De besos, cenotes y hermanos celosos (Uncharted)

| Sam/Rafe (SAFE)

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    Porque si pensabais que mi obsesión con Sam Drake ha desaparecido pues... JÁ.
    (creo que va a peor. Socorro)

    ¿Qué decir? Este fic nace de una pequeñísima idea que llegó a mi cabeza, pero cuando me senté a escribirla vino acompañada de no sé ni cuántas ideas más, ¿y quién soy yo para no escribir lo que dictan las musas? Pues eso, aquí está el resultado (?)

    Confieso que me habría encantado publicar esto mucho antes, pero la que nace caracolito muere caracolito. 🐌
    ¡Espero que os guste! <3


    QUOTE
    Título: De besos, cenotes y hermanos celosos
    Fandom: Uncharted
    Pareja: Sam Drake/Rafe Adler | SAFE
    Género: aventura, humor, romance
    Advertencias: ninguna
    Longitud: 8475 palabras
    Notas: Nate/Elena como pareja secundaria

    Disclaimer: los personajes no son míos, pero los trataré con todo el cariño que merecen (uwu)

    ——————————



    DE BESOS, CENOTES Y HERMANOS CELOSOS
    Nate conocía demasiado bien a su mujer como para saber que no la seducían las playas interminables de Cancún ni la lista de ingeniosos cócteles que ofrecía cada hotel en línea de costa. Un viaje a las ruinas de Tulum sí le hacía auténtica ilusión, ¿pasear por territorio de mayas y dejar en evidencia al supuesto guía que debía, valga la redundancia, guiar a los turistas? Éste sí era un plan del que disfrutaba Elena Fisher (ahora también respondía por «señora Drake») y así lo hacía notar en cada foto que se hacía. Nate prefería echarse a un lado y mirarla con esa expresión de idiota de la que tanto se burlaba Sully, claro que no se quedaba del todo tranquilo cuando Elena decidía discutir con el guía de turno por, supuestamente, engañar a los que le escuchaban.

    —Se salva porque tengo que vomitar —dijo antes de salir corriendo al aseo más cercano. Nate fue con ella y le dio palmaditas en la espalda, aunque en estos meses aprendió que la mejor ayuda era sujetarle el cabello y guardar silencio—. Ha sido el picante del almuerzo, y la estupidez de ese hombre. Estoy acostumbrada a tratar con hombres estúpidos, pero éste me ha superado.

    —¿Y qué tal si nos relajamos en este viaje? Estamos de vacaciones en México, es una ofensa angustiarse.

    —Lo que es una ofensa es que un guía turístico llame Quetzalcóatl a Kukulkán —suspiró. La escena se volvía muy dramática al estar abrazando el váter—. Tráele algo de agua a una mujer agotada.

    —¿Dónde está esa mujer? Aquí sólo estás tú dispuesta a crear un conflicto internacional.

    Mantuvieron las bromas y el buen humor también de regreso al hotel, que realmente no era un hotel. Habían decidido ajustar el presupuesto en el alojamiento y gastarlo todo en las opciones de ocio como excursiones, tours y paseos. A fin de cuentas, ninguno de los dos necesitaba lujos para descansar y se apañaban divinamente en la segunda planta de la casa de doña Guadalupe, una abuela primeriza en el negocio del alquiler vacacional pero entusiasmada con la idea de reunir unos dólares por las habitaciones vacías ahora que todos sus hijos habían abandonado el nido. Según decía Nate, aquella casita rebosaba encanto una vez te acostumbrabas a las continuas invasiones a la intimidad de doña Guadalupe (como buena anfitriona, era su deber comprobar que sus invitados estuvieran bien atendidos y aparecía a cualquier hora para realizar dicha comprobación). Tenían a su disposición, además de dormitorio y baño completo, dos sistemas caseros que repelían, específicamente, moscas y mosquitos: el primero lo componían numerosas bolsas de agua colgadas del techo, y el segundo botellas de Coca-Cola cortadas a la mitad y rellenas de un líquido que ni Elena ni Nate supieron identificar. También tenían acceso privilegiado al patio interior, compartido por las viviendas colindantes, y si bien Elena admiraba la decoración tan curiosa que componían las tejas a punto de caer y los árboles frutales tan bien cuidados por los vecinos, pues Nate pudo aprender numerosas expresiones en español que no dudó en anotar en su diario.

    El único inconveniente de la casa era su acceso: para llegar a la segunda planta, naturalmente se debía subir una escalera que nacía en el patio. Sus escalones eran tan pequeños y estrechos que Nate debía subir con los pies de lado —casi parecía un cangrejo— y apoyado en la pared para no tropezar. Elena, con un pie más pequeño, disfrutaba del privilegio de subir de frente cada escalón. Esta vez fue ella la primera en subir, después de agradecer la bandeja de tamales que le dio doña Guadalupe para la cena; y se relamía pensando cuál comer primero cuando escuchó los gritos de Nate rodando escalera abajo.

    La profesionalidad del doctor hizo que Nate se reconciliara con México, al menos por esta noche, y los cuidados de doña Guadalupe poniéndole paños calientes en los tobillos ayudaron a que relajara el ceño y dejara de quejarse a pesar de tener una torcedura que le obligaría a pasar unos días en cama.

    —¿Cómo he podido tropezar en una escalera? Hago parkour desde antes de que me salieran pelos en las piernas, ¡he escalado el Himalaya!

    —No hay que subestimar esa escalera, doña Guadalupe nos advirtió sobre ella —respondió Elena mientras se peinaba frente al único espejo de la habitación, no parecía importarle llevar ropa que no era suya. En su opinión, las camisetas desgastadas de Nate eran el pijama más cómodo que había tenido—. ¿Tu tobillo hinchado impide que duerma contigo esta noche? ¿Prefieres que baje y me haga hueco en la cama de doña Guadalupe?

    —Elena, un poco más de consideración al herido.

    —¿Te duele de verdad o es sólo un golpe a tu orgullo?

    Como cada vez que se tocaba un asunto serio o incómodo para él, Nate decidió no responder. Optó por un cambio de tema.

    —Vamos a perder un montón de dinero —suspiró con aires de derrota—. Mi pie parece una pelota, no podremos ir a ninguna excursión.

    —Yo sí que puedo.

    —¿Me vas a dejar aquí? ¿Solo y abandonado como un perro? —debía admitir que le gustaba la expresión de Elena cuando le miraba así, a un paso de mandarle al demonio—. Estamos sentando las bases del matrimonio, no puedes hacerme esto. ¡Y estás embarazada! No estás en condiciones de hacer nada. Es demasiado peligroso.

    —¿Sentarme en un autobús y mirar por la ventanilla es peligroso?

