36.º Reto Literario "San Valenkink Vol II" – ORIGINAL, "Amygdalean Whisperer"

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    𝗳𝗶𝗴𝗵𝘁 𝗺𝗲 𝗹𝗶𝗸𝗲 𝗮𝗻 𝒂𝒏𝒊𝒎𝒂𝒍 !

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    Amydgalean whisperer de › petrov.
    Written for the 36avo. Reto Literario: "San Valenkink II".

    ❥ Pairing y fandom
    ORIGINAL (rp) × Bloodborne » Cissatlas

    ❥ Prompt: 10. Cuestión de tamaño.
    Mención honrosa. 4. Confórmate con esto y 13. Contra el escritorio.

    ❥ [ONE-SHOT] 28.446 palabras.

    ❥ Terminado.

    ❥ Rating & Advertencias.
    Explícito; Menciones de heridas, distintas descripciones de violencia.

    ❥ Comentarios del autor.
      Intenté postear el fic de una y forumfree dejó de responderme hasta que saqué una buena parte. El hecho de que se haya extendido casi hasta las treinta mil palabras fue un accidente y no tenía idea que había un límite de caracteres en el foro lmao. Al final de la primera sección dejé un link a un pdf en el cual puedes seguir leyendo.

      Pido muchas disculpas a los moderadores porque hubo un doble posteo accidental.

      The good ol' smutless smut fic lmao Juu.

    ❥ ¡Buena lectura!




    La arquitectura de Yharnam, al igual que sus habitantes, no recibe a los forasteros con hospitalidad.

    Corre entre un millón de torres que acuchillan los últimos rayos de sol, atrapado junto al hedor característico que emana desde el alcantarillado entre sus calles laberínticas. Aprieta la mandíbula antes de enterrar más tela entre el sangrado, quizá también en parte para acallar el dolor en su costado a pesar de que todos los viales que llevaba consigo se fueron en el viaje. Lo único que tiene claro es que necesita encontrar un lugar seguro, pero no sabe por cuánto tiempo le queda antes de desmayarse.

    Ignora el dolor en sus pies y se mantiene en movimiento gracias a la adrenalina, aunque también se encoge ante el eco de pasos ajenos y del respirar de los perros, escabulléndose por los huecos en los que es humanamente posible para mezclarse en este paisaje tapizado con adoquines, ataúdes y carruajes deshechos. Le parece sentir el crepitar de las llamas, pero no se queda pensando en eso mucho rato.

    Agudiza todos los sentidos antes de volver al descubierto, ahora jadeando de cansancio, pero eso alerta a uno de los animales y lo obliga a correr el riesgo de acercarse a un claro de luz.

    Habrá tenido una piedra en el zapato, pero el primer paso toma un poco de fuerza de voluntad, mas, así van uno detrás de otro hasta que el cuero desgastado de sus botas restalla contra los adoquines y delata a un hombre vestido en la moda de los caballeros de una época pasada entre la miseria de los distritos centrales de Yharnam. La luz está cada vez más cerca. Muerde el aire, aguantándose el grito y lo entierra entre lo que quede de sus costillas para dar el último trecho, sin embargo, parece que se han sumado más persecutores a su carrera desenfrenada.

    Los últimos rayos de sol envuelven al herido, quien parece volar entre cada zancada y se retuerce cada vez que se encuentra con el piso irregular. A sus espaldas se escuchan distintas maldiciones ahogadas por ladridos. Aún así, la inercia lleva al perseguido a no cuestionarse su ruta y atreverse a dar un brinco sobre los obstáculos que se encuentra, incluso una reja doblada que da a un cementerio, todo con tal de perder a la turba.

    El ruido se hizo lejano, sin embargo, en ese momento no tuvo tiempo de asegurarse de que estaba a salvo porque el sangrado ya le estaba cobrando factura y tenía que hacer algo. Su idea fue entrar a la fuerza a un edificio y buscar viales de sangre como cualquier ladrón. En su desesperación encontró tres. No dudó en arrinconarse contra un mueble y enterrarse desesperadamente las agujas en el muslo.

    Fue muy descuidado, porque en ese instante algo más lo encuentra.
    La luz pálida del atardecer se apaga en sus ojos, sin embargo, tras algún tiempo se siente volver sobre sus sentidos, aunque esta vez los párpados le pesan.

    El hombre intenta murmurar una maldición, intentando abrir los ojos a como dé lugar.

    Una vez que la visión vuelve a él, otea en silencio y concluye que aún está dentro de esa residencia. Confiando en que el olor a polvo y los pocos rayos de sol se cuelan entre las tablas de las ventanas sean los mismos, claro, aunque ahora está tendido sobre una tela suave. Esa misma curiosidad insaciable que lo ha despertado mueve sus ojos por sí mismos. Cuela una mirada de reojo, apenas reconociendo la forma de una camilla a su lado izquierdo y un corredor al derecho. Raro. No recuerda haber visto eso cuando entró.

    Por otra parte, el dolor ha pasado a ser un cosquilleo dentro de sus costillas, pero especialmente peligroso. Alguien debió haberlo tratado, quizá juzgando por su tenida noble y en busca de una recompensa. En cualquier caso, intenta levantarse y descubre que de momento está paralizado, no por algo externo inmovilizándolo, sino porque sus músculos están tan tensos que los siente hormiguear.

    En un momento, la rigidez es tanta que jura haberse envenenado con esos viales. Ni siquiera puede pedir ayuda.

    —Oh, sí… Sangre pálida… — oye a un hombre. Cerca. Muy cerca. Su voz rasposa esconde una risa entre dientes. — Bien, has venido al lugar correcto. Yharnam es la cuna del transvase de sangre.

    Intenta ponerle atención al hombre que le habla y al chirriar de las ruedas de su silla, pero no puede evitar distraerse mientras puede sentir el hormigueo esparcirse desde sus costillas a su espalda, serpenteando dentro de cada hueso como una llama consume una mecha hasta potenciar la fuerza que tensa sus músculos violentamente. El aire se le va de los pulmones por un segundo. La lámpara de la silla de ruedas ilumina la silueta del anciano.

    —Cálmate, sólo basta con un poco de sangre de Yharnam, por supuesto — Éste se inclina hacia él, ahora susurrando cada palabra, iluminando un rostro chamuscado. —, pero antes necesitarás un contrato.

    No puede evitar enrollar su labio superior sobre sí mismo, igual que un animal, en un intento de llevar aire a sus pobres pulmones que sisean bajo la presión en su pecho, pero el otro hombre lo mira de vuelta, inmutable de la mirada que le está dando.

    Una furia primigenia se revuelve en su garganta y también lo sacude entre los escalofríos, pero aún así intenta producir un sonido. Lo logra, aunque no puede considerarse una palabra, por lo que vuelve a intentarlo.

    Enfermo de rabia, escupe: —¡Lo que sea! — Se retuerce aún más y sus huesos parecen incendiarse en el acto, a instantes de quebrarse. — En nombre y sangre, yo, Cisseus… ¡hhrk!

    Parece ser suficiente, ya que sus manos se hunden en la oscuridad para mover algo. Un metal contra otro, unas ruedas viejas chirriando, se hace una idea de lo que está pasando. Está perdiendo la vista de nuevo. En este momento no tiene nada a su nombre más allá de la nobleza de su sangre, ni siquiera puede amenazar al sujeto con un apellido que ya debe haberse perdido tras el asedio de Cainhurst, aunque no le sirve de mucho mientras sigue a merced del extraño.

