|| Pu(n)to ciego ||

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  1. Bananna
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    ¿Qué había hecho para merecer esto? ¿Era un castigo de los dioses por los crímenes que había cometido o era simplemente una mala jugada de los hados? Porque Khnum sabía que viajar con un adolescente sería difícil, ¡pero no habría podido jamás esperar algo como esto!

    Megacles se había ido, seguramente sin ser del todo consciente del caos que había dejado a su partida, y es que ahora el egipcio tenía que lidiar con el mal humor y las quejas de Astilo. ¿Y todo por qué? ¿Por envidias estúpidas? ¿Por un romance que se había visto truncado antes incluso de empezar?

    Khnum no era un hombre paciente, pero es que además no tenía ni idea de qué hacer con esta situación. Él nunca había sido así, nunca se había rebelado contra sus padres —no hasta que había sido ya mayor—, nunca había orbitado alrededor de una persona con la que discutía sin parar.

    Así que no tenía consejos que ofrecerle a Astilo, quien se había pasado dos días enteros refunfuñando y hablando de Damalis y Megacles. A veces se ablandaba y elaboraba en voz alta un plan para conseguir su perdón, y a veces hacía hincapié en lo malagradecida y petulante que era.

    El parche que ofreció Khnum, porque no era ni de lejos una solución, era intentar mantenerlo ocupado. Cuanto más se centrase en tareas varias, menos tiempo y fuerzas tendría para pensar en Damalis o en compararse a sí mismo con Megacles, ¿no?

    Demetrio al principio se opuso a esto, pero para el mediodía del primer día tras la partida de Megacles incluso ayudó a Khnum a darle tareas a Astilo. Esto no sólo les evitaba a todos el dolor de cabeza del mal de amores adolescente, sino que le permitía a él pasar más tiempo con su esposa, cuidarla ahora que se acercaba el fin del embarazo y que el peso de su vientre le provocaba dolores de pies y de espalda más frecuentes.

    Por desgracia, el problema de los parches es que se acaban cayendo antes o después. Y este se cayó una mañana, pocos días después de que Megacles se fuese de Corinto.

    Khnum y su lazarillo estaban en el mercado, frente a la herrería que Demetrio les recomendó. Habían conseguido en relativamente poco tiempo bastante dinero, y el egipcio había decidido apartar un poco para mejorar su punta de lanza. Al ser, eso, una punta de lanza, pensó que no le vendría mal tener un poco de mango. No tanto como una lanza completa, por supuesto, pero sí suficiente para poder manejarla con algo más de comodidad.

    —No necesito que sea bonita —dijo Khnum con calma, haciéndose oír entre el ruido del mercado —. No la voy a ver, de todas formas. Me basta con que sea resistente y lo más ligera posible.

    —Por supuesto, creo que tengo la madera indicada —le dijo la voz del herrero, rasposa por pasarse el día tragando el humo de la fragua —. ¿Necesita algo en especial?

    —No… Sí —se corrigió Khnum al momento —. Me gustaría alguna marca, me da igual si incisa, en relieve o con un cambio de textura, que me indique en qué dirección está la hoja. Para no cortarme por accidente o intentar apuñalar a un ladrón con el mango —añadió con una media sonrisa que se vio acompañada por la risa del herrero.

    —Creo que ya sé qué hacer. Vuelva mañana por la mañana, quizá lo tenga ya listo. ¡Aunque no se lo garantizo!

    —Perfecto, entonces. Hasta mañana —se despidió con una sonrisa suave.

    Puso una mano en el hombro de Astilo y empezó a alejarse de la herrería. Aún tenían que encontrar una verdulería, le habían prometido a Alexia llevar los ingredientes para la comida, pero Khnum le llevó a una zona con menos tránsito y le apretó un poco el hombro con seriedad.

    —¿Qué te pasa?

    —¿Ah? Nada, ¿por qué lo dices? —respondió Astilo de forma distraída.

    —Estás muy callado. Pero no callado normal, sino callado pensativo. Está claro que te pasa algo.

    Durante unos segundos hubo silencio. Khnum no sabía qué expresión estaba poniendo Astilo, pero sí notaba el movimiento de su brazo, por lo que estaba jugando con su ropa con cierto nerviosismo.

    —Creo que debería comprarle algo a Damalis.

    Ahora fue el turno de Khnum de guardar silencio unos instantes. Respiró hondo y se masajeó el puente de la nariz por sobre las vendas.

    —¿Por qué?

    —Porque he sido un auténtico idiota.

    Oh, vale, eso no se lo esperaba.

    —Un poco, la verdad.

    —Ya, bueno… —Astilo suspiró y se movió un poco, quizá para apoyarse en una pared o algo sólido —No sé qué me pasa con ella. Quiero hacerla feliz y que me mire con admiración, como mira a ese maldito traidor… ¡Agh! ¡Pero cuando me mira, sólo ve a un niño!

    —Es que eres un niño. Los dos sois niños. Las chicas siempre van a mirar a los hombres ya adultos, y en comparación los de su propia edad les parecen poca cosa.

    —¿Y entonces qué puedo hacer? —murmuró Astilo con una voz cargada de pesar.

    Khnum le apretó un poco el hombro.

    —No te va a gustar mi respuesta, pero lo mejor que puedes hacer es renunciar a ella.

    —¿Qué? ¡Pero-! —no pudo terminar de hablar cuando Khnum le tapó la boca con una mano.

    —Ofrécele tu amistad. De forma sincera y desinteresada. Sé su amigo. Conoceos mejor, creced juntos. Y, mientras tanto, esfuérzate por convertirte en un hombre hecho y derecho, si es lo que realmente quieres. Entrena tu cuerpo y tu mente, y déjate de niñerías como insultar a todo aquel al que consideras un rival —Quitó la mano y la puso sobre el otro hombro de Astilo —. En serio, ¿por qué tanto ataque a ese misthios? Si él está claramente desinteresado en esa niña.

    —No lo sé… —reconoció Astilo con un tono de voz que sólo se podía catalogar como avergonzado.