    La escuchó reír yendo a por su teléfono, le mostró la pantalla y asintió para que respondiera ella misma. Él prefirió acomodarse; iba a pasar mucho tiempo en la cama, sería mejor encontrar la mejor posición.

    Elena colgó el teléfono y le dedicó una mueca, divertida por la conversación que tuvo.

    —¿Seguro que no eres hijo de Sully? —comenzó la broma—. Tu hermano viene con él de camino, se ha hecho un esguince y necesita un médico. Voy a avisar a doña Guadalupe, con suerte el doctor siga por el barrio.

    —Espera, que voy contigo.

    —No, tú te quedas aquí y descansas.

    —Prométeme que tendrás cuidado en esa escalera —a Elena le costó muchísimo aguantar la risa con aquella mirada tan seria que le dedicó.

    *



    Víctor Sullivan era un tipo listo, no de los que calculaban la raíz cuadrada de números interminables usando los dedos ni de los que memorizaban sin problema las capitales mundiales; pero sí era lo suficientemente listo como para no acercarse a la habitación de hotel que ocupaba una pareja. Prefería esperar en el bar y anotar cada consumición a la cuenta de dicha habitación.

    Se había pimplado más de un whisky cuando Sam fue a su encuentro.

    —¡Bienvenido a Cancún, compañero! —exclamó alzando la copa—. ¿Quieres que te invite a algo? Tu novio se encarga de la factura.

    —Rafe nunca ha sido tan generoso, pero no pienso rechazar tu oferta.

    Nadie en el hotel podría sospechar de la conversación que compartieron, hablaron de tesoros, de mapas antiguos, de armas, de robos… Para cualquiera, aquélla era una charla entre dos borrachos a la que no se le debía prestar mucha atención por inverosímil. Y puede que las mejillas de ambos estuvieran algo coloradas por el alcohol, pero sus facultades no se vieron demasiado afectadas (la tolerancia al alcohol era una habilidad que se iba perfeccionando durante toda la vida, y tanto Sully como Sam no habían dejado nunca de practicar).

    Siguieron las risas hasta la misma puerta del hotel, donde Rafe contemplaba el espectáculo cruzado de brazos, esta primera fase de borrachera iba a correr de su cuenta y no le hacía ninguna gracia.

    —¡Tranquilo, hombre, que te lo cuidaré bien! —reía Sully dándole golpes en el hombro quizá con demasiada fuerza.

    —Voy a por la moto.

    —Oh no, nada de motos —se apartó y sacudió su camisa—. Dame dos minutos y traeré un coche. No pienso pasear por la jungla sin un techo sobre mi cabeza.

    —¿De verdad os creéis en condiciones de hacer nada? —se quejó Rafe mirando a Sully tropezarse con sus propios pies, dando una pequeña pirueta para no caer. Se reverenció cuando Sam comenzó a aplaudirle.

    —¡Estamos perfectamente! —respondió apoyando el codo en su hombro, privilegios de ser más alto—. Aunque, siendo sinceros, no me apetece nada salir de tu habitación, ¿sabes?

    —Llevas casi una semana metido en mi cama —se removió para alejarse, divertido al ver que los reflejos de Sam estaban algo atontados—. Sal y haz algo de provecho, ¿quieres? Estaré aquí cuando vuelvas —se alzó de hombros—. Es el encanto de las conferencias, no cambian de sitio así como así.

    El claxon logró que ambos mirasen el Jeep que trajo Sully, y mientras Rafe intentaba descubrir de dónde lo había sacado, Sam aprovechó para robarle un beso a modo de despedida, lo que mandó al traste las cavilaciones de Rafe sobre el vehículo robado a alguno de los clientes del hotel. Odiaba que Sam pudiera distraerle con tan poquito esfuerzo.

    Por densa que fuera la jungla, siempre había un camino que seguir. O en eso creían Sully y Sam, pero para cuando llegaron a la X roja que señalaba el mapa que el cliente les había entregado debía faltar muy poco para el atardecer. Guiados por la luz primero del sol y luego de dos linternas pudieron avanzar lejos del coche, adentrándose más y más en la vegetación. Les quedaba rezar para no encontrar depredadores ni enemigos por la zona, pero no debieron rezar con la suficiente devoción, a juzgar por el ruido de los disparos a sus espaldas.

    Saltó cada uno a un lado en un movimiento coordinando, arrojando luego las linternas hacia atrás. La luz fue suficiente como para localizar a los hombres que habían disparado. Sully dio un par de tiros al aire para llamar su atención, esperaba no darle a ningún pajarillo despistado entre las ramas. El primer grito le hizo parar, y cuando oyó el segundo pudo ponerse en pie y suspirar aliviado, Sam había acabado con la amenaza moviéndose como una sombra entre los matorrales.

    —Si nos hemos topado con los vigías —comenzó Sam recogiendo la única linterna que sobrevivió al golpe.

    —Es que debemos estar muy cerca del campamento —terminó Sully la frase—. En marcha.

    No tardaron en comprobar que estaban en lo cierto, pero tardaron todavía menos en decidir la estrategia a seguir. Los años de Sam en Panamá (no precisamente haciendo turismo) le habían servido no sólo para afinar sus habilidades de «buscavidas», sino también para aprender español. Y no el español que la gente de bien aprende en una academia de idiomas, sino el español propio de los presos. Hablando como hablaba, e insultando como insultaba, podía hacerse pasar como miembro de alguna banda latina.

    —¡Lo tengo! —gritó acercándose al campamento y tirando de Sully, sus muñecas nunca habían sido atadas a su espalda con tanta delicadeza—. ¡Tengo a este pinche mamón! —se decidió por el «pinche» al estar en suelo mexicano, confiaba en bajar la guardia del grupo. Lo consiguió.

    Le recibieron con toda la simpatía que no mostraron con Sully, que arrojaron a la tienda y si no empezaron con las torturas físicas fue por la rapidez de Sam al proponer celebrar el logro con cervezas. Resulta sorprendente lo rápido que cambian los ánimos de la gente cuando hay alcohol de por medio.

    Podía no parecerlo desde fuera, viendo los bailes y las risas de los hombres alzando los botellines de cerveza, pero la parte difícil del plan era realmente la de Sam. Mientras que Sully sólo tenía que recoger la reliquia que reclamaba su cliente, Sam debía entretener al grupo de sicarios contratados para custodiarla. A Sully no podía importarle menos qué había de cierto y qué de falso en esta supuesta «vara de los dioses», estaba más interesado en la recompensa que ofreció el cliente por la recuperación del objeto, ¿cincuenta mil dólares por la rama de un árbol viejo? Esto era dinero fácil o, por lo menos, debía serlo. El sonido de los disparos nunca presagiaba nada bueno, sujetó con más fuerza la reliquia (iban a pagar mucho dinero por ella, pensó que llamarla «rama de árbol» era una falta de respeto) y se echó a correr, dejando atrás el campamento y poniendo rumbo al punto de encuentro que habían acordado, esto era, el claro que el grupo usó como aparcamiento.

