// Ferra en la universidad // [Original/+13][FINALIZADO]

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    ¡Buenas, buenas! Vengo con un fic original por primera vez en casi un año, y es que el señor Kaito-Takeshi me inspiró para escribir algo por mi lado. En especial me apetecía hacer algo que tuviera componentes de mi vida, así que... en una semana y medio ya he escrito este fic de 88 páginas. Aunque he cambiado muchos componentes vitales, la trama más básica (es decir, la situación anímica del protagonista) es lo que viví yo en mis carnes por allá en 2015, justo antes de meterme en este foro. Espero que os guste el fic, le he puesto mucho amor y me he encariñado con los personajes (que sí que me los he inventado). Os dejaré con el prólogo y el primer capítulo <3

    Advertencias: se intuye algo de sexo y hay lenguaje vulgar o explícito.

    Ferra_2_0


    AA_-_Favorito_1


    Prólogo – Estoy jodido



    Estaba allí, en clase, después de varias horas taladrándome el cerebro con dudas, ansiedad, culpa, migraña, totalmente incapaz de escuchar cómo las primeras poblaciones del neolítico se expandieron desde Próximo Oriente por toda Europa. Mis dedos habían dejado de teclear en mi portátil en un momento muy concreto de esa lección. Quizás el peor de toda la hora y media que duraba cada clase. Había perdido el hilo sólo porque a mi amiga Ada se le ocurrió soltar esta fuerte sentencia:

    —Mira que eres bobo. Te gusta. No pasa nada.

    La miré con intensidad y esperé encontrar alguna falla a su discreto maquillaje, sólo para devolverle el puñetazo a la barriga que me había pegado. La muy lista había querido dejar claro que aún tenía acné, que no le importaba, y sólo se había dado un poco de color. Maldita sea ella y su manía de lucir perfectamente sus imperfecciones. Luego miré al frente, a la pizarra.

    —Oh —solté. Me lo temía. Odié escucharlo igual. Ya no habría manera de recuperar aquella clase.

    —¿Cómo que «oh»? ¿Cómo puedes decir sólo «oh»? —susurró, algo descontrolada, mi amiga más aplicada, Juana—. ¡Es bonito, pero lo peor es que tienes novia ya, joder! ¡Lo último que puedes decir es «oh» como si fuera un chiste sin gracia!

    Ada se rio por lo bajo como si nada, mientras Juana empezaba a poner carotas que reflejaban mucho mejor lo que sentía en esos momentos. Tenerlas a lado y lado me hizo sentir como si tuviera esa pelea de ángel y diablo que aparece en tantas películas y series a mi alrededor. En particular, me recordó a Kronk de El Emperador y Sus Locuras. Porque aquello era una locura, definitivamente.

    Pero ya que recuerdo la peli, me voy a echar un Kuzco ya mismito.

    Supongo que quien lea esto se estará preguntando qué diablos pasa aquí, y por qué se reparten leches (léase, dramas) desde las primeras líneas; quién es este tipo que habla y por qué sus amigas discuten en medio de una clase de prehistoria.

    Me llamo Fernando. Uno de tantos. Odio mi nombre, así que decidí convertirlo en algo más interesante, y casi siempre me presento como Ferra. Hasta un jugador famoso de Rocket League usa ese apodo, así que respeto. Mediana estatura, cuerpo más propenso a ser un fideo que no robusto, pelo castaño sin mucho que añadir, ojos castaños sin mucho que añadir.

    Un día decidí que me interesaba estudiar Antropología Social, con la pega de que las las asignaturas de primer año parecían sacadas un poco de la carrera de una carrera de Humanidades cualquiera. Así que aquí estoy, sentado en primera línea de clase, en la universidad regional, en una asignatura que no me interesa lo más mínimo, con mis dos únicas amigas en firme de mi curso.

    Y sí, habéis oído bien. Tengo novia, una tía estupenda que se llama Carla, y me gusta alguien más. Esas cosas pasan. Pero no a mí. Nunca a mí.
    Para el (des)afortunado que esté leyendo: no te rías mucho de mi desgracia y buena suerte. Probablemente tendrás más que yo, pero aun así.

    _______________________________________________________



    1. Hay un problema



    ¿Por dónde debería empezar? Cuesta establecer un punto concreto en el que decir «aquí, aquí fue cuando todo empezó a irse lenta y atascadamente por el desagüe» (creo que me he inventado una palabra ahí). Lo normal sería cuando conocí a esta misteriosa persona que me gusta, ¿a que sí? Pues no. Yo ya estaba jodido de antes.

    Quizás el mejor momento es aquél que ocurrió al cabo de nueve meses felicísimos (sin ironías, juro sobre la Biblia Satánica de mi madre si hace falta) de empezar a salir con Carla. Acabábamos de empezar la universidad, aunque escogimos carreras distintas. Ella sí había entrado en Historia y, aunque eso había creado tensiones, tenían un origen bastante distinto.

    Nos estábamos besando. Nada especial, rollo romántico de pareja en mi casa vacía con un poco de música pop de fondo. Mis contrastadas banderas de artistas Funk a lo anime de los 90 nos observaban tumbarnos en la cama para estar más cómodos.

    Sabía que a Carla le encantaba que le lanzaran mordisquitos al cuello, así que eso hice. Me parecía divertido juguetear para soltarle unas risillas nerviosas. Me encantaba ser travieso si era lo que Carla quería, y yo me lo pasaba bien, porque extendía mi momento romántico a mi antojo.

    Carla se dejó hacer un rato hasta que pasó una mano por debajo de mi camiseta. Yo dejé que se diera el placer. No me decía nada que lo hiciera, pero sabía que a ella le gustaba mi cuerpo, aunque no fuera la octava maravilla del mundo, y acariciarlo le hacía sentir cercana a mí.

    Me tumbé de lado por comodidad, para descansar mi cabeza mientras los besos tiernos seguían apareciendo uno tras otro.

    Y entonces sucedió. Carla metió una mano por debajo de mis pantalones. Mi peor temor.

    —¿Pero qué…? —susurró.

    A mí se me pasaron todas las ganas de romance de golpe. Había temido ese momento desde que, durante el verano, Carla empezó a ponerse bikinis sólo para mí. Pero, a sus ojos, mi rostro era indiferente. Me senté de nuevo, con las piernas cruzadas. Ella se incorporó.

    —No estás duro. Ni siquiera mojado. —A pesar de que no era la primera vez que alguien me decía semejante frase, sí era la primera en la que estaba obligado a dar una explicación—. ¡Dios mío, eres gay! ¡Me has mentido!

    «Ojalá, eso lo haría más fácil», pensé, poniendo mala cara por los chillidos.

    —No soy gay, soy bisexual. Te lo dije cuando nos conocimos en las clases de repaso —le recordé.
    —¡¡No te creo!! —gritó, levantándose y ordenándose la ropa. Me olvidé comentarlo: Carla exageraba todo a una velocidad alarmante—. ¡¡Me has mentido sólo para presumir de novia y que tus padres se callaran!! ¡¡Me has usado!!
    —Bueno, técnicamente no lo he hecho, ¿no lo has visto? —No fue mi frase más acertada, lo reconozco. Ella gruñó como un toro a punto de embestir—. Pero si me dejas explicarte…
    —¡¡Explica entonces todo ese anime y esos manga llenos de chicos!! ¡¿Por qué ellos sí y yo no?!
    —¡Pero si también hay chicas, leímos juntos un manga en el que sólo había mujeres! —protesté.
    —¡¡PUES DIME QUÉ COÑO ESTÁ PASANDO!!

    «Por fin», pensé. No sólo porque iba a escuchar, sino porque la ocasión era perfecta. Aunque una novia hecha una furia no era la mejor disposición para aceptar una nueva realidad.

    —Soy asexual —solté. Y suspiré. Dioses, me sentí libre por primera vez en años—. No me atraen los cuerpos de las otras personas.

    Carla se quedó tan atónita como cuando yo descubrí que tal concepto existía. Estuve a punto de decir en voz alta que quizás significaba que no era «bisexual», porque de sexo nada, pero no se me ocurría un mejor término.

    —Me dijiste que te masturbas a veces. —Vaya mala pata que se acordara de una confesión mutua en ese maldito momento.
    —Cuando el cuerpo me lo pide, pero…
    —Y lees mangas románticos entre dos hombres.
    —Sí, yaoi, me encanta, y el yuri también, ya lo sabes.
    —Pero tienen sexo.
    —No me dice nada.
    —¡Anda ya, joder! ¡¿Para qué nadie leería eso si no fuera por el sexo?!
    —¡Yo lo leo por la trama! —De acuerdo, esa era la frase menos creíble que pude haber soltado, pero me estaba enervando, ¡no tenía la culpa de aquello!
    —¡Y una mierda! ¡Me estás mintiendo!
    —¿Entonces qué? ¿Quieres que me desnude, nos pongamos un par de videos porno de cada orientación sexual que se te ocurra y te demuestre que ni con grúa mi polla se levanta? Porque si así me crees, pues adelante, hago el sacrificio.
    —Oh, sí, muy bonito, ahora hazte la víctima, ¡lo que me faltaba!

    Carla lo tuvo muy claro. Tomó sus cosas y, dando un melenazo con su pelo ondulado, se fue de mi casa dando un soberano portazo, que inmediatamente fue respondido por los gritos mi vecina de arriba, una anciana que padecía dolores y gastaba un mal humor de cuidado.

    —En fin —dije.

    No me planteé detenerla. No solía ser capaz de mantener una discusión durante largo tiempo. Acabaría callando y dejarme gritar por no saber qué decir sin repetirme. ¿Cómo lo hacían los de las telenovelas de mi abuela para gritarse durante medio capítulo?

    No puedo decir que la llegara a entender en ese momento. O nunca. No entenderé qué es que alguien, mi novia en este caso, se sienta despechado porque no me atrae físicamente. Tampoco entenderé qué es que te atraiga alguien físicamente, mejor dicho. Y desde ese momento hasta el presente, bueno, he aprendido un par de cosas sobre mi pequeño problema.

    Dije hace un rato que Carla es estupenda, pero aquí estoy, dejando ver su lado menos comprensivo. Yo no pude hacer más que entender su enfado, en ese momento. Carla había tenido mucha paciencia conmigo. Le había dicho que tendríamos que esperar para el sexo, en un vano intento de conseguir una reacción por parte de mi cuerpo. Ella me dijo que lo que necesitara, porque me quería, era buena persona, y ella también quería sentirse segura después de una mala ruptura. Pero mientras ella recuperaba la confianza estando conmigo y gustándonos, mi cuerpo no había seguido el mismo camino.

    Y es que, para empezar, no había tenido una relación seria antes porque como el amiguito no se levantaba, no creía que valiera la pena empezar nada con alguno de mis excompañeros del instituto. Se pasaban la vida hablando de sexo y notas, y sexo, y fiestas, y sexo, y marihuana y más sexo. Sólo en ese momento de repasos para el examen preuniversitario había bajado mi guardia y Carla había entrado con su amabilidad y delicadeza en mi vida. Y nos gustamos.

    Por desgracia, Carla tenía su cara negativa y tendía mucho a los celos y los arranques de ira cuando creía que la mentían. Lo dicho, esas malas experiencias.

    Así que ahí estaba, solo en casa, sentado en la cama, un Ferra sin comprender, que por fin había liberado su peor miedo por primera vez con alguien, y que había acabado con ese alguien saliendo por la puerta de su casa.

    Me sentí igual que cuando descubrí el término «asexual»: como un alien. Así fue como el idiota de mi clase, tres años atrás, nombró a todos los asexuales cuando la profesora de educación sexual les definió. Acabó castigado, pero yo aprendí una dura lección: no contar a nadie lo que era.

    A pesar de ello, había sido capaz de abrirme a Carla. Había ensayado mi definición, porque sabía que algo así podía pasar, pero no había ensayado toda una conversación.

    —Tendría que decirle algo, a alguien —me dije, poco convencido. Pero dudaba que nadie me comprendiera.

    En lugar de eso, me tumbé boca abajo y me dormí, intentando que mi creciente ansiedad se despejara antes de que quedara descontrolada.

    AA_-_Favorito_1_0


    Pues nada, aquí tenéis el inicio <3 podríais jugar a ver qué es autobiográfico y qué no haha pero ya doy la evidente: Ferra es asexual. Yo no XD

    Edited by Mare Infinitum - 8/8/2020, 00:04
     
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    Un Fudanshi en manos del destino...

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    Hola! Pues me alegro de haberte inspirado, porque sobre los dos capítulos que nos has compartido solo puedo decir... ¡¡NECESITO MÁS!!

    XD XD Pues a ver, yo haciendo reviews no soy muy bueno, pero sí me gusta ser prudente. A esa edad supongo que es normal que alguien no entienda a alguien que sea asexual. Supongo que le puede más el complejo de no poder excitar a su pareja y eso hace que su autoestima este por los suelos y no pueda más que abroncarle. Definitivamente, le vamos a dar un poco de tiempo a ver si lo acaba entendiendo. Aunque me da a mí que esa otra persona que le gusta a Ferra igual consigue algún estimulo... no sé, no sé. Estaremos atentos a ver como avanza la cosa ;P

    Lo dicho, dos días son demasiado. Necesito contenido que llevarme a las vacaciones!! XD
     
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    ¡Buenas! Pues no sabría qué decir, el fic está muy al inicio haha a ver qué tal es y cómo se desarrolla, no? :3 No voy a decir nada al respecto :V me encanta tener a la gente a la espera :V

    AA_-_Favorito_1_1


    2. Adiós


    A la mañana siguiente, en la universidad, Ada me esperaba con paciencia y su móvil en la mano. Vimos pasar a Juana por delante, que iba derechita a sentarse a primera línea, pero aún no nos habíamos conocido.

    —Tienes mala cara —me dijo.
    —Una mala noche —respondí, sin más.
    —¿Quieres hablar de ello?
    —Carla y yo nos hemos peleado —dije, al cabo de un par de segundos.

    Ada suspiró, negando con la cabeza. Se rascó la base de su cabellera castaña lisa en la frente. Era una chica astuta, sabía que lo había intuido.

    Ada y yo nos conocíamos desde hacía prácticamente el mismo tiempo que con Carla… lo que significaba que ellas dos no se caían bien. Cuando Carla y yo empezamos a salir y yo no me enteraba de nada por la magia de que me gustase alguien tanto, mi celosa novia echaba miradas de «este es mío» a Ada, con quien yo había empezado a compartir apuntes y quien no tenía absolutamente ningún interés en mí. Además, en el pasado ya se habían peleado por otros chicos, lo que ya era un mal comienzo para el pobre desgraciado que estaba en medio: yo.

    —¿Qué ha sido esta vez? ¿Quién te ha mirado mal?
    —No, uhm… Fue culpa mía —me sinceré. Era como me sentía realmente. Miré al frente. No podía mirar a nadie a la cara cuando me sentía culpable—. Le dije algo que no le gustó.
    —¿Algo importante? —dedujo. Yo asentí—. ¿Crees que entrará en razón?
    —Siempre lo hace, pero no lo sé.

    Como toda respuesta, ella me abrazó.

    Lo que decía: Ada es muy astuta. Supo que no podía preguntarme qué era exactamente lo que había pasado. Ser asexual lo sentía como sustituir una carga por otra: casi no tendrás instintos primarios, pero vivirás en la vergüenza como un paria. Aunque Ada no tuviera nada que ver con mi inexistente vida sexual, tampoco era capaz de contárselo.

    Para la gente que crea que en la universidad nos volvemos maduros mágicamente, no, eso no pasa. Mi primer año estaba siendo una continuación algo diluida del instituto en lo que a dramas adolescentes se refiere, y mis compañeros solían tener disputas ridículas del mismo tipo que con chavales dos años menores. Por eso no me había hecho amigo de la mayor parte de mi clase. No me sentía cómodo con ellos.

    —¿Crees que te vendrá a buscar hoy? Siempre tomáis el tren de vuelta juntos.

    —No lo sé. Normalmente hablamos por la noche, pero ayer no nos dijimos nada.

    El profesor pasó por delante de nosotros. Saludaba a algunos alumnos y a otros les ignoraba, pero era lo habitual allí. Aún no nos conocía de cara. Igualmente le seguimos, porque en la universidad puedes saltarte el tiempo de clase que quieras… y toda la información que te pierdas, o la pides en apuntes, o no la tienes. Es tu responsabilidad.

    Ada escogió el sitio. Detrás de Juana, en segunda fila, al lado opuesto del pupitre del profesor. Aunque Ada era estudiosa, prefería no estar al alcance de los profesores. Ella y yo compartíamos la característica de querer hablar entre clases y, a veces, como lo que ha pasado al inicio, podían ser cosas realmente importantes.

    La clase se fue llenando mientras me contaba cosas sobre su posible nueva pareja. Yo asentía, algo distraído, mientras veía a caras más o menos conocidas pasar por delante. No es que no le hiciera caso, pero Ada siempre hacía lo mismo: empezaba a gustarle alguien, empezaba a dar señales, pero luego pasaba algo que hacía que esa nueva persona desapareciera de su vida. Ya había aprendido cuándo empezaba a pasar aquello, y esa mañana era una de esas ocasiones.

    —… Así que no sé si le daré una oportunidad. No me ha gustado lo que ha hecho.
    —Ajá.
    —¡Tío, pero qué haces! —susurró alguien, unas filas más atrás. Nos llamó la atención a ambos—. ¡Pero si estamos en clase!
    —¿Y qué? No ha empezado aún, ¿no? —contestó una segunda persona, un chico.
    —¡Qué malas entrañas! —dijo un tercero.
    —Vamos, que ya nos conocemos. ¿Ya no recordáis lo que hacíais vosotros en secundaria?

    El profesor llamó la atención del grupito para poder empezar su clase y nos quedamos sin información. Pillamos a Juana girada de espaldas también, y se apresuró a mirar al frente. Ada y yo nos miramos, y esperé unos minutos tomando apuntes antes de hablar por primera vez con quien sería una de mis mejores amigas en ese sitio.

