Quid pro quo.

The Umbrella Academy [KlausxCinco]

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    I



    El olor penetrante y dulzón se filtró en su nariz apenas atravesó el corredor hasta el estudio. Aquel aroma mezcla de caucho, azufre y éter se hizo más insoportable a medida que Cinco Hargreeves subía los peldaños de la mansión.

    Sin pretenderlo, arrugó la nariz al situarse en el descansillo superior. La alfombra tinta ahogó el ruido de sus calculados pasos hasta la habitación cuyo viciado y soporífero ambiente interno corrompía la íntegra y amena atmósfera de la residencia.

    —Asqueroso, Klaus— fue su primer pensamiento legitimo, aunque como tal no quedó varado a mitad de la decidia impronunciada, sino que lo dijo con toda alevosía de despertar el minímo sentido del recato en el aludido, quien se hallaba sentado en el suelo junto a la cama, sosteniendo en vertical una cucharilla de metal mientras hacía uso del encendedor con su mano libre.

    El espeso líquido ámbar burbujeó poco antes de diluirse por completo.

    —¿Qué hay, cinco?— saludó Klaus con una sonrisa de lo más estúpida ensanchandose en tanto sorbía el resultante de la cuchara con una jeringa—. Pensé que estarías con Vanya resolviendo la no sé qué cosa del apocalipsis.

    Cruzado de brazos a mitad de la habitación, Cinco sopesó largamente el movimiento de la jeringa que fue a parar en el primer espacio de los dedos del pie izquierdo.

    —Me sorprende que aún puedas pensar luego de introducirte toda esa porquería a diario— ironizó, sin dejarse arrastrar por la actual alegría flématica e idiotizada que relucía en los labios ajenos y subía hasta su mirada avellana, ahora dilatada en lo que a su parecer era una incomprenscible fascinación concupiscente, sometida, atada a la heroína, instigando a un impulso frenetico que orilló a Klaus a acercarse a él y tironear de la liguilla superior de una de sus medias en un intento baladí por fastidiarlo.

    —Por favor, Cinco. No te vayas— suplicó abrazándose a su pierna al predecir las intenciones del interpelado por darse vuelta—. Ben se molestó conmigo porque no puedo dejar esta cosa.

    Cinco bufó.

    —Ha hecho bien— su tono mécanico no sufrió alteración alguna, pese a saberse besado en la rodilla. Entornó los ojos con fastidio y lo apartó de sí de un empellón—. No pienses ni por un segundo que seré el reemplazo de Ben en lo que ustedes liman asperezas. No he venido por eso. Y contrario a lo que puedas imaginar, comparto la idiosincrasía del fantasma de nuestro hermano en pos de su reticencia a hablarte hasta que te encuentres limpio de esa basura inyectable.

    —Si solo vieras lo que yo veo— rió Klaus, divertido, recostandose de espaldas y moviendo alternativamente brazos y piernas sobre la afelpada alfombrilla—. Si escucharas lo que dicen esos seres de ultratumba, entonces quizá lo entenderías. Comprenderías por qué necesito desesperadamente esto.

    Cinco suspiró, sosteniendose el puente de la nariz con los dedos para aplacar la aguda migraña que se avecinaba. Meras excusas banales. Hacía tiempo que sus sentidos emocionales dejaron de mostrarse conmovidos. Por nececidad de no agobiarse fue que dejó de lado aquello. Empero, ver a su hermano adoptivo, miembro (aparentemente inútil) de su familia siendo un desastre y desperdiciando su talento de esa manera, lo hacía desear ayudarlo.

    Ignorando los principales puntos de convergencia entre ambos, los diametrales ideales e ideas yuxtapuestas y divergentes. Haciendo también a un lado el antagónico y exacerbado proceder que tenían, Cinco reconocía que por primera vez en mucho tiempo, necesitaba de la ayuda de Klaus casi tanto como este requería la suya.

    Luther resultaba ser un buen oyente y ejecutor de ideas, pero ahora mismo se decía indispuesto para labores sencillas a causa de su severa crisis existencial surgida a raíz del descubrimiento de todo el material intacto que había reunido en la luna.

    Diego estaba demasiado ocupado babeando detrás de Lila.

    Vanya era eficiente, pero costaba hacerle partícipe de sus avances debido a su peligrosa inestabilidad. Sumarla a la causa podría empeorar aún más el asunto.

    Allison ya había dado su contundente negativa incluso antes de sugerirselo, por lo que solo quedaba Klaus entre sus opciones.

    —¿Klaus?— rodó los ojos con hastío al oírlo roncar. Se había quedado dormido y ni siquiera le había comentado nada respecto a sus planes—. No sé para qué me molesto— manifestó, recogiendo la jeringa y el resto del material infecto del que debía deshacerse. Si realmente quería lograr algo, iba a necesitar que Klaus estuviera despejado y en sus cinco sentidos. Costara, lo que costara.
     
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    II



    Con pesadez Klaus abrió los ojos. No alcanzó a levantar el torso del suelo en su totalidad cuando un espantoso mareo lo devolvió de espaldas a la alfombra. Tenía resaca, náuseas. Necesitaba sus papelillos de LSD. Algo de hierba quizá para el terrible martilleo craneal matutino.

    Tuvo que esperar largos y angustiosos minutos a que el mareo pasara para levantarse. En la planta baja ya se escuchaba el constante movimiento de los cubiertos y el repiqueteo del ir y venir de los tacones de aguja sobre la marqueteria. Su madre no tardaría en avisarles sobre el desayuno y él no podía presentarse con esa finta y medio drogado.

    Lo primero que hizo Klaus al reponerse de las náuseas fue tomar una ducha para deshacerse de cualquier posible aroma que lo delatara. Daba igual si todos en la mansión sabían sobre su problema, tampoco quería mostrar una facha que exhibiera su tendencia al consumo de sustancias como si llevara luces de neón adheridas al cuerpo.

    Se estaba abrochando los botones de la camisa de manga larga oscura cuando recordó el extraño pero reconfortante sueño donde Cinco había entrado a su habitación a decirle algo...¿Qué era? ¿Ayuda?

    Si, claro que le habría prestado ayuda de cualquier tipo. Si tan solo el sueño se hubiera prolongado otro poco.

    Una sonrisa boba se le pintó en los labios hasta que el delirio febril se desvaneció y sintió la imperiosa necesidad de introducirse algo en el cuerpo para calmarse. La ansiedad iba creciendo como una ola al retroceder sobre las aguas para tomar impulso y volcarse sobre la arena.

    Tan desesperado se sintió Klaus que ni siquiera prestó atención a la silenciosa silueta de Ben perfilada junto al buró de la cama.

    Rápidamente fue abriendo cajón por cajón y vaciando el contenido de cada uno en el suelo. La confusión le palpitaba dolorosamente contra las sienes a medida que rebuscaba entre las prendas del armario, todavía sin comprender la ausencia de sus infaltables botiquines. Nada de anfetaminas o hierba. Cero opiaceos a la vista. Su caja con las jeringuillas, ligas y demás potingues desaparecida.

    Un ladrón. Sin duda alguien había entrado a llevarse todo lo de valor...¡ y lo habían despojado a él de lo más importante que tenía!

    —¿Es en serio, Klaus?

    El aludido se golpeó la cabeza con la barra superior del armario al salir apresuradamente para encontrarse con Cinco de pie recargado en la puerta, cruzado de brazos y exhibiendo una mirada fría y decidida. No lo había escuchado entrar porque se había teletransportado dentro.

    —Cinco, no vas a creer lo que ocurrió. Un ladrón se llevó...— el mohín acusador de Cinco no lo dejó seguirse explicando. De pronto la neblina mental se alejó como arrastrada por una fuerte corriente y su mente despejada pudo atar cabos tardíos—. ¡Te has llevado mi anestesia emocional!— lo señaló meditabundo y parpadeando, asimilando recién los eventos del día anterior. Los mágicos destellos se habían ido y ahora solo quedaban las infinitas ansias por calmar su hondo malestar.

    —Ahora que estas en tus cinco sentidos podemos hablar como personas civilizadas— en apenas un parpadeó Cinco abrió un vórtice y se teletransportó a la cama para tomar asiento—. Esto va así. Voy a ayudarte a superar tu adicción y tu me prestas tu compañía para hacer unos cuantos viajes de prueba a ciertas fechas del pasado.

    Con los labios entreabiertos y los ojos almendrados situados en la elegante postura del chico, Klaus atinó a asentir. No porque realmente estuviera de acuerdo con aquel unilateral discurso que lo envolvía de alguna manera, simplemente se trataba del eficaz método persuasivo de su hermano adoptivo para hacerle participe de sus peligrosas ideas.

    A oídos de Klaus todo el embrollo desembocaba en que pasaría más tiempo al lado de Cinco. ¡Por fin lo tomaba en serio!

    Que maravilla sería pasar tiempo a solas con él. Quizá finalmente podría decirle lo que había callado por tantos años.
    ***

    Pragmatico y estoico, Cinco Hargreeves se llevó la taza de café a los labios, entreteniendose en inhalar el delicioso aroma del grano récien tostado que se elevaba en una gruesa espiral de humo. Café de calidad. Bien cargado, caliente y dulce. Saboreó un largo trago, degustando la equilibrada mezcla de lo amargo y dulce.

    Luther fue de los primeros en llegar al comedor. Le dio los buenos días y tomó asiento frente a él.

    –¿Has terminado de autocompadecerte?– se interesó Cinco, con las manos rodeando su taza y elevando apenas sus ojos por encima de la cerámica.

    Luther se sonrió con remarcada pena y se rascó la nuca.

    –Desperdicié cuatro años de mi vida creyendo que era de vital importancia, pero nunca fue asi.

    Cinco intuyó que el grandulón se abstraería de nuevo en nimias y pasadas reflexiones, sin embargo Luther lo sorprendió.

    –Puedo ayudarte ahora con aquel experimento que me decías– se ofreció, frotandose los dedos libres de la tela de sus guantes. Su expresión apaciguada, casi arrepentida.

    –Te lo agradezco, Luther– dio otro sorbo al líquido que amenazaba con enfriarse pronto–. Más ya no me hace falta tu colaboración para el periplo que pretendo realizar. Klaus se ha ofrecido voluntario para acompañarme. Una vez obtenga los resultados necesarios se los haré saber a todos. Quizá esta vez las cosas sean diferentes al cataclismo que nos aguarda.

    Un último sorbo y Cinco se deslizó en una profunda elucubración momentos antes de retirarse.

    ***

    Por novena ocasión Klaus se restregó el rostro con desmedidas ansias. Más tardaba en recostarse en el colchón que en volverse a levantar para caminar alrededor del cuarto cerrado con llave, cortesía de su pretencioso y sapiente hermano. Que si. Que ya entendía que las primeras veinticuatro horas eran escenciales para su desintoxicación, pero tampoco iba a soportar estar tanto tiempo privado de su libertad y sus amados ansioliticos.

    Lo estaba intentando. De verdad que lo hacía, pero necesitaba un poco de su dosis diaria de adrenalina para contrarrestar esas terribles visiones espectrales que no tardarían en aparecer.

    –Podría irme por la ventana– aventuró, echando un vistazo a la imponente altura desde su ubicación hasta el patio.

    "Pensé que era lo que querías. Reformarte para poder ser de ayuda y no un desastre andante"

    La voz de Ben capturó su atención. Todo intento de fuga concebido en sus inquietos pensamientos perdió fuerza. Se volvió hacia la traslucida silueta junto al armario y resopló falto de ánimo.

    –Vaya, vaya. Al fin te dignas a dirigirme la palabra– sonrió cual gato al acecho y volvió a mirar por la ventana, hacia el cielo limpio de nubes, cincelado de un suave tono turquesa como los analiticos ojos de Cinco.

    ¿No sería genial ir a una discoteca a disfrutar un poco?

    Si en realidad no podían hacer nada para detener el apocalipsis, al menos había que gozar hasta el último minuto de vida. Si Cinco no fuera un aguafiestas, amargado, se enteraría de lo que se estaba perdiendo.

    –Necesito una pastilla. Solo una– golpeó su frente contra el vitral y al girarse fue Cinco y no Ben quien lo recibió con un rostro circunspecto.

    –¿Cómo lo llevas?– quiso saber Cinco, sentado a la orilla del colchón, con su pierna izquierda cruzada sobre la derecha en una postura relajada–. Te traje el desayuno– indicó haciendo un gesto hacia el buró.

    Klaus suspiró completamente desganado.

    –Genial. Servicio a cuarto– se atrevió a bromear, acercandose a la cama para ver de cerca los bollos calientes con mermelada, un tazón de fruta fresca y una taza de café a la mitad–. No me apetece nada– afirmó al tomar una jugosa rodaja de manzana que enseguida dejó caer dentro de la fuente–. ¿Puedo ir por unas donas a la cafetería?– sonrió, sintiendose astuto. De pronto podría fugarse hasta el basurero de ricos y sacar objetos de valor para empeñar y comprar una bolsita de polvo que aliviara o adormeciera esas horribles ansias carroñeras.

    –Bien– accedió Cinco con media sonrisa caústica–. Iré contigo.

    La sonrisa de Klaus fue barrida de golpe. Tanto y más al oír la risa indiscreta de Ben.

    Malditos.

    ***

    Pasaba de las diez de la mañana cuando entraron al edificio restaurado de Griddy's Doughnuts. Nada más empujar la puerta de cristal y oír el metálico tintineo de la campanilla superior, Cinco se puso alerta. Miró con minuciosidad el lugar, evaluando hasta el último rincón del restaurante, recordando sus pasados enfrentamientos con miembros de la comisión que querían destruirlo a toda costa.

    Habría sugerido otro sitio para merendar, pero Klaus era demasiado testarudo y no entendería razones a menos que le desglosara a detalle las peripecias pasadas que, con toda seguridad, olvidaría, si tenía que retroceder nuevamente en el tiempo para alterar el orden de las cosas, como ya había hecho tantas veces.

    Cinco fue a sentarse en una de las mesas del rincón, la más apartada de la puerta, a buen resguardo de la cristalería que fungía de fachada. Klaus lo imitó en acto, mirándolo fijamente con sus ojos expresivos y melados. De pronto Cinco lo vio estirarse, hacer sonar ostensiblemente sus articulaciones y finalmente estirar los brazos sobre la mesa hasta él. Previendo que su objetivo eran sus manos, Cinco se enderezó en el banquillo y apartó las suyas. Sus soliviantados sentidos agudizados ante la mueca de reproche que ahora portaba Klaus.

    —Veo indispensable imponer algunas normas para nuestra futura convivencia— mascó indolente por el intento de fingido puchero de su oyente—. Primeramente debes respetar mi espacio personal. No me toques de ninguna manera a no ser que sea absolutamente necesario.

    Sin objetar nada, Klaus chasqueó la boca y retrocedió el cuerpo con fastidio para tomar el menú de la mesa.

    —Y segundo— priorizó Cinco, tomando a su vez la carta a su costado—. No confundas nuestro intercambio de favores. Me ayudas a alcanzar mi objetivo, te ayudo a mantenerte limpio, y cada quien por su cuenta.

    Klaus, que estaba listo para arremeter toda suerte de oposiciones hacia semejantes condiciones no estipuladas al comienzo de la empresa, cerró los labios al ver a la mesera acercarse libreta en mano para tomar la orden.

    —Para mi serán dos donas con miel de maple y una malteada de capuchino sin crema batida— pidió Klaus, atento al semblante impasible de Cinco, a sus álgidos e indescifrables ojos azules.

    La mesera, una chica alta y pelirroja garabateó a prisa el pedido para volverse hacia el chico.

    —¿Qué desea el pequeñuelo?

    Los labios de Klaus vibraron al intentar contener la risa por semejante apelativo. Tuvo que escudarse el rostro con el menú para salvar la vida. Entonces oyó la voz de Cinco, aterciopelada y cargada de cinismo como solía entonarla siempre que se le hería en su férreo orgullo y tenía que incurrir a un agravio previamente tinturado de sarcasmo.

    —Para el pequeño— articuló Cinco, elevando las comisuras de sus labios en una sonrisa falaz y forzada—. Un expresso fuerte como el mismo infierno.
    ***

    —¿Es necesario ir tan rápido?— se quejó Klaus a espaldas de Cinco, tratando de apretar el paso.

    Cinco exhaló con impávida serenidad antes de aminorar la marcha. El sol había descendido entre las nubes y bañaba el horizonte en fuertes matices naranjas. Era cerca del mediodía. No tendría que estar desperdiciando el tiempo de esa forma teniendo una misión tan relevante de por medio. Suficiente era invertir esos días junto al cabeza hueca de Klaus. Sin embargo era primordial hacer esa parada.

