36.º Reto Literario "San Valenkink Vol II" – The Umbrella Academy, (Bad Habits).

[KlausxCinco]

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    5. No eres tan mayor, ¿o sí?|| Sexo entre dos personajes con una evidente diferencia entre sus edades cronológicas.
    ...


    Klaus tenía malos hábitos. Y vaya si los tenía. Desde los catorce se había convertido en la oveja negra de su disfuncional familia.

    Tan solo emprender el viaje en taxi desde su apartamento hasta la residencia Umbrella, aunado a los constantes regaños de Ben, quien no dejaba de reprocharle por haberse puesto una colorida camiseta con la bandera gay, ya le hacía doler la cabeza.

    Veintiseis kilómetros después y, tras una presentación fugaz, hipócrita e incómoda con el resto de sus hermanos, bastaron para crisparle a Klaus los nervios. Mucho más al no ver a número Cinco por ningún lado.

    Porque si. Resultaba evidente que Klaus no habría asistido ni en cien mil años al funeral de quien tan mal le había tratado cuando niño. Aquel viejo ricachón le había jodido en gran parte la vida al infundirle inseguridad y miedo para poder explotar unos poderes hasta la fecha aún desconocidos por el propio Klaus.

    No, ni de coña había asistido solamente al funeral. Pero después de que un extraño vórtice ennegreciera parte del cielo sobre el jardín de la academia y que el desaparecido número Cinco hiciera acto de presencia, el mundo se volvió color de rosa. Al diablo el funeral y las riñas fraternales.

    Al carajo el espíritu de Ben que seguía reprendiendolo por sabe qué cosa.

    En tanto se hallaban reunidos de pie en el jardín, con las cenizas a punto de ser esparcidas, las increpaciones subiendo de tono y miradas adustas aquí y allá, Klaus hizo gala de su primer mal hábito y encendió un cigarrillo bajo su sombrilla transparente con bordes rosados.

    Una espiral de humo que se desvaneció con un ehxalido.

    Primer mal hábito que había adquirido...

    Fumar.

    Mientras aspiraba una nueva buena bocanada de la relajante nicotina para luego soltarla en gruesos bucles de veneno y perdición ascendentes, Klaus veía de reojo a Cinco escudarse indiferente de la lluvia bajo su sombrilla negra.

    Y entonces no supo que se sentía mejor, si aspirar el tóxico cilindro entre sus dedos, o contemplar a tan atractivo jovencito a su lado.
    **

    A veces no era Klaus quien perseguía a los malos hábitos, sino viceversa. Por ello, cuando el mueble bar estilo rococó del salon principal se le ofreció con todas aquellas botellas sin abrir de importación, Klaus no pudo menos que beberse un trago.

    Y si, era el funeral de su padre. Sus hermanos se odiaban entre sí y el fantasma de Ben no cesaba con el parloteo.

    —Salud— blandiendo una sonrisa despreocupada, Klaus se bebió la tercera copa de la noche. El calor abrasador del vino se instaló cómodamente en su garganta. Sus sentidos pronto se adormecieron.

    Y tanto lo hicieron que no se dio cuenta del arribo de número Cinco, quien había aparecido detrás de la barra mediante un vórtice, acompañado de un centelleo de energía tan azul como los profundos irises de Cinco.

    —¿Margarita?— le escuchó decir a Cinco mientras le veía maniobrar ágilmente una botella sin dejar de lado su elegante apostura.

    Gratamente sorprendido, Klaus no tardó en entregar su copa vacía.

    Y definitivamente no sería la última de la noche.

    **

    A Klaus le gustaba irse de farra. Desde la muerte temprana de Ben y tras haber abandonado la academia Umbrella, entregarse de lleno a la noche, le había mantenido con vida.

    Era el sonido atronador de la música en conjunto con las luces estroboscopicas de los antros lo que le devolvían la vitalidad, la energía y las ganas de vivir.