    —Bien, todo sellado y firmado — El anciano ahora está al lado suyo, ajustando un implemento a su brazo. —. Comencemos la transfusión.

    Tras el pinchazo, todo dolor se evapora con el paso de la sangre y cae bruscamente sobre la camilla, volviendo sobre sí mismo con la respiración alborotada. Pestañea lentamente, ajustándose a la transfusión en silencio.

    Entonces, el anciano susurra antes de reírse: —Pase lo que pase… creerás que todo ha sido un mal sueño, ¿no?

    Vuelve a ceder a un cansancio inexplicable, ahogándose en la inconsciencia con la risa decrépita y, para peor, en uno de sus sobresaltos por insomnio se encontró cara a cara con una bestia en llamas seguido de un montón de criaturas esqueléticas abrazándolo cuidadosamente. Los párpados se le cerraron antes de siquiera pensar en entrar en pánico.

    De este modo, Cisseus Van Garsse se despertó en una camilla en alguna parte de Yharnam con su vista dañada por la presión muscular y el olfato más sensible a la sangre.

    Reflexiona en silencio. A pesar de todo, nunca fue un caballero para la reina de sus tierras, pero aun así viste y lleva las armas de uno. Pensando en esto quedó inmóvil por un instante, recomponiéndose de toda la secuencia, para luego levantarse como un nuevo cazador.

    Los primeros pasos con su visión dañada fueron los más difíciles, pero al cabo de unos instantes cayó en cuenta que sólo le ocurría con los objetos cercanos, de lo contrario, podía ver perfectamente un buen tramo más adelante. Claro, eso no hizo que bajar unas escaleras fuera fácil, pero al menos podía ver dónde iba a llegar después de torcerse el tobillo un par de veces.

    Con esta nueva realidad, el hecho de ser capaz de ver perfectamente a una bestia devorando cuerpos al otro lado de la habitación hizo que considerase sacarse los ojos, pero lo superó bastante rápido al recordarse del evento poco antes de la presente locura. Suspira, al menos reconfortado por la capa que disimula el tremor de sus manos.

    Por el momento prefiere echarle la culpa a la excentricidad de los yharnamitas y encontrarse un lugar más seguro.

    La bestia apenas levanta las fauces cuando pasa a su lado hecho una ráfaga, acortando la distancia con la puerta y lanzándose con todo su peso para abrirla de una vez, aunque pronto se escucha el corte que dejan sus garras en la madera cuando echa a andar la persecución. Sin embargo, ya es muy tarde, Cisseus ha abierto la gran reja que da hacia el exterior y aprovecha la inercia para volver a las calles, esquivando de vez en cuando a algunos habitantes que intentan quemarlo mientras tira instintivamente de una palanca.

    A su lado cae una escalera, pero toma un poco de paciencia llegar a ella por el mismo habitante que agita una antorcha hacia él como si fuese una peste. Sube sin pensarlo dos veces. No tiene por qué atacarlo, no tiene balas y menos sabe usar la espada ropera por falta de entrenamiento.

    Tras esta y otras paciencias, como el grito inhumano que jura haber oído, se cree libre cuando llega al extremo contrario de la escalera, poco después tuvo un encontronazo con el susodicho y prefirió patearlo de vuelta. Sólo y tan sólo cuando el ruido seco llega a sus oídos vuelve a relajarse.

    Da una media vuelta sobre sus talones y tropieza con algo, después siente un par de manitos tirar de su capa. En cualquier otra situación habría pateado sin pensar, pero ese instinto se ha ido tan sólo para ser reemplazado por la curiosidad de extender la mano para saber qué es, tanteando una figura esquelética que ahora toma uno de sus dedos con suma reverencia y lo guía a tocar un objeto pequeño, encendiendo una luz lila a sus pies. Confiado de la criatura que lo guía, Cisseus se arrodilla para investigar y se encuentra cayendo en un sueño profundo.

    Se está acostumbrando demasiado a caer inconsciente y despertar en lugares desconocidos. Al menos este se ve pacífico.

    Ve una casa, una muñeca y un jardín bien cuidado. El ambiente tiene un olor a cenizas que se mezcla con el perfume de unas flores que nunca había visto antes. Después de presenciar un par de horrores, en este lugar está en paz.

    Al igual que con la criatura desconocida, no siente el por qué debería tener miedo, por lo que avanza por el camino de piedras para explorar sus alrededores y es allí donde ve a más de estos ejemplares, brotando entre la tierra y extendiendo armas hacia él. Hacen un ruido peculiar cuando acepta el bastón y la pistola, quizá de aprobación, antes de que uno de ellos lo interrumpa de tantear las tumbas para ofrecerle una especie de instrumento. Extiende la mano cuidadosamente para recibirlo y cae en cuenta de que son unos lentes intactos, aunque con su marco bastante maltratado.

    No pierde nada en tomar el regalo, con el cual ahora puede ver a la criatura en cuestión. Pequeño, esquelético y al parecer ansioso de su respuesta. Cisseus carraspea, perplejo. No se atreve a hablar aún, quizá temiendo que la vista no sea lo único que la transfusión le haya afectado, pero le sonríe de vuelta al pequeño mensajero, incluso permitiéndole tomar uno de sus dedos antes de volver a desaparecer entre la tierra.

    Después de este encuentro amistoso, las vueltas por el jardín no sació su curiosidad, por lo que se devolvió a las tumbas para examinarlas mejor. Al tocar algunas no pasó nada, pero una en especial le hizo recordar el primer encuentro con una de esas criaturas y por consecuencia volvió a perder la consciencia.

    Cuando vuelve a abrir los ojos se encuentra en Yharnam nuevamente, sentado al lado de una lámpara con un puñado de mensajeros alrededor. Se encoge de hombros. Al parecer tuvo un sueño mientras descansaba. Tampoco se queja, porque a decir verdad se siente capaz de correr una maratón de ida y vuelta alrededor de la ciudad con la seguridad de que va a ver lo que tiene al frente.

    Y así lo hizo, a veces dando pausas para hablar con el enfermo tras la ventana; otras descubriendo unos bucles de vuelta a la lámpara; visitando a otros que vagan por la ciudad, por ejemplo, una cazadora con una capa de plumas de cuervo que se burló sutilmente de su traje pomposo; y finalmente encontrando la fuente de los gritos horrorosos que lleva escuchando un buen rato.

    A su espalda se extiende un tramo de sangre bastante distintivo de un cazador agresivo, frente a él ve cómo una criatura inmensa salta desde el otro lado del puente y grita antes de lanzarse contra un disparo seguro. Tan sólo ver a la bestia causa que una parte de su subconsciente se revuelva sobre sí misma, aunque no le impide saltar a la cacería.

    Gracias a que se hizo de una buena reserva de balas antes de saltar al encuentro no dudó en probar su puntería, apuntando a la cabeza de la criatura y al brazo desproporcionado, dejando de lado la pistola de cazadores para disfrutar de la adrenalina en la sangre tras disparar la Evelyn que trajo desde Cainhurst. A estas alturas ya se siente más cómodo, pronto hallándose extasiado en lo que sus balas dan directo a la cabeza de la bestia y le permiten destriparla con el filo del bastón entre sus costillas. El hecho de que no le molesta que termine cubierto de sangre después de un acto tan visceral ya es suficiente para describirlo.

