|| Lo que esconde el abanico ||

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    Información básica

    Historia general


    Es difícil saber qué es un logro de la humanidad, qué es una aportación urraki o qué se consiguió con la colaboración estrecha de ambas especies.

    Los urraki, por supuesto, defenderán a capa y espada que ellos son la mente pensante que ha permitido que los humanos evolucionemos y lleguemos a convertirnos en lo que hoy día somos. Siempre han sostenido que, cuando ellos llegaron a nuestro mundo, éramos apenas grupos bárbaros que apenas balbuceaban sus primeras palabras y que habían sobrevivido sin ellos única y exclusivamente gracias a nuestra fuerza bruta y nuestra capacidad destructiva.

    Ellos nos dieron un idioma —y con ello, escritura y literatura—, una sociedad bien definida, legislación, arquitectura, ingeniería, medicina, comercio y, en fin, todo aquello que compone a un pueblo civilizado. Nos fueron enseñando poco a poco, como padres o hermanos mayores, al principio de forma esporádica, después estableciendo residencias y puestos fijos en nuestro mundo para servir como guías de nuestro crecimiento.

    Por lo tanto, según esta postura, antes de los urraki no había nada. Primitivas sociedades mal organizadas que vivían el día a día y luchaban entre sí por territorios, caza y mujeres.

    Esto es fácilmente debatible. Basta con ver los exiguos restos dejados por nuestros más alejados antepasados, tan distintos de lo que se hizo después de entrar en contacto con los urraki. Actualmente son poco más que ruinas perdidas en desiertos, bosques o terrenos sumergidos por las crecidas de lagos o mares, pero que nos aportan información muy valiosa sobre nuestro pasado antes de que se abriesen los primeros portales.

    La Biblioteca Sumergida de Bilbina es, sin lugar a dudas, el ejemplo mejor conservado. Para empezar, en su interior se encontraron documentos con una maravillosa escritura de ideogramas, es decir, símbolos que representan conceptos y no sonidos, como nuestro sistema actual. Estos documentos eran anteriores a los urraki, mostrando registros de animales, armas, barriles… fondos de algún almacén.

    Los urraki, entonces, no encontraron pueblos completamente anárquicos, aunque así se lo debió parecer a ellos, que tenían un nivel evolutivo muchísimo más elevado que el de esos primeros humanos. Por ello, seguramente, no dudaron en imponer sus propios logros, malogrando la trayectoria que se estaba desarrollando y que nos habría llevado a tener nuestras propias singularidades.

    De cualquier forma, los urraki no son tal y como eran cuando llegaron aquí. Ellos también han cambiado, han aprendido y han evolucionado, y sería estúpido pretender que no ha habido un intercambio bilateral entre ambas partes. Ellos nos dieron nuestro actual idioma, y es cierto que atajaron siglos de evolución —sobre todo en lo referente a ciencias y literatura—, pero también bebieron de nuestros avances y los fueron incorporando a su propia vida.

    Con todo, no hay que caer en el error de pensar que urraki y humanos somos iguales. Aunque sus criterios estéticos son los que han logrado imponerse en las altas clases humanas, aunque nos hayan dejado colecciones de poesía y literatura incomparables a ninguna de nuestras creaciones, los urraki son belicosos, más de lo que pretenden hacernos creer. Disfrutan, quizá hasta se alimentan, del dolor y de la sangre, de la destrucción y de la guerra.

    Y además son peligrosos. Son más fuertes que nosotros y pueden manejar energías que los humanos ni siquiera alcanzamos a comprender.

    No por nada han conseguido mantenerse en la élite de la sociedad, dirigiendo a los humanos como si fuésemos niños bajo su cuidado o, peor aún, animales paciendo felizmente a sus pies, ignorantes por completo del matadero que se alza ante nuestras narices.

    Luchar contra ellos es una opción valiente, pero si no se piensa adecuadamente, sólo traerá muerte y desgracia.

    —Fragmento de la ponencia dada por la magistrada Bernna Quba en el año 5 de la Era de Sangre.



    La Rebelión



    Los urraki han ido demasiado lejos. Hace dos días, un ejército de Kra el Cruel se hizo con Bilbina, asesinó a los doce miembros del Consejo y ultrajó sus cadáveres, colgándolos como macabras banderas sangrientas en la fachada del ayuntamiento, a la vista de todos.

    Procedieron después a la destrucción de la Biblioteca Sumergida, que ahora debe ser un montón de piedras mojadas puestas sin ton ni son, totalmente perdido su forma y significado original, y después apresaron a todos los sabios que han estado estudiando las ruinas y sus textos.

    Esta mañana me ha llegado la noticia de que los magistrados han sido juzgados, si se puede usar esa palabra para el grotesco espectáculo que ha sido ese "proceso", y declarados culpables de crímenes contra los urraki. Llamándoles desagradecidos como atributo más suave de los dichos por ese bastardo de Kra el Cruel, los han ajusticiado cortándoles las cabezas. Después, las han clavado en picas a las puertas de la Biblioteca y, al parecer, han destrozado los cuerpos para alimentar con ellos a los cerdos.

    Bernna Quba, nuestra querida amiga e inteligente aliada, ha sido considerada líder de una rebelión y, por ello, no sólo ha sido humillada en esa charada de juicio y ejecutada con los demás, sino que también ha sido duramente torturada. Os ahorraré los detalles, pues enfurezco de sólo recordar el informe que he leído poco antes de empezar a redactar esta misiva.

    Esto ha sido un duro y horrible golpe contra nosotros, ¡pero aquí no termina la cosa! El resto de reyes urraki, ante estas desgarradoras noticias, han guardado silencio, en el mejor de los casos. Algunos han aplaudido a Kra el Cruel. Todos parecen apoyar esta desmedida muestra de poder.

    Dicen, al parecer, que los humanos nos estamos rebelando contra su gobierno y guía. Nos acusan de crímenes que no hemos cometido. Aún, por lo menos. Y estoy seguro de que van a seguir con esta maldita caza de rebeldes, aniquilando sin contemplaciones a todos aquellos que, a sus ojos, supongan un peligro contra este sistema que han impuesto sobre nosotros durante demasiado tiempo.

    ¿Quieren una rebelión? ¡Démosles una rebelión! ¡No necesitamos a esos demonios! ¡Podemos manejarnos perfectamente sin ellos! Ya lo han demostrado nuestros vecinos del Valle de Lur, que expulsaron a su caudillo y a toda la corte urraki en una demostración de coraje y poder. ¿No llevan décadas viviendo un periodo de paz y esplendor al haber eliminado a esas criaturas de la ecuación?

    Sí, es cierto que esto se consiguió mediante la pérdida de muchas vidas humanas, pero ¿qué guerra no requiere sacrificio? ¿Qué se puede lograr sin mancharse las manos? ¿No es mejor luchar y reconstruir que nunca levantar cabeza?

    ¡Yo digo que gritemos: basta! ¡Basta a los demonios! ¡Basta a sus matanzas indiscriminadas! ¡Basta a su tiranía, al miedo, a la impotencia!

    Hermanos, ha llegado la hora de hacer realidad ese sueño que tuvimos una tarde de verano en la casa de Bernna, cuando todavía éramos adolescentes que estaban empezando a encaminar sus vidas.

    Fundemos la Orden del Alba Dorada. Mis tropas están dispuestas a firmar y sé a ciencia cierta que la nobleza de distintos puntos está dispuesta a darnos todo lo que necesitemos en dinero y especie. Además, tenemos armas. Sé que Firha ha conseguido no sólo hacerse con armas capaces de matar a esos demonios, sino que sus investigaciones han logrado replicar esa magia.

    Podemos hacerlo, pero tiene que ser ya. Antes de que destruyan más de nuestro patrimonio, antes de que nos den un golpe del que no podamos recuperarlo.

    Hagámoslo, no por Bernna y el resto de magistrados de Bilbina, sino por nosotros.

    Por nuestro futuro.

    Por la humanidad.

    —Carta del general Esca Torin a los futuros fundadores de la Orden del Alba Dorada en el año 8 de la Era de Sangre.



    La Orden



    La Orden del Alba Dorada nació como respuesta a los excesos de los últimos líderes urraki, concretamente ante la Matanza de Bilbina.

    Internamente se dividía en el cuerpo militar, la sección científica y el aparato de brujos. Los jefes de cada parte, que eran además miembros fundadores, se aseguraron mediante un contacto frecuente y estrecho de procurar la mejor coordinación de cada acción, logrando de esta forma avances rápidos y sistemáticos durante los primeros años de la guerra.

    Lo que empezó como un grupo de rebeldes pronto fue adquiriendo mayor fuerza y poder a medida que distintas ciudades humanas se sumaban a ellos, aportando no sólo nuevo personal, sino dinero, rutas seguras, infraestructuras, materiales y, sobre todo, esperanza.

    Su primer gran fiasco fue en el año 12 de la Era de Sangre, cuando las tropas de Esca Torin fueron derrotadas a las puertas de la Ciudad de Hierro por Gruma la Fuerte, la mejor estratega con la que contaron los urraki durante la guerra. Esta demonio consiguió no sólo frenar el avance de Torin y aplastar a los soldados humanos, sino que, a su mando, una horda urraki recuperó parte de los territorios tomados por la Orden.

    Ante esto, Firha Nanala, miembro fundador y jefe de la sección científica, propuso un plan que fue tachado de locura: devolver a todos los urraki posibles a la Dimensión Infierno y cerrar los portales para impedir que los demonios pudiesen regresar jamás.

    La idea fue desechada, pero Firha Nanala no se dio por vencido. Dedicó años a investigar aquellos portales, a ver cómo los urraki los abrían y cerraban para sus viajes entre mundos. Sus inventos habían conseguido mejorar las armas de los humanos para poder asesinar con ellas a demonios, algo que siempre se había considerado imposible. Estaba convencido, entonces, de que podría obrar otro milagro.

    Y, finalmente, lo consiguió. Con ayuda de un equipo conformado por científicos y brujos que lo consideraban más genio que loco, pudo diseñar un artefacto que, acoplado a la estructura del portal, lo inutilizaría, creando una especie de membrana de energía mágica que impediría que nada pudiese entrar o salir.

    Para cuando presentó el invento ante la Orden, veinte años habían pasado desde la fundación de la misma. Cansados de la guerra, tras victorias y derrotas igualmente sentidas, el resto de jefes cambió su opinión sobre el proyecto de Firha y lo aceptó, iniciándose así la Última Campaña.

    La parte más difícil del plan sería conseguir que los urraki se replegasen de vuelta a la Dimensión Infierno, pero para ello contaban con dos factores: por una parte, la celebración de la Luna Negra, llevada a cabo por los más poderosos demonios en su tierra natal una vez al año; por otra parte, la infravaloración urraki del ingenio humano.

    Cuando los más poderosos demonios y sus séquitos volvieron a Dimensión Infierno, la Orden, que se había ido distribuyendo cuidadosa y calladamente en las proximidades de los portales, los cerraron con las Llaves Quba, consiguiendo así eliminar la parte más peligrosa de la amenaza demoníaca.

    Tras esto, la Orden se dedicó a eliminar a los demonios que se habían quedado atrás, ejércitos y pequeños caudillos, y a la vez a reconstruir un mundo asolado por una guerra entre especies.

    Por desgracia, muertos los valientes líderes originales de la Orden, su gestión empezó a dejar bastante que desear. No se acabó con todos los demonios de nuestro mundo —todavía existen, bien mezclados entre nosotros, bien ocultos en tierras de difícil acceso; algunos, incluso, adorados como dioses de antaño—, y tampoco se logró una fórmula efectiva de paz.

    Con el tiempo, la Orden del Alba Dorada empezó a enfrentarse a otro tipo de problemas derivados de los nuevos planteamientos de gobierno y, finalmente, fue clausurada a fin de acabar con la corrupción interna que se había ido gestando en sus entrañas, obligando así a cada territorio a organizarse a su propia manera.

    —Capítulo de Historia General de la Tierra de los Siete, escrito por la erudita Nine Torin en el año 20 de la Era del Hombre.


    Dimensión Infierno



    A mi amada Masha:

    ¿Podrías decirme, una vez más, por qué cojones tenemos que volver a Mon Galar? Y no me digas que por tradición, porque sabes perfectamente que a mí las tradiciones me vienen importando una mierda.

    Borra eso, la mierda me importa más que las tradiciones. Con la mierda se puede hacer abono con el que mantener los campos de cultivo en funcionamiento, pero ¿con las tradiciones? No sirven para nada, más que para tener contentos a los cuatro viejos de turno que, por la gracia de la Diosa, han conseguido suficiente poder como para tomar decisiones por el resto de imbéciles que les seguimos.

    ¡Vamos! ¡Sabes que tengo razón! ¡Tú tampoco quieres ir! Y mucho menos para esa ridícula celebración de la Luna Negra. Oh, mira, las tres lunas de Mon Galar se han alineado perfectamente y parecen una sola gran luna negra. Qué maravilla. Aplausos, aplausos. No necesitamos esa excusa para hacer una fiesta, digo yo.

    Además, en Mon Galar no hay nada interesante. Puedes ir a los Barrios Bajos de cualquier ciudad para matar nafaris y nafenas, o puedes ir a un Cónclave a ver a los nefiti fingir ser mucho más de lo que son en realidad. Quizá hasta te puedes tomar la libertad de matar a uno o dos nefiti. Y luego están los nefisos, que lo único útil que hacen es ocuparse de los nefiti en nuestro lugar, y a veces ni eso.

    Por lo demás, ¿qué? Hay un par de sitios bonitos, pero nada se compara a lo que hay en Mon Tara. Lo sabes tan bien como yo. Aquí, hay muchísima luz (es lo que tiene que el sol no se esté muriendo), los prados son verdes, y están los humanos. Son idiotas y débiles, pero también graciosos y muchísimo más provechosos que nafaris y nafenas.

    ¿Por qué no nos quedamos este año? Tú y yo. Puedes venir a mi palacio. ¿No estaría bien? Haré montar un delicioso ágape, correrá el mejor vino de estas tierras y haremos el amor bajo la luna única de Mon Tara hasta que no podamos más.

    ¿No podemos quedarnos aquí para siempre? Pasear por las verdes llanuras, retozar en los dorados trigales, bañarnos en el mar azul o en algún río que encontremos… Ser libres. Sin tradiciones estúpidas, sin la normativa de esos sacerdotes de Janiu. ¡Somos norola, urraki de élite! ¿Qué más da lo que opinen los demás? Los sacerdotes no van a venir a Mon Tara a por nosotros, de todas formas.

    ¡Y vuelve de una vez! ¿Qué más da esa ridícula rebelión? El Valle de Lur no vale lo suficiente como para que me tengas sola durante tantos meses. Te echo mucho de menos.

    Piénsatelo, ¿vale? Y vuelve pronto.

    Te quiere,
    Kina.

    P.D.: He oído que algunos humanos están empezando a llamar a Mon Galar algo así como "Dimensión Infierno". ¿Es cierto? Me parece deliciosamente divertido, si es verdad. Y muy apropiado.

    —Carta de la reina urraki Kina la Bella a su amante Masha la Valiente en el año 110 de la Era de Nieve.


    Demonios



    Los demonios son criaturas provenientes de otro mundo con capacidades mágicas que no podemos permitirnos tomar a la ligera. Dicen que de su unión con humanos nacieron los magos, pero ese linaje corrupto no tiene ni punto de comparación con lo que los demonios más poderosos son capaces de hacer.

    Para bien o para mal, no todos los urraki tienen las mismas habilidades o la misma fuerza, ni física ni mágica. Ellos mismos se dividen en seis rangos escalonados, y esa misma división es la que vamos a utilizar nosotros.

    En primer lugar, están los nafaris o demonios blancos. Son mierdecillas débiles, lo más bajo de la cadena urraki y los más abundantes. Aun así, hacen falta hombres fuertes, bien entrenados y con las armas adecuadas para conseguir matarlos. Que sus poderes sean básicos no significa que sean fáciles de matar.

    Siguen los nafenas o demonios amarillos. Más fuertes que los blancos, pueden hacerte sudar de lo lindo si te enfrentas a ellos solo. Pero son manejables.

    En el límite de lo que un solo hombre puede conseguir, tenemos a los demonios rojos, que ellos llaman nefiti. Un nefiti suele estar al mano de un grupo de nafaris y nafenas. Actúan como jefes de barrio, manteniendo el orden y el control en regiones más o menos pequeñas. Estos bastardos componen la nobleza baja.

    Por encima de ellos están los azules, los nefisos. Son unos mamones acomodados, no suelen hacer nada más que reunirse con nefiti, quizá, emborracharse y follar como animales. Les gusta la música, el teatro y todas esas estupideces de nobles. Además, componen el cuerpo principal de sacerdocio. Suelen relegar en los nefiti.

    Finalmente, tenemos a los norola, los demonios violeta. Estos son los mayores hijos de puta que vais a conocer jamás, y rezo para que nunca tengáis que enfrentaros a uno directamente. Son reyes y generales, la élite, y los peores cabronazos del mundo. Herirlos es prácticamente imposible, ni se diga matarlos. Ni siquiera hemos desarrollado aún armas efectivas contra ellos.

    Si veis a un demonio violeta, corred. Da igual todo lo demás, corred todo lo rápido que podáis.

    Sé que he dicho que hay seis rangos, pero el último es irrelevante para nosotros. Demonios negros no hay en la Tierra de los Siete, así que no debéis preocuparos por ellos.

    Quizá os estáis preguntando cómo se distribuyen los rangos, o cómo un demonio pasa de un rango a otro. La respuesta es, agarraos a la silla, matando. Se matan los unos a los otros, absorben la energía de sus víctimas y, podría decirse, suben de nivel.

    No sabemos exactamente cuántos demonios blancos tendrían que morir para que uno ascendiese a amarillo, pero sí sabemos que una forma rápida (y prácticamente imposible) de subir de nivel es matando a un demonio de ese nivel. Si no, habría que matar a un número equivalente en energía de demonios de rangos inferiores.

    Adorable, ¿verdad?

    Pero es información que necesitamos. Ellos mismos han desarrollado armas con las que matarse entre sí, y como no van a erradicarse los unos a los otros (creedme, todos hemos pensado que podría ocurrir en algún momento y al final nos hemos decepcionado al ver que siempre hay gilipollas nuevos), hemos conseguido nuestras propias armas.

    El jefe Firha, concretamente, ha conseguido, tras años de estudio y perfeccionamiento, darnos una aleación metálica especial con la que podemos matar demonios como si fuesen humanos. Funciona, de hecho, como los propios demonios, por lo que las armas pueden subir de rango, pero para ello deben nutrirse de energía urraki.

    Pongámoslo de otra forma. Esta espada es de rango blanco. Si con ella rebano una treintena de gargantas de nafaris, pasará a ser de rango amarillo y podré usarla para matar a nafenas. Si ahora mismo intento matar a un nafena con esto, no voy a conseguir más que llevarme la paliza de mi vida, si es que sobrevivo.

    Para saber que la espada ha subido de rango, hay que estar atento a la piedra del pomo de la espada. ¿Ves que es roja? Eso es porque esta espada tiene rango rojo. Es una teoría sencilla de entender.

    ¿Veis ahora por qué los demonios violeta son tan peligrosos? Han tenido que cometer auténticas masacres entre los suyos propios para llegar a donde están.

    Subestimar a esos bastardos es un error que no nos podemos cometer.

    —Fragmento de la formación básica a los nuevos reclutas impartida por el comandante Lavon Hugote en el año 10 de la Era de Sangre.



    | Flam |
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    Nombre: Hügo del Brisse
    Edad: 47 años
    Ciudad de origen: antigua Hetsu-an
    Especie: humano
    Ocupación conocida: Defensor de Hetsu (retirado)
    Arma: espada larga y daga
    Una canción para el personaje: Night of the Hunter

    Durante los años más crudos de la rebelión los humanos y los demonios se enfrentaban en cualquier lugar, ya fuera en grandes urbes o en medio del más frondoso de los bosques. El único territorio ajeno a estas batallas fueron las montañas consagradas a Hetsu. Los humanos temían la ira de la diosa del invierno, capaz de convertirlo todo en hielo, pero ¿qué impedía a un ser tan arrogante como un demonio (decían ser hijos de los mismos dioses) luchar en el territorio de una diosa? No se supo hasta la última ampliación de Hetsu-an.

    Pero antes de explicar el motivo de ese rechazo inicial a la lucha, habría que hablar un poco más de Hetsu-an. Comenzó siendo una aldea-refugio para las familias que renegaban de la guerra y los conflictos. Huyendo de la muerte se decidieron por subir a las montañas, cada vez más alto, cada vez más lejos. Los soldados de la Orden les parecían salvajes, y los demonios que les perseguían seres sin ningún tipo de compasión.