    Y si, puede que apenas hallan pasado tres días desde la muerte de Reginald Hargreeves, pero Klaus estaba segurísimo de que no lo echaría de menos.

    Moviéndose al ritmo del blues, danzante cuál cobra al compás de la flauta, se dejó ir.

    No había por qué hacerle caso al hombreton de Luther. No había por qué usar sus poderes telepáticos para invocar seres de ultratumba.

    No había por qué contribuir a una causa pérdida.

    Los muertos al pozo y los vivos al gozo.

    Feliz, Klaus subió a uno de los banquillos, extendió los brazos y se dejó caer para ser arrastrado en una ola de multiples brazos extraños. Sus pupilas dilatadas cual aceitunas pendientes de la bola disco con sus centenares de diminutos espejos que reflectaban ases platinados aquí y allá a lo largo de la reluciente pista de baile.

    En algún momento, si bien irrisorio, cuando lo dejaron caer al suelo de vinilo, Klaus creyó ver en la parte superior del antro a número Cinco, inexpresivo y pragmático, sosteniendo un vaso desechable y mirando en su dirección.

    Todo lo que pudo hilar en aquel momento, con su corazón bombeando con fuerza, fue que Cinco era bellísimo.

    Tan perfecto como lo recordaba de su adolescencia.

    Y acaso fuera la presencia de Cinco y su amistad con Ben lo que le ayudaron a soportar 14 duros años en la academia junto a la panda de idiotas.
    ***

    Malos hábitos.

    Así les llamaba Ben, pero ¿Realmente lo serían?

    Klaus meditaba a medias en el tema mientras intentaba no tropezar con sus propios pies a medida que avanzaba por la gruesa alfombra de terciopelo rojo del vestíbulo. Por suerte ya estaban todos dormidos y, los que no, era un hecho que se quedarían a dormir en otro lado, como Vanya por ejemplo.

    Y aunque estaba ebrio como una cuba, nada le impidió a Klaus llegar a la barra para servirse medio trago más.

    Su mano derecha hurgó con premeditada pericia dentro del bolsillo delantero de la gabardina, de donde extrajo sus infalibles caramelos mágicos.

    Oh, dulce vicodin.

    Eufóricas ampollas de nitrato de amilo.

    Coloridos sellos de LSD.

    Y una pequeña bolsa con hierba.

    —¿Cómo es que sigues vivo?

    Ante la singular pregunta enunciada por la conocida voz átona, Klaus soltó el cigarrillo a medio liar. Trató torpemente de esconder el revoltijo, pero era tarde para embolsar nada de vuelta.

    En apenas un pestañeo Cinco se había teletransportado del otro lado de la barra para inspeccionar de cerca el material tóxico.

    Indolente Cinco alzó una de las diminutas píldoras

    —Codeína, Parvon, Percudan— una a una fue clasificando y separando bajo la atenta mirada miel.

    —¿Cómo lo sabes?— se interesó Klaus, estupefacto.

    Cinco esgrimió un mohín de desagrado al tomar el cigarrillo de hierba.

    —Trabajé varios años cómo asesino a sueldo para una agencia que se encarga de preservar la continuidad temporal— explicó, impávido.

    Klaus hizo un aspaviento para indicar que le entendía, aunque ciertamente no era el caso. Desde la primera reunión con toda la familia junta, no había comprendido muy bien cómo es que su bello y brillante hermano se había quedado atascado y vagando en una línea temporal diferente.

    —Nunca entendí qué es lo que tiene esto de bueno— comentó Cinco, haciéndose con el porro.

    —No, espera, deja lo enciendo por ti— atontado por el licor previamente ingerido, Klaus fue a quitarle a Cinco el cigarrillo de las manos. El simple roce con su mano lo hizo estremecer de gozo.

    Después de encender el cilindro, le dio una gran bocanada, tosió y se lo extendió a Cinco.

    —Klaus, esto es un cigarro común y corriente— le hizo ver, ofendido al saberse tomado por idiota.

