La marca del dragón 🐉🏰 {Omegaverse, +18, fantasía, dragones, mpreg}

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    Aileana

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    CAPÍTULO 1: Ryo
    SPOILER (click to view)
    El silencio nunca había generado tanta expectación. Las calles cubiertas de un blanco manto de nieve fresca que no dejaba de caer libremente sobre los adoquines de piedra. Las estrechas calles de la pequeña población únicamente alumbradas por las llamas de los farolillos colgantes de cada puerta y ventana. Una luz titilante que acompañaba el silencio previo a una gran celebración.

    Las únicas dos tabernas de la aldea abarrotadas de gente esperando el gran momento. los comensales sentados a las mesas de madera, en silencio, como marcaba la tradición. Algunos rezando, otros comiendo en silencio. Ni una gota de alcohol se serviría antes del gran momento.

    Miradas ansiosas y piernas inquietas bajo las mesas. Habían esperado meses aquel momento, pero nadie creía que fuera a pasar antes de lo previsto. ¡Un mes antes de lo previsto! La preocupación inundaba la población, casi en el mismo porcentaje que lo hacía la alegría y la ilusión.



    Colina arriba y dentro también de las murallas, el castillo se elegía con todos sus farolillos apagados. Solo se encenderían todos cuando llegase el momento. Esa era la señal para la gran celebración. La guardia personal y caballeros del lord y su cónyuge, en silencio, rodilla hincada en el suelo de piedra del patio interior del castillo. sus cabezas mirando al suelo, espadas desenfundadas y frente a ellos. Ambas manos sobre la empuñadura, como el día que juraron lealtad a su señor. La fría nieve cayendo sobre sus cabezas y sus capas. Era la tradición, y así permanecerían hasta el gran momento.



    Un grito desgarrador inundó las estancias personales del Lord y su cónyuge. El omega sobre el lecho, solo vestido con una camisola larga blanca, piernas abiertas, respiración agitada y cuerpo sudoroso. El Lord, su marido, tras él, ofreciendo sus manos para que su pareja pudiera aliviar el dolor atroz de cada contracción. Un batallón de sanadores y criados cambiando el agua hirviente de los recipientes.



    El alfa sentado en el lecho tras su omega abandonó una de sus manos para retirarle los rebeldes mechones sudorosos de la frente. Los cabellos oscuros de su omega habían ganado un brillo especial durante el embarazo. Sus ojos de brillo cariñoso y esperanzador, ahora brillaban aterrados y cansados.

    Lo estás haciendo muy bien.- Le susurró el alfa antes de dejarle un beso sobre sus cabellos. - Estoy aquí contigo, lo estaré siempre.

    El omega asintió repetidamente con la cabeza mientras trataba de respirar hondo.

    Una nueva contracción sacudió su cuerpo y un grito desgarrador abandonó su garganta.

    Isas…- Llamó a su alfa en un lamento.- No puedo más…

    Lord Isas se aferró a las manos de su marido, sus ojos turnándose entre la matrona que examinaba el estado del cuerpo de su omega y la mancha de sangre que había dejado el tapón mucoso al principio del parto.

    La matrona alzó la mirada de entre las piernas del omega para mirar a los futuros padres y asintió. Allí estaba la señal, aquella tortura acabaría pronto.

    Kane, amor mío. - Le consoló el alfa.- Eres el hombre más fuerte que conozco, sé que puedes hacerlo, sé que puedes traer a nuestro hijo al mundo.

    Kane asintió de nuevo mientras varias gotas de sudor caían de su frente, ya había perdido la cuenta de cuántas horas habían pasado. Las manos de la matrona se posaron sobre sus rodillas, la señal para empujar.

    Lo traeré. -Gritó en una contracción mientras empujaba.



    Un grito desgarrador cruzó la noche, lo oyeron los guardias de la muralla, lo oyeron los habitantes afinados en sus casas y en las tabernas. Lo oyeron los caballeros en el patio interior del castillo, justo antes de que una figura negra alada descendiera sobre ellos. Apenas mediría un par de metros de largo. Negro como la noche, de escamas satinadas y ojos de color amarillo amanecer.



    Un dragón.

    No, una cría de dragón.

    Criaturas de leyendas, para quien creyese en ellas. Hacía tanto tiempo que nadie veía un dragón que se había llegado a creer que su existencia nunca sucedió. Sin embargo, todos sabían de la leyenda de la marca del dragón.

    Como el primer rey había llegado al trono montado en un dragón, con la marca de su huella reptiliana sobre su pectoral izquierdo y, el dragón con una mancha en su pigmentación que emulaba una mano humana. También en el lado de su corazón.

    Pero el tiempo de los jinetes no era más que un periodo histórico plagado de leyendas.



    El grito del reptil surcó la noche rasgando el silencio sepulcral. Solo en las estancias de los Lores se había camuflado mientras el Omega empujaba a cada contracción que sufría su cuerpo. El segundo gruñido llenó la estancia de los lores. Todos quedaron en silencio, solo dejando al omega romper aquel momento con sus respiraciones y quejidos.



    ¿Qué ha sido eso? - Preguntó el alfa, dirigiendo su mirada hacia la ventana, sabiendo que nadie podría contestarle si no iba él mismo a ver qué sucedía.

    Otro grito del omega le devolvió a su atención principal, su familia, su marido, su hijo.

    Con una mirada rápida y un movimiento de su cabeza, ordenó a un guardia a averiguar que era aquello.

    El hombre se acercó a la ventana obedeciendo a su señor y en cuanto asomó su rostro por el hueco de la piedra, su tez palideció.

    En el patio interior del castillo, los guardias y caballeros se habían apartado del centro de la estancia y habían roto formación, pero era por una buena razón.

    Una cría de dragón de apenas 2 metros de largo, negra como la noche, salvo una pequeña mancha blanca en sus escamas sobre su corazón. La bestia no prestaba atención a los humanos de su alrededor. Se hallaba sentado, con sus alas plegadas y su cola inmóbil sobre el suelo. En guardia, mirando hacia la ventana de los aposentos de los Lores.

    Mi señor… no se va a creer…

    Pero no pudo explicar nada, pues un grito desgarrador de Lord Kane le interrumpió. Un último grito y una exhalación sonora que dieron paso a un agudo llanto. Un pequeño bebé rosado salió del interior del Lord, aún unido por el cordón umbilical, cubierto en sangre, con una maraña de pelo oscuro sobre su cabeza.

    Nadie podía quitarles ese momento. Los recién estrenados padres solo tenían ojos para aquel pequeño humano que acababa de llegar a sus vidas. La matrona posó al bebé desnudo sobre el pecho del omega, quién, recostado sobre el cuerpo de su alfa, abandonó las manos de su marido para acunar al recién nacido. Sus ojos llenos de lágrimas, sus labios temblorosos. El mundo había dejado de existir. Solo importaba aquel pequeño bebé sobre su pecho.

    Isas, Isas…- Llamaba el omega a su alfa, con voz temblorosa, mientras acunaba al pequeño que inauguraba sus pulmones a llantos.

    El alfa miraba por encima de la cabeza de su omega al pequeño. Apoyó su mejilla sobre el cabello de su marido, una lágrima abandonó sus ojos.

    Es precioso y fuerte.

    Nuestro pequeño Ryo.- Pronunció el omega el nombre del pequeño por primera vez.

    Mientras los llantos del pequeño inundaban la estancia, sus padres observaron algo curioso de su pequeño heredero. Una mancha, sobre su pecho. como una huella de reptil. Más oscura que su tono de piel. El alfa lo identificó casual instante y su tez se puso tan pálida como la del guardia.

    Un rugido cortó el aire y, mágicamente, los llantos del pequeño cesaron. EL pequeño ryo abrió los ojos dejando a la vista su color amarillento. Lord Kane busco la mirada de su alfa, que parecía tan sorprendido como él.

    No puede ser…- Musitó el alfa.

    Mi señor, - Le interrumpió el guardia, a lo que ambos, tanto el alfa como el omega le dedicaron una mirada.- en el patio… tiene que verlo.

    El alfa se levantó cuidadosamente de su posición y sustituyó su presencia con todas las almohadas que pudo encontrar. Mientras la matrona instaba al omega de empujar una vez más para expulsar la placenta y cortar el cordón umbilical, Lord Isas se acercaba a la ventana de sus aposentos con caminar pesado. Los latidos de su propio corazón retumbando en sus oídos.

    Y por fin lo vio. La pequeña cría de dragón, con la mancha en forma de palma de mano humana sobre su pecho. Miró rápidamente a su marido y a su hijo recién nacido, con la boca abierta y mirada incrédula.

    Kane…-Llamó a su omega, quien cansado arropaba al pequeño en sábanas. Él le miró, nunca le había visto con aquella expresión.- Has dado a luz a un jinete de dragón.

    Las palabras quedaron suspendidas en el silencio de la habitación, mientras hacían mella en las mentes de los allí presentes.

    La matrona fue la primera en reaccionar. La mujer mayor de tez arrugada y pelo cano se desplomó de rodillas sobre el suelo e hincó su frente en la piedra.

    Bienvenido sea, portador de la marca del dragón.

    Para sorpresa de los lores, aquel gesto se extendió a todos los testigos. En segundos, tenían la estancia plagada de gente arrodillada. Pero no solo ellos, al oírles, los caballeros y guardias en el patio hicieron el mismo gesto en dirección a la ventana de sus señores. El dragón por su parte seguía sin inmutarse.

    Mi amor…- Le llamó Kane.- no me encuentro bien…

    Lord Isas llegó a tiempo para coger en brazos a su primogénito, antes de que su omega quedara inconsciente. Lo llamó repetidas veces, presa del pánico, la matrona regresó rápidamente a su posición para examinar al omega. Estaba sangrando y mucho.

    En un abrir y cerrar de ojos los sanadores y criados rodearon a Lord KAne intentando salvar su vida.

    Mientras, con su hijo en brazos, pegado a su pecho, Lord Isas rezaba a los dioses para que no se llevaran al amor de su vida.

    Tardaron casi tres horas en estabilizarlo, las horas más aterradoras de la vida de Lord Isas. Pero por fin había pasado el peligro. Su omega estaba descansando, aunque una sombría noticia se cernía sobre su recuperación. Ya no podrían tener más hijos.

    Señor…- La voz de uno de sus caballeros más allegados, le despertó de su concentración. Sentado en una silla mientras acunaba el pequeño cuerpo de su hijo, ahora dormido.- Deberíamos encender las antorchas.

    Cierto, las antorchas. Mientras su omega se recuperaba y la imagen del dragón aún inmóvil en el patio interior del castillo habían ocupado toda su atención, no había ordenado el encendido de las antorchas.

    Lord Isas asintió y miró a su marido durmiente sobre el lecho. Con Kane recuperándose y su hijo entre sus brazos, era momento de hacerle saber al pueblo que su heredero había llegado al mundo. Su caballero se retiró para dar la orden.

    Lord Isas por fin se levantó se su asiento y caminó hasta la ventana con el pequeño Kyo en brazos.

    Los ojos amarillos del dragó se posarón en él. ¿En él?, no, en él no, en su hijo. Fue entonces cuando el pequeño Kyo abrió los ojos de par en par, como si notara aquella conexión entre humano y bestia.

    Un jinete. - Susurró el lord manteniendo contacto visual con el recién nacido.- Mi hijo es un jinete de dragón.




    CAPÍTULO 2: Jinete de dragón

    SPOILER (click to view)
    El primer rey fue el último jinete de dragón que se conoce, forma parte de la leyenda y del misticismo de la familia real. Buena cuenta de ello hace el escudo de la casa real, mostrando un dragón de perfil a dos patas y con las alas desplegadas.

    Sería lógico pensar que, si en algún momento volviera a aparecer un dragón, su jinete pertenecería a esta familia. Sin embargo, el nacimiento de un niño omega en una familia noble de las montañas del norte sorprendió a todo el país. Un niño con la marca del dragón en su pecho, un dragón que apareció en plena noche.

    Dos semanas después del nacimiento de Ryo, todo el país conocía la noticia. La confusión hizo presa a todas las familias nobles. ¿Cómo era posible? ¿Un jinete de dragón que no pertenecía a la familia real?

    Después de tanto tiempo esperando, ¿significaba eso que cualquiera podía dar a luz a un jinete?

    A medida que iban pasando las semanas, otro rumor se extendió como la pólvora. El niño era un omega, quien lograra emparejarse con él, podría hacerle preste a la familia real y reclamar el trono.

    Los sectores contrarios a la corona vieron esto como una oportunidad única para sus intereses.



    Cientos de cartas llegaron a las manos de Lord Isas y Lord Kane, pidiendo la mano de su único hijo para emparejarlo con otros alfas nobles.

    Contratos de emparejamiento desde la cuna, ofertas con una recompensa como incentivo, como si estuvieran pagando por un animal. Lord Isas entró en cólera. Rechazando aquellas ofertas con gran rabia y dejando claro que su hijo no era ninguna mercancía.

    Lord Kane se recluyó del mundo, queriendo proteger a su pequeño bebé de todo mal, no quiso separarse de él en ningún momento.

    Hasta que por fin ocurrió.

    Una mañana, cuatro meses después del nacimiento de Ryo, un mensajero real llegó a la aldea. En sus manos, una misiva con el sello de la casa real.

    Los reyes, en aquella carta, les felicitaban por su recién formada familia. Sin embargo, lo más importante era que les brindaban protección, a cambio de que su hijo, en un futuro, se convirtiera en caballero para la familia real.

    Ambos Lores quedaron sorprendidos. La familia real les garantizaba una protección exclusiva, mientras que su hijo cumpliera con una educación para convertirse en caballero de la familia real.

    Lord Isas quedó satisfecho. Él mismo había combatido junto al rey en varias contiendas y habían llegado a forjar una buena amistad.

    Su majestad conocía el carácter del Lord y sabía perfectamente que no accedería a ningún contrato matrimonial.

    Lord Isas redactó y envió una misiva con su aprobación y en pocos días, la noticia se hizo pública.

    El rey protegía al jinete del dragón.



