35.º Reto Literario "A Slight Miscalculation" – The umbrella academy, (Preludio a la tormenta).

[KlausxCinco]

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    Preludio a la tormenta.




    Subió por la escalera trasera del edificio arrastrando desmañadamente los pies, sosteniéndose a duras penas de la barandilla de metal mientras ascendía por los escaños.

    Ya arriba, se escabulló por la ventana, y echó un vistazo a la botella de licor que había sobrevivido al complicado ascenso.

    "Solo un trago más"

    Se tambaleó mientras se empinaba los restos del líquido almibarado. El fluido le escurría por la barbilla cuando la luz de la habitación se encendió y Ben se le quedó mirando, serio y de brazos cruzados.

    "Aquí viene el sermón"

    Klaus soltó una carcajada. Le parecía cómica la situación. El tratando de no ser descubierto y su hermano ya enterado de todo. Peor. Debió quedarse despierto toda la noche esperandolo. Como de costumbre.

    —¡Hermanito!— exclamó con inmensa alegría, dejando caer la botella para aplaudir por la algarabía instaurada ante su sola presencia—. Intenté de veras llegar a las diez como habíamos acordado— las palabras salían trabadas debido a la ebriedad—. Pero...— hipó, una arcada le subió por la garganta y tuvo que ponerse de rodillas y buscar a tientas el bote de basura para devolver el estómago.

    —Hoy se paga el alquiler, Klaus.

    La voz le llegó distorsionada, como si proviniera de un túnel.

    —Si, si. Lo sé— mintió. Lo había olvidado por completo—. No creas que no guardé nada de cambio— rió, de nervios esta vez, palpandose los bolsillos de los vaqueros. Nada. Había quedado debiendo la última botella que ahora yacía echa añicos sobre la alfombrilla junto a la cama.

    El rostro de Ben se endureció. Siguió aguardando.

    Rendido ante su propio yerro, Klaus se encogió de hombros y dio la vuelta a ambos bolsillos vacíos para excusarse.

    —Pensaba que...bueno, no importa— agregó de inmediato. Corrió al baño a enjuagarse los residuos amargos del vómito y se roció agua fría en la cara.

    Ya más espabilado, salió a confrontar a su molesto hermano. Llevaban cuatro meses residiendo en ese pequeño piso en los arrabales de Keller al noroeste de Dallas. Su situación económica había desmejorado los dos últimos años en que Klaus había desarrollado una adicción nociva hacia todo tipo de estupefacientes y licores.

    Nunca duraba más de un mes en el mismo empleo. Y aunque no eran hermanos sanguíneos, Ben siempre estaba ahí para Klaus.

    Ambos eran huérfanos de nacimiento. Se habían criado juntos en un modesto orfanato al sur de Texas. A los 14, Klaus se había enlistado en las fuerzas armadas. Un año más tarde volvía, sano y salvo, pero psicologicamente destrozado.

    Dos meses después de su regreso, ambos habían escapado para instalarse en el que sería su primer hogar.

    Había que dividir gastos. Y aunque Ben se esforzaba al máximo en cada empleo temporal, Klaus derrochaba lo poco que reunía en alcohol y drogas.

    La guerra le había hecho mal.

    Y tanto mal que, a sus veinticinco años, no había podido sobreponerse.

    Mil trescientos dolares era una cifra estratosferica, aun si el pago era mensual.

    Difícilmente Ben, que actualmente trabajaba de mesero, podía reunir su parte. Klaus en cambio vivía al día. Bien que podía quedarse sin comida, pero sus polvos mágicos nunca faltaban en sus bolsillos.

    —Bien, bien— hipó—. La jodí otra vez... ¿Feliz?

    Pero la expresión de Ben se veía todo, menos alegre. Ya había salido al pasillo para tratar de serenarse un poco. Klaus lo escuchó maldecir y patear las paredes en un arranque de frustración que logró hacerlo sentir mal consigo mismo.

    Cuando se hubo tranquilizado, Ben entró de nuevo a la habitación, llevaba una valija en la mano que arrojó sobre la cama.

    —Puedo pagar una habitación, pero no dos, Klaus.

    Esta vez no hubo risa de respuesta. Klaus notó que hablaba "muy" en serio.

    —Tienes que mudarte— bisbiseó Ben—. Rehabilitate y aprende a responsabilizarte de ti y los pagos que tienes pendientes. Después puedes regresar.

    —Pero...— más y más mareado por el alcohol, Klaus tomó la maleta—. ¿En donde voy a dormir?

    Un exhalido fatigado de parte de Ben llenó la habitación.

    —Tengo miedo de que un día de estos mueras de una sobredosis— reconoció—. Trabajo diez horas y todo el dinero lo invierto en pagos y comida mientras tu vas por los bares de la ciudad drogandote y acostándote con el primero que se cruce por tu camino y disponga de veinte dólares por tus "servicios". No tienes remedio, Klaus y yo ya me cansé.

    —Okay— masculló Klaus en voz baja debido al nudo que atravesaba su garganta como una viga. Ya habían tenido la misma discusión unas diez veces. Entendía el punto de Ben y sabía que tenía razón, solo que no podía evitar ser así. Los horrores de la guerra y la pérdida de su novio Dave lo habían orillado al desastre y la corrupción de su ser.

    Ebrio como una cuba, fue a hurgar entre los cajones y ganchos del armario para guardar todas sus mudas de ropa.

    —Quédate esta semana, hasta que encuentres un trabajo— ofreció Ben, dejandole un fajo de billetes sobre la comoda—. Tómalo como un préstamo para tu comida en lo que encuentras un empleo decente. Rentaré una habitación para mi solo.

    "Decente"

    Descontento Klaus frunció los labios y se sentó en la afelpada alfombra ante el nuevo súbito mareo que le acometió.

    Y comprendió, en ese momento, lo que era tocar fondo.
    ***

    Klaus fue de los primeros comensales en entrar a la cafetería de Graddys una vez el letrero sobre la puerta de cristal fue girado de cerrado a abierto. No le apetecía nada de comida. Generalmente nunca desayunaba después de una noche tan alocada como la de ayer. Sin embargo Ben llevaba las de ganar esta vez.

    Prácticamente lo había echado a la calle. A él, su hermano inseparable. Desde niños habían sido mejores amigos y ahora se distanciaban porque Klaus no era capaz de establecer un orden en su caótica vida.

    ¿Qué hacer?

    Decaído como pocas veces en su vida, Klaus fue a sentarse en la barra y ordenó un capuchino con doble azúcar y una dona de chocolate. Su pedido estuvo listo en pocos minutos.

    La camarera, una amable anciana con su cabello rubio sujeto en un moño alto, le regaló una sonrisa simpática que Klaus apenas pudo corresponder.

    Llevaba consigo un par de aspirinas, un bolígrafo y el diario de la mañana.

    Inmediatamente buscó en la sección de empleos y se entretuvo subrayando aquellos que consideraba aptos, sencillos y acordes a sus capacidades. De las tres páginas publicitarias dedicadas a potenciales trabajadores, Klaus sólo encerró cuatro opciones.

    Después tachó la primera por considerar el pago exiguo.

    Siete dólares la hora y solo cinco horas requeridas por día. La paga era insuficiente.

    Le quedaban tres alternativas más. No debía desesperarse.

    Inapetente, dio una mordida a su dona.

    La siguiente opción trataba sobre un ensayo clínico. La paga era exorbitante, demasiado. Tanto así que Klaus lo tomó por un seguro fraude. 30 dólares diarios solo por probar medicamentos, por servir a evaluaciones experimentales y metodologías clínicas modernas.

    Ni siquiera tendría que esforzarse. Además su sistema inmunologico no era tan débil. Estaba acostumbrado a ingerir píldora sobre píldora.

    ¿Qué mal le haría probar eso?

    Más y más interesado, releyó el anuncio y anotó el número telefónico para acordar una cita con un pseudo magnate de apellido Hargreeves.

    Si el empleo era real, acababa, literalmente, de ganarse la lotería.
    ***

    Infundado de una inusitada excitación, Klaus bajó del autobús, bordeó la callejuela y se encontró con una enorme residencia rematada de extensos y altísimos muros de piedra, flanqueados a su vez de un pabellón hexagonal, densas enredaderas y un jardin inglés al centro. El perímetro del terreno estaba protegido por una inmensa barandilla de hierro con la figura de una sombrilla en la parte superior frontal del portón.

    Al ver la enorme fila de personas que se extendía desde la entrada y daba toda la vuelta por la residencia, el brío de Klaus decayó notoriamente. Tuvo el repentino deseo de irse y probar suerte en otra cosa.

    Ya se alejaba de la fachada cuando vio la hilera disiparse rápidamente a medida que se corría la voz de los requisitos que se exigían antes de entrar.

    Curioso por la repentina disgregación, Klaus se acercó a un muchacho que se quejaba de que aquella información no había sido publicada en el anuncio del periódico. Luego se enteró de que al parecer solicitaban una firma imperativa en una carta responsiva que deslindaba a Reginald Hargreeves en caso de muerte accidental u otro agravio eventual que pudiera presentarse a raíz de los experimentos.

    Una carta de responsiva.

    Indeciso, Klaus vio que la afluencia afuera de la mansión se reducía con prontitud, hasta que sólo quedó él a pocos metros de la entrada.

    Era una estupidez.

    No tenía porque arriesgarse tanto para conseguir efectivo. Pero extrañamente tampoco sentía miedo.

    Absorto, observó el colosal y elegante inmueble de estilo barroco.

    "Aprende a responsabilizarte"

    Las palabras de Ben seguían fastidiandolo.

    Podía trabajar allí un tiempo. Dos meses. Reuniría algo de dinero y podría regresar con Ben para demostrarle lo bien que se las arreglaba. Después buscaría otro empleo. Se le daba mejor conseguir empleos temporales.

    Antes de que la reja fuera cerrada por el guardia y, obedeciendo a un impulso incongruente, Klaus sostuvo entre sus dedos la placa métalica que pendía de su cuello, aquella que había pertenecido a su difunto amado. Le dio un beso para que le insuflara suerte y corrió al interior de la mansión.

    —Firmaré la responsiva— resolló, seguro de haber tomado la decisión correcta.
    ***


    Moviendo las rodillas ansioso, Klaus aguardó sentado en el diván de piel tras el escritorio de nogal. La panoramica del exterior de la mansión resultaba imponente, pero la vista del interior era soberbia. Tras haber subido por la escalera elíptica colonial y dejado atrás al menos una docena de habitaciones, la dama rubia que se presentó como Grace, de modales casi mecánicos y rostro de muñeca, le guió al interior de aquella sobria oficina con mobiliario del siglo XIX y majestuoso artesonado de madera en el techo.

    Reginald Hargreeves demoró algunos minutos más en llegar y, al hacerlo, no se tomó la molestia de saludarle, de tenderle la mano, ni siquiera de mirarle a detalle. Se trataba de un hombre de edad avanzada, alto, de rostro intransigente, frente alpina, cabello corto y entrecano. Iba elegantemente vestido de frac marino.

    —Me da mucho gusto conocerlo, señor Hargreeves— empezó diciendo Klaus, nervioso de hallarse ante él.

    El prócer apenas le miró por encima de su monóculo antes de tenderle la epístola responsiva que otros cientos habían rechazado firmar con anterioridad.

    Al tomar la pluma del tintero, Klaus sintió el corazón bombeando contra su garganta. De pronto se sentía como si le estuviera vendiendo su alma al diablo. La mano le tembló un poco al garabatear el último trazo de su firma sobre la línea punteada. Reginald le tendió entonces un sobre con indicaciones para presentarse al día siguiente antes del mediodía.

    Los tres minutos que duró en presencia de Reginald, ninguna palabra fue dicha por parte del magnate. Su trato, en todo momento, fue frío, severo y distante. Tan mecánico en sus movimientos, como la rubia que tenía de asistente.

    Y, aunque incoherente, Klaus se preguntó, al salir de la oficina, si acaso no había trabado contacto con algún ser de otro planeta.

    "Una mujer robot y un extraterrestre disfrazado de humano"

    Luego rompió a reír mientras descendía por los alfombrados escaños.
    ***


    —¿Eres el nuevo?— preguntó el único individuo a la mesa. Un joven robusto de rostro sereno que no dejaba de masticar un filete de ternera termino medio.