    Sam se extrañó al ser el primero en llegar, Sully no era de los que se perdía entre los árboles, y esperaba verle aparecer entre maldiciones e insultos a algún pájaro por haberle ensuciado la camisa. Y puede que Sully sí apareciera soltando insultos como quien recita poesía, pero corrió hacia él al verle cojear.

    —¿Te han disparado? ¿Estás bien? —se calmó un poco cuando asintió—. Oye, ¿y el tesoro? ¿No lo tenían ellos?

    —Te lo explicaré por el camino, ahora: ¡larguémonos de aquí!

    No hizo falta mucho más para ponerse en marcha, las voces de los sicarios estaban cada vez más cerca. Sully no se quejó de que el vehículo de huida fuese una moto, lo que le demostró a Sam que su herida debía ser más grave de lo que creía.

    *



    Aunque tenía todo el derecho al tratarse de su casa, doña Guadalupe no hizo preguntas, mandó llamar al doctor y éste atendió el esguince de Sully aguantando una lluvia de insultos dirigidos todos a su madre; en opinión del doctor, la buena mujer que le dio la vida no se merecía nada de aquello.

    —Tropecé y la dichosa rama cayó por el único jodido agujero que había en todo el camino —explicaba Sully la historia, una vez que tanto el médico como doña Guadalupe se fueron a cuchichear al patio con el resto de los vecinos—. Debe estar en uno de esos pozos.

    —He calculado la posición aproximada en el mapa, y estábamos muy cerca del Cenote Dos Ojos —señaló Sam el nombre del sitio después de sacudir un poco el mapa—. Mañana temprano iré a recuperarla, ir de noche no servirá mucho.

    —¿Tú solo contra un grupo de sicarios que buscan el mismo tesoro? Qué buena idea, compañero.

    —Iré contigo —se ofreció Nate dándose un golpecito en la pierna, señalando su tobillo hinchado—. Esto no es nada que un buen relajante muscular no arregle. No pienso dejar que vayas solo.

    —Y yo no voy a dejar que me acompañes; no así, Nathan.

    —Yo tampoco podré ayudarte demasiado —añadió Sully, totalmente incapaz de mover el pie sin, como le gustaba decir, morir del dolor.

    —Entonces —interrumpió Elena dando una palmada al aire—, está decidido: yo iré contigo —sonrió con una mano en el vientre—. Perdón: «iremos».

    —Estás de broma —fue curioso que los dos hermanos hablaran a la vez, tomando luego Nate la palabra—. Muy buen chiste, pero dejemos la noche de improvisación para otro momento, ¿de acuerdo?

    —Cuñada, te agradezco mucho la ayuda, pero —Sam carraspeó— en tu estado es correr demasiados riesgos.

    Elena bufó escuchando el «gracias» de Nate desde su sitio, sacudió la cabeza y volvió a la carga.

    —Sully, ¿tú notas que estoy embarazada? Sé sincero. Sully, mírame, no mires a Nate.

    Por lo general, Sully sabía muy bien cómo terminar una conversación de manera elegante, o cómo dejar una frase en el aire para cambiar el tema de la misma. La verdad, sabía mil y un trucos para salir airoso de cualquier situación incómoda, pero esta vez no pudo usar ninguno, no con Elena mirándole con ese brillo de decisión en los ojos, el brillo que dejaba muy claro que no iba a cambiar de opinión dijera lo que dijera; no le quedaba de otra que ser honesto.

    —La verdad es que… no —respondió al fin, soltando un suspiro y ganándose una mirada asesina por parte de Nate, prefirió mirar a otro lado.

    —¡Claro que no! No llego al tercer mes de embarazo.

    —Ése no es el problema, Elena —se quejó Nate, le molestaba no poder levantarse y dar vueltas por la habitación. Estaba demasiado nervioso y no encontraba la manera de canalizar dichos nervios—. No te vas de excursión al monte, vas a enfrentarte a un grupo de asesinos.

    —Asesinos que buscan a Sam, no a mí.

    —Olvídalo —fue Sam el que habló esta vez—. Me alegro de que quieras ayudarme, pero no hace falta. Si os quedáis más tranquilos, llamaré a Rafe e iré con él.

    —¡No me dejéis fuera de esto! —Elena soltó un grito que dejó muy confundidos a los presentes—. ¡Pasaré meses en cama! ¡Ni hablemos de cuando nazca el bebé! Sólo pido una última vez antes de mis vacaciones obligatorias, ¿por los viejos tiempos? No quiero olvidar cómo se sentía este trabajo. Sam, por favor —le vio marcar en su teléfono y contuvo el aliento cuando empezó a hablar. Su sonrisa fue inmensa cuando le dijo a Rafe que volvería mañana al hotel, después de acabar la misión.

    Esa noche sólo Sully y Elena tuvieron el privilegio de poder dormir del tirón. A Nate le invadieron las preocupaciones y la angustia; y a Sam le costaba dormir en un sofá tan diminuto como el que le asignaron. Salió, cigarrillo en mano, al balcón —que daba al patio interior, cualquiera se sentía observado en este barrio— y ahí encontró a Nate, mal apoyado en la valla, tan enclenque que era mejor no apoyarse del todo.

    —Elena es lo mejor que me ha pasado en la vida —comenzó Nate la conversación después de unos minutos que pasó mirando los árboles del patio—. Tienes que cuidar de ella, por favor.

    —La de veces que me han pedido hoy las cosas por favor, ¿eh? —bromeó mientras daba una nueva calada—. Podría acostumbrarme a los buenos modales.

    —Sam.

    —Sabes que estoy bromeando, hombre —le revolvió el pelo para hacerle sonreír—. Me pondré delante de cualquier bala, no te preocupes.

    —Tampoco es eso, ¡no quiero que mueras! Joder, no quiero que…--

    —Estaremos bien —bajó su mano hasta apoyarla en su hombro, apretándolo un poco, se le rompía el corazón siempre que Nate lloraba—. Elena sabe cuidarse sola, de hecho, estoy seguro de que seré yo el que le estorbe.

    —No quiero oír hablar de vacaciones en lo que me queda de vida.

    —Eres el rey del drama, Nathan.

