“Incomunicados” aquella palabra caló en el cocinero como la brisa marinera del amanecer. Fresca, liberadora. Incomunicados significaba que hasta allí no llegaba el correo. Que el mundo exterior podía arden en llamas, que ellos no se enterarían. En aquel momento, para él, era una bendición. No quería más sentimientos confusos sobre el estado de salud y posible muerte de Judge. Quería seguir sin saber de ellos, como antes de la primera carta.
Sin embargo, aquel podía ser un problema para la tripulación. Cualquier banda pirata poco conocida podía desaparecer de un momento a otro, pero ellos… les darían por muertos si tardaban demasiado en salir de aquella situación, la carrera hacia el One Piece podría complicarse.
Jimbe y Nami observaban el log pose como quien observa un libro de dibujos escondidos. Esperando que pasara algo, descubrir un detalle que aclarara la situación.
Las tres agujas apuntaban al centro y hacia a abajo. Un movimiento del todo imposible en el nuevo mundo. Pero al parecer el Log pose solo estaba detectando un centro magnético y se encontraba bajo el agua.
Las agujas no se movían, rotaban sobre sí mismas.
—Un único punto magnético, lo suficientemente fuerte como para tapar cualquier otra señal.—concluyó la navegante.—Sería lógico pensar que las islas del archipiélago se mueven alrededor suyo. Por lo que… —Nami respiró profundamente al darse cuenta de lo que aquello significaba.— Tendremos que analizar los movimientos de las islas y el tiempo que tardan en moverse.
—Tendremos que guiarnos por las estrellas como antaño. —contestó el timonel.
El capitán se estiró con ambos brazos hacia arriba en la playa y se sentó sobre la arena.
—Si la isla se mueve sola, no tenemos de qué preocuparnos.
—¡NO HAS ENTENDIDO NADA!—le gritó el resto de la tripulación.
El cocinero volvió a toparse con la mirada del espadachín. No le retaba, pero su seriedad y determinación delataba el tema que necesitaba tratar con él.
“Pero si lo hago me temo que no podré parar.” Las palabras del marimo resonaron en su mente y tuvo que apartar la vista antes de ruborizarse.
Forzó una sonrisa y puso ambas manos sobre sus caderas mientras caminaba de vuelta al barco.
—Yaaa… mientras Nami-swan y Jimbe siguen investigando, ¿quién quiere desayunar?
Zoro siguió con su ojo bueno los movimientos del cocinero. No iba a pasar por alto lo que había sucedido aquella noche, como Sanji había correspondido a su deseo. No pudo evitar hacer media sonrisa.¿Desde cuando era tímido el Ero-cook?
Sanji sirvió el desayuno mientras Nami y Jimbei trazaban un plan para determinar el movimiento de las islas de aquel archipiélago. Robin les entregó un par de libros sobre otros casos de archipiélagos cambiantes ya conocidos. El estudio sobre sus movimientos y cómo navegar en ellos.
Tras un buen desayuno y asegurarse de que el Sunny estaba anclado a aquella isla, Luffy tuvo la gran idea que querer ir a explorar. Por cómo se veía desde el Sunny, era una isla virgen. Un extenso bosque separaba un extremo de la isla del otro, rodeado por playas de arena blanca. Ni rastro de civilización.
Zoro le siguió en aquella idea, el médico de la tripulación también. Era una buena oportunidad para localizar plantas medicinales y reabastecer la enfermería.
—Sanji-kun…—le llamó la atención Nami mientras él lavaba los platos del desayuno.
—¿hm?— se giró distraído hacia ella. Su cabeza estaba en otra parte.
—¿Te importaría ir con ellos?—le pidió.— Luffy podría comerse cualquier cosa venenosa, Zoro va a perderse, eso lo tengo más que claro.
Sanji se vio en una encrucijada, no quería ir a dar vueltas por la isla con el marimo. No sabía si quería si quiera estar en la misma habitación que él. El desayuno ya había sido demasiado incómodo para él.
—Chopper va con ellos, ¿no es así?—intentó justificarse.
Nami respiró hondo y se llevó una mano a la frente.
—Es como enviar a un niño a cuidar de dos monos.
Sanji sonrió a aquella comparación. Lo sentía mucho por Chopper, pero la verdad era que no imponía demasiada disciplina.
Respiró hondo y se secó las manos antes de quitarse el delantal.
Se iba a arrepentir de ello, lo sabía perfectamente, pero Nami tenía razón.
—Quédate tranquila, voy con ellos.
Fuera del barco, en la playa, su capitán, el espadachín y el médico de la tripulación esperaban al cocinero para salir en busca de aventuras.
El pequeño reno llevaba a su espalda su característica mochila azul. Gesto que le copió el chef, pues también cargaba con una mochila en caso de encontrar nuevos ingredientes o flora comestible. La navegante les despedía con un gesto de su mano a los intrépidos aventureros cuando se acercó la arqueóloga.
