Dilema moral.

Breaking Bad [WalterxJesse]

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    Advertencias: Spoilers.
    **

    Si un año atrás, cualquier persona, (Conocido o extraño
    ), le hubiera preguntado a Walter White qué pensaba de la moral y si creía estar cumpliendo con su deber como ser humano, Walter habría respondido que si sin atreverse a someter la interrogante a ninguna tela de juicio.

    Si, maldita que sea que si. Él sabía y estaba al tanto de lo que era la moral. La balanza del bien y el mal, lo bueno y lo malo. Correcto e incorrecto. Su rama era la química, pero maldición si Walter no era un hombre de principios rectos.

    O al menos lo había sido.

    Buen padre, excelente esposo, entregado a su trabajo como profesor, devoto a su familia. Se llevaba bien con su cuñada, y no tenía problemas con los vecinos. Era paciente, decente y tardo para el enojo. Sin embargo su vida estaba bien. Walter estaba bien.

    Y todo había ido relativamente bien hasta que llegaron esos jodidos accesos irrefrenables de tos.

    Entonces supo que tenía cáncer y todo se había ido lentamente al carajo.

    Pero así era el cáncer ¿no?, igual que una semilla que esta germinando. En condiciones adecuadas empieza a crecer, a desarrollarse. Brota y se expande.

    Quizá, de haber sido un conformista de porquería, las cosas habrían resultado mejor. Pero quería dejar estabilidad económica para su familia.

    Y es que, diablos. Su esposa embarazada, su hijo lisiado y él muriendo. No podía dejarlos así. No podía abandonarlos sin un sustento.

    Había sido la moral lo que lo impulsó en primer lugar, luego de que viera a su antiguo estudiante, a hacerse una idea de lo que podría hacer si se aliaba con él para fabricar, no, cocinar metanfetamina.

    Odiaba reconocerlo, pero Walter ya había llegado al subsuelo y le era menos difícil aceptar que la primera vez que vio a Jesse, lo primero que le pasó por la cabeza fue que lucía tan atractivo como lo recordaba en su época de estudiante.

    Jesse Pinkman era un estúpido gilipollas. Se le daba pésimo la química, hacía terrible los cálculos y los resultados en sus exámenes eran fatales. Vamos, que ni siquiera se sabía de memoria la maldita tabla periodica de los elementos. Era un total perdedor, un fracasado. Y seguía siéndolo. Peor, ahora era un drogadicto.

    Walter por otro lado tenía muchos gastos encima. Se sentía estresado y se estaba muriendo. Pero odiaba la lástima. No había en todo el jodido universo nada peor que la compasión por un ser inferior, porque de ello derivaba la lástima. De creernos un nivel por encima de la víctima. Y Walter no quería ser la víctima.

    Habría preferido morirse de una vez si con eso se evitaba la recaudación de fondos o el que su mujer de seis meses de embarazo buscara trabajo. Preferiría hundirse en un lago con un bloque de concreto atado al cuello si con ello impedía una jodida colecta familiar o tener que pedir un miserable préstamo para su miserable enfermedad de porquería.

    Pero llegó Jesse, y con él, la solución a todos sus problemas.

    De pronto no era nada difícil para Walter imaginarse liandose con su ex alumno drogadicto y fracasado para fabricar...no, cocinar, droga. Tenía la fórmula y se sabía los ingredientes básicos. Jesse podría agenciarle los más complicados como la pseudoefedrina.

    Ya no tendría que ser el mártir moribundo. Ya no tenía que jugar al rol de la pobre víctima que necesita y depende del dinero de otros.

    Solventaría sus propios gastos médicos y, maldición, podría generar montones de billetes para legar a su familia. Dejarlos cubiertos para toda la vida. Porque, joder. Se lo merecían. Walter Junior, Skyler y la nueva integrante que venía en camino.

    El problema con la moral es, que cuando empieza a torcerse, ya no hay forma de enderezarla. Es como una adicción, o incluso peor.

    Para Walter, tejer aquellas ideas fue el primer paso para que su sentido de la moral se torciera un poco. Solo un poco.

    Hacer droga era ilegal, pero así se ganaba efectivo. Mucho efectivo. Más del que Walter vería si continuaba trabajando como profesor en la universidad. Ni aun trabajando horas extras lograría generar un monto medianamente decente para dejar a sus seres queridos.

    Y se estaba muriendo de todos modos.

    Así pues, ¿Qué más le quedaba?

    Solo haría unos cuantos kilos y se retiraba.

    Si había algo que a Walter le gustaba mucho de Jesse era que sabía que podía confiar en él.

    Desde que se metieron en el atolladero de la cocina de metanfetaminas lo dio por hecho. Jesse no solía cuestionarlo, hacía lo que le decía, aún si con ello se jugaba la vida. Que su ex alumno fuera estúpido en la toma de desiciones era punto y aparte.

    Una cosa era fabricar droga y venderla. Pero su segundo torcimiento de moral llegó cuando tuvo que asesinar a un hombre.

    Un hombre que en teoría también era un criminal y había intentado matarlo a él primero, pero eso no cambiaba la realidad de las cosas. Que Walter había asesinado.

    Había caído otro poco al inframundo. A la antítesis de su moral como ser humano.

    Después llegaron las mentiras a su esposa para salvar el pellejo y, justo cuando Walter White (Alias Heisenberg) había creído que no podía caer más bajo, pasó.

    Se enamoró del maldito bastardo.

    De su lealtad, de su infinita torpeza. Empezó a quererlo porque podía confiar en Jesse y este a su vez confiaba en él.

    Lo deseó porque Jesse conocía sus dos facetas. Sus dos estilos de vida, el de Walter y el de Heisenberg. Uno superficialmente y el otro lo compartían del todo.

    Pero lo más importante era que Jesse estaba ahí, en los momentos de su descenso y de su cúspide. Cuando cocinaban y vendían los malditos cristales que pasaron de la blancura de la leche al azul cobalto.

    A Jesse podía decirle lo que a Skyler no. Porque, por obviedad de razones, no lo juzgaría. Porque no lo cuestionaría para nada y porque ambos estaban zarpando en el mismo barco.

    Experimentaban el mismo estrés de conseguir los ingredientes, la extenuación física al preparar el compuesto en el desierto, solos, siempre juntos. Después la ansiedad de la distribución a terceros, quienes a su vez se encargaban de la venta. Y luego...luego saboreaban el dulce extasis de recibir todos esos fajos verdes de dinero en efectivo. Contante y sonante.

    ¿Y no era acaso una maravilla?

    Jesse era el drogadicto, pero Walter juraba, al tener ese dinero sucio ganado con sudor y dolores de cabeza, que la sensación era la misma. Y ver esa alegría contagiosa extenderse como media luna en los labios de Jesse era la gloria.

    Y Walter podía ser un criminal, fabricante de droga y distribuidor de bajo calibre. Un esposo infiel y mentiroso, un asesino.

    Y su moral no podía estar más torcida. Ya tenía más dinero del que había soñado en toda su vida. Estaba forrado, era reconocido en todos los barrios bajos de la ciudad gracias a la calidad de su producto y su familia estaba asegurada.

    No obstante, nada le importaba ya. Más que Jesse.

    Solo Jesse.

    Porque él estuvo al comienzo.

    Y de algún modo Walter sabía que también estaría al final.
     
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0 replies since 12/5/2023, 04:21   42 views
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