// Ada y Juana: Una profecía // [Original/+13]

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    Bienvenido a todo lector que tenga ganas de leer un buen original <3 pero antes de nada quiero dejar clara una cosa:

    Este fic es la segunda parte de "Ferra en la Universidad", yaoi publicado en la sección de originales de este foro


    La mayoría van a saber de qué va, así que no voy a poner mucha información aquí, sólo dejaros con el prólogo y el primer capítulo <3

    Juana_2


    AA_-_Favorito_18


    0. Prólogo



    He escrito mucho a lo largo de estos dos años de carrera, pero no tengo ni idea de cómo empezar esto. Juana la sabionda no sabe qué decir, no sucede a menudo.

    La verdad es que no sé a quién le escribo.

    Hace años que tengo un diario que raramente he dejado de actualizar con todos mis acontecimientos emocionales para tener cierto control de mi mente y no agobiarme en exceso, pero siempre ha sido para sólo mí.

    Inicialmente pensé en escribir lo que quiero escribir para mis amigos Daniel y Ferra. Ellos se merecen saber qué pasó entre Ada y yo, aunque sienta que me hierven en aceite cada vez que tengo que contar algo de mí que me ponga en un aprieto. Tantos meses lejos de ellos y sólo hablando por Whatsapp habían sido mucho para mí y tenía ganas de verles. Les echaba de menos. Ahora ya volvía a estar en España, después de meses muriéndome de frío en Oslo.

    Pero luego pensé que hacía el mismo tiempo que no veía a Ada. Tenía cierta idea de lo que ella había contado a mis amigos, y sabía que había guardado respeto todo lo que pudo a aquello que pudiera afectarme negativamente a mí. Siempre llevamos lo nuestro bastante en secreto, y nunca me sentí con ganas de airear nuestros problemas, así que escribir esto no tiene sentido, es contradictorio.

    De alguna forma sé que tengo que hacerlo, sin embargo. Soy muy poco impulsiva, pero esto lo siento. Tengo que sacármelo de encima, como si fuera la última vez que hablara de ello.

    Así que… ¿quién lo leerá? No lo sé. Probablemente solo yo. Ada no leería un recopilatorio de nuestros momentos y lo que significaron para mí, pues ella fue la que salió peor parada de la separación, sería como echar sal a la herida. Daniel y Ferra lo leerían, en cambio, quizás por apoyo, quizás por curiosidad. O por ambos motivos.

    Sinceramente, tengo miedo. No sé cómo va a ser volver a ver a Ada y pasar tiempo los cuatro juntos. Me he ausentado medio curso. Me da miedo que el reencuentro distancie al grupo o lo destruya.

    Quizás mientras rememoro lo que pasó hace ya más de año y medio me decida a contarlo o no.

    ______________________________________________


    1. Mi soledad



    Me resulta fácil recordar todo lo que pasó antes de conocer a mis amigos en la universidad: estaba sola. No me importaba, no había ninguna necesidad de socializar. A diferencia de un sitio como el instituto, en la universidad es fácil abstraerse en el trabajo y simplemente dar lo mejor de ti sin tener que depender de gente que no quiere estar por la labor. Yo trabajaba y trabajaba, y hablaba con algún compañero para pasar el rato o hacer grupos de trabajo, y todo lo que no era estudiar era irme a casa a relajarme.

    Había tenido ya suficiente en el instituto de los dramas innecesarios, como el de Daniel pidiéndome salir. Dioses, no, además de no gustarme y de distraerme hubiera sido la broma permanente del lugar. La pareja de pervertidos. Ya entonces tenía mis gustos que consideraba (y sigo considerando a veces) prohibidos. Hubiera sido cuestión de tiempo que se enteraran todos.

    Supongo que debería decir que quedé muy tocada, tiempo atrás, por algunos de mis amigos dejándome de lado. A día de hoy sigo sin saber la razón, pero pasé la mitad de mis años de secundaria con apenas un par de amigos de primaria por ese motivo. Un psicólogo diría que me refugié en mi trabajo para evitar que me hirieran de nuevo. También explicaría por qué me costó tanto dejar que Daniel fuera mi amigo.

    Para colmo, mi familia era un desastre. Se peleaban constantemente con mi tío gay por motivos tontos, cuando yo estaba encantada con él. Había aprendido mucho de la diversidad y, aunque jamás lo admitiría ante nadie, el motivo de que me interesara por ello era porque descubrí el yaoi al mismo tiempo. Por eso se convirtió en algo prohibido, me negaba a aceptar que mi afición principal fuera algo que pudiera ofender a mi tío.

    Así que cuando Ferra me invitó a ser amigo suyo y de Ada, yo iba cargada de miedos: me costaba hacer amigos por si me encariñaba y desaparecían, tenía un secreto prohibido que Daniel podía airear como le diera la gana (y lo hizo, o Ferra y Ada no me hubieran conocido), mi familia estaba al borde del colapso y tenía cierta inseguridad de no rendir tan bien en la universidad como en secundaria.

    —Así que eres asexual. —Ferra asintió—. Perdón por ese chantaje el otro día.
    —Bah, no pasa nada. No lo consideré serio.

    Por mi vergüenza por el yaoi, le hice un chantaje nada creíble a Ferra en nuestra primera conversación. Me sentó fatal haber reaccionado así. Tuve miedo de haberme cargado algo, pero el chico de pelo castaño y cara de indiferencia total simplemente lo dejó pasar. Ese fue el día que lo cambió todo.

    Al principio no me fijé en Ada. Sus intervenciones eran discretas, y me impliqué mucho con Ferra porque parecía realmente atribulado con Carla. Quería esforzarme en ser buena amiga y apoyarle, todo por mi miedo. Además, tampoco sabía que me gustarían las mujeres (ni tampoco ella sabía de sí misma). Me di cuenta de que algo estaba yendo fuera de mis planes cuando…

    —Tienes. Que. Relajarte —se quejó Ferra, llamando a la puerta de mi frente para que saliera de mi cabeza.
    —¡Au! ¡Quita, bicho!

    Y entonces oí esa risita cantarina. Ada ya se había reído antes, pero no de esa forma, ni tampoco me había fijado. Me sonó a música para mis oídos.
    Me lo tragué inmediatamente y seguí con la conversación sobre Daniel.

    —Vale, que venga un día a comer con nosotros, no me des más la tabarra.

    Luego, como dijo Ada, «agüé la fiesta» y cambié de tema a Carla. Mi cabeza se agobió pensando en si aceptar a Daniel como amigo a pesar de que era el ejemplo de todo lo que no quería ser, parecer o tener cerca, además de estar haciendo resonar la risita de Ada por todo mi ser. Necesitaba no ser el centro de atención urgentemente.

    Ahora parece todo bastante racional. Yo escribo de forma muy fría y distante, en realidad. Pero juro que hasta que no cambiamos de tema, me sentí mareada de tantas cosas que tenía que descifrar. Tengo delante de mí el diario de aquel día y ocupa como tres páginas sin apenas espacios. Un abismo de diferencia comparado con un día habitual.

    La primera conversación real que tuve con Ada fue al cabo de unos días. Ferra, Ada y yo nos habíamos separado para la asignatura de Expresión Escrita. Cada uno iba a un grupo distinto, lo que de verdad que era muy engorroso. La gracia era que mi aula y la de Ada eran colindantes así que, al salir, me la encontré esperando, mirando su móvil.

    —No tienes buena cara. ¿Ocurre algo?
    —Tíos.
    —Ah, vaya. No sé si te puedo ayudar mucho con eso… —dije, algo incómoda.

    Sabía que Ada conocía a chicos para intentar salir con ellos, tener algo sólido, pero que no estaba saliendo bien. También sabía que no le gustaba hablar de ello, porque Ferra me había contado lo que sabía, y era poco más que nada.

    —No pasa nada. Llevo un tiempo hablando con este chico, pero no se implica nada. Parece que estamos en un limbo entre las citas y una relación, y no me quiere aclararlo.

    Me fijé mucho en que no quiso darle un nombre. No quería vincularnos con él. Para mí, significaba que ella tampoco quería dar ese paso.

    —¿Y qué es lo que quieres tú?

    Ada me miró a los ojos al fin. Fue brusco y me sentí algo intimidada. No era de mi incumbencia, ella irradiaba esa respuesta. Pero luego simplemente empezó a andar hacia el comedor.

    —Quiero tener una relación estable. No tengo un tipo para los chicos, todos me parecen más o menos divertidos. Soy bastante romántica pero parece que esa parte nunca acaba saliendo a la luz. Y eso me fastidia.

    Así que Ferra no era el único que estaba siendo perseguido por el fantasma de la relación ideal.

    —Yo no te puedo decir mucho. Rara vez me gusta alguien, y nunca he tenido una relación. No sé cómo es.
    —No pasa nada —repitió, con una sonrisa melancólica—. Pero te pediría que no se lo dijeses a Ferra.
    —¿Por qué?
    —Porque le preocuparía demasiado. Está emperrado en ser el mejor amigo del mundo con todo lo que está cargando, con su novia y todo eso, y se frustraría. Él no tiene la solución a mi problema, pero la buscaría.
    —Vaya, eso suena un poco como yo —dije sin pensar. Ada me miró un instante con precaución.
    —Y no es que sea indiscreto —continuó—, pero suele buscar soluciones en momentos poco indicados y no quiero que media facultad se entere de que tengo un mal día.
    —Vale, no se lo diré. Yo sé guardar un secreto.
    —Lo sé, no hay quien te tire de la lengua. Por eso te lo he contado.

    Su sonrisa fue más tranquila y genuina esa vez. Me suelen decir que me fijo demasiado en los detalles, pero valió oro para mí, por el simple hecho de estar haciendo bien algo como amiga. Me daba seguridad. Y Ada, además, transmitía mucha confianza y firmeza, como Ferra alguna vez decía. Era una lástima que su cara de póquer escondiera las mismas debilidades que su amigo.

    Nos fuimos a sentar al comedor de la facultad, con nuestras bandejas ya listas. Nos pusimos a propósito cara la puerta, para ver llegar a Ferra.

    —¿Crees que tú y Daniel seréis amigos?
    —No deberíamos. Somos opuestos —dije, aparentando aplomo. Me estaban dando los nervios típicos de cuando ves un descenso en picado en una montaña rusa.
    —Pero compartís una afición sana. Ya sé que tenéis un pasado complicado, pero…
    —Lo sé —me limité a decir.

    En el fondo, mi parte más racional quería ser su amiga desde hacía tiempo. Me decía que era sólo una afición, que me iba a venir bien, que por fin estaba teniendo amigos, y que tantas negativas podrían estropearlo todo. Por eso le solía apoyar en Facebook cuando hacía sus posts de pervertido rematado. Además de alegrarme la vista, intentaba lanzarle una indirecta, a ver si se atrevía a hacer lo que yo no podía: aceptarme. Pero siempre respondía a la defensiva y con burlas que me hacían sentir vergüenza.

    En respuesta, todo mi cuerpo se ponía en alerta, haciéndome sentir mal por la misma afición, considerando que tenía que seguir siendo uno de mis tantos secretos, que Daniel no era para tanto, que mi tío se ofendería si se enteraba, que era como darle la espalda a la comunidad LGBTI, y un largo etcétera.

    Y mi mismo cuerpo me impulsaba, sólo porque lo consideraba prohibido, a ver a Daniel y a Ferra como pareja. Daniel podía ser encantador si se lo proponía, y Ferra necesitaba a alguien que le hiciera sentir bien consigo mismo y así madurar. La fujoshi en mí (que me diría Daniel tiempo después) tomaba el control rápidamente. Lo odiaba.

    Ese día, Ferra volvió solo. Suspiré aliviada.

    —Oooh… —soltó Ada, mientras Ferra se encogía de hombros.
    —No ha podido ser —dijo Ferra.

    Me libré un día más del rubiales, pero me sentí como si estuviera retrasando lo inevitable. Y tuve toda la razón del mundo al sentirlo así. Aunque Ferra hizo propaganda de su nuevo amigo.

    —Es… ¿buen chico? —dijo. Me miró como si no pudiera hacer nada al respecto. Yo ya sabía que lo era, en el fondo, no hacía falta que otro me lo contara.
    —Lo he pillado —repliqué de mala gana. A Ferra le dio igual. Y aunque lo confirmaría un tiempo después, creí que el chaval tenía mucha curiosidad por saber qué pasaba con mis bloqueos y con Daniel.

    El tema volvió a girar al alrededor de a Carla enseguida, porque ella pasó por nuestro lado sin mirarnos. Tenía un rostro frío y distraído, con un pelo ondulado algo mal peinado. Se notaba que estaba sufriendo estrés. No era cosa mía meterme en el drama de Ferra, pero Carla parecía realmente afectada por todo aquello.

    Lo mejor fue que el tema se desvió de mí por fin. Una vez oí a Ferra usar la comparación del Ojo de Sauron alejándose de Frodo y, joder, durante mis primeros días con Ada y Ferra no podía dejar de sentirme en exactamente esa posición, pobre Frodo. Por suerte, siempre había algo que evitaba que una manada de orcos se echara encima de mí al último segundo. No habría sido capaz de aguantar las preguntas y comentarios totalmente razonables de Ferra sin ceder totalmente.

    Fue ese día que descubrí que Ada tomaba los trenes de la estación al norte de la universidad, en vez de los del sur, como Ferra.

    —Vaya, pensaba que vivíais cerca el uno del otro —comenté sin mucho interés, cuando nos descubrimos yendo a la misma dirección.
    —Ferra vive muy bien conectado. Yo tengo que dar tres mil vueltas si tomo su mismo tren, así que camino un poco y tomo el mismo que tú. Tardo un poquito, pero no tengo que hacer transbordos. ¿Y tú? Sé que Daniel toma el tren de Ferra.
    —Me he mudado este año, así que tengo que tomar otro tren. Estoy a medio camino ahora.
    —Qué suerte, puedes dormir más…

    Llegamos a la estación de tren y nos sentamos en las sillas del primer vagón. La línea empezaba allí, así que resultaba sencillo pillar buen sitio.
    Tengo que reconocer que, a pesar de ser muy pensativa y dar vueltas en mi mente como un tornado, no llegué a pensar que aquella risita mágica (y mi respuesta emocional tan agradable) significaran mucho. Me había gustado, había sido adorable, pero en ese momento estaba sentada a su lado y nada ocurría en mí. No pensé en que me gustaba (ni se me pasó por la cabeza), ni comparé con el contacto o emociones que había sentido por nadie. Bueno, hay que decir que en ese momento estaba buscando algo de lo que hablar. Yo era habladora, pero me daba la impresión de que Ada no lo era, y no quería incomodarla.

    —¿Sabes? Creo que puedo ver a Daniel y a Ferra juntos.
    —¡Entonces no soy la única! —No grité, pero respondí tan rápidamente que Ada se rio un poco de mí.
    —Vaya, no esperaba esa reacción —me dijo, mientras le entraba la risa tonta.
    —Me odio —me quejé, avergonzada.
    —Ay, pero si no pasa nada… —me consoló. No me sirvió—. Es sólo que veo que Ferra tiene una oportunidad para seguir adelante. Y no con la idiota de Carla.
    —Sí, esa chica no es muy buena para él.
    —Es que es buena persona, te lo juro —me dijo—. Fuimos amigas mucho tiempo, te lo puedes pasar genial con ella pero, joder, no le pongas un tío delante. Desde su primera ruptura que actúa de esa forma tan poco sana.
    —¿Te gustaría volver a tenerla de amiga?
    —No, ni lo intentaría. Ella me cogió manía por celos y yo le tengo manía en respuesta. Que se busque otras amistades.
    —Sí, mejor así.
    —Por cierto —empezó con un tonito sospechoso. Luego me susurró, en vez de hablar—, que sepas que yo también estoy al corriente de lo que le gusta a Daniel.

    Sentí el Ojo de Sauron abrasándome la cara.

    —Dios, tú también no…
    —No es malo, ¿sabes? Que tus gustos y tus necesidades confluyan… Y no te va a hacer daño soltarte un poco. Además, no voy a dejar que olvides la reacción que acabas de tener.
    —Qué mala leche tienes, y parecías buena persona —le repliqué, aunque no estaba molesta. Incómoda y avergonzada, pero no molesta—. ¿Y tú qué?
    —No, a mí no me dice nada. Cuando Ferra y yo nos conocimos fue porque leía un manga de fantasía que yo conocía. Era de mi infancia. Yo me quedé allí, supongo.
    —Oh… me hubiera sentido más cómoda si Daniel y tú hubierais invertido esta afición, la verdad —protesté, resignada—. Tú eres más discreta. Podría hablar del tema.
    —Bueno, eso no lo sabes —me replicó, con una sonrisa perspicaz. Pero a mí no me mentía, sí que lo era—. Tú déjate llevar. Me figuro que no lo haces a menudo.
    —No. —Y ya que estábamos puestas en hundirme en las profundidades del averno, lo solté sin más, susurrando—: Es que si fuera como Ferra, que es como un cacho de hielo ante esas escenas, pues vale, pero joder, a mí me entran todos los calores, ¿sabes? No puedo ir viendo a tíos en pleno tema sin más, y en esa clase de mangas está llenísimo.

    Por supuesto, a Ada le entró la risa floja, aunque no fue nada escandalosa. El tren empezaba a llenarse, y yo miraba a todas partes con todos los nervios de que alguien me escuchara.

    —¡Entonces el día que se te ocurra entrar en una página porno saldrás volando como un cohete! —dijo, soltando el martillazo en mi cabeza para que acabara de volverme diminuta.
    —Ni falta que me hace —dije lo poco digna que supe, estando encogida como un chimpancé en la silla—. Prefiero que haya un poco de misterio. Esos sitios tienen de todo menos eso.

    A Ada no se le cortó la risa floja, pero sí que se rio un poco menos, y asintió:

    —Mira, en eso te doy la razón.
    —Pues eso.

    Mi cara ardía como nunca. Jamás había hablado de esto con nadie, pero en el fondo me alegraba de que se pudiera tomar a broma. Que fuera Ada me ayudó. Ferra seguro que habría sido todo racional, como yo, intentando sonar convincente. Realmente, lo que necesitaba, aunque no lo sabía en ese momento, era sacarle el humor que Ada sí que tenía.

    —Te prometo que no le contaré esto a nadie —me dijo—. Has sido sincera y ahora mismo estás para echarte una foto.
    —Más te vale que no vea un móvil cerca —protesté, por el último comentario—. Pero gracias.

    Con el tiempo, Ada y yo rememoramos ese momento con ternura. Ella siempre decía que yo parecía un bebé dando sus primeros pasos abriéndome a alguien. Tengo que reconocer que tenía razón. Siempre quedó implícito en nosotras que esa clase de conversaciones eran casi necesarias, y nos unieron mucho.

    Aquella fue solo la primera.

    AA_-_Favorito_18


    Espero que os haya gustado y nos vemos dentro de dos días <3 este fic es casi nada autobiográfico excepto las emociones hacia el final de esta historia, así que nada, a meterse en la historia <3
     
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    Este capítulo está dedicado a Kaito-Takeshi y a su novio, que me he enterado hoy que han estado pasando por una mala situación. El capítulo no tiene nada que ver con ello, pero me apetecía dejar el detalle <3
    AA_-_Favorito_19

    2. Mis atribulados amigos



    No quiero entretenerme contando cosas que no me llevarían a ninguna parte, pero recuerdo muy bien los días siguientes. Fue cuando Daniel y Ferra empezaron a gustarse. Fue un período muy complicado para Ferra que, con Carla de por medio, parecía que su cabeza fuera a estallar.

    Eso no impidió a Daniel darme la tabarra. La primera vez que quedaron fuera de clases fue aquella vez que Daniel le llevó a esa presentación de yaoi. No puedo mentir, yo sabía perfectamente de aquella presentación. Imaginé que Daniel iría, y tenía mi mente aún bloqueada, así que nunca me propuse ir en serio. Me limité a tener un poco el sueño de ir. Daniel sabía todo esto, es demasiado astuto, así que se aprovechó de ello cuando nos encontramos con él en la salida:

    —Oye, si te quieres apuntar, no te voy a decir que no. ¡Te prometo mucha acción!
    —¡Eres idiota!
    —Eh, que no es mi culpa, te lo has hecho tú solita. O quizás no, porque no te he visto en mis posts de Facebook más picantillos.

    Quise que me tragara la tierra y cotillear en su perfil por la puñetera curiosidad morbosa que siempre conseguía despertarme.

    Ferra me salvó del apuro, pero para mí ya era tarde. Una cosa era Ada, en privado y comprensión, y otra el condenado de Daniel riéndose de mí. Ahora miro atrás y pienso que es gracioso, pero pasé muchos apuros en ese momento, porque sabía que Ada y Ferra querían reírse también.