    Así, se estableció el primer poblado de Hetsu-an a dos mil quinientos metros de altura (aproximadamente), lejos del alcance de ambos bandos. Gozó de paz durante varias décadas, pero ésta se puso en peligro a medida que avanzaban los enfrentamientos, atreviéndose a llegar a las montañas que antaño respetaban. La gente de Hetsu-an aprendió la lección con el derramamiento de sangre inocente: si quieres paz, prepárate para la guerra. Bajo ese lema se formó un grupo de guerreros que, irónicamente, decían defender la paz con sus armas bien afiladas.

    Quizá los orígenes de «Los Defensores de Hetsu» no fueran los más honorables, pero se aseguraban de cumplir con su cometido. Durante años, demonios y humanos por igual cayeron ante el filo de sus espadas, el que se acercara a la aldea con intenciones hostiles era recibido de la misma manera. Sí era sospechoso que los ataques de los demonios fuesen los más comunes, por un tiempo parecía que bajaban de la montaña y no la trepaban, como hacían los ejércitos de los hombres.

    Si bien los combates contra los demonios sirvieron como entrenamiento a Los Defensores (matar a un humano después de matar a un demonio era algo bastante sencillo), también causaron dolorosas pérdidas que sólo sirvieron para alimentar el odio hacia ellos.

    El problema de las victorias es que uno se termina acostumbrando a ellas, bajando la guardia ante el enemigo en las próximas batallas. Los Defensores estaban acostumbrados a ganar, fuera el que fuera el enemigo, así que cuando se presentó ante ellos un demonio superior —nada más y nada menos que un norola, un demonio púrpura— no dudaron en atacarle como si se tratara del más inofensivo.

    Decir que aquello fue una masacre es quedarse corto. El demonio (que respondía al nombre de Lii-vánne) tuvo tiempo de sobra de convertir Hetsu-an en ruinas y diezmar su población, ignorando quizás a propósito al pequeño grupo que huía.

    El caso es que Lii-vánne bajó las montañas y los pocos —poquísimos— supervivientes treparon: más alto, más lejos. Hetsu-an volvió a establecerse a cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Después de superar los problemas con la falta de oxígeno, y las hemorragias y heridas que arrastraban de la carnicería, consiguieron reponerse. Desde luego, Hetsu velaba por ellos: guio sus pasos por las grutas seguras, les mostró el nacimiento de los ríos, incluso les señaló los valles donde era posible sacar adelante más de una cosecha. Los eruditos de Venubia hablarían de que en ese valle la altitud descendía casi mil metros y recibía más luz solar, cosa que cualquier planta agradecía, la gente de la aldea prefería creer en la bendición de la diosa. No había árboles frutales en Hetsu-an, pero sí árboles del té, café y distintos cereales; también había lugar para el ganado de ovejas lanudas, asnos y bueyes, ¡incluso las flores teñían con sus colores algunas laderas!

    Regresó la vida pacífica a la montaña, y a ella se unió la llegada de valientes refugiados. Y debían ser valientes para atreverse a escalar una montaña y no desmoronarse cuando llegaban a las ruinas de la antigua Hetsu-an, descubriendo que todavía debían ascender unos buenos metros más para llegar a ver seres humanos.

    Retomemos entonces la ampliación del territorio para nuevas viviendas, pues esto está muy relacionado con por qué rechazaban los demonios trepar las montañas o por qué apareció tan alto un norola. Fue en esa expedición cuando encontraron un portal operativo que conectaba con la Dimensión Infierno, desde aquí llegaban los demonios sin ningún esfuerzo. Igual que se lanzaron como desquiciados a por el demonio, también lo hicieron con el portal, cerrándolo con una Llave Quba, ¿cómo llegó esto a Hetsu-an? Uno de los últimos refugiados era un antiguo soldado de la Orden, mutilado en una de tantas guerras.

    Una vez cerrado el portal, toda Hetsu-an respiró. La paz volvía una vez más a la región, y hasta la propia Hetsu bailaba con esta noticia, concediendo inviernos suaves y facilitando la llegada de sus hermanos en el cambio de estación.

    Pero la amenaza de otro ataque nunca desapareció de aquel pequeño grupo de supervivientes, y esto conviene saberlo porque Hügo del Brisse fue uno de los que escaparon. Era apenas un crío y recibió un buen tajo que le marcaría medio cuerpo de por vida, la cicatriz empieza en su rostro y baja hasta marcar hombro y parte del pecho; la hemorragia fue terrible pero, contra todo pronóstico, Hügo sobrevivió.

    No creció adoptando la vía pacífica que volvía a estilarse por Hetsu-an, sino reviviendo el entrenamiento tan duro de Los Defensores. Creció sin dejar de practicar (a esto ayudaba tener más personas interesadas en la defensa de esta curiosa paz armada). Tenía un solo propósito en mente: matar al demonio que arrasó su aldea. Claro que ir a por un demonio a mano descubierta sería un suicidio, lleva con él una espada de rango amarillo que resulta intimidante, aunque palidece si se compara a la daga que esconde en su cinturón. Es una reliquia de la primera Hetsu-an, una hoja pequeña pero terrorífica de rango azul.

    Durante toda su vida ha estado yendo y viniendo de Hetsu-an, a veces trabajando como mensajero, a veces como guerrero, a veces como acompañante (cosa que suele hacer a regañadientes, no es muy fan de los eventos sociales). El trabajo que acepta siempre encantado es el de cazador de demonios, intuye que cada demonio caído le acerca más a aquel norola que acabó con su aldea.

    Hügo no parece darse cuenta de que con sus matanzas de demonios se convierte en algo peor que ellos. Ha matado niños, mujeres embarazadas, ancianos… Según su propia experiencia: todo lo que parezca un demonio debe ser uno. Estrictamente hablando, es un asesino. Y uno despiadado, vistos sus antecedentes: ¿quién es entonces el verdadero demonio, el niño que huye o el humano que sonríe al matarle?

    Las recompensas por cumplir los contratos son bien diversas, desde monedas de plata hasta prendas usadas. Lo más extraño que recibió fue un huevo, al principio pensó en sacar un buen dinero dado su tamaño, pero descubrió pronto lo rápido que eclosiona el huevo de un ave si se guarda entre los mantos que le protegían del frío. Se esperó un águila, una gallina muy gorda o incluso un avestruz (en el desierto de Tagdabho eran el ave más común), pero nunca… Nunca se esperó a Olivia.
    A partir de ese día nunca volvió a viajar solo.


    Le gusta:
    —El frío, la nieve, el hielo; ha nacido para vivir en pleno invierno.
    —Su compañera, Olivia. Llevan 20 años viajando juntos.
    —La escalada. No puede evitarlo, le gustan los lugares altos.
    —Disfruta de los sabores amargos.


    No le gusta:
    —Detesta los demonios.
    —El calor.
    —La noche. Con la oscuridad viene la luna, y con ella, los demonios.
    —Las ciudades demasiado pobladas, prefiere la vida natural y aislada de las montañas.


    Información extra:
    —Hetsu no es la única diosa para los humanos. Existen ella y sus hermanos, todos hijos del mismo sol y la propia luna. Hetsu siendo la hermana mayor, armada con el hielo y con la nieve; Galea la siguiente, la dulce primavera que hace florecer los pastos y criar a los animales; luego Tagdabho, cuyo calor casi hace competencia a los rayos de su padre; y, por último, el pequeño Mohlu, que puede parecer el más tímido de los hermanos, pero trae consigo los vientos del otoño.

    —Hetsu, además del nombre de la diosa, es el nombre que se le da a toda la región montañosa y dependiendo de la altitud, será una parte de ella. Así, la falda de la montaña se la conoce como los pies de Hetsu, la antigua Hetsu-an se situaba en sus piernas, y la actual en su vientre (por eso se cree tan fértil el valle que desciende por él). Sus hombros forman una auténtica cordillera casi infranqueable, y cuentan los montañeros más avezados que la vista desde los ojos de la diosa es tan sobrecogedora que es imposible no romper a llorar.

    —Hügo ha llegado a la coronilla de Hetsu, y lo único que dijo al mirar el paisaje a sus pies fue «wow».

    —Ha jurado matar a Lii-vánne con sus propias manos, no descansará hasta conseguirlo.

    —No es nada fácil lograr que Hügo se canse. La resistencia es, sin duda, su habilidad más sorprendente.

    —En su bolsa siempre encontrarás ungüentos para los cortes, hojas de té, restos de una llave Quba y pescado seco.

    —El pescado es para Olivia.

    —Olivia es algo así como su pájaro de apoyo emocional, aunque llamar «pájaro» a Olivia es, quizá, tomarse una gran licencia con su descripción. Olivia mide metro y medio de alto, por no hablar de la envergadura de sus alas, que superan los dos metros.

    —El lugar favorito de Olivia para descansar es sobre los hombros de Hügo. Sorprende ver a un pájaro de su tamaño sobre la espalda de un hombre, pero Olivia no pesa más de seis kilos. Hügo entrenaba con piedras más pesadas cuando era un niño.

    —Olivia no es un pájaro amable. Uno de sus pasatiempos es asustar a la gente: puede pasarse horas enteras sin mover una sola pluma para luego moverse de repente o hacer un escándalo con el pico.

    —A diferencia de Olivia, a Hügo sí se le da bien el trato con las personas.


    Apariencia:
    Hügo impone, ya puede ser por sus cicatrices, su altura o las manchas de sangre casi permanentes en su ropa. Es fácil imaginarle como un armario: alto y ancho. Lleva toda la vida entrenando, sus músculos no se desinflan.


    | Ban |
    SPOILER (click to view)


    TARISH
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    DATOS

    EDAD:
    34 años.

    OTROS NOMBRES:
    -Kan Ba (Gran Ladrón).
    -Viloshi Natu (Puta de Vilosh).
    -Magistrado Tarish Biekne.

    ESPECIE:
    Urraki.

    RANGO:
    Norola.

    ARMA:
    Lerba, un abanico.

    ORIENTACIÓN SEXUAL:
    Homosexual.
    APARIENCIA
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    »Inteligencia y fuerza son lo único importante.

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    Cualquiera que lo viese podría jurar sin temor a equivocarse que Tarish es un joven apuesto y de buena familia. Sus facciones delicadas y su piel suave le hacen aparentar mucha edad menos de la que realmente tiene, y no suele tener prisa en corregir este error.

    Tiene el pelo largo y ondulado, casi siempre recogido en algún peinado complicado, de color castaño cobrizo, casi pelirrojo. Sus ojos son grandes y expresivos, verdes con el centro de tonos entre pardos y dorados.

    Destacan dos pecas bajo el ojo izquierdo y una en la mejilla derecha, aunque tiene más repartidas por el cuerpo.

    Su constitución es delgada, aparentemente frágil, incluso, con una cintura estrecha y una musculatura apenas notable, salvo cuando hace algún alarde de fuerza o elasticidad.

    En cuanto a su indumentaria, gusta vestir telas buenas de distintos colores, aunque siempre combinados de manera exquisita. No es raro verle con paletas brillantes, como amarillos y naranjas, o azules de distintos tonos. Si viste algún color oscuro, será como detalle o porque la situación así lo requiere.

    Prefiere que su ropa, sea de la confección que sea, se ciña a su cintura, y a tal efecto suele llevar algún cinturón o lazo donde aprovecha para guardar su abanico cuando no lo lleva en la mano.

    Por último, conviene señalar que suele calzar tacones para elevarse hasta el 1.70, y sus brazos están prácticamente siempre cubiertos con guantes largos, un capricho propio de la nobleza venubiana.

    [Todavía no hay imagen, paciencia xd]

    All the glory lies ahead for me
    Playlist
    > Came for Blood
    00:30 ──❙────── 03:33
    > Killer
    00:21 ─❙─────── 02:29
    > Walk like gigants
    01:34 ────❙──── 03:34
    > Reckless
    00:56 ───❙───── 03:34
    > Hook’d
    02:10 ─────❙─── 03:56



    DE CERO A HÉROE
    —o algo parecido—


    Nacer en una familia pobre es siempre una putada, pero cuando eso te ocurre en Mon Galar, conocida por los humanos como Dimensión Infierno, es una jodienda de primer orden.

    Los Barrios Bajos es donde se concentra la pobreza. Son un entramado laberíntico de callejuelas estrechas, casas construidas sin un plan de ordenación urbana, con plazas escasas y desornamentadas, zonas sucias y contaminadas y, sobre todo, unas estadísticas de criminalidad apabullantes.

    Ahí se apiñan los demonios blancos y amarillos, principalmente, malviviendo y, de vez en cuando, sufriendo persecuciones que buscan acabar con su vida para que algún tipo listo ascienda de rango.

    Las familias se protegen las unas a las otras y no es raro que se hagan agrupaciones de demonios de bajo nivel que, a modo de gremios, trabajan juntos o viven en una misma cuadra y luchan codo con codo para proteger lo suyo y a sus compañeros, confiando en que la unidad haga la fuerza.

    A veces funciona. A veces es un puto desastre.

    Ese fue el ambiente en el que creció Tarish. Su padre era algún desgraciado de por ahí, a saber si simplemente se largó de casa o si lo mataron cuando volvía del trabajo. La cosa está en que sólo tenía a su madre y al Grupo de su bloque, pero sólo durante un tiempo.

    Para cuando tenía diez años, estaba totalmente solo, manchado de la sangre de su familia y vivo gracias a la intercesión de la Diosa. Si no hubiese sido suficientemente flexible como para meterse en ese pequeño armarito, habría sido asesinado como todos los demás. Como su madre.

    No es, desde luego, un inicio prometedor. Un niño de rango bajo, totalmente desprotegido, no puede hacer mucho por sí mismo. Apenas sabía leer o hacer operaciones matemáticas, sólo tenía cierta formación en el taller carpintero del tío Gao. Estaba perdido, solo, triste y enfadado.

    Por suerte, no era el único niño en esa situación. Encontró a un nuevo Grupo, una panda de chiquillos perdidos, tristes y enfadados, pero no solos. Juntos formaban las Ratas de Grina, ladronzuelos y mensajeros que se movían rápidamente no sólo por los Barrios Bajos, sino por todos los círculos.

    Tenían tratos con los nefiti de la Grina, su ciudad, lo que les garantizaba cierta protección. Era raro encontrar a una Rata muerta, y a veces el asesino era ajusticiado por el nefiti de turno.

    Gracias a su asociación con este Grupo, Tarish pudo enterarse de que el norola que dominaba la ciudad estaba buscando nuevo personal. Y no había que ser muy listo para saber que ponerse bajo la protección de un norola era una oportunidad de oro. ¡Incluso mejor que aspirar a servir a un nefiso!

    Si lo conseguía, nunca más tendría que luchar para conseguir un sitio donde dormir, nunca más tendría que matar para hacerse con comida y nunca más tendría que preocuparse por si vería o no un nuevo día.

    Sin nada que perder, pero con mucho que ganar, utilizó su recién estrenado rango amarillo para hacerse un hueco en el primer vehículo que le llevaría a su destino. Las plazas que ofrecía el norola eran limitadas, así que aprovechó el viaje para pensar la mejor estrategia.

    A sus diecisiete años, Tarish había vivido lo suficiente en los Barrios Bajos como para conocer distintas técnicas de supervivencia, no sólo de lucha. Y como miembro de las Ratas de Grina, había reunido rumores e información suficiente sobre aquel norola como para hacerse una idea de cómo llamar su atención.

    Por eso, una vez hubo pasado la primera criba (un examen físico para descartar a cualquiera con taras físicas y un breve cuestionario sobre posibles habilidades), Tarish se presentó delante de Vilosh, gobernador de Grina y alrededores, y, mirándole a los ojos con una sonrisa dulce, se desnudó delante de él y avanzó hasta sentarse en su regazo.

    A Vilosh debió gustarle ese atrevimiento, porque le rodeó la cintura con un brazo y, sin decir nada más, mandó llamar al siguiente de la lista.

    Durante diez años, Tarish estuvo al servicio de Vilosh. Principalmente calentaba su cama, pero también utilizó sus habilidades de rata para compilar secretos de la corte que susurraba amorosamente al oído de Vilosh.

    Qué le llevó a terminar con eso es un misterio. ¿Acaso Vilosh le traicionó de alguna manera? ¿Se sintió amenazado al acercarse a la treintena? ¿Quizá había desarrollado hambre de poder, o tal vez había sido su plan desde el principio? Es imposible saberlo.

    Lo que está claro es que una noche, después de complacer a su rey, Tarish sonrió, tal dulce como siempre, y le abrió el cuello con un abanico imbuido de energía norola. El muchacho absorbió el poder de su amante y pasó así de ser un nefiti a ser un norola, un salto de dos rangos que le obligó a guardar cama durante una semana entera mientras terminaba de asimilar su nuevo poder.

    Una vez estuvo listo, anunció públicamente que él era el nuevo soberano. A las pocas horas, aplastó él solo un intento de rebelión, consolidando su poder y ascendiendo inmediatamente a ocupar un puesto en el reducido Consejo Norola.

    NUEVAS AMBICIONES


    Toda su vida, Tarish había escuchado historias sobre Mor Tara, un mundo de luz clara y nítida donde se podía respirar y donde había un eslabón más débil que los demonios blancos: unas criaturas llamadas humanos.

    No era difícil imaginar cómo eran los humanos. Tenían el mismo aspecto que los urraki, básicamente, pero no tenían magia, salvo que su genealogía se remontase a los urraki, lo que los hacía víctimas ideales.

    Lo que sí le costaba era visualizar Mor Tara. Viajando por Mor Galar había visto montañas altas, ríos serpenteantes y campos extensos, pero ninguno se asemejaba a lo que se decía en los cuentos. Era el sueño de todo joven urraki llegar a ver Mor Tara algún día, y eso incluye a Tarish, por supuesto.

    Sin embargo, la única forma de cruzar al otro lado era mediante portales que llevaban décadas cerrados. Los urraki habían intentado mil cosas para volver a abrirlos, pero nada parecía ser efectivo, por lo que los sueños y esperanzas de bañarse en ese sol amarillo eran, eso, meros sueños.

    Claro que una vez Tarish se convirtió en un norola empezó a pensar que lo que los rangos inferiores llamaban imposible no tenía necesariamente que serlo. Quizá los portales podrían reabrirse si se utilizaba suficiente poder, si los norola colaboraban juntos.

    Al menos para abrir un portal. Con eso sería suficiente.

    Pero no podía reunirles y lanzarles la sugerencia a la cara. Acababa de subir al poder, era el más joven con diferencia de todos ellos y, además, no tenía nada que respaldase su idea.

    Así que se dedicó a investigar. Había aprendido a leer con las Ratas de Grina y había descubierto cierto placer en sumergirse en la amplia biblioteca de Vilosh. Poesía, novelas, reflexiones sobre arte y moda, todo eso se volvió una compañía maravillosa durante las horas muertas que traía consigo la vida de amante.

    Pero ahora no buscaba esos libros, sino escritos sobre magia, sobre Mor Tara, sobre los portales. Hizo algunos viajes al portal más cercano, lo estudió, contrató incluso a un par de expertos para que le diesen sus opiniones y asesoramiento.

    Y, por fin, consiguió una estrategia que podría funcionar. Pero seguía necesitando a los otros norola.

    La gracia de los urraki de élite es que cada uno vive en su propio territorio, normalmente en un palacio o al menos en una mansión, ocupándose de sus asuntos, y rara vez se reúnen, salvo para alguna celebración, como la de la Luna Negra, o para reuniones convocadas por otro norola.

    Tarish sólo los había visto una vez fuera de los rituales religiosos, así que cuando consiguió convocarles, buscó aparecer con una imagen tranquila y confiada. Su mejor peineta, una túnica medio abierta, una bata caída y botas altas, medio recostado en su sillón, consiguieron llamar la atención de al menos tres norola, lo que podía considerarse un triunfo, de buenas a primeras.

    Con su abanico en la mano, expuso su plan, intentando atender a los intereses particulares de cada uno y, a la vez, a un objetivo común: recuperar lo que era suyo, vengarse de la Orden del Alba Dorada.

    Fueron días de reuniones y negociaciones, pero al fin lo consiguió, y para cuando se quiso dar cuenta estaba, por fin, atravesando un portal a Mor Talar. Y una vez abierto un portal, las Llaves Quba que sellaban los otros parecieron perder fuerza y, poco a poco, fueron abriéndose, al menos los más pequeños.