—¡No os metáis en problemas! —les ordenó.—¡No sabemos cuánto tiempo tenemos que estar aquí anclados!
Robin copió el gesto de la navegante con su mano mientras observaba a los miembros de aquel improvisado grupo de exploración.
—Vaya, qué extraño.—valoró la arqueóloga.
—¿hm? ¿A qué te refieres, Robin?—le preguntó extrañada la navegante ante el comentario de su nakama.
Robin observaba al cocinero, quien no había respondido a la navegante con alguno de sus dulces comentarios, no les había lanzado besos mientras se alejaba. Nada. Sanji se aferraba con ambas manos a los tirantes de su mochila y caminaba con la vista al frente sin mediar palabra.
—Sanji-kun, no se comporta con normalidad.
Nami dirigió la mirada hacia el rubio y no pudo evitar esbozar una triste sonrisa.
—No tiene el ánimo para fingir estar alegre.—dijo la navegante.— Ojalá pudiéramos hacer que su carga fuera más ligera. Pero es un tema delicado y muy complicado.
Sin duda, la carta de Germa, las palabras de la hermana de Sanji, la posible e inminente muerte de Judge. Robin anhelaba lo mismo que su amiga. Ojalá pudieran compartir aquella carga con él.
Los ojos azules de la arqueóloga se posaron en el espadachín que caminaba un par de metros por detrás del chef. Su mirada fija en el rubio, con una expresión severa en su rostro. Incluso Zoro parecía preocupado por él.
Luffy canturreaba mientras agitaba una rama caída que había encontrado al principio de su paseo. Le seguía el pequeño médico canturreando tras él con una sonrisa en su rostro. Saltando por encima de las voluminosas raíces de los árboles. Tras ellos unos silenciosos Sanji y Zoro. El chef trataba de mantener su vista fija al frente y sobreponerse a la tentación de mirar hacia atrás al espadachín.
Zoro caminaba tras el chef con su ojos fijos sobre el rubio. En su mente, el beso que había sucedido apenas hacía unas horas. Le había correspondido, no se lo había imaginado. Entonces, ¿por qué se estaba comportando así? Ni siquiera le miraba, se apartaba de él.
Tampoco esperaba que el cocinero se lanzara a sus brazos para cubrir sus labios con los suyos. Aunque aquella imagen fantasiosa le sacaba una media sonrisa pícara. Pero Sanji no era así, al menos no con él. Sus peleas eran un divertimento, una manera de entretenerse. Solo había que ver al espadachín cada vez que se enzarzaban en una discusión. Siempre se le escapaba una sonrisa.
Pero al parecer para el chef no era así.
Su capitán estiró los brazos sin pleno aviso y a grito de “¿qué es eso?” Desapareció entre el denso folllage de las copas de los árboles. Apenas pudieron reaccionar. En menos de un segundo habían perdido a su capitán.
—¡LUFFYYYY, espera!—gritaba el pequeño médico mientras salía corriendo en dirección hacia donde había desaparecido su capitán.
Sanji dio un par de zancadas rápidas en un intento de detener al médico. Si empezaban a correr sin sentido, se perderían todos.
Sin embargo, no llegó a detener al médico. Estaba tan ensimismado en sus propios pensamientos que no había reparado en la irregularidad de su entorno.
—¡OÍ! Chopper no corras…
Un pie se topó con una raíz sobresalida de un árbol y rápidamente la segunda zancada se convirtió en un tropiezo.
Su rostro no llegó a tocar el suelo. Rodeando su pecho apareció un musculoso brazo salvador que previno aquel golpe. Sanji necesitó un segundo para reconocer el tacto del espadachín alrededor de su cuerpo. Cierto, Zoro caminaba tras él. Su rostro se ruborizó al instante.
Zoro se preparó para su rechazo, para los gritos y los empujones. Pero el chef no se movió ni dijo nada. Lentamente le ayudó a recobrar la postura sin alejarse de su tacto. Su brazo sobre el pecho de Sanji se re posicionó alrededor de las caderas del cocinero.
El rubor sobre las mejillas de Sanji resaltaba sus ojos azules, bajo una cascada de cabellos rubios.
—Mira por dónde caminas.— salieron las palabras de los labios del marimo.
Sanji apretó los puños en un gesto de rabia, no soportaba aquel tono condescendiente en su voz. Sus manos aún hechas puños apartaron al espadachín de su lado de un empujón y se dio la vuelta para volver a darle la espalda.
Ni siquiera se atrevía a mirarle a la cara, no se atrevía a mencionar lo sucedido la pasada noche.
Para temor de Sanji, Zoro no no iba a dejarlo pasar. El espadachín se le quedó mirando con una ceja alzada frente a aquel gesto. Parte de él se obligaba a medir sus palabras. Pero su rabia e impaciencia iban ganando terreno por momentos.
Sanji se quedó mirando a sus pies, como si en cualquier momento esperara una reprimenda. ¿Cuándo se había vuelto tan frágil? ya no era aquel niño torturado que lloraba por el amor de los demás. Se había curado de eso y había trabajado muy duro para hacerse más fuerte. Pero los acontecimientos de los últimos días lo habían dejado completamente derrotado.
Finalmente el vice-capitán suspiró llevándose una mano a la frente.
— No te entiendo, de verdad. — No era su intención que su tono de voz sonase tan hastiado y molesto como realmente se sentía, sin embargo, aquello fue algo que no pudo controlar.
Sanji apretó los labios dispuesto a reprender con sus palabras aquel comportamiento del marimo.
— ¿Que tú no me entiendes? — se quejó mientras se daba la vuelta para enfrentarse al espadachín. — Eso tendría que decirlo yo ¿no crees?
Zoro alzó la ceja de su ojo sano, no sabiendo porqué el rubio se mostraba tan molesto. Era él quien estaba siendo rechazado y castigado con el silencio. Si el cocinero no quería nada con él debería decírselo a la cara, como hacían siempre, nunca se contenían el uno con el otro. Pero de pronto, Sanji había decidido jugar a comportarse como un adolescente.
—¡Tsk! — carraspeó el peliverde con una mueca molesta.
Sanji se enfureció tanto por aquel gesto que tuvo ganas de abofetearlo.
—Ni se te ocurra ponerme esa cara, cabeza de musgo. — le advirtió.
Aquello fue demasiado para el espadachín. Al parecer tampoco podía mostrarse molesto cuando realmente lo estaba.
— ¿Qué, acaso te molesta? — le respondió en tono amenazador dando un paso hacia él, posicionándose tan cerca del rubio que podía sentir la respiración contraria.
Las mejillas del cocinero adquirieron un ligero tono rosáceo. Pero no le iba a dejar ganar.
— ¡Por supuesto que sí! — le respondió con voz algo temblorosa. En su mente flotaba el recuerdo del beso de aquella noche. Como se le había llenado el estómago de mariposas. La caricia ruda y demandante de los labios de Zoro, sus manos posesivas envolviéndolo.
— Pues anoche no lo parecía.
Sanji tuvo que apretar los puños para no abofetear su cara.
— ¡Ah! ¿quieres que hablemos de eso? — el cocinero no se iba a dejar arrinconar ni intimidar por el espadachín, se enfrentó a él con actitud desafiante. — Por que si quieres hablamos de cómo, tras años de peleas, insultos y burlas, anoche decidiste que era buen momento para comerme la boca. Por favor, — dijo enseñándole las palmas de las manos a Zoro como si le cediera el turno. — estoy muy interesado en una explicación.
Sanji logró lo que pocas veces se había logrado a lo largo de la historia de la humanidad: dejar a Zoro sin palabras.
¿Peleas, insultos y burlas?, ¿acaso el cocinero se tomaba en serio todas esas riñas que habían tenido desde que se conocieron? Para el espadachín no había sido así. Su relación había empezado con una rivalidad que respetaba la unidad dentro de su tripulación. Y para el vice-capitán, aquella rivalidad se había convertido en una amistad que, a veces, daba pie a algún que otro flirteo. A su manera, por supuesto, ruda y sin pelos en la lengua.
Al parecer no había sido lo mismo para Sanji, quien cansado de esperar la respuesta del espadachín, simplemente suspiró y se dio la vuelta para seguir caminando.
— Vamos, tenemos que encontrar a Luffy y a Chopper antes de que se metan en líos.
Zoro necesitó unos instantes más para darse cuenta de cuán hondo había metido la pata.
— Sanji, espera…
Allí estaba. el «Sanji» saliendo de sus labios, tan grave, tan tierno, tan sensual..
El rubio apretó los párpados y los labios mientras negaba con la cabeza para no sucumbir a aquella tentación.
— No tenemos tiempo para esto. — Sentenció el rubio dando por zanjada aquella conversación.
Zoro agachó la cabeza y se pasó de nuevo una mano por su verde cabellera. Levantó la mirada hacia la esbelta figura del rubio que se había encendido un cigarro y que se alejaba a paso ligero, moviéndose ágilmente entre la maleza. Tenía que arreglar aquello, pero puede que aquel momento no fuera el mejor. Sanji ya estaba enfadado, quería explicarle que para él no había sido así, que no había sido un impulso repentino. Pero no le escucharía.
Suspiró de nuevo y siguió al rubio en silencio por el camino que había tomado chopper para seguir a su capitán.
No anduvieron mucho hasta encontrar a su capitán riéndose, sentado en el suelo, sosteniendo una gruesa y larga serpiente que había tenido la mala suerte de encontrarse con el futuro rey de los piratas. Mientras Chopper aprovechaba para extraer el veneno de los colmillos del reptil en un tarro de cristal, Luffy jugaba con el largo cuerpo de la serpiente. Asombrado por sus coloridas escamas y su inusual longitud.