    Cuando nos separamos, Ada me preguntó de inmediato:

    —¿Estás bien?

    Yo rodé los ojos y moví la cabeza con cierta molestia, sin mirarla.

    —Bueno, podría haber sido peor. Por lo menos sólo ha sido delante de vosotros.

    Entramos de nuevo en el edificio. Os íbamos hacia la estación de tren de nuevo.

    —¿Hubo ocasiones peores?
    —Ahora sabe que estoy dando pasos —admití—. Se comporta mejor. Cuando éramos más inmaduros solía chincharme en medio de clase, le daba igual cuando y al lado de quién estuviera.
    —Eso suena a bullying.
    —No me exponía a mí, sino a sí mismo. Estaba muy desesperado por estar cerca de mí, pero no quería admitirlo. Quizás porque aún sentía algo. O porque ya estaba solo entonces.
    —Así que crees que serás su amiga —afirmó, al cabo de unos segundos.
    —Si Daniel y Ferra acaban saliendo juntos sería difícil no serlo. Tampoco soy de hielo con él…
    —… Sólo tienes un bloqueo —acabó ella por mí. Admití aquello asintiendo—. ¿Y si te preguntara directamente si quieres que seáis amigos? ¿Le dirías que sí?

    Aquello me frenó unos segundos. Fugaces recuerdos de los amigos que había hecho hasta entonces habían resultado de formas muy similares. Lo que en coña se dice de «los introvertidos no hacen amigos, un extrovertido les adopta». A mí me ocurría a menudo. Hasta Ferra, que también parecía timidete, hizo algo parecido.

    —Sí. —Miré a Ada. Ella sonreía, mirando al frente—. Pero no se lo digas a nadie.
    —No, claro.
    —En serio. Quiero que Daniel se dé cuenta por sí mismo.
    —Me parece bien.

    Ada puso cara satisfecha y no volvimos a tocar el tema ese día, pero nos dimos los Whatsapp para hablar cuando se nos antojara (y aproveché para conseguirme el de Ferra). Yo no solía ser muy propensa a hablar por el móvil, porque normalmente la gente me pillaba trabajando. Pero incluso así, Ada y yo hablamos durante los siguientes días y me di cuenta de que la situación entre Daniel y yo la espinaba, que no le sentaba del todo bien en un mal día. No me atreví a decirle nada, pero ella era muy expresiva hablando por mensaje, se le notaba. Debería haberme dado cuenta entonces que era porque empezaba a gustarle, pero había cosas más importantes en mi mente.

    Ferra rompió con Carla y faltó el viernes. Nunca le había visto faltar a clase. Todos nuestros problemas quedaron un poco al lado, y me di cuenta de cuánto significaba Ferra por todos nosotros, los tres, cuando nada más sentarnos clase, Daniel entró como un torbellino y se situó delante de nosotros.

    —¿No ha venido? —preguntó inmediatamente.
    —Aún no. Podría llegar tarde —dijo Ada.
    —Bueno…

    Daniel se alejó y se sentó a su sitio habitual, frotándose su muñeca, aunque parecía perfectamente.

    —¿Crees que vendrá? —le pregunté a Ada.
    —No lo sé, nunca le he visto en una situación así. No deberíamos contar con ello.

    Intenté no mirar hacia Daniel.

    —Bueno… —dejé ir de mi boca.
    —Ha sido bonito —siguió Ada, por su cuenta. Sonreía con una de ésas, de las pícaras. No tardé en darme cuenta de lo que se refería, e hice el amago de girarme a mirar a Daniel.
    —Se gustan —dije, susurrando al mínimo. Ada sonrió con un poco más de felicidad y asintió—. Dioses, van a ser adorables juntos.
    —Es que Daniel apareciendo por aquí sin decir ni hola sólo por preguntar por Ferra… No hay otra explicación. Y el bobo de Ferra no creyéndoselo.
    —¿De verdad?
    —Qué va —se rio Ada—. Pero supongo que es porque se siente culpable y no quiere verlo.
    —Tiene sentido. A mí también me sentaría mal que me empezara a gustar alguien así de la nada estando con otra persona. No querría reconocer que me equivoqué de persona la primera vez.

    Ada asintió, menos alegre. No pude descifrar en qué pensó cuando le dije aquello, si en Carla y Ferra (que ya les conocía bien a ambos) o en otra situación suya. Visto lo visto, fue la segunda, pero eso sólo lo vería al cabo de unas semanas con lo de Emmanuel.

    Daniel volvió a aparecer delante de nosotros justo cuando el profesor acabó su clase. Los tres salimos de clase hablando sobre que Ferra tenía que estar hecho caldo a la fuerza.

    —Ayer me esperé en la estación de tren para preguntarle cómo estaba. Acabó llorando y huyendo —contó brevemente Daniel. Su rostro tan alegre se mostraba muy apagado en esos instantes. Reforzaba mi teoría de que le gustaba—. No quería que le tocaran.
    Ada y yo nos miramos. Ada puso cara de «déjamelo a mí».
    —Quizás me la cargue por decir esto, pero todo lo que ha pasado con Carla es precisamente por eso que acabas de decir. Ferra es asexual.
    —¿Qué quieres decir? ¿No le atrae nadie?
    —Más o menos. Es complicado.
    —Es capaz de enamorarse, pero no de ver el atractivo sexual de nadie —le expliqué yo—. Hay muchos tipos de asexualidad, pero lo poco que sabemos de él es que no es capaz de tener sexo con nadie. Nunca ha querido decirnos hasta dónde alcanza.
    —Y Carla no ha sabido aceptarlo —acabó Ada por mí—. Se han estado peleando desde que Ferra le contó eso.
    Daniel pareció aterrado y atribulado durante un instante, pero luego me miró. Sus ojos castaños fueron como una flecha entre los ojos.
    —Tú sabes de estas cosas —dijo—. Estás en mi Facebook. Pásame todo lo que se te ocurra que vaya a venirme bien. Quiero entenderle.

    Asentí, muy seria, porque aquella era una situación que lo requería. Pero, si hubiera podido, hubiera saltado de alegría con corazones en los ojos y gritando lo bonito que había sido que se preocupara tanto por él.

    —Esto ya es mucho más de lo que Carla ha hecho en semanas —le dijo Ada—. Gracias. Y si le dices a Ferra algo de que es asexual, dile que te lo he dicho yo. Quizás no se enfade.

    Daniel suspiró, asintió y se fue por su cuenta. No volvimos a hablar con él hasta que Ferra se presentó el lunes siguiente con una cara desolada. Mi corazón se encogió. Ada casi rompió a llorar, lo que casi me hace llorar a mí también. Esos dos eran realmente buenos amigos.

    Lo que necesitó Ferra durante un tiempo fue hacer vida normal. Daniel y yo volvimos a nuestra situación habitual. Ada se preocupó por distraer a Ferra cuando no estuviéramos trabajando y yo… hacía lo que podía. Lo que mejor se me daba era estudiar y dar lecciones breves sobre banderas o sobre la comunidad LGBTI+. De esa forma, Ferra mejoró muy rápido.

    Aunque parezca frío por mi parte, no quiero entretenerme con eso. Es una parte tensa y triste de la vida de Ferra que, si leyera esto, preferiría no recordar mucho. Probablemente sí que le interese saber que yo me daba cuenta de la actitud de Ada: siempre había sido la observadora distante en las bromas, o la persona que da apoyo con una de esas sonrisas preciosas que tenía (y que se multiplicaron durante ese tiempo complicado) y… en fin, me fijaba en eso de ella. Y a pesar de lo que me costaba a mí centrarme cuando me subían las vergüenzas, me daba cuenta de que algunas de esas sonrisas eran para mí. Solía ocultar con efectividad mis crecientes emociones al respecto.

    Supongo que pequé de ingenua. Me gustaban esas sonrisas y esa calidez, aunque sabía que no iban exclusivamente para mí. Sabía lo que me estaba pasando, y no me sorprendió mucho descubrir mi bisexualidad, aunque siempre había tenido esa intuición de que lo era sin experimentarlo. Pero pequé de ingenua pensando que iba a resultar sencillo, o simple. Ada había dado cero señales sobre si le gustaban las chicas.

    Es más, ni yo ni Ferra sabíamos mucho de su vida privada, la tenía cerrada a cal y canto. Cuando intentábamos probar las aguas y saber algo más, ella siempre se mostraba recelosa. Ferra lo vio como secretismo, y yo lo vi como que no le iban bien las cosas fuera del mundo universitario. Deseaba ayudarla, quería que se aclarara un poco. En un mal día, su mirada tormentosa daba cierto miedo y me preocupaba.

    Lo tuve todo mucho más claro cuando Ferra quiso gastarle la broma de reírse de su propia cursilería con el chico que sabíamos que estaba saliendo con ella. O supusimos. Yo me apunté no por eso, sino para ver cómo reaccionaba.

    —Es divertido, pero nah, no es materia de relación —descartó Ada, cuando empezamos a decirle que queríamos saber más. Ferra quería hacer que se sonrojara.
    —A lo mejor si le conociéramos… —propuse.
    —Mm… no. No le conoceréis. No me resultaría cómodo, ¿sabes?

    Reconozco que, para ser tan avispada y enseguida poner mi mente en modo pervertido, tardé unos incómodos segundos en darme cuenta de que Ada sólo buscaba sexo con aquel chico. Aquello fue como una fugaz tormenta interna: primero enrojecí como una boba inmadura, como siempre; luego reconocí mi ingenuidad y me entristeció saber que, aunque fuera sólo sexo, estaba con alguien más; y finalmente, me di cuenta de que ella tampoco era feliz.

    Si de una cosa yo sabía, era de teoría sobre relaciones. Y reconocía esa infelicidad de alguien que se está descubriendo. Con un poco de esperanza, me puse a buscar sobre algo que quizás nos ayudaría a las dos.

    —¿Qué buscas? —me preguntó Ferra.

    Yo giré el portátil hacia el otro lado, para que no pudiera ver mucho, y le saqué la lengua, en broma.

    Por desgracia, no todo fue tan bien como Daniel y Ferra saben, en este punto. Yo quise explicarle que quizás el motivo de su infelicidad no era que no encontrara el chico adecuado para ser su pareja, sino que no era capaz de tener pareja igual que Ferra era incapaz de tener sexo. Que era arromántica (tal cual, para no darme esperanzas a mí misma). Pero no lo conseguí.

    Lo que Daniel y Ferra saben fue que aquella broma fracasó y que al día siguiente el rubiales apareció con Emmanuel. No fue lo único que pasó. Ada y yo nos vimos antes de separarnos por la tarde. Su tren salía antes esta vez.

    —Te he visto algo mosca cuando he dicho lo del chico —dijo Ada, con cautela—. ¿Te ha molestado? —No dije nada, miré al suelo. Mi boca sólo se bloqueó porque sí, porque me había molestado, pero porque tenía que digerirlo todo y tenía que contarle también lo que tenía por decirle—. ¿Lo ha hecho?

    Su voz sonó más potente. Temí que se hubiera enfadado con aquello. Me apresuré a quitarme mis tonterías de mi vista:

    —En realidad, creo que sé por qué no encuentras lo que esperas en un chico. Sé que no eres feliz tal como estás.

    Ada me miró, y esta ni felicidad ni sorpresa rezumaban de su mirada.

    —No eres quién para decirme si soy o no soy feliz.
    —Lo siento, yo no… —dije con un hilo de voz. No quería hacerla enfadar. Era lo último que deseaba.
    —Me importa un bledo si te ha molestado, ponte todo lo celosa que quieras, es mi vida. Nadie tiene por qué meter las narices en ella.
    —Tienes razón, estoy celosa, pero… —«del chico, no de ti», quise decir. Pero aquello supondría toda una nueva realidad para la que no estaba preparada. Ada tampoco me dio mucho tiempo para explicarme.
    —Pues eso. Guárdate tus teorías —soltó con desprecio. Empezó a caminar más rápido que yo.
    —¡Ada!
    —¡Déjame en paz!

    No lo gritó, lo dijo como si fuera su hermana pequeña cargante. Yo me detuve en el camino y la dejé ir. Me dolió tanto cómo me dijo aquello que no fui capaz de insistir más. Me senté en un banco cercano y me oculté detrás de un pañuelo para que mis silenciosas lágrimas se dejaran absorber.
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    Gracias por leer, y espero que esté gustando <3
     
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    3. Mis revelaciones


    Lo que sucedió el día siguiente no es secreto. Emmanuel apareció. Pero ni Ferra ni Daniel se dieron cuenta de que Ada y yo no nos hablábamos. Ni nos mirábamos. La costumbre de tener a Ferra entre las dos fue especialmente eficaz en ese nuevo escenario.

    Yo seguía queriendo decirle qué era lo que creía que le pasaba. Sólo decirle el nombre y un «investiga» sería suficiente para encontrar varios sitios con entrevistas en los que Ada podría aprender mucho, aunque fuera a expensas de nuestra amistad. Tenía mucho miedo de perder a cualquier amigo, pero prefería que pasara sabiendo que se conocería mejor y sería feliz, que no seguir siendo amigos con alguien que no quería serlo.

    Cuando vi a Emmanuel con mis propios ojos tuve otra de esas mezclas raras de sentimientos. «Así cualquiera intenta tener una relación con él», pensé. Me figuro que puse cara espasmódica o algo así, porque Ferra me miró ocultando una sonrisa. La definición que le dio Ferra, llamando Aragorn a Emmanuel, le iba que ni pintado.

    La escena se volvió tan incómoda que tuve ganas de salir corriendo de allí: Ada estaba enfadada conmigo, todos queríamos desaparecer y creo que todos nos comíamos al pobre chico con los ojos a pesar de todo. Busqué la mirada de Ada, pero ella sólo miraba al frente, como si encarara la muerte con una sonrisa de resignación.

    —Creo que todos tenemos clase ahora —dije—. Tendríamos que ir tirando.

    Ada me miró un segundo, sin saber qué pensar de mí, y nos dijo que nos avanzáramos. Yo dije adiós por mera educación y salí casi corriendo de ese maldito pasillo. Además de brindarles un ratito a solas a Ferra y a Daniel, lo hice porque no quería sentir la fría mirada de Ada taladrar mi espalda desde la distancia. Lo estaba estropeando todo, una vez más.

    —No debería haberle dicho nada —me dije, mientras me refrescaba la cara.

    Luego hice lo que siempre se me ha dado mejor: trabajar. Me refugié en mis clases. Me di cuenta de lo tarde que Ada volvió, pero no nos miró ni a Ferra ni a mí. Daniel estaba en su sitio, detrás del todo, así que todo eran libertades para huir de lo que tenía que afrontar.

    Ada no habló conmigo de nada de lo de Emmanuel, como sí que hizo con Ferra esa misma tarde (me enteré más tarde de ello por ella misma). No hablamos de nada, en realidad, y cuando Ferra me dijo que faltaría ese día de clases, supe que aún necesitaba contarle lo que sabía. Quería ayudarla. O animarla. Decirle que había una salida, o que no se obsesionara. Lo que fuera.

    Ferra intentó sacarme información sobre Ada, pero no quise decirle nada. Además de que era privado, él ya era suficiente con su personalidad para hacer sentir mejor a mi amiga.

    Y entonces nos topamos cara a cara con Daniel. Por las sonrisas de ambos y lo animado que había estado Ferra todo el día, yo sabía que iban a empezar a salir a la de ya, posiblemente ese día mismo. En mi pose defensiva respecto a Daniel le dije:

    —Más te vale tener cuidado.

    Pilló el mensaje y me fui derecha a mi estación de tren. Quería dejarles tranquilos con todo el espacio que pudieran tener. A pesar de mi mal estado emocional, me seguía alegrando que algo tan bonito estuviera sucediendo a mi alrededor, y mal rayo me parta si no pensaba que parte de ello era porque eran dos hombres.

    Quizás el universo cambió sus planes, entonces, porque recibí un mensaje de Ada.

    Lo siento, te traté mal. ¿Aún quieres contarme lo que descubriste?

    Tardé un rato en saber qué contestar, pero preferí enviarle un audio. Quería que viera que me importaba, y hablando por chats siempre he sido más fría.

    —Debería ser yo la que me disculpara —dije. Pronunciar esas palabras hizo que mi voz temblara un poco. No podía llorar, joder—. ¡Y claro que quiero! Quiero que seas feliz, y si puedo ayudarte a entenderte… lo que sea, ¿vale? Sólo que me gustaría contártelo en persona, si no te importa. Me sentiría mejor.

    Ella me dijo que podíamos quedar un rato antes de clase, pero que no quería que Ferra se diera cuenta de que ambas habíamos estado mal entre nosotras, que les iría «casualmente» a buscar cuando acabáramos de hablar. Me pareció bien.

    Sentí un enorme alivio. Me había hecho muchas películas de lo mal que podría haber salido todo y me había olvidado de que Ada también era una adulta capaz de disculparse. Quizás por ese nuevo estado de tranquilidad fui capaz de encajar un nuevo golpe: Ferra sentía celos de mí por el tiempo que invertía Daniel en mí, lo que dejó claro que ya estaban saliendo.

    Tenía que solucionar aquello cuanto antes, no podía dejar que uno de mis pocos amigos pensara que yo era un problema para su relación. ¡Si no podía estar más feliz por ellos! Le conté por qué rechacé a Daniel, toda la verdad, aunque en realidad sólo tenía ganas de decirle que nunca me gustó. Pero eso no le bastaría.

    —Ya veo… ¿Le tendrías de amigo entonces?
    —Es posible.
    —No mientas. Nos has emparejado desde lo de Carla. Sé cómo funciona.
    —Si se lo dices, te mato.
    —No creo que haga falta que se lo diga, fijo que lo sabe ya.
    —Sois insoportables, de verdad. Vaya par se han juntado en mi contra. —Se me daba bien fingir molestia en broma a distancia—. Pero me alegra que estéis juntos. Se te ve muy feliz.

    Me aseguré de mandarle una buena sonrisa, aunque supiera a poco en un chat. Que al final Ferra me cambiara de tema a mis vergüenzas por el yaoi fue la mejor señal. Ese emoticono fue muy sincero por mi parte. Sentía como toda la presión de los dos últimos días desaparecía a muy alta velocidad. Me tumbé en la cama para disfrutarlo, sólo para encontrarme pensando en lo que le diría mañana a Ada y cómo se lo tomaría. No me preocupaba, realmente. Quizás mi pequeña esperanza era la que me decía que todo saldría bien, de alguna forma.

    Al día siguiente por la mañana, Ada y yo nos encontramos en la biblioteca, como tres cuartos de hora antes de clase.

    —Hola, ¿cómo te encuentras? —me saludó.

    Hice el amago discreto de alzar los brazos para abrazarla. Tuve que controlarme.

    —¡Eso te debería preguntar yo a ti! —Ada me sonrió un poco—. Me tenías preocupada.
    —Estoy mucho mejor, de verdad. Me alivia saber que en mi grupito las cosas mejoran.
    —¿Ya te ha dicho Ferra que sale con Daniel?
    —No, pero Ferra no tiene secretos para mí —dijo, riéndose. Se me contagió un poco la risa a mí—. Vamos, que hay que aprovechar el tiempo.
    —Eso.

    Caminar hasta una sala apartada fue una dosis de tranquilizantes en toda regla. Encontramos una al cabo de buscar por todo un piso. Era época de parciales y a todos les ardía el culo intentando estudiar en horas intempestivas.

    Nos sentamos en las sillas más alejadas.

    —Bueno, ¿qué me querías contar? ¿Crees que me va a ayudar?
    —Creo que sí, pero… en fin, a lo mejor te desilusiona.

    Ada dudó un instante, pero asintió.

    —Mejor ahora que cuando empiece a ilusionarme de nuevo.
    —Sí, mejor… —Abrí mi portátil. Sabiendo que quedaríamos, había encontrado un artículo muy particular en Vice en el que se entrevistaban a varias personas con las que creía que Ada se podría sentir identificada—. Creo que eres arromántica.
    —Suena como lo de Ferra, pero al revés —dijo, después de un instante.
    —Lo parece, sí. Simplemente no te puedes ver con ninguno de esos chicos. No hay mariposas en el estómago, ni emociones disparadas, simplemente no sientes lo que la mayoría. Puedes tener… —hice un ademán para obviar la palabra. Ada sonrió con cierta compasión— «eso» con ellos, te siguen atrayendo, pero nada más.
    —Bueno, eso explicaría el desastre de mi primera relación.
    —¿Tuviste una?
    —Hace años. A Ferra le dije que era porque fue tormentosa y ya está, pero lo que realmente sucedió fue que no fui capaz de enamorarme, pero seguía fantaseando con estar con él.
    —Entiendo… hay personas arrománticas que lo hacen a menudo, aunque luego no se traduzca en el mundo real. Hasta tiene su propio nombre en inglés. Podrías ser como esas personas.
    —¿Crees que eso es todo? ¿Soy arromántica?