    *



    La mañana pareció llegar demasiado pronto, y descubrió a Nate agotado, dándole un sinfín de consejos a Elena para la aventura que iba a tener. Se despidieron con besos y abrazos, y vio alejarse la moto desde el balcón. Sully prefirió adueñarse de la cama y ver la televisión, siempre le habían gustado las telenovelas y aunque por entender no entendía ni los títulos, la actuación (mejor dicho, la sobreactuación) de los actores le parecía una auténtica maravilla que merecía ser admirada.

    —Así que, estamos ante la esposa que se fuga con el hermano de su marido —soltó un largo silbido mirando a Nate cojear hasta poder sentarse a un lado del colchón—. ¿Tienes idea de la de veces que he visto esa trama? Puede parecer trillado lo del romance clandestino, pero siempre funciona.

    —Muy gracioso, Sully.

    Cada vez más lejos de allí, pero cada vez más cerca del Cenote Dos Ojos, Elena se aferraba a la cintura de Sam, aunque no por los motivos que más divertían tanto a Sully como a los entusiastas del adulterio, sino por una cuestión de seguridad. La aguja que marcaba la velocidad del vehículo hacía rato que superaba los 80 km/h y Elena apreciaba lo suficiente su vida como para sujetarse al piloto y evitar una caída fatal.

    —¿Qué estamos buscando exactamente, Sam? —preguntó en un grito, tenía que hacerse oír por sobre el ruido del motor y de las piedrecitas que rodaban bajo las ruedas y salían disparadas en cualquier dirección como perdigones.

    —Algo así como la rama de un árbol sagrado, ¡cuidado: bache! —y la moto pareció querer echarse a volar por unos segundos, levantando una nube de polvo al caer—. Esto es terrible para la amortiguación —comentó—. Como te decía, es la rama de un árbol. El cliente es un apasionado de los mayas y se ha recorrido medio mundo recolectando todo lo que encuentra, ¡su casa parece un museo!

    —¿Un árbol sagrado para los mayas? Debe ser la ceiba: «el que sostiene el universo» —anotó. Justo después enterró la cara en la espalda de Sam con un nuevo salto al dejar el camino, y cuando la moto fue aminorando de velocidad (entraban en la selva después de todo), retomó el hilo de la conversación—. ¿No te parece interesante que en muchas religiones exista un árbol divino o mágico? Tenemos a los nórdicos con Yggdrasil; el árbol y la manzana del cristianismo; o el árbol Bodhi para los budistas, ¡hay muchos ejemplos!

    —Es un placer trabajar contigo, Elena —confesó con una sonrisa—. Víctor sólo me habla de puros y guayaberas, no es una conversación muy estimulante que digamos.

    Compartieron más de una carcajada bajando de la moto. Elena se rehízo la coleta y Sam comprobó las armas antes de darle una de las pistolas. Habían acordado agotar la vía del sigilo y no meterse en una guerra contra un grupo organizado, llevaban armas «por si acaso». Una cosa era querer evitar el conflicto, y otra muy distinta acabar en medio de un tiroteo sin ninguna forma de defenderse. Y precisamente para evitar al grupo de asesinos prefirieron moverse lejos de los caminos y senderos que usaban los visitantes, ¿quién sabe si se habrían mezclado entre ellos?

    Con el tiempo descubrieron que no era nada fácil orientarse con una vegetación tan frondosa rodeándoles. La primera hora tuvieron la sensación de ir andando en círculos, y la segunda sintieron que directamente no avanzaban, como si la jungla entera fuera un gigantesco plató inmóvil.

    —Sam —Elena le llamó aprovechando la pausa que habían hecho para echar otro vistazo al mapa, fue cuando vio su muñeca—. ¿Llevas un Apple Watch? —por cómo Sam miró su propia muñeca, no parecía recordarlo—. ¿Llevas un GPS encima y no lo has mirado ni una vez? ¿Llevamos dos horas a pleno sol, mal cubiertos bajo los árboles, evitando heces de mono… cuando tienes un maldito Apple Watch?

    —Ah, esto —le dio un par de golpecitos—. Rafe me lo regaló hace unos días, pero no le acabo de pillar el tranquillo, ¡tiene demasiadas cosas! ¿Desde cuándo los relojes tienen tantas funciones?

    —Anda, ven —le hizo estirar el brazo y fue su trabajo dar con el menú que le interesaba—. Mira, ésta es la ruta que hiciste ayer. Usándola como guía, comparándola con nuestra posición actual, daremos con el campamento de los sicarios.

    —Muy arriesgado, ¿no te parece?

    —¿Se te ocurre otra forma de llegar al lugar donde Sully perdió el tesoro?

    Le dio la razón y se pusieron en marcha. El cambio de ritmo (ya no iban a ciegas) fue notable, y en poco rato estuvieron obligados a moverse entre los matorrales u ocultándose detrás de algún tronco caído, noqueando de la manera más silenciosa posible a los hombres que iban encontrando. Tenían algo en común Sam y Elena: acostumbraban a usar la cabeza; cuando veían la oportunidad de zanjar de forma discreta un asunto, fuera el que fuera, la tomaban sin dudarlo. Llegaron de esta forma a una de esas situaciones que tanto entusiasmaban a Nate, con una liana colgando de un árbol que tentaba con su balanceo, él hubiera seguido el ejemplo de Tarzán y se lanzaría al fondo del cenote dando cuatro gritos, pero descartaron muy pronto aquella idea, ¿lanzarse 15 metros al vacío, hasta llegar al agua, recibiendo los disparos del enemigo?

    Debido al retraso que tuvieron al llegar, quedaba algo menos de una hora para que el Dos Ojos abriera las puertas al público. Los visitantes se impacientaban por los caminos esperando el visto bueno para entrar, y los únicos que ya estaban dentro debían ser los propios empleados o encargados del mantenimiento del recinto. Pero desde su puesto de vigilancia (encaramado a las ramas de un árbol) Sam distinguió las caras de más de un sicario, no quería ni pensar en qué habría sido de los verdaderos trabajadores del cenote, y a uno de ellos inspeccionando la reliquia que habían encontrado.

    Bajó del árbol con una mala sensación en el cuerpo y se reunió con Elena, que había conseguido mezclarse con un grupo de escolares para no levantar sospechas. Desde fuera parecía una profesora más.

    —Lo tienen —le dijo cuando los niños se alejaron siguiendo a sus auténticas profesoras—. Si queremos robárselo, tendremos que seguirles ahí abajo.

    —¿Tenemos una cuerda? —Elena se agachó y abrió la mochila, revisando lo que fuera que había metido Nate aquí dentro antes de irse—. Vaya, una lata de alubias, ¿tienes hambre? —Sam negó con la cabeza haciendo una mueca de desagrado—. Un mechero, una botella de agua mineral, una navaja… No me digas que bajaremos usando el método Nate.

    El método Nate era la liana.

