❥ Mr. & Mr. Black. | Altair x Iván | Original.

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    “I am forever your most devoted believer.

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    Disclaimer.
    Personajes originales.
    Pareja.
    Altair x Iván.
    Género:
    Romance, Acción, Angst, Smut.
    Rating.
    E. (sexo y violencia explícita.)
    Estado.
    Terminado.
    Notas.

    Esposa mía. No sé como empezar siquiera porque este es un detalle que llega demasiado tarde, tanto que hasta yo misma me olvidé de que lo comencé hace cosa de un año, así que ¡sorpresa, aquí está terminado! Creo recordar que sí te compartí un muy pequeño trozo de ello, aunque poco tiene que ver eso con el monstruo de 11k que ha terminado saliendo. Verdaderamente lo he escrito más para mí que por ninguna otra cosa y me da cierta verguenza compartirtelo porque... no aporta nada a ningún universo de nuestros niños y es solo mi fangirleo de meter a nuestros nenes en mis universos de ficción favoritos, pero bueno que estos nenes son tan míos como tuyo y cualquier excusa por consentirte es buena.

    Seguramente haya incontables vacíos de trama de por medio (el más grande el que esta pareja de calenturientos esté meses sin coger, y la excusa que tengo para eso es que querían proteger al otro y que al final vuelven a ser la pareja hormonal que son en todos y cada uno de los universos), así como erratas. No le busques demasiado sentido, simplemente me gustan las películas sobre espías/agentes secretos y el homoerotismo de tratar de asesinar a tu esposo.

    Recommended songs (♥):
    — Die for you - The Weeknd
    — Kill Bill - SZA ft. Doja Cat
    — El Tango de los Assessinos -John Powell
    — Ready for It - Taylor Swift
    — Money Power Glory - Lana del Rey
    and more in here.


    ━━━━━━━━━━━━━━━━━━



    Había dos reglas absolutas que su madre le había inculcado en su infancia sobre el matrimonio. Vanya siempre se había considerado un buen hijo, siguiendo los mandatos de sus padres y desde luego no quería repetir los errores de estos, siendo su mayor error su mismo matrimonio. Por lo que cuando su madre le sentó siendo apenas un adolescente y le dio aquel consejo (o mejor dicho la verdadera razón tras la inestable relación entre sus padres que se había prolongado por años) Vanya se prometió a sí mismo seguir esas reglas.

    La primera: no te cases joven.

    La segunda: no le guardes secretos a su pareja.

    Había pasado más de una década desde aquella conversación, Vanya ya no era ni un adolescente ni el chico obediente que había sido en el pasado. Quizás se trataba del karma o de la misma ironía del destino, quizás nada más se estaba enfrentado a las consecuencias de desobedecer aquel sabio consejo de su madre. Vanya había roto sus reglas, y el motivo por el que las había quebrantado se encontraba sentado delante de él en la cocina, tomando su café. Altair Crux Black le había hecho romper con todos sus esquemas desde el mismo momento en el que lo conoció.

    ¿Pero cómo podría haberse resistido a él? Por mucho que se burlase cada vez que su inmenso ego salía a reducir, el pelinegro era sencillamente encantador. Su físico trabajado, esos ojos tan intensos capaces de robarse toda su atención y su personalidad igual de atrevida y deslumbrante. Había sido amor a primera vista, o al menos una fuerte atracción potenciada desde luego por el romántico entorno que envolvía a La Habana. Se habían conocido durante su estancia en un hotel de la zona estando ambos ahí por trabajo, fingiendo ser una pareja de luna de miel para escapar de los interrogatorios de la policía hacia los turista solteros luego de varios altercados en la zona. Había sido un acuerdo por beneficio mutuo que no debía de haberse prolongado nada más que un par de días a lo sumo, pero llámalo amor a primera vista o destino o que Vanya se había derretido ante la visión del torso desnudo del francés en la piscina del hotel, no pasaron más de dos días antes de que acabara en su cama, y lo que empezó siendo unos días en La Habana se extendió hasta 3 semanas en compañía del otro.

    Al final de aquellas vacaciones el ruso sabía que no quería separarse de él, quería que la visión del cuerpo desnudo de Altair dormitando a su lado se volviera parte de su rutina y el sentimiento era más que mutuo. Había sido precipitado, inmaduro e insensato, todo de lo que Vanya nunca antes se había sentido capaz de hacer. Se habían casado nada más llegar de regreso al Reino Unido.

    Vanya recordaba esa pasión, esa adoración mutua en sus primeros meses como pareja, ese desenfreno juvenil que les había hecho lanzarse de cabeza y sin miedo alguno a construir un futuro en conjunto. Apenas habían podido pasar un día con sus manos fuera del cuerpo del otro, nada más compraron su casa el francés le había prometido que le haría el amor en cada superficie de esta (y había cumplido con su extravagante promesa). E incluso sin el constante sexo, el cariño entre ellos era constante, demasiado obvio en el amor que reflejaba su mirada puesta en el otro. Habían creado una burbuja donde lo único que parecía existir eran ellos dos. Cinco años después, parecía que esa llama se había extinguido por completo.

    ¿De quién era la culpa de esa monotonía? ¿Era Altair quién había cambiado a lo largo de sus años juntos o era el mismo Vanya quién se había perdido por el camino?

    Quizás era solo el tiempo, pensó tomando un bocado de su tostada. Media década daba para muchos cambios pero Altair y Vanya eran fundamentalmente los mismos. Altair seguía contando con el mismo par de ojos grisáceos colmados de nada menos que adoración hacia él, seguía siendo el mismo hombre que tenía por hobby llenar su salón de ridículos coleccionables de Lighting McQueen y aunque el paso del tiempo no perdonaba a nadie, su pareja seguía luciendo un físico que se ganaba todas las miradas, incluso cuando solo estaba tomando su café mientras veía desinteresado la televisión lucía como un condenado modelo. Vanya era afortunado de tenerlo a su lado, lo sabía. ¿Qué había cambiado entonces?