    —Mi destino está a dos manzanas de aquí.— le hizo saber cuando Klaus le dio alcance. La razón de que este no pudiera caminar tan rápido era por la pesada merienda previamente ingerida—. Necesito que me acompañes. Es menester vigilarte para evitar que ingieras cualquier porquería.

    —Si al menos me explicaras a donde vamos y por qué— debatió Klaus, sujetándose las rodillas para jalar un poco de aire. Las punzadas de ansiedad seguían haciendo mella en su sistema. Esperaba el mínimo descuido de Cinco para poder ir a agenciarse un poco de polvo. Se conformaba con un porro a esas alturas. Al diablo la ética de Ben.

    Si quería ser de ayuda, pero no veía importante el tener que deslindarse por completo de sus calmantes. En cualquier momento empezarían a atormentarlo las visiones y sería incapaz de enfrentarlas.

    —Si tanto quieres saber— le increpó Cinco con aire de superioridad, reduciendo gradualmente la velocidad de la marcha—. Necesito ir al almacén de ropa. Hay una cosa que debo verificar antes de volver a la mansión.

    La curiosidad de Klaus se disparó ante la misteriosa mención. Cinco jamás usaba prendas que no fueran el uniforme reglamentario de la academia umbrella.

    ¿Acaso pretendía comprar ropa informal?

    No podía imaginarlo con otra indumentaria que no fuera la actual. Pantalones cortos, saco, medias largas y oscuras, pero estaba convencido de que cualquier cosa le sentaría de maravilla y se vería bastante sensual.

    —¿Por qué tienes esa sonrisa de idiota?— le azuzó Cinco al reparar en ello. Klaus carraspeó para alejar los pensamientos indecentes de su cabeza. Que suerte que Cinco no pudiera leer la mente o estaría metido en serios problemas.

    —Recordé un chiste que me contó Ben— Se excusó con un encogimiento de hombros.

    Diez minutos más tarde llegaron al colosal edificio. Cinco lo exhortó a esperarle en la segunda planta, pero la curiosidad de Klaus le picaba como molestas agujas en la piel y pronto también pasó de largo a varias personas, mezclándose con la clientela para seguir el firme recorrido de Cinco por la escalinata.

    Menuda impulsividad suya. Por un lado quería saber de qué iba el asunto y todo ese misticismo esparcido por quien se autoproclamaba amo del tiempo. Por otra parte sabía que debía quedarse cerca de él para evitar que corriera peligro. Ya había tenido una conversación en noches pasadas con Vanya y estaba al tanto de que había personas con capacidades especiales buscando a su hermano. Si podía serle de ayuda esta vez para variar, se daría por bien servido.

    Empezaba a sospechar sobre fetiches al ver el anuncio del pasillo de ropa de dama cuando vio a Cinco de pie ante un maniquí. Klaus tuvo que retroceder un paso y esconderse tras una percha de pijamas para no ser descubierto.

    Cinco pasaba el dorso de su mano con delicadeza por la mejilla de la figura. De pronto le vio inclinarse para susurrar algo a su oído y depositar un beso casto en los inertes labios.

    La estupefacción de presenciar aquello fue tal, que Klaus se quedó de pie, petrificado aún cuando vio a Cinco devolverse sobre sus pasos para abandonar el almacén.

    ¿Qué acababa de ver?, ¿Su brillante hermano finalmente había enloquecido?

    Peor, ¡¿Por qué de pronto sentía celos de un maniquí?!
     
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    III



    La pizarra del vestíbulo pronto se llenó de fórmulas y ecuaciones. Cinco escribía y borraba valores a gran velocidad. A su lado sentado en el banquillo de madera, Klaus se esforzaba por mantener los ojos abiertos. Ya había rechazado unas tres veces los aperitivos ofrecidos por su madre. Se había entretenido un rato viendo a Diego haciendo uso de su afinada puntería en uno de los cuadros exhibidos sobre la chimenea. Vanya había salido a impartir lecciones de violín y no volvería hasta la mañana siguiente. Luther seguía inmerso en sus peleas clandestinas y Allison se había retirado a dormir desde hace dos horas.

    Realmente no entendía nada de lo que estaba leyendo y si seguía bostezando acabaría quedándose dormido allí mismo. Era su segundo día junto a Cinco y no sentía estar siendo de ayuda en lo absoluto. Claro que Cinco ya le había advertido que no necesitaría de él hasta que los cálculos cuadraran para evitar equívocos al realizar el salto en el tiempo, pero Klaus ya estaba cansado de mantenerse al margen. Sabía que la única razón de que Cinco lo mantuviera allí era para vigilar que no ingiriera ninguna sustancia vulgarmente catalogada por él como tóxica.

    —Necesito ir al baño— dijo a mitad de un nuevo bostezo. Cinco le concedió la ausencia con un ademán, sin volver ni un segundo su atención de las ecuaciones que crecían en complejidad a medida que borraba y volvía a llenar la pizarra. A Klaus se le antojó estar viendo a un profesor universitario, demasiado joven para su profesión pero Cinco había nacido con un intelecto bastante desarrollado. Bien que mal había logrado atravesar las barreras del tiempo y el espacio para viajar a través de ellas y modificar eventos a su criterio.

    Le costaba pensarlo como un viejo atrapado en el cuerpo de un adolescente. Aún si Cinco afirmaba y reafirmaba pertenecer a una época diferente a la actual. Verlo así le traía buenos recuerdos de la academia.

    Con un deje melancólico en las pupilas, Klaus dejó de observar la silueta del chico y procedió a subir las escaleras para ir al servicio.

    Era su única oportunidad para escapar. No tenía idea de si Cinco pensaba dormir un poco, pero luego de verlo beber su cuarta taza de café en el día, lo dudaba. Lo mejor era salir cuanto antes a buscar algo de mercancía. Unas líneas y dormiría plenamente, sin preocupaciones absurdas o pensamientos contrariados.

    Solo debía actuar rápido.
    ***

    Algo iba mal en la ultima ecuación. La más importante de todas. Cinco lo constató al verificar los resultados en las notas de su primer viaje en el tiempo. Su cálculo siempre partía del valor 0 de una partícula en el infinito que representaba la materia, en cuyo caso era su cuerpo, y el valor tanto del parámetro como de la energía de impacto con el que atravesaba los agujeros de gusano. Había que determinar la distancia radial exacta, asi como el centro de gravedad y fuerza. Ejes, declinaciones, coordenadas, las trayectorias parabólicas e hipérbolicas. Conforme anotaba, más y más cálculos afloraban en su mente.

    Al final el resultado de la integral descompuesta daba un valor positivo. Caso contrario a su primer viaje.

    ¿Qué estaba excluyendo?

    Se sentía extenuado. Las mangas de su saco estaban impregnadas de tiza y le costaba enfocar la mirada debido al sueño.

    Quizá debería dejarlo para otro día. Necesitaba estar bien espabilado para continuar desplegando los cálculos.

    Había sucesos que todavía no ocurrían en ese presente. Debía aguardar un poco para poder hacer el correspondiente salto. Si se equivocaba otra vez...

    Un estremecimiento lo sacudió por dentro al recordar aquel futuro postapocaliptico y su perpetuo recorrido por el mismo. Prefería beber directamente cianuro a tener que afrontar otra vida errando solo. Dolores había sido una buena compañía, pero no era suficiente. Nunca nada lo era.

    —¿Klaus?— de pronto recordó a su nuevo compañero de viaje.

    ¿Cuánto tiempo llevaba en el baño?

    "Maldito seas, Klaus, si es que te has ido"

    Aun en medio del agotamiento, pudo efectuar un par de teletransportaciones en el interior de la mansión. No había nadie en el baño y el dormitorio de Klaus estaba vacío. Se había largado. El infeliz se había ido a buscar droga. Pero no debería sorprenderse ni molestarse. Después de todo era Klaus. Demasiado predecible para no haberlo anticipado. Se había abstraído tanto en las fórmulas que se olvidó por completo de él.

    Tenía que encontrarlo pronto antes de que Klaus jodiera sus planes al intoxicar su sistema y adormecer su habilidad.

    —Maldición— jadeó, tallandose los párpados que sentía cada vez más cansados. Tuvo que forzarse a recordar y hacer un listado de los lugares que solía frecuentar Klaus en el primer universo. Después buscó a Diego en su habitación. Lo encontró despierto, lanzando cuchillos en blancos estrategicamente colocados en las paredes—. Diego, necesito que me lleves a algunos puntos de la ciudad— le mostró el papelillo donde había anotado los lugares más frecuentados por su caótico y desastroso hermano.

    —¿Es por Klaus?— la mueca burlona que precedió a la pregunta no le pasó desapercibida a Cinco. Asintió antes de darse vuelta para salir a esperarlo afuera de la mansión. Ya demasiado exhausto se sentía para dar explicaciones.
    ***

    "Estúpido, estúpido, estupido"

    No dejaba de reprenderse mentalmente en cada parada. Había vigilado bien a Klaus esos días y tenía que perderlo de vista justo ahora. Si el idiota de su hermano consumía algo ya podía irse olvidando de que su viaje se cumpliera en el tiempo estipulado. Era indispensable que Klaus estuviera sobrio para poder ejecutar la siguiente parte de sus planes.

    Las primeras dos paradas Diego fue a constatar en su lugar. No había manera humanamente posible de que dejaran entrar a Cinco a "esa" clase de establecimientos. Bares, prostíbulos, antros y discotecas ocupaban los primeros lugares de la lista.

    Mordiéndose en puño con impaciencia, Cinco se bajó del auto en la siguiente parada, omitiendo la advertencia de Diego porque le esperara en el auto. Se estaba exasperado muy rápido y no era conveniente dadas las circunstancias actuales.

    —Oye, niño, no puedes entrar— el rollizo guardia de seguridad lo sujetó de los brazos para retenerlo en su camino hacia el interior del pub.

    Había una fila enorme de personas extendiéndose a sus espaldas, pero a Cinco dejó de preocuparle todo. Cuando se irritaba, su diplomacia se desvanecía.

    —No soy ningún niño— arguyó en tono solemne, ignorando el llamado de Diego, concentrando los últimos vestigios de energía para teletransportarse dentro de la estructura.

    En un chasquido de dedos ya estaba a mitad del salón, siendo empujado en todas direcciones por cuerpos sudorosos que se agitaban al ritmo de la música bajo los aleatorios halos de luz proyectados por los reflectores del techo.

    No le costó mucho dar con las escaleras laterales que conducían al piso superior del establecimiento. Enseguida Cinco corrió hasta el último peldaño para escudriñar a las personas que gozaban del alegre y festivo ambiente.

    —Maldito seas, Klaus— ya había perdido toda esperanza cuando lo vio de pie frente a la barra, casi al final del lado izquierdo.

    Decidió subir para no tener que atravesar nuevamente la masa convulsa de personas y descendió del lado opuesto.

    Klaus y su coqueta sonrisa relajada intercambiaba frases sueltas con el cantinero toda vez que recibía no uno, ni dos, sino tres copas de margaritas que acomodó con cuidado para poder tomarlas todas. Su objetivo era una de las mesas junto a la entrada.

    Cinco lo confrontó antes de que lograra perderse entre el gentío.

    Sus ojos chispeantes y la mandíbula tensa.

    —Klaus— le llamó conteniendo apenas la rabia. Era inconcebible que en menos de 48 horas tratara de romper el acuerdo entre ellos. La faz del aludido se tornó lívida al volverse hacia él.

    —Eh, Cinco. No te esperaba— los nervios le alteraron la voz, trocandola más aguda—. Creí que estarías dormido y por eso no te avisé que vendría a tomar unos tragos.

    Frunciendo el ceño, Cinco adelantó otro paso. Él que se decía en pleno control de sus emociones, acababa de perder la paciencia teniendo que lidiar con semejante irreverente sátiro.

    El encono y la fatiga refugiándo en el índigo de sus ojos.

    Sabiendose en problemas, Klaus no atinó a decidirse entre alejarse o tratar de calmar la furia dormida de aquel pequeño y apuesto psicópata.

    —Yo...no he hecho nada— explicó acérrimo, sin mayores pormenores. Era verdad, pero la expresión de Cinco no se atenuaba, por lo que tuvo que agregar—. Me haré cualquier prueba mañana si no me crees.

    Por fin Cinco lo jaló del cuello de la chaqueta para sopesar la mentira en sus ojos. Al ver que Klaus le sostenía la mirada, lo soltó, dejó salir el aire de golpe y el agarrotamiento volvió a apropiarse de sus articulaciones.

    —Vamonos— sentenció, quitándole las margaritas para ponerlas sobre una de las mesas aledañas. Entonces se arrepintió y tomó una para beberla.

    Tardo en darse por enterado del destino de una de las copas, Klaus se cubrió la boca con la mano, viéndolo ingerir la bebida casi hasta la mitad.

    Solo que no se trataba solamente de alcohol...
    ***

    El regreso a la mansión había ido relativamente bien. Afortunadamente. Fue hasta que Diego se retiró a dormir, que Klaus quiso constatar cómo se encontraba Cinco.

    Lo siguió hasta la cocina y lo observó sirviéndose un enorme vaso con agua y hielos.

    —Cinco— tanteó terreno, yendo hasta él pero manteniendo una distancia prudencial en todo momento—. ¿Có-Cómo te encuentras?

    Cinco se dio vuelta para encararlo y reprenderlo pero un severo mareo lo asaltó a mitad de su cometido y habría caído de bruces de no ser por qué Klaus advirtió certeramente lo que ocurriría y se adelantó para tomarlo en brazos.

    Había una preocupación honda anidada en los ojos mieles de Klaus. Cinco lo escrutó con sospecha. Sentía el cuerpo entumecido. Iba a pedirle, no, a exigirle que lo soltara cuando destellos de coloridas luces estallaron detrás de sus párpados. Su estómago dio un vuelco como si se encontrara en plena caída libre. Un leve matiz de gozo, casi imperceptible, subió por las comisuras de sus labios.

    Klaus se sentó despacio, ayudándolo a recostarse al reconocer en aquella mirada la misma euforia que solía experimentar a diario, la que deseaba con tanto ahínco conseguir antes de que Cinco llegara.

    —¿Qué sientes?— sabía que no tenía caso preguntar. Cinco se miraba las manos como si viera animalillos en ellas.

    —Se...siente— entonó con la lengua trabada, y fue incapaz de pronunciar nada más hasta pasado un largo rato—. Jodido imbécil— rió de pronto ante su conjetura—. ¿Cuánto ...dura esto?

    —Un par de horas— respondió Klaus, sintiendo la culpa clavarse dolorosamente en su pecho. No debió irse sin más. Había roto su promesa. Ben tenía razón, solo estropeaba las cosas cuando intentaba drogarse para evadir su realidad.

    —Debería matarte— la voz de Cinco perdió intensidad, pese a la amenaza. Se incorporó un poco para estar de frente a Klaus, pero el control de su cuerpo ya era nulo para entonces. Se apoyó en el pecho de Klaus y su rostro se fue deslizando poco a poco, hasta que Klaus lo tomó de las mejillas con ambas manos, enardecido al contemplar el característico rigor analítico e infantil ahora fisurado en una apostura demasiado torpe para sostenerse por si mismo.

    —Lo siento— cerró los ojos y se prendó de sus suaves labios, hasta que Cinco se quedó dormido.
     
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    IV



    El estrépito del cuarto contiguo lo despertó. Sentía la garganta reseca, la boca pastosa. Su cabeza latía dolorosamente entre continuos parpadeos. Intentaba habituarse a la pesadez que restringía en una molesta rigidez sus funciones motoras. Tenía los miembros entumecidos. Hizo amago de sentarse y el techo empezó a girar sobre su cabeza. No alcanzó a apartar las sábanas cuando la primera náusea se abrió paso por su garganta. Por suerte, cuando Cinco se volvió hacia un costado del colchón para devolver el estómago, un cubo plástico lo aguardaba. Su cuerpo tiritó involuntariamente.

    Extraño. Que él recordara, nunca antes se había enfermado. Jamás se había sentido así de mal. Generalmente su sistema inmunitario resistía toda suerte de resfriados. El cosquilleo en su estómago no desaparecía. Cinco se subyugó al segundo intento de abandonar la cama. Se enroscó nuevamente entre las sábanas para dormir un rato más, pero el fragor del cuarto aledaño iba en aumento, a tal grado que la recientemente despierta curiosidad se trocó en genuino interés por lo que acontecía.