    La cosa está en que a Tarish en seguida le gustó aquel sitio y en seguida le gustaron los humanos. Apenas un mes después de su incursión, se dio cuenta de que la idea de dejar que sus compañeros convirtiesen esos hermosos parajes en ríos de sangre y carnicerías no le parecía tan atractiva como deleitarse con las uvas, las flores, la música y los hombres humanos.

    Volver a llevar a los urraki más poderosos a Mor Galar no era difícil, bastaba con convocar una nueva reunión norola o aprovechar, como ya hizo la Orden en su día, alguna celebración que les bajase la guardia. Lo difícil era la segunda parte: debía encontrar una forma de volver a cerrar los portales, esta vez de forma definitiva.

    Y un día le vino la idea. ¿Y si ascendía a rango negro?

    MAGISTRADO TARISH BIEKNE


    Tarish en ningún momento anunció a los humanos que él era uno de los urraki más poderosos que habían pisado su mundo. No, prefirió mezclarse entre la multitud, adoptar un personaje que le permitiese moverse a placer por aquí y por allá.

    Así que escogió el título de magistrado de Bilbina e incluso se tomó la molestia de contratar a alguien que redactase una serie de papeles que lo legitimasen como perteneciente a la nobleza de Venubia, región donde se sitúa Bilbina.

    A todos los efectos, Tarish Biekne era un joven erudito nieto de uno de los más fieles servidores de Fihra Nanala y, ante la reapertura de los portales, había partido en un viaje de investigación, esperando conseguir la suficiente información y el material necesario como para desarrollar una manera de cerrar y bloquear los portales a Dimensión Infierno para siempre.

    Y, mientras tanto, no hay pecado en pasarse por alguna fiestecita, ¿verdad?



    || Lo que esconde el abanico ||


    Sentado frente a un espejo, cepillaba cuidadosamente su cabello con un cepillo de madera con incrustaciones de taracea, canturreando con voz dulce una antigua canción. La sonrisa que adornaba sus labios era bonita y reflejaba una tranquilidad que resultaba inaudita para cualquiera que le hubiese visto apenas cinco minutos antes.

    Igual que él, muchas otras personas se habían acercado a aquella ciudad para atender a la fiesta que tendría lugar en la Mansión Ghoa para conmemorar el cumpleaños de la duquesa Vivienne Ghoa. Los festejos durarían mínimo tres días, pero lo importante ocurriría el primero de ellos, por lo que nobles de sitios lejanos de la región se habían ido reuniendo allí con cierto tiempo de margen.

    Tarish era uno de ellos. Se había puesto en marcha apenas había recibido la invitación, sabiendo que faltar a aquella fiesta le haría perder el posicionamiento social que tan duramente había trabajado durante todo aquel año.

    Encontró un buen hospedaje en un alojamiento de buena categoría y consiguió además una de las mejores habitaciones. Era perfecta: espaciosa, con una cama amplia y cómoda con dosel, un baño con bañera y agua corriente e incluso un balcón que le daba preciosas vistas del Parque Grande de la ciudad.

    Sí, la habitación era perfecta. Salvo por sus vecinos, claro. La primera noche la había pasado siendo el único inquilino, bebiendo vino en el balcón bajo la luz de la luna y disfrutando de una cena considerablemente buena, pero al día siguiente el resto de habitaciones se habían ido ocupando y resultó que justo la que había pared contra pared con la suya fue alquilada por un matrimonio extraordinariamente ruidoso.

    Su segunda cena fue abruptamente interrumpida por risotadas que parecían las quejas de algún animal de granja. Después, siguió una hora de conversaciones estúpidas a tal volumen que no dudaba que serían escuchadas por todos los inquilinos.

    Intentó ser agradable. Mandó a Balai a llamar a la puerta y pedirles que moderasen el tono, pero la mujer sólo recibió un gesto de desdén y un portazo antes de que se reanudasen los ruidos.

    Tarish sintió que el vino se avinagraba, el pollo se resecaba y las patatas se reblandecían sólo por la molestia que le suponía aquello, así que decidió cortar el problema de raíz. Y ahora se peinaba y canturreaba mientras Balai suspiraba y frotaba su bata para quitar los restos de sangre.

    En realidad, Tarish era tan rápido que apenas habían caído algunas gotas en la bata, pero como la tela era blanca, resaltaban morbosamente con su rojo y habría sido imposible para nadie pasarlas por alto. Por suerte, Balai estaba ya acostumbrada, y además era sangre tan fresca que no estaba poniendo mucha resistencia a ser eliminada.

    —Amo. —se quejó mientras colgaba la bata para que se secase sin formar grandes arrugas —. Eso ha sido excesivo, ¿no cree?

    Tarish soltó una risita mientras tomaba un nuevo mechón entre sus dedos para desenredarlo.

    —¿Excesivo? ¿Por qué?

    —Ha matado a dos personas. —suspiró Balai, hablando ahora apenas en un susurro —. ¡La gente se dará cuenta!

    —Tonterías. —sonrió Tarish, moviendo el cepillo de lado a lado como para espantar moscas —. Sólo tienes que deshacerte de los cadáveres antes de mañana. Con eso debería bastar. — Vio a través del espejo que Balai no parecía convencida, así que suspiró y se giró hacia ella, dejando el cepillo sobre el tocador y cruzando una pierna sobre la otra —. ¡Te preocupas demasiado, Baba!

    —¡Usted se preocupa demasiado poco, amo! ¡Me pidió que le protegiese, pero es muy difícil si actúa de forma tan impremeditada y aleatoria!

    Tarish no dignificó aquello con una respuesta, sino que rodó los ojos con un suspiro exasperado y volvió a mirarse en el espejo, retomando el cepillo y terminando de desenredar sus rizos.

    —Si no te gusta, puedes irte cuando quieras.

    —Amo…

    Al ver el mohín de Tarish, Balai decidió dejar la discusión aparcada. Temía que si presionaba un poco más ella sería el nuevo objetivo de su amo, y desde luego no era algo que le pareciese apetecible.

    Prefirió recoger los platos de la cena y dejarlos apilados en la bandeja en la que los habían traído un par de horas antes, y miró otra vez a Tarish, que ahora se trenzaba el pelo, retomando la cancioncita de antes, aunque con una cara algo más seria.

    —Amo, voy a sacar la basura. —dijo con calma.

    —Aquí estaré. —fue la respuesta que obtuvo junto a una mirada serena a través del espejo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    A la mañana siguiente, Tarish salió para dar un paseo y saludó educadamente a la sirvienta que llamaba tímidamente a la puerta de la habitación de al lado en busca de recuperar la bandeja de la cena y ofrecer la del desayuno.

    Al no obtener respuesta, insistió una vez más, ya que aquella era la hora que el matrimonio había establecido el día anterior, pero el silencio que recibió a cambio hizo que la sirvienta recogiese otra vez la bandeja y bajase por la escalera de servicio, más discreta que la principal.

    Tarish y Balai no regresaron a la habitación hasta media tarde, cargando la mujer una bolsa con las compras de su señor. Eran un par de libros, una escribanía de camino —un estuche de madera donde se guardaban cálamo, cortaplumas y tintero de viaje— para sustituir la vieja y una cajita que contenía dos delicados pendientes de madreperla, oro, esmeraldas y perla que había encargado a un orfebre a su llegada a la ciudad.

    La puerta de la habitación de al lado estaba abierta y había un hombre fuera que, al verlos llegar, se despegó de la pared, en la que estaba apoyado, y se quitó el sombrero para saludar.

    Era un hombre apuesto, ya en la cuarentena, bien afeitado y vestido de forma sobria, pero limpia. Sus manos mostraban que debía ser un hombre fuerte, y la espada que colgaba de su cinto lo marcaba como alguna figura de autoridad.

    —Buenas tardes. —sonrió Tarish, mirándole con curiosidad —. ¿Desea algo?

    —Sí. Soy el detective Boyard, Pierre Boyard.

    —Magistrado Tarish Biekne. Ella es mi guardiana, Balai.

    La interpelada hizo un gesto con la cabeza y Boyard se lo devolvió con estoicismo.

    —¿Ha ocurrido algo, detective? —preguntó Balai.

    —Me temo que sí, señora. Sus vecinos, el señor Crila y la señorita Elains se encuentran desaparecidos.

    —¡Oh! —Tarish desplegó su abanico con un golpe de muñeca y lo agitó un poco para darse aire —. ¡Desaparecidos! ¿Cree usted que puede haber sido un secuestro?

    —No puedo dar información sobre una investigación en curso. —dijo Boyard con un tono de disculpa —. ¿Escucharon algo extraño anoche o tal vez esta mañana?

    —No, en lo absoluto. —suspiró Tarish, cerrando el abanico y apoyándolo en sus labios mientras hacía memoria —. Es cierto que el señor… ¿Crila, ha dicho?, y su acompañante armaron cierto alboroto, pero después debieron irse a dormir y todo quedó en silencio. Esta mañana he despertado con el sonido de los pájaros, nada más. ¿Y tú, Baba?

    —No puedo añadir nada a lo dicho por mi señor, detective.

    Boyard los miró unos segundos, pero terminó por sonreír y hacerse a un lado con una pequeña reverencia para dejarles acceder a su dormitorio.

    —Muchas gracias a ambos. Espero poder acudir a ustedes si tengo nuevas preguntas.

    —¡Por supuesto! Será un placer. —Tarish le dirigió una sonrisa que sólo podría calificarse como coqueta mientras volvía a abanicarse, esta vez a un ritmo más perezoso, con el abanico medio cubriendo la mitad inferior de su rostro —. Quizá le valdría la pena pasarse esta noche por la mansión Ghoa. Si el señor Crila estaba aquí, seguramente sería para ir a la celebración. ¡Tal vez encuentre ahí nuevas pistas para su caso!

    Boyard carraspeó y luego hizo una pequeña inclinación con una leve sonrisa en los labios.

    —Lo cierto es que eso pensaba hacer, pero es usted muy amable, magistrado.

    —Nos veremos esta noche, entonces.

    Y con una última sonrisa, Tarish entró en la habitación y Balai cerró la puerta.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Era la primera vez que Balai se sentaba en ese taburete, frente al dichoso espejo. Se miraba con el ceño un poco fruncido, pasando su ojo de su cara a la de Tarish. El joven amo estaba tras ella, cantando alegremente una vieja canción en algún dialecto urraki mientras la peinaba.

    Le había dicho que ni siquiera una guardaespaldas sería bien recibida en la Mansión Ghoa si no iba debidamente arreglada y después había insistido en peinarla y maquillarla. Balai se había negado en redondo al maquillaje, al menos al tipo de maquillaje que Tarish acostumbraba a usar, pero había tenido que ceder al peinado a terminar con un toque de color en los labios.

    No se sentía cómoda con aquellas exhibiciones. Ella había sido entrenada como una guerrera de Tagdabho, sin lujos ni ostentaciones. No es que en el desierto del que venía no hubiese una aristocracia con grandes despliegues de riqueza y poder, simplemente las guerreras del Templo crecían ajenas a todo esto.

    Podía soportar que Tarish a veces fuese desmedido y que gustase las telas caras y la joyería elegante, pero no que se le impusiese a ella. Por eso, su ceño no se desfrunció desde el momento en el que Tarish empezó a peinar su melena roja y siguió firmemente arrugado mientras accedía, de mala gana, a llevar un juego de pendientes.

    —Estás perfecta. —murmuró Tarish con una sonrisa satisfecha —. Ahora, tu ropa.

    —¿Me va a hacer ponerme vestido, amo?

    —No, no. Sé que me odiarías el resto de tu vida si te hiciese ponerte un vestido. —se rio Tarish, poniéndole las manos en los hombros e inclinándose hasta que sus mejillas se juntaron —. ¿Recuerdas que hace un tiempo te encargué un conjunto de gala?

    —Para aquel simposio del Magisterio, ¿no? —recordó la mujer aún con el ceño un poco fruncido.

    —Así es. —Tarish le besó la mejilla y se separó de ella, yendo a por su bolsa —. Póntelo, ¿mn?

    Quien no conociese aquella magia, se quedaría muy sorprendido de ver a Tarish meter un brazo entero en una bolsa tan pequeña y encima sacar de ella varias prendas de ropa bien dobladas que obviamente no podían caber ahí. No era lo único que había dentro, por supuesto, y de hecho apenas le dio el conjunto para que se vistiese, Tarish volvió a meter la mano para sacar su ropa.

    Tarish se vistió con telas de brillantes colores amarillos y anaranjados que combinaban con el azul eléctrico de su cinto y de sus guantes, así como el azul más oscuro de las botas, aunque de nuevo eran dorados los tacones. Recogió su pelo con trenzas, manteniéndolo en su sitio con un lazo amarillo, y lo coronó con una peineta dorada con zafiros incrustados.

    Finalmente, su maquillaje también fue cuidadoso, centrándose en los ojos, donde ahora se resaltaban las motas doradas del iris. Dos puntos azules bajo los ojos y un poco de pintalabios en el labio superior completaron el atuendo.

    —Creo que voy a acostarme con el detective. —comentó mientras se terminaba de retocar la sombra de ojos.

    Balai respiró hondo y contuvo una risa mientras terminaba de guardar su látigo. Lanzó una última mirada a su reflejo y se tocó el parche que cubría su ojo derecho, pero después suspiró y abrió la puerta para salir de la habitación con su señor.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    La Mansión Ghoa se situaba a unos cinco kilómetros de la ciudad y estaba rodeada de suntuosos jardines llenos de flores, árboles, fuentes y estatuas que embellecían la vista y marcaban caminos para los visitantes.

    La fiesta se extendía no sólo al recibidor del edificio principal, sino también a los jardines, habiendo damas y caballeros charlando en una glorieta o hablando en corrillos cerca del estanque mientras sirvientes iban y venían con bandejas con copas y comida y algunos animales como pavos reales pululaban a sus anchas sobre la hierba y los senderos de piedra.

    Tarish había entrado para saludar a la anfitriona y entregarle su regalo, la caja con los pendientes, y Vivienne había reído, maravillada por las piezas, antes de disculparse para ir a su vestidor. Quería lucir esos pendientes, pero su vestido no combinaba con ellos, así que debía cambiar todo su vestuario para hacerles justicia.

    Satisfecho, Tarish bebió, comió y habló un poco con otros distinguidos invitados, pero dentro hacía demasiado calor y el olor de tantos perfumes fuertes le desagradaba, así que decidió salir al exterior seguido fielmente por Balai.

    Pareció que aquello estaba cronometrado, porque apenas puso un pie en el jardín, vio aparecer al detective Boyard con un uniforme militar de gala. El hombre pareció algo sorprendido al ver a Tarish con toda la parafernalia, pero después sonrió y se acercó para saludarle besándole una mano de forma tan galante que Balai puso los ojos en blanco mientras su amo se abanicaba con una sonrisita.

    —Buenas noches, magistrado.

    —Detective. —saludó con una sonrisa medio oculta por el abanico.

    —Ah, disculpe, señora. —se corrigió al darse cuenta de la presencia de la guardiana (y esto era algo extremadamente fácil, dado lo alta que era Balai).

    —¿Quiere que le traiga alguna bebida, o tal vez algún aperitivo?

    —Oh, no, no. Gracias, magistrado, pero no puedo. Estoy de servicio.

    —¡Ah, sí, el caso del señor Crila y la señorita…! ¿Ha hecho algún avance en el caso?

    —He conseguido algo más de información, pero todavía no tengo nada concluyente.

    Tarish se acercó entonces al detective, poniéndose un poco de puntillas para acercarse más a su cabeza. Boyard, al notar esto, se inclinó también, aspirando el discreto aroma floral de Tarish y mirándole atentamente mientras el de amarillo cubría sus rostros con el abanico.

    —Me ha parecido que la vizcondesa Asen nombraba a la señorita Elains y a la señora Crila antes.

    Boyard irguió la espalda, mirando a Tarish con gravedad mientras sopesaba la información. Terminó por sonreír y volver a besarle los dedos antes de disculparse y retirarse educadamente.

    Tarish le vio marchar, fijándose en su espalda y los pliegues de su ropa en su firme trasero de guerrero, y sólo apartó la vista cuando Balai carraspeó. Sacudió un poco la cabeza y empezó a caminar para pasear un poco más, buscando alguien que tuviese una conversación agradable.

    Por desgracia, aquellos eventos eran todos iguales. Cotilleos ridículos la mayor parte de ellos, poca charla interesante y muchísimo menos conversaciones trascendentales. Estaba por darse por vencido cuando vio un rostro conocido, y se acercó a aquellos otros magistrados con una sonrisa dulce mientras Balai se acercaba a ayudar a una de las camareras, que había estado a punto de tropezar y causar un pequeño desastre.

    Si Tarish se fijó en esto, no le prestó atención, prefiriendo entrar en el corrillo con otros dos hombres y una mujer.

    Fue en medio de esta conversación cuando vio al otro lado de una fuente a un hombre que destacaba sobre los demás. Su ropa era austera y oscura, pero lo que más le llamó la atención fue su cara de absoluto aburrimiento. Todo él emanaba un aura que parecía gritar «no quiero estar aquí», pero dejaba que una mujer le tomase del brazo y le diese pequeños golpes en el pecho entre risas y verborrea inútil sobre la última moda zapatera de la capital.

    Era un hombre muy guapo, incluso más que el detective, y algo mayor que Boyard. Tenía algunos mechones canos y unos ojos que, cuando se cruzaron con los de Tarish, le hicieron soltar un suspiro.

    Le sostuvo la mirada mientras se abanicaba de forma coqueta, analizándole y casi invitándole a acercarse a él, pero si el hombre pilló la indirecta, la rechazó de plano. Aun así, cuando volvió a mirarle, Tarish abrió el abanico contra su pecho y acarició el borde de las varillas con la mano libre, indicándole que quería hablar con él. De nuevo, no recibió respuesta, así que hizo un pucherito.

    Volvió a la conversación, pero también siguió mirando de vez en cuando al hombre, y cuando vio que la mujer que lo acompañaba se disculpaba para irse, aprovechó para acercarse él, cogiendo por el camino dos copas. Le entregó una y le sonrió.

    —Me llamo Tarish. ¿Podría quedarme un rato con usted?

    Decidió tomar el gruñido como una afirmación y se puso a su lado, bebiendo un sorbo lento mientras seguía abanicándose. Las noches empezaban a ser calurosas y él no estaba demasiado acostumbrado a aquello, siendo su tierra natal fría por naturaleza.

    Alzó un poco las cejas al ver que Balai se había quedado hablando con la camarera y sonrió, mirando después de reojo al hombre.

    —Estas fiestas son mortalmente aburridas, ¿no le parece? En media hora habrá un espectáculo sorpresa y después un baile, pero eso tampoco garantiza mucha diversión. Aunque seguro que es maravilloso bailar con alguien como usted. Parece un hombre fuerte y de pasos seguros, ¡todo un guerrero! —sonrió, dándole un golpecito suave con el abanico en el brazo —Su coordinación debe ser exquisita. ¿Quizá podría reservarme un baile?

    La respuesta fue un muro de silencio que le hizo suspirar. Enrolló uno de los rizos que había dejado sueltos en un dedo y le miró, medio ocultando su boca con el abanico mientras pensaba.

    —He visto que ha venido acompañando a la señorita Muleau. —Sólo utilizó ese título porque la mujer no estaba casada, pero de señorita tenía poco a sus cincuenta y dos años —¿Le ha contratado para venir con ella? Usted no parece el tipo de hombre que vendría a una fiesta así sin otro tipo de motivo. ¡Oh! —se abanicó otra vez de forma que su rostro se tapaba parcialmente, enmarcando sus ojos gatunos —¿O quizá está de tapadera con el detective Boyard? Si es así, está bien, mantendré su secreto. —Pero no, su reacción no parecía la de un policía —. He errado el tiro, ¿mn? ¡Ay! ¡Es usted tan callado! ¿No ve que sólo intento ayudarle a combatir el aburrimiento?

    Suspiró de forma dramática y terminó sentándose en el borde de la fuente, con sus pies colgando a un par de centímetros del suelo. Volvió a mirar en dirección a Balai y suspiró ahora de manera lastimosa.

    —Mire, esa mujer de ahí es mi guardaespaldas. Pero con cómo está riéndose con esa muchacha, creo que voy a tener que volver solo a la habitación. Normalmente no me importaría, ¡pero esta noche me da miedo dormir solo! ¿Sabe? La pareja de la habitación de al lado desapareció misteriosamente. ¿Y si fue un secuestro? No creo que nadie fuese a por mí, pero me sentiría muchísimo más seguro con alguien cerca. —Cerró el abanico y tomó el brazo de aquel misterioso hombre, bajando otra vez al suelo y pegando su pecho a él —. ¿Quizá un hombre fuerte que pueda defenderme de posibles peligros?