    Khnum le volvió a apretar los hombros y buscó apoyar su frente en la del muchacho unos segundos para después dedicarse a arreglarle el pelo y estirar su ropa mientras seguía hablando.

    —Debes ser paciente. Debes demostrarle que vales su atención. Y eso es algo que no se consigue con un par de semanas de viaje juntos, sino con meses, años incluso, de construir una relación sólida basada en la confianza y el respeto mutuo. Respétala a ella y haz que empiece a respetarte. Sé bueno con ella.

    —Pero… Entonces nunca estaremos juntos.

    —Quizá no —admitió Khnum —. Pero estoy seguro de que al daros ese tiempo ganaréis una relación tan hermosa que el amor más romántico dejará de tener importancia. Porque hay muchos tipos de amor, ¿sabes? Y ninguno se consigue por arte de magia. Todos requieren tiempo, cuidados y mantenimiento. Empieza por una amistad con ella y deja que las cosas sigan su curso de forma natural. Quizá os enamoréis, quizá te enamores de otra persona. Ni tú ni yo podemos saberlo, eso queda en manos de los dioses. Lo que sí puedo garantizarte, Astilo, es que dentro de no mucho tiempo te arrepentirás de todas las cosas feas que le dijiste y de todas las cosas bonitas que te callaste.

    —Ya empiezo a arrepentirme…

    —Bien. Amistad. Empieza por una amistad.

    —Una amistad… Está bien —su voz seguía sonando decaída, pero con un poco más de esperanza —. Gracias, egipcio.

    Con estas palabras, Astilo rodeó la cintura de Khnum con los brazos y hundió la cara en su hombro. Khnum se quedó estático unos segundos, pero después correspondió al abrazo, acariciándole la espalda con movimientos suaves.

    Aquella fue la primera vez en mucho tiempo que sintió la calidez de un abrazo sincero, y no pudo evitar pensar que eso, su relación con Astilo, tenía ya consolidado uno de esos tipos de amor de los que le había hablado.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Megacles no les había dicho dónde había dejado a Damalis, pero Khnum podía hacerse a la idea. Sabía que no se la había llevado consigo, no después de tanto insistir en que viajar con él era peligroso, así que estaba seguro de que la había dejado en Corinto. Y tenía que ser en la casa de alguien en quien confiase.

    Debía ser Clímene, la misma mujer que había aceptado tanto a Megacles como a Damalis tras la primera gran discusión de los dos adolescentes. Y, por suerte, encontrar la casa de Clímene no fue algo difícil, ni siquiera para un ciego.

    Era grande, estaba bien situada, y Astilo decía que era bonita y tenía un jardín bien cuidado, lo que era un logro de por sí, pero prácticamente un milagro cuando hablamos de Corinto.

    En circunstancias normales, Khnum y Astilo jamás habrían podido entrar en el recinto. No eran, precisamente, el colmo de la elegancia, incluso si estaban aseados y llevaban ropa limpia. Pero no eran circunstancias normales y la señora de la casa les invitó a entrar e incluso a tomar algo.

    De pie en un patio interior, esperando a la anfitriona, Astilo se removía hecho un manojo de nervios al lado de Khnum, quien simplemente le puso una mano en la espalda para intentar tranquilizarle.

    Entonces ladeó un poco la cabeza al escuchar pasos que se acercaban, y pronto se abrió una puerta y el olor de perfume invadió ese pequeño patio.

    —¡Oh! ¡Por fin nos encontramos! —dijo una exagerada voz femenina que sólo podía corresponder a Clímene —Pasad, pasad. La pequeña Damalis está esperándonos con bebida y algo de comer.

    —Muchas gracias —dijo Khnum con calma, dándole un pequeño empujón a Astilo para que empezase a caminar.

    Pronto llegaron a otra habitación más recogida, pero con ventanas abiertas que dejaban pasar algo de brisa, así como el sonido de los pájaros y de la ciudad. Khnum agradeció con un gesto la ayuda de Astilo para sentarse sobre unos cojines y volvió a asentir cuando tuvo en su mano una copa con vino aguado.

    —Buenos días, caballeros —saludó Damalis con un cierto retintín que hizo que Khnum apretase los labios para contener una sonrisa —. ¿A qué debemos el honor?

    Khnum se acercó la copa, oliendo el penetrante olor del vino antes de dar un pequeño sorbo que le permitió hacerse una idea de lo rica que debía ser Clímene para permitirse esa calidad. Quizá incluso vendría de sus propios viñedos. No sabía si tenía viñedos. ¿Con qué se ganaba la vida ese matrimonio?

    Mientras se preguntaba esto, se dio cuenta de que la pregunta de Damalis no estaba recibiendo respuesta, así que le dio un codazo a Astilo, quien dio un saltito en el sitio antes de carraspear y moverse.

    Khnum no necesitaba ver para saber que estaba echando mano de su zurrón, donde había guardado el paquetito, o que se lo estaba entregando a Damalis de una forma quizá poco elegante.

    Escuchó la tela desenvolverse y le dio otro sorbo al vino mientras Damalis ahogaba un jadeo de sorpresa.

    —¡Oh, por los dioses! —exclamó ahora Clímene —¡Es una horquilla preciosa!

    Khnum asintió. Era una horquilla de madera —negra, le había dicho Astilo—, bellamente labrada con la forma de una mariposa. Tenía alguna incrustación no de piedras preciosas, eso se les habría ido de precio, sino de otras maderas y un par de trozos de coral.

    Si se le preguntaba, no mentiría: él no habría comprado esa maldita horquilla. No porque no le pareciese un buen regalo, sino porque había sido un gasto mayor del que habría deseado. ¿Cómo podía ser que cada vez que conseguía algo de dinero, cada vez que pensaba que por fin iba a poder ahorrar, surgiese algo que le hiciese desprenderse de tantas monedas de vez?

    No se habían quedado a cero esta vez, pero aun así no estaba seguro de para cuándo les daría lo que tenían. Así que rezaba por poder exprimir un poco más Corinto antes de pasar a la siguiente ciudad.

    —Es, desde luego, muy bonita —convino Damalis —. Pero no vas a comprarme con ella.