    Con un brillo de confusión en su mirada esmeralda, Klaus se limitó a asentir y terminó de acomodarse a la enorme mesa rectangular con mantelería brocada de seda roja.

    Múltiples ornamentos de plata relucían a lo largo y ancho de la mesa. Desde servilleteros, hasta la cubertería, porta velas, fruteros y fuentes platinadas a rebosar de alimentos.

    La noche anterior Ben no había llegado a dormir porque debía hacer turno doble, pero le había dejado una nota adherida a la nevera donde le pedía a Klaus que, en caso de no haber conseguido empleo todavía, no se rindiera.

    A Klaus le había hecho gracia imaginarse la expresión que pondría su remilgado hermano si se enteraba en qué consistía su nuevo empleo. Aunque, incluso ahora, el mismo Klaus lo ignoraba.

    Sabía superficialmente de qué iba el rollo, pero aún no le explicaban pormenorizadamente el asunto.

    —¿Te vas a comer eso?— volvió a inquirir el grandulón a mitad de un nuevo mordisco. Klaus vio entonces que señalaba la fruta en almíbar que tenía a un lado.

    —Toda tuya— le acercó la fuente y sonrió ante el apetito voraz de su acompañante—. Entonces, ¿Cómo te llamas?, ¿Cuánto llevas aquí?, ¿Debemos esperar mucho?— la retahíla de preguntas abandonó su boca.

    A falta de alguien más, Klaus precisaba explicaciones. Tanto misterio le ponía de los nervios.

    Una vez que el musculoso joven finalizó su segundo plato, las respuestas empezaron a fluir. Tardas pero certeras.

    —Me llamo Luther— se presentó—. Tengo dos meses viniendo a la mansión Umbrella y lo último depende de cuanto demore el señor Hargreeves en regresar. Constantemente hace viajes de negocios pero siempre nos deja nuestro itinerario con actividades por hacer. Si sigues las instrucciones al pie de la letra, te irá bien.

    —¿Y qué es lo que haces tú?— se interesó Klaus, pero luego notó que alguien lo observaba. La sensación fue tan poderosa que se vio obligado a voltear hacia la barandilla superior de las escaleras.

    Fue allí que lo vio, y al instante, se quedó sin aliento. Un jovencito de cabello oscuro, finamente trajeado, lucía un porte distinguido, unos rasgos delicados, y los ojos más azules que Klaus había visto en su vida. Estaba recargado en el barandal, con su mirada gélida atenta a la mesa.

    "Es hermoso"

    Sin saber lo que hacía, y más bien movido por un influjo cegador y magnético por semejante belleza sofisticada, Klaus se levantó de la silla. Pestañeó en dirección al chico, viéndole torcer levemente los labios en lo que aparentaba ser una pose de entera petulancia al saberse observado.

    —Bah, olvídalo. Es el hijo de Reginald— explicó Luther, acaparando su atención de nuevo—. Nunca sale de la mansión, se la vive estudiando y todo el tiempo pareciera llevar un letrero en la frente que dice "Anda mírame, soy mejor que tu en todo"

    —¿Cómo se llama?— quiso saber Klaus, ignorando lo último, aún anonadado y atrapado en el ensueño y el ciego estupor. Tenía un revoltijo en el estómago que casi le impedía respirar desde que lo vio—. ¿Cuantos años tiene?, ¿Qué estudia?, ¿Tiene novia?

    Ante el intempestivo bombardeo de preguntas, Luther lo miró boquiabierto.

    —Si sabes lo que te conviene, te aconsejaría no acercarte a él— masculló. Ambos fijaron la mirada en la barandilla, pero ya no había señales del muchacho—. Reginald jamás permitiría que nos relacionemos con su familia más de la cuenta.

    Klaus se sintió violentado con la escasa pero contundente información. Su ánimo se desinfló de golpe. Ese muchachito tan apuesto era hijo del magnate. Debió suponerlo. Por ello ese aire de inalcanzable.

    —¿Reginald Hargreeves está casado?— cuestionó, más interesado por desvelar todo cuanto pudiera sobre la enigmática y millonaria familia.

    Incómodo, Luther bebió de su vaso con agua mineral a las rocas.

    —No creo que debamos seguir hablando de esto— expuso calmadamente—. Además, debo ir a realizarme la prueba de la tarde. Te recomiendo el pollo a la stroganof— se levantó y, tras limpiarse la barbilla con la servilleta, se despidió para retirarse por uno de los largos corredores del poniente.

    —Al menos esto no puede ponerse más raro— susurró Klaus a la nada, absuelto una vez más en el barandal superior de las escaleras.

    Quizá el trabajo no fuera tan malo, después de todo.
    ***


    Ni aún después de la clara advertencia y consejo de Luther, Klaus pensó en desistir de su intento por acercarse a tan lindo espécimen de chico.

    Los primeros días, Grace le había puesto al tanto de las que serían sus funciones. La primera semana era imprescindible desintoxicar su organismo y mermar la ingesta de sustancias perniciosas para que, llegado el momento, pudieran hacer pleno uso del ensayo clínico. Era menester que ninguna sustancia ajena a las administradas obstaculizara y contaminara los resultados arrojados a priori.

    Así pues, la primera semana se le retribuiría económicamente, aunque no participará de ninguna prueba. Klaus tenía, en cambio, que realizar labores sencillas para compensar. Tareas tales como podar los setos, recoger la mesa por las tardes y retirar los sacos de las perchas para que Grace se encargara de la labor de tintorería.

    Pan comido a parecer de Klaus. Aunque se extrañó de no ver al hijo de Sir Reginald los primeros días que se presentó a trabajar.

    El presuntuoso jovencito no salía de su habitación durante las seis horas que permanecía Klaus en la mansión.

    Solo en dos ocasiones había vuelto a coincidir con Luther. El grandulon lucía su musculatura cada día más marcada a razón de los esteroides experimentales que le inyectaban en el torso y los brazos.

    A Klaus le agradaba Luther, en cierto modo sentía que congeniaba con él, hacía su estadía en la mansión más amena. Pero le desesperaba no ver al muchachito de ojos azules por ninguna parte.

    Se enteró al tercer día por boca de la misma Grace que Reginald regresaría el fin de semana para dar inicio a los experimentos.

    Aquel jueves tocaba podar los setos y recoger la ropa de los percheros.

    Klaus aprovechó lo segundo para alentarse a subir las escaleras que conducían a la segunda planta. Sabía que en el ala este se encontraba la oficina del magnate, pero ignoraba la disposición y uso del resto de habitaciones.

    Además de Grace y otro mayordomo, Klaus no recordaba haber visto a ningún subalterno que precisará de pasar la noche en la regia residencia.

    Precavido, fue a inspeccionar las primeras recamaras que, extrañamente, yacían sin amueblar.

    ¿En donde podría quedarse el apuesto y arrogante jovencito?

    Klaus se encontró con al menos cuatro habitaciones cerradas con llave. Y ya empezaba a sentir ansiedad cuando oyó el silogismo que se llevaba a cabo en la última puerta de roble con el grabado de una sombrilla junto a la perilla.

    —¿Por qué te es tan intrincado intuir como me gusta el café?

    Aquel timbre inflexible y suave debía pertenecer al chico. Klaus apoyó su oído contra la madera para escuchar mejor. La voz de Grace excusándose se dejó oír al poco rato.

    —Preparalo de nuevo. Ya te dije que no bajaré hasta que los juguetes de mi padre se vayan.

    Momento.

    ¿Qué había dicho?

    ¿Juguetes de su padre?

    Con el ceño fruncido, Klaus se sintió ofendido por el apelativo, pero no se movió de su lugar.

    —Tu tampoco le importas, Grace— continuó gesticulando flématico el jovencito—. Sólo se acuesta contigo porque estás a su disposición. Ya te desechara como hace con todas.

    Sin poder soportar semejante derroche de ofensas, Klaus abrió la puerta e irrumpió en la amplia y pulcra pieza.

    —Lamento interrumpir— se disculpó sinceramente, viendo por primera vez de frente al agraciado muchacho de pie junto al velador, con los brazos cruzados a la altura del pecho. Sus preciosos ojos ceruleos tupidos de pestañas parecían echar chispas y el blanco era Klaus.

    —¿No te enseñaron a llamar a la puerta?...Grace llevatelo de aquí— ordenó lo último con el mentón alzado en un gesto de congénito cinismo.

    Era el colmo. El encanto que le había cautivado sufrió una ligera fisura. Grace se disponía a acatar el pedido, pero Klaus la evadió y en apenas tres zancadas llegó hasta el chico.

    —No deberías tratar así a las personas— lo reprendió, viéndo directamente el azul cianitico de sus ojos.

    Su corazón se agitó dentro de su pecho, cual aleteo de colibrí. El chico sonreía, pero no era una sonrisa de simpatía o gracia, sino todo lo contrario. Era una sonrisa hueca, frívola e insensible. Había ira camuflada en su gesto, a todas luces forzado.

    Lo siguiente que aconteció, ni en un millón de años Klaus lo habría previsto. El bello muchachito había tomado la taza de la mesita de mármol al lado de la cama y, con un movimiento grácil, resuelto y premeditado, le arrojó el café caliente al rostro.

    ***

    Lo segundo que Klaus no advirtió fue hasta donde llegarían las consecuencias de haber osado irrumpir en los aposentos del jovencito malcriado.

    Tan bello en su físico, como déspota en su proceder.

    Después de que Grace se apresurara a conducirlo a la planta baja y proporcionarle múltiples potingues para las quemaduras, además de un paño limpio y el botiquín de primeros auxilios, se le permitió retirarse ese día.

    Klaus sabía, en el fondo, que la había jodido en grande, aunque no se imaginó qué tanto hasta que, al día siguiente, fue llamado por el mismo Reginald a su oficina.

    Iban a despedirlo. Justo cuando encontraba un buen empleo y ahora lo perdería por culpa de sus estúpidos impulsos, por entrometido y por no escuchar a Luther.

    Con el estómago revuelto, Klaus entró al sombrío despacho y tomó asiento una vez que el hombrecillo de bigote le invitó a hacerlo.

    Ya en la silla, se mantuvo cabizbajo y con las manos enlazadas sobre sus muslos, esperando la reprimenda.

    —Grace me llamó para contarme lo que sucedió con Cinco— articuló Reginald monocorde y sin siquiera pestañear—. En primera instancia te llamé para disculparme en su lugar. Cinco es demasiado orgulloso. Ha reconocido su error, pero no se disculparía aunque su vida dependiera de ello. Es maniático. Tiene una manía con todo, con la organización, con la forma de comportarse y de relacionarse, aún si no es la más adecuada.

    Klaus entreabrió los labios, pasmado.

    —¿Qué?— aunque trató, le fue imposible procesar la información. El ilustre hombre acababa de pedirle disculpas a él por algo que el mismo Klaus había desencadenado. Después ¿Qué había dicho?...¿Cinco?

    —Espero que este incidente no se repita a futuro y que tampoco interfiera en tu decisión de someterte al experimento clínico que pretendo comenzar el lunes— infirió Reginald con las manos entrelazadas sobre la mesa—. Cinco ha sido castigado por su conducta y en lo que a mi respecta, no atentara nuevamente en contra de tu integridad física.

    Pero...¿Qué estaba diciendo ese hombre?

    Klaus negó con la cabeza. No entendía nada. Se suponía que iban a correrlo. Fue su culpa.

    —No debí subir— se lamentó, meditando en lo dicho. Seguramente habían reprendido severamente al jovencito, aunque Reginald no parecía limitarse a tomar esas medidas. Quizá ahora le impedirían salir de su recámara y eso significaba que no lo vería más—. Por favor no castigue a su hijo— suplicó juntando las manos—. No tiene más culpa que yo en este lío.

    —Cinco ya ha recibido el equivalente a su falta— sentenció Reginald, con tal frialdad en el tono, que Klaus sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
    ***



    Klaus no estaría tranquilo hasta no disculparse con el jovencito. Lo sentía una necesidad imprescindible, porque comprendía y aceptaba su propia responsabilidad en los hechos. Nunca debió haber subido la escaleras, ni escuchado una conversación que no le concernía, mucho menos entrometerse. Pero así era él, dado al entrometimiento y la exageración. Quizá ahora mismo estaba maximizando el problema. Puede que al chico solo le sermonearan un poco.