    SPOILER (click to view)
    Bien, veamos. Lo primero y principal: Balai. La imagino como una mujer gerudo (X). Habría nacido en el desierto, en el seno del templo de Tagdabho, como una de sus guerreras. En algún momento su grupo recibió un ataque y fue destruido, y ella perdió un ojo, pero fue salvada por Tarish, que prácticamente pasaba por ahí de casualidad xdd Le juró lealtad y aquí estamos.

    Tiene un nivel de magia, pero supongo que no es una gran hechicera y que su magia se centra más bien en ataque y defensa. ¿Un poco como en Dragon Age?

    Y sí, su arma es un látigo porque la idea me parece: poderosa.

    La imagino con este peinado y con una ropa como la de la derecha del todo de aquí.

    Los pendientes que le regala Tarish a la duquesa son así pues porque los he visto y me han gustado mucho.

    Y sobre el caso policial este, hay varias opciones. Tal vez Boyard decida simplemente que el señor se ha escapado con su amante porque se teme que su esposa los encuentre xdd o si alguien halla los cadáveres, que estarán a las afueras de la ciudad, tal vez piensen que la esposa ha enviado un asesino a por ellos. Con eso se cerraría el caso.

    Yyyyyyy si Hügo rechaza de forma definitiva a Tarish, definitivamente querrá bailar y encamarse con Boyard, aunque sea por despecho xdd


    Edited by Bananna - 29/7/2021, 14:14
     
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    [ ¡zorra, zorra! ]

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    Laura Boyard se consideraba una chica afortunada, dado el trabajo de su padre como cabeza de la seguridad en toda la ciudad no era fácil conocer chicos como sí hacían el resto de sus amigas. Así que cuando apareció Dann Vitko y pidió su mano sin tener miedo de un detective, dio un sí rotundo.
    Boyard no tuvo más remedio que dar su consentimiento a la boda, obligado a ver a su exmujer en la ceremonia. Lo peor había sido verla de nuevo embarazada, esta vez de su amante, ni siquiera se molestó en recordar su nombre. Empleó todos sus esfuerzos en disfrutar del acontecimiento (reunió a más de media ciudad, incluso a la familia Ghoa) y no arruinarle el día a su hija.

    De esa boda hacía ya medio año, y ahora era Laura la que tenía el vientre abultado. Le gustaba pasar las mañanas horneando, aprovechaba la pequeña ventana de la cocina para dejar ahí las tartas que más tarde ponía a la venta. Con un bebé en camino, cualquier ingreso extra era bienvenido en casa, por esa misma razón Dann se recorría la ciudad entera desde muy temprano buscando trabajo (que en verdad lo buscara y no se dedicara a beber en la primera taberna que encontrara era un asunto que le tocaría descubrir a Boyard más adelante).

    El caso es que la tarta de hoy iba coronada con pedacitos de manzana y caramelo, y Laura tuvo la buena disposición de dejarla airear en la cornisa de la ventana. Podía vigilarla mientras seguía con sus labores, ahora dando rodillo a la masa con la que pensaba hacer el pan.

    Alzó la cabeza al escuchar un ruido extraño, le recordó al ritmo de un tambor. Se acercó a la ventana para mirar a ambos lados de la calle, pero no encontró el origen de aquel sonido: el grupo de niños corría muy lejos de su posición, el único carruaje lo tiraba un caballo especialmente silencioso y una pareja de ancianos se quejaba del calor. Lo único que desentonaba era una estatua rarísima que había en el jardín de enfrente, parecía una cigüeña, pero con un pico enorme, todo el pájaro en sí era enorme. Imaginó Laura que el artista estaría especialmente inspirado al crearla, y volvió a lo suyo.

    El mismo sonido volvió a sobresaltarla, ¡aquello era un tambor! Regresó a la ventana y esta vez miró durante más tiempo a los lados, aprovechando que la calle había quedado desierta y nadie podría tacharla de cotilla. No consiguió averiguar de dónde venía, así que volvió con la masa.

    Repitió esto tres veces más, la última, armada con el rodillo y bien dispuesta a golpear al bromista que había decidido atacar sus nervios de esta manera. El rodillo cayó con más fuerza de la necesaria en la encimera, y la pobre masa pagó las consecuencias de su enfado.

    No escuchó ningún ruido esta vez, sólo sintió que algo se había movido. La ventana quedaba a su izquierda, así que le pareció haber visto movimiento (a estas alturas, no estaba segura de sus sentidos). Con dudas y todo se giró, apoyando la mano en la misma masa y preparada para dar una regañina a los niños.

    Dio tal grito que incluso Dann pudo haberla oído desde la taberna. Lo que Laura descubrió en su ventana fue lo que hasta entonces creía una estatua: un pájaro monstruoso que la miraba sin apenas pestañear, y casi prefería que no lo hiciera, porque con cada pestañeo los ojos de Olivia parecían desaparecer. Laura se quedó paralizada, sin poder reaccionar ante aquel monstruo.

    Olivia bien hubiera podido pasearse por toda la casa sin que Laura la molestara, pero su interés estaba, precisamente, en Laura. La seguía mirando sin moverse un centímetro de su sitio, de alguna forma disfrutaba al verla temblar.

    —¡Olivia! —Laura nunca hubiera podido imaginar que su más reciente pesadilla tuviera nombre, pero sí, lo tenía, y quien la llamó en un grito fue Hügo. Apartó a Olivia de un empujón y ocupó su lugar, descubriendo que la señora de la casa estaba al borde del llanto—. Lo siento muchísimo, señora. Ten, no es mucho, pero no llevo más encima. —Sacó tres monedas de su bolsa, despidiéndose de la idea de poder pasar la noche en una posada—. Si alguna vez necesitas ayuda con… Bueno, con lo que sea, búscame, acepto cualquier trabajo. Verás, con una mascota así siempre voy con las monedas justas en el bolsillo. —Intentó hacerla reír, pero Laura seguía aferrada a la masa, intentando articular palabra—. Bueno, me marcho. Te repito que, si alguna vez me necesitas, estaré por la ciudad. Ah, soy Hügo, Hügo del Brisse, un placer. —Vio estúpido tenderle la mano, así que inclinó un poco la cabeza—. Ten un buen día, señora.

    Disculpas, saludo, presentación y ofrecimiento laboral. Hügo dio su discurso por terminado y siguió su camino, a esa lista de cosas añadiría alguna amenaza a Olivia, le había hecho perder sus últimas monedas en la compensación.

    —Últimamente, sólo me das disgustos. —Se quejó sentado en un banco cualquiera, no conocía la ciudad y no tenía intenciones de ponerse a ello. Olivia, de pie a su lado, levantó el cuello y comenzó con el escándalo, el mismo sonido que tanto había molestado a Laura—. No, no, nada de berrinches conmigo. —Le dio un golpecito en el pico con el índice, haciéndola callar de inmediato—. Llevamos menos de un día aquí y ya me has dejado desplumado. Eh, no es un chiste de pájaros. —A veces veía posible que Olivia le mirase como si frunciera el ceño, ésta fue una de ésas veces—. Bien, vamos a dar una vuelta. Debe haber alguien en este sitio con problemas, ¿no te parece?

    La persona con problemas se trataba de la señora —se empeñaba, a pesar de su edad, en que la trataran de señorita— Muleau. Tenía una fiesta al día siguiente en casa de una muy buena amiga suya, pero no tenía acompañante. Ofreció cama, comida, baño e incluso la ropa que llevar al evento, la experiencia le decía a Hügo que este contrato tenía mucha letra pequeña, pero la necesidad le hizo aceptarlo.

    Disfrutó de todos los privilegios propios a una casa de ricos, pero la letra pequeña se apareció en su dormitorio a eso de la medianoche. La señorita Muleau decidió añadir una cláusula más al acuerdo, convirtiéndolo en uno sexual y ofreciendo el doble como recompensa. Hügo gastó toda su imaginación aquella noche para librarse de aquello, aquejándose de una supuesta herida de guerra. Nunca pensó que tendría talento como actor de drama, pero a partir de esta noche pensaría de otra forma.

    Por si acaso, sólo por si acaso, cerró la puerta con llave.

    *



    No podía decirse que estuviera precisamente de buen humor en la mansión de Vivienne Ghoa, ya no sólo porque le molestaba este calor y la ropa que estaba obligado a llevar (sin sus armas se sentía desnudo), sino porque Olivia se había quedado sola en la casa Muleau y la propia señorita Muleau le había dicho que esta noche volvería a pasarse por su habitación, con una generosa suma a cambio, claro. Tenía que salir de aquella casa y tenía que hacerlo pronto.

    Muleau soltó su brazo y se le hizo muy complicado no salir corriendo en dirección opuesta. Regresaría a las montañas y viviría en compañía de las piedras y la nieve. Desde luego, no le faltaron las ganas de hacerlo pero, en lugar de una huida a la naturaleza, acabó con una persona distinta colgada del brazo. Bueno, por lo menos el hombre era guapo, con unos rasgos que le resultaron algo exóticos y un maquillaje que los potenciaba.

    —Eres insistente, ¿verdad? —Se le escapó la sonrisa, la primera en toda la noche—. Me llamo Hügo, gracias por amenizar este pequeño infierno, Tarish. —Le dedicó el brindis y dio un sorbo a su copa. De golpe se apartó y escupió al suelo, tirando también la bebida (no se atrevía a romper un vaso en esta casa, no podría pagarlo). Entregó la copa a una de las camareras y volvió con Tarish frotándose la boca con el dorso de la mano—. Esto es tan dulce que debe ser para niños.

    Resopló pasándose la mano por la nuca, secándose el sudor. Odiaba el calor, odiaba tanto el calor.

    —¿Podrías abanicarme un momento? —Le pidió mientras se ataba el pelo, y volvió a sonreír con las primeras ráfagas de aire contra la piel—. Gracias, este calor va a acabar conmigo. Muy útil ese abanico. —Añadió—. Por el bien de tus zapatos, será mejor que no bailes conmigo. Vengo de las montañas, y allí no forjamos buenos bailarines. —Sacudió la cabeza dándole el visto bueno al moño deshecho que se hizo—. Claro que puedo escoltarte a tu habitación esta noche, esperemos que no nos ataque nadie porque no llevo mis armas conmigo.

    El regreso de Muleau le borró la sonrisa, pero participó en la conversación haciendo un par de comentarios divertidos con los demás invitados. El ambiente se había convertido en uno agradable, pero entonces escuchó un grito. Hügo reconocía ese grito, no la voz que gritaba sino la forma del grito en sí, era un grito de pánico. Tuvo un mal presentimiento y le pidió a Hetsu que no fuera lo que se temía, pero su plegaria tuvo que pillar a la diosa despistada, porque la mismísima Vivienne Ghoa apareció en los jardines gritando histérica. Casi cayó por las escaleras, pero consiguió reponerse y encontrar refugio detrás de un par de guardias.

    —¡Un monstruo en mis aposentos! ¡Se comió mis joyas y luego vino a por mí! —Gritaba llevándose las manos a la cabeza. Su cambio de vestuario apenas se notó con este espectáculo—. ¡Ahí viene! ¡Acabad con él!

    Los hombres gritaron con ella y alzaron las armas, espadas y lanzas con demasiada decoración como para luchar con ellas, pensó Hugo; y precisamente frente a Hugo aterrizó Olivia.

    —Pero, ¿tú de dónde vienes? —Se relajó su expresión dándole un par de caricias. Un golpecito a ambos lados de la cara servía para que Olivia abriera por completo el pico, Hugo le apartó la lengua y miró, y quitó las manos negando con la cabeza—. ¿Qué dice que se ha comido, señora? ¿Un anillo? ¿Una pulsera?

    —¡Mi pez de oro! Un obsequio de la región de los pescadores de…-

    —Así que un pez, claro. —Varios invitados se llevaron la mano a la boca para acallar su sorpresa, un completo desconocido interrumpía a Vivienne, e incluso la tuteaba—. El oro no se puede digerir, lo acabará expulsando en unos días.

    —¿Está sugiriendo que rescate una pieza de joyería única de los excrementos de… de lo que sea esa cosa?

    —Olivia. Se llama Olivia. —La corrigió—. Un poco de agua y jabón será suficiente. Si es tan buen oro, no se manchará.

    A diferencia de la mayoría de señoras de buena familia, Vivienne no rechazaba las lecciones de espada, al contrario, se desenvolvía con la soltura suficiente como para bajarle los humos a los caballeros demasiado arrogantes, como le parecía Hügo ahora mismo. Se acercó a uno de los guardias y le quitó la lanza, apuntando con ella a Olivia. No la sorprendió que Hugo se pusiera delante del pájaro.

    —Tócale una pluma y te aseguro que esta noche celebraremos también un funeral. —Se dejaron oír las exclamaciones de sorpresa y asombro del público, cada vez se reunían más invitados alrededor de la escena, murmurando entre ellos sus propias impresiones.

    —No se atreva a amenazarme a mí, ¡a mí! —Repitió dando un grito—. ¡Una Ghoa! ¡Le pondré precio a su cabeza! ¡Por ladrón! ¡Guardias!

    —¿Qué? ¡No! ¡Escúchame cuando te hablo! —Empezaban a molestarle los ruidos del inesperado público—. Dame unos días y tendrás el dichoso pez otra vez contigo, ¿de qué me iba a servir algo robado? No podría venderlo sin que me descubran.

    Si los guardias no se lanzaron hacia él fue por la presencia de Boyard, se puso en medio alzando las manos en señal de rendición.

    —Será mejor que nos calmemos todos un poco. —Pidió con voz tranquila—. Señora Ghoa, me llevaré al sospechoso y lo tendré bajo vigilancia hasta aclarar este asunto. —Alzó el índice para hacer callar las quejas de Hugo—. Venga conmigo, caballero, una noche en los calabozos le aclarará las ideas.

    *



    Estaba nervioso, tanto que no paraba de mover su pie contra el suelo, a pesar de estar sentado. Después del encontronazo en la fiesta, a la señorita Muleau le faltó el tiempo para echarle de su casa sin pagarle una sola moneda, con auténtico miedo de que su nombre se relacionara de alguna forma con el extranjero que amenazó a una Ghoa. Así que aquí estaba, en el mismo banco cualquiera del Parque Mayor, vestido al fin con sus ropas y armado, pero con la bolsa tan o más vacía que sus tripas.

    Frente a él, Boyard acariciaba a Olivia con muchísima curiosidad.

    —Es la primera vez que veo uno de estos. —Le dijo—. Olivia, ¿verdad? Encantado de conocerte, soy el detective Boyard. —Cometió el error de agachar la cabeza, Olivia aprovechó para acercarse y darle un picotazo en la nuca.

    Boyard tuvo suerte, fue un picotazo suave, apenas un toquecito. Eso sí, dado el tamaño de ese pico y su forma de gancho, consiguió hacerle sangrar. Decidió sentarse junto a Hugo mientras se limpiaba el cuello con un pañuelo.

    —Tiene usted una mascota extraña. —Rio—. Sé que no es un ladrón, he oído hablar de usted y ese pájaro monstruoso que le acompaña a todas partes. —Hugo se preguntaba por qué todo el mundo en la ciudad le trataba de usted—. No es el primer errante que recibimos en la capital, pero se ha metido usted en un buen lío.

    —Ya le dije a esa mujer que le devolveré la joya.

    —Lo sé, lo sé, me fío de su palabra pero, para asegurarnos, no podrá dejar la ciudad. No hasta que su buena mascota expulse la joya en cuestión.

    —¿Y dónde voy a dormir? No tengo dinero.

    —Bueno, sé de una posada donde ha quedado una habitación libre. Estoy investigando la desaparición de los huéspedes que la ocupaban.

    —Si me pagas, te ayudaré.

    —No es trabajo para un guerrero. —Boyard volvió a reír poniéndose en pie, sacudiéndose el polvo de los pantalones—. Haré un par de gestiones para que pueda ocupar esa habitación. Espéreme aquí.

    Hugo intentó esperar, de verdad que sí, pero reconoció a la mujer que llegó corriendo al parque. Incluso Olivia la reconoció y se quedó quieta como una estatua. Laura corrió hacia el banco, ignorando el miedo que le daba Olivia, y le entregó las mismas tres monedas de plata a Hugo.

    —Ayúdeme a encontrar a mi marido. No le veo desde hace días.

    Hugo no tenía forma de saber que había hablado con el padre y con la hija en cuestión de minutos. Aceptó el encargo y aunque le pidió a Laura que volviera a su casa y descansara, descubrió que era una mujer terca. Le acompañó toda la noche, a veces despierta, a veces dormida (entonces Hugo la cargaba en brazos, con cuidado de no moverla demasiado).

    De esta manera le sorprendió el amanecer, se sintió aliviado con la luz del sol, o quizá fuera cosa de los bollos y pedazos de tarta que Laura le había dado como cena. Llegó frente a la Taberna de Yanelí cargando con Laura en brazos y con Olivia en sus hombros, ambas dormidas.

    Habían revisado la mayoría de las tabernas de la ciudad, preguntando en todas por Dann Vitko. Los testimonios de borrachos y camareras le trajeron aquí, al local de dos plantas: en una se vendía alcohol, en la otra compañía. Esperaba encontrarse con un marido infiel o con problemas de alcohol, pero no con el detective Boyard charlando con dos caras también conocidas.

    —Da usted una imagen de lo más curiosa. —Comentó Boyard entre risitas, dado que Laura estaba envuelta en la capa de Hugo le resultaba imposible verle el cuerpo o la cara. Veía la figura de una mujer en sus brazos, y un pájaro enorme durmiendo en sus hombros—. ¿No le dije anoche que me esperara para conseguirle una habitación?

    Hugo soltó un sonoro bostezo antes de hablar, estaba demasiado cansado como para mostrar modales.

    —¿Os suena de algo el nombre de Dann Vitko? —Le preguntó a todo el grupo, Tarish y Balai se alzaron de hombros, pero Boyard frunció el ceño.

    —¿De qué conoce usted al marido de mi hija?

    —Ah, es tu hija. —Sacudió un poco tanto los hombros como los brazos. Olivia saltó al suelo para terminar de despertar, y Laura se desperezó bajo la capa. Se sonrojó al adivinar dónde estaba (nunca había estado en otros brazos que no fueran los de Dann) y agradeció la ayuda para llegar al suelo.

    —¡Laura! —Boyard se acercó a ella para comprobar su estado, la encontró adormilada pero sin una sola herida.

    Hugo murmuró algo parecido a «voy a preguntar» y entró en la taberna. Le atendió la misma Yanelí, respondiendo sus preguntas con un tono cantarín en la voz. Le habló de Dann, de Laura e incluso de Boyard, dio un discurso sobre ese matrimonio que no le había gustado porque, decía, no estaban hechos el uno para el otro. A Hugo no podía importarle menos todo esto, pero agradeció la sinceridad.

    Laura dio un respingo cuando Hugo volvió a salir, esta vez arrastrando a un hombre por el cuello de su abrigo. El hombre resultó ser Dann, tan borracho que no se podía poner en pie.

    —La dueña ha anotado todo: copas, apuestas, put-… Quiero decir, señoritas que estuvieron con él. —Soltó a Dann y le entregó a Laura una pequeña libreta llena de números, una suma de cuatro cifras—. También me ha dicho que tiene servicio de matones. —Bostezó—. Ya sabes, por si quieres darle una paliza a tu marido. Sus chicos lo harán por ti.

    —¿Puedo pedirte a ti que lo mates?

    —Sí, claro.

    —¡Espera, espera, espera! —Boyard volvió a frenar una sangría poniéndose delante de una espada. Hugo suspiró bajando el arma, divertido por los refunfuños de Laura por la intervención de su padre—. Eso es asesinato, no puedo permitirlo. Soy un hombre de ley.

    —¡Papá! ¡Déjame solucionar esto a mi manera!

    —¿Cómo, Laura? ¿Matando a tu marido?

    —¡Ese hombre no es nada mío! ¡Hügo, por favor!

    —Boyard, apártate. —Le pidió apuntando a Dann con la espada—. Me caes bien, no quiero hacerte daño.

    —Laura, escúchame: vuelve a casa y descansa un poco, después solucionaremos esto. —Boyard no se apartó de su sitio—. Llevaré a Dann a los calabozos, y entonces decidiremos lo que hacer, ¿de acuerdo?