    Dudé un instante. No podía decirle simplemente «no, a lo mejor te gustan las tías también». No tendría la entereza suficiente y me vería a la legua que me gustaba. Seguía sin querer perder amistades por algo tan catastrófico como suele ser el amor. Quería y no quería salir con ella. Y no estaba preparada tampoco.

    —Creo que lo tienes que pensar —repuse—. Se trata de ti. Sé que suena poco implicado por mi parte, pero yo sólo te puedo dar las pistas. Y no tengo la experiencia, tampoco. Soy la eterna soltera.

    No pude evitar dejar caer una ligera indirecta sobre la propia indirecta, mencionando lo de las pistas. Preferí no ponerme a pensar si me había cazado o no.

    —Bueno, ¿sabes qué? Que me siento mejor. —Eso llamó mi atención—. Me hace sentir mejor saber que no soy la única a la que le pasa esto, y que hay gente que puede vivir con ello sin problemas. Pásame el artículo este, que me lo leeré en casa.
    —¡Claro!

    Soy muy boba, a veces. Su buen ánimo se me contagió y sonreí como si me hubieran dado la noticia del año.

    Luego salimos de la biblioteca, después de relajarnos unos minutos y hablar de los tortolitos, y nos separamos. Ada fue a encontrarse con Daniel y Ferra como si fuera casualidad o curiosidad, y yo me dirigí a clase. Entré la primera de todas.

    Cuando los tres llegaron cada uno con una agradable sonrisa en los labios, simplemente se me contagió, y me dejé arrastrar por la locura de Daniel. No podía decirle que no si me pedía una tarde de manga con mis mejores amigos. Seguía teniendo mis reparos con él, pero era como que cada vez me daba más igual sus gustos y más cariño le tenía por cómo se portaba con Ferra. Quizás era eso lo que necesitaba.

    Como muestra de buena voluntad, me atreví y sorprendí a los tres:

    —Eh, ¿dónde vas? —le dije a Daniel—. Cámbiame el sitio, Ferra. Y que el ceporro se quede aquí.
    —Vaya, gracias… —me dijo Ferra.

    Valió cada segundo de sus caras de sorpresa, especialmente por el de Ada, que rara vez se dejaba llevar de esa manera. Sentí una de sus angelicales sonrisas posarse como un beso en mi mejilla mientras yo me ponía a tomar apuntes ya.

    La espera hasta la tarde se me hizo eterna. Ada y Ferra estuvieron por el trabajo, pero yo me moría de los nervios. A pesar de todo, seguía sintiendo que lo que me gustaba no era correcto y que Daniel era el ejemplo de todo lo que yo no quería ser, pero yo ya sentía que, de alguna forma, era mi amigo. Además, después de unos días tan tensos no había tenido muchas oportunidades de pensar en ello. Todos me decían «date el placer», incluida Ada. Sabía que todo estaba en mi cabeza, pero yo sola no era capaz de sacármelo de allí. Por eso, en parte, había accedido al desafío de Daniel.

    En cuanto nos separamos en las dos parejas dentro de la tienda de manga recé para que Ferra y Ada me socorrieran de inmediato.

    —Bueno, ¿has leído mucho romance?
    —Algunos de los clásicos… —susurré—. Los que veíamos en la tele de pequeños.
    —¿Nada actual?
    —Conozco algunos nombres, nada más.
    —Ya veo… —Puso morritos como los que solía poner yo, así que le devolví el mal gesto en broma—. Bueno, seré compasivo. Tengo unas cuantas ideas. ¿Cómo vas de dinero?
    —No muy bien, la verdad.
    —Lo suponía. Vamos a ver…

    Aunque la sección de romance y actualidad no era muy grande, hicimos un repaso bastante detallado. Daniel se dedicaba a decirme nombres que yo me apuntaba en el móvil. Le dije que, ya puestos, que en principio sólo yaoi. Él me dijo que no había mucho entre lo que escoger, porque llegaba poco, pero me indicaba también series en las que se podían emparejar aunque no fuera nada canónico.

    —Mira, haremos una cosa. Hay una serie de dos tomos bueno, llamado Seven Days, que es ligerito y te vendría bien para empezar. Yo me lo compro y te lo presto. ¿Te parece?
    —Vale —musité. Seguía bastante cohibida a pesar del rato que habíamos estado hablando del tema—. Gracias.
    —No mujer, gracias a ti, que me permites guiarte. Y no hemos acabado. Échale un ojo a este tomo, a ver qué…

    Ni recuerdo ya el nombre que tenía, sólo sé que lo ojeé con curiosidad y fui lo suficientemente ingenua. Me había relajado demasiado. Hacia el cuarto de tomo me encontré una de esas escenas que tantos sentimientos encontrados me provocaba y se me quedó grabada la viñeta en la cabeza. Esos dos hombres estaban en una postura que jamás había visto o imaginado antes. Intenté esconderme de la mirada de Daniel, al que oía reírse por lo bajo.

    —Te voy a matar.
    —Eh, has sido tú la que te has confiado. No te preocupes, ya llegarás a este, seguro que te gusta.
    —Me lo figuro.

    Se portó bien luego, tuve que reconocer. Mis nervios me mantuvieron alerta el resto del paseo que nos dimos por la tienda, pero supongo que con gastarme una broma fue suficiente.

    Creo que la parte en la que me puse borde y luego emocional con Daniel sobra. Mis tres amigos ya saben cómo salió eso, y a Ferra le gusta recordar ese día porque, a pesar de la tensión, acabó siendo un momento bonito. Mejor prefiero explicar lo que Ferra y Daniel no supieron.

    Ada y yo volvimos juntas en metro un buen trozo. Después de la mañanita que habíamos tenido en la biblioteca, tenía la impresión de que nos habíamos acercado mucho. Procuraba mantener mis ilusiones y esperanzas a raya, porque cualquier par de amigos podrían haberlo hecho igual. Yo sólo intentaba relajarme después de casi pelearme con Daniel.

    —Mira que es tonto. Que siempre digo que sí si se me pregunta directamente, dice el condenado…
    —Tienes que reconocer que se lo has dejado fácil.
    —¡Porque he querido! —protesté—. Pero ahora ya no hay marcha atrás. Tendré que aguantarle.
    —Bueno, no va a ser un gran suplicio si se porta tan bien y te da jugosos nombres de manga ¿o no? —Yo recordé la maldita viñeta, me puse tiesa y Ada se rio un poco de mí—. Os hemos estado espiando un poquito. Ferra no le quitaba ojo a su novio, estaba totalmente embobado.
    —Si es que luego nos decía que qué decíamos sobre si le gustaba o no le gustaba Daniel. Era evidente —dije, con media sonrisa.

    Caminamos un rato, acercándonos al metro. Quería contarle lo que me pasaba, sentía que era el momento, pero me estaba costando, y me empezaban a atormentar las barreras mentales de nuevo. Ella me sacó de mis demonios:

    —Puedo escucharte, si quieres. Has hecho mucho por mí, es hora de que te ayude yo, si puedo.

    Casi le di la mano en agradecimiento. La miré un instante, bajé la cabeza y volví a mirar al frente.

    —Daniel es buena persona. Si es que lo sé. Pero tal y como es… No te será nuevo si te digo que tengo muchos miedos, ¿no?
    —No, solemos comentarlo los tres. Nos preocupa.
    —Ya —dije, con la boca seca—. Tengo mucho miedo de perder las amistades que he conseguido. He vivido muchos años estando y sintiéndome sola, y la simple idea de perder a uno de los tres… Por eso me supo tan mal cuando te enfadaste conmigo. A pesar de eso, siempre voy con la verdad delante, a veces como si buscara pelea. —Hice un segundo de pausa—. Sé que esto no parece que tenga mucho que ver con Daniel, pero fue por personas tan descaradas como él que me quedé sin amigos tiempo atrás.
    —Pero bueno, te estás esforzando, ¿no? Eso es bueno.

    Miré a mi alrededor. Esa había sido la parte fácil.

    —Ya sabes cómo me pongo con todo lo que a Daniel le gusta —empecé a decir—. Es culpa de mi familia. Hace años que intento juntarme todo lo posible con mi tío, el que prácticamente es activista de la comunidad gay y compañía. Cuando mi padre supo que su hermano era gay lo rechazó por completo. Se casó, nací yo, y todo lo que cabía saber sobre sexualidad era lo que él decía, como si me fuera a contagiar de algún mal. Durante años no me importó y dejé que dijera lo que quisiera, y apenas sabía de mi tío. Pero… en fin.
    —Empezaste a crecer y sentiste atracción por los chicos.
    —Sí. Y eso para mi padre estaba bien, era lo que él entendía por aceptable, son chicos y ya, pero no podía tolerar el placer individual, ya sabes —Ada asintió—, ni tampoco nada relacionado con mi tío. Antes que buscarme problemas decidí negármelo todo, esconderlo, y la parte de mí que me habían inculcado esta clase de rectitud absurda me dice que ceder a mis deseos sería como ofender a mi tío, porque él siempre ha sido mucho mejor padre en esto que el mío propio. Mis ideas encajaban con las suyas siempre, me enseñaba todo lo que sabía de diversidad y tolerancia y, cuando no era él, lo investigaba yo.
    —Sé que no es mi lugar decirte esto, pero tu tío también quiere que seas libre de hacer y decidir lo que tú quieras.
    —Lo sé. Por eso me fui de casa en cuanto tuve el dinero suficiente. He ahorrado toda mi vida para esto, podría pasar dos años con la cantidad de dinero que gasto actualmente.
    —¡Vaya! Eso es mucho dinero.
    —Sí —sonreí—. Vivo sola, pero me siento mucho mejor que no viviendo con esa presión en casa. Y también por eso he ido dejando que Daniel se meta en mi vida. No creo que haya mejor momento que este para ello. Pero hay muchas barreras que salvar.
    —Pues yo creo que lo estás haciendo muy bien.
    —Sí, yo pienso que…

    Me corté. Ada me había detenido y me estaba abrazando con delicadeza.

    —Eres muy valiente —me susurró.

    Nos quedamos unos segundos así. Me dejé llevar y puse mis manos en su espalda. Mi nariz llegaba a su hombro, así que me acabé escondiendo detrás de él ni que fuera un segundo.

    Ada me dejó ir y yo pensé «un poquito más, por favor». Su calidez había sido tan tranquilizadora…

    Pero intenté mantener mi compostura. Nos metimos en el metro. Ella me iba sonriendo, y yo fui incapaz de decir nada más. Quería decir más cosas, aunque diera vueltas como una tonta sobre el mismo tema, pero estaba intentando calmar mi taquicardia, todas mis esperanzas escalando junto a mi vergüenza.

    Nos sentamos en el metro y alcancé a decirle:

    —¿Puedes guardarme este secreto? Sé que Ferra y Daniel saben algunas cosas sueltas, pero preferiría solucionar todo esto sin que fuera necesario que lo supieran todo.
    —Pues claro que sí, mujer. ¿No me conoces? Yo tampoco soy mucho de airear estas cosas.

    Nos miramos un segundo y pensé durante días que lo que vi en sus ojos era lo mismo que yo sentía por ella. Para no tener que preguntarme nada de aquello, dejé reposar la cabeza en su hombro. A ella no le importó.

    —Si crees que tienes suficiente confianza, o quizás miedo, puedes decirme si avanzas o no —me propuso—. Como si te ventilas estos dos tomos de manga de un plumazo, o algo.
    —Quizás lo haga. Gracias. Menudas conversaciones hoy, tú y yo.
    —Y que lo digas.

    _______________________________________


    Espero que os haya gustado, todo apoyo es bienvenido <3 este es uno de los importantes (ya, tan tempranito) y creo que también el más largo.
     
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    Hoy es día de actualización, y volvemos a capítulos de dimensiones normales, pero aun así sigue siendo importante <3 la verdad es que la mayoría de capítulos a partir de ahora condensan una constante importancia. Espero que les guste <3

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    4. Mi segunda pelea con Ada



    Había sentido un cambio en mi entorno. Mis dos peleas se habían convertido en una oportunidad de tener a dos personas más cercanas. La sensación de seguridad que me daba era inmensa y tenía ganas de devolver un poco de lo que me habían dado.

    Me ventilé los dos tomos que Daniel me había prestado en una sentada. Mi corazón estaba muy sensible y deseoso de una historia bonita, y el drama de Seven Days y la incógnita me ayudaron mucho a querer leérmelo todo de golpe. Seguía teniendo esa sensación de que estaba haciendo algo que no debía, pero estando en casa podía disfrutar de mi secreto prohibido y ahora había alguien que estaba feliz por ello.

    —Ya me he terminado Seven Days —le dije a Daniel por Whatsapp.

    Se rio con todas las ganas, el condenado, pero me dijo que ya se lo esperaba.

    —Menos mal que te apuntaste algunos nombres, ya sabes dónde buscar más —me dijo—. Aunque también me gustaría pasarte alguna que otra imagen de vez en cuando. ¿Puedo?
    —Claro. Pero no te pases.
    —¡No me paso! —contestó con alegría.

    Pensé que empezaría a bombardearme con imágenes y fanarts sin ningún tipo de control (ahora admito que en el fondo lo quería), pero no fue así. Quizás porque estaba distraído con Ferra, quien me dijo que también recibía alguno de esos fanarts. Me había olvidado de que a él también le gustaba, pero me figuré que el hecho de que fuera asexual limitaba mucho la capacidad de Daniel de comportarse como el locuelo pervertido que era, por lo menos en cuanto a yaoi.

    Aunque el primer día que me pasó una serie de imágenes picantes me quedé impresionada. Tuve la suerte de que estaba en casa (bueno, le había dicho a Daniel que me las pasara o de mañana o de noche) y tuve un «runrún» que hacía meses que no tenía. Y aquello Daniel no lo iba a saber.

    Quise hablar con Ada de eso. Con ella hablaba mucho más desde que nos abrimos aquel día, y empezaba a contarme sus dudas.

    —Ajá, así que Daniel ya se ha puesto con sus perversiones, ¿eh? —me dijo. Aunque fuera a distancia (porque no podría hablar de eso con nadie delante) era como si pudiera ver su sonrisilla pícara.
    —Pues sí. No sé si es que tiene gusto por pervertirme, por verme volver loca, o que es adicto al yaoi censurable.
    —O todo a la vez —se rio ella.
    —O todo a la vez —repetí.
    —¿Aún te sientes mal?
    —Claro, esto no se me irá en dos días.
    —¿Cuánto hace que no…? —Lo dejó en el aire, pero era obvio qué me estaba preguntando.
    —Meses. Trabajo, mudanza, yo encallándome en mi mente… ya sabes.
    —Ahora no tienes excusa. Incluso te pasan material. —No sé cómo me dijo aquello, pero me sonó a uno de sus susurros comprensivos de cuando nadie más que yo tenía que escuchar algo.

    Si hubiera seguido lo que me decía mi mente en aquel momento, al día siguiente hubiera estado tal cual. En vez de eso, cuando Ada y yo nos encontramos para ir a la biblioteca a trabajar (mientras los dos tortolitos descansaban solitos) me quedé pillada un instante que me miró y miré al suelo inmediatamente. Ella me tomó el brazo por la parte de atrás del codo con cuidado y se acercó un poco.

    —Lo has hecho, ¿verdad? —Asentí, incapaz de mirarla—. ¡Qué bien, me alegro! Te dije que necesitabas darte el placer. Literalmente.
    —¡Pero cállate! —dije entre dientes, con poca voz, mirando a mi alrededor nerviosa.
    —Y parece que fue bien —siguió.
    —No se te puede contar nada.

    Ada se disculpó pero no me soltó. Si una de las dos hubiera sido un hombre, todo el mundo lo hubiera considerado como caminar como pareja. El pensamiento me distrajo de mi momento de intimidad, pero me mantuvo con la mirada clavada en el suelo.

    —¿Daniel te pasa mucha cosa?
    —No tanta como pensaba —admití—. Pero si sólo con ese primer arranque de imágenes ya ha conseguido esto…

    Ada no respondió y el tema se desvaneció. Nos acompañamos del brazo hasta una sala para empezar a preparar uno de los trabajos que teníamos en conjunto, pero me di cuenta de que ella me miraba poco y hablaba lo justo. En aquel momento no me di cuenta de por qué del todo. Pensé que hablar de Daniel en una situación que había decidido compartir con ella le había dolido. Obviamente, la cosa era mucho más compleja, pero ella nunca me dijo nada al respecto. Tuve que adivinarlo yo.

    Supongo que no ayudó que Daniel y yo empezáramos a trabar lazos de forma consistente. Cuando Ferra quería presumir de novio con Ada, él y yo comentábamos sobre nuevas series y algunas imágenes, o me enseñaba algunas cosas que publicaba y se me pasaban (nunca he sido fan de las redes sociales). Daniel tenía mucho cuidado de dejarme ver cosas que no me alteraran, el capullo tenía muy buena intuición para tratar conmigo.

    —Dime la verdad: ¿te ha aconsejado Ferra sobre cómo lidiar conmigo? —le pregunté, mientras pasábamos por algunas imágenes de parejas de Sakura Cardcaptor. Me estaban entrando ganas de ver el anime original de nuevo sólo por Touya y Yukito.
    —Bueno, antes de quedar los cuatro en la tienda lo hizo. Tengo que controlar mis tonterías —dijo riéndose, y yo le puse morros— pero me hace feliz tenerte de amiga y poder hablar de todo esto. Sin decir nada, ya sabemos dónde se nos van los pensamientos. Puede haber tíos muy buenorros en este mundillo.
    —Sí, sí, los hay —contesté rápidamente—. Pero sí, estoy más cómoda de lo que pensaba contigo. Debería haberte hecho caso antes.

    Daniel me revolvió el pelo con una sonrisa radiante, como le gustaba hacer siempre. De nuevo, le puse morros, pero me dejé hacer. Pasar vergüenza casi era necesario con él. Aunque sólo Ada lo supiera, me estaba empezando a aclarar. Una persona impulsiva y descarada como Daniel me convenía, tuve que admitir.

    Ada debería haberme dicho algo. Conforme pasaba tiempo con Daniel, notaba que se distanciaba o necesitaba más tiempo para tener conversaciones sólidas. No me contaba si avanzaba o no descubriéndose. Yo sí le contaba eso, prueba de ello había sido ese momento algo incómodo fuera de la biblioteca. Y yo seguía queriendo saber de ella.

    Estuve tentada de preguntarle directamente, pero no se me daban tan bien esas cosas. Además, pasamos una semana de apuros con los exámenes parciales. Ferra y Ada estuvieron concentrados estudiando juntos. Yo me preparaba por mi cuenta. Ferra ayudaba a Daniel cuando podía, pero el pobre rubiales se nos agobiaba viendo tanto trabajo de por medio. No había espacio para melodramas cuando nos estábamos jugando una parte importante del semestre.

    Daniel y Ferra nunca se dieron cuenta de lo que ocurría entre nosotras en ese momento. Para ser sinceros, yo tampoco me di cuenta del todo, o probablemente nos habríamos ahorrado mucha tensión. Lo malo era que yo siempre tenía cara de concentrada y Ada sabía fingir muy bien, así que los pobres chicos se quedaron en babia amándose como la buena y adorable pareja que eran después de los exámenes. Todo quedó detrás del escenario, un día que nos vimos a solas en el campus:

    —Hace unos días estábamos bien, pensaba que estábamos acercándonos. Ahora sólo te veo de buen humor cuando estamos los cuatro juntos o cuando les vemos felices. ¿Puedes decirme qué pasa, por favor? —le pregunté.
    —Creo que es innecesario decirte nada…
    —¡Soy tu amiga, ¿cómo no va a ser necesario?! ¡Te he contado cosas muy personales de mí que nunca hubiera pensado que nadie sabría! ¡Quiero saber qué te pasa!

    Vi en su cara que se sintió atacada. Me arrepentí de inmediato. Y Ada no es de las que bajaban la cabeza, como solía hacer yo.

