30.º Reto Literario "Propuestas" – Morganville Vampires: "Love Bites" ||Myrnin x Shane Collins

Fanfic.

« Older   Newer »
 
  Share  
.
  1.     +3   +1   -1
     
    .
    Avatar

    ɪ ᴡᴀɴᴛ ʏᴏᴜ ᴛᴏ ʜᴜʀᴛ ʟɪᴋᴇ ʏᴏᴜ ʜᴜʀᴛ ᴍᴇ ᴛᴏᴅᴀʏ

    Group
    100 % Sugar-Daddy
    Posts
    6,817

    Status
    Anonymous
    QUOTE
    Título: Love Bites.
    Fandom: Morganville Vampires.
    Pareja: Lord Myrnin de Conwy x Shane Collins
    Advertencias: unas cuantas mordiditas (no al estilo de Ricky Martin) y spoilers con el final de la saga.
    Contador de palabras: 4,120.
    Notas: Supongo que los que conocen la historia no tardarán en darse cuenta de que me tomé un par de libertades con el final y decidí enviar a Claire a una vacaciones sin retorno. También es obvio que he decidido recuperar solo algunos de los detalles del doceavo y último libro de esta saga vampírica para hacer que esta historia funcione.
    Disclaimer: Morganville y sus habitantes, lastimosamente, no me pertenecen. Toda la propiedad intelectual pertenece única y exclusivamente a su autora Rachel Caine. Este fic no tiene otro propósito que el de entretener un poco y dar rienda suelta a un escenario imaginario en donde estos dos no estén buscando asesinarse.


    —A veces me siento parte de una puta película de pueblos fantasmas —me repetí luego de apagar el motor del viejo Ford.

    Tal y como dictaba la costumbre, aparqué mi auto un par de bloques antes de mi destino. No porque fuera una medida completamente efectiva contra los mirones del vecindario, sino porque al menos los escasos minutos de caminata me sirven para patrullar informalmente esta “distintiva” zona de la ciudad.

    Con el motor del vehículo silenciado, el sepulcral silencio que caracteriza a este anómalo barrio de los suburbios se volvió incluso más evidente. Juzgando por la posición del sol y por el tiempo que suele demorarme el viaje entre la jefatura hasta esta calle, no debían haber transcurrido más de diez minutos desde la doce del mediodía. Sin embargo, la calle en la que me encontraba jamás entonaría con la imagen que se espera de una pequeña ciudad estadounidense.

    Por razones de público conocimiento —al menos para los locales como yo—, la mayoría de las mansiones de fachada victoriana en este lado de la ciudad mantienen sus persianas cerradas la mayor parte del día, lo que fácilmente produce la incómoda sensación de encontrarse en medio de un pueblo abandonado. Resulta casi imposible de creer (o eso tiendo a suponer) cómo a pesar que la aparente calma del lugar, visitar este vecindario continúa siendo hoy un acto casi suicida para alguien con pulso entre sus venas; pero si sobreviví a la demente crianza de mi padre y a los múltiples atentados por parte del otro montón de “carismáticos” miembros de mi comunidad, un par de calles silenciosas definitivamente no serán el lugar donde daré mi último aliento.

    Por ello, una vez estuve seguro de no encontrarme bajo el radar de ningún curioso, bajé del auto y me apresuré a recoger la bolsa de papel con ciertas “encomiendas” y otra con el sandwich del almuerzo.

    El agobiante calor combinado con el aire seco de Texas volvía más insoportable permanecer de pie bajo el sol que al interior del vehículo por lo que, inevitablemente, comiencé a transpirar como un cerdo por debajo mi uniforme. Aproveché una pausa y levanté mi brazo para secar el sudor sobre mi frente y para, posteriormente, acomodar mi sombrero y enderezar la placa de Sheriff sobre la tela de mi camisa.