    Después de todo era hijo único de un hombre millonario. Y por tanto el consentido.

    Por eso el muchacho había hecho aquello.

    Cuidándose de no ser descubierto, Klaus se deslizó sigilosamente por el corredor de la segunda planta. Ya había recortado un poco el hierbajo del jardín, podado los setos y sacudido la alfombra. Eran sus últimas labores de esa semana. No se presentaría hasta el lunes para el experimento, pero no estaría tranquilo consigo mismo hasta no discuparse con el muchacho.

    Sería rápido. Entrar, pedir perdón y retirarse. No pensaba complicarse si el chico no aceptaba sus disculpas.

    "Cinco ya ha recibido el equivalente a su falta"

    Cinco.

    ¿Por qué un número?

    Intrigado Klaus supuso que el millonario buscaba resguardar el anonimato de su primogénito, pero así y todo, resultaba extraño que se refiriera a él de ese modo en lugar de usar algún diminutivo.

    La enorme puerta de roble se encontraba cerrada. Klaus tomó el picaporte y después acarició el marco con los nudillos, indeciso sobre qué hacer a continuación.

    Afortunadamente escuchó a tiempo las pisadas de los tacones de aguja contra la madera. Grace se acercaba y Klaus solo tuvo tiempo suficiente de resguardarse detrás de la maceta de helechos situada en una esquina del corredor. Permaneció agachado alrededor de diez minutos antes de que la mujer con rostro de muñeca saliera sin echar el cerrojo.

    ¡Que suerte la suya!

    A prisa, se acercó, abrió la puerta y la cerró silenciosamente a su espalda.

    Esta vez pudo reparar a consciencia en la habitación del muchacho. Se respiraba un orden impecable en cada rincón. No había rastros de polvo, solo mudas de ropa dobladas, libros acomodados en orden alfabético sobre una repisa de brillante cedro, persianas venecianas en tono crema cubriendo las ventanas orientadas al poniente.

    Pero lo que más sorprendió a Klaus fueron las vitrinas con trofeos y cintas a rebosar de primer lugar.

    Primer lugar en deletreo.

    Primer lugar en la olimpiada de matemáticas.

    Primer lugar en concurso de ajedrez.

    Diplomas, reconocimientos, cuadros de honor.

    A medida que veía cada uno de los premios, Klaus fue haciéndose una idea de por qué el jovencito era de esa forma. Incluso entendió mejor a lo que Luther se refería sobre que el chico se sentía superior al resto de personas.

    No era que se sintiera superior, sino que, en cierta forma, lo era.

    Que orgulloso debía sentirse Reginald de su hijo.

    Klaus empezó a sentirse idiota al pensar en la suave regañina que habría recibido el tal y apuesto Cinco, mientras que él imaginaba escenarios ridículos donde no lo dejaban salir en una semana por su culpa.

    Al darse vuelta, Klaus sintió que el alma abandonaba su cuerpo. No solamente por la inesperada sorpresa de ver al jovencito tan cerca cuando en ningún momento lo vio ni oyó acercarse. Casi como si se hubiera transportado allí mágicamente. Fue, no obstante, el oscuro cardenal que cubría desde el pómulo hasta debajo de la mejilla lo que sobresaltó a Klaus.

    —Oh Dios, te golpeó— lo agarró de los hombros para ver detenidamente el moretón. Después cerró los ojos y sacudió la cabeza en honda y dolida negación—. Lo lamento tanto. No sabes cuanto lo siento.

    Los ojos azules se tornaron inexpresivos.

    —¿Viniste solo para decirme eso?— increpó el chico ecuánime, deshaciéndose del agarre para retroceder varios pasos.

    Klaus se preguntó si acaso le esperaba.

    ¿Le habría dicho el jovencito a Grace que no cerrara con llave?

    Quizá había visto su sombra por debajo de la puerta.

    —Si— respondió, titubeante. No esperaba esa reacción del chico—. Bueno, no. La primera vez subí porque quería verte. Llamaste mi atención cuando te vi la primera vez y...

    —Lo haces sonar como si fuera un objeto— recriminó Cinco, impasible—. ¿Qué cosas llaman tu atención?

    Klaus parpadeó rápidamente, confundido por la interrogante, hasta que Cinco le sostuvo el contacto visual y cambió abruptamente de tema.

    —No pienso pedirte perdón por lo que hice— dejó en claro—. No debiste entrar aquí.

    —Lo sé— asintió Klaus—. Es sólo que escuché lo que decías y...

    —Tampoco debiste— arguyó.

    Klaus suspiró, se sentó al borde de la cama y agachó la cabeza.

    —Siempre estoy arruinando las cosas en todas partes— reconoció, acordándose de Ben—. No importa qué diga, nada cambia lo que pasó, pero en verdad necesitaba venir a decírtelo. No pensé que Reginald fuera a hacer algo como esto. Estaba seguro de que me echaría a la calle antes que...

    —¿Salir en tu defensa?— completó Cinco, y su semblante pareció suavizarse durante breves instantes, como si evocara algún recuerdo—. Se nota que no lo conoces para nada. A veces quisiera que pasara más tiempo conmigo, pero se pasa la vida entera viajando. Ahora debo estudiar y ya me quitaste demasiado tiempo.

    —Es verdad— le dio la razón Klaus, levantándose como resorte de la cama—. ¿Amigos?— ofreció, extendiendo su mano al frente.

    Cinco, que tenía ambas manos en los bolsillos de sus pantalones cortos, no hizo amago de tomarla y, antes bien, le observó con una ceja arqueada, como si encontrara incomprensible la situación.

    Resignado al cabo de unos segundos, Klaus bajó la mano y volvió su mirada verde hacia las vitrinas.

    —Es increíble que hayas ganado todo eso— comentó con un silbido de admiración—. Creo que deberías bajar a tomar el desayuno a la mesa alguna vez. Así podríamos conversar— y sin esperar respuesta, salió del cuarto, dejando al chico más confundido de lo que había estado nunca en su vida.
    ***



    Ben se había mostrado renuente a creer que su desastroso hermano hubiera conseguido un empleo íntegro tan rápido. Por eso, cuando Klaus le dio la mitad del adelanto de su primera semana de paga, la impresión se manifestó en el semblante de rasgos asiáticos.

    Primera buena noticia de la semana. Aunque Klaus sólo había hecho mención de las actividades iniciales en el pseudo contrato.

    Klaus estaba satisfecho y feliz a reventar. Pero su alegría se eclipsaba cada vez que rememoraba el atractivo rostro del muchachito.

    Pensaba mucho en él desde que lo vio. Si, admitía que le gustaba, pero era un amor imposible por infinidad de razones. Al menos esperaba ganárselo como amigo.

    Ya vería la forma de flanquear esa impenetrable barrera de hielo.
    ***


    El lunes se presentó puntual a la mansión. El guardia de la entrada le cedió inmediatamente el paso al reconocerlo. Sintiendo una explosión de dicha y exuberancia, Klaus bordeó el jardín inglés y se entretuvo unos instantes mirando en dirección a la ventana ojival superior. La habitación de Cinco. Tan cerca y a la vez tan lejos.

    Al entrar, Grace lo recibió en el vestíbulo, enfundada en un pomposo vestido rosa. Sus largos rizos dorados le caían sueltos a media espalda. Klaus se dio cuenta entonces de que, pese a sus modales tan yertos y mecánicos, era guapa. No le sorprendía que Reginald Hargreeves estuviera teniendo una aventura con ella, pero ¿Por qué hacerlo?

    ¿Y el jovencito? ¿Cómo se había enterado?

    No queriendo pensar más en temas que escapaban a su comprensión, Klaus fue a tomar asiento a la mesa. La silla de Luther estaba vacía y de nuevo no tenía apetito. Se limitaría a esperar a que el acaudalado anciano se presentara para darle instrucciones.

    Sin embargo sus propósitos cambiaron tan pronto oyó el ruido de pasos secos y pausados en el rellano de las escaleras.

    Klaus se giró tan violentamente en su silla que casi se cae. El hermoso muchacho de belleza prístina caminaba hacia la mesa esquivandole en todo momento la mirada, como si quisiera darle a entender que no había bajado a petición suya, y mucho menos a verlo, sino porque a él le apetecía.

    —Buenos días— saludó Klaus, estudiando a detalle cada parábola de su cuerpo, falto de aliento al verlo sentarse dos sillas hacia su derecha. Quería desesperadamente acercarse más, pero sabía que lo incomodaría.

    —Buenos días— resopló Cinco con brusquedad, sirviéndose ensalada de una de las fuentes. Klaus no quiso perder la oportunidad de entablar conversación. Se incorporó de su lugar y fue a tomar asiento delante de Cinco, ya sin importarle nada más.

    La sombra violácea del hematoma había adquirido una tonalidad verdusca en los bordes. Klaus volvió a experimentar el escozor molesto e incisivo de la culpa. Bebió la mitad de un vaso con agua para infundirse valor.

    —¿A qué hora vas a la escuela?

    —¿Escuela?— preguntó Cinco a su vez, suspendiendo su actividad para pasar a mirar a su acompañante con aire interrogante—. Estudio aquí. Mi padre contrató una institutriz para que no tenga que exponerme a los peligros de acudir a un vulgar colegio.

    Aquello dejó a Klaus sin palabras.

    ¿Acaso el chico estaba cautivo en su propia casa?

    —¿Qué edad tienes?— indagó.

    —Cumpliré diecinueve en dos meses— escupió Cinco las palabras con aplomo antes de hacerse con una taza de porcelana—. Para que quede claro. No bajé para verte— añadió dirigiendole una mirada de autosuficiencia—. Solo vine porque Grace no sabe preparar un buen café.

    —De acuerdo— exhaló Klaus, recargando bien la espalda contra el respaldo de su silla.

    Se le había terminado el tiempo. Lo dio por hecho tan pronto reparó en la presencia de la recién llegada y refinada fémina que vestía un largo vestido negro entallado de satén con encaje en el escote y una ridícula chistera a juego. Sostenía un maletín y, rápidamente, se situó a espaldas del chico, esbozando una sonrisa tan forzada que Klaus no quiso corresponderle.

    —Es hora de tu lección, Cinco.

    El susodicho dejó los utensilios en la mesa sin utilizar y se retiró en silencio a las escaleras en compañía de la institutriz.

    Klaus los vio perderse en la segunda planta, bajó la mirada a la taza y la ensalada intacta y, comprendió la obvia mentira del muchacho. Debió decidirse a bajar de último minuto, pero así y todo sabía muy bien la hora a la que llegaría su profesora. Lo que significaba que no solamente había bajado a desayunar.

    Aferrándose a esta idea, Klaus sonrió y dejó salir un suspiro en el silencio del solitario comedor.
    ***

    —¿Solo esto?— preguntó Klaus asombrado al ver los diminutos comprimidos que Grace le hacía entrega en el vestíbulo.

    De nuevo Reginald había tenido que ausentarse de la mansión debido a una reunión de trabajo al otro lado de la ciudad, pero había dejado preceptos explícitos a su asistente y ama de llaves.

    Con un asentimiento y una sonrisa tirante, Grace le ofreció un vaso con agua. Después le dio indicaciones de esperar en el salón principal media hora hasta que la medicina se disolviera y surtiera el efecto esperado para tomar notas.

    Klaus lo hizo. Fue a sentarse en el largo sofá marrón de piel y sus pensamientos volvieron a desviarse hacia el hijo de Sir Reginald.

    Había tantos secretos rondando la mansión que le costaba entender todo. Solo quería tener más acercamientos con el muchacho. Sentía un ansia imperiosa volcarse en su pecho cuando lo veía.

    Pasados veinte minutos, Grace se acercó con un block y un bolígrafo. Se trataba de algunas preguntas relacionadas a cómo se sentía y qué sensaciones había experimentado en ese corto lapso de tiempo.

    Klaus respondió rápidamente y quedó estupefacto cuando Grace le dijo que podía retirarse y que regresara al día siguiente.

    ¿En serio era todo?

    No había sentido gran cosa. Salvo ansias, muchas ansias. Pero era lo usual. No había consumido su infalible polvillo mágico, ni siquiera un porro de hierba.

    —Con que, es todo— canturreó, girando en el recibidor. Abrió la puerta, la cerró lo suficientemente fuerte para que el ruido fuera advertido por Grace y se ocultó en la columna jónica a su costado. Después se volvió sobre sus pasos y subió corriendo los escalones de puntillas y con precaución.

