35.º Reto Literario "A Slight Miscalculation" – Cementerio de mascotas, (Árido).

[LouisxOc]

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    Árido.



    Algo grande estaba por ocurrir en el poblado de Ludlow. Louis Creed lo advirtió tan pronto el camión de mudanzas se detuvo del otro lado de la carretera, justo enfrente de su casa, afuera de la cabaña de su vecino Jud. Su querido y estimado amigo, y a quien había evitado los últimos nueve meses en su eterno afán por olvidar la desgracia acaecida hace más de medio año.

    Gage.

    Su pequeño Gage.

    Los cargueros se disponían a bajar los muebles cuando Louis abandonó la silla de madera del pórtico y decidió adentrarse en la casa. Ahora no era más que una derruida, mohosa y polvorienta estructura, sin embargo, cerca de un año atras, ese descuidado inmueble había representado para él un genuino hogar.

    Había albergado esperanzas de que viviría una larga y cómoda vida junto a su amada familia.

    Después de todo, ¿No es eso lo que cualquier hombre a sus treinta y seis años busca?

    Una base sólida en la vida. Casa propia, trabajo estable y una familia amorosa. Para su infortunio, Louis ya no poseía lo último. Aquello que alguna vez significó lo más importante y que, en la actualidad, no existía más. Su amada Rachel no había podido sobreponerse al duro golpe que conlleva la pérdida de un hijo.

    La muerte de Gage les arrancó a ambos el amor que se tenían el uno por el otro, el sentido de protección y los deseos de unión. Todo quedó hecho trizas. Igual que el cuerpo de Gage bajo las ruedas del camión Orinco aquella gélida y fatídica tarde del 16 de mayo, cuando quisieron llevar a cabo un picnic familiar.

    Para evitarse crisis innecesarias, Louis había donado todos los objetos y ropa de su pequeño.

    Tan pronto Rachel se mostró incapaz de hacer frente a los hechos y terminó cediendo a la presión de sus padres de mudarse con ellos y firmar el divorcio, Louis se dio por vencido con todo. Con su matrimonio, con su familia. Si seguía vivo y cuerdo era únicamente porque el aire era gratis y no tenía las agallas para consumar lo que tantas veces se cruzó en su cabeza al ver el cuerpecito deshecho de su hijo en el cajón.

    Ellie. Su adorada Ellie también se había marchado. Pero era lo mejor. Louis no se sentía, (ni lo haría nunca) en condiciones para cuidar de ella. Rachel se la había llevado consigo. Les había fallado. Louis había fracasado como padre, como esposo y como ser humano.

    Sobre la polvorienta y astillada mesa descansaban cuatro pilares de cartas.

    Tres de ellas sin abrir. Y todas con remitente de California. A Louis le sentaba bien recoger las misivas semanales en su correo.

    La primera vez, no pudo leer completa la carta de su pequeña que le rogaba porque se reuniera con ella y su madre.

    Que lo perdonaba, que ella sabía que no había sido su culpa, aunque el abuelo insistiera lo contrario.

    Tal vez lo mejor para el estado psicologico y mental de Louis habría sido abandonar el sitio que tanto dolor le había provocado, y que tanto le había arrebatado. Sin embargo, era como si su cuerpo y su mente obedecieran a leyes extrañas y ultraterrenas. Tenía que estar ahí. Lo sentía su obligación. Era su manera de lidiar con un duelo que ya se había prolongado demasiado. No podía irse hasta que lo aceptara, se resignara, perdonara y superara.

    Gage no iba a regresar. Pese a que, durante el funeral de su hijo, le había invadido un fuerte deseo por hacer lo impensable. Un acto profano. La angustia dentro de él era tanta que, Louis había querido repetir el horror de enterrarlo allá arriba, justo en el cementerio indio. Quizá si Jud no le hubiera contado sobre las atrocidades de intentarlo, y si su delgado raciocinio no hubiera hecho caso, las cosas serían diferentes. No obstante, Gage no estaba. Había muerto, y Louis debía aceptarlo.

    Llevaba un estilo de vida modesto, aburrido y solitario en esa zona sur boscosa de Maine. Aún conservaba su empleo como médico en la universidad, a menos de una hora de camino.
    Además, la casa estaba pagada en su totalidad. No había más por hacer.

    Trabajo, ver los partidos de los medias rojas, hacer maquetas de barcos, escuchar a su grupo favorito 'Ramones' y adelantar sus lecturas e informes médicos. Había desechado del todo su vida social tras la partida de Rachel y Ellie.

    No convivía con sus compañeros de trabajo más allá de las 10 ineludibles horas que pasaba en la unidad médica del campus.

    Taciturno, Louis fue a tomar una cerveza de la nevera. Al dar el último trago, le pareció ver en el hueco de la puertecilla abierta de la alacena un par de ojos color ámbar.

    "Oh, Dios mío. Church"

    La lata le resbaló de la mano, el pulso se le disparó y, a trompicones, Louis fue a encender la luz de la cocina, encontrándose con el tenue brillo de la lampara situada tras dos botellas de whisky.

    Sobresaltado y tremulo, cerró la puertecilla y se talló el rostro para desvanecer el susto. Cuando se serenó lo suficiente y se convenció de que no era el gato (Dos veces muerto) de su hija, pudo respirar con tranquilidad. El cielo lo asistiera si volvía a tropezarse con ese endemoniado animal. Aunque la culpa había sido suya casi en su totalidad, por haber seguido las pavorosas instrucciones de Jud en pos de enterrar el cuerpo del gato en el cementerio indio.

    Ese lugar estaba maldito. Aquel sitio dejado de la mano de Dios y a merced del wendigo, le había arrebatado a Gage. Y por poco había conseguido doblegarlo en base al dolor para que tambien lo enterrara ahí.

    Jud tenía razón en algo. Ese sitio poseía un embrujo inimaginable. Te retorcía la psique hasta apoderarse de tu voluntad.

    Pero ya todo había terminado. Rachel y Ellie estaban a salvo. Y Louis...bueno, no importaba mucho lo que le sucediera en lo sucesivo, porque ya lo había perdido todo.
    ***

    La primera vez que Louis se encontró directamente con Zachary Crandall no fue sino hasta casi tres semanas después del atisbo del camión de la mudanza.

    Era cerca del mediodía. Louis estaba rastrillando la maleza del jardín delantero cuando un jovencito de veintipocos años cruzó corriendo la carretera.

    —Buenas tardes, señor Creed.

    El sol se izaba en el cenit como una esfera incandescente, bañanado las mas de tres mil doscientas héctareas que constituían el verde paraje.

    Usando su brazo como visera para protegerse de la luminosidad, Louis Creed dejó el rastrillo apoyado contra el tronco del frondoso ciprés y se fijó mejor en el muchachito.

    Vestía unos vaqueros deslavados y llevaba una playera blanca holgada sin fajar, a juego con sus zapatillas deportivas.

    Su cabello era de una tonalidad chocolate envuelta en desperdigados destellos dorados.