    —No quiero comprarte —suspiró Astilo con nerviosismo. A su lado, Khnum sólo dio otro sorbito pequeño al vino —. Quiero disculparme contigo y… He pensado que no podía hacerlo con las manos vacías. Si no quieres saber más de mí, ¡te prometo que me iré! Y podrás hacer lo que quieras con la horquilla.

    Volvió a haber un poco de silencio, y entonces Clímene tomó la palabra.

    —¿Por qué no habláis a solas en la terraza? Así tendréis más libertad para expresaros…

    Su ofrecimiento fue aceptado por las dos partes y en cuestión de un par de minutos quedaron a solas Khnum y Clímene. La mujer tomó pronto el sitio de Astilo, sentándose justo al lado de su invitado, y le ofreció al otro un plato, apoyándolo con delicadeza tan cerca que el labio de la cerámica acarició su mano.

    Khnum dudó, pero movió la mano libre hacia el plato. Tocó un trozo de queso, lo cogió y lo comió, alzando un poco las cejas con sorpresa. Lo siguiente con lo que se topó fue con una uva, perfectamente dulce y en su punto preciso de madurez.

    —Son productos de primera calidad —comentó a modo de halago, ganándose una pequeña risa deleitada de Clímene.

    —¡Vaya! No esperaba que un egipcio distinguiese la calidad de los productos griegos.

    —Llevo un tiempo viajando —dijo Khnum ahora con el ceño un poco fruncido. No le había gustado la nota de desdén en la voz de la otra —. No sería justo comparar el fruto de vuestras tierras con el de las mías, pero hay una gama de calidades notoria.

    —No sé qué tipo de frutos puede dar el desierto que sean mejores que los de nuestras verdes tierras —contestó ella con calma, pero claramente con una sonrisita.

    —Los egipcios no vivimos en el desierto, sino en unas tierras tan ridículamente fértiles que se podría tirar estas pepitas en cualquier lado y brotaría una viña —dijo, mostrando las pepitas de la uva que se acababa de comer —. Claro que eso para vosotros debe parecer magia, siendo que tenéis que luchar por encontrar tierras cultivables —le respondió con una sonrisa tranquila.

    Clímene tardó un poco más en contestar.

    —Supongo que los dioses son sabios. Nosotros quizá tengamos más dificultades a la hora de cultivar, pero a cambio podemos trabajar rápido, sin tener que pararnos cada vez que veamos un halcón o una vaca para reverenciarlos.

    —¿Sí? Qué cosas, he oído que los aqueos rara vez hacen nada. No porque reverencien animales, sino porque se pierden en vino, sexo o peleas absurdas, normalmente referidas a vino y a sexo, por cierto.

    —Eso sólo dice que los aqueos sabemos vivir la vida.

    —Por supuesto. Y también que vuestras vidas son más cortas.

    Se esperaba un nuevo ataque, pero entonces escuchó la risa de Clímene. Lo tomó como una oportunidad para dar otro sorbo de vino y buscar un nuevo trozo de queso y una uva que comer a la vez.

    —¡Eres de respuesta rápida! Y hablas mi idioma mejor que algunos compatriotas. No esperaba eso de un salvaje con un escarabajo en el hombro.

    Khnum no pudo evitar llevarse una mano al hombro, donde su quitón quedaba sujeto gracias a una fíbula con forma de escarabajo. Frunció el ceño y ladeó un poco la cabeza, escuchando cómo Clímene masticaba lo que debía ser un poco de pan.

    —¿Salvaje? —preguntó despacio, y al escuchar un sonido de asentimiento de su anfitriona se mordió el labio —¿Crees que soy un salvaje?

    —Bueno, sólo basta con… ver las pintas que llevas —respondió Clímene sin atisbo de remordimiento —. Un quitón prestado, sandalias claramente más grandes de lo que corresponden… Y estás lleno de cicatrices y heridas a medio curar. No te peinas, al menos estás bien afeitado, y tus uñas están sucias. Y aun así eres de los mejores ejemplares de egipcio que he visto.

    —A esto no se le llama salvajismo, sino pobreza. Soy pobre, amada anfitriona. Salvaje me parece a mí que combines este vino con este queso. Cualquiera con un mínimo de gusto sabría que un queso de sabor tan fuerte debe combinarse con un vino joven, y no con uno de sabor complejo. Igualmente, ¿un vino afrutado acompañando uvas? ¿No te parece un poco redundante?

    —¿Ah? —consiguió balbucear Clímene.

    —Y no me hagas empezar con el olor.

    —¿El… olor?

    —Tu olor. Has combinado tantos perfumes que es hasta nauseabundo. Supongo que te has lavado el pelo con agua de rosas y la cara con agua de jazmín, y habrás perfumado tu ropa con orquídeas e hibiscos, ¿no? ¿Por qué? ¿Intentas atraer abejas? ¿No sería mejor que te restringieses a uno o dos aromas? La sencillez es la clave del éxito. Ya que tienes posibles, guarda la ropa con lavanda seca. Eso además prevendrá que se acerquen los insectos. ¿No es más económico e inteligente?

    Clímene pareció necesitar unos segundos, así que Khnum buscó en el plato hasta dar con un trozo de pan. Puso encima queso y uva y se hizo un bocadillito jugoso que ahogó en un poco de vino.

    —Damalis tenía razón —dijo por fin la mujer —. Cada vez que hablas me dan ganas de abofetearte hasta que se me caiga la mano.

    —Mn. Sí, suelo causar esa reacción. Supongo que este es el momento en el que me echas de tu casa, ¿no?

    —Oh, no, nada de eso. Eso sería muy incivilizado por mi parte, ¿no crees? Claro que seguramente estés acostumbrado a esos tratos en tus tierras. No, la verdad es que me divierte tu lengua afilada. ¡Deberías utilizarla contra la estúpida de Diona! Seguro que se quedaría boqueando como la merluza que es. Ah, ¡eso sería tan divertido de ver…!

    —Si me pagas lo suficiente, compondré una canción sobre ella.

