|| Lo que esconde el abanico ||

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  1. Bananna
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    Información básica

    Historia general


    Es difícil saber qué es un logro de la humanidad, qué es una aportación urraki o qué se consiguió con la colaboración estrecha de ambas especies.

    Los urraki, por supuesto, defenderán a capa y espada que ellos son la mente pensante que ha permitido que los humanos evolucionemos y lleguemos a convertirnos en lo que hoy día somos. Siempre han sostenido que, cuando ellos llegaron a nuestro mundo, éramos apenas grupos bárbaros que apenas balbuceaban sus primeras palabras y que habían sobrevivido sin ellos única y exclusivamente gracias a nuestra fuerza bruta y nuestra capacidad destructiva.

    Ellos nos dieron un idioma —y con ello, escritura y literatura—, una sociedad bien definida, legislación, arquitectura, ingeniería, medicina, comercio y, en fin, todo aquello que compone a un pueblo civilizado. Nos fueron enseñando poco a poco, como padres o hermanos mayores, al principio de forma esporádica, después estableciendo residencias y puestos fijos en nuestro mundo para servir como guías de nuestro crecimiento.

    Por lo tanto, según esta postura, antes de los urraki no había nada. Primitivas sociedades mal organizadas que vivían el día a día y luchaban entre sí por territorios, caza y mujeres.

    Esto es fácilmente debatible. Basta con ver los exiguos restos dejados por nuestros más alejados antepasados, tan distintos de lo que se hizo después de entrar en contacto con los urraki. Actualmente son poco más que ruinas perdidas en desiertos, bosques o terrenos sumergidos por las crecidas de lagos o mares, pero que nos aportan información muy valiosa sobre nuestro pasado antes de que se abriesen los primeros portales.

    La Biblioteca Sumergida de Bilbina es, sin lugar a dudas, el ejemplo mejor conservado. Para empezar, en su interior se encontraron documentos con una maravillosa escritura de ideogramas, es decir, símbolos que representan conceptos y no sonidos, como nuestro sistema actual. Estos documentos eran anteriores a los urraki, mostrando registros de animales, armas, barriles… fondos de algún almacén.

    Los urraki, entonces, no encontraron pueblos completamente anárquicos, aunque así se lo debió parecer a ellos, que tenían un nivel evolutivo muchísimo más elevado que el de esos primeros humanos. Por ello, seguramente, no dudaron en imponer sus propios logros, malogrando la trayectoria que se estaba desarrollando y que nos habría llevado a tener nuestras propias singularidades.

    De cualquier forma, los urraki no son tal y como eran cuando llegaron aquí. Ellos también han cambiado, han aprendido y han evolucionado, y sería estúpido pretender que no ha habido un intercambio bilateral entre ambas partes. Ellos nos dieron nuestro actual idioma, y es cierto que atajaron siglos de evolución —sobre todo en lo referente a ciencias y literatura—, pero también bebieron de nuestros avances y los fueron incorporando a su propia vida.

    Con todo, no hay que caer en el error de pensar que urraki y humanos somos iguales. Aunque sus criterios estéticos son los que han logrado imponerse en las altas clases humanas, aunque nos hayan dejado colecciones de poesía y literatura incomparables a ninguna de nuestras creaciones, los urraki son belicosos, más de lo que pretenden hacernos creer. Disfrutan, quizá hasta se alimentan, del dolor y de la sangre, de la destrucción y de la guerra.

    Y además son peligrosos. Son más fuertes que nosotros y pueden manejar energías que los humanos ni siquiera alcanzamos a comprender.

    No por nada han conseguido mantenerse en la élite de la sociedad, dirigiendo a los humanos como si fuésemos niños bajo su cuidado o, peor aún, animales paciendo felizmente a sus pies, ignorantes por completo del matadero que se alza ante nuestras narices.

    Luchar contra ellos es una opción valiente, pero si no se piensa adecuadamente, sólo traerá muerte y desgracia.

    —Fragmento de la ponencia dada por la magistrada Bernna Quba en el año 5 de la Era de Sangre.



    La Rebelión



    Los urraki han ido demasiado lejos. Hace dos días, un ejército de Kra el Cruel se hizo con Bilbina, asesinó a los doce miembros del Consejo y ultrajó sus cadáveres, colgándolos como macabras banderas sangrientas en la fachada del ayuntamiento, a la vista de todos.

    Procedieron después a la destrucción de la Biblioteca Sumergida, que ahora debe ser un montón de piedras mojadas puestas sin ton ni son, totalmente perdido su forma y significado original, y después apresaron a todos los sabios que han estado estudiando las ruinas y sus textos.

    Esta mañana me ha llegado la noticia de que los magistrados han sido juzgados, si se puede usar esa palabra para el grotesco espectáculo que ha sido ese "proceso", y declarados culpables de crímenes contra los urraki. Llamándoles desagradecidos como atributo más suave de los dichos por ese bastardo de Kra el Cruel, los han ajusticiado cortándoles las cabezas. Después, las han clavado en picas a las puertas de la Biblioteca y, al parecer, han destrozado los cuerpos para alimentar con ellos a los cerdos.

    Bernna Quba, nuestra querida amiga e inteligente aliada, ha sido considerada líder de una rebelión y, por ello, no sólo ha sido humillada en esa charada de juicio y ejecutada con los demás, sino que también ha sido duramente torturada. Os ahorraré los detalles, pues enfurezco de sólo recordar el informe que he leído poco antes de empezar a redactar esta misiva.

    Esto ha sido un duro y horrible golpe contra nosotros, ¡pero aquí no termina la cosa! El resto de reyes urraki, ante estas desgarradoras noticias, han guardado silencio, en el mejor de los casos. Algunos han aplaudido a Kra el Cruel. Todos parecen apoyar esta desmedida muestra de poder.

    Dicen, al parecer, que los humanos nos estamos rebelando contra su gobierno y guía. Nos acusan de crímenes que no hemos cometido. Aún, por lo menos. Y estoy seguro de que van a seguir con esta maldita caza de rebeldes, aniquilando sin contemplaciones a todos aquellos que, a sus ojos, supongan un peligro contra este sistema que han impuesto sobre nosotros durante demasiado tiempo.

    ¿Quieren una rebelión? ¡Démosles una rebelión! ¡No necesitamos a esos demonios! ¡Podemos manejarnos perfectamente sin ellos! Ya lo han demostrado nuestros vecinos del Valle de Lur, que expulsaron a su caudillo y a toda la corte urraki en una demostración de coraje y poder. ¿No llevan décadas viviendo un periodo de paz y esplendor al haber eliminado a esas criaturas de la ecuación?

    Sí, es cierto que esto se consiguió mediante la pérdida de muchas vidas humanas, pero ¿qué guerra no requiere sacrificio? ¿Qué se puede lograr sin mancharse las manos? ¿No es mejor luchar y reconstruir que nunca levantar cabeza?

    ¡Yo digo que gritemos: basta! ¡Basta a los demonios! ¡Basta a sus matanzas indiscriminadas! ¡Basta a su tiranía, al miedo, a la impotencia!

    Hermanos, ha llegado la hora de hacer realidad ese sueño que tuvimos una tarde de verano en la casa de Bernna, cuando todavía éramos adolescentes que estaban empezando a encaminar sus vidas.

    Fundemos la Orden del Alba Dorada. Mis tropas están dispuestas a firmar y sé a ciencia cierta que la nobleza de distintos puntos está dispuesta a darnos todo lo que necesitemos en dinero y especie. Además, tenemos armas. Sé que Firha ha conseguido no sólo hacerse con armas capaces de matar a esos demonios, sino que sus investigaciones han logrado replicar esa magia.

    Podemos hacerlo, pero tiene que ser ya. Antes de que destruyan más de nuestro patrimonio, antes de que nos den un golpe del que no podamos recuperarlo.

    Hagámoslo, no por Bernna y el resto de magistrados de Bilbina, sino por nosotros.

    Por nuestro futuro.

    Por la humanidad.

    —Carta del general Esca Torin a los futuros fundadores de la Orden del Alba Dorada en el año 8 de la Era de Sangre.