    Sam fue el primero en saltar, sin dar gritos y buceando a propósito para tantear la profundidad del agua. Se hundió hasta tocar el fondo con las manos, entonces estiró las piernas y, aprovechando lo clara que estaba el agua, pudo calcular cuánto espacio había entre sus pies y la superficie del agua. Podría haberse dedicado a esto toda la mañana, los hombres ya se habían marchado, pero no le dedicó más de un minuto al tratarse de una zona profunda. Eso mismo le dijo a Elena y ella saltó sintiendo cómo de rápido se volcaba su estómago a medida que caía.

    Chapotearon hasta la orilla más cercana, sacudieron lo mejor que pudieron su ropa (agradecieron que hiciera un calor terrible esa mañana, la ropa mojada nunca había sido tan cómoda) y se pusieron en marcha siguiendo el rastro de los sicarios. A Sam le pareció curioso que Elena se fuera comiendo las alubias de la lata como si fueran chucherías, alegando que podrían haberse estropeado por el salto al cenote.

    La luz del Apple Watch sirvió como improvisada linterna para los dos y les libró de más de un peligroso tropiezo con alguna piedra.

    Se notaba el paso del tiempo por los túneles, pero no el de las personas. Esto era, no había un camino marcado por el suelo, ni carteles indicadores, tampoco se veían envoltorios de comida, tan comunes en los paseos para turistas; pero sí se distinguían a simple vista las marcas que dejaba el agua bajando por las estalactitas, si se afinaba el oído hasta podía oírse la gota caer al suelo. De momento, la única compañía que tenían la ofrecía el agua, surgía como un río en algunos tramos y volvía a esconderse para volver a aparecer unos metros más adelante; a Sam le recordaba a una serpiente acechando sus pasos y no acaba de estar tranquilo. A esta sensación de intranquilidad ayudaban los techos, a veces tan altos como los de una casa, a veces tan bajos que tanto él como Elena debían agacharse para poder pasar, ocultaban el nido de numerosos animalillos y más de uno asomó la cabeza ante la inesperada visita.

    —Que no sean arañas, que no sean arañas —oía murmurar a Elena ante cualquier movimiento por techos o paredes.

    Tardaron algo más de cuarenta minutos (cuarenta y tres según el reloj) en alcanzar a los sicarios en el campamento que habían montado, seguramente, la noche anterior. Seguían bajo tierra, pero la salida a la superficie era tan obvia que parecía la entrada de un garaje, habían atornillado a la piedra una rampa metálica que servía de puente para el paso de los vehículos. Sam reconoció allí aparcado el Jeep que consiguió ayer Sully, con dos hombres apoyados en él mientras charlaban. El resto del grupo se dividía entre los que guardaban fajos de billetes en bolsas de gimnasio y los que contaban los billetes.

    Elena le tiró de la camisa y le señaló al que debía ser el cabecilla del grupo, sujetaba la rama con una mano y con la otra inspeccionaba las hojas y pequeños tallos que se habían partido por culpa de la caída, buscaba la manera de pegarlo todo sin tener que recurrir a la cinta adhesiva.

    —Sabes que no estoy de acuerdo con tu plan —le dijo después de escuchar la estrategia que había pensado Elena.

    —Y tú sabes que lo haré de todas formas.

    Sam suspiró tirando la toalla, sólo quedaba esperar lo mejor.

    *



    Elena tuvo que prepararse a conciencia para interpretar su papel, y aunque había hecho sus pinitos como actriz en la universidad, un par de representaciones de Shakespeare en los escenarios improvisados de su facultad no podían compararse a lo que debía hacer ahora. Como actriz amateur sólo se jugaba los aplausos de sus colegas, ahora se jugaba la vida: debía hacerse pasar por una turista indefensa y bajar la guardia de todo un grupo de asesinos para que Sam pudiera hacerse con el tesoro.

    —Te demostraré lo que pueden hacer dos tallas más de sujetador —sonrió abriéndose un poco el escote de la camiseta. También se soltó el pelo y rasgó un poco la tela de sus pantalones—. ¿Y bien? ¿Me parezco a la patética visión que tiene Hollywood de las mujeres perdidas en la selva?

    —Sólo te faltan los tacones —bromeó—. Nada de riesgos innecesarios, ¿de acuerdo? Al más mínimo movimiento sospechoso me señalas; se centrarán en mí y tú podrás ponerte a cubierto.

    Después de prometer que lo haría, Elena pudo ponerse en marcha. Se acercó al grupo dando gritos y pidiendo ayuda, consiguió soltar un par de lágrimas y no dudó en lanzarse a los brazos del hombre que tenía más cerca, rompiendo a llorar contra su camiseta.

    Sam, después de admirar en silencio sus dotes como actriz, se escabulló por el lado opuesto de la cueva, aprovechándose de las sombras y figuras que daban las rocas avanzó casi de cuclillas y se impulsó para dar un placaje al cabecilla, que miraba entonces el espectáculo lloroso de la supuesta turista perdida. El golpe le pilló por sorpresa y no tuvo tiempo de pedir ayuda cuando unas manos apretaron su garganta con la fuerza suficiente como para dejarle inconsciente.

    Ajena a esto, Elena se tambaleó hasta conseguir apoyarse en el Jeep, agradeció el pedazo de tela que le ofrecieron para secarse las lágrimas y tuvo que contener la sonrisa al ver que el coche tenía las llaves en el contacto. El siguiente paso era el más arriesgado, por eso mismo no se lo pensó demasiado (de hacerlo, se convencería de no darlo al final) y se dejó guiar por el don de la improvisación del que tanto presumía Nate. Abrió la puerta del Jeep y golpeó con ella al hombre que le dio el pañuelo, arrancó el coche y pasó por encima de más de un pie hasta alcanzar a Sam, que se lanzó al interior a través de la ventanilla del copiloto.

    —¡Agárrate bien! —y eso hizo Sam, enterrando las uñas en su asiento cuando el Jeep saltó por la placa metálica hasta quedar fuera del cenote—. ¡¿Nos siguen?!

    —¡Sí! —los dos gritaron prácticamente a la vez con el disparo al retrovisor izquierdo—. ¡Y van armados! ¿Cómo no iban a ir armados? —se quejó en otro grito—. Veo dos coches, tres motos…--¡cuatro! ¡Ha salido otra! ¿Pero de dónde salen?

    Entre los disparos, los motores rugiendo y los gritos de ambos bandos, el escándalo se hizo insoportable por unos buenos minutos. Elena conducía agazapada tras el volante para esquivar las balas (que habían hecho añicos todos los cristales del coche) y Sam había conseguido derribar a dos de las motos disparando a las ruedas.