    —Qué cosas —murmuró la mujer en tono divertido —. Empiezas a caerme bien y todo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Ni Astilo ni Khnum esperaban regresar a casa de Alexia y Demetrio con Damalis. La chica insistía en que iba a seguir viviendo con Clímene al menos un tiempo más, pero quería ver a ese matrimonio que tan amable había sido con ella. Quería llevarle además un regalo a Alexia, un amuleto para el parto.

    Khnum no sabía de qué habían estado hablando, pero parecían bastante tranquilos y cómodos con su nuevo estatus. Habían decidido al final volver a empezar, construir poco a poco una amistad.

    Mientras esperaban a que la muchacha cogiese el amuleto, Astilo le había dicho que había prometido disculparse con el misthios cuando volviesen a encontrarse y no volver a insultarle, al menos delante de Damalis, y Khnum le había revuelto el pelo con una sonrisa.

    Así que el paseo de regreso a su hospedaje fue silencioso para el egipcio y con una conversación suave y ligeramente tímida por parte de los adolescentes, al menos hasta que Astilo se calló de pronto y se detuvo, haciendo que los otros dos parasen también.

    —¿Qué ocurre? —preguntó Damalis, a lo que Astilo le indicó silencio con un «shh».

    —Astilo —increpó Khnum en un susurro.

    —La puerta está abierta.

    —¿Y? ¿Cuál es el problema? —preguntó ahora Damalis con clara incomprensión.

    Khnum, por su parte, frunció el ceño y alzó un brazo como para protegerlos, haciéndoles quedarse detrás de él.

    —Nunca dejan la puerta abierta. Nunca.

    —Voy a ver qué ocurre.

    —¡Astilo! —siseó Khnum —¡No seas idiota!

    —¡No lo soy! Tú no puedes mirar y yo sí. Seré discreto y rápido.

    Khnum chasqueó la lengua al comprender que daba igual lo que dijera, Astilo ya estaba yendo. Aceptó entonces que Damalis le tomase el brazo, buscando su protección, y maldijo no haber ido aún a buscar su maldita lanza.

    «Al menos tengo el bastón», pensó antes de que el bastón resultase absolutamente inútil, y es que ni el mejor callado habría podido hacer nada contra un golpe directo a su cabeza.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando despertó, necesitó unos segundos de rigor para recordar que el sol no se había apagado, sino que sus ojos se habían estropeado hacía un par de años. Pasado ese susto inicial, pudo evaluar la situación.

    Y la situación era mala.

    Por lo que oía, olía y sentía, estaba en la casa de Demetrio y Alexia, con las manos atadas. Y había ahí al menos dos hombres sudorosos que hablaban en voz baja. No, había una tercera respiración que no le cuadraba.

    Hablando de respiraciones, tanto el matrimonio como los dos chicos estaban con él, cerca de su cuerpo, y vivos. De hecho, Alexia y Damalis estaban llorando y Demetrio las intentaba consolar con arrullos suaves. Astilo no hablaba, quizá también le habían dejado inconsciente.

    Ah, y le habían quitado la venda de los ojos.

    —¡Eh! —llamó el tercer hombre, el que debía estar vigilándoles. Su voz le sonaba, pero ahora no la pudo ubicar —¡El ciego se ha despertado!

    —¡Por fin! —a este sí lo pudo identificar: era el ateniense al que había golpeado hacía ya un par de semanas, durante la luna nueva —¿Cómo estás, precioso?

    —Maravillosamente bien —dijo Khnum con una sonrisa torcida —. Salvo por el dolor de cabeza y mi estatus actual de secuestrado, claro. ¿Qué pasa, me echabas tanto de menos que esto es lo único que se te ha ocurrido para conseguir mi atención?

    —¿Cómo puedes tener ganas de hablar en esta situación? —gruñó el segundo hombre antes de darle una patada que hizo que Khnum perdiese el aliento y cayese sobre Astilo.

    —¡Elpenor! —gruñó el cabecilla ateniense.

    —¿Qué? ¡No me digas que tú no tienes ganas de darle otro golpe!

    —Nikolaos prefiere hacerle otras cosas —se rio el tercero en voz baja antes de quejarse. Nikolaos le había dado un azote en el brazo.

    —Escucha atentamente, precioso —dijo mientras lo tomaba de los brazos para levantarlo, dejándolo otra vez sentado. Ahora le cogió la barbilla con una mano y se acercó a él, provocando que su aliento agrio chocase directamente contra la cara de Khnum, quien arrugó la nariz y frunció el ceño con claro disgusto —. Vas a decirme ahora mismo a dónde ha ido el tragaespadas.

    —No puedo decirte lo que no sé.

    —¿Puedo pegarle ahora? —preguntó Elpenor, recibiendo una respuesta gestual que, por razones obvias, Khnum no pudo ver. Debió ser un no por cómo Elpenor chasqueó la lengua.

    —Cada vez que me mientas, dejaré que mi hermano golpee a uno de tus amigos. ¿Sabes lo horrible que son las patadas para una mujer tan embarazada?

    Alexia soltó un gemido de pura desesperación y redobló su llanto, a lo que Khnum frunció más el ceño.

    —¡De verdad que no lo sé!

    —¿En serio quieres jugar a esto? ¿Crees que es un farol? ¡Elpenor!

    —¡No! —chilló Khnum antes de que el tal Elpenor se acercase un paso al matrimonio —¡Está bien, te lo diré! ¡Pero déjalos en paz, a todos ellos! ¡Llévame contigo, hazme lo que quieras, pero déjalos!

    —Por supuesto que vendrás con nosotros. No creas que he olvidado cómo me humillaste aquella noche.

    Khnum tuvo que morderse la lengua para no soltar un chiste sobre tamaños decepcionantes y simplemente agachó la cabeza. Recibió como compensación la caricia más aterradora de su vida, una que recorrió su mejilla, sus labios y su barbilla. Finalmente, el tercer hombre, el que aparentemente no tenía nombre, lo hizo ponerse en pie y le empujó para que caminara.

