la mirada a Jullen, que señaló a Ife. Se sorprendió al verle llorar.

    —Yo la conocía. —Les dijo mientras se secaba las lágrimas, parecía en shock—. No la recuerdo pero… Pero sé que la conocía. Lo sé.

    —Es de la primera época de Haflán, el nacimiento de su escultura. —Explicó Jullen sin dar crédito—. Hablamos de algo que ocurrió hace más de mil años, se dice que el mármol llegó a Haflán antes que el escultor.

    —Ife, cariño, ¿cuántos años tienes? —Ife se alzó de hombros, hacía tiempo de su última vez sin aliento, y sorberse la nariz le pareció un gesto nuevo, recién descubierto—. Jullen, ¿hay más libros sobre ese periodo? ¿Crees que podríamos descubrir algo más sobre esa mujer?

    —Seguramente fuese la amante de un mecenas o de un escultor. Ni ella misma hubiera podido imaginar nunca que se la seguiría estudiando siglos después de su muerte. —Suspiró—. Dar con su origen es seguir a un fantasma.

    —Qué suerte que Haflán tiene cementerio, debe haber alguien ahí que sepa algo.

    —Ni se te ocurra, presta más respeto a los muertos.

    —Y los trataré con todo el respeto posible. —Hizo una reverencia de lo más exagerada, y al incorporarse, desapareció.

    —Este tío me pone los pelos de punta. —Gruñó Jullen volviendo a su lectura, señaló un párrafo mostrándoselo a Ife. Tenía la espalda tan inclinada en la mesa (seguía de pie) que no entendía cómo no le dolía—. «La estatua se cree destruida en alguna de las muchas guerras y conflictos que han sacudido nuestra bella ciudad». —Leyó sin alzar demasiado la voz, dio un par de golpecitos con el índice antes de volver a hablar—. Si quieres mi opinión: no me lo creo. La estatua debe estar bien protegida en la casa de algún coleccionista. —Rio mirando a Ife, estaba claro que no le entendía—. Piénsalo, es la madre de todas las esculturas, a partir de ella surgió la escuela de Haflán, el estudio de las proporciones, el negocio del arte. Es una escultura demasiado valiosa como para ser destruida, aunque será imposible encontrarla. —Suspiró acomodándose en la silla. Tardó unos segundos en volver a hablar—. El punto positivo es que ya he encontrado el tema de mi escultura, y te aseguro que ganaré con mi propuesta.

    *



    El paseo de Magrisse y Lulú no había servido de nada, sólo en cuanto a la investigación de Cárrigan se refería, porque al final de la tarde se reencontraron con el resto del grupo empapados de conocimiento sobre Haflán. Sabían en qué posada tenían los mejores colchones, qué tendero vendía las verduras más frescas o qué colores eran la última moda en los vestidos de las damas de buena familia.

    Nuluha se encargó de dar la voz de alarma y reunirlos a todos en un callejón que no tenía buena pinta, era el lugar donde la gente apuraba el paso, puede ser por el olor a orines o por las manchas de sangre en la piedra. Fuera por el motivo que fuera, estaba desierto.

    —Creo que nos están siguiendo. —Advirtió, por instinto en voz baja—. Debe ser cosa tuya. —Y señaló a Atro, que se llevó la mano al pecho—. ¿Cómo va a sentar bien que hurgues en las tumbas de nadie?

    —Imposible, me he asegurado de no dejar testigos. ¡No me miréis así, que no he matado a nadie! —Se defendió—. Hice surgir la niebla en el mejor momento. Que, total, me lo podría haber ahorrado, en ese cementerio sólo hay resentidos con ganas de venganza a sus vecinos. No he encontrado nada sobre la escultura, lo siento en el alma, cariño. —Volvió a flotar hasta abrazarse a Ife—. Pero no te preocupes, porque no me pienso rendir. Los Mutuwas existís desde hace tanto tiempo que es imposible que no exista una mísera línea sobre vosotros.

    —Entonces es cosa tuya, Ife. —Habló Nuluha de nuevo—. De todos nosotros, eres el más llamativo. Hasta ese perturbado parece alguien normal a tu lado. —Atro soltó un bufido en respuesta—. Thio, ¿has conseguido alojamiento?

    —No ha sido fácil encontrar un sitio con camas libres a las puertas de la competición. —Dio unos golpecitos a su bolsillo, comprobando que las llaves de la habitación seguían allí—. Eso sí, estaremos muy apretados, son sólo dos camas.

    —¡Me pido dormir con Ife!

    —Siento romper tus fantasías, pero el Mutuwa se quedará con Kitá en los establos. —Thio se preparó para quejarse, pero Nuluha no le dejó hablar—. Es el único que no necesita dormir, podrá estar ojo avizor y avisarnos si algo no marcha bien.

    —Kitá es una compañera formidable. —Ife sonrió bajo su capucha, y la vaca pareció entenderle, porque le dio un golpecito con el morro esperando un par de caricias que no tardaron en llegar.

    —Bien, vayamos por separado. Y por favor os lo pido, intentemos pasar desapercibidos.