    —Debemos pensar algo —le dijo apretándose el hombro, una bala le había rozado y la herida sangraba—. Y debemos hacerlo rápido, se me acaban las balas, ¿alguna idea?

    —¿Intentar no morir te parece una buena idea?

    —Me parece una buenísima idea —se inclinó a un lado y se preparó para dar los últimos disparos, pero se confundió con lo que vio—. Espera, pasa algo. Han dejado de seguirnos.

    Elena redujo un poco la velocidad y también se atrevió a dar un vistazo rápido atrás, tanto los dos coches como la motocicleta se habían parado en seco, negándose a seguir con la persecución.

    —¿Estarán cargando un ataque? —preguntó volviendo la vista en frente—. ¿Misiles? Sinceramente, no creo que pueda esquivar un misil.

    El crujido bajo el coche fue la más elocuente de las respuestas. De un momento a otro la tierra se abrió para engullir tanto al Jeep (y sus ocupantes) como a todo el paisaje en unos veinte metros a la redonda. Sam tuvo el tiempo justo de saltar y agarrarse a la raíz de un árbol altísimo que se negaba a caer sin, al menos, ofrecer algo de resistencia. Elena saltó tras él y consiguió sujetarse a su tobillo. Desde aquí vieron al Jeep seguir cayendo bajo tierra, convirtiéndose en un adorno del recién descubierto cenote. Mucho más pequeño que el Dos Ojos, quizá se tratara de una continuación o afluente subterráneo de aquel río tan escurridizo que les acompañó durante todo el camino. La explosión del vehículo no se hizo esperar y chamuscó algo de ropa y piel por igual, por suerte, el ambiente húmedo del subsuelo apaciguó rápido las llamas.

    —Elena, ¿estás bien? —preguntó soltando una mano para ofrecérsela como punto de apoyo—. Sube, el árbol no aguantará mucho más.

    Una vez en la superficie, Elena le tendió los dos brazos esperando que trepara. Le sorprendió que, en lugar de sus manos, le alcanzara la supuesta rama sagrada (aunque algo divino debía de tener para seguir de una pieza después de todo esto). Si no la lanzó a un lado fue por cómo Sam la miró.

    —Vuelve con ellos y dale a Víctor la dichosa rama —se mordió la lengua con la sacudida del árbol, se acababa la resistencia antes de caer y darse un chapuzón junto a los restos del Jeep—. No puedo trepar, me duele muchísimo el hombro —de hecho, el brazo que le había ofrecido a Elena seguía cayendo a un lado de su cuerpo, con más sangre empapando su ropa—. Vete de una vez antes de que los sicarios te descubran.

    Le pareció una pena desperdiciar con frases tan serias los últimos segundos antes de que el árbol cayera del todo, pero no tuvo tiempo de hacer ninguna broma. Cayó al vacío, su espalda golpeó el fondo del cenote y soltó todo el aire de golpe cuando parte del árbol le golpeó el estómago. Pataleó hasta llegar a la superficie e intentó llenar sus pulmones de aire con una gran bocanada, pero cuando no pudo hacerlo supo que algo no iba bien.

    *



    Se suponía que el viaje a Cancún iba a ser un viaje de trabajo, mientras Sam seguía la pista del coleccionista apasionado de los mayas (investigación que les había llevado, a él y a Sully, a visitar una enorme mansión en Texas), él viajaría a México para supervisar ciertos negocios, algunos más turbios que otros, pero todos igual de lucrativos. De paso, echaría un vistazo al hotel que pertenecía desde hacía unos meses al apellido Adler, organizando conferencias y eventos para animar a la clientela; al menos, de cara a las autoridades, lo cierto es que cuando se manejaba la cantidad de dinero que se manejaba en estas altas esferas se debía recurrir a un sinfín de artimañas para evadir la mayor cantidad de impuestos posible. Rafe estaba obligado a conocer cada truco y engaño, siendo que tenía un talento natural para el derroche, necesitaba generar cuantas más ganancias, mejor, sin importar tanto la procedencia de las mismas.

    El caso es que el viaje no había empezado con buen pie, algunos agentes de Cancún sospechaban del tipo de negocios que se llevaban a cabo en las habitaciones del hotel que tan recientemente había cambiado de propietario. A Rafe se le presentaron entonces dos soluciones: o cortaba de raíz esas sospechas, o sobornaba a la policía. Para mala suerte de los agentes, los asesinatos a sueldo eran terriblemente baratos. Rafe apenas tuvo que mencionar sus nombres para que le llovieran los voluntarios, había cierto morbo en acabar con la vida de un policía y supo aprovecharlo.

    Cuando Sam llegó al hotel supo que habría más cosas que ocultar bajo el lujoso felpudo de los Adler, pero prefería no indagar en el tema (a fin de cuentas, sus manos tampoco estaban del todo limpias). Sorprendió a Rafe con su llegada, y ver cómo de rápido creció su sonrisa al verle entrar en la habitación hizo que mereciera la pena hacer un viaje de casi 40 horas desde Texas en moto.

    Tuvieron tiempo de sobra para intercambiar novedades sobre sus negocios, comer juntos en el restaurante del hotel, hacer un poco de turismo local, y terminar de devorarse entre las sábanas de la cama. Prometía ser una muy buena rutina para el resto de la semana hasta que llegó Sully, y con él los avances sobre el asunto maya. Rafe nunca había odiado tanto a una civilización precolombina.

    Con el paso de las horas se iba poniendo cada vez más nervioso. Ya había caído la noche y Sam no daba señales de vida, ni respondía sus llamadas ni leía sus mensajes, en los últimos intentos su teléfono ni siquiera seguía operativo. Entendía que la misión se había complicado al tener que recuperar la reliquia, pero Sam nunca había tardado tanto en robar nada.

    La llamada de Nate no ayudó a calmar sus nervios y para cuando llegó a casa de doña Guadalupe estaba tan preocupado que ni siquiera dedicó unos minutos a describir con cinismo el cambio entre este barrio más humilde y la zona más rica y turística de Cancún donde se alojaba. Entró en la habitación y se cruzó de brazos esperando impaciente una explicación.

    Nate, que se autoproclamó narrador de la historia, tuvo que hacer auténticos esfuerzos para callar los comentarios ácidos que quería dedicarle y, en su lugar, narrar todo lo ocurrido sin dejarse nada. A veces le interrumpía Elena para corregir algún dato, y Sully prefirió guardar silencio desde su lugar en el sillón.

    —Resumiendo —Rafe resopló llevándose una mano a la frente, asimilando lo que escuchaba—, habéis recuperado el tesoro, pero Samuel está atrapado en un cenote del que no se tiene constancia.