    —Oye, ¿tú sabes qué ha pasado ahí?
    —No. Cállate, que no escucho.
    —Mentirosilla —se rio Ada discretamente. Esa clase de risita suave y aguda que sólo indica una cosa: travesuras.

    Juana se puso rígida como una estatua y dejó de escribir.

    —Es sólo un idiota y ya está. No le hagáis caso.
    —Pues vale —solté, poco convencido.

    No quería alertar al profesor, así que no miré atrás buscando a aquel chico. Estuve muy tentado. Ada tampoco lo hizo, tomaba apuntes en su propio portátil. En consecuencia de aquello, Juana no nos volvió a hablar en una semana.

    Al cabo de un par de minutos esperando a que Juana dijera algo más, recibí un mensaje de Whatsapp. Era Carla.

    —Dice que me pasará a recoger —le susurré a Ada.
    —Bueno, parece que está de mejor humor —contestó, de forma algo abrasiva.
    —Yo no, pero no quiero estar peleado.

    No di pistas de qué era lo que me ocurría lanzando aquella última frase conciliadora. Me aseguré de que Ada no cotilleaba en mi móvil mientras escribía. Nunca lo había hecho, pero me preocupaba que descubriera lo que era y me desplazara.

    Le puse un corazoncito a Carla en un mensaje para probar a ver si estaba realmente de mejor humor. Al cabo de un minuto, me lo devolvió. Eso me dio ciertas esperanzas, me daba ganas de verla y solucionar aquello. Aunque no tenía ni idea de qué hacer al respecto.

    Intenté despejarme hasta la última hora del día, que era justo antes de comer. Tomar apuntes en clase fue algo complicado, con la de cosas que tenía en la cabeza, pero conseguí ser productivo por una vez.

    Cuando la clase acabó y todo el mundo se iba, Ada y yo nos esperamos un poco más. Nos podía la curiosidad por lo de Juana y el chico de antes, queríamos ver si pasaba algo. Yo no sabía quién era, así que si simplemente se ignoraban iba a ser una pena.

    Juana estaba ordenando sus cosas con parsimonia cuando giró la cabeza hacia la izquierda, delante de nosotros. Un chico rubio no especialmente alto, quizás de mi estatura, y con buenas mejillitas caminaba con desinterés hasta la salida. Juana se hundió en sus cosas para disimular que le había estado mirando.

    —Adiós, ¿eh? —le dijo el chico rubio.
    —A-adiós…

    Ada y yo vimos como el chaval sonreía, satisfecho, aunque no con malicia. Luego nos fuimos nosotros y dejamos a Juana sola.

    —Esos dos se gustan, fijo —dijo inmediatamente Ada.
    —¿Has visto como estaba ella? Vaya vergüencita que se gasta. Qué monos.
    —Bueno, me voy por el otro pasillo. ¡Nos vemos!

    Me quedé algo atontado por la huida repentina de Ada, porque aún estaba pensando en lo gracioso de la clase de hoy, pero es que al fondo del pasillo estaba Carla esperándome. Ada no iba a malgastar energías encontrándose con ella.

    Me acerqué a Carla con nerviosismo y le di un corto beso en los labios como saludo. No me supo a nada.

    —¿Qué tal? —pregunté, como si nada.
    —Voy haciendo. Siento haberme ido el otro día de esa manera.
    —No pasa nada, ya sé que lo mío es un peñazo pero… no puedo hacer nada.

    Pude ver en su cara que aún no se lo acababa de creer, pero no dije nada. No quería que huyera de nuevo.

    —Yo pensaba que asexual era que nada… —Dejó la frase en el aire, pero no hacía falta detallar.
    —Ya —dije, vocalizando un poco fuerte—. Conmigo es así. Siempre me he avergonzado de ello.

    En vez de unas palabras de aliento, vi como desviaba la mirada por un segundo a un lado y luego me miraba de nuevo.

    —Debía de haber supuesto esto. La gente quiere sexo —musité, derrotado.

    Carla no supo qué decir. Nos pusimos a andar hasta la estación de tren.

    Tenía la esperanza de que saliera de ella el apoyo, o me preguntara cosas aunque yo no las supiera, pero no lo hizo. Yo pensaba que se podría llegar a un acuerdo sobre ello, y tampoco le iba a impedir que se tocara por su cuenta. Estaba esperando a que ella se mostrara dispuesta a todo eso.

    Quizás un solo día para pensarlo era demasiado pedir, pero mi miedo me impulsaba rápidamente a alejarme de Carla, aunque realmente me gustara y estuviera cómodo a su alrededor. Mi confianza se desplomaba.

    Al final, cuando ya nos disponíamos a separarnos para volver cada uno a su casa, me dijo:

    —Necesito una semana o así para pensar. ¿Te importa que no nos veamos en ese tiempo?
    —Me importa —contesté instantáneamente. Obviamente ella se sintió atacada, así que maticé—. Pero no veo otra manera de solucionar esto.
    —Hasta entonces.
    —Adiós.

    AA_-_Favorito_2


    ¿Qué os ha parecido? No será lo último que veamos de Carla, desde luego. Esto no pasó en mi vida, por suerte, me ahorré una parte de ese dolor. Aquí hay poca cosa que no me haya tenido que inventar, realmente.
     
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    Allá va uno de los capítulos chulos :3 espero que os guste :)

    AA_-_Favorito_3


    3. El esfuerzo


    Fueron malos días. Los recuerdos de la incomprensión de mis antiguos compañeros me persiguieron. Empecé a sentir ansiedad esa misma noche. Aunque casi nunca lo hacíamos, hablé con Ada por Whatsapp para intentar tranquilizarme, pero sin ser capaz de explicarle qué ocurría no me servía de mucho. Ella me insistió en que se lo contase, que no pasaba nada, pero no fui capaz.

    —Ferra, ¿cómo…? —empezó, al día siguiente.
    —No voy a hablar de ello —corté.
    —Vale…

    Quería centrarme en algo que se me diera bien. Clases. Estudios. Trabajos. Ada no me preguntó nada del tema en los mismos días que Carla tardó en volver a hablarme. Yo, a riesgo de quedarme solo y colapsar de trabajo, me impliqué todo lo que pude en clase. Me dieron unas migrañas de campeonato.

    Pero cada vez que me iba a dormir me sentía mal. Veía mi relación con Carla desvaneciéndose, quizás porque había puesto muchas expectativas en que sabría aceptar todo sin pensarlo. Me seguía gustando, pero resultaba distante. Y además, me sentía mal porque Ada tenía la confianza puesta en mí y no era capaz de comunicarme. Estuve toda esa semana haciendo un pensamiento serio para abrirme con ella. Se lo merecía. Era mi mejor amiga. Dudaba que pudiera ayudarme, pero igualmente.

    Carla y yo nos vimos al cabo de sólo cinco días. Me esperó un poco antes de hora delante de la universidad para poder hablar. Empezó con algunas dudas y luego me lanzó esto:

    —El sexo es importante para mí, es como la máxima expresión de intimidad y cercanía. Y deseo eso. Y no poder tenerlo…
    —Ya. —Estuve tentado de decir lo que había pensado cuando salió el tema la primera vez: aunque no me atrajera, podía ayudarla con eso. Pero después de una semana de sufrir y tal como estaba planteando aquella conversación, me había quitado todas las ganas—. Entonces ¿qué? ¿Lo dejamos?
    —¡No! ¡Yo te quiero!
    —Y yo, pero te lo tomas como una barrera infranqueable —repliqué, intentando controlarme para no volcar mi mala semana en ella—. Tócate todo lo que quieras, no me importa. Y no, dejar que te acuestes con cualquiera, haya confianza o no, no entra en mis planes.

    Carla no supo qué decir. Yo quería relajar el ambiente, así que la invité a sentarse en un banco. Su rostro me indicaba que se sentía incomprendida. No era muy bueno leyendo rostros, pero el suyo era tan expresivo, con esos ojos saltones y una mueca tan claramente indignada, que había que estar ciego para no verlo. Lo más gracioso es que ella no se había parado a pensar en nada que tuviera que ver conmigo, aún.

    —Escucha, esto puede seguir adelante. Podría pensar en algo, pero no ahora, después de la semanita que he tenido. Vayamos con calma.

    En realidad, eso iba más para mí mismo. Mi cuerpo se estaba rindiendo con ella, a pesar de que aún la quería. Pronto no quedaría nada. Nunca había pasado por ello, pero lo sentía, igual que sentí que contarle lo que me pasaba no era una buena idea. Tenía una intuición decente para esas cosas.

    —De acuerdo.

    Le tomé la mano. Me apetecía algo de cariño. Noté más que nunca el muro de hielo que se había formado cuando noté que casi la retiraba, pero la dejó. Algo se partió en mi corazón en ese momento: ella también se había planteado dejarme.

    Pasamos todo el rato antes de clases en esa posición, aunque yo me di el lujo de reclinar mi cabeza en su hombro. Me estaba entrando todo el sueño del mundo y consideraba que su hombro era uno de los pocos lugares seguros que tenía para hacerlo.

    Cuando ya nos habíamos separado y yo llegaba a clases, Ada me vio con mi ñoña.

    —Menuda carita de sueño, Ferra.
    —Ha sido una mañana larga… y ni siquiera son las nueve.

    Le conté la situación con Carla. Que parecía que estábamos a punto de romper. Que lo estaba intentando rescatar.

    —Si dices que no se ha tomado bien y los dos estáis pensando en dejarlo… quizás es lo que deberíais hacer.
    —Ya. —Quería hacerlo. Iba a hacerlo—. Todo vino porque… soy…

    Ada me tomó de la mano con cuidado y respiró lentamente. Instintivamente hice lo mismo.

    —Soy asexual. Y me odio por ello.

    Ada meditó un segundo. Supuse que no era la primera vez que escuchaba esa palabra.

    —Y ella esperaba algo más, claro. Yo no tengo que meterme en eso, ni sé nada de asexualidad, pero si necesitas que te escuche…
    —Gracias —musité.

    En ese momento no supe si entendió todo lo que significaba para mí haberlo contado. Me dije que Ada era muy lista, seguro que el apretón de manos no era casual.

    De todos modos, no pudimos hablar más. Juana se había puesto al ladito nuestro y temí que hubiera escuchado algo del secreto que tantos problemas me estaba causando. Pensé en decirle hola justo cuando el chico del otro día se plantó delante de ella.

    —He visto tus reacciones en Facebook. Oye, no pasa nada, ¿entiendes? Es algo natural. Te emperras en que está mal, pero el día que quieras…
    —¡Largo! —le soltó, entre susurros. Ada y yo estábamos disimulando, quejándonos de la próxima clase—. No quiero ser como tú.

    El chico rubio se rio como si hubiera visto un perrito hacer el payaso, le replicó un «vale» y se metió en clase. Juana le acribilló la espalda con su mirada, roja como un pimiento.

    —Tenemos un día de confesiones, ¿te apuntas? —le propuse. Sus mejillas rojas destacaban en su piel blanca y su pelo castaño clarito cortado por los hombros. Si había estado cerca cuando dije que era asexual, más me valía hacerme amigo de ella cuanto antes—. ¿Quién es? Van dos días ya.

    Juana pareció algo compungida, pero agradecida de que le hubiera propuesto hablar. Ada me había comentado entre semana que parecía una persona bastante solitaria, que coincidía en más clases que yo y no se la veía hablar mucho.

    Su carta de presentación fue curiosa.

    —Es un pervertido, eso es lo que es —dijo, furiosa.
    —Pues parece que te gusta —contestó Ada.
    —¡¿Pero qué dices?! ¡Ni en sueños!
    —¿Y entonces? —insistí, con cierta compasión—. Estás como un tomate, pobre.

    Juana calló y puso morritos como una niña.

    —Se llama Daniel. Le conozco desde inicios de secundaria. Solía tener un montón de amigos hasta que empezó a comportarse como un pervertido.
    —Vaya. Y ¿qué hacía? —pregunté, inocentemente. Después de todo lo de Carla, nada que dijera sobre sexo me importaba—. En nuestra clase, en secundaria, un grupo siempre simulaba que tenían una orgía entre cinco o seis tíos. Era bastante divertido.

    Juana se quedó totalmente a cuadros y, en consecuencia, Ada se rio a carcajada limpia.

    —Sólo faltaría que hiciera eso también… —replicó Juana, algo chocada. Parecía una chica tímida—. Lee porno en clase.
    —«Lee» porno —repetí lentamente, intuyendo por dónde iba la cosa.
    —Sí.
    —¿Y eso es todo?
    —¡Lo hace en plena clase!
    —¿Molesta a alguien?
    —No, pero los del otro día…
    —Cotillearon donde no debía y a él le importó un pimiento enseñarlo. Quizás para asustarles.
    —¿Cómo lo sabes?

    Ada y yo nos miramos con una sonrisita. Esto era un clásico de los fans del yaoi y el yuri. Yo también tuve mi época de distraerme leyendo mangas en clase, aunque no porno, y alguna vez Ada me había visto con un manga durante los repasos, si ya no me interesaba lo que se explicaba.

    —No es tan malo —dije—. Podría haber sido mucho peor.
    —¡Ah, claro! —exclamó Ada, y luego bajó el volumen para que solo nosotros lo escucháramos—. ¿No será que tú también quieres que te pase alguna de sus lecturas…? Ya sabes, parece envidia y vergüenza.

    Juana empezó a sudar y balbuceó un «¡No!» como media docena de veces. Nosotros dos nos reímos por lo bajo.

    —¡Si le dices nada a Daniel, le digo que eres asexual!
    —No le conozco —repliqué, algo más serio. Al final nos había oído—. Y no te tomaré en cuenta ese intento inofensivo de chantaje. Oye, no te juzgamos, ¿vale? Yo suelo leer lo que él.
    —Aunque desde luego no con el mismo fin, ni de la misma manera —añadió Ada. Ahora que ya sabía mi secreto, ya podía matizar con tranquilidad. Un pequeño bote alegre en el estómago me dijo que había hecho lo correcto diciéndole la verdad.

    Juana bufó, aunque caminó hasta el interior del aula con algo más de tranquilidad. Se sentó en primera fila, como siempre. Pensando que esa pobre chica necesitaba algo de compañía, me senté a su lado, y Ada al mío.

    —¿No te importa? —preguntó Ada—. Nunca te sientas con nadie.
    —Es que vengo para estudiar —se justificó.
    —Ni tampoco hablas con casi nadie.

    Juana no le rebatió eso y nos dejó hacer. De hecho, como tuvimos dos días seguidos de clases en las que casi siempre nos tocaba con ella, nos sentamos con ella y por fin empezó a hablarnos de algo que no le hiciera subir los colores. También empezó a sonreír un poco, así que aquella amenaza de contarle a Daniel nada de mí era tan inocente e inofensiva como pareció en el primer momento. Pese a eso, lo que conocimos de Juana era que era muy trabajadora, quizás demasiado, tímida, y una persona de justicia con gran conocimiento de la comunidad LGBTI+.

    Así que también se enteró de a qué venía lo de asexual.

    —… Y tu novia no lo acepta.
    —No sé en qué punto estamos —confesé—. Este bache me ha enfriado, pero estos dos días hemos estado un poco como siempre.
    —Hay muchos tipos de asexualidad, ¿sabías? Es un espectro. Hay personas que lo rechazan completamente por algún problema del pasado, asco quizás. Otras que simplemente no les atrae nada ni el hecho, ni los estímulos que normalmente llevan a él. Puede pasar que una persona nunca jamás piense en tener sexo con otra persona, pero lo tenga con sí misma, cuando la necesidad apremia, o cuando le apetece. Hasta hay personas asexuales que son capaces de tener sexo para complacer a su pareja, como una especie de pacto. Quizás no el sexo convencional, pero lo tienen.
    —Caramba.
    —Cada persona establece sus propios límites. Los asexuales no son una excepción.
    —Para ser que te entran todos los sudores cuando se trata de Daniel, a la hora de explicar se te ve suelta —la pinchó Ada.
    —¡Una cosa es hablar de ello para enseñar y otra… lo que ese tío hace! —replicó Juana, cayendo en su broma.
    Ada y yo nos reímos de buena gana mientras ella protestaba.
    —¿Cómo es que sabes tanto? —pregunté.
    —Pues en realidad es una tontería. ¿Sabéis que la mayoría de orientaciones e identidades tienen banderas?
    —Sí —respondimos Ada y yo al unísono.
    —Adoro las banderas. Soy como Sheldon Cooper, de The Big Bang Theory. Y cada vez que veo una, me pongo a investigar. Así que he descubierto muchísimo sobre la diversidad. Además, en mi familia está mi tío, que es gay, bastante activista, y nos da su perspectiva a menudo.

    No supe qué pensaba Ada del tema, pero yo me sentí como si hubiera estado viviendo bajo una piedra durante toda mi vida. Le pedí ayuda a Juana, para saber dónde buscar y encontrarme y conocerme un poco mejor. Además de lo que pedí, me dio información de regalo:

    —Quizás deberías ser más específico a la hora de hablar de tu orientación sexual.
    —¿Qué quieres decir?
    —¿Sabrías decirme si eres asexual o bisexual?

    Me quedé en blanco. Ada lo cazó más rápido.

    —Claro, si es asexual no puede ser lo otro. Literalmente no le atrae nadie.
    —Pero yo me enamoro —protesté—. Me han gustado chicos y chicas. ¿Qué digo entonces? Y peor, ¿cómo lo cuento?
    —Contarlo, ya es cosa tuya, como veas que la gente lo acepte mejor. Hay gente que en vez de usar «sexual», usa «romántico», aunque haya aspectos físicos que valoren de otra persona. En vez de decir que eres bisexual, di que eres birromántico. Se considera válido y define sólo de quién te enamoras, no a qué clase de cuerpo tienes ganas de darle salsa.

    Ada se rio de lo lindo con esa última frase tan fuera de lugar. Se me contagió a mí la risa cuando vi que a Juana le subían los colores. Quizás había estado ocultando que no estaba lo más cómoda del mundo hasta ese momento y había decidido darle un toque de humor. Lo había conseguido.

    —Tía, te tendríamos que haber conocido antes —acabó el tema Ada, aún con la risa floja.

