36.º Reto Literario "San Valenkink Vol II" – Tekken, «Lo más horroroso»

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    Nunca pensé que iba a poder escribir de estos dos (¡llevo AÑOS queriendo hacerlo!) y, encima, un fic, que no es un drabble, aquí sí hay texto cochino que leer. 🔥
    Ay, estoy feliz, contenta y orgullosa de este escrito. Estoy soltando lágrimas de felicidad con esto (?) 😭✨

    QUOTE
    Título: Lo más horroroso
    Fandom: Tekken
    Pareja: Devil Jin + Jin Kazama/Hwoarang
    Longitud: 3365 palabras
    Notas: por si las dudas, cuando me refiero a «él» (así, entrecomillado) hablo de Devil Jin.
    Situaciones escogidas:
    13.Contra el escritorio || Los personajes practican relaciones sexuales en su lugar de trabajo.
    15. Déjame un recuerdo || Los personajes marcan indiscriminadamente el cuerpo del otro con mordidas, azotes y chupones.

    Disclaimer: los personajes no son míos, pero prometo tratarlos con todo el amor que se merecen~

    ~




    Lo más horroroso.
    Caminaba con cierta incomodidad, llevar en el cuerpo un invitado tan íntimo como lo era un plug (con un curioso diseño militar) volvía la tarea de caminar algo más complicado de lo normal. El caso es que, incómodo o no, llegó al edificio central de Mishima Zaibatsu y entró en el despacho del director como si se tratara de su propia oficina.

    Jin levantó la vista de los papeles que leía, resopló al ver la sonrisa burlona de Hwoarang y volvió su interés a los papeles. No iba a preguntar cómo pudo superar la seguridad del edificio, no le hacía falta hacerlo, le habían avisado de que «su compañero» estaba aquí, preguntándole luego si le dejaban pasar o le echaban con toda la educación posible. Una parte de él todavía se avergonzaba de que todos los empleados supieran del tipo de relación que tenía con Hwoarang, dándole un trato preferente.

    —¿A qué has venido?

    —Uh, ¿a saludar a mi cariñín?

    A Jin le recorrió tal escalofrío con esa palabra que tuvo que reacomodarse en su silla. Carraspeó volviendo a leer el sinfín de cifras y datos que tenía en las manos, confiaba en que Hwoarang no hiciera ruido y le dejara trabajar. Por supuesto, no fue así, la patada que le dio a la mesa fue tan fuerte que pudo escuchar la madera quejarse por el golpe.

    —No te atrevas a ignorarme.

    —No te ignoro. —Suspiró mirándole—. ¿Ha pasado algo en casa?

    —¿Sabes? Todavía no me hago a la idea de que tú y yo vivimos juntos.

    —También está «él».

    —Sí, claro, «él». —Esta vez fue Hwoarang el que resopló—. Llevas casi una semana sin dormir en casa, así que, si a alguien le pasa algo, es a ti. —Bordeó la mesa y se cruzó de brazos apoyándose en ella—. Tú dirás, ¿qué es?

    —Nada, cosas del trabajo.

    —Jin.

    Un segundo escalofrío recorrió la espalda de Jin, estaba acostumbrado a oír su nombre, no su apellido en la voz de Hwoarang. Es decir, sí, sí había oído antes cómo decía su nombre, pero en un contexto y situación totalmente diferentes en los que era mejor no seguir pensando ahora mismo.

    —Es «él», ¿verdad?

    —Siempre es «él». —Dejó de lado los papeles, llevándose las manos a la cabeza e inclinándose un poco para apoyar los codos en la mesa. Apretaba los ojos contra sus palmas y dejaba libre su boca, de lo contrario dudaba que Hwoarang pudiera entenderle—. Le oigo, siempre está hablando: no se calla en ningún momento. Siento que me voy a volver loco.

    —Bueno, los hombres de tu familia no están lo que se dice bien de la cabeza. —Fue un intento de broma que funcionó, escuchó la risa de Jin después de tanto tiempo sin oírla—. ¿Qué cosas te dice? ¿Te pide algo?

    —No quieras saberlo.

    —¡Claro que quiero saberlo! A ver, refréscame la memoria, ¿por qué me pediste vivir juntos? —Sacudió una mano en el aire, esperando que Jin hablara, pero como no lo hizo, siguió su discurso. Carraspeó y puso la voz más aguda que pudo—. «Oh, todopoderoso Hwoarang, protagonista de mis sueños y fantasías, te necesito. Eres tan guapo y tan fuerte, eres el único capaz de retener al demonio que vive dentro de mí si llegara a descontrolarse».