    El grupo obedeció lo mejor que pudo. Thio y Magrisse fueron los primeros, se hicieron pasar por pareja y no recibieron ni media mirada en la posada, la gente tendía a ignorar a propósito las risitas cómplices y los besos, aunque estos fueran en la mejilla. El siguiente en marchar fue Jullen, se movió en completo silencio y se coló en la habitación como si fuera un ratón, encontrando a Thio y Magrisse discutiendo por qué cama ocupar. A Atro le bastó un chasquido de dedos para aparecer bien acomodado en una de las camas, reclamándola como propia. Nuluha tuvo que tirar del brazo de Lulú para que se moviera, recordándole que tanto Ife como Kitá estarían bien.

    No tuvo que ser suficiente, porque casi a medianoche apareció Lulú por los establos. Encontró a Kitá profundamente dormida, hasta se le escapaba algún ronquido, con la cabeza apoyada en una de las piernas de Ife, que se dedicaba a acariciar su cabeza o su cuello.

    —¿Sabe Nuluha que estás aquí? —Le preguntó haciendo surgir su capa por sobre Lulú. Se le escapó la sonrisa viendo lo grande que le iba—. No te preocupes, no puedo sentir frío. Estoy vacío, dudo que pueda sentir algo.

    Llevaba toda la noche intentando recordar a la mujer de la estatua, pero no conseguía recordar algo tan simple como su nombre, ¿cómo podía estar tan seguro de que la conocía si no la recordaba? Ni siquiera tenía una mísera prueba que apoyara la impresión que había tenido, ¿y si sólo se trataba de un error, o una alucinación?

    Espabiló de golpe cuando Lulú sujetó su mano (la que tenía libre, la que no descansaba sobre Kitá). Se había agachado a su lado y apretaba sus dedos mientras le miraba. Entonces Ife centró la atención en sus ojos, y una vez más pudo verse a sí mismo sonriendo a orillas de un lago, ¿quién estaba con él? ¿Qué estaba pasando?

    Se apartó un poco sacudiendo la cabeza, la confusión se estaba volviendo dolorosa a nivel físico, como si alguien presionara con demasiada fuerza sus sienes.

    —No sé qué me pasa cuando te miro, Lulú. —Confesó dándole un apretón a su mano antes de soltarla—. Ve a dormir, es muy tarde. Tranquilo, estaré bien.

    Ife apenas había usado magia, así que no tenía necesidad real de dormir y descansar porque simplemente, no estaba cansado. Tampoco sentía frío aunque no tuviera su capucha. Estaba en sus plenas facultades, así que pudo escuchar el ruido de los pasos y, de alguna manera, «sentir» que lo que se acercaba al establo no era del todo humano.

    No dudó en hacer un portal y lanzar por él a Kitá y a Lulú, apareciendo ambos en la habitación con el resto del grupo. El siguiente en desaparecer fue él mismo, acabando en un sótano que no reconocía rodeado de personas también desconocidas. Descubrió que habían anclado sus rodillas al suelo e inmovilizado sus brazos a la espalda con un método antiguo pero efectivo: una barra de metal con dos topes atravesaba sus muñecas, si intentaba moverlas, el dolor se volvía insoportable.

    No hacía falta ser un erudito para saber que los trazos en el suelo y el par de dagas que se cruzaban frente a él sellaban su magia.

    —Si el dios ha aparecido, la princesa también debe estar cerca. Buscadla. —Al igual que los ojos de Lulú y la mujer convertida en musa para los escultores, reconocía esta voz. Tenía la sensación de haber oído antes a este hombre, ¿pero dónde? ¿De qué podía conocer a alguien que no había visto nunca?—. No hace falta que os repita que la necesito con vida, ¿verdad?

    El resto de encapuchados asintieron con la disciplina propia a los militares y se marcharon en diferentes portales, demostrando un dominio de la magia que se debía tener en cuenta. El líder, este hombre no podía ser otra cosa que el líder de los anteriores, se acercó a Ife cruzándose de brazos.

    —Es inútil que la protejas, la volveremos a encontrar. Es sólo cuestión de tiempo que aprendas a obedecer.

    —¿Por qué debería obedecerte a ti? ¿Quién eres?

    —Deja el papel del pobre amnésico, actuar no es lo tuyo. —El hombre suspiró dando un par de pasos a un lado del círculo, sin entrar en él—. Sabes lo que pasará si no me obedeces: cierta princesita entrometida va a pasarlo realmente mal. Mis chicos. —Rio negando con la cabeza—. Mis chicos no son buenos chicos, y no los culpo, no han tenido una vida fácil. —Se alzó de hombros—. Ya conoces a los Aniquiladores, sabes cómo se las gastan.

    En realidad, Ife los conocía pero no los recordaba. Y el discurso de este hombre no le dejaba mucho más tranquilo, ¿de qué princesa estaba hablando? ¿Por qué era tan doloroso intentar recordarla?

    SPOILER (click to view)
    *En alguna vida pasada de Lulú fueron a un lago, y a Ife le van llegando flashbacks y dejavuses xd (¿podrían visitar ese lago y encontrar ruinas, o algo así, que despierten más recuerdos?)