    —¿Klaus?

    La odisea de la noche anterior lo atravesó como un relámpago a mitad de la noche. La huida cobarde, la búsqueda inexorable a altas horas de la noche, la bebida adulterada, el entorno llenándose de figuras amorfas y coloridas, centelleos fugaces, explosiones de rosas y tulipanes, Dolores besándolo...

    —Oh, mierda— apenas se puso de pie, advirtió un dolor tan punzante y agudo que, creyó que la cabeza le estallaría al igual que aquellos brotes de flores cayendo de todas partes. Con la quijada apretada, Cinco se sostuvo la cabeza con ambas manos, haciendo presión en las sienes hasta que el dolor remitió lo suficiente para permitirle avanzar fuera de la habitación.

    Ya había llegado al pasillo cuando advirtió al arrastrar los pies, que llevaba puesta una pijama que no era suya. La tela de algodón azul eléctrico con estampado a rayas en color plata debía pertenecer a Klaus.

    ¿Pero cómo...?

    Sin dejar de sostenerse por la pared, caminó algunos metros, permitiéndose levantar apenas los pies mientras continuaba su lastimoso recorrido. Al paso, Allison salió de su pieza enfundada su delgada silueta en un elegante vestido de terciopelo negro con un pronunciado escote en V. Ella lo miró, primero con intriga, luego con profunda extrañeza.

    —¿Estás bien, Cinco?— quiso saber.

    —Todo lo bien que se puede estar cuando se tiene a un neandertal por hermano— respondió sarcástico, conteniendo apenas su creciente agitación. No había amanecido precisamente de buen temple. Tenía migraña y unos fuertes deseos homicidas.

    Allison que se había quedado junto al barandal, elevó una ceja y señaló el conocido atuendo que Cinco llevaba.

    —¿No es esa la pijama de Klaus?

    —Lo es— farfulló Cinco a la defensiva, sin querer entrar en detalles puesto que ni él mismo sabía lo que había acontecido después de su regreso de aquel pub—. Klaus— azotó la puerta y entró sin molestarse en llamar.

    Su insufrible y excéntrico hermano vestía unos ajustados jeans de mezclilla negra y una camisa a juego desabotonada. Klaus estaba de pie junto a una pila de ropa, cintos, botas y sombreros, contemplandose altivo en el espejo de cuerpo completo. Al ver a Cinco por el espejo, se giró y la alarma en su rostro fue reemplazada por un esbozó de entera aprobación que Cinco no comprendió hasta que recordó lo que llevaba puesto.

    —¿Qué significa esto?— le increpó arrogante, señalando las prendas ajenas. Klaus se acercó para ayudarlo a llegar a la silla, pero Cinco rehusó toda tentativa de aproximación blandiendo golpes insignificantes debido a la debilidad que acometía su cuerpo.

    —Se que parece extraño, pero solo te cambié de ropa porque vomitaste— se justificó Klaus, mordiéndose el labio inferior, repentinamente absorto en los apetecibles labios que había degustado hasta el hartazgo la noche anterior antes de las arcadas. No que fuera a decirlo, su idiotez no llegaba a esos extremos todavía—. Pensé que te quedaría bien uno de mis pijamas, pero juro que no toque más de lo necesario— alzó su mano izquierda a la altura del corazón en un ademán que pretendía ser solemne pero que Cinco lo interpretó como una bufonada más.

    —Debí aceptar la ayuda de Luther— resopló Cinco contra su flequillo—. Debo terminar los cálculos— un nuevo mareo lo llevó a dar un mal paso en su pretendido avance hasta la salida. Perdió el equilibrio y sus rodillas se doblaron como si fueran dos tiras de goma.

    —¡Cinco!— Klaus se precipitó hasta él para abrazarlo en torno a la cintura con el brazo izquierdo, pasando inmediatamente después el derecho por debajo de sus muslos para levantarlo con gran cuidado, como si se tratara de una pieza costosa de cristalería de las que Grace guardaba recelosamente en el comedor. Cinco lo observó ceñudo y con los ojos entrecerrados.

    —Creí haber sido claro cuando dije que no me tocaras a menos que fuera indispensable.

    Klaus chistó la lengua, haciendo caso omiso para llevarlo hasta su cama y recostarlo con precaución. Seguro de que Cinco le habría dado una paliza de encontrarse bien, pero no lo estaba.

    —Deja que cuide de ti hasta que te recuperes— pidió mientras rebuscaba las aspirinas en el cajón del buró junto a la cama—. Es por mi culpa que estas así— le extendió las píldoras y se sentó a su lado para sostenerlo de la nuca, ayudandole a beber del vaso con agua. Sorpresivamente Cinco no lo apartó ni lo insultó. Debía encontrarse realmente muy mal para no debatirle al respecto—. Bebiste un gran cóctel de barbitúricos, pero no te preocupes, te pondrás bien dentro de poco. El efecto suele durarme unas horas. Cuando comas algo te sentirás un poco mejor, ¿Qué te apetece para el desayuno?

    —¿Con quien estabas en ese pub, Klaus?

    A Klaus le costó asimilar la siguiente pregunta de su hermano. Primeramente porque aquello tenía poco y nada que ver con lo que estaban hablando. Segundo, Cinco había ignorado su pregunta para hacer otra, y tercera, no lo esperaba.

    —Una chica y un chico— se encogió de hombros para darle a entender la poca importancia que tenían para él.

    En realidad ni siquiera recordaba sus nombres. Había entablado conversación con la pareja en la fila y como si tal cosa de un momento a otro ya estaban hablando de tríos y reuniones libertinas.

    —¿Por qué la pregunta?— sonrió al ver a Cinco levantar su agotada y neutra mirada en su dirección.

    —Que sea omelet con tocino y café intenso con poca azúcar— fue toda la contestación que dio Cinco antes de volver su rostro sobre la almohada para darle la espalda.
     
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    V



    Klaus tenía que hablar con alguien con urgencia. Asi que, después de dejar un desayuno sustansioso para Cinco en el buró de su habitación, vagó por los cuartos superiores hasta dar con el antiguo despacho de su padre. Pese a odiar el lugar que despertaba crudos recuerdos de su niñez, Klaus pensó que sería bueno permanecer allí un poco. Solo lo necesario para poder desahogarse.

    Se estaba poniendo nervioso ante las miradas de todos en el comedor. Y como dijera algo inoportuno, Cinco lo mandaría a tomar por culo y se buscaría a otro acompañante/conejillo de indias o lo que fuera que necesitaba.

    El día anterior todo había ido a pedir de boca. Cinco había aceptado de buena gana sus atenciones y le dio tareas sencillas de las cuales encargarse para que Klaus estuviera ocupado en algo y pudiera vencer la ansiedad. Fue asi como Klaus había invertido el día en actividades simplistas tales como llevarle diversos volumenes de libros al cuarto, anotar los resultados de la pizarra en la libreta de apuntes de Cinco, hacerle un par de preguntas a un miembro fallecido de la organización en la que Cinco había trabajado por años fuera de los universos paralelos surgidos por la apocalipsis.

    Todas las respuestas las había anotado en la libreta. Después Grace borró la pizarra y botó a la basura los apuntes de la mesilla al considerarlos "poco útiles".

    El incidente de la libreta con los datos importantes extraviada era lo de menos. Parecía que Cinco intentaba mantenerlo alejado de él y para eso le encomendaba toda suerte de minucias.

    El desayuno y la cena eran los únicos momentos en los que coincidían. Y ni siquiera dormían juntos porque Cinco había sugerido, además del intercambio de favores, un intercambio temporal de habitaciones. Otra de sus artimañas para mantenerlo vigilado respecto a las drogas.

    Comunicarse con el espiritu de Ben era mucho más sencillo ahora que sus poderes no estaban siendo obstaculizados por el efecto de las drogas. Klaus no tardó en ubicarlo dentro de la habitación, suspiró aliviado y agradecido de verlo y luego aseguró la puerta para evitar inconvenientes. Sus hermanos estaban todos en el comedor y no habían dejado de hacerle preguntas sobre Cinco. Era complicado e incomodo tener que verselas con las insinuaciones de Diego sobre que últimamente pasaban "mucho" tiempo juntos, o las provocaciones sutiles de Allison en pos de ahondar sobre la rareza que los envolvía. Luther y Vanya habían escuchado todo a la expectativa de una aclaración que Klaus no supo brindarles. Entonces tuvo que retirarse de la mesa antes de tiempo o acabaría delatandose enfrente de todos.

    —¿Por qué estabas tan nervioso en el comedor?— por si fuera poco, ahora era Ben quien se sumaba al contraataque de indagaciones. Klaus corrió a abrir la ventana para relajarse un poco y evitar sentirse acorralado por una cuestión que le venía rondando en la cabeza desde que Cinco se acercó a él con aquella propuesta de la ayuda mutua.

    —Creo que estoy enamorado de Cinco— lo soltó de carrerilla, sin atraverse a volverse para ver la expresión de Ben. Bastante ofuscado se sentía ya con el asunto—. Desde siempre me ha gustado, pero ahora es como que...quiero pasar más tiempo con él y disfruto tanto de su compañía que no puedo pensar en otra cosa. Cinco domina mis sentidos, es...— se aferró del antepecho de la ventana y negó al no encontrar palabras que describieran bien cómo se sentía estando a su lado.

    —Klaus, ¿al menos has meditado bien en lo que acabas de decir?— el comentario de Ben no ayudó a calmar su mente atribulada. Ensimismado, Klaus se alejó de la ventana.

    —No somos hermanos biologicos— sumó un punto a su favor mientras Ben lo desaprobaba con una mirada acusadora.

    —Es más que el parentesco— le conminó con seriedad—. No sabes si Cinco siente lo mismo. No tienes idea de cómo puedan reaccionar los otros. ¿Y la apariencia física de Cinco?, ¿Crees que podrían ir juntos por las calles y tomados de la mano?

    —Por favor, no sigas— pidió Klaus, hundiendose en la vieja silla de su padre. Su ánimo desinflandose cada vez más. Quizá era lo que le hacía falta, una buena bofetada de realidad.

    —¿Qué es lo que querías oír, Klaus?— inquirió Ben caminando a su alrededor—. ¿Esperabas que apoyara esta nueva manía tuya y te diera mi aprobación?, una cosa es salir a tener encuentros de una noche con desconocidos, pero estas hablando de Cinco.

    —No es una manía— meditó Klaus, recargando la cabeza en la parte superior del acolchado respaldo mientras recordaba lo bien que solía sentirse con Cinco cuando convivían juntos en la academia—. Al menos no una recientemente adquirida. Cinco me gusta— abrió los ojos y buscó la mirada reticente de Ben del otro lado del cuarto.

    —Por fin ¿Te gusta o estás enamorado de él?, son conceptos diferentes, Klaus. Seguro estas confundido.

    —Confundido o no, Cinco me gusta— confesó, tamborileando sus dedos en la barbilla—. Me atrae como no tienes idea, me vuelve loco. Y quiero tocarlo, besarlo y decirle que me encanta todo de él y no puedo— sonrió herido ante su propio patetismo—. Tampoco quiero defraudarlo al seguirme intoxicando.

    —Ojala hubieras tomado la iniciativa cuando yo te lo sugerí— profirió Ben, ofendido, segundos antes de desaparecer de su campo de visión.

    —Bien— exhaló Klaus, mirando hacia el techo de ladrillo—. ¿Qué se supone que haga ahora?
    ***

    Cinco andaba con inquieta mansedumbre por los pasillos, preso de profundas reflexiones de gravedad análoga, desglosando pormenorizadamente los cálculos en su mente vez tras vez. Ya había descansado demasiado, no lo suficiente para recuperarse del todo del resfriado y los molestos efectos secundarios de los barbituricos, pero si lo indispensable para reponerse y retomar el control, al menos en lo concerniente en su cuerpo y pensamientos. Eran sus emociones las que habían fluido como a traves de un agujero en un dique.

    Ya se encargaría de ello más adelante. No podía seguir perdiendo el tiempo en la misma línea temporal sin hacer nada. Los de la comisión empezarían a buscarlo y aquello traería problemas en la mansión. Necesitaba actuar cuanto antes.

    —Klaus— después de su búsqueda infructuosa en la planta baja y, omitiendo todo tipo de interrogantes y comentarios curiosos de parte de sus hermanos que pretendían profundizar en temas falaces, Cinco acudió al único lugar dentro de la residencia sin revisar. Quería reunir toda la energía posible para poder efectuar bien su salto en el tiempo, pero pensó que no ocurría nada si lo utilizaba una vez para transportarse dentro de la oficina clausurada de su padre.

    El primer intento no le valió. El segundo tampoco.

    Ningún vórtice se abrió ante él, ninguna partícula de energía fluyó por su cuerpo.

    Tuvo que golpear la puerta envuelto en una cortina de frustración y confusión.

    —Klaus...— el interpelado abrió un poco la puerta y tras asegurarse al echar un futil vistazo al pasillo de que se encontraba solo, tiró de su brazo para hacerlo entrar en la oficina que prontamente cerró a sus espaldas.

    —Hay algo que quiero decirte, Cinco.

    Si no lo conociera tan bien, Cinco afirmaría que se trataba de otra de sus payasadas matutinas, pero la expresión de Klaus reflejaba un aire de consciente severidad que no le había visto hasta entonces.

    —Más vale que no sea sobre el consumo de sustancias— sondeó, plisandose el cuello almidonado del saco, internamente desosegado porque sus poderes no eran lo único que estaba fallando, su sentido del razonamiento se encontraba algo mellado. Quizá había pescado algún virus en el pub.

    —No, yo solo quería que supieras...

    Visiblemente agitado, Klaus intentó una aproximación física que Cinco evitó al vadear el escritorio hasta la ventana donde cruzó los brazos a la altura del pecho.

    —¿Sabes por qué Diego y Allison murmuran en el comedor acerca de nosotros?

    De nuevo Cinco lo interrumpía. Klaus se mesó frustrado el cabello. Ojala fuera más fácil de decir.

    —Seguramente malinterpretaron lo del pijama.

    Media sonrisa autosuficiente se delineó en los labios de Cinco junto a un marcado hoyuelo cuando se giró para verlo.

    —Exacto— le dio la razón, su gesto perdiendo fuerza—. Es el mismo malentendido que ocasionas cada vez que me tocas. Y fue el fundamento primario por el que te pedí no hacerlo.

    —¿Tanto te molesta lo que piensen los demás de nosotros?— reprochó Klaus, poniendo mala cara.

    —Lo que nuestros hermanos piensen es tangencial. Si mis enemigos se enteran de los rumores falaces, ¿Qué crees que harán, Klaus?

    Klaus se frotó el rostro con ambas manos.

    —¿Qué?...no, no. Solo...apaga tu maldito cerebro por un segundo, ¿Quieres?— le instó, reprimiendo un gruñido de insatisfacción por no poder expresarse adecuadamente.

    La ceja izquierda de Cinco se elevó al aventurar el difuso presagio que partía del coloquio nervioso de Klaus. Balbuceaba cosas ininteligibles a su oído toda vez que negaba con la cabeza.

    De pronto Cinco no quería seguirlo escuchando.

    ¿Qué hacía desperdiciando el valioso tiempo de ese modo?

    Y ahí estaba Klaus, bloqueandole todo intento de fuga con su cuerpo. Coqueto y bohemio perseguidor de sucios libertinajes conteniendolo de los hombros, restringiendo significativamente todo rango de movimiento en su reducida periferia, transgrediendo una vez más las normas de rigor estipuladas para usurpar su espacio personal.

    —Te lo advierto, Klaus.

    La admonición surtió nulo efecto. Klaus lo miraba con esa resolución extraña en sus pupilas mieles. Había una devoción proclive al candor en sus irises obnubiladas de deseo. Con un sobrecogimiento repentino, Cinco dio un paso hacia atrás, sabiendose acorralado entre el cuerpo de Klaus y los barrotes de la ventana. Trató de mostrarse inalterable y calmo, pero en su pecho se agitaba una onda de calor que le subió al rostro tan pronto Klaus lo tomó de la mandíbula con las manos.

    Era inútil mediar palabras o litigar al diálogo. Ya asumía que los actos filantropicos del día anterior iban a acarrear graves resultados. Pero ¿Por qué así?

    Cinco visualizó su habitación al cerrar los ojos. Empuñó las manos y concentró su energía para abrir un vórtice, pero todo quedó en un esfuerzo patético. Sus poderes seguían obstruidos, bloqueados por la malditas pastillas disueltas en la margarita y presentes aun en su sistema.