    AA_-_Favorito_4


    Pues ahí va uno de los capítulos vitales para este fic, y creo que por ahí hay bastante cosa autobiográfica y bastante divertida además haha ¡hasta dentro de dos días!
     
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    Nuevo capítulo, espero que os esté gustando. Por fin empezamos a conocer un poco mejor a Daniel :D

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    4. La otra cara del pervertido



    Sólo había una clase en la que no coincidía con Ada o con Juana. Expresión Escrita. Era una asignatura que se realizaba de forma global en toda la facultad y se dividía por lenguas y agrupaciones de carreras. En mi clase apenas había gente de mi carrera, y de las pocas que había, sólo conocía una: Daniel. Yo me moría de curiosidad sobre su persona, de tantas conversaciones con Juana, así que en un acto de valor impropio de mí (no se me daba bien presentarme a nuevas personas solo) me senté a su lado.

    —Buenas.
    —Ah, hola. El nuevo amigo de Juana, ¿no?
    —Así es. Me llamo Ferra.

    Daniel me miró sorprendido.

    —Curioso nombre. ¿Como el jugador de Rocket League?
    —¡Exacto! Aunque yo lo he usado desde primaria.
    —Daniel, aunque supongo que ya lo sabes.
    —Sí. Juana me ha hecho una… particular propaganda de ti.
    —Me lo figuraba —dijo con una sonrisita perspicaz—. Ella es demasiado cuadriculada y decente, recta, siempre metida en su trabajo, incapaz de relajarse. No quiere admitir que tiene necesidades y gustos que no están siendo cumplidos. Es que ni que fueran pecados.

    A riesgo de sonar como un disco rayado los últimos días, me aparté un tanto y le pregunté:

    —¿Cómo sabes tanto de ella?
    —Pasamos muchas horas en secundaria juntos. Una vez hasta le propuse salir juntos, hace un par de años.
    —Hombre, eso no lo dijo. ¿Sabes que mi amiga y yo pensamos que le gustabas?
    —No le gusto, eso hace tiempo que lo sé. Le gusta lo que hay en mi ordenador —acabó, con un tonito de superioridad.

    Sonreí.

    —¿Y qué tienes en tu ordenador?

    Daniel también sonrió, y maximizó una página de manga en la que un chico con lo que parecía ser su novio en una posición muy sugerente, tumbado boca abajo encima de una mesa y un rostro de placer imposible de evitar mirar. Una imagen totalmente inadecuada para una clase de universidad. Y además, yo conocía esa imagen.

    —Anda, no hagas trampa —le dije, empujándolo en broma—. Sé perfectamente que ese manga es romántico hasta la médula. Es Starlike Words.

    Tardó un instante en responder.

    —Vaya, esto sí que es una sorpresa. ¡Una persona versada en el yaoi!
    —Bueno, no en exceso, pero un clásico es un clásico.

    Hasta entonces, Daniel se había dedicado a ponerme a prueba. Parecía interesado en parecer desinteresado y algo poco accesible para los demás, y los rumores sobre su persona lo habían acrecentado. Pero desde el momento en el que vi esa imagen y no me mostré afectado de ninguna manera por ella, Daniel se mostró mucho más cómodo y más… niño, en cierto modo. Nos pasamos casi toda la clase compartiendo notitas divertidas sobre las tonterías que salían en esos mangas y los sustos que les había dado a sus compañeros en el pasado. Su perversión era pura fachada.

    No me atreví a decirle el primer día que se pasara a primera fila de clase sólo por nosotros, pero parecía buena persona. Era selectivo con las personas que escogía para su vida, y su filtro era claramente el porno, eso era todo.

    —Tendrías que dejar que Daniel te enseñara lo que quiere enseñarte —le dije a Juana, al día siguiente, sin venir a cuento. Ada prestó toda la atención posible a ambos—. Nos conocimos en Expresión Escrita ayer, es un tío majo.
    —¡Pero si ya le conozco!
    —Sólo te digo que le des una oportunidad.
    —¡Ni que fuera a ser su novia!
    —No, mujer, pero se nota que quiere ser tu amigo. Se le ve tan solo como a ti hace unos días.

    Eso fue un golpe bajo por mi parte. Ada no dijo nada, Juana bajó la cabeza y yo me sentí mal.

    —Lo siento…
    —Tranquilo. Tienes razón, pero…
    —Tienes. Que. Relajarte —dije, pausándome a propósito, intercalando un toque en la frente después de cada palabra.
    —¡Au! ¡Quita, bicho! —se quejó, dándome un manotazo.

    Ada se rio, como siempre. La eterna observadora que disfrutaba del show. Estaba deseando pillarla desprevenida y hacerle una jugarreta de esas.

    —Vale, que venga un día a comer con nosotros, no me des más la tabarra —admitió. Y luego habló de un tema que quería haber evitado—. ¿Cómo estás con Carla?
    —Vaya manera de aguar la fiesta —soltó Ada. Juana pareció apurada por un instante.
    —No hablamos mucho, pero hoy hemos quedado para pasear y comprar manga —dije, con menos interés—. A ver cómo va.

    Juana no estaba tan al tanto de la situación como Ada. Ésta sí sabía con detalle que estábamos algo más fríos, así que dio su opinión:

    —Está bien que intentéis avanzar pese a ese escollo tan grande. Es más de lo que yo consigo hacer. ¿Crees que se acostumbrará?

    Quizás la peor pregunta que me pudo haber hecho, porque era mi mayor miedo: era una carrera contrarreloj entre cuán grueso podía hacerse el muro de hielo y su capacidad para romperlo. Iba perdiendo, porque lo poco que habíamos hablado de mi asexualidad siempre se centraba en qué era lo que pasaba con ella. Me resultaba triste y me hacía sentir culpable que una relación se estuviera yendo al garete porque una persona se encallaba en «sexo sí, sexo no». Quizás yo era más romántico de lo que creía, pero creía que esa cualidad de mí también contaba para algo.

    —Eso espero —susurré.

    No quise hablar mucho más del tema. Tenía que centrarme en pasarlo bien con ella y, de paso, contarle que ahora tenía dos amigos nuevos. Eso era lo que me había estado animando últimamente.

    —Hola —la saludé, cuando nos encontramos en la popular calle friki del barrio. Le di un corto beso en los labios y no negaré que deseé un par más. Siempre me habían resultado un vicio si eran dados con delicadeza. Mi corazón botaba contento cuando pasaba.
    —Ho-hola… Vaya, qué atenciones —balbuceó, contenta.
    —Oh, es que me apetecía. Estoy de buen humor.

    Empezamos a caminar por la calle con calma, en dirección a la mayor tienda de cómics y manga del barrio. Los árboles nos protegían de un potente sol y trazaba agradables sombras en el suelo.

    —Tengo dos nuevos amigos. Juana, la obsesa del trabajo y la corrección, y Daniel, el descarado y despreocupado. Son tal para cual, la verdad —me reí.
    —¿Son pareja?
    —No, pero se conocen desde hace años. Ada y yo nos hemos reído bastante de sus pequeñas peleas últimamente. Me caen bien.

    Sonreí unos pasos hasta que miré a Carla a la cara: me olvidaba de que era celosilla. Empezaban a pronunciársele unos morritos que yo siempre había considerado adorables, pero que en un momento como en el que estábamos me incordiaba.

    —Ya lo hemos hablado otras veces. No me voy a enrollar con la primera persona que conozca en la universidad.
    —Ya.

    Suspiré. Desde que nos quedó claro qué carrera escogeríamos cada uno, habíamos tenido que hacer esfuerzos para que esta separación no le causara problemas a ella. No coincidíamos en ninguna clase (pese a que podríamos haber acabado juntos en Expresión Escrita o en Grandes Temas de la Filosofía) y apenas podíamos volver un par de días de la semana juntos. Aunque en parte nos alegraba esta nueva libertad que el instituto no nos daba, a ella le sentaba mal que hubiera potenciales parejas al acecho que no fueran ella. Su mala experiencia con sus relaciones pasadas salía a la luz más que nunca.

    Tenía que dar gracias, a pesar de todo, de que no era de las que seguían a la gente o la vigilaban. Ella solamente se callaba y rumiaba sobre su mal humor, y siempre tenía que sacarla yo de ese mal humor de alguna y original manera.

    Yo no estaba para todo aquello, así que aceleramos el paso hasta la tienda. Si había algo que nos despejaba era perder el tiempo entre mangas y luego salir sin comprar nada. Yo siempre salía con una larga lista de mangas por leer.

    —Anda, aún están los de Sailor Moon. Creo que al final me los compraré.
    —Si alguna vez me comprara alguno sería de ellas.
    —La nostalgia nos puede —me reí.

    La estética de aquella ola de mangas y animes era especialmente bonita para mí. Mis paredes, además de portadas de álbumes de Funk y Rock, tenían algunos de esos paisajes o fanarts que realmente me habían gustado. Le daba un aire retro que me encantaba.

    Estuvimos dando vueltas un rato, comentando sobre sagas, mangas que ya tenía y de series. Carla se despejó durante ese tiempo y le fui lanzando algún que otro beso en la mejilla cuando me apetecía.

    Realmente pensaba que ese día acabaría sin más percances hasta que una cara conocida nos encontró justo cuando salíamos de la tienda.

    —Anda, Daniel —me sorprendí. Pude sentir a Carla tensarse al instante a mi lado.
    —¡Ferra! ¿Buscando yaoi?
    —Nah, solo hemos estado ojeando por ahí.
    —Vaya, no me dijiste que tenías novia. —La frase menos adecuada en ese momento. Carla empezó a apretar con fuerza mi mano.
    —Porque hemos hablado literalmente una hora y media.
    —Cierto. Bueno, me voy para dentro. Estoy buscando una peluca que me haga parecer a Meliodas, de Nanatsu no Taizai.
    —Pero si ya tienes el pelo de un color así…
    —Pero son cuatro mechones, y no me da tiempo para que me crezca el pelo antes de que haga el cosplay. ¡Bueno, hasta mañana!

    Daniel nos regaló una enorme sonrisa y entró a la tienda, dejándome solo ante el peligro. Empezamos a andar.

    —Es mono, ¿eh?
    —No empieces. Ahora ya sabes que no me guio por eso.

    Probablemente no debería dicho aquello.

    —¿Entonces qué es lo que te gustó de mí cuando nos conocimos?
    —Mira, no voy contestar una pregunta así estando tú a la defensiva, por más sincero o agradable que sea no te va a parecer suficiente. Y no vamos a hablar de este tema si estamos de mal humor. No va a salir nada bueno.

    Al parecer ella lo entendió al revés, porque pensó que estaba con ella por estar con alguien (después de decir que era gay una semana atrás) y me preguntó que qué problema había con nosotros si no podíamos llegar a tener la clase de intimidad que ella quería. Por suerte no alzaba mucho la voz, porque hablar de sexo en plena calle me estaba resultando tremendamente incómodo. Al final, estallé y me encaré a ella, tampoco sin alzar la voz:

    —Que sea asexual es lo que hay, pero mi amiga Juana me ha estado comentando sobre el tema, y ahora que sé más puedo decir esto: si en vez de haberte preocupado de si mojabas conmigo o no de todas las formas posibles me hubieras preguntado que qué me pasaba, cómo me sentía o qué era lo que me hacía sentir cómodo, quizás podríamos haber encontrado una solución que nos evitara dramas. Pero después de todo esto, no me apetece nada ponerme a ello. Ahora, ¿podemos volver a casa y dejar de hablar de esto de una puñetera vez?

    No tenía mucha tendencia a esa clase de dramas porque, como ya he dicho, planeo poco mis discusiones y revelaciones, y luego me bloqueo. Supongo que la frustración me guio en ese momento tan crítico.

    ¿Se ve ahora que no era culpa de un tercero? El drama era toda cosa mía.

    AA_-_Favorito_5


    Hasta aquí por hoy, nos vemos en dos días <3 Hay algunas cosas que son muy de mis inicios del Yaoi, como lo de leer el manga de Starlike Words. Fue un buen tiempo que me encanta recordar con una sonrisa <3
     
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    Nuevo capítulo preparado. ¿Qué tal está yendo? ¿Os va gustando? ¡Me alegraría saberlo!

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    5. No quiero hablar del tema


    Cuando me presenté el día siguiente en clase, con mi horrible cara y mis cuatro horas de sueño, instantáneamente creí que debía volver a la cama: Daniel estaba frente a Ada y Juana, que ya estaban sentadas en sus sitios. Ada me vio la primera, y luego los peleaditos me buscaron con la mirada.

    —Ferra, ¿qué ha pasado? —me preguntó Ada, preocupada—. Daniel nos ha dicho que os encontrasteis ayer y no parecía que Carla y tú estuvierais bien.
    —Y desde luego esa mirada lo confirma —añadió Juana.
    —¿Te doy un cojín, tío? —se rio Daniel.

    Ante el panorama, me limité a guardar silencio y me dirigí al sitio que me habían guardado, a la izquierda de ambas chicas.

    —¿Habéis hecho las paces? —pregunté a Juana y Daniel, evadiendo la cuestión. Tenía ganas de alegrarme de algo, de reírme de lo que dijeran o de cómo se pelearan. No quería pensar en lo de ayer.
    —En realidad había venido para preguntar si habían hablado contigo —comentó Daniel, pareciendo casual. Lo conseguía, parecía sorprendido por mi pregunta—. En fin, me voy a mi sitio, no os quiero incomodar más de lo que ya lo hago.

    Soltó una risilla para acompañar su pequeño chiste y se fue. Todo lo que yo podía pensar era «no, no te vayas, voy a tener que hablar…», pero no me atreví a decirlo en voz alta.

    Ada me acogió entre sus brazos y me di el lujo de reclinar la cabeza con la suya, haciendo poca presión.

    —Se puso celosa de Daniel y de ti por conoceros —dije, señalando a Juana, que estaba apoyada en el pupitre para verme bien—. Me harté y le solté lo que pensaba de cómo me había tratado desde que le conté lo que me ocurría y nos quedamos en silencio todo el viaje de vuelta. Eso fue todo lo que pasó.
    —¿No hablasteis más?
    —No. Nada. Ni por Whatsapp.
    —Entonces no habéis cortado —aclaró Juana.
    —No. Pero me siento culpable por lo que dije, o por no haberle contado antes lo que sucedía conmigo. Puedo haberme cargado toda la relación.
    —¡No digas eso! Ella tampoco te está entendiendo —me contradijo Ada.
    —Lo sé. Se lo dije. Me siento mal igual.

    Aquello me tenía hundido, así que me limité a atender en clase.

    En otras ocasiones me había angustiado, o había tenido ansiedad, migraña, mil cosas. Y en el futuro cercano las tendría también. En esos momentos solamente me sentía desesperanzado. Carla no me estaba dando nada por lo que luchar, y no parecía que fuera a recapacitar. ¿Qué tenía que esperar aún? Vale, un par de semanas, máximo, no era suficiente para todo lo que había pasado, pero en ningún momento había reaccionado positivamente o avanzado. ¿Esperaba demasiado de ella?

    Tener que atender en clase no me distrajo lo suficiente, hasta que me tocó Expresión Escrita. Llegué antes que Daniel y me puse en cualquier parte, pero no me sorprendió nada cuando el rubiales de pelo desorganizado y larguito decidió que el mejor sitio para sentarse era a mi lado. Acerté en mi suposición en cuanto abrió la boca:

    —¿Me entrometí mucho ayer?
    —No, qué va. La cosa venía de antes ya.

    Silencio. Esperaba que el tema se quedara allí y me enseñara alguna guarrada que por lo menos me hiciera reír de lo bizarra que podía ser. Pero no, otro que quiso insistir:

    —Puedes contármelo, si quieres.

    Le miré con escepticismo, de lado.

    —¿De verdad? Es literalmente nuestra cuarta conversación.
    —Magnífico, llevas la cuenta y todo —replicó—. Pero el otro día pude parlotear de yaoi sin que me criticaran y me lo pasé bien. Es más de lo que se puede decir de la mayoría de mi entorno. Te lo debo.
    —No me debes nada. Tienes suerte de que me guste leer yaoi. Y no tienes por qué saber nada de mis desastres amorosos. Hasta no hace tanto, ni Ada lo sabía.
    —Tozudo, ¿eh? Como quieras. Yo voy a leer un ratito.

    Me alivió que fuera a lo suyo y me dejara tranquilo. Aunque no podía mentirme, su ofrecimiento había sido un detalle. No dejé de mirar de reojo el manga que leía en su portátil hasta que la clase realmente requirió nuestra atención. Con el cambio de vista, Daniel se dio cuenta de que había estado leyendo desde la distancia y sonrió, mientras yo me hacía el despistado, mirando al profesor.

    Con la bromita de ir jugando a pescar la mirada del otro, me distraje lo suficiente para ofrecerle a venir a comer con Ada y Juana.

    —¿Te vienes?
    —Preferiría no tener que acumularte momentos incómodos, no tienes un buen día para que Juana y yo nos demos de leches. Y soy el desconocido aquí. Vete con tus amigas a despejarte, anda.
    —Vale —suspiré. No sabía si iba a poder ser, eso de «despejarme»—. Pensaba que serías menos razonable y más alocado.
    —Ah, lo soy, —se rio de buena gana—, pero coño, tengo sentido común.
    —Ya decía yo… —sonreí.

    Me encaminé hacia la salida.

    —¿Sabes qué? —dijo. Yo me detuve y le miré—. Vente conmigo pasado mañana por la tarde. Hay una pequeña convención y una presentación de un manga en una de las tiendas del barrio friki. Iré de Meliodas, como te dije. Te vendrá bien despejarte.
    —Mi novia me matará sólo por sus celos si se entera —repliqué.
    —¿Vas a estar pisando huevos con ella o vas a vivir tu vida?
    —Oye, que te acabas de descartar de mi grupo para no ponerme incómodo, no jodas. —Él puso los ojos en blanco, mirando hacia arriba y agitando los brazos como diciendo «Dios, dame paciencia»—. Vaaale, vale, me lo pensaré.

    Daniel se rio con ganas de mi actitud y me dejó ir por fin.

    Ada soltó un «oooh» y Juana un suspiro de alivio cuando vieron que volvía solo. Estaban las dos sentadas silla con silla para observar mejor la puerta de entrada del comedor.