    *Y sí, algún Lulú del pasado (o alguna, la verdad que el género es lo que menos me importa en esa estatua x’d) fue modelo para la “primera etapa” de escultura en Haflán ~

    *Tengo, al fin, una explicación para la amnesia (¿temporal?) de Ife. Siéntate y escucha: hablamos del Lulú anterior al actual, los Aniquiladores consiguieron arrinconar a los muchachos usando a Lulú de rehén, amenazan a Ife para que haga tal o cual cosa (es un dios, a tope de poder aquí x’d) o matan a Lulú. Pues bien, el plot twist es que fue Lulú el que se mató («no me asusta morir porque sé que volveremos a encontrarnos») para evitar que Ife se convierta en un dios malvado (¿?). El dolor es tanto para Ife («murió por mi culpa, soy lo peor, problemitas blablablá») que la amnesia surge como mecanismo de autodefensa. El alma de Ife está harta ya de quedarse viuda #puesnomisiela

    *Me divierte que Ife vaya teniendo los dejavuses y crea que se está volviendo loco, pero me divierte todavía más la palabra “dejavuses”


    AHORA la escena que falta es el rescate a Ife quizá con la magia de Atro, por esto de que los Aniquiladores tienen media patita en la muerte y la otra media en la vida. Lo dicho, no salía la escena y decidí no incluirla. Dejo en tus manos este rescate, que lo disfrutes con salud x’d
     
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    Larhis tenía la costumbre de recibir los informes de sus agentes mientras se daba un baño relajante en aguas perfumadas con flores. Así, las buenas noticias la hacían sonreír incluso más y las malas noticias no la enfurecían tanto.

    Pero esta noche no sólo quería escuchar informes en el agua, también quería hablar con alguien especial. Por eso, había ordenado que trasladasen su espejo mágico del dormitorio al baño —eran dos habitaciones contiguas, por suerte para los sirvientes— y ahora se servía una copa de vino mientras esperaba a que la conexión se terminase de establecer.

    Por fin, el cristal empezó a brillar y al otro lado pudo ver a Nerika Pagkamba. Estaba sucia, manchada en sangre, sudor y polvo, con la ropa rota y algunas vendas descuidadas cubriendo heridas que había recibido durante el asalto. Por lo demás, era todo lo esperado: con las manos atadas a la espalda y los tobillos también sujetos, obligada a estar sentada en un carromato, aislada del resto de las cautivas.

    Le llevaban agua y un poco de comida una vez al día, lo suficiente para mantenerla viva, pero débil, dejándola en un estado somnoliento con el que no podría pensar un plan para escapar de allí.

    Con todo, al reconocer a la mujer en el espejo Nerika pareció recuperar algo de fuerzas a juzgar por cómo su postura se había enderezado y cómo su mirada había empezado a brillar con algo que sólo se podría calificar como odio.

    —¡Querida! ¡Cuánto tiempo! —Exclamó en un tono alegre, dándole un sorbito a su vino. No obtuvo respuestas y eso le hizo formar un pucherito —. Te acuerdas de mí, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo ha pasado? Cerca de dieciocho años, si no recuerdo mal…

    —Puta. —siseó Nerika entre dientes —. Ya me tienes a mí. ¡Deja ir a las demás!

    —¿Cómo podría hacer eso? —Se llevó una mano al pecho de forma dramática —. Las estamos llevando a la capital del Imperio de Cárrigan, el lugar más seguro del mundo. Deberías agradecerme, de hecho, que haya decidido traerlas aquí en vez de matarlas en esa comuna idealista que teníais montada. Además, nuestro querido retoño vendrá de muchísimo más agrado si sabe que aquí tendrá no sólo a sus mamás, sino a toda su familia adoptiva.

    —¡Tú no eres su madre!

    —Ah, eso me ha dolido… ¡Claro que lo soy! Quizá no lo llevé en mi vientre, como tú, pero sin mí nunca habría nacido. ¿O has decidido olvidar eso? —Sonrió de medio lado, acariciando el borde de la copa —. ¿Tienes idea de dónde está ahora nuestro bebé?

    —¡Deja de llamarlo así! —Nerika se revolvió y, al sentir el dolor de los grilletes clavándose en las heridas de sus muñecas, jadeó y se quedó quieta —. Nunca podrás ponerle una mano encima. ¿Me oyes? ¡Jamás lo encontrarás!

    Larhis dio otro sorbo al vino y dejó la copa en una mesita. Se hundió en el agua y se movió por esa bañera, aunque casi podría ser una piscina, hasta llegar al borde más cercano al espejo. Asomó por ahí, con su pelo mojado capturando algunos pétalos, y cruzó los brazos en el borde para apoyar sobre ellos la barbilla.

    —Así que… ¿Lo has enviado a la tribu del sur? —El silencio de Nerika le sacó una sonrisa —. La tribu del noreste, entonces.

    —No lo encontrarás.

    —¿No? Claro, supongo que no… Le pusiste un hechizo de ocultación y todo eso… —Paseó un dedo por el borde de la bañera, con movimientos juguetones que recordaban a un gato. Sus ojos también parecían felinos cuando volvían a posarse en los de Nerika —. Dime, ¿cuánto crees que tardará el hechizo en romperse?