    De estatura media y delgado como una espiga. Poseía una fisonomía agradable, atrayente. Fueron, no obstante, sus brillantes y enormes ojos color ámbar los que dejaron a Louis sin aliento. No tanto por el bello conjunto que constituían en aquel rostro androgino, como por la similitud con...

    "Son los ojos de Church. Los ojos diabolicos que acechan en la oscuridad"

    No. No era así. Todo estaba en su cabeza. Church estaba muerto y aquella visión de hace unas semanas se debía a una tonta confusión con una linterna de mano que había olvidado encendida dentro de la alacena.

    A prisa, para no ser descubierto en sus inquietantes ideas, Louis se limpió el sudor que le perlaba la frente con el paño de cocina que pendía del cinto de sus pantaloncillos. Oteó brevemente la destellante sonrisa tras los frenillos y estrechó la mano que se le ofrecía.

    El tacto fue a un tiempo cosquilleante y cálido, ameno. Como una fogata crepitando en una fría noche de invierno.

    Louis no se esforzó mucho en devolver la sonrisa. La última vez que sonrió fue la funesta tarde de aquel picnic...

    —Soy Zachary Crandall, sobrino de su vecino— se presentó el apuesto jovencito, señalando la fachada de la cabaña en tanto lo hacía.

    —Hmm...— asintió Louis, antipatico, deseoso de que se alejara. Quería seguir con la poda para irse a dormir un par de horas. Le esperaba guardia en el centro médico y si no aprovechaba, estaría todo el día como...

    "Un muerto viviente"

    Como los ojos amarillos de Church.

    "El gato que enterraste dos veces. El gato que regresó de la muerte"

    —Entonces, señor Creed— dijo Zachary—. Mi tío me pidió que le invitara a beber una cerveza en el porche.

    —Hmm.

    —Dice que echa de menos sus charlas. Me ha contado mucho sobre usted y le estaremos eternamente agradecidos por aquella vez que dio asistencia medica a mi tía. Le salvó usted la vida. De no haber estado...

    —Hmm— lo interrumpió Louis, medio ensimismado en la bella mirada ambarina.

    Estaba cansado... a muerte.

    ¡Y que bien se le daba el humor negro ultimamente!

    —¿Nos hará el honor de acompañarnos esta noche?

    Louis negó, lentamente, cansinamente. Jud no comprendía, no llegaba siquiera a imaginarse lo afectado que había quedado luego del accidente de su hijo.

    Desde antes su cordura ya se había desestabilizado. Cuando Church volvió de su sepulcro para atormentarlo unos meses antes de que Louis finalmente se armara de valor físico y moral para dormirlo.

    Church ya no estaba. Gage tampoco. Su ex esposa y su hija se habían ido de su lado. Y su mejor amigo, aquel viejo sabio que vivía atravesando la carretera, le esperaba para conversar.

    Louis no quería conversar, sino olvidar. Pero estaba atado a ese pueblo maldito. Si se iba...bueno, ¿A dónde iría en primer lugar?

    Los ahorros de toda su vida se habían ido en esa casa. Y Gage estaba sepultado en un cementerio a pocas millas de allí. Si Louis se iba, le estaría dando la espalda a los restos de su hijo.

    Church había sido su responsabilidad. Sembramos lo que cosechamos. Y ahora Gage tambien lo era.

    Gracias al cielo no se había dejado manipular por el poder corrompido que despedía ese lugar.

    —Iré— accedió al cabo de un rato de cavilación.

    Dolía.

    Los cambios herían, perder a las personas que amamos, a las que debíamos proteger, dolía como los mil demonios.

    ¿Pero qué ganaba Louis aislandose en su dolor?

    Fue su negativa a lidiar con el mismo lo que le catapultó al abismo en primer lugar. Jamás debió intentar construir una muralla protectora de engaño al mentir a Ellie sobre la muerte de Church. Debió, en cambio, haberle enseñado a afrontar, a asumir que los cambios sucedían todo el tiempo. Que la muerte era algo, si bien doloroso y dificil de aceptar, natural e inevitable.

    Eran lecciones que él mismo empezaba a comprender, aunque no a aceptar. Quizá, con el tiempo, si el mismo Dios que le dejó a su suerte, se compadecía ahora de él, Louis aprendería a resignarse y a perdonarse. Sin embargo, de momento, el cambio, la aceptación y el perdón eran cuestiones que, por el sufrimiento que conlleva asimilarlas, costaba alcanzarlas todas juntas.

    —Lo esperamos a las siete. Le deseo una buena tarde, señor Creed— se despidió el muchacho, dando la vuelta para alejarse.

    Cansado de rastrillar las quebradizas hojas de los robles, Louis se recargó en el árbol y siguió con su mirada apagada y distante, el recorrido cauteloso por la carretera del esplendoroso joven. Luego se preguntó, al verlo entrar a la casa, si habría aceptado la invitación de haber sido Jud quien se lo hubiera pedido directamente.

    La respuesta fue clara como el albor que se abría en el horizonte.

    Con toda seguridad que no.
    ***

    Terminando de afeitarse, Louis meditó, al pasarse la toalla por el rostro humedecido, si estaba haciendo lo correcto.

    Desde la muerte de Gage, tenía que someter y analizar todas sus desiciones, como si el mínimo error cometido pudiera acarrearle nuevamente resultados catastróficos. Pero no era así, ya no más. No después de haber perdido a todos sus seres queridos.

    Solo pasaría a saludar a Jud, fingiría que estaba bien, bebería una cerveza y retornaría a su solitario y frío hogar, cuyos escalones de madera laqueada no dejaban de chirriar cada vez que Louis los pisaba.

    Una vez que se roció de colonia y tomó su saco del perchero, supo que no había vuelta atrás. Y supo también, como quien atisba una indirecta en plena conversación, que todo el tiempo había intentado no pensar en el sobrino de Jud.

    Aquel joven apuesto y amable.

    "Y sus ojos dorados. Grandes, expresivos, cautivantes"

    Cruzar la carretera no supuso ningún coflicto físico, pero, durante un brevísimo instante, Louis sintió que debía quedarse ahí en medio y esperar. Solo esperar.

    Como si su cuerpo fuera de metal y un imán gigante bajo tierra se asegurara de mantenerlo ahí. Después escuchó la bocina de un auto y tuvo que terminar de cruzar.

    Confundido por el reciente evento que lo implicaba, Louis sacudió la cabeza. Se vio tentado a sacar un sedante del frasquito que llevaba en el bolsillo interno de la chaqueta. Y lo habría hecho, de no ser porque Zachary Crandall se acercó a él, no caminando, sino corriendo y con un semblante de preocupación total.

    —¿Se encuentra bien?

    Falto de aire, Louis fue a responder que si, pero desde hacía tiempo que sus pensamientos ya no coordinaban, y tampoco pensaba racionalmente.

    Movió la cabeza para asentir mientras era conducido por el joven hacia el interior de la casa.

    —¡Por amor a cristo!, ¿Por qué te detuviste, Louis?