    Como resultado, Khnum chocó con un mueble, y al no tener las manos libres, terminó cayendo al suelo de mala forma. Elpenor aprovechó esta oportunidad para ponerle un pie en el pecho y apretar hasta sacarle un pequeño jadeo, y entonces Nikolaos le dio una orden en voz baja y Elpenor gruñó, pero obedeció.

    —Dejaremos a estos cuatro —dijo Nikolaos —. Pero no te confíes, precioso. Volveré a por sus cabezas si osas intentar jugar con nosotros. No eres el único aquí con cerebro.

    —Está bien. Pero no ha ido a una ciudad, sino a un campamento por el bosque.

    —Eso nos da igual —dijo el tercero.

    —Sí, sólo queremos meterle una espada por el culo —sonrió Elpenor.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Khnum no tenía ni la más remota idea de qué dirección había tomado Megacles. No sabía cuáles eran sus planes ni si tenía conocidos cerca de Corinto a los que visitar. No sabía por qué puerta había salido, o si había conseguido un caballo.

    Pero lo que sí sabía, aunque no tuviese que ver con Megacles, es qué secretos se escondían en esos bosques de la zona. Y estaba dirigiendo a ese grupo a uno de esos secretos.

    Tuvo la suerte, además, de que Nikolaos estaba más interesado en encontrar al misthios que en convertir a Khnum en su puta personal. Un par de noches le había acariciado un muslo y le había besado el cuello, pero después se había retirado asegurando que quería tomarlo como recompensa tras librar a Atenas de semejante lacra. Decía que así sería una experiencia más placentera, el premio por un trabajo bien hecho.

    Khnum simplemente contenía el escalofrío que le producía esa mano sobre su piel y se recordaba a sí mismo que faltaba poco. Pronto Nikolaos y sus hermanos se reunirían no con los generales atenienses, sino con Caronte.

    Sus deseos se cumplieron al tercer día de viaje.

    Al principio, se detuvieron porque Markos —así se llamaba el tercer hombre— encontró sospechoso no escuchar absolutamente nada. Y era cierto, no parecía haber animales por la zona. Y entonces escucharon algo, un ruido que les hizo agruparse y desenvainar las espadas.

    Khnum fue el primero en percibir la flecha, lo que le permitió agacharse y esquivar la saeta que se clavó en el hombro de Elpenor. Después, se arrojó a un lado, rodando por el suelo hasta alejarse del grupo y quedar entre unos matorrales.

    Desde ahí pudo escuchar gritos de guerra y de dolor, espadas chocando contra espadas, mujeres lanzándose al ataque en nombre de Artemisa y, al cabo de unos angustiosos minutos, risas de felicitación. Risas de mujer, no de hombre.

    —¡Falta uno! —gritó una de las mujeres.

    —¡Sí, está aquí! —dijo otra, muy cerca de Khnum —¡Y ya está atado!

    Más pronto que tarde, Khnum estaba de rodillas en el suelo, sintiendo una fría hoja de acero contra el cuello y sabiéndose rodeado por al menos cuatro Hijas de Artemisa.

    Eran una secta relativamente joven, pero esparcida por toda la Hélade. Eran mujeres fuertes y valientes, aterradoras, que se dedicaban a robar, cazar, matar hombres y realizar sacrificios y rituales en honor a Artemisa. Se consideraban cazadoras elegidas por la diosa para llevar a cabo alguna suerte de misión sagrada, o algo así.

    Khnum sólo sabía que estaban como una auténtica cabra. Por eso, cuando le pidieron sus últimas palabras, suspiró y bajó la cabeza.

    —¡Hermanas, por favor! —sollozó con una voz tan aguda y dulce que sonaba como la de una mujer —¡Si he de morir, dejadme al menos realizar un último sacrificio para la divina Artemisa!

    —No entiendo nada —escuchó murmurar a una de ellas —. Phoibe, es… un hombre, ¿no?

    —Esto es muy extraño —dijo otra mujer, seguramente la tal Phoibe —. Llevémosle con Mirrina.

    Para cuando cayó la noche, Khnum no sólo estaba vivo, sino desatado y disfrutando de un bol de sopa de carne con hierbas silvestres y cebolla.

    Les había contado una fantástica historia acerca de cómo ella, una pobre sacerdotisa ciega, había sido violentada por un soldado que no aceptaba un no por respuesta. Desesperada al saberse perseguida, se había intentado refugiar en el templo de Artemisa, pero por accidente había terminado en uno de Atenea, y ahí había sido forzada por el canalla.

    Entre llantos, elevó súplicas y oraciones a Artemisa, enfureciendo así a la auténtica patrona del templo, quien la castigó convirtiendo su cuerpo en el de un hombre para que la diosa cazadora no la escuchase nunca más.

    Desde entonces, les había contado entre un llanto que le habría ganado los primeros premios de cualquier concurso teatral, había vagado cantando a Artemisa con la esperanza de que un día la escuchase y se apiadase de ella, devolviéndole su cuerpo original.

    Y, añadió, eso era lo que estaba haciendo, cantar a Artemisa, cuando esos tres atenienses lo habían secuestrado para… No había llegado a decir para qué, sólo se había puesto a llorar con más fuerza y había empezado a agradecerles que la hubiesen salvado.

    Pero lo más fantasioso no fue la historia que había estado rumiando durante esos tres días de viaje con Nikolaos y los otros, ¡sino que las puñeteras piradas esas se la creyeron! Incluso recibió la aprobación de la tal Mirrina, que era su sacerdotisa principal, quien afirmó que, sin lugar a dudas, «había un alma femenina dentro de ese cuerpo imperfecto».

    Así que terminó cenando con ellas y pronunciando oraciones a Artemisa, y hasta les cantó alguna canción en honor a la diosa, alabando no su belleza, sino su destreza, fuerza y agilidad.

    —Hermana —le dijo Mirrina a la mañana siguiente, después de haberle proporcionado ropas acordes a su, al parecer, género auténtico —. Chrysis te ha hecho un nuevo bastón.

    —Es demasiada amabilidad —murmuró Khnum mientras tomaba el callado. El suyo había terminado en Corinto, junto a su lazarillo.