    La Orden



    La Orden del Alba Dorada nació como respuesta a los excesos de los últimos líderes urraki, concretamente ante la Matanza de Bilbina.

    Internamente se dividía en el cuerpo militar, la sección científica y el aparato de brujos. Los jefes de cada parte, que eran además miembros fundadores, se aseguraron mediante un contacto frecuente y estrecho de procurar la mejor coordinación de cada acción, logrando de esta forma avances rápidos y sistemáticos durante los primeros años de la guerra.

    Lo que empezó como un grupo de rebeldes pronto fue adquiriendo mayor fuerza y poder a medida que distintas ciudades humanas se sumaban a ellos, aportando no sólo nuevo personal, sino dinero, rutas seguras, infraestructuras, materiales y, sobre todo, esperanza.

    Su primer gran fiasco fue en el año 12 de la Era de Sangre, cuando las tropas de Esca Torin fueron derrotadas a las puertas de la Ciudad de Hierro por Gruma la Fuerte, la mejor estratega con la que contaron los urraki durante la guerra. Esta demonio consiguió no sólo frenar el avance de Torin y aplastar a los soldados humanos, sino que, a su mando, una horda urraki recuperó parte de los territorios tomados por la Orden.

    Ante esto, Firha Nanala, miembro fundador y jefe de la sección científica, propuso un plan que fue tachado de locura: devolver a todos los urraki posibles a la Dimensión Infierno y cerrar los portales para impedir que los demonios pudiesen regresar jamás.

    La idea fue desechada, pero Firha Nanala no se dio por vencido. Dedicó años a investigar aquellos portales, a ver cómo los urraki los abrían y cerraban para sus viajes entre mundos. Sus inventos habían conseguido mejorar las armas de los humanos para poder asesinar con ellas a demonios, algo que siempre se había considerado imposible. Estaba convencido, entonces, de que podría obrar otro milagro.

    Y, finalmente, lo consiguió. Con ayuda de un equipo conformado por científicos y brujos que lo consideraban más genio que loco, pudo diseñar un artefacto que, acoplado a la estructura del portal, lo inutilizaría, creando una especie de membrana de energía mágica que impediría que nada pudiese entrar o salir.

    Para cuando presentó el invento ante la Orden, veinte años habían pasado desde la fundación de la misma. Cansados de la guerra, tras victorias y derrotas igualmente sentidas, el resto de jefes cambió su opinión sobre el proyecto de Firha y lo aceptó, iniciándose así la Última Campaña.

    La parte más difícil del plan sería conseguir que los urraki se replegasen de vuelta a la Dimensión Infierno, pero para ello contaban con dos factores: por una parte, la celebración de la Luna Negra, llevada a cabo por los más poderosos demonios en su tierra natal una vez al año; por otra parte, la infravaloración urraki del ingenio humano.

    Cuando los más poderosos demonios y sus séquitos volvieron a Dimensión Infierno, la Orden, que se había ido distribuyendo cuidadosa y calladamente en las proximidades de los portales, los cerraron con las Llaves Quba, consiguiendo así eliminar la parte más peligrosa de la amenaza demoníaca.

    Tras esto, la Orden se dedicó a eliminar a los demonios que se habían quedado atrás, ejércitos y pequeños caudillos, y a la vez a reconstruir un mundo asolado por una guerra entre especies.

    Por desgracia, muertos los valientes líderes originales de la Orden, su gestión empezó a dejar bastante que desear. No se acabó con todos los demonios de nuestro mundo —todavía existen, bien mezclados entre nosotros, bien ocultos en tierras de difícil acceso; algunos, incluso, adorados como dioses de antaño—, y tampoco se logró una fórmula efectiva de paz.

    Con el tiempo, la Orden del Alba Dorada empezó a enfrentarse a otro tipo de problemas derivados de los nuevos planteamientos de gobierno y, finalmente, fue clausurada a fin de acabar con la corrupción interna que se había ido gestando en sus entrañas, obligando así a cada territorio a organizarse a su propia manera.

    —Capítulo de Historia General de la Tierra de los Siete, escrito por la erudita Nine Torin en el año 20 de la Era del Hombre.


    Dimensión Infierno



    A mi amada Masha:

    ¿Podrías decirme, una vez más, por qué cojones tenemos que volver a Mon Galar? Y no me digas que por tradición, porque sabes perfectamente que a mí las tradiciones me vienen importando una mierda.

    Borra eso, la mierda me importa más que las tradiciones. Con la mierda se puede hacer abono con el que mantener los campos de cultivo en funcionamiento, pero ¿con las tradiciones? No sirven para nada, más que para tener contentos a los cuatro viejos de turno que, por la gracia de la Diosa, han conseguido suficiente poder como para tomar decisiones por el resto de imbéciles que les seguimos.

    ¡Vamos! ¡Sabes que tengo razón! ¡Tú tampoco quieres ir! Y mucho menos para esa ridícula celebración de la Luna Negra. Oh, mira, las tres lunas de Mon Galar se han alineado perfectamente y parecen una sola gran luna negra. Qué maravilla. Aplausos, aplausos. No necesitamos esa excusa para hacer una fiesta, digo yo.

    Además, en Mon Galar no hay nada interesante. Puedes ir a los Barrios Bajos de cualquier ciudad para matar nafaris y nafenas, o puedes ir a un Cónclave a ver a los nefiti fingir ser mucho más de lo que son en realidad. Quizá hasta te puedes tomar la libertad de matar a uno o dos nefiti. Y luego están los nefisos, que lo único útil que hacen es ocuparse de los nefiti en nuestro lugar, y a veces ni eso.

    Por lo demás, ¿qué? Hay un par de sitios bonitos, pero nada se compara a lo que hay en Mon Tara. Lo sabes tan bien como yo. Aquí, hay muchísima luz (es lo que tiene que el sol no se esté muriendo), los prados son verdes, y están los humanos. Son idiotas y débiles, pero también graciosos y muchísimo más provechosos que nafaris y nafenas.

    ¿Por qué no nos quedamos este año? Tú y yo. Puedes venir a mi palacio. ¿No estaría bien? Haré montar un delicioso ágape, correrá el mejor vino de estas tierras y haremos el amor bajo la luna única de Mon Tara hasta que no podamos más.

    ¿No podemos quedarnos aquí para siempre? Pasear por las verdes llanuras, retozar en los dorados trigales, bañarnos en el mar azul o en algún río que encontremos… Ser libres. Sin tradiciones estúpidas, sin la normativa de esos sacerdotes de Janiu. ¡Somos norola, urraki de élite! ¿Qué más da lo que opinen los demás? Los sacerdotes no van a venir a Mon Tara a por nosotros, de todas formas.

    ¡Y vuelve de una vez! ¿Qué más da esa ridícula rebelión? El Valle de Lur no vale lo suficiente como para que me tengas sola durante tantos meses. Te echo mucho de menos.

    Piénsatelo, ¿vale? Y vuelve pronto.

    Te quiere,
    Kina.

    P.D.: He oído que algunos humanos están empezando a llamar a Mon Galar algo así como "Dimensión Infierno". ¿Es cierto? Me parece deliciosamente divertido, si es verdad. Y muy apropiado.

    —Carta de la reina urraki Kina la Bella a su amante Masha la Valiente en el año 110 de la Era de Nieve.


    Demonios



    Los demonios son criaturas provenientes de otro mundo con capacidades mágicas que no podemos permitirnos tomar a la ligera. Dicen que de su unión con humanos nacieron los magos, pero ese linaje corrupto no tiene ni punto de comparación con lo que los demonios más poderosos son capaces de hacer.

    Para bien o para mal, no todos los urraki tienen las mismas habilidades o la misma fuerza, ni física ni mágica. Ellos mismos se dividen en seis rangos escalonados, y esa misma división es la que vamos a utilizar nosotros.

    En primer lugar, están los nafaris o demonios blancos. Son mierdecillas débiles, lo más bajo de la cadena urraki y los más abundantes. Aun así, hacen falta hombres fuertes, bien entrenados y con las armas adecuadas para conseguir matarlos. Que sus poderes sean básicos no significa que sean fáciles de matar.