    —Klaus...— rígido su cuerpo y endeble su psique, entreabrió los ojos, imprimiendo en sus pupilas toda la frialdad que le fue posible, sus labios frunciendose ligeramente cuando Klaus le oprimió las comisuras con el pulgar e índice. Su piel erizandose en eléctricos y desconocidos impulsos entremezclados con agitación y ansias.

    Cinco elevó entonces una de sus rodillas, dispuesto a derribarlo si hacía falta. El pretendido golpe no alcanzó su objetivo, pero los labios ásperos y tibios de Klaus, si. Se estamparon con tal ferocidad que la espalda de Cinco impactó de lleno contra los barrotes.

    Molesto, contrajo el entrecejo por el salvaje espasmo que sacudió su espina dorsal. Se rebatió incómodo entre el brusco agarre de Klaus. Sus labios firmemente sellados y su corazón bombeando con inusitada violencia contra su pecho. Su turbación yendo en aumento y la perplejidad de quien no asimila los hechos extendiéndose en su rostro.

    "Idiota, repugnante, bastardo, imbécil"

    Sus sentidos se opacaron al grado que ya ni siquiera intentó agredirlo. Se había quedado en blanco. Sus labios dejaron de obedecerle a él y se abrieron obedientes hacia la lengua de Klaus que se enredó húmeda y experta en una invitación que pretendía ser a un tiempo hipnótica y juguetona.

    Entre la neblina mental Cinco tanteó haber sufrido una dura contusión en algun momento del día anterior porque no había manera lógica de que fuera su brazo el que rodeaba sistemática y deliberadamente la nuca de Klaus para intensificar y cerrar todo contacto entre sus cuerpos.

    "Esto no puede estar pasando"

    Pero lo estaba.
     
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    VI



    La enorme mesa del comedor estaba perfectamente dispuesta, al igual que el día pasado. Un mantel de lino blanco con estampado de flores se extendía a ambos extremos, sosteniendo sendas fuentes de plata, una fina y resplandeciente vajilla de porcelana ocupando cada lugar con su respectivo juego de cubiertos, servilletas con bordados en tono perla, copas con agua y gaseosa, y una botella de vino tinto en el centro.

    Klaus se habría maravillado, al igual que había hecho el día anterior cuando bajó a tomar la merienda. Sin embargo, al vislumbrar el mismo asiento vacío, un nudo se cerró en la boca de su estómago y, como por arte de magia, volvió a perder el apetito.

    Diego ya estaba mascando unos crujientes bollos con manteca y Luther daba cuenta de una enorme y exquisita ala de pollo horneada a las finas hierbas.

    Allison y Vanya dejaron de hablar al verle llegar. De inmediato acaparó las miradas. No le quedaba más remedio que tomar asiento. A pesar de que intentó no ser obvio, no pudo evitar levantar la mirada hacia el dormitorio de Cinco. Otro día que no bajaba a desayunar. Un día más que tendría que lidiar con su ausencia.

    Y todo por un beso...

    —Buenos días, Klaus— le saludó Allison al notar la renuencia de este por sumarse a la conversación matutina.

    —Buenos días— bufó al saberse el centro de atención otra vez. Agarró su plato y dispuso una porción de ensalada, berenjenas y camarones.

    —¿Cómo está Cinco?— preguntó Diego curioso tras pasar un bocado del bollo. Klaus chistó la boca con reprimido enfado. Después de aquel magnífico y glorioso beso que lo había llevado al mismísimo cielo, Cinco se había retirado a su habitación sin decirle una sola palabra. Y desde entonces no volvió a salir, así como tampoco atendió ninguno de sus llamados. Que estaba muy ocupado, que lo dejara tranquilo porque estaba haciendo algo importante.

    —¿Cómo voy a saberlo?— Se ofuscó, molesto consigo mismo por su impulsividad. Se había emocionado demasiado pronto creyendo que Cinco le correspondía. Y ahora, asi sin más, lo evitaba.

    —Pensé que lo sabrías, ya que has pasado los últimos días con él— volvió a azuzarle Diego. Directo y mordaz como de costumbre.

    —Suficiente, Diego— le cortó Luther mientras se limpiaba residuos de salsa con la servilleta—. Si tienen un problema, deben resolverlo ellos mismos.

    —Creo que Cinco ha pasado por una gran tensión y sigue afectado desde que regresó del futuro— opinó Vanya, con la mirada puesta en su plato, picoteando indecisa las hojas de lechuga—. El otro día hablamos y no paraba de decir que tenía que evitar el apocalipsis a toda costa para poder salvarnos. Se que estoy implicada en esos hechos y quería serle de ayuda, pero me pidió que de momento me quedara al margen y que él se haría cargo.

    Las miradas discurrían ahora entre Vanya y Klaus. El último resopló porque sabía que en parte era su culpa que Cinco no quisiera hablar con nadie ni salir de su habitación. Ya había intentado hablar con él unas seis veces el día anterior y no logró nada. Supuso que si le daba su espacio, Cinco lo buscaría, pero de nuevo se equivocaba.

    —Entonces, Klaus ¿Vas a decirnos que pasa?— fue el turno de Allison para integrarse a las preguntas que ya semejaban a un molesto interrogatorio.

    —Pasa— canturreó Klaus, recorriendo su silla hacia atrás y forzando una sonrisa de cruda hilarancia—. Que no tengo nada de apetito. Así que me iré retirando. Pasen una linda mañana— se levantó de la mesa, cansado de tanta hipocresía, tanto fingir y ocultar cosas le ponía de los nervios. Más que nunca debía mantener la boca cerrada si quería que Cinco le perdonara su desliz con aquel beso. Quizá no fuera tan tarde para disculparse. Sólo quería estar bien con él. Empezaba a echarlo de menos y le atormentaba la idea de que Cinco lo repudiara.

    Al llegar a la planta alta, vaciló entre ir directamente a su dormitorio o probar suerte una vez más. Tras minutos de indecisión Klaus reconoció que lo echaba demasiado de menos. Quería verlo, aunque sea para asegurarse de que realmente estuviera bien. Aún si Grace le había comentado que Cinco había bajado a tomar algunos bocadillos por la madrugada, todo en su afán por seguirlo evadiendo.

    —Cinco— golpeó un par de veces la madera con los nudillos. El silencio se prolongó varios minutos, hasta que Klaus estuvo seguro de que no recibiría mayor respuesta de nuevo.

    No le gustaba forzar las cosas, pero qué otra opción tenía. Odiaba ser paciente. Lo necesitaba desesperadamente. Quería serle útil. Si tan solo le diera la oportunidad...

    —Cinco, yo...lo lamento— se disculpó, recargandose de espaldas a la puerta, cada vez más resignado—. No me arrepiento de haberlo hecho, pero quiero que sepas que no volverá a ocurrir. Lo siento si te hice sentir incómodo...te... te extraño— bajó la voz al murmurar lo último. Aguardó unos minutos más antes de retirarse cabizbajo y derrotado.
    ***

    Arrodillado junto a la cama con rostro pétreo, Cinco Hargreeves siguió garabateando en hojas sueltas las fórmulas que le permitirían volver a la época correcta. El sudor le corría en delgados filamentos zigzagueantes por la frente y las sienes.

    A su alrededor se extendían pilas de vasos desechables volcados junto a tres grandes jarras de café expresso. Aquella mezcla entre espesa y óleosa estaba muy lejos de poder nombrarse propiamente café, pero de momento era irrelevante. Lo que necesitaba era mantenerse despierto.

    Sus poderes seguían dormidos y un miedo profundo lo había invadido al calibrar vaga pero certeramente el hecho de que volviera a desencadenarse el mismo atropello que padeció previo al apocalipsis.

    También estaba el maletín, pero no quería recurrir a él todavía. Si algo le pasaba al maletín, y él seguía incapacitado para usar sus poderes de nuevo, todo estaba perdido.

    Su concentración se desbarataba cada tantas horas en que dejaba de lado el bolígrafo para descansar un poco sobre la alfombra. Los labios le ardían, pero la sensación se presentaba más bien de forma metafórica. Le quemaban por dentro, y el responsable era ni más ni menos que el cabeza hueca de Klaus.

    Esas sensaciones biológicas no deberían estar presentes en él. La atracción era un concepto más bien subjetivo que le había surgido a raíz de los prelogómenos de Klaus.

    ¿Qué era toda esa basura que le había dicho previo al asalto labial?

    Cinco ni siquiera lo recordaba. Todo lo que sabía era que se había abandonado por completo a las emociones. Que había perdido, si bien por ínfimos instantes, el absoluto control de si mismo, tanto mental como físicamente.

    Sintió placer por la experticia impuesta de Klaus, luego vergüenza de lo acontecido acompañada de una extraña necesidad endogena a la que no pudo encontrar causa, y finalmente llegó la honda confusión, seguida del autodesprecio debido al acto sicalíptico y mundano del que había sido deliberado partícipe.

    No concebía, ni mucho menos procesaba que él precisamente hubiera disfrutado de aquello.

    Su lengua rozándose y enredandose con la de Klaus. Era sucio, repugnante, una depravación en toda regla.

    Y...

    Quería que pasara de nuevo.

    Mientras su psique atravesaba una etapa de dolorosa negación y contradicción, su racionalidad iba en un terrible declive, puesto que ni siquiera era plenamente capaz de centrar su entera atención en las fórmulas.

    Súbitamente frustrado, dejó el bolígrafo y se restregó el sudor con la manga del saco. No podía hacerle esto a Dolores. No se lo merecía. Su corazón aún latía dolorosamente por ella. Fue Dolores quien lo acompañó en su oscura travesía por la horrible hecatombe en la que se había convertido el mundo. Un sitio desolado, yermo, lleno de cenizas, cadáveres y putrefacción.

    A Cinco se le ocurrió de improviso que odiaba a Klaus en ese momento más que ningun otro. La culpa había sido suya, naturalmente, por haberle buscado. Pero es que ni en mil saltos en el tiempo se habría imaginado que Klaus llegaría a ese extremo.

    El muy maldito lo había dejado estólido con un simple y lascivo beso.

    Ya se las cobraría. Se enteraría en cuanto pudiera determinar los valores correctos de las integrales.

    Eludirlo fue lo único que se le ocurrió de momento. Ignorarlo, mantenerlo a raya. Pasó de todos sus baladíes llamados y evitó salir durante todo un día de su recámara. No había sido difícil en realidad. Después de haber vagado por tanto tiempo en solitario, podía prescindir fácilmente de la compañía del resto. Al segundo día ya se sentía en condiciones de salir, pero no lo hizo.

    No tenía idea de qué podía decirle a Klaus cuando llegara a abordar tan pusilánime tema. No iba a permitir que se enterara que había flanqueado su barrera emocional de ningún modo. Y cuando horas más tarde lo escuchó llamarle nuevamente y disculpándose, su herido orgullo se restableció, aunque levemente.

    Habría salido a buscarlo de buenas a primeras si hubiera sabido qué decirle. Su mente volvía del torbellino de la numeración, a la nada absoluta cuando evocaba a Klaus.

    Ya lo buscaría en otro momento, cuando su propia eudemonía se restaurara.
    ***

    Lo máximo que Klaus había permanecido abstemio de toda sustancia dañina en su cuerpo en estado de vigilia era de diez horas. Había creído que lo llevaba de maravilla cuando su ansiedad retornó con renovadas fuerzas para sacudir su débil fuerza de voluntad.

    ¿Por qué precisamente ahora que Cinco le daba la espalda?

    Y resultó ser la pregunta, la misma respuesta a su interrogante. El síndrome de abstinencia se presentaba justo cuando no tenía acceso a su mayor droga, Cinco. Klaus lo confirmó mientras hundía su rostro en el excusado para devolver la cena de anoche. Entre espantosos espasmos regurgitó todo cuanto había asentado en su estómago, lo cual no era mucho en realidad. Un paquete de galletas y un vaso con leche. Había estado hablando con Ben momentos antes de que el atroz mareo lo orillara a ir al baño. Ahora su estómago se contraía entre convulsas oleadas de escalofríos acompañadas de un fuerte dolor de cabeza.

    Como pudo se enjuagó el rostro y se lavó los dientes. Si, ya estaba. Se sentía más fresco y limpio. Podía con esto. Tenía que demostrarles a todos, no solo a Cinco, sino al resto de sus hermanos, que era perfectamente capaz de sobreponerse a una evasiva emocional que se había descarrilado desde sus 12 años. Si realmente quería que lo tomarán en serio, debía empezar a reformarse un poco.

    Mareado, con náuseas, ardor de estómago, dolor de cabeza y escalofríos, salió del baño teniendo como objetivo la cama cuando su entorno comenzó a perder color y se sintió irremediablemente absorbido por una oscuridad total. Repentinamente se encontraba en la habitación en la que solía encerrarlo su padre por horas y horas. Un parpadeo y ya estaba rodeado de espectros descarnados.

    —Haz que se vayan, Ben— gimoteó, sosteniéndose difícilmente de la pared a sus espaldas. Cada vez había más cuerpos ensangrentados y mutilados queriendo llegar hasta él—. Por favor...por favor...— las voces crecían en número, algunas en diferentes dialectos que no pudo comprender. Aterrado, cerró con fuerza los ojos, a la espera de que todo acabara pronto.

    Cuando volvió en si, el malestar volvió a azotarlo con inclemencia.

    Quería arrancarse la piel a tiras, salir a correr o hacer algo estúpido.

    Necesitaba desesperadamente algo que lo hiciera sentir mejor.

    "Cinco"

    Pero Cinco ya no era una opción. No por ahora, porque él no quería verlo y sus tentativas por acercarse eran inútiles.

    Sudaba frío, sus dientes castañeaban en un constante traqueteo en tanto caminaba abrigado por la mansión hasta uno de los cuartos aledaños.

    Diego lo recibió al primer golpe contra la puerta. Le dedicó una mirada de extrañeza por tan lamentable estado físico.

    —¿Qué ocurre, Klaus?

    —Necesito que me hagas un favor— murmuró inseguro al rememorar las sombras descarnadas amenazando con tocarlo. Diego lo escuchaba con renovada curiosidad.

    —¿Qué necesitas?

    Klaus le extendió entonces la cuerda que había llevado consigo oculta en el bolsillo interno de su chamarra.

    —Atame a lo que sea. Una silla o la cama.

    —¿Te volviste loco, viejo?— masculló Diego a la expectativa. El ceño fruncido y una expresión de absoluto pasmo.

    Klaus habría reído si no sintiera el frío glacial recorriendole hasta los huesos.

    —Si no lo haces, iré a buscar algo que me prive de mis sentidos y...

    "Romperé mi promesa y decepcionaré a Cinco"

    —...me haga daño— remató, ahogando un suspiro y tallandose los brazos por encima de la tela.

    —Bien— accedió Diego tras meditarlo brevemente—. Todo sea por ayudar a un hermano, pero ah...— agregó al advertir un indicio de sonrisa en los labios de Klaus—. Primero debes decirme que se traen Cinco y tú. No engañan a nadie con eso de los malentendidos. Cinco me hizo conducir cerca de 3 horas de madrugada para encontrarte la otra noche.

    —¿Eso hizo?— muy a su pesar Klaus sonrió vivamente ante la mención de su búsqueda. Aunque quizá aquello habría terminado de mejor forma si Cinco no hubiera salido a buscarlo. Así no habría ingerido accidentalmente las drogas disueltas, ni Klaus habría podido besarlo a sus anchas, provocando que sus sentimientos salieran a flote—. En todo caso, no es en verdad nada de tu incumbencia, Diego.

    —Lo se— asintió el susodicho, arrebatandole la soga de las manos—. Pero esta familia ya es bastante disfuncional para que sigan habiendo secretos entre todos. Tu hablas demasiado pero callas las cosas más importantes, y Cinco...él está a otro nivel de todos nosotros. A veces pienso que ni él mismo entiende toda la complejidad que lo rodea. Por lo tanto no me imagino que se pueden traer entre manos. ¿No iras a negar que esta nueva conducta abstemia no tiene que ver con Cinco?

    —Bueno, señor puntería perfecta— protestó Klaus en tono burlón, señalandose las muñecas—. ¿Va a seguir preguntando o me va atar de una buena vez?

    Antes de acatar el pedido, Diego maldijo por lo bajo.
     
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    VII



    Atípico. Así se sintió Cinco cuando corroboró en el reloj de pared que ya había pasado la hora del desayuno. Esta vez Klaus no se había presentado para invitarlo al comedor o preguntarle cómo se encontraba o incluso si necesitaba algo. Bien, quizá Klaus se había quedado dormido.

    Cinco decidió consagrar su tiempo matutino en organizar un poco el dormitorio. Luego se aseó durante un largo rato, continuó inmerso en el estimativo de la integral final en la penúltima ecuación, aquel error de cálculo cuyo desenlace era su cuerpo adolescente. No quería crear más paradojas espacio temporales, ni desestabilizar más los sucesos. Todo lo que deseaba era evitar el cataclismo de la civilización actual.

    Con gesto conspicuo, dejó las decenas de hojas en el colchón, se cruzó de piernas y mantuvo su mirada fija en la puerta, a sabiendas de que, en cualquier momento, Klaus llamaría. Se disculparía de nuevo y Cinco le perdonaría su estúpida osadía, le permitiría redimirse y todo seguiría su curso. No había por qué conflictuarse. Ya había despachado los llamados de Grace, Allison, Luther y Vanya en su vitalicio propósito por saber cómo se encontraba. Y en esta ocasión fue su madre adoptiva y no Klaus quien le llevó el desayuno al cuarto.

    ¿Qué pasaba?

    Tras otra hora de espera, una profunda irritación lo envolvió.

    ¿Tan simple se rendía Klaus?

    La resiliencia adquirida en el desolador futuro sufrió una pequeña pero perceptible fractura dentro de Cinco. Gustaba mayormente de sentirse indispensable en la vida de otros, pero ¿Realmente era así?

    Le asaltó de pronto una absurda epifanía de Klaus envuelto en un extravagante traje oscuro dentro del pub. Klaus y su indiscutible habilidad tenoria de rodearse de todo tipo de personas, mezclándose como si fuera uno más del montón, con la expresión distendida de eterno nefelibato, vanagloriandose en nubes tóxicas de humo de cigarrillo mientras se volvía partícipe de toda clase de impudicias.

    "Klaus"

    Un sabor amargo le quedó impreso en el paladar.

    ¿Por qué imaginaba un escenario así?

    Mejor, ¿Por qué eso le molestaba?

    Inclasificables. Así eran esas emociones pueriles que lo recorrían ahora. Quiso convencerse de que el repentino y categórico enojo había acudido a él por la segura transgresión de Klaus respecto al irrisorio convenio entre ellos, pero la verdad era otra. Le conturbaba pensarlo como el libertino que era. Su ego arrinconado y pisoteado de solo concebir el pensamiento de Klaus besando a alguien que no fuera él.

    "¿Qué demonios me hiciste, Klaus?"

    Con una zozobra que no le pertenecía, Cinco se aventuró al exterior de su habitación. La resolución confiada y arrogante de su mirada despedía un incoherente y absurdo disgusto ante hechos que escapaban a su lógica.

    Sus pasos antaño aristocráticos se cargaron de rigidez e incordio. Espalda enhiesta, hombros tensos y el hoyuelo de su mejilla punzando sobre su comisura ahora esgrimida en una mueca de aparente desasosiego.

    Lo buscó, primeramente en su habitación, pero esta estaba vacía. Siguió de largo al comedor en iguales condiciones. Grace y su perenne sonrisa de muñeca era la única presente, recogía los platos con movimientos mecánicos y calculados, inclinando su rígido cuerpo de derecha a izquierda de la mesa.

    Cinco la siguió con la mirada, hasta que se atrevió a articular algo.

    —Grace, ¿En donde está Klaus?— quiso saber, mirando en todas direcciones, paranoico de que sus hermanos le escucharan y tratarán de sonsacarle información que se había almacenado de forma liosa en sus pensamientos.

    —Oh, Cinco. Es bueno verte por aquí— espetó ella, volviéndose en su dirección. Su largo cabello dorado cayéndole sobre los hombros en una cascada de brillantes bucles—. Tus hermanos no dejan de preguntarse a qué se debe tu indisposición de estos días.

    Cinco rodó los ojos con visible hastío. Le desagradaba en demasía la situación en la que estaba envuelto, con sus hermanos entrometiendose en cosas que su propio raciocinio no asimilaba del todo. Ni siquiera cuando les mencionó lo del apocalipsis se habían interesado tanto.

    —Klaus y Diego están en el sótano— prosiguió Grace, extendiéndole un vaso con limonada que Cinco se vio obligado a tomar, por cortesía más que ganas—. Cariño, ¿Seguro estas bien?

    —Si— contestó sin pensar—. Agradezco tu tiempo, Grace.
    ***

    Sudoroso, entre convulsos estertores, casi inconsciente y con la piel del rostro mortecina, casi cetrina. Así encontró Cinco a Klaus atado a la silla de madera del sótano.

    Su expresión impávida y porfiada, casi equitativa al hielo, se fundió. El rostro se le descompuso, cobrando una palidez impropia. Fueron apenas unos segundos.

    ¿Qué era esa inquietud avasalladora arremolinandose en su pecho?

    ¿Preocupacion?, ¿Miedo?

    ¿De qué?

    Con toda probabilidad de que algo malo le pasara a Klaus. Los supuestos combinados en su afán por inmiscuirlo en sus asuntos habían conducido a un punto de inflexión sin retorno.

    De inmediato buscó un pañuelo a su alrededor, entre estantes rodeados de telarañas y llenos de polvorientas cajas. Cinco desistió de su empresa casi en el acto. Se quitó el saco y le dio la vuelta, después corrió hasta la silla para retirar con suaves golpecitos el sudor acumulado en el rostro desmejorado.

    —Klaus, ¿Me escuchas?— le palmeó las mejillas repetidas veces y le tocó la frente con el dorso de la mano. Estaba fría pese al sudor que perlaba su rostro. Iba a buscar una navaja para liberarlo cuando Diego lo sorprendió saliendo detrás de la columna a sus espaldas—. Diego, ayúdame a desatarlo— no podía encarrilar correctamente los hechos y sus cejas se contrajeron en un rictus de enojo por el retraso de su receptor—. Diego.

    —Klaus pidió que no lo desaten— le explicó con calma—. Esta tratando de superar el síndrome de abstinencia, pero seguro eso ya lo sabes, ¿O no, Cinco?

    El susodicho se irguió lentamente, reflexivo, estudiando a detalle la faz enferma de Klaus. Minutos antes lo había imaginado rodeado de hombres y mujeres en el pub, divirtiéndose y drogandose cuando todo el tiempo había estado en la mansión.

    —¿Cuánto lleva atado?— moduló, traspasando neutralidad forzada en el timbre de su voz. Diego se fijó en el reloj de su muñeca.

    —Unas dieciséis horas— estimó, acercando a la silla uno de los cubos para el vómito—. ¿Qué hizo Klaus para que te enfadaras con él?

    La consternación de saberse descubierto casi se plasmó en las tensas facciones de Cinco, pero pudo subyugar su estado. Dedujo que Klaus no había dicho nada todavía al reparar en la mirada inquisidora de Diego.

    —No es relevante— claudicó, volviendo su mirada a Klaus quien yacía con la cabeza caída hacia atrás, sus párpados cerrados, y sus largas pestañas acariciando el inicio de sus pálidos pómulos. Cinco se maldijo al dar por sentado que se había entretenido demasiado tiempo observándolo. El lenguaje corporal de Diego evidenciaba cada vez más curiosidad.

    —Dos días encerrado y ¿No es relevante?— insistió, a la expectativa de una aclaración pormenorizada.

    Cinco se cruzó de brazos, ecuánime. Sus deductivos ojos azules conectaron con los oscuros de Diego. Suspiró.

    —He estado ocupado haciendo los cálculos y corrigiendo las variables para evitar desplegar un resultado imprevisible no sujeto a leyes cuando...

    Cinco se sonrió imbuido de pragmatismo cuando Diego lo interrumpió con un ademán para que se detuviera.

    —No entiendo nada de lo que dices. Así que seré directo, ¿Estás saliendo con Klaus?

    El semblante de Cinco se alteró sutilmente. Un chispazo de duda bailoteó por breves instantes en sus pupilas añiles.

    —No— había demorado demasiado responder. Primer error. Y ni siquiera era mentira lo que estaba diciendo. No salía con Klaus, no al menos de la manera en la que la hueca e impulsiva mentalidad de Diego razonaba—. Dime, Diego, ¿Sigues acostándote con el enemigo?— contraatacó, convencido de que la mejor defensa era un ataque en una situación de este tipo.

    Los ojos de Diego se entornaron con furia. Había dado resultado.

    —Sigues con lo mismo. Ya te dije que Lila no tiene nada que ver con el apocalipsis.

    —Bien por ti, Diego, que te dejas convencer por una completa extraña en el primer revolcón— se había sobrepasado. Su nerviosismo lo empujaba a zaherir a Diego. No iba a acabar bien la situación. Diego dio un paso al frente, una sonrisa déspota ensanchandose en sus labios.

    —¿Lo dices porque te revuelcas con Klaus?

    Cinco exhaló. Negó despacio.

    —No me acosté con Klaus— rebatió, renuente a explayarse.

    —Claro. Y Klaus no está haciendo todo esto porque tu se lo pediste.

    —Tenemos un acuerdo y Klaus va a ayudarme a efectuar mi salto en el tiempo. Pero descuida, si veo a la psicópata de tu novia, le enviaré saludos de tu parte.

    —Jódete, Cinco— escupió Diego, yendo a las escaleras. Si permanecía un minuto más ahí abajo iba a cometer un asesinato.

    Al verle salir, Cinco se relajó notoriamente. Se acercó a Klaus y lo contempló removerse un poco.

    —Klaus— lo sujetó del rostro para que lo mirara. Klaus abrió los ojos y una sonrisa boba le subió a los labios.

    —No creí que fuera tan difícil— murmuró en referencia a la desintoxicación. Cinco le palmeó el hombro al no saber cómo tranquilizarlo. Recordó los excesivos cuidados de Klaus cuando se había bebido la margarita, y se sintió apabullado.

    —Te traeré limonada— ofreció, pero antes de poder dar un paso a las escaleras, Klaus lo retuvo del brazo.

    —Quédate, Cinco— le pidió, resintiendo un nuevo acceso de escalofríos que lo hizo tiritar levemente—. ¿No eres una alucinación?— quiso asegurarse apretando la mano y llevándosela a la mejilla, donde la restregó para sentir la suavidad de su piel, el fresco aroma del jabón se filtró en sus fosas nasales—. Hueles tan bien, Cinco.

    Flemático, Cinco lo dejó sostener su mano un rato, después buscó un banquillo para acercarlo a la silla de Klaus.

    —Tal parece que vine a suplir a Diego— afirmó al darse cuenta de que Klaus se había quedado dormido.
     
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    VIII



    Por dos noches consecutivas Cinco había cuidado de él como si se tratara de un ave desamparada al caer del nido. En su compañía, perdido en aquella mirada azulada camuflada de arrogante petulancia, Klaus encontró el refugio para todos sus malestares. Las ansias habían remitido hasta diluirse por completo, la necedidad enfermiza por esnifar algo perdió fuerza. Había tenido fiebre y escalofríos aunados a un terrible e insoportable dolor de cabeza. Pero se obligó a permanecer limpio como si su propia vida dependiera de ello, y en parte, asi era. Cinco había vuelto a trasladar parte de su mobiliario al sótano para mantenerle vigilado. Y Klaus jamás se sintió más relajado y feliz de poder mirarlo garabatear sus incomprensibles fórmulas matematicas en el pizarrón por horas. Verle anotar a las prisas y llenarse del polvillo de tiza era un deleite a sus ojos. Oírle murmurar sobre coordenadas cambiantes tampoco era tan malo. Cinco no había mencionado nada sobre el beso, y para Klaus estaba bien. Tampoco quería agobiarlo y mucho menos alejarlo con un sentimiento unilateral.

    Lo horrible había sido que lo ignorara por dos días completos sin tener la más remota idea de a qué atenerse, pero las cosas por fin estaban mejorando entre ellos.

    Esa mañana al despertar y no ver a Cinco durmiendo en la colchoneta junto a las tuberías del sótano, Klaus se había apresurado a buscarlo por toda la mansión. De nuevo todos tenían cosas qué hacer. Vanya con sus clases de violín, Allison tratando de localizar nuevamente a su familia, Luther haciendo dinero a cuesta de sus descomunales músculos y Diego perdiendo el tiempo intentando dar con el paradero de su novia.

    Después de vestirse unos pantalones de vestir y una chaqueta de cuero gris junto a sus botas de hebilla ancha, Klaus decidió qué su guardaropa ya estaba obsoleto y pasado de moda. No tenía nuevos atuendos y él gustaba de vestirse vanguardista para sentirse bien consigo mismo. De repente tuvo la idea, al contemplarse en el espejo, de que le hacía falta salir de compras. Siempre era aburrido ir solo a escoger prendas a las boutiques de la plaza. Además, ya se estaba recuperando de su adicción a las drogas. No había consumido nada y ni falta que le hacía. Aunque las noches estaban plagadas de pesadillas y entes salidos de las más horrendas y variadas películas de terror.

    Ya se había hecho a la idea de que se encontraba solo en la mansión cuando notó por el grueso vitral del comedor la silueta de Cinco de pie a mitad del patio. Estaba vuelto de espalda, asi que no podía ver su expresión ni lo que hacia, pero intuyó vagamente de qué se trataba al recordar el funeral de su padre. Sus cenizas siendo esparcidas justamente en el punto donde se encontraba Cinco. O tal vez sus pensamientos se encauzasen hacia algo muy distinto, no podía asegurarlo asi como asi.

    Klaus entreabrió los labios para llamarlo. No logró su cometido cuando vio a tráves del cristal las nubes grises que se habían acumulado en el cielo. Una corriente de aire sopló con fuerza, arrastrando un remolino de hojarasca y polvo por el pórtico. Inmediatamente después se desató la lluvia. Primero gotas diminutas surcando la tierra como centenares de hormigas, después circunferencias gruesas del grosor de una moneda.

    "Cinco"

    Klaus se precipitó corriendo hasta el vestíbulo, derrapó junto a los sofás recien tapizados y tomó dos sombrillas de la cesta de mimbre antes de retomar su carrera, esta vez hasta el jardín, donde Cinco permanecía impasible y cabizbajo, con las manos dentro de los bolsillos del short. No se inmutó cuando Klaus abrió una de las sombrillas para protegerlo de la lluvia torrencial que azotaba con inclemencia los alrededores. Sus negros y lacios cabellos de obsidiana escurrían chorros de agua, al igual que su uniforme.

    Klaus abrió la otra sombrilla para guarecerse, pese a que se había empapado al llegar a esa parte del jardín alejada de la puerta.

    —Pensé que todos se habían ido— comentó por decir algo, ansiando iniciar una conversación para distraer al otro, convencido de que Cinco se encontraba decaído por el recuerdo de su padre, aunque nunca lo demostraba.

    —Pensaste mal— objetó Cinco, alzandose de hombros. El hoyuelo de su mejilla se acentúo a mitad del pretendido esbozo de sonrisa al ver a Klaus mojado de pies a cabeza—. ¿De verdad eres tan idiota para venir hasta aquí sin abrir antes las sombrillas?

    —¿Eh, me has llamado idiota?— Klaus parpadeó y se señaló el pecho con simulada ofensa, internamente feliz por ser motivo de la bella sonrisa de Cinco. Porque amaba su sonrisa, en realidad todo de Cinco le encantaba, pero era inusual verle sonreír sin dejo alguno de irritante ironía o falso engreimiento—. Llegaste del futuro a tráves de un portal en el cielo a pocos metros de aquí— recordó de pronto, señalando un punto aproximado en el cielo—. Fue como ver caer a un ángel— mencionó sin pensarlo, retractandose al notar que la sonrisa de Cinco se desvanecía—. Quiero decir...

    —No importa— le cortó Cinco, nuevamente a la defensiva. Klaus aventuró que se había incómodado por lo que aparentaba ser un intento de flirteo, pero no podía evitarlo. Le gustaba demasiado. Haría cualquier cosa por él—. ¿Crees que nuestro padre era malo?

    La pregunta de Cinco lo confundió.

    —Malo, ¿En qué sentido?— inquirió, con las imagenes de sus encierros muy nítidas. Luego los de Vanya, la muerte prematura de Ben, los informes de la luna sin abrir de Luther. Se reprochó haber preguntado, pero curiosamente Cinco no parecía ofendido. Se giró a observarlo detenidamente, su rostro era un lienzo en blanco, imposible de interpretar.