    —Por supuesto que no estoy de acuerdo, pero, ¿cuándo te ha importado a ti eso? —Laura le arrojó la alianza y rompió varias páginas de la libreta—. ¡Hugo! Quiero a ese hombre muerto.

    Boyard quiso correr detrás de su hija y acompañarla a casa, pero Hugo no había guardado la espada, como se alejara demasiado de Dann ya podía despedirse de un juicio (o algo parecido a uno) para su yerno. Le cargó a la espalda y refunfuñando por lo bajo se puso en marcha.

    El bostezo de Hugo no se hizo esperar, se acomodó la capa, guardó la espada y se acercó a los dos del grupo que seguían aquí.

    —¿Sabéis dónde están los calabozos?

    —No puedes matar a un hombre. —Le dijo Balai, agachó la cabeza cuando Tarish la miró.

    —En realidad, sí. Sí que puedo, y me pagan por ello. —Le costó horrores no volver a bostezar.

    Se apartó unos pasos para coger la bolsa. Contó las monedas esperando un milagro, pero seguían siendo tres, ni una más ni una menos. Iba a ser complicado aguantar un día con tan poco presupuesto.

    —Ya que sois tan reacios a la muerte. —Volvió con ellos, echándole antes un vistazo a Olivia, parecía entretenida acicalándose las alas—. ¿No conoceréis a alguien que necesite ayuda y pague por ello?

    —Siendo el enemigo de los Ghoa, difícil.

    Hugo suspiró agachando hombros y cabeza, no pudo ver el golpe que recibió Balai con cierto abanico. La chica no podía simpatizar demasiado con el causante del revuelo que desbarató sus planes de compartir habitación con la camarera más dulce de toda la mansión.

    —Olivia, nos vamos. —Ella respondió sacudiendo las alas, lista para una nueva aventura—. Intenta no comerte nada esta vez, ¿me harás el favor? —No resistió revolverle las plumas del cuello, y la vio alzar el vuelo. Con suerte, le hiciera caso y no le metiera en más problemas.

    Con suerte.


    SPOILER (click to view)
    Hugo trata de usted sólo a gente que respeta (modales de su aldea), no a extraños ni gente mayor. Por eso le confunde tanto que le traten así.

    Hugo con “messy bun” va a ser algo muy habitual en este rol. Yo solo digo ~
     
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    Aquella noche, Tarish y Balai compartieron gruñidos frustrados mientras regresaban a su habitación, teniendo al otro como única compañía.

    Era cierto que el espectáculo había sido maravilloso, mucho mejor que cualquiera que Vivienne hubiese preparado para aquella noche. Tarish se había reído discretamente tras el abanico mientras veía aquella extraña representación teatral protagonizada por el ave más grande que había visto nunca, la duquesa Ghoa y el guerrero al que había querido desnudar, pero cuando se dio cuenta de que tenía que renunciar no sólo al guerrero, sino también al detective, su humor había dado un giro radical y la sonrisa se había cambiado por un mohín enfadado.

    Para bien o para mal, a la mañana siguiente volvió a encontrarse con el detective, y cuando ya estaba pensando que podría conseguir algo de ello, ¡también apareció Hugo! ¡Y un nuevo espectáculo se desarrolló ante sus ojos, esta vez con un marido infiel, una esposa tan embarazada como despechada, un mercenario implacable y un agente de la ley en apuros!

    Pensó que, si le diese por escribir obras teatrales basadas en estas historias, se haría de oro en un mes, y todavía con la sonrisa que ese pensamiento le había provocado se abanicó suavemente.

    —¡Espera! —exclamó al ver que Hügo empezaba a alejarse de ellos.

    —Amo, ¿qué planea ahora? —susurró Balai al ver que el guerrero se detenía para escuchar a Tarish.

    El urraki alzó un poco la barbilla, sonrió y dio un par de pasos para acercarse a Hügo, el sonido de sus tacones sobre el suelo de piedra acompañándole. Esta vez llevaba ropas que mezclaban tonos azules y rosas, de nuevo con un cinto ajustado a la cintura y guantes largos. Sus tacones, sin embargo, eran un poco más bajos que los de la noche anterior, por lo que miró a Hügo un poco más bajo, aunque eso no le impidió dedicarle una sonrisa.

    —Pobre hombre. —suspiró, dándole un par de palmadas en la ropa para quitarle algo de polvo y arrugas —. Debes estar agotado. ¡No me puedo ni imaginar la noche que has debido pasar! Ven conmigo, te llevaré a un sitio donde puedas dormir unas horas. Por desgracia, tengo una comida que no puedo posponer, así que no podré hacerte compañía, pero si cuando vuelva sigues dormido, te despertaré. No temas, soy muy cariñoso despertando a mis amigos. —dijo esto último con un tono tan ronroneante que habría sonado a insinuación incluso si no hubiese tomado su brazo en ese momento.

    No mucho después estaban en la posada cara que el propio Tarish ocupaba, pero el joven abrió la puerta de al lado, aquella de los desaparecidos, y acompañó a Hügo al interior sin siquiera encender las luces.

    Apoyada en la puerta, Balai tuvo que ver cómo Tarish ayudaba a Hügo a quitarse al menos las capas más duras de la ropa, la bolsa y las armas, y ya cuando le vio arrodillarse frente a la cama puso los ojos en blanco y se dio media vuelta. Tarish sólo sonrió al guerrero mientras le desataba las botas, y cuando apoyó las manos en sus rodillas, el carraspeo de Balai le hizo resoplar.

    —Amo, a la viuda Vantrease no le gusta la impuntualidad. Será mejor que estemos ahí con antelación para causar una buena impresión.

    —Lo sé, lo sé. Aguafiestas.

    Tarish se puso en pie, por fin, y empujó un poco a Hügo para tirarlo sobre la cama. Aunque le habría encantado ponerse sobre él, se alejó de la estructura. Sí dedicó un par de minutos a mirar la daga de Hügo, acariciando la piedra azul que marcaba el rango del arma, pero después la dejó de nuevo en su sitio y se despidió del hombre con una sonrisa y un pequeño gesto de cabeza.

    Balai cerró la puerta, no sin antes dirigirle a Hügo no una sonrisa, sino un ceño fruncido.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Mónica Vantrease era una mujer relativamente joven para su título de viuda, pero con un poder tanto económico como social que nadie se había atrevido hasta ahora a iniciar un atentado contra su persona.

    Su familia había sido entusiasta mecenas de los experimentos de Firha Nanala, y esto llegaba al punto de que el propio Firha había asegurado alguna vez que jamás habría podido desarrollar las Llaves Quba sin los Vantrease.

    Y esta capacidad monetaria se debía a sus amplias redes comerciales. Decían por ahí que no había ni una ciudad del continente a la que no llegase la larga sombra de los Vantrease, e incluso podía ser imposible conseguir según qué cosas si no se recibía la ayuda de algún miembro de la familia.

    Este era el caso de Tarish, precisamente. Quería adquirir un cristal concreto, pero para hacerlo se necesitaba una arena tan especial que había que mover hilos y abrir bien la cartera para lograr los permisos y la financiación necesaria como para poder llevar a cabo el plan que Tarish tenía en mente.

    Por eso, cuando supo que la viuda Vantrease acudiría a la fiesta de Ghoa, no dudó ni un momento en enviar un regalo con una petición formal de una cita, y gracias a su título de magistrado de Bilbina y a la premisa que apenas le había esbozado a la viuda en su petición, había conseguido acordar una comida en tiempo récord.

    La lubina estaba un tanto salada y las patatas poco hechas para su gusto, pero salvo por eso, debía decir que la operación había sido un éxito punto por punto, y volvía a casa con un contrato firmado con los Vantrease que le garantizaba obtener lo que deseaba.

    El único problema era que tendría que ir hasta los hornos para entregar de mano otro ingrediente de la mezcla, y esa ciudad estaba a muchos días de viaje, pero eso al final también podría ser beneficioso: así daba tiempo a los hombres de los Vantrease para conseguir la arena y no tendría que esperar una vez estuviese allí.

    Así que iba con una gran sonrisa por la calle, intentando caminar por la sombra para evitar el sol, y habría seguido con toda la calma si no hubiese visto a un pájaro prehistórico quieto como una estatua frente a una ventana.

    —¿Olivia? —probó a llamar, consiguiendo que el animal hiciese un sonido extrañísimo, como el de un tambor, antes de girarse a mirarle —. ¡Mira, Baba! ¡Es Olivia!

    —Sí, ya lo veo… No es la mascota más habitual, y menos tan lejos de las tierras de Tagdabho. —suspiró la mujer viendo a su amo acercarse —. Me pregunto cómo consiguió ese hombre poner sus manos sobre esta especie…

    —¿Qué más da? Eres preciosa, Olivia. —sonrió, satisfecho al ver que Olivia dejaba que le acariciase las plumas del cuello (lo hizo imitando el movimiento que había visto a Hügo hacer unas horas antes) —. ¿Qué haces aquí?

    De nuevo, ese sonido de tambor salió de su garganta antes de que apuntase con su enorme pico la ventana a la que había estado asomada. Tarish se acercó, más curiosidad que persona, y quedó sorprendido primero al oler el aroma de dulces recién hechos y después al escuchar un llanto desconsolado. Reconoció la voz como la de Laura.

    —¿Amo?

    —Vuelve a la posada, Baba. Haz que preparen la merienda y espérame ahí, ¿vale? —Le sonrió, confiado —¡Volveré en un rato!

    Balai asintió, obediente, y continuó su camino hacia la posada. Tarish, por su parte, se llevó un dedo a los labios, pidiéndole a Olivia silencio, y se aupó para entrar por la ventana en aquella casa. Siguió el sonido del llanto y llegó hasta un pequeño salón donde Laura removía una infusión con una cuchara de madera, los ojos rojos e hinchados y la cara totalmente húmeda por lágrimas y mocos.

    Al ver al intruso, Laura se asustó tanto que soltó un pequeño grito y dio tal respingo que se le cayó la taza, mojándose entera con la infusión ardiendo. Tarish, sorprendentemente calmado, sacó del cinto su abanico y lo abrió para moverlo no hacia la mujer, sino hacia su propio rostro.

    —¿Eso que huelo es flor de luna y milenrama? —preguntó con una ceja enarcada.

    Laura, que hacía su mejor esfuerzo por secarse la ropa, le miró con furia.

    —¿Cómo has entrado aquí?

    —Por la ventana. —respondió con simpleza, señalando la ventana abierta, por donde estaba entrando Olivia en esos momentos, todo sea dicho —. ¿Estás embarazada?

    —¡No por mucho tiempo! ¡Ah! —volvió a gritar al ver a Olivia —. ¡Saca a ese bicho de aquí!

    —¿Por qué? No está haciendo nada. ¡Mira, si se ha tumbado y todo! Debe gustarle tu casa… Por algún motivo que se me escapa. —añadió con cierta condescendencia, mirando de reojo la habitación en la que estaban.

    Terminó por sentarse al lado de Laura, quien acabó por aceptar su destino. Quizá si no le estaba intentando echar de forma más contundente era porque lo había reconocido de la mañana, y tal vez simplemente estaba demasiado alterada como para pensar con claridad.

    —¿Qué quieres de mí?

    —Nada que puedas ofrecer. ¿De cuánto tiempo estás?

    —Unos cuatro meses… ¡Eh! —se quejó otra vez cuando Tarish le puso una mano sobre el vientre, pero al ver su rostro serio cayó y se dejó tocar —No lo quiero. Voy a acabar con esto ya mismo, ¡no quiero nada que venga de ese hombre!

    —¡Chica tonta! —le espetó Tarish, dándole un golpe en la cabeza con el abanico —. ¿No sabes que a estas alturas es peligroso para ti abortar? Lo más probable es que te desangres…

    —¡Me da igual! ¡Au! —Había recibido un nuevo golpe en la cabeza —. ¿A ti qué más te da? ¡Ni siquiera te conozco!

    —Lo sé. En realidad, no me importas mucho, pero he intentado acostarme con tu padre, así que siento que no puedo desentenderme del todo.

    —¿Qué has intentado qué? ¡Au! ¿A qué ha venido ahora ese golpe?

    Tarish se rio por lo bajo mientras desplegaba el abanico para abanicarse, levantándose de nuevo mientras Laura se frotaba la cabeza con el ceño fruncido. Paseó un poco por la habitación y después volvió a detenerse delante de Laura.

    —¿Por qué arriesgarte a morir sólo porque tu marido sea un hijo de puta?

    Laura no supo cómo contestar a esa pregunta. Desvió los ojos a Olivia, quien se acicalaba las plumas tranquilamente, y después miró otra vez a Tarish.

    —¡Ya no quiero a este bebé!

    —Tendrías que haberlo pensado mejor antes de acostarte con ese mamón. ¡Si se le nota en la cara que le faltan luces!

    —No sé cómo pude enamorarme de él. —admitió la mujer tras unos segundos de abrir y cerrar la boca inútilmente —. Él… Al principio era tan atento y dulce…

    —Ese fue tu primer error. El amor es una estúpida pérdida de tiempo, ¿no es mejor casarse con alguien con quien vayas a obtener un buen beneficio? Ese tipo no es guapo ni rico, no tiene contactos… Seguro que ni tiene una buena polla. —sonrió ante la pequeña risa que se le escapó a Laura y después le ofreció un pañuelo de seda que sacó de su ropa —. Igualmente, a estas alturas es mejor que tengas al bebé. Siempre puedes darlo en adopción cuando salga. Y respecto a tu marido, ¿de verdad crees que una muerte rápida será suficiente castigo para él?

    Laura entrecerró los ojos, doblando el pañuelo ahora húmedo de lágrimas, y se sorbió los mocos antes de recolocarse el pelo y recuperar la compostura.

    —¿Y qué sugieres?

    Tarish volvió a cerrar el abanico y se llevó las manos a la espalda, enderezando su cuerpo y moviendo los ojos con aire pensativo.

    —Sabes de plantas, ¿verdad? Seguro que conoces el género datura. Muy tóxicas, causan deliriosos y alucinaciones… si las aplicas en la cantidad adecuada.

    —¿Quieres que le vuelva loco?

    —¿Por qué no? Al menos así te ríes. Ah, pero es cosa tuya. ¡Es tu marido, después de todo! —hizo una exagerada reverencia —. Olivia, ¿quieres venir conmigo? Voy a ver a tu dueño.

    El pájaro pareció entenderle, porque alzó la cabeza, otra vez emitiendo ese sonido apocalíptico. Tarish se despidió de Laura y salió por la ventana por la que había entrado, seguido de Olivia.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    La decepción se pintó en su rostro cuando llegó a la habitación de la posada y vio que Hügo ya estaba despierto y sentado a la mesa con Balai. Se hizo a un lado para que entrase Olivia, quien revoloteó para subirse al regazo de Hügo, y contuvo una risa.

    —Oh, ese pájaro ha leído mis pensamientos. —dijo con un gesto teatral, llevándose el dorso de una mano a la frente, para después acercarse para tomar asiento —. ¿Qué come Olivia?

    —Peces, principalmente. —respondió Balai con rapidez —. Aunque también ranas, serpientes… Cocodrilos pequeños, si le dejas. Cualquier cosa que pueda llevarse a la boca.

    —Entiendo. Baba, ve a las cocinas y cómprales algún pescado.

    —Sí, amo. —suspiró Balai, levantándose para ir a cumplir la orden.

    Al quedar a solas con la extraña pareja, Tarish sonrió mientras tomaba la tetera para llenar las tazas que había sobre la mesa, junto a unos bollos rellenos y algunas frutas frescas. Toda una merienda de lujo, como no podía ser de otra forma habiendo la clientela que había en la posada.

    —Te voy a ser sincero, Hügo: quiero ofrecerte un trabajo. —Batió sus largas pestañas hacia él y se rio por lo bajo —. Oh, pero tranquilo, no soy como la señorita Moreau.

    Con esto quería decir que no iba a pagarle por sexo, y una vez vio que Hügo lo había entendido, se atrevió a darle un sorbo al té, pero todavía estaba muy caliente, así que bajó la taza y empezó a abanicarse lentamente.

    Mientras movía la muñeca, se puso en pie para acercarse al estante donde había dejado las armas del montañero, acariciando la vaina de la espada con un dedo y deteniéndose un poco más en la empuñadura hasta llegar a la piedra amarilla.

    —Estas armas son muy especiales. —murmuró, ladeando la cabeza con calma. La cinta azul de su pelo se movió también, acariciando su nuca y hombros —. Pueden matar urraki hasta de nivel azul. Por desgracia, si te enfrentases a uno rojo, sólo podrías depender de la daga, y si te encontrases con uno violeta… —Se lamió los labios y dejó la frase incompleta, dando a entender que estaría jodido —. Pero eso ya lo sabes. Tienes el porte de un hombre que ha sesgado incontables vidas. O quizá no sea el porte, quizá sea tu mirada.

    Asintió, tranquilo, y tomó la daga para acariciar con el pulgar, en suaves movimientos circulares, la piedra azul. Mientras, volvió a acercarse a Hügo, pero lo pasó de largo para ir hasta la ventana. Cerró el abanico y lo llevó a su espalda, mirando la daga más atentamente.

    —Estas armas pueden subir de nivel, pero es difícil. Da igual cuántos demonios mates, si el arma no absorbe suficiente energía en un periodo corto de tiempo, pierdes la oportunidad. Y causar masacres suficientes como para llegar al nivel violeta no es fácil, ni siquiera para los propios urraki. ¡Ah! ¡Pero aquí entro yo en escena! —exclamó, dándole a la vez media vuelta de tal forma que las telas de su ropa parecieron volar como el plumaje de un ave, imagen a la que colaboró que abriese los brazos al decirlo.

    Hablando de aves, Olivia giró de pronto la cabeza hacia la puerta y revoloteó cuando Balai entró otra vez, ahora con un pescado fresco en la mano. La guerrera se lo tiró al pájaro, que lo cogió al vuelo y empezó a devorarlo muy alegremente.

    —¿Me he perdido algo?

    —Mi introducción. —dijo Tarish mientras se abanicaba de nuevo, cubriéndose medio rostro.

    —Lo siento, amo. Siga, por favor.

    —¡Gracias! Como iba diciendo, no puedes subir de nivel estas armas si no haces una auténtica barbaridad, cosa que es prácticamente imposible. ¿Tienes fuerzas y la habilidad necesaria para matar al equivalente de una aldea entera en una noche? No lo creo, pero tampoco hace falta. —Sonrió con aires misteriosos y se puso detrás de Hügo, apoyando la mano del abanico en su hombro y ofreciéndole la daga a la vez, tan inclinado que casi le susurraba al oído —. Estoy trabajando en un aparato que permitirá almacenar la energía urraki durante tiempo indefinido. Así, cuando haya suficiente, podrás cargar tus armas y subirlas de nivel. ¿No es genial?

    Se separó para volver a su asiento, queriendo comprobar el rostro de Hügo. Empezó a sonreír, lleno de satisfacción, cuando escuchó la voz de Pierre Boyard fuera. Le hizo un gesto a Balai, quien asintió y abrió la puerta para indicarle al detective dónde estaban, y al poco estaba el hombre con ellos.

    —Magistrado. —saludó con expresión grave —. Hemos encontrado al señor Crila y a la señorita Elains.

    —Por su expresión, deduzco que han encontrado sus cadáveres. —aventuró con una calma pasmosa mientras daba otro sorbo a su té, de pie frente a la mesa.

    —Así es. —Boyard respiró hondo y miró a Hügo con compasión —. La señorita Ghoa acusa a Hügo del Brisse del doble homicidio.

    Balai se atragantó con el té, pero Tarish soltó una risa tan suave y delicada como si acabase de escuchar un chiste verde en un salón cortesano. De hecho, echó la cabeza hacia atrás y se cubrió con el abanico, casi como si fuese una coreografía ensayada. Quizá lo era.

    —La señorita Ghoa sólo busca un motivo para vengarse por la deshonra sufrida anoche.

    —Lo sé. —suspiró Boyard —. Pero mi deber es interrogar al señor del Brisse.

    —Ah, está bien, está bien. Tengo un plan. —sonrió, sólo sus ojos viéndose sobre el borde del abanico mientras pasaba sus ojos del detective al acusado —. Ve con el detective y colabora en todo sin armar alboroto. Baba. —miró ahora a la mujer —. Intenta que Olivia expulse la joya de oro.

    —¿Amo? —inquirió la guerrera con la nariz arrugada en un gesto de desagrado.

    —Seguro que hay alguna comida que facilite el proceso. Sé que puedes conseguirlo, y si no ve a ver a Laura Boyard. Esa muchacha tiene infusiones varias.