    Ni bien llegó a la puerta, se sintió estólido y se le ocurrió lo idiota que había sido pues, con toda seguridad, estaría cerrada.

    "Por favor que este abierta"

    Rozó el picaporte con las yemas de los dedos, lo giró con suavidad y la cerradura cedió de inmediato. Sorprendido y ufano Klaus pudo ingresar.

    En esta ocasión el jovencito, magníficamente vestido con su uniforme marino, estaba sentado sobre la alfombra circular persa al lado de la cama. Tenía frente a él un tablero de ajedrez y, aunque lucía a primera vista completamente abstraído y concentrado en su partida, hizo un ademán con la mano a Klaus de que guardara silencio.

    Klaus le hizo caso. Se sentó a dos metros de distancia del tablero y lo vio mover una pieza oscura.

    —El avance de los peones negros debilita la diagonal h5, e8— enfrascado en la partida, Cinco señaló las piezas para que Klaus las viera—. La dama desvía a la torre de la defensa de g6— explicó, moviendo la pieza—. La desviación siempre es un recurso táctico útil. Sobre todo cuando nuestro rival tiene una pieza sobrecargada y debe defender demasiadas a la vez. La torre de h6 por ejemplo, que defiende tanto h5, como g6.

    —No entiendo— admitió Klaus, un tanto apenado.

    —Es la defensa holandesa— suspiró Cinco en tono impersonal y levemente matizado de arrogancia. Procedió a guardar las piezas y doblar el tablero—. ¿Ahora qué te trajo hasta aquí?— inquirió receloso y con cierta ironía en la modulación.

    Klaus balbuceó, sin saber cómo justificarse. Lo cierto es que sólo cedió al impulso y las ganas de verlo, pero supuso que el chico lo tomaría a mal si se lo decía de ese modo, así que optó por irse por la tangente.

    —¿Es el único juego que tienes?

    —No— masculló Cinco, señalando el anaquel junto al librero. Klaus reconoció algunas cajas enormes de aburridos rompecabezas con paisajes que casi le hicieron querer retractarse de su pregunta.

    —¿Nunca sales de aquí?— insistió, queriendo dar pie a la conversación.

    Cinco acabó de acomodar el tablero dentro de su caja y se giró a escrutarlo como quien habla en un dialecto desconocido.

    —¿A qué tendría que salir?...mi institutriz me trae todo lo que requiero. Y además, el apocalipsis no tardara en ocurrir.

    —¿Apocalipsis?— preguntó Klaus, creyendo haber escuchado mal.

    —Si— pero el jovencito no dio mayor explicación a su ideología.

    —Reginald sale cada fin de semana— comentó Klaus, logrando acaparar la atención de Cinco—. Si este fin sale a atender sus negocios o lo que sea que haga, traeré un juego divertido.

    —No, gracias— rehusó Cinco, acercando la escalera de la esquina para bajar un libro—. Deja de intentar meterme en problemas— pidió.

    Y Klaus vio algo en su mirada y en su faz, era una vulnerabilidad tan bien escondida que, no supo a qué atribuirla.

    —Como quieras— farfulló—. Pero no es sano pasar tanto tiempo solo y encerrado.

    —Si— concedió Cinco, su faz se tornó indescifrable—. Podría volverme loco, o terminar suicidándome— soltó con naturalidad, como quien habla del clima

    Klaus tragó en seco por tan pesimista pensamiento. Luego vio en la expresión imperterrita que, el chico no bromeaba.
    ***


    Era la sexta ocasión en los últimos veinte minutos que Klaus suspiraba y no decía nada.

    Ya hastiado de aquella conducta tan impropia en quien fuera su hermano, Ben apartó los panqueques y fijó su mirada rasgada en Klaus.

    —Muy bien, ya basta, ¿Qué es esta vez?— demandó saber—. ¿Van a despedirte?

    Klaus meneó la cabeza en negativa. Apoyó el codo sobre la mesa y luego su mejilla sobre la palma de su mano.

    —Creo que me gusta alguien.

    Atónito por la revelación, Ben abandonó la silla para ir a palpar la frente de Klaus con la mano. Ya era bastante extraño su comportamiento, pero que encima dijera algo así.

    Se trataba de Klaus, el promiscuo que gustaba de pasar cada noche en una cama diferente y vanagloriarse de lo asombroso que era tener amantes a montones. Y ahora de la nada, admitía semejante estado.

    —No tienes fiebre.

    —Ni siquiera se su nombre— manifestó Klaus con otro suspiro—. Es hijo de un millonario y...

    Ben dio un respingo ante la declaración. Ahí había gato encerrado.

    —Klaus...

    —Parece que no le agrado— se quejó—. Pero me da señales mixtas porque deja su puerta siempre abierta para que yo me presente. Pero entonces quiero hablarle y no me baja de idiota, se expresa como si fuera una perdida de tiempo estar conmigo y luego hace lo que yo le digo, como bajar al comedor a desayunar...

    —Klaus.

    —Y me siento muy culpable de que su millonario papá lo golpeara. Además nunca sale de la mansión y tiene ideas raras relacionadas con un apocalipsis...

    —¡Klaus!

    —¿Qué?— exhaló, suspendiendo a fuerzas su monólogo.

    Ben le tocó el hombro para instarlo a razonar.

    —Madura, Klaus— le conminó—. El contexto es muy lioso, pero si de verdad te gusta, díselo, invitalo a salir. Si te rechaza, no seas terco y alejate.

    —Gracias— sonrió Klaus, profundamente agradecido de tener el apoyo y aprobación de su hermano.

    El problema sería ahora, buscar la manera y el momento de invitar al chico a salir.
    ***

    Klaus se vio reflectado en el lustroso suelo de vinilo a medida que avanzaba por el vestíbulo de la residencia. A pesar de la petición de Grace, decidió no esperar en el recibidor ni en el comedor y, en cambio, ya iba rumbo a las escaleras cuando vio a Reginald Hargreeves descender por las mismas. Se le veía adusto, suspicaz, y formal.

    —Ah— le oyó exclamar con sequedad, comprendiendo al cabo que no recordaba su nombre.

    —Klaus— le ayudó. Aunque seguro tampoco le era de relevancia.

    —Klaus— asintió Reginald, extendiendole su saco—. Dáselo a Grace y sube a la limusina que aguarda por ti en el jardín trasero.

    —Si— extrañado, Klaus le siguió con la mirada hasta la puerta.

    Viendo sus planes obstaculizados, respingó de pura frustración. Subiendo las escaleras estaba el amo absoluto de sus suspiros y él tenía que ir en la dirección opuesta.

    Mientras se encaminaba a la espaciosa sala de estar, decidió anotar un rápido mensaje en un trozo de servilleta y dárselo a la maquinal dama rubia junto al saco del magnate.

    —Por favor, Grace hazme el favor de entregárselo a...¿Cinco?— aludió inseguro, ya le preguntaría directamente su nombre en otra ocasión. Grace tomó el encargo, asintió automatamente y se retiró hacia las escaleras.

    El primer destino que se imaginó Klaus al abordar la cabina trasera de la suntuosa limusina negra con tapizado añil de piel y vidrios polarizados, fue un hospital. Una clínica de elevada categoría con artefactos de última generación.

    Por ello, cuando, media hora más tarde, el vehículo aparcó al linde del cementerio, en un campo raso frente a un mausoleo, un impetuoso acceso de pánico usurpó su cuerpo.

    Desconcertado, Klaus miró conscienzudamente por la ventana, esperando que el conductor encendiera en cualquier momento el motor. Quizá se había quedado sin gasolina, o tenía que hacer una parada de emergencia.

    Cuando el mismo Reginald le abrió la portezuela de su lado y lo exhortó a salir, los temores más profundos de Klaus se manifestaron.

    —Se lo que posiblemente estés pensando, pero te garantizo que mis intenciones están respaldadas y no corres peligro alguno— avisó Reginald circunspecto, acomodándose la solapa del traje. Klaus lo observó lleno de resquemor, rememorando el hematoma del muchacho. Había algo en el opulento anciano que le despertaba una honda aversión, aun si no lo conocía—. Ahora sígueme y te diré en qué consiste la segunda fase del experimento. Todo tiene que ver con medir las reacciones químicas y las señales eléctricas que emite el cuerpo en determinadas condiciones bajo el efecto de una sustancia en específico.

    Inundado de zozobra y un repentino malestar por hallarse en semejante sitio, Klaus sujetó la placa debajo de su camiseta, cerró los ojos y evocó el recuerdo de su difunto amado para que, en caso de peligrar, desde donde se encontrara, lo protegiera.

    ***

    —¿Dave?

    Rostros desenfocados y sombras difusas entraron en su brumoso campo de visión.

    A lo lejos le parecía escuchar el estallido de las bombas, el clamor incesante de los soldados que, locos de angustia, buscaban protegerse tras las barricadas.

    El penetrante y desagradable olor a pólvora, humo y sangre se filtraba en sus fosas nasales.

    Klaus tosía y se tallaba los párpados. Una granada acababa de detonar cerca del fuerte que custodiaban.

    Le ardían los ojos, la garganta le quemaba. Estaba agotado, sediento. Le dolía el cuerpo de tanto arrastrarse. Las sienes le punzaban y un silbido lejano como de estática no dejaba de taladrarle los oídos.

    —Todo va a estar bien, Dave. Ya acabó.

    El tiroteo había cesado y por fin podía salir del fuerte para reunirse con su novio.

    De pronto, Klaus se paralizó.

    Su adorado Dave estaba tendido boca arriba. Su cuerpo era sacudido por fuertes espasmos y la sangre borboteaba a raudales de su boca. Hilillos bermejos le escurrían por la barbilla, manchando el polvoriento uniforme.

    Mortificado, Klaus había gritado por ayuda mientras intentaba asistirlo, cubrir la fatal herida de bala en su costado. Todo era inútil. Nadie lo auxiliaba, nadie pedía ayuda.

    ¿Es que no lo veían?

    ¿Acaso no escuchaban sus desesperados gritos de ayuda?

    Dave.

    Su Dave...

    Y cuando no pudo hacer nada más. Viendose atrapado entre los escombros y destrozos de la guerra. Soldados malheridos y cadáveres rezagados en el terreno, Klaus se rompió.

    Lo hizo porque la persona que más amaba en el mundo estaba agonizando delante suyo y él no podía hacer nada.

    Tan despiadada era la guerra.

    Entre gruesas lágrimas sostuvo la mano de Dave, hasta que los estertores cesaron, lo oyó expirar por última vez y su cuerpo quedó laxo.

    La mirada azul, antaño límpida, se vació, quedando a un tiempo vidriosa y fija, carente de vida.

    —Te amo, Dave— la voz se le quebró en un sonido gemebundo.



    Horrorizado y fuera de si, Klaus gritó y golpeó la puerta de cemento con los puños, descubriéndose atrapado dentro de la enorme cúpula esculpida en basalto del mausoleo. Sus dedos se contraían y arañaban las paredes. Se ahogaba en su propio llanto, destilando miedo por todos los poros de su cuerpo.

    El barrote de la puerta fue retirado con presteza y, al verse libre, Klaus se dejó caer de rodillas en la tierra. Sentía que se asfixiaba. Los recuerdos de la sangrienta guerra se sobreponían y mezclaban en su cabeza. Estaba tieso cual estatua, pálido como el resplandor de la luna.

    —Ya esta bien, Klaus— el llamado de Reginald lo hizo recobrar poco a poco la lucidez.

    Llorando y temblando, Klaus aceptó la mano del anciano. Apenas podía recordar el momento en que Reginald le pidió que entrara al mausoleo tras ingerir una gragea diminuta que lo sumió en la más profunda inconsciencia.

    Había pasado, en apenas minutos, del azul al negro. Del esplendoroso cielo despejado al lóbrego infierno mismo.

    No sabía si se encontraba dormido o despierto, alucinando o viendo imágenes reales.

    Ideas ominosas acudían y se desvanecían con la rapidez de un relámpago.

    —Vamonos. Lo has hecho muy bien.