    Sin duda alguna es irónico que haga esto mientras atravieso el patio frente a la antigua casa Hanna Mosses, la más certera representación de la justicia en esta ciudad. Si ella me viese ahora mismo probablemente perdería el equilibrio y caería de su silla en un ataque de risa .Algo bastante humillante para mi sensible orgullo. Aunque, siendo honestos, si el problemático yo de hace diez años escuchase lo mismo, seguramente actuaría de la misma forma.

    ¿Quién iba a creer que un día Shane Collins se ganaría la vida haciendo que se respete la ley? Nadie —me incluyo en esas filas— imaginó que duraría más de una semana a cargo del puesto, no luego del historial delictivo que armé junto a los otros tres miembros de la casa Glass, ni mucho menos si consideramos el interesante cuadro familiar del cual provengo. Aunque, volviendo con el tema de la honestidad, últimamente nada por aquí ha terminado por ser lo que la mayoría esperaba. Por ejemplo: mi mejor amiga, Eve Rosser —ahora conocida como Eve Glass—, está por convertirse en la dueña de Common Grounds; Michael, su esposo y prácticamente mi hermano jurado, dejó atrás su pasado al servicio de la Fundadora; y Claire Danvers, la mujer con quien dije el sí en el altar, finalmente decidió dejarme para aceptar la oferta de especialización en el MIT.

    Reconocer esto último me resulta frustrante hasta el día de hoy. Aceptar que todos continuaron sus vidas y que yo no soy más que un hombre divorciado sigue produciendo un sabor amargo en mi boca y una molesta opresión en mi pecho. Es casi como si mi naturaleza me piediese a gritos volver a mis viejas andanzas; volver a buscar la manera de conseguir que esta podrida ciudad arda como Troya.

    Y luego la idea de que Claire no me haya elegido deja de sonar tan descabellada en mi cabeza.

    Una vez llegué a la entrada del callejón que buscaba, la conmoción en mi interior decidió darme un breve respiro. El angosto espacio en el cual me adentro provee apenas los centímetros suficientes para escabullirse sin rozar sus muros enmohecidos; tarea que se torna un tanto difícil cuando llevas ambos brazos ocupados. Al llegar al final empujé la compuerta con completa confianza y una nueva revelación asaltó mis pensamientos: hacía ya mucho que dejé de pensar en Claire cuando visito este lugar.

    Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Hice una última pausa antes de ingresar en la remota guarida y medité por un momento sobre qué dirían los antiguos integrantes de la casa Glass si tuviesen la más mínima idea sobre lo que me disponía a hacer en ese momento. Si se enterasen, entonces no me quedaría de otra más que confesar todo en voz alta. ¿No? Admitir que ya van más de tres años desde que comencé a compartir mis horarios del almuerzo —y noches solitarias— con el lunático jefe de mi exesposa, Myrnin.

    Un par de ojos enrojecidos esperaban por mí del otro lado puerta. La alta silueta al pie de las escaleras aguardó en silencio hasta que la puerta a mis espaldas volviese a sellarse para evitar así ser alcanzado por los rayos del sol.

    —Comenzaba a imaginar que no vendrías —dijo, avanzando con un paso al frente una vez que la oscuridad nos consumió.

    —¿Por qué no vendría hoy, araña?

    Bajé sin prisa los siete escalones que conocía de memoria hasta que llegué al lado de mi impaciente escolta. La luz incandescente al final del corredor era más que suficiente para calcular mis pasos y, una vez cerca, la misma me ayudó a distinguir con mayor precisión el par de afilados colmillos que sobresalían en la estúpida sonrisa de aquel bien parecido sádico.

    —¡Pude haber muerto de hambre! —exclamó moviendo sus manos de manera teatral.

    —Como si pudieras morir realmente. Si las cosas fueran de ese modo hace mucho que te hubiese privado de... —hice una pausa por la incómoda palabra que venía a continuación e improvisé rápidamente un reemplazo—, tus nutrientes —concluí.

    Fue luego de este improvisado saludo que percaté del atuendo con el otro que me recibía. Su bata blanca de científico se encontraba salpicada por una capa de diminutas manchitas color rojo, al igual que buena parte de sus pantuflas en forma de conejos.

    —Ugh, Myrn —señalé con desagrado— ¿qué te he dicho sobre experimentar con...? —Di un paso al frente para intentar adivinar a cuál desafortunado organismo podía pertenecer esa sangre— lo que sea que haya causado este desastre.

    Por un momento su rostro cobró la expresión de un criminal acorralado y, en un abrir y cerrar de ojos, su figura desapareció de mi campo de visión.
    Para ser la mente más brillante (y a su vez desequilibrada) de todo Morganville, a veces las acciones de Myrnin me recuerdan más a las de un travieso niñito sin supervisión. Observé estupefacto como había vuelto a dejarme hablando solo y, resignado, solté un suspiro de lamentación. ¿Cómo fue que me acostumbré a esta situación?

    —¿No me dirás a qué has estado jugando? ¿Tengo que reportar esto con Oliver o Amelie?—pregunté en voz alta, probando mi suerte por segunda ocasión.

    Avancé hasta final del corredor para encontrarme nuevamente con la familiar habitación repleta con torres de cuadernos y libros desorganizados, muestras en tubos de ensayo, un sofá de mal gusto y un triste desayunador con sitio para apenas dos personas. A juzgar por el estado de la reducida habitación, su dueño no debía haber pasado un solo minuto en ella desde que nos despedimos la noche anterior.

    —¿Sabes? Sé que no necesitas nada de esto, pero deberías considerar redecorar el único espacio social de tu hogar.

    Un estruendo proveniente de la habitación contigua, su laboratorio, detuvo mi oración. Me asomé por la puerta para ver qué pudo causar tal alboroto. La bata con sangre de dudosa procedencia había sido olvidada encima de la silla giratoria junto con otra pila bultos; y aunque podían verse el sendero de huellas con sangre adornando la alfombra, la verdad era que Myrnin había hecho un buen intento en arreglar un poco su desorganizado espacio de trabajo.

    —¿Myrnin? ¿Asumo que debo comer solo? Si me haces entrar en tu habitación y llego a perder el apetito, te garantizo que no traeré más insectos para Bob.

    A los pocos segundos un cuerpo emergió desde la puerta contraria avanzando con pasos largos hasta donde me encontraba. Al parecer había tomado la sabia decisión de reemplazar su atuendo por un par de jeans limpios y una camisa sin residuos orgánicos o agujeros producidos por manchas de ácido. No obstante, las pantuflas de conejo seguían calentando sus pies.

    —Amelie me ha pedido reforzar las fronteras de la ciudad y como sabrás... —comenzó a explicar tan pronto notó mi expresión de desconcierto al revisar los garabatos en su pizarra.

    —Estás buscando enfrascar un nuevo cerebro para suplir al de mi padre…

    —No quería decirlo así, pero sí. Frank Collins fue sin duda uno de los sujetos más eficientes, por ponerlo de algún modo, a cargo de la máquina, pero sabes que desde el incidente...

    —No quiero hablar de eso— corté impaciente.

    Hubo un silencio incómodo entre los dos. En otros tiempos probablemente mi actitud hubiese sido menos benevolente y pude haber cortado la conversación descargando dos tiros en su pierna con tal de hacerlo callar. No porque fuera una acción prudente, sino porque simple y llanamente aquello podía devolver un poco del daño que repartía con sus palabras tan inconscientes.

    Está claro que el tiempo ha hecho de las suyas, aprendí a tolerarlo un poco más. Por ello me limité a soltar un codazo entre sus costillas, cuyo único efecto en él fue producir una risa traviesa.

    —Dime, Collins, ¿te uniste a ese barbárico club de pelea hace unos años porque fantaseabas con tenerme como tu oponente?

    Dedicar una sonrisa a un inesperado comentario me pareció en ese momento la respuesta más apropiada. La palabra «pelea» en sus labios se había escuchado casi como un vocablo vulgar, lo que me pareció irónico tomando en consideración la manera tan salvaje en que lo he visto lanzarse sobre sus enemigos. El señor científico chiflado me había hecho una pregunta peligrosa.

    La respuesta era . Myrnin había sido el primer nombre que figuró en la lista de vampiros a los cuales quise volarle los dientes en ese entonces. En especial cuando su relación mentor-alumno con Claire comenzó a levantar toda clase de dudas ante mí y la otra mitad de la ciudad. Pero ¿valdría la pena admitirlo ahora?

    El vampiro parecía estar esperando una buena contestación.

    —¿Realmente quieres saberlo? —pregunté impaciente.

    —¿Realmente creíste que podrías ganarme? —replicó de inmediato.

    La burla en su voz era evidente, pero el brillo asesino en sus ojos dejaba en claro que no todo era una simple broma. En mi cabeza no tardaron en aparecer algunos viejos recuerdos de aquellas semanas de luchas clandestinas contra vampiros de poca monta. Habían sido encuentros organizados para ciudadanos como yo: mortales insatisfechos con la manera en que nuestras vidas eran controladas por esos seres grotescos y despreciables. ¡Y vaya que me había divertido desquitarme con algunos de esos bichos raros en el ring!. Solo Dios sabe lo que hubiese pagado en ese entonces con tal de haber tenido a Myrnin en esa misma jaula y dos minutos de tiempo disponibles en el marcador.

    Debía tener una expresión bastante divertida en mi rostro pues cuando volví a mis sentidos noté que el vampiro me observaba con completa fascinación.

    —Parpadea —sugerí incómodo.

    —¿Para qué? —su pregunta es veloz.

    —Para sentir que al menos estoy compartiendo mis cuarenta y cinco minutos de almuerzo con un ser vivo.

    —¡Qué razonamiento tan tonto, Collins! Soy un organismo compuesto de oxígeno, carbono, hidrógeno…

    —Tienes razón, me equivoque: ¡parpadea para que de esa forma no me sienta en compañía de un freak!

    Caminé de regreso a la sala y busqué entre las bolsas el sandwich que traje conmigo. Luego me dirigí al sofá e hice un espacio entre el desastre de libros para tomar asiento.

    —¿Por qué el Sheriff no se toma hoy la tarde?

    En algún momento Myrnin había vuelto a adelantarse a mis limitados reflejos y ahora se encontraba muy cómodo compartiendo un puesto a mi lado. Giré los ojos un tanto fastidiado con todo aquel pavoneo de habilidades, pero decidí dejarlo pasar por esta vez y opté por darle la primera mordida a mi almuerzo.

    Un par de manos frías se posaron sobre mi cuello y pude sentir la manera en que sus dedos dibujaban el trayecto de las venas bajo mi piel. Este habitual juego que parecía fascinarle y mientras se distraía haciendo esto apoyó su barbilla en mi hombro. Por un momento, el vampiro pareció haber bajado por completo la guardia. Yo decidí hacer lo mismo y continué masticando sin inmutarme ni cuestionar la intención de sus acciones.

    «¿Cuándo fue que las cosas habían cambiado tan radicalmente entre los dos? ¿En qué momento tras la partida de Claire comenzamos a unir nuestras rutinas?», me pregunté. Él dejó ir a una brillante discípula; pero yo dejé marchar la única cosa buena dentro de mi vacía existencia. Verla partir fue como dejar que una nueva venda cubriese mis ojos para devolverme a la oscuridad.

    Por supuesto que iba a ser Myrnin el primer infeliz con quien intenté descargar mi resentimiento! ¿Por qué no? El imbécil siempre llenó la cabeza de Claire con basura sobre mí. Y, sin embargo, lo que encontré al cruzar esa compuerta no fue al habitual sabelotodo que yo conocía esperando para burlarse de mi mente ordinaria, sino a un triste y vulnerable ser que jugaba con una araña en un rincón de su habitación. El recuerdo me sacó el apetito tras apenas un par de mordidas. Decidí simplemente devolver el emparedado a su envoltorio y colocarlo sobre la mesa. Myrnin emitió un pequeño sonido de interrogación y sentí sus manos bajar por mis costados y envolverme en un abrazo inesperado.

    Me pregunté si él estaría pensando lo mismo. Si a él también le asaltaban dudas estúpidas de vez en cuando. Me pregunté si él también está convencido de que personas tan corroídas como nosotras solo podemos merecernos entre sí. Claire logró huir de Morganville. ¿Pero qué pasa con los que somos parte de su historia? ¿de sus cimientos? Humanos como yo, quienes no conocemos otro rincón en el mundo o seres como Myrnin, quienes ya están cansados de volver a iniciar.

    —Deja de forzar tanto tu cerebro, Collins, algo ahí dentro se va a fundir.

    Le escuché decir contra mi oreja. Una de sus manos volvió a subir hasta mi cuello y removió con cuidado el pequeño parche que encubre un par de agujeros sobre mi piel.

    —¿Aquí? ¿Ahora? —pregunté un tanto confundido. Sentí sus labios acercarse a besos hasta la zona de piel lacerada cuyos alrededores han adquirido un tono púrpura en los últimos días—. Myrnin, ¡detente!

    Mi demanda no llegó a ser escuchada, y un par de colmillos abrieron mi carne. Como si esperaba a que me resistiera, la prisión entre sus brazos pareció encogerse, volviendo imposibles mis intentos por escapar.. Acorralado, dejé de gastar mis energías y le permití continuar. Respiré un par de veces por la boca sintiendo mi piel arder bajo sus labios, pero cuando mi visión empezó a nublarse busqué con torpeza atrapar su mano con la mía. El gesto fue suficiente para hacerle comprender que estaba por perder la conciencia. Inmediatamente la presión sobre mi cuello desapareció y, tras separar su rostro, devolvió con extremo cuidado el parche a su lugar original.

    Los siguientes minutos los necesité para recobrar un poco las fuerzas perdidas. Mantuve los ojos cerrados mientras disfrutaba el suave trato de sus caricias en mi rostro. Entonces absurda idea atravesó mi cabeza.

    —Parecemos una pareja de casados —comenté casualmente, haciendo que mis dientes vibraran al intentar inútilmente contener la risa.

    —¿Te lo parece? —respondió entretenido— ¿Sabes que las marcas que me he molestado en dejar en tu cuello los últimos tres años son prueba suficiente de que te he reclamado?

    —Lo sé —contesté al borde de un ataque de risa por la vergonzosa plática—, ¡por algo las cubro!

    Un fuerte tirón de cabello consiguió hacerme estrellar la cabeza contra el sofá. Intenté girar mi rostro a la espera de una explicación razonable, pero una mano firme aplastaba mi recién herido cuello manteniendo así mi rostro pegado contra el asiento.

    —¿Sabías lo que significa y aún así tuviste la osadía de cubrirlas? —su tono no sonó para nada amigable.

    Apreté los puños y me preparé a para pelear. Me encontraba en una terrible desventaja desde esa posición, pero tratar con la inestabilidad de Myrnin ya es parte de mi rutina.

    —¿Qué te molesta? ¿Pensaste que no conocía los sucios tratados que mantienen entre ustedes? No necesito que este pueblo de mierda se entere de lo que hacemos. Explícame qué te molesta. La última vez que chequé, los matrimonios entre vampiros y humanos seguían sin tener el visto bueno de tu linda amiga la Fundadora.

    —Eso es fácil de corregir, ¡puedo convertirte en inmortal ahora mismo! —algo en Myrnin parecía haberse averiado. Su mano sobre mi cuello comenzó a cerrarse—. Morir es sumamente sencillo, si rompo tu cuello ahora siquiera lo sentirás. Te prometo que cuando despiertes será algo distinto, solo necesito hacer que bebas mi sangre.