    Su inutil debate interno se vio interrumpido cuando la pantalla del celular del contrario se iluminó con la notificación de un recordatorio llamado “Reunión”, la hora establecida le hizo enarcar una ceja antes de devolver su atención a esposo —en su maravilloso y perfecto prospecto de pareja— con su mirada desprovista de todo el amor que le tenía.

    — Habíamos quedado por ir a cenar a casa de Elaine, ¿no te habrás olvidado, verdad? — Aun cuando había veces en las que el ruso se cuestionaba si conocía de verdad a la persona con la que compartía su cama, llevaba media década a su lado y conocía a la perfección la mirada de pánico mal disimulado al haberse olvidado por completo de algo importante, algo que Vanya le había recordado hasta la saciedad.

    El ruso suspiró, ocultando su decepción tras las hojas del periódico de aquel día. ¿De verdad había esperado algo más de Altair?

    — Ahm, Vanya yo... Lo olvidé, lo siento no puedo perderme esta reunión. — Altair dejó su café abandonado, acercándose a su lado para regalarle un beso, tratando de hacer desaparecer la mueca que se había establecido en sus labios. — Te lo compensaré, te lo prometo. — Sus palabras le hicieron querer gritarle hasta quedarse sin voz y arrojar todo a su alrededor. Estaba harto de escuchar esas promesas vacías, de ver como cada plan, cada cita que organizaba terminaba en la basura por su trabajo, por su aburrido y estúpido trabajo como jefe de marketing. Pero más que harto estaba cansado. Allá por su cuarto año había terminado por asumir que el enfadarse con él solo lo dejaría exhausto tanto física como mentalmente, así que en vez de expresar toda emoción negativa Vanya había aprendido a embotellar sus sentimientos a reprimir su enfado bajo una máscara de indiferencia.

    — Si, claro. — Altair permaneció con su mirada clavada en su rostro, sin creer sus palabras pero sin saber que hacer para que Vanya hablara con él.

    — Gracias Vany, eres el mejor. — el francés dejó todo un reguero de besos por su cara y la piel descubierta de su cuello, algo que hacía una tarea titánica el continuar enfadado con él, y tras recoger su chaqueta de la silla se marchó de la cocina.

    El ruso dejó caer su rostro contra la mesa de la cocina nada más escuchó la puerta de su casa cerrarse. Se estaba volviendo loco.

    ━━━━━━━━━━━━━━━━━━



    Era patético, ¿en qué momento se había convertido en una de esas mujeres cuarentonas infelices de las novelas de la tarde? Bebiendo vino mientras le lloraba las penas a su amiga. Ni siquiera había cumplido sus 30 todavía. Sin embargo necesitaba de ese sentimiento de liberación al sacarse todo del pecho acrecentado por la forma en la que el alcohol le soltaba la lengua.

    —No sé qué nos pasa, Elle es como si hubiera un muro entre nosotros, y apenas tenemos tiempo para estar juntos por el trabajo. — confesó tomándose el último sorbo de lo que sería su tercera copa de la noche, si la pelirroja estaba preocupada por la velocidad a la que estaba bebiendo desde luego no estaba haciendo intento alguno por pararlo. — Siento que me está ocultando algo, no está siendo sincero conmigo.

    — Le estás dando demasiadas vueltas, todos las relaciones pasan por sus baches. — a veces odiaba lo racional que era la pelirroja, porque quizás tenía razón y Vanya no estaba haciendo más que buscar problemas que no existían en su idílica relación. Solo se trataban de pequeñas mellas en su convivencia, al final del día Iván quería a su esposo y viceversa, pero concienciarse de aquello no hacía que la distancia entre ellos doliera menos. — Y tú no eres el más indicado para hablar de secretos. — su mirada se endureció de inmediato ante las palabras de Elaine, todo signo de su incipiente embriaguez desapareció en un solo instante.

    — Sabes que lo hago para protegerlo, cuánto menos sepa sobre mi trabajo mejor. Él nunca puede saber lo que hago. — la culpa perforaba su pecho cada vez que recordaba la parte tan fundamental de él que estaba ocultando del conocimiento de Altair. Vanya le había dado vueltas una y otra vez a la idea de sincerarse con él, pero todo intento por ello no había quedado en nada más que un pensamiento vacío de propósito. No había forma alguna en la que pudiera aceptar el haberlo mantenido en la penumbra de algo así durante toda su relación, y aun de aceptarlo… no, no pondría a su pareja en más peligro del que ya estaba por permanecer a su lado. Vanya era egoísta lo admitía, pero una vida sin el pelinegro a su lado era un infierno solo de imaginarlo. — Es solo que... cada vez siento como se aleja más, es casi como si ya no lo conociera. — eran las pequeñas cosas, las preguntas triviales sobre su esposo que luego de 5 años de relación el ruso todavía no sabía responder. ¿De dónde había salido esa cicatriz en su costado?¿Por qué tienes guantes en el maletero de tu coche? ¿En qué cojones consistía su trabajo? En ocasiones creía que no conocía a la persona a la que le había prometido una vida juntos.

    Altair siempre había sido un misterio para él, desde el mismo inicio de su relación pero mientras que por aquel entonces ese aura de secretismo lo había atraído con una fuerza casi magnética hacia él ahora estaba apunto de acabar con su cordura.

    — Quizