Encanto | Todo está bien [BruGus] [K]

Volvía Agustín a Casita tras cortar leña para el fuego, el sol aún se mantenía en lo alto.

Estaba emocionado, silbaba contento porque la madera había sido excepcionalmente buena, porque al volver a su casa se encontraría con su esposa, sus hijas... y porque las abejas se habían hartado de él.

Casita le saludó con el picaporte y Agustín correspondió a pesar de tener los brazos entumecidos.

Entró.

Le recibió la escena de Camilo y Mirabel tratando de resolver un acertijo, su Abuela les cuidaba. A su lado, Félix le pedía opinión a Pepa sobre su nuevo sombrero. Por su expresión, parecía aprobado de sobra. No vio a las chicas así que supuso que estarían jugando adentro.

Agustín no reparó demasiado en ellos, primero quería encontrarse con Julieta.

Caminó hacia la cocina, sin embargo antes de entrar notó que ella no estaba sola. Agustín no se consideraba chismoso, ni mucho menos celoso, pero decidió quedarse en el corredor hasta escucharlos mejor.

Las voces se acercaron y él pudo reconocer a la otra, ¡era Bruno! ¡Se estresó por nada!

Los dos se encontraron con Agustín, Bruno le sonrió tímidamente y bajó la cabeza para romper contacto visual. Agustín se rió por inercia.

Julieta sacudió sus manos en el vestido, y le besó en la mejilla. Agustín estuvo a punto de replicar con mucha más pasión, pero antes de que pudiera pensarlo, Bruno besó su otra mejilla.

De una forma tan simple pudo provocarle todo tiempo de emociones y de colores en su cara. No fue hasta que se calmó que con su característica sonrisa ladina pudo abrazar a los dos hermanos. Ellos le abrazaron a su vez. Casita con sus tejas los juntaba a los tres.

Agustín sentía una felicidad tan grande que era vertiginosa, su corazón latía con la fuerza de un terremoto y su cuerpo lo hacía de igual manera. Era tan difícil mantenerse en pie que terminó desplomándose. Entonces miro a su alrededor y se dio cuenta, no era su corazón, era todo el Encanto el que temblaba.

[...]

— Mi vida, ¿estás bien?—preguntó una somnolienta Julieta.

— No te preocu...—intentó calmarla pero un reloj de mesa cayó encima de su cabeza. Agustín gimió de dolor. Le costó reubicarse, parecía que se había ido de la cama en algún momento, y como eso no era suficiente para su suerte, había rodado hasta golpearse con la dichosa mesita.

Se levantó sobándose la nuca, Julieta aún le miraba preocupada mientras él se metía de nuevo a la cama.

—¿Quieres comer algo? ¿Aún te duele?— Preguntó acariciando su brazo.

— No.— Denegó él y puso su mano sobre las pequeñas palmas de Julieta. Aunque no había ninguna luz, pudo distinguir la preocupación en el rostro de su esposa. Se sintió miserable. — ¿Cucharita?— Sugirió débilmente.

— Sí... Te amo. — Susurró Julieta y los dos se juntaron. Agustín la abrazó y besó su cuello. Sabía que no se dormiría de nuevo.

[...]

No era la primera vez que su cuñado protagonizaba sus sueños, pero nunca con tanta cercanía. Parecía que cuantos más años pasaban desde su ida, más abrazos, besos y toques furtivos compartían. Al despertar siempre sentía una gran emoción pensando en lo ocurrido y luego una profunda angustia al darse cuenta de que todo fue un sueño.

Agustín no hablaba con nadie de ello, no se lo merecían ni su esposa ni sus hijas... Ni el propio Bruno.

No sabía cómo decir que lo que le angustiaba de sus sueños no era ver a Bruno, sino que el profeta no estaría ahí para cuando se despertara sin admitir que lo creía muerto. Tampoco podía aceptar que la vida en sus sueños, simple, sin vejaciones por mala suerte y con las personas que más quería compartiendo esa sencillez le hacia más feliz que su vida corriente.

Por eso, siempre que se levantaba a medianoche con el corazón en la garganta tomaba la decisión de cerrar los ojos, y sin pararse a razonar por un momento, decirlo.

— Todo está bien.