— ¿Pero qué… — Comenzó el cocinero, captando la atención de su capitán y del médico.
— ¡OE, SANJI! — le llamó Luffy levantando el cuerpo de la serpiente con ambas manos. — ¿Nos la podemos comer?
El cocinero les miró con una ceja alzada ante la despreocupación del capitán. Solo Luffy podía preguntar algo así.
— Depende. — le respondió y señaló a Chopper con la mano que sostenía su cigarrillo. — Si Chopper dice que es seguro, no veo por qué no.
De vuelta al Sunny, Luffy y Zoro cargaban a hombros con la larga serpiente mientras Chopper y Sanji les seguían unos metros por detrás. Mientras ellos exploraban la isla, los demás habitantes del barco habían asentado un improvisado campamento en la playa. Con una mesa y sillas suficientes para todos.
Jinbei y Nami ya se hallaban sentados a la mesa, libros y mapas cubrían la superficie, mientras ambos, timonel y navegante, conversaban sobre la mejor estrategia y el mejor momento para desanclar el sunny.
Franky había terminado las reparaciones y al verles de vuelta, cargados con la comida del día sobre sus hombros, anunció que bajaría la barbacoa a la playa para poder preparar la comida desde allí. Robin estaba sentada en una silla baja, en la orilla con sus pies a remojo en el agua del mar, mientras sus manos sostenían un grueso volumen. Franky, el esqueleto sin piel portaba un ridículo bañador de flores y se hallaba tumbado sobre la arena disfrutando de un utópico momento de relajación.
Sanji, alentado por la propuesta de Franky se adelantó para subir al barco en busca de algunos ingredientes que pudieran acompañar a la barbacoa de serpiente. Luffy presumió de la caza del día delante de su tripulación. Había que admitir que, su capitán era único en el mundo.
El espadachín dejó a su capitán con su momento de gloria para acercarse a la orilla. No tenía ánimos para estar de fiesta.
— ¿ Todo bien? — le sobresaltó la voz de la arqueóloga que había levantado la vista de su lectura.
Él la miró sin cambiar su expresión de molestia.
— Ya veo que no. — Valoró ella y esperó unos instantes para proseguir. Zoro no iba a decirle nada, pero al menos iba a darle la oportunidad, si quería, de sincerarse. — ¿Es por lo de anoche con Sanji?
Aquello sí que le tomó completamente por sorpresa al espadachín, quien le devolvió la mirada con su ojos sano tan abierto, que amenazaba con salirse de sitio.
Robin ladeó la cabeza y alzó su libro momentáneamente.
— Estaba en la biblioteca. No eres el único que se pasa las noches en vela.
Zoro se llevó una mano al rostro en un gesto cansado. ¿Acaso toda la tripulación estaba despierta aquella noche? Con un bufido se sentó en la arena junto a la arqueóloga, con la vista fija en el horizonte.
— ¿Te ha rechazado? — prosiguió ella.
— Eso parece. —Le contestó el espadachín con la vista fija en el horizonte.
La arqueóloga devolvió su vista a la página que estaba leyendo.
— Extraño, anoche parecía corresponderte.
— Oe… no hace falta meter el dedo en la herida ¿sabes?
Robin desvió la mirada disimuladamente hacia el espadachín, quien seguía sin mirarla. Que Zoro intentase sutilmente flirtear con el cocinero del Sunny era algo que ya había presenciado con anterioridad. Aunque el rubio parecía no darse cuenta de los intentos del espadachín.
— ¿Puedo hacerte una pregunta?
— Las que quieras.
— ¿Por qué ahora? — La pregunta de Robin le cayó como un cubo de agua fría sobre la cabeza. — Podrías haberlo hecho mucho antes.
Zoro miró a Robin con un gesto sincero y se encogió de hombros. La verdad era que no lo sabía. Podía ser porque había llegado a su límite y ya no le valían las indirectas, puede porque ver sufrir a Sanji había dinamitado todo aquello, o porque sentía que si no lo hacía aquellos sentimientos acabarían pesándole de por vida.
— Zoro, ¿te das cuenta de que parece que te estás aprovechando de la situación? — Robin era experta en hacer las preguntas que más reflexión conllevan. — ¿Y si te hubiera correspondido sin reservas? ¿No dudarías de que él te estuviera usando para tapar su dolor?
— Sanji no siente dolor por Judge. Le duele que cuenten con él para algo de lo que quiere escapar.
— ¿Estás seguro de ello? — Contraatacó la arqueóloga. — A veces lo que sentimos no va ligado a ningún tipo de razón. Puede doler a pesar de haberlo dado por zanjado.
El espadachín soltó un guñido y se levantó de la orilla. Ya no quería escucharla más. No porque creyese que no tuviera razón, todo lo contrario. Robin había recalcado aquello que llevaba preguntándose todo el día y que alguien verbalizara sus preocupaciones en voz alta le poní de los nervios.
— ¿A dónde vas? — escuchó la voz de Nami mientras se anudaba su pañuelo verde a la cabeza y daba largas zancadas de vuelta a la maleza.
— Voy a entrenar. — Le contestó de mala gana mientras franky y sanji volvían del sunny con todo lo necesario para comenzar a preparar un banquete.
— Pero vamos a hacer la comida… — Respondió Chopper.
— No tengo hambre.
Sanji observó como el espadachín desaparecía entre los árboles y apunto estuvo de dejar violentamente todo lo que llevaba entre manos sobre la mesa y seguirle. Pero se contuvo. Si el cabeza de musgo no quería comer, no era su problema.
Luffy dirigió una mirada a Robin, quien había estado hablando con Zoro, esperando que la arqueóloga le ofreciera más información. Pero ella simplemente se encogió de hombros mirando a su capitán.
Sanji se centró en preparar la carne de aquel reptil para la barbacoa, mientras franky preparaba las brasas, él separaba la escamosa piel de la carne y la combinaba con verduras y especias. El marimo no le iba a arruinar aquel momento de tranquilidad, estaba seguro de ello.
El olor a deliciosa comida inundó el ambiente. Nami y Jimbei recogieron todo su material de investigación de la mesa para servir platos y cubiertos. Todos esperaban que Zoro volviese en algún momento para unirse a ellos, cansado de ejercitarse y con un hambre feroz. Pero doce platos de comida y una botella y media de vino tinto después, el marimo seguía sin aparecer. Aunque la tripulación trataba de no darle importancia, pues no sabían tampoco la profundidad de aquella situación, Sanji se sorprendió a sí mismo desviando la mirada de vez en cuando en dirección a donde había desaparecido el espadachín.
Robin se había dado cuenta de ello. No solo eran aquellas miradas furtivas, ni siquiera había hecho ningún comentario cuando, antes de servir la mesa, ella y Nami habían aparecido con sus bañadores. Cuando ella le ofreció parte de su comida al capitán, el cocinero no había puesto el grito en el cielo ni había dejado salir ningún comentario celoso. No había intentado embaucar a Nami mientras le rellenaba la copa de vino.
— Zoro aún no ha vuelto. — Decidió remarcar aquel pensamiento que rondaba la cabeza del cocinero. —¿estará bien?
El silencio se hizo en la mesa. La arqueóloga dirigió sus ojos azules a los de cocinero. Nadie sabía qué había alentado el enfado del espadachín. Sanji hizo contacto visual con la arqueóloga, no hacía falta decir nada más. Con un suspiro dejó la servilleta de tela que descansaba sobre sus muslos en la mesa y acto seguido, apuró el contenido de su copa de un trago antes de levantarse.
— Iré a buscar a ese imbécil.
Se encendió un cigarro de camino a la maleza para calmar su temperamento y con la mano libre se aflojó el nudo de su corbata. No iba a ser difícil encontrarle, solo tenía que seguir el rastro de árboles cortados y ramas caídas. En una isla tan pequeña, tampoco se podía haber ido muy lejos.
Apenas quince minutos andando fue lo que le costó encontrar al espadachín. De espaldas a él, con su torso al descubierto y una katana en cada mano. Con movimientos rápidos y certeros cortaba los troncos y las ramas de su alrededor con su se tratara de mantequilla.
Sanji nunca se había parado a observar la increíble definición de los músculos de la espalda del espadachín. Lo visibles que eran en cada movimiento.
Cruzó las piernas y se apoyó de lado en uno de los árboles. Zoro estaba enfadado, pero no tenía derecho a ello. Era él quien lo había puesto todo del revés.
— Aún queda carne, si tienes hambre. — Se atrevió a hablar él primero.
El espadachín cesó sus movimientos en cuanto lo oyó tras él. Su respiración agitada hacía que su pecho se moviese hacia delante y hacia atrás, exponiendo todos sus músculos. El sonido metálico de las Katanas entrando en sus fundas le siguió una mano que retiró el pañuelo verde de su cabeza, el mismo con el que secó el sudor de su frente y su nuca. Se giró hacia el cocinero con un brazo relajado sobre las tres empuñaduras de sus armas.
— Tenía que poner algunos pensamientos en orden.
Sanji dio una calada a su cigarro y dejó salir el humo en una larga exhalación.
— ¿Y lo has conseguido?
Zoro volvió a anudarse el pañuelo verde en su brazo.
— Para nada.
Sanji asintió en silencio y dirigió su mirada al suelo.
Zoro tomó un paso hacia él, tratando de, al menos, ordenar las palabras en su mente.
— Pero quiero que sepas algo. —Aquellas palabras hicieron que el cocinero levantara la vista hacia él. — El beso de anoche, no fue un impulso, he estado guardando ese sentimiento durante mucho tiempo.
Sanji juraría que su corazón se saltó un latido por error.
— Y no, no sé porqué lo hice anoche. —siguió el peliverde. — No sé por qué elegí ese momento. Lo podía haber hecho antes, pero nunca me atreví. Podía haber ido a por tí a Whole Cake Island, pero no lo hice y cuando Luffy me pidió que fuera a Wano le obedecí sin rechistar.
Sanji no podía creer lo que estaba escuchando. El cigarro en su mano se consumió por completo.
— Y me arrepiento de ello. — Zoro le miraba con ese inquisidor ojo plateado que parecía desnudarle el alma. — Desde entonces pienso que ya no es el momento, que da igual lo que haga porque he perdido la oportunidad.
Sanji dio un paso hacia él, acercándose mientras dejaba de sentir sus piernas, como si caminara en un sueño.
— No quiero que pienses que me estoy aprovechando de la situación. Ni quiero pensar que lo que sucedió anoche, tu respuesta, fue solo porque alivia lo que puedas estar pasando.
Sanji dio otro paso hacia él mientras el espadachín permanecía inmovil durante todo su discurso.
— Así que no, no he logrado aclarar nada.
Sanji por fin estuvo frente a él, sus ojos en un vaivén contínuo entre su mirada y sus labios. El espadachín había sido completamente sincero con él, se lo agradecía muchísimo. Él tampoco sabía muy bien qué sentimientos le provocaba. Le enfadaba, le retaba, siempre podía contar con él en la batalla y aquellos labios.. la sensación de calor que desembocaba en su cuerpo y hacía temblar sus piernas. Anhelaba volver a sentirlo, sentir de nuevo sus brazos alrededor de su cuerpo y su lengua acariciando la propia.
Alzó una mano para ponerla sobre la mejilla del espadachín. Podía oír el latir de su propio corazón en sus oídos. Las grandes y rudas manos del espadachín se aferraron a las caderas del cocinero y tiraban de él para acercarlo más. Reposó su frente sobre la del rubio y cerró momentáneamente los ojos.
Esta vez fue Sanji quien inició el beso. En un instante la caricia sobre la mejilla de Zoro se convirtió en un agarre que lo atrajo hasta sus labios recibiendo la boca del espadachín con pasión, sus labios atraparon el labio inferior de Zoro y este no pudo evitar dejar salir un gruñido de posesividad, casi animal.
Sus manos se adentraron bajo la blazer negra de su traje, explorando la espalda del rubio por encima de la tela de su camisa, pegando el definido cuerpo del cocinero contra el suyo. Sanji se puso de puntillas para rodear el cuello del espadachín con sus brazos. Mientras sus bocas se enzarzaban en un beso en el que sus lenguas se enredaban y acariciaban hasta el último de sus dientes. Quedarse sin aire parecía un precio justo que debían pagar para no separar sus cuerpos.
Una de las manos del espadachín descendió por la espalda del cocinero y hasta sus caderas para tomar uno de sus muslos. Sanji, dejándose llevar por aquel arrebato de pasión saltó sobre las caderas del espadachín para rodearlas con sus ágiles piernas. Esta vez no iba a dejar que nada ni nadie les interrumpiera. Zoro encendía un fuego dentro de él que amenazaba con abrasarle por completo. Podían llamarle Kamikaze, porque estaba dispuesto a dejarse llevar por aquel fuego hasta que su cuerpo fuera solo una montaña de cenizas.
El espadachín, apoyó la espalda del chef contra un árbol cercano, su erección presionada contra la del cocinero. Una mano de Zoro sujetaba una de sus piernas mientras la otra había comenzado a explorar su torso aún por encima de la tela de la camisa. Sanjis sintió los dedos del espadachín sobre su pezón y una exhalación abandonó su garganta. La expectativa de un placer aún mayor le estaba volviendo loco. Las caderas del espadachín se movieron contra las del cocinero simulando una embestida, una descarga eléctrica descendió por el vientre del cocinero haciéndole temblar. Quería más, mucho más.
La urgencia del espadachín le llevó a descender hasta que quedó sentado en el suelo con el cuerpo del cocinero sobre sus muslos. Solo entonces separaron sus labios para dar paso a los agitados movimientos de sus brazos, que buscaban deshacerse de toda prenda de ropa que les impedía estar piel con piel.
La blazer negra acabó en el suelo junto a ellos, ni siquiera llegaron a deshacer completamente el nudo de la corbata antes de lanzarla lejos. Los labios del espadachín se centraron en el cuello del cocinero mientras su manos desabrochaba los botones de su camisa. Sanji se sorprendió a sí mismo hundiendo una mano en la verde cabellera de Zoro mientras inclinaba su cabeza hacia un lado para exponer aún más su cuello a los ardientes y posesivos labios del espadachín. Las manos de Zoro eran grandes y ásperas, consecuencia de tanto entrenamiento. Pero eran calientes y cada caricia de sus dedos parecía dejar una marca que jamás se borraría de su piel. La camisa acabó, como las otras prendas, arrugada sobre el suelo.