    —Myrnin, ¡no te atrevas! —grité con todas mis fuerzas. La sola propuesta no tenía pies ni cabeza—. ¿Por qué querría convertirme en un muerto-viviente como tú?

    Escuché una risa maniaca escapar de sus labios, y al liberarme de su agarre me encontré cara a cara con el rostro de un asesino entusiasmado.

    —Otra vez estás usando la terminología inadecuada, Shane —me corrigió al tiempo que acercaba su mano para cubrir mis ojos—. Bien. Te niegas a compartir una eternidad conmigo, ¡vaya sorpresa! ¿Entonces qué realidad estás intentando negarte ahora, Collins? ¿Te cuesta aceptar que prácticamente me volví tu protector? No entiendo por qué el Sheriff de la ciudad debería avergonzarse de dar el ejemplo a los otros civiles. Es completamente legal en este pueblo que los humanos que así lo deseen puedan solicitar la protección de un vampiro a cambio de una voluntaria donación de plasma mensual…

    —Cállate —ordené. Jamás imaginé que la araña sería capaz de jugar esta carta. Myrnin había cruzado la línea así que esta vez tampoco me molesté en ocultar la rabia en mi propia voz—. ¡Tú muerdes mi cuello solo porque yo así lo decido! No voy a portar un brazalete con tu símbolo para que todo Morganville se entere de que estoy bajo tu cuidado. No necesito que nadie vigile mis espaldas. Sabes que si yo así lo quisiera, ya estarías carbonizado con plata en el piso. ¡No me importa si Amelie me mete en una celda por ello!

    —¿Collins? ¿De dónde vienen estas amenazas? ¿Eso es lo que te molesta? ¿Odias estar bajo el cuidado de otro?

    Lentamente los músculos en su rostro comienzan a relajarse. Myrnin parece incluso encantado hasta cierto punto con su pequeño descubrimiento; cosa que obviamente no tarda en generar un ligero fastidio en mi interior. ¡Por supuesto que la idea de ser su protegido me molesta! No acudí a un protector cuando mi madre se suicidó ni mucho menos cuando Frank se hizo volar en pedazos, ¿por qué iba a aceptar un trato tan degradante ahora? Contratos como ese no eran más que otro método para mantener a los humanos a raya. Aceptar eso sería tener que pasearme por la maldita ciudad portando un brazalete con el grabado de su dueño. ¡Prácticamente eran correas para mascotas domesticadas! ¡Eso era mucho por que andar por ahí con el cuello perforado!

    Un gruñido que apenas reconocí como mío abandonó mis adentros, pero Myrnin, por su parte, parecía encantado de aceptar la invitación a pelear.

    —No te ofendas, araña, pero Amelie jamás te dejaría formar parte del círculo de protectores. Eres demasiado inestable. Sabes mejor que nadie que tu cabeza ya no es lo que solía ser. Sigues enfermo.

    No necesité ser un genio como él o Claire para darme cuenta de que mis palabras le habían herido. Myrnin apartó la mirada y pareció buscar detrás de mis espaldas su reflejo en el único espejo colgado en la habitación.

    Entonces recordé cuán parecidos podemos llegar a ser: ambos odiamos que se nos recuerden nuestras debilidades. Sin embargo, también comprendí que, debajo de la aparente incoherencia de sus palabras y amenazas, el hombre mi lado tenía algo la razón. La idea de estar bajo el cuidado de otra persona me resultaba espeluznante. Siempre fui yo el que debió proveer a los otros de seguridad, y fui yo también la persona que falló incontables veces en esta tarea. Privar a Myrnin de esto solo por mi propio orgullo era una decisión bastante egoísta.

    Murmuré un par de maldiciones en voz baja y cuando estuve seguro de mi resolución volví a separar los labios:

    —¿De todas formas, araña, por qué necesitarías un permiso para ello? Me has salvado el trasero casi la misma cantidad de veces que yo he salvado el tuyo —Mi aparente provocación llamó nuevamente su atención—. Yo creo que ya estás cumpliendo tu rol. ¿Estabas acaso esperando algún tipo de aprobación? ¿Quieres que acaso diga algo tan cursi como un acepto?¿Tanto te molestaba que no les muestre a otros que el Sheriff de esta ciudad ya tiene dueño?