    Deshecho mental y emocionalmente Klaus se levantó con atropello y se dejó guiar tambaleante hasta la limusina

    Inmediatamente, pensó en renunciar.
    ***


    Los siguientes tres días Klaus no se presentó a la mansión. En más de una ocasión pensó en llamar y pedirle a Grace que le comunicara con Reginald para anunciarle sus deseos por retirarse del experimento.

    El dinero no importaba en realidad. Por más cuantiosa que fuera la suma ofrecida, aquello no compensaba el terrible trago y la horrenda aflicción que había pasado encerrado por más de dos horas en el mausoleo, solo y drogado, evocando fantasmas de su pasado, sucesos que había enterrado en lo más profundo de su psique y que habían aflorado a la superficie como germina el trigo en el campo al caer la primavera.

    Dos veces tomó Klaus el teléfono y en ambas, tuvo que regresarlo.

    No le parecía correcto renunciar vía telefonica y además, estaba siendo un cobarde.

    Tal vez podría hablarlo con Reginald, comunicarle su inconformidad y llegar a un acuerdo recíproco con él.

    Solo no quería dejar de ver a Cinco.

    La primera noche tras el experimento, Klaus no pudo conciliar el sueño. La siguiente durmió poco y mal. A la tercera ya había tomado una decisión y, nada más despuntar el alba con el sol iluminando los ventanales de su pieza de un rojo vivo, tomó un largo baño, se vistió sus mejores prendas de vestir y salió rumbo a la mansión Umbrella.

    El guardia le recibió, formal y amable como de costumbre. Le cedió el paso y, una vez dentro, Grace le ofreció su típica sonrisa de muñeca de aparador en tanto lo conducía hasta el comedor.

    Las exquisitas fuentes con comida ya habían sido servidas. Y las sensaciones negativas se redujeron a nada tan pronto Klaus se encontró a Luther y Cinco a la mesa.

    —Klaus— saludó Luther con la boca llena de pan con parmesano.

    A primera instancia el jovencito parecía inquieto, Klaus notó que le costaba simular su habitual actitud de indolencia al verle tomar asiento.

    —Buen día— pese a todo Klaus perfiló una sonrisa, obligándose a reprimir la tristeza, la tribulación y el horror que lo embargaron desde su visita al mausoleo.

    —Creímos que ya no ibas a venir— apostilló Luther alzándose de hombros—. Es bueno ver que nos equivocamos.

    Klaus intentó esbozar una nueva sonrisa pero sus comisuras no le obedecieron. Ciertamente que ya no quería presentarse, pero el corazón no escuchaba razones.

    Se concentró en Cinco, quien iba elegantemente ataviado en una levita oscura, con su expresión eternamente antipática, bebiendo tranquilamente de su taza de café. Klaus desistió de su idea de acercarse al reparar en la mirada extremadamente cotilla del grandulón.

    —¿Por qué elegiste este trabajo?— dudó Luther.

    Klaus vaciló en responder. Quería ser sincero, pero no deseaba quedar mal frente al muchachito.

    ¿Cómo explicar que su vida se había ido a pique después de la guerra?

    ¿De qué manera expresar, sin sonar patético, los múltiples traumas que le asediaban?

    Los vicios, la aguda depresión fuertemente reprimida, el chiste que era su vida misma.

    A simple vista Klaus aparentaba ser una persona con un marcado sentido del humor, se sabía comprensivo, tolerante (quizá demasiado), y bromista (a veces en exceso). Gustaba de reír con los demás, pero todo era una fachada porque, en el fondo, se estaba haciendo pedazos.

    —Bueno...la paga es buena— concedió, extremando precauciones en lo que decía. Pensativo, Luther se llevó un puñado de almendras a la boca—. ¿Y tú, Luther?

    El interpelado se encogió de hombros.

    —Antes trabajaba en peleas clandestinas. Me jugaba el pellejo todas las noches— confesó—. No tenía nada que perder, y hace unas semanas vi el anuncio en el periódico y decidí probar suerte.

    Nada que perder.

    Eso definía bastante bien a Klaus.

    A punto de hacer otra pregunta, Klaus se vio bruscamente interrumpido cuando el taciturno muchacho recorrió su silla y se levantó sin decir una sola palabra.

    ¿Lo había ofendido acaso?

    ¿Qué había hecho esta vez?

    Viéndolo marchar, Klaus se resignó a abordarlo en otro momento. Siguió en su lugar y devolvió su atención a Luther, este carraspeó contra su servilleta, aparentemente incómodo por la escena.

    —Esta acostumbrado a ser el centro de atención—expresó—. Podría jurar que ha estado bajando a desayunar a la mesa con la esperanza de encontrarse contigo. También le he visto vagar a todas horas por la mansión.

    —Soy un idiota— se maldijo Klaus, golpeándose las sienes al recordar la misiva que le había encomendado a Grace—. No hay manera. Cada vez que quiero acercarme a él, me aleja o yo lo hago sin darme cuenta.

    Luther alzó las cejas por la confesión.

    —Lo que sea que se traigan entre manos, mejor que Reginald no se entere— sugirió en voz baja, mirando en todas direcciones.
    ***

    —Eres el epítome al mal gusto en juegos— juzgó Cinco al abrir la puerta y ver la enorme y vistosa caja que llevaba Klaus bajo el brazo.

    Era fin de semana, Reginald se encontraba fuera y Klaus había insistido en asediar al jovencito hasta obtener una respuesta afirmativa.

    Que si, que lo había arruinado por olvidarse del mensaje que dio a Grace media semana atrás, pero merecía otra oportunidad.

    Sonriendo al máximo, Klaus fue a dejar la caja en el colchón y se fijó en la renuencia del chico por moverse de la puerta.

    Cinco Hargreeves llevaba el cabello oscuro cuidadosamente peinado hacia atrás. Sus pálidos ojos azules destilaban un acentuado desinterés. Y su vestimenta distinción

    Vestía de tweed, con su elegante casaca marina sobre su impoluta camisa blanca y un sencillo chaleco a cuadros. Además de los pantaloncillos cortos, corbata y calcetas arriba de la rodillas.

    Klaus se vio obligado a carraspear para salir del estupor inicial al saberse descubierto en su detenido escrutinio por el cuerpo del chico.

    Todo lo que había escrito en la servilleta que dio a Grace era una invitación a jugar, disfrazada de desafío. Se le había ocurrido que era la única manera de conseguir que el muchachito aceptara, flagelando su enorme ego mediante una afrenta.

    —Entonces, ¿Alguna vez has jugado Twister?

    La expresión confusa de Cinco evidenciaba una negativa en toda regla. Sintiéndose ufano por primera vez en presencia del chico, Klaus le hizo entrega de la sencilla hoja con el instructivo.

    —¿Eres estúpido?— le reclamó Cinco tras leer con celeridad los escasos párrafos, dejando caer la hoja—. Se necesita un mediador que gire la flecha. No hay...

    Cinco calló al advertir la sonrisa de gato risón del otro.

    Muy rápido ató cabos de a quien pretendía sumar en el ridículo y, a todas luces infantil, juego.

    —No— se opuso, endureciendo su flématica mirada—. Ve tu y juega con Luther. Puedes pedirle a Grace que se una a tu sátira, pero me niego a participar en esta tontería.

    A sabiendas de que obtendría una negativa, Klaus asintió calmadamente y tomó la caja de la cama.

    —Ya veo que te da miedo perder ante mi— se mofó—. Debí imaginarlo, pero no todos podemos ser tan perfectos en todo, ¿Verdad, encanto?

    —Eres tan idiota que un primate podría ganarte— contraatacó Cinco, viendo su orgullo pisoteado por la paráfrasis.

    Satisfecho de su cometido por fastidiarlo, Klaus elevó una ceja.

    —Pruebalo— lo desafió.

    Cinco gruñó irritado, entornó la mirada y le arrebató la caja para ir adelante en atirantado silencio.
    ***


    —Pie izquierdo, azul— anunció Luther en voz alta.

    Cinco Hargreeves deslizó cuidadosamente el pie en el círculo indicado.

    Cansado pero lleno de regocijo, Klaus movió su mano derecha al círculo rojo cuando Luther así lo externó. Llevaban cerca de media hora jugando. Cinco maldecía entredientes cuando le tocaba hacer un movimiento complicado, además no dejaba de murmurar sobre la ridículamente tonta e innecesaria función del juego escogido por Klaus.

    A Klaus no le importaba. Había pasado tres noches con los nervios destrozados a causa del experimento de Reginald. Pasar tiempo en una distracción sana y con la persona que le gustaba, era un bálsamo sanador al que no quería renunciar tan pronto.

    —Mano derecha, verde.

    —¿Cuánto más tendremos que seguir con esto?— refunfuñó Cinco, haciendo su respectivo movimiento.

    —Hasta que te gane o te rindas— respondió Klaus, alcanzando el círculo amarillo mas cercano.

    Entretenido por las gimnasticas posturas de uno y otro, Luther siguió girando la flecha.

    —Pie derecho, azul.

    —Es una pérdida de tiempo— exhaló Cinco, acometido por el agotamiento—. Si mi padre se entera...

    —Yo no se lo diré— rió Klaus, rozando intencionalmente la rodilla de Cinco con el antebrazo—. Luther mucho menos, y a Grace no le importa guardar el secreto. Solo debemos cuidarnos de la bruja que tienes de institutriz.

    —Mano izquierda, rojo.

    El grosero comentario hacia su tutora, tomó desprevenidamente a Cinco.

    Sus extremidades flaquearon, el brazo se le dobló y acabó desplomandose encima de un sorprendido Klaus que no hizo amago por evitar la contundente caída.

    La siguiente indicación se atascó en la garganta de Luther al reparar en la comprometedora posición de los jugadores. Cinco recargado contra el abdomen de Klaus y este último recostado boca arriba con la respiración acelerada.

    —¡Es el juego más estúpido de todos!— replicó Cinco agitado, camuflando su vergüenza por enfado.

    Anticipando su obvia retirada, Klaus lo retuvo de los brazos y se giró sobre él para invertir posiciones, dejando al chico boca arriba debajo de su cuerpo, con una expresión de lo más desconcertada. Su cabello negro revuelto, sus enormes ojos azul índigo puestos en él y, un pronunciado rubor, que no hizo más que intensificarse cuando Klaus flexionó deliberadamente los codos para besarlo en los labios.

    Violentamente arrebolado y con las cejas contraídas en un gesto de simulada irritación, Cinco elevó su puño, pero Klaus lo rodeó con presteza con su mano y, muy pronto, toda resistencia desapareció para dar paso a un beso compartido y vehemente.

    Negando con la cabeza, Luther se sonrió antes de dejar el tabloide sobre la mesita de centro y dejarlos solos.
    ***


    Por casi una semana Klaus se sintió el individuo más afortunado del planeta. Había conseguido desintoxicarse del todo, tenía un empleo fijo sencillo y muy bien remunerado, pero lo mejor de todo fue saberse correspondido en cuanto a sus sentimientos.

    Luego del primer beso, pasar tiempo con el jovencito Hargreeves se había vuelto primordial, aunque este se mostrara reacio en cuanto a exhibir sus emociones.

    Reginald apenas paraba por la mansión, ocupado en cerrar tratos con industrias extranjeras, exportando lotes enteros de sus invaluables sombrillas y acudiendo a las aperturas de academias asociadas a su apellido. Su imperio iba en aumento.

    Así y todo, Grace se encargaba de darle diariamente a Klaus en un pequeño recipiente plástico tres píldoras de diferente color y tamaño que, debía ingerir juntas, antes de sentarse en el diván de la sala a esperar media hora y responder los cuestionarios.

    Nueve lecciones diarias solían impartirle a Cinco. Entre aritmética, física, química, religión, bolsa de valores, literatura, historia, filosofía y ciencias, el chico apenas tenía tiempo libre para él. Y mayor sentido tenía para Klaus su conducta tan solitaria, hermética y presuntuosa.

    Pero le gustaba así. Todo en el jovencito le atraía. Quería compartir más momentos con él, anhelaba su compañía más que cualquier otra cosa. No obstante Cinco se empeñaba en cumplir a pies juntillas con su itinerario de cada día y, solo hasta que terminaba, podía dedicarle algo de tiempo. Una escapada rápida a su habitación, conversaciones fugaces y banales que remataban en ardientes y prolongados besos.

    Durante Cinco días Klaus estuvo en el paraíso rodeado de querubines.

    El viernes acudió un poco más temprano, a sabiendas de que el magnate ya habría regresado de su viaje de negocios.