    17 años después



    Lord Kane respiró hondo relajado, con un grueso libro entre sus manos. El crepitar de la chimenea, el olor a madera quemada y la tenue luz de las llamas acompañaban su estado de ánimo. Una fría tarde de otoño, tranquila y silenciosa. Cerró los ojos un instante, teniendo muy presente la tormenta que se acercaba por el horizonte.



    —¡Nunca me habían insultado así en mi vida!— Lord Andrew salió de la estancia contigua, su rostro rojo de furia y vergüenza. ¿Cuántos días les había honrado aquel Lord con su presencia? ¿Uno? ¿Tal vez dos?

    Era un nuevo récord para su hijo.



    Lord Kane respiró hondo de nuevo, invocando toda la paciencia de su ser. Pero en cuanto hizo ademán de levantarse, notó la presencia de la fuerte mano de su marido sobre su hombro.



    —Yo me encargo, quédate tranquilo.—le dijo en voz baja antes de ir tras Lord Andrew.



    Lord Kane se levantó lentamente de su asiento para luego estirar su delgado cuerpo. Aquella situación no era nueva. A un año de mandar a su hijo al entrenamiento como caballero de la familia real, numerosas familias se habían vuelto a interesar por la mano de Ryo.

    Una procesión de nobles y amores había asediado la aldea, semana sí y semana también. Pero ninguno había logrado conseguir la aprobación de su hijo. De hecho, Lord Kane, a veces se planteaba si había supervisado bien la educación de su hijo.

    Ryo sabía leer y escribir en varios idiomas, era ágil con los números y versado en literatura e historia. Por otro lado, era un niño-mono.

    A los siete años escaló el muro norte de la muralla porque, en sus palabras “le parecía divertido”. A los diez comenzó a volar sobre Kuro, su dragón. Y desde entonces no había día que no surcaran las nubes juntos, para disgusto de sus padres, realizando piruetas casi mortales.

    A los once, él y su mejor amigo, Elias, hijo del primer caballero de su padre, se escaparon al bosque con Kuro para “vivir aventuras”.

    Entrenaba con los caballeros y guardias del castillo en esgrima y lucha. Aunque su cuerpo no era muy musculoso, era ágil y rápido.

    Lord Kane se llevó una mano a la frente en gesto agotado. Su hijo había demostrado ser un alma inquieta y con un carácter rebelde. A veces le consolaba pensar que era lo normal. Su hijo se había criado en las montañas, en pleno bosque. Nunca había tenido las restricciones de las grandes ciudades o las obligaciones de un noble de alta cuna.

    Además, le recordaba a su marido, Lord Isas. Un alma libre y salvaje que le había conquistado, sacándolo de la sociedad reprimida de la gran ciudad y le había enseñado un mundo más crudo, más libre.



    —Ryo, te estoy viendo.— le llamó, cuando aparecieron dos manos colgando del hueco de la ventana.— ¿cuántas veces te tengo que decir que no salgas por la ventana?



    Un joven de cabello oscuro como la noche y ojos amarillos se alzó sobre la piedra hasta sentarse en el hueco de la ventana. Con un metro setenta de altura y su cuerpo delgado, piernas largas y tez pálida. Debía admitir que su hijo era bien parecido. Los nobles que aparecían por puro interés en su puerta, acaban completamente prendados de la apariencia del joven. Su cabello liso caía sobre su nuca y sobre su frente.



    —¿Y arriesgarme a que padre me vea? No, gracias.



    Lord Kane miró a su hijo con una ceja alzada. Ahí estaba su mayor desventaja. En cuanto su hijo abría la boca, se daba por expuesto su carácter resistente y poco convencional para un noble refinado y bien educado.



    —¿Acaso crees que yo no puedo castigarte?—le respondió el Lord.



    El chico se encogió de hombros y le sonrió con confianza.



    —Tú eres más comprensivo en estos temas, papá.—Le respondió con un tono ligeramente más dulce en su voz.



    Lord Kane apretó los labios ante aquel tono de voz, ya conocía muy bien los trucos de su hijo.

    Aunque tenía razón. En cuanto a disciplina, Lord Kane había sido el encargado de castigar a su hijo por cualquier mal comportamiento.

    Como aquella vez que, cuando Ryo tenía ocho años, el y Kuro asaltando la cocina del castillo para atiborrarse de dulces.

    Nunca nadie había visto a un niño de ocho años y a una cría de dragón de seis metros con la cabeza apoyada en la pared, castigados. Mientras su padre les regañaba a ambos.

    Sin embargo, en cuanto al asunto de desposarse, era Lord Isas quien se encargaba de impartir disciplina. Nunca había obligado, ni obligaría a su hijo a casarse con nadie, pero el mal carácter de Ryo le exasperaba.

    “Es un niño de campo, como tú.” Solía decirle Lord Kane a su marido. “No sé qué esperas.”



    —Vete, que no te vea tu padre, tiene que estar que echa humo. —cedió Lord Kane a la sonrisa de su hijo quien, sin pensarlo dos veces, se dejó caer por el muro del castillo.—Yo no sé para qué tenemos escaleras…



    ~~~



    Por la puerta principal del castillo entraron los caballeros de Lord Isas, entre ellos, Elias. Heredero de un gran parecido con su padre. De cabello corto y puntiagudo color chocolate, ojos amables del mismo color y rasgos fuertes. Como su cuerpo, grande y musculoso. Digno de un alfa ejemplar. Su padre le había entrenado personalmente para seguir el linaje de caballeros familiar. Y su gran ventaja, por otra parte, era ser el mejor amigo del hijo de sus señores.

    Él y Ryo se conocían desde siempre, apenas les separaban dos años de edad, siempre estaban juntos, jugando, entrenando y, como no, metiéndose en líos.



    —Oh, vaya.– le llamó la atención el comentario de uno de los soldados.—Parece que Lord Andrew ya se va.



    Elias levantó la vista hacia la comitiva del Lord, quien preparaba su carruaje para la salida. Tuvo ganas de reír a carcajadas y tuvo que morderse las mejillas para evitarlo. Otro más, otro noble rechazado por Ryo.

    Dentro del patio de entrenamiento, junto a los establos y el hogar de Kuro, el dragón, se encontraba Ryo, ensillando a su bestia, dispuesto a salir de nuevo a surcar los cielos.

    Elias entró a lomos de su caballo y en dirección a uno de los escuderos.



    —Hey.—Saludó a Ryo mientras se bajaba del caballo y le entregaba las riendas al escudero.



    —Hey. —Le contestó el pequeño noble con una sonrisa.— ¿Qué tal la expedición?



    El caballero en funciones se encogió de hombros y con el yelmo bajo el brazo se acercó a su mejor amigo.



    —Nada fuera de lo común. Si hay tropas del país vecino cerca de la frontera, no es por el norte.—le comentó mientras observaba con Ryo ajustaba las bridas de su silla de montar al cuerpo del dragón.— he visto que Lord Andrew ya se va ¿qué tiene de malo este?



    El tono socarrón de su amigo le sacó una sonrisa al joven heredero.

    Ryo se giró de nuevo hacia Elias e hizo una media sonrisa como si intentara mostrarse algo incómodo con la situación, aunque la verdad era que ambos se divertían con aquello.



    —No sé, ¿huele mal?



    Ambos soltaron una sonora carcajada y Elias le dio una palmada como respuesta en el hombro.



    —Vas a tener que buscar una mejor excusa para librarte de la regañina.



    Ryo soltó un bufido exasperado y se llevó una mano a la cabeza. Cualquiera que lo viese, pensaría que es otro niño campesino. No vestía con ropajes lujosos, optaba por la comodidad y sus formas no eran las propias de un noble.



    — Creo que voy a volar hasta el confín del mundo, a ver si así me deja en paz.—Se quejó.



    Pero todos sabían porque sus padres habían permitido que aquellos nobles, venidos de todas partes, se acercaran a su hijo. En un año marcharía a La Capital para su entrenamiento como caballero y esto sería más seguro si lo hacía como un omega enlazando. Así no sería presa de cualquier alfa que quisiera aprovecharse de él.

    Pero Ryo tenía otros planes, él no quería enlazarse con nadie y menos por conveniencia. Su entrenamiento se había pactado cuando él era un bebé y no estaba de acuerdo. Su alma salvaje no se lo permitía.



    —Más cochinillo para mí en la cena.— se burló su mejor amigo.



    —¡Ryo!—Se oyó la enfurecida voz de Lord Isas, aproximándose al patio de entrenamiento.

    Ambos, caballero y heredero se giraron hacia la figura grande y musculosa del Lord. Sus cabellos oscuros y largos, recogidos en una trenza, llegaba hasta sus codos. Sus ojos negros y fulminantes sobre el rostro de su hijo.



    —Oh, no.—dictaminó el chico y se subió rápidamente a su dragón.— No,no,no…



    —Mi Lord.—Lo saludó Elias con una inclinación de su cuerpo, al tiempo que la gran bestia de casi quince metros levantaba el vuelo.



    Lord Isas llegó tarde a reprender a su hijo, quien se alzaba ya por encima de las torres del castillo.



    —¡Este crío es incorregible!—Bramó Lord Isas antes de reparar en la presencia de Elias. Fue entonces cuando hizo el esfuerzo de recomponerse a una postura menos alterada.— Elias, espero que cuando tengas hijos, no te salgan así de insolentes.



    El caballero hizo media sonrisa algo incómodo aunque agradecido por el comentario. Ya habían dejado atrás la época en la que sus padres le emparejaban con Ryo. Como si un alfa y un omega no pudieran ser simplemente amigos.



    —Se lo agradezco, Señor.— le contestó el caballero.



    ~~~



    Volando por encima de las montañas, dejando atrás el castillo. Dejando que las nubes golpearan su rostro, el aire frío endureciendo sus mejillas y sus cabellos desenfrenados por la velocidad. Eso sí era felicidad.

    Ryo se dejó caer hacia adelante sobre su silla de montar para abrazarse al cuerpo de Kuro, su dragón y hermano. Siempre había sido así.

    Su padre, Lord Kane, había mimado al dragón desde el primer día como si fuera hijo suyo, como si hubiera dado a luz a gemelos, en lugar de solo a Ryo.

    A veces pensaba que era porque su padre no podía tener más hijos después de las complicaciones que tuvo para darle a luz. Que se sentía mejor si los trataba a ambos como propios. Y por su parte, Kuro, la magnífica y terroríficamente bestia alada de casi quince metros, se dejaba mimar y regañar por su padre humano.

    “¿Qué ha pasado esta vez?” Sonó la profunda voz del dragón en su mente.

    —No paran de llegar alfas para desposarme, estoy cansado.— Le respondió Ryo con su cabeza sobre la piel reptiliana de Kuro.

    El dragón soltó un pequeño gruñido de entendimiento.

    “Yo te protegeré en La Capital.” Le respondió.

    Ryo se abrazó más fuerte al cuerpo de su hermano. Un nudo en la boca de su estómago, no quería ir. No quería ser caballero para la familia real, solo quería que le dejasen en paz. Solo quería volar.

    —Kuro… no sé qué hacer…



    ~~~



    El príncipe heredero al trono era un hombre ejemplar. No, más que eso, era un alfa ejemplar. Versado en idiomas, historia, cálculo y literatura; con fama de ser el mejor espadachín del reino. Ganador de justas y combates, más fuerte que cualquier caballero de la corte.

    Y como no, un hombre muy apuesto.

    Alto como una montaña, de espaldas anchas y cuerpo musculado. Sus rasgos afilados le daban un porte majestuoso y respetable. Su cabello rubio y liso, rapado en la nuca y con un flequillo rebelde con separación a un lado. Un corte de pelo más típico de un soldado. Sin embargo, a su alteza real, le hacía más atractivo. Sus ojos desafiantes de color azul intenso eran el iman de cualquier pretendiente.

    Y él lo sabía, durante su juventud había disfrutado de la ventaja que le daba su aspecto, pasando por su cama a todo tipo de personalidades. Sin embargo, con la madurez, algo había cambiado. Y el fantasma de una guerra con el reino vecino había contribuido a ello.

    El rey confiaba en la autoridad de su hijo. Mientras en la intimidad de sus aposentos hacía y deshacía a placer, en público era el ejemplo de cortesía y realeza. Por no hablar del campo de batalla, capitaneando los ejércitos era el mejor.

    No obstante, durante el último año, su hijo de vientidos años se había interesado por un acontecimiento en específico que ocurriría el próximo año. El jinete de dragón llegaría a La Capital y sería su responsabilidad educarle y entrenarle.

    El príncipe Solomon, hastiado de la falsedad y cotilleo continuo de La Capital, se había fijado en un dibujo del jinete, un retrato realizado apenas hacía unos meses y que había llegado por carta al palacio real.

    Sentado en una butaca, en el despacho privado del rey, observaba el retrato a carboncillo de aquel omega. Parecía demasiado joven para la edad que aseguraban que debía tener. Un chico de campo en la gran ciudad, iba a ser muy interesante.

    —Así que vas a hacerlo.—Le sacó de sus pensamientos la voz de su padre.—Enviaré entonces un aviso a Lord Isas.

    El principe levantó momentáneamente la vista hacia su padre e hizo una ligera sonrisa.

    —¿Qué clase de príncipe sería, o de profesor, si no voy a visitar a mi futuro alumno? —le respondió y acto seguido devolvió la vista al retrato.

    El rey observó desde su posición, sentado tras el escritorio, a su hijo. Nunca le había visto con aquella expresión en su rostro. ¿Qué era? ¿Curiosidad? ¿Lujuria? ¿Acaso su hijo se había encariñado del jinete?



    ~~~

    —¡Esto es inaudito!—Bramó Lord Isas.

    Su hijo frente a él con los brazos cruzados sobre el pecho y la vista fija hacia un lado, en el suelo.



    —¿Cuántos van ya?—Se quejó de nuevo.

    Lord Kane, sentado en una butaca junto al fuego de la chimenea y con una manta sobre sus rodillas, presionaba el puente de su nariz con dos dedos para liberar la tensión de su cabeza.



    —¿Contando a Lord Andrew o sin él?— dijo con voz cansada desde su butaca y Ryo tuvo que taparse la boca para no reírse ante el comentario de su padre.

