|| Lo que esconde el abanico ||

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  1. Bananna
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    Aquella noche, Tarish y Balai compartieron gruñidos frustrados mientras regresaban a su habitación, teniendo al otro como única compañía.

    Era cierto que el espectáculo había sido maravilloso, mucho mejor que cualquiera que Vivienne hubiese preparado para aquella noche. Tarish se había reído discretamente tras el abanico mientras veía aquella extraña representación teatral protagonizada por el ave más grande que había visto nunca, la duquesa Ghoa y el guerrero al que había querido desnudar, pero cuando se dio cuenta de que tenía que renunciar no sólo al guerrero, sino también al detective, su humor había dado un giro radical y la sonrisa se había cambiado por un mohín enfadado.

    Para bien o para mal, a la mañana siguiente volvió a encontrarse con el detective, y cuando ya estaba pensando que podría conseguir algo de ello, ¡también apareció Hugo! ¡Y un nuevo espectáculo se desarrolló ante sus ojos, esta vez con un marido infiel, una esposa tan embarazada como despechada, un mercenario implacable y un agente de la ley en apuros!

    Pensó que, si le diese por escribir obras teatrales basadas en estas historias, se haría de oro en un mes, y todavía con la sonrisa que ese pensamiento le había provocado se abanicó suavemente.

    —¡Espera! —exclamó al ver que Hügo empezaba a alejarse de ellos.

    —Amo, ¿qué planea ahora? —susurró Balai al ver que el guerrero se detenía para escuchar a Tarish.

    El urraki alzó un poco la barbilla, sonrió y dio un par de pasos para acercarse a Hügo, el sonido de sus tacones sobre el suelo de piedra acompañándole. Esta vez llevaba ropas que mezclaban tonos azules y rosas, de nuevo con un cinto ajustado a la cintura y guantes largos. Sus tacones, sin embargo, eran un poco más bajos que los de la noche anterior, por lo que miró a Hügo un poco más bajo, aunque eso no le impidió dedicarle una sonrisa.

    —Pobre hombre. —suspiró, dándole un par de palmadas en la ropa para quitarle algo de polvo y arrugas —. Debes estar agotado. ¡No me puedo ni imaginar la noche que has debido pasar! Ven conmigo, te llevaré a un sitio donde puedas dormir unas horas. Por desgracia, tengo una comida que no puedo posponer, así que no podré hacerte compañía, pero si cuando vuelva sigues dormido, te despertaré. No temas, soy muy cariñoso despertando a mis amigos. —dijo esto último con un tono tan ronroneante que habría sonado a insinuación incluso si no hubiese tomado su brazo en ese momento.

    No mucho después estaban en la posada cara que el propio Tarish ocupaba, pero el joven abrió la puerta de al lado, aquella de los desaparecidos, y acompañó a Hügo al interior sin siquiera encender las luces.

    Apoyada en la puerta, Balai tuvo que ver cómo Tarish ayudaba a Hügo a quitarse al menos las capas más duras de la ropa, la bolsa y las armas, y ya cuando le vio arrodillarse frente a la cama puso los ojos en blanco y se dio media vuelta. Tarish sólo sonrió al guerrero mientras le desataba las botas, y cuando apoyó las manos en sus rodillas, el carraspeo de Balai le hizo resoplar.

    —Amo, a la viuda Vantrease no le gusta la impuntualidad. Será mejor que estemos ahí con antelación para causar una buena impresión.

    —Lo sé, lo sé. Aguafiestas.

    Tarish se puso en pie, por fin, y empujó un poco a Hügo para tirarlo sobre la cama. Aunque le habría encantado ponerse sobre él, se alejó de la estructura. Sí dedicó un par de minutos a mirar la daga de Hügo, acariciando la piedra azul que marcaba el rango del arma, pero después la dejó de nuevo en su sitio y se despidió del hombre con una sonrisa y un pequeño gesto de cabeza.