    El cielo se había opacado con su presencia, pero Klaus se mostró igual de animoso al ser recibido por Grace y llevado a la mesa, donde ya se encontraba el millonario hombre comiendo. Varias sillas atrás estaba Luther atiborrandose de bananas. Tan solo su chico hacía falta.

    —Buenos días, señor Hargreeves— saludó Klaus, yendo a sentarse. Reginald hizo una ligera inclinación de cabeza para corresponder el saludo y dio un aplauso en seco para que Grace acudiera prestamente a rellenar su copa esmerilada de vidrio soplado con más vino tinto de su cava importada favorita.

    —Es bueno verte de nuevo...

    —Klaus— paladeó su nombre seguido de un suspiro cuando el comentario quedó suspendido.

    —Klaus— repitió el magnate, moviendo con ligereza la copa para que el vino respirara—. Número Cinco, bajas temprano, ¿Terminaste los deberes?

    Aunque intentó contener sus ansias por verlo, Klaus cedió al impulso y dio vuelta a la silla para contemplar al apuesto muchacho que se acercaba cautamente a la mesa, como si fuera la primera vez que lo hacía.

    —Si, padre.

    —Entonces ten el honor de acompañarnos.

    Klaus se mordió las comisuras para evitar que su ancha sonrisa quedara en evidencia.

    —Realicé una investigación mientras estuve fuera y acudí a una importante cátedra con un viejo amigo mío— declaró Reginald antes de dar un moderado sorbo a la copa—. La cátedra versaba acerca de una endeble pero interesante teoría sobre viajes en el tiempo.

    A medida que Reginald relataba la anedota y cómo su colega había terminado prestandole el prototipo de una supuesta máquina para viajar en el tiempo y almacenar recuerdos, Klaus notó que la admiración de Cinco alcanzaba su cenit. Hasta entonces nunca le había visto tan fascinado por algo. Pero la crónica de Reginald lo tenía tan embebido que, Klaus advirtió, que en ningún momento, el chico se volvía para mirarlo con complicidad como solían hacer en ausencia del magnate.

    "A veces quisiera que pasara más tiempo conmigo, pero se pasa la vida entera viajando"

    La locución de aquella vez le vino a la memoria a Klaus.

    —Debo hacer algunas mejoras antes de efectuar la primera prueba— argumentó Reginald, pasando su mirada de Klaus a Luther—. ¿Algún voluntario que quiera ganar doble sueldo esta semana?

    Luther ya bebía del vaso con agua para pasarse la comida y responder cuando Klaus se le adelantó, pero su respuesta no fue, ni mucho menos, la que los presentes esperaban.

    —¿Qué tal su hijo?

    Como si le hubieran dado una bofetada, Cinco se volvió súbitamente a mirar a Klaus.

    El semblante de Reginald se mostró a un tiempo sorprendido y desconcertado, pero pronto adquirió un cariz de aceptación.

    —Así podrían pasar más tiempo juntos— sugirió Klaus. Porque si, quería ayudar a Cinco a restablecer la fisurada relación con su padre. Había juzgado mal a Reginald por el incidente del mausoleo. Después de pensarlo, llegó a la conclusión de que los recuerdos de aquel evento trágico nada tenían que ver con el experimento. Habían salido a flote, es verdad, pero el infortunio derivaba de su pasado. Además, no había forma de que el hombre lo supiera. Ni el mismo Ben conocía a detalle lo ocurrido en Vietnam.

    —Es una excelente idea, Klaus— convino el anciano, levantando su copa para hacer un brindis.

    Nadie advirtió el súbito temblor en la mano de Cinco Hargreeves que, lívido cuál hoja de papel, sostenía su copa con agua.
    ***


    Durante gran parte de la noche Klaus se había preguntado una y otra vez qué tan bien le habría ido a Cinco con su padre.

    Su lado optimista había sacado a relucir múltiples escenarios donde padre e hijo lograban franquear esa barrera de hielo interpuesta entre ambos para solidificar su lazo y pasar un buen rato de caridad juntos.

    Quizá hubiera algún reproche, de parte de Cinco, y también es posible que Reginald se mostrara frío e insolente al comienzo, pero eventualmente se darían cuenta de que eran familia y era indispensable estar en buenos términos.

    Los dos felices. Padre e hijo conviviendo.

    Y sin embargo, cierta agitación inhóspita había hecho despertar a Klaus con la certeza de que algo malo había ocurrido.

    Lo presentía. Era una corazonada solamente, pero se sentía intranquilo.

    Su desasosiego no hizo más que crecer cuando, al llegar a la residencia, vio la limusina de Reginald aparcada afuera de la fachada.

    El suntuoso empresario le hizo una señal para que subiera al vehículo. Klaus dudó pero terminó accediendo. Subió a la cabina y, con los ojos fuertemente cerrados, imploró porque nada malo ocurriera.

    Al detenerse la limusina, Reginald se apresuró a abrir la puerta. Esta vez Klaus reunió valor para indagar aquello que más le angustiaba desde que despertó esa mañana.

    —Señor Hargreeves, ¿Cómo resultó el experimento de ayer?— era imprudente preguntar, pero necesitaba saberlo. El hecho de no haber podido ver a Cinco, le hacía desconocer su estado y por ende, temía que se hubiera suscitado algún desacuerdo, una discusión o alguna reyerta. De ser así, en lugar de mejorar las cosas entre ellos, sería responsable de haber provocado un distanciamiento mayor.

    —¿Hablas de la absurda máquina de la que les hablé ayer?— una sagaz crudeza salió a relucir en las palabras frías del magnate—. Fue una insensatez. Mi colega debió errar los cálculos.

    Mediando distancias, Klaus bordeó la limusina. Con un nudo en el estómago, presenció la jeringuilla que extraía Reginald del bolsillo de su saco.

    —¿Y cómo está su hijo?

    —¿Cómo supones que debe estar?— aseveró Reginald, introduciendo la aguja en un frasco diminuto para rellenarla de una solución cristalina—. Ya podrás ir a saludarlo cuando terminemos la prueba de hoy. Ahora anda, acércate para que pueda inyectarte.

    Sumamente nervioso, Klaus se mordió la uña del índice. No sabía si estaba sobredimensionando un problema inexistente, pero para descubrirlo y poder volver a la mansión, tendría que ganarse la confianza del viejo.

    —Está bien.

    "Por Cinco"

    Porque, saberlo lejos de él, era como recorrer kilometros de brasas al rojo vivo en una distancia punitiva y sedienta.
    ***

    Nada estuvo bien.

    Cuando, varias horas más tarde, Klaus pudo salir al exterior de la cúpula enmohecida, su primer acto reflejo fue devolver el estómago para, acto seguido, retorcerse sin aliento en la tierra.

    La luna platinada y redonda ya asomaba entre las brumosas nubes errantes del cementerio.

    Lánguido y, presa de un paroxismo de miedo, Klaus fue incapaz de articular nada. Su corazón latía a un ritmo anómalo y, tras sus párpados, entes salidos de ultratumba volvían a emerger de sus sepulcros para llegar a él.

    Espectros y sombras espantosas e inmemoriales de impías y diversas proporciones habían conseguido un desequilibrio nervioso, de tal guisa, que Klaus se rehusaba a abrir los ojos mientras, a tientas, manoteaba el aire para alejar lo que sea que se estuviera acercando en aquella pavorosa, ingente, abominable soledad.

    —Klaus...Klaus, ¡Basta ya muchacho!

    Aturdido, desmoralizado y sumido en el delirio de un miedo sin precedentes, Klaus se arrastró por la tierra del cementerio, usando sus pies para empujarse. Tiritaba violentamente y, el titubeo incoherente, seguía abandonando sus labios de tanto en tanto.

    —¿Los viste?— eufórico, Reginald se agachó para analizar el rostro descompuesto en una palidez espectral.

    Hondamente trastornado y fuera de si, Klaus se arañó las mejillas, sacudió la cabeza y, si no gritó, fue gracias al chorro de agua que Reginald le lanzó al rostro para hacerlo reaccionar.

    —Eres más susceptible que los otros para conectar con el más allá— señaló el anciano—. Lo haz hecho bien— sacó su billetera y dejó caer un puñado de efectivo al lado de Klaus—. Te veré mañana a la misma hora en la mansión.

    —No— sin tener noción del tiempo o la realidad y, haciendo el dinero a un lado, Klaus alargó el brazo para sujetar la pernera del pantalón del anciano, frenando su andanza. El corazón aún le latía desbocado y el pánico sacudía su cuerpo, turbandolo y sumiendolo en un horror de proporciones abismales—. Quiero ver a Cinco. Necesito cerciorarme de que esta bien.

    Impávido, Reginald resopló.

    —Te dije que esta bien, ¿Por qué no iba a estarlo?

    "Porque usted está loco"

    Pero Klaus no aminoró el agarre. Aun si las arcadas le escocían de vez en vez la garganta.

    —Anda, levántate— le incentivó Reginald, arrojándole un pañuelo bordado—. Limpiate y sígueme. Lo que te hace falta es tomar un baño y comer algo. Podrás descansar otra semana antes de la siguiente fase.

    Forzandose a sobreponerse de los horrores innombrables de la noche, Klaus aceptó el pañuelo. Se limpió la barbilla y el cuello y echó a andar despacio hacia la limusina con el único afán de ver al jovencito.

    ¿Cuantas veces se había desvanecido y forcejeado contra la puerta del mausoleo?

    Mientras la limusina avanzaba y oía el leve rumor del motor, Klaus apoyó la cabeza contra la ventana, cerró los ojos y asoció lo vivido a su enfebrecido estado anímico.

    Porque no había manera de que lo que había visto estando dentro del mausoleo fuera...real.

    Nada más llegar a la mansión, Klaus se precipitó hacia las escaleras, sin importarle en lo más mínimo si Reginald Hargreeves le seguía o no.

    Subió los peldaños, casi arrastrando los pies, pues aunque había expulsado toda sustancia extraña de su cuerpo, el espanto seguía presente en sus articulaciones.

    —Cinco.

    La puerta estaba abierta. Klaus ingresó y fue directo a abrazar la delgada silueta del bello muchacho que yacía de pie frente al librero.

    —¿Estás bien?— lo besó en la cabeza, aferrándose a su cuerpo con fuerza.

    Cinco se mantuvo en todo momento inmóvil, reprimiendo una mueca de dolor que Klaus no pudo percibir al tener los ojos cerrados.

    —Estoy bien, torpe— lo apartó y se le quedó mirando. Sus ojos se abrieron al máximo al reparar en el deplorable estado en que se encontraba Klaus—. ¿Por qué me preguntas algo así cuando tu...cuando...? Olvídalo. Recuestate en mi cama.

    Klaus le obedeció. Se sentía mareado, con náuseas y como si estuviera experimentando veinte resacas en una.

    Muy pronto la figura sobria de Reginald se materializó en el umbral.

    —¿Esta todo bien?— quiso saber.

    —Si, padre.

    "La misma respuesta automática" pensó Klaus, invadido de un fuerte malestar. Los párpados se le cerraban sin que pudiera evitarlo.

    Vio, entre parpadeos de entera pesadez, la sonrisa cínica del anciano asomando a sus labios.

    —Te dije que Cinco estaba bien. Ahora que lo has comprobado, descansa un poco, despues retírate y vuelve mañana.

    Dedicándole una mirada de reproche, Cinco se mordió los labios y esperó a que Reginald saliera para ir a cerrar la puerta.

    —¿Qué ocurrió, Klaus?— susurró al acercarse con un paño a limpiar la tierra del rostro del aludido.

    Lo siguiente que murmuró Cinco, Klaus no alcanzó a escucharlo. Para entonces ya estaba profundamente dormido.
    ***

    Había algo extraño en Luther esa mañana. Klaus se dio cuenta al tomar asiento a su lado y ver su rostro, antaño alegre, y ahora colmado de desgana y cansancio.

    —Hey, Luther— trató de sonar normal. Todo lo normal que se puede tras haber sido drogado, encerrado en un mausoleo y luego avistado un sinfin de formas indefinidas, nefastas y traslúcidas surgidas de la nada misma.

    —Klaus— devolvió Luther el saludo, con menor énfasis. Recostó la cabeza sobre sus enormes y musculosos brazos y cerró los ojos para dormitar un rato.