    —Me refiero a que nos hizo daño de varias formas— profirió con sequedad—. Nunca tenía tiempo para nosotros y no nos permitió tener una infancia normal como el resto de los niños. Pero gracias a él nos conocimos, ¿Cierto?, de no habernos adoptado, seguiríamos esparcidos por el mundo y jamás nos habríamos reunido. Asi que crecer unidos fue lo mejor que hizo por nosotros.

    La marcada melancolía que había resplandecido momentaneamente en los ojos azules de Cinco se trocó en un inmenso vacío. Del todo a la nada, como si realmente fuera capaz de desconectar sus emociones a voluntad. A Klaus le asustó la posibilidad de que asi fuera. Porque ¿Cómo podría llegar a él de ese modo?

    —Lo mejor que me ha pasado en la miserable vida ha sido conocerlos a ustedes, Cinco— confesó a viva voz, girando la sombrilla y botandola lejos para mojarse a sus anchas, ya sin importarle nada. Rió encantado. Estaba mojado de todas formas. Giró dando vueltas una y otra vez con los brazos extendidos y la mirada vuelta al cielo. Cinco lo seguía atento con la mirada—. Si tuviera la oportunidad de volver a nacer en una familia normal o con mis locos hermanos, los elegiría sin dudar. Además...

    "Eres lo más valioso que tengo"

    —Me gusta pasar tiempo contigo, Cinco. De hecho iba a pedirte que me acompañaras a hacer las compras mañana a la plaza ¿Qué dices?

    Cinco bajó poco a poco la sombrilla. A diferencia de Klaus, la dejó con cuidado en el suelo y cerró los ojos para gozar del fresco rocío que le salpicaba el rostro.

    —Ir de compras suena bien— reconoció ante un boquiabierto y estupefacto Klaus que no creyó ni de coña que fuera a aceptar tan fácil—. Podría adquirir unas piezas para el maletín por si se llega a averiar.
     
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    IX



    El recorrido desde la mansión hasta la plaza, con el sol en su máximo esplendor, había sido bastante ameno. Pese a que Klaus no había cerrado la boca un solo minuto de la caminata, llenando cualquier incómodo silencio que pudiera surgir entre ellos con un extenso monólogo que versaba sobre recuerdos o anécdotas baladíes de sus anteriores viajes por el mundo.

    Cinco lo había escuchado con atención, envuelto en un halo de taciturna circunspección, atrapados sus pensamientos entre la dialéctica de Klaus y la subyacente preocupación por el apocalipsis que se encontraba cada día más cerca. Tenía que encontrar pronto el error de cálculo o no le quedaría más remedio que usar el maletín de la comisión.

    La moderna edificación de la plazoleta presentaba una arquitectura elíptica, bordeada de extensas glorietas en su zona comercial y numerosos jardines de altos setos que contrastaban con amplios y llamativos letreros luminosos, propios del urbanismo. A Cinco se le antojó excesivamente vistoso y concurrido, pero no llegó a verbalizar su opinión cuando Klaus lo tomó del brazo para empezar el recorrido. Ni bien atravesaron las puertas corredizas de cristal, Cinco jaló de su brazo para deshacerse del agarre. Imperterrito, se acomodó el cuello del saco y se volvió a mirar a Klaus, quien a su vez le estudiaba, no sin cierto desconcierto por su antipático y torvo proceder.

    —Aún si no estamos en la mansión, las reglas siguen siendo las mismas— le espetó en tono autoritario—. Te vendría bien no olvidarlo, Klaus.

    La postura desenvuelta de Klaus se tornó tensa unos segundos. Después exhaló pesadamente y le sonrió con un dejo conciliador.

    —Bien, lo pillo. No tocar, no besar, no flirtear— numeró con los dedos en su pretendido afán por recordarlo—. ¿A dónde iremos primero?

    Cinco lo meditó brevemente, viendo con sus agudos ojos azules a las personas entrando y saliendo en un ambiente bullicioso de los múltiples establecimientos a la redonda. Hizo una rápida inspección en su amplio rango visual, catalogando los pisos en orden de importancia segun el consumo público. La primera planta estaba dedicada exclusivamente al esparcimiento. Restaurantes, puestos de bebidas, tiendas de abarrotes, cine y juegos en su mayoría.

    El segundo estrato lo conformaba la sección de atavios, mercadería, artículos de uso personal, productos para el hogar y servicios genéricos varios que iban desde peluquerías, hasta masajes.

    Por sistema de eliminacion, la tienda de electrónica y herramienta que él buscaba, debía encontrarse, por tanto, en el tercer nivel.

    —De acuerdo, Klaus. Tu iras al segundo piso y yo al tercero— estableció, monocorde—. Te esperaré junto a la fuente de sodas. No más de media hora.

    La expresión suavizada de Klaus sufrió un notorio cambio ante semejante propuesta.

    —No, ¿Qué?, momento— se quejó, reteniendolo del codo sin importarle la mirada asesina de su pseudo acompañante—. Se supone que veníamos juntos, ¿Qué caso tiene hacer las compras aparte?, necesito que me digas qué ropa me queda mejor. Ya sabes— sonrió entusiasta—. Algo asi como apoyo y criticas constructivas.

    —Dudo tener una sola crítica de esa categoría dirigida a tu tipo de vestuario— anunció Cinco, impasible—. Y sería mucho más rápido si cada quien va exclusivamente a lo que vino.

    —¿Y si te acompaño y después vienes conmigo?— insistió Klaus, torciendo los labios en expectativa. Pero no le sirvió de nada. Cinco negó en ademán, poco acostumbrado a tanta parafernalia y afluencia de personas, solo quería salir de allí cuanto antes.

    —Media hora, Klaus— avisó antes de echar a andar hacia las escaleras eléctricas. Klaus se quedó de pie, parpadeando y viéndolo perderse entre la muchedumbre.
    ***

    Si había algo que Cinco odiara más que las aglomeraciones, era tener que recurrir al contacto humano. Luego de errar por décadas en desoladores parajes, sorteando errante las estaciones, los cadáveres putrefactos y los escombros, se había convertido en un marcado anacoreta. Tras quince minutos haciendo fila ya no le parecía tan buena idea haber acudido, pero debía repetirse constantemente que era por una causa mayor.

    Más le valía a Klaus no demorarse con sus compras o acabaría yendose solo. Por fin fue su turno de pasar al mostrador. Un hombre mayor con gafas de montura gruesa lo escudriñó detenidamente antes de mirar a su espalda. Cinco se apresuró a colocar sobre la barra parte del efectivo que había tomado días antes de la oficina de Reginald Hargreeves.

    —Necesito un destornillador de precisión hexagonal. Un multímetro con medida de aislamiento. Una pinza amperemetrica. un soldador de estaño...

    El hombre se apresuró a negar enfáticamente, rehusandose a tomar el efectivo o poner la mínima atención al pedido.

    —Tus padres deben acudir directamente, chico. Políticas de la empresa.

    Las pupilas azules de Cinco se endurecieron con letal fastidio. Contrario a lo que el asistente quería, no retrocedió, sino que colocó discretamente otro fajo de billetes junto al primero.

    —Si no le molesta, llevo algo de prisa— lo presionó mientras tamborileaba los dedos sobre el mostrador.

    El hombre de edad avanzada miró en todas direcciones, asegurandose de no ser visto antes de decidirse a guardar el dinero.

    —Debo verificar existencias en la computadora— explicó—. Anota tu pedido y espera a ser llamado— señaló hacia las sillas de metal al fondo.

    Cinco hizo una honda exhalación de impaciencia, escribió su pedido y fue a tomar asiento junto a otras ocho personas. Quizá le diera tiempo a comprarse un café. Había decidido no utilizar sus poderes de momento. No tenía idea de si ya estaba capacitado para usarlos, pero no quería causar una profunda impresión ahí dentro. Si se presentaba en calidad de cliente, debía retirarse como tal.

    Salió de la tienda de electrónica dispuesto a hacer una rápida parada a la cafetería. Caminó unos metros y, de pronto, se detuvo, sintiendose observado. Tuvo que reanudar su caminata entre la gente para no levantar sospechas.

    Trazó mentalmente un camino mediando un patrón irregular entre los establecimientos hasta los ascensores. Solo era una corazonada que necesitaba descartar. Entró al cubículo de metal a toda velocidad y pulsó el número dos del tablero métalico. Su mirada se posó brevemente en la figura trajeada de negro y firmemente apostada con un maletín en la mano tras una de las masetas junto a las escaleras electricas.

    —Un enviado de la comisión— musitó, arrugando la nariz en un mohín de desazón. No podía tratarse de nada bueno. Tenía que encontrar a Klaus y largarse cuanto antes.
    ***

    Klaus miraba con suma atención su reflejo en el rectangular espejo de cuerpo completo. Había escogido unos ceñidos pantalones blancos con rayas negras a los costados y un blazer negro que, en conjunto, no le convencían del todo. Tal vez si lo combinaba con unos pantalones de cuero se vería mejor.

    Apenas pudo dar dos pasos fuera del vestidor cuando el cuerpo de Cinco impactó contra el suyo, llevandoselo de vuelta al reducido espacio tras cerrar la puerta y correr la cortina oscura detras de ellos. Klaus cayó sentado en el borde para la ropa.Tenía a Cinco inclinado ante él, su rodilla impuesta en medio de sus piernas, jadeando, con las manos apoyadas contra la pared a los costados de su cabeza y aquella magnética mirada cerúlea que lo hizo experimentar un terrible tirón en la entrepierna.

    —Cinco...—balbuceó, tragando pesado. El susodicho le cubrió la boca con una mano al tiempo que le hacía una seña de que guardara silencio y miraba por encima de su hombro.

    Fuertemente excitado, Klaus tomó la mano que antaño cubriera su boca, la giró frente a su rostro y besó con intensa dedicación el dorso, haciendo que Cinco se volviera en el acto para dirigirle una mirada de advertencia que Klaus encontró en cierto modo adorable. No entendía cómo Cinco podía lograr esas reacciones tan adversas. Verse peligroso, amenazante y hermoso, todo a la vez. Tampoco entendía qué ocurría afuera para que entrara a la tienda corriendo.

    Tras largos segundos de absoluta tensión, Cinco hizo amago de apartarse y se encontró con una terrible primicia, observando la nulidad de movimiento entre sus cuerpos, primero con indiferencia después con gran confusión y por último con un inmenso rubor.

    —Klaus— susurró con las mejillas sutilmente arreboladas, tratando infructuosamente de retroceder, provocando que el cuerpo del aludido se meciera.

    No necesitó dar aclaraciones. Klaus supo lo que pasaba al bajar la mirada al cierre de su bragueta que se había incrustado en el extremo inferior interno de la hebilla del cinturón de Cinco.

    —Mierda— bisbiseó cuando Cinco se incorporó y empezó a retorcerse de un lado al otro con objeto de desatorarse. Sus manos haciendo fricción en la entrepierna de Klaus. Este inspiró pesadamente y lo retuvo firme de los hombros.

    —Cinco, por lo que más quieras, no te muevas así— se estremeció, sofocado por la onda de calor en su vientre. El hormigueo en su parte baja se reanudó como cientos de molestos alfilerasos.

    Profundamente irritado, Cinco trató de empujarlo para que lo soltara, propiciando que ambos cayeran de nuevo sobre el saliente en la pared destinado a la ropa. Klaus sentado con torpeza y Cinco sobre él, con una rodilla a cada lado de sus piernas.

    La mirada de Klaus fue de absoluto pasmo. La sangre se le subió a la cabeza. Su lívido se disparó como nunca le había ocurrido en sus encuentros furtivos. Cinco y él encerrados en un vestidor, próximos a ser descubiertos. Era un riesgo exquisitamente tentador y excitante. Y el que Cinco estuviera prácticamente cabalgandolo no ayudaba a aclarar tan efervescente quemazón que se desató dentro de él como un incendio alimentado por un galón de gasolina.

    Los ojos de Cinco se entornaron con renovado encono. Una mueca cáustica afloró en un leve matiz, casi imperceptible, tinturando de escarnio sus delicados labios en tanto Klaus lo tomaba de la barbilla con los dedos.

    —No te...atrevas— amenazó, entrecerrando los ojos. Klaus pensó que, si iba a morir, al menos debía valer la pena.

    Con cuidado, trazó con el pulgar una línea horizontal imaginaria en el mentón de Cinco, le acarició la clavícula y lo atrajó súbitamente hacia si, inclinado el semblante para que la lejania entre sus labios se volviera inexistente. Se acaloró de gozo mientras lo besaba y sentía la poca resistencia de Cinco y la ausencia de algún golpe. Entonces se permitió saborear el gusto a café en el cálido aliento ajeno. Ansiando hacerlo participe, Klaus enredó sus dedos en la mano de Cinco y lo abrazó de la cintura para estrecharlo más contra su cuerpo, hasta que percibió una tardía, pausada y torpe correspondencia labial. Podría haberse acabado el mundo en ese momento y ninguno se habría dado cuenta.
     
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    X



    La atmósfera en la mansión había cobrado una vivacidad impropia con la llegada temprana de Klaus al comedor. Mediando una sonrisa radiante y colmada de deleite ayudó de buena manera a Grace a acomodar los utensilios en la larga mesa de cedro rectangular, ufanandose un poco más en rectificar el orden de la quinta silla, cuya manteleria dobló con delicada pulcritud, cual si dicho comensal fuera el vástago de un reconocido linaje.

    Entre alborozados silbidos y jocosos devaneos matutinos, se aseguró de que ese lugar reluciera más que ningún otro. Finalizada la faena de labores en el comedor, Klaus tomó asiento, agradeciendo mentalmente a su difunto padre por haberle asignado un número ulterior a quien se había vuelto dueño absoluto de cada uno de sus hondos suspiros.

    Evocó, sin pretenderlo, el apasionante beso del día anterior, la suavidad de aquellos dulces labios rojizos, la calidez de su aliento envuelto en un tenue y delicioso aroma a café, la tibieza y el gusto de su adictiva saliva, el repentino escape tardío de ambos ante una amenaza que no llegó a materializarse.

    Luther y Vanya fueron los primeros en bajar al desayuno, advirtiendo en el acto la jovial melodía junto al rostro imbuido de apremiante anhelo de Klaus.

    Hubo un rápido intercambio de miradas confusas entre el par de recién llegados que fueron recibidos con un excesivo y afable beneplácito.
    ***

    Despertar fue, por vez primera, sinónimo de una profunda desazón, una confusión acuciante y creciente que le quemaba dentro del pecho. Gravemente azorado Cinco se palpó la zona afectada por encima de la camisa floja de la pijama.

    ¿A dónde se había ido todo su raciocinio, su buen juicio y preciso uso de la objetividad?

    Recordar lo acontecido el día anterior le estimuló una anómala percepción agridulce a su afectado sentido común. Jamás se había dejado guiar por instintos bajos de ese calibre. Nunca permitía al impulso someter al intelecto. Era una simple errata fuera de aceptación alguna.

    ¿Él? ¿Solazarse por un húmedo y concupiscente contacto labial con Klaus?

    ¿Acaso había vuelto a ingerir, sin darse cuenta, alguna sustancia tóxica que obnubilara ruinmente su sistema nervioso periférico en su afán por huir pronto?

    No. El inevitable desastre iba más allá de toda aparente deducción lógica. Él que se autoproclamaba un ser sensato, había permitido que el atroz (E indeseado) lapsus, se repitiera. Sus emociones se habían antepuesto a su coherente criterio.

    Rememorar la humeda lengua recorriendole los labios lo hizo estremecer involuntariamente, presa de todo tipo de emociones pendientes por clasificar. La chispa de adrenalina encendiéndose por la sonrisa traviesa de los labios de Klaus contra los suyos, la posesividad de un abrazo que lo dejó imposibilitado para recobrarse del súbito mareo que desconectó sus neuronas de la realidad por largos y penosos minutos. Trató de olvidarse del asunto. No le hacía ningún bien. Además...había traicionado a Dolores.

    Componiendo su mejor semblante de apatía, Cinco procedió a vestirse y bajó al comedor, razonando si sería acertado poner sobre aviso a sus hermanos sobre un posible acecho de parte del enemigo. No tardarían en dar con su paradero y aunque ellos hubieran olvidado gran parte de los recuerdos de su anterior vida en un plano adyacente, era mejor alertarles.

    Todos se encontraban ya reunidos en la mesa, pero extrañamente ninguno conversaba. Cinco observó con aparente desinterés las excéntricias dispuestas en el sitio que le aguardaba. Los ojos ensoñadores de Klaus no lo abandonaron en ningún momento. Cinco tomó asiento con notoria rigidez. Las miradas clavadas en la diminuta herida de su comisura derecha, producto del arrebato bestial e inconsciente de Klaus.