    Lord Isas fulminó a su hijo con una mirada que gritaba “castigado de por vida”.



    —¿Te parece gracioso, Ryo?—le preguntó de manera amenazante y dando un paso hacia su hijo.— Tú padre y yo estamos procurando por tu seguridad ¡y tú no sólo lo echas todo a perder, sino que te ríes de nosotros!

    Ryo miró con los ojos muy abiertos a su padre, nunca lo había visto tan enfadado. Pero no se iba a doblegar, era fiel heredero del carácter de su padre, le gustase o no y sabía defenderse muy bien solo.

    Con los puños apretados dio un paso hacia su padre el también, utilizando su mirada más desafiante.



    —¡Yo no quiero nada de esto!—Le gritó.— ¡No quiero un alfa, no quiero un marido y por supuesto que no quiero ir a La Capital!

    El rostro de Lord Isas se volvía más rojo por momentos. Lord Kane supo que era momento de actuar. Se levantó de su asiento y se dirigió a su marido e hijo con intención de acabar con aquella discusión. Sin embargo, la respuesta de su hijo dejó muy claro su posición.



    —¡Si quieres casarme en contra de mi voluntad, más te vale que sea con el mismísimo rey!—Siguió contestándole a su padre.— ¡incluso a él le diría que no!

    Lord Kane respiró hondo, Lord Isas preparó su contestación más cortante.



    —¡Se acabó!—Sonó la voz de Lord Kane entre ellos.— Ryo, a tu cuarto, ahora.



    Lord Isas, aún sorprendido por la interrupción de su marido, permaneció en silencio. Sabía muy bien que cuando Kane imponía disciplina, lo mejor era no entrometerse.



    —¿Qué?—protestó su hijo.—¡Pero, papá!



    —¡Ahora!— le ordenó de nuevo Lord Kane y como víctima de un hechizo, su hijo abandonó la estancia murmurando improperios a causa del enfado.—¡y no te quiero oír!



    Lord Kane siguió con la mirada a su hijo hasta que desapareció de su vista, como hacía siempre que le castigaba. Oyó el suspiro de su marido tras él y lentamente se giró para rodear la cintura de su alfa con sus brazos.



    —Mi amor, tranquilo, yo hablaré con él. —intentó consolarle mientras su marido se frotaba las sienes con ambas manos. En un vistazo rápido Kane alargó la mano para acariciarle sus cabellos. Un pequeño destello blanco sobresalía entre la oscuridad de su cabellera. Una cana. Se hacían mayores. —Nuestro niño ha sacado tu carácter y eso a mí me da mucha seguridad, sabe defenderse.

    Lord Isas se inclinó sobre el cuerpo de su omega y le abrazó contra su propio cuerpo. Solo Kane lograba tranquilizarlo así.

    Besó la marca sobre el cuello de su marido y enterró su rostro ahí en el hueco de su cuello, con un suspiro cansado.

    —Yo solo quiero que esté bien y seguro.—le contestó Lord Isas.

    A lo que su marido respondió con una risita.

    —Mi amor, nuestro hijo irá a La Capital montado en un dragón negro. Creo yo que eso ya impone bastante ¿no crees?



    Lord Isas alzó su rostro para mirar a su marido directamente a los ojos.

    —¿Y qué pasará cuando Kuro no esté con él? —su voz presa de la preocupación.— La Capital es un sitio peligroso.

    Lord Kane se alzó sobre las puntillas de sus pies para besar los labios de su marido.

    —Mi amor, yo nací en La Capital.

    Lord Isas le respondió a aquel beso con un gruñido sensual.

    —Y yo te rescaté, ¿recuerdas?

    Lord Kane soltó una risita al tiempo que acariciaba el rostro de su alfa.

    Sin previo aviso, Lord Isas lo levantó del suelo para sostenerlo en brazos y besarle de nuevo. Esta vez de manera pasional y posesiva.

    —Voy a enseñarte un par de cosas, chico de ciudad.

    Su marido rodeó su cuello con los brazos y soltó una carcajada.

    —¿Aún hay cosas que no me has enseñado?— le provocó y en respuesta recibió otro gruñido sensual.

    —Mañana no podrás moverte de la cama…



    ~~~



    A la mañana siguiente, Lord Isas ordenó que le trajeran el desayuno y el correo a sus aposentos. Mientras su marido aún dormía plácidamente bajo las mantas, agotado de la noche anterior, el Lord se sirvió un vaso de leche y algo de pan con carne.

    Parecía una mañana tranquila, mientras el exterior se enfriaba cada día más, anunciando un duro invierno. En el interior de aquellas paredes de piedra, el crepitar de la chimenea alumbraba su cama.

    Nada le complacería más que quedarse todo el día entre las mantas con Kane. Pero un criado ajetreado interrumpió la fantasía.

    —¡Mi señor, disculpe la intromisión!—se disculpó primero.—¡Un mensajero real ha llegado a la aldea!




    CAPÍTULO 3: Una aparición real.

    Para la segunda escena, tras los primeros "~~~", recomiendo escuchar de fondo la canción de "test Drive" de la banda sonora de How to Train Your Dragon.

    SPOILER (click to view)
    Adiós a la mañana tranquila. Y solo habían hecho falta dos palabras “mensajero real”. Por un momento, Lord Isas valoró no despertar a su marido, sin embargo, sabía que si no lo hacía, Kane se molestaría con él después.

    Kane no se había vestido tan rápidamente desde la primera vez que pasaron la noche juntos. Aunque la primera vez no fue ni siquiera una noche, fueron unas horas, en unos establos para la guardia de la ciudad durante una de las visitas de Lord Isas a La Capital. Seis meses después estaban casados.

    Todo un secreto para la sociedad mientras intentaban mostrar un cortejo cortés y educado. Pero la realidad era que, desde el momento en que cruzaron miradas por primera vez, supieron que estaban hechos el uno para el otro. Aquellos recuerdos eran un tesoro para Lord Isas.

    No obstante algo le arrancó de aquel maravilloso recuerdo. El gesto en el rostro de su marido, lo conocía. Era la mueca de ansiedad que su marido solía tener en su ambiente recluido en las normas en La Capital.

    —Isas, deja de fantasear y vístete.— le reprendió Kane mientras le tiraba su ropa a la cara.

    El Lord bufó exasperado. Solo quería una mañana tranquila, en la cama y hacerle el amor a su marido hasta la hora de comer.



    El mensajero real entró en la biblioteca donde Lord Isas y Lord Kane le esperaban, apropiadamente vestidos mientras desayunaban en una mesa pequeña de madera. El Lord omega sentado en una butaca y con sus piernas cubiertas por una manta, mientras el Lord Alfa se levantó de su butaca al entrar el mensajero.

    El mensajero se adentró en la estancia y camino recto como un palo hasta estar a un par de metros de distancia del Lord entonces taconeó con sus botas en el suelo antes de hacerle entrega de la misiva real.

    Lord Isas aceptó la misiva en silencio. El mensajero hizo una reverencia y volvió a golpear los tacones de sus botas contra el suelo antes de abandonar la habitación.

    “Y para esto hemos salido de la cama.” Pensó el Lord mientras miraba como el mensajero real salía de la estancia.

    —Nos gustaría que el mensajero real comiera bien y probara el vino antes de su viaje de vuelta.— Sonó la voz de su marido tras él.

    El criado asintió e hizo una leve inclinación antes de abandonar la estancia tras el mensajero.

    Lord Isas se giró hacia su marido con una tierna sonrisa y la misiva real entre manos.

    —Mi marido, el que consigue que esta familia siga teniendo reconocimiento social mientras los demás corremos por las montañas como salvajes.

    Lord Kane soltó una risita con sus mejillas ruborizadas. Su marido volvió a su butaca frente a él y desvió la mirada hacia la misiva con el lacre real en el sello.

    Lord Kane extendió una mano para posarla sobre la de su marido.

    —Sea lo que fuere que ponga en esa carta.— le dijo a Isas con un tono de voz dulce y cómplice.— Estamos preparados para ello.

    Isas miró a su marido y asintió en silencio. Sus manos rompieron el lacre de la carta para abrirla. Era del rey, directa a Lord Isas. En pocas palabras, avisaba de la llegada de su hijo, el príncipe y su intención de conocer al que iba a convertirse en su alumno, Ryo.

    Lord Isas leyó la misiva en voz alta para que su marido también fuera partícipe de ello.

    —Dioses… —Suspiró Kane con aquella mueca de ansiedad.

    “Cuidado con lo que deseas, hijo mío.” Pensó Lord Isas.

    —No podemos decirle nada a Ryo.— se le adelantó Kane.

    —Sería un completo desastre.—completo aquel veredicto Lord Isas.

    Kane miró a su marido con miedo en los ojos, el príncipe heredero se dirigía hacia allí y su hijo ya había dejado claro que no quería saber nada sobre su futuro como caballero real.

    —Va a ser un desastre.— le leyó la mente su marido.

    Kane dejó el aire salir de sus pulmones en una larga exhalación.

    —Sabiendo que va a salir mal… ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Un hijo a la fuga?

    Lord Isas imitó el suspiro de su marido y dobló de nuevo la carta.

    —Despreciar a la familia que nos ha brindado protección durante todos estos años.—Lord Isas tuvo que volver a levantarse de su butaca para controlar su nerviosismo.

    —Cariño…

    —No, no, Kane, esto va a salir muy mal.— Dijo el Lord llevándose una mano a la cabeza.

    —Isas, calma, no le diremos nada a Ryo, juguemos a la sorpresa.

    Lord Isas miró fijamente a su marido, con una mano sobre su propia barbilla, pensativo sobre lo que su marido acababa de decir. No era una mala idea.

    —¿Qué sucede?—Preguntó Kane al ver la expresión en la cara de su marido.— Conozco esa cara, ¿en qué estás pensando?

    Lord Isas señaló a su marido con un dedo y una media sonrisa que tramaba un plan.

    —En que me gusta tu idea, juguemos a la sorpresa.— Confirmó y en un movimiento lleno de energía se acuclilló frente a su marido con ambas manos sobre las rodillas de Kane.— Es una idea brillante.

    A lo que Kane abrió mucho los ojos en una mueca de sorpresa.

    —Mi amor, no, no iba en serio ¡es una locura!

    —Ni siquiera conoce al príncipe.

    —¡Y nosotros tampoco!—le contestó Kane.— Isas, lo que nosotros hemos visto del príncipe, fue su presentación tras su nacimiento. ¡Eso fue hace años!

    Lord Isas tomó las manos de su marido y se encogió de hombros.

    —¿Qué otra opción tenemos?

    ~~~



    Dos días después

    El otoño en el norte cubría los parajes de hojas caídas y un manto ocre. Un espectáculo visual para cualquiera que escogiera aquel camino. A medida que la comitiva real avanzaba hacia tierras más alejadas de La Capital, el manto ocre y las copas de árboles desnudos, cambiaban a descomunales abetos y otros árboles de hoja perenne. El suelo se volvía oscuro y frío.

    Dos días a buen ritmo hubiera sido suficiente para llegar. Sin embargo, la insistencia de su padre por cargar un carruaje con equipaje y presentes para los Lores les había retrasado.

    Lord Isas y su padre habían luchado juntos, la voz del rey se volvía nostálgica al recordar a su amigo. ¿Qué clase de hombre sería Lord Isas? Si se precia en algo a su padre, Lord Isas sería un buen soldado un protector y ágil espadachín en la batalla.

    Podría estar seguro de que habría entrenado bien a su hijo.

    El príncipe Solomon hizo una media sonrisa. Era extraño como a los omegas en La Capital los educaban para agradar a los alfas, muy pocos escogían una carrera por encima del cortejo. Sin embargo, en el extremo norte del país, en las montañas, donde el frío curte la piel y el bosque lo envuelve todo. El omega a quien iba a hacer su caballero ya se habría entrenado en combate antes.

    El camino que seguían cruzaba un frondoso bosque de abetos, cuyas copas apenas dejaban pasar la luz del sol. Pero tan solo les quedaban un par de horas para llegar a la aldea. Tras dos días de camino, por fin llegaban.

    El límite del bosque se les presentaba como un halo de luz al final del camino, Solomon nunca había echado tanto de menos la luz del sol. Sin embargo, no fue ése el primer estímulo que se llevó su rostro. Sino que una brisa helada golpeó sus mejillas nada más abandonar la frondosidad del bosque.

    Si aquello era el otoño en el norte, el invierno debía ser una prueba de valor.

    Habían elegido un carruaje sin el escudo de la familia real para pasar desapercibidos. Y dado que el principe prefería viajar a lomos de su caballo, cualquiera que les viera pensaría que eran la guardia personal de un noble en viaje.

    El viento frío les brindaba el mecer de las hojas como canción para su viaje. Salir de la bulliciosa capital era una experiencia liberadora.

    Un grito de emoción retumbó entre las montañas.

    Una gigantesca bestia alada, negra como el carbón se alzaba hacia el cielo.

    La comitiva se detuvo en el sitio en cuanto la gran bestia apareció. Entre ellos aún había una distancia considerable. Aún así los brillantes ojos del principe pudieron distinguir la figura del jinete sobre el dragón.

    Una única mano aferrada al fuste de la silla de montar. El jinete ni siquiera iba sentado en la silla. En su lugar, se hallaba acuclillado con una pierna delante de la otra. Su brazo libre meciéndose en el aire. Sus cabellos alborotados. La bestia ascendía casi en sentido vertical al cielo.

    Allí estaba, su futuro pupilo.

    El príncipe Solomon se cautivó con la imagen alejada del jinete desafiando la gravedad.

    El dragón soltó un rugido que estremeció la tierra y seguidamente, se oyó otro grito de júbilo del jinete.

    La comitiva que acompañaba a su alteza apenas podía creer lo que se presentaba ante sus ojos. Se había hablado mucho del jinete de dragón. Sin embargo, verlo, aunque fuera desde lejos, era una sensación completamente distinta.

    Inconsciente de sus gestos, los labios del príncipe Solomon esbozaron una sonrisa de lado.

    El jinete sobre su dragón ascendió hasta las nubes haciendo una voltereta hacia atrás, que no perturbó la posición del humano a su espalda.

    Fue entonces cuando el jinete del dragón dejó a todos boquiabiertos.

    El dragón volvió a ascender de forma vertical hacia los cielos y, de pronto la delgada figura del jinete con cabellos alborotados saltó de la silla de montar.

    Sus piernas se impulsaron en la silla y el chico saltó hacia atrás describiendo una voltereta con su delgado cuerpo extendido, como si tratara de moverse con el aire.

    No podía ser, los ojos del príncipe se agrandaron en una mezcla entre asombro y pánico.

    Pero la gran bestia describió de nuevo una voltereta hacia atrás y llegó a tiempo para que el jinete cayese sobre su silla de nuevo.

    Se oyeron los gritos de euforia del chico así como un nuevo gruñido del dragón.

    —Increíble…—escuchó Solomon como murmuraba atónito su mayordomo y acompañante Andros.



    ~~~

    Ryo alzó los brazos, esta vez sentado correctamente sobre la silla de montar. Lo había conseguido. Ese movimiento que había estado practicando durante meses. Saltar de la silla había sido uno de sus objetivos desde hacía tiempo, pero cuando está información llegó hasta sus padres, ellos entraron en pánico.

    De manera que había guardado silencio al respecto durante la regañina y para evitar otra situación así, había decidido que lo practicaría lo más alejado de la aldea posible.

    Con una vista rápida observó una comitiva de soldados y un carruaje por el camino que llegaba hasta su hogar. ¿Otro noble? ¿Otro pervertido interesado por él y por Kuro? Ryo puso los ojos en blanco antes de pedirle a su dragón que virara hacia la aldea. Acabaría con aquel noble, como lo había hecho con otros antes.

    Tras la colina en la que se encontraba la aldea, coronada por el castillo al que llamaba hogar y antes de la falda de la siguiente montaña poblada por abetos, se extendía un lago de aguas cristalinas que reflejaba la luz del sol.

    Kuro descendió sobre la superficie del agua para toda con las alas el agua.

    Ryo cerró los ojos y extendió los brazos al tiempo que respiraba hondo. Dejó que el aire frío inundara sus pulmones.

    —¡Ryo! ¡Kuro!—escuchó que les llamaban desde la orilla. Eran unos niños de la aldea.

    El heredero sonrió y él y su bestia se acercaron hasta posarse sobre la orilla. Una mujer adulta que acompañaba a los niños, les reprendí por no dirigirse a él con el respeto que indicaba su nacimiento y título. Pero Ryo la calmó en cuanto se bajó de su montura. No le importaba como le llamarán unos niños. Demasiado pequeños para entender una sociedad de clases.

    Los niños se acercaron a Kuro que descendió su rostro para que le envolviesen los pequeños bracitos de los niños.

    Ryo observó los cestos cargados con madera que cargaba tanto la mujer como los niños.

    —Déjenos ayudarla con la carga.— Se ofreció Ryo.

    La mujer se negó en principio, pero el heredero podía ser muy insistente. Sobre todo para hacer cualquier cosa que le alejara de sus obligaciones.

    Se colocó el cesto de la mujer a sus espaldas y ató los otros dos más pequeños a la silla de Ryo.

    Subió a los niños también a lomos de Kuro, les encantaba subirse al gran dragón.

    El camino de vuelta a la aldea no era tan largo y apenas les llevó cuarenta y cinco minutos.

    Kuro era para los aldeanos, el segundo hijo de los Lores. Todos admiraban la majestuosidad de la bestia y gracias a su naturaleza amable y cariñosa, se había ganado los corazones de todos.

    Tras ayudar a la aldeana y a los niños, ambos regresaron al castillo.

    El el patio de entrenamiento, los caballeros y soldados de su padre entrenaban con espadas de madera y golpe a golpe. Solía entrañar con ellos cuando volvía de volar con Kuro. Sin embargo, la comitiva de aquel noble se acercaba a la aldea. Lo sabía.

    La figura de su padre omega esperándolo en el umbral de la puerta que daba al patio lo decía todo.

    Con un suspiro se metió con Kuro en el establo dedicado exclusivamente para el dragón y se tomó su tiempo para quitarle la silla y ofrecerle un barril de agua a su hermano bestia.

    —Hoy has estado más tiempo fuera.— sonó la voz de su padre a sus espaldas.

    Ryo se parecía a Lord Kane de una manera innegable. Aunque su padre omega era más delgado y frágil. Nunca había entrenado como un soldado y aún era un poco más alto que su hijo. Sin embargo, la Matos diferencia eran los verdes ojos de su padre, brillantes y llenos de cariño.

    —Nos encontramos con la leñera y sus hijos. Así que les ayudamos con la carga.— Le explicó Ryo sin darse la vuelta para ver a su padre.

    —Eso está muy bien, hijo mío.— le respondió su padre. Ryo estaba molesto, lo notaba en su voz. Aún estaba enfadado por la discusión con ellos de hacía días. Le dolía que su hijo no entendiera las razones por las que él y su marido hacían todo lo que podían por él.

    —Ryo, cariño… —intentó hablarle.

    —Sí, sí, ya lo sé.—Le interrumpió el dándose la vuelta y caminando hacia el exterior del establo.— Me baño, me peino y me pongo la ropa más cara que tenga.

    Lord Kane observó como su hijo abandonaba el patio con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza agachada.

    ¿Acaso su hijo les había descubierto? ¿Cuanto sabía Ryo de su invitado?

    Y por un momento, un pensamiento doloroso cruzó su mente. No quería perder el afecto de su hijo.

    ~~~

    Lord Isas y Lord Kane recibieron a la comitiva del príncipe con discreción. Como si estuvieran recibiendo a otro noble y posible pretendiente para su hijo. Al menos hasta que estuvieron dentro de las estancias del castillo.

    Vestidos con sus mejores galas, los lores se inclinaron frente al príncipe, quien con un gesto de la mano les pedía menos protocolo tras un largo viaje.

    El príncipe le trasladó a Lord Isas el saludo de su padre y su deseo de volver a verse, como viejos amigos que eran.

    Lord Isas sonrió al oírle y expresó su deseo de cumplir con aquella cita.

    El principe les presentó a su mayordomo Andros, así como al resto de su comitiva.

    —Hemos traído unos presentes de la capital.— Anunció el príncipe mientras se les acercaban los a Lores sus soldados y acompañantes con cofres y cestos de regalos.

    —Le agradecemos enormemente todos sus regalos, alteza.—Habló Lord Kane con una sonrisa amable en sus labios.— Esperamos poder hacer de su estancia en el norte, lo más cómoda posible.

    El principe le devolvió la sonrisa al Lord de manera educada.

    —El Norte nos ha conquistado con sus paisajes y la tranquilidad de las montañas, pero ahora me gustaría conocer al jinete de dragón.

    “Directo al grano” pensó Lord Isas y con una mirada rápida a su marido confirmó que su hijo ya estaba listo para recibir a su invitado.

    ~~~

    Ryo esperaba a su invitado en la biblioteca, mirando por la ventana hacia los tejados de la aldea. Aquella estancia era la más próxima al tejado de tejas de pizarra de la herrería.

    Respiró hondo, y cerró los ojos por un instante.

    Vestido con una mallas azul oscuro y una casaca del mismo color que se abotonaba al lado izquierdo de su pecho con botones dorados. Apenas salían los volantes blancos de su blusa por el cuello o los puños de la casaca. Sus cabellos perfectamente peinados.

    Haría lo que siempre hacía, ofender al noble que fingía interés romántico en él con la pura verdad. Que estaba allí solo por su dragón y el prestigio que aquello le daría a su familia.

    Abrió lentamente los ojos para volver a mirar por la ventana.

    Fue entonces cuando la puerta de la biblioteca se abrió tras él y volvió a cerrarse segundos después. Era el momento. Ryo se giró sobre sus talones para hacerle frente a su nuevo contrincante. Pero lo que vislumbraron sus ojos no fue lo que esperaba.

    A escasos metros de él se disponía un hombre grande y musculoso, de rostro atractivo y unos increíbles y profundos ojos azules. Por un momento, su mente se quedó en blanco.

    El invitado posó sus ojos sobre los brillantes y amarillos del jinete.

    Frente al príncipe un apuesto joven de cabellos oscuros y tez pálida. Más bajo que él y delgado, aunque era notable su agilidad en su postura corporal.

    Fue como si el tiempo se hubiera detenido. El aire quedó suspendido entre ellos y los sonidos se apagaron.

    No había nada más en el mundo que ellos dos en aquella habitación.

    “Céntrate.” Sonó en las mentes de ambos. El príncipe determinado en presentarse como su futuro mentor y Ryo convencido a rechazarle.

    El príncipe dio un nuevo paso al frente.

    —Así que eres el Jinete.

    Ryo le miró sorprendido. La conversación no solía ser así. El pretendiente solía hacer comentarios insulsos sobre el paisaje y su belleza antes de nombrar a Kuro. Le había sorprendido, pero no le iba a dejar ganar.

    Ryo hizo media sonrisa y se cruzó de brazos.

    —Así es, y vos sois el del camino de esta mañana.—le contestó y antes de que el príncipe pudiera contestar, él siguió hablando.— No le haré perder el tiempo, no estoy interesado. Siento que haya hecho el viaje en vano. No me desposaré con nadie y mi dragón no acabará en el escudo de ninguna familia por matrimonio.

    El príncipe le miró con un gesto extrañado en su rostro. No entendía a qué venían aquellas palabras, casi como si no fueran intencionadas a él, sino a otra persona.

    —Mis disculpas…—prosiguió Ryo subiéndose al hueco de la ventana.— y adiós.

    Y así sin más, el jinete saltó por la ventana para aterrizar en el tejado de la herrería. El príncipe corrió hacia la ventana para verle aterrizar sobre las tejas de pizarra.

    Aquello había sido del todo inesperado.

    Ryo respiró hondo y se arregló la ropa en cuanto se levantó de su posición de aterrizaje. Ya estaba hecho, comenzó a caminar por el tejado de manera tranquila con ambas manos tras su cabeza.

    Se acabó, o eso creía.

    —Ryo…

    Le llamó una voz conocida a sus espaldas. Al girarse se encontró con su amigo Elias y una patrulla de cuatro soldados. Eso sí que era nuevo.

    —Por favor, vuelve al castillo.

    Estaba claro, sus padres no iban a dejarle salirse con la suya, pero jugar la carta de usar a su mejor amigo era demasiado sucio.

    Ryo respiró hondo y bajo sus brazos. Aquello iba a ser divertido.

    —Claro, pero primero… tendrás que atraparme.

    El jinete salió corriendo como alma que lleva el diablo. De un tejado saltó a otro y de ese a otro más.

    Elias se llevó una mano al rostro con gesto hastiado. Por su parte, el príncipe, testigo de todo desde la ventana, sonrió divertido y tan pronto como el jinete emprendió su huida, él mismo abandonó la estancia, dispuesto a ir tras él.

    Elias y sus soldados le perseguían, no podía pararse. Del tercer tejado, saltó al cartel de madera colgante de la taberna y se balanceó para saltar al suelo, podía confundirse entre las calles y los aldeanos. Corrió y corrió calle abajo, oyendo como los soldados le perseguían.

    El príncipe había tomado otro camino, persiguiéndole de cerca por la calle contigua. La aldea era una pequeña población de escasas calles. Tarde o temprano, el jinete se quedaría sin sitios donde esconderse.

    En un movimiento inesperado, Ryo tomó un giro hacia la derecha, resbalándose en la piedra y cayendo de rodillas al suelo, pero aquello no le detuvo, se levantó con las rodillas y las palmas de las manos rasgadas para seguir corriendo.

    El príncipe se detuvo al ver la caída y le sorprendió la rapidez con la que el jinete se levantó del suelo y emprendió su cambio de dirección.

    Hizo una media sonrisa, iba hacia las murallas. Desoyendo las disculpas de los Lores y las palabras de su mayordomo, Solomon había salido tras del jinete inundado por la emoción y la expectativa de una experiencia así. Pero aún le quedaba mucho por aprender a aquel joven del dragón.

    Accedió a las murallas mientras el chico escalaba por sus paredes. Los soldados también tomaron las escaleras por el otro lado.

    En cuestión de segundos, Ryo se vio en las murallas con soldados y el pretendiente que acababa de rechazar acercándose a él por ambos lados.

    Con la respiración agitada, aunque dispuesto a acabar con aquella situación se subió a las almenas de la muralla.

    Tanto Elias como el príncipe se detuvieron en seco cuando vieron cómo el joven jinete se tambaleaba hacia atrás durante un segundo antes de recobrar el equilibrio.

    —Uff.— resopló el joven jinete y miró a su mejor amigo y a su pretendiente con una sonrisa.— Mi señor…—Hijo una ridícula reverencia hacia el príncipe y después se giró a su mejor amigo y le obsequió con una mirada fulminante.— Traidor… ha sido muy divertido, pero me temo que se acaba aquí.

    —¡No! — Gritó Elias al tiempo que Ryo se dejaba caer de espaldas al vacío.

    Ambas partes se acercaron rápidamente a la zona del salto sólo para sorprenderse por la enorme figura de Kuro alzando el vuelo. A su espalda y montando sin silla, Ryo.

    —Será idiota.– masculló Elias.

    El príncipe tomó el pequeño catalejo de su cinto para mirar por él.

    El dragón ascendía hacia el cielo y su jinete, girado hacia ellos les enseñaba el dedo corazón.

    Una media sonrisa divertida apareció en los labios del príncipe. Iba a ser difícil de domar, pero aquel chico tenía un potencial inesperado.

    —Prepárame un caballo, chico.—Le ordenó Solomon a Elias.—Vamos a ver cuánto tiempo planea huir de mí.



    ¡Muchas gracias por leer este fic!
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    CAPITULO 4: Un cosquilleo casi eléctrico

    SPOILER (click to view)
    —Prepárame un caballo, chico.—Le ordenó Solomon a Elias.— Vamos a ver cuánto tiempo planea huir de mí.

    Esas habían sido las palabras del príncipe. Elias respiró hondo y se dio la vuelta dispuesto a obedecer aquella orden. Sin embargo, algo dentro de él le empujaba a mediar entre el joven Lord y el príncipe. Toda una insolencia por parte de un futuro caballero de Lord Isas. No obstante, desde su posición como mejor amigo de Ryo, sentía el deber de intervenir.

    Volvió a girarse sobre sus talones para hacer frente al príncipe. El olor especiado y fuerte que emanaba de su ser le anunciaba que debía tener cuidado con él. El príncipe no era cualquier alfa, no. Era un alfa dominante. Una especie rara y poderosa.

    —Si su alteza me lo concede.—comenzó Elias.— Me veo en la obligación de ponerle sobre aviso.

    El príncipe le miró con una ceja alzada, aunque más por curiosidad que por ego.

    —Adelante.— accedió a que el soldado hablase.

    El cuerpo de Elias se relajó con una respiración honda y se peinó los cabellos con una mano.

    —Sonará como una insolencia, oír lo que tengo que decir desde mi posición como soldado de Lord Isas. Pero como mejor amigo de Ryo, creo que debe saberlo. —Miró un instante en la misma dirección en la que había desaparecido su amigo, montado sobre su dragón. — Ryo es un inepto.

    Aquellas palabras le sorprendieron al príncipe Solomon. Ninguno de sus “amigos” se atrevería a hablar de él así, si fuera su situación.

    —Es un buen luchador, es listo y amigable, pero a veces parece que no sabe nada del mundo ni de su posición.—prosiguió Elias.— Solo sabe que es omega porque sus padres así se lo han dicho, por poner un ejemplo. Es más parecido a un reno de las montañas que al hijo de un Lord.

    Aquel símil le sacó una sonrisa al príncipe.

    —Lo que quiero decir es…que si para nosotros, los del norte, es difícil adecuarnos al trato de alguien de la ciudad, Ryo ni siquiera sabe cómo hacerlo. —concluyó Elias.

    El príncipe echó una mirada en dirección a donde el jinete había desaparecido. Aquellas palabras del soldado hinchaban la curiosidad que ya había empezado a desarrollar por aquel chico.

    —Es muy cortés por tu parte avisarme sobre tu amigo. Entiendo que temes que su actitud me ofenda.

    Elias hizo media sonrisa y alzó una ceja algo incómodo.

    —¡oh,no! Majestad, permítame ser franco.— El príncipe asintió con la cabeza. — Ryo le va a ofender, eso lo tengo muy claro y es inevitable. Le pongo sobre aviso sobre su conducta para que no le sorprenda.

    El príncipe no pudo evitar dejar salir una carcajada. Aquel carácter norteño directo y sin pelos en la lengua le estaba empezando a gustar. Pasó caminando por el lado del joven alfa y le dio una palmada de agradecimiento en un hombro.

    —Te lo agradezco, soldado. Pero no voy a dar mi brazo a torcer. Prepárame un caballo.



    En la entrada del castillo se habían congregado Lord Isas y Lord Kane. El primero con un rostro que denotaba el enfado hacia su hijo y el segundo manifestando sus disculpas a su alteza por el comportamiento del joven omega.

    Andros, el mayordomo del príncipe trataba de hacerle entrar en razón para que no fuera solo en busca del joven Lord.

    Sin embargo, Solomon ya se había autoconvencido de ello.

    —Nos disculpamos por la actuación insolente de nuestro hijo, majestad.— dijo Lord Kane de nuevo cuando el príncipe se subía al caballo.

    El príncipe negó con la cabeza de forma educada hacia el Lord.

    —No hay nada por lo que disculparse, me temo que el joven me ha confundido con otra persona. —Hizo una media sonrisa antes de proseguir.— He de felicitarles, su hijo parece un joven ágil y bien entrenado. A partir de ahora, me encargaré yo de su entrenamiento profesional.

    Ambos Lores quedaron sorprendidos ante aquella respuesta. No era la que solían recibir después de una ofensa por parte de su hijo.

    — Alteza,—les llamó a todos la atención la voz de Elías quien se acercaba con un pergamino en mano.— Tome, le he marcado en este mapa algunos de los sitios en los que podría encontrarse Ryo.

    El príncipe tomó el pergamino entre sus manos y lo desplegó para ver las zonas marcadas.

    —Si me permite, creo que el primer sitio donde podría encontrarlo es el Barranco del Soldado. —prosiguió Elias.— Ryo suele ir allí para despejarse.

    Lord Isas miró a su futuro caballero con el pecho lleno de orgullo. Elías era un buen chico, siempre dispuesto a ayudar. Ojalá su hijo fuera más como su mejor amigo.

    El príncipe miró en el mapa el sitio que le había recomendado el soldado. El “Barranco del Soldado” un nombre curioso para aquel lugar. Pero decidió confiar en el criterio del que decía ser el mejor amigo del joven Lord. Y además era un alfa, podía olerle. Aquello le hacía sospechar, el mejor amigo de aquel atractivo omega, ¿un alfa? Desechó aquel pensamiento intrusivo en cuanto apareció en su mente. No estaba allí para pensar en el joven Lord de manera romántica ni sexual.

    —Muchas gracias, seguiré tu consejo.— le respondió educadamente el príncipe. Aunque su mente aún Leda a vueltas a aquella extraña relación entre el Joven a Lord y el soldado.

    Con un movimiento afirmativo de la cabeza el príncipe se despidió de los Lores y su mayordomo, quien insistió una vez más en acompañarle, como parte de un protocolo clásico. Pero su majestad volvió a negarse antes de espolear a su caballo para salir del castillo.

    ~~~

    Ryo bajó del lomo de Kuro en cuanto aterrizaron sobre la explanada de hierba que daba al Barranco del Soldado. La vista desde allí era sin duda, una de las mejores de la región. Los montes poblados de larguísimos abetos daban paso a cumbres de roca escarpada. Ya había nieve sobre los picos. El frío estaba cerca y pronto los días se harían aún más cortos para dar paso a las largas noches de invierno.

    La región se cubriría de un manto blanco y espeso. Y pronto sería su cumpleaños.

    Dieciocho años.

    Nunca había tenido tan poco interés en aquella fecha, de hecho, deseaba que no llegara jamás. Su cumpleaños marcaría un antes y un después en su vida. Se vería obligado a ir a La Capital y cumplir con el trato que una vez hicieron sus padres en su nombre.

    Dio un paso hacia el barranco y recibió una punzada de dolor desde su rodilla derecha. Al descender la mirada vio allí una mancha de sangre. Cierto, se había caído en su huída. Se miró las manos llenas de rasguños y su ropa impoluta llena de tierra y barro.

    Bueno, nada que no le hubiera pasado antes. La única diferencia era que esta vez, la ropa era cara.

    Respiró hondo dejando que el aire de las montañas enfriara su pecho.

    “¿Quién era el pretendiente?” Sonó la voz de Kuro en su cabeza. El Dragón se había tumbado tras él con gesto relajado.

    —No tengo ni idea.— Respondió el joven Lord.— Pero olía raro, diferente.

    Arrugó la nariz al recordarlo. Nunca había visto a alguien así. En cuanto el príncipe entró en la biblioteca parecía como si el tiempo se hubiese parado de repente. Ryo se había quedado congelado por un instante. Su mente en blanco, no sabía qué pensar o qué decir.

    “Un alfa dominante.” Sonó de nuevo la voz de Kuro y el dragón entrecerró los ojos como si aquella información le pusiera en alerta sobre algo.

    Ryo por su parte no lo entendió. Se giró hacia el dragón con una ceja alzada, la cabeza ladeada y un gesto de confusión en su rostro.

    —¿Un qué?

    Kuro emitió una profunda respiración que llegó a alborotar los cabellos de su humano. Parecía como si el dragón estuviera buscando las palabras adecuadas para responder.

    “Es un alfa que puede llegar a someter a un omega o incluso a otro alfa a sus órdenes, tan solo con su olor. Así como los alfas corrientes ‘seducen’, él no solo puede hacer eso, también puede obligar a los demás.”

    Un escalofrío recorrió la espalda de Ryo al darse cuenta de su posición. ¿Realmente había gente con aquella capacidad? Y él le había insultado con sus actos y su huida heroica. Volver a casa parecía ahora una sentencia de muerte. Por un momento se sintió desvalido y tuvo que sentarse, a pesar del dolor de su rodilla.

    —Pues creo que me he metido en un gran problema.

    ~~~

    Andros agradeció la invitación de los Lores a un té caliente. El frío del norte le había dejado la piel tirante y seca. Nunca sobreviviría en un ambiente tan extremo. Sin embargo, fijándose en Lord Kane, hijo de una familia noble de La Capital pensó que era posible. Lord Kane llevaba diecinueve años casado con Lord Isas, quien le trataba como un tesoro. Diecinueve años en los que había cambiado el sol radiante, la muchedumbre, la actividad de La Capital, por el tranquilo y frío norte. Pero parecía feliz al respecto.

    —Lamento la primera impresión que ha causado nuestro hijo.— se disculpó de nuevo Lord Kane, sentado en la butaca frente a él y junto al fuego.— Pero déjeme decirle que es un chico amable y alegre, sin embargo…—Lord Isas interrumpió a su marido en cuanto se acercó a él con una manta.—Gracias querido.—Le contestó Lord Kane y se colocó la manta sobre las piernas antes de proseguir.— Ryo aún no se habitúa a la idea de tener que marcharse para su entrenamiento.

    Andros asentía educadamente a las palabras del Lord. Habría sido un escándalo si e principe Solomon fuera como otros de su estatus. Arrogante, exigente y malcriado. Sin embargo, Andros no podía dejar de recordar la mueca alegre que había visto en el rostro de su señor cuando salió como alma que lleva en diablo a perseguir al joven Ryo por la aldea.

    El mayordomo hizo media sonrisa mirando su taza de té.

    —En realidad, mi Lord, solo tengo palabras de agradecimiento.—Ambos destinatarios de aquellas palabras se quedaron sin habla.—Su alteza vive atado por sus obligaciones como príncipe y soldado. Creo que hoy es la primera vez que le he visto disfrutar en mucho tiempo. —El mayordomo hizo una sonrisa leve aunque sincera.— En su ámbito diario, su majestad no tiene oportunidad de comportarse como lo haría un joven de su edad.

    Mientras Lord Isas seguía sin palabras, parecía que Lord Kane entendía a la perfección lo que le acababa de decir. Su sonrisa dulce lo decía todo. Él también sabía lo que era sentirse así.

    — En ese caso, esperamos que su experiencia aquí sea liberadora y ayude al príncipe a descansar.



    ~~~

    La distancia recorrida por tierra era mucho mayor a la recorrida por aire. Los cascos de su caballo hacían retumbar la piedra al galope, subiendo por la montaña. El Barranco del Soldado estaba cerca, tras casi una hora de camino, por fin le haría frente a su pupilo.

    Su mente le recordó los rasgos finos de aquel rostro de piel pálida, su cabello oscuro y sus grandes ojos amarillos como la liz del atardecer.

    No iba a negar que el jinete era bien parecido. Y si lo hubiera conocido en otro ámbito de su vida, no se habría negado a seducirle y llevárselo a la cama. Pero no estaba allí para eso y tenía que deshechar aquellos pensamientos cuanto antes.

    Los árboles comenzaron a disiparse a medida que ascendía y de pronto los vio. Tumbado en una explanada de hierba se hallaba el majestuoso dragón negro. Sentado en el suelo con su espalda apoyada en el vientre del dragón se encontraba su jinete.

    Tiro de las riendas para detener su montura en cuanto se halló unos metros por delante de ellos. El caballo relinchó antes de detenerse.

    Aquello puso en alerta al joven jinete quien se levantó de su posición como un resorte, mostrando sus ropajes sucios de tierra y su rodilla manchada de sangre, y al verle allí, su rostro adoptó una mueca de pánico. Se llevó las manos a su cinto buscando algo pero recordó que iba desarmado.

    El dragón, por su parte, levantó la cabeza para mirar en su dirección y Solomon juraría que la bestia le vigilaba. Tranquilo y seguro de su poder y su fuerza.



    —No hace falta que huyas de nuevo ni intentes defenderte.— dijo el príncipe mientras bajaba de su montura. Fue entonces cuando pudo echarle una mirada al estado del joven Lord.— Estás herido…

    Pero cuando dio un paso hacia el frente para aproximarse a él. Ryo tomó una rama caída del suelo, bastante grande para utilizarla como maza y le apuntó con ella con gesto desafiante.

    —¿Acaso no entiendes la palabra “no”?—Le gritó de forma amenazante.—¡Déjame en paz!

    El príncipe no dio un paso atrás, pero sí cesó su aproximación al joven. Claramente había habido un mal entendido.

    —Creo que no sabes quién soy.—Le miró con los ojos entrecerrados, en guardia aunque de apariencia serena.—No soy un pretendiente.

    Ryo aferró sus manos con fuerza a la rama.

    —Ya claro, ¿entonces por qué has venido hasta aquí? Esto es el fin del mundo, ¿qué hace un remilgado como tú aquí?

    ¿Remilgado? Solomon tuvo ganas de sacar su espada y partir aquella rama en dos. Pero en su lugar apretó los puños y se tragó su orgullo.

    —Vengo a entrenar al jinete del dragón.—Dijo alzando la voz más de lo que habría esperado.— Pero con lo que me encuentro es con un niño salvaje de modales inexistentes.

    —¡Atrévete a llamarme niño otra vez! —le respondió el joven lleno de rabia y dando un paso más hacia el príncipe. — ¡No mientas!

    Así que iban a jugar a eso ¿no?

    Solomon dio un paso más y el final de la rama acabó apoyada contra su pecho. Si tan valiente era, le iba a dejar demostrarlo.

    Estaba cansado del viaje, de perseguirle hasta allí y de la actitud defensiva de aquel joven.

    —¿Vas a pegarme? Adelante.— Le provocó a ciegas. No sabía cómo iba a reaccionar aquel chico, pero confiaba en que su mano y la espada serían mucho más rápidas que el jinete.

    El golpe nunca llegó.

    Solomon seguía esperando mientras Ryo no se movía de su posición defensiva. Los ojos de uno clavados en los de otro, ninguno de los dos daría su brazo a torcer.

    Los segundos pesaban como horas, Ryo notaba el palpitar de su rodilla herida. Y aún así se negaba a bajar la guardia. Aquel remilgado le miraba por encima del hombro con sus ojos azules, como si pudiera con él. Pero por muy grande que fuera aquel alfa, no se doblegaría ante él.

    Fue Kuro el que acabó con aquel sin sentido.

    Con un movimiento de su cola que se interpuso entre ambos, golpeó la rama que cayó por el acantilado dando golpes entre las rocas.

    —¡Kuro!—Se quejó el joven mientras el príncipe hacía media sonrisa.

    —Bien parece que alguien sabe comportarse.

    Pero todo lo que recibió a cambio fue un frutal gruñido de la bestia. Recordatorio de que, aunque había facilitado aquella situación, seguía sirviendo al jinete y no a él.

    Solomon desvió su vista de dragón al chico, y a su rodilla herida. Respiró hondo tratando de ser más dialogante, aquella discusión no llegaba a ninguna parte.

    —Como te he dicho, no soy un pretendiente. Vengo a conocerte antes de tu entrenamiento.

    El joven de manos ahora temblorosas alzó una ceja e hizo media sonrisa.

    —Sí, claro.—volvió a desacreditarlo.—Conozco muy bien el trato de mis padres. Y siempre me han dicho que mi entrenamiento lo haría…

    Pero antes de acabar la oración el príncipe hizo una reverencia frente a él.

    —Principe Solomon Pendragon, a su servicio, jinete de dragón.

    El mundo podría haber implosionado aquel mismo momento por el bien del Ryo. Notó como la sangre abandonaba su cabeza y la presión se acumulaba en su pecho. No podía ser. Deseó que se le tragara la tierra en aquel mismo momento. Debía confiar en que aquel hombre era quien decía ser, pues hacerse pasar por un miembro de la familia real era un delito capital.

    Solomon recuperó su postura para encontrarse con el pánico hecho hombre.

    —Veo que han intentado desposarte anteriormente,—hizo una media sonrisa algo divertido por la situación.— y que no lo han conseguido.

    Ryo recobró la compostura al menos de manera superficial. Aunque su corazón seguía golpeando frenéticamente contra sus costillas.

    —Y no lo conseguirán.— se reafirmó en su propósito.

    El príncipe miró con curiosidad a aquel joven. Fuerte y decidido en sus acciones. Ágil como un ciervo por lo que había visto y con coraje.

    —Eso parece— respondió el príncipe y por fin dio un nuevo paso hacia él. Además, extendió la mano hacia aquel joven.— Quiero entrenarte, hacerte más fuerte y convertirte en mi caballero. Si no quieres desposarte, apoyaré tu decisión, siempre y cuando me sirvas como soldado, ¿tenemos un acuerdo?

    Roy miró aquella mano extendida y después al supuesto príncipe. Era un buen acuerdo.

    —¿Puedo confiar en ti?—Se atrevió a preguntar.

    El príncipe le miró fijamente a los ojos y asintió en silencio.

    —Bien, entonces tenemos una acuerdo.

    La mano del joven jinete estrechó la del príncipe.

    En ese momento un cosquilleo casi eléctrico emanó de entre sus manos subiendo por sus brazos a una velocidad vertiginosa hasta alcanzar el pecho de ambos hombres. Una sensación increíblemente placentera y enérgica que llenó sus cuerpos.

    Sus manos se separaron tan rápido que ambos dieron un paso hacia atrás.

    Solomon supo exactamente qué había sucedido y no podría haber sucedido en peor momento. Aquel joven salvaje y desaliñado, no podía ser. Se negaba a creerlo, pero la realidad era que lo que acababa de pasar era exactamente aquello que nunca hubiera imaginado.

    Había encontrado su pareja predestinada.

    Le había prometido a Ryo que apoyaría su decisión de no desposarse y había resultado ser él, el hombre con el que debía acabar.

    Ryo por su parte agitó la mano con la cual había recibido el cosquilleo.

    —¿Qué ha sido eso?—Se quejó completamente inconsciente sobre lo que acababa de pasar aunque un cosquilleo reminiscente permanecía en su cuerpo, una sensación agradable que le ruborizaba las mejillas.

    Solomon le miró con ojos completamente abiertos, sin saber cómo reaccionar a lo que acababa de pasar, a la reacción de aquel joven.

    Como no sabía lo que aquello significaba ¿acaso vivía completamente aislado del mundo?

    No podía decírselo.

    Si lo hacía todos sus esfuerzos, toda aquella persecución habría sido en vano.

    —No lo sé. —Las palabras salieron de su boca mientras intentaba game tiempo para buscar una esclusa.

    Sus ojos hicieron contacto con los del dragón quien le miraba tan sorprendido como él estaba.

    —Será por qué por fin los Pendragon, vuelven a contar con un jinete de dragón.

    Una esclusa pobre y sin fundamento, pero debería servir por el momento



    CAPITULO 5: Frío bajo las estrellas

    SPOILER (click to view)
    La vuelta al castillo parecía durar más tiempo que la ida al Barranco del Soldado, aunque fuera el mismo camino que su majestad había recorrido. Ryo lo seguía montado sobre Kuro, quien sacudía la tierra a cada paso que daba. Si no fuera por el impacto de las garras del dragón sobre el suelo y el sonido de su propio caballo, el silencio le habría perforado los tímpanos.

    Ryo, a su lado, miraba hacia el horizonte frente a ellos sin mediar palabra, con semblante inexpresivo. Solomon respiró hondo de manera silenciosa. Todo se había complicado. No podía dejar que el joven jinete comentara lo que había sucedido entre ellos con nadie de su entorno. No podía dejar que descubriera el significado de aquel cosquilleo. Aquel electrizante y placentero cosquilleo del que aún notaba rastro en su pecho.

    Pero aquello solo podía darles problemas.

    Si sus familias llegaban a conocer lo sucedido, el pacto entre ambas familia se modificaría. Su padre pasaría a considerar al joven Ryo como pretendiente para matrimonio de su hijo. Solomon tragó saliva al pensarlo. La posibilidad de que su padre ya hubiera pensado en una unión matrimonial con el jinete para su hijo, era sin duda una posibilidad. Sin embargo, si llegaba a descubrir que era su pareja predestinada, sería un cambio completo de sus planes.

    Y si se cumplía aquel matrimonio, la vuelta de los jinetes a la familia real podría ser un desafío o una demostración agresiva hacia otros países.

    Aquella posibilidad le daba escalofríos. Las relaciones comerciales con el reino vecino se habían “enfriado” durante los últimos dos años. Evitar la escalada a un conflicto militar era su prioridad.

    Sus ojos se dirigieron discretamente de nuevo al jinete.

    La luz de los últimos rayos de sol se reflejaba en su rostro. En su piel fina y blanquecina. Sus ojos brillantes como piedras de Ámbar. Su nariz recta y fina, sus labios rosados…se detuvo en aquel instante. No estaba allí para fijarse en él de aquella manera.

    Se obligó a volver la vista de nuevo al horizonte. Trató de contaminar aquella imagen con alguna de otra conquista reciente. ¿Cuál había sido la última? Si… aquel chico rubio que había conocido de incógnito en una de las tabernas de la capital.

    Si, le gustaba aquel lugar. Había frecuentado aquella taberna de los bajos fondos con dos de sus hombres de confianza, soldados con los que había combatido. Salían disfrazados, bebían, se involucraban en el torneo de boxeo que organizaba cada noche la taberna.

    Una práctica del todo ilegal, aunque muchas veces se hacía oídos sordos y ojos ciegos a lo que ocurría en lugares así. Y después de un par de peleas, con el cuerpo sudoroso y alguna que otra magulladura, era momento de buscar entretenimiento para el resto de la noche. Algún joven o alguna joven que se sentara sobre sus muslos mientras él bebía su última copa, antes de encerrarse en una habitación y terminar de desahogarse.

    Tenía ganas de volver a la capital.

    Comportarse como un príncipe ejemplar durante tantas horas, era agotador.

    —Su alteza.— Le llamó la atención la voz de Ryo. Solomon salió de su recuerdo para dirigirle la mirada al jinete.

    —Dime.

    El joven apretó los labios en una mueca pensativa, como si trataba de elegir las palabras apropiadas. Seguramente, él como explicar a sus padres que había aceptado el entrenamiento como caballero sin pasar por un matrimonio de conveniencia.

    —No te preocupes.— le respondió él antes de que formulara la pregunta.— Lord Isas y Lord Kane aceptarán. Cumpliremos con el trato entre su majestad el Rey y los Lores. Si es necesario, me postularé como tu guardián.

    El rostro de Ryo se sonrojó tan rápido que casi se mareó.

    “Es un presumido.” Sonó la voz del dragón en su cabeza.

    —Cállate.—Le dijo al dragón él voz alta y con nerviosismo en la voz. No entendía cómo estaba avergonzado por aquellas simples palabras.

    Solomon tuvo que parpadear varias veces para salir de su asombro. ¿Le había mandado callar?

    —¿Disculpa?

    Los ojos de Ryo se encontraron con los de Solomon. El príncipe tuvo que contenerse para no acercarse más a él y mirarlo más de cerca. Aquel rostro sonrojado de ojos brillantes.

    El jinete agitó las manos delante de él mientras balbuceaba que no se refería a él con aquellas palabras. Ryo aún notaba rastros de aquel cosquilleo en su pecho. Aunque no sabía lo que era, una parte de él había disfrutado con aquella sensación. Esa misma parte de su mente que había fantaseado con experimentarlo de nuevo. Pero para ello tendría que tocar la piel del príncipe, un alfa dominante. Y eso no le parecía buena idea. Aunque bien pensado, si su majestad hubiera querido usar su olor contra él ya lo habría hecho. Por lo que podría quedarse tranquilo. Al parecer, el príncipe no tenía ningún interés en él que no fuera el de cumplir con las órdenes del rey.

    “Oh, se ha ofendido cuando ni siquiera hablabas con él.” Volvió a oír la voz del dragón.

    —¡Kuro!—Se quejó el jinete hacia el enorme dragón negro con una mancha blanca en sus escamas en forma de mano humana sobre su pecho.

    El principe dirigió la mirada confundida hacia la criatura.

    —Su alteza, me refería a Kuro. —Se excusó el jinete.

    El príncipe Solomon abrió los ojos en una expresión de incredulidad.

    —¿Puedes comunicarte con él?

    Ryo asintió aún avergonzado por sus actos y alzó una mano para removerse el pelo en un gesto nervioso para despejarse.

    “¿Acaso se cree que soy tu mascota?”

    —Por supuesto que no lo eres.— Le respondió al dragón antes de dirigirse al príncipe de nuevo.—Kuro es mi hermano, su alteza. Ninguno está por encima del otro en importancia. Kuro es mi compañero, no es una herramienta ni una mascota.

    Solomon miraba alternativamente al jinete y al dragón quien seguía su camino sin volver su rostro hacia ellos. No debía olvidar que aquel joven llamaba hermano a una bestia capaz de calcinar una ciudad en pocos segundos. Si Ryo decía que el dragón era como su hermano, así debía ser.

    —Entiendo, sois un equipo.—Respiró hondo agotado de tantas emociones.— Pues os entrenaré como tal.

    Por la expresión del jinete, parece ser que el dragón le respondió una última vez antes de volver al silencio.



    Las puertas del castillo se abrieron de nuevo para darles la bienvenida, cuando el último rato de sol tocaba la fría colina. Lord Kane y Lord Isas esperaban a su hijo con rudas muecas de desaprobación.

    “Estamos castigados de por vida.” Sonó la voz de Kuro en su cabeza. “Ya verás el sermón de papá.”

    Pero solo tuvieron que aguantar las perforadoras hasta que su majestad bajó de su caballo. Fue entonces cuando se aproximó a los lores captando toda su atención.

    —Siento haberte metido en esto.— Le susurro Ryo a Kuro. El dragón le miró con sus ojos amarillos cuando su jinete descendió al suelo y se aproximó a su rostro. Kuro apoyó su gran cabeza sobre el pecho de su hermano y dejó que los brazos de Ryo le abrazaran.— Esta noche te llevo carne a escondidas.

    “No nos metas en más líos.” Le respondió su hermano bestia con un gruñido.

    —Ryo.— Sonó la voz de su padre omega que se acercaba a ellos. Los hermanos deshicieron el abrazo al verlo cerca de ellos.— Su alteza requiere una reunión con tu padre, espero que no hayas hecho nada de lo que tenga que disculparse. Mira cómo está tu ropa. — Lord Kane no dejó que su hijo contestara antes de dirigirse a su otro hijo/bestia.— Kuro he estado haciendo ojos ciegos a la verdura que no has comido durante semanas. Pero esta noche vas a comer solo eso.

    El dragón hizo una mueca de asco al oír a su padre humano.

    —Y no quiero reproches ni gruñidos.—Sentenció señalandoles a ambos con un dedo acusador— Ryo a bañarte y cambiarte para la cena, sin trucos. Kuro, te espera un baño, te guste o no.

    Solomon pudo ver, mientras Lord Isas le guiaba a la entrada del edificio, como jinete y dragón agacharon sus cabezas frente a Lord Isas, como dos niños, y no pudo evitar esbozar media sonrisa.



    ~~~

    Las cenas en el castillo se llevaban a cabo en el gran salón. Una estancia de mesas alargadas de madera y bancos a ambos lados para albergar a todos los comensales. Coronada por una mesa de madera alargada a la que se sentaban los Lores, su hijo y el invitado que tuvieran en aquel momento. Tras aquella mesa no había un banco de madera, sino sillas de madera maciza, con respaldo y asiento acolchado, y colgada tras aquellas sillas, una enorme bandera con el blasón familiar un zorro blanco a dos patas que cargaba entre sus dientes la cabeza de un reno.