    —¡Si no me hubieras contado nada sobre qué me pasaba no estaría así! ¡No sé ni para qué dejé que me dijeras nada! ¡Podría haber seguido mirándome tíos sin preocuparme de lo que sintiera nadie!
    —Pero tenías que saberlo, no eras feliz…
    —¡No era cosa tuya! Ahora cada vez que hablamos es como caminar por un campo de minas y me deja sin cuerpo durante horas. ¡No quiero vivir toda la vida con este estrés en el estómago!
    —Haberme dicho algo, yo…
    —Ahora no te hagas de alma caritativa, esto ha sido tu culpa —me espetó, sin mirarme. Empezó a andar lejos de mí. Yo la seguí, no creyéndome lo que estaba pasando y lo mal que estaba yendo.
    —¿Qué? Pero ¿por qué? ¡Dímelo! ¡Se puede solucionar!
    —¡Porque me gustas! —gritó, encarándose a mí. Su rostro se relajó un tanto, pero seguía enfadada. Hasta retrocedí un paso, pero no pude dejar de mirarla a los ojos—. No sé por qué, ni tampoco cómo ha pasado. Pero me pongo verde cuando prefieres la atención de Daniel y no la mía. ¡Y lo odio! No tendría que afectarme nada de esto.

    Tuve dos reacciones muy disparejas en ese momento. Quise decirle que ella también me gustaba. Quise decirle que no era buena señal que sintiera tantos celos. Quise huir de aquello porque no estaba preparada para algo así. Había vivido con esos sentimientos sabiendo que eran uno de mis tantos secretos y no me afectaba, sólo tenían que desvanecerse. A partir de ese momento supe que no lo haría tan fácilmente.

    —Tienes miedo —le dije casi mecánicamente—. Es normal…
    —¡Pero no quiero sentir esto! Eres mi amiga, nos confesamos cosas y… —protestó al aire a nuestro alrededor— ¿Por qué siento que quiero estar más presente en tu vida? No puedo librarme de ello como me ocurría con otros chicos.
    —No sé cómo ayudarte, yo…
    —Ya lo sé, no has tenido una relación. No pasa nada. Me voy —dijo rápidamente, dándose la vuelta—. Haremos como que no ha pasado. No puedo dejarme ver así delante de Ferra y Daniel.

    La imagen de Ada irse de esa manera me rompió el corazón. Estuve trabada en mi sitio por varios segundos, incapaz de moverme pero, aunque lo acabara de estropear todo, necesitaba decirle lo que sentía yo. Correteé hasta ponerme yo delante de ella.

    —No huyas cortándome la frase. No está todo dicho. —Ella se sorprendió tanto como yo al ser capaz de plantarme ahí—. Yo también siento algo que no quisiera sentir. También me gustas. Pero no me creo capaz de estar con nadie, y menos con esta Ada que huye y se enfada consigo misma. Quiero a la Ada feliz y ordenada. Quiero a la de antes.

    Ada me miró fijamente, tentada por la felicidad de esa revelación, y luego suspiró, desanimada.

    —Las cosas no volverán a ser como antes, Juana. Todo ha cambiado. Entiendo que no quieras estar conmigo después de todo esto. Tu primera relación no puede ser este desastre. ¿Podemos simplemente intentar reconstruir la amistad?
    —Podemos —dije, asintiendo—. Pero pobre de ti que te quedes sin hacer nada. Busca a la Ada que se ha ido inmiscuyendo entre mis sentimientos. Me da igual lo que te cueste. Necesito estar segura de las dos. ¿Lo harás?

    Ada asintió. Parecía a punto de llorar por su propia incomprensión, por toda la presión y la rabia. Yo no me sentía de ese modo, pero estaba indignada. Me sentía indignada. No sabía por qué.

    Recuerdo que cuando entré en mi casa y cerré la puerta tras de mí sentí un gran alivio. Mi casa era mi único espacio seguro. Dejé mi mochila por ahí, me tumbé en la cama y mi cuerpo simplemente tomó el control y dijo «quiero llorar».

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    En dos días más y mejor <3 comentarios bienvenidos también <3
     
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    Buah, qué horas de publicar, me había olvidado. Pero bueno, a partir de ahora los capítulos son chachis por una temporada, así que la espera lo vale(?) a leer <3

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    5. Mi petición


    Con el fin de semana de por medio, tuve tiempo de pensar. Hasta el momento en que se lo confesé a Ada, no me había parado a mirar hasta qué punto me gustaba. Empecé a darme cuenta de los suaves ronroneos en mi estómago cuando, semanas atrás, Ada me lanzaba esas sonrisas preciosas. También me di cuenta de que yo había estado más atenta a mi entorno en la tienda de cómics de lo que recordaba, porque me vino a la mente la imagen de su mirada tranquila encontrándose con la mía por medio segundo, mientras Daniel estaba contándome sus cosas.

    —No me puedo creer lo tonta que he sido.

    Fue como si aquella confesión hubiera sido sólo en mi dirección. Me daba cuenta de ello: no quería una relación con nadie porque era terreno desconocido. ¿Qué hacer? ¿Qué decir? ¿Cómo de distraída de mi trabajo me iba a quedar? Nunca me había permitido pensar en ello, a veces ni sentirlo, porque ya me resultaba suficientemente difícil conservar a mis amigos, y porque siempre había antepuesto mi futuro profesional delante de todo lo demás. Una magnífica protección ante lo desconocido.

    Ahora descubría que ni todas esas capas de inseguridad habían conseguido que Ada dejara de gustarme. Ahora que la posibilidad era real, la calidez del amor se quitaba todas las mantas que le impedían respirar.

    Ni siquiera me pregunté por qué una mujer, si solían gustarme mucho más los hombres. Simplemente había pasado, y quizás nunca más me gustara una mujer, pero allí estaba Ada, con toda esa elegancia sin recargar, su discreción, su particular encanto… Me di cuenta de que me resultaba parecida a un educado aristócrata cuando estaba de buen humor y eso me encantaba.

    Por desgracia, todo aquello llegaba tarde, mal, y conmigo siendo una completa novata. Que sí, que por algo hay que empezar, pero pensaba que las discusiones de pareja empezaban al cabo de un tiempo de salir, no antes de empezar. Mis sentimientos y mis ganas de estar con ella de esa forma no iban a la par. Me resultaba normal e ilógico a la vez.

    Ada y yo nos encontramos antes de que Ferra y Daniel se unieran al grupo. No supimos qué decirnos.

    —No quiero estropearles el momento a mis amigos —dije—. Y creo que tú tampoco. Si hay que reconstruir lo que sea, que sea discreto. Aunque tengamos que fingir.
    —Sí, me parece bien.

    Pasamos un par de semanas sin tener ninguna clase de conversación profunda a solas. Sólo trabajo o algo sin trascendencia. Me estaba sentando horrible esa distancia, y podía ver en el rostro de Ada que sentía algo parecido. Daba igual si estábamos solas o en compañía, de vez en cuando una de las dos miraba a la otra como diciendo «controlémonos», casi suplicando para que aquello acabara lo antes posible.

    Estando los cuatro, sin embargo, lo sabíamos ocultar bien. Yo seguía disfrutando de las tonterías de Daniel, sus recomendaciones de manga y sus imágenes, pero procuraba mostrar menos entusiasmo si Ada estaba cerca, porque no quería herirla más de lo que ya estaba haciendo. Y también sabía que Ada y Ferra hablaban como siempre, con esa clase de particular confianza que se tenían. Todos éramos capaces de trabajar bien cuando la situación lo requería.

    El ejemplo exacto fue cuando le recomendé a Ferra que escribiera un diario. Yo siempre lo hacía, no fallaba un día importante, estaba todo listo para que pudiera reflexionar. Y pensé que sería fácil olvidar u obviar detalles poco importantes para alguien que estaba enamorado como lo estaba Ferra. Y era así, porque tanto él como Daniel se hubieran dado cuenta de lo que a la mitad de su grupo le pasaba si hubieran estado en plena capacidad de concentración.

    Entonces las malas noticias llegaron:

    —No estaremos para año nuevo, hija —me dijo mi madre, un día que fui a visitar a mis padres—. Tu padre se ha vuelto a pelear con tu tío. Ninguno de los dos quiere verse. El resto tampoco sabemos qué hacer, así que hemos quedado con unos amigos.
    —No hace falta que me mientas —le repliqué—. Sé que desde que me fui de casa por mis estudios papá tampoco quiere verme. Se lo veo en su cara. Si no fuera así, pasaríamos Nochevieja los tres juntos.
    —Lo siento, no quería herirte…
    —Tú no me hieres, mamá. Es él. No quiere y punto.
    —Bueno, por lo menos podrás quedar con tus amigos de la universidad. Todos los jóvenes lo prefieren.
    —Yo no soy «todos los jóvenes».

    Otra vuelta a mi casa vacía que acabó conmigo llorando. Estuve tentada de enviarle un mensaje a la única persona que conocía que no tenía planes: Ada. No me atreví, no me parecía correcto ni saludable. No quería que pensara que estaba jugando con ella.
    Sin embargo, una festividad como aquella… Mi yo solitario mandaría toda mi estabilidad a paseo. No quería estar sola.

    No me atreví a decirle nada hasta el último día. Y pensé que tendría una ocasión ideal cuando vi que Ada se acercaba a mí en un momento discreto, pero…:

    —Ferra está nervioso. Y Daniel tiene una cara rara. ¿Crees que pasa algo?
    —No lo sé, no me había fijado.
    —Habrá que estar atentas.

    Conversación finalizada. Me convencí a mí misma de que no pasaría nada y que aún podía pedirle que pasara conmigo la Nochevieja, pero la conversación se deshizo.

    Yo tenía mis esperanzas puestas en ella, después de todo, porque creía haberla visto mejor esos últimos días. Quizás estaba haciendo lo que estaba haciendo yo, aceptar que aquellos sentimientos convulsos estaban allí. Quizás aunque fuera sólo para darnos apoyo podríamos vernos sin que no nos cayera un rayo encima, o peor, que una lanzara un rayo a la otra.

    Reflexionando detenidamente, mi intuición sobre Ada fue muy exacta.

    —¡Eh, Juana, mira esto!

    Cuando vi a Ferra y a Daniel besándose de esa manera tan sugerente, todos mis sentidos de friki del yaoi se dispararon. Los muy capullos me estaban haciendo tener visión en túnel hacia ellos, porque estaban cumpliendo una de mis fantasías que nadie tendría que haber sabido. No pude reprimirme:

    —Dios…

    Instantáneamente me oculté detrás de mis piernas y con la cara tapada, mientras todos se reían por la vocecilla sin ninguna inocencia que se había escapado de mi boca. Jamás me iban a permitir olvidar aquello.

    —Hija, es que así no puedo defenderte, te has expuesto —dijo Ada, conteniendo su risa.
    —¡Eso ha sido muy cruel, no se hace! —grité a Daniel. No sabía cómo podía estar medio sonriendo en ese momento—. Creo que necesito que me tiren un cubo de agua helada, porque creo que mi cara se fundirá de vergüenza.

    Daniel siguió con su malditamente acertada broma, porque aquello era acelerante para mis fantasías, pero yo saqué algo en claro de aquello: Ada se había reído de verdad. Y había sentido el contacto de su mano en mi hombro. Y había oído su voz relajada. Quizás era por aquello que había conseguido sonreír después de prácticamente vocalizar un orgasmo.

    Por suerte, no se recrearon mucho con el momento y dejaron que se convirtiera en el bonito recuerdo que es hoy. Y encontré fácilmente el momento de hablar con Ada, porque todos estábamos con la guardia baja después de tal escena. De hecho, empezó ella, porque pasamos un minutillo en silencio:

    —Espero que la broma de Daniel no te haya dolido. Lo hacía con buena intención.
    —No, claro que no —contesté, sorprendida. Ella era la que podría quedar más afectada, si tenía celos de Daniel—. Me avergonzaré toda la vida de ello, pero es de esas cosas que luego lo miras atrás y es un buen recuerdo del que reírse. ¿Y a ti?
    —Sorprendentemente no. Ha resultado ser una buena broma.

    Me sonrió un poco y vi un poco de ese ángel que había encontrado en sus primeras sonrisas. Me dio el impulso que necesité:

    —Oye, quiero pedirte algo.
    —Me das miedo —respondió, con cierto recelo.
    —¿Podemos quedar por Año Nuevo? Mi familia tiene planes y me voy a quedar sola, y nunca lo he estado para esa noche. Ya sé que es mucho pedir…

    Ada suspiró de esa forma desanimada que había visto el día que nos declaramos. Tuve intención de decirle que lo dejara estar antes de que pudiera decirme nada, pero Ferra y Daniel aparecieron justo entonces para interrumpir la escena.

    Tengo que decir que Ada y yo nunca sospechamos que nos habían escuchado. Nunca pensamos en lo casual de que nos cortaran aquella conversación, ni en la incómoda despedida que Ferra se sacó de la manga para despedir el año. Pero por si acaso, decidimos esperar a irnos con el tren a hablar de ello.

    —Perdón por haberte pedido eso —le dije cuando nos sentamos—. Ni siquiera sé cómo estás…
    —Me estoy peleando conmigo misma con muchas cosas. Voy algo perdida aún. Soy la primera de la familia que no es hetero, por ejemplo. Aún estoy intentando digerir todo esto.
    —Bueno, entonces no pasa nada. Ni tampoco tienes que responder ahora. Soy mala improvisando, pero puedo sacarme algo de la manga. Me puedo espabilar sola sino.

    Aunque me hubiera gustado seguir hablando del tema, no vi a Ada dispuesta a ello. En el fondo, seguía queriendo ayudarla todo lo que pudiera. Pero aquello era cosa de ella, como dijo unos días atrás.

    De todas maneras, ¿qué me creía yo que iba a pasar si quedábamos en Año Nuevo? Sé que ahora decir esto no tiene mucha credibilidad, pero reconozco que lo propuse con cierta esperanza. Yo tenía las cosas más claras que Ada, a pesar de que pensaba que salir podría ser un error, pero si quedábamos, tenía que ser porque podíamos ser amigas y tolerarnos. Era nuestro objetivo.

    Supongo que fue algo así lo que pensó Ada cuando el día 27 de diciembre me envió un mensaje para decirme si podía pasar la Nochevieja con ella en mi casa. No recordaba que ella sabía que tenía casa propia.

    —Vale, te paso a buscar a la estación de tren. Prepararé comida casera —propuse.
    —¡Vale! Yo traeré aperitivos.

    Su confirmación me animó mucho. Ya había pasado los días de Navidades en un ambiente tenso con mis padres (porque mi madre convenció a mi padre de quedar con sus suegros y tener un par de cenas familiares) y no me había sentido nada bien. Había sentido la soledad más que nunca.

    Esperé con energía aquella noche. Preparé mi arroz al curry casero que tanto solía gustar a mi familia y me fui a buscar a Ada vestida con unos tejanos cualesquiera y una camiseta cubierta por un jersey de lana navideño y un abrigo fino de color oscuro. Cuando en medio del barullo de la estación de tren vi salir a Ada con la mirada perdida supe que yo había escogido mal vestuario. Aunque iba bien tapada para resguardarse del frío, sus botas, medias y su vestido con falda hasta las rodillas conjuntaban tan bien que me dio cierta envidia. Tenía su maquillaje habitual y un color de pintalabios suave. Ojalá pudiera maquillarme de esa forma.

    —¡Hola!

    Su «hola» acompañado de una de sus sonrisas adorables me desarmó completamente. Estaba perdida.

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    ¿Qué? Guay, ¿no? :D
     
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    Aquí llega, aquí :D el capítulo que todos estaban esperando y que algunos ya me andaban pidiendo a gritos indignados hahahaha el fin de año puede ser maravilloso también <3

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    6. Mi fin de año



    El paseo hasta mi casa fue corto. Estuve tentada de decirle si no tenía frío en las piernas, pero pensé que dejaría demasiado claro que me había fijado en el estilo que se gastaba. Llenamos el camino de conversación intrascendente y con mi propuesta de reírnos de alguna peli mala para rellenar la noche después de la cena.

    —Que no sea muy larga, que yo no tengo mucho aguante por la noche. No quiero volver zombi a casa —me pidió.
    —No te preocupes, yo también me suelo ir a dormir pronto. Todas las fiestas navideñas son un drama para mí.

    Cuando llegamos, Ada hizo su despliegue de aperitivos mientras yo vigilaba que el pollo se estuviera haciendo con calma, y ya tenía el arroz listo.

    —¿Sabes que Ferra y Daniel han quedado hoy también? —me dijo, entrando en la cocina.
    —Me lo dijo Ferra. Ya les veo acurrucaditos en la cama viendo cualquier cosa en la tele. —Luego pensé en lo que dije y Ada se puso a reír—. Vale, eso ha sonado fatal, no era mi intención.
    —Por fin Ferra tiene lo que se merece —dijo ella, con una sonrisa de tranquilidad—. A pesar de lo que él diga, ha sufrido mucho incluso cuando estaba con Carla. No le ayudaba a tirar adelante.

    Quise encontrar algo que decir, pero no pude. De esas cosas no sabía tanto, y tampoco tenía la experiencia, a pesar de la peculiar situación que Ada y yo estábamos viviendo. En lugar de eso, la despaché fuera de la cocina con la excusa de que era una invitada y le dije que preparara la peli. Era verdad que quería que me dejara la cena para mí, pero también necesitaba algo de aire.

    —Céntrate. No querías estar sola y no lo estás.

    Me habían subido los nervios ver a Ada en la cocina hablando de nuestros amigos. Quizás porque había visto las similitudes. Ellos quedaban, nosotros quedábamos. Mi imaginación se había descontrolado por un segundo y necesité serenarme.

    Cuando salí, la comida venía conmigo y los aperitivos también estaban listos en la mesa. Ada prácticamente estaba esperando con el mando en la mano.

    —¡Tiene muy buena pinta! Me encanta el curry.
    —Mira, no lo sabía. ¡Buen provecho!

    Comimos en relativo silencio. Ada había puesto Jurassic World, que teníamos entendido que fue un poco desastre y, sabiéndolo, empezamos a intentar predecir cosas del argumento, como qué les pasaría a los críos, o cuando Chris Pratt perdería el control de sus velociraptores y esas cosas.

    —Comes como un pajarito —me dijo en un momento de poca tensión en la peli. Yo me giré bruscamente hacia ella y me di cuenta de que ella ya casi había terminado. A mí aún me quedaba. No sé qué cara puse, pero ella se rio—. Perdón, es que me hace gracia. Mi familia es muy glotona.
    —Es que tampoco soy de comer mucho, que luego mi peso se dispara. Suertuda.

    Me quedé pensando que me había estado observando. Ahora es evidente, nos gustábamos por una razón, pero en ese momento no procesé. Supongo que realmente me convencí del «dos amigas que quedan». O quizás era que lo que pasara después de un momento impulsivo me aterraba. No quería perder a una amiga por un error estúpido.

    Pausamos la peli un segundo para recoger toda la comida, aunque dejamos los aperitivos cerca. Yo solía picotear cosillas después de cenar por gula, especialmente si estaba viendo algo en la tele. Luego nos sentamos en mi sofá, que tenía el espacio justo para encogernos un poco con las piernas y no pasar frío. Yo me envolví en una manta.

    —Pareces un canelón. Estás para echarte una foto.
    —Ay, déjame, que hace frío —protesté, mirando fijamente la tele. Luego pensé con más lógica—. ¿Quieres una tú también?
    —Quizás luego, ahora con la comida en mi barriga mi cuerpo es una estufa.

    La miré: estaba medio tumbada bastante relajada, con los pies sin sus zapatos, encogidos hacia ella para que no ocuparan mi espacio. Sin los abrigos, el vestido parecía más una camisa larga con falda, de color azul marino, lleno de formas geométricas que podrían haber sido cáscaras de fauna marina. Con el negro le pegaba muy bien. Tuve que esforzarme para mirar la tele de nuevo, pero no pude evitar decir:

    —Te queda muy bien el vestido. Yo no tengo cuerpo para ellos.
    —Gracias. Bueno, a ti te quedan mejor las camisas y camisetas con pantalones. Yo nunca quedo contenta con eso.

    Me hubiera apostado mis doce uvas que me estaba mirando con esa sonrisita que solía poner para todo. Luego me acordé precisamente de ellas, y miré la hora: faltaba una media hora. Me preparé el bol con mis uvas y lo dejé en la mesilla de delante del sofá.

    —¿Tienes las tuyas?
    —Ah, sí, espera.

    Se levantó hasta su bolso y volvió con una cajita de plástico con doce uvas bastante pequeñitas. Cuando las miré, ella se explicó:

    —Soy muy mala tragando las uvas, así que siempre busco las más pequeñas. No soporto quedarme a medias entre las campanadas.
    —Pues esto va a ser una competición, porque yo tampoco puedo con ello.

    Mientras nos preparábamos y poníamos cualquier canal para las campanadas, ella me preguntó:

    —¿Estás mejor?
    —¿Yo? Sí. Bueno, hemos tenido unos días malos con la familia, pero ahora ya no hace falta que nos veamos. ¿Y tú? Eres la que lo está pasando peor.
    —También me siento mejor. Por eso quería venir.