Los brazos de Sanji volvieron a atrapar el cuello del espadachín y sus labios se encontraron una vez más. No hacía falta decir nada, sus cuerpos, sus caricias, cada respiración hablaba por sí sola. El torso de Zoro era un buen lugar contra el que apoyar su cuerpo, grande y musculoso, mientras sus manos recorrían sus costados hasta llegar a su cinturón. No supo cuando, pero las caderas de Sanji habían comenzado a simular embestidas contra la erección del espadachín. Los labios del peliverde descendieron de nuevo por la suave y pálida piel del cuello del rubio hasta llegar a su torso y atrapar entre ellos un pezón. Sus dientes pellizcaron suavemente la sensible piel y su lengua acarició hasta el último milímetro de su aureola. las manos del cocinero se hundieron el el pelo verde de Zoro, mientras su boca dejaba salir un gemido de placer. Las grandes manos del espadachín se posicionaron sobre los glúteos del cocinero, aún por encima de la tela del pantalón para seguir cada movimiento de las caderas de este sobre su erección.
Zoro creyó estar en un sueño, en uno en el que podía llegar hasta el final y no despertarse nunca. Los gemidos y exhalaciones de Sanji colmaban sus oídos y amenazaban con llevarlo a la locura. Se moría por tocarle, por adentrarse en él y oírle gemir de placer hasta el éxtasis.
No podía esperar mucho más, inclinó su cuerpo con el del cocinero para dejarle tumbados sobre el suelo y con su cuerpo entre sus piernas.Sus manos se dirigieron hacia el cinturón, mientras los largos y ágiles dedos de Sanji se deshicieron de sus Katanas y tiraban de sus pantalones hacia abajo. Zoro notó la liberación de su palpitante miembro como un alivio, tras estar aprisionado contra la tela. Cuando por fin liberó el miembro erecto de Sanji, inclinó sus caderas sobre las del Rubio para que ambas erecciones entraran en contacto. Apoyó un brazo en el suelo por encima de la cabeza del cocinero para poder inclinarse sobre sus labios y besarle de nuevo. Un gruñido abandonó sus garganta al mismo tiempo que Sanji dejaba salir una exhalación de placer en cuanto sus miembros entraron en contacto. Con su mano libre, el espadachín tomó ambas erecciones y comenzó a acariciarlas de arriba a bajo masturbando un miembro contra el otro.
— oh, joder…— exhaló Sanji en una voz tan sensual que Zoro sintió el impulso de aumentar el ritmo de su mano. En cambio, tomó una de las manos de Sanji y la guió para hacer exactamente lo que su mano había empezado. El cocinero se dejó guiar por su mano, pero al notar el agarre tuvo el impulso de mirar hacia abajo y conocer el miembro del espadachín. Sus ojos se abrieron en una mueca de sorpresa. Al parecer, Zoro cargaba con una cuarta espada.
Zoro no pudo evitar hacer media sonrisa con su pecho henchido de ego al ver la expresión en el rostro de Sanji. Su mano libre viajó de nuevo hasta las caderas del chef y, tras retirar algo más sus pantalones, se coló entre sus glúteos. Sus dedos corazón y anular acariciando la separación entre ellos. El rostro de Sanji, ya sonrojado por la falta de aire y la excitación, intensificó su color al notar la mano del espadachín en esa zona. Devolvió la mirada al miembro erecto de Zoro, cuestionando si realmente iba a ser posible.
— Sanji…— Le llamó la sensual voz entrecortada del espadachín, agitado por cada caricia que su mano describía sobre su miembro. — Mírame.
Él le obedeció devolviendo su mirada azul al iris plateado del espadachín. Fue entonces cuando Zoro introdujo uno de sus dedos en su interior. Sanji ahogó un quejido arqueando sus espalda. La mezcla entre incomodidad y placer era extrañamente adictiva. El espadachín descendió sus labios al cuello del cocinero una vez más, mientras esperaba a que el rubio relajara su cuerpo para poder empezar a mover su dedo, le cubrió con un reguero de besos y lametones sobre su suave y pálida piel. La mano de Sanji sobre sus miembros aceleró sus movimientos, buscando más queriendo el máximo placer. Los dientes de Zoro dejaron su marca sobre el cuello del cocinero, sus caderas moviéndose contra el ritmo frenético de la mano de Sanji.
Comenzó a mover su dedo en el interior del rubio, suavemente al principio, preparando la zona concienzudamente. Pero en cuanto el primer cosquilleo de placer apareció, aprovechó para añadir un segundo dedo.
El frenético movimiento de sus cuerpos los aproximaba a un primer orgasmo que explotó entre ellos como fuegos artificiales. la semilla de ambos desparramada en sus torsos. El cuerpo tenso y encorvado del espadachín contra el arqueado cuerpo del cocinero. El primer orgasmo que le regaló a los oídos de Zoro un gemido de placer, procedente de la garganta de Sanji, con el que había soñado durante mucho tiempo.