    Jin, que ya había apartado las manos y vuelto a acomodarse en su sitio, le miraba con el ceño fruncido. A veces le gustaría tener la irreverencia de Hwoarang para tratar según qué temas, pero ése era un lujo que no podía permitirse. No cuando «él» le repetía una y otra vez lo que haría si le dejase algo de libertad. «Él» no se conformaba con romper un par de vasos o patear mesas y sillas, «él» le hablaba de muerte, caos, auténtica destrucción… Y Hwoarang. «Él» hablaba mucho sobre Hwoarang últimamente. No hacía falta ser un demonio para darse cuenta de lo importante que era para Jin, «él» lo sabía muy bien, aunque Jin sospechaba que «él» empezaba a tener un genuino interés por Hwoarang y no le nombraba sólo para molestarle. Con esto le dominaba una peligrosa mezcla de ira y celos que no llevaban a ninguna parte, pues eran este tipo de emociones tan intensas las que podían abrirle a «él» la puerta, y eso sería una desgracia casi a escala mundial.

    Hasta ahora había podido ignorar su voz, sus susurros incansables, sus promesas tachadas de sangre, siempre había podido colocar todo eso en un segundo plano y continuar con su día a día. La cosa cambió cuando «él» le habló de Hwoarang, no con términos violentos, pues no le susurró, en forma de pregunta, cuánto tardaría en ahogarse si le perforase un pulmón o cómo podría volver a andar si le rompiera el fémur —este tipo de conversaciones hubieran sido terribles y macabras, pero algo medianamente normal para un demonio—. El problema fue cuando «él» le dijo, una noche, mientras se metía en la cama sin hacer ruido para no despertar a un dormido Hwoarang:
    —Es guapo.

    Dos palabras. Fueron dos palabras que le helaron la sangre y no le dejaron pegar ojo en toda la noche.
    Por el resto de la semana se repitieron, y si bien «él» antes le hablaba de cómo causarle a Hwoarang el mayor dolor inimaginable, ahora le pedía libertad para comprobar cuánto aguantaría su cuerpo —el de Hwoarang— si fuera «él» quien le follara. Jin ni siquiera se atrevía a usar un lenguaje tan explícito, pero «él» no dudaba en describirle, con todo lujo de detalles, lo que podrían hacer juntos, calentándole tanto la cabeza como el resto del cuerpo.

    Incluso ahora, que Hwoarang seguía apoyado a un lado de la mesa, burlándose con aquella voz tan aguda. Incluso ahora, «él» le susurraba que quería enterrar los colmillos en su cuello y verle sangrar. Era un tormento insoportable, era la razón por la que no había salido de Mishima Zaibatsu en toda esta semana, esperando que las palabras de «él» se fueran diluyendo en el interior de su cabeza. Desafortunadamente, no ocurrió, y cuando el jefe de seguridad le informó de que Hwoarang había llegado, supo que no era el único en el despacho verdaderamente feliz de que hubiera venido de visita.

    —Deberías irte —dijo de pronto, dejando a Hwoarang con la boca abierta pidiendo una explicación—. Tengo muchísimo trabajo que hacer. Y no podré hacerlo si te quedas aquí.

    —Oh, ¿en serio?

    Jin se tensó, reconocía a la perfección ese tono de voz juguetón, era el preludio a algo más atrevido. Por eso no le sorprendió que Hwoarang se acercara a su silla, quedando ahora frente a él. La verdad, no se resistió lo más mínimo al beso que le dio, tampoco se lo pensó demasiado al ponerse en pie, profundizando el beso y acorralando a Hwoarang contra la mesa. Si había alguna forma de resistirse a sus avances, no la conocía.

    —No mientas. —Le susurró sobre sus labios—. No quieres que me vaya a ningún lado, cariñín.

    —Esa palabra me da escalofríos.

    —¿Y no será que tienes escalofríos por lo que vamos a hacer ahora?

    Quiso responder con algún comentario que le borrara esa sonrisa tan orgullosa que llevaba, pero Hwoarang giró en el sitio, inclinándose sobre la mesa casi a cámara lenta, alzando a propósito sus caderas para frotarse con Jin en todo momento. Volvió a cruzar los brazos y giró un poco la cabeza hacia atrás para poder verle, le gustó el sonrojo en sus mejillas.