    Me dio algo de miedo encontrarme con un rostro que me doliera, pero su mirada era tranquila cuando nos encontramos. Días atrás le había dicho que quería a la Ada de siempre, y parecía que allí estaba.

    Estuve unos segundos indecisa sobre qué hacer. Estaba tentada de ceder. Luego me volví hacia la tele, porque ella había hecho lo mismo. Nos pusimos lado a lado en modo tensión, con las uvas en nuestras manos.

    —… Ahora empiezan los cuartos.
    —Esto va a ser una carrera —me reí.
    —Y que lo digas.

    De la manera más tensa y seria empezamos a engullir uvas para evitar que nos quedaran mejillas de castor. Nos fuimos mirando y se nos estaba escapando la risa, realmente, porque veíamos si íbamos primeras o segundas.

    —¡Doce! ¡FELIZ AÑO NUEVO!

    Yo levanté los brazos y abrí la boca bien grande para mostrar que había acabado. Ada aún estaba tragando la última uva.

    En la tele se estaban abrazando. Los móviles empezaron a vibrar con notificaciones al cabo de un minutillo. Pero nosotras… nos íbamos a dar dos besos y nos frenamos. Nos quedamos cara a cara, mirándonos. Yo no podía sostener su mirada, iba repasando su maquillaje y sus labios. Mi rostro estaba ardiendo. Y no era capaz de retroceder. Quería seguir allí. Quería avanzar.

    —Es un error —dijo ella, leyendo mi pensamiento. Eso me dio muchas más ganas de cometerlo—. ¿Por qué quiero hacerlo entonces?

    Ada se acercó un tanto. Mi corazón iba a mil por hora.

    —Quizás sea la única manera de que aprendamos algo —susurré—. No quiero tener miedo eternamente.

    Ella lo tomó como algo bueno. Su cálida mano en mi mejilla, sus protegidos labios sobre los míos, y sentí que perdía el control de mi cuerpo al sentir el contacto. Quise más. Ella quiso más. El primer beso parecía haber dicho «perdón por adelantado» a ambas con su delicadeza, quizás porque nos empujó a la locura con unos besos mucho más intensos. Podía sentir el aire inmiscuirse entre nuestras bocas cuando podía hacerse un espacio entre mi torpeza. Ada me besaba con toda su pasión y sabía qué hacer para que perdiera el norte. Cedí sin pensar cuando se inclinó hacia mí: me dejé tumbar en mi propio sofá y me atrapó de nuevo con sus labios. Sentir su voluminoso pecho contra el mío y mi cuerpo quedando apresado bajo el suyo fue algo que jamás pensé que sentiría con tanta intensidad. «Sigue besándome», intenté decirle. Ella me obedeció. Sus labios húmedos siguieron tomando el control y noté su brazo abrazándome cerca de mi cintura.

    Sólo conseguí recuperar la razón cuando me di cuenta justamente de que ella había tomado el control de la situación, y yo me dejaría llevar sólo por toda la presión que habíamos estado sufriendo. La frené con mis manos intentando empujar sus hombros. No pude visualizar en mi mente mi extático rostro, pero debí mostrarme tan débil ante ella que paró.

    —Lo siento.
    —No, no… —balbuceé—. Es… ha sido… bueno… No sé qué decir.

    Ada dejó sonar su famosa risita cantarina con la boca cerrada y me dio un beso conciliador en los labios.

    —Te juro que eres tan adorable, no sé cómo he podido aguantar tanto sin besarte. —Creo que puse morritos—. Iremos con calma, ¿vale? Seamos todo lo felices que podamos ser.

    Me tomó de la mano y me ayudó a levantarme. Sentí mi pelo volviendo a su habitual posición, lo que me hizo imaginar a mí misma con el pelo extendido como un abanico encima del sofá con mi habitual cara de vergüenza. Admití mentalmente que aquello podría seducir a Ada.

    —Tenemos que contestar los mensajes… —dije, mirando nuestros móviles.

    Una tarea tan formal, aburrida y mecánica me dio la oportunidad de relajar mi cuerpo de todo lo que me estaba ocurriendo de golpe. Desde el momento en que nos encontramos con la mirada ya supe que no había nada que hacer. Quizás de una forma poco convencional, pero estábamos juntas. Lo queríamos. Incluso con todas nuestras barreras y miedos de por medio, ¡hasta advertencias de la una a la otra!, y no habíamos podido evitarlo.

    «Quizás sea un error, pero será el mejor error de mi vida», pensé. No fui capaz de decirlo en voz alta.

    Mi cuerpo se enfrió un poco. Sin la manta y sin su abrazo, me di cuenta de lo maravilloso que había sido notar su cuerpo. Me sentí una cursi rematada por sentir tanto con tan poco, pero sabía ahora que tenía el deseo en mí. Había estado tan enterrado que no pensé que saliera a la luz de esa forma.

    Vi que Ada había acabado de enviar sus mensajes. Yo me estaba peleando con los últimos. Ella se dejó caer en el sofá y puso de nuevo la película, que estaba a media hora del final. No pude evitar reclinarme sobre su lado izquierdo y taparnos las dos con la manta.

    —Puedes quedarte a dormir aquí si quieres —dije, sin mirarla—. No quiero que vuelvas sola por la noche y pasando frío.
    —Te lo agradezco, me hace ilusión despertarme el primer día del año contigo.

    Me plantó un beso en la frente. Todo mi cuerpo dijo «no la sueltes» y la estrujé todo lo que pude con mis brazos, que apenas llegaban a su lado derecho.

    —¿Te lo habías imaginado así? —me preguntó, al cabo de un rato.
    —No había imaginado nada —confesé, sabiendo que hablaba de nuestro momento de hacía un rato—. Tenía miedo de hacerme ilusiones creyendo que podría ser real.
    —Al final lo ha sido.
    —Sigo teniendo miedo.
    —Yo también —susurró.

    Ya nos lo habíamos dicho antes, pero repetirlo en aquella nueva situación me hizo sentir un tanto más segura. No teníamos ni idea de lo que estábamos haciendo, especialmente yo, pero podíamos descubrirlo. Teníamos una oportunidad.

    Por fin fui capaz de relajarme a su lado, a pesar del tenso final de película. Seguimos jugando a adivinar las escenas, pero aquel diálogo ocultaba el otro, el de nuestros sentimientos por fin saliendo a la luz. Y no era lo único que aparecía. Hacia las últimas escenas, tuve que recolocar la manta y me fijé en los pechos de Ada. Resultó que me gustaban mucho, porque clavé la mirada en la televisión al instante. El cercano recuerdo de sentirlos encima de mí me asaltó.

    —Qué maravilla de pechos que tienes —solté sin pensar.

    Ada se rio a buen volumen.

    —Bueno, bueno, mira quién es una mirona. —Yo bufé, indignada—. Gracias. También me gustan los tuyos. Supongo que hace un rato hemos explorado algo más que labios y sentimientos.

    Me tapé toda la cabeza con la manta de la vergüenza, yo no era capaz de decir todas esas cosas directamente, pero tampoco podía negar que tenía razón.

    —No esperaba eso para nada —dije, mientras ella se reía.
    —Bueno… —Encontró mi mano entre las mantas y la puso sobre su pecho izquierdo—. Tendrás tiempo para explorar como es, si es lo que deseas.

    No pude evitar presionar un poco y notar lo blandito que era. Luego la retiré y hui descaradamente con la excusa de prepararme para ir a la cama, mientras ella se reía de mí. Mala persona…

    Cuando volví, un poco más serena, ella también se estaba desperezando.

    —Tengo una cama grande que me prestaron, si quieres que durmamos juntas.

    Ada parpadeó un par de veces.

    —Vaya, no esperaba esto, iba a decirte que me quedaba en el sofá…
    —Tonterías, ahí no cabes. Yo sí, pero tú no.
    —Vale, vale, acepto tu propuesta —dijo con otra risita.

    Fuimos por turnos al baño y dejé que se tumbara a mi lado cuando terminó. Le presté una camiseta de manga larga que se había estirado mucho para dormir cómoda.

    —Pero dormir juntas es dormir juntas, ¿eh? Nada más.
    —Vale, nada más —acordó. Supuse que ya se lo esperaba.
    —Aunque no te diría que no a unos cuantos besos —dije con una vocecilla suave y un intento desgraciado de sonrisa.

    Ada se acercó a mí para cumplir mi petición y nos dimos unos besos calmados, que se intercalaban con miradas y sonrisas cómplices. Podía sentir todo mi estrés desvaneciéndose con ellos, mientras me mantenía abrazada a quien ahora podía considerar mi novia.

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    Dadme las gracias comentando algo (?) <3
     
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    Aquí llega el séptimo capítulo <3 estamos en plena ola de amor (y de calor aquí :'''v) espero que les encante <3

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    7. Mi caballera



    Ada se fue a la mañana siguiente con la promesa de que nos veríamos pronto y que seguiríamos hablando a distancia, junto con palabras melosas y besos dulces como para compensar la separación. La acompañé hasta la estación y vi como corría para no perder su tren. Me quedé fuera de la estación viendo cómo se marchaba.

    Ella tenía una familia muy comprometida con los Reyes Magos, así que iba a pasar toda la semana preparando cosas para ello. Además, después de las vacaciones era época de exámenes, así que yo tampoco contaba con mucho más aparte de estudiar.

    Cuando me encontré de nuevo en casa, vi los resultados de aquella tensa y luego maravillosa noche que habíamos tenido: el bol de las uvas estaba encima de la mesilla delante de la tele. Los aperitivos estaban a medio recoger. La manta, desparramada en el sofá. También nos había dado pereza hacer la cama, así que ahí estaba, toda desmontada, con todas sus mantas. La camiseta-pijama que había usado Ada estaba allí encima, y decidí que aquella iba a ser suya si se quedaba en casa más veces.

    Ver todo aquello me devolvió a la realidad y me sentí sola. La casa se sentía vacía sin ella. Pero sonreí, porque podía ser una de muchas veces que se quedara conmigo. Quizás por esa extraña soledad, me tumbé en la cama de nuevo y decidí dormir un poco más. Me llegaba el aroma de Ada desde el otro lado de la cama mientras soñaba cosas que ya no recuerdo.

    Hablamos poco hasta que no nos reencontramos en la universidad. El diario tiene muy poca información esos días, de hecho, por la cantidad de trabajo al que tuvimos que hacer frente. Sólo hubo una conversación que quedó marcada:

    —¿Cuándo se lo contamos a Ferra y a Daniel? —me preguntó Ada la noche antes de volver.
    —¿Cuándo acaben los exámenes? No es como si lo fueran a notar hasta entonces.
    —Cierto. Tenemos la suerte de que a las dos nos gusta la discreción.
    —Sí. ¿Y sabes qué quiere decir eso? —le insinué, con toda la intención.
    —¿Qué?
    —Que nada de explosiones de cariño donde nos puedan ver. Ya tengo suficiente con las tonterías de Daniel.

    Posiblemente lo peor que pude haber dicho.

    Todo parecía normal cuando quedamos un ratito antes para vernos en la universidad. Ella me saludó como siempre, nada sospechoso, aunque su sonrisa era especialmente agradable. Lo achaqué a lo que estaba sintiendo. Hablamos de si Daniel o Ferra habían preguntado por nosotras mientras nos dirigíamos a nuestra aula.

    —Joder, si faltan cinco minutos para la clase, ¿cómo somos las primeras en entrar? —pregunté inocentemente. Ada entró detrás de mí, diciendo que por ahí se acercaban algunos compañeros—. Se nota la pereza de después de las vacaciones.

    Nos sentamos y abrí el ordenador, que siempre tardaba un poco en arrancar. Ada hizo lo mismo y luego miró hacia la puerta y me dio dos toques en el hombro.

    —¿Qué pasa? —pregunté sin mirar.

    Ante el silencio extraño, la miré. De repente un delicioso beso hizo acto de escena y se esfumó tan pronto como me di cuenta de que me lo habían robado. Ella hizo como si nada y miró al frente, justo cuando algunos conocidos entraban en clase.

    —Te mataré —susurré, intentando centrarme.
    —Dijiste «donde nos puedan ver». Y no nos han visto, ¿no? —contestó con una sonrisita triunfante. Le pinché justo debajo de las costillas con un dedo y se apartó de un bote—. ¡Ay! Maldita…

    Para cuando los dos tortolitos llegaron, ya nos habíamos centrado en trabajar. No sospecharon nada, porque se pusieron a trabajar con nosotras inmediatamente. Ferra parecía especialmente nervioso.

    A nadie le interesa saber cómo va una temporada de exámenes, así que paso de contarlo. Especialmente en mi caso, que iba tranquilísima con mis notas a pesar de los dramas. De hecho, me esforcé un poco más en Expresión Escrita y en Grandes Temas de la Historia para intentar sacarme matrículas de honor, pero a pesar de mis dos excelentes, no pudo ser. Ada tampoco fue menos, sacó todo sietes u ochos. Si por lo menos hubiera sido interesante, como sobrevivir en asignaturas duras, como les pasó a Daniel y a Ferra…

    Que ellos dos se encallaran en alguna asignatura nos ayudó a nosotras, realmente. Estaban tan agobiados por no tener que recuperar en las minivacaciones que no prestaron demasiada atención. Era fácil para nosotras esconder nuestros momentos a simple vista.

    La primera vez que me vengué fue a mi manera, como los magos, dejando que nuestro entorno se centrara en otra cosa. Estábamos todos sentados en clase, entre dos exámenes, y necesitaba apoyo moral. Pasé una imagen adorable de una pareja gay de un manga a Ferra y a Daniel porque me recordaban a ellos dos y luego entrecrucé mi mano con la de Ada.

    —¿Qué haces? —susurró ella, entre dientes. Apenas la oí yo.
    —Necesito fuerzas —contesté—. Así que sorteando el «donde nos puedan ver» ¿eh? Yo también sé de eso.
    —Qué mona —dijo con una sonrisa—. Pero estás jugando con fuego.
    —A ver de qué eres capaz.

    Esa frase acabó siendo nuestro lema. En un momento tan tenso como el que estábamos viviendo, jugar al escondite era paradójicamente liberador. Nos robábamos besos cuando nadie miraba. Nos burlábamos de la otra insinuando movimientos que pudieran llevar a revelar nuestro secreto, pero nunca nadie se daba cuenta y yo gané una brutal imagen mental: Ada ligeramente sonrojada, con la mirada desviada, una vez que me acerqué demasiado a sus labios cuando ella me quería enseñar algo en su móvil. La tomé por sorpresa y nunca permití que lo olvidara.

    Una de las últimas veces antes de acabar los exámenes, Ada se portó de veras. Los cuatro estábamos hablando de que había ciertos personajes que, aunque en general no prestábamos atención demasiado, resultaban muy aclamados por los artistas de fanart.

    —Por ejemplo, ahora vuelve a haber muchos artistas que dibujan a personajes de Sailor Moon —dijo Ferra—. Yo conozco a Pillara, una mujer creo que de Rusia que lo clava.
    —Yo creo que aún he visto imágenes recientes de Sakura Cardcaptor —comentó Daniel.
    —Es que esos animes clásicos dan mucho —añadí—. Y muchos de ellos tienen personajes muy elegantes.
    —Minako, o Sailor Venus —coincidió Ferra. Yo le señalé justo por ese personaje—. Es el paradigma de lo elegante.

    Con aquella conversación, no sé qué le dio a Ada, en qué pensó, pero un día cuando todos habían salido de clase y no teníamos a Ferra y a Daniel esperándonos fuera, ella se puso delante de mí, mientras yo aún estaba sentada y recogía mis cosas, se inclinó, me tomó una mano y me la besó como todo un caballero. Toda su lisa melena se deslizó a un lado como una cortina mientras lo hacía. Me hizo falta el emoticono de «ojos de corazones» para hacerle saber lo guapa que estaba.

    —¿Y-y esto?
    —Deduje que te gusta mi estilo. Ferra me suele decir que soy muy digna visualmente. Así que pensé que podría dejar caer este detallito.
    —Mi caballera —la elogié, algo embobada con su sonrisa. Ella se acercó un poco y me recompensó con un desnivelado beso en los labios—. ¿Has visto nunca el anime Utena? Es como si viera a la protagonista delante de mí.
    —Lo he visto, y no nos vamos a ir nunca de aquí si me sigues lanzando piropos.

    Me dolían las mejillas de tanto sonreír cuando por fin salimos de aquella clase.

    Aquel coqueteo constante tardó en terminar, pero los exámenes lo hicieron antes, y nos volvió a saltar el tema delante de las narices: ¿cuándo se lo diríamos a Daniel y Ferra? Un día que me acompañó hasta mi casa en un paseo muy desviado de su ruta lo comentamos:

    —Ahora que se ha acabado la tensión se van a dar cuenta —le dije—. Es más, ahora Daniel estará ocupado con su suspenso, y Ferra ha empezado a aburrirse, estamos hablando bastante más. Hemos estado comentando cosas sobre escribir historias por gusto y todo.
    —Pues yo te veo, de escritora —me dijo. Yo ya estaba que sonreía por todo—. Bueno, Ferra es muy tontito, pero tampoco está ciego. Supongo que tendremos que hablar con ellos la semana que viene.
    —Eso me temo.
    —Así que escribiendo romance, ¿eh? —dejó caer, cambiando de tema—. No me engañes, sé qué escribirías.
    —Ferra es un chivato.
    —Claro que lo es. —Se rio—. Siempre me comenta con toda la ilusión y la inocencia del mundo lo infantil que te pones cuando se trata de parejas que te gustan.
    —¡Oh, vamos! ¡Hay «amigos» que hasta se sostienen la mirada más tiempo que el que tardaste tú en besarme en Nochevieja, no jodamos! ¿Cómo no voy a emparejarles?

    Ada me rio la gracia con ganas. Debo reconocer ahora que con ella no había dado rienda suelta a la fujoshi en mí porque temía que se pusiera celosa como a finales del año pasado. Tampoco habíamos tenido conversaciones megaíntimas aún, como sí ocurrió un mes atrás. No quería estropear el momento. Ya llegarían otros tiempos.

    Al final, esperamos al primer día del nuevo semestre para contarles lo nuestro. Habíamos jugueteado en secreto, aprovechando sus despistes en la universidad, habíamos tenido algunas citas (que siempre se reducían a pasear un rato cerca de mi casa, para que ella volviera a la suya con cierto margen) y ahora era hora de dejar que ellos se volvieran locos por nosotras, y no al revés.
    Pero no sabíamos cómo decirles aquello.

    —¿Se enfadarán?
    —Claro que no, boba —contestó Ada, aunque estaba tan seria como yo.
    —Lo hemos ocultado un mes entero…
    —Estábamos trabajando.
    —¿Y quién empieza?

    Debíamos de tener unas caras de nervios impresionantes, porque Ferra y Daniel se acercaron a nosotras en un movimiento bastante innecesario. Y Ferra nos sacó bastante de lugar:

    —Necesito contaros una cosa. Daniel y yo os oímos antes de vacaciones. Bueno, yo me escondí cuando hablabais de veros en año nuevo. —El pobre estalló de nervios—. ¡Lo siento, no quería! También arrastré a Daniel sin querer… ¡Pero quiero que sepáis que haré lo necesario para arreglarlo!

    Nosotras nos miramos y concordamos en lo mismo: nos sentimos culpables y aliviadas al mismo tiempo. Los pobres lo habían sabido desde antes de que sucediera incluso y se lo habían tenido que aguantar. No pudimos no contarles todo lo que se nos ocurrió en aquel momento. Ada habló de los problemas que había tenido ella para aceptarse, aunque eludió el hecho de que yo la rechazara al inicio. Yo me excusé diciendo que no queríamos arruinarles su fiesta, y que decidimos ocultar la parte menos alegre.

    Sus caras fueron un poema cuando nos dimos la mano y admitimos que estábamos juntas. Después de todo, lo que Ferra oyó aquel día fue que estábamos mal, y nada más. Nuestra discreción había resultado ser un éxito.

    —¡¡Os voy a matar!! ¡Me habéis hecho sufrir mucho! Todas las vacaciones atormentándome, ¡esta me la pagáis!

    El abrazo grupal que siguió me hizo recordar aquellos momentos en los que me sentía sola y no podía consolarme nadie. Aquello me hizo sentir lo opuesto.

    Era total y absolutamente feliz.

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    Para el próximo día habrá doble capítulo porque el segundo es cortito hehe ¡espero que lo esperen con ansia!
     
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    Hoy es el día del doble capítulo, doble la diabetes para todos <3

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    8. Mi amigo asexual



    El segundo semestre empezó todo lo pacífico que el primero no fue. Ada admitió algunas de las travesuras que habíamos hecho en época de exámenes, y yo protesté por ello (porque disfrutaba ocultándome de ellos, en el fondo), pero nada cambió en un tiempo largo. Daniel y Ferra seguían en babia y nosotras seguíamos tonteando en secreto, sólo que ahora podíamos dejar caer algún momento mimoso delante de ellos si lo queríamos.