    —Es un hechizo fuerte, no se romperá. —Sin embargo, sus palabras no sonaron demasiado seguras de ello.

    —Su magia es más fuerte que la tuya. Y que la mía, ya que nos ponemos. Por las diosas, creo que si tú y yo juntásemos fuerzas no le llegaríamos ni a la altura de los talones. Pero de eso se trataba desde el principio, ¿no? Traer a la vida una auténtica fuerza divina.

    —Una fuerza que nunca será tuya. —aventuró Nerika, alzando la barbilla en un gesto más confiado —. Mi hijo no será parte de esta barbaridad que tu mascota y tú estáis llevando a cabo.

    Larhis soltó una risa tan suave y dulce que podría haber hecho suspirar a cualquier hombre. A menos que entendiesen de qué iba la conversación.

    —Claro que sí. Estoy segura de que lo has criado con los valores fuertes de los druidas antiguos. Hará lo que sea por su familia. Así que, si no lo convencemos por las buenas, bien… Tenemos una treintena de rehenes para ejercer presión. Además de a su querida mamá, por supuesto.

    —Eres un monstruo. ¡Un monstruo, Larhis! ¡Por eso te expulsaron de la tribu! ¡Por eso tuviste que huir con el rabo entre las piernas y buscar a un nuevo patrón!

    —Blablablá. Neri, mi amor, te adoro, pero me cansas mucho. ¿Puedes dejar esos discursos moralistas para otro momento, por favor? Gracias. ¿Por dónde íbamos…? Ah, sí, el niño. ¿Cómo lo llamaste?

    —No voy a decírtelo.

    —Sé que lo conocéis como Lulú. Así lo llamó su guardiana cuando mis perros lo asaltaron a las afueras de Fadmella. Oh, no pongas esa cara, no te preocupes. Consiguieron escapar, al parecer un, agárrate, ¡mutuwa!, ¡un mutuwa!, durmió a mis perros y los dejó flotando en medio del bosque llenos de magulladuras.

    —Un mutuwa… —murmuró con el ceño fruncido.

    —¡Sí! ¿No es emocionante? Y parece que más tarde le vieron con ¡dos mutuwa! Y un nigromante, pero de ese traidor no vamos a hablar. Bueno, sí, qué demonios. Se llama Atro y trabajaba para nosotros, pero perdió las bragas al ver a un mutuwa y decidió abandonarnos. El pobre infeliz no sabe aún que su presencia sólo nos da un mejor balizamiento.

    Nerika frunció incluso más el ceño y apretó los labios, pero Larhis no había acabado de hablar.

    —¿Sabes? Lo que no entiendo aún es qué hacen en Haflán. Quiero decir, si se dirigen a la tribu del noreste esa parada no parece bien pensada. Pero no te preocupes, ya nos encargaremos de corregir su rumbo.

    —¡Larhis!

    Nerika empezó a quejarse, preparándose quizá para suplicar esta vez, pero no pudo llegar a decir nada cuando sonaron unos golpes en la puerta y la bruja se alzó un poco más de la bañera. Obviamente no le importaba mostrar su pecho desnudo a la cautiva, ni tampoco al soldado que entró en la habitación.

    —Reporta. —ordenó en un tono frío y autoritario, nada que ver con el ronroneo con el que había hablado a Nerika.

    —Mi señora… —El soldado mantenía la cabeza agachada —. Se han reportado Aniquiladores en Haflán.

    —¡¿Cómo?! —exclamaron las dos mujeres a la vez.

    Larhis, sin embargo, fue la primera en calmarse.

    —Encargaos de ellos. Proteged al muchacho, no me importa lo que les pase a los demás del grupo.

    El soldado asintió y abandonó la habitación caminando hacia atrás, como si tuviese prohibido darle la espalda a Larhis, y ésta suspiró y volvió a apoyarse en el borde de la bañera.

    —¿Cómo es que los Aniquiladores…?

    —No te preocupes por eso, mi amor. Nuestro bebé estará pronto a salvo con sus dos mamás, resguardado en el castillo de Cárrigan. Por ahora, te dejo dormir. ¡Hasta luego!

    Y con un chasquido de dedos, el espejo dejó de mostrar a Nerika para devolver la imagen de Larhis. Ya no sonreía, sino que tenía una expresión más peligrosa.

    Salió de la bañera y se puso un albornoz. No lo llegó a cerrar del todo, pero eso no le impidió salir de sus aposentos para ir al despacho de Cárrigan, quien sonrió al ver a la mujer acercarse a él. La recibió en su regazo y besó entre sus pechos, mirándola después con devoción. Recibió como recompensa unas caricias suaves en el cabello.

    —Pareces molesta. ¿Va todo bien?

    —Más o menos. Un nuevo jugador se ha unido a la partida. Quizá tengamos que enviar a alguien especial para proteger al muchacho.




    Lulú necesitó unos segundos para entender qué había sucedido. Estaba hablando con Ife en el establo, envuelto en su capa —le quedaba tan grande que no podía ni arremangársela para liberar sus manos de la tela, pero era un peso muy reconfortante y cálido—, y de pronto estaba en la habitación de la posada, aterrizando justo sobre Jullen.