    —Siempre te he dicho que soy demasiado para ti, Kazama.

    —No tienes ni un mínimo de vergüenza.

    —¿Para qué perder el tiempo con sutilezas? Vine a verte con una clara intención.

    Una especie de gruñido fue lo que obtuvo como respuesta, antes que hablar, Jin prefirió quitarse la chaqueta del traje y volver toda su atención a los vaqueros de Hwoarang. Pudo echarlos abajo después de una pequeña lucha con la fila de cinco botones, nunca le había parecido tan molesto ese sistema de cierre. Arrugó hacia arriba su camiseta y se pegó del todo a él dejando mordisquitos por su espalda, trepando hasta llegar a su cuello. Se entretenía mordisqueando su oreja mientras sus manos le quitaban los calzoncillos, pero tuvo que apartarse un poco cuando notó algo fuera de lugar.

    —Pero, ¿qué es…-?

    Viendo que las manos de Jin se pararon, fue el propio Hwoarang el que atrapó el plug y tiró de él para sacarlo. Su frente acabó contra la mesa al jadear, no había sido del todo cuidadoso en la maniobra, pero ahora mismo no había la suficiente sangre en su cabeza como para pensar en ser medianamente delicado.

    —Hay un condón en el bolsillo derecho. —Le indicó señalando sus vaqueros, que caían hasta sus tobillos como unas esposas y le impedían moverse—. Cuidado al abrirlo, tiene lubricante y estás tan nervioso que se te puede caer.

    —¿Vas a seguir burlándote de mí?

    La sonrisa de Hwoarang respondió por él, pero como no estaba dispuesto a perder una sola oportunidad para molestar a quien veía a veces como un rival, a veces como un amante, miró hacia Jin dedicándole una mueca.

    —¿Recuerdas cómo se hace, o quieres que te vaya indicando los pasos?

    —Eres insoportable. —Jin respondió entre dientes, más tarde se reñiría a sí mismo por haber reaccionado tanto y tan pronto ante el festín que le parecía tener a Hwoarang en esta posición. Ahora prefirió abrirse los pantalones y ponerse el condón lo antes posible. Normalmente se dedicarían unos minutos a acariciarse, besarse y tocarse, disfrutando de los preliminares, pero estaba impaciente. Ambos lo estaban—. ¿Estás listo? —Lo preguntó por mera cortesía, sabía muy bien que Hwoarang tenía las mismas ganas que él por empezar, o quizá tuviese incluso más ganas dado su comportamiento tan directo.

    Quiso molestarle un poco, quiso llevarle al límite y provocarle todo lo posible, pues qué festín para la vista era Hwoarang cuando pedía y suplicaba, pero no pudo hacerlo. Sus manos sujetaron su cintura casi sin darse cuenta de haberlo hecho y entró en él de una sola vez. La sensación fue tan intensa que le dejó sin aliento.

    Pudo escuchar a Hwoarang suspirando, pudo escuchar (e ignorar) el teléfono sonando al otro lado de la mesa, el sonido algo viscoso de la penetración al volver a moverse dejaba seca su garganta y hasta podía oír el latido de su corazón haciendo eco en sus oídos. Era una lástima que también pudiera oírle a «él» en medio de todo esto.

    Se mordió el labio intentando retomar el ritmo de las embestidas. Se guiaba por la voz de Hwoarang para saber cuándo usar un movimiento más lento y profundo, y también cuándo moverse más rápido o cuándo detenerse del todo. La voz de Hwoarang se entrecortaba dependiendo de lo que hiciera, la suya propia hacía rato que salía por su garganta en forma de jadeos.

    Jin sonreía al escuchar su nombre, Hwoarang tenía una forma muy excitante de llamarle cuando gemía, y se veía capaz de derretirse al oírle. Quería oír más de esto, y cualquier cosa realmente, ya fuera el teléfono volviendo a sonar o el crujido de la madera en la mesa. Lo que no quería era escucharle a «él», pero lo hacía. Le susurraba al oído como la mayor tentación, indicándole que hiciera tal o cual cosa, que se moviera sin ningún cuidado, que golpeara la piel de la espalda que quedaba a su alcance o que tirase de aquellos mechones pelirrojos que se pegaban a la piel sudada.

