// 33º Reto Literario "San Valenkink" // Overwatch // De rodillas

Widowmaker x Ashe

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    Shut your mouth and let me speak

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    Disclaimer: los personajes pertenecen a Blizzard Activision
    Pareja: Widowmaker x Ashe
    Género: Romance
    Palabras: 499
    Ratiing: +18
    Conceptos usados: 8. Húndeme || Uno de los personajes humilla al otro, ya sea verbalmente o mediante otros recursos.

    De rodillas



    Amélie y Elizabeth tenían un código preparado para cuando alguna volvía agotada del trabajo. Ese código activaba o negaba una escena de BDSM específica según lo que desearan. Aquel día, a Elizabeth Ashe le apetecía no tener que hacerse respetar y luchar por todo, como le ocurría en el mundo empresarial. Después de saludar Amélie con un beso, dijo:

    —Estoy cansada de tener que demostrar que tengo el control.

    Cualquier frase parecida valía, y cualquiera de las dos podía decirla, según su preferencia de poder. Para Amélie, esa era una señal acordada de que Elizabeth quería que la sometiera de una particular manera: humillándola.

    —Eso tiene fácil solución —dijo Amélie, aceptando la propuesta.

    Elizabeth se acercó a su cuarto habiendo dejado su chaqueta y bolso en el comedor, y se estaba desatando la coleta que había formado con su bello pelo platino. Llegó con el corazón latiéndole con fuerza porque sabía lo que la esperaba.

    —Hola —susurró a Amélie cuando la vio.

    Esta se giró, sonrió como si hubiera oído a la misma inocencia saludar y dijo:

    —«Hola» ¿y qué más?
    —Hola… ama.

    Amélie aplaudió a su pareja en su mente. Elizabeth solía ser tímida al reconocer quién mandaba. Eso significaba que, o bien ya fluía mejor con la escena, o bien que estaba realmente desesperada por que la pusieran en su sitio.

    —Ven. Ya —ordenó, metida en su papel. Elizabeth le hizo caso—. Arrodíllate. Sin tocarme.

    Amélie observó cómo su sumisa aceptaba sin rechistar. Su pecho se hinchó con el placer de la dominación y sonrió con divertida lujuria cuando esperó a la espalda de Elizabeth.

    —¿Qué hay que hacer con los animales como tú? —preguntó la domme.

    Esta vez sí tardó un instante en contestar.

    —Ponerles… una correa.

    Un instante después, sentía el contacto gélido de los dedos de Amélie en su cuello, junto al cuero y la argolla de metal que quedarían sujetos allí. Elizabeth sintió todos sus problemas desvanecerse cuando sintió que solo tenía que hacer una cosa: obedecer a su ama sin protestar.

    —Abajo —siguió Amélie, dando dos tironcitos a la correa metálica. Se sentó en una silla—. Bésame los pies.

    Elizabeth hizo caso, pero se recreó en las rodillas y piernas de la francesa. Era un lento descenso hacia la total sumisión, la tranquilidad absoluta, que sabía que ambas disfrutaban. Y cuando llegó a los pies, besó los puentes y todos y cada uno de los dedos. Después del último, notó un tirón suave de la correa y miró a los ojos de su ama.

    —Bien hecho —dijo ella—. Voy a premiarte. Siéntate.

    Elizabeth se puso de espaldas a ella en la silla. Las manos de Amélie le rozaron los pechos por debajo la camisa, buscando las cosquillas más que el placer. Era relajante.

    —Otro día le recordaré a mi vaquita cómo sé exprimir estos pechos. Pero por hoy, mimarte es todo lo que necesitamos.

    Elizabeth se acomodó en su hombro y le dio un beso en la mejilla, feliz.
     
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