    No obstante, la cacería estaba predestinada a terminar tarde o temprano. La bestia alargó un último grito antes de desplomarse frente al cazador, quien había sido acorralado a contra la puerta cerrada en donde se la encontró, dejando detrás de sí una de las lámparas como en la que durmió en el distrito central.

    Cisseus prendió la lámpara, pero no se sentó a soñar a su lado, motivado a seguir explorando.

    La arquitectura de Yharnam dejó de ser tan amenazante después de haber sido sorprendido por los residentes un par de veces con sus antorchas, acostumbrando al joven cazador a las sorpresas y la agresión necesaria para responder a situaciones inesperadas. De todas formas, se abstuvo de entrar a las alcantarillas hasta que fue estrictamente necesario, sufriendo en silencio con el hedor indescriptible, para luego encontrar un nuevo atajo hacia la lámpara con el hombre enfermo.

    Una vez de vuelta a dicha lámpara volvió a preguntarle al enfermo por direcciones antes de sentarse a soñar, esta vez ojalá algo distinto que la anterior, adormecido con una sensación pesada que se revuelve tras sus ojos.

    Cuando vuelve a encontrarse en el sueño se encuentra frente a la muñeca, quien apenas se inclina y entorna sus ojos de porcelana para encontrarse con los suyos en un entendimiento silencioso. Su intuición rasca su cráneo para incitar pánico en él, pero la muñeca no hace más que mantenerle la mirada y pestañear de vez en cuando, por lo que no se le ocurre apuntar la pistola hacia ella. El silencio flota entre el par hasta que sus costumbres nobles lo llevan a levantarse y reverenciarla a modo de saludo. Ella responde con una reverencia más simple, agachando la cabeza sin levantar los costados de su vestido en el proceso.

    A pesar de todo, la sorpresa brota de su garganta seca: —¿Cómo hiciste eso?

    —Como muñeca estoy aquí, en el sueño, para cuidarte — Ambos vuelven a erguirse correctamente. —. Noble cazador, busca los ecos en la sangre y conviértelos en tu fuerza. Yo me quedaré aquí para fortalecer tu alma enfermiza.

    El cazador entrecierra los ojos, poco convencido con lo que acaba de escuchar. La muñeca extiende una de sus manos articuladas, bajando la mirada hacia una de las suyas. Contiene el aliento, pero se atreve a tomar la mano artificial, sorprendido por la textura suave y el calor que desprende la madera a través de los guantes de caballero.

    —Muy bien, sólo así podrás producir fuerza de los ecos. Cierra tus ojos, por favor.

    Cisseus decide confiar nuevamente en la muñeca, dejando caer ambos párpados en su lugar para quedarse completamente inmóvil mientras ella sostiene su mano. Suspira y espera lo peor. Es así como una sensación familiar hormiguea en sus venas, aunque sin la violencia de su primera transfusión de sangre en el proceso, revoloteando entre sus músculos y pronto diluyéndose en el vacío.
    Apenas la mano ajena se aleja de la propia vuelve a abrir los ojos, hallándose cambiado, pero tan imperceptiblemente que tampoco hizo un comentario al respecto.

    La muñeca vuelve a mirarlo a los ojos, ahora más pensativa.

    Tras volver a reposar una mano sobre la otra, se despide: —Adiós, noble cazador. Encuentra tu valía fuera del sueño.

    No puede evitar estremecerse y tampoco encuentra las palabras adecuadas para responder, sin embargo, algo más se lleva su atención: la puerta a la casa se ha abierto y puede oír el inconfundible crepitar de una chimenea.

    El cazador aprieta el paso para colocarse cerca de la fuente de calor, apenas interactuando lo necesario con el hombre en la silla de ruedas antes de emocionarse con la mesa de herramientas que tiene al lado. Mientras trabaja, el hombre, quien pronto se presenta a él como Gehrman, se dedica a mistificar su destino como cazador, pero al final de la conversación se hace una idea a dónde debe ir y sale de la casa tras terminar de modificar su arma para la cacería.

    Otra vez de vuelta a la lámpara de Yharnam central estira las piernas al recorrer las partes conocidas de la ciudad, mas, ahora no duda en lanzarse al alcantarillado de la ciudad, zumbando entre los cuerpos y ratas que se mimetizan con el ambiente lúgubre. En el camino cayó en cuenta de que el cambio que sintió en el sueño no fue cosa suya, ya que las pequeñas pestes de la ciudad tomaron relativamente menos esfuerzo en comparación a las primeras vueltas mientras estaba explorando, por lo que pronto se pudo abrir paso a una zona nueva.

    Ante él se extiende un inmenso puente patrullado por un grupo considerable. Aprovecha de que aún no lo han visto para mirar hacia abajo por uno de los extremos, apenas haciendo la forma de unas ruinas bajo el puente que conectan a alguna parte de la ciudad más adelante.

    Cuando los gritos se escuchan más cercanos el cazador se encoge de hombros, resignado a enfrentarse con el grupo que se acerca a él agitando antorchas y rastrillos hacia su rostro. Vuelve a echar una mirada sobre la baranda y puede sentir el dolor de la caída, por lo que lamenta que en este caso no es que pueda lanzarse a investigar. Respira hondo antes de apretar el mango del bastón y separarlo en el látigo serrado, presintiendo el éxtasis de la sangre en el aire.

    Algo que no esperaba es que pronto se encontraría huyendo de vuelta al mismo lugar para esquivar una bola llameante que se hizo cargo de sus persecutores, tampoco se habría imaginado pasar corriendo al lado de un gigante ni evitando a hombres lobo en un callejón, pero la gota que desbordó el vaso para Cisseus fue volver a encontrarse en un cementerio sin opción de darse la vuelta. Si la primera vez en esta situación terminó aceptando una transfusión a la fuerza, ya tiene una idea más o menos clara de lo que se puede esperar apenas intente cruzar al otro lado de la reja imponente.

    Como un animal acorralado, el cazador avanza de puntillas, encorvado y arrastrando tras de sí la hilera de hojas serradas como una cola metálica en el intento de desconcertar a otras bestias con la forma de su sombra, sin embargo, no cuenta con toparse con otro cazador a la base de las escaleras. Entrecierra los ojos en un intento de diferenciar la forma humana del montón de tonos fríos.

    El cazador lleva un hacha malgastada en sus manos, la cual se levanta sobre su cabeza ensombrerada antes de caer y destrozar un cuerpo de bestia que se espía detrás de la capa. Cisseus no puede evitar estremecerse con el ruido sordo con el que se parte el hueso y la carne se desparrama por la tierra húmeda, aunque también es delatado en el proceso por el tintineo del látigo. Asumiendo su error, se encoge sobre sí mismo hasta esconderse tras una lápida con todos sus músculos paralizados.

    Cisseus pega la espalda a la piedra y mantiene la cabeza bien agachada, porque ya sea exceso de confianza o no, se cree capaz de sobrevivir el encuentro y está prácticamente listo para tender una emboscada si el se atreve a asomarse por su escondite.
    Sólo queda esperar en el silencio que se extiende como un chicle.

    Su corazón late desaforado por la adrenalina. Su intuición susurra que el otro ya se ha dado cuenta de su estrategia porque sólo escucha el roce de telas y una respiración pesada. Su mano tiembla del apretón que le da a la base del látigo, considerando devolverlo a la forma de bastón para lanzarse al combate de una vez por todas.

    Es entonces que escucha la voz del cazador y todos sus pensamientos se congelan en un instante.