    Klaus se fijó en las múltiples cáscaras de banana junto al grandulón. Usualmente lo veía comer de todo, pero ya había visto que en días pasados solo se servía la misma fruta.

    —¿Te sientes bien?— era hilarante que lo preguntara, habida cuenta que anoche él mismo había tenido que quedarse a dormir en el cuarto de huéspedes, luego de que Grace, a petición de Reginald, fuera a constatar su estado.

    Klaus había querido ir a la habitación de Cinco y asegurarse de que no había soñado lo de ayer y que en verdad se encontraba bien, pero cambió de idea al pensar en las horas de sueño que le había quitado al permanecer en su cama hasta altas horas de la noche. Lo apropiado era dejarlo descansar.

    —Me encuentro bien, si— asintió Luther, sin abrir los ojos—. Solo me duelen los brazos.

    Klaus bajó la mirada hacia las extremidades mencionadas. Ahora que se fijaba bien, se veían demasiado voluptuosos.

    —¿Qué es lo que te inyectan?— inquirió, acercándose para levantar un poco el extremo inferior de la camiseta.

    Puede que viera mal. Lo siguiente que Klaus supo fue que Luther lo apartaba y retrocedía con una mirada repleta de temor.

    Temor a que lo viera.

    Pero Klaus lo vio de todas formas. Fue apenas un segundo en que aquella maraña de pelo de simio entró en su campo de visión.

    —Luther— mencionó alarmado.

    —Debo irme— murmuró Luther, dando un paso hacia atrás—. Pronto haré mi prueba.

    Boquiabierto, todo lo que hizo Klaus fue, verlo salir.
    ***


    Recorrieron el jardín inglés uno al lado del otro, sus brazos rozandose ocasionalmente mientras sus acompasados pasos se nivelaban con los del contrario.

    Cinco iba con la mirada gacha y las manos en los bolsillos. Klaus no le quitaba la vista de encima y, cuando se sentaron en el puente octagonal sobre el estanque rodeado de claveles, redodendros y lilas, Klaus tuvo el arrebato impetuoso de tomar la mano de Cinco, pero tan pronto rozó sus dedos, el jovencito retiró la suya en aparente estado de contradicción.

    —Que no estemos en la mansión no quiere decir que no puedan vernos— pronunció, señalando con su mirada al guardia, cuya silueta se recortaba bajo la luz del atardecer como una atroz esfinge—. En quince minutos llegará mi institutriz, así que dime lo que vas a decirme.

    —¿Nunca has pensado en salir de aquí?— Klaus fue directo al punto—. Quiero decir, la otra noche pensé en salir a divertirme, pero no podía dejar de pensarte y quería que estuvieras allí conmigo, porque no es divertido si no estás cerca...la estoy liando de nuevo ¿no es así?

    Divertido por el genuino desespero plasmado en las facciones de Klaus, Cinco negó. Tomó una piedrecilla y la arrojó al estanque para poder contemplar los pequeños círculos que se extendían en la superficie del agua.

    —El mundo va a acabarse muy pronto— teorizó—. Me lo han repetido hasta el cansancio desde que tenía trece años.

    —Son patrañas— aseguró Klaus, tomando a Cinco de las mejillas para que lo viera a los ojos—. Esa basura de religión que te inculcan es una mentira para tenerte aquí cautivo. El mundo no se va a acabar ahora ni mañana. Llevas diciéndolo desde que te conocí y miranos. Necesitas dejar esa obsesión o no serás libre nunca.

    Irritado, Cinco apartó las manos de su rostro. Klaus lo sujetó de la mano, implorandole con la mirada que lo escuchara.

    —Lo que hace Reginald...Luther, él...

    —Luther se prestó a ser conejillo de indias, al igual que tu— recriminó Cinco, recobrando el pragmatismo en su semblante—. Lo que suceda es consecuencia suya, y tuya.

    "¿Y qué hizo contigo?"

    —¿Saldrías conmigo aunque sea una vez?— tanteó Klaus, aun a sabiendas de tener todo en contra. Tenía que intentarlo—. Dejame mostrarte solo una vez de lo que te estás perdiendo y entonces podrás seguir sumergido en tu mundo de encierro y fantasía donde un apocalipsis acaba con todo.

    En actitud reflexiva, Cinco arrojó otra piedra al estanque.
    ***

    Rodeados de personas, con el bullicio y la música atronadora en aumento, Klaus tironeó del brazo del muchacho para conducirlo hasta el que sería el sexto juego.

    Se notaba en la expresión de Cinco lo incomodo que se sentía al hallarse en un ambiente tan ruidoso, con estramboticas y coloridas luces titilando por doquier, aunado al griterío y las risas que hacían eco en derredor. Afuera la noche había caído, cubriendo con su oscuro manto la plaza, apenas iluminada por los faroles y las luces de los comercios y múltiples establecimientos a la redonda.

    Jubiloso, Klaus deslizó su tarjeta por la ranura del juego.

    —Aquí solo debes arrojar la pelota por la rampa, trata de atinarle a los aros que marcan mayor cantidad de puntos— le instruyó, y quiso servir de ejemplo al lanzar la primer pelota que terminó encestando en el aro inferior con menor cantidad de puntos—. Bueno, algo es algo— chasqueó la lengua y le hizo entrega de la segunda pelota.

    Hastiado, Cinco la tomó, exhaló y describió una perfecta trayectoria vertical al lanzarla, logrando encestar en el aro superior al primer intento.

    —¡Quinientos puntos!— celebró Klaus, tratando de chocar su palma, pero Cinco solo lo observó, seria e incomprensivamente. Llevaban casi una hora probando diferentes juegos y no veía la finalidad de aquello—. ¿Ya estas cansado?

    —Si— mintió Cinco, ansiando alejarse cuanto antes del molesto ruido de las máquinas.

    —Vamos a pedir algo para comer— recomendó Klaus, entrelazando sus dedos en los del jovencito para guiarlo hasta una de las mesas apostadas a la esquina del arcade. Era una sensación portentosa el poder estar con él.

    Había sido toda una odisea convencer a Cinco de dejar la mansión, pero lo fue aún más salir sin ser vistos por el guardia de la entrada.

    Klaus había servido de distracción para tal propósito. Una exagerada actuación a parecer de Cinco. Simplemente había aparentado un desmayo a la entrada, atrayendo su atención el tiempo suficiente para que Cinco pudiera salir de entre los arbustos junto a la reja y esperarlo en la esquina.

    Todo había salido a pedir de boca. Reginald estaba fuera y Grace creía que Cinco se había retirado a dormir temprano. Mientras volvieran antes del amanecer, todo estaría bien.

    —¿Me vas a decir tu nombre alguna vez?— a Klaus no se le ocurrió nada mejor para iniciar una platica que apostillar hacia aquello que tanta curiosidad había despertado desde que conoció al irreverente muchacho.

    Cinco se irguió enhiesto en su lugar, las comisuras de su boca se tornaron rígidas.

    —¿Ese era tu plan?— se enfadó—. ¿Traerme hasta aquí para poder burlarte abiertamente porque no poseo un nombre?

    —¿Qué?— se extrañó Klaus, mirandolo estupefacto—. No, no. Es solo...¿En verdad te llamas Cinco?

    Viendo que alcanzaba el límite de la escasa paciencia del jovencito, Klaus se retractó de su pregunta, lo sujetó del codo para evitar que se levantara y le puso el menú delante.

    —No hace mucho que me mudé a este lado de la ciudad con mi hermano— contó a media voz, esperando disipar la tensión hostil que había generado su inapropiada pregunta—. Alquilamos un piso, siempre hemos vivido solos. Nos teníamos el uno al otro cuando niños porque nuestros padres nos abandonaron a las puertas de un orfanato. Después me cansé y me enlisté en el ejército porque ya no quería seguir encerrado y no veía ningún futuro en mi vida. Ahí fue donde conocí a Dave.

    Lentamente se quitó el collar con la placa y la depositó sobre la mesa, bajo la atenta mirada de Cinco.

    —Es lo único que conservo de él. Yo...en verdad lo amaba. Sentí que mi vida acabó cuando murió y de nuevo quise tirar mi vida por la borda metiéndome toda clase de estupefacientes.

    —¿Por qué me estas contando todo esto?— se impacientó Cinco, confundido por la horda de emociones aglomeradas que confluían dentro de él. Era impropio y extraño.

    —Porque quiero que confíes en mi— profirió Klaus, tomándolo de la mano—. Si puedo ayudarte de alguna manera...

    —No necesito ayuda.

    Resignado, Klaus tomó de vuelta la placa para ponérsela. Oyó a Cinco suspirar largamente tras ordenarle al mesero un café bien cargado con poca azúcar.

    —Soy el quinto hijo de Reginald— empezó en tono sombrío, con la mirada distante, como atrapado en un recuerdo—. Después de casarse con mi madre, tuvieron problemas para concebir. Mi padre siempre culpó a mi madre por su incapacidad por darle un hijo.

    >Cada vez que mi madre quedaba en cinta, terminaba abortando antes de los cuatro meses.

    Mudo de asombro por la confesión tan repentina y cruda, Klaus le sostuvo la mano y lo instó a continuar.

    —Hubo cuatro abortos— enunció Cinco inexpresivo—. Después del segundo, mi padre dejó de esmerarse en buscar un nombre adecuado y empezó a numerar porque estaba seguro de que no sobrevivirían. Y en parte tuvo razón. Fue hasta el quinto embarazo que uno de los tantos fetos se logró.

    —¿Cómo es tu madre?— se interesó Klaus, creyendola fuera del país, de viaje probablemente.

    Cinco negó con la cabeza.

    —Mi madre era muy alegre y risueña— recordó—. Su carácter era muy diferente al mío. Creo que heredé la mayoría de los genes de mi padre. Pasamos años muy felices hasta que mi madre tuvo un accidente en su auto al regresar de una fiesta. Chocó contra un muro de contención cuando yo tenía trece años.

    —Cuanto lo siento— conmovido en lo más profundo de su ser, Klaus lo envolvió en un cálido abrazo, lo estrechó tan fuerte que escuchó a Cinco quejarse adolorido por lo bajo—. ¿Te lastimé?

    Cinco fue a negar, pero Klaus advirtió que se sostenía un costado.

    —Déjame ver— pidió.

    —No es nada, Klaus— lo empujó y se puso de pie para ir al servicio de caballeros. Klaus esperó a que se adelantara y lo siguió a una distancia prudencial.

    Ya dentro, Cinco había ido directo a los lavabos. Se levantó un poco el saco y la playera frente al espejo cuando un gemido de disgusto se dejó oír dentro del espacio.

    —¿Qué fue lo que te hizo?

    Sobrecogido, Klaus lo acorraló para poder ver de cerca el extraño símbolo de un tatuaje. Se trataba de un círculo con una estrella en un circuncentro.

    —¿Esto fue parte del experimento?— Klaus sintió que la boca se le secaba y la garganta se le cerraba. Encima del tatuaje vio una horrenda quemadura circular hecha con un objeto oblongo y candente.

    Tarde se dio cuenta de que, al tratar de ayudarlo, había empeorado más las cosas.

    —Ese viejo está demente— insultó, rabioso. Tuvo que descargar un fuerte golpe contra la pared para canalizar todo el enojo que estaba sintiendo.

    ¿Qué clase de padre le haría algo así a un hijo? Sobretodo después de lo que el chico acababa de contarle.

    —Klaus, ¿Harías algo por mi?

    Dominado por el impulso y las emociones, Klaus observó al chico.

    —Lo que sea que me pidas— accedió, abrazándolo con cuidado.

    La mirada de Cinco se volvió opaca.

    —Después de acompañarme a la mansión, quiero que dejes de ir. No vuelvas a presentarte nunca más.

    Klaus entreabrió los labios, escéptico por lo que acababa de escuchar.

    —Jamás te dejaría solo, y menos ahora que se que lo que es capaz de hacer ese loco.

    —No te imaginas el peligro al que estás expuesto— refutó Cinco—. Aún no te lo he dicho todo.

    Klaus le besó el cabello y después la mejilla. Ansiaba derretir el frío invisible que lo envolvía, apartar las sombras que lo rodeaban.

    —Entonces hazlo— rogó— Porque estoy a un paso de ir con la policía.
    ***

    "¿Crees que nunca intenté escapar?

    La policía no hará nada. Lo respaldan porque tiene dinero y por consiguiente, poder"

    A medida que se acercaban a la colosal mansión, la mente de Klaus se hacía un revoltijo. Una parte de él sentía terror y quería ponerse a salvo, huir como el cobarde que siempre había sido.

    Pero nada más ver a Cinco, era como si una fuerza desconocida lo guiará y le diera ánimos para afrontar la situación.

    Fue él quien insistió en llevarlo consigo y hurgar entre las viejas heridas. Ahora que sabía la verdad, se sentía acorralado. Sin embargo pensaba cumplir su promesa y no dejar solo a Cinco Hargreeves.

    Lo quería demasiado como para ser tan egoísta y obedecerle.

    Al llegar al final de la circunvalación de la mansión, ambos frenaron al mismo tiempo sus pasos.

    Claramente ansioso, Cinco aferró el brazo de Klaus, implorandole con la mirada una vez más.

    —Vete— suplicó.

    Afuera de la portalada estaba Reginald, aguardando junto a su brillante limusina.

    Haciendo caso omiso al desesperante ruego, Klaus siguió adelante. Encerró el miedo en lo más hondo y se enfrentó a Reginald haciendo acopio de su enojo y sus deseos por proteger a Cinco.

    —Estaba a punto de salir a buscarlos— gesticuló Reginald, impasible. Entrecerró los ojos y dirigió una mirada de advertencia al jovencito—. Número Cinco, a tu habitación ahora.

    —Si, pa...

    —No— Klaus se interpuso antes de que Reginald siguiera al chico—. Yo lo invité. La idea de salir sin avisar fue solo mía. Si va a castigar a alguien, que sea a mi.

    —Hoy estamos muy impertinentes.

    Molesto, Reginald dio un golpe en seco al suelo con su bastón.

    —No pretendas enseñarme como ser un buen padre.

    "Usted no merece llamarse padre"

    A duras penas Klaus se mordió la lengua para evitar calumniarlo de mil formas diferentes.

    —Podría olvidar este estropicio con una condición— propuso Reginald con parquedad.

    Klaus cerró los ojos unos instantes, imaginándose de que iba la cosa.

    —¿Estás listo para la tercera fase del experimento?

    "Jodase"

    —Si.
    ***


    "Después del accidente de mi madre, mi padre perdió el juicio por completo. Solía experimentar en sus ratos libres desde que ella estaba bien y vivíamos juntos, pero luego...cambió.

    Comenzó a poner avisos en los periódicos para buscar candidatos con quienes llevar a cabo sus descabelladas hipótesis.

    Primero fue Diego. Nunca supe que hacía mi padre cada vez que se encerraba con él en el sótano por horas y horas. En menos de cuatro meses Diego tuvo que ser internado en un sanatorio mental. Se le atribuyó su estado al abuso de sustancias, pero cuando Diego llegó aquí, le dijo a mi padre que odiaba los medicamentos de todo tipo.

    Pensé que se detendría ahí, pero medio año después vino Vanya. Era una prodigio con el violín, y mi padre estaba fuertemente interesado en su talento.

    Decía que sus sentidos auditivos mejorarían si permanecía encerrada en una cámara aislada insonorizada.

    Vanya se cortó la garganta con el arco del violín dos meses después de que llegó a la mansión. "


    En sepulcral silencio, Klaus siguió al millonario anciano hasta una de las habitaciones superiores de la mansión. El relato de Cinco seguía resonando en su cabeza, agobiandolo hasta límites insospechados.

    Reginald Hargreeves usó una llave cruciforme, cilíndrica y con acabado en cruz que le recordó a Klaus vagamente aquel símbolo atrozmente grabado en el torso de Cinco.

    —Adelante.

    Reginald le cedió el paso. Klaus entró, conteniendo apenas los escalofríos de su cuerpo.

    La habitación, en apariencia sencilla, estaba acondicionada como un cuarto de hospital. Había dos camillas al centro de la pieza, ambas separadas y cubiertas por dos gruesos cortinajes blancos y una plancha de metal al costado. Tambien había un monitor cardíaco conectado hasta el fondo y varios instrumentos médicos sobre una mesa.

    —La última fase es la más importante, Klaus. Pero creo que estas preparado.

    Klaus, que había pensado inicialmente que lo llevaría de nuevo al mausoleo, vio sus planes desbaratarse en cuestión de segundos.

    —Recuestate para que pueda inyectarte un poco de tiopental sódico y cloruro de potasio.

    No le dio tiempo a resistirse cuando el filo de la aguja penetró al costado de su cuello como la mordida letal de una serpiente.

    Casi al instante Klaus sintió que se ahogaba. Se le había paralizado el diafragma.

    Al borde de la inocencia, aspiró gruesas bocanadas de aire en tanto sus músculos torácicos se contraían de forma involuntaria. Su ritmo cardíaco se aceleró como una flecha girando sin control hasta la alarmante zona roja del infarto.

    —Solo será un minuto, Klaus.

    Pero Klaus lo sintió como si hubieran pasado horas cuando la segunda inyección le fue aplicada en el costado contrario del cuello y sus pulmones volvieron a llenarse de aire como un globo al ser inflado.

    Despertó encima de la plancha de metal, sin saber cómo, ni en qué momento, Reginald lo había transportado hasta allí.

    El pecho le dolía y leves temblores sacudían su cuerpo en molestos espasmos.

    —Te lo dije...un minuto— junto a la camilla Reginald se quitó los guantes plásticos negros y se acercó para hacer un detenido repaso visual—. Felicitaciones, Klaus. Eres el primero en morir y volver a la vida.

    —¡Esta completamente loco!— sollozando, Klaus se palpó la zona del cuello que tanto le ardía.

    Reginald elevó el mentón con arrogancia.

    —¿Sabes lo que es vivir sabiendo que tu alma gemela esta muerta en vida, su alma residiendo un cuerpo vacío, y su mente muerta?

    Klaus retrocedió espantado hasta la puerta, seguido de cerca por Reginald.

    —Quiero que veas a mi amada Abigail.

    Sorpresivamente Reginald redirigió sus pasos hacia la segunda camilla y retiró la cortina de un tirón.

    El cuerpo macilento de una mujer adulta se hallaba conectado al silencioso monitor cardíaco.

    —Dormida, esperando a ser despertada de su largo sueño.

    Perplejo y sumamente afectado, Klaus se limitó a observar a la distancia, con sus expresivos ojos verdes desbordantes de miedo y llanto a aquella mujer de rostro demacrado.

    ¿Acaso ese hombre era humano?

    ¿Perder a su esposa lo había convertido en un monstruo?

    —Ella vive pero no reacciona— aclaró Reginald las dudas sin expresar—. Sus órganos funcionan, pero su actividad cerebral se ha reducido con los años. Aprendí gracias a los experimentos cómo mantener su cuerpo sano, cómo hacerla volver. Solo hacía falta un detalle, pero era el más importante. Debo agradecerte por ello, Klaus. Jamás se me habría ocurrido utilizar un cerebro tan privilegiado como el de Cinco para drenar en él sus memorias.

    Estremecido por dentro, Klaus dejó de forcejear con la cerradura.

    —¿Qué acaba de decir?— susurró con voz tensa—. No se atrevería.

    Pero Klaus vio, en aquellos pequeños ojos enloquecidos, un furor tan poderoso, que el mismo demonio en persona no podría frenar sus planes.

    —Los necesito. A ti y a número Cinco. Ustedes me ayudarán a traer a Abigail.

    Abrumado, Klaus sacudió frenético la cabeza, apartó la cara al verle acercarse con la jeringa.

    Era su culpa. Había metido a Cinco en ese embrollo por sugerirle a ese demente que lo hiciera parte del experimento.

    De pronto la cerradura emitió un chasquido. El picaporte fue girado desde afuera y Cinco apareció en el vano de la puerta, jadeante y con un corte transversal en la mejilla.

    —Ya no podrás hacer uso de la máquina, padre— espetó, escupiendo las últimas palabras.

    —¿Qué has hecho?

    Con el rostro congestionado de ira, Reginald se abalanzó sobre el muchacho y lo derribó fuera de la habitación.

    Klaus vio horrorizado como el anciano usaba su cinto de cuero para tratar de asfixiar a su propio hijo, su propia sangre.

    El rostro de Cinco perdía color mientras intentaba quitarse el cinto enroscado al cuello. Pataleaba y manoteaba pero nada servía contra la desmesurada fuerza de Reginald.

    Todo era irreal, espantosa y tragicamente irreal.

    "Cinco"

    La visión era espeluznante. Tenía que hacer algo o lo perdería, igual que a Dave.

    Aterrado, Klaus resolvió tomar el estetoscopio de la mesa para enredarlo a su vez en el cuello del viejo. Apenas usó la fuerza necesaria para apartarlo de Cinco.

    Los ojos de Sir Reginald Hargreeves relampagueaban en cólera, pero Klaus se concentró en auxiliar al muchacho. En eso estaba cuando el monitor cardíaco emitió un pitido agudo, pronunciado, alto y prolongado.

    —¡Nooo!

    Desquiciado de desesperación al reconocer el funesto ruido, Reginald corrió hacia la camilla.

    ¡Se moría!

    ¡Su amada moría!

    Tantos esfuerzos. Años y años de experimentos, viajes e inversiones para mantener su cuerpo con vida.

    —Cinco, ¡Ayúdame!— exigió, señalando la jeringa de la mesa al otro extremo del cuarto.

    Klaus comprendió que el anciano había perdido la cordura, pues además de tener la mirada extraviada y dilatada de espanto, parecía no recordar si quiera que instantes atrás había estado a punto de asesinar a su propio hijo.

    —No— susurró Cinco, moviendo la cabeza para reafirmar su negativa—. Ella ya está muerta. Lo estaba desde hace seis años.

    —¡Abigail!— gimió Reginald con una voz que helaba la sangre. Y Klaus fue testigo de cómo aquella perenne máscara de frialdad en el rostro imperturbable del anciano se resquebrajaba como una fuente de porcelana al hacerse añicos, para dar paso a un rostro mucho más viejo.

    El sonido intermitente de la máquina se perdió entre los delirantes gritos de Reginald Hargreeves que, pronto, se convirtieron en histéricos alaridos.

    Cinco se dejó caer de rodillas, cubriendo sus oídos y apretando los ojos para escapar del terrorífico y angustiante cuadro ante él.

    Le costó a Klaus varios intentos por sacarlo de aquel autoinducido trance.

    —Vamonos, Cinco— le acarició la mejilla con el dorso de la mano y lo ayudó a levantarse.

    Conforme bajaban las escaleras y dejaban la mansión atrás, los gritos de desamparo crecían en intensidad. Como si lo único verdaderamente relevante en la vida para Reginald Hargreeves fuera su, ahora difunta, esposa.
    ***

    —¿Qué tal...hijos del destino?

    —Suena ridículo— respingó Cinco, cruzándose de brazos. Klaus sonrió y le alborotó el cabello.

    Habían pasado seis meses desde el suicidio de Reginald Hargreeves.

    Luego de abandonar la mansión aquella noche de pesadilla. Todo su legado había ido a parar a manos de su único hijo.

    Por semanas los diarios matutinos habían explotado aquel espanto suscitado en la mansión del viejo. El descubrimiento del cuerpo de Abigail que, sorprendentemente, había permanecido en estado vegetativo durante más de seis años.

    La policía había sido alertada por Grace. Reginald se había inyectado un bloqueador neuromuscular junto a una elevada dosis de sedantes.

    Ahora los dos yacían enterrados juntos, como fuera la última voluntad del anciano.

    Y lo mejor de todo, Cinco era libre para hacer de su vida lo que quisiera.

    Su primer proyecto era fundar una academia en honor a Vanya y a Diego. Además de un orfanato.

    Luther había sido recompensado económicamente por la horrible mutación de sus brazos y, de vez en cuando, tenían contacto con él.

    —Me gusta academia Sparrow— murmuró Cinco, tomando notas en una libreta.

    Klaus aplaudió la idea.

    —¡Si! Como el pirata de la película.

    —Idiota— negó Cinco, dejándose abrazar por la espalda.

    Gracias a Klaus ahora era libre, y había encontrado una razón de peso para seguir adelante y triunfar en la vida.

    Edited by [Ray] - 23/10/2022, 06:04
     
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