    —Te veo de mejor humor —me saludó Ada.
    —Me he distraído un poco con Daniel —reconocí—. Me ha invitado a una presentación de un manga.
    —Anda. ¿Y eso?

    Me encogí de hombros.

    —¿Es buen chico? —dije sin pensar. Luego me volví a encoger de hombros mirando a Juana, sonriendo, a ver si la convencía un poco más de que se hiciera amigo del pobre pervertido.
    —Lo he pillado —replicó Juana a desgana.

    Yo no acababa de entender qué pasaba entre esos dos. No sé si era que Juana se creía que Daniel aún quería salir con ella, o realmente no le gustaba su filtro pornográfico o qué era, pero a mí me parecía un buen chico y Juana realmente necesitaba salir de su cabeza.

    Mientras estábamos comiendo, vi pasar a Carla con un amigo suyo. Ella no me vio y, después de aquella discusión, no tenía ningunas ganas de hablar con ella.

    —Te lo estás planteando, ¿no? —me preguntó Ada, cuando ya estaba lejos. Ella era muy observadora y atenta con su entorno, fijo que tampoco se le había escapado el desfile de Carla.
    —¿El qué? —preguntó Juana.
    —Romper con ella.

    No supe qué decir. No había tenido que romper nunca con nadie, porque nunca antes había tenido una pareja mínimamente formal. Sólo de pensarlo me entraban de nuevo todos los males. ¿Qué se suponía que tenía que decirle? Casi le había dicho todo ya. Y pese a todo, no quería que me odiara por no haber llevado bien nuestra situación. Le seguía teniendo aprecio.

    —Tengo esperanza —dije finalmente.

    Me encontré una vez más con Carla, sin que nos viéramos con todas las letras. Ella estaba con un grupito de amigos y se reía. Mi parte lógica de «se está relajando de la tensión como yo» quedó totalmente aplacada por la airada, que no dejaba de repetirme que no parecía tan afectada por lo que estaba pasando y que pensaba: «luego se queja de que yo hago nuevos amigos, y ella no me ha contado nada de los suyos». No fueron celos, fue rabia de su aparente hipocresía.

    La miré en la distancia como por medio minuto, intentando encontrar esa tristeza o esos problemas por los que ella también estaba pasando, pero no la vi en ninguna parte. Me di media vuelta y me fui por otro camino, intentando evitar un encuentro casual.

    A quien sí encontré fue a Daniel. Me vino de perlas.

    —Oye, ¿qué decías de una presentación? Me apunto.

    El pobre tardó un rato en procesar, supongo que por la cara de mono dejando de fumar que ponía yo.

    —Ah, ¡sí! Es mañana. Dame tu móvil, que te pasaré todos los datos.
    —¿Hace falta ir de cosplay?
    —Nah, eso somos yo y unos colegas del mundillo, que vamos a hacer una tontería para las chicas.
    —Ya decía yo —me reí.

    Me fui a casa con una extraña sensación de que sí podía hacer algo por mi cuenta, que me estaba permitido después de lo que había visto de Carla. Ella ni se dignó a hablarme siquiera. Fue un momento de claridad que tuve, como de hacer lo que me diera la gana…

    Y me dormí de vuelta a mi ansiedad habitual, claro.

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    Hasta aquí por hoy, hasta dentro de dos dias <3
     
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    6. No conozco a Meliodas. Ni al original tampoco.



    A pesar de que me lancé a por ello, cuando salimos de clases ya no estaba tan convencido de que quisiera hacer aquello. Que sí, que era pasarlo bien un rato y ya, pero en el fondo también quería invertir mi tiempo en hablar con Carla e intentar arreglar las cosas. Quería saber qué le estaba pasando por la cabeza.

    Le había contado mis dudas a Ada. Juana escuchaba de rebote.

    —¿Te arrepientes? Deberías pasártelo bien. Tienes muy mala cara estos días.
    —Debería. Hoy por la mañana hemos hablado, pero no me he atrevido a decir nada comprometido. No quiero ponerme enfermo de nuevo.
    —¿Y cómo ha estado ella?
    —Pues normal. Es como si fingiéramos que nada sucede. Hemos hablado de música.
    —No sé si eso es muy sano para ninguno de los dos.

    Me encogí de hombros. Ya lo sabía. Mi cuerpo me lo gritaba. Estábamos en una especie de limbo en el que si pisaba un pie fuera de mi límite, habría discusión, pero que echándome atrás tampoco volveríamos a un tiempo mejor.

    Salimos los tres del edificio de la facultad y nos encontramos de cara con Daniel, que me esperaba con una mochila algo abultada.

    —¿Qué, vamos? —dijo, con una gran sonrisa estilo Luffy de One Piece. Hasta habría tenido tiempo de contemplar sus dientes si no hubiera dicho nada.
    —Claro.

    Entonces miró a Juana. Y yo también, de reojo. Ella ponía morritos, poco convencida.

    —Oye, si te quieres apuntar, no te voy a decir que no. ¡Te prometo mucha acción!

    La muy boba empezó a pensar mal y Daniel empezó a reírse con ganas en su cara, pobrecita. Ada y yo nos estábamos conteniendo la risa de mala manera.

    —¡Eres idiota!
    —Eh, que no es mi culpa, te lo has hecho tú solita. O quizás no, porque no te he visto en mis posts de Facebook más picantillos.
    —Qué bruto eres, déjala en paz —intervine, aunque me estaba divirtiendo bastante—. Nos vemos mañana, ¿vale?
    —Pásatelo bien —remarcó Ada, como si fuera mi madre—. Ya me contarás.
    —¡Claro!

    Daniel y yo nos fuimos por un lado y Ada y Juana por otro. Estuve a tiempo de oír a Ada preguntarle si estaba bien a su amiga, pero no alcancé a oír nada más. Me supo un poco mal por Juana.

    —No sé, creo que tu filtro de perversiones no la está ayudando.
    —Tiene muchas ataduras —me repitió—. Es como si todo tuviera que ser correcto, formal y quizás limpio en su mente. Luego me la encuentro dando «me gusta» en Facebook a algunas de mis imágenes de mangas donde se intuye que va a haber sexo.
    —No sé, nosotros la conocimos porque la entramos preguntando qué pasaba. Quizás deberías decirle que quieres ser su amigo.
    —A pesar de lo gracioso de sus reacciones, sé que me juzga por ser como soy —me rebatió. Luego se tocó un par de veces en la cabeza—. Pero todo está aquí, ¿sabes? Me gusta como soy. Ella no se gusta como es. Cuando aprenda que no es algo malo, seremos amigos y dejaré de reírme de ella. Puede.

    Aunque sin contexto sonaría algo como bullying, se me hizo divertido el comentario. De todas maneras, no hablamos más del tema durante nuestro trayecto. Daniel no parecía muy contento hablando de mi amiga, no quería amargarle la tarde.

    En su lugar me explicó con un poco más de detalle que íbamos a una de las tiendas de la calle friki, que era grande y con áreas para presentaciones, pero que normalmente no tenía la misma cantidad de gente. Era algo más especializada. También me dijo que habría público de todas las edades, y que por eso iba a hacer un sencillo cosplay de Meliodas. Yo no había visto la serie ni leído el manga, pero con la popularidad (y el odio) que había entorno al personaje, por lo menos le reconocía.

    Me estaba dando cuenta de lo poco que había leído desde que salía con Carla. Me quería ocupar de ella, estar con ella, y la emoción del enamoramiento era algo que no había experimentado en mucho tiempo. Se me hizo alienígena pensar que aquello se estaba diluyendo tan deprisa.

    —Eh, despierta —me alertó Daniel—. No te metas ahí dentro. Vas a pasártelo bien, ¿recuerdas?

    Me lanzó una sonrisa y tuve que sonreír yo también. Asentí. Tenía razón.

    Cuando la tienda de la presentación ya estaba a la vista, vimos la cantidad de gente y empecé a sentirme ligeramente incómodo. No sabía cuánta gente conocería Daniel pero yo sabía a cuanta conocería yo: cero. Incluso me imaginé si Carla iría a un sitio así, pero nunca ha sido muy fan del mundo japonés lejos de lo clásico de nuestra infancia.

    Dentro, tuvimos que movernos despacio. Daniel tenía claro hacia dónde iba, pero había mucha gente a pesar de lo espacioso (generalmente adolescentes), hasta que se encontró con el dependiente y dos amigos. Me presentó, y casi inmediatamente se puso a hablar con sus dos amigos y desaparecieron. El pobre dependiente se apiadó de mí:

    —Daniel es todo un personaje. Te ha arrastrado hasta aquí, ¿a que sí?
    —Eso me temo —sonreí, algo incómodo.
    —Te lo pasarás bien, no te preocupes. Aunque quizás cuando salgas jures que no le conoces.

    No supe cómo tomarme eso, pero no me dio tiempo. Antes de que pudiera preguntar o él pudiera seguir hablando, la presentación dio inicio. El manga era de un artista local que buscaba fantasía y yaoi a partes iguales… lo que explicaba perfectamente que Daniel quisiera participar, y que el público fuera mayoritariamente adolescente. Me estaba temiendo lo que iba a ver.

    Al cabo de un poco de entrevista, el entrevistador dejó pasar a Daniel y a sus dos amigos, que cada uno iba de cosplay de algo. No reconocí a los otros dos, pero Daniel tenía su deseada peluca de Meliodas e iba vestido bastante parecido al personaje.

    De la nada empezaron a luchar entre ellos con sus armas inocuas, pero poco a poco aquello se tornó más una especie de baile con música y los amigos se iban acercando peligrosamente labio con labio. Las chicas se reían con nerviosismo y yo me quería morir de la vergüenza, tal y como me habían advertido. Daniel literalmente estaba dando algo de fanservice a las espectadoras. Cuando era capaz de mirarle, tenía que reconocer que lo hacía de forma bastante cariñosa y sensual… lo que disparó mis instintos románticos. Si pillaba a Carla por banda, la molía a besos.

    Antes de que me diera cuenta de que me había ido a mi propio mundo, Daniel y sus colegas terminaron su peculiar actuación. Todo el mundo aplaudió y yo los seguí solo por hacer relleno. No sabía qué pensar de aquello. La entrevista siguió al cabo de nada, pero yo había perdido el hilo totalmente.

    —Bueno, tenías razón —le dije al dependiente—. Si no fuera porque soy leal a mis amigos, huía por patas.

    El hombre se rio de mí, mientras yo intentaba aplacar la vergüenza ajena. Daniel apareció al cabo de un rato, aunque sin sus amigos. Nos pusimos en otro punto de la sala.

    —¿Qué te ha parecido?
    —Que si me preguntan si somos amigos, yo sólo te acabo de conocer. —Daniel se rio con ganas. Después de tanto burlarse de Juana con esa clase de cosas, ya sabía que el rubiales era de los que jugueteaban con las vergüenzas de la gente—. Pero ha estado bien, no te lo voy a negar.
    —Cuando eras capaz de dejar de mirar al suelo, claro —dijo. Me sonrojé de inmediato—. Sí, te he pillado un par de veces. Me ha resultado gracioso. Aún tienes un poco de Juana pegado en las mejillas.
    —Oh, cállate por favor. —Daniel se rio en respuesta y me contagió un poco la risa—. Vale, sí soy un poquito como ella. Ada es la más desvergonzada de los tres.
    —Qué pena, pensaba que podría hacerle saltar los colores a ella también —dijo con una sonrisa pícara.
    —¿Sabes? Nunca la he visto sonrojarse. Y siempre dice que se va a echar novio, pero nunca pasa.
    —Oh —soltó, con cierto tono de sorpresa.

    Fruncí el ceño.

    —¿«Oh»?
    —No, nada. Entonces no intentaré lanzarle yaoi a la cara. Lo he pillado.

    Me quedé un poco fuera de lugar por su comentario. No entendía nada. Y mi cabeza no estaba para pensar, después de tanto fanservice y tanto drama con Carla.

    Al cabo de una horita, después de un aperitivo que se alejaba un poco de la hora de la merienda, la presentación acabó y Daniel se despidió de sus amigos. Yo sabía volver a casa desde allí, desde luego, pero mi anfitrión (bueno, de alguna manera lo era) me dijo que no iba a dejarme tirado ya que me había invitado.

    —No sabía qué pensar de esto, ni si me lo iba a pasar bien, pero mira, me convenía.
    —Claro que sí, el buen yaoi siempre despeja un poco la mente.
    —Anda, deja eso ya —me reí.
    —Vaaale, pues va, el yuri.

    Yo hice rodar los ojos de forma que se me viera. Luego me asaltó una duda:

    —He oído que mucho porno leído, pero nunca han especificado. ¿Lees yuri también?
    —Poco. Aunque soy bisexual, prefiero mucho más los chicos que las chicas. A parte de Juana, sólo le he pedido salir a otra chica en toda mi vida. Tampoco salió bien, claro.
    —La verdad es que no te veo dentro de una relación —dije, sin pensar.
    —¡Me ofende esa declaración! —exclamó, de forma muy teatral y recargada. Yo me reí un poco de su exageración—. Bueno, no siempre se me comprende, como has visto. Tampoco me considero alguien fácil a largo plazo, pero, coño, de vez en cuando pienso que no me vendría mal. No ha aparecido la persona ideal que tolere mis salidas porno y que se dedique a buscar mi parte romántica.
    —Ah, ¿que tienes parte romántica? —me seguí riendo.
    —Pues aunque te cueste de creer sí, atontao —dijo con voz de niño burleta—. Así me lo pagas, ¿eh? Pues no te invito más.

    Tuve el impulso de decir «era broma», porque cuando yo decía estas cosas a Carla, se le tenía que dejar claro que lo era. En cambio, Daniel simplemente sonrió y siguió caminando, mirando a ninguna parte.

    No sé en qué momento se me ocurrió hablar de mis problemas:

    —Mi novia y yo estamos peleados. Ha descubierto algo de mí que la ha dividido. Desde entonces no levantamos cabeza.
    —Lo siento, tío. Sólo te he visto con mala cara desde que nos conocemos, tiene que ser duro.
    —Lo es. No sé si tengo ganas de seguirle insistiendo. He estado pensando en romper, pero ya sabes, siempre tienes la esperanza de que se recomponga a tiempo.
    —Eso ya no sé, aunque se parece a cuando le pides para salir a alguien y te dice que no, que conservas esperanza un tiempo. Pero si algún día necesitas despejarte y sentir vergüenza ajena, ¡ya sabes a quién acudir!
    —No sé si es tan atractiva la idea como la pintas —me burlé. Él también se rio—. Gracias.

    Daniel me acompañó hasta el metro y luego tomamos caminos separados. Me quedé un rato con los ojos cerrados, sentado en el banco del metro. Estaba agotado en todos los sentidos. Por encima de todo, me alegraba haberme abierto a una persona más. Casi nunca tenía ocasión de hacerlo. Me sentía más relajado. Y joder, quería mimos. Lo malo era que me estaba yendo en dirección contraria a la casa de Carla.

    Luego pensé que ella sospecharía si aparecía de la nada, aunque no supiera que había quedado con alguien que la ponía celosa.

    Me rendí. Lo dejé para otro día.

    Antes de entrar por la puerta de casa, sin embargo, mi cabeza anduvo rondando una frase de Daniel que me hacía sentir mal por él: «No ha aparecido la persona ideal que tolere mis salidas porno y que se dedique a buscar mi parte romántica.»

    ¿He dicho ya que estaba jodido?

    AA_-_Favorito_7


    Este tenía que ser divertido, me lo saqué totalmente de la manga porque no quería saltar directamente a lo importante. De hecho, yo también tuve un evento así (no tan vergonzoso, por supuesto XD) en el que iba con varias personas además de la que me gustaba cuando me di cuenta de que estaba jodida :V
     
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    Por fin en este capítulo volvemos a lo que pasaba en el prólogo, ahora se viene lo bueno <3

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    7. De vuelta al presente


    Pasé un par de días sin toparme con Daniel por ninguna parte. Me supo mal, quería conseguir traerle con Ada y Juana y que explicara él mismo lo que yo había tenido la desgracia de ver. Me hubiera apostado mucho que Juana se sonrojaba. Es más, ojalá Juana hubiera estado allí conmigo, en la tienda. Por lo menos hubiera tenido alguien que sintiera exactamente lo mismo que yo. Me hubiera consolado.

    O quizás no. Aún no habíamos visto reaccionar a Juana a una situación así, quién sabía.

    De todas formas conté a Ada y a Juana lo que pasó.

    —Pf. Típico de Daniel —soltó Juana—. ¿No te lo dije?
    —Nada, tienes celillos —contraataqué. Ella solo bufó y yo sonreí.
    —Así que te distrajiste, ¿no? Te convenía.
    —Sí, me lo pasé muy bien, la verdad. Dejando de lado ese lamentable momento —me reí.

    Ada me miró de soslayo. Sonreía.

    —¿Qué pasa?
    —No, que me alegro verte contento.

    La desafié con la mirada, intentando buscar en sus ojos qué era lo que pensaba. Pero el profesor me impidió seguir, y la nueva cara de póquer de Ada tampoco me ayudó. Y Juana ya estaba metida de lleno en sus apuntes.

    Supe que las cosas no harían más que empeorar cuando me encontré sentado en la clase de Expresión Escrita esperando a que el maldito de Daniel apareciera, durante el tercer día sin verle. Me había dicho que había enfermado y que ese día fijo que iba, por Whatsapp. Y que le pasara los apuntes, claro.

    Mi mente empezó a agobiarse. Si tenía más ganas de ver a un desconocido que a mi novia, era un problema. Daba muy mala impresión. Mi ansiedad por solucionar las cosas se disparó y, cuando empezó la clase (sin Daniel aún presente) la migraña apareció enseguida. No estaba tan alelado (aún) como para no reconocer qué me pasaba, pero me estaba sintiendo horrible, no genial. Todo mi cuerpo se revolvía ante la sensación de que estaba empezando una casa por el tejado, que estaba haciendo todo lo que no había que hacer.

    Que Daniel apareciera por fin y se sentara a mi lado y que en pocos minutos y una conversación todos mis males se hicieran pequeños debería haber sido otra señal para salir corriendo de allí y pedir ayuda a Ada. Ella siempre daba los consejos adecuados.

    —¿Estás bien? Te veo raro —me susurró Daniel.
    —¿Cuándo no me has visto raro?
    —El otro día, en la presentación.

    Me quería arañar la cara delante de toda la clase.

    —No tengo un buen día —musité.

    Mi ansiosa mente iba a mil por hora. ¿Qué hacer? ¿Con quién hablar? ¿Con qué cuchillo cortarme las venas? Daniel estaba tan pancho a mi lado, con uno de sus mangas abierto (sin sexo, curioseé) y un Word de apuntes ocupando media pantalla.

    Sus comentarios aleatorios sobre lo que estaba leyendo me distraían lo justo para no estallar, pero tampoco me permitieron prestar atención en clase. Sinceramente, ya no recuerdo cómo pasé esa clase. Sólo recuerdo salir pitando de allí con la excusa de que necesitaba agua y dejé a Daniel ahí plantado en cuanto el profesor dio por acabada la clase.

    Llegué hasta Ada y Juana a medias entre sudado y con la cara empapada del agua que me acababa de tirar por la cara.

    —Uy —dijo Ada—. ¿Qué ha sido esta vez?

    Respiré hondo y me senté entre mis dos amigas. Sabía que habían estado hablando de algo, pero todo me entraba por una oreja y me salía por otra.

    —Tengo un problema con Daniel.
    —Una vez más: ya te dije cómo era —se quejó Juana. Aunque no parecía especialmente animada para atacarle.
    —No, no es eso.

    La clase empezó sin mí. Una clase sobre el neolítico que no me interesaba para nada. Entre susurros, les vomité lo mal que me estaba sintiendo y lo que acababa de pasar en Expresión Escrita. Intentaba tomar apuntes al mismo tiempo, y me estaba funcionando para que no me estallara la cabeza.
    Y el resto, ya lo sabéis.

    —Mira que eres bobo. Te gusta. No pasa nada. —El diablo a un lado de Kronk.

    Que no, que no podía criticarle el maquillaje a Ada. Ojalá no me hubiera dicho eso. No quería una confirmación externa. El pánico se extendía rápidamente.

    —Oh.
    —¿Cómo que «oh»? ¿Cómo puedes decir sólo «oh»? —susurró Juana. El angelito al otro lado de Kronk—. ¡Es bonito, pero lo peor es que tienes novia ya, joder! ¡Lo último que puedes decir es «oh» como si fuera un chiste sin gracia!

    Ada se rio y Juana empezó a poner esas caras raras que debería haber puesto yo. Pero hubo dos cosas que no se me pasaron: Juana no protestó porque fuera Daniel (lo que consideré muy buena señal), y que el propio Daniel había entrado en clase por la puerta trasera, tarde. ¿Cómo supe eso último?

    —Ya ha aparecido el pervertido —soltó alguien a sus compañeros, de mala gana.

    Mira que era obvio, pero me sentó como un tiro sin saber por qué y me cabreé. Quise salir de allí inmediatamente. Afortunadamente, Juana estaba sentada en la esquina, así que cuando me vio a punto de estallar y querer salir de allí, me dejó pasó. Lo dejé todo allí y me fui al baño de nuevo, a ver si esta vez sí me arrancaba la ropa de un tirón como Willy, el de Los Simpson.

    No ocurrió. Me miré en el espejo. Estaba mojado, tenía la cara roja, la mirada algo atontada y me parecía que iba a echarme a llorar en cualquier momento.

    —¿Qué coño hago ahora?

    Había tenido ataques de pánico antes. Un lavado de cara, un par de inspiraciones profundas, y ahí se acababa todo. Me centraba en lo que tenía que hacer en ese momento y sobrevivía hasta que podía solucionar mi problema.

    No sirvió esa vez. No podía creer que en mi primera relación mínimamente estable estuviera pasando todo aquello. Me sentí con un traidor, y lo peor era que ahora Carla tenía razones para ponerse celosa, lo que me ponía absolutamente enfermo. Ella solo era una chica maja con un poco de celos que había tenido la mala pata de encontrarse con el asexual binosequé rarito de turno. El universo me estaba dando una patada en los huevos por haber descuidado mi relación con ella, aunque sabía que la culpa no era toda mía. Esa patada en los huevos me había hecho fijarme en Daniel, como si ese puto universo me dijera: «ya que la has cagado, termina con esto pronto, o va a ser mucho peor. Se acercan un par de pataditas más si no lo haces».

    —Le he visto cuatro días contados. ¿Sólo eso es lo que necesito para que me guste? Menuda mierda de amor que siento por Carla entonces —me eché en cara, mirando uno de los grifos del baño.

    La puerta del baño se abrió. Aquel sitio no distinguía de géneros, era todo mixto, así que se me heló la sangre al oír la puerta. Miré por el espejo. Resultó ser alguien que no conocía, y respiré hondo. Ya hubiera sido el colmo del cliché que alguno de los implicados me hubiera escuchado.
    No, aquello tenía que hacerlo solo.

    Era hora de ir asumiendo que lo que había entre Carla y yo estaba muerto. No andaría persiguiendo a Daniel si fuera de otra manera. Y ella tampoco parecía supermegaafectada, después de ver cómo se comportaba la última vez.

    Aunque… ¿qué hacer luego? «Eh, Daniel, eres un locuelo pervertido pero me gustas, acabo de dejar a Carla por ti… Ah, ¿que no te gusto?... Pues vaya». Como si lo viera. Ada lo llamaría «marcarse un Ferra» a partir de entonces. Además, una parte algo inestable de mí me seguía diciendo que Daniel no había superado la negativa de Juana de años atrás. La nombraba mucho.

    También había dicho que prefería mucho más a los hombres.

    Tenía que estar seguro de lo que hacía. Sería horrible dejar a una persona por otra así sin más. Primero tenía que aclararme la cabeza. Empecé por el tercer lavado de cara de esa visita al baño.

    Caminé de vuelta a la clase. Nadie me hizo caso cuando volví a entrar, excepto Juana, que se levantó para dejarme volver a mi sitio. Tomé apuntes de una forma ausente. Sin querer, me había olvidado del cabreo que me había llevado al baño.

    Cuando la clase acabó, que por suerte era la última del día, Ada por fin se atrevió a preguntar:

    —¿Estás mejor?
    —No. Mi cabeza se va a abrir como una palomita. Juana tiene razón, tengo un problema. —Estuve a punto de decir «el angelito», lo juro. La pobre me hubiera matado.
    —Las cosas una a una —dijo para calmarme—. ¿Qué toca primero?
    —Pensar en cómo le digo a Carla que lo dejamos.
    —Supongo que le dirás el por qué —subrayó Juana.
    —Ya lo sabe. Hemos sido una mierda de pareja desde que sabe… lo que soy. —Estaba cabreado, pero tuve cuidado de no airear mi secreto por toda la maldita facultad—. Esto de hoy es la rematada.

    Juana inhaló para soltar que tenía que decirle que también había otra persona, pero supongo que me vio tan hecho polvo que se lo ahorró. O quizás entendió que no iba a servir de nada porque, efectivamente, el problema venía de antes.

    Recogimos nuestras cosas y nos fuimos. Contuve el impulso de mirar hacia atrás, a ver si veía a Daniel. Ya solo faltaría que perdiera mi autocontrol.

    Nos dirigimos hacia la salida suroeste de la facultad. Aquel edificio, para ser tan grande, tenía las salidas más esmirriadas, de verdad. Sólo había una salida principal, que llevaba a un aparcamiento, y el resto era todo pasar por otras facultades o pequeños pasillos al aire libre con espacio para tres personas a lo ancho para llegar a la plaza central de la universidad. El universo decidió que pasáramos por uno de esos pasillos, con la puñetera pega de que, nada más salir, Carla nos vio a Ada, a Juana y a mí. Quedaría de lo más feo que ninguno de los tres diera literalmente media vuelta y desapareciera, así que caminamos hacia ella como si fuéramos a volar en pedazos en cualquier momento.

    —Hola —la saludé, con todo el aplomo que me quedaba. Luego me dirigí a Ada y a Juana—. Nos vemos mañana, ¿vale?
    —Claro —contestó Ada. Le echó una mirada de hielo a Carla y empezó a caminar. Juana, de la tensión, tardó un instante en seguirla.

    Cuando ya no estaban a la vista, le dije:

    —Tenemos que hablar.

    No podía ni mirarla a la cara.

    AA_-_Favorito_8


    Por fin nos ponemos al día, y volvemos a la parte del inicio, lo que sí era casi todo autobiográfico (aunque no tuve a un angelito tipo Juana para contraponer al diablo XD aunque el diablo tuvo razón y necesitaba salir del pozo en el que me había metido).
     
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    Un Fudanshi en manos del destino...

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    Al principio empaticé un poco con Carla, pero ahora está claro que es una "loca del coño" y DEBE desaparecer de una puñetera vez para dejarle vía libre a los chicos 3_3 3_3 3_3

    Necesito "besito" de Ferra y Daniel ya!!! XD
     
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    Gracias por el comentario Kai <3 ando publicando de nuevo como cada dos días, pero que sepan todos que wattpad ha sido hackeado y ahora está hasta el culo de bugs, así que las cosas allí van raras XD pero de mientras, capítulo en lo que lo único divertido es el título.

    AA_-_Favorito_9


    8. ¿Otra patadita en los huevos? No la has cagado lo suficiente.


    Había muchas cosas que podían ir bien, regular o muy mal en una conversación de ese tipo. Solía planear las cosas y salían mal. Así que, puestos a tirarlo todo por la borda, pensé que podía improvisar sobre la marcha.

    Carla ya traía mala cara, pero se agrió aún más cuando solté esa crítica frase. Pero podría haber salvado eso. Tenía una mentalidad positiva, contando que podría conservar su amistad en cuanto se le pasara lo de la ruptura.

    Carla y yo caminamos hacia la dirección contraria a la de Juana y Ada. El peor error posible. Daniel se acercaba sin fijarse en nosotros dos, también dispuesto a irse a su casa. Levantó la cara de su móvil justo a tres metros de nosotros.

    —Ho-hola —balbuceé.
    —Te he visto mal, en clase —dijo, por decir algo. Luego miró a Carla y lo empeoró aún más—. Cuídamelo, ¿vale?
    —¡Lárgate! —le espeté, con los dientes apretados.

    No se lo tuve que repetir. Se fue a paso ligero. Pero el daño ya estaba hecho. Supuse que Daniel tampoco había vivido algo así y no supo qué decir.
    Nos sentamos en el césped. Ella empezó a arrancar la hierba, lo que no auguraba nada bueno para mi cabeza. Tragué saliva.

    —¿Qué querías decirme? —dijo. Sonó como una orden.

    Pasaron unos cinco segundos de infinita tensión.

    —Creo que… no podemos seguir juntos.

    Pasaron otros cinco.

    —¿Desde cuándo te gusta? —Seguía sonando a orden.
    —¿Quién?
    —¡No te hagas el tonto! Daniel.

    «Universo, ¿me lo podías haber puesto peor?», me quejé. Pero ya que todo iba a estallarme en la cara, que lo hiciera.

    —Lo sé desde hoy.
    —No te creo.
    —Pues créetelo —le repliqué al instante—. Pregúntale a Ada.

    Estaba esperando el chorro de fuego salir por su boca y abrasarme, cual Alduin arrasando el pueblo de Helgen, pero no ocurrió. Descubrí en ese instante que cuando me estreso, hago comparaciones frikis con mi vida.

    —¿Qué? —soltó—. Ya está, ¿no? Ya te has librado de mí, ya puedes irle a buscar y a declararte. Sed felices.

    Aquello me sacó totalmente de mi lugar. Mi cara podría haber sido un enorme interrogante. Mi versión sesgada por la tele y el anime de cómo era una ruptura no encajaba con aquello. ¿Dónde estaba el fuego y la destrucción? ¿Qué pasaba con Carla? Ella era la que solía montar el drama.

    —¿Crees que todo esto es por él? —le pregunté. Ella calló. Sabía que no lo era, pero no quería reconocerlo. Que no hablara me enervó—. ¿Te crees que lo primero que voy a hacer es irle a llorar a alguien que conozco desde hace cuatro días para que estemos juntos? ¿Después de lo que he sufrido estas últimas semanas? ¿De verdad?
    —¡No me hables de sufrir! ¡No sabes nada!

    Entonces me di cuenta que el dragón milenario escupefuego que arrasaba un pueblo no era ella, sino yo. Me levanté de la ira.

    —¡¡Pues eso es lo que quiero saber, joder!! ¡¡Todo lo que has hecho ha sido quejarte de lo que deseas, pero no me has dicho nada sobre cómo te sientes!! ¡¡Ni siquiera me preguntaste a mí qué era lo que deseaba!!
    —¡Haber dicho algo!
    —¡¡No tengo que irte persiguiendo para solucionar todos y cada uno de tus problemas!! ¡Por si no te diste cuenta, lo que descubriste y te conté aquel día me causaba un complejo enorme, y ni te diste cuenta! ¡Aún peor, cumpliste todas las insanas expectativas que mi mente decía que se cumplirían: que no me aceptarían, que me abandonarían o intentarían cambiarme! ¡¿Qué has hecho tú desde que sabes qué soy para aceptarme?! ¡¡¿QUÉ?!!

    Probablemente media facultad oyó aquello. Quise desaparecer de la faz de la tierra, pero mi cabreo me impulsaba a seguir cargándome cualquier posible futuro con Carla, así que el universo dijo «siéntate» y obedecí. Esperaba que ella tuviera una respuesta para mí, sabiendo que sería incapaz de sacar nada que la salvara. Estaba a punto de llorar. Y yo también.

    —¿Me has querido alguna vez? —le pregunté, a un volumen más aceptable.
    —¡Pues claro que sí!
    —Yo no lo tengo tan claro. Te dije que era asexual, y todo en ti se apagó de golpe. Solías irme detrás para hablar y hacer planes. Todo eso ha desaparecido. Mis peores pensamientos me dicen que fue porque querías mi cuerpo, no a mí, pero supongo que también sentiste celos, o a saber qué más. Tendrías tus razones que, por cierto, ¡sigo sin saber! —Tuve que respirar y mirar al cielo para serenarme. Esperé un minuto, quizás, esperando que me confesara algo, lo que fuera. Se mantuvo en silencio—. Yo sí te quería. Y tenía esperanza, la tuve hasta esta semana. Aún esperaba que reaccionases, o que te abrieras a mí, que me confiaras tus dudas y pudiéramos buscar una solución. Así que sí, me gusta Daniel. Pero la única razón de que me guste es porque mi corazón ya se ha cansado de esperarte. Y yo también estoy cansado.

    Me levanté. Si nada de aquello la había hecho hablar, no sabía qué lo haría. Quizás lo hiciera a distancia y pensándolo, ahora que se le había acabado el tiempo. Ya lo había hecho antes con otros temas. Pero, por el momento, tenía que marcharme. Yo ya no tenía nada más que decir.

    Carla no me detuvo. Se quedó allí, arrancando hierba. Yo me fui en dirección a la estación, después de mirar atrás una sola vez.

    No podía creerme lo indignado que estaba con ella, pero me daba la sensación de que lo había exagerado todo, que había sido más dramático de lo que debía ser. Quizás me doliera, más que nada, que no fuera capaz de ver lo que estaba sufriendo.

    No alcé la mirada del suelo hasta que llegué a la estación de tren para volver a casa. Un trueno restalló en el cielo. Justo descubría que el día estaba totalmente gris. Ni me había enterado.

    Cuando por fin miré al frente, me encontré de nuevo con Daniel.

    —¿Qué haces aquí?
    —Estaba preocupado —dijo, acercándose a mí—. ¿Cómo estás?
    —¿Cómo crees tú que estoy? —repliqué.

    Un consejo: no os acerquéis a un dragón enfadado y herido. Os la puede jugar. Daniel se acercó a mí para ponerme una mano en el hombro, para apoyarme o algo, pero mi cuerpo se puso en alerta instantánea (quizás porque el contacto físico había sido la causa de todos los males).

    —¡¡NO ME TOQUES!! —Y le doblé la muñeca a Daniel. Estúpidas nociones de autodefensa.
    —¡¡A-AU!! ¡Joder, eso duele!

    Le solté inmediatamente, fue sólo un instante. Entré en pánico, me quedé bloqueado. Miré fijamente su muñeca dolida. Él la sacudió, para ver si estaba bien. En el fondo de mi mente yo sabía que no le había roto nada (o ya estaría aullando de dolor) pero fue lo último para mí. Me acerqué con las lágrimas bordeando mis ojos.

    —¡L-lo siento! ¡Joder, lo siento!
    —No pasa nada, estoy bien…

    Me acerqué, y alcancé su mano con cuidado. Quería asegurarme de que estaba bien. Y cuando lo hice… desbordé. Empecé a llorar sonoramente y sin apenas control.

    —¿Por qué tengo que ser así? ¡Lo odio! ¡Sólo me tenían que dejar en paz! ¡Que me dejaran vivir mi vida tranquilo! —Me quité todas las lágrimas que pude, pero mis ojos no paraban de sacar más. Daniel me acabó abrazando para tranquilizarme—. ¡Lo siento, lo siento mucho! ¡De verdad!
    —No pasa nada…

    Me rendí por un minuto a su abrazo. Luego mi cuerpo se puso en alerta otra vez, me separé y eché a correr. Daniel me llamó, pero no le hice caso. Y tuve la suerte de cara de pillar un tren inmediatamente, así que no pudo alcanzarme.

    El viaje simplemente pasó sin que me enterara de nada. Intenté hundirme en la música más triste que encontré en mi móvil para que me contuviera durante el viaje. Lo consiguió. Cuando llegué a casa no lloraba, pero lo primero que hice fue desconectar el móvil, cerrar la puerta de mi habitación, tumbarme en la cama y llorar de nuevo odiando mi horrible e inexistente orientación sexual hasta que me quedé dormido.

    Mis padres no me despertaron. Lo hice yo al día siguiente, justo cuando se iban de casa. Me sentía como si el tren en el que había viajado la tarde anterior hubiera decidido bailar un tango con mi ansiedad sobre mi pecho. Así que, ya puestos, decidí tomarme el día libre y hacer novillos. Seguía sin querer ver o escuchar a nadie, y era viernes, por lo que ya podía pasar tres días intentando no parecer un zombi.

    Llegué a un punto, hacia la tarde del sábado, que ya no recordaba qué era lo que realmente me había hecho llorar de esa mierda de tarde que tuve dos días atrás. Sólo seguía triste. Quizás sólo me odiaba por todo lo que había hecho, en general, y por ser lo que era.

    Mis padres me preguntaron muchas veces que qué me pasaba. Al final admití que había roto con Carla. Ellos no sabían nada de nada sobre mi condición. Me dieron su apoyo y no me volvieron a decir nada para no presionarme.

    Odié levantarme para ir a la universidad el lunes, pero no podía quedarme en la cama otro día más. No quería perder más tiempo de clase ni apuntes, y no quería ir pidiéndolos por ahí aunque Juana o Ada me los entregaran con una buena sonrisa. Quería ganármelos. Quería sentir que no perdía el tiempo.

    Lo peor fue tener que activar los datos de mi teléfono, porque recibí una lluvia de mensajes. Mis padres, Carla, Ada, Juana, montones de ellos. Y un solo mensaje de Daniel que decía:

    Sé por qué te pusiste así. Sé fuerte.


    AA_-_Favorito_9


    ¿Lloremos juntos?

     
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    Un Fudanshi en manos del destino...

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    Daniel lo sabe!!! Que le den ya a la puñetera Carla! XD Ferra hijo, espabila, que tienes a tu Daniel ahí!! :P
     
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    Ya llego con otro capítulo importante y aquí os lo dejo. Este tiene info extra: Título inspirado en el refrán catalán "secret de dos és valuós, secret de tres no val res", que traducido quiere decir "secreto de dos es valioso, secreto de tres no vale nada". Me ha parecido una buena inspiración para este capítulo.
    AA_-_Favorito_10

    9. Un secreto de tres no vale nada



    Mi viaje en tren hasta la universidad consistió en revisar todos los mensajes. Les tenía miedo a todos ellos. Los primeros de Ada y Juana (cada una en su chat separado) simplemente eran la típica pregunta de cómo se lo había tomado. Pero viendo que no aparecí el viernes, Juana me dijo que la tenía preocupada por lo que había contado Daniel, y Ada se cargó las culpas de haberle contado al rubio que yo era asexual. Me sentó como un tiro, incluso habiendo leído el mensaje de Daniel primero. Sabía que en cuanto alguien más lo supiera, empezaría a esparcirse como una mancha de petróleo en el mar.

    Cuando ya estaba dispuesto a seguir con otros mensajes, me hice a la idea de que si al final le acababa diciendo a Daniel cómo me sentía (cuando no me sintiera revolcándome en mi mierda) lo tendría que saber todo, sin tapujos. Me negaba en rotundo a volver a pasar por algo como lo de Carla. Cualquiera que quisiera salir conmigo lo sabría como advertencia.

    Me leí los mensajes de mis padres. Me habían dejado comida preparada para llevarme que ya tenía en mi mochila, y que cuando quisiera hablar con ellos, que me esperarían lo que hiciera falta. Fue breve porque a ellos les tenía en un grupo. Pensaba que habría más mensajes dramáticos. No sería la primera vez.

    Y me dejé a Carla para el final. No me agradó ver que su primer mensaje había sido del domingo. ¿De verdad no tuvo nada que decirme por dos días enteros?

    Siento haberte hecho sufrir. No he sabido verlo. Quizás tenías razón y no estoy preparada para estar con alguien con quien no pueda compartir todo de mí.

    Ese mensaje me revolvió el estómago. Seguía hablando de ella misma y de su visión de una relación, pero yo había obviado que quizás era a través de la intimidad del sexo que podía sentirse con confianza para abrir su corazón un poco más.

    Los siguientes mensajes por fin me contaron un poco qué había sido de ella desde nuestro encontronazo en la cama. Algunos datos eran obvios, como que había creído que ella no era suficiente para mí, o que era sólo gay (qué sencillo sería ser «sólo gay» en esos momentos, sí señor); pero también había escrito que buscó ayuda en sus amigos que nunca encontró, porque no habían tenido experiencias de esa clase, y que se sintió sola porque yo tampoco fui capaz de aclararle nada. Al final se acabó refugiando en sus nuevos amigos de la universidad, con la esperanza de poder aliviar su mente y que todo se pusiera en su sitio, pero que no ocurrió. Ella sabía que sin esa comunicación tan específica, no lo conseguiríamos.

    —Se rindió —susurré al mínimo volumen posible—. Y yo dejé que lo hiciera.

    Caminé hacia clase dando vueltas a esa situación. Los dos habíamos dado vueltas sobre nosotros mismos, incapaces de comunicarnos de una forma que el otro entendiera. Habíamos sido unos novatos. Ella debería haberme dicho todo aquello mucho antes, y yo debería haber combatido mi ansiedad por mi asexualidad antes y proponerle el trato que tiempo atrás casi se hizo realidad. Por no haberlo hecho, una pareja se había roto y yo andaba detrás de otra persona.

    No me di cuenta hasta que los tuve delante de mis narices que mis amigos me observaban llegar. Miré a Ada. Era la que parecía más afligida. Me sentí tan mal por ella que casi me eché a llorar de nuevo, pero ella dio dos zancadas y me abrazó fuerte. Que fuéramos igual de altos me vino genial para dejar reposar mi barbilla en su clavícula, aunque sin querer le tiré del pelo cuando puse mis manos en su espalda.

    —Au.
    —Tú y tu estúpida y magnífica cabellera lisa. Qué envidia te tengo —dije sin querer. Ella rio un poco, de esa manera que uno se ríe cuando sonríe sin abrir la boca en un momento delicado.
    —Estamos aquí, ¿vale? —Yo asentí—. Perdón por haberle dicho lo tuyo a Daniel. Vino muy preocupado el viernes.
    —No pasa nada.

    Ella se separó y se hizo aspavientos en la cara para no llorar. Iba a estropear su maquillaje si lo hacía, aunque ella siempre llevaba muy poco.

    —Nos preocupamos mucho cuando no viniste el viernes —dijo Juana.
    —Perdón. Necesitaba desconectar. —Miré a Daniel, que obviamente también estaba allí. Tampoco a él pude mirarle a los ojos—. ¿Cómo está tu muñeca?
    —Está bien, fue sólo el momento.
    —¿Qué le hiciste? —preguntó Ada, con curiosidad.
    —Le torcí la muñeca cuando se acercó a mí.
    —Tus clases de autodefensa te la jugaron —se rio mi amiga.

    Ada y Carla eran las únicas de la universidad que sabían que en secundaria tomé esas clases de autodefensa. En mi calle nos llevamos un susto por una pelea enorme que hubo entre unos jóvenes, que hasta la policía intervino, y mi madre tuvo miedo por mí, así que tanto ella como yo nos apuntamos como tres meses de clases en un dojo de artes marciales cercano. Mi padre de por sí ya era fuerte e imponente de cuerpo, así que no nos siguió.

    Por lo menos contar la anécdota a mis tres amigos me distrajo un poco. Además, me agradaba ver que Daniel y Juana habían dejado sus diferencias para estar por mí. Aunque me hiciera sentir algo inseguro sobre qué decirle a Daniel cuando las cosas se calmaran, siendo que tanto buscaba tener a Juana como amiga, predominaba el sentimiento de cierta harmonía temporal. Era mejor eso que nada.

    Lo mejor que me pudo pasar fue que las clases siguieron con normalidad, que Daniel volvió a ponerse en su sitio habitual en el fondo y que Carla y yo no nos encontramos por la facultad. Andando por la facultad, de todas maneras, me dio la impresión de que algunas personas me reconocían, por los gritos que le pegué a Carla durante aquella tarde de jueves infernal, y que quizás intuían que yo era asexual. Quizás todo estaba en mi cabeza, o quizás más amigos de Carla lo sabían.

    Me di cuenta con horror que Carla había admitido por mensaje que había dicho a sus colegas que yo era asexual, en su intento de buscar ayuda. Y Daniel también lo sabía ahora. Después del shock inicial, tuve que empezar a asumir que aquella condición ya no era un secreto y que no valía la pena guardarlo como tal, aunque me entraran todos los males pensar que sería un incomprendido.

    Pedí ayuda a la experta del tema.

    —Bueno, con eso no te puedo ayudar. Aceptar lo que eres es duro —me dijo Juana. Me contuve las ganas de decirle que se levantara y le dijera a Daniel «pásame todo el porno gay que tengas en tu ordenador» pero, pobre, se estaba portando bien conmigo—. Aunque yo no lo daría todo por perdido.
    —¿Qué quieres decir?
    —Muchas personas que se consideran asexuales, a veces, en una relación especialmente intensa emocionalmente, acaban desarrollando cierta atracción física, con el tiempo. Les cuesta un mundo, eso sí. Son personas demisexuales.
    —Suena como el enamoramiento de una princesa de Disney, que tiene que ser «esa persona».
    —En cierto modo lo es. Mi tío, el que está en la comunidad LGBT+, tuvo una pareja demisexual tiempo atrás. Ambos estuvieron muy enamorados, pero su pareja tardó dos años en sentir ninguna atracción física hacia mi tío.
    —Caramba. ¿Qué le provocó ese cambio?
    —No me lo dijo, no soy una indiscreta, no pregunté —replicó rápidamente. Mentirosilla, sí que lo era—. Por lo que he leído, suele ser una experiencia emocional potente, positiva o negativa, lo que despierta ese instinto.

    Miré de reojo a Daniel, aunque Juana me pilló. Ella no dijo nada y yo pensé «no, su cuerpo me sigue pareciendo igual de aburrido que una pizarra en blanco».

    —Suena más fácil ser asexual y llevarse la sorpresa —le dije.
    —Sí, me temo —dijo, con una risita incómoda.

    De aquella conversación saqué dos cosas interesantes. Una, que como siempre yo vivía debajo de las piedras y no tenía ni idea de que existieran personas como los demisexuales; y dos, que Juana intentaba limitarse respecto a Daniel porque tenía en demasiada estima a su tío, que le había enseñado de todo, y no quería faltarle al respeto (aunque él ni se enterara) leyendo lo que leía Daniel… que no solía ser exactamente realista. Había que reconocer que el manga, fuera del género que fuese, no dejaba de ser ficción, y muy comúnmente tergiversada por estereotipos bastante feos. El yaoi y el yuri no eran una excepción.

    Yo, pese a todo, seguía pensando que Juana tenía que darse el placer. Es más, si era tan consciente de lo que era real y lo que no, iba a resultarle aún más fácil disfrutar de una buena ficción. Diferente sería si fuera una adolescente como las de la presentación de Daniel, que solían creer que los romances de fanfiction eran un magnífico modelo de conducta. Qué horror.

    Evidentemente, no dije nada de aquello ni a Juana ni a Daniel. Suficientes problemas tenía yo como para hacerles de celestina de la amistad.
    Hablando del susodicho, cuando empezó a verme de mejor humor, un día me pilló de sorpresa en Expresión Escrita. Estaba realmente cómodo a su lado, simplemente prestando atención en clase, cuando me lanzó la pregunta que ya empezaba a pensar que sería lo habitual en mi vida:

    —Entonces, si te encuentras una escena picante en un yaoi… ¿nada?

    Tardé un instante en responder. Mantuve un segundo la mirada en el vacío, digiriendo mi incredulidad, y le miré con cierta desconfianza, pero su rostro era cien por cien de curiosidad, sin malicia alguna.

    —Pues no. Nada. Ni en yuri, ni… ya sabes, «otras series» —dije, con discreción.
    —¡Vaya! Tengo que reconocer que nunca me había encontrado algo así. ¿Te he ofendido alguna vez sin querer?

    Mi incredulidad aumentaba por momentos. Esta vez de forma positiva.

    —¡No, no! ¡Qué va! Bueno, me pillas de sorpresa ahora, pero… creo que me hace sentir bien que me preguntes sin tapujos. Siempre lo he sentido como algo malo.
    —¡Me alegro! Porque ya sabes que me salto un poco las normas, y no está nunca de más saber estas cosas. —Hizo una pausa, en la que mi estómago aprovechó para decirme que estaba en un prado verde con una suave y tranquila brisa… y luego el muy idiota quiso hacer arder en llamas ese prado y me chafó el momento con su tonito perspicaz—: ¿Y también te das un garbeo solito de vez en cuando o…?
    —Eso ya no es de tu incumbencia —dije, todo lo inexpresivo que fui capaz de ser. Me centré en clase, intentando que no se me notara que me subían los colores. Me daba vergüenza extrema que precisamente él supiera de esto.

    A pesar de la «broma», Daniel no volvió a cruzar esa línea si le surgía una duda. Fue respetuoso. Y no podía negar que eso me hacía feliz. Sentarme a su lado en probablemente la clase más aburrida de toda la carrera de Antropología Social era como dar un paseo tomados de la mano. Podía simplemente relajarme y olvidarme de todo lo malo que pudiera pasárseme por la cabeza.

    Al cabo de un par de semanas ya me sentía mucho mejor. No me atenazaba la culpa de la misma manera, y sentirme aceptado me dio alas. Mis padres lo notaron, Daniel lo notó, Ada y Juana lo notaron. Volvía a sonreír. Daniel me dijo en más de una ocasión que estaba sonriendo más en pocos días que no en todo el tiempo que me había estado conociendo.

    La conversación inevitable llegó:

    —Bueno, ¿y cuándo se lo vas a decir? —me preguntó Ada, aprovechando que no teníamos ni a Juana ni a Daniel cerca.

    Evidentemente no pude hacerme el tonto. Simplemente empecé a mirar a otra parte que no fuera la sonrisita pícara de mi amiga.

    —No sé si quiero ir tan rápido… —balbuceé. Aún me sentía algo mal por haber saltado emocionalmente de flor en flor.
    —Yo creo que le gustas.

    Le clavé la mirada en sus ojos a la velocidad del rayo.

    —¡Pero no lo gafes!
    —Ay, pero qué bobo eres… —se rio.

    Ada se lo pasaba genial haciéndome la puñeta. Le encantaba ver como todos nos poníamos todo timidetes y atontados. A Juana y a mí siempre nos miraba con esa sonrisita angelical y esa mirada dulce que en realidad decía «qué monos que sois, es tan fácil tocaros las narices…» y claro, nosotros caíamos en la trampa.

    De hecho, un día Juana y yo nos propusimos devolverle la jugada, y le preguntamos por el último chico con el que estaba intentando salir. Queríamos ver si ella también era capaz de mostrar un poco de debilidad, pero ella se mostró menos animada. Nos explicó con un poco de desinterés que el chico era de muy buen ver y que habían quedado unas cuantas veces, pero…:

    —Es divertido, pero nah, no es materia de relación.
    —A lo mejor si le conociéramos… —propuso Juana.
    —Mm… no. No le conoceréis. No me resultaría cómodo, ¿sabes?

    Juana y yo la miramos, interrogantes. Yo até cabos antes que ella y me entraron los sudores.

    —¡Oh! Vaya. Bueno, sí, mejor que no —dije, apresuradamente. Ada se dio dos toques en su nariz con una de sus sonrisas pícaras para indicarme que lo había pillado.
    —Eh… vale —sólo dijo Juana.

    Ella aún estaba intentando descifrar el mensaje. Yo me giré hacia ella y le hice el señal de dejarlo estar con la mano. De ella no sacaríamos nada. Sólo entonces lo pilló, se puso como un tomate (vamos, como siempre) y no dijo nada más. Aunque luego la vi buscando información que no tenía nada que ver con la asignatura, sino de relaciones amorosas, y me intrigó. Tampoco quiso decirme nada a mí. Era una chica de mucha privacidad.

    «Pero Ferra, ¿por qué sueltas todo esto de Ada por aquí en medio sin venir a cuento?». Bueno, pues porque al final sí que acabamos incomodándonos.
    Al día siguiente, encontramos a Daniel hablando con un tipo alto, algo melenudo y definitivamente «de buen ver», como le gustaba decir a Ada. Daniel nos vio, el tipo también, y éste saludó energéticamente a Ada.

    —Ferra, arranca ese banco de ahí y mátame a golpes —me rogó.

    AA_-_Favorito_10
    ¿Os he dejado un poco con la intriga con este eh? ¡Por suerte publico cada dos días! Además, a día de hoy puedo decir que he terminado la segunda parte de este fic ya :3
     
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    El capítulo de hoy tiene un poco de todo, drama, humor, romance... Creo que os lo vais a pasar bien <3 además, tiene a Aragorn.

    AA_-_Favorito_11


    10. Pelea de bancos


    Antes de que Daniel y su colega pudieran acercarse, no se me ocurrió mejor cosa que decir que:

    —¿Te estás…? —«Dioses, no digas eso», y mi cerebro reformuló muy rápidamente esa pregunta—. ¿Te has enrollado con la copia española de Aragorn?

    Ada bufó. Miré a Juana, que tenía ojos como platos, alternando entre el chico y su amiga. Yo también me fijé en Ada y, por muy asexual que uno sea, tiene que saber reconocer cuando un cuerpo puede resultar atractivo, y Ada definitivamente era atractiva. Me resultó tremendamente extraño fijarme en ella de esa manera después de todo ese tiempo conociéndonos, en realidad, pero también me había alucinado la clase de ligue que se había conseguido. Tenía que haber una razón muy buena por la que Ada no quisiera salir con él en serio y, en su lugar, querer desaparecer.

    El tiempo de Ada para elaborar un plan de huida se esfumó pronto. Para darle tiempo de reaccionar de forma más elocuente, abrí la conversación:

    —¡Hola, Daniel! ¿De qué os conocéis?
    —Emmanuel y yo nos conocimos este pasado verano cuando quise ponerme un poco en forma haciendo natación. Él me dio buenos consejos sobre cómo diversificar mi rutina en el gimnasio.
    —No te tenía por un fan del ejercicio.
    —Y no lo soy, pero ya sabes, el cosplay no queda tan bien si me paso todo el día leyendo, hay que estar en forma.

    Fue curioso cómo no añadió lo que leía al final de la frase. Hasta ahora siempre había hecho gala de su perversión con su entorno, lo que me llevó a pensar que se tenían cierta confianza. O quizás que también se sentía incómodo.

    Por otro lado, el tal Emmanuel, a pesar de la alegría con la que había saludado a Ada, no se había lanzado a por ninguna muestra de cariño, lo que hasta a mí me alivió. Parecía saber perfectamente qué clase de relación tenía con mi amiga (por lo menos de momento). Se mostraba cordial y respetuoso.

    —Ya te dije que tirarte al agua y nadar hasta ahogarte no iba a servirte de nada —repuso él, para dar cuerda a la conversación.

    Me dio la sensación de que intentaba impresionar a mi amiga y fue entonces que yo también tuve ganas de desaparecer. Juana tendría que arrancar por sí sola el banco y matarnos a los dos.

    Fueron dos segundos muy intensos.

    —Creo que todos tenemos clase ahora —dijo Juana. Seguía prefiriendo un banco incrustado en la cabeza, pero nos salvó igual—. Tendríamos que ir tirando.
    —Vale. Id tirando, ya os pillo —nos dijo Ada, con una sonrisa falsa bastante bien pulida. Yo sabía hacerlas también—. Tengo que hablar un segundín con Emmanuel.

    No hacía falta conocer en exceso a mi amiga para saber que aquello era una alerta roja. Además, yo sí la conocía. Los cabreos de Ada empezaban con la mejor de las sonrisas. Su paciencia casi infinita desembocaba en un puñetero huracán si tensabas demasiado la cuerda. Carla se pasó con Ada una vez, en una de sus rabietas de celos. Sólo supe que mi exnovia volvió llorando a mí y que luego la bronca me cayó a mí. «La cadena de los gritos», lo llamaban en Cómo Conocí a Vuestra Madre.

    Pero de vuelta al presente, Juana fue tirando casi sola, saludando a Aragorn I de España de pasada, y Daniel y yo la seguimos. No me atreví a mirar atrás. Tardé unos segundos en darme cuenta de que Juana había desaparecido de nuestro horizonte también.

    —¿Tú sabías nada de esto? —me preguntó Daniel.
    —No. Ayer mismo nos contaba que tenía un ligue, pero poco más. Nunca me quiere contar esas cosas con detalle. ¿Y tú?
    —Me dijo que salía con alguien de la universidad, nada serio, pero que… en fin. —Daniel se cortó a propósito. Tragué en seco pensando que casi me contaba por accidente algo de la vida sexual de mi mejor amiga—. Qué incómodo.
    —Tranquilo, no va a volver a pasar —dije, suspirando.
    —¿Por?
    —Conozco a Ada. Lo suyo se acaba ahí detrás.
    —Ah, mierda, me la voy a cargar. —Le miré con curiosidad—. Yo le dije que me acompañara a buscarte para la siguiente, ya que estábamos cerca tomando algo y que él tenía su clase relativamente cerca.
    —Bueno, no sabías nada… —Y me corté. Siempre me he preguntado por qué mi cerebro es tan lento—. ¿Cómo que a buscarme?

    No sé qué cara debí de poner, porque Daniel se sorprendió por un segundo y luego se echó a reír en mi cara.

    —¡Ay, madre…!
    —¡No te rías de mí!
    —¡Pues claro que te vengo a buscar! —exclamó, alegre, estampándome sus manos en mis mejillas para menearlas como si quisiera hacer formas con plastilina—. En clase eres un maldito muro, tú y trabajo. ¿Cuándo me entero sino de si estás bien o no? Es que hay que pillarte con la guardia baja, que sino no hablas.
    —¡Guita dus manazas de mi gara…! —balbuceé. Daniel me hizo caso, aún riéndose un poco, pero me froté las mejillas con cara de ofendidito. En secreto saltaba de alegría como un salmón en un río—. No hacía falta, estoy bien. Pero quizás quieras correr ahora, o te hago llegar con un tirón de calzoncillos a clase.
    —Sí, para acabar de escandalizar a nuestros compañeros —se rio.

    Anduvimos unos metros. Daniel echó un vistazo a su espalda con cierta discreción, mientras mi cuerpo absorbía agradablemente el detalle del rubio.

    —Gracias —dije en voz baja. Daniel me oyó y yo miré al frente con todo el aplomo que encontré en mi destrozada barriga—. Estoy mucho mejor.
    —Me alegro —contestó, de forma más suave—. Para una persona que me habla con sinceridad y sin prejuicios, pues hay que cuidarla, ¿no?

    Aquello se estaba empezando a parecer a uno de aquellos romances sudados de los manga que Daniel y yo solíamos leer, tan empalagosamente dulces. No supe si vomitar arcoíris con purpurina o simplemente abandonarme y flotar en dopamina para el resto del curso. Estaba deseando hacer lo segundo.

    Esta parte no había sucedido con la misma intensidad con Carla. Y estaba siendo maravilloso.

    Por suerte, el mundo volvió a la normalidad gris de clases una vez más. Daniel en su sitio, Juana y yo en los nuestros, y una Ada con especial mala cara, entrando al cabo de un cuarto de hora de haber empezado la siguiente clase. También por suerte, los restos de purpurina de colorines que había vomitado me impidieron cometer el fatal error de preguntarle directamente a Ada qué había pasado exactamente, y Juana estaba demasiado enfrascada ya en sus apuntes para torcer el cuello dos sillas a su izquierda.

    Fue una sensación un tanto extraña tener todas aquellas emociones tan cercanas. Yo recuperándome de lo de Carla, Ada con lo de Emmanuel, Juana renegando inútilmente de Daniel… Y curiosamente había un brote de felicidad esperando para ser regado. Quizás fue el momento menos indicado para sentir que nunca nos dábamos del todo cuenta de lo que realmente pasaba a nuestro alrededor.

    Ada me contó esa misma tarde lo que ocurrió con ese chico, para que no me preocupara. Me llamó, a pesar de que yo odiaba profundamente no ver a una persona cuando le estaba hablando, y me contó muchos despotriques, pero también fue capaz de resumírmelo para que no me perdiera.

    —Le dije al cabo de unas citas que no nos veía juntos en pareja —dijo con voz de decepción—. Pareció triste, pero también le dije que para algo pasajero que nos distrajera estaría bien. Y precisamente por eso le dije que no tuviéramos contacto fuera de nuestros «momentazos», no quería que se complicaran las cosas y mi vida privada era sólo cosa mía. Y bueno, ya has visto.
    —Supongo que tenía cierta esperanza, y nos saludó sin pensar.
    —Ya —soltó contrariada. Bien podría haber sido un escupitajo al suelo—. Me ha dicho que se le escapó, porque él es así de alegre con todos.
    —Lo siento… —dije, recordando mi propio secreto—. Quizás es mejor así. Podrías pasar un tiempo lejos de los tíos. Siempre te veo desilusionada sobre el tema.
    —Eso he pensado. No sé qué me pasa, que no le encuentro el punto a ninguno desde hace tiempo.
    —¿Tuviste pareja estable en el pasado? —deduje.
    —Una vez. Estuvimos un curso juntos en secundaria. Fue apasionado y tormentoso al mismo tiempo. Al final, me causaba más problemas que alegrías y lo dejé.
    —Lo dices como si te hubiera resultado fácil.
    —No sé, no he pensado mucho en ello —dijo, suspirando. Luego cambió su tono—. Bueno, ¿y tú qué, con Daniel?
    —Pues nada nuevo —fingí.

    Entre que no quería hacerme muchas ilusiones y que mi amiga estaba en un estado tan negativo, no quise volverme un sol abrasador hablando de mis tonterías y le di algunos mínimos detalles, como que habíamos andado juntos hasta clase y poco más.

    Cuando la llamada acabó, me tumbé en la cama pensando en que debería ser más capaz de lo que era de animar a alguien a quien quería, especialmente si era mi mejor amiga. Me parecía que también estaba decepcionado consigo misma y no tenía (bueno, ambos teníamos) idea de por qué. Ella solía tomarse todo bastante a la ligera y que circulara por si solo, pero me daba la impresión de que no quería ponerse a pensar las cosas, no que fuera tan despreocupada como decía.

    Mi móvil vibró en mi mano derecha y lo alcé delante de mis ojos. Un mensaje de Daniel que me hizo sonreír: me pasaba un fanart de personajes que no conocía tumbados juntos en la cama y parecía que se hablaban dulcemente, aunque no se veía el diálogo. Nos tiramos como una hora y media hablando de personajes de manga famosos que nos gustaban y luego fuimos saltando de tema en tema. Era como el tercer día seguido que sucedía algo así.

    —Ay, estoy bien jodido —dije en voz alta, sin dejar de sonreír.

    Mis padres no tardaron mucho en deducir qué me pasaba cuando salí a cenar.

    Aparecí en clase la mañana siguiente casi el primero. Juana me había robado ese logro. Pese a que yo bostezaba como un león después de tener en su barriga a su bien lograda comida a base de gacela, tenía que tener mucha cara de enamorado o algo así, porque mi amiga lo vio enseguida:

    —Vaya, ¿de buen humor? —dijo, sonriendo.
    —No sé, ¡supongo!

    Ella sonrió un poco más, como si se aguantara la risa por un chiste. Me imaginaba sus pensamientos sobre que le resultaba adorable que estuviera así (aunque me figuré que no lo diría en voz alta, porque ella era así de correcta) pero a mí me dio absolutamente igual. Sí, estaba feliz. Sí, estaba enamorado. Y tenía la sensación de que me iba bien así, a pesar de todas mis dudas y la inseguridad.

    Que Ada no apareciera ese día por clase no me desanimó. Le dejé un mensaje diciendo que podía hablarme cuando ella quisiera, en cualquier momento. Yo me acababa de saltar un viernes después de lo de Carla, me figuré que estaría en una situación parecida.

    —¿Tanto la ha afectado? —me preguntó Juana—. ¿Te dijo algo?
    —Sí, bueno, me lo contó todo. Creo que sólo necesita su tiempo.
    —Bueno, supongo que tendré que esperar a mañana…
    —¿Eh? ¿Para qué? —pregunté, con toda mi curiosidad.
    —Quería hablarle de algo que se me ocurrió buscar ayer, quizás la animaría un poco.
    —Ah, ¿lo que no quisiste contarme?
    —Sí, y seguirá siendo así —replicó, para pincharme—. Me gustaría que me diera su opinión, y delante de otras personas quizás no sería tan sincera.

    No acabé de entenderlo del todo, pero parecía que ella había encontrado algo que yo no había conseguido ver. Me sabría mal si resultaba que Juana la había ayudado más que yo en todo aquello. ¿Qué clase de amigo sería?

    Cuando salimos de la última clase del día, Daniel estaba esperando fuera. Juana instantáneamente se puso en modo gruñona y solamente le dijo esto, antes de irse:

    —Más te vale tener cuidado.

    Daniel no dijo nada, simplemente mostró la misma sorpresa que yo, e intercambiamos miradas. Juana no dijo nada más y se fue, dejándonos solos.

    —¿Qué ha sido eso? —le pregunté.
    —Tu amiga es protectora, ¿eh?

    Caminamos por los pasillos descendentes de la facultad, hacia el lado opuesto por donde se había ido Juana. Salimos por un camino que cruzaba el césped recién cortado.

    —¿Protectora de qué o de quién?
    —Pues de ti —dijo, riéndose de mi inocencia—. Supongo que no quiere que te haga daño ahora que pareces tan feliz.

    Caminé unos metros en silencio, digiriendo esa contundente frase. ¿Tanto se me notaba, que lo cazaban todos al vuelo?

    —¿Daño por qué? —me atreví a preguntar, con el corazón latiendo a mil por hora esperando oír la respuesta. Me ardía la cara.
    —Bueno, creo que se ha dado cuenta de que me gustas, y no se fía de mí.

    Podría haberme desmayado en ese instante si no supiera que rompería el momento de una forma tan dramática. Le miré a los ojos, aunque él miraba al frente. Aparentaba ligereza y tranquilidad, pero no era capaz de mirarme y tenía la mejilla que podía ver algo tensa. ¿Sería esa su manera de decir las cosas importantes que yo tomaba siglos en revelar?

    Pensé que tenía que decir algo que no nos dejara en un silencio sepulcral. Sólo tenía en mi cabeza unas pocas palabras, y se estaban peleando muy fuertemente con mi mente para salir.

    —Yo… A mí… A mí también me gustas… —balbuceé, mirando al suelo. ¿Cómo podía seguir andando?
    —Eso ya lo sé, atontado, por eso te lo he dicho —se rio.
    —¡No me llames atontado! —chillé. Ni siquiera estaba enfadado de verdad—. ¡Me ha costado mucho decirlo…!

    Daniel finalmente me miró, aunque yo no pude mirar más arriba del suelo que pisaba en ese momento. Pensé que iba a hacer alguna barbaridad delante de todos, pero en su lugar, dio un paso hacia mí, sin que nos detuviera de volver al transporte público, y me frotó el pelo con ganas.

    —Lo tendré en cuenta. Has estado muy mono —susurró.
    —«Mono», dice… podría haberme convertido en el Hades de Disney si no lo hubiera dicho.

    Daniel se rio con ganas y se me contagió… Y de alguna forma se rompió el momento. Llegamos hasta el tren rodeados de gente en un tenso pero alegre silencio, con mi nueva pequeña astilla clavada en el corazón, que recordaba que con Carla la escena había acabado de forma muy distinta y mucho más romántica.

    Pero miré de nuevo a Daniel. Él me sonrió como si le hubiera pasado una montaña de fanart adorable. No, todo estaba bien. Mi corazón me lo chilló a todo volumen desde el estómago. Todo estaba mejor que nunca.

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    Espero que os haya gustado <3 el fic está teniendo buenas atenciones en general, más de lo que cabría esperar de un original <3
     
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    Un Fudanshi en manos del destino...

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    Te odio... siempre nos dejas en lo mejor... que mono Daniel... 3_3
     
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    Pues me vais a odiar más en este capítulo, pero yo lo amo hahahaha

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    11. Una intensa y particular cita… de cuatro personas


    Como siempre me pasa, viví el momento y, cuando ya estuve lejos de Daniel, empecé a hacerme las preguntas cargantes. ¿Estábamos en una relación? ¿O estábamos tonteando? Con Carla había sido todo muy rápido y no recordaba exactamente cómo pasó, porque fue acabar unos exámenes muy estresantes a mitad de curso y de la tensión simplemente nos metimos de lleno en la relación. En cierto modo, el inicio de esa relación fue como la liberación.

    No quise preguntarle a Daniel, no sabía cómo reaccionaría. Tampoco se lo dije a Ada, que me había respondido el mensaje nada más llegar a casa diciendo que realmente necesitaba ese descanso. Sólo me quedaba una persona.

    —No soy la más indicada para hablar, nunca he tenido pareja —dijo Juana inmediatamente—. Además, Daniel y yo somos muy diferentes.

    «Demasiado», me dije, recordando que le había rechazado en el pasado.

    —Pero creo que tú y yo nos parecemos. Tenemos que tenerlo siempre bien atado.
    —Eso es verdad, pero quizás razón de más para dejar que Daniel haga el tonto contigo a su aire. Sé que no debería decirlo yo, pero relájate y disfrútalo.
    —Creo que no somos muy expertos en eso…
    —Sí, me temo que no —dijo, dejando caer unos cuantos emoticonos de risa.

    Quizás porque la situación era tan particular y circulaban tantas cosas por mi cabeza, me lancé también con ella:

    —¿Por qué le rechazaste?

    Juana tardó unos minutos en responder. Pasó dos de ellos con su Whatsapp diciendo «escribiendo…» y parando. Me sentí mal haciéndola dudar pero, siendo que nos parecíamos tanto…

    —Estaba muy centrada en el trabajo —empezó diciendo, aunque pensé que eso no había cambiado nada—. Para tenerlo de pareja, su modo de vida despreocupado sería más un impedimento que otra cosa, acabaría cargando yo con la responsabilidad. Además, me suelen gustar mayores que yo. Me costó muy poco decirle que no.
    —Ya veo… ¿Le tendrías de amigo entonces?
    —Es posible.
    —No mientas —dije con un emoticono de picardía. Ahora ya me lo estaba pasando bien—. Nos has emparejado desde lo de Carla. Sé cómo funciona.

    De nuevo, tardó un poco, pero como medio minuto, en responder. Supongo que se sintió más segura detrás de una pantalla, porque me contestó, y no pensé que lo hiciera:

    —Si se lo dices, te mato.
    —No creo que haga falta que se lo diga, fijo que lo sabe ya —me reí.
    —Sois insoportables, de verdad. Vaya par se han juntado en mi contra. —Yo me seguí riendo, hasta en voz alta—. Pero me alegra que estéis juntos. Se te ve muy feliz.
    —Gracias, de verdad.

    Juana me mandó una sonrisa adorable y dejamos de hablar. Quizás no era la clase de conversación que había pensado inicialmente, pero me había quedado muy relajado.

    Cuando me desperté al día siguiente inmediatamente pensé que nunca me había levantado con tal cantidad de energía y ganas. No tuve ningún tipo de presión, sólo me moría de ganas de ver qué pasaba durante el día.

    El azar estuvo totalmente de mi lado ya de buena mañana. Daniel y yo nos encontramos en el andén. Él tenía una cara de sueño increíble.

    —¡Hola! —le saludé.
    —¡Oh, vaya! —Pegó un bostezo que me hizo sonreír, pareció un hipopótamo—. ¿Qué tal?
    —Todo bien, me he levantado bien hoy.
    —Ojalá tuviera esa energía, yo soy un zombi hasta que no llego a la universidad.

    Tuve un momento de despiste: mi mente acostumbrada a Carla estuvo a punto de tomarle de la mano, porque eso es lo que solía hacer. Luego pensé que ¿y si nos veía alguien que tenía su cerebro en un tarro desde el siglo XVII y nos arruinaba la mañana? Mi mano quedó colgando en el aire de la duda, y tuve que hacer el esfuerzo consciente de rascarme en un costado para justificarlo.