    —¿Mi hija?

    —Una joven encantadora. —añadió Tarish con una sonrisa tranquila, cerrando el abanico y golpeándolo contra su mano libre —. Yo iré a hablar con Vivienne. Estoy seguro de que puedo convencerla de que entre en razón. Y si Baba trae a tiempo el pez de oro, la indulgencia estará asegurada. Hügo, querido. —cambió de tercio, mirando al guerrero otra vez —. No olvides que tenemos una conversación pendiente.
     
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    Le gustaban los gestos e insinuaciones de Tarish y no tenía por qué ocultarlo. A Hügo le gustaba la gente que no ocultaba lo que sentía en el momento, la gente honesta y descarada. Y precisamente descaro fue lo que les sobró a aquellas manos que le desvistieron, desde luego, habían desnudado a más gente antes y tenían la experiencia necesaria como para volver el asunto interesante. Lástima que quedara aquello en una fantasía.

    Aunque cuando despertara volviera a estar a solas con Tarish, el tono de la conversación era totalmente distinto. Nada de gestos insinuantes ni guiños tras un abanico, verle hablar tan decidido sobre armas y demonios hizo a Hügo mantenerse alerta. El chico no sólo sabía del nivel de las armas —¡sus armas! Cuanto descaro cogiendo su daga— sino que trabajaba en un mecanismo revolucionario para aumentar su nivel de manera más sencilla. Esto volvía a Tarish alguien peligroso, más que descarado; un misterio por resolver. Bien, saltaba a la vista que Hügo no era detective, ni mucho menos, pero si los misterios se presentaban ante él con melena pelirroja, largas pestañas y sonrisa juguetona, pues sí podía probar esto de ser detective por un rato.

    Le despidió con un apretón de manos, sería su primer intento de dar una imagen profesional. Tenían una conversación pendiente, una que muy posiblemente llevara a un nuevo contrato, y quiso dar una imagen de trabajador serio y responsable. Por eso mismo siguió a Boyard sin rechistar hasta el edificio que debía hacer las veces de oficina del detective, también aceptó que atara sus manos y se sentó en un taburete solitario que crujió al recibir su peso. Boyard arrastró una silla y se sentó frente a él, abriendo un cuaderno y moviendo su pluma por sobre el papel.

    —Necesito que me responda a un par de preguntas, señor del Brisse. Viene usted de las montañas de Hetsu, si no me equivoco. —Hügo asintió y Boyard anotó los datos en lo que sería la ficha del único sospechoso que tenía para este caso—. Eso está lejísimos, ¿cómo ha acabado a las puertas del desierto?

    —Un día me levanté harto de la nieve y me dije «oye, ¿será la arena más divertida?». Y aquí me tienes, viviendo mi sueño.

    —Le aconsejo que se guarde las ironías, está metido en un buen lío.

    —¿Cómo puedo estarlo si no he hecho nada?

    —Eso no es lo que dice la señorita Ghoa.

    —Ah, claro, la señorita Ghoa, disculpa. —Alzó un poco las manos, mirando la soga que empezaba a enrojecer sus muñecas—. Olvidaba que esa mujer sabe mejor que yo dónde he estado, ¡los dioses me libren de dudar de su testimonio! ¿Cómo se me ha podido ocurrir siquiera?

    —Señor del Brisse, le he dicho que se guarde las ironías, no le ayudan.

    —Tú tampoco me estás ayudando mucho que se diga.

    —¿Puedo preguntar a qué se debe este tono hostil?

    —Eres detective, adivínalo tú.

    —Señor del Brisse. —Boyard suspiró frotándose el puente de la nariz—. Sé que está cansado, ha pasado una noche de perros con mi hija.

    —Un padre admitiendo que su hija le quita el sueño a un completo extraño. —Hügo le interrumpió señalándole con ambos índices—. Sugerente.

    —Como decía. —Boyard esta vez carraspeó, le costó relajar su ceño fruncido—. Como le decía, entiendo por lo que está pasando, se siente amenazado y por eso me ataca, aunque le repito que yo sólo intento ayudarle. Es mi trabajo.

    —Y el mío es matar cosas, por eso te tiembla el pie bajo la silla. Estás nervioso.

    Boyard tuvo que reunir toda la paciencia que tenía, soltarla en un suspiro y ponerse de pie. Daría un par de pasos por el calabozo para relajarse. Sus años como agente de la ley le sirvieron de muy poco ante un hombre que se ganaba las monedas asesinando, ya fueran personas o demonios. Vio a Hügo levantándose y lamentó no haber inmovilizado también sus tobillos, aunque llevara las manos atadas, caían por sobre su ombligo; no podría dar un puñetazo pero sí un buen golpe que preferiría ahorrarse.

    Los gritos del exterior le distrajeron, se armó un buen revuelo por los pasillos. No tuvo tiempo de salir a pedir orden cuando la puerta se abrió con tanta furia que golpeó la pared. Boyard se esperaba un cómplice del sospechoso, había imaginado un sinfín de bandidos que pudieran ayudar en la fuga, lo que no se esperó fue ver a la mismísima Vivienne Ghoa entrando en el calabozo, armada con una ballesta y apuntando al pecho de Hügo.

    —Señorita Ghoa, por favor. —Boyard no dudó en ir frente a ella, levantando la ballesta para que apuntara al techo—. No convirtamos esto en una carnicería.

    —Ese hombre me ha robado, su estúpido pájaro se ha tragado una joya que vale más que su vida —dijo mientras intentaba bajar el arma—. Ha matado a un matrimonio de reputación intachable, una mujer de tan buena familia como la mía le ha acusado, ¿y todavía tiene usted dudas, detective Boyard? No me lo explico. A no ser que esté usted compinchado con un criminal. —Sonrió mirándole—. ¿He dado en el clavo?

    —¡Por supuesto que no! Yo siempre estaré del lado de la justicia, por eso mismo investigo al principal sospechoso.

    —Único sospechoso, querrá decir.

    —Sólo por el momento, un crimen tan atroz tiene que investigarse como es debido.

    —Por favor, detective, que le he ofrecido al culpable en bandeja, ¿qué más necesita?

    Vivienne movió la ballesta volviendo a señalar a Hügo, pero esta vez no con intención de dispararle, sino usando la punta de flecha como puntero para acentuar sus palabras. Quizá debió haber sujetado mejor el arma, porque Hügo se lanzó hacia ella aprovechando la distracción. No le afectaron los gritos y disparó a las piernas de la mujer, su intención era dar en la rodilla pero la puntería de Hügo no era brillante (tampoco era fácil apuntar con las manos todavía apresadas), y la flecha se enterró en el muslo izquierdo de Vivienne, que se desplomó gritando del dolor. Otra flecha voló hacia el brazo del detective, que si bien no gritó tanto, también se llevó un pinchazo de dolor que le inmovilizaría unos segundos.

    Hügo no perdió el tiempo con una sentida despedida, sino que salió huyendo lo más rápido que pudo, lanzando la ballesta por cualquier lugar. Recorrió el pueblo entero dando zancadas, mordiendo la soga que ataba sus manos con la intención de aflojar el nudo, pero aquello no estaba sirviendo de nada. Necesitaba algo cortante: sus armas. Paró un segundo para ubicarse y corrió hacia la posada sabiendo que se estaba ganando más miradas de las deseadas, y muy pronto tendría a los hombres de Boyard tras sus pasos, seguramente también a la guardia personal de los Ghoa. Esto le hizo apurar el paso, importándole poco que el terreno ascendiera, esta cuesta era diminuta para alguien criado en las montañas.

    —¡Olivia! —Gritó ya cerca de la fachada, escuchó el sonido tan característico de su compañera, le había oído—. ¡Olivia, espadas! —Una orden clara y directa que incluso un pájaro obsesionado con el pescado podía entender.

    De un momento a otro Olivia salió volando por una de las ventanas, seguramente asustando a cualquiera que la viera, traía en su pico su espada, ¿y su daga? No podía llegar muy lejos sin su daga, ¿cómo iba a enfrentarse a cualquier demonio sin el arma de mayor rango? No tenía tiempo de revisar su habitación, no con todo el pueblo pendiente de cada uno de sus pasos.
    Y pasos fue precisamente lo que escuchó a su espalda, no se esperaba un rostro hostil al estar Olivia tan relajada.

    —¿Tarish? —Se frotó los ojos lo mejor que pudo al verle aquí, ¿llevaba aquí todo el rato? ¿Acababa de llegar? Le habría visto en ambos casos, o quizá no, estaba demasiado alterado como para fijarse en una presencia que no le suponía una amenaza. Así que se acercó a él, sorprendiéndose todavía más cuando le enseñó su daga.

    Ató rápido los cabos, Tarish había dicho que iba a reunirse con la señora y luego… No podía, simplemente no podía pensar en estos momentos.

    —Tengo que irme. Y rápido —le dijo quedando ya frente a él—. Me vuelvo algo violento cuando me siento acorralado, y he metido la pata. —Alzó las manos moviendo los dedos, pidiéndole en silencio que cortara la cuerda. Sonrió al verse libre, se frotó las muñecas intentando aliviar el ardor en su piel—. Gracias. Me gustan las cuerdas, pero no fuera del dormitorio. Seguro que me entiendes. —Desde luego, la sonrisa que le dedicó Tarish le decía que sí, que le entendía perfectamente.

    Tuvo que ser esa sonrisa la que le hizo reducir la distancia a cero. Se inclinó y, ni corto ni perezoso, le plantó un beso. Fue un beso muy superficial para su gusto, pero esto no le impidió despedirse pasando la lengua por su labio inferior, como pidiendo permiso para entrar en su boca. Y lo haría, por supuesto que lo haría, pero no ahora, no cuando escuchaba gritos acercándose pidiendo su cabeza. Miró a lo lejos —le costó un esfuerzo extra apartar los ojos del rostro de Tarish— y distinguió las armaduras brillantes de los Ghoa, escuchó el silbido de las primeras flechas que dispararon.

    —¡Olivia, al cielo! —Señaló hacia arriba y el pájaro alzó el vuelo en cuestión de segundos, debía alejarla de las ballestas lo antes posible. Era un blanco enorme y frágil, no la recubría el metal, la cubrían plumas.

    Susurró algo parecido a un «ya nos veremos» y salió corriendo en dirección contraria, no sin antes coger su daga de entre sus dedos. Si los perseguidores contaban con que Hügo se cansara antes que ellos, descubrirían que sus predicciones no iban a cumplirse. Correr en un terreno tan amigable como las callejuelas de un pueblo era algo ridículamente sencillo comparado con laderas y riscos, la verdad es que Hügo no tardó demasiado en tomar ventaja.

    Siguió corriendo hasta que sus pulmones pidieron una tregua, entonces redujo el ritmo hasta detenerse. Apoyó las manos en sus rodillas y tomó grandes bocanadas de aire mirando hacia atrás, las formas del pueblo quedaban tan lejos que casi tenía que entrecerrar los ojos para definirlas mejor. La sombra de Olivia sobrevolándole le arrancó otro suspiro, pero éste de alivio al saberla sana y salva.

    *



    El desierto era un lugar cruel, las temperaturas por el día superaban los 40°C, pero por la noche no llegaban a los 10°C. Para Hügo, declarado amante del clima frío, su paso por el desierto Arenazul estaba siendo un infierno. Y ni siquiera le aliviaba burlarse del nombre que vio escrito en un par de carteles, había que esperar a la noche para comprender por qué llamar azul a una arena de color corriente. Y es que por la noche florecían por entre sus dunas brotes de un hongo (desconocido para Hügo) que reflejaba la luz lunar, tiñendo la arena a su alrededor de azul. Era aquello un espectáculo algo siniestro, parecía el lugar perfecto para los demonios y la magia.

    Pero pasaron los días, pasaron las noches, y Hügo no descubrió movimiento mágico alguno. Le acompañaba sólo Olivia, y alguno que otro animalillo curioso por su presencia en un paisaje tan hostil. Cómo agradecía viajar con Olivia, si seguía con vida era gracias a ella, pues era ella la que se encargaba de conseguir comida y, todavía más importante con el calor, agua. Con su poderoso pico no le suponía ningún esfuerzo agujerear los cactus que encontraran por el camino, recogiendo el líquido del interior. Para la comida, ella cazaba. Se alzaba al vuelo y descendía creyéndose un águila, pillando por sorpresa a alguna liebre despistada o un lagarto desafortunado. Fuera el animal que fuera, lo tragaba entero y regresaba con Hügo, vomitaba a sus pies el desdichado animal y era trabajo de Hügo trocearlo y cocinarlo en la hoguera.

    Sobra decir que Hügo nunca fue un hombre escrupuloso.

    La verdad es que no podía decir que su paso por el desierto estuviera siendo una experiencia agradable, pero por lo menos sí era soportable, se veía capaz de sobrevivir hasta llegar a la siguiente población. Según pudo leer en uno de los desteñidos carteles (pocas pinturas aguantan tantas horas de sol directo) era Xõ, o bien podía ser una ciudad que tuviera «xõ» en su nombre, aquella era la única sílaba que podía leerse. Y como Hügo no tenía la menor idea de cómo pronunciar la «õ» pudo entretenerse un buen rato buscando sonidos que se ajustasen a una virgulilla sobre vocal. Pensó en compararlo con la diéresis en su nombre, pero al darse cuenta de que con esto entraba en debates lingüísticos apartó rápido el pensamiento, ¿devanarse los sesos en algo estúpido con este calor? No podía permitirse ese lujo, cada uno de sus esfuerzos debía ir enfocado a no morir deshidratado.

    Por el día agradecía no llevar más abrigo que su camisa, con las mangas rotas, casi hecha jirones y que de tanto que sudaba se pegaba a su cuerpo como una segunda piel; pero por la noche lamentaba su capa olvidada en la posada. Una buena capa con auténtico pelaje de cabra (no daba un acabado tan bonito como el zorro o distinguido como el oso, pero era considerablemente más barato). Cada noche tuvo tiempo de sobra de lamentar su pérdida, pues por mucho que se arrebujara junto a Olivia, que incluso le abrazaba con una de sus alas, era abrigo insuficiente para tanto frío. Si podía soportarlo era gracias al calor agradable de la hoguera y a la prisa que tenía el sol por salir cada mañana, haciendo las noches cortísimas.

    Recibió el séptimo día —¡llevaba ya una semana vagando por los caminos del desierto!— a la sombra de una palmera solitaria. Olivia se acicalaba las plumas después de una buena jornada de caza, el desayuno de hoy se componía de lagarto tostado con dátiles y el olorcillo de la carne al fuego abría el apetito, tanto del hombre como del pájaro. Cualquiera pensaría que Olivia le dejaría el lagarto entero a Hügo y ella volvería a la caza hasta llenarse el estómago, pero el paladar de Olivia era exquisito, y prefería la carne cocinada a la cruda, aunque significara comer menos.

    —Creo que te estoy mimando demasiado —le dijo Hügo pasándole medio lagarto, que Olivia aceptó encantada. Sacudió sus plumas cuando le lanzó los dátiles uno a uno.

    Después de un festival de caricias (porque sí, Hügo mimaba demasiado a Olivia. Lo llevaba haciendo años) se pusieron en marcha, ambos convencidos de que encontrarían pronto la civilización.

    No se equivocaron, aunque no fueron las casas de Xõ lo que vieron, sino un carruaje tirado por ocho ñus que se deslizaba por la arena con demasiada facilidad. Nunca pensó Hügo que esa especie de toro desnutrido pudiera tirar de algo y hacerlo tan bien, pero frente a sus narices pudo ver el carruaje y la figura misteriosa del chófer totalmente envuelta en telas que le protegían del sol. Tiró de las riendas y se detuvo hasta la última pezuña de tan extraño animal, aunque, teniendo a Olivia de compañera, Hügo no era el más indicado para llamar «extraño» a ningún animal.

    El chófer dio unos golpes a la madera tras su espalda y luego se apartó tanto la capucha como el velo que le cubría la cara. Hügo reconoció aquel rostro, era la joven que servía a Tarish, eso significaba que… suspiró con una sonrisa al saber que rondaría cerca, hasta la puerta del carruaje pareció abrirse con más lentitud de la necesaria, como invitándole a entrar y hacer algo prohibido en su interior. Olivia no pudo leer el temblor de anticipación de Hügo, y se adelantó para entrar en el carruaje como entraría un elefante a una cacharrería.

    —¿Te diriges a Xõ? —Le preguntó Balai lanzándole una cantimplora que Hügo agradeció de todo corazón. Se bebió mitad del contenido y la otra mitad se lo echó en la cabeza, refrescándole de inmediato—. Podemos apiadarnos de ti y llevarte. —Resopló negando con la cabeza, se apiadara de él o no, las órdenes de Tarish habían sido claras—. ¿Has comido? Te veo inexplicablemente bien para llevar una semana en el desierto.

    —Tengo una magnífica cazadora conmigo —le respondió devolviéndole la cantimplora. En ese momento salió Olivia del carruaje, llevando en su pico un abanico. Hügo se acercó a ella y la obligó a entregárselo—. Para ya de robar cosas.

    Esto le hizo dar unos golpes sobre su bolsa, donde descansaba un pez de oro, podría ofrecérselo a Vivienne como ofrenda de paz, pero prefería recordar los gritos de la mujer fuera de sí. Debía admitir su coraje al apuntarle con una ballesta, por lo menos le daría eso, recordarla con una sonrisa.

    —¿Subes de una vez? Los animales están cansados, debemos llegar pronto a una fuente. —Se quejó Balai volviendo a cubrirse con las telas. Miró por sobre las dunas, entendiéndose a la perfección con ellas, sabiendo exactamente la distancia que debía recorrer hasta alcanzar el siguiente punto con agua. No tuvo que insistirle a Hügo al verle entrar en el carruaje, sabía lo que se encontraría ahí dentro: los cojines más blandos en ambos asientos, el olor a incienso envolviendo el espacio y la sonrisa de su señor mal disimulada tras un abanico. Con un suspiro del más puro agotamiento sacudió las riendas en el aire y se puso en marcha, ahora con Olivia descansando sobre su cabeza. Y lo decía de manera literal, aquel pájaro monstruoso se había aposado en los adornos del carruaje que tenía tras ella y trepaban por el techo de madera—. Te arrancaré el pico como se te ocurra hacerme algo, ¿estamos?

    Las amenazas no funcionaban con Olivia, que se agazapó en el borde del techo como si se tratara de un adorno más. Cuando Balai bajó la guardia (volviendo a estudiar la forma de las dunas y calculando la distancia que debía recorrer) escuchó junto a su oído un auténtico chillido de Olivia. Tan alto chilló que hasta los ñus se asustaron, costándole a Balai una buena tanda de tirones para calmarlos mientras, a la vez, maldecía a Olivia.

    —¡Olivia! —Gritó Hügo desde el interior del carruaje. Decidió apiadarse tanto de la chica como de los extraños toros—. ¡Olivia, conmigo!

    La respuesta esta vez fue el chasquido tan rápido y continuo que parecían tambores, un sonido que se entendía como una respuesta afirmativa. Hügo se inclinó en el sitio para abrir la puerta y por ella entró Olivia bastante más tranquila a la primera vez. Sacudió la cabeza al recibir las caricias y luego decidió desplomarse cerca de Hügo, le daría un buen picotazo cuando dejara de acariciar sus plumas. Un picotazo muy doloroso teniendo en cuenta que su cabeza descansaba en su regazo.

    —¿Cómo has podido encontrarme? —Llevó la mirada hacia Tarish mientras hablaba—. Esto es un mar de arena y no sé orientarme en él, no creo estar siquiera cerca del camino a la ciudad. —Quiso sonreír, pero en su lugar se le escapó un bostezo.

    El cansancio se acentuaba estando en un asiento tan cómodo, su cuerpo parecía enterrarse entre los cojines. Sus sentidos se aletargaban con el olor del incienso envolviéndole, el ambiente se volvía denso pero relajado a la vez con este aroma. Podía preguntarle a Tarish cómo siguió la investigación de Boyard, cómo estaba su hija, su marido, cómo estaba Vivienne, tenía muchas cosas que preguntar, pero no pudo preguntar nada cuando se durmió prácticamente sin darse cuenta.

    Estaba agotado, pero incluso en sueños veía la imagen de Tarish tan clara y nítida frente a él que casi creyó seguir despierto. Claro que cuando vio al propio Tarish devolverle el beso que le había dado en aquella despedida apurada se convenció de que debía estar profundamente dormido.