    —Bestias por todas partes — murmura solemne. Una voz áspera y cansada. Un cazador que ha visto demasiado. —, serás una de ellas antes o después.

    De este modo siente un par de pasos acercándose tentativamente a las tumbas, por el momento lejanos y sin apuro, lo que permite que Cisseus revise cuántas balas quedan en la Evelyn. Cuenta veinte, pero no sabe con certeza si llegarán a ser suficientes contra otro cazador.

    Para el momento en el que se le ocurre asomarse entre la piedra se encuentra con una vista terrorífica: un hombre alto cubierto de pies a cabeza con un traje negro que atrapa la palidez de los retazos de piel a la vista. Aterrado, lo último que consigue espiar tras esa mirada rápida es que tanto sus ojos como sus manos están vendadas. Siendo optimista, veinte balas no van a bastar, pero si sacrifica un poco de su sangre para hacer más quizá tenga una oportunidad.

    Cuenta los pasos en silencio, aguardando el instante para azotar el filo quebrado en el rostro del otro cazador.

    La mezcla irregular de tierra con adoquines delata que su enemigo está cerca, pero decide probar su suerte y aprovechar el factor sorpresa. Hunde un pie entre el barro en anticipación a la carrera. Deja cualquier pensamiento de lado, se aguanta la respiración. Sólo así el hedor de la cacería vuelve a él, impulsándolo al liberar toda la atención acumulada.

    En lo que se escurre entre las tumbas, rogando que sea lo suficientemente rápido para que el silbido del látigo encuentre un cuerpo humano donde restallar antes de devolverse a su dueño, se acerca lo suficiente para ver mejor a su adversario, tanto así que jura haber visto un brillo tras las vendas en sus ojos.

    El golpe conecta, el filo asierra entre la tela y abre un corte limpio, mas, no tan profundo como esperaba.

    Se le van los colores de la cara apenas lo ve voltearse para encararlo.

    Instintivamente brinca hacia atrás, apenas esquivando la nube de balas que se esparce frente al cazador azabache, estremeciéndose con el vago hedor a sangre en el ambiente. Un entendimiento mudo sacude al par, pero no afecta el curso del duelo.

    El caballero sacude el látigo de un lado a otro y aprieta el mango de la Evelyn con la otra mano, ansioso de recibir al cazador que arrastra el filo del hacha en medio de su carrera. A falta de la elegancia clásica de una espada, una vez que el disparo interrumpe el ataque, prefiere enredar el látigo en su mano antes de enterrarla en el costado del cazador. Y, por un momento, vuelve a encontrar unos ojos con un cierto brillo bestial bajo las vendas.

    Basta con apoyar un pie en el pecho para separarse, aunque Cisseus se estremece admirando la sangre que tiñe el cuero de sus guantes. La sangre hierve en sus dedos en lo que el éxtasis tintinea en sus sienes. En lo que desenreda el látigo y lo entierra entre los adoquines, devolviéndolo a su forma de bastón, el cazador azabache vuelve sobre sus dos pies. Esta vez no se quiere dejar llevar por la emoción, retrocediendo unos pasos con un latigazo al aire. El otro no retrocede.

    Está bastante consciente de que no puede evadir toda la vida, por lo que no se esfuerza en buscar un escondite entre las tumbas y prepara una estocada en su lugar, alcanzando a estirar el brazo y enterrar el filo del bastón en el hombro izquierdo del cazador. Es un buen corte, pero no evita que el filo del hacha corte irregularmente por su brazo pistolero.

    Cisseus muerde el aire como un perro rabioso, contorsionando violentamente el lado herido antes de enterrarse un vial de sangre en el muslo; por otra parte, su adversario se tambalea, agitando el hombro que acaba de lacerar.

    Un par de intercambios más terminan así, avivando la ira en un duelo ahora poco honorable.

    Sin embargo, la diferencia clave entre ambos cazadores es que uno se vuelve más agresivo mientras más sangre e ira se acumulan en medio de la batalla, llevando a Cisseus al punto de que prefirió tomar un par de hachazos con tal de atinar el disparo perfecto en las costillas de su adversario. Apenas lo tuvo arrodillado no dudó en acuchillar el mismo lugar con el bastón, liberando la tensión apenas siente las vísceras en su camino y vuelven a separarse con una patada.

    No le da tregua al cazador, lanzándose apenas ve movimiento, envalentonado por la sangre que ha teñido las telas más delicadas en su atuendo hasta forzarlo a la retirada. Un breve intercambio de disparos hace eco en el cementerio antes que de que el cazador azabache se hunda entre una hilera de lápidas. Los roles se han invertido.

    En lo que acecha, la voz áspera gruñe, apenas hablando entre dientes: —¿Qué es ese olor? — Ahora lo escucha más de cerca, respirando pesadamente. — Una sangre tan dulce, oh, ¡qué hechizante! Podría enloquecer a cualquiera.

    La risa le viene fácilmente al pobre desquiciado, quien aparece ante Cisseus con el hacha a dos manos y a punto de hacerla girar cerca de su cabeza, devolviéndolo al uso del látigo para mantenerlo a raya, comportándose poco mejor para los que pueda significar su linaje ahora. Entre jadeos ambos se enzarzan en una batalla campal, acercándose violentamente antes de separarse con una lluvia de proyectiles, doblando la reja que rodea la estatua principal con hachazos y espaldas acorraladas después de un buen golpe, decorando con un rastro carmesí la mayoría de las tumbas con sangre del cazador azabache en su intento de igualar al caballero.

    Al cabo de unas cuantas vueltas las tumbas y los árboles se hacen muy monótonos, por lo que Cisseus corre hacia las escaleras para cambiar el panorama. Tras retroceder varias veces, concluye que el rango del hacha funciona mejor en los espacios cerrados, pero también deja expuesto al cazador en medio de cada giro, permitiéndole una última oportunidad de arremeter con un ataque visceral.

    En ese momento se estaba inyectando otro vial de sangre, pero le extrañó que el cazador tuviera dificultad para ponerse de pie, temblando repentinamente en el acto. Siguiendo la corazonada y siempre precavido, crea más distancia hasta quedar cerca de un techo que da hacia el cementerio, resultando justo a tiempo para presenciar la transformación.

    Su oponente dejó de ser un cazador experimentado apenas desechó la el hacha y la pistola para enterrarse las manos en la cabeza y producir tal alarido que estuvo a punto de darse a la fuga. Con pedazos de piel aún colgando y casi del doble de su tamaño original, el cazador convertido en bestia ruge en su dirección, encorvado de una manera antinatural y corta el aire sus nuevas garras, buscándolo con relativa ceguera hasta que no aguantó el instinto de extender el látigo serrado hacia sus fauces.

    No se esperaba que con un brinco se fuera en picado a apenas unos centímetros de distancia. Horrorizado, Cisseus salta hacia el techo y consigue disparar a la bestia cuando intenta imitarlo, inmovilizándola lo suficiente para volver a repetirlo esta vez desde el suelo del cementerio.

    Para ese entonces no había considerado que no le quedaban balas, obligándolo a retroceder constantemente entre las lápidas para conseguirse los segundos de oro para producir más municiones con su estado ya frágil. Los rugidos de la criatura se hacen cada vez más incoherentes, pero eventualmente se distorsionan de dolor al encontrarse con el filo del látigo, el cual abre heridas irregulares con las que debería desangrarse.