    Los cuatro estábamos felices y en una relación con muchas nuevas experiencias. Obviamente no todo iba a ser bonito, pero durante el inicio siempre estás algo despistadete y dan ganas de ser un algodón de azúcar. A mí siempre me ha costado serlo incluso cuando ya todos sabían cómo era, pero se me había ocurrido una manera de demostrarlo más a menudo:

    —Me he creado una cuenta en Wattpad, una plataforma de fanfiction y demás.
    —No es la mejor —saltó inmediatamente Daniel.
    —Ya. Ya pillaré otros sitios luego, quiero probar aquí primero, a ver qué tal.
    —¿Qué vas a escribir? —me preguntó Ferra, interesado. Un tiempo atrás me confesó que me leería si acababa escribiendo.
    —Romance, ¿qué va a ser? —se burló Ada, con una sonrisa socarrona y repelente.
    —Eh, que si me protestas no te los dedico.
    —Vaaale, me porto bien —siguió.
    —¿Tienes ideas ya? —insistió Ferra. Se estaba aguantando la risa, pero creo que era más porque Ada y yo hacíamos el tonto juntas que no por sus burlas inofensivas.
    —Alguna. La cantidad de personajes que Daniel me ha hecho conocer me ha inspirado.
    —De nada —soltó él con un tonito de superioridad. Luego me sacó la lengua.

    Estuve a punto de comentar algo sobre las guarradas mañaneras que solía pasarme en forma de viñetas sueltas y fanarts, pero me contuve por nuestro entorno educativo y por Ada. Los regalitos de Daniel no habían tenido más consecuencias, considerando que estaba perdiendo el culo por mi caballera en esos momentos, pero quería ser precavida.

    En el fondo, yo sabía hacia dónde se dirigirían las discusiones, sólo que aún no las avistaba.

    Así que empecé a escribir. Los tres se hicieron una cuenta para leerme, ni que fuera por el apoyo inicial. Ferra era el más entregado, me dejaba comentarios en cada punto gracioso o romántico o dramático. Daniel comentaba rara vez y votaba mis capítulos cuando se acordaba. Ada me leía y dejaba sus votos siempre y cuando reconociera los personajes (que no era a menudo), pero también siempre me comentaba las cosas en privado.

    —Has usado aquel momento que nos tomamos de la mano y nadie lo vio para tu historia.
    —¿Te molesta?
    —¡Qué va! Me ha parecido bonito. Es un halago que te haya gustado tanto un detallito nuestro como para que te inspire a escribirlo.
    —Es que quiero dejar homenajes. Está siendo uno de los momentos más dulces de mi vida y quiero sacarte una sonrisa si reconoces algunas de las escenas.

    En ese momento estábamos solas en mi casa, así que no pude escapar. Me acorraló en mi silla de escritorio, que acabó contra la pared, y empezó a besarme como si se fuera a acabar el mundo. «Menudo premio por ser detallista», me dije.

    —Me pregunto qué clase de homenaje dejarías si vamos un poquito más allá…

    Noté la yema de uno de sus dedos subir por un muslo y yo… me bloqueé. Recuerdo perfectamente no poder pensar en nada y sentir mi cara como si la hubieran metido en un jacuzzi. Me quedé tan paralizada que Ada se sintió mal.

    —Vaya, lo siento. Es pronto para ti, tendré paciencia.

    Y que sepa nadie que lo lea que esto es todo lo lejos que voy a ir escribiendo sobre sexo, a no ser que sea una conversación reflexiva o una discusión. Tenía sentido meter la escena aquí, pero nada más. De hecho, en ninguna de mis historias hay nada más allá de algo así. No lo hay, porque supe en ese momento que no sería capaz de escribir de algo que ya de por sí me daba vergüenza pensar o ver, y más porque tampoco había experimentado. Y en el caso del yaoi, ni lo iba a experimentar. Aquello no está hecho para mí, prefiero escribir sobre besos y peleas.

    Qué sudor haber escrito esta escena.

    No sé por qué corrí a contarle aquella situación a Ferra, por Whatsapp (sólo faltaría). Él era el menos indicado para responderme, hasta quizás le haría sentir mal, pero lo hice.

    —Uh, vaya, Ada es de las apasionadas, ¿eh? —dijo como si nada.
    —Me he bloqueado totalmente. Nunca nadie… ya sabes. Nada.
    —Lo sé, lo sé —dijo, dejando caer unas risas. Probablemente pensaba que era la entidad más inocente y novata del universo—. Date tu tiempo. Daniel me contó que también habría querido esperar si no fuera asexual. Y mira que él es desvergonzado.
    —Sí, desde luego que necesito tiempo —le dije, aunque era más mi propio recordatorio de lo mucho que me había costado simplemente dejar que Daniel me pasara sus escenas picantes favoritas en el yaoi.
    —Menos mal que Ada se dio cuenta.
    —¿Qué quieres decir?
    —Bueno, no quiero echarte presión, pero ¿te acuerdas de qué clase de relaciones tenía antes? Está acostumbrada a esas atenciones.

    La imagen salvaje de Ada con Emmanuel en su incómodo encuentro final cobró sentido de nuevo e hizo que me hirviera la sangre. Se formó una mezcla de celos y envidia sobre su confianza en el sexo un poco fea, pero lo que realmente lo provocó era la idea de verla desnuda. Estaba tan perdida y bloqueada como el protagonista de Pokémon Rojo/Azul en el Túnel Roca a oscuras.

    —Joder, me estoy poniendo tan histérica que ya hago tus comparaciones con referencias —le dije a Ferra—. Me voy a tumbar en la cama, a ver si duermo un poco.
    —Vale, mejor —dijo descojonándose de risa, el condenado—. Espero que descanses. Cuando despiertes probablemente ya tengas spam de mis comentarios en Wattpad.
    —Gracias, eres el mejor —me despedí de él, añadiendo un emoticono dulce.

    Aquella conversación fue mejor de lo que pensaba, quizás porque Ferra entendía qué era que alguien tuviera que esperar a que el otro estuviera listo. Ferra, técnicamente, no lo iba a estar nunca. Yo sí que lo iba a estar, y también lo deseaba, sólo que iba a tomármelo con calma.

    Fue más o menos durante aquellas semanas de finales de febrero en la que esta y otras conversaciones con Ferra me permitieron hablar más sobre sexo de forma tranquila y pensando… y descubrí algo que Ferra sólo me contaría a mí.

    —Aún no sé si quiero dar más pasos con Daniel. Sigo con inseguridad.
    —¿Por qué me cuentas esto?
    —Es que… bueno, ha pasado un tiempo, y estamos empezando a tocar de pies en el suelo. Y reconozco las miradas que Daniel me echa cuando cree que no me fijo. Tiene ganas.
    —Oh, vaya… Quizás tendrías que hablar con él de eso. ¿Te incomoda?
    —No lo sé. De momento sólo tengo miedo a que se lleve un chasco. Necesito que se distraiga con algo mientras pienso en ello.

    Ferra luego me confesaría que me lo dijo a mí, y no a Ada, porque yo podía saber mejor de qué iba la asexualidad que no ella, que tenía ya su experiencia con los tíos. Supongo que entiendo esa línea de pensamiento, pero lo mío seguía siendo teoría. Ferra tenía que hacer lo que sintiera que era mejor, y esa clase de consejos sí que sabía darlos mejor mi novia (ay, qué raro que se sentía decirlo así, y qué gusto) que yo.

    Lo que sí hice fue bombardear con yaoi a Daniel. La mayor parte de las veces era un «los conozco» o algo así con menos entusiasmo, pero de vez en cuando le enganchaba a leer algún manga.

    Lo peor fue que hubo un día que Ada y yo nos dimos cuenta de que Daniel no estaba de buen humor y Ferra intentaba estar más por nosotras por ello. Nosotras nos figuramos que se habían discutido, pero yo me negué a meter las narices donde no me llamaban. Ada luego me contaría en el más absoluto secreto que, efectivamente, había sido por el sexo.

    Ada era la que mejor se sabía todo aquello, así que un día que volvíamos a estar los cuatro bien de humor, ella dijo tan tranquilamente:

    —Pasáis demasiado tiempo juntos.
    —¿Qué? —replicó Daniel. Ferra y él se miraron.
    —Está bien dejarse llevar un tiempo, pero necesitáis recuperar la individualidad. ¿Qué cosas hacíais cuando no teníais pareja?

    Daniel tardó un poco en admitir que había dejado de ir a presentaciones de mangas con sus amigos. Si iba, era con Ferra también. Y Ferra hacía tanto tiempo que no estaba soltero que ni se acordaba.

    —Necesitáis encontrar vuestros espacios personales. Si no… bueno, Ferra lo sabe: gritos por doquier.

    Aquella gran revelación tuvo dos efectos: el primero fue que Ferra y Daniel volvieron a ponerse muy romanticones delante de los demás, porque hicieron el esfuerzo consciente de quedar con otras personas, o incluso con alguna de nosotras a solas para hacer el café. No hubo más conversaciones sobre sexo ni tensiones en una temporada.

    El otro efecto fue que me infundió miedo. Ada y yo habíamos empezado una relación de una forma convulsa. Habíamos visto lo malo de nosotras antes que lo bueno. Ella sabía que yo podía levantar muros y quedarme sola aunque precisamente fuera lo que más me doliera, por creer en unos modelos demasiado firmes. Yo sabía que ella podía intentar evitar hablar de un tema y preferir distraerse con otra cosa antes que afrontar lo que tenía que afrontar. Entre otras cosas. Mi miedo era que cuando se nos pasara la tontería inicial igual que a ellos, nos peleáramos por cualquier cosa.

    —Quiero que hagamos una promesa —le dije un día que estuvimos solas—. Tenemos que decirnos siempre la verdad. Aunque duela.
    —Pues claro que nos diremos la verdad… —dijo como si nada.
    —Lo digo en serio.

    Ada buscó en mi mirada y encontró lo que yo esperaba:

    —Tienes razón. Ahora estamos bien, pero tendríamos que ir con cuidado.
    —Tuviste celos, y yo me cerré en banda por precaución —dejé claro—. No quiero que se repita.

    Ada asintió. Creo que las dos sentimos que aquella frase que en su momento dejamos que se ahogara en besos, «es un error», renacía. No porque estuviéramos o no hechas la una para la otra (aunque yo deseaba que fuera así) o porque no confiáramos la una en la otra. Sino precisamente por eso: porque ya habíamos visto lo malo. Teníamos que trabajar en ello.

    ____________________________________________________



    9. Mi felicidad



    Había un equilibrio. Era casi inverosímil.

    Los cuatro estábamos disfrutando de nuestras vidas juntos. Quedábamos dentro y fuera de la universidad. Y, aunque no siempre de forma voluntaria por nuestros potentes sentimientos, quedábamos entre nosotros o con amigos externos para no estancarnos.

    Nuestra carrera era como un esclavista compasivo, que te aprieta el cuello pero no lo suficiente para ahogarte. Incluso sintiéndome enamorada y empezando a escribir fanfiction, tuve la capacidad de centrarme y estudiar y sacar mis habituales buenas notas que, a veces, ya ni me felicitaban; Ada también se mantuvo en su línea, pero sólo porque me vio a mí preocuparme de las notas. Creo firmemente que se hubiera abandonado a sus tan deseados sentimientos si su conciencia trabajadora no le hubiera hecho ver que yo tenía mi propio trabajo por delante; Ferra y Daniel, a pesar de estar empezando a tocar de pies en el suelo, lo sufrieron un poco más. El segundo semestre nos tenía a todos en las mismas clases, así que sabía que los profesores más propensos a hablar más y enseñar visualmente menos les tomarían por sorpresa en los exámenes.

    Una cosa que siempre fue importante en mi vida era en qué medida toleraba y aceptaba la soledad. Siempre me había dejado llevar por ella, quizás por el lado negativo, una forma de dolorosa protección, un extraño síndrome de Estocolmo. Estando con Ada de esa manera y teniendo los mejores amigos en años, la soledad era un descanso que me tomaba mirando al techo sin hacer nada, sin preocuparme. No todo iba bien, nunca todo va bien, pero sabía que podía solucionarlo. No había que presionar para encontrar esa solución.

    En esos momentos de tranquilidad era cuando mi escritura más fluía. Quizás porque me organizaba especialmente para que todos estuvieran enfrascados en sus trabajos cuando yo ya había terminado y podía obviar atender mi teléfono. Ojalá hubiera sido capaz de mantener ese modelo de conducta durante todo el verano.

    Ada y yo estábamos disfrutando a nuestra manera de nuestra relación. Ella me robaba un beso cuando nadie nos miraba en una excursión. Yo la abrazaba por la espalda cuando nos encontrábamos en el baño, aunque tuviera que ponerme de puntillas para estar a su mismo nivel. Ella me encontraba un conjunto bonito en una tienda sólo para decirme que estaba preciosa. Y así nos íbamos devolviendo las jugarretas.

    Un día esas jugarretas se diversificaron. En una de aquellas, la mano de una de las dos se paseó por la barriga de la otra. En apenas unos días de continuar el juego, nos encontramos en la cama de mi casa. No recuerdo un momento en mi corta vida más íntimo, frágil y capaz de transmitirme tanta calma y sabiduría al mismo tiempo.

    Es extraño definirlo de esta manera, pero sentir que no sabes nada de nada y que te guste sentirlo es algo que pasa muy pocas veces en la vida. Siempre había abogado por el autoconocimiento sin darme cuenta de que me había negado básicamente todo mi físico, lejos de lo mucho que me criticaba por tener caderas.

    Ada no era tan reflexiva como yo. Sus impulsos y sus emociones eran menos detallistas y, en cierto modo, libres. Recuerdo un ejemplo perfecto, una imagen mental única, un día de mayo, justo antes de la recta final del curso, en el que una ola de calor nos hizo salir de casa para ir a la playa.

    —Siempre he deseado ir a la playa con mi pareja —me había rogado ella—. Quiero que sea sólo contigo.

    Sólo nos llevamos dos toallas en una bolsa, crema (porque soy blanca como la leche) y nuestros billetes de tren. Plantamos las toallas…
    Y simplemente la vi, caminando hacia el agua brillante por el sol, mientras estiraba sus brazos al cielo. Sus pasos guardaban cierto nervio por llegar al agua, pero nunca perdían su elegancia. Ahora no tengo miedo ni vergüenza de decir que me quedé mirando como su bikini de dos piezas se estiraba mientras ella se giraba y me invitaba a venir con su mejor sonrisa.

    Después de querernos morir del frío inicial porque el agua seguía fría, nos quedamos flotando en agua, unos metros adentro, sin nadie que nos molestara en un centenar de metros a la redonda.

    —No te has atado el pelo —dije. No sé aún por qué hice un comentario tan poco trascendente—. ¿No te da pereza tener que lavártelo sólo por la sal?
    —Un poco, pero es algo por lo que no tengo que preocuparme. Quiero disfrutar de la playa tanto como pueda.

    Sonreí. Ella flotó más cerca de mí y pesó mi pelo. Mi manía de cortarlo algo por encima de los hombros me salvaba mucho más de la sal.

    —Siempre me ha encantado tu pelo. Te da un aire seriote, pero te pega mucho.
    —Empecé a cortármelo cuando vi que encajaba mejor con el resto de mi cuerpo. No soy delgadita como tú, y no tengo una melena muy poblada.
    —Unos tanto y otros tan poco. Yo siempre he querido tener un poco más de cadera. Pero, ¿sabes? Esa es la magia. Nos podemos admirar la una a la otra.

    He encontrado la felicidad de muchas formas durante estos años de universidad y siempre he sido partidaria de soltar esos momentos, y no aferrarse a ellos por temor a emborracharme de dopamina y perder la razón. El beso de Ada en la playa me hizo dudar de mis principios durante meses. Me resultaba incapaz de imaginar cómo ella era capaz de mostrar tanto cariño con un solo gesto.

    Creo que no puedo seguir contando cómo me sentía en esa época de este modo. Sencillamente hay tantos momentos que Ada y yo nos brindamos que hubieran puesto patas arriba el cerebro de la antigua Juana… no puedo contar ni una décima parte de ellos.

    Sigo pensando que no sé si voy a dejar que alguien lea esto. Quizás se entienda poco o se entienda demasiado de mi felicidad en sólo las dos páginas que dura este capítulo. Quería reflejar todo lo que sentí usando mi diario como filtro. Lo peor de todo es que, a pesar de que recuerdo tan vivamente ese día en la playa, todas las emociones se han desvanecido con el tiempo.

    AA_-_Favorito_24


    Espero que les haya gustado mucho <3 han sido un total de 7 páginas y media creo, los divdí de forma rara pero natural, así se quedó haha
     
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    Ahí va el capítulo 10 para los que me siguen leyendo. A partir de aquí las cosas van a torcerse, que sólo quedan unos pocos días de publicaciones! Si ya habéis leido la primera parte "Ferra en la Universidad" ya sabéis lo que va a pasar, en realidad haha

    AA_-_Favorito_25


    10. Mi horrible verano



    Todo lo que sube debe bajar. Para entender lo que pasó durante los meses de verano hay que dejar claro algo: siempre he tenido problemas para mantenerme ocupada y serena en verano. El calor me agobia, no hay la cantidad de presión, ni siquiera teniendo un trabajo, que tendría estudiando. No hay nadie esperando un excelente al final del verano. Y no suelo irme de vacaciones.

    Mi peor error fue suponer que yo sería la única que lo sufriría.

    —Ahora que se han acabado los exámenes, ¡por fin fiesta! —celebró Daniel, aquel día.
    —¿Tenéis planes para el verano? —pregunté.
    —Ada siempre pasa el agosto en el sureste. Tiene casa allí.
    —Ferra, chivato.

    Yo sonreí. Daniel se rio con ganas al ver la cara arrepentida de su novio.

    —Daniel y yo pasaremos unos días juntos en julio. Mis padres nos han invitado a hacer una pequeña escapadita los cuatro por la costa noreste.
    —Qué lujo. Yo ni siquiera sé si mis padres van a querer hacer nada —protesté—. De momento me buscaré un trabajo que no me quite mucho tiempo de descanso, para no gastar demasiado dinero en el piso.

    Ada asintió. Ella sabía que me gustaba mantenerme ocupada. Ferra no lo entendió, porque sabía que yo tenía dinero como para no tener que hacer eso. Daniel pasó, y empezó a organizar un día en la playa los cuatro juntos, antes de que ninguno de los planes se cumpliera.

    Unos días después, a mediados de junio, libres de toda responsabilidad estudiantil (recuperaciones incluidas), los cuatro estábamos en la misma playa en la que Ada y yo nos habíamos bañado apenas unas semanas atrás. Nunca les dije lo que pasó en aquel sitio, y dudo que Ada lo hiciera tampoco.

    Fue cuando empecé a darme cuenta de que la perfección de aquellos meses no había sido tal.

    —Oye, esos están con su partidazo —dijo Daniel después del primer baño. Se fijaba en un grupo de playeros que jugaban a voleibol—. ¿Alguien se apunta?

    Ada estaba a mi lado secándose diciéndome algo sobre qué comería en los próximos días, así que me despisté, le dije que me siguiera contando aquello luego y le dije a Daniel que iba. Quizás no lo hice con el mejor tacto del mundo, pero me moría por jugar a voleibol, era el único deporte que había jugado alguna vez con ganas.

    —Eh, ¿podemos unirnos? A mi amiga y a mí nos encantaría jugar.
    —¡Claro! Pero somos buenos, os aviso —dijo el más musculitos, aunque tampoco era para pasarse. Me miró específicamente a mí.
    —No la subestimes, es de armas tomar —le contestó Daniel, dándose cuenta de ello. Él había estado en mi misma clase de educación física en los últimos años.

    Sudamos la gota gorda bajo el sol, a pesar de llevar solo los bañadores encima. Aquellos tíos, además de aparentar, sabían jugar bien. Nos prestaron a uno de sus compañeros para hacer el partido igualado y, aunque nos negamos a que nos pegaran una paliza y les dimos guerra, perdimos igual. Ferra, que había ido viniendo de vez en cuando porque él parecía interesado en jugar, dijo que no quería ser aniquilado y volvió con Ada cuando acabamos el partido.

    —Vale, lo admito, sois buenos. Ha estado muy bien. Por la tarde volveremos a estar por aquí, si os apetece…
    —Nosotros sólo estaremos un rato ahora, pero gracias —agradeció Daniel, mientras volvíamos.