    Ahí estaba Jud, sentado a la mesa rectangular del comedor, luciendo diez años más viejo desde la última vez que lo vio en el funeral de su hijo. Louis comprendió que habían visto el incidente desde la ventana y, de nuevo, sus dedos rozaron el frasco que descansaba a la altura de su pecho.

    —Ya esta bien, siéntate. Te traeré una cerveza y después me contaras qué has hecho.

    Louis tomó asiento en el taburete. Hasta ese momento entendió que posiblemente había sido él quien deseó morir arrollado. Ninguna fuerza fantasmal, nada del otro mundo, solo él y la culpa de no haber llegado a tiempo.

    Solo unos centímetros y habría podido salvar a Gage. Había rozado el gorro de su chamarra. Si que lo había tocado. No fue su imaginación.

    Confuso, se miró las manos, esperando encontrarse con el trozo de tela rojo que había pertenecido a la prenda. Nada. No había nada en sus manos, pero si que había algo anidado en su pecho. El vacío abismal, la penetrante angustia, la nada absoluta y ardiente que le erizaba la piel ante el mero recuerdo de las ruedas del camión que no dejaron de girar sino hasta varios metros adelante.

    —Señor Creed, ¿Puedo ofrecerle alguna otra cosa?

    Zachary, que no había dejado de observarlo con ese brillo de preocupación en la mirada, tomó asiento a su lado.

    —Si...no...— y por primera vez en un año de soledad, Louis Creed rompió a llorar en los brazos de un extraño. Aquella noche fue la primera vez de muchas cosas.

    ***

    Por regla general, Louis prefería guardar sus lágrimas y derramarlas en solitario, porque sabía que le haría mal llorar frente a otros, incluso contenido por otra persona.

    Sin embargo, aquella noche que aceptó por primera vez en meses, salir a tomar una cerveza al otro lado de la carretera, fue como si el conjuro de apatía que lo mantenía cautivo desde la muerte de su hijo y la posterior partida de Rachel y Ellie, se hubiera roto.

    Se sentía liberado.

    Y había sido como quitar un dique de sus emociones. Se había desbordado. Por fin había sacado todo lo que no pudo en el funeral de Gage.

    Cuando Jud había regresado de la cocina, llevando un paquete de seis cervezas, Louis aceptó beber la mitad.

    Parloteó sobre lo ocurrido ininterrumpidamente, como si el accidente de Gage hubiera sucedido apenas el día anterior y, luego, se levantó, consciente de la expresión de alarmante preocupación de su vecino.

    —Zach, se un buen muchacho y acompaña a Louis a su casa— pidió Jud.

    Lo había dicho como si su vivienda se hallara a millas de distancia.

    A Louis le habría hecho gracia de no sentir los nervios destrozados a causa de los recuerdos reprimidos hasta entonces.

    Zacharias Crandall, que había escuchado atentamente su relato, más con un bosquejo de tristeza que de preocupación, accedió enseguida.

    —Puedo ir solo, Jud— dijo Louis, pero no rehusó que el muchacho fuera tras él. A saber si se habría dejado arrollar en ese estado.

    Cruzar la carretera fue sencillo.

    Louis, que tenía los sentidos un poco embotados por el alcohol, se detuvo en el porche del jardín semimarchito de su casa y aspiró hondamente mientras contemplaba el claro resplandor de la luna en cuarto menguante.

    —Señor Creed, es mejor que descanse— sugirió Zachary, angustiado.

    Louis pensó que sería imposible siquiera intentar dormir en una noche asi de apacible, donde el mismo viento parecía susurrar su nombre. Pero no lo dijo. En cambio, murmuró un vago agradecimiento al guapo sobrino de su vecino.

    —¿Sabe?— musitó Zachary al ver sus intenciones por entrar. Louis se detuvo para escucharlo—. Mi tío realmente lo aprecia. Él cree que usted aún se culpa por el accidente, y aunque se que no me dice todo, noto culpa tambien en sus ojos. Asi que, si necesita alguna cosa, puede pedirla.

    —¿Caminarías conmigo un rato?— pidió Louis, influenciado por la pesadez etílica de las cervezas.

    Ese fue su segundo error de la noche.
    ***

    Quizá, habría sido lo mejor y más conveniente, que Louis mantuviera el claustro al que voluntariamente se había sometido aquellos crudos meses donde su cordura estuvo a punto de quebrarse.

    Habría sido lo apropiado, lo más prudente y sensato, el haber permanecido recluido el resto de sus días. Al menos así habría llegado a alcanzar la aceptación y la paz mental que tan desesperadamente Louis necesitaba.

    Pero cayó ante los encantos de aquel joven. Fue absolutamente irremediable, como verse sometido por un embrujo. No hubo retorno. Tan pronto se internaron en el bosque, Louis comprendió que lo que no quería, era quedarse solo de nuevo. Sus deseos por tener compañía, por efímera que esta fuese, se intensificaron tan pronto habían atravesado la carretera.

    Louis no quería quedarse solo con los demonios internos que amenazaban con querer destruirlo. Vivir bajo la sombra del tortuoso recuerdo de Gage, le había arrebatado toda la felicidad que alguna vez albergó dentro de sí.

    No recorrieron más de dos kilómetros antes de que Louis, espantado ante la sola idea del rumbo que estaban tomando sus pasos, decidiera retroceder.

    Espantado, desistió con la idea de la caminata, instando en cambio a Zachary a que lo acompañará de vuelta a su casa.

    Casa, no hogar.

    Invitarlo a pasar era una labor cortés obligatoria de la que Louis no quiso prescindir. Aún si no lo consideraba correcto.

    El jovencito de relucientes ojos mieles accedió a hacerle compañía con una taza de té de manzanilla, a ser posible.

    Louis lo dejó pasar y lo alentó a tomar lo que quisiera (Y hubiera), dentro de la nevera o los gabinetes. Desde la partida de Rachel había dejado de preocuparse por mantener llena la alacena.

    De suerte que el chico pudo prepararse un té de canela.

    El simple aroma le dio escalofríos a Louis. Aquello le hacía recordar el funeral de Gage. Litros y litros de café y té de canela servidos en la sala de la funeraria antes de su pelea con el padre de Rachel.

    —Señor Creed...

    —Deja de tutearme— pidió Louis, tomando asiento a la mesa. La ebriedad se le había pasado como si le hubieran arrojado una cubeta con agua helada encima—. Asi que, Zachary, si no te incomoda que pregunte, ¿Qué fue, exactamente, lo que te contó Jud sobre mi?

    Necesitaba saberlo. Saber si se había hecho mención del cementerio de mascotas, del atroz incidente con Church, y de cómo Louis casi perdió el juicio y estuvo a nada de llevar a su propio hijo a la cima maldita.

    Zachary, que ya había bebido media taza del té, dejó su bebida a un lado, se limpió las comisuras de los labios y habló en un marcado tono de educación.

    —Me contó de cuando usted...— calló al notar que Louis entornaba la mirada, molesto—. Cuando te mudaste con tu familia. Me hablo de la encantadora Ellie, del travieso de Gage...