    Balai cerró la puerta, no sin antes dirigirle a Hügo no una sonrisa, sino un ceño fruncido.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Mónica Vantrease era una mujer relativamente joven para su título de viuda, pero con un poder tanto económico como social que nadie se había atrevido hasta ahora a iniciar un atentado contra su persona.

    Su familia había sido entusiasta mecenas de los experimentos de Firha Nanala, y esto llegaba al punto de que el propio Firha había asegurado alguna vez que jamás habría podido desarrollar las Llaves Quba sin los Vantrease.

    Y esta capacidad monetaria se debía a sus amplias redes comerciales. Decían por ahí que no había ni una ciudad del continente a la que no llegase la larga sombra de los Vantrease, e incluso podía ser imposible conseguir según qué cosas si no se recibía la ayuda de algún miembro de la familia.

    Este era el caso de Tarish, precisamente. Quería adquirir un cristal concreto, pero para hacerlo se necesitaba una arena tan especial que había que mover hilos y abrir bien la cartera para lograr los permisos y la financiación necesaria como para poder llevar a cabo el plan que Tarish tenía en mente.

    Por eso, cuando supo que la viuda Vantrease acudiría a la fiesta de Ghoa, no dudó ni un momento en enviar un regalo con una petición formal de una cita, y gracias a su título de magistrado de Bilbina y a la premisa que apenas le había esbozado a la viuda en su petición, había conseguido acordar una comida en tiempo récord.

    La lubina estaba un tanto salada y las patatas poco hechas para su gusto, pero salvo por eso, debía decir que la operación había sido un éxito punto por punto, y volvía a casa con un contrato firmado con los Vantrease que le garantizaba obtener lo que deseaba.

    El único problema era que tendría que ir hasta los hornos para entregar de mano otro ingrediente de la mezcla, y esa ciudad estaba a muchos días de viaje, pero eso al final también podría ser beneficioso: así daba tiempo a los hombres de los Vantrease para conseguir la arena y no tendría que esperar una vez estuviese allí.

    Así que iba con una gran sonrisa por la calle, intentando caminar por la sombra para evitar el sol, y habría seguido con toda la calma si no hubiese visto a un pájaro prehistórico quieto como una estatua frente a una ventana.

    —¿Olivia? —probó a llamar, consiguiendo que el animal hiciese un sonido extrañísimo, como el de un tambor, antes de girarse a mirarle —. ¡Mira, Baba! ¡Es Olivia!

    —Sí, ya lo veo… No es la mascota más habitual, y menos tan lejos de las tierras de Tagdabho. —suspiró la mujer viendo a su amo acercarse —. Me pregunto cómo consiguió ese hombre poner sus manos sobre esta especie…

    —¿Qué más da? Eres preciosa, Olivia. —sonrió, satisfecho al ver que Olivia dejaba que le acariciase las plumas del cuello (lo hizo imitando el movimiento que había visto a Hügo hacer unas horas antes) —. ¿Qué haces aquí?

    De nuevo, ese sonido de tambor salió de su garganta antes de que apuntase con su enorme pico la ventana a la que había estado asomada. Tarish se acercó, más curiosidad que persona, y quedó sorprendido primero al oler el aroma de dulces recién hechos y después al escuchar un llanto desconsolado. Reconoció la voz como la de Laura.

    —¿Amo?

    —Vuelve a la posada, Baba. Haz que preparen la merienda y espérame ahí, ¿vale? —Le sonrió, confiado —¡Volveré en un rato!

    Balai asintió, obediente, y continuó su camino hacia la posada. Tarish, por su parte, se llevó un dedo a los labios, pidiéndole a Olivia silencio, y se aupó para entrar por la ventana en aquella casa. Siguió el sonido del llanto y llegó hasta un pequeño salón donde Laura removía una infusión con una cuchara de madera, los ojos rojos e hinchados y la cara totalmente húmeda por lágrimas y mocos.

    Al ver al intruso, Laura se asustó tanto que soltó un pequeño grito y dio tal respingo que se le cayó la taza, mojándose entera con la infusión ardiendo. Tarish, sorprendentemente calmado, sacó del cinto su abanico y lo abrió para moverlo no hacia la mujer, sino hacia su propio rostro.

    —¿Eso que huelo es flor de luna y milenrama? —preguntó con una ceja enarcada.

    Laura, que hacía su mejor esfuerzo por secarse la ropa, le miró con furia.

    —¿Cómo has entrado aquí?

    —Por la ventana. —respondió con simpleza, señalando la ventana abierta, por donde estaba entrando Olivia en esos momentos, todo sea dicho —. ¿Estás embarazada?

    —¡No por mucho tiempo! ¡Ah! —volvió a gritar al ver a Olivia —. ¡Saca a ese bicho de aquí!

    —¿Por qué? No está haciendo nada. ¡Mira, si se ha tumbado y todo! Debe gustarle tu casa… Por algún motivo que se me escapa. —añadió con cierta condescendencia, mirando de reojo la habitación en la que estaban.

    Terminó por sentarse al lado de Laura, quien acabó por aceptar su destino. Quizá si no le estaba intentando echar de forma más contundente era porque lo había reconocido de la mañana, y tal vez simplemente estaba demasiado alterada como para pensar con claridad.

    —¿Qué quieres de mí?

    —Nada que puedas ofrecer. ¿De cuánto tiempo estás?

    —Unos cuatro meses… ¡Eh! —se quejó otra vez cuando Tarish le puso una mano sobre el vientre, pero al ver su rostro serio cayó y se dejó tocar —No lo quiero. Voy a acabar con esto ya mismo, ¡no quiero nada que venga de ese hombre!

    —¡Chica tonta! —le espetó Tarish, dándole un golpe en la cabeza con el abanico —. ¿No sabes que a estas alturas es peligroso para ti abortar? Lo más probable es que te desangres…

    —¡Me da igual! ¡Au! —Había recibido un nuevo golpe en la cabeza —. ¿A ti qué más te da? ¡Ni siquiera te conozco!

    —Lo sé. En realidad, no me importas mucho, pero he intentado acostarme con tu padre, así que siento que no puedo desentenderme del todo.

    —¿Qué has intentado qué? ¡Au! ¿A qué ha venido ahora ese golpe?

    Tarish se rio por lo bajo mientras desplegaba el abanico para abanicarse, levantándose de nuevo mientras Laura se frotaba la cabeza con el ceño fruncido. Paseó un poco por la habitación y después volvió a detenerse delante de Laura.

    —¿Por qué arriesgarte a morir sólo porque tu marido sea un hijo de puta?

    Laura no supo cómo contestar a esa pregunta. Desvió los ojos a Olivia, quien se acicalaba las plumas tranquilamente, y después miró otra vez a Tarish.

    —¡Ya no quiero a este bebé!

    —Tendrías que haberlo pensado mejor antes de acostarte con ese mamón. ¡Si se le nota en la cara que le faltan luces!

    —No sé cómo pude enamorarme de él. —admitió la mujer tras unos segundos de abrir y cerrar la boca inútilmente —. Él… Al principio era tan atento y dulce…

    —Ese fue tu primer error. El amor es una estúpida pérdida de tiempo, ¿no es mejor casarse con alguien con quien vayas a obtener un buen beneficio? Ese tipo no es guapo ni rico, no tiene contactos… Seguro que ni tiene una buena polla. —sonrió ante la pequeña risa que se le escapó a Laura y después le ofreció un pañuelo de seda que sacó de su ropa —. Igualmente, a estas alturas es mejor que tengas al bebé. Siempre puedes darlo en adopción cuando salga. Y respecto a tu marido, ¿de verdad crees que una muerte rápida será suficiente castigo para él?