    —Las Hijas de Artemisa debemos protegernos las unas a las otras. Phoibe te acompañará hasta la ciudad más próxima… Ten cuidado, haz un sacrificio en Su Honor por nosotras y no dudes en acudir a cualquier campamento de la Familia cuando lo necesites, hayas o no recuperado tu cuerpo.

    —Mirrina… No puedo agradecéroslo lo suficiente. Cantaré por todas vosotras.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Pelene recibió a un egipcio ciego cansado, hambriento, asqueado, con dolor de garganta y que echaba muchísimo de menos a su lazarillo. En realidad, echaba de menos cualquier voz conocida. ¡Incluso la de Megacles le haría sonreír en esos momentos! Por los dioses, ¡si hasta echaba de menos las discusiones adolescentes!

    Quería comer, dormir, darse un buen baño y conseguir cualquier vehículo que le devolviese a Corinto para volver a reunirse con Astilo. Quería recuperar su callado, hacerse con su punta de lanza y alejarse de esa zona lo antes posible para poder continuar pronto con su miserable y aburrida vida.

    Aún debía agradecer que las Hijas de Artemisa le habían dado una escueta bolsa con monedas, suficientes para conseguir un trozo de pan que llevarse a la boca y alguna moneda que, con suerte, le permitiría ganarse la parte de atrás de alguna carreta que fuese a la Ciudad del Pecado.

    En cuanto al alojamiento, estaba a punto de conformarse con acomodarse en algún callejón con tejadillo cuando escuchó a un par de soldados hablar sobre el mal humor de su polemarca. Se sonrió a sí mismo y se acercó a ellos, retirándose la capucha cuando los alcanzó.

    —¿Quizá a vuestro polemarca le podría interesar cenar escuchando canciones sobre su patria?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lo mejor de cantar para un público privado como era un polemarca es que recibiría comida, aseo, y ropa limpia, lo cual cubría dos de las tres necesidades que tenía en esos momentos. No pensaba que le fuese a costar mucho convencer a esos espartanos de que le dejasen un par de almohadones donde pasar la noche, sólo tenía que hacer una buena actuación.

    Por el momento le habían dejado una habitación donde poder descansar, preparar la garganta y prepararse, y eso estaba haciendo, bebiendo leche tibia endulzada con miel dentro de una bañera. El agua era normal y corriente y estaba fría, pero era agua y con eso le bastaba.

    Si no estuviese tan preocupado por Astilo, Alexia, Demetrio y Damalis, estaría disfrutando enormemente de esta situación. ¿Cómo estaría la mujer? Esperaba que no le hubiesen tocado ni un pelo. ¿Astilo y Damalis habrían vuelto a pelear? Y… ¿Megacles? ¿Estaría bien? ¿Y si esos tres idiotas no eran los únicos por la zona?

    Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un par de golpes a la puerta. Dio el permiso y escuchó pasos acercarse, el sonido del metal —era un soldado con armadura— y luego sintió algo suave a su lado.

    —Te he traído telas para secarte —dijo un hombre de más o menos su edad, por la voz —. Y he preparado un nuevo quitón rojo, por Esparta.

    —Perfecto, muchas gracias —contestó Khnum en voz baja. Se quedó callado unos segundos y luego alzó una mano —. Espera. ¿Me podrías ayudar? No conozco la habitación y ya me he dado un par de golpes, no quiero terminar lleno de moratones ni ponerme el quitón mal.

    —Oh, claro. De hecho, hasta lo voy a tener que agradecer —se rio con poca alegría el soldado mientras se movía por la habitación, haciendo a saber qué.

    —Ah, ¿y eso? —preguntó con calma mientras se ponía en pie para secarse. Por extraño que pareciese, no se sentía incómodo en presencia de ese espartano.

    —No tengo ahora mismo ninguna ocupación, pero no me apetece estar con mi padre.

    —¿Y tu padre es…?

    —Queimonas. El polemarca de este asentamiento.

    —¡Oh! Bien, como alguien que ha tenido muchos problemas con su padre… Gracias —agradeció la ayuda para terminar de salir de la bañera —. Eso, encantando de servirte de excusa para alejarte de él. ¿Dónde estaba la toalla?

    —Aquí, toma —dijo el muchacho mientras le entregaba la tela, ganándose un canturreo de Khnum —. ¿Puedo preguntarte algo?

    —Puedes preguntar lo que quieras. Y yo decidiré si contesto o no —sonrió Khnum mientras se secaba. La tela era mucho más suave de lo que esperaba.

    —¿Los problemas con tu padre fueron muy graves?

    —Bastante, sí.

    —Pero, quiero decir… ¿En algún momento sentiste que tu padre había perdido su humanidad?

    —Hmn… Sí —terminó por asentir mientras dejaba la toalla en un lado —. ¿Y el quitón?

    —Aquí. Extiende un poco los brazos, yo te lo pongo —Khnum obedeció y pronto sintió la tela rodearle —. ¿Pudiste solucionar esos problemas?

    —Oh, yo… No, la verdad es que no. Verás, el gran problema con mi padre fue que se perdió a sí mismo. Murió en vida, ¿sabes? Cuando mi madre murió, no levantó cabeza. Y me abandonó, incluso en mi peor momento fue incapaz de tenderme una mano. Así que me fui —resumió mientras sentía al chico trastear con la ropa, atándole su fíbula egipcia al hombro —. ¿Qué tipo de problemas tienes tú con tu padre?

    —Es un animal —suspiró el soldado —. Sólo ve a la gente como herramientas a su disposición. Incluso a mí, ¡su hijo! ¡Soy una herramienta más! Y me obliga a hacer cosas que detesto. A… satisfacer a hombres para convencerlos de que se unan a él.

    Khnum guardó silencio unos segundos. No necesitaba ver para sentir el arrepentimiento del soldado. Claramente no quería confesarle eso, pero se le había escapado. Frunció el ceño y buscó sus brazos, agarrándoselos con cierta firmeza.

    —¿Cómo te llamas?

    —Tideo —susurró el espartano. Seguramente tenía la mirada gacha y la cara roja.