    —Oh, Collins, tú mejor que nadie deberías saber que a mí nunca me detuvo el consentimiento ajeno. Eso es, digamos, un problema un tanto más de los de tu generación.

    «Eso último lo tengo bastante presente», reflexioné mientras estudiaba la manera en que se relamía los labios. Ahora bien, lo que verdaderamente me descolocó fue la acción a continuación, cuando finalmente su cuerpo se avalanzó encima del mío como un predador. Habría esperado que con el paso de los años su comportamiento perdiese parte de sus rasgos animalescos, pero tal parecía que sus viejas manías de cazador siempre conformarían una parte latente en él. Un par de sonidos nasales junto en mi clavícula me prepararon para lo que se avecinaba. Cerré los ojos y aspiré un puñado de aire para llenar mis pulmones. Mi cuerpo había comenzado a encogerse poco a poco debajo del suyo.

    Deseo pelear. Sé que si logro entretenerlo lo suficiente puedo extraer el polvo de plata que escondo en mi bolsillo y la quemadura probablemente le inmovilice el tiempo suficiente para subir por la escalera. Realmente me gustaría probar que soy capaz de derrotarlo. Sin embargo, existe otra mitad en mi interior la cual quiere doblegarse. Una mitad a la que no le importa ser vencido, en tanto sea por sus manos.

    Entonces lo comprendí finalmente. Un clic en mi cerebro me permitió unir los cabos sueltos en mi interior: realmente puedo manejar a este lunático a mi antojo y Myrnin tiene el poder de hacer lo mismo conmigo. La diferencia es que ahora ninguno de los dos ve esto como una competencia por la supremacía y, al menos en esta ocasión, quiero que él se lleve la victoria del día.

    Aproveché la distracción para invertir nuestras posiciones. La sorpresa se hizo evidente en su rostro y poco a poco puedo sentir cómo sus manos apresan mis muñecas. Al instante mi pulso se aceleró. Myrnin parece obstinado con la idea de alcanzar la piel de mi cuello con sus dientes.

    Amo este juego tan peligroso y, sin duda, amo a este peligroso cazador.

    Vencido, busqué extender una tregua al liberar una de mis manos para remover personalmente el parche en mi cuello.

    —¡Muérdeme! —exigí completamente decidido. La consternación en su rostro es evidente. Con una voz temblorosa intenta hacerme entrar en razón, pero sus nervios solo consiguen elevar mi excitación—. ¡Muérdeme con fuerza, araña! —exhorté.

    —¿Eso es un acepto? —preguntó una vez que pareció finalmente rendirse ante mis incitaciones—. Esto será permanente.

    —Entonces apresúrate, porque esta oferta expirará con mi último aliento.

    Por primera vez aquella tarde ninguno de los dos necesitó emitir una nueva reflexión sobre lo discutido. Myrnin llevó su boca hasta mi herida y, mientras sentía sus dientes volver a traspasar mi carne, sus dedos deslizaron una pieza metálica entre mis manos. Sin deshacer nuestro enlace levanté el brazo para estudiar con mayor detenimiento el objeto entregado. Un brazalete plateado con un curioso símbolo de alquimia que reluce sobre su superficie.

    —Así que otra vez he vuelto a caer en tu telaraña, ¿no? —Comprendí un poco tarde como para reaccionar—. Acepto.

    Rodé los ojos hasta el cielo falso y esperé la inevitable llegada del entumecimiento a mis miembros. Cuando consiga despertarme me veré obliagado reportar que hoy no volveré a la jefatura por la tarde.

    Edited by Ñeh - 7/9/2021, 04:02 AM
     
    Top
    .
0 replies since 1/3/2021, 07:01   69 views
  Share  
.