    Laura entrecerró los ojos, doblando el pañuelo ahora húmedo de lágrimas, y se sorbió los mocos antes de recolocarse el pelo y recuperar la compostura.

    —¿Y qué sugieres?

    Tarish volvió a cerrar el abanico y se llevó las manos a la espalda, enderezando su cuerpo y moviendo los ojos con aire pensativo.

    —Sabes de plantas, ¿verdad? Seguro que conoces el género datura. Muy tóxicas, causan deliriosos y alucinaciones… si las aplicas en la cantidad adecuada.

    —¿Quieres que le vuelva loco?

    —¿Por qué no? Al menos así te ríes. Ah, pero es cosa tuya. ¡Es tu marido, después de todo! —hizo una exagerada reverencia —. Olivia, ¿quieres venir conmigo? Voy a ver a tu dueño.

    El pájaro pareció entenderle, porque alzó la cabeza, otra vez emitiendo ese sonido apocalíptico. Tarish se despidió de Laura y salió por la ventana por la que había entrado, seguido de Olivia.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    La decepción se pintó en su rostro cuando llegó a la habitación de la posada y vio que Hügo ya estaba despierto y sentado a la mesa con Balai. Se hizo a un lado para que entrase Olivia, quien revoloteó para subirse al regazo de Hügo, y contuvo una risa.

    —Oh, ese pájaro ha leído mis pensamientos. —dijo con un gesto teatral, llevándose el dorso de una mano a la frente, para después acercarse para tomar asiento —. ¿Qué come Olivia?

    —Peces, principalmente. —respondió Balai con rapidez —. Aunque también ranas, serpientes… Cocodrilos pequeños, si le dejas. Cualquier cosa que pueda llevarse a la boca.

    —Entiendo. Baba, ve a las cocinas y cómprales algún pescado.

    —Sí, amo. —suspiró Balai, levantándose para ir a cumplir la orden.

    Al quedar a solas con la extraña pareja, Tarish sonrió mientras tomaba la tetera para llenar las tazas que había sobre la mesa, junto a unos bollos rellenos y algunas frutas frescas. Toda una merienda de lujo, como no podía ser de otra forma habiendo la clientela que había en la posada.

    —Te voy a ser sincero, Hügo: quiero ofrecerte un trabajo. —Batió sus largas pestañas hacia él y se rio por lo bajo —. Oh, pero tranquilo, no soy como la señorita Moreau.

    Con esto quería decir que no iba a pagarle por sexo, y una vez vio que Hügo lo había entendido, se atrevió a darle un sorbo al té, pero todavía estaba muy caliente, así que bajó la taza y empezó a abanicarse lentamente.

    Mientras movía la muñeca, se puso en pie para acercarse al estante donde había dejado las armas del montañero, acariciando la vaina de la espada con un dedo y deteniéndose un poco más en la empuñadura hasta llegar a la piedra amarilla.

    —Estas armas son muy especiales. —murmuró, ladeando la cabeza con calma. La cinta azul de su pelo se movió también, acariciando su nuca y hombros —. Pueden matar urraki hasta de nivel azul. Por desgracia, si te enfrentases a uno rojo, sólo podrías depender de la daga, y si te encontrases con uno violeta… —Se lamió los labios y dejó la frase incompleta, dando a entender que estaría jodido —. Pero eso ya lo sabes. Tienes el porte de un hombre que ha sesgado incontables vidas. O quizá no sea el porte, quizá sea tu mirada.

    Asintió, tranquilo, y tomó la daga para acariciar con el pulgar, en suaves movimientos circulares, la piedra azul. Mientras, volvió a acercarse a Hügo, pero lo pasó de largo para ir hasta la ventana. Cerró el abanico y lo llevó a su espalda, mirando la daga más atentamente.