    Siguen los nafenas o demonios amarillos. Más fuertes que los blancos, pueden hacerte sudar de lo lindo si te enfrentas a ellos solo. Pero son manejables.

    En el límite de lo que un solo hombre puede conseguir, tenemos a los demonios rojos, que ellos llaman nefiti. Un nefiti suele estar al mano de un grupo de nafaris y nafenas. Actúan como jefes de barrio, manteniendo el orden y el control en regiones más o menos pequeñas. Estos bastardos componen la nobleza baja.

    Por encima de ellos están los azules, los nefisos. Son unos mamones acomodados, no suelen hacer nada más que reunirse con nefiti, quizá, emborracharse y follar como animales. Les gusta la música, el teatro y todas esas estupideces de nobles. Además, componen el cuerpo principal de sacerdocio. Suelen relegar en los nefiti.

    Finalmente, tenemos a los norola, los demonios violeta. Estos son los mayores hijos de puta que vais a conocer jamás, y rezo para que nunca tengáis que enfrentaros a uno directamente. Son reyes y generales, la élite, y los peores cabronazos del mundo. Herirlos es prácticamente imposible, ni se diga matarlos. Ni siquiera hemos desarrollado aún armas efectivas contra ellos.

    Si veis a un demonio violeta, corred. Da igual todo lo demás, corred todo lo rápido que podáis.

    Sé que he dicho que hay seis rangos, pero el último es irrelevante para nosotros. Demonios negros no hay en la Tierra de los Siete, así que no debéis preocuparos por ellos.

    Quizá os estáis preguntando cómo se distribuyen los rangos, o cómo un demonio pasa de un rango a otro. La respuesta es, agarraos a la silla, matando. Se matan los unos a los otros, absorben la energía de sus víctimas y, podría decirse, suben de nivel.

    No sabemos exactamente cuántos demonios blancos tendrían que morir para que uno ascendiese a amarillo, pero sí sabemos que una forma rápida (y prácticamente imposible) de subir de nivel es matando a un demonio de ese nivel. Si no, habría que matar a un número equivalente en energía de demonios de rangos inferiores.

    Adorable, ¿verdad?

    Pero es información que necesitamos. Ellos mismos han desarrollado armas con las que matarse entre sí, y como no van a erradicarse los unos a los otros (creedme, todos hemos pensado que podría ocurrir en algún momento y al final nos hemos decepcionado al ver que siempre hay gilipollas nuevos), hemos conseguido nuestras propias armas.

    El jefe Firha, concretamente, ha conseguido, tras años de estudio y perfeccionamiento, darnos una aleación metálica especial con la que podemos matar demonios como si fuesen humanos. Funciona, de hecho, como los propios demonios, por lo que las armas pueden subir de rango, pero para ello deben nutrirse de energía urraki.

    Pongámoslo de otra forma. Esta espada es de rango blanco. Si con ella rebano una treintena de gargantas de nafaris, pasará a ser de rango amarillo y podré usarla para matar a nafenas. Si ahora mismo intento matar a un nafena con esto, no voy a conseguir más que llevarme la paliza de mi vida, si es que sobrevivo.

    Para saber que la espada ha subido de rango, hay que estar atento a la piedra del pomo de la espada. ¿Ves que es roja? Eso es porque esta espada tiene rango rojo. Es una teoría sencilla de entender.

    ¿Veis ahora por qué los demonios violeta son tan peligrosos? Han tenido que cometer auténticas masacres entre los suyos propios para llegar a donde están.

    Subestimar a esos bastardos es un error que no nos podemos cometer.

    —Fragmento de la formación básica a los nuevos reclutas impartida por el comandante Lavon Hugote en el año 10 de la Era de Sangre.



    | Flam |
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    Nombre: Hügo del Brisse
    Edad: 47 años
    Ciudad de origen: antigua Hetsu-an
    Especie: humano
    Ocupación conocida: Defensor de Hetsu (retirado)
    Arma: espada larga y daga
    Una canción para el personaje: Night of the Hunter

    Durante los años más crudos de la rebelión los humanos y los demonios se enfrentaban en cualquier lugar, ya fuera en grandes urbes o en medio del más frondoso de los bosques. El único territorio ajeno a estas batallas fueron las montañas consagradas a Hetsu. Los humanos temían la ira de la diosa del invierno, capaz de convertirlo todo en hielo, pero ¿qué impedía a un ser tan arrogante como un demonio (decían ser hijos de los mismos dioses) luchar en el territorio de una diosa? No se supo hasta la última ampliación de Hetsu-an.

    Pero antes de explicar el motivo de ese rechazo inicial a la lucha, habría que hablar un poco más de Hetsu-an. Comenzó siendo una aldea-refugio para las familias que renegaban de la guerra y los conflictos. Huyendo de la muerte se decidieron por subir a las montañas, cada vez más alto, cada vez más lejos. Los soldados de la Orden les parecían salvajes, y los demonios que les perseguían seres sin ningún tipo de compasión.

    Así, se estableció el primer poblado de Hetsu-an a dos mil quinientos metros de altura (aproximadamente), lejos del alcance de ambos bandos. Gozó de paz durante varias décadas, pero ésta se puso en peligro a medida que avanzaban los enfrentamientos, atreviéndose a llegar a las montañas que antaño respetaban. La gente de Hetsu-an aprendió la lección con el derramamiento de sangre inocente: si quieres paz, prepárate para la guerra. Bajo ese lema se formó un grupo de guerreros que, irónicamente, decían defender la paz con sus armas bien afiladas.

    Quizá los orígenes de «Los Defensores de Hetsu» no fueran los más honorables, pero se aseguraban de cumplir con su cometido. Durante años, demonios y humanos por igual cayeron ante el filo de sus espadas, el que se acercara a la aldea con intenciones hostiles era recibido de la misma manera. Sí era sospechoso que los ataques de los demonios fuesen los más comunes, por un tiempo parecía que bajaban de la montaña y no la trepaban, como hacían los ejércitos de los hombres.

    Si bien los combates contra los demonios sirvieron como entrenamiento a Los Defensores (matar a un humano después de matar a un demonio era algo bastante sencillo), también causaron dolorosas pérdidas que sólo sirvieron para alimentar el odio hacia ellos.

    El problema de las victorias es que uno se termina acostumbrando a ellas, bajando la guardia ante el enemigo en las próximas batallas. Los Defensores estaban acostumbrados a ganar, fuera el que fuera el enemigo, así que cuando se presentó ante ellos un demonio superior —nada más y nada menos que un norola, un demonio púrpura— no dudaron en atacarle como si se tratara del más inofensivo.

    Decir que aquello fue una masacre es quedarse corto. El demonio (que respondía al nombre de Lii-vánne) tuvo tiempo de sobra de convertir Hetsu-an en ruinas y diezmar su población, ignorando quizás a propósito al pequeño grupo que huía.

    El caso es que Lii-vánne bajó las montañas y los pocos —poquísimos— supervivientes treparon: más alto, más lejos. Hetsu-an volvió a establecerse a cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Después de superar los problemas con la falta de oxígeno, y las hemorragias y heridas que arrastraban de la carnicería, consiguieron reponerse. Desde luego, Hetsu velaba por ellos: guio sus pasos por las grutas seguras, les mostró el nacimiento de los ríos, incluso les señaló los valles donde era posible sacar adelante más de una cosecha. Los eruditos de Venubia hablarían de que en ese valle la altitud descendía casi mil metros y recibía más luz solar, cosa que cualquier planta agradecía, la gente de la aldea prefería creer en la bendición de la diosa. No había árboles frutales en Hetsu-an, pero sí árboles del té, café y distintos cereales; también había lugar para el ganado de ovejas lanudas, asnos y bueyes, ¡incluso las flores teñían con sus colores algunas laderas!

    Regresó la vida pacífica a la montaña, y a ella se unió la llegada de valientes refugiados. Y debían ser valientes para atreverse a escalar una montaña y no desmoronarse cuando llegaban a las ruinas de la antigua Hetsu-an, descubriendo que todavía debían ascender unos buenos metros más para llegar a ver seres humanos.

    Retomemos entonces la ampliación del territorio para nuevas viviendas, pues esto está muy relacionado con por qué rechazaban los demonios trepar las montañas o por qué apareció tan alto un norola. Fue en esa expedición cuando encontraron un portal operativo que conectaba con la Dimensión Infierno, desde aquí llegaban los demonios sin ningún esfuerzo. Igual que se lanzaron como desquiciados a por el demonio, también lo hicieron con el portal, cerrándolo con una Llave Quba, ¿cómo llegó esto a Hetsu-an? Uno de los últimos refugiados era un antiguo soldado de la Orden, mutilado en una de tantas guerras.

    Una vez cerrado el portal, toda Hetsu-an respiró. La paz volvía una vez más a la región, y hasta la propia Hetsu bailaba con esta noticia, concediendo inviernos suaves y facilitando la llegada de sus hermanos en el cambio de estación.

    Pero la amenaza de otro ataque nunca desapareció de aquel pequeño grupo de supervivientes, y esto conviene saberlo porque Hügo del Brisse fue uno de los que escaparon. Era apenas un crío y recibió un buen tajo que le marcaría medio cuerpo de por vida, la cicatriz empieza en su rostro y baja hasta marcar hombro y parte del pecho; la hemorragia fue terrible pero, contra todo pronóstico, Hügo sobrevivió.

    No creció adoptando la vía pacífica que volvía a estilarse por Hetsu-an, sino reviviendo el entrenamiento tan duro de Los Defensores. Creció sin dejar de practicar (a esto ayudaba tener más personas interesadas en la defensa de esta curiosa paz armada). Tenía un solo propósito en mente: matar al demonio que arrasó su aldea. Claro que ir a por un demonio a mano descubierta sería un suicidio, lleva con él una espada de rango amarillo que resulta intimidante, aunque palidece si se compara a la daga que esconde en su cinturón. Es una reliquia de la primera Hetsu-an, una hoja pequeña pero terrorífica de rango azul.

    Durante toda su vida ha estado yendo y viniendo de Hetsu-an, a veces trabajando como mensajero, a veces como guerrero, a veces como acompañante (cosa que suele hacer a regañadientes, no es muy fan de los eventos sociales). El trabajo que acepta siempre encantado es el de cazador de demonios, intuye que cada demonio caído le acerca más a aquel norola que acabó con su aldea.

    Hügo no parece darse cuenta de que con sus matanzas de demonios se convierte en algo peor que ellos. Ha matado niños, mujeres embarazadas, ancianos… Según su propia experiencia: todo lo que parezca un demonio debe ser uno. Estrictamente hablando, es un asesino. Y uno despiadado, vistos sus antecedentes: ¿quién es entonces el verdadero demonio, el niño que huye o el humano que sonríe al matarle?

    Las recompensas por cumplir los contratos son bien diversas, desde monedas de plata hasta prendas usadas. Lo más extraño que recibió fue un huevo, al principio pensó en sacar un buen dinero dado su tamaño, pero descubrió pronto lo rápido que eclosiona el huevo de un ave si se guarda entre los mantos que le protegían del frío. Se esperó un águila, una gallina muy gorda o incluso un avestruz (en el desierto de Tagdabho eran el ave más común), pero nunca… Nunca se esperó a Olivia.
    A partir de ese día nunca volvió a viajar solo.


    Le gusta:
    —El frío, la nieve, el hielo; ha nacido para vivir en pleno invierno.
    —Su compañera, Olivia. Llevan 20 años viajando juntos.
    —La escalada. No puede evitarlo, le gustan los lugares altos.
    —Disfruta de los sabores amargos.


    No le gusta:
    —Detesta los demonios.
    —El calor.
    —La noche. Con la oscuridad viene la luna, y con ella, los demonios.
    —Las ciudades demasiado pobladas, prefiere la vida natural y aislada de las montañas.


    Información extra:
    —Hetsu no es la única diosa para los humanos. Existen ella y sus hermanos, todos hijos del mismo sol y la propia luna. Hetsu siendo la hermana mayor, armada con el hielo y con la nieve; Galea la siguiente, la dulce primavera que hace florecer los pastos y criar a los animales; luego Tagdabho, cuyo calor casi hace competencia a los rayos de su padre; y, por último, el pequeño Mohlu, que puede parecer el más tímido de los hermanos, pero trae consigo los vientos del otoño.

    —Hetsu, además del nombre de la diosa, es el nombre que se le da a toda la región montañosa y dependiendo de la altitud, será una parte de ella. Así, la falda de la montaña se la conoce como los pies de Hetsu, la antigua Hetsu-an se situaba en sus piernas, y la actual en su vientre (por eso se cree tan fértil el valle que desciende por él). Sus hombros forman una auténtica cordillera casi infranqueable, y cuentan los montañeros más avezados que la vista desde los ojos de la diosa es tan sobrecogedora que es imposible no romper a llorar.

    —Hügo ha llegado a la coronilla de Hetsu, y lo único que dijo al mirar el paisaje a sus pies fue «wow».

    —Ha jurado matar a Lii-vánne con sus propias manos, no descansará hasta conseguirlo.

    —No es nada fácil lograr que Hügo se canse. La resistencia es, sin duda, su habilidad más sorprendente.

    —En su bolsa siempre encontrarás ungüentos para los cortes, hojas de té, restos de una llave Quba y pescado seco.

    —El pescado es para Olivia.

    —Olivia es algo así como su pájaro de apoyo emocional, aunque llamar «pájaro» a Olivia es, quizá, tomarse una gran licencia con su descripción. Olivia mide metro y medio de alto, por no hablar de la envergadura de sus alas, que superan los dos metros.

    —El lugar favorito de Olivia para descansar es sobre los hombros de Hügo. Sorprende ver a un pájaro de su tamaño sobre la espalda de un hombre, pero Olivia no pesa más de seis kilos. Hügo entrenaba con piedras más pesadas cuando era un niño.

    —Olivia no es un pájaro amable. Uno de sus pasatiempos es asustar a la gente: puede pasarse horas enteras sin mover una sola pluma para luego moverse de repente o hacer un escándalo con el pico.

    —A diferencia de Olivia, a Hügo sí se le da bien el trato con las personas.


    Apariencia:
    Hügo impone, ya puede ser por sus cicatrices, su altura o las manchas de sangre casi permanentes en su ropa. Es fácil imaginarle como un armario: alto y ancho. Lleva toda la vida entrenando, sus músculos no se desinflan.


    | Ban |
    SPOILER (click to view)


    TARISH
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    DATOS

    EDAD:
    34 años.

    OTROS NOMBRES:
    -Kan Ba (Gran Ladrón).
    -Viloshi Natu (Puta de Vilosh).
    -Magistrado Tarish Biekne.

    ESPECIE:
    Urraki.

    RANGO:
    Norola.

    ARMA:
    Lerba, un abanico.

    ORIENTACIÓN SEXUAL:
    Homosexual.
    APARIENCIA
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    »Inteligencia y fuerza son lo único importante.

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    Cualquiera que lo viese podría jurar sin temor a equivocarse que Tarish es un joven apuesto y de buena familia. Sus facciones delicadas y su piel suave le hacen aparentar mucha edad menos de la que realmente tiene, y no suele tener prisa en corregir este error.

    Tiene el pelo largo y ondulado, casi siempre recogido en algún peinado complicado, de color castaño cobrizo, casi pelirrojo. Sus ojos son grandes y expresivos, verdes con el centro de tonos entre pardos y dorados.

    Destacan dos pecas bajo el ojo izquierdo y una en la mejilla derecha, aunque tiene más repartidas por el cuerpo.

    Su constitución es delgada, aparentemente frágil, incluso, con una cintura estrecha y una musculatura apenas notable, salvo cuando hace algún alarde de fuerza o elasticidad.

    En cuanto a su indumentaria, gusta vestir telas buenas de distintos colores, aunque siempre combinados de manera exquisita. No es raro verle con paletas brillantes, como amarillos y naranjas, o azules de distintos tonos. Si viste algún color oscuro, será como detalle o porque la situación así lo requiere.

    Prefiere que su ropa, sea de la confección que sea, se ciña a su cintura, y a tal efecto suele llevar algún cinturón o lazo donde aprovecha para guardar su abanico cuando no lo lleva en la mano.

    Por último, conviene señalar que suele calzar tacones para elevarse hasta el 1.70, y sus brazos están prácticamente siempre cubiertos con guantes largos, un capricho propio de la nobleza venubiana.

    [Todavía no hay imagen, paciencia xd]

    All the glory lies ahead for me
    Playlist
    > Came for Blood
    00:30 ──❙────── 03:33
    > Killer
    00:21 ─❙─────── 02:29
    > Walk like gigants
    01:34 ────❙──── 03:34
    > Reckless
    00:56 ───❙───── 03:34
    > Hook’d
    02:10 ─────❙─── 03:56



    DE CERO A HÉROE
    —o algo parecido—


    Nacer en una familia pobre es siempre una putada, pero cuando eso te ocurre en Mon Galar, conocida por los humanos como Dimensión Infierno, es una jodienda de primer orden.

    Los Barrios Bajos es donde se concentra la pobreza. Son un entramado laberíntico de callejuelas estrechas, casas construidas sin un plan de ordenación urbana, con plazas escasas y desornamentadas, zonas sucias y contaminadas y, sobre todo, unas estadísticas de criminalidad apabullantes.

    Ahí se apiñan los demonios blancos y amarillos, principalmente, malviviendo y, de vez en cuando, sufriendo persecuciones que buscan acabar con su vida para que algún tipo listo ascienda de rango.

    Las familias se protegen las unas a las otras y no es raro que se hagan agrupaciones de demonios de bajo nivel que, a modo de gremios, trabajan juntos o viven en una misma cuadra y luchan codo con codo para proteger lo suyo y a sus compañeros, confiando en que la unidad haga la fuerza.

    A veces funciona. A veces es un puto desastre.

    Ese fue el ambiente en el que creció Tarish. Su padre era algún desgraciado de por ahí, a saber si simplemente se largó de casa o si lo mataron cuando volvía del trabajo. La cosa está en que sólo tenía a su madre y al Grupo de su bloque, pero sólo durante un tiempo.

    Para cuando tenía diez años, estaba totalmente solo, manchado de la sangre de su familia y vivo gracias a la intercesión de la Diosa. Si no hubiese sido suficientemente flexible como para meterse en ese pequeño armarito, habría sido asesinado como todos los demás. Como su madre.

    No es, desde luego, un inicio prometedor. Un niño de rango bajo, totalmente desprotegido, no puede hacer mucho por sí mismo. Apenas sabía leer o hacer operaciones matemáticas, sólo tenía cierta formación en el taller carpintero del tío Gao. Estaba perdido, solo, triste y enfadado.

    Por suerte, no era el único niño en esa situación. Encontró a un nuevo Grupo, una panda de chiquillos perdidos, tristes y enfadados, pero no solos. Juntos formaban las Ratas de Grina, ladronzuelos y mensajeros que se movían rápidamente no sólo por los Barrios Bajos, sino por todos los círculos.

    Tenían tratos con los nefiti de la Grina, su ciudad, lo que les garantizaba cierta protección. Era raro encontrar a una Rata muerta, y a veces el asesino era ajusticiado por el nefiti de turno.

    Gracias a su asociación con este Grupo, Tarish pudo enterarse de que el norola que dominaba la ciudad estaba buscando nuevo personal. Y no había que ser muy listo para saber que ponerse bajo la protección de un norola era una oportunidad de oro. ¡Incluso mejor que aspirar a servir a un nefiso!

    Si lo conseguía, nunca más tendría que luchar para conseguir un sitio donde dormir, nunca más tendría que matar para hacerse con comida y nunca más tendría que preocuparse por si vería o no un nuevo día.

    Sin nada que perder, pero con mucho que ganar, utilizó su recién estrenado rango amarillo para hacerse un hueco en el primer vehículo que le llevaría a su destino. Las plazas que ofrecía el norola eran limitadas, así que aprovechó el viaje para pensar la mejor estrategia.

    A sus diecisiete años, Tarish había vivido lo suficiente en los Barrios Bajos como para conocer distintas técnicas de supervivencia, no sólo de lucha. Y como miembro de las Ratas de Grina, había reunido rumores e información suficiente sobre aquel norola como para hacerse una idea de cómo llamar su atención.

    Por eso, una vez hubo pasado la primera criba (un examen físico para descartar a cualquiera con taras físicas y un breve cuestionario sobre posibles habilidades), Tarish se presentó delante de Vilosh, gobernador de Grina y alrededores, y, mirándole a los ojos con una sonrisa dulce, se desnudó delante de él y avanzó hasta sentarse en su regazo.

    A Vilosh debió gustarle ese atrevimiento, porque le rodeó la cintura con un brazo y, sin decir nada más, mandó llamar al siguiente de la lista.

    Durante diez años, Tarish estuvo al servicio de Vilosh. Principalmente calentaba su cama, pero también utilizó sus habilidades de rata para compilar secretos de la corte que susurraba amorosamente al oído de Vilosh.

    Qué le llevó a terminar con eso es un misterio. ¿Acaso Vilosh le traicionó de alguna manera? ¿Se sintió amenazado al acercarse a la treintena? ¿Quizá había desarrollado hambre de poder, o tal vez había sido su plan desde el principio? Es imposible saberlo.

    Lo que está claro es que una noche, después de complacer a su rey, Tarish sonrió, tal dulce como siempre, y le abrió el cuello con un abanico imbuido de energía norola. El muchacho absorbió el poder de su amante y pasó así de ser un nefiti a ser un norola, un salto de dos rangos que le obligó a guardar cama durante una semana entera mientras terminaba de asimilar su nuevo poder.

    Una vez estuvo listo, anunció públicamente que él era el nuevo soberano. A las pocas horas, aplastó él solo un intento de rebelión, consolidando su poder y ascendiendo inmediatamente a ocupar un puesto en el reducido Consejo Norola.

    NUEVAS AMBICIONES


    Toda su vida, Tarish había escuchado historias sobre Mor Tara, un mundo de luz clara y nítida donde se podía respirar y donde había un eslabón más débil que los demonios blancos: unas criaturas llamadas humanos.

    No era difícil imaginar cómo eran los humanos. Tenían el mismo aspecto que los urraki, básicamente, pero no tenían magia, salvo que su genealogía se remontase a los urraki, lo que los hacía víctimas ideales.

    Lo que sí le costaba era visualizar Mor Tara. Viajando por Mor Galar había visto montañas altas, ríos serpenteantes y campos extensos, pero ninguno se asemejaba a lo que se decía en los cuentos. Era el sueño de todo joven urraki llegar a ver Mor Tara algún día, y eso incluye a Tarish, por supuesto.

    Sin embargo, la única forma de cruzar al otro lado era mediante portales que llevaban décadas cerrados. Los urraki habían intentado mil cosas para volver a abrirlos, pero nada parecía ser efectivo, por lo que los sueños y esperanzas de bañarse en ese sol amarillo eran, eso, meros sueños.

    Claro que una vez Tarish se convirtió en un norola empezó a pensar que lo que los rangos inferiores llamaban imposible no tenía necesariamente que serlo. Quizá los portales podrían reabrirse si se utilizaba suficiente poder, si los norola colaboraban juntos.

    Al menos para abrir un portal. Con eso sería suficiente.

    Pero no podía reunirles y lanzarles la sugerencia a la cara. Acababa de subir al poder, era el más joven con diferencia de todos ellos y, además, no tenía nada que respaldase su idea.

    Así que se dedicó a investigar. Había aprendido a leer con las Ratas de Grina y había descubierto cierto placer en sumergirse en la amplia biblioteca de Vilosh. Poesía, novelas, reflexiones sobre arte y moda, todo eso se volvió una compañía maravillosa durante las horas muertas que traía consigo la vida de amante.