    De pronto, Hwoarang sintió un fuerte tirón en los brazos, estirándolos hacia atrás y alzándole a él casi como a un caballo encabritado. El movimiento fue tan brusco y el apretón tan fuerte en sus brazos que lo encontró doloroso, peor aún, al quejarse descubrió que no le hizo ningún caso. Sabía que esto no era propio de Jin, puede que no fuera el compañero más lanzado y atrevido que hubiera tenido, pero sí era cuidadoso y se cuidaba muy mucho de no hacerle daño. Y esta consideración no ocurría sólo en la intimidad, sino también en los muchos combates que tenían, nunca atacaban con intención de hacer auténtico daño, buscaban una victoria limpia sin causar dolor innecesario. Por eso mismo le extrañaba tanto este trato tan salvaje, moviéndose contra él como un animal desesperado. Quiso pensar que estaría desfogando con esto algún suceso traumático en la empresa, o puede que un desencuentro con su familia o qué sabía, Jin no era un alma comunicativa precisamente y no tenía forma de saber qué le había ocurrido.

    Optó por llamarle, pero unos dedos invadieron su boca sin importar causar arcadas. Hwoarang mordió y fue entonces cuando descubrió lo que ocurría. Lo que había mordido no era un dedo normal, era una garra que arañaba su paladar para hacerle sangrar. Se removió y dando un cabezazo hacia atrás logró liberar su boca, tragó la mezcla de sangre y saliva recibiendo un duro empujón que le hizo prácticamente estamparse contra la mesa. Por si todavía le quedaba alguna duda de quién era, las garras destrozaron lo que quedaba de su ropa y se enterraron en su cintura, volviendo imposible la tarea de liberarse, si intentaba moverse, el agarre se hacía más fuerte, haciéndole sangrar.

    «Él» —porque éste no era Jin. No podía serlo— susurró su nombre a su oído, y el escalofrío que recorrió la espalda de Hwoarang fue de puro terror. Una lengua ajena jugó por su oreja y unos colmillos demasiado afilados perforaron la parte blanda, no tuvo tiempo de quejarse cuando sintió un segundo mordisco en el cuello. Quizás en otro contexto este juego le hubiera parecido excitante, pero las garras que se enterraban en su cintura le hacían auténtico daño, por no hablar de cómo se movía contra sus caderas.

    Vio la oportunidad precisamente en las embestidas, eran profundas pero torpes, y cuando pudo sentir que todo «él» salió de su cuerpo, se giró pateando el aire, tuvo suerte de alcanzar su cabeza, pero la suerte acabó cuando «él» le sujetó el tobillo. Apretó con fuerza y Hwoarang contuvo el grito de dolor aceptando el cambio de posición, ahora estaba sentado en la mesa y veía de frente a aquel demonio. «Él» le devolvió la mirada, y Hwoarang tuvo que convencerse de que ahí dentro, en algún lugar, estaba Jin también mirándole.

    —Kazama, ¿estás ahí? ¿Me escuchas?

    No dio muestras de ello, un par de alas negras se expandieron haciendo jirones la camisa que todavía llevaba. «Él» miró hacia los lados, por lo visto harto de lo que hacían, quizás un demonio no tuviera demasiada capacidad de concentración. Se decidió por una ventana, y Hwoarang supo del desastre que sería que «él» saliera volando libre. No podía permitirlo, Jin había confiado en él (y sólo en él) para evitarlo.

    Debía detenerle, pero ¿cómo? Estando ambos desnudos y todavía acalorados no iba a poder hacerle frente en un combate, no estaba en la mejor condición para liarse a golpes con nadie, sinceramente. Debía pensar en otra cosa, y rápido, el tercer ojo que «él» tenía en la frente comenzaba a iluminarse, Hwoarang sabía que sólo tenía unos segundos antes de que un rayo devastador saliera rumbo a la ventana y la volviera añicos.

    Se armó de valor para sujetar sus cuernos y tirar de ellos, forzando que le mirara. Por cómo lo hacía, le había pillado por sorpresa, tenía que aprovechar esto. Mantuvo el agarre a los cuernos y volvió a tirar de ellos para quedar casi boca a boca.

    —No vas a irte a ningún lado —le dijo—. Tú y yo aún no hemos terminado.

    Una nueva muestra de valor y se atrevió a pasear su lengua alrededor de sus labios entreabiertos, queriendo ignorar los colmillos que sobresalían por ellos. Trepó por su nariz hasta llegar a su frente, le dio un golpecito decidido a mirar sus ojos. Si Jin estaba ahí dentro, debía despertarle, hacerle salir de ahí.