    Necesitaba un baño urgentemente, estaba ardiendo. Sin embargo, se me pasaron las ganas sólo con un par de miradas. Ferra estaba solo en las toallas y Ada parecía estar despachando un pesado camino al agua. Daniel y Ferra no se dieron cuenta, pero yo vi como parecía que se columpiaba un poco antes de rechazarle del todo. Sabía que mi mente estaba exagerando, pero le hice caso. ¿Qué diablos estaba haciendo? Ada volvió al cabo de un largo minuto, que fue el tiempo que tardó Ferra en preguntar por el partido y desperezarse para bañarnos.

    —Vamos a refrescarnos —le dijo Daniel a Ada—. ¿Te vienes?
    —No, voy bien, me tumbaré un ratito bajo la sombrilla.

    Me echó una mirada extraña que no me resultó buena señal y nos dejó ir a darnos el baño. Daniel y Ferra se pelearon en el agua mientras yo me sumergía y así me aclaraba un poco las ideas. Había estado exagerando. El calor me estaba afectando.

    Aun así, salí antes que ellos para ver si arañaba unos minutitos con Ada. Ella abrió los ojos en cuanto sintió las gotitas de agua salpicarle mientras me tumbaba a su lado.

    —Hola. —Su sonrisa era impecable. No me la tragué.
    —Hola. Oye, tengo una confesión que hacer, ya que hicimos aquella promesa de hablar las cosas... —Aquello la descolocó, pero hizo que prestara más atención—. Me he puesto un poquito celosilla cuando te he visto con el tipo ese. Lo siento, no quería. Pero necesitaba quitármelo de encima.
    —Lo sé, lo siento. Me he tomado un tiempo para decirle al supuesto turista que había un bar genial a un rato caminando al que podía ir solo. Aunque no se lo he dicho así.

    Su tono sonó más abrasivo que no burlón. Yo me había quitado mi peso, pero sabía que ella no, así que me acerqué a ella, le di un beso en la frente y me tumbé del todo, con la esperanza que me dijera algo más. No debería, aquello parecía una estratagema de dramón televisivo. Pero funcionó al cabo de unos minutos.

    —No esperaba que te fueras con Daniel a jugar con esos tíos. Y los deportes me aburren, me sentía un poco fuera de lugar. No sé por qué quiero más atención tuya de la que ya tengo. Perdón.

    Ella no me miró, pero yo sí a ella. Estaba siendo sincera, así que me acurruqué un poco con ella y le arranqué un par de besos cuando reaccionó a mi movimiento.

    Aquello debería haber sido todo. El sistema funcionaba, nos decíamos la verdad. Pero no fue así. Al cabo de unos días empezó a actuar de forma esquiva, después de quedar en mi casa un día. Me vio contestando un mensaje de Daniel diciendo que ya estaba con la familia de Ferra asándose de calor y vi su rostro. No pude evitarlo.

    —Esto no se ha acabado, ¿verdad? —La pillé in fraganti, porque bajó la mirada—. Por favor, dime qué te ocurre. Pronto te irás con tu familia y yo empiezo pronto a dar clases de repaso. No quiero que nos separemos sintiendo que algo va mal.
    —Es… Daniel.

    Los recuerdos fugaces de finales del año anterior me vinieron de golpe y se me erizó el vello.

    —¿Aún sientes celos de él? —Vocalicé la frase con cuidado, como si dejara un cubierto encima de la mesa con delicadez. Ella asintió débilmente—. Sabes que no…
    —No es porque piense que hay algo —me cortó, apurada—. Antes era eso. Ahora cuando estamos los cuatro juntos estoy perfectamente. Pero cuando yo no formo parte de ello…
    — … Es como si te dieras cuenta de que el resto de nosotros también hablamos entre nosotros en privado.

    Ella asintió. Me dolió mucho ver a una persona tan segura como Ada de forma tan frágil. La soledad te hace ver visiones: cuando tienes una conversación con alguien, no te haces a la idea que esté teniendo un par o tres más al mismo tiempo. Crees que tienes toda la atención de esa persona, cuando en realidad está haciendo su vida a su manera, que no es la tuya. Yo hacía ya unos meses que había acomodado mi mente a resistirse a sentirse mal por ello, pero Ada lo estaba descubriendo nada más iniciar el verano. Se lo dije en ese momento, le conté todo lo que se me ocurrió para calmarla, incluso después de que se hubiera ido de mi casa con unos besos tranquilizadores de regalo.

    —Es como le dijiste a Ferra —le dije unos días después, que volví a verla apurada a través del móvil—. Tienes que hacer tu vida. Disfruta de esos días de vacaciones con tu familia. Despéjate y piensa que todos, tú incluida, estamos haciendo algo.
    —Vale, tienes razón. Eso haré.

    Al final, fui yo la que se quedó sola en la ciudad, trabajando para sacarme unos eurillos, apenas viendo a amigos o familia, pasando calor. Me forcé a ir a la playa de vez en cuando para refrescarme y disfrutar de mi verano. Me impliqué en mi escritura. Empecé a leer mangas yaoi por mi cuenta para distraerme. Seguía disfrutando de mi soledad en aquellos momentos, pero en otros deseaba ver a Ada y darle un beso y decirle que todo iba bien. Fue bastante hipócrita de mi parte, la solitaria adicta al trabajo diciéndole a su novia cómo pasarlo bien en compañía.

    —¿Cómo te encuentras? —le preguntaba a Ada, cuando hablábamos por las noches.

    Al principio, le costaba concentrarse. Quería estar por mí y me echaba de menos. Pero poco a poco fue mostrando señales de que se lo pasaba bien.

    —He quedado con algunos amigos de la infancia. Hacía todo un año que no nos veíamos. Hemos ido a pasear por los bosques de los alrededores, solíamos tener una cabaña allí para hacer el tonto de críos. Qué recuerdos… ¿Y tú?
    —Me aburro bastante. Estoy dando clases de inglés a un pobre chaval de instituto que no pilla la mitad de lo que lee. Pero también estoy escribiendo bastante. El calor me suele impulsar a distraerme con algo absorbente. Y una banda suavecita llamada Cigarretes After Sex me ayuda mucho a escribir mis historias cursis.
    —Menudo nombre se gasta.
    —Es horrible, pero la música lo vale.
    —Te echo de menos —dijo al cabo de un minuto.
    —Yo también. No me gusta el verano por estas cosas, quiero que acabe ya.

    No quise contarle mis peores ratos. Quería que ella disfrutara de sus merecidas vacaciones, justamente había sido mi consejo. Hice mal, pero oculté todo aquello hasta que ella volvió. Me concentré en mi poco trabajo y disfruté todo lo que pude de sus animados comentarios sobre sus colegas.

    Quizás cargué con un peso que no debía al sentir toda aquella empatía por una persona que en aquellos momentos estaba a cientos de kilómetros de mí. En cambio, yo hice lo que se me da mejor y lo que le prometí que no haría: levantar mis muros. Protegerme del futuro asumiéndolo y luchar contra el miedo a perder a mis amigos.

    Creé un efecto Pigmalión durante aquellas vacaciones, la profecía autocumplida, pensando en lo peor. Sabía hacia dónde irían los pensamientos de Ada si no volvía con buen ánimo. Sabía qué clase de discusiones tendríamos si aquellos extraños celos se repetían. No lo había vivido en mis carnes, pero lo había visto y leído en cantidad de historias. Creé una fortaleza de posibilidades que me permitieran seguir siendo feliz con Ada, estando preparada para lo que fuera. Mi profecía tardaría unos meses en cumplirse, pero lo haría. Lo peor era que ya teníamos una profecía conjunta: «es un error», me había dicho Ada en Año Nuevo. Yo ya podía ver por qué en toda su extensión.

    Para cuando los cuatro volvimos a estar juntos, hacia mediados de agosto, mi mente estaba contaminada de todas aquellas cosas que me juré que no haría estando con Ada: estaba preparada para las peleas, para un escenario tanto de ruptura como de superación juntas. Mi cuerpo estaba preparándose para la resolución de algo que ni siquiera había habido enormes pistas de que fuera a suceder. Lo que el miedo podía hacer a mi cuerpo era brutal.

    Lo peor de todo fue que Ada volvió bien. Habíamos hablado bastante mientras ella estuvo fuera, e incluso compartimos llamadas tanto entre ella y yo como con Daniel y Ferra, que volvieron antes, pero no sabía hasta qué punto me podía creer su estado de ánimo.

    Cuando la tuve delante, su sonrisa y sus abrazos y sus besos no me mentían.

    —Juana… —me dijo, cuando se dio cuenta de que mi rostro no era el mejor—. Tienes muy mal aspecto. ¿Qué ha pasado?

    ¿Cómo decirle que me había cobijado en la seguridad de la soledad? Ada reconocía aquella mirada mía que buscaba protegerse de las amenazas externas. Cuando nos conocimos los cuatro, era raro que no se la echara a Daniel.

    —He incumplido nuestra promesa —le confesé—. He estado muy sola.

    Quizás no entendió hasta qué punto mi mente me la había jugado, pero sabía a qué clase de peligro se enfrentaba.

    —Es mi culpa. Te llené de dudas antes de irme…
    —Da igual. No busquemos explicaciones. Abrázame —le rogué. Nunca algo había salido de mi corazón de forma tan desesperada—. Te necesito más que nunca. No permitas que me encierre de nuevo.
    —No lo haré.

    Mi mirada pidió tanto de ella que no lo resistió. Dio rienda suelta a sus instintos, me atrapó una vez más con sus besos y no dejó que mi mente tomara el control en ningún momento aquella tarde. Me tomaba de los brazos como si se pensara que fuera a huir asustada, pero aquella Juana había quedado atrás. Lo quería todo de Ada, quería sentirme en control dejando que ella lo tuviera, quería explorar todos mis límites si era ella quien me ayudaba a descubrirlos.

    Unas horas después, estábamos tumbadas en mi cama y nos acariciamos con suavidad, a pesar del calor que hacía. Habíamos echado todas las sábanas del suelo y por la ventana una brisa fresca nos daba algo de esperanza.

    —Para qué me pondría yo a leer historias románticas, si te tenía a ti —bromeé, mucho más relajada.
    —Porque por lo menos sabes cuando mis besos son solo besos y cuando no —contestó con una de sus sonrisitas pícaras.

    Me reí con cierta vergüenza y le di un empujoncito. Luego me besó con cuidado, como si quisiera hacer la demostración y perdimos otra media hora mimándonos de esa manera como los dioses nos trajeron al mundo.

    Ada me llenó de amor durante aquellos últimos días de vacaciones, nos emborrachamos a besos, cariño, citas, abrazos, sentí que me olvidaba de mis miedos poco a poco conforme pasaba más tiempo entre sus brazos. La expectativa de volver a clases, aunque suene muy extraño, nos animaba bastante. Era una rutina que conocíamos, donde podíamos palpar mucho mejor un equilibrio, y también era el lugar donde éramos las mejores porque en nuestras manos solamente estaba la habilidad de labrar nuestro futuro laboral.

    Ese renacer consiguió sacarme de mi mente de forma bastante efectiva. Daniel y Ferra lo notaron, mi escritura también lo notó, y Ada siempre recibía respuestas esperanzadoras cuando me preguntaba cómo estaba.

    No debería haberme confiado. Me había olvidado de aquellas cosas que habían provocado mi horrible verano. Cinco páginas de capítulo parece algo ridículo para describir esos dos meses, casi tres, en los que sufrí la soledad de nuevo, y para el que lea resultará quizás fugaz y difícil de entender hasta qué punto un mal verano puede hacer mella en una persona.

    El peor descubrimiento estaba por llegar.

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    Pues ahí va esa. Recoge un poco el testigo autobiográfico de la primera parte del fic, realmente.
     
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    Aquí va el penúltimo post de este fic, el fin se acerca y hay que empezar a explicar porqué, ¿verdad?

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    11. Mi oportunidad



    El primer día de clases nos reencontramos los cuatro y nos dimos un enorme abrazo como si hubiera pasado mucho más tiempo y el verano no hubiera sido el desastre que fue para mí. Pasamos un rato especulando sobre qué clase de asignaturas tendríamos. Cuando hicimos las matrículas antes de que todos se fueran de vacaciones, tuvimos muchas incógnitas sobre de qué iban los temarios que veríamos. Además, llegaba también la primera optativa, durante el segundo semestre.

    Íbamos con toda la ilusión del mundo.

    —Esta clase se dividirá en grupos distintos a lo largo del semestre.
    —Haremos división por orden de lista.
    —Haremos un ciclo de grupos pequeños…

    Bueno, se entiende, ¿no? Salimos de la última clase renegando por lo bajo.

    —¡Qué manía con los grupos pequeños! —empezó Daniel.
    —Y si fueran libres aún, pero es que nos pillan a todos por orden de lista —continuó Ferra.
    —Y además cada profesor ha escogido un número diferente de alumnos por grupo —protesté también—. No hay quien se acuerde de a qué grupos va cada persona.

    Acostumbrados a coincidir en casi todas partes, las asignaturas de aquel semestre nos habían tirado por tierra todas las ganas de estudiar: los cuatro teníamos apellidos bastante dispares en cuanto a abecedario. Daniel y Ferra eran los más cercanos de los cuatro, y aun así sólo coincidían en un grupo. Yo iba por la Z y Ada por la C, así que era imposible.

    En un acto poco habitual en nosotras estando delante de otras personas, nos abrazamos, sentadas en la hierba de la facultad. Bueno, era más yo amarrándome desde un lateral a ella.

    —No va a ser un semestre divertido, como el año pasado —musitó Ada. Solo yo lo oí.

    En mi mente, dos ideas volaron rápidamente: la primera era que quizás eso ayudaría a afianzar nuestra relación, y volveríamos a estar concentradas en el trabajo, hasta quizás nos acostumbraríamos a cada una tener su espacio, cosa que no había pasado desde que yo le había pedido a Ada que me cubriera de atenciones unas semanas atrás; la otra era opuesta: tuve miedo de que Ada volviera a caer en sus errores.

    A pesar de la perspectiva, nos mantuvimos todo lo alegres que pudimos, porque no dejaba de ser que sería solo un semestre. Además, una vez pasados los primeros días, empezamos a encontrar puntos para quedar entre clases (que tenían unos descansos brutales entre medias ese semestre) y aprovechábamos.

    —Daniel y yo hemos conocido algunos de nuestra clase que son majos —dijo Ferra un día.
    —De los que no me tocaban las narices —aclaró Daniel.
    —Eso. Parecen majos, aunque no son muy trabajadores. Quizás nos hagamos amigos fuera de clases.
    —Yo les tengo en una clase más que Ferra, y son algo friquiillos, quizás les arrastre al lado oscuro —se rio Daniel—. ¿Vosotras habéis hecho grupos con alguien?
    —Nah —dijo Ada, como si nada—. De momento sobrevivo sola.
    —Yo he tenido que hacer grupo de trabajo con una chica, Nadia creo que se llama. Nunca me había dado cuenta de su presencia. Parece trabajadora.
    —Claro que no te das cuenta, si lo único que haces es tener los ojos puestos o en Ada o en tu portátil —se volvió a reír Daniel. Yo le puse una mueca burlona en respuesta, aunque Ada no le rio la broma.

    La conversación no continuó mucho tiempo, pero a lo largo de los siguientes días fuimos protestando o alegrándonos de nuestros nuevos compañeros. Todos excepto Ada. Ella siempre decía que hablaba con algunos compañeros, pero que no acababa de encajar con ellos.

    Me recordó a cuando rechazaba a los tíos cuando la cosa iba más en serio, y me preocupé. Le quise preguntar un día que volvimos juntas de la uni.

    —¿Ocurre algo? ¿Te está yendo mal en clase?
    —No, no, todo va bien…

    No me desvió la mirada, pero estuvo tentada. Tenía esa postura de «no hay nada que hacer por aquí» que solía poner cuando se ocultaba bajo una capa de indiferencia. Ya empezaba a darme cuenta de esas cosas, pero ¿qué tenía que hacer yo? ¿Insistirle? ¿Recordarle nuestra promesa? ¿No decir nada? Era muy observadora, pero a la hora de llevarlo a la práctica me entraban las dudas. Durante el día de playa necesité una acción que me irritara a mí también para decirle algo y que me contara lo que le ocurría, pero aquello no estaba pasando.

    O no pasó hasta que subimos al tren y nos topamos con un conocido de clase. Se llamaba Javier, o algo parecido. No le había prestado mucha atención pero, aparentemente él sí a Ada, porque ella me tomó de la mano en una enorme declaración de intenciones en cuanto el chico plantó la vista en nosotras.

    —Oh, ¡hola! —nos saludó tan tranquilamente, aunque se fijó en el detalle de Ada por un segundo—. ¿Sigue en pie lo del trabajo en grupo?
    —No lo sé, es que suelo trabajar mejor sola —se excusó Ada—. Pero creo que se puede trabajar bien en vuestro grupo igualmente. Os digo algo mañana.
    —Siento lo de esta mañana, espero que no resulte un impedimento.
    —No, claro que no —mintió descaradamente—. Bueno, hasta mañana.

    Ada prácticamente me arrastró al otro lado del tren. No miré atrás, porque me figuraba que ese pobre chaval estaría observándonos.

    Mientras encontrábamos espacio en el último vagón, sentí de nuevo mi cuerpo protestar por lo que acababa de ver. Necesité que Ada hablara la primera para darme cuenta de qué era lo que me enfadaba:

    —Bueno, supongo que ha sido el karma —empezó—. Ese chico me ha pedido salir hoy, aunque le vi venir de lejos. Siento haberte mentido, no quería darle importancia.
    —Cosas que pasan —dije.
    —¿No estás enfadada?
    —¿Por un chico que no sabía que tenías pareja y que se nota que ha sido rechazado? No. Confío en ti. Pero sí que estoy enfadada. —Ada intentó dilucidar qué era lo que me enfadaba, pero yo nunca he sido de las que espera a que lo descubran—. Has incumplido tu promesa. Otra vez. No me importa que me cuentes o no si has rechazado a un chico, me importa si dejas de contarme que te sientes mal por algo. Y has mentido sobre que no tenías grupo. ¿Qué está pasando?

    Ada intentó verbalizar de forma desastrosa algo que voy a traducir: tenía miedo de que yo sintiera los mismos celos que ella, que se repitiera la historia del verano, y me había mentido de forma piadosa por cosas que ella consideraba inofensivas. No lo dijo, pero en el fondo deseaba que yo hiciera lo mismo, que no le dijera absolutamente todo. Supuse que vivir en la ignorancia la ayudaba, pero yo solía contarle todo incluso si era irrelevante.

    Se me pasó el enfado y me acurruqué a ella.

    —No pasa nada. Sabes que estamos bien, hemos pasado un último mes que hemos estado muy unidas por cómo estaba yo. Pero dime la verdad: ¿te afecta que no estemos en las mismas clases?

    Ada tardó unos segundos en responder:

    —Un poco.

    Mi mente me dijo en plan lógica aplastante «pues no debería, ¿qué razón hay?», pero las emociones no son lógicas, y Ada las sentía mucho estando separadas. También me dije que «un poco» significaba más que un poco. Ada siempre intentaba minimizarlo todo para que resultara menos importante y más indiferente.

    Aquella fue la primera vez que me planteé abandonar la relación, aunque no muy en serio. Mi cabeza entró en alerta y mis ganas de huir se intensificaron, cual gato que huye de una pelea siempre que puede.

    Me di cuenta de que me lo planteé sólo cuando estuve en casa. ¿La razón? Me di cuenta también por primera vez del bucle: si yo estaba bien y a gusto con Ada, era porque estábamos relativamente pegadas y ella quería aprovechar cada segundo y envidiaba el tiempo que otros pasaban conmigo (aunque ella no se diera cuenta de que aquella era la razón); cuando yo descubría que no era capaz de centrarse en otra cosa o de hacer amigos si no era por un largo tiempo, me echaba a un lado a propósito y me ponía en lo peor, levantaba mis muros, para asegurarme de que ella volvía a estar bien. Y cuando volvía a estar bien, yo volvía a querer acercarme a ella para compensar y el bucle volvía a empezar.

    «¿Por qué no somos capaces de encontrar el punto medio?», me pregunté, rabiosa conmigo misma. Había tenido la esperanza de encontrarlo con esos grupos dispares y divididos que teníamos, porque tendríamos momentos de trabajar, y momentos de estar juntas, todo en un día.

    Es más, pasé otro mes entero desde esa revelación esforzándome para no levantar muros, estar como siempre, y ver si Ada se reposicionaba y encajaba en sus nuevos grupos y volvía a sentirse segura, pero aquello no ocurrió.