    Pero ahora no buscaba esos libros, sino escritos sobre magia, sobre Mor Tara, sobre los portales. Hizo algunos viajes al portal más cercano, lo estudió, contrató incluso a un par de expertos para que le diesen sus opiniones y asesoramiento.

    Y, por fin, consiguió una estrategia que podría funcionar. Pero seguía necesitando a los otros norola.

    La gracia de los urraki de élite es que cada uno vive en su propio territorio, normalmente en un palacio o al menos en una mansión, ocupándose de sus asuntos, y rara vez se reúnen, salvo para alguna celebración, como la de la Luna Negra, o para reuniones convocadas por otro norola.

    Tarish sólo los había visto una vez fuera de los rituales religiosos, así que cuando consiguió convocarles, buscó aparecer con una imagen tranquila y confiada. Su mejor peineta, una túnica medio abierta, una bata caída y botas altas, medio recostado en su sillón, consiguieron llamar la atención de al menos tres norola, lo que podía considerarse un triunfo, de buenas a primeras.

    Con su abanico en la mano, expuso su plan, intentando atender a los intereses particulares de cada uno y, a la vez, a un objetivo común: recuperar lo que era suyo, vengarse de la Orden del Alba Dorada.

    Fueron días de reuniones y negociaciones, pero al fin lo consiguió, y para cuando se quiso dar cuenta estaba, por fin, atravesando un portal a Mor Talar. Y una vez abierto un portal, las Llaves Quba que sellaban los otros parecieron perder fuerza y, poco a poco, fueron abriéndose, al menos los más pequeños.

    La cosa está en que a Tarish en seguida le gustó aquel sitio y en seguida le gustaron los humanos. Apenas un mes después de su incursión, se dio cuenta de que la idea de dejar que sus compañeros convirtiesen esos hermosos parajes en ríos de sangre y carnicerías no le parecía tan atractiva como deleitarse con las uvas, las flores, la música y los hombres humanos.

    Volver a llevar a los urraki más poderosos a Mor Galar no era difícil, bastaba con convocar una nueva reunión norola o aprovechar, como ya hizo la Orden en su día, alguna celebración que les bajase la guardia. Lo difícil era la segunda parte: debía encontrar una forma de volver a cerrar los portales, esta vez de forma definitiva.

    Y un día le vino la idea. ¿Y si ascendía a rango negro?

    MAGISTRADO TARISH BIEKNE


    Tarish en ningún momento anunció a los humanos que él era uno de los urraki más poderosos que habían pisado su mundo. No, prefirió mezclarse entre la multitud, adoptar un personaje que le permitiese moverse a placer por aquí y por allá.

    Así que escogió el título de magistrado de Bilbina e incluso se tomó la molestia de contratar a alguien que redactase una serie de papeles que lo legitimasen como perteneciente a la nobleza de Venubia, región donde se sitúa Bilbina.

    A todos los efectos, Tarish Biekne era un joven erudito nieto de uno de los más fieles servidores de Fihra Nanala y, ante la reapertura de los portales, había partido en un viaje de investigación, esperando conseguir la suficiente información y el material necesario como para desarrollar una manera de cerrar y bloquear los portales a Dimensión Infierno para siempre.

    Y, mientras tanto, no hay pecado en pasarse por alguna fiestecita, ¿verdad?



    || Lo que esconde el abanico ||


    Sentado frente a un espejo, cepillaba cuidadosamente su cabello con un cepillo de madera con incrustaciones de taracea, canturreando con voz dulce una antigua canción. La sonrisa que adornaba sus labios era bonita y reflejaba una tranquilidad que resultaba inaudita para cualquiera que le hubiese visto apenas cinco minutos antes.

    Igual que él, muchas otras personas se habían acercado a aquella ciudad para atender a la fiesta que tendría lugar en la Mansión Ghoa para conmemorar el cumpleaños de la duquesa Vivienne Ghoa. Los festejos durarían mínimo tres días, pero lo importante ocurriría el primero de ellos, por lo que nobles de sitios lejanos de la región se habían ido reuniendo allí con cierto tiempo de margen.

    Tarish era uno de ellos. Se había puesto en marcha apenas había recibido la invitación, sabiendo que faltar a aquella fiesta le haría perder el posicionamiento social que tan duramente había trabajado durante todo aquel año.

    Encontró un buen hospedaje en un alojamiento de buena categoría y consiguió además una de las mejores habitaciones. Era perfecta: espaciosa, con una cama amplia y cómoda con dosel, un baño con bañera y agua corriente e incluso un balcón que le daba preciosas vistas del Parque Grande de la ciudad.

    Sí, la habitación era perfecta. Salvo por sus vecinos, claro. La primera noche la había pasado siendo el único inquilino, bebiendo vino en el balcón bajo la luz de la luna y disfrutando de una cena considerablemente buena, pero al día siguiente el resto de habitaciones se habían ido ocupando y resultó que justo la que había pared contra pared con la suya fue alquilada por un matrimonio extraordinariamente ruidoso.

    Su segunda cena fue abruptamente interrumpida por risotadas que parecían las quejas de algún animal de granja. Después, siguió una hora de conversaciones estúpidas a tal volumen que no dudaba que serían escuchadas por todos los inquilinos.

    Intentó ser agradable. Mandó a Balai a llamar a la puerta y pedirles que moderasen el tono, pero la mujer sólo recibió un gesto de desdén y un portazo antes de que se reanudasen los ruidos.

    Tarish sintió que el vino se avinagraba, el pollo se resecaba y las patatas se reblandecían sólo por la molestia que le suponía aquello, así que decidió cortar el problema de raíz. Y ahora se peinaba y canturreaba mientras Balai suspiraba y frotaba su bata para quitar los restos de sangre.

    En realidad, Tarish era tan rápido que apenas habían caído algunas gotas en la bata, pero como la tela era blanca, resaltaban morbosamente con su rojo y habría sido imposible para nadie pasarlas por alto. Por suerte, Balai estaba ya acostumbrada, y además era sangre tan fresca que no estaba poniendo mucha resistencia a ser eliminada.

    —Amo. —se quejó mientras colgaba la bata para que se secase sin formar grandes arrugas —. Eso ha sido excesivo, ¿no cree?

    Tarish soltó una risita mientras tomaba un nuevo mechón entre sus dedos para desenredarlo.

    —¿Excesivo? ¿Por qué?

    —Ha matado a dos personas. —suspiró Balai, hablando ahora apenas en un susurro —. ¡La gente se dará cuenta!

    —Tonterías. —sonrió Tarish, moviendo el cepillo de lado a lado como para espantar moscas —. Sólo tienes que deshacerte de los cadáveres antes de mañana. Con eso debería bastar. — Vio a través del espejo que Balai no parecía convencida, así que suspiró y se giró hacia ella, dejando el cepillo sobre el tocador y cruzando una pierna sobre la otra —. ¡Te preocupas demasiado, Baba!

    —¡Usted se preocupa demasiado poco, amo! ¡Me pidió que le protegiese, pero es muy difícil si actúa de forma tan impremeditada y aleatoria!

    Tarish no dignificó aquello con una respuesta, sino que rodó los ojos con un suspiro exasperado y volvió a mirarse en el espejo, retomando el cepillo y terminando de desenredar sus rizos.

    —Si no te gusta, puedes irte cuando quieras.

    —Amo…

    Al ver el mohín de Tarish, Balai decidió dejar la discusión aparcada. Temía que si presionaba un poco más ella sería el nuevo objetivo de su amo, y desde luego no era algo que le pareciese apetecible.

    Prefirió recoger los platos de la cena y dejarlos apilados en la bandeja en la que los habían traído un par de horas antes, y miró otra vez a Tarish, que ahora se trenzaba el pelo, retomando la cancioncita de antes, aunque con una cara algo más seria.

    —Amo, voy a sacar la basura. —dijo con calma.