    —Olvidas que un grupo de sicarios vigila la zona, no podemos acercarnos sin llevarnos algún disparo como suvenir —Nate se sentó a un lado de la cama, apretándose un poco el tobillo—. Te llamaba para… —suspiró, y si Elena no le hubiera dado un pellizco en el costado, no habría seguido hablando—: para pedirte ayuda —ella asintió—. No estoy al 100%, y voy a necesitar que me eches una mano en el rescate.

    —¿Disculpa?

    —No puedo ir solo a por mi hermano, Rafe, no con el pie así.

    —¿Y qué te hace pensar que irás a rescatarle?

    —No pensarás ir tú solo contra los asesinos —Nate hasta se rio—. Te convertirán en colador antes de que puedas verlos, aunque no puedo decir que sienta mucho la pérdida.

    —Nate —Elena le riñó con otro pellizco, y Sully le dedicó un silbido desde su sitio—, te guste o no, es el novio de tu hermano. Hazme caso y acostúmbrate a ello cuanto antes, chaval.

    El sonido tan característico de un helicóptero cortó las muchas quejas que pensaba soltar Nate en respuesta. No sólo ellos, también el vecindario entero pudo ver el helicóptero sobrevolando la casa de doña Guadalupe (que no paraba de sonreír, esta clase de acontecimientos la convertirían en lo más sonado por el resto de la semana).

    —Es un helicóptero privado, pero está repleto de armas. Parece de uso militar —anotó Nate—. ¿Cómo demonios has conseguido algo así tan rápido? —Rafe se alzó de hombros antes de guardar su teléfono—. Bueno, en marcha, ¡el carruaje nos espera!

    —Tú no vas a ningún lado, el helicóptero es para mí.

    —¿Qué? ¡No! ¡Es mi hermano, claro que voy a ir!

    —No me haces ninguna falta, Nate —no le sorprendió el soldado acorazado que rompió la ventana, entrando por ella y señalándole la escalerilla que caía del helicóptero—. Y quédate tranquilo, no pienso permitir que me arrebaten a Samuel otra vez —se le escapó una especie de gruñido agarrando la escalera—. Por encima de mi cadáver.

    El grupo sólo pudo ver el helicóptero alejarse, ganándose los gritos de los molestos por el ruido y los aplausos de los niños. Doña Guadalupe entró en la habitación para informarse de lo que ocurría, y Elena se ofreció a ir con ella al patio, donde tendría una rueda de prensa improvisada con los vecinos más cotillas.

    —Esto es ridículo —se quejó Nate echándose de mala gana en la cama—. Es mi hermano. Tengo todo el derecho de ir a por él.

    —Sé que no te gusta —comenzó Sully, ignoró la advertencia en la mirada de Nate y continuó—: pero Rafe quiere muchísimo a tu hermano. Confía en él, que lo traerá de una pieza.

    Le escuchó gruñir mientras giraba en la cama, y no tuvo motivos para contener las carcajadas con aquel espectáculo de refunfuños que tuvo contra la almohada.

    *



    El helicóptero tardó muy poco en alcanzar la jungla y quedar sobre el agujero en la tierra por el que había caído Sam. Para encontrarle así de rápido en plena noche utilizaron la señal que emitía su Smart Watch, el propio Sam lo habría olvidado, pero resultaba ser un localizador que dejaba muy poco margen de error.

    Los sicarios corrieron a disparar y lanzar insultos al helicóptero al verse descubiertos, pero el encuentro estaba lejos de considerarse una batalla justa. Después de todo, el helicóptero contaba con un cañón M230, y los sicarios con pistolas y alguna escopeta, convirtiéndose aquello en una auténtica carnicería.

    Casi cinco minutos más tarde bajaron tres soldados acorazados (llevaban el equipo de los antidisturbios) para asegurar el terreno e iluminar el cenote con focos, una vez hecho, dieron orden al médico que les acompañaba en la misión de rescate. Fue el primero en atender a Sam, tratando sus heridas lo mejor que pudo con el material que había traído con él. Rafe tuvo que esperar diez largos minutos más antes de poder bajar al fondo del cenote, usando la misma escalerilla por la que bajó el resto.

    —Que no se mueva demasiado —le advirtió el médico frenándole de golpe—. Tiene costillas rotas y no descarto alguna hemorragia interna. Prepararé el transporte y nos iremos de aquí cuanto antes.

    Bajo circunstancias normales, Rafe hubiera arremetido contra el doctor, pues no soportaba recibir y acatar órdenes, pero éstas no eran circunstancias normales, así que agachó la cabeza y fue con Sam recorriendo el camino de luces que daban los focos iluminando desde la superficie. Le encontró sentado contra una roca inmensa, con las piernas estiradas y una sonrisa relajada en el rostro.

    —Si estás aquí, ¿es que ya has terminado con tus asuntos de niño rico? Ya sabes, subastas de piezas de museo, cobrar comisiones ilegales… Ese tipo de cosas —Sam se echó a reír con la mueca que le hizo Rafe mientras se agachaba junto a él, inspeccionando las manchas de sangre que había por su ropa—. Eh, que estoy bien. He salido de situaciones peores, ¿te has curado alguna vez de un balazo en una cárcel de mala muerte? Te aseguro que esto no es nada en comparación.

    —Podrían haberte matado.

    —Pero no lo han hecho —sonrió con el abrazo, ignorando el dolor lo mejor que podía cuando Rafe le apretó con más fuerza—. ¿Has traído contigo a todo un equipo de rescate?

    —También he despejado una planta del hospital, los médicos esperan en el quirófano para operarte. Saben qué ocurrirá si la operación falla.

    —Muchas veces me das miedo, Rafe —se le escapó la risa mientras se separaban, aceptando su ayuda para levantarse y, muy poco a poco, avanzar hasta la zona más amplia donde estaba la camilla, bien sujeta al helicóptero—. En momentos así me alegro de tenerte como aliado.

    —Me parece a mí que soy algo más que tu «aliado».

    —¿Tú crees? No sé yo —se arrepintió al instante de haberlo dicho, porque Rafe, después de apuñalarle con la mirada, se apartó, haciéndole tambalear de un lado a otro por la falta de equilibrio—. ¡Vale, vale, que era una broma! ¡Mierda, Rafe! ¡Que estoy sangrando!

    *



    Había soltado una calada tan larga que, por un momento, el humo se adueñó de toda la habitación, dejando a Sam de lo más relajado en su sitio. Volvía a estar sentado y con las piernas estiradas, pero la sonrisa esta vez tenía tintes menos inocentes y su espalda se apoyaba en cojines y almohadas con el logo del hospital.

    Rafe salió del aseo secándose las manos con varios pañuelos de papel y le echó un vistazo a su teléfono antes de ir a la camilla.