    Sólo gracias a esto la bestia flaquea por un instante, permitiéndole crear cinco balas más, pero del momento en el que la criatura se abalanza contra Cisseus, él ya ha tirado el gatillo, doblegando a la bestia para el golpe de gracia. Su corazón parece latir en sus sienes de la tensión. Sin dudarlo un instante entierra el bastón en las entrañas y con un último disparo manda despedida a la criatura, la cual cae con un ruido seco en medio del cementerio.

    Se hace la paz entre los restos de una cacería.

    Cansado, probablemente desangrándose y victorioso, el nuevo cazador se arrastra a prender una lámpara del sueño al lado del cadáver, pero no se atreve a soñar allí, no al lado de una bestia que va a pesar en su consciencia. Pero algo que sí puede hacer es hurgar por munición o más viales de sangre, por lo que con los brazos pesados busca entre la ropa desgarrada.

    Encuentra una llave con un vial a medio consumir. Hace un ruido decepcionado para sí mismo.

    A parte de usar la sangre que queda en el vial, la única parte donde puede usar la llave es en la reja tras las escaleras.

    Para suerte suya, el metal pesado cede apenas da vuelta la llave un par de veces y permitiéndole separar ambas puertas metálicas con un buen empujón, abriendo otro pasadizo lúgubre con la fetidez típica del alcantarillado. Cisseus arrastra los pies, desganado y mirando penosamente el último vial de sangre antes de buscar un buen lujar para inyectarlo. El alivio es temporal, pero lo hará suficiente al apoyarse con el bastón.

    Asciende por la escalera oculta en la oscuridad, hallándose en una habitación húmeda y tapizada en bibliotecas en sus cuatro paredes, aunque se mantiene escondido en la base de las escaleras para agudizar el oído. Cuenta unos cuantos latidos nerviosos antes de asomarse, mirando de un lado a otro, precavido a una emboscada que nunca llegó.

    Incómodo, el cazador se escurre entre los muebles para saquear cualquier cosa que caiga en sus manos y huye de la escena, buscando una fuente de luz que se cuela desde las escaleras en forma de caracol hasta toparse con una puerta que esconde celosamente unos haces entre sus relieves e imperfecciones. No parece estar cerrada con llave, pero no la abre aún. Primero pega el oído a la madera para escuchar al otro lado, recibiendo en cambio un rastro de distintos inciensos que no conocía.

    Mira de reojo, asegurándose de que está solo, y empuja la madera con ambas manos.

    Lo primero que escucha son campanadas tan lejanas que se mimetizan con los latidos de su corazón, retumbando solemnes entre las llamas que se sacuden con la corriente como lágrimas centelleantes. Algunas se apagan, otras se mantienen orgullosas en sus mechas, dirigiendo naturalmente su atención a la lámpara que se irgue justo bajo la luz que proyectan las ventanas polvorientas desde arriba.

    Cisseus no duda en acercarse y encenderla, suspirando de alivio apenas las criaturas del sueño emergen de los adoquines. En lo que la luz pálida de la lámpara ilumina la estancia se da cuenta que se ha acostumbrado demasiado a la cacería en Yharnam. Por otra parte, cuenta cinco pares de manitos intentando llamar su atención al tomar un dedo cada uno, acercando el rostro esquelético a su mano y moviendo lentamente sus mandíbulas imitando el habla. Sonríe sin pensarlo, jugando con las criaturas por un poco más antes de ceder al sueño.

    Apenas el aroma de los inciensos es reemplazado por el perfume fantasmagórico del sueño, el cansancio del cazador se disuelve en el silencio reconfortante. Respira hondo, aprovechando el momento un poco más, pero eventualmente los abre y se acerca a la muñeca sin la menor intención de hablar, aunque por costumbre la reverencia de todos modos para luego ofrecer su mano para que conjure fuerza en él. Del mismo modo entra a la casa y se toma la mesa de herramientas para reparar el látigo, asintiendo desinteresado a lo que Gehrman parlotea desde su silla. Le llama la atención que lo envíe a los barrios antiguos de Yharnam, pero no se atreve a cuestionar a un cazador más experimentado en su consejo.

    Es cosa de tiempo para que la monotonía del sueño aborrezca al cazador, el cual se devuelve a la primera corrida de tumbas para despertarse en la última lámpara que recuerda.

    Cuando se despierta oye un murmullo en su sangre, pero es tan efímero que no tiene ni tiempo para entrar en pánico.

    Entrecierra los ojos, intentando acostumbrarse a la oscuridad, y aun así cede a la impaciencia de tomar una vela e ir buscando aquellas apagadas para iluminar al menos el alrededor de la lámpara, topándose con una figura encorvada bajo un manto. Cisseus pestañea un par de veces y acerca la mano para remover la tela, sorprendiéndose con un individuo casi tan esquelético como las criaturas del sueño encogiéndose en su rincón.

    Debe de estar aterrado, pero le habla de igual modo: —Ooh, ¿eres un cazador? — Cisseus acerca la vela a su interlocutor, encontrando un par de ojos opacos en un rostro preocupado. Suelta su manta y deja una distancia prudente. —El incienso debe haber tapado tu…, ah, ya sabes.

    A falta de palabras se encoge de hombros y suspira un «Mm-hmm», un poco pensativo al inicio y después bastante derrotado. El residente carcajea. En silencio admite que el incienso que envuelve a la capilla es reconfortante en comparación a los crímenes odoríficos del resto de la ciudad, además, este curioso residente parece más cándido que malicioso en sus modales, por lo que no se lo imagina dándole una mala sorpresa.

    —Sabes, justo quería encontrarme con alguien de tu rubro. Todos se han escondido para esta cacería, pero incluso tú debes haber escuchado los gritos, ¿no?

    ¡Bah! Por supuesto que los ha escuchado, es más, ¿quién no? Es cosa de pasearse un rato por cualquier calle de Yharnam, no importa cuán recóndita sea. Cisseus blanquea los ojos brevemente mientras sigue cazando las velas apagadas de la capilla.

    —Sólo quería pedirte que, ah…, uhm, si encuentras a alguien todavía cuerdo, ¿le puedes contar de esta capilla? Estarán a salvo. El incienso confunde a las bestias y evita que entren. — Cisseus camina hacia el rincón del residente, marcando cada paso con un eco ominoso. — Si es que quieres, claaaro… ¡jeje! Um….

    Se agacha frente al hombrecillo encorvado y entorna los ojos. Por alguna razón le recuerda a alguien.

    El recuerdo lo elude, pero responde de todos modos: —No veo por qué no. Estaré en ello, ¿sí?

    Dejando atrás al hombrecillo risueño, el cazador se dispone a explorar el distrito que rodea la capilla con especial cuidado en recolectar más viales y balas, partiendo por la puerta que da hacia una especie de avenida y tiene un carruaje a mano derecha. Cisseus se asoma detrás del carruaje y espía a unos hombres enmascarados patrullando unas escaleras que terminan en una gran barrera abierta, pero cuando devuelve la mirada hacia la baranda con vistas a la plaza se encuentra con una persona conocida, quien lo ha estado mirando en silencio desde que salió de la capilla.

    Tras su máscara inconfundible, la cazadora se ríe suavemente de él y le hace un gesto para que baje la voz.

    —Ah, eras tú. Llegas justo a tiempo, debo decirte algo — El tono es suave, pero siente la tensión entre líneas. —. En el cementerio bajo la capilla hay un cazador que ha enloquecido.