    —Aquí estaré. —fue la respuesta que obtuvo junto a una mirada serena a través del espejo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    A la mañana siguiente, Tarish salió para dar un paseo y saludó educadamente a la sirvienta que llamaba tímidamente a la puerta de la habitación de al lado en busca de recuperar la bandeja de la cena y ofrecer la del desayuno.

    Al no obtener respuesta, insistió una vez más, ya que aquella era la hora que el matrimonio había establecido el día anterior, pero el silencio que recibió a cambio hizo que la sirvienta recogiese otra vez la bandeja y bajase por la escalera de servicio, más discreta que la principal.

    Tarish y Balai no regresaron a la habitación hasta media tarde, cargando la mujer una bolsa con las compras de su señor. Eran un par de libros, una escribanía de camino —un estuche de madera donde se guardaban cálamo, cortaplumas y tintero de viaje— para sustituir la vieja y una cajita que contenía dos delicados pendientes de madreperla, oro, esmeraldas y perla que había encargado a un orfebre a su llegada a la ciudad.

    La puerta de la habitación de al lado estaba abierta y había un hombre fuera que, al verlos llegar, se despegó de la pared, en la que estaba apoyado, y se quitó el sombrero para saludar.

    Era un hombre apuesto, ya en la cuarentena, bien afeitado y vestido de forma sobria, pero limpia. Sus manos mostraban que debía ser un hombre fuerte, y la espada que colgaba de su cinto lo marcaba como alguna figura de autoridad.

    —Buenas tardes. —sonrió Tarish, mirándole con curiosidad —. ¿Desea algo?

    —Sí. Soy el detective Boyard, Pierre Boyard.

    —Magistrado Tarish Biekne. Ella es mi guardiana, Balai.

    La interpelada hizo un gesto con la cabeza y Boyard se lo devolvió con estoicismo.

    —¿Ha ocurrido algo, detective? —preguntó Balai.

    —Me temo que sí, señora. Sus vecinos, el señor Crila y la señorita Elains se encuentran desaparecidos.

    —¡Oh! —Tarish desplegó su abanico con un golpe de muñeca y lo agitó un poco para darse aire —. ¡Desaparecidos! ¿Cree usted que puede haber sido un secuestro?

    —No puedo dar información sobre una investigación en curso. —dijo Boyard con un tono de disculpa —. ¿Escucharon algo extraño anoche o tal vez esta mañana?

    —No, en lo absoluto. —suspiró Tarish, cerrando el abanico y apoyándolo en sus labios mientras hacía memoria —. Es cierto que el señor… ¿Crila, ha dicho?, y su acompañante armaron cierto alboroto, pero después debieron irse a dormir y todo quedó en silencio. Esta mañana he despertado con el sonido de los pájaros, nada más. ¿Y tú, Baba?

    —No puedo añadir nada a lo dicho por mi señor, detective.

    Boyard los miró unos segundos, pero terminó por sonreír y hacerse a un lado con una pequeña reverencia para dejarles acceder a su dormitorio.

    —Muchas gracias a ambos. Espero poder acudir a ustedes si tengo nuevas preguntas.

    —¡Por supuesto! Será un placer. —Tarish le dirigió una sonrisa que sólo podría calificarse como coqueta mientras volvía a abanicarse, esta vez a un ritmo más perezoso, con el abanico medio cubriendo la mitad inferior de su rostro —. Quizá le valdría la pena pasarse esta noche por la mansión Ghoa. Si el señor Crila estaba aquí, seguramente sería para ir a la celebración. ¡Tal vez encuentre ahí nuevas pistas para su caso!

    Boyard carraspeó y luego hizo una pequeña inclinación con una leve sonrisa en los labios.

    —Lo cierto es que eso pensaba hacer, pero es usted muy amable, magistrado.

    —Nos veremos esta noche, entonces.

    Y con una última sonrisa, Tarish entró en la habitación y Balai cerró la puerta.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Era la primera vez que Balai se sentaba en ese taburete, frente al dichoso espejo. Se miraba con el ceño un poco fruncido, pasando su ojo de su cara a la de Tarish. El joven amo estaba tras ella, cantando alegremente una vieja canción en algún dialecto urraki mientras la peinaba.

    Le había dicho que ni siquiera una guardaespaldas sería bien recibida en la Mansión Ghoa si no iba debidamente arreglada y después había insistido en peinarla y maquillarla. Balai se había negado en redondo al maquillaje, al menos al tipo de maquillaje que Tarish acostumbraba a usar, pero había tenido que ceder al peinado a terminar con un toque de color en los labios.

    No se sentía cómoda con aquellas exhibiciones. Ella había sido entrenada como una guerrera de Tagdabho, sin lujos ni ostentaciones. No es que en el desierto del que venía no hubiese una aristocracia con grandes despliegues de riqueza y poder, simplemente las guerreras del Templo crecían ajenas a todo esto.

    Podía soportar que Tarish a veces fuese desmedido y que gustase las telas caras y la joyería elegante, pero no que se le impusiese a ella. Por eso, su ceño no se desfrunció desde el momento en el que Tarish empezó a peinar su melena roja y siguió firmemente arrugado mientras accedía, de mala gana, a llevar un juego de pendientes.

    —Estás perfecta. —murmuró Tarish con una sonrisa satisfecha —. Ahora, tu ropa.

    —¿Me va a hacer ponerme vestido, amo?

    —No, no. Sé que me odiarías el resto de tu vida si te hiciese ponerte un vestido. —se rio Tarish, poniéndole las manos en los hombros e inclinándose hasta que sus mejillas se juntaron —. ¿Recuerdas que hace un tiempo te encargué un conjunto de gala?

    —Para aquel simposio del Magisterio, ¿no? —recordó la mujer aún con el ceño un poco fruncido.

    —Así es. —Tarish le besó la mejilla y se separó de ella, yendo a por su bolsa —. Póntelo, ¿mn?

    Quien no conociese aquella magia, se quedaría muy sorprendido de ver a Tarish meter un brazo entero en una bolsa tan pequeña y encima sacar de ella varias prendas de ropa bien dobladas que obviamente no podían caber ahí. No era lo único que había dentro, por supuesto, y de hecho apenas le dio el conjunto para que se vistiese, Tarish volvió a meter la mano para sacar su ropa.

    Tarish se vistió con telas de brillantes colores amarillos y anaranjados que combinaban con el azul eléctrico de su cinto y de sus guantes, así como el azul más oscuro de las botas, aunque de nuevo eran dorados los tacones. Recogió su pelo con trenzas, manteniéndolo en su sitio con un lazo amarillo, y lo coronó con una peineta dorada con zafiros incrustados.

    Finalmente, su maquillaje también fue cuidadoso, centrándose en los ojos, donde ahora se resaltaban las motas doradas del iris. Dos puntos azules bajo los ojos y un poco de pintalabios en el labio superior completaron el atuendo.

    —Creo que voy a acostarme con el detective. —comentó mientras se terminaba de retocar la sombra de ojos.

    Balai respiró hondo y contuvo una risa mientras terminaba de guardar su látigo. Lanzó una última mirada a su reflejo y se tocó el parche que cubría su ojo derecho, pero después suspiró y abrió la puerta para salir de la habitación con su señor.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    La Mansión Ghoa se situaba a unos cinco kilómetros de la ciudad y estaba rodeada de suntuosos jardines llenos de flores, árboles, fuentes y estatuas que embellecían la vista y marcaban caminos para los visitantes.

    La fiesta se extendía no sólo al recibidor del edificio principal, sino también a los jardines, habiendo damas y caballeros charlando en una glorieta o hablando en corrillos cerca del estanque mientras sirvientes iban y venían con bandejas con copas y comida y algunos animales como pavos reales pululaban a sus anchas sobre la hierba y los senderos de piedra.

    Tarish había entrado para saludar a la anfitriona y entregarle su regalo, la caja con los pendientes, y Vivienne había reído, maravillada por las piezas, antes de disculparse para ir a su vestidor. Quería lucir esos pendientes, pero su vestido no combinaba con ellos, así que debía cambiar todo su vestuario para hacerles justicia.