    SPOILER (click to view)
    Queda en tus manos si Tarish le da ese beso o es ensoñación del marido~ *guiñoguiño*
     
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    Entrar en Xõ fue como si hubiesen atravesado un portal que los hubiese llevado a la otra punta del mundo. De las arenas aburridas del desierto pasaron a un terreno lleno de vida, verde, con árboles altos que daban una agradable sombra y permitían que brotasen hierba y flores.

    Todo esto era posible gracias al gran lago que alimentaba el oasis y en torno al cual se había construido la próspera ciudad, siempre llena de gente que transitaba por el desierto y que aprovechaba este punto como un agradable alto en el camino antes de retomar su viaje.

    Aunque ese no era el objetivo de Tarish, tampoco iba a despreciar la belleza exótica de la ciudad. Por eso había reservado dos habitaciones para cuatro días, aunque sólo necesitase uno para cumplir su objetivo.

    Y fue, precisamente, en una de esas habitaciones donde despertó Hügo. Se encontró cómodamente tumbado en una cama matrimonial, descalzo y sin camiseta. La temperatura era agradable y los doseles de la cama, ahora corridos, dejaban ese espacio con una luz reducida que sólo aumentaba la sensación de frescor.

    Pronto uno de esos doseles fue tomado por una mano blanca de dedos alargados, y al descorrerse la tela pudo ver a contraluz la figura de Tarish, quien había cambiado sus ropas de viaje por una túnica blanca sujeta a la cintura con un cinto azul y dorado a juego con los bordes de la túnica.

    —Bienvenido al mundo despierto, querido. —Le saludó con una voz dulce mientras se sentaba en el borde de la cama. Dejó sobre el colchón un balde con agua y sacó de ahí un pañuelo que escurrió un poco —. Permíteme.

    Aunque no esperó a tener permiso y directamente empezó a limpiar su rostro con el paño. Era delicado y gentil, teniendo cuidado con ojos, nariz y boca, pero retirando sudor y arena y, a la vez, dejando una sensación refrescante acrecentada por el olor a rosas y menta que tenía el pañuelo, o quizá el agua.

    Debía haber una ventana abierta, porque a veces soplada una brisa que traía aroma de especias y se podían oír los sonidos apagados del mercado.

    —Hemos llegado hace media hora. Olivia ha tomado gusto por Baba, porque se ha asentado en sus hombros y la ha seguido a terminar ciertos asuntos pendientes. —Decía esto casi susurrando, para mantener una atmósfera íntima, mientras ahora volvía a hundir el paño en el agua. Después empezó a limpiar su cuello y pecho con el mismo cuidado y atención que su rostro —. He dejado tus armas junto a la cama y he tirado tu camiseta, pero no debes preocuparte: tengo ropa nueva para ti y estoy seguro de que te gustará mucho más que la que te hizo llevar esa señora… Señorita Muleau.

    Bajó los ojos a su torso mientras ahora le limpiaba los abdominales. Estaba claro que aquella sesión de aseo iba a tomar un giro mucho más interesante, sobre todo porque Tarish no tuvo muchos reparos que llevar su mano libre al cierre del pantalón de Hügo para abrirlo.

    Le lanzó una mirada para obtener su permiso y sonrió, pero apenas abrió el botón… Unos golpes sonaron en la puerta y Tarish puso los ojos en blanco con cierta exasperación.

    —Discúlpame un momento, querido.

    Se levantó, dejando el paño en el balde, y fue a abrir la puerta. Hubo una conversación breve y la puerta se cerró, pero cuando Tarish regresó junto a la cama tenía una expresión de fastidio.

    —Lo lamento, pero voy a tener que dejarte a solas un rato. Hay un baño frente a la cama, por si deseas darte un baño en condiciones, y tu ropa nueva está en el armario, limpia y lista para ti. También hay fruta y agua… Me gustaría pedirte que me esperes para el almuerzo, no debería tardar más de una hora en regresar.

    Dándolo todo por aceptado, le sonrió y volvió a cerrar los doseles de la cama. Se despidió con voz alegre y la puerta de la habitación volvió a cerrarse.




    —Amo, estoy harta de este pájaro demoníaco.

    —¿Por qué? Olivia es una dama encantadora.

    Balai resopló ante semejante afirmación y miró de reojo al pajarraco, que tenía su cabeza cómodamente apoyada en el regazo de Tarish y disfrutaba como un perro de recibir sus caricias.

    Volvió a mirar hacia la puerta por la que había desaparecido Taflosa y rodó los ojos, empezando a dar golpecitos en el suelo con impaciencia.

    —Llevamos ya quince minutos esperando.

    —Sólo han pasado cinco. ¿Por qué no te sientas tú también? —ofreció Tarish, señalando la silla libre a su lado, frente al escritorio. Balai lo rechazó con una sacudida de cabeza.

    —¿Podría volver a explicarme cuál es el problema, amo?

    —Las normativas para acceder a la cueva se han endurecido en las últimas semanas. —Repitió con paciencia, los ojos fijos en Olivia mientras la mimaba —. Al parecer se han detectado movimientos sospechosos por la zona.

    —¿Sospechosos…?

    —Seguramente se trate de un demonio escondido. Pero no es algo que me preocupes. Además, tenemos toda la documentación en regla y una carta de apoyo de la viuda Vantrease. Eso es prácticamente una carta blanca para ir a donde queramos y hacer lo que queramos.

    —Mientras no repita lo del hotel, amo…

    Tarish se rio suavemente, pero no comentó nada más al respecto. Prefirió sacar con la mano libre su abanico y darse un poco de aire, aunque de todas formas no tuvieron que esperar mucho más. La puertecita tras el escritorio volvió a abrirse y Taflosa apareció con unos papeles.

    —Lamento haberles hecho esperar. —dijo la mujer con un suspiro —. Hace mucho que nadie solicita adentrarse en la Cueva Cantante.

    —No debe preocuparse, gobernadora. ¿Está todo en regla? —preguntó Tarish con ojos grandes e inocentes que hicieron que Taflosa sonriese de forma amable.

    —Así es. Aquí tiene un mapa de la cueva, —le entregó uno de los papeles —y aquí los emblemas para que les concedan la entrada. Nadie debería interponerse en su camino, aunque…

    —¿Qué ocurre? —preguntó ahora Balai con cierta impaciencia.

    —No es nada, realmente. Pero necesito que firmen aquí también.

    Extendió un nuevo papel sobre la mesa y Tarish se asomó para leerlo.

    —Ah… Cesión de responsabilidades.

    —¿Qué significa eso, amo?

    —La ciudad de Xõ queda eximida de cualquier tipo de responsabilidad por posibles percances que podamos sufrir. En otras palabras, si nos ocurre algo mientras estemos en las cuevas, no podremos denunciar ni al gobierno ni a ningún organismo de Xõ. —Dicho esto, cogió la pluma del tintero y sonrió —. Pero está bien. Entiendo que las cuevas sólo son peligrosas para la gente imprudente o poco preparada.

    —Así es, así es. —Aseguró Taflosa, claramente aliviada de que Tarish no le estuviese poniendo ningún problema al respecto —. Estoy segura de que su excursión a la Cueva Cantante será perfectamente segura y provechosa.

    —¡Claro que sí! Baba, querida, firma tú también.

    La mujer gruñó, pero aceptó la pluma y se inclinó sobre el papel.

    —¿Qué hacemos con el mercenario?

    —Oh, no te preocupes por él. Me hago cargo de su seguridad.




    Olivia entró volando en la habitación, literalmente, y pronto buscó acomodarse sobre Hügo. Tarish fue el siguiente en entrar, y al verle sonrió y se acercó para alisarle un poco la ropa. La había seleccionado basándose en el estilo de la ropa de viaje que Hügo había llevado en la otra ciudad, pero eran telas más finas y claras, adaptadas al calor del desierto.

    —Veo que has decidido, sabiamente, prescindir de la armadura por ahora. —Comentó con calma —. Hoy no te hará falta. Mañana… Quizá.

    Le hizo un gesto para que le acompañase al balcón de la habitación y tomó asiento en la mesa que había ahí. Apenas estuvieron los dos asentados, Balai llegó seguida de un mozo que cargaba un carrito con la comida.

    Dejó las bandejas sobre la mesa, hizo un gesto de despedida y salió de la habitación, cerrando la puerta a su paso.

    —El menú del día es ensalada con dátiles, humus, pan de pita y una pechuga de pollo. —Anunció Balai, quedándose de pie junto a Tarish como la guardiana que era.

    —Suena delicioso. —El amo sonrió de forma golosa, tomando uno de los platos de ensalada, pero luego miró a Balai —. ¿No vas a comer con nosotros?

    —Amo…

    —¡Insisto! Por favor, ve a por tu comida y únete a nosotros.

    Balai dudó, pero acabó aceptando con una inclinación. Miró a Hügo, rodó los ojos y salió de nuevo.

    —Está empeñada en que tengamos una relación clásica de amo y sirvienta, pero yo prefiero algo más cercano. —Le confió a Hügo mientras tomaba la jarra y servía un vino de tono dorado y sabor áspero —. Debo reconocer que me mosqueé contigo. Te pedí que fueses manso con Boyard y terminaste hiriéndole a él y a la señorita Goa y haciendo una salida maravillosamente dramática de la ciudad. Pero entiendo que Vivienne tampoco te dio mucho margen de maniobra… De todas formas, no debes preocuparte más por eso. Calmé las aguas lo suficiente como para que no te persigan, aunque yo no me acercaría a ella ni a nadie de su familia durante los próximos cinco años, al menos… Respecto al pez de oro, sugiero fundirlo, convertirlo en monedas y disfrutar de la vida mientras duren. —Dijo esto último guiñándole un ojo.

    Le dio un trago a su copa y se relamió, empezando a picotear su ensalada de buen humor.

    —Confío en que no hayas olvidado la conversación que tenemos pendiente. En resumen: estoy desarrollando un sistema para almacenar energía de demonios y poder actualizar el nivel de las armas de forma más cómoda y práctica. Supongo que te preguntarás dónde entras tú en todo esto… —Guardó silencio cuando Balai regresó y esperó a que tomase asiento con ellos antes de proseguir —Debo ir a los hornos de Guliper, en la región noroccidental del continente. Aunque antes de eso tengo una visita pendiente a la Cueva Cantante de Xõ.

    —Iremos mañana. —Puntualizó Balai.

    —Así es. En esa cueva se han formado unos minerales muy especiales que he estudiado durante un tiempo y que necesito para mi pequeño proyecto. Los cogeremos mañana y los llevaremos a Guliper. Una vez ahí, fabricarán un cristal, montaré el aparato y podremos empezar las pruebas. Y ahí, querido mío, es donde haces tu aparición en escena. —Dijo señalándole con el tenedor en uno de sus gestos teatrales —. El látigo de Baba es también un arma contra los urraki, pero ¿cómo puedo hacer un experimento fiable teniendo sólo una muestra? Tú, sin embargo, tienes una espada y una daga, ¡y a distintos niveles! Eso me permitirá calcular bien la eficacia del proyecto. Claro que dicho esto podría darte una fecha aproximada para que te reunieses con nosotros cerca de Guliper, una vez estuviese todo dispuesto… Sin embargo, me gustaría contratarte también como guardaespaldas.

    —Sigo pensando que eso es innecesario.

    —Probablemente, pero ¿no es mejor prevenir que curar? Además, al viajar con nosotros me aseguraré de tenerte cerca para cuando esté en condiciones de comenzar la sesión de pruebas. Me encargaré de tu alojamiento y comida, también si necesitas ropa u otros gastos… Y estoy dispuesto a acordar un pago semanal. ¿A cambio? Tendrás que trabajar con Baba para mantenerme a salvo, claro, y más adelante deberás recoger los datos que te solicite. Puede que entre medias te haga algún encargo extraordinario… —Apoyó los codos en la mesa y reposó la barbilla sobre sus manos cruzadas, sonriéndole de forma calmada —. ¿Tenemos trato o necesitas pensártelo un poco?

    Aunque por la mirada de Hügo quedaba claro que no había nada que pensar.




    Por desgracia, el plan de Tarish de pasar la noche con Hügo se había arruinado por culpa de Olivia. El ave había hecho nido ocupando media cama y tenía bien clavado en la cabeza el no dejar que nadie más ocupase ese lecho. Tampoco parecía contenta con la idea de dormir con Balai (el sonido de tambores y un amago de picotazo hicieron que la guerrera saliera de la habitación sin mirar atrás), por lo que no quedaba más remedio que dejarlo estar.

    Y por la mañana, después de un desayuno bien potente para cargarse de energías, el grupo partió hacia la Cueva Cantante. La entrada estaba al sur del oasis, en una pequeña formación rocosa que podría haber sido una montaña hacía millones de años, y al parecer las cuevas incluso atravesaban partes del lago.

    Balai había preguntado varias veces a qué se debía el nombre, pero esa pregunta quedó contestada una vez llegaron a la entrada de la cueva. Cuando soplaba el viento, se producía un sonido parecido a un canto. Este curioso fenómeno acústico había generado una serie de leyendas locales que se podían escuchar en cualquier parte de Xõ.

    A la entrada de la cueva, sin embargo, había dos soldados que les cerraron el paso, al menos hasta que Tarish les mostró sus acreditaciones.

    —¿Ese… animal también entrará? —preguntó con recelo uno de los guardias.

    —¿Cómo? ¿Olivia? ¡Por supuesto! Está perfectamente entrenada. —Mintió Tarish con tanta convicción que nadie les puso más reparos.

    Y así pudieron entrar en la Cueva Cantante, armados con un farol que combinaba sus fuerzas con algunos de aquellos hongos bioluminiscentes que daban nombre al desierto Arenazul y que habían encontrado hogar en el suelo, paredes y techo de la cueva.

    Tarish caminaba sorprendentemente relajado para estar en un entorno desconocido y potencialmente hostil. Con Balai a su lado y Hügo cerrando la marcha, el magistrado llevaba el mapa extendido y giraba con decisión por los distintos pasillos de la cueva hasta que llegaron a una bolsa más grande que tenía un poco de vegetación y algo de agua filtrada del lago.

    Mientras Olivia se acercaba a beber y chapotear en el agua, Tarish se agachó para mirar algunas piedras y sonrió, conforme.

    —Estamos cer- Oh. —Se interrumpió y giró la cabeza hacia un lado al haber escuchado un ruido, el eco de una piedra sonando en el silencio de la cueva.

    —¿Voy a investigar? —Preguntó Balai con la mano en la empuñadura de su látigo.

    —Adelante. Hügo, ven conmigo. Baba, estaremos al final de ese pasillo, a la derecha.

    La mujer asintió y caminó en dirección al sonido, mientras que Tarish le hizo un gesto a Hügo y echó a caminar por donde había señalado.

    No tardaron en llegar al lugar que tanto estaba esperando: una nueva bolsa, pero esta vez repleta de un mineral de tonalidades rosas que brillaba como cristal ante la luz del fuego.

    —¡Oh! ¡Mira qué hermoso! —Suspiró, acercándose para tocar algunas de esas piedras.

    Abrió entonces su bolsa y sacó de ahí una caja considerablemente más grande que la bolsa, pero Tarish pronto le explicó a Hügo que era una bolsa grabada con un hechizo.

    —En términos sencillos, dentro de la bolsa hay un espacio infinito donde puedo almacenar todo lo que desee. Baba y yo somos los únicos que podemos extraer de aquí aquello que deseemos… Pero si te portas bien, quizá te otorgue acceso a ti también. —dijo en un tonó juguetón.

    Después se puso más serio y empezó a extraer con un cuchillo afilado algunas de esas piedras, guardándolas en la caja. Se cansó rápido, porque le cedió la tarea a Hügo, y aprovechó para ir a comprobar que Balai no se hubiese perdido.

    Acompañado por Olivia, salió a la primera bolsa, la que tenía vegetación, a tiempo para ver a Balai regresar ahí mismo arrastrando a una muchacha que tenía las muñecas atadas por la punta del látigo.

    —¡Amo! Mire lo que he encontrado.

    Tarish se acercó con curiosidad y sonrió.

    —Una urraki. —Dijo al reconocer los rasgos de la chica. No es que la conociese, sino que, asustada y defensiva, había cambiado su apariencia a la de un demonio, con orejas más afiladas, colmillos y garras —. Pero es una nafena, de rango amarillo…

    —¡Señor! —Bramó entonces la chica. Estaba llorando y temblando —. ¡Por favor, no me haga daño! ¡Por favor! ¡No he dañado nunca a ningún humano, lo juro…!

    Tarish la hizo callar con un gesto y se acercó un poco más a ella pese a la advertencia de Balai. Tomó el mentón de la chica y la miró atentamente. Le apartó el pelo de la frente y sonrió, acariciando el símbolo que tenía tatuado ahí.

    —Baba, puedes soltarla.

    —¿Qué? ¡No!

    —Es una sacerdotisa de Vuriana, una… pacifista. —Se rio al pronunciar esa palabra, casi burlándose de ella —. Antes permitiría que la golpeases y ultrajases de mil maneras que levantarte una mano.

    —¡Me ha bufado y mostrado los dientes!

    —¡Claro, porque no es tonta! Era una amenaza para que la dejases en paz. ¿No se ha dejado atar mansamente?

    Balai soltó una maldición. Después respiró hondo y, aun mascullando por lo bajo, deshizo la atadura, liberando a la chica, que cayó de rodillas frente a Tarish, llorando e reverenciándole ahora con su forma totalmente humana.

    —Gracias… Gracias, mi señor, gracias…

    —¿Cómo te llamas, sacerdotisa?

    —Kirala, mi señor.

    —Kirala… ¿Y qué haces aquí?

    —¿En la cueva…?

    —En Mon Tara.

    Que Tarish utilizase ese nombre para referirse a la dimensión de los humanos hizo que Kirala abriese los ojos con sorpresa y pareciese mirar a ese joven con mayor atención y detenimiento. Tragó saliva y se mantuvo de rodillas, con la espalda recta.

    —Yo… Nací en Mon Galar, pero cuando los portales se reabrieron decidí atravesarlos para explorar. Sin embargo, ¡oh! ¡Los otros urraki son despiadados! ¡Y los humanos también! Hui al desierto en busca de refugio y terminé encontrando esta cueva. No deseo luchar, ni dañar a nadie, ¡lo juro!

    —No necesitas jurar, sacerdotisa. ¿Por qué no has regresado a Mon Galar?

    Eso hizo que la muchacha dudase.

    —Pues… No es un lugar agradable, mi señor.

    Esa respuesta sacó una pequeña risa a Tarish. Sacudió la cabeza y sacó su abanico para darse algo de aire y ocultar parte de su rostro.

    —Hmn… ¿Mi señor? ¿Podría viajar con ustedes?

    —¿Qué? ¡Ni hablar!

    —Baba, no seas tan tajante. —Tarish lo sopesó unos segundos, pero pronto se encogió de hombros —. Bien. Eres experta en medicina, imagino.

    —¡Así es, mi señor! Todas las sacerdotisas de Vuriana estudiamos los tratados de Ga-

    —Ya, ya. —La interrumpió con un gesto vago —. Ponte en pie, entonces, Kira. Ahora te presentaré a nuestros otros compañeros. Ahora debe haber acabado de recoger el mineral…

    Volvió a caminar hacia donde había dejado a Hügo, pero Balai se acercó a él rápidamente para impedir su paso.

    —¿Está seguro de esto, amo?

    —Claro. —Dijo con despreocupación —. No te preocupes, la controlaré yo mismo. Y si deja de sernos útil… Bueno. Incluso un nafena puede servir para nuestro experimento.

    Aquello pareció calmar a Balai parcialmente y Tarish pudo retomar su paseo. Pronto estaba mirando a Hügo, que efectivamente estaba terminando de llenar la caja. Le felicitó con un aplauso emocionado y correteó para cerrar él mismo la caja y guardarla otra vez en la bolsa mágica.

    —El ruido lo ha provocado Kira, una chiquilla de unos veintipocos años… Va a unirse a nosotros, al menos durante un tiempo. No sabe luchar, pero es médica, y nunca viene mal viajar con un médico, hasta donde yo sé.

    Evitó contarle el detalle de que esa chica era un urraki. Lo vio innecesario, al menos por el momento, y de todas formas las armas de Hügo no la detectarían, al tener ella un nivel espiritual tan irrisorio.

    Con esto, regresaron cinco al hotel.




    No podía creerlo. ¿Realmente estaban a solas? Miró a su alrededor otra vez, pero ¡así era! No había nadie más que ellos dos en la habitación.