    Por un momento piensa que se trata del cazador azabache, pero de ser así… ella sabría que se transformó en una bestia. Seguramente es otro cazador, después de todo, no son los únicos que deben estar vagando por Yharnam a estas horas.

    Ella prosigue, riendo un poco al final de la frase: —Él es mi presa. No bajes mientras no me haya terminado mi cacería.

    En todo ese rato estuvo mirando sobre el hombro de la cazadora para memorizar la patrulla de los enmascarados al otro lado del distrito, así que a pesar de que queda poco convencido, asiente de todas formas y se escurre de la conversación, devolviéndose a la capilla para salir por la puerta que da a la plaza. Una vez frente al pozo se agacha para no llamar la atención, pero termina enfrentándose a uno de los enmascarados que se baja por las escaleras que le interesan. Para suerte suya pudo hacerse de un manojo de viales del cadáver antes de seguir bajando.

    Después de los últimos peldaños se puede apreciar la entrada a un edificio que le recuerda a la capilla, pero más en el sentido de un mausoleo que otra cosa, también resguardado por cuatro yharnamitas y un perro rabioso. No es nada que no haya visto antes, pero la presencia del perro complica algunas cosas si el plan no resulta en un principio.

    Vuelve a agacharse de la misma forma en la que pretendía enfrentarse al cazador azabache, llamando la atención del perro antes que la de sus acompañantes, dándole tiempo suficiente para deshacerse del animal antes de continuar con los yharnamitas que se le vienen encima. Sin embargo, algo que no se esperaba era que una sombra apareciera de la nada, blandiendo un arma excéntrica y electrificada para arrasar con sus enemigos y desaparecer al interior del mausoleo.

    Instintivamente echa carrera detrás del intruso y apenas procesa la agilidad inhumana para brincar, apoyarse en el gran ataúd central y dar otro salto más largo que el anterior para tirar de una palanca en el segundo piso. El ataúd se sacude y retrocede gracias a un mecanismo oculto para revelar un pasadizo, pero el cazador lo ignoró completamente para buscar una forma de llegar al segundo piso mediante un corredor a mano derecha y abriéndose paso entre las emboscadas al interior del pequeño mausoleo.

    Aplasta a sus enemigos en tiempo récord y para el momento en el que llega a la primera habitación, ahora también en el segundo piso, es cuando ve al intruso en cuestión: más alto que el cazador azabache, pero más allá irreconocible excepto por un casco metálico oculto bajo una la capa de cuero. Éste vuelve a darse a la figa, pero si tan sólo hubiera sido un poco más rápido, el disparo de la Evelyn habría dado en el blanco. La suerte no estuvo de su lado, el sujeto fue más astuto y saltó sobre las rejas, desapareciendo en la arquitectura de Yharnam en un pestañeo.

    La adrenalina se evapora de su sangre en ese mismo momento, luego tornándose agria en su garganta. Después de todo el jaleo quedó bastante desorientado, y en el momento que mira a mano derecha se le viene todo el peso del mundo encima.

    Más allá de las escaleras ve un altar, pero frente a este hay un hombre vestido como uno de los ejecutores que invadió Cainhurst. Recuerda bien esa noche, ya que su ejército trajo tanto tragedia para los nobles con sangre maldita como su anhelada libertad a sus sirvientes. Cisseus resultó relativamente beneficiado, puesto que como bastardo no se lo consideraba realmente noble y aprovechó para huir en la gran liberación, pero apenas recuerda que no iba solo en el carruaje robado.

    El rostro y el nombre que tanto intentaba recordar de vuelta en la capilla llegan a él como un fogonazo.

    Apenas se dieron cuenta de su traición, los otros sirvientes lo abandonaron en el camino a la ciudad y se llevaron a Ingaretta con ellos, obligándolo a correr hacia Yharnam de todas formas. La ansiedad congela sus pies. No tiene idea de dónde está Ingaretta, pero si todavía quedan ejecutores ella no estará a salvo. A pesar de que entiende eso lógicamente no se puede inducir la ira necesaria para enfrentarse al hombre que reza poco más allá.

    Por suerte no tiene que tomar esa decisión aún, ya que apenas el hombre se voltea para investigar el ruido que hizo en medio de la persecución su cuerpo cae bajo el hechizo del pánico y huye hacia el interior del mausoleo, cayendo en el ataúd y luego bajando rápidamente por las escaleras que se han revelado.

    Con tal carrera loca las bestias que se encuentra en el camino no se esfuerzan en seguirle la pista y pronto se encuentra bajando en círculos cada vez más estrechos. Tampoco le presta atención al camino, abriéndose paso en territorio desconocido hasta que eventualmente se cansa y busca un lugar seguro en el que recuperar el aliento. La suerte vuelve a estar de su lado, ya que una vez que entra a un edificio en ruinas se encuentra con una lámpara del sueño.

    Pasando los últimos efectos de la adrenalina, activa la lámpara y se desploma bajo su luz pálida. Al cabo de un rato siente unas manitos en su espalda trazando formas sin sentido En cualquier caso, Cisseus se abraza a sí mismo y suspira todavía tembloroso.

    Aguarda en silencio a que su cuerpo vuelva a responderle, aunque eventualmente se obliga a levantarse.

    Las criaturas del sueño tiran de su capa para que vuelva a recostarse, es más, incluso considera volver al sueño… pero no cree que se vaya a sentir mejor ahí. Aún inquieto, resuelve en llegar a una solución intermedia, se sienta frente a la lámpara por un rato más.

    Toma un poco de convencimiento para que las criaturas lo dejen ir y vuelvan a enterrarse entre los adoquines.

    Cuando vuelve a sus sentidos, lo primero que hace es mirar de lado a lado. A su derecha da con una pared mohosa y un montón de vasijas rotas, al otro lado ve una puerta de madera. Primero investiga las vasijas, guiado por un olor más acre que desagradable emanando de unas botellas dañadas que se lleva consigo de todos modos, después se acerca a la puerta, la cual empuja tentativamente. Un papelillo cae a sus pies en el proceso. Cuando se acacha y lo tiene en sus manos apenas distingue la caligrafía, pero con las palabras que puede descifrar es que los viejos distritos de Yharnam no lo van a recibir con los brazos abiertos.

    Recuerda su última conversación con Gehrman sobre llegar a este lugar y se maldice a sí mismo, arrugando el papel antes de lanzarlo lejos para abrir la puerta de todas formas. Apenas la madera cede a la presión, Cisseus es recibido con el olor inconfundible de la carne quemada y también bañándose brevemente en cenizas con la corriente de aire que zumba desde el exterior.

    Ya no le preocupa cuánto se ha manchado el traje, sino la decadencia que se presenta ante él.

    El distrito completo reducido a ruinas glorificadas, adoquines rotos, piras improvisadas y bestias crucificadas en el fuego confluyendo con el cielo aún claro sobre Yharnam. El cazador tose sin remedio, tirando del cuello de su traje en un intento de cubrirse del humo que se le viene encima, pero aun así avanza hacia el mirador.

    Desde un punto lejano, alguien proyecta la voz: —Oye, cazador, ¿no viste el mensaje? Devuélvete de inmediato.

    Cisseus procede a hacer todo lo contrario, acercándose al borde del mirador para hurgar entre los restos mientras el extraño grita desde su rincón. No encuentra nada interesante, por lo que se devuelve rápidamente a la entrada para tomar el puente detrás de la cortina de humo.