    Satisfecho, Tarish bebió, comió y habló un poco con otros distinguidos invitados, pero dentro hacía demasiado calor y el olor de tantos perfumes fuertes le desagradaba, así que decidió salir al exterior seguido fielmente por Balai.

    Pareció que aquello estaba cronometrado, porque apenas puso un pie en el jardín, vio aparecer al detective Boyard con un uniforme militar de gala. El hombre pareció algo sorprendido al ver a Tarish con toda la parafernalia, pero después sonrió y se acercó para saludarle besándole una mano de forma tan galante que Balai puso los ojos en blanco mientras su amo se abanicaba con una sonrisita.

    —Buenas noches, magistrado.

    —Detective. —saludó con una sonrisa medio oculta por el abanico.

    —Ah, disculpe, señora. —se corrigió al darse cuenta de la presencia de la guardiana (y esto era algo extremadamente fácil, dado lo alta que era Balai).

    —¿Quiere que le traiga alguna bebida, o tal vez algún aperitivo?

    —Oh, no, no. Gracias, magistrado, pero no puedo. Estoy de servicio.

    —¡Ah, sí, el caso del señor Crila y la señorita…! ¿Ha hecho algún avance en el caso?

    —He conseguido algo más de información, pero todavía no tengo nada concluyente.

    Tarish se acercó entonces al detective, poniéndose un poco de puntillas para acercarse más a su cabeza. Boyard, al notar esto, se inclinó también, aspirando el discreto aroma floral de Tarish y mirándole atentamente mientras el de amarillo cubría sus rostros con el abanico.

    —Me ha parecido que la vizcondesa Asen nombraba a la señorita Elains y a la señora Crila antes.

    Boyard irguió la espalda, mirando a Tarish con gravedad mientras sopesaba la información. Terminó por sonreír y volver a besarle los dedos antes de disculparse y retirarse educadamente.

    Tarish le vio marchar, fijándose en su espalda y los pliegues de su ropa en su firme trasero de guerrero, y sólo apartó la vista cuando Balai carraspeó. Sacudió un poco la cabeza y empezó a caminar para pasear un poco más, buscando alguien que tuviese una conversación agradable.

    Por desgracia, aquellos eventos eran todos iguales. Cotilleos ridículos la mayor parte de ellos, poca charla interesante y muchísimo menos conversaciones trascendentales. Estaba por darse por vencido cuando vio un rostro conocido, y se acercó a aquellos otros magistrados con una sonrisa dulce mientras Balai se acercaba a ayudar a una de las camareras, que había estado a punto de tropezar y causar un pequeño desastre.

    Si Tarish se fijó en esto, no le prestó atención, prefiriendo entrar en el corrillo con otros dos hombres y una mujer.

    Fue en medio de esta conversación cuando vio al otro lado de una fuente a un hombre que destacaba sobre los demás. Su ropa era austera y oscura, pero lo que más le llamó la atención fue su cara de absoluto aburrimiento. Todo él emanaba un aura que parecía gritar «no quiero estar aquí», pero dejaba que una mujer le tomase del brazo y le diese pequeños golpes en el pecho entre risas y verborrea inútil sobre la última moda zapatera de la capital.

    Era un hombre muy guapo, incluso más que el detective, y algo mayor que Boyard. Tenía algunos mechones canos y unos ojos que, cuando se cruzaron con los de Tarish, le hicieron soltar un suspiro.

    Le sostuvo la mirada mientras se abanicaba de forma coqueta, analizándole y casi invitándole a acercarse a él, pero si el hombre pilló la indirecta, la rechazó de plano. Aun así, cuando volvió a mirarle, Tarish abrió el abanico contra su pecho y acarició el borde de las varillas con la mano libre, indicándole que quería hablar con él. De nuevo, no recibió respuesta, así que hizo un pucherito.

    Volvió a la conversación, pero también siguió mirando de vez en cuando al hombre, y cuando vio que la mujer que lo acompañaba se disculpaba para irse, aprovechó para acercarse él, cogiendo por el camino dos copas. Le entregó una y le sonrió.

    —Me llamo Tarish. ¿Podría quedarme un rato con usted?

    Decidió tomar el gruñido como una afirmación y se puso a su lado, bebiendo un sorbo lento mientras seguía abanicándose. Las noches empezaban a ser calurosas y él no estaba demasiado acostumbrado a aquello, siendo su tierra natal fría por naturaleza.

    Alzó un poco las cejas al ver que Balai se había quedado hablando con la camarera y sonrió, mirando después de reojo al hombre.

    —Estas fiestas son mortalmente aburridas, ¿no le parece? En media hora habrá un espectáculo sorpresa y después un baile, pero eso tampoco garantiza mucha diversión. Aunque seguro que es maravilloso bailar con alguien como usted. Parece un hombre fuerte y de pasos seguros, ¡todo un guerrero! —sonrió, dándole un golpecito suave con el abanico en el brazo —Su coordinación debe ser exquisita. ¿Quizá podría reservarme un baile?

    La respuesta fue un muro de silencio que le hizo suspirar. Enrolló uno de los rizos que había dejado sueltos en un dedo y le miró, medio ocultando su boca con el abanico mientras pensaba.

    —He visto que ha venido acompañando a la señorita Muleau. —Sólo utilizó ese título porque la mujer no estaba casada, pero de señorita tenía poco a sus cincuenta y dos años —¿Le ha contratado para venir con ella? Usted no parece el tipo de hombre que vendría a una fiesta así sin otro tipo de motivo. ¡Oh! —se abanicó otra vez de forma que su rostro se tapaba parcialmente, enmarcando sus ojos gatunos —¿O quizá está de tapadera con el detective Boyard? Si es así, está bien, mantendré su secreto. —Pero no, su reacción no parecía la de un policía —. He errado el tiro, ¿mn? ¡Ay! ¡Es usted tan callado! ¿No ve que sólo intento ayudarle a combatir el aburrimiento?

    Suspiró de forma dramática y terminó sentándose en el borde de la fuente, con sus pies colgando a un par de centímetros del suelo. Volvió a mirar en dirección a Balai y suspiró ahora de manera lastimosa.

    —Mire, esa mujer de ahí es mi guardaespaldas. Pero con cómo está riéndose con esa muchacha, creo que voy a tener que volver solo a la habitación. Normalmente no me importaría, ¡pero esta noche me da miedo dormir solo! ¿Sabe? La pareja de la habitación de al lado desapareció misteriosamente. ¿Y si fue un secuestro? No creo que nadie fuese a por mí, pero me sentiría muchísimo más seguro con alguien cerca. —Cerró el abanico y tomó el brazo de aquel misterioso hombre, bajando otra vez al suelo y pegando su pecho a él —. ¿Quizá un hombre fuerte que pueda defenderme de posibles peligros?


    SPOILER (click to view)
    Bien, veamos. Lo primero y principal: Balai. La imagino como una mujer gerudo (X). Habría nacido en el desierto, en el seno del templo de Tagdabho, como una de sus guerreras. En algún momento su grupo recibió un ataque y fue destruido, y ella perdió un ojo, pero fue salvada por Tarish, que prácticamente pasaba por ahí de casualidad xdd Le juró lealtad y aquí estamos.

    Tiene un nivel de magia, pero supongo que no es una gran hechicera y que su magia se centra más bien en ataque y defensa. ¿Un poco como en Dragon Age?

    Y sí, su arma es un látigo porque la idea me parece: poderosa.

    La imagino con este peinado y con una ropa como la de la derecha del todo de aquí.

    Los pendientes que le regala Tarish a la duquesa son así pues porque los he visto y me han gustado mucho.

    Y sobre el caso policial este, hay varias opciones. Tal vez Boyard decida simplemente que el señor se ha escapado con su amante porque se teme que su esposa los encuentre xdd o si alguien halla los cadáveres, que estarán a las afueras de la ciudad, tal vez piensen que la esposa ha enviado un asesino a por ellos. Con eso se cerraría el caso.

    Yyyyyyy si Hügo rechaza de forma definitiva a Tarish, definitivamente querrá bailar y encamarse con Boyard, aunque sea por despecho xdd


    Edited by Bananna - 29/7/2021, 14:14
     
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