    De inmediato Zachary se retractó de sus palabras. La simple mención del nombre había hecho a Louis tiritar, quizá de dolor o de espanto ante los recuerdos del cadáver destrozado de su retoño.

    —Me habló de tu bella esposa...

    —Ex esposa— le corrigió Louis, creyendo que era lo adecuado. Rachel no quería volver a verlo. Era la peor escoria del mundo.

    —Su ex esposa— enmendó Zachary—. ¿Sabes una cosa, Louis?, me gustaría que mejor tu me contarás lo que quieras.

    Se había rendido con la conversación. Louis sintió genuinos deseos de reír porque había orillado al joven a aquello. Generalmente cuando uno empieza a meter la pata, es lo que hace, dejar que la otra persona exprese su punto de vista sobre los hechos.

    Además, existían temas que no se debían tocar por nada del mundo...

    —Ya tuve suficientes recuerdos por un día— manifestó, cautivo de los brillantes zafiros dorados, de la tentadora y tímida media sonrisa del jovencito—. ¿Por qué no me dices algo acerca de tu vida?, ¿Qué te trajo a Ludlow?, ¿Piensas quedarte un buen tiempo?

    Louis se mordió la lengua al formular la última pregunta. Acababa de dar a entender que había visto el camión de la mudanza. No quería ser cotilla. Odiaba a los cotillas. Por eso nunca se llevó bien con su odioso suegro.

    Extrañamente Zachary no objetó al respecto, antes bien amplió su sonrisa y pareció relajarse de que la conversación tomara una vía menos melancólica. La vida entera de Louis era melancólica, trágica y absurda.

    —Vine de visita— aclaró—. Pero si pienso quedarme una temporada. Desde la muerte de Norma, mi tío ha descuidado su salud. Casi no sale de la cabaña, se siente solo y triste.

    Louis asintió, entendiendo perfectamente las sensaciones de Jud. Pero era preferible mantener distancias. Cada quien llevaba su propia desgracia a cuestas.

    "Cada quien es responsable de lo que siembra.

    El corazón humano es el lugar más árido, Louis"

    Pensativo, Louis desvió la mirada hacia el único retrato de su familia que había dejado intacto con un imán sobre la nevera.

    Era un recuerdo vacío y solitario. Ver esa foto lo lastimaba, porque sabía que nada de lo plasmado en esa imagen regresaría.

    Aunque los muertos si que regresaban.

    —¿Por qué decidiste acompañarme?— murmuró Louis con la mirada perdida en la foto.

    Zachary parpadeó incomprensivamente, como si no hubiera captado el objeto de una pregunta tan obvia.

    —La verdad— insistió Louis, a la defensiva.

    Notó que un tenue rubor le subía a Zachary por las pálidas mejillas, haciéndolo lucir encantador.

    —Lo vi en el pórtico el día que llegué— reconoció, escudándose con otro sorbo de té frio—. Le ruego que no me juzgue, pero me pareció apuesto y cuando mi tío me contó que eran amigos...

    Aquello tomó desprevenido a Louis por muchos motivos. El primero era que, de algún modo, lo había intuido. El acercamiento tan torpe de Zachary, sus balbuceos y excusas para hablarle. Le había gustado, y era recíproco. Lo extraño era que, hasta hacía poco, Louis se creía completamente heterosexual.

    ¿Lo era?

    No recordaba haberse interesado en ningún hombre en su vida. Pero había algo en el cálido jovencito de ojos mieles que le atraía.

    —¿Te gustaría salir alguna vez?— las palabras brotaron casi por inercia.

    De nuevo Zachary parpadeó, entre apenado y confundido.

    —Me encantaría.
    ***

    La llegada de Zachary Crandall a Ludlow, le había dado a Louis, una razón sólida por la cual querer levantarse en las mañanas.

    Los primeros dos meses de conocerse, sus salidas fueron cortas y un tanto incómodas. Louis sentía que bordeaba un terreno desconocido y no quería arruinar tan rápido lo que recién surgía entre ellos. Bastante mal le ponía el desconocido asunto de su recién descubierta sexualidad para, encima, empezar con dudas.

    Por otra parte, salir, independientemente de si era con un chico, había apaciguado su decaimiento y el lóbrego vacío que dejó la marcha de Rachel.

    No hacía nada malo, porque ya no estaba casado, pero iniciar una relación también le volcaba la realidad encima. Aquello significaba que por fin estaba aceptando su estado actual, lo que implicaba, a su vez, aceptar la muerte de su hijo, la separación inminente con la que creyó el amor de su vida, y un sinfín de prerrogativas más que surgían con el paso de los días.

    Pese a todo, la llegada de Zachary supuso un nuevo inicio a la caótica vida de Louis.

    Ahora se preocupaba por su físico. Quería verse bien en todo momento. Salía a correr a orillas de la carretera a horas tempranas, se rasuraba sin falta cada semana, se acicalaba bien el cabello.

    Pero el cambio no se limitó a la apariencia de Louis. Deseos inhóspitos por querer restaurar su vivienda surgieron en él.

    Louis había empezado a cuidar su odiado jardín más que nunca. Regaba las flores, podaba el césped, cortaba la hierba muerta. En apenas dos semanas se dio tiempo suficiente para reemplazar el viejo y astillado entarimado de las escaleras por uno nuevo.

    Asimismo se encargó de reparar la gotera de la sala que llevaba meses fastidiandolo. Pintó la fachada, aseguró los postigos de las ventanas del garaje. Aquellos seguros rotos que le trajeron tantos dolores de cabeza con la resurrección de Church.

    "Y de las cenizas que se haga la vida.

    Y de la tierra que salga lo sacrílego"

    Esa noche de luna nueva, al terminar de hacer el amor en la habitación que antaño perteneciera a Louis y Rachel, Louis tuvo la certeza de que algo dentro de él estaba cambiando. Podía sentirlo, estaba iniciando el proceso de aceptación que en vano le tomó a él sólo meses recorrer.

    Jadeando sobre el cuerpo desnudo del jovencito, Louis ladeó el rostro y se vio reflejado en el cristal de la ventana. Ya no era el rostro consumido, pálido y ojeroso, sino uno revitalizado, un rostro vivo y enamorado. El semblante de quien, finalmente, se ha perdonado a si mismo sus errores pasados.
    ***

    Zachary Crandall era un estudiante de veintidos años, universitario. Había crecido en un ambiente sobreprotector, con unos padres que habían velado por su educación y su cuidado en todo momento. Hijo único nacido en Nueva York.

    Poco acostumbrado al aire rural, Zachary había frecuentado pocas veces Ludlow, encontrando el poblado más bien aburrido y ruidoso.

    En lo último no se equivocaba. Inclusive a Louis, que estaba habituado al constante bullicio del centro de Chicago, en su hogar primerizo, le había tomado tiempo acostumbrarse al frecuente alboroto de los camiones que pasaban a todas horas.