    Apenas le había dado tiempo a sentir la extraña presencia que se acercaba a ellos, por lo que no había podido analizarla correctamente. Pero si había sido algo capaz de poner en alerta a un mutuwa… Bien, no podía tratarse de algo sencillo.

    Y digo «algo» y no «alguien» porque Lulú no estaba seguro de que se tratase de una persona. Pero, entonces, ¿qué era?

    Jullen se había despertado al momento, como es de comprender. Uno no puede seguir durmiendo cuando le cae encima otra persona, aunque esa otra persona sea un cuerpo tan pequeño y ligero como era el de Lulú.

    El resto del grupo también se despertó, aunque por distintos motivos. Atro había sentido la magia repentina del portal, mientras que Nuluha, Magrisse y Thio habían sido despertados por Kitá mugiendo. Esto les había evitado recibir el peso de cien kilos de ternero, lo cual habría sido desastroso. Por suerte, Thio había reaccionado en el último momento y había mantenido a la vaquita en el aire, dejándola en el suelo cuando le hicieron hueco.

    Pronto todas las miradas se dirigieron a Lulú, que miraba a su alrededor un tanto desorientado.

    —¿Lulú? —Nuluha fue la primera en hablar —. ¿Qué ha ocurrido?

    —No estoy seguro… —Frunció el ceño de forma pensativa y luego miró a su guardiana con gravedad —. Creo que Ife corre peligro.




    Apenas Lulú les había narrado la breve escena, todos habían cedido unánimemente ayudar a Ife. Incluso Nuluha había aceptado sin siquiera poner algo de resistencia, aunque sí había dicho que no harían nada sin un plan estable, lo que le había ganado una mirada de aprobación de Magrisse.

    El primer paso era investigar el lugar de los hechos. Atro y Thio se encargaron de ir al establo acompañados por la terrible pareja que hacían Magrisse y su espada. Que Ife no estaba ahí era algo que tenían claro antes incluso de ir, pero querían intentar averiguar qué había ocurrido exactamente.

    Notaron los restos de la magia de un portal y vieron la guadaña abandonada a un lado, medio oculta en el heno. Eso dejaba claro que Ife no se había ido por buena voluntad, un mutuwa jamás olvidaría su guadaña. Tenía que haber sido un secuestro.

    Ahora bien, ¿quién podía secuestrar a una criatura tan poderosa como un mutuwa? Debía ser rápido y tener un dominio de la magia increíble. De hecho, seguramente habían sido al menos dos personas… aunque Lulú insistía en que no estaba seguro de que fuesen «personas».

    Al volver a la habitación, Thio se arrodilló frente a Lulú, que estaba sentado en una de las camas, y le tomó las manos pese al gruñido de Nuluha.

    —Vamos a peinar la ciudad. El nigromante y yo iremos en direcciones opuestas, él cubrirá el sur y el este y yo el norte y el oeste de la ciudad. Encontraremos un rastro que seguir, ya lo verás.

    —Y… ¿Qué hacemos nosotros mientras tanto? —preguntó Jullen con los brazos cruzados sobre el pecho.

    —No podéis hacer mucho, querido. —La voz de Atro directamente en su oído hizo que Jullen diese un saltito por la sorpresa —. Vosotros dos, de hecho, deberíais quedaros en la habitación sí o sí.

    —Eso es… sorprendentemente, correcto. —Reconoció Nuluha —. Magrisse y yo montaremos guardia alrededor de la posada. No sabemos si los secuestradores volverán o no a por la guadaña.

    Lulú, que tenía el arma de Ife a su lado, bajó la mirada y suspiró. Thio le acarició la mejilla, intentando transmitirle calma y esperanza, y le dedicó una sonrisa que consiguió que Lulú le sonriera también un poco.

    Que esto provocara que el corazón de Thio se acelerase no tiene importancia en estos momentos.

    —Intentaremos mantenernos entretenidos. —Decidió el chiquillo, y entonces miró a Jullen —. Ibas a hacer un diseño para el concurso de escultura, ¿no? ¿Por qué no nos centramos en eso mientras ellos investigan?

    Jullen se frotó el cuello, pero al final sonrió con más convencimiento.

    —¿Me harás de modelo, Lulú?

    —¡Nada de desnudos! —exclamó Nuluha.

    Cuando Lulú se rio, aunque fuese de forma suave, todos los demás, incluso Atro, sonrieron un poquito.




    —¡Magrisse! —¿Era la voz de Nuluha? —¡Magrisse, despierta!

    La guerrera consiguió abrir los ojos. Su vista estaba desenfocada y de pronto todo su cuerpo empezó a enviar fuertes señales de dolor. La cabeza le daba vueltas y se sentía como si un orangután de metal le hubiese dado la paliza de su vida.

    —¿Qué ha… pasado…? —Consiguió preguntar con la voz forzada. ¿Había gritado? Le costaba recordarlo.

    Miró a su alrededor y vio que estaba en la habitación de la posada, en el suelo, entre los brazos de Nuluha. La debían haber lanzado contra una mesa, porque la mesa estaba rota y eso hacía que el dolor tuviese más sentido.