    Ignoró tan nimia circunstancia, exhibiendo una fisonomía ecuánime para dirigirse a ellos.

    —Creo que encontré el fallo en la ecuación para viajar en el tiempo— anunció con altivez. A su costado, Klaus había empezado a servirle café con la maestría propia de un experimentado mesero. Cinco entrecerró los ojos con fastidio ante el intencional roce de su mano.

    —¿Y cual era?— se interesó Luther al ver que nadie decía nada. Diego había empezado a engullir una gran tajada de jamón como si le importara bien poco lo que acontecía o se decía a su alrededor. Vanya se mostraba un tanto inquieta y Allison no perdía detalle de los serviles actos de Klaus para con Cinco.

    Satisfecho de oír la esperada pregunta, Cinco inspiró profundo para desglosar sus pensamientos.

    —Es difícil de explicar. Pero puedo garantizar...Klaus, ¿Podrías apartar tu silla un poco?— se exaltó al reparar en la prolija cercanía que le enervaba los nervios. Ni bien pronunció su queja, Klaus se alejó unos centímetros, su sonrisa alelada bordeando todavía sus labios.

    Diego parecía ahora más entretenido, puesto que dejó de comer y se les quedó mirando como quien vaticina un hecho de enorme relevancia.

    —Les decía— retomó Cinco con aplomo—. Mi equívoco se dio al colocar un decimal en el sitio erróneo de la prueba de existencia en la toma del número de ciclos límite del plano de polinomios en los campos de vectores del grado fijo.

    Diego negó ostensiblemente con la cabeza en tanto Luther alzaba ambas cejas con desmedida sorpresa y separaba los labios sin pretender articular nada pues no había comprendido una sola palabra enunciada.

    Vanya tenía la mirada perdida y Allison se cruzó de brazos ante semejante muestra de arrogancia.

    —Ahora traducelo para nosotros, genio— espetó Diego en tono de creciente disgusto.

    Con el rostro pétreo y gesto impasible, Cinco dejó salir el aire acumulado. Se llevó con elegancia la taza de café a los labios y se disponía a dar un trago cuando Diego decidió vengarse del incidente en el sótano.

    —¿Estuviste en una pelea o es una mordida en tu labio lo que estoy viendo?

    El trago de la dulce y caliente bebida se quedó atascado en medio de su recorrido por la garganta. De inmediato, Cinco se volvió hacia un lado, se inclinó y tosió estrepitosamente lo que la conmoción y el agravio infligido había convertido en piedra dentro de su boca.

    —Cinco, ¿Estás bien?— sin perder un solo segundo, Klaus fue el primero en socorrerlo. Le dio suaves golpes en la espalda, le acercó la jarra con agua y en cuanto Cinco se dio la vuelta, se apresuró a limpiar los residuos de café de su barbilla con la servilleta.

    Enfurecido pero cabal en reflejos, Cinco le arrebató el paño de las manos y lo observó de forma tan petulante y calculadora que Klaus no tuvo más remedio que volver a su sitio, reaccionando otra vez tardo a sus desmesuradas muestras de afecto público.

    Era realmente inquietante la sensación de reconocimiento que recorría su cuerpo con la presencia de Cinco. Esa necesidad mórbida por besarlo hacía estragos en su cabeza. Debía medirse o acabaría arruinandolo todo de nuevo. Decidió que aún podía arreglar la situación y fue presto a responder al ataque indirecto de su otro hermano.

    —Así es, Diego. Cinco estuvo en una pelea con uno de esos tipos que van pateando traseros en las dimensiones.

    —Klaus— musitó Cinco en son de advertencia, sosteniéndose el puente de la nariz, apresurandose a efectuar un conteo mental para poner en orden sus revueltas ideas.

    Las miradas inquisidoras de Luther, Vanya y Allison volaban de un extremo a otro de la mesa. Diego sonreía con altanería mientras picoteaba del tazón con papas fritas.

    —Pelearon— exclamó Klaus, confrontando la mirada de Diego—. Cinco ganó como era de esperarse, pero recibió algunos golpes que pudieron costarle la vida— relató de forma dramática, haciendo exagerados ademanes para acompañar de histrionismo la anécdota—. Y eso fue lo que ocurrió.

    —No me creo una palabra— siseó Diego, mordiéndo otra patata—. Pienso que...

    —Ni siquiera lo menciones— paladeó Cinco. Su expresión trocandose a un tiempo inescrutable y soberbia.

    Luther se acabó de una vez su vaso con agua para aclararse un poco la garganta. No estaba entendiendo nada pero percibía claramente la tensión entre sus hermanos.

    —Pienso que...— retomó Diego divertido, antes de que Klaus se precipitara hacia él para meterle un puñado de guisantes en la boca.

    —Piensas que los chicharos están buenos. Lo se, ayudé a Grace en la cocina. Nadie apreciaba mis dotes culinarios en texas— se apartó de súbito por el ataque de tos de Diego. No quería hacerlo, pero debía frenarlo o se desataría una batalla campal entre Cinco y él. Además estaba aprendiendo a interpretar mejor a Cinco y lo notaba más que nervioso.

    Cinco se irguió enhiesto en el respaldar, suspiró con cierto alivio, sin ser consciente de la conversación entre Vanya y Allison. No hasta que esta última se puso de pie para acercarse a Klaus.

    —Bien. Ya fue suficiente. Basta de misterios tontos y secretos— masculló, sujetándolo de los hombros para girarlo hacia ella—. Corre el rumor de que me dices la verdad.

    Sin ser capaz de evitarlo, Klaus cedió al invisible velo que se introdujo en su nariz como una espiral de humo.

    Cinco se puso de pie, petrificado el cuerpo y tenso el rostro.

    —¡Allison, no!— rogó, pero fue monumentalmente ignorado.

    —¿Qué está pasando entre Cinco y tú?

    Los labios de Klaus se abrieron para dar la franca respuesta.

    —Nos besamos. Y yo...¡Estoy enamorado de Cinco!

    Consternado al escuchar la confesión, Cinco agachó la mirada y cerró los ojos. La pena extendiéndose en un marcado rubor por su atribulada faz.

    "Klaus"

    La diversión se esfumó en este punto. Vanya estaba boquiabierta y Luther no atinaba a moverse. Incluso Allison pareció escéptica de cuánto había escuchado. Sólo Diego reía y aplaudía, metido en su propio alborozo.

    —Lo sabía.
     
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    XI



    Pasados largos y cargantes minutos de tensión, fue incapaz de enfrentarse a los cuatro pares de ojos que lo atravesaron con súbita atención después de la absurda querella en la que Klaus había declarado abiertamente, y a oídos de todos, que estaba enamorado. Enamorado y ni más ni menos que de él.

    A Cinco no le cabía la menor duda de que semejante utopía se debía a las múltiples permutaciones suscitadas en los albores de tiempo recorridos. Totalitariamente consecuente a las condiciones del sistema dinámico aparentemente aleatorio regido por cambios mínimos en cada época. La mínima variación que él efectuara en el universo de hace unos años, se veía afectado y por tanto, se modificaba, evolucionando así el flujo de sucesos generales a corto y largo plazo en el actual.

    Pero ¿Qué había transmutado Cinco de ánaloga importancia para que Klaus se sintiera de dicho modo?

    Muy a su pesar reconocía que encontraba grata su presencia, que el tiempo invertido en su persona le traía cierta satisfacción y agrado y aquellos besos...

    Pero...

    ¿Enamorado?

    Su hipodámica racionalidad se extinguía en ese punto, trocandose en un inefable vacío dentro de su mente.

    Bueno. La línea del tiempo era maleable. Así que se trataba indudablemente de algún efecto secundario diametralmente opuesto al carril común de sucesos antaño regidos en la línea temporal. El resultado o roce contemporáneo de una paradoja surgida por su presencia en ese universo paralelo.

    Si. Eso debía ser.

    Cuando se vio imposibilitado para expresar sus propias concepciones con respecto al vergonzoso tópico abordado cómicamente por Diego, explotado por la curiosidad de Allison y esparcida la confusión entre Luther y Vanya, Cinco se retiró de la mansión por medio de la teletransportación, envuelto en un silencio fúnebre. Ni siquiera reparó en la expresión confusa de Klaus una vez que este recuperó el control de su cuerpo. Necesitaba espacio para procesar la onda confusa de emociones que revoloteaban en su sistema nervioso.

    —¿Cinco?— una vez liberado del encantamiento, Klaus buscó ansioso en derredor suyo. Iba a rodear la mesa cuando Allison se interpuso en su camino hacia las escaleras.

    —¿Enamorado, de Cinco?— le interrogó ella, firmememente cruzada de brazos, a la espera de una respuesta más sólida.

    Klaus tragó pesado. Sintió, por unos segundos, la saliva atascandose en su recorrido, justo bajo la nuez de adán.

    Oh no.

    ¿Qué había dicho?

    —Necesito hablar con Cinco— farfulló, preocupado de la posible reacción en el susodicho. Su ausencia no auguraba nada bueno de por si—. Ya hablaremos en otro momento.

    —No entiendo por qué tanto misterio y escándalo entre ustedes— rió Diego, genuinamente encantado por las expresiones de hondo escepticismo y marcada incredulidad de sus hermanos—. Era tan obvio.

    Luther sacudió la cabeza, todavía reticente a aceptar tan fácilmente los hechos previamente planteados.

    —Yo aun no puedo creerlo. Es decir, hablamos de Cinco.

    —Y Klaus— añadió Allison, arqueando una ceja en dirección al aludido, como si su mención hiciera más digerible y evidente la situación—. Pero igual me parece increíble y...raro— añadió con una ligera mueca.

    Vanya suspiró pesadamente. Se había quedado mirando hacia el inexistente vórtice por el que se había teletransportado Cinco.

    —Estamos haciendo un tornado en un vaso con agua— opinó, desviando su mirada hacia un frustrado Klaus que no dejaba de morderse el labio inferior. La tensión iba en aumento en el comedor.

    —¿Qué sabrán ustedes?— contraatacó Klaus, derribando en un arrebato de enojo la primera silla a su alcance, sin ver a nadie en particular. Se mesó el cabello y trató de serenarse al tener la atención de todos puesta en él—. Allison y Luther— se dirigió a los recién nombrados, acusándolos con el índice, adoptando su mejor semblante de mesura para casos relevantes y aislados—. Ustedes tampoco engañan a nadie. Los dos están colados el uno por el otro. Cualquiera se daría por enterado.

    Luther y Allison apartaron la mirada, visiblemente apenados, pero aquello no detuvo a Klaus, que se volvió hacia Diego para seguir arremetiendo.

    —Se que han habido desacuerdos entre Cinco y tú, pero ¿Llegar a esto?— se alteró—. ¿Señalarlo y querer humillarlo delante de su familia?, la misma familia a la que vino a salvar del maldito fin del mundo, ¿Saben qué?, hoy, particularmente hoy, no me siento parte de esta familia.

    —Klaus— trató Vanya, en vano. Su mano ligeramente extendida al frente.

    —Yo...lo lamento— se disculpó Allison, tarde, viendo a Klaus subir con furiosas zancadas hacia su recámara. Luther negó en desaprobación.

    Diego gruñó una maldición y clavó uno de sus cuchillos en la mesa. Oficialmente el desayuno se había arruinado.
    ***

    Klaus aguardó en su habitación hasta que el crepúsculo se desvaneció del otro lado de la ventana y la noche tiñó el cielo con cientos de somnolientos centelleos.

    Ya había hecho unas seis visitas al cuarto de Cinco, pero este no regresaba. Empezaba a preocuparse de veras. No tenía idea de donde buscarlo y temía por su seguridad, sobretodo después de lo relatado por Cinco en la plaza. Si estaban buscandolo y llegaban a pillarlo estando él solo...

    Sacudió la cabeza para apartar tan insidiosas ideas y tomó su chaqueta de cuero del armario para ir a buscarlo.

    "No es por molestarte más, pero te dije que era una pésima idea tuya"

    La voz de Ben lo alcanzó camino a las escaleras. Los últimos días no habían hablado mucho. Desde que Cinco formaba parte fundamental de sus días, el lazo que mantenía con su difunto hermano se había ido desvaneciendo.

    —No fastidies, Ben— resopló, descendiendo el último peldaño—. No debí andarme con rodeos. Fue mi culpa que todo resultara de este modo.

    "¿Cómo piensas arreglarlo?"

    Pensativo, Klaus se giró hacia la silueta espectral que lo miraba atento.

    —Lo que importa ahora es encontrar a Cinco y ponerlo a salvo de todo peligro. Después me ocuparé de lo demás.

    Terminado su coloquio, encendió las luces, pasó de largo el vestíbulo, la galería y cruzó el recodo hasta la barra del bar junto a la sala de estar, donde se detuvo en seco a mitad del tercer paso. Fue hasta entonces que lo vio, sentado en el suelo, dormitando junto a uno de los banquillos, abrazando contra su pecho la mitad del maniquí que le había visto besar en el almacén de ropa. Su expresión apacible y la respiración pausada. Centímetros a su derecha estaba una botella vacía de vino blanco y una copa con sombrilla, rellena a un cuarto de su contenido.

    —Cinco— dejó salir el aire, aliviado de que estuviera allí y no en otro lugar.

    Inmediatamente se arrodilló a su lado, le apartó un oscuro mechón rebelde de su párpado izquierdo y lo contempló largamente sumido en una profunda fascinación. Cinco se veía tan adorable cuando dormía.

    —Este no es un buen sitio para dormir— profirió arrugando la nariz por la postura incómoda de Cinco. Había bebido tanto que seguramente fue incapaz de llegar a su dormitorio por su cuenta. Y si se había puesto así de ebrio era porque, evidentemente, lo acontecido en el desayuno le había afectado mucho.

    Seguramente se refugió en el almacén hasta intuir que no habría nadie levantado para cuando regresara. Después se había entregado de lleno a la bebida.

    Ni aún cuando Klaus lo tomó en brazos, Cinco aflojó el agarre del objeto inanimado. Pesaba más, pero Klaus se las ingenió para cargarlo con cuidado y en pausas hasta su habitación. Lo colocó despacio sobre la cama y se recostó a su diestra.

    —Dolores...— lo oyó balbucir en medio de su malestar etílico.

    —¿A qué eres suertuda?— le chistó Klaus al maniquí que reposaba entre los brazos ajenos. Se sonrió al saberse firmemente observado por Ben, quien yacía de pie junto a la puerta, sojuzgando visualmente la extraña escena.

    "¿Tú competencia?" Se mofó la traslucida aparición. Klaus distendió una sonrisa relajada, se encogió de hombros y se inclinó para besar la comisura herida del labio de Cinco. Había sido ese diminuto corte la causa de sus males matutinos.

    —Realmente lo amo— admitió, más para si mismo que para Ben—. Ya no tengo la menor duda— reafirmó, perdiéndose en las delicadas facciones, libres de arrogancia. El simple hecho de verlo lo hacía sentir invadido de un enorme bienestar, una energía positiva que parecía manar de su espíritu.

    Eso que sentía tenía que ser amor pues innegablemente era mucho más poderoso que la euforia que alguna vez le había ocasionado la droga.
     
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    XII



    La contrariedad se esparció por su rostro antaño despreocupado cuando las primeras saetas solares inundaron la habitación, creando una ilusión llameante sobre las sábanas.

    Flématico, apartó la tela, se sentó a la orilla de la cama y se llevó las manos a las sienes. Un molesto y aturdidor repiqueteo fue in crescendo dentro de su cabeza. Inconscientemente apretó los párpados, cegado por el agudo dolor de la resaca, hasta que se supo tomado de un brazo. El suave pero perceptible roce de una mano intrusa descendió desde su codo, trazando un recorrido que pretendía una procaz caricia, forzandole a abrir los ojos de golpe.

    —Klaus— el nombre brotó de sus labios con una naturalidad amena e incongruente que lo azoró. Al punto Cinco esgrimió un gesto afilado. La mano tatuada había finalizado su camino hasta posarse como un tímido gorrión sobre su palma abierta, donde depositó el par de diminutas circunferencias blancuzcas.

    —Aspirinas.

    Hasta entonces Cinco levantó su inalterable mirada. De pie junto a la cama, Klaus le observaba solícito bajo sus largas y tupidas pestañas, oscilando en sutiles parpadeos sobre sus pupilas verde meladas, similares al caramelo fundido. Las líneas oscuras del delineador enmarcando los párpados inferiores hasta los lagrimales. Su barba de candado perfectamente recortada, realzando sus apuestos rasgos y dandole un aspecto otrora gallardo y varonil.