    —Es que no pasa nada de interesante —me contaba—. Sí que al final he hecho grupo con ellos y tal, pero…

    Pero rehuía una explicación. Quizás era yo la que pedía demasiados detalles, me dije, pero cuando la veía desde la distancia podía ver que su rostro impecable mostraba un estrés que nunca había mostrado el año anterior. Excepto cuando pasó lo de Emmanuel. Y ese «excepto» me carcomía. Aunque ahora sé qué es lo que sufría, en ese momento me estresaba que ella sufriera por algo que no me quería contar incluso cuando estábamos solas en mi casa.

    No sabía qué tenía que hacer yo. No sabía qué tenía que decirle. No sabía qué estado mental podía adoptar Ada para que estuviera bien como lo intentaba estar yo. Las citas a solas empezaron a resultar menos relajadas.

    Quizás en un acto providencial del universo, me llegó un mensaje de una de nuestras profesoras del año anterior: me contaba que por mis notas me había propuesto como candidata a un Erasmus especial en Noruega que me convalidaría con las asignaturas de prácticas y metodologías de Antropología Social del segundo semestre, y me centraría en la cultura Sami al norte del país. Me quedé atónita.

    —¿Qué pasa? —me preguntó Daniel
    —Me acaban de proponer un semestre en Oslo. Un Erasmus.

    Estábamos los cuatro en la biblioteca buscando información para los primeros trabajos del semestre y nos acabábamos de sentar a mirar libros en una salita pequeña.

    —¡Es brutal! ¿Cuándo es? —preguntó Ferra.
    —Me iría este diciembre hacia allí. Viviría allí hasta finales de mayo.

    Miré al infinito, como si de alguna manera pudiera encontrar una cadena de espejos que me llevaran al rostro de Ada, aunque la tenía a mi lado. No me atrevía a mirarla. Sabía lo que estaría pasando por su cabeza, y no me gustaba.

    —Es una gran oportunidad —continuó Ferra, sin darse cuenta de nada—. No me extraña con tus notas. Aunque no sé si soportaría un semestre sin Daniel.
    —Pero por Dios… —protestó de adorabilidad Daniel, dándole un besazo a su novio. Yo no tuve ánimos de observarles como una loca, por una vez. Era lo último que quería oír o ver.

    ¿Y yo? ¿Sería capaz de irme a Noruega varios meses dejando a Ada allí? Especialmente sabiendo lo que podía pasarnos, después de ese horrible verano. O lo que ya estaba ocurriendo en esos momentos, que parecía una repetición del mismo.

    —¿Qué vas a hacer? —me preguntó Ada.
    —No lo sé —dije, quizás un poco a la defensiva—. Tengo unas semanas de plazo para presentarme o decir que no.
    No dijo nada más. Los chicos se alegraron por mí y seguimos estudiando.

    Ada me había preguntado aquello con la voz de la ansiedad. No conocía bien la suya, pero sabía que la sentía, porque empecé a sentirla yo de repente, con esas nuevas puertas abriéndose y otras esperando ser cerradas.

    Mi partida a Oslo podría significar muchas cosas.

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    Todo el mundo preparado para el final?
     
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    Por fin hemos llegado al doble capítulo final. Ha sido un largo viaje de dos meses y algo más entre escribir y publicar, pero ha sido una muy buena experiencia. Espero que os haya gustado tanto leerlo como a mí escribirlo. Y si no habéis leído la primera parte del fic, ¿qué coño estáis haciendo aquí? ¡A leer "Ferra en la Universidad", que es buen yaoi!

    AA_-_Favorito_27


    12. Nuestro error



    A pesar de la oportunidad que se me presentaba con el Erasmus, hice como si nada durante la primera semana. No hablé de ello. Me centré en sacarme los trabajos lo más pronto posible y encontraba cada hueco que se me podía ocurrir para estar con Ada. Había pensado que, en vez de dejarla a su aire, ir hacia el camino opuesto y dejarme llevar por el cariño quizás la ayudara a no querer tanto de mí.

    Un día nos quedamos prendadas de la otra mirándonos en el espejo del baño de la universidad, cuando no había nadie. La abracé desde la espalda, asomando mi cabeza por un lateral.

    —Vaya, estos días estás muy como Ferra con Daniel —me dijo.
    —¿Qué puedo decir? Me gusta estar con mi novia.

    Su sonrisa me llegó al alma y me dio un puñetazo en el estómago al instante siguiente el pensar que si escogía el Erasmus, estaríamos meses sin vernos. Lo disimulé bien, porque ella no notó nada y me dio un beso tierno en mis labios ya cortados por tantos otros de ellos.

    Pero aquello fue ilusorio. Quizás porque estaba tan cerca y tenía a Ada tan presente, no me di cuenta de que mis acciones resultarían más sospechosas desde su punto de vista.

    —Siempre has sido algo dificililla a la hora de arrebatarte cariño —me dijo un día que estábamos tumbadas en mi casa, sin hacer nada en particular—. Estos días estás algo distinta.
    —¿Tú crees?
    —Lo creo.

    Decidí que tenía que decirle la verdad:

    —He estado intentando algo para ver si te sientes mejor.
    —No quiero que tú cambies sólo porque tengo un mal día —me dijo con compasión y cariño.
    —Es que… tú y yo sabemos que no es sólo un mal día.
    —Pues después de aquello del otro día he estado algo mejor, lo admito. He tenido muchas atenciones.

    No especificó, pero asumí que se refería a mí y a nuestros dos amigos. En ese momento me percaté de que mi táctica funcionaba con ella, pero no conmigo. No podría aguantar mucho tiempo trabajando tanto y estando tanto con ella. En algún momento necesitaba tiempo para descansar, para mí sola. Me estaba entregando demasiado.

    Decidí que Ada tenía razón. No podía cambiar. Se lo dije el día siguiente.

    —Ayer me dijiste algo con mucho sentido: tengo que ser yo misma contigo, igual que tú lo eres conmigo. Estar más por ti no va a ser el remedio mágico contra lo que nos ocurra. Tendríamos que ser capaces de hacer nuestra vida.
    —No sé por qué mi mente me dice que eso es lo lógico, pero mi cuerpo lo ve como una amenaza —confesó, con cierta tristeza. Luego añadió algo muy importante—. Deberías irte a Noruega. Tienes una oportunidad que a nosotros no nos han dado. No me perdonaría ser un obstáculo para ti.

    La abracé inmediatamente. A veces olvidaba lo lista que era Ada también. Como dijo un profesor que teníamos que tenía que ver con la Arqueología además de la Antropología Social, la ausencia de restos también indica algo. No haber hablado en absoluto del Erasmus, supuse, hizo que Ada pensara que iba a descartarlo para estar con ella.

    —Aún me lo estoy pensando, pero serás la primera en saberlo. No me queda mucho tiempo.

    Con el Erasmus en el horizonte cercano y mi vuelta al estado habitual, volví a ver a Ada en apuros. No había acciones que resultaran llamativas, ni peleas, pero sí que volvía a mostrarse indiferente y, aunque intentaba no ocultarme cosas, se notaba que no quería enseñarme tanto de sus pensamientos, y se centraba más en el cariño.

    Ada no se dio cuenta de lo que estaba pasando, pero yo sí. Yo ya lo había descubierto de antemano. El nuevo escenario sólo fue la confirmación. No me irritó, me decepcionó.

    Desde el momento en el que me di cuenta de que Ada no había solucionado su propio problema de seguridad, que, en el fondo, yo sabía que giraríamos en esta dinámica distorsionada: si liberábamos todo de nosotras, si aplacábamos mis miedos juntas, corríamos el enorme riesgo de que ella desarrollara esa dependencia de mí que luego rebotaba en forma de indiferencia a las dos; si le aconsejaba que nos contuviéramos un poco y ella hiciera su vida y yo la mía, yo era incapaz de impedir que mi mente me arrebatara el control y se pusiera en modo protector. Era un tornado, un bucle sin control, sin vistas de un final feliz. Ni estábamos preparadas, ni éramos compatibles.

    No lo habíamos sabido del todo cuando nos lo dijimos, pero aquel era el error que sabíamos que era nuestra relación. Teníamos dieciocho, diecinueve años, no sabíamos nada del amor y de mantener el equilibrio en algo que requería tanto trabajo como una relación de pareja y, desde luego, no sabíamos nada de nosotras mismas estando enamoradas. Éramos unas novatas. La profecía se cumplía.

    Cuando me di cuenta de que nos habíamos metido en una trampa y que sólo había una salida, me eché a llorar en silencio, protestando por la injusticia de tener que perder a una persona tan divertida como Ada sólo porque ese estúpido error que creamos. Di puñetazos en la cama, como si eso fuera a servirme de algo, pero desistí al cuarto. Me acabé tumbando en ella.

    —¡¿Por qué ahora?! ¡¿Por qué tan rápido?! —protesté.

    Un mes y pico de clases y todo había cambiado. Todo estaba claro, horriblemente claro. Nunca hubiera dicho que nuestra ruptura apareciera de repente después de hacer yo un esfuerzo de cariño y de una conversación razonable. Parecía todo tan repentino e irreal… Y escribirlo ahora lo hace aún más repentino e irreal. Pasó de un día para el otro, a pesar de todas las señales, porque nos obcecamos en no ver esas señales, a pesar de que yo las había incluso definido ya.

    Tenía dos días antes de ver a Ada de nuevo. Necesitaba poner todas aquellas barreras que creé cuando estuve sola para resistir el golpe cuando le dijera lo que pasaba. Así que me puse aquella misma puñetera banda del nombre horrendo, Cigarettes After Sex, y dejé que la música y mi cuerpo tomaran el control. Lloré durante la hora y media que tuve de música, lamentándome, columpiándome innecesariamente en mis emociones, y empecé a recordar todos los besos y lo bonito que fue durante los primeros meses, porque todo lo que sentía ahora era que la relación era algo totalmente distinto, con dos personas totalmente distintas. Fue como si la primera parte del año fuera de otro universo.

    Para las últimas canciones, me había quedado sin lágrimas. Mi cuerpo solo hipaba de vez en cuando. Mi mirada se había perdido en el techo de mi habitación, olvidando el peso de la soledad que se avecinaba. Llorar tanto me había aliviado la presión y me había dejado serena. Sabía que todo aquello iba a volver, pero aproveché para, simplemente, dormir en paz, con la decisión tomada.

    Nada más verme el lunes, todos supieron que algo iba mal, Ada incluida. Ella ya intuía qué era lo que ocurría, y ella era la única que tenía que saberlo, por el momento. En cuanto me fuera, ya habría tiempo de que Ferra y Daniel supieran todo lo demás.

    Ada y yo quedamos después de clases para hablar.

    —Al final me voy de Erasmus a Oslo —le confesé—. Estoy haciendo el papeleo y pronto dejaré mi piso. Haré los exámenes que me quedan antes de enero, porque para entonces ya me habré ido.

    Ella me miró con cierto recelo. Sabía que el miedo se apoderaría de ella. En mi mente, los muros volvían estar alzados y no podía volver a pasar por la tentativa de derribarlos para que Ada volviera a entrar en esa espiral insana, aunque fuera tentadoramente bonita al inicio.

    —Supongo que es lo mejor para ti pero… no soy tonta. Sé que no me lo dirías de esta manera si no quisieras que lo dejáramos. Estamos bien, estamos felices, no lo entiendo.

    De nuevo, Ada había cazado al aire muchos más pensamientos de los que creía que cazaría. Siempre pasé por alto su astucia durante nuestra relación.

    —Eso no es verdad, y por eso lo mejor para ti es que lo dejemos. Necesito irme una temporada. Estos meses han sido lo mejor que me ha pasado en la vida, pero no puedo permitir que sigas siendo infeliz por mí. No te das cuenta de cómo estamos.
    —¡Yo soy feliz contigo, pero te entestas…! —Ella había intentado tomarme de los brazos, pero me aparté. Ella cortó su frase y vi su corazón romperse a través de su mirada.

    «No puedo dejar que me tomes de nuevo en brazos. Podría dejarme tentar y caer de nuevo en la trampa», le dije en mi mente. Ada era una luchadora testaruda. Si se lo hubiera dicho, no me hubiera soltado aunque le fuera la vida en ello.

    —No, no eres feliz. Damos vueltas como tontas en la que una tiene que sacrificar parte de ella por la otra, y al final nadie sale ganando. Tú misma me dijiste hace unos días que no tenía que cambiar por ti. Además, estos últimos meses, desde que te pedí que estuvieras por mí, ¿has visto lo que ha pasado? Todos los celos han vuelto. En los peores momentos hasta por estar en grupos distintos por culpa de los profesores he visto que estás mal. Sé que lo estás. —Ada no dijo nada—. Antes de que te fueras de vacaciones te dije que cuando no estuviéramos juntas, podías aprovechar para concentrarte en aquello que era importante, balancearte un poco. Lo hiciste esa vez, pero esta no. Dejaste que ocurriera. Y lo peor es que has incumplido tu promesa muchas veces: tenías que contármelo. Necesitaba saber que estabas mal. No quería tener que deducirlo. Teníamos que decirnos la verdad, siempre.
    —Lo siento, pero… ¡esto se puede arreglar! Aunque estés lejos… —dijo con cierta energía positiva. Ahora era ella la que me rompía el corazón a mí—. Lo superamos una vez, podemos volver a hacerlo. ¿Cómo aprendemos sino?
    —Si el problema fuera solo de una de las dos, lo podríamos sobrellevar. Pero no es así. Si lo que te pasa empieza a írsete de las manos, los celos y la ansiedad serán diarios, si es que no lo son ya, y quedará muy poco del amor que sentimos al inicio. Yo me he esforzado todo lo que he podido para no encerrarme como este verano, incluso he dado más de mí de lo que debería, pero no es la solución. Y no quiero encerrarme de nuevo conmigo misma para que recuperemos algo de nuestro equilibrio. No quiero que vayamos sacrificando cosas la una por la otra sólo porque no sabemos estar bien sin la otra.

    Ada intentó buscar algún argumento sólido. O quizás intentó situar en su mente los momentos que yo le estaba contando. Ella me rogó con la mirada que no dijera lo que me quedaba por decir:

    —Esto es el fin. Los errores deben arreglarse algún día, incluso los bonitos.

    La miré a los ojos y deseé una última vez sus labios, pero no me permití el lujo. Antes de que mi cuello se ahogara y empezara a llorar, di media vuelta y me alejé a paso ligero, rezando para que ella no me siguiera. Y no lo hizo.

    Pensé que había llorado todo lo que había que llorar, pero no. Fui muy ingenua. No recuerdo nada más duro en mi vida que tener que romper con Ada. Nada más llegar a casa, me deshice en lágrimas en la primera de muchas noches, sintiendo arrepentimiento inmediato por lo que acababa de hacer con mi vida. Todo mi cuerpo me mentía diciéndome «acabas de empeorar tu vida a un extremo imposible de recuperar» y hasta que realmente estuve en el vuelo hacia Oslo, me lo creí.

    Tener grupos separados de clase fue una bendición en ese momento. No podría haber aguantado tener a Ada a mi lado durante el mes de trámites, mudanza y estudio intenso que tuve que soportar. Si hubiera estado conmigo, quizás hubiera cometido un error mucho peor que empezar una relación. Mi vida social se redujo a ir y volver a la universidad, a hablar con Ferra y Daniel a distancia y a intentar mantener la mayor parte de aquel drama entre nosotras. Dejamos de quedar los cuatro juntos.

    Quería a Ada, la quería mucho. Lo sentía. Quería seguir con ella, quería que se arreglara, quería no haber conocido ese lado oscuro. Pero no era realista. Mi intuición me decía que ni yo estaba preparada para hacer frente a nada a distancia, ni ella simplemente podía continuar estando en una relación. Necesitábamos un descanso que ninguna de las dos deseaba.

    Sólo hubo un momento en el que cedí ante ella: los tres me acompañaron hasta el aeropuerto junto a mis padres (que por una vez estaban de acuerdo entre ellos y me desearon lo mejor para mi futuro como estudiante). Anduvimos hasta la zona de seguridad, prácticamente y les abracé a todos y cada uno de ellos. Cuando abracé a Ada, mi cuerpo tembló y solamente pude decir:

    —Lo siento muchísimo…

    No sé si el resto lo oyó. Tampoco sé qué significó para ella, porque nunca me lo ha comentado. Intenté sonreír todo lo que pude a todos, ocultando mis ganas de querer llorar. Les saludé a todos y me metí en medio de la cola tan deprisa como pude, antes de que hiciera una locura. Una vez sentí que ya estaba en un sitio inalcanzable, me relajé. Lloré un poco mientras esperaba en el vuelo, pero me conseguí controlar.

    El desastroso final de mi primera relación abría una nueva etapa en mi vida.

    __________________________________________________



    13. Epílogo



    No vale la pena contar todo lo que he vivido en Oslo estos meses. He hecho amigos temporales, pero no siento lo mismo que con Daniel y Ferra. Tengo la guardia en alto, y sé que probablemente no les vuelva a ver. No he dejado de hablar a Ferra, Daniel y Ada en este tiempo, les sigo queriendo a todos como grupo, y me he esforzado, porque no quería volver y sentir que lo había destruido todo. O peor, porque al inicio temía que me apartaran por haber cortado con Ada. Mis miedos internos me decían que me culparían de todo a mí porque yo había roto con ella. Por suerte, sé que mis amigos me siguen queriendo a pesar de ese desastre.

    Ferra no entendió qué pasó entre nosotras en un primer momento, pero preferí no sacarle de la duda. Sabía que era quien se encargaría de cuidar de Ada durante ese tiempo, y eso ha estado haciendo. A Daniel sí le dije algo: uní las palabras «codependencia» y «soledad» en una sola frase y lo entendió todo. Había experimentado la segunda tanto como yo y había leído demasiados romances tóxicos como para no identificar la primera.

    Hablé bastante con Ada durante el primer mes en Oslo. Yo era demasiado metódica como para dejar pasar la oportunidad de dar una explicación más extensa de lo que me pasaba a mí y de lo que pasaba a ella. Y siempre quedó entre nosotras. Nos redactamos biblias la una a la otra, algunas veces peleándonos, otras veces reflexionando. Sentí que aprendíamos de aquella experiencia. Ada me confesó hace unas semanas que también lloró y sufrió mucho, pero que al cabo de unos meses de estar yo en Oslo empezó a entender por qué tuve que cortar con ella. Desde entonces, nuestro contacto ha sido bastante reducido.

    Así que acabo de llegar a España y por alguna razón ya tengo todo esto escrito, en medio de una ola de calor, pero la realidad es que escribir los últimos capítulos ha sido más duro de lo que pensaba. Han sido varios días de redacción y repaso, y me he dado cuenta de que antes que nada tengo que hablar con Ada. Quiero saber cómo está, cómo se encuentra, saber qué va a pasar con nosotras. Yo espero recuperar la amistad, y me siento preparada para ello. Quiero saber si ella está preparada también. Por eso no quise que me pasaran a buscar los tres al aeropuerto, en realidad.

    Quizás lo mejor sea dejar que este escrito se difumine en el tiempo. Quizás será solo un recuerdo por escrito que algún día pueda enseñar a mis amigos cuando cada uno haya seguido su camino. Empecé a escribirlo porque quería vaciar mi mente ante alguien pero, como dije al inicio, ni siquiera sé a quién escribo.

    Podría haber escrito mucho más. Material no me falta, mi diario no falla un solo día desde hace años. Pero prefiero no hacer una transcripción que muestre todos los horrores, mis pensamientos, las peleas con Ada, sus peores momentos. Si se llegara a leer, no querría que se supiera con tanto detalle. Lo esencial está aquí.

    Me pregunto: ¿Lo leería Ada? Sufrimos tanto por lo poco que sabíamos trazar un camino así, que empezamos mal, y acabamos mal. Todos estos meses he pensado que así tenía que ser, que definitivamente fue un error que teníamos que cometer, tal y como nos dijimos en aquel fin de año en nuestra iluminada ensoñación, tan irreal y tan lógica a la vez. A pesar de la distancia y de las peleas, acabamos aprendiendo qué podemos y qué no podemos hacer, aunque aún no lo hayamos puesto a prueba.

    Como siempre, pienso demasiado. Todo dependerá de lo que pase durante los siguientes días. Si Ada realmente ha pasado página, este escrito no será necesario. Todos los recuerdos y pequeños detalles irán apareciendo por voluntad propia en los momentos adecuados, y quizás los contemos con más soltura que la que nos negamos cuando ocurrieron.

    Aunque yo siempre tendré mucho cariño a este relato.

    FIN


    AA_-_Favorito_27


    Dejen los pañuelos y las amenazas de muerte aquí, gracias. Es broma, espero veros en más de mis fics <3 ¡será que no tengo! haha
     
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10 replies since 10/8/2020, 00:12   91 views
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