    Una bestia aparece al otro extremo en carrera hacia él, preparándose para lanzarse apenas tiene la oportunidad, tan sólo para ser interrumpida con un disparo medio a medio en el pecho y un ataque visceral en el mismo lugar. La sensación de la sangre explotando en su puño y salpicando en su rostro libera a Cisseus de toda precaución, arrastrándolo al encuentro de más bestias entre las columnas de humo, incluso a aquellas aún desconocidas para él con telas desgarradas colgando sobre sus espaldas dobladas. El caos atrae a más bestias desde las escaleras al lado del puente, las cuales se encuentran con la extensión serrada del látigo.

    Ahora más cerca, la voz vuelve a retumbar: —Eres un cazador hábil — El elogio no pasa desapercibido. —, rápido y sanguinario como los mejores. Más razón para detenerte.

    Es gracias a esta secuencia de eventos que lo hace pecar de exceso de confianza y lanzarse a cazar al resto de las bestias que se esconden entre las estatuas para que entre en la línea de fuego de un arma automatizada.

    La lluvia de proyectiles pule la línea recta en la que Cisseus corre hacia una de las estatuas para cubrirse, dando una pausa cuando el cazador desaparece y continuando apenas reaparece con las vísceras de una bestia aún colgando de su bastón, persiguiéndolo por toda su carrera zigzagueante e incluso por el salto improvisado hacia el atrio.
    No tiene la mejor caída, pero al menos encuentra refugio de detrás de otra estatua.

    Cisseus se apoya en la piedra trabajada para recuperar el aliento. Aprovechando su debilidad, otro cazador enemigo aparece en la escena y cuela un disparo preciso en su hombro, forzándolo a otra retirada improvisada al llamar la atención de un grupo de cuervos carroñeros cerca de una saliente. Basta que vea una caída relativamente segura sobre un techo para que el caballero dé el brinco, aunque a medio camino teme fracturarse algo.

    En un segundo toma la decisión y el filo del bastón arranca un grito metálico en su arrastre por las paredes chamuscadas, deformándose de tal manera que se deshace por sí mismo en un látigo torcido apenas el cazador da con tierra firme.

    La adrenalina retumba en sus oídos, pronto serpenteando a sus pies para echar carrera.

    Basta con un par de zancadas para entrar al edificio y llamar la atención de las criaturas que deambulan por las sombras, las cuales se arrastran casi al unísono con sus brazos extendidos. No tiene idea de cuántas son, pero los latigazos mantienen a raya a la horda que no parece disminuir en ningún momento, siempre liderada por una criatura de buen tamaño y pronto acumulando cuerpos en lo que llegan más desde un segundo piso. Al cabo de un rato el látigo empieza a desarmarse en sus manos, mandando a volar sierras y astillas hasta que quedar completamente inutilizable.

    En cualquier ocasión se habría encogido de hombros, pero el hecho de que el líder de la horda aún siga en pie intimida al cazador. A falta de un arma en su mano derecha la Evelyn vuelve a brillar con la puntería de su mano izquierda, paralizando al gigante por unos instantes en los que corre hecho un demonio a las escaleras, chocando con muebles astillados y un cadáver en medio del camino.

    Logra sostenerse lo suficiente para caer arrodillado y tanteando el piso encuentra un filo pesado a sus pies. El pánico hace destellear su creatividad, esperando sorprender a la criatura con la nueva herramienta. Apenas oye la respiración pesada se prepara para saltar al ataque.

    Para suerte suya el ataque encuentra a su objetivo, aunque no esperaba que tanto él como la criatura saliera despedidos en direcciones contrarias por un disparo más potente del que es capaz la Evelyn. Mientras que Cisseus va a dar al piso, el cadáver retumba contra la base de las escaleras y cae al primer piso con un ruido sordo.

    Se hace un silencio sepulcral.

    ¿Acaso no había tomado un cuchillo? Aún perplejo con toda la situación queda congelado en el descanso de las escaleras en caso de que haya otra bestia viva, pero no recibe ninguna señal de vida. En ese momento, la Evelyn termina colgando dentro de su funda y cinturón para investigar el artefacto que sostiene a mano derecha.

    Confiando en lo que siente al tantear el arma se hace una idea de que es un híbrido entre una lanza y un arma de alto calibre, pero no le basta con especular cuando tiene una fuente de luz al final de las escaleras. De este modo se encuentra sosteniendo un arma desconocida por unos peldaños que se hacen eternos hasta que puede iluminar completamente su nueva adición.

    Efectivamente tiene una lanza en sus manos, pero su transformación es parecida a las Reiterpallasch de sus tierras con unos encantos más toscos en su diseño. Al menos su configuración a dos manos le acomoda bastante, aunque la curiosidad lo carcome para intentar distintos movimientos para devolverla a su estado original, otra vez tomado por sorpresa cuando un giro del mango metálico gira la hoja a su sitio y esconde el cilindro de la escopeta. La lanza es ligera de por sí, por lo que puede tomar la Evelyn con la otra mano si en verdad lo desea.

    Toma un suspiro entrecortado para que vuelva a ponerse en marcha, mirando de vez en cuando las vendas sucias que cubren el filo con preocupación de que se desarme en cualquier momento. En el camino hace las paces con la idea de que, si llega a pasar o se las arregla con dos armas de fuego o arrastra a Gehrman para que lo ayude a repararla.

    Pasa un pie al otro lado de la ventana que da al exterior, por la que vuelve a espiar el atrio desde el mismo ángulo que la primera vez. Ha vuelto al mismo lugar, pero ahora pretende improvisar mejor. Para ello se asoma por los ladrillos para memorizar la patrulla del otro cazador y cuela la mirada a la cima de la torre, encontrándose con una ametralladora y un hombrecillo encorvado listo para abrir fuego, desechando toda idea de pasar desapercibido del dúo.

    Aprovecha el factor sorpresa y vuelve a aparecer en el atrio, yendo directamente a la estructura de madera que rodea la torre sin darle tiempo a ninguno de los cazadores de pararlo con un disparo. Basta con ver una escalera para que Cisseus deje todo de lado y suba a donde sea que lo lleve, pronto encontrándose a medio camino de la torre.

    Vuelve a mirar la lanza en su mano. Recién está aprendiendo cómo usarla y allá arriba hay un cazador quizá tan ingenioso como el del cementerio. No resiste a la lógica y toma el otro camino sin pensarlo dos veces.

    A diferencia del resto de la arquitectura del distrito, el camino que no da a la torre está construido con restos de madera para unirla de alguna forma al edificio casi tan alto, avivando la misma curiosidad para explorar que le ha traído todos los problemas. En el mismo tono a alguna fuerza del destino no le hace gracia que las cosas vayan como él quiere, por lo que una de las bestias encapuchadas aparece pingüineando al otro lado del puente improvisado para hacerle la vida más difícil.

    Obligado a probar el arma, no le extraña que el resultado sea el mismo. Esta vez la criatura sale volando con tal fuerza que rebota contra las vigas del edificio y cae con tal estruendo que pronto se oye un alarido infernal. Aspira entre dientes antes de acercarse a ver las consecuencias de sus acciones. Tras unas barandas de madera y unos cuantos metros más abajo el edificio se transforma en las ruinas de una iglesia infestada con distintos tipos de bestias.

    En este momento todas se han apiñado alrededor del cadáver. Inconveniente, sí, pero ciertamente mejor que correr de un lunático con una ametralladora. Y por esas cosas de la vida, mirando con paciencia da con una buena solución, en la que basta con apuntar bien con la Evelyn para que uno de los últimos candelabros ceda.