    Cinco se fijó con detenimiento en sus jeans oscuros entubados, sorprendiendole la ausencia de las botas cortas, ahora reemplazadas por un par de zapatillas deportivas oscuras. No llevaba camisa pero su pecho iba cubierto por un chaleco verde acolchado de forro polar desabotonado que contrastaba con su excepcional mirada. Llevaba en la mano un vaso transparente de vidrio esmerilado. Apenas le dio tiempo a sobresaltarse de que Klaus tomara asiento junto a él para hacerle entrega del utensilio con agua fría.

    Con la indignación propia de alguien de principios sobrevalorados, Cinco arrojó el par de fármacos a su boca e hizo su cabeza hacia atrás para facilitar la toma.

    Su mente dolorida y confusa hilando recuerdos vagos y desenfocados. La riña en el comedor, Dolores, la desmedida ingesta de alcohol a horas tardías.

    —Klaus, sobre lo que ocurrió ayer— abordó con diplomacia, limpiándose los labios con la manga del saco para escrutar a su solemne receptor, quien hizo un descuidado aspaviento con la mano, se alzó de hombros con la indiferencia propia de su alcurnia y le dedicó una sonrisa grácil, casi ilustre.

    —¿Ayer?, ¿Qué pasó ayer?, yo no recuerdo nada.

    De nuevo el histrionismo teatral salió a relucir en sus ademanes, reverenciando una redoblada pantomima de pseudo amnesia que Cinco agradeció muy profundamente, pese a que sus labios sellados se rehusaron a responder de buena gana al comienzo. No quería revivir la querella. Ni siquiera sabía qué debía decir, en el hipotético lance de que hubiera algo sobresaliente en lo que horadar dentro de tan absurdo perífrasis.

    "Estoy enamorado de Cinco"

    Los vellos del brazo se le erizaron ante el mero y obtuso recuerdo.

    —Nadie va a molestarte en el comedor— murmuró repentinamente Klaus al tiempo que se dejaba caer de espaldas sobre el colchón. La ceja izquierda de Cinco se curveó con implícita curiosidad.

    —Ah, ¿No?

    —No. Ya he hablado con todos y están de acuerdo en dejar el tema en paz.

    —¿Y se puede saber a qué se debe la intromisión exclusiva de tu parte en tan inextricable tema que también me concierne, Klaus?— indagó medio a la defensiva, girando el cuerpo para contemplar a Klaus acariciandose la barbilla en aparente estado de meditación.

    —Me confundes, Cinco— dijo al cabo, levantando el torso lo suficiente para llegar al cuerpo del susodicho y enroscar su mano en la floja corbata para tirar de él y escudriñar de cerca su agraciado rostro—. Me pones reglas ridículas que no puedo seguir. Te beso y me lo permites, pero después te molestas y me apartas. Luego me buscas y tienes algo que me provoca demasiado.

    —Klaus— la amenaza velada destelló en los irises azul acero, perdiendo intensidad a medida que su cuerpo se inclinaba sobre el del susodicho—. Estoy aquí porque debo detener el apocalipsis— susurró endeble contra la sonrisa ladina de Klaus—. No para...lo que sea que tengamos.

    Pese a que sus palabras eran frías y afiladas como dagas, no opuso resistencia al sutil roce de labios. Antes bien cerró los ojos y permitió bajo un electrizante espasmo que la escurridiza lengua invadiera su boca y profanara su cavidad con la experticia propia de un libertino. Las sensaciones sin etiquetar detonaron y fluyeron libres por su cuerpo, la sangre le burbujeaba caliente en las venas, absorbiendo todo rastro de lúcido raciocinio. Apenas fue capaz de procesar, jadeante y preso de la epicúrea mirada encendida de Klaus.

    —Son solo besos, Klaus— consiguió articular, jadeante y sintiendo el arrebato de las hormonas adolescentes más alborotadas que nunca. Trepó como un felino al acecho, ascendiendo hasta el plexo contrario para ser él quien tomara el control del beso. No acabó de acomodarse cuando se sintió virar raudo sobre el colchón, súbitamente remolcado y atrapado por el cuerpo de Klaus—. No estamos saliendo ni somos pareja— le aclaró monocorde y agitado. Su rostro atrapado en las manos de Klaus que no dejaban de esparcir caricias en sus mejillas con los pulgares —. No va a cambiar en nada nuestra situación, ni me impediras ver a Dolores. A todo esto— surgió la imperiosa duda—. ¿En dónde esta Dolores?

    —Cinco.

    —¿Si?— moduló, titubeante y sibilino. Klaus lo besó con suavidad en la comisura izquierda.

    —Solo cállate— masculló, elevándose un poco más sobre sus palmas. Su respiración ronca y su aliento tan caliente como su propio cuerpo. Sintió a Cinco estremecer violentamente cuando lo mordió sagaz en el costado del cuello antes de subir de vuelta a sus sedosos y apetecibles labios, donde apretó los suyos con legítima fruición. Su cuerpo casi temblando en deleite y a la expectativa.

    Y entonces el calor se esfumó tan rápido como vino cuando la puerta fue abierta de par en par y la silueta incordió con su molesta voz, haciendo trizas la atmósfera de vehemencia entre ellos.

    —Whoa. Vayan a un hotel— aconsejó Diego, ceñudo—. Y mejor que lo hagan pronto. Grace viene para acá.

    Y así como llegó, se fue. Klaus se dejó caer junto a Cinco. Su corazón bombeando a todo galope y sus dedos buscando a tientas la mano de Cinco para afirmarla entre la suya.

    Aunque reticente al comienzo, Cinco le permitió tomarle la mano. Un extraño mareo lo aquejaba. Sus ideas desconectadas y su mirada perdida en el techo de la habitación.

    —No quiero ser metiche, pero ¿A qué no sabes que pasó mientras dormías?— bisbiseó Klaus, alzando su brazo para besar con delicadeza el dorso de la mano de Cinco—. Vino la copia barata de Ken y tú maniquí se fugó con él. Les vi irse por la ventana.

    Rodando los ojos con plena indolencia, Cinco exhaló hondamente.

    —Klaus...

    —¿Si, encanto?

    —Cállate— demandó, incorporándose a medias para colisionar sobre sus labios una vez más.
     
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    XIII



    Afuera de la mansión el cielo azul intenso se hallaba salpicado de viajeras nubes esponjosas. Una brisa cálida y deliciosa soplaba cerca del jardín. Enseguida, Klaus alzó la mirada hacia la ventana abierta del piso superior de la mansión.

    "Cinco"

    Se estaba perdiendo de la diversión. Tantas cosas que podrían hacer en un día tan agradable como ese, y sin embargo, Cinco llevaba dos días consecutivos afinando fallas en los ejercicios matemáticos.

    Que lo entendiera, que era muy importante pues debían efectuar el salto espacio-temporal antes de que finalizara la semana o habría graves consecuencias.

    —Siempre está exigiéndose tanto— comentó a Ben, quien le seguía de regreso a la mansión—. Siento que se ha perdido de muchísimas cosas por tratar de salvarnos.

    "Cinco sabe distinguir entre lo que es importante, Klaus" le reprendió la aparición. "Tu te tomas las cosas a la ligera, él no. A ti te gusta perder el tiempo y relajarte lo más posible, mientras que Cinco busca anticiparse a los problemas. De hecho, no entiendo como es que ustedes...

    —¡A callar, Casper!— le azuzó Klaus al dirigirse al comedor con una sonrisa de oreja a oreja.

    Los únicos presentes en la mesa, Diego y Luther, le miraron con desconcierto.

    —¿No ibas a un club privado?— inquirió Diego, confundido por la pronta vuelta. Klaus apenas si había estado unos minutos fuera. Seguro había olvidado algo. O a alguien....

    —Cambié de opinión, hermanito— replicó Klaus, tomando un puñado de galletas con chispas de chocolate y avena del tazón de la mesa para envolverlas en una servilleta.

    —¿No desayunas con nosotros?— se interesó Luther—. Vanya y Allison salieron desde temprano a hacer las compras. Y mamá esta recargando sus baterías en el sótano.

    —Si, suena tentador pasar tiempo con ustedes chicos, pero...debo ayudar a Cinco con esos cálculos.

    Aquello indudablemente le hizo gracia a Diego porque no aparentó la amplia sonrisa burlona.

    —¿Tú resolviendo ecuaciones?...por favor, Klaus, ¿Qué inhalaste esta vez?

    Era, contra todo pronóstico, una buena pregunta. Luther lo dio por hecho al trozar una galleta de avena entre sus dientes.

    —Dudo que Cinco acepte cualquier ayuda en este momento— hizo notar—. Le pidió a Grace que nadie lo molestara las próximas horas.

    —Eso no aplica para mi— farfulló Klaus, frunciendo un poco los labios, irritado.

    Diego negó con la cabeza al verle tomar la cafetera vacía para ir a la cocina a preparar más.

    —Diez dólares a que lo saca en menos de diez minutos— apostó en un murmullo. Luther cerró los ojos ante el poderoso estruendo de una vajilla rompiéndose en la cocina y a Klaus maldiciendo entre agudos chillidos por haberse quemado con el agua.

    —Que sean veinte— aceptó, sacando su billetera y dejándola sobre la mesa.
    ***

    Tras casi tres cuartos de hora en la cocina, una vajilla hecha trizas, varios desperdicios de filtros y cucharadas enteras de café y azúcar, al fin Klaus conseguió preparar una bebida medianamente decente.

    Ya le demostraría a ese par de escépticos la altisima estima en la que lo tenía Cinco. El simple hecho de pensarlo, lo hacía esbozar esa sonrisa bobalicona, propia de todo auténtico enamorado. Y que ganas de besarlo sentía. Nunca tenía suficiente de sus besos, de esa boca en apariencia timorata y educada que lo hacía tiritar de gozo.

    —Cinco, soy Klaus— llamó con su mano libre, haciendo malabares con la cafetera y los utensilios que llevaba en la otra, más las galletas de avena cuidadosamente envueltas en la servilleta y puestas sobre su hombro.

    Viendo el silencio prolongarse, Klaus se disponía a golpear de nuevo con los nudillos cuando la voz aterciopelada le contestó.

    —Estoy demasiado ocupado ahora, Klaus. No puedo distraerme o tendré que empezar desde el inicio.

    —¿Y si te ayudo?— la sonrisa incipiente y enteramente entusiasta se desvaneció con el nuevo silencio—. ¿Cinco?

    —Ahora no, Klaus.

    Cuidadosamente y con gran precaución de por medio, Klaus bajó los utensilios. Sus labios torciendose en una mueca de animadversión por la risilla socarrona de Ben, cuya silueta se materializó apoyada contra el barandal de las escaleras.

    "Ya lo oíste, viejo. Déjalo tranquilo"

    —Me subestimas, mi querido Kraken— aseguró Klaus, blandiendo una confianzuda y vigorosa sonrisa—. ¿Qué sería de mi pobre espíritu descarriado si no supiera las artimañas básicas de todo buen timador?

    La risa de Ben cesó para dar paso a la duda.

    "¿Qué pretendes hacer, Klaus?"

    Haciendo caso omiso de la interrogante, Klaus entonó una melodía silbada mientras se valía de uno de los tenedores, separando contra el suelo los dientes métalicos de tal guisa que el primero y el tercero quedaran en la misma dirección.

    —Una vez me aloje en un hotel en las vegas y se me olvidó la llave en uno de mis pantalones. El gerente no me quiso proporcionar la copia si no pagaba un extra, asi que usé mis dientes y un pasador para el cabello de una de las camareras— relató orgulloso de si—. Esto es casi igual.

    "No es ético, Klaus. Cinco va a molestarse si...olvídalo"

    Klaus se encogió de hombros al ver que Ben desaparecía del barandal. Pedirle a él quedarse de brazos cruzados era una rídiculez.

    Se había quemado unas tres veces tratando de modular la flama de la estufa, y otras tantas al vaciar el agua a la cafetera. Seguro Cinco aún no desayunaba y pese a que no quería darle nombre a su relación, Klaus deseaba demostrarle lo mucho que lo quería. Su eterno problema era que nunca lo tomaban en serio en ninguna parte. Y estaba bien con eso, ya se había acostumbrado. Pero con Cinco era un asunto muy diferente. Él le importaba demasiado. Y de algún modo sacaba lo mejor de sí mismo. Cinco lo hacía querer mejorar como individuo cada día.

    La cerradura cedió después de varios intentos fallidos. Klaus suspiró con notorio cansancio en su semblante. Se apartó y empujó despacio la madera. Ante si se hallaba la visión más bella y lozana de todas. Cinco recostado boca abajo junto a la cama, apoyado sobre los codos. Con las piernas revestidas en sus largas medias oscuras, ambas suspendidas y ligeramente flexionadas a su espalda. Como todo buen colegial, llevaba su impecable uniforme de la academia Umbrella. Sus planchados pantaloncillos cortos, y su saco almidonado sobresaliendo encima de su camisa blanca de cuello y su chaleco a cuadros.

    La sola visión lo encandiló, y es que tan abstraído estaba Cinco que no se daba cuenta de su presencia. Antes bien, tenía la cabeza levemente inclinada sobre el cuadernillo lleno de apuntes, su mano moviendose a la velocidad de sus pensamientos, su faz métodica y ántipatica centrada en las cifras, sus preciosos ojos índigo siguiendo el movimiento del lápiz.

    "Es tan hermoso"

    Mientras lo observaba entre embelesado y ansioso, dejó que aquella magnífica vista plétorica lo persuadiera de varias formas, dandose cuenta de lo opuesto que Cinco era de él. Tan remilgado y enfocado en cosas totalmente incomprensibles para su atolondrada cabeza. Klaus no estaba a su nível, ni lo estaría nunca, pero ello no le impedía querer conquistarlo, lograr que esos "simples besos" de los que se jactaba su amado fueran mucho más que eso, más que un nimio contacto labial, el reconocimiento de un amor mutuo.

    Antes de que Cinco percibiera su presencia, trasladó los trastos en silencio y vertió el café en la taza de cerámica que había sobrevivido a su matutina odisea culinaria. Al instante, se recostó en similar postura junto a Cinco, ofreciendole el café en tanto le robaba un fugaz y tibio beso al que Cinco correspondió con un pestañeó confuso.

    —Klaus, ¿Cómo entraste?

    Klaus se volvió al frente con una sonrisa de vencedor.

    —Cualquiera puede abrir una puerta— enunció con calma—. Me iré ya, no quería distraerte, pero pensé que tendrías hambre— hizo ver, colocando la servilleta con las galletas junto al plato.

    Su corazón se desbocó al ver a Cinco sonreír levemente. Su licencioso hoyuelo remarcandose en su mejilla.

    —¿Ya desayunaste, Klaus?

    El susodicho lo contempló confundido.

    —No, pero no tengo...— se interrumpió y tomó dudoso el par de galletas que Cinco le extendía.

    —¿Qué te pasó en la mano?— preguntó Cinco, dando una sutil mordida a una galleta. Klaus escondió tardíamente la mano a su espalda. Las ámpulas de la quemazón le ardían horrores.

    —Digamos que la cocina no es lo mío— reconoció, viendo fascinado a Cinco beber de su taza de café humeante segundos antes de que hiciera un mohín de desagrado que encontró más que adorable.

    —Tienes razón. La cocina no es lo tuyo— gesticuló con las cejas suavemente contraídas. Klaus alargó el brazo para tomar la taza, pero Cinco se lo impidió.

    —Deja que te prepare otro. Sé que puedo hacerlo mejor.

    —Esta bien asi— suspiró Cinco, mentalizandose para dar otro sorbo más prolongado—. Los he probado mejores, pero tampoco esta tan mal.

    Se arrepintió de decirlo al ver la sonrisa idiota extendiendose en los labios de Klaus.

    —Ahora vete o jamás terminaré con esto.

    —Como ordenes, bebé— musitó Klaus, tomándolo de las mejillas y estampando sus labios por última vez. Como si hubiese ingerido una poderosa droga, se sintió cautivo del hechizo de los suaves labios en conjunto con las profundas irises cerúleas. Era algo que escapaba de su control.

    Como lo amaba.

    Nada más salir de la habitación Klaus sufrió un sobresalto al oír la exclamación de Luther, proclamandose ganador de la apuesta.

    —Más vale que no sea por mi— susurró fingiendose ofendido, después sonrió con ganas y se relamió el labio inferior al recordar el dulce beso con Cinco—. Que les den a los dos— canturreó bajando las escaleras a la carrera.
     
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