    —¿A qué esperas para volver, Kazama?

    Ese día Hwoarang apuntaría una nueva cosa en su lista de cosas que no hacer con un demonio; hacerle enfadar. «Él» rugió y se lanzó a su boca, en parte para morderle, en parte para besarle. Hwoarang se valía del tirón a los cuernos para alejarle todo lo que podía, pero la lengua de un demonio tenía habilidades que se le escapaban, y más de una vez la sintió casi en la campanilla, cómo pudo aguantar sin vomitar nunca lo supo.

    Quizá fuera el dolor lo que le impedía pasar de las arcadas, «él» había vuelto a penetrarle con aquel ritmo salvaje y descuidado, y se aferraba a su cintura con tanta fuerza que Hwoarang sospechaba que en cualquier momento vería a sus tripas salirse fuera de su sitio.

    No era la situación idónea para sacar a relucir su vena competitiva, pero lo hizo, simplemente se hartó de ser el único en sentir dolor. Una mano seguía sujetando uno de los cuernos, usándolo como punto de anclaje, pero su otra mano bajó por la espalda del demonio hasta apretar una de sus alas. Enterró hasta las uñas y tiró para arrancarle un par de plumas.

    «Él» se quejó en un rugido, y mordió el aire —sonando el escalofriante clac-clac del bocado— buscando la piel de Hwoarang. Sujetó los cuernos ahora con ambas manos para mantener alejados aquellos dientes de su cuello, cuánto habría sangrado de haberle mordido.

    —Pero, ¿a qué estás esperando, Jin? —Repitió la pregunta, mucho más desesperado esta vez. «Él» no dejaba de removerse para morderle, importándole bastante poco seguir dentro de Hwoarang—. ¡Vuelve de una maldita vez!

    —No va a volver.

    —Oh, ya lo creo que sí: va a volver conmigo —le dijo más que seguro—. Volveremos juntos a casa y buscará la forma de librarse de ti. Y tú le dejarás en paz.

    Resultó evidente que a «él» no le gustaron demasiado aquellos planes. Enterró las garras en la mesa y apretó como si fuera a cerrar los puños. La madera no aguantó este último ataque y toda la mesa estalló por los aires, saltando piezas pequeñas y puntiagudas de un lado a otro. Esperaba con esto que Hwoarang se deslizara fuera de él y cayera al suelo, para así darle un pisotón que le hiciera cerrar la boca de una buena vez. Lo que no se esperaba era que Hwoarang cruzara las piernas tras sus caderas y apretara sus cuernos con todavía más fuerza. Se había encaramado a «él» sin ninguna intención de soltarle, obligando al demonio a asegurar su postura de pie para no caer por el peso, ¿cómo podía mantener la entereza después de haberle golpeado tanto? Veía cómo temblaban sus brazos, debía estar agotado, pero todavía se negaba a soltarle, notaba lo acelerado de su pulso y olía la sangre que salía por sus heridas, pero como si todo esto no le afectara, Hwoarang se acercó a una de sus orejas puntiagudas.

    —¿A dónde has ido? Vuelve conmigo. —Susurró—. Jin, vuelve conmigo. —No dio muestras de funcionar, así que se preparó para la frase más vergonzosa que iba a decir en toda su vida—. Vuelve, por favor. Te echo de menos, cariñín.

    Y, como si hubiera pulsado un interruptor, todo comenzó a cambiar. Los cuernos encogían en sus manos, las alas se plegaron hasta desaparecer tras su espalda, y el agarre en su cintura se suavizó. Descubrió que «él» volvía a abrazarle. No, reconocía este abrazo, no era «él». Sonrió sintiendo cómo Jin le cargaba, no sin cierta dificultad ahora que no tenía las fuerzas de un demonio, hasta quedar ambos en el suelo, lejos del estropicio que hace unos minutos había sido una mesa.

    Un silencio cómodo inundó el despacho, no se rompería hasta que entraran los empleados de Mishima Zaibatsu y se encontraran una escena de difícil explicación. Por el momento, sus protagonistas prefirieron no hablar.
    O era, por lo menos, la intención de Hwoarang, no se esperaba que Jin, siempre tan callado, fuera el que rompiera el ambiente para bromear.

    —«Cariñín» —dijo—. Es una palabra tan horrorosa que hasta espanta a los demonios.

    🖤

     
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