La respiración agitada entre ellos se volvió vapor. Las manos del cocinero tomaron el rostro del espadachín para besarle, entre exhalaciones y caricias de sus lenguas, el peliverde se las ingenió para deshacerse de los pantalones del rubio y alzar sus muslos, dejándole completamente expuesto a él. Zoro estaba en el cielo, y la anticipación de adentrarse en el cuerpo de Sanji le volvía loco por momentos.
— Zoro… —Le llamó él entre exhalaciones y caricias de su labios.
— Lo haré despacio. — Le contestó él creyendo saber qué quería oír.
— Ni se te ocurra hacerlo despacio. — Le amenazó, para su sorpresa, el cocinero.
El espadachín le sonrió y contestó a su orden con un gruñido de placer.
El miembro del espadachín se posicionó a la entrada del cocinero y con el empuje necesario logró adentrar la punta en su interior. Aunque Sanji le había ordenado que no lo hiciera despacio, Zoro sabía que aquello era el deseo hablando por él y no quería hacerle daño. con ambas manos sosteniendo sus muslos empujó suavemente su miembro hacia el interior del cuerpo del cocinero. El miembro de este volvía a estar erecto y con una gota del líquido preseminal coronando la punta. Los ojos vidriosos de deseo de Sanji, su espalda arqueada, su boca abierta dejando escapar el aire de sus pulmones, todo él era una delicia para la vista.
— No va a entrar entera. — Logró decir el rubio.
— Sí lo hará, — le adelantó el peliverde. — Puedo notar como palpitas por dentro, como me buscas. — Le dijo muy cerca de su oreja. — Me vas a hacer que me corra solo con entrar.
Sanji dejó escapar un nuevo gemido y se aferró con sus uñas a la espalda del espadachín.
Zoro terminó de inclinar sus caderas contra el trasero del cocinero adentrándose por completo en él y se tomó unos instantes para observarle desde aquella posición. Se inclinó sobre su rostro para acariciar la nariz del rubio con la propia. Sus ojos se encontraron, las manos de sanji acariciaron sus mejillas como quien sostiene un tesoro. Aquel era su momento suyo y solo suyo.
Sin desviar la mirada de aquellos brillantes ojos azules, Zoro dio una primera embestida suave y lenta. Los labios del cocinero se entreabrieron para dejar salir una exhalación, sus manos aun sosteniendo el rostro del marimo, mientras sus cuerpo se movían en un ritmo suave.
Una de las manos del rubio descendió hasta su propio miembro para masturbarse cuando las embestidas del espadachín comenzaron a hacerse más profundas y contundentes.
Un musculoso brazo del espadachín rodeó la cintura del cocinero para volver a alzarle y sentarle sobre sus caderas. En aquella posición, con ambas manos aferradas a los glúteos del rubio, cada embestida era más profunda, más placentera. El ritmo, aunque al principio torpe, se volvía más natural y acompasado con cada movimiento. El espadachín disfrutaba del interior del cocinero que palpitaba a su alrededor, le aprisionaba y temblaba.
Los gemidos de ambos cada vez más acelerados, buscando el máximo placer posible. el ruido de sus caderas chocando la una con la otra, más parecido al sonido de un chapoteo.
Las manos del espadachín se aferraron fuertemente a los glúteos del cocinero cuando el primer calambre de placer surcó su vientre hasta su miembro, acelerando el ritmo y la dureza de las embestidas, Sanji en respuesta, aceleró además el ritmo de su mano sobre su propio miembro.
Los movimientos se volvieron frenéticos y ansiosos.
— Sanji… joder, no voy a poder mucho más.
El rubio entre gemidos y embestidas apenas podía encontrar las palabras para contestarle.
— Y-y-yo tampoco… — Pero no pudo acabar la frase, pues el orgasmo se abrió camino en su cuerpo hasta su miembro y explotando en un éxtasis que amenazaba con nublarle la vista.
Zoro sintió como el interior de Sanji se contraía a expensas del orgasmo y no pudo contenerse más. Él también llegó al clímax desbordándose dentro del cuerpo de Sanji, llenándolo por completo. Sus brazos abrazaron el cuerpo del rubio, quien le correspondió como pudo con los brazos cansados y la respiración agitada.
Apenas tuvo fuerzas para devolverle el beso que buscaban los labios del peliverde. con los ojos cerrados y las piernas temblorosas. El miembro del espadachín aún palpitante en el interior del cocinero.
El silencio se hizo entre ellos durante largos segundos que necesitaban para retomar el aliento y un ritmo normal de sus respiración.
— Entonces… ¿hacemos las paces? — se atrevió a preguntar el rubio con su cabeza apoyada sobre el hombro del espadachín.
El espadachín le respondió con una risa ronda y alzó una mano para acariciar su cabello.
— Y mucho más. — le contestó él.