    Jullen estaba en la cama, seguramente Nuluha lo había revisado primero a él. Parecía dormido y Kitá le lamoteaba una mano con soniditos de vaca preocupada. O a Magrisse le sonaba a preocupación genuina. ¿Por qué esa vaca era tan humana a veces?

    —¿Estás bien? ¿Recuerdas qué ha pasado? —Le fue preguntando Nuluha con paciencia, aún revisándola para comprobar que no tuviese heridas graves o alguna contusión en la cabeza.

    —No estoy segura…

    —¿No sabes dónde está Lulú?

    Magrisse entonces parpadeó y se esforzó por incorporarse, necesitando la ayuda de Nuluha. Sí, Lulú… ¿Dónde estaba Lulú? Poco a poco empezaron a llegar imágenes a su mente. Era confuso y el dolor de cabeza no le ayudaba, pero… Sí, sí, lo empezaba a recordar.

    Nuluha había salido para dar una vuelta a la manzana, buscando actividad sospechosa, y Magrisse había aprovechado que Jullen y Lulú estaban más tranquilos, centrados en los dibujos de su primo, para bajar a pedir más comida y agua al posadero.

    Al volver a la habitación, había visto a un hombre encapuchado tomando en brazos a Lulú. Tanto Jullen como Lulú, incluso Kitá, estaban inconscientes. Magrisse había empezado a cargar para atacar, pero un segundo intruso la había golpeado con fuerza. La pelea había sido vergonzosamente corta, y pronto Magrisse había volado por toda la habitación para estamparse contra la mesa, tirando por el suelo todos los bocetos en los que había estado trabajando Jullen.

    Después… La habían golpeado una última vez para dejarla inconsciente y se habían llevado a Lulú.

    Al recordar todo esto, al contárselo a Nuluha, sintió una impotencia y una rabia tan fuertes que se llevó una mano al pecho en un gesto de dolor físico y sintió las lágrimas apiñarse en sus ojos.

    —¿Cómo he podido consentirlo…?

    Nuluha, sin embargo, la abrazó con suavidad, queriendo reconfortarla con algunas caricias en su espalda.

    —Dos brujos contra una guerrera. No es culpa tuya. Lo solucionaremos, ¿vale? Recuperaremos a Lulú y al mutuwa.

    Apenas estaba diciendo esto, Thio y Atro entraban en la habitación. Se habían encontrado en la calle y habían subido juntos, pero ninguno esperaba encontrar el caos con el que se toparon.

    —¿Dónde está Lulú? —preguntó Thio con una nota de pánico. Atro, por su parte, se había subido a la cama donde reposaba Jullen y le acariciaba una mejilla.

    —Se lo han llevado. —Nuluha habló con una voz sorprendentemente calmada. Quizá sólo estaba intentando no empeorar el estado de Magrisse —. ¿Habéis encontrado algo?

    —Sí. —Atro llamó la atención de todos los presentes —. Sé dónde se esconden, pero debo advertiros… La energía que desprende ese sitio es capaz de asustarme incluso a mí. No será fácil entrar y mucho menos salir.

    —Por supuesto. Las cosas fáciles nunca han estado a nuestro alcance. —suspiró Nuluha, todavía acariciando la espalda de Magrisse.




    Lulú no despertó en la guarida de los Aniquiladores. Tendría que haber dormido apaciblemente hasta que el hechizo dejase de hacer efecto y abriese los ojos de manera natural, pero algo había interrumpido la magia: Lulú había caído al suelo.

    El golpe fue suficiente para despertarle y ponerle en posición defensiva. Vio entonces una figura negra que despedía una energía mágica muy fuerte luchando contra dos encapuchados e intentó alejarse, pero chocó contra una pared y eso le hizo darse cuenta de que ni siquiera sabía dónde estaba.

    ¿Era… algún subterráneo? ¿Una cueva? Había techo y paredes de roca, y crecían pequeñas plantas de tipo matojo. También había humedad, y si no fuese por los sonidos de lucha quizá habría podido oír un goteo o agua correr.

    Buscó una salida, pero pronto vio que la única viable estaba justo tras el campo de batalla improvisado. Para bien o para mal, los dos encapuchados no tardaron en caer y la figura negra se acercó a él.

    Lulú estaba listo para morder e intentar correr, aunque eso supusiera su muerte, pero para su sorpresa la figura le tendió una mano y fue entonces cuando Lulú se calmó lo suficiente para notar que no había amenaza. Esa figura transmitía calma, pese a que su pecho subía y bajaba tras el esfuerzo de la pelea. No había ira ni intenciones asesinas. Quizá un poco de alegría por haber vencido.

    Dubitativo, aceptó la mano y se puso en pie, y entonces esa persona se quitó la máscara para revelar el rostro de una mujer que no debía ser mucho mayor que su madre.

    —¿Estás herido? —Le preguntó con una voz suave, y al ver a Lulú negar se permitió sonreír un poco —. Bien, me alegro. Sé que tienes preguntas, pero lo primero va a ser sacarte de aquí, ¿está bien?

    Otra vez, Lulú sólo respondió con la cabeza y la desconocida apretó su mano y empezó a caminar, guiándolo por esos túneles hasta salir a la luz de la luna. Desde donde estaban, una especie de risco, podían ver Haflán.