    —Tranquilo —dijo Daniel, resignado—. Tendremos más momentos. Agradezco el gesto.
    —¿Te ha pasado antes?
    —Una vez. Tonteé en medio de la calle con mi ligue de aquel entonces y tuvimos entrar en una tienda para despistar a un tipo enfadado.
    —Lo siento… —dije, suspirando. Subimos al tren y nos quedamos algo apretados entre tanta gente. Ni queriendo podría mirarle a la cara—. Aún estoy acostumbrado a estar como con mi ex.

    Daniel se tomó aquella confesión a su manera y, aprovechando que nadie miraba a los pies de nadie, encontró mi mano y la entrelazó con la suya. Me figuré que sonreí como un tonto enamorado, porque Daniel se rio un poco. Fue un detallito que hizo que mi corazón quisiera empezar una fiesta. Por suerte, la fase de ultramegatimidez que pasé con Carla ya la tenía algo superada, y fui capaz de mantener una conversación decente con él mientras disfrutaba del cariño y el contacto.

    Todo volvió a la normalidad cuando llegamos a la universidad, aunque dimos gracias por poder respirar por fin. Esos trenes tempranos siempre iban demasiado cargados de gente. Y justo al salir, nos encontramos a Ada.

    —Hola chicos.
    —¿Qué tal te encuentras? —le pregunté inmediatamente.
    —Mucho mejor, la verdad —contestó, sin entrar en detalle. Luego sonrió de una manera que me conocía demasiado bien—. Enhorabuena, parejita.
    —¿Te lo ha dicho Juana?
    —Qué va. Es que se os ve en la cara —dijo, señalándonos alternativamente.

    Daniel empezó a reír con ganas y asintiendo, y yo le pinché el estómago poniendo morritos con una sonrisa. Cuando Juana vio que todos llegábamos a clase con cara de haber reído durante un buen rato, dejó sus apuntes y nos prestó atención a los tres. De alguna manera, nuestras tonterías acabaron llegando a esta conversación:

    —Vale, vale, te propongo algo —le dijo Daniel a Juana—. Un día. Quedamos un solo día y vamos a la tienda de manga. Allí no voy a asustar a nadie, todos están curados en salud. No se sorprenderán.
    —Bueno, excepto ella —se rio Ada. Juana le sacó la lengua en respuesta con una carota burlona.
    —Si no te lo pasas bien, pues vale, ya te buscarás la vida, seremos amigos de amigos y punto.
    —Pues vale. ¿Hoy mismo? —le desafió Juana.
    —Vale. Que vengan ellos dos también —dijo, señalándonos a Ada y a mí—. Les quiero de testigos.

    Juana asintió, aunque no sin antes fruncir el ceño un poco y poner morritos antes.

    —Vale, pero ahora siéntate, que va a empezar la clase.
    —Tú y el trabajo… —se quejó Daniel, aunque me sonrió.
    —Eh, ¿dónde vas? —saltó Juana al instante, al ver que Daniel se iba a las filas de atrás. Luego se giró hacia mí. Yo ya estaba emparedado entre las dos chicas, como siempre—. Cámbiame el sitio, Ferra. Y que el ceporro se quede aquí.

    Ada y yo nos miramos. Ella ponía la cara de sorpresa y diversión más graciosa que le había visto hacer desde que nos conocíamos. Juana se levantó, yo la seguí, cambiamos nuestras cosas de sitio y volvió a meterse para ocupar su sitio al lado de mi mejor amiga.

    —Vaya, gracias… —dije, sin saber muy bien qué decir.
    —Cachis, no podré leer mi… —Le di un codazo para que se dejara de bromas—. Digo, gracias.
    —Las sillas no son de mi propiedad —dijo, antes de sumirse en la clase.

    El shock inicial fue bastante importante, pero Ada y yo supusimos que era lo normal que Juana empezara a tolerar a Daniel. Si acabábamos siendo una pareja estable le iba a tener que soportar mucho, pobrecilla.

    Fue interesante ver cómo pasamos las clases los cuatro juntos por primera vez. Yo le iba comentando como en secreto a Ada que aquello me hacía ilusión, que era como un pequeño grupito que estábamos creando, y me sentía muy cómodo. Y que por fin Juana daba esos pasitos. Ada también parecía bastante ilusionada, y no parecía quedar mucho rastro de su reciente desastre.

    Por los particulares grupos de clase que escogió, Daniel acababa dos horas antes la clase. Nosotros tres teníamos una hora colgada sin hacer nada en el medio.

    —Nos encontraremos en la tienda de manga a las seis, ¿vale? Tengo que volver a casa, le prometí a mi madre que volvería para comer. Tengo que ayudarla.
    —Vale, ningún problema. Nos vemos allí —le aseguré. Juana no dijo nada.

    Nosotros nos quedamos solos con Juana durante las siguientes tres horas, incluida la hora de la comida. Aunque nos burlamos un poco de sus reacciones durante esa especie de duelo que había tenido con Daniel, generalmente no hablamos mucho del tema. Estuvimos más concentrados pensando en nuestros proyectos y monografías y bibliografías que nos obligaban a tener o preparar en clase. Nuestra preocupación por el trabajo bien hecho era algo que compartíamos los tres. A Daniel le hubiera dado algo si nos hubiera escuchado todo el rato despotricar de trabajos.

    Cuando acabamos de comer fuimos directamente hacia la tienda. Juana me dijo que hacía años que no había estado allí. Ada, que a pesar de haber coincidido conmigo en el instituto no vivía en el mismo barrio, ni siquiera había estado, porque era un drama a la hora de tomar transporte público. Dejó claro que iba porque íbamos los cuatro.

    Daniel ya estaba allí cuando nos presentamos delante de la tienda. Aquello, más que una quedada amistosa para compartir un hobby parecía un campo de batalla, porque nos pusimos todos tensos. Daniel fue el que habló, después de un saludo:

    —He estado ojeando ya, hay algunos mangas nuevos chulos. Y han repuesto otros de interesantes. ¿Vamos?

    Entrar en la tienda fue otra sensación. El olor de las revistas y los libros me relajó de inmediato. Además, era la primera vez en mucho tiempo que iba con amigos. Allí no sólo había manga, los cómics también eran grandes protagonistas, había merchandising variado y algunas estanterías de novela fantástica. Era un sitio magnífico para comprar de todo.

    —Vaya, hacía tiempo que no reconocía ese olor —dijo Ada.
    —¿A ti también te gusta? —Ella asintió—. Somos un par de flipados.
    —Aunque hace mucho que no estoy por el tema —admitió—. Creo que solo recuerdo cosas de mi infancia, no tengo ni idea de nada reciente, a no ser que lo haya visto por la tele.

    Ahí se produjo cierta división. Mientras que yo me llevé a Ada a dar un paseo nostálgico por las series que habíamos visto de pequeños, o de aquella estética que tanto adoraba yo de los años noventa, Daniel guio a Juana directamente a las secciones de actualidad en romance. Estaban todos los subgéneros de romance juntos, y, tenía que admitirlo, alguna vez había espiado a clientes despistados que abrieron el manga equivocado por la página que no debía y me reía mentalmente de sus reacciones. Aunque esta vez lo harían a propósito.

    —¿Crees que saldrá algo bueno de esto? —preguntó Ada.

    No contesté inmediatamente. Oí a Daniel hacer cierto interrogatorio inicial a Juana sobre qué había leído con bastante delicadeza. Me resultó bastante tierno y sonreí.

    —Yo creo que sí.

    Se notaba las ganas que tenía Daniel de guiar a Juana por su mundillo favorito. Me daban ganas de pasarle una mano por ese pelo rubio frondoso que tenía y decirle «mira que eres mono».

    —Eh, Ferra —me susurró Ada, dándome un pequeño tirón en la manga del brazo. Podía llegar a ser muy discreta.
    —¿Qué? ¿Qué pasa? —dije, mirándola de golpe. Me había asustado.
    —Que le miras mucho —me respondió. Sonreía como si hubiera visto algo adorable. Sospeché que ese algo era yo.
    —Bueno, no hay nada de malo, ¿no? Me gusta, tal como me dijiste.

    Ada soltó una risita de las suyas.

    —Sí, pero llevas con ese manga en la mano sin mirarlo ya un minuto largo.
    —Oh… Es la curiosidad, supongo.

    Procuré ser más discreto durante un rato. Ada también miraba a ese par con la misma curiosidad, pero ella parecía más concentrada en fijarse en las reacciones de Juana. De vez en cuando me daba un codazo y me encontraba con nuestra amiga con la cara roja o soltando un «¡Qué adorable!». Me figuré que, a pesar de las buenas intenciones de Daniel, también aprovecharía para jugarle alguna que otra mala pasada señalando un manga que estuviera cargadito de sexo.

    Quizás pasamos una media hora de esa forma. Yo finalmente encontré un manga que me podría interesar, y como era un solo tomo, me lo compré. Cuando yo acababa de pagar, Daniel se acercaba con Juana. Él llevaba un par de mangas yaoi que ya me conocía. Eran relativamente ligeritos para lo que Daniel solía tirar a la cara a la gente en clase.

    —No hay que tener prisa, ¿sabes? Tú empieza con algo que te guste y me cuentas.
    —¿Todo bien? —pregunté.
    —¡Oh, sí! Me compro estos, que siempre dudaba de si llevármelos o no, y se los presto. Tienen de todo un poco.

    Al acabar me guiñó un ojo (no supe si por mí o por el contenido de los manga) y se fue a pagarlos. Juana se quedó a nuestro lado. Con la cara atribulada que tenía y su estatura, algo más baja que la de Ada o la mía, me dieron ganas de abrazarla.

    —¿Todo bien? —le repetí a ella.
    —Sí. Ha sido menos descarado de lo que pensaba —admitió a regañadientes.
    —Bueno, te hemos visto en apuros un par de veces —comentó Ada con la risa floja.
    —He dicho «menos descarado», no que fuera un santo.
    —¿Santos descarados? ¿Ya estáis hablando mal de mí otra vez? —dijo Daniel, volviendo con su bolsita con los volúmenes. Inmediatamente se la dio a Juana, quien la tomó como si lo quisiera esconder de la vista de todo el mundo y la metió en su bolso—. Espero que te gusten. Hay un personaje que adoro ahí, a ver si adivinas cuál es.

    Nos dirigimos a la salida. Con la broma, en total pasamos una hora ahí dentro, una pequeña zona neutral a mi parecer. En cuanto salimos, el ambiente tenso se volvió a sentir. Quizás era porque no hacía una tarde agradable.

    —Bueno, creo que podemos decir que el día ha acabado bien —dije. Al instante tuve la sensación de que no debería haber abierto la boca.
    —Mira que ya me esperaba montañas de perversiones, pero resulta que es majo y todo —bromeó Juana… No sonó como tal.

    A pesar del buen rato que habían pasado ahí dentro, por ese comentario me sentí mal por Daniel. Juana estaba siendo bastante inflexible. Daniel tuvo todo el derecho de contestar:

    —No sé por qué me tienes miedo, la verdad. Me llamas pervertido y todo eso cuando conoces exactamente el tema, no eres como todos esos prejuiciosos de nuestra clase. No me juzgas por eso, te juzgas a ti misma —le soltó, algo irritado. Luego se creció, con toda la razón, cuando Juana le echó una mirada negativa, pero no fue capaz de decir nada—. ¡No pasa nada por tener un hobby, si sabes cuándo tocar de pies en el suelo! Llevo tiempo intentando decirte esto y tú me rehúyes la conversación. ¿Con quién tengo que ser una fangirl loca? ¿Con éste, —me señaló—, que me reirá la reacción por compasión porque es un ladrillo…?
    —Eh, oye, ¿cómo que «éste»? Se supone que soy importante para ti, no te pases tampoco, ¿eh? —protesté. Ada se rio un poco y me puso una mano en el hombro.
    —¿…O con Ada, que pasa totalmente del tema? Y no me hagas hablar de mis pocos amigos fuera de aquí. Y yo sé que te lo has pasado bien.
    —¿Y por qué yo? Será que no hay personas que no compartan tus gustos —respondió Juana, algo agobiada.
    —Porque me fastidia que me mires mal la mitad de las veces que me acerco a Ferra para cualquier cosa, cuando yo no tengo ningún problema contigo. Porque me fastidia tener que contener mi gusto por algo que me apasiona sólo porque tú vives en tu cabeza. Si fueras cualquier otro de los de clase ya te habría largado. —Juana fue cambiando de mueca. Estaba claro que no sabía cómo sentirse. O quizás pensaba que exageraba—. ¡No tramo ningún complot contra ti! Por Dios, te lo voy a pedir directamente: ¡Déjame ser tu amigo!

    Juana abrió mucho los ojos. Me recordó un poco a cuando nos conocimos los tres, y entonces sentí que Ada y yo sobrábamos mucho allí, en esos momentos, aunque nos hubiera invitado Daniel mismo. Al mismo tiempo, podía sentir lo herido que se sentía mi chico por la manera que todo se había desarrollado entre los dos.

    —Tienes razón, supongo —dijo Juana por fin. Parecía un poco conmovida—. Sí que me lo he pasado bien. Quizás podría aprender un poco de mí con todo esto…

    Todos suspiramos de alivio.

    —Por fin entras en razón —soltó Daniel, con una sonrisa—. Sí que Ferra tenía razón, que si se te pregunta directamente no dices que no…

    Se me congeló la sonrisa.

    —T-tío, ahora no…
    —¿Qué…? —se defendió. Juana le dio un manotazo en el brazo—. ¡Au!
    —¡Ya os vale! —nos gritó a los dos. Yo empecé a reírme de buena gana y también recibí el manotazo—. Bueno, yo me voy, demasiadas emociones por hoy. Me voy a pensar en todo esto antes de que os hinche a ostias. Hasta mañana.

    Yo la saludé con calma y dejé que se fuera. No quería quedarme sin futuro novio, aunque aquello hubiera salido bien.

    —Si no os importa, voy a acompañarla, ¿os parece? —dijo Ada.
    —Claro, claro. Nos vemos mañana —reaccioné.

    Nos quedamos solos. Ada sabía leer muy bien las situaciones, aunque usara simplemente su intuición. Estaba aprovechando para dar su apoyo a su amiga y, de paso, nos dejó solos.

    —Qué presión esa chica, tú —se quejó Daniel.
    —Eh, que eres tú el que ha insistido —me burlé.
    —Bueno, sí. ¿Paseamos un rato? Relajarme con contigo parece buena manera de terminar con esta curiosa quedada.

    Yo asentí y empezamos a andar por el mismo paseo por el que caminamos Carla y yo el día que precisamente nos topamos con él al salir. De nuevo, tuve que controlar la necesidad de tomarle de la mano. Era uno de los gestos más sentidos que podía mostrar con total confianza.

    Ahora que estábamos solos, me asaltó algo que tenía que resolver: una parte de mí se sentía algo celosa porque Daniel estaba poniendo una cantidad enorme de pasión y de tiempo en esa amistad, casi tanta como la que había puesto en mí. Tuve que forzarme a recordar que había tenido muchos más detalles y momentos críticos conmigo que con Juana en tan poco tiempo, aunque mi inseguridad me impidiera olvidar esa antigua propuesta para salir juntos. Tuve que decírselo.

    —Oye, tengo que confesarte algo…
    —Has sentido celos de Juana.
    —¡Joder! ¿Tanto se me nota todo? —me quejé.
    —No, no lo hubiera adivinado —repuso—. Es que he pensado mucho en que quizás mi insistencia heriría tus sentimientos. Ya pensé que tendría que darte una explicación.
    —Me siento horrible sintiendo celos —pensé en voz alta—. Quizás ha sido por toda esta situación con Carla, porque Juana no es tan de piedra como yo y todo eso…
    —Eso me figuré. Aunque no sé si te servirá de mucho, no siento nada por Juana parecido a lo que siento por ti. En cuanto tuve ocasión de acercarme a ella antes de la universidad, y a pesar de mi propuesta, ya vi que no era para mí. El coraje que me ha dado lo mal que me ha tratado simplemente me resultaba injusto y la única forma de solucionarlo era ser su amigo —me dijo. Se saltó todas las precauciones, me acercó a él con un brazo y me plantó un beso en la sien. Definitivamente esa combinación de hechos y palabras me hizo sentir mejor. Él lo notó y se puso a reír—. ¿Te imaginas? Nos mataríamos el uno al otro en menos que canta un gallo. Ella siempre es «trabajo, trabajo, trabajo», se pasa la vida organizándose. Suficiente me ha costado que se avenga a comentar cosas de yaoi conmigo de vez en cuando, tantas neuras que tiene. Pero es buena persona, y nunca hubiera conseguido nada si no fuera porque Ada y tú os decidisteis a ser sus amigos.

    Me plantó otro beso, por encima de la oreja, esta vez. Que tuviéramos casi la misma altura me ayudó mucho a fijarme en sus ojos en cuanto lo hizo. Derramaban gratitud por sus iris. Y yo sabía que no era sólo por una amistad acabada de lograr. Podía tomar cierto orgullo de que todo lo que le había pasado en las últimas semanas era culpa mía, en la mejor de las culpas.

    Un pensamiento irrumpió en mí: «quiero besarle». Él aguardó un segundo, algo sorprendido, y entonces sonrió con calma y desvió la mirada al frente. Quizás me había adivinado el pensamiento y había decidido que no era el momento. Y yo, aunque tenía muchas ganas de darle ese primer beso, también sonreí y seguimos caminando.

    —Que sepas que lo haré —le dije, sin detallar nada.
    —A ver si es verdad. Te estaré esperando.
    —Te lo digo en serio.
    —Me lo creo, me lo creo —se rio—. Lo harás.
    —Que no soy tan tímido como te crees.
    —Vale —siguió riéndose.

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    Me encantó escribir ese capítulo, porque me enamoré de Juana cuando escribía estos dos fics y porque me recordaba a mí misma en la posición de Ferra observando a la persona que me gustaba... aunque no tenía a una Ada que me dijera que babeaba hahaha
     
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