    —Tideo —repitió Khnum con una voz hasta dulce —. ¿Por qué no haces como yo y simplemente te vas?

    —¿Qué? ¡No puedo hacer eso! —por su voz, parecía haberse asustado. Incluso su cuerpo se había tensado bajo las manos de Khnum.

    —Claro que puedes.

    —¡No! ¡No lo entiendes, sería deserción! ¡No puedo traicionar a Esparta!

    —¿Y es mejor dejar que tu propio padre te siga prostituyendo?

    —No… no puedo irme…

    Khnum asintió y le soltó, prefiriendo no insistir más. Recuperó su vaso con leche y dio el par de sorbos que le quedaban, arrugando un poco la nariz al notar que parte de la miel se había acumulado en el fondo, dándole un último sorbo demasiado dulce para su gusto.

    Dejó el vaso otra vez en el borde de la bañera y tanteó hasta dar con su cinturón, poniéndoselo con rapidez. Dio entonces con una silla y se sentó, rascándose la mejilla.

    —¿Puedes ayudarme con las sandalias?

    Tideo debió asentir con la cabeza, porque Khnum no recibió respuesta, pero escuchó el trasiego de telas mientras se movía, y de pronto lo sintió arrodillarse frente a él. No esperaba que le fuese a poner las sandalias, pero tampoco se quejó cuando notó esa mano callosa por el entrenamiento tomar su pie para deslizarlo en el calzado.

    Lo hizo con tanto cuidado que a Khnum le resultó hasta tierno.

    —¿Cómo lo podría hacer? —preguntó de pronto en voz queda.

    —¿Mn? ¿El qué?

    —Irme. ¿Cómo podría irme? —Tideo suspiró mientras tomaba el otro pie de Khnum —Mi padre no me quitará el ojo de encima en toda la velada, y por la noche hay también guardias que le avisarán de cualquier movimiento sospechoso.

    —Oh. Bueno. ¿Y si drogásemos a todo el campamento?

    —¿Perdón? —se rio Tideo de forma tímida, todavía arrodillado frente a Khnum.

    —Va a correr el vino en la cena, no creo que nadie se dé cuenta si hay algún somnífero dentro.

    —Tenemos adulterante… —murmuró el espartano —Lo uso cuando me manda a… Ya sabes…

    —Puedo distraerles con mi dulce voz de sirena —exageró Khnum llevándose una mano al pecho y alzando una barbilla con aires de diva —. Y cuando hayan caído, robamos un caballo y nos vamos. ¿No suena bien?

    —¿Y a dónde iríamos?

    —Yo tengo que ir a Corinto sí o sí, he dejado ahí un paquete que tengo que recoger cuanto antes.

    —Pues a Corinto iremos.

    —¿Estás nervioso?

    —Mucho, la verdad.

    —No lo jures, llevas como tres minutos apretándome el pie.

    —¡Ay, lo siento!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No podía creerse que hubiese funcionado. Simplemente, no podía creerlo. ¡Pero ese maldito ciego lo había conseguido! Le había dado el valor para hacer lo que llevaba años soñando hacer: huir de su padre.

    Había momentos en los que creyó que la habían cagado. Cuando alguien comentaba algo sobre el vino, o cuando alguno de los sirvientes se lo quedaba mirando durante más tiempo del que una persona no paranoica habría considerado normal, todas sus alarmas saltaban y empezaban a sudarle las manos, pero al final todo había ido bien.

    Y no era tonto, sabía que el egipcio había ayudado a acelerar las cosas. Porque al principio había cantado canciones enérgicas, con ritmos rápidos y cambios tonales bruscos muy divertidos que invitaban a bailar o al menos dar palmas, pero a medida que la droga iba haciendo efecto y los ánimos se iban calmando, las canciones se habían ido haciendo más lentas y pausadas.

    La última canción, de hecho, había sido una nana, y ni siquiera la había cantado en griego, ¡sino en egipcio! ¡Pero nadie se había dado cuenta!

    Y luego habían robado un caballo e fueron los dos en mitad de la noche en dirección a Corinto. El egipcio le había dicho que se pegase a la costa, que sería más seguro que ir por los bosques, y Tideo había aceptado sin pensar porque, en fin, ¿cómo iba a decirle que no a su salvador?

    Para cuando empezó a romper el alba, habían reducido un poco el ritmo. Nadie les perseguía y habían logrado imponer bastante distancia. Además, el egipcio le había sugerido soltar un par de caballos más, crear pistas falsas.

    Ahora, el ciego estaba totalmente apoyado en su pecho, apenas sujetándose a las crines del caballo. Se estaba quedando dormido, y Tideo no podía culparle. Así que buscó una zona más o menos tranquila, un pequeño abrigo rocoso frente a la costa, y ató el caballo a un árbol escuálido.

    Bajó al egipcio prácticamente en brazos y le invitó a sentarse en esa zona recogida que daba el terreno irregular de Grecia.

    —Voy a pescar algo de desayuno —le dijo en voz baja, ganándose una sonrisa distraída y adormilada.

    Dicho esto, se quitó parte de la armadura, aquella que era menos necesaria —salvando el hecho de que, por supuesto, toda la armadura era necesaria—, y entró más ligero que nunca en el agua, hasta que el mar le tocó los muslos.

    Con su lanza, consiguió hacerse con un par de peces que no habían sido suficientemente rápidos como para huir de él, y con su modesto botín regresó a esa suerte de campamento, encontrando que el egipcio se había terminado por quedar dormido.

    Decidió no molestarle mientras preparaba la hoguera y limpiaba los peces, pero entre tanto no pudo evitar echarle alguna mirada larga. Y, sin poder evitarlo, le recordó desnudo en su habitación. Porque, por supuesto, le habían dejado su habitación para que se asease.

    Miró su rostro y suspiró. Ahora se cubría con vendas, había sido su última petición antes de abandonar el fuerte militar —había dicho que no le gustaba ir con esos «ojos inútiles» al aire—, pero recordaba bien cómo era. Y no podía decir que le desagradase lo más mínimo.