    —¿Quién eres? ¿Y quiénes eran esos… hombres? —Dudó al llamarlos hombres.

    —Me llamo Crifala y esos soldados eran Aniquiladores. Son parte de un ejército a medio camino entre la vida y la muerte que sirven a un sacerdote sectario.

    —Ellos… Creo que secuestraron a mi amigo, Ife. Un mutuwa.

    Crifala ladeó la cabeza, pero no pareció demasiado sorprendida.

    —Así es. Iban a llevarte a su guarida con él, pero sus motivos se me escapan. Y creo que es mejor así.

    —No lo entiendo… Sé que hay gente que desea el poder de los mutuwa, pero ¿qué puedo ofrecer yo?

    Crifala sonrió un poco y le puso una mano en el hombro.

    —Puede que seas una de las criaturas más importantes de todo el mundo, joven Lulú.

    —… ¿Cómo sabes mi nombre?

    —Sé muchas cosas. Por ejemplo, sé que ahora mismo tus amigos se dirigen hacia la guardia de los Aniquiladores. Los masacrarán si no intervenimos.

    —¿Nosotros? ¿Y qué vamos a hacer? ¿Le impediremos entrar? ¿Y qué haremos con Ife?

    —No les vamos a impedir entrar, vamos a ir con ellos.

    —Yo… No sé luchar. No sé hacer magia, sólo sería un estorbo. —rebatió con una nota de miedo en su voz.

    —Oh, no te preocupes por eso. ¿Confías en mí?

    Lulú miró a aquella mujer. Siempre había sido un chico confiado y amigable, pero no era estúpido. No, no confiaba en ella. Aun así, le había salvado la vida y parecía estar dispuesta a salvar también a Ife y a sus amigos…

    Aceptó la mano que Crifala le tendía.




    Era difícil saber quién del grupo se había sentido más aliviado y feliz al ver a Lulú acercarse a ellos sano y salvo. Nuluha y Magrisse habían saltado a la vez para abrazarlo y, como si fuesen sus madres, comprobar que no tuviese ninguna herida y que estuviese bien. Después, Thio había conseguido hacerse un hueco entre las mujeres para tomarlo de la cintura y levantarlo en un fuerte abrazo. Jullen había sido el siguiente en abrazarlo, y Atro…

    Atro miraba con una ceja enarcada a la segunda recién llegada.

    —¿Quién es tu poderosa amiguita, Lulú? —preguntó mientras miraba de arriba abajo a esa mujer, quien por cierto no parecía molesta con el escrutinio.

    —Es Crifala. Ella me ha salvado… —dijo en voz bajita, tomando la mano de Nuluha —. Tiene un plan para rescatar a Ife.

    —Ah, ¿sí? —Magrisse cruzó los brazos bajo el pecho y la miró con la barbilla un poco alzada —. ¿Sabes a quiénes nos enfrentamos y cuántos son?

    —Sí a lo primero, no a lo segundo. —Lo respondió con calma, parecía estar ya preparada para ese tipo de preguntas —. Ahí dentro hay un grupo de Aniquiladores. —Thio y Atro hicieron un gesto parecido, debían ser los únicos que conocían ese nombre —. No sé cuánto hay, pero sí sé qué quieren.

    Miró entonces a Lulú, que seguía bien pegadito a Nuluha.

    —No vamos a usarlo de cebo. —dijo Thio de forma tajante, con tanta seguridad que casi sonó como un general militar —. Si lo quieren, nos matarán a todos para conseguirlo.

    —No lo harán. —Crifala abrió el fardo que había estado cargando y mostró la ropa de los Aniquiladores con los que había luchado antes —. ¿Cómo te llamas?

    —Thio Ruogal. —dijo con tono orgulloso.

    —Muy bien, Thio. —No parecía impresionada por su apellido —. Tú y yo tenemos la complexión necesaria para llevar estos uniformes y la magia para pasar desapercibidos durante, al menos, unos minutos. Entraremos con Lulú como si fuese nuestro prisionero, mientras las dos guerreras rodean el perímetro. Una llevará la guadaña, con suerte podrá acercarse al mutuwa lo suficiente para entregársela. A partir de ahí todo será más fácil. Nigromante, ¿nombre?

    —… Atro. Ya sé lo que me vas a pedir. —suspiró de forma dramática —. Los Aniquiladores están vivos y muertos a la vez. Supongo que querrás que explote ese lado muerto para intentar al menos inmovilizarlos…

    —Ah. Bien, me alegra que no seas tan estúpido como tu apariencia hace parecer.

    —¡Eh!

    —Espera… ¿Y yo? —preguntó Jullen, que no sabía si sentirse aliviado o enfadado de no haber sido incluido en el plan.

    —Tú te quedarás aquí, fuera de la cueva, y si notas que hemos tardado más de media hora en salir, correrás por tu vida y rezarás a los dioses que los Aniquiladores no te conviertan en su próximo objetivo.




    El plan de Crifala estaba yendo sorprendentemente bien. Nuluha y Magrisse se movían con sigilo, encontrando parapeto en las formaciones rocosas naturales de esa cueva. Nuluha llevaba la guadaña de Ife, intentaba acercarse por su lado, mientras que Magrisse rodeaba por el otro con Atro intentando ocultar sus huellas para que el líder sectario o cualquiera de sus seguidores no las localizasen.