    Klaus sonrió alegremente, se encogió de hombros y se aseguró de desbaratar el cigarro original con la suela de su zapato.

    —No te hará ningún bien fumar esa cosa, pequeño pony.

    —Idiota— resopló Cinco, dejando caer el cigarrillo apagado. Irritado zanjó la distancia en dos pasos y sujetó a Klaus de las solapas de la gabardina para observarlo con sus chispeantes ojos celestes—. Soy mayor que tu. Yo decido lo que hago, ¿Te queda claro?

    —A la orden, mi sexy capitán— rió Klaus, acariciando intencionalmente en cada palabra los labios de Cinco con los suyos—. Entonces ¿Cuantos años dices que tienes?

    —Cincuenta y ocho— se ufanó Cinco apartándose de golpe, propiciando que Klaus se desestabilizara, trastabillara y cayera de sentón sobre el linóleo—. Puede que no lo aparente, pero tengo más experiencia que todos ustedes en diversos ámbitos. Ahora mismo podría enseñarte un par de cosas.

    Mirando desde el suelo las delgadas piernas enfundadas en las medias largas, Klaus sintió que el corazón se le desbocaba.

    —¿Has, ya sabes...estado con alguien?— titubeó, notoriamente excitado, con la saliva atascada en su nuez de Adán.

    Devolviendole la mirada con pretencioso orgullo, Cinco se teletransportó frente a él, con las rodillas a cada lado de las piernas de Klaus.

    —¿Quieres averiguarlo?

    Conmocionado, Klaus solo atinó a asentir, subiendo el rostro para encandilarse con un profundo beso que le fue correspondido casi en el acto y con la misma impetuosidad.

    Sujetando a Cinco del rostro, volvió a atraerlo hacia sí y degustó a consciencia hasta el último recoveco de su deliciosa boca, tibia y, a un tiempo, dulce y amarga.

    —Aquí no— resolló Cinco, tomándolo de los hombros para teletransportarse al sótano de la mansión.

    La oscuridad los envolvió en un abrir y cerrar de ojos. A medio recostar, Klaus se apoyó en los codos y encendió su encendedor para mirar las pilas de cajas en derredor. Sentía la entrepierna tan dura con aquellos besos que incluso se había sorprendido.

    Y es que entre sus múltiples malos hábitos, de los cuales destacaban conductas impropias, consumo de estupefacientes y una amplia gama de robos pequeños, también estaba el liarse con un amante cada vez que sentía deseos de satisfacerse.

    Experiencia tenía, claro que si. Y estaba totalmente prendado de su hermano adoptivo de cincuenta y ocho años atrapado en un cuerpo de adolescente...

    —¿Cinco?— jadeó en ronca adiva a la nada. Apenas si terminó de llamarle cuando un chispazo cianitico de luz llenó el espacio y la silueta de Cinco se perfiló sosteniendo una colchoneta junto a la lámpara de pantalla que antaño usara Reginald en su oficina.

    Era una suerte que los sedantes también opacaran al espectro de Ben, o Klaus habría tenido que someterse a absurdos regaños cuando lo único que quería era desfogarse con el objeto de su más grande deseo sexual.

    —Como me gustas— siseó contra los labios de Cinco, instandolo a recostarse sobre la mullida colcha.

    Ansioso por tomar el control de la situación y decidido a no dejarse opacar, Cinco se dio la vuelta para invertir posiciones. No obstante Klaus estaba demasiado excitado y colocado para replicar nada. Sus brazos subieron y bajaron a lo largo y ancho de la anatomía de Cinco, desvistió y acarició cada tramo de piel a su alcance y después se inclinó para atacar su cuello como si de un vampiro se tratara.

    —Sin marcas, idiota.

    Apenas alcanzó a arremeter con tal menester cuando se vio apartado por Cinco.

    Klaus se había puesto totalmente duro. Tan erecto como un mástil. Y Cinco fue el primero que lo constató al tocar con premura la dureza sobresaliente de sus pantalones. Permitió que Cinco se los desabrochara, así como permitió que su gloriosa boca lo humedeciera.