    Todavía pensaba en ello cuando, de pronto, el protagonista de sus pensamientos en curso tomó una bocanada de aire y se incorporó de un salto, movimiento las manos hasta que dio con su bastón.

    —¿Estás bien? —preguntó Tideo con suavidad, poniendo una mano sobre la del egipcio. No esperaba que la apartase tan de golpe, pero no se lo quiso tomar como algo personal —¿Un mal sueño?

    —Peor —dijo el egipcio con la voz algo ronca —. Uno agradable.

    Tideo no quiso tampoco presionarle a decir algo más, así que simplemente le ofreció un palo donde había clavado un pescado listo para ser devorado.

    Tuvo que añadir a la lista mental que acababa de empezar a elaborar que era muy gracioso verle comer. Le recordó a una ardilla, o quizá a un perro callejero. Hambriento, con miedo a que alguien le fuese a quitar la comida. Se llenaba la boca todo lo posible, masticaba y tragaba, y rápidamente daba otro bocado.

    ¿Habría pasado hambre en su vida? Estaba muy delgado, quizá demasiado. A lo mejor había días en los que ni siquiera tenía para un plato.

    Dejando a un lado sus elucubraciones, el silencio se instaló entre ellos con comodidad, dando paso al sonido de los pájaros, el mar y, cuando ya estaban terminando de recoger, el aullido de un lobo. Esa fue la señal definitiva que les hizo subir de nuevo al caballo y continuar su viaje.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Ir a caballo acortaba enormemente el viaje. Khnum había esperado necesitar otra semana para volver a Corinto, pero al ritmo al que iban seguramente llegarían al día siguiente. Significaba eso que tendrían que pasar una noche a la intemperie, pero tampoco era un gran problema.

    Pero ahora estaban a punto de parar para comer. Era ya mediodía y, de todas formas, hacía demasiado calor y el sol pegaba demasiado fuerte como para continuar, así que estaban yendo a paso lento sobre la ardiente arena, buscando un lugar con sombra donde poder refugiarse.

    Ese lugar resultó ser una cuevecita entre árboles, ya que en ese lugar el bosque se acercaba al mar hasta el punto de que en algunas zonas sorprendía que hubiese árboles vivos.

    El problema era que, a la entrada de la cueva, también cobijado por la sombra de un par de árboles, había otro caballo. Y tenía el emblema de Esparta.

    —No pasa nada —le dijo Tideo en un susurro al oído, tomándole un brazo con suavidad —. Si está aquí, no sabrá sobre nosotros. Quizá hasta podamos comer juntos antes de seguir.

    —¿Estás seguro? —preguntó Khnum, también en un susurro.

    —Quédate aquí, con el caballo listo. Si no es seguro, subiré corriendo y nos perderemos entre los árboles.

    Khnum asintió y dejó que Tideo bajase, sintiendo un escalofrío al perder ese calor constante contra su espalda. Esperó pacientemente, y entonces escuchó pasos acercarse a buen ritmo. Cogió las riendas del caballo, listo para darle la orden de salir al galope, cuando escuchó una voz detrás de Tideo.

    Movió la cabeza, sorprendido.

    —¿Misthios? —preguntó en voz alta.

    Sí, era la voz de Megacles. ¡Era la voz de Megacles!

    Sintió tal alegría que quiso bajar rápido del caballo, pero no calculó bien, y si Tideo no hubiese llegado a tiempo a su lado, habría terminado en el suelo, enredado en riendas y estribos. En vez de eso, terminó en los brazos del espartano, que intentó volver a subirlo a la grupa del caballo.

    —¡Tenemos que irnos!

    —¡No, espera! ¡Espera, yo conozco a ese misthios!

    —¡Yo también! ¡Por eso sé que tenemos que irnos ya!

    —¡Ayúdame a bajar, por favor!

    Ante esta última petición, Tideo se detuvo, dudó y terminó por soltar un gemido lastimero, pero ayudó a Khnum a llegar al suelo. El músico apoyó las manos en su pecho, le dirigió una sonrisa que consiguió que el espartano se distrajese un poco de sus pesares, y después corrió hacia Megacles.

    Y aunque iba muy decidido a abrazarle, en el último segundo se detuvo y se conformó con darle un golpecito amistoso en el hombro, sonriendo, eso sí, con el brillo del sol.

    —¡Estás bien! Estás bien, ¿verdad? Esos estúpidos atenienses a los que di una paliza vinieron a por ti a Corinto… ¡Ah, pero me encargué de ellos! O más bien dejé que las Hijas de Artemisa los matasen… ¡Tengo que volver a Corinto! ¿Vendrás conmigo, misthios?

    SPOILER (click to view)
    Vale, a ver. Esta ha sido la respuesta de las sorpresas xdd

    Cuando empecé a escribir el encuentro de Clímene y Khnum, me esperaba pelea. Y con pelea quiero decir que terminasen a gritos. De hecho, yo quería que hubiese drama y pelea, pero ellos no? xdd Una conversación sorprendentemente calmada, pero bueno. Supongo que se han hecho medio amigos o algo así.

    Esperaba darle más protagonismo a las Hijas de Artemisa, pero supongo que ya aparecerán más adelante xdd Chulo el truco de Khnum, ¿eh? Si es que los griegos tienen cada cosa...

    Y Tideo. ¿Por qué Tideo se está encoñando de Khnum? Pues no lo sé. Yo sólo sabía que Khnum le iba a ayudar a salir de ahí y que se iban a ir juntos, pero no esperaba ni que le ayudase a vestirse ni que tuviesen ese momentoTM en la playa xdd ¿Cosas que pasan?

    Vale, y anotaciones últimas. Astilo ha cogido la lanza de Khnum, así que le esperará con eso listo. Y seguramente Alexia tenga ya al bebé, que se le habrá adelantado el parto con el mega susto que le dieron los atenienses.

    Y creo que eso es todo. Si recuerdo algo o se me ocurre algo, te comento, ya sabes xdd

    Para variar, no he revisado nada. Pero tengo sueño, se va a quedar así. Mañana, los dioses dirán...
     
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5 replies since 10/9/2020, 10:50   160 views
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