    —Estas armas pueden subir de nivel, pero es difícil. Da igual cuántos demonios mates, si el arma no absorbe suficiente energía en un periodo corto de tiempo, pierdes la oportunidad. Y causar masacres suficientes como para llegar al nivel violeta no es fácil, ni siquiera para los propios urraki. ¡Ah! ¡Pero aquí entro yo en escena! —exclamó, dándole a la vez media vuelta de tal forma que las telas de su ropa parecieron volar como el plumaje de un ave, imagen a la que colaboró que abriese los brazos al decirlo.

    Hablando de aves, Olivia giró de pronto la cabeza hacia la puerta y revoloteó cuando Balai entró otra vez, ahora con un pescado fresco en la mano. La guerrera se lo tiró al pájaro, que lo cogió al vuelo y empezó a devorarlo muy alegremente.

    —¿Me he perdido algo?

    —Mi introducción. —dijo Tarish mientras se abanicaba de nuevo, cubriéndose medio rostro.

    —Lo siento, amo. Siga, por favor.

    —¡Gracias! Como iba diciendo, no puedes subir de nivel estas armas si no haces una auténtica barbaridad, cosa que es prácticamente imposible. ¿Tienes fuerzas y la habilidad necesaria para matar al equivalente de una aldea entera en una noche? No lo creo, pero tampoco hace falta. —Sonrió con aires misteriosos y se puso detrás de Hügo, apoyando la mano del abanico en su hombro y ofreciéndole la daga a la vez, tan inclinado que casi le susurraba al oído —. Estoy trabajando en un aparato que permitirá almacenar la energía urraki durante tiempo indefinido. Así, cuando haya suficiente, podrás cargar tus armas y subirlas de nivel. ¿No es genial?

    Se separó para volver a su asiento, queriendo comprobar el rostro de Hügo. Empezó a sonreír, lleno de satisfacción, cuando escuchó la voz de Pierre Boyard fuera. Le hizo un gesto a Balai, quien asintió y abrió la puerta para indicarle al detective dónde estaban, y al poco estaba el hombre con ellos.

    —Magistrado. —saludó con expresión grave —. Hemos encontrado al señor Crila y a la señorita Elains.

    —Por su expresión, deduzco que han encontrado sus cadáveres. —aventuró con una calma pasmosa mientras daba otro sorbo a su té, de pie frente a la mesa.

    —Así es. —Boyard respiró hondo y miró a Hügo con compasión —. La señorita Ghoa acusa a Hügo del Brisse del doble homicidio.

    Balai se atragantó con el té, pero Tarish soltó una risa tan suave y delicada como si acabase de escuchar un chiste verde en un salón cortesano. De hecho, echó la cabeza hacia atrás y se cubrió con el abanico, casi como si fuese una coreografía ensayada. Quizá lo era.

    —La señorita Ghoa sólo busca un motivo para vengarse por la deshonra sufrida anoche.

    —Lo sé. —suspiró Boyard —. Pero mi deber es interrogar al señor del Brisse.

    —Ah, está bien, está bien. Tengo un plan. —sonrió, sólo sus ojos viéndose sobre el borde del abanico mientras pasaba sus ojos del detective al acusado —. Ve con el detective y colabora en todo sin armar alboroto. Baba. —miró ahora a la mujer —. Intenta que Olivia expulse la joya de oro.

    —¿Amo? —inquirió la guerrera con la nariz arrugada en un gesto de desagrado.

    —Seguro que hay alguna comida que facilite el proceso. Sé que puedes conseguirlo, y si no ve a ver a Laura Boyard. Esa muchacha tiene infusiones varias.

    —¿Mi hija?

    —Una joven encantadora. —añadió Tarish con una sonrisa tranquila, cerrando el abanico y golpeándolo contra su mano libre —. Yo iré a hablar con Vivienne. Estoy seguro de que puedo convencerla de que entre en razón. Y si Baba trae a tiempo el pez de oro, la indulgencia estará asegurada. Hügo, querido. —cambió de tercio, mirando al guerrero otra vez —. No olvides que tenemos una conversación pendiente.
     
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