    Por su parte, Thio y Crifala entraron por la puerta y recorrieron la avenida principal con Lulú fingiéndose dormido en brazos del brujo. Llegaron frente al líder sectario sin que, al parecer, nadie sospechara nada, pero entonces…

    Entonces el líder frunció el ceño y apartó con un gesto de su mano las capuchas de los falsos Aniquiladores.

    Sin embargo, antes de que se desencadenase una lucha en medio del subterráneo, Crifala arrancó el colgante de Lulú de su cuello, y el muchacho al momento empezó a llorar y a hacer aspavientos, como si le costase respirar. Se llevó las manos al pecho y soltó un gemido del más puro dolor, y entonces echó la cabeza hacia atrás y gritó.

    Su grito vino acompañado de una especie de luz que empujó con fuerza a todos los Aniquiladores —y a Atro— hacia atrás, pero que bañó con una calidez digna del sol de verano a todos los demás, incluido Ife.

    Todos parecieron quedar maravillados con aquello, incapaces de moverse, menos Crifala, que aprovechó la confusión para romper las cadenas de Ife y cogió a Lulú en brazos antes de que golpease contra el suelo ahora que había caído inconsciente. Le puso otra vez el colgante y les hizo un gesto a los demás.

    Nuluha reaccionó tras sacudir la cabeza y le entregó la guadaña a Ife, Magrisse regresó a por Atro, que estaba todavía recuperándose del golpe.

    —¡Abre un portal! —Le bramó Thio al mutuwa con cierto pánico en la voz al notar al líder sectario recuperado ya casi del todo.

    Apenas Ife hizo el portal, Crifala saltó por él con Lulú bien abrazado. La siguió Nuluha, que se negaba a perder de vista a su protegido, después Thio y Magrisse con Atro. Aterrizaron a las afueras de Haflán, por la zona norte, y rápidamente todos se giraron a Lulú con distintas emociones pintadas en el rostro.

    —¿Qué ha sido eso? —Fue Nuluha la primera en conseguir hablar.

    —No hay tiempo para explicaciones. Debemos poner distancia con los Aniquiladores y encontrar cuanto antes una forma de ocultarnos ante ellos.

    —No voy a irme sin mi primo. —Afirmó Magrisse con rotundidad.

    —Y tenemos que volver a la posada. La maldita vaca sigue ahí y tenemos que recuperar nuestras cosas.

    Crifala bufó y rodó los ojos, pero asintió.

    —Propongo entonces que Thio vuelva a por Jullen. Tiene magia, puede hacer un portal si es necesario. Magrisse irá a la posada. Los demás nos dirigiremos hacia el noreste.

    —¿Por qué al noreste? —Nuluha afiló la mirada con desconfianza.

    —Porque ahí hay una de las últimas tribus de druidas del mundo, y ellos son los únicos que podrán proteger a Lulú. —Ladeó la cabeza al ver la incertidumbre —. No sabes a quién estás protegiendo, ¿verdad?

    —¿Por qué no me lo explicas?

    —Es una historia muy complicada y, de todas formas, no tenemos tiempo. Los Aniquiladores no tardarán en venir a por nosotros, es mejor que nos pongamos en marcha.

    —Por mucho que odie decir esto, la bruja tiene razón. —Gruñó Atro, aún dolorido —. Seguro que nos podrá contar esa «historia muy complicada» por el camino.




    Sudy, líder actual de los Aniquiladores, hervía de ira. Había tenido a la princesa y al dios en sus manos y ahora los había perdido a ambos.

    Lo peor es que no lo entendía. La princesa llevaba varias reencarnaciones sin poderes. ¿Cómo los había recuperado de pronto? ¿Quién había propiciado eso? Porque no creía que fuese algo natural. La magia no despierta de su letargo con tanta facilidad.

    Entonces un símbolo se le vino a la mente, un símbolo que pertenecía a los antiguos druidas. Pero esos imbéciles amantes de la naturaleza habían sido llevados a la extinción, y los pocos remanentes estaban tan bien ocultos que ni siquiera él los podía localizar. Sólo otro druida conocería los enclaves de esas pequeñas tribus.

    Golpeó con rabia una piedra y después se obligó a respirar hondo.

    —No pasa nada. Los hemos localizado una vez, lo volveremos a hacer. —se dijo a sí mismo, pero después se dirigió a sus soldados —. Investigad a esa mujer. Encontradla, interrogadla y matadla. No quiero errores esta vez.


    SPOILER (click to view)
    A ver, que esto es lo más largo que he escrito desde noviembre, no te esperes aquí un premio Pulitzer xdd

    Lo único que voy a comentar sobre esto por ahora, porque realmente no tengo mucha más energía para esto, es que Crifala es la enviada especial de Larhis. Atro no la conoce y la gracia está en que el grupo no lo sepa. Ea pues.

    Vuelvo a desaparecer, no sé por cuánto tiempo. Ya sabes dónde encontrarme xdd
     
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8 replies since 3/4/2020, 22:17   222 views
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