    —Se me ha debido abrir algún punto con lo que me has hecho —Sam le señaló con el cigarro—. Enfermero pervertido.

    —No soy ningún enfermero.

    —Pero sí un pervertido —rio al escucharle resoplar—. ¿Avisaste a Nathan? Gracias, seguro que estaba muy preocupado.

    —No es el único.

    —Sí, Víctor también debía estarlo, puede parecer un ogro fumador de puros, pero tiene su corazoncito. Ah, y Elena, claro. Nathan ha tenido la suerte de toda una vida con ella, ¿sabes?

    —Hablo de mí, Samuel. Por si no te has dado cuenta, he ido a rescatarte con el corazón en un puño, creyéndote herido, o muerto, o qué sé yo.

    —Eh —apagó el cigarro contra la mesilla y agarró la muñeca de Rafe con las dos manos—, mírame bien: sigo vivo y… Bueno —sonrió—, tú mismo lo has visto hace un rato, ¿no?

    —¿Quién es el pervertido ahora?

    Rafe tenía la curiosa costumbre de invadir el espacio personal de Sam, y lo hacía con tanta naturalidad y descaro que Sam no podía quejarse. Lo llevaba haciendo años, y se acercaba quizá demasiado cuando hablaban, o se apoyaba contra su hombro al descansar. Siguiendo la misma técnica que usaba en su juventud, Rafe terminó sentado de lado en la camilla, con sus piernas cayendo al otro lado pareciendo un puente sobre las de Sam. En realidad, no le tocaba más que con la cabeza, apoyada contra su pecho.
    Sonrió cuando Sam le revolvió el pelo.

    —¿Piensas dormir aquí? ¿Apretando las heridas de un convaleciente?

    —¿A ti qué te parece?

    —Me parece que no voy a recuperarme nunca —se acomodó lo mejor que pudo para rodear a Rafe con un brazo (de no hacerlo, caería de la camilla) y encender un segundo cigarrillo con su mano libre—. Gracias por rescatarme.

    —Sería mejor no tener que hacerlo —tiró del camisón obligatorio a todos los pacientes del hospital, haciendo que Sam agachara la cabeza para mirarle—. ¿Cuánto tiempo tardarás en volver a meterte en problemas?

    —Ah —echó el humo hacia el otro lado antes de volver a mirar a Rafe, le divertía pillarle mirando los pájaros que tenía tatuados en el cuello—, ¿quién sabe? Soy un imán para los problemas.

    —Lo digo muy en serio, Samuel. No soporto la idea de perderte; no otra vez.

    —No me vas a perder, ¡si tengo una pulsera que te dice dónde estoy! Me tienes sometido a un tercer grado.

    —¿Va a ser culpa mía que tenga que vigilarte porque te encanta ir a caballo entre la vida y la muerte?

    —Primero, estoy seguro de que esto es algún tipo de acoso —enumeró moviendo su mano de un lado a otro—; y segundo, no todos somos niños ricos, no tengo un caballo.

    —No me culpes de tu pobreza.

    Sam rio un poco al apagar el cigarro, respondió encantado al nuevo tirón de Rafe a su ropa (aquel camisón indigno) y ya se preparaba para el roce de sus labios cuando el ruido de la puerta estampándose contra la pared le sorprendió. El estruendo dio tal susto a Rafe que dio un pequeño salto y, sin querer, un codazo contra sus costillas.

    Para cuando Nate llegó a la camilla, la sangre había empezado a teñir de rojo el camisón.

    —¡Sam! ¡Sam, ya estoy aquí! ¿Estás bien? —gritó apartando a Rafe con cierta violencia, que se revolvía para devolver cada golpe—. ¡Estás sangrando! ¡Joder! ¡Rafe! ¿Pero qué le has hecho?

    —Nada que no hayamos hecho antes —contestó acomodándose el pelo—. Ahora, no me hagas llamar a seguridad y echarte de aquí. Largo.

    —¡De «largo» nada! Los familiares directos no necesitamos permiso para hacer visitas, ¡lo que no entiendo es que tú estés aquí!

    —¿Porque quiero a tu hermano, a lo mejor?

    —¡Eso habrá que verlo!

    —¿Os importa —Sam tosió interrumpiendo su frase— llamar a la enfermera? Me falta el aire.

    —¡Muy bonito, Rafe! ¡Mira lo que has hecho!

    —¿Yo? ¡Querrás decir tú, que entras aquí interrumpiendo besos de película!

    —¡Pero bueno! ¿A ti te parece éste el mejor momento para los besos?

    La enfermera de guardia esa noche (resultaba ser familia de doña Guadalupe) entró en la habitación, no por la llamada de socorro de Sam, sino para hacer callar los gritos de la discusión entre Nate y Rafe, que empezaban a perturbar la calma en la planta. Se unió ella a los gritos, y aunque no le faltaron las ganas de echarles a patadas por la misma ventana, tuvo que conformarse con prohibirles el acceso a la habitación y prefirió emplear su tiempo en llevar a Sam con sus compañeros para curar las heridas cuanto antes.

    *



    Elena llegó temprano al hospital, la acompañaba Sully, que se frotaba las manos al recordar la buena suma que había conseguido por la entrega de la reliquia al cliente. Si aquella rama era de un árbol sagrado o de uno cualquiera de los tantísimos que había en la selva, pues no le importaba, lo que sí importaba era la cantidad de ceros que había anotado en el cheque.

    Sully pecaba, como muchos otros hombres de su edad, de ser muy terco y orgulloso, pero aceptó de muy buena gana la ayuda de Elena para caminar sin arrastrar demasiada cojera por su esguince. De esta manera, y gracias a la rapidez del ascensor, llegaron a la habitación de Sam en poco rato.

    —Pero —ambos tuvieron que parar ante la escena que se les presentó enfrente—, ¿qué ha pasado aquí?

    Nada les había preparado para lo que verían junto a la puerta. Allí sentados, ocupando parte del pasillo, dormían Nate y Rafe a pierna suelta.

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    (Que no se note que quería una excusa para recordar su momento más sexy del juego)


    Qué maravilla de fic. A ver, que ya sabía que iba a ser genial porque escribes super bien, pero de verdad, me ha ENCANTADO. Elena robándose el show, las peleítas entre Nate y Rafe, los comentarios sarcásticos y ese perfecto ambiente que parece sacado de cualquier entrega de la saga.

    Me encantaría ir señalándote las frases que más me han hecho reír o que me han gustado más, pero me veo venir que terminaría copispegándote el fic entero a cachos y mira, no es plan xdd así que te dejo un par de gifs más de esta pareja desastre xdd

    Rafe-Adler-uncharted-4-a-thiefs-end-39775872-268-360

     
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