    Nunca nadie había visto un zorro tan grande como para cazar y decapitar un reno. Pero las leyendas de zorros gigantes aún persistían en la región.

    Las lámparas de hierro cargadas de velas iluminaban la estancia.

    Ryo nunca se sentaba en la mesa familiar. Solía sentarse junto a Elias y a sus amigos. Dana, hija de un caballero de su padre y aprendiz de costurera con el sueño de llegar a ser una gran modista y su pareja, Kiyo, un soldado que había comenzado aquel año su entrenamiento para escudero. Se conocían desde siempre y eran prácticamente inseparables.

    Pero aquella noche no sería posible.

    El salón entero se puso en pie para recibir a los Lores, al jinete de dragón, al príncipe y su mayordomo. Tras una introducción de Lord Isas y honorables palabras del príncipe agradeciendo su estancia y adulando la región, por fin se sentaron.

    Echó una mirada a su padre, Lord Isas, sentado en el centro de la mesa. A su izquierda, Lord Kane y a su derecha el príncipe. El protocolo habría dictaminado que el príncipe se sentara en el lugar que ocupaba Lord Isas, sin embargo, no era así, algo habría pasado.

    Desde su posición, a la izquierda de Lord Kane, Ryo pudo ver el semblante serio de su padre alfa. No parecía muy enfadado, aunque tampoco parecía calmado. Vio como su padre omega depositaba una mano sobre la de su padre alfa y este le devolvía el gesto entrelazando sus dedos.

    La relación de sus padres era única, como un unicornio. Estaban hechos el uno para el otro. A veces Ryo tenía curiosidad por cómo se sentiría tener a alguien así de su lado, pero otras veces pensaba que tampoco le era necesario. Tenía a Kuro, a sus amigos, la libertad de poder alzar el vuelo y olvidarse de sus preocupaciones.

    Durante la cena, sus padres se encargaron de contestar toda pregunta proveniente del mayordomo del príncipe, sentado a la derecha de este en su misma mesa. El pobre hombre se esforzaba en conversar con ellos.

    Ryo movía de un lado a otro los guisantes de su plato con la cabeza apoyada en una mano.

    —El joven Lord debe aprender mucho de estos actos sociales. No hay nada como observar a sus adeptos en un clima relajado.—comentó el mayordomo.

    —No sé, nunca me siento aquí. Contestó completamente inconsciente de su tono de voz aburrido e informal mientras seguía moviendo los guisantes de un lado a otro de su plato.

    Sus padres le fulminaron con la mirada, aquella no era forma de contestar. Ni siquiera había levantado la vista de su plato. Afortunadamente, el príncipe intervino.

    —¿Y dónde suele sentarse, joven Lord?

    Su voz aterciopelada aunque con unas notas de autoridad le hizo levantar la vista del plato. Le miró por un instante para devolver su mirada al gran salón tan pronto como pudo. Aquella no era una reacción muy natural de su hijo, pensó Lord Kane.

    —Me suelo sentar con mis amigos, allí, donde está Elias.

    El príncipe echó una mirada hacia donde señalaba el joven jinete con gesto pensativo, apenas pasaron unos segundos cuando se levantó de su asiento para mirar al joven.

    —Bien, entonces iremos con ellos.

    El gesto sorprendido de Ryo fue el mismo que expresaron los rostros de sus padres.

    —¿Cómo?—Logró articular el joven.

    Sin embargo fue el mayordomo del príncipe quien le contestó.

    —Si me permite, mi Lord, su alteza es un soldado dedicado y detallista. Conocer el ambiente en el que se desenvuelve un pupilo es parte de ello.

    Lord Kane miró al mayordomo y luego a donde estaban sentados los amigos de su hijo. Seguramente no habría nada que pudiera sorprender al principe, un soldado experimentado y un joven bien educado.

    —Si nos permite, Lord Isas…—se dirigió el príncipe al padre de su pupilo.

    El Lord accedió y animó a su hijo a que guiara a su futuro maestro hacia la mesa en la que se encontraban sus amigos. Lord Kane esbozó una sonrisa y dirigió una mirada al mayordomo real.

    —También es un buen ambiente para que el joven se desenvuelva con gente de su edad y pueda relajarse ¿no cree?

    El mayordomo le ofreció una sonrisa cómplice y alzó su copa por esas palabras.



    Los tres amigos conversaban de manera animada cuando el joven Lord y el príncipe se acercaron a ellos Dana y Kiyo sentados a un lado de la mesa alzaron sus miradas primero. Pero fue Elias quien al girarse tuvo el reflejo de levantarse de su sitio, a lo que el príncipe hizo un sutil gesto con la mano para que no lo hiciera, aunque apreciaba los modales.

    Ryo hizo una sonrisa nerviosa ante el silencio de sus amigos. Pensando cómo iba a convencerles de que el señor “estirado” iba a sentarse con ellos.

    —Chicos… ¿podemos sentarnos?—comenzó el joven Lord tratando de no soñar tan nervioso como a él mismo le parecía.— Los mayores nos han dejado tiempo para salir a jugar…

    Aquella frase les arrancó una sonrisa al grupo.

    Solomon no podía apartar la mirada de la sonrisa de Elias. Aún no podía creer que aquel alfa adulto fuera el “mejor amigo” del joven Lord.

    Elias se apartó hacia un lado para que tanto Ryo como Solomon se sentaran a la mesa con ellos. El príncipe se tomó aquello como parte de su investigación sobre su nuevo pupilo, aunque también quería alimentar su curiosidad sobre la vida en el Norte.

    El joven Lord respiró hondo tratando de mantener la calma.

    —¿De qué hablabais?

    Dana y Kiyo se miraron antes de sonreír de forma malévola hacia Elias y hacia Ryo.

    —La tejedora ha dicho que esta noche va a pasar.— Se apresuró Dana con su característica emoción.

    Elias soltó un resoplido mientras ponía los ojos en blanco y se llevaba la jarra de cerveza a los labios.

    —¡Siempre acierta, Elias! ¡No entiendo como sigues sin creerla!—Le respondió la chica.

    Ryo echó todo el aire en sus pulmones con una risita. La tensión rebajándose dentro de él.

    —Tienes que darle la razón en eso.—Le apoyó su pareja, Kiyo. El joven haría cualquier cosa por Dana.

    Ryo recibió la jarra de cerveza que los sirvientes dejaron delante de él, como si se tratara de agua de vida. Tomó la jarra con ambas manos y le dio un largo trago.

    Solomon a su lado, tomó la suya sin suma paciencia. Observando cómo el joven bebía.

    —No estaría mal, podríamos ir al lago.—propuso el jinete.

    Elias negó con la cabeza mientras depositaba de nuevo la jarra sobre la mesa.

    —Aún no va a pasar.

    La pareja frente a ellos intentaba justificarse de nuevo. Solomon se inclinó para preguntarle a Ryo de forma discreta.

    —¿Qué es lo que tiene que pasar esta noche?

    —¡oh! Bueno, la tejedora tiene fama de adivina.— le contestó Ryo en un tono bajo de su voz, más relajado de lo que le habría contestado en cualquier otra situación.— Lleva prediciendo la primera nevada del invierno durante años, Dana trabaja con ella así que se entera de todo.

    Ryo le había hablado como si no hubiera ninguna tensión entre ellos, como si Solomon fuera un principiante en su grupo de amigos. Relajado, amigable, con una sonrisa en sus labios rosados. Sin duda su actitud cambiaba radicalmente cuando se encontraba cómodo. Ni siquiera le miraba directamente, miraba a sus amigos y era feliz.

    —Entiendo que será el evento principal de esta noche.

    Ryo asintió antes de darle otro trago a su cerveza.

    —Tendría que hacer mucho más frío del que está haciendo estos días.—Replicó Elias convencido en su posición.

    Fue entonces cuando Dana hincó el codo sobre la mesa y extendió la mano hacia Elias. Mirándolo con los ojos entornados, en una mica que los amigos conocían muy bien.

    —Si nieva esta noche, te bañarás desnudo en el lago.

    Ryo y Kiyo miraron ambos con una sonrisa en los labios. Mientras Elias valoraba la integridad de su posición en aquel asunto.

    —Se pone interesante.— Le comentó Ryo a Solomon inclinándose ligeramente para hablarle.

    Finalmente Elias hizo una sonrisa orgullosa y estrechó la mano de su amiga. Entonces ambos miraron hacia el joven Jinete.

    —¿Mi Lord?—le llamó Elias.

    Ryo levantó una mano y la posó sobre la de sus amigos.

    —Esta apuesta queda validada. Los términos son los siguientes, el perdedor se bañará desnudo en el lago, esta noche.

    —¿y?—insistió Dana a lo que Ryo resopló.

    —Y como autoría en esta apuesta, prometo no ablandarme a favor de la parte perdedora, que seguramente será Elias…

    —¡Eh!—se quejó el soldado.

    —¡Calla! Juegas la carta del mejor amigo demasiadas veces.— Le reprochó Kiyo.

    Solomon esbozó una sonrisa, sí que se ponía interesante.

    Ryo respiró hondo.

    —Y si fracaso, yo también me bañaré en el lago.— concluyó el joven jinete.

    Ryo retiró la mano de las de sus amigos, pero estos no estaban dispuestos a deshacer su apretón de manos todavía.

    Los amigos se giraron hacia Solomon esperando algo de él. El príncipe sorprendido de su repentina inclusión en los planes, tardó un par de segundos en dejar la jarra de cerveza sobre la mesa para levantarse y poner la mano sobre los participantes de la apuesta.

    Para ello Ryo tuvo que apartarse un poco, volver a tocar la piel del príncipe era algo que tenía en mente durante toda la noche. Algo dentro de él quería volver a sentir aquella sensación. Sin embargo, no se atrevía a reconocer seriamente aquel pensamiento.

    —Esta apuesta queda validada.—Iba a detenerse allí, sin embargo, tuvo ganas de dejarse llevar por el ambiente relajado.— Y si perdedor y primer validador de la apuesta deciden no adentrarse en el lago, yo mismo les tiraré al agua.

    —Estás perdido, Elias.— Le dijo Dana.

    —No cuentes conmigo para conmutarte la pena.— bromeó Ryo.

    Los participantes de la apuesta deshicieron su agarre y el príncipe volvió a sentarse. Iban a recobrar la conversación cuando algo llamó la atención de Kiyo quien le dio un golpecito en el hombro a su novia.

    Dana miró en la misma dirección y sonrió.

    — Oh… a lo mejor podemos convencer a alguien más.

    Todo el grupo dirigió su mirada hacia el joven omega pelirrojo con pelo alborotado y rostro lleno de pecas. Sería de la misma altura que Ryo. Delgado, ojos verdes y sonrisa iluminada mientras hablaba con sus familiares.

    Elias se atragantó con el trago de cerveza que acababa de tragar.

    —Ea,ea, campeón.—Ryo le dio palmadas en la espalda a su mejor amigo con gesto burlón.

    El príncipe no tenía que ser demasiado listo para saber lo que estaba pasando. Aunque nunca admitiría que aquella nueva información aliviaba sus adentros. —Ni se os ocurra.— pudo decir Elias tras toser repetidas veces, con el rostro sonrojado hasta sus orejas.

    —¡Yuu!—lo llamó Kiyo mientras Elias solo quería meterse debajo de la mesa.

    Los amigos le hicieron gestos al joven para que se acercara. El joven pelirrojo les sonrió y tras despedirse de sus familiares se acercó hasta ellos. Elias no sabía dónde esconderse, su rostro completamente sonrojado. Se secó los labios con su manga. Sus manos temblorosas sobre la mesa. Solomon sonrió divertido ante la reacción del alfa.

    Yuu se acercó a ellos con una sonrisa que desapareció a favor de una mueca de asombro al ver al príncipe, a quien había visto sentado a la mesa de los Lores al principio de la mesa.

    Ryo sonrío intentando hacer la situación más cordial.

    —Yuu estábamos hablando de ir al lago esta noche.— le dijo el jinete mientras Kiyo y Dana se hacían a un lado para que el joven se sentara con ellos.

    El chico se sentó de manera mecánica, más rígido que un árbol.

    —Oh… ¿por qué? —llegó a preguntar. Sus ojos le delataron posándose sobre el rostro de Elias al mismo tiempo que el rubor crecía en sus pecosas mejillas.

    —Aaaahm… —Trató Ryo de encontrar las palabras exactas que no les dejarán en mal lugar.

    —¿Por qué no te lo explica Elias? —Se adelantó Dana levantándose de su sitio y tirando del brazo de su novio.

    —Sí, os esperamos en el patio de entrenamiento.— le siguió Kiyo levantándose también.

    Ryo se giró hacia el príncipe con una sonrisa pícara que se suavizó al encontrarse con sus profundos ojos azules. Solomon le devolvió la mirada y sonrió suavemente para hacerle saber que se estaba divirtiendo. Aquella sonrisa levantó el rubor en las mejillas del jinete quien le hizo un, nada sutil, movimiento con la cabeza para indicarle que ellos también se iban.

    Los cuatro jóvenes abandonaron el salón principal por la gran puerta de madera por la que se adentraban todos los súbditos de los Lores. Aunque no se fueron muy lejos, sino que se quedaron allí, asomados. Mirando al joven y próximo caballero Elias y al joven omega pelirrojo.



    —¿Qué están haciendo?—Preguntó Lord Isas en voz alta al ver el movimiento de los jóvenes.

    Lord Lane echó un vistazo a los jóvenes mientras se escondían de forma, francamente llamativa, desde el otro lado del arco de la gran puerta y siguió sus miradas hasta Elias y el joven pelirrojo sentado frente a él.

    —¡oh!—dijo finalmente y sonrió.— mira a Elias, mi amor.

    Su marido le obedeció para encontrar a la joven pareja de rostros sonrojados tratando de mantener una conversación a pesar de la timidez y la vergüenza.

    Hizo una media sonrisa.

    —¿Sabes… mi amor?— Le susurró Lord Kane.—La tejedora dice que esta noche será la primera nevada del año…

    Lord Isas giró su rostro lentamente hacia su marido, sus ojos sumergidos en lujuria y pasión. Con una sonrisa que podría haber llevado en el rostro el mismísimo diablo. Lord Kane sintió un cosquilleo en su bajo vientre. Le encantaba esa sonrisa.