    Después de la caída, una chispa se encuentra con cera y pronto surge una llamarada que consume a las bestias.

    Aprovechando que el fuego mantiene a las bestias más preocupadas por sobrevivir cruza al otro lado equilibrándose sobre las vigas e intentando con toda su fuerza de voluntad de no mirar hacia abajo, y para el momento en el que se encuentra sobre una plataforma de madera en el extremo contrario ha pasado el tiempo suficiente para que las llamas empiecen a ceder entre los cadáveres chamuscados. No pierde el tiempo para hurgar entre los restos de otro cazador, en parte para buscar balas y también para pasar desapercibido si llegasen a quedar otras bestias.

    No encuentra munición, pero a cambio se lleva una piedra peculiar del color de la sangre coagulada. El resto de la bajada lo lleva a tomar una calavera tan delicada que rompe por accidente, liberando una especie de humo que parece revolverle los sesos por un instante; luego unas pastillas y tras el gran salto a la planta baja es premiado con los restos de otra calavera, ahora revolviéndole el estómago del puro vértigo.

    Cisseus se balancea sobre sus dos pies un poco mareado, aunque basta con recuperar el aliento para que se arrastre a sí mismo a la salida del edificio. El panorama exterior lo recibe con un aire mohoso y una bestia tan perdida que se cayó entre las fallas de la arquitectura en su intento de atraparlo.

    Suelta una risilla y ni siquiera se molesta con la criatura.

    Desde ahí mira cómo el camino da una gran vuelta hacia la iglesia al otro lado del mirador, pero en su camino se encuentra a un puñado de cuervos carroñeros haciendo guardia en la intersección a una puerta. Cisseus salta sobre el grupo para entrar a la fuerza, encontrándose con el dulce botín de seis viales de sangre y una escalera que sube a alguna parte. Una vez en la cima encuentra un atajo que lo devuelve frente a la escalera de la torre tras una puerta metálica, aunque se devuelve por donde vino porque no tiene nada más que hacer ahí.

    A diferencia de la superficie, los suburbios enterrados por la propia arquitectura no parecen ser el lugar preferido de las bestias, por lo que Cisseus casi se siente como un turista a parte de algunos encuentros aislados con un tipo de hombre lobo que ya ha visto antes cerca de la lámpara al centro de Yharnam si mal no recuerda. Sin embargo, una vez que se deshace de las bestias infectadas se desconecta un poco de la realidad. Para evitarse malos ratos prosigue de esta forma: dispara a todo lo que se mueva y se acerca a saquear lo que no en caso de encontrar algo interesante, repitiendo el método al otro lado del puente hasta quedar con una buena reserva de viales en caso de que la iglesia esconda un anfitrión poco amigable.

    Con esta mentalidad no demora en bajar hasta la entrada de las ruinas, pero se queda en el umbral porque ya no se atreve a explorar espacios muy abiertos sin asegurarse de al menos una vía de escape.

    Como es de esperar de una iglesia puede ver una corrida de pilares a cada lado para formar la nave y dos corredores pequeños a cada lado, no obstante, la decadencia brilla con detalles como un montón de escombros caídos de lo que alguna vez fue un fresco, abriendo una herida que deja ver un paisaje peculiar. Basta con ver un pequeño punto flameante rodar de un lado a otro confirma sus sospechas de que es el mismo puente que lleva al cementerio antes de la capilla.

    Se encoge de hombros, echando de menos una lámpara por ahí. Así es como Cisseus vuelve a caer en una trampa.

    Para suerte suya no es ningún cazador, pero la vista de una criatura fácilmente del doble de su tamaño saltar desde el altar y sacudir una capa de vísceras aún enredadas a sus huesos le revuelve el estómago. La bestia se abalanza tras un rugido que retumba en su cabeza, alargando ferozmente zarpazos a diestra y siniestra, mas, el cazador no duda en agacharse y arrastrar el filo de la lanza para enterrarlo en uno de sus costados. A pesar de que encuentra más huesos que carne en la criatura la cacería sigue su curso natural, persiguiendo a la criatura que no se decide si contraatacar o huir al otro lado de las ruinas.

    Tras un par de vueltas alrededor de un pilar la dinámica cambia con otro grito gutural, ya que la bestia no está dispuesta a ser perseguida, pero lo único que consigue es quedar expuesta a que Cisseus ignore el instinto de autoconservación para asestar un disparo perfecto y a quemarropa con la transformación de la lanza. Naturalmente que busca entrañas que sacar con un ataque visceral, pronto separándose con una cortina de sangre en su rostro.

    Antes de volver al ataque no puede evitar hacer una mueca de asco al ver el líquido que se resbala por los restos de carne y columna de la bestia, por lo que se concentra especialmente para no manchar su traje con la sustancia.

    Eventualmente dejó de perseguir a su presa, prefiriendo contraatacar a quemarropa y enterrarse viales en el brazo cuando empieza a faltarle la munición. No es hasta el un último grito que se toma las cosas en serio. En su defensa, cómo no, si ahora a parte de soportar el hedor hasta puede ver un hálito de ese líquido coronando a la bestia en cada arremetida con toda intención de acorralarlo.

    Pero basta que su inconsciente conecte algunos puntos para que salga un plan ingenioso.

    Mientras esquiva las garras devuelve su lanza a su forma original, liberando una mano con la que busca una de las botellas fétidas que encontró antes de entrar al distrito, calculando al ojo el tiro al otro extremo de la iglesia. Para tener el ángulo toma un par de zarpazos, pero vale la pena cuando la bestia no puede contener el instinto de lanzarse a los restos de la botella para devorar su contenido. Cisseus se entierra otro vial antes de perseguir a su prese, preparando un salto para enterrar el filo y despellejarla.

    El hedor se esparce como un veneno cuando se encuentra pisando los huesos de la bestia, pero ya no hay nada más que hacer cuando vuelve a enterrar el arma desde esa posición vulnerable. Ni siquiera cuenta las veces que entierra la lanza. Para al momento en el que no siente resistencia en su pisada y las extremidades de su trofeo se desarman sobre sí mismas.

    La adrenalina se ha ido, la iglesia vuelve a su silencio y el altar lo espera.

    Forcejea con el cadáver para desenterrar su arma, pero eventualmente llega al final del edificio para hacerse de una especie de cáliz. Confiado en que ya ha pasado el peligro se apoya para investigar su botín, tan inmerso que no escucha unos pasos a sus espaldas.

    Una sombra se cierne sobre el cazador, pero lo que es capaz de petrificarlo es la presencia pesada que lo está mirando que ni siquiera se atreve a tomar la Evelyn.

    Escucha una voz humana: —Nada mal — La sombra levanta un mazo sobre su cabeza. —. Sí, supongo que servirás.

    Cisseus no es lo suficientemente rápido para darse vuelta y disparar, en cambio, recibe tal golpe que su cerebro se congela y cede el control de todas sus extremidades. En sus últimos momentos conscientes se encuentra con una mirada ajena oscurecida por una capa hecha jirones.

    El peso de sus párpados le gana a su fuerza de voluntad.

    —Dulces sueños, príncipe.



    . . .





    (¡Este fic es muy largo y forumfree no me dejó postearlo completo! Acá te dejo un PDF completo)

    Edited by › petrov. - 17/3/2023, 13:21
     
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