    Uno de los malos hábitos favoritos de Klaus era tener sexo con extraños. Siempre usaba protección, pero esta vez era diferente. Ni se trataba de un extraño, ni quería enfundarse el trozo de látex.

    —Joder, que bien lo haces— jadeó, deseoso de ver los bellos y prístinos ojos azules.

    —No entra completo— aclaró Cinco al sacarse el miembro viril de la boca. Tenía el cabello alborotado y los labios rojos por el esfuerzo. Su sola visión bastó para encender a Klaus al máximo.

    Instó a Cinco a inclinarse y le ayudó a bajar sus prendas lo suficiente para poder acceder. Su propio miembro ya presentaba las primeras gotas preseminales.

    Afanoso, se lamió a prisa dos dedos y tras introducirlos, se aseguró de dilatar y estirar bien con cuidado.

    Cinco se había aferrado del borde inferior de la polvorienta mesa en tanto se dejaba hacer.

    —Ya mételo, Klaus— gimió al cabo, ansioso por sentirlo.

    Y Klaus lo hizo. Le restregó la punta para lubricarlo bien y luego se introdujo poco a poco hasta el fondo. En algún punto Cinco tuvo que contener la respiración y mentalizarse para soportar la odisea.

    El pene de Klaus era enorme, porque sentía su propio interior apretado, o solo era su estúpida anatomía prepuber. Como sea, era mejor que tener que lidiar con los malestares propios de la vejez.

    —Joder— su respiración se volvió un silbido tras sentir los primeros duros embates.

    Klaus y su pericia en enrollarse lo tenían bien sujeto del abdomen. Un abrazo que semejaba más bien una prensa, pero a Cinco le gustaba como se sentía el recorrido de la avariciosa y enmojecida hombría que se abría paso dentro de él, bombeandolo cada vez más fuerte y rápido, volviendo al poco rato el anillo de carne en un túnel flexible que se acoplaba perfectamente con el miembro invasor.

    —Cinco...— jadeaba Klaus trémulo cerca de su oído, excitado con cada nuevo tirón que la entrada ejercía en él. De pronto se le ocurrió que podía ir más adentro y sin previo aviso, salió del todo para tomar el tobillo de Cinco aun envestido en la media, lo flexionó despacio y lo colocó encima de la mesa. Aturullado por el pasional arrebato, Cinco se dejó hacer. Y al sentir a Klaus entrar de vuelta con mayor facilidad, se permitió aliviar las propias punzadas de su miembro. Así que mientras Klaus lo embestía, él se masturbaba al mismo desquiciante ritmo. Ambas cosas le proporcionaban un intenso placer y deleite. Klaus se movía tan bien en su interior que todas sus neuronas parecían haberse eclipsado de golpe.

    De repente fue como si una constelación entera estallará tras de sus párpados y un poderoso cosquilleo se desatara por sus ingles. Con un último tirón, acabó sobre la mesa y tras varios empujones de cadera a sus espaldas, sintió como el miembro de Klaus se contraía y se vaciaba dentro de él.

    Entonces Klaus lo besó de vuelta, con más pasión y anhelo que nunca. Estampó sus labios en un profundo beso con lengua, lo estrechó en un asfixiante abrazo, hasta que la respiración se le entrecortó y a ambos les faltó el aliento.

    —¿No te lastimé, o si?— quiso saber, alisando los cabellos oscuros de su ahora amante.

    —Klaus, ya he tenido relaciones en otras líneas temporales— manifestó Cinco, agotado.— ¿Cuántas veces he de repetirte que soy mayor que tu?

    Besando la revuelta cabellera negra, Klaus exhaló.

    —Entonces, ¿Serás mi sugar daddy?— bromeó, recibiendo un fuerte codazo a cambio.

    Quizá Cinco fuera la excepción a la regla sobre sus malos hábitos. Pero joder, como lo amaba.
     
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