    Zachary se jactaba, además, de llevar una vida tranquila y monótona, tanto así que, no había puesto reparos cuando su tío Jud lo invitó a quedarse un tiempo con él una vez que Zach estuviera libre de sus actividades estudiantiles. Cursaba ya el último semestre en administración de empresas y, aunque no era la carrera de sus sueños, había aprendido mucho sobre liderazgo, gestión pública y planeaciónes estratégicas.

    Pero una vez que obtuviera el título, Zachary no se decidía a ejercer para alguna empresa establecida o hacer caso a su padre y aceptar un préstamo para invertir en su propio negocio. Un emprendimiento de ese calibre conllevaba al menos un par de meses de planeación. De ahí llegó la idea de las vacaciones. Zachary necesitaba, no solamente despejar un poco, sino tambien recibir un consejo para terminar de decidirse. Y Jud había sido su primera opción, y la única.

    Cuando el mismo Jud le sugirió a Zachary que lo visitara, surgió el momento idóneo para una retirada fugaz y fortuita. Un escape del hogar.

    Conocer a Louis, en cambio, fue el respiro que tanto anhelaba.

    —Dime, Louis ¿Qué cosas te asustan?

    La pregunta había surgido de la nada, mientras descansaban uno al lado del otro, recostados a la sombra sobre el césped. Era una cálida tarde de primavera y habían decidido pasar el tiempo restante del día juntos.

    Luego de tres guardias continuas en el hospital, Louis ansiaba resguardarse en otros brazos, probar el sabor de los labios de Zachary y hacer de cuenta que nada más importaba.

    Pero aquella pregunta le había despertado un malestar interno que creía erradicado. Casi por reflejo, Louis dirigió la mirada hacia el caminillo de piedras que serpenteaba desde la ladera hasta el bosque y más adentro, hacia territorio sagrado...o más bien, maldito.

    —Me asusta lo que no conozco— respondió en voz baja—. Aquello que no puedo percibir a plenitud o que escapa de mi comprensión.

    —Interesante— asintió Zachary, dibujando una sonrisa cuando Louis lo tomó de la mano—. Hace aproximadamente diez años, acudía con mis padres al centro comercial cuando nos tocó presenciar un accidente terrible— contó con aire melancólico, envuelto en viejas remembranzas—. Un auto chocó contra un árbol a mitad de un camellón, pero había un transeúnte pasando cerca cuando ocurrió...fue grotesco. El cuerpo del hombre quedó prensado entre el árbol y la defensa destrozada del coche. La ambulancia no podía hacer nada porque su cuerpo estaba prácticamente cercenado a la altura del abdomen. Entonces, si movían el cuerpo, se desmembraría.

    Louis estuvo tentado a pedirle que se callara y que hablaran de otra cosa cuando Zach meneó la cabeza, quizá consciente de lo inapropiado del recuerdo.

    —Nunca en mi vida sentí tanto miedo como cuando vi a aquel hombre malherido, luchando contra la vida y la muerte— remató—. Hasta la fecha aún tengo pesadillas.

    —La muerte siempre es un tema delicado— profirió Louis, mirando hacia la vastedad del cielo—. La aceptamos como podemos y cuando podemos. Pero a veces es imposible de asimilar.

    El recuerdo brumoso de Gage se disolvió tan pronto Zachary se levantó y se le subió encima para incitar a que lo besara.

    Louis lo hizo, fue un beso agridulce pero igualmente reconfortante.
    ***


    Era fin de semana y Jud quería que fueran a cenar a la cabaña. Esa fue la primera mala señal que recibió Louis.

    Estaban a mediados de marzo. La ventisca helada de principios de año comenzaba a sentirse en las inmediaciones.

    Por ello, Louis eliminó de tajo su costumbre de dejar siempre abiertas las ventanas.

    Así y todo, el frío que manaba de las profundidades y en derredor del húmedo bosque y, se colaba por entre las rendijas de la casa, calaba hasta los huesos.

    La rama de un olmo arañaba ocasionalmente el vitral inferior, produciendo un molesto chirrido que terminó por despertar a Louis. Llevaba aplazando cortar las ramas desde la semana pasada. Pero, bueno, ya se encargaría de eso mañana. De momento había cuestiones más importantes de las cuales encargarse.

    Circunspecto y sintiéndose invadir por un frío que nada tenía que ver con el albor matutino, Louis abandonó la cama y permaneció de pie a orillas del colchón, contemplando a Zachary dormir plácidamente, con el brazo alargado hacia el lugar de Louis. Sus cabellos castaños rematados en mechas doradas caían desperdigados por la almohada.

    Estaba desnudo, apenas cubierto con la fina sabana blanca.

    Louis se preguntó si, a partir de ese momento, todos los años serían iguales. Sentía irreal estar de ese modo. Se estaba, literalmente, enredando, con el sobrino de su vecino y antaño mejor amigo.

    Quizá fuera esa sensación la que tenía a Louis ligeramente intranquilo. Zachary le había comentado la noche anterior los deseos de su familiar por invitarlos a cenar.

    Era lógico intuir que Jud ya sospechaba algo. Últimamente Louis pasaba demasiado tiempo junto a Zachary. Puede que incluso más del que alguna vez le dedicó a Rachel.

    Se había atado a la presencia del joven porque era su impulso y motivación diaria. Zachary, con su juventud y su atractivo físico, habían sacado a Louis del fango que casi lo había devorado por entero. Louis se había asido a él como quien, a punto de caer al vacío, se sujeta de la única cuerda a las proximidades.

    Pese a ello, quería a Zach. Su vibrante animosidad hacia mella en el, antaño apagado, estado de ánimo de Louis.

    El asunto equivalía también a que no tendría más hijos.

    Era lo idóneo.

    Louis no podría responsabilizarse de ellos, aun si en su fuero interno lo deseaba.

    La mañana pintaba tranquilidad cuando Louis Creed salió en su desvencijado chevrolet para ir a su trabajo en el campus.

    Las primeras horas en el instituto todo fue normal. Pero la segunda mala señal llegó mientras Louis tomaba una siesta vespertina de cinco minutos durante el almuerzo. Era lo usual. La pesadez solía embargarlo luego del desayuno y, regularmente, no había pacientes por atender hasta llegado el mediodía.

    Mientras dormitaba en el escritorio, con la cabeza descansando sobre los brazos, Louis se vio a si mismo recorriendo aquel empedregado y endemoniado camino que conducía hacia el cementerio micmac. Lo hacía motivado por la misma fuerza extraña que brotaba desde la tierra maldita y que, lo atraía, tiraba de él como si el mismo Louis estuviera hecho de cuerdas.

    Ya estaba llegando al bloque de troncos cuando la diminuta figura le salió al paso.

    Louis sintió que su alma abandonaba su cuerpo en un exhalido cuando se topó con Gage.

    El niño estaba en una sola pieza, pero su cuerpo estaba cubierto de múltiples golpes, torceduras y heridas. Su frente surcada por un corte profundo apenas oculto por la sangre seca que lo cubría.

    Louis no encontraba su propia voz para articular nada. Quería pedirle perdón, quería, desesperadamente, abrazar el maltrecho cuerpecito de su pequeño.

    El pequeño que nunca llegaría a ser un adulto.

    No podría estudiar, ni tener una carrera.

    No podría convertirse en nadador olímpico, o en un reconocido abogado.

    No saldría con una chica, ni se casaría y formaría su propia familia.

    Sería por siempre un niño.

    Y todo por culpa de Louis.

    —No, papi— negó Gage, con la manita ensangrentada extendida al frente, tratando de impedirle que siguiera avanzando.

    Louis caminó otro paso hacia él, y la silueta de Gage se desvaneció en la neblina, dejando en su lugar el cuerpo putrefacto de Victor Pascow.

    —No lo haga, doctor— le ordenó el espíritu. Aún tenía aquel supurante agujero que dejaba a la vista la masa encefálica—. La profecía aún puede ser cambiada. Deje que la naturaleza siga su curso. No altere su destino o lo pagará muy caro.

    Louis se tocó la garganta. Se sentía ahogar, incapaz de pronunciar nada. Las extremidades agarrotadas y una turbación que lo hacía temblar violentamente.

    Justo cuando Pascow se acercaba, Louis despertó. El corazón casi se le salía del pecho, y tenía los ojos húmedos de llanto.

    "Gage..."

    ¿Qué no hiciera qué cosa?

    ¿Ir al cementerio micmac?

    ¿Por qué lo haría?

    Alterado, Louis tomó su maletín con el instrumental médico, selló su pase y salió del campus, inundado de un presentimiento espeluznante y una fuerte zozobra.

    "La profecía aún puede ser cambiada"
    ***

    La tercera mala señal no llegó hasta pasadas las seis de la tarde, cuando Louis ya se alistaba para presentarse en casa de Jud.

    Se estaba anudando la corbata cuando el teléfono del comedor empezó a sonar.

    El mismo aparato que llevaba meses sin usarse y, del cual, Louis había prescindido casi por completo. Sin embargo seguía pagando las facturas por si alguna emergencia surgía.

    Sin ánimos, Louis descolgó el aparato. Con toda seguridad se habrían equivocado de número.

    —¿Diga?

    —¡Papi!— la voz histérica y llorosa de Ellie lo recibió del otro lado de la línea—. No vayas, papi. Gage no quiere que subas allí, y Pascow tampoco.

    Con mucho esfuerzo, Louis siguió sosteniendo el teléfono contra su oído. La sangre se le había congelado en las venas.

    —¿Louis?— esta vez fue la voz de Rachel la que resonó del otro lado de la línea—. Ellie insistía en llamarte. Tuvo una pesadilla horrible y se la ha pasado llorando y diciendo que tenía que avisarte... ¿Qué ocurre, Louis?...no respondes las cartas de Ellie, ni siquiera has intentado contactarnos, ¿Es que ya ni siquiera te importamos?

    —No...no es eso— tuvo que se acercarse la silla para no caer de la impresión.

    ¿Acaso Ellie había tenido la misma pesadilla?

    ¿Qué podría significar?

    ¿Cómo evitarlo?

    —Cuídate, Louis— se despidió Rachel. El sonido intermitente de la línea siguió emitiéndose por varios segundos más, hasta que Louis pudo asimilar la llamada y devolver el aparato a su lugar.

    De pronto ya no le parecía tan buena idea ir a casa de Jud. Quizá ese era el aviso del más allá. Tenía que quedarse en su casa esa noche. No salir para nada.

    De ese modo, estaría seguro.

    Todos lo estarían.
    ***

    Faltaban menos de diez minutos para que dieran las ocho. Louis tenía casi una hora de retraso.

    Jud no quería importunar, pero bastante malo era ver a su sobrino caminar ansioso por toda la casa mientras la cena se enfriaba.

    —Tal vez no vendrá, Zachary— esclareció, desistiendo con la idea de llamarle. Louis estaba cruzando la carretera. Resultaba evidente que el doctor y antiguo camarada suyo no quería asistir a la cena.

    —No, él vendrá— lo contradijo Zachary, yendo por su chamarra hacia el respaldo de la silla en el comedor.

    "Me lo prometió" pensó antes de salir a buscarlo.

    Esa fue la última vez que Jud volvió a verlo con vida.

    ***

    Louis no quería salir de la casa. No pensaba abandonar su habitación hasta la mañana siguiente. Tenía un lúgubre presentimiento abatiendose sobre él y era menester que se tranquilizara. Ya vería después la manera de disculparse con Zachary.

    Le mentiría de ser necesario. Aunque Louis era un pésimo mentiroso.

    Seguro estaba siendo paranoico con el asunto. Los niños tenían pesadillas todo el tiempo. Y más Ellie. Ella se había visto afectada por muchos cambios en poco tiempo.

    Pero...¿Y la pesadilla con Gage y Pascow?

    No.

    Se estaba dejando intimidar por una tontería.

    Contrariado, Louis sacudió la cabeza, apagó el televisor que en esos instantes sintonizaba un partido repetido de los medias rojas y bajó a la planta baja.

    Faltaban solo seis minutos para las ocho. Aún no era muy tarde. Si quería, todavía podía ir a la casa de Jud. Inventaría que se había quedado dormido y luego se armaría de valor para decirle a Jud sobre su relación con Zachary. Era lo correcto, y lo que el chico también quería.

    No había mejor momento para formalizar la relación que ese.

    Convencido de este hecho, Louis abrió la puerta. Dio cuatro pasos fuera.

    Todo sucedió en cámara lenta. Zachary acababa de cruzar la carretera cuando el enorme camión orinco de tres ejes se volcaba metros atrás, derrapando e impactando con el Mercedes Benz que conducía delante. Todo lo que vio Louis fue al vehículo saliendose intempestivamente del camino y embistiendo de lleno a Zachary contra el viejo olmo cuyas ramas Louis se había olvidado de podar.

    El cuerpo del jovencito quedó apisonado entre el derruido tronco y la parte delantera del coche.

    A Louis se le cayeron las llaves de la mano. Movió los labios, negó con la cabeza. Sintió un indecible malestar, un agudo horror en donde el suelo se abría bajo sus pies y caía. El delgado filamento de su cordura amenazó con trozarse.

    "Nunca en mi vida sentí tanto miedo como cuando vi a aquel hombre malherido, luchando contra la vida y la muerte"

    Louis no recapacitó hasta varias horas después del accidente.

    En casa de Jud, le pareció hallarse atrapado a la mitad de un velo surrealista donde la pena y el dolor predominaban. Y era tan hondo, tan fuerte e insoportable que, te impedía ver nada más allá de lo acontecido.

    Ahí estaba Louis, compungido, parado frente a la ventana, con la mirada afligida y los labios resecos, bebiendo una cerveza tras otra, como si fuera sed y no dolor lo que sentía, lo que le martillaba el pecho sin descanso.

    —Louis.

    Y aunque debería estar apoyando, dando el pésame y alentando a Jud, fue este quien se acercó para contenerlo.

    Los familiares no tardarían en presentarse, los padres de Zachary incluidos. Louis no estaría ahí para entonces. Aunque albergaba la esperanza de poder despedirse en solitario.

    Despedirse.

    ¿No era una palabra demasiado hueca y dolorosa?

    Las despedidas dolían, pero esa clase de despedidas sempiternas, destrozaban.

    Era como si el destino se empeñara en arrebatarle hasta el último gramo de felicidad que Louis pudiera haber encontrado en la vida.

    —Escucha, Louis— siguió Jud, acompañándolo con una cerveza—. Estoy viejo, pero no tengo un pelo de tonto y lo sabes. Estoy enterado de que Zachary y tu...bueno, eso no me incumbe, pero quiero tener la certeza de que no intentaras una tontería, cualquiera que se te ocurra.

    Con ojos opacos, Louis lo miró y dio otro sorbo a una nueva cerveza.

    —¿Hacer qué cosa, Jud?— lo instó a comunicarle lo que, tanto él, como Jud, se habían imaginado. Fue apenas un segundo, revelador y siniestro, como el tañido de las campanas que anuncian la próxima misa.

    —No vayas, Louis— suplicó Jud, agachando la cabeza con cansancio—. Pasa la noche aquí si así lo deseas. Tengamos una partida de dominó hasta que amanezca. No me quedaré seguro si solo te vas.

    Los labios de Louis se estiraron, sin alcanzar a formar una sonrisa, después sus comisuras se curvaron levemente hacia abajo.

    —No se a qué te refieres, Jud— se bebió el resto de la cerveza de una sola vez—. Pero debo ir a dormir. Mañana tengo guardia en el hospital y necesito estar descansado. Perdona si no te acompaño esta noche.

    Mentiras.

    Todas mentiras.

    Y habían brotado por primera vez, tan naturales, que el mismo Louis se había creído a sí mismo.

    Lo cierto es que su mente empezaba a perfilar otros planes. Planes confusos. Algo dentro de su cabeza había colapsado, como la estructura de un edificio al ser dinamitado.
    ***


    El gélido y crudo viento de la noche parecía silbar su nombre cuando Louis, movido por una fuerza que no era suya, se internó en el bosque con el cuerpo en brazos. La sábana lo cubría y, diminutas manchas escarlata se esparcían por la inmaculada tela, como pequeños pétalos floreciendo.

    Era el caprichoso destino lo que le había hecho coincidir con el traslado del cuerpo de Zachary al campus de la universidad a falta de transportes por el cierre de la carretera rural.

    Saberlo tan cerca, detonó en Louis aquellos deseos que tanto había tratado de reprimir.

    ¿Por qué tenía que renunciar a todo lo que amaba?

    ¿Para qué servía la ética y la moral cuando no podía sostener en sus brazos a la persona que lo había sacado del hundimiento de su ser?

    Era como si todo lo que se acercara a Louis, estuviera destinado a correr un final funesto.

    Y al diablo con las profecías. Al demonio con las pesadillas y los presentimientos oscuros.

    Lo de Church había sido un caso único y diferente. El gato de Ellie llevaba días muerto, pero lo de Zachary era reciente. Muy reciente. Tanto así que ni siquiera se le había practicado la tanatopraxia. Su cuerpo no estaba corrompido por el formaldehido todavía. Todo estaba dispuesto para que Louis pudiera hacer aquello que tenía en mente. El escenario era idóneo, pero lo fue aún más cuando el personal abandonó su puesto y Louis se quedó a solas con el cuerpo en la sala de esterilización de la clínica.

    No le llevó más de un par de minutos hacerse con el cuerpo y conducir su coche de vuelta a su hogar.

    Hogar.

    Ya podía llamarlo así desde que Zachary entró a su vida.

    ¿Por qué cambiar las cosas?

    ¿Qué necesidad de padecer tanto agobio cuando la solución a todos sus problemas estaba subiendo la cima?

    "Ajaja. Vamos allá"

    La tierra pantanosa se le adhería en las suelas de los zapatos a medida que Louis caminaba sobre el fango, deslizandose como un intruso entre la densa vegetación del ruidoso y oscuro bosque.

    Se oía un chasquido de huesos a la lejanía, pero solo eran las ramas de los sauces al ser azotadas por el inclemente aire nocturno.

    Estremecido de espanto, Louis se frenó al escuchar el agudo lamento de las almas en pena, que no eran tal cosa, según palabras de Jud. Se trataba de los somormujos. Aquellas aves escandalosas que gustaban herir los tímpanos de quien osara penetrar esa zona del bosque.

    Louis reía y lloraba en cada paso. Tenía los nervios hechos trizas y no entendía a qué extraña ley obedecía su cuerpo para no querer detenerse ni retroceder.

    Era su culpa.

    Tenía que remediarlo.

    Iba a arreglarlo.

    Todo volvería a ser como antes. No más sufrimiento innecesario. Podrían irse a vivir lejos, llevaría a Zachary a Chicago, a su antiguo hogar. Le mostraría todo lo que tenía planeado antes del terrible accidente que no debió suceder.

    Las lápidas del cementerio de mascotas estaban cuarteadas y mucho más erosionadas de como Louis las recordaba. Señal inequívoca de que sus dueños habían dejado de subir.

    Por el pueblo no habían dejado de circular rumores de que una fuerza oscura acechaba el interior del bosque. La misma fuerza siniestra que parecía tirar de las atrofiadas articulaciones de Louis, ayudándolo a sortear con facilidad los obstáculos como si hubiera pasado a través de ellos cien veces antes.

    Arena movediza, neblina, estanques repletos de serpientes venenosas y, a su espalda, el sórdido clamor de una bestia de dimensiones inconcebibles, cuyas atronadoras pisadas bastaban para tirar abajo los más frondosos árboles. Luego vino el camino de apilados y viejos troncos que Louis subió y bajó con facilidad, como si pisara encima de la misma tierra. El truco era no mirar abajo, no dudar y, por último, no tener miedo.

    Tambaleándose de agotamiento, Louis llegó a la empinada cuesta de la escalera. Los enormes escalones de piedra tallada tejían el camino hacia el mismo cielo.

    Los brazos de Louis se habían entumecido a causa de la carga y el largo trayecto.

    "Peso muerto"

    Una lágrima le escurrió por la comisura del ojo.

    Ya era muy tarde para preguntarse si hacía o no lo correcto. El cementerio maldito parecía haber sido fundado sobre tierra prohibida y maldita. Pero...¿No pecaron Adán y Eva al comer un fruto prohibido y maldito antes de ser desterrados por Dios?

    El hombre obedecía su propio impulso, su voluntad.

    Si algo como el cementerio de los micmacs existía y había sido utilizado antes, ¿Por qué iba Louis o cualquier otro a renunciar a semejante tentación de traer de vuelta a su ser querido?

    Zachary ya estaba muerto, nada podría hacerle más daño, y si acaso le sucedía lo mismo que a Church...bueno, Louis se haría cargo. Porque se debe cosechar aquello que uno mismo siembra.

    Y si, puede que el fondo del corazón humano fuera el sitio más ruin, árido y egoísta de todos, pero a veces no había elección.