    Balai había acompañado a Kirala a la habitación que ella había ocupado con Tarish la noche anterior y Olivia, curiosa por la nueva incorporación al grupo, las había seguido haciendo sus graciosos ruiditos apocalípticos.

    Así que ahora Tarish, con su copa de vino áspero en la mano, estaba, por fin, a solas con Hügo.

    Sonrió, encantado con la perspectiva, y se acercó a él, poniéndole una mano en el hombro. Le invitó a sentarse, presionando suavemente de él hacia abajo, y entonces, sin más dilación, subió a su regazo con una sonrisa satisfecha.

    —Hola, desconocido. —susurró, acercándose para besarle.

    Cuando sus labios se encontraron y las manos de Hügo apretaron su cintura no pudo contener un suspiro de deleite, pero aquel juego terminó tan rápido como había empezado cuando el sonido del tambor se escuchó no tras la puerta, sino en la ventana.

    Al girarse, Tarish pudo ver la estatua emplumada que era Olivia cuando se quedaba totalmente estática. Gruñó y frunció el ceño.

    —¿Podrías darnos un rato, querida?

    Otra vez el sonido de tambor y ahora Olivia revoloteó, pero fue para entrar en la habitación y acercarse a la cama.

    Tarish tuvo que contener un gemido, pero de pura frustración. Sin embargo, accedió a la petición muda y salió de encima del mercenario, sentándose a su lado con un resoplido.

    —Mañana… —Empezó a decir después de dejarse caer de espaldas sobre el colchón —Quiero visitar la ciudad. Ver el mercado y el templo local, visitar los famosos jardines que tienen por aquí y ver el lago. Pasado mañana partiremos después de comer. Supongo que ahora tendré que ir a ver cómo está la chica.

    Con su humor claramente malogrado, se levantó de un salto y le dio un golpecito muy suave en la cabeza a Olivia con el abanico, a modo de reprimenda. Ella hizo otra vez el sonido del tambor y después subió al regazo de Hügo.

    Tarish rodó los ojos, pero sonrió al hombre antes de salir de la habitación una vez más.
     
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    Hügo nunca pensó que los despertares en la exótica Xõ fueran tan estimulantes, y estuvo cerca de lanzarse a por quien fuera la interrupción que acabó con aquella sesión de caricias húmedas y perfumadas, los dedos tan finos de Tarish bajaron hasta su pantalón… Y ahí se quedaron, porque se marchó, dejándole a solas. Se aseó, se vistió y se dijo que la próxima vez no habría interrupciones. Lamentablemente, sí las hubo.

    Le dedicó un ceño fruncido a Olivia, ahora acomodada en su regazo muy satisfecha de haberle robado el lugar a Tarish.

    —¿Por qué no puedo enfadarme contigo? —Refunfuñó jugueteando con las plumas de su cabeza, después suspiró acomodándose en el sitio. Habían pasado muchas cosas en un solo día y más le valdría pensar en ellas para terminar de creérselas.

    La oferta de Tarish era demasiado buena para ser cierta: tendría todos sus gastos cubiertos e incluso acceso a más dinero si le hiciera falta, y todo a cambio de protegerle, una tarea de lo más sencilla teniendo en cuenta a Balai, los músculos de su cuerpo no estaban de adorno y sospechaba que la mujer sabía hacer auténtico daño con el látigo. Hügo tuvo que sacudir la cabeza, porque el último recuerdo que tenía de una mujer con un látigo en las manos no era precisamente un recuerdo desagradable. Volvió su vista a Olivia y le pareció que sabía en lo que pensaba, le miraba sin parpadear, enfadada.

    —No me mires así, sabes que eres la única para mí. —Se inclinó para darle un beso, pero Olivia se revolvió para darle un picotazo.

    El picotazo de un pajarillo domesticado era prácticamente indoloro, pero el picotazo de Olivia —con un pico durísimo de más de 20 cm— causó hasta la sangre. Hügo no se quejó del golpe ni del sangrado, aunque la punta del pico hubiera llegado al hueso, simplemente levantó la mano para palparse la nariz. Fue un alivio no notar nada roto, incluso podía respirar con normalidad. Se relamió los restos de sangre que llegaban a su boca y se puso en pie, causando quejas en Olivia cuando también tuvo que levantarse.

    Todavía no tenía una opinión en firme de Kira, la chiquilla que se había unido al grupo esta misma tarde, pero, ¿no había dicho Tarish que se le daba bien la medicina? No se lo pensó mucho en ir a su habitación, causando un gritito compartido al aparecer de repente sin llamar a la puerta.

    —Pero, ¿qué te ha pasado? —Preguntó Balai yendo hacia él, salió al pasillo y miró a los lados buscando el peligro, pero allí no había nadie, sólo Hügo con Olivia—. Espera, ¿te lo ha hecho el pájaro?

    —Olivia es una dama terriblemente celosa, ni siquiera me deja pensar en otras personas. Se enfada conmigo. —Hügo le sujetó la cabeza y le hizo alzarla, mostrando los restos de sangre en el pico. Olivia se quejó y volvió a atacar, esta vez al aire. Al verse liberada revoloteó hacia la única ventana abierta en la habitación y salió por ella sabiendo que, de quedarse, le tocaría más de una regañina que no pensaba aguantar.

    Hügo suspiró viéndola huir y se giró hacia Kira.
    —¿Podrías mirar si es algo grave? No dejo de sangrar.

    Dada la altura de la chica y la suya, optó por sentarse en una de las sillas, saludando con una sonrisa a Tarish. Obedeció las indicaciones de Kira y cerró los ojos para que empezara con sus curas. Encontró sus manos muy suaves, demasiado suaves para haber vivido sola en una cueva durante el tiempo que les había dicho. Estas manos no estaban acostumbradas a las durezas de la piedra ni al trabajo que supondría buscar alimento en un terreno salvaje. Tampoco pudo ignorar, quizá porque sus ojos seguían cerrados, el aroma que desprendían aquellos dedos. Era un olor conocido que había olido antes, pero ¿qué era? ¿Era limón? ¿Algún cítrico? No, era algo más. Algo que mezclaba lo dulce y lo picante, ¿cómo se le hacía familiar este aroma, si nunca se había interesado en los perfumes? Por lo general, Hügo olía a sudor o a sangre, nunca a algo parecido a lo que podía oler ahora, ¿por qué le era un aroma tan conocido?

    Sonrió al resolver el misterio, y entonces entendió la suavidad de las manos y lo atrevidas que habían sido al trepar por sus sienes para acariciar su cabello.

    —Cómo disfruto de tus caricias, querido. —Ladeó la cabeza hasta apoyarse en una de sus manos y, no satisfecho con esto, giró un poco más para dejar un beso entre sus dedos. Luego parpadeó para descubrir la sonrisa tranquila de Tarish—. Es normal que mi nariz haya dejado de sangrar al tenerte tan cerca, hay otro sitio de mi cuerpo donde quiere ir toda esa sangre.

    Kira soltó otro gritito con aquel comentario, y hasta se alegró de que Tarish quisiera hacerle las curas a aquel hombre tan bruto de las montañas, dejándole a ella el trabajo de alcanzarle los materiales para limpiar la herida.

    —Ese comentario ha estado muy fuera de lugar —dijo mirándoles, en parte sorprendida porque Tarish no se había apartado de donde estaba—. Señor, es un comentario casi ofensivo. —Por un momento se vio en la necesidad de explicarlo, pero la risa de Hügo la interrumpió.

    —Y yo que lo veo como un cumplido. No todo el mundo puede ir por la vida causando erecciones, ¿sabes?

    —Oh no, señor. Yo no quiero saber absolutamente nada de sus erecciones.

    Hügo no entendía el trato formal, pero esa pequeña confusión no le impidió que volviera a reír.
    —¿No eres demasiado remilgada para ser médico?

    —No soy médico, soy experta en medicina y… Bueno. —Carraspeó mirando a Tarish, buscando hasta dónde podía decir—. También ciertos tratados que, desde luego, escaparían de su comprensión, señor.

    —Que los dioses me libren de tratar alguna vez con eruditos. —Hügo alzó las manos al levantarse, sospechaba que, de seguir hablando con Kira, acabaría con jaqueca. Miró hacia la ventana, y aunque por un momento quiso saltar por ella en la ruta más corta al exterior, se lo pensó mejor y optó por la puerta, claro que antes fue junto a Tarish para besar sus dedos, adoptando una postura de caballero elegante y no indecente. Un poco tarde para cambiar la opinión que Kira tendría de él—. Voy a por Olivia, no es una compañera que pase desapercibida precisamente. No tardaré.

    —Intenta no acabar en los calabozos esta vez. —Se despidió Balai. No sonreía porque no lo dijo en broma, fue una frase lanzada totalmente en serio. Desde luego, el «haré lo que pueda» que recibió en respuesta no fue suficiente para hacerla relajar los puños apretados—. Sigo pensando que nos retrasa en nuestro viaje, amo. —Le dijo a Tarish cuando quedaron a solas con Kira—. Y no entiendo qué pueda tener de bueno su compañía… Para nosotras, me refiero a nosotras, que sé bien la clase de respuesta que iba usted a darme.

    Tarish rio, pero Kira volvió a sonrojarse y prefirió prestar interés únicamente a los materiales que limpiaba antes de volver a guardarlos.

    *



    Hügo tuvo que caminar un buen trecho hasta encontrar a Olivia. La verdad, no se había escondido pero sí se había echado a volar hasta el lago. Y teniendo en cuenta que el lago estaba en el centro de la ciudad y la posada donde se alojaban casi a las afueras, pues Hügo tuvo tiempo de sobra para pensar en esta situación de padre preocupado por el paradero de su hija (la palabra correcta sería dueño y mascota, pero había líneas que se desdibujaban entre ellos tras tanto tiempo viajando juntos).

    Olivia se entretenía asustando a los peces que se acercaban a la orilla, y aunque lo normal sería que los pescara y se llenara el estómago con ellos, sólo los asustaba. Se quedaba inclinada y quieta como una estatua, con el pico rozando la superficie del agua, cuando el desafortunado pez —y también alguna rana— se acercaba demasiado guiado por la curiosidad, cerraba de golpe el pico y lanzaba por los aires al pez, que acababa cayendo de nuevo al agua. Hügo pudo jurar escucharla reír con esta nueva travesura suya.

    —¿Has terminado ya de asustar a todo lo que se acerque a ti? —preguntó a modo de saludo, cruzado de brazos y esperando el sonido tan característico de Olivia en respuesta, que revoloteó hasta posarse en sus hombros para recibir un par de caricias.

    Los mimos a Olivia no fueron ningún problema, el grupo de curiosos que se acercaban a ellos sí podía considerarse un problema. Hügo pudo contar a cinco personas, y juzgando por los pañuelos y turbantes con los que se tapaban la cara debían ser ladrones o, peor aún, sicarios, ¿alguien los había contratado para acabar con él, o simplemente le habían elegido como víctima al estar a solas de noche en el lago? Se felicitó a sí mismo por haber traído su daga consigo, bien oculta entre los pliegues del pantalón.

    Lo primero que hizo fue señalar hacia arriba, ordenando a Olivia que alzara el vuelo y se alejara todo lo que pudiera del lugar. El siguiente paso fue sacar la daga y mostrar que iba armado, pero esto no disuadió al grupo, al contrario, el que parecía el cabecilla dio la orden de atacar. El gesto amenazador no asustó a Hügo (hubiera muerto hace años si un grupo de maleantes le dieran miedo), pero sí le puso nervioso. No quería que siendo apenas un recién llegado a Xõ le tacharan de asesino, esto podría traerle problemas a Tarish, que ahora era su jefe, ¿no debería preocuparse por esto? Tuvo tiempo para pensarlo, incluso barajó la opción de alzar las manos en señal de rendición, claro que cualquier enfoque pacifista hizo aguas cuando vio el brillo rojizo en los ojos del líder. Ese hombre no era un ser humano.

    ¿Cuándo habían llegado los urraki a Xõ? ¿Habría algún portal cerca? ¿Cuántos demonios había recorriendo libres la ciudad? ¿Cuál sería su rango? ¿Pensaban hacer de este oasis una masacre? No, no si podía evitarlo.
    El escalofrío que trepó por su espalda le hizo sonreír.

    *



    Despertó casi al mediodía, por suerte, no llevaba ya la expresión del hombre que acaba de matar y no se arrepiente de ello, ahora tenía la cara de los que sufren resaca. Bostezó y se removió en la cama quejándose del dolor de cabeza. No reconocía la habitación y tuvo que luchar por hacer memoria y rehacer sus pasos por la noche. Dejó el lago después de limpiar la sangre de la daga, revisó los bolsillos de los ladrones (sin éxito, no había nada interesante), ¿qué hizo luego? Recordaba el subidón de adrenalina y el olor dulzón de los perfumes mezclados con alcohol, ¡una taberna! Ahí había aparecido con la ropa llena de sangre. Intuía que se había deshecho de la ropa porque ahora mismo estaba desnudo, ¿y su daga? Miró a los lados cada vez más alterado, cosa que no ayudaba mucho al dolor de cabeza.

    Distinguió una melena pelirroja recorriendo la habitación.
    —Tarish, ¿has cogido mi daga?

    Se sorprendió ya del todo cuando descubrió que la dueña de aquella melena era una mujer, ni rastro de Tarish. Le indicó que sus cosas estaban en el baño, y se marchó lanzándole un par de besos.

    —¿En el baño? —Se preguntó en voz alta saliendo de la cama.

    Dio tumbos por la habitación para acostumbrarse a estar de pie sin tropezarse y llegó al baño medio mareado, pero aquí encontró una muda de ropa limpia y su daga dentro de la bañera, reluciente. Agradeció a los dioses mientras se vestía. No eran las prendas delicadas que le había conseguido Tarish, éste era un conjunto mucho más humilde, de peor calidad.

    Al salir del dormitorio descubrió que había pasado la noche en la segunda planta de una taberna de la que no recordaba el nombre. El siguiente descubrimiento fue más incómodo, pues la mujer pelirroja resultó ser la esposa del tabernero, que le saludó de oreja a oreja, pues Hügo gastó en bebida una bolsa entera de monedas, tanto bebió que le ofrecieron una cama para dormir la mona. No contaba el amable tabernero con que el servicio de cama incluyó también algo de compañía.

    Hügo podía tener resaca y algunas lagunas de lo ocurrido aquella noche, pero no era estúpido y guardó silencio mientras que el tabernero le servía el desayuno contándole los chismorreos de esa mañana.

    —Una escena terrible, como le digo —le contaba al llenar su plato con rebanadas de pan—. Un puñado de cuerpos junto al lago, dicen que fueron ladrones, pero yo no lo creo. Apenas rompió el alba fui a echar un vistazo, y aquello era una carnicería, ningún ladrón necesita tanta sangre. —Se sobresaltó mirándole—. Disculpe, que está usted comiendo y yo aquí hablando de algo tan desagradable.

    —Siempre eres tan oportuno, querido —le dijo su mujer. Le dedicó un guiño cómplice a Hügo y le pidió a su marido que atendiera la barra, dejándole a ella las mesas—. Eras de Hetsu, ¿verdad? ¡Genial! No tenía a ningún montañero en mi lista. —Le hizo una mueca divertida—. Quiero decir, mi lista de amantes. Por algo esto se llama Los cuernos del Alce.

    —Los cuernos del Alce. —Repitió Hügo intentando no reír, no había alces (ni nada que se les pareciera) en la tierra tan árida de Xõ, pero el hombre que estaba tras la barra se llamaba Alcedo—. Es una broma cruel, ¿no te parece?

    Ella sonrió, le deseó un buen día y se marchó a atender al cliente de otra mesa. Hügo sintió lástima por el ingenuo Alcedo.

    El sol del mediodía no tuvo compasión, ni de él ni de los restos de la resaca, y le taladró sin ningún tipo de consideración hasta que llegó a los alrededores del mercado. Habían dispuesto toldos por las calles y proporcionaban la sombra perfecta bajo la que se refugiaban clientes y comerciantes. Hügo confiaba en encontrar aquí al resto del grupo, pues no tenía la menor idea de dónde estarían los jardines y el templo que comentó Tarish el día anterior.

    —¡Pero bueno! ¿Y tú de dónde sales? —Reconoció la voz irritada de Balai, se acercó a él con cara de muy pocos amigos—. ¡Sabía que lo del lago era cosa tuya! ¿Dónde has dejado tu ropa? ¿Tienes alguna herida? —Se inclinó para inspeccionar, pero se apartó al momento de haberlo hecho—. Puaj, apestas a perfume barato.

    —Sí, bueno, no es mío. —Respondió alzándose de hombros—. ¿Estáis todos aquí? ¿Olivia está con vosotros?

    —Asesinas a unos tíos por la noche, ¿y lo único que te importa por la mañana es un maldito pájaro gigante? —Resopló—. No debería decirte nada, ¡no te mereces que te diga nada después de lo que hiciste!

    —¿Y qué iba a hacer? ¡Los lideraba un urraki! —Se llevó las dos manos a la cabeza, por hoy no debía alzar mucho la voz—. ¿Tarish ha venido? ¿Hay alguna prueba contra mí? A él no debería salpicarle nada de esto, ¿no?

    —Ésas son muchas preguntas y no estoy de humor. Anda, sígueme. Está con Kira en un café. Ah, no te preocupes, ese maldito pájaro tuyo también está con ellas. Ugh, ¿quieres darte un baño? Prefiero el olor a sudor que el de ese perfume, es terrible.

    Hügo suspiró de lo más aliviado al saber que Olivia estaba bien, aunque a medida que se acercaban a la cafetería se preguntaba qué explicación debía dar para sus acciones. Su odio a los urraki no era algo nuevo pero, ¿cómo decirle a Tarish que había echado a perder la ropa que le compró? Ya podía despedirse de su sueldo.

    Apenas se dejó ver por la pequeña terraza del local, Olivia pareció gritar y voló hacia su posición, volviendo a quedar sobre sus hombros y arrebujando las plumas contra él en una especie de abrazo aviar. Pero hasta a Olivia le molestó el olor del perfume y regresó junto a Tarish después de un rato.

    —Adivinad a quién he encontrado en la entrada del mercado —dijo Balai—. Parece que podremos retomar nuestros planes. Eso suponiendo. —Su risa la interrumpió—. Suponiendo que a tu mujer no le importe que te llevemos con nosotros.

    —¿Mi mujer? Ah, la dueña del perfume. —Hügo se olió la camisa, desprendía un olor demasiado dulzón para su gusto—. No es mi mujer, gracias a los dioses. No me gustaría estar casado con alguien que se divierte engañando a su marido, saludad al nuevo trofeo de Los cuernos del Alce. Conservaré este título hasta que se consiga otro amante.

    Kira negó en un gesto mirándole, la opinión sobre Hügo que se estaba formando en su cabeza no era del todo positiva.

    —No te pierdas lo mejor, doctora. —Hügo se sentó a su lado y sonrió de oreja a oreja—. Me emborraché tanto anoche que, en algún punto, confundí a aquella mujer con Tarish. Estoy seguro de que por eso, y sólo por eso; una melena pelirroja, acepté su propuesta tan indecente. —Estalló en carcajadas con la mirada que entonces le dedicó, estaba atónita. —Has dicho algo de unos planes. —Señaló a Balai—. ¿A dónde vamos?

    —A ningún lado hasta que nos expliques lo que has hecho.

    —Qué atrevida, ¿quieres que hable de mis intimidades delante de una doncella tan pudorosa como la doctora? —Balai quiso golpearle, pero se contuvo, suspiró y tomó asiento. Suponía que una taza de café helado la calmaría—. Anoche en el lago me encontraron unos tipos. —Comenzó Hügo su explicación—. Pensé en huir, ¡en serio! No quería que el asunto te salpicara —le dijo directamente a Tarish—. Pero entonces vi que uno de ellos, el cabecilla, era un urraki. —Se frunció tan rápido su entrecejo que el gesto incluso le dolió—. No podía dejar a ese cabrón con vida, y mucho menos a sus secuaces.

    —¿Acabaste con su vida sólo por ser un urraki? —Preguntó Kira, camuflando lo mejor que pudo su terror.

    —¿No te parece suficiente motivo? Cuando muera, me aseguraré de llevarme conmigo a todos los que me sea posible, quizá deba hacer como cierta tabernera y empezar una lista, ¡es una buena idea!

    Balai carraspeó buscando un cambio de tema que apagara la risa de Hügo, le preocupaban las miradas de Kira a Tarish, estaba aterrorizada. Aunque también le preocupaba que su señor permaneciera tan tranquilo después de oír unas declaraciones como aquéllas.
     
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