    Solomon optó por no asomarse por la puerta, no era que no le causara curiosidad. Pero entendía que la pareja necesitaba intimidad. Bueno, toda la que podría darle un salón lleno de gente.

    Ryo se dio la vuelta abandonado su puesto de vigilante con una risita abandonando sus labios.

    —Chicos, les hemos dicho que les esperaríamos en el patio de entrenamiento.

    Dana y Kiyo por fin abandonaron sus puestos también para seguir con el plan.

    —Bien, próxima parada, cocinas.

    Aquello le extrañó a Solomon.

    —¿Cocinas?—Le preguntó a Ryo.

    Él asintió y durante el trayecto hacia la estancia le explicó que Dana era la hija de una de las cocineras del castillo y que harían una parada allí antes de ir al lago para tomar algunas botellas de vino.

    El agua del lago era fría, muy fría, incluso para los norteños. Un poco de vino les ayudaría a no sentirlo tanto.

    Solomon siguió a los jóvenes hasta las cocinas, cada paso que daba se alejaba más de su afán de investigación y le adentraba en el ambiente desenfadado de aquella noche. Hacía mucho que no se sentía así. Libre y animado, no solo inclinado a una noche de lucha, alcohol y sexo.

    Las cocinas estaban vacías, como cada día tras la cena y antes de la última llamada para el té de Lord Kane antes de dormir.

    —¡vamos! —Susurro Dana mientras se adentraba en cocinas e iba directamente a una pequeña bodega escondida bajo una mesa de madera.

    Kiyo también se metió en cocinas. Y en cuanto lo iba a seguir Solomon, Ryo le detuvo agarrando su mano. El cosquilleo reapareció, surcando sus cuerpos y deteniendo sus respiraciones. El príncipe se giró rápidamente hacia el jinete quien le miraba con los ojos muy abiertos y el rostro sonrojado.

    Tenía que soltar su mano, y cuanto antes. El deseo crecía en su pecho, como lo hacía en el de Ryo, podía verlo en sus ojos, si no soltaba pronto su mano comenzaría a dejar salir su olor para devorarle. Afortunadamente algo de razón quedaba dentro de él porque soltó su mano a pesar de todo pensamiento sexual que rondaba su cabeza.

    El pecho de Ryo subía y bajaba en una respiración acelerada. Sus ojos ambarinos sobre los azules de Solomon. Como le gustaban aquellos ojos. Solomon se imaginó el cuerpo desnudo del jinete, bajo el suyo, mientras se adentraba en su cuerpo, el pecho del joven seguiría aquel mismo ritmo. Su piel blanca como la nieve se inundaría de un rubor rojizo, su espalda se arquearía con cada embestida de su…

    —Deberíamos quedarnos fuera, para vigilar.—Susurró Ryo sacándole de su fantasía.

    Mientras el joven trataba de hacer desaparecer su rubor ahuecándose el cabello con una mano. A Solomon le llegó un olor a canela, clavo y manzana. Era como oler una tarde de invierno frente a la chimenea. Sus ojos se posaron en los del omega, era él, era su olor. Y era delicioso.

    Dana y Kiyo salieron entre risas de la cocina, cada uno con dos botellas de vino. El príncipe agradeció en sus adentros no pasar más tiempo a solas con el jinete.

    Juntos, los cuatro jóvenes se dirigieron al patio donde entrenaban los soldados y donde también se ubicaba el hogar de Kuro.

    Allí les esperaban ya Elias y Yuu, tomados de la mano, hablando entre ellos con las mejillas ruborizadas y sonrisas tímidas en sus labios.

    —¡Eh, tortolitos!—Les llamó Kiyo mientras él y su novia les adelantaban, el príncipe y el jinete les seguían un par de metros más atrás. —¡El lago nos espera!

    Ryo caminaba con la vista fija al suelo y furtivas miradas hacia el príncipe. Dentro de su cabeza un torbellino de emociones. Deseaba volver a sentir aquel cosquilleo, una parte de sus ser lo anhelaba, pero le daba miedo hasta dónde podría llegar aquel deseo. Nunca había sentido algo así antes, era fuerte y abrasador una corriente eléctrica que le hacía sentir cada fibra de su ser. Como si su cuerpo despertara de un largo letargo.

    —¡Kuro!—Llamo Dana al dragón.— ¡Vente con nosotros al lago!

    El dragón por su parte les contestó con un gruñido cansado.

    Ryo levantó la vista del suelo para sonreír a su hermano.

    —Dice que puede que luego.— Le tradujo el jinete a su amiga.— Papá le ha hecho comer mucha verdura y aún está haciendo la digestión.

    Los amigos se despidieron de Kuro con sonoros deseos de verle más tarde.

    El camino al lago descendía por la colina tras el castillo adentrándose en una parte de bosque sin habitar, apenas media hora caminando hasta la orilla más próxima a la aldea. La noche era fría, mucho más fría que las anteriores. El grupo de amigos parecían una banda de chimeneas andantes. Elias comenzaba a pensar que iba a perder la apuesta.

    —¿Qué dices del frío ahora,eh? —Se regocijaba Dana.

    —Me temo que vas a tener que bañarte al final de la noche.— Le comentó Yuu aún cogido de la mano de Elias.

    Él le sonrió, temeroso por perder la apuesta.

    —¿De qué lado estás tú?

    Los amigos soltaron una sonora carcajada mientras descendían por la colina. A unos metros de ellos, el príncipe y el jinete.

    Ryo no podía más con aquel torbellino dentro de su cabeza. Quedarse callado había pasado de ser un mecanismo de contención a una penitencia.

    —Su alteza.— murmuró al tiempo que se detenían sus pasos.

    Pero Solomon lo oyó, por supuesto que lo hizo. Sus pies se detuvieron apenas unos pasos por delante de él.

    Solomon esbozó una sonrisa, parte propiciada por su ego. Su cuerpo se giró hacia el jinete y recorrió los apenas dos pasos que le separaban.

    —“Su alteza” es un tanto formal para la ocasión ¿no crees? —Aquella sonrisa pícara le provocaban emociones a Ryo que no iba a admitir.

    —¿Ryo? ¿Todo bien?—Les interrumpió la voz de Kiyo.

    Ambos se giraron hacia el joven.

    —Sí, ahora vamos.— pudo decir Ryo.

    —Enseguida.— confirmó Solomon asintiendo con la cabeza.

    Si aquellas palabras no convencieron a Kiyo, al menos actuó como si lo hicieran, pues volvió a darse la vuelta y siguió al grupo. Tampoco era tan extraño, el príncipe sería quien le entrenaría en cuanto cumpliera dieciocho años y estaba allí para conocerle. Tendrían muchas cosas de las que hablar.

    Solomon volvió a mirar a Ryo en cuanto les dejaron a solas de nuevo. El joven jinete con mejillas encendidas trataba de evadir la mirada de aquel momento.

    —¿y bien?— insistió el principe.

    El joven jinete le obsequió con una mirada furtiva Antea de apartar sus ojos de él de nuevo. No entendía como no se atrevía siquiera a mirarle cuando hacía unas horas estaba dispuesto a pegarle con la rama de un árbol.

    —¿Y cómo quieres que te llame?—Protestó.— Vas a ser mi maestro y después de eso mi señor.

    Solomon se tomó un momento para pensar en su respuesta. Estaba andando por arenas movedizas, no podía permitirse el involucrarse demasiado, aunque parte de él lo deseara. No podía mostrar interés en él de manera tan obvia.

    Trató de sacar su sonrisa más sincera. Evitando el tema de aquella sensación que aún cosquilleaba en su pecho.

    —Solomon está bien.—Forzó un tono amigable.—Me estoy divirtiendo, Ryo. —Soltó una risita dejando el bajo salir de su boca.

    Ryo trato de imitar su sonrisa. El príncipe optaba por un comportamiento amigable, no podía reprocharle sus esfuerzos. La idea de ir a la capital no le gustaba aún y una pequeña parte de su mente había empezado a coquetear con un plan de huida. Pero por primera vez, parecía tener a alguien de su lado. Por el precio de sus servicios como caballero. Pero estaba bien pensar que alguien le respaldaba, al menos, en la mitad de sus objetivos.

    —Deberíamos volver con los demás.— Dijo Solomon dando un paso hacia adelante en el camino, bajo saliendo de su boca a medida que hablaba.

    Y puede que fuese un movimiento inconsciente o uno bien ensayado y aprendido desde la niñez a, desde que podía ponerse en pie. Pero Solomon se olvidó del pequeño detalle del contacto físico cuando giró sobre sus talones y extendió su mano hacia Ryo para ofrecérsela en un gesto caballeroso.

    Ryo le miró con las mejillas sonrojadas, no precisamente por el frío. El aliento saliendo de entre sus labios como una nube que se desmenuzaba entre ellos. Solomon pareció darse cuenta de lo que había hecho, pero se había quedado congelado en el sitio.

    Fue entonces cuando sucedió.

    Una pequeña mota blanca descendió de los cielos mecida por el frío aire nocturno, adentrándose entre las copas de los árboles esquivando las ramas hasta descender en camino de los dos jóvenes y posarse en la mano del príncipe.

    Ambos lo vieron, el primer copo de nieve del invierno.

    Sus ojos persiguieron el errático rumbo del copo de nieve hasta posarse en la palma de la mano del príncipe. Ambos levantaron la mirada para encontrarse el uno con los ojos del otro en una expresión asombro y euforia en sus rostros.

    —¿Acaso es…?—empezó Solomon cuando la sonrisa más grande e iluminada que había visto jamás conquistó la expresión del jinete.

    —Un copo de nieve, el primero del invierno.— contestó el jinete a su pregunta.

    El jinete del dragón levantó la vista al suelo para recibir a los copos de nieve que comenzaban a caer a su alrededor. Extendió las manos y dio una vuelta sobre sí mismo.

    Solomon por fin retiró su mano para admirar los gestos del joven quien cerró los ojos y dejó que la nieve tocara su rostro.

    —¡Está nevando!— se oyeron las voces del grupo al final del camino.

    Ryo volvió a abrir los ojos y recobró su postura mirando tras de Solomon, su atención estaba en otra parte. Pasó por el lado del príncipe y este le siguió unos pasos por detrás. Camino abajo hasta llegar a la orilla del lago. Dana y Kiyo daba palmadas al unísono coreando el nombre de Elias mientras el futuro caballero se desvestía delante de su recién estrenada pareja, o casi pareja. Sea como fuera Yuu observaba de reojo y con el rostro completamente sonrojado como el caballero desnudaba su cuerpo entrenado durante horas.

    Elias se deshizo de todo hasta quedarse en calzones. Con los brazos cruzados sobre su pecho y temblando de frío.

    —Bueno ya está.

    Dana soltó una carcajada y con un gesto de su dedo le dijo que no.

    Ryo y Solomon llegamos a la orilla para ser testigos del pago por la apuesta. El joven Yuu miraba ahora al suelo, sin atreverse a mirar el cuerpo semidesnudo de Elias.

    —Venga, chicos. Ya está sufriendo suficiente.— intentó mediar el jinete.

    —Cuidado primer validador, si Elias no se baña desnudo, me veré en la obligación de tiraros a los dos al lago.—Le recordó Solomon inclinándose ligeramente detrás de él.

    Ryo le hizo una sonrisa incómoda a Elias quien tras aguantar su mirada durante un segundo, resopló y se dio la vuelta para caminar por la tierra húmeda sobre la que caían los copos de nieve hasta que los dedos de sus pies tocaron el agua. Miró hacia el horizonte, no sabía cómo se metía en aquellas situaciones. Respiró hondo y se quitó los calzones obsequiando a sus amigos con una completa vista de su trasero.

    —uuuh, no necesitaba ver eso.—Se burló Kiyo.

    Yuu miraba a su pretendiente con un nada camuflado falso disimulo.

    Elias respiró hondo intentando no pensar en el agua fría ni los copos de nieve que tocaban su piel.

    Sus amigos comenzaron a vitorearle y a dar palmadas de ánimo. Solomon tomó su puesto al lado del jinete viendo cómo daba palmadas y vitoreaba el nombre de su amigo.

    Finalmente el valiente caballero se armó de valor y se adentró en el lago hasta que el agua cubrió sus caderas y solo entonces se sumergió en el agua parar salir sacudiendo sus cabellos como un perro.

    Sus amigos ahora silbando y vitoreando al valiente que se encontraba en el lago con el agua por los hombros.

    Solomon dejó salir una grave risilla de su garganta.

    —Esto es una locura.

    Ryo le miró, parecía diferente, relajado, la sonrisa en sus labios no era cortes ni forzada. Y le gustaba.

    Negó con la cabeza barajando una locura en su cabeza y comenzó a desabotonarse la ropa.

    —¿Qué…?—Sorprendió el príncipe.

    —Bueno,—dijo entregándole su casaca al príncipe.—es mi mejor amigo y va a ser uno de los caballeros de mi padre algún día .—se quitó la blusa dejando al descubierto la mancha sobre su pectoral izquierdo en forma de garra de dragón y se la entregó al príncipe.

    De pronto el jinete también estaba en calzones

    —Se podría ver cómo una doble obligación.

    Solomon hizo una media sonrisa y asintió.

    —Por supuesto.— se agachó y dejó la ropa del jinete en el suelo solo para incorporarse y comenzar a quitarse la propia.— Y como segundo validador y comisor de esta apuesta yo también debería cumplir.



    Los amigos reían y abrían una de las botellas de vino, Yuu por fin había superado la vergüenza inicial cuando jinete y principe se adentraron corriendo al lago llevando puestos sus calzones. Los tres amigos levantaron la vista hacia ellos con gesto sorprendido.



    —Vamos no me jodas.—Se quejó Dana.

    —¿Qué…?¿Qué pasa?— preguntó el joven Yuu algo desubicado.

    Kiyo dejó la botella recién abierta en el suelo.

    —Ahora nos tenemos que bañar todos.


    Edited by Aileana - 16/1/2023, 12:40
     
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