    En ocasiones, el dolor ganaba, y si eso pasaba, todo estaba perdido.

    Después de llegar al último escaño, las rodillas de Louis empezaron a flaquear. Dejó el cuerpo sobre la tierra de consistencia caliza y se retiró el pico y la pala que había sujetado con una cuerda de nylon a su espalda.

    La luna iluminaba con su platinado manto el espacio abierto del cementerio.

    Espiral. Todo era una espiral. El símbolo del infinito grabado en la tierra sagrada, en las escaleras, en los troncos.

    ¿Quiénes serían los primeros en pisar ese territorio?

    Movido por la tristeza, Louis usó primero el pico para remover la endurecida tierra junto a las piedras, después cavó un agujero de unos ochenta centímetros. No hacía falta ir más allá, solo lo suficientemente hondo para meter el cuerpo.

    Y lo hizo. Acomodó el cuerpo rígido y helado, sin detenerse a mirar el mal estado del mismo. Ya había tenido tiempo de sobra para leer el informe médico de las lesiones de Zachary Crandall.

    Traumatismo torácico, esguince cervical, paraplejia.

    ¿Podría caminar?

    No debía preocuparse por ello ahora. Church estaba irreconocible cuando Louis lo enterró, y sin embargo, el gato volvió...

    "Como una fría máquina de cazar"

    Extenuado hasta lo impensable, Louis se retiró el sudor del rostro y siguió deslizando la pala en la tierra blanca para cubrir el surco.

    La labor estaba casi concluida.
    ***

    En la madrugada, Louis despertó, sacudido por un fuerte sobresalto a causa de una pesadilla que ahora se presentaba lejana e incomprensible.

    Agitado, se volvió para ver la hora en el reloj del buró.

    Las 4:37 a.m.

    Aun era temprano. La universidad abría después de las siete y Louis no pensaba acudir ese día. Los brazos le dolían demasiado, como si hubiera pasado la noche entera haciendo repeticiones con pesas. Los músculos le latían adoloridos, tanto así que tuvo que ir al cuarto de baño por unos relajantes musculares.

    Su mente era una maraña de pensamientos, ideas a medias, recuerdos brumosos a los que Louis no deseaba asomar, por miedo más que otra cosa, pero además, le dolía la cabeza. Se le había ido la mano con las cervezas de ayer.

    Las pastillas no llegaron a la boca de Louis. El horror de verse las manos ampolladas, maltratadas y llenas de tierra, le provocó un pánico tal que, poco faltó para que se desvaneciera.

    Temeroso y estremecido fue a verse las suelas de los zapatos, ahí donde el lodo se había secado formando una película gruesa de tierra, hojas y guijarros.

    "El corazón es el más árido, Louis"

    Desconcertado Louis se llevó la mano al pecho, luego a la garganta y finalmente a la boca, donde hizo presión para contener el grito que estaba próximo a salir.

    La profecía.

    Pascow y Gage le habían advertido. Ellie también lo hizo, e incluso Jud le suplicó que no lo hiciera.

    El bloqueo mental se desvanecía para dar paso a los recuerdos. El trágico accidente, el cuerpo, el recorrido maldito.

    Había sido ingenuo al creerse libre del maleficio y el poder corrosivo del cementerio.

    Siempre estuvo ahí, durmiendo dentro de él, esperando el momento oportuno para atraparlo.

    Cauteloso, Louis se acercó a la ventana para mirar la casa de Jud. Desde ahí no alcanzaba a distinguir más allá de las ventanas empañadas y la mecedora del pórtico vacía.

    Jud debía estar dormido.

    ¿No habían reportado la desaparición del cuerpo todavía?

    ¿Lo estarían buscando?

    Louis se alejó de la ventana y fue a buscar su maletín para preparar un fuerte sedante, solo por si acaso.

    ¿Y qué si Zachary volvía bien?

    ¿Cómo sería vivir al lado de un muerto?

    Ya nada sería lo mismo. Pero el fondo del corazón de Louis era tan árido, que había anhelado por todos los medios erradicar el dolor del duelo.

    Su dolor por encima del bienestar de Zachary.

    Acababa de ir en contra de todos sus principios éticos. Lo de Church fue diferente porque no estaba enterado de nada. Pero ahora lo sabía, ¡y tanto que lo sabía!

    Había estado a nada de enterrar también a Gage.

    Lentamente Louis bajó las escaleras, deteniéndose en el descansillo al ver los pares de huellas de barro que iban desde la puerta hacia el fondo del corredor.

    Una oleada de escalofríos trepidó por su nuca al advertir la diminuta forma de trébol de las segundas huellas.

    "Huellas de gato"

    Presa del miedo, Louis sostuvo verticalmente la solución dentro de la jeringuilla y caminó resuelto hacia el comedor.

    Primero fue el tenue brillo de dos pequeñas esferas amarillas titilando en la oscuridad, después dos luceros mieles ligeramente más grandes resplandeciendo al centro del comedor.

    —Louis.

    La voz cavernosa de Zachary emitió un tétrico eco, acompañado de un maullido.

    —Te traje un obsequio, Louis.

    Louis encendió la luz. La silueta de Zachary le devolvía una mirada inexpresiva y vacía, carente de reconocimiento. Estaba cubierto de tierra y pese a todo ¡sonreía!.

    —Zachary— lo nombró Louis, pasmado.

    Estuvo a punto de dejar caer la solución cuando un nuevo terror le sobrevino al ver a Church paseando torpemente debajo de la alacena.

    —Ch...Church— tartamudeó Louis, sosteniéndose del marco de la puerta.

    —Lo encontré en el cementerio de mascotas— relató Zachary sumido en una enajenación mental que hizo retroceder a Louis—. Pensé que te alegrarías de verlo. Mi tío me contó que lo querías mucho— se levantó y avanzó con pasos torpes hacia el doctor.

    Atrapado en medio de una indecisión horrorizada y sus frágiles sentimientos, Louis dejó caer la jeringa. Abrazó el cuerpo de Zachary, cuyos gestos habían dejado de ser naturales, sus movimientos se percibían lentos y metódicos.

    ¿Realmente era él?

    ¿De qué clase de fuerza maligna y magia oscura se valían los Micmacs para traer de vuelta a los suyos?

    —Te amo, Louis.

    Louis se dejó seducir por el fulgor opaco de los ojos mieles que solían recibirlo con afecto al despuntar el alba.

    Un ligero silbido rasgó el aire antes de que el objeto metálico fuera introducido de lleno en su espalda.

    Hubo un desgarro, un grito ensordecedor y un maullido prolongado y maligno.

    Church saltó a la mesa y después al cuerpo apuñalado de Louis.

    Los dos pares de ojos mieles, fueron todo lo que vio Louis, antes de desvanecerse, arrastrando consigo imágenes aleatorias de su familia y Zachary.

    "Perdóname, Dios mío"

    A partir de entonces, todo fue oscuridad.

    Edited by [Ray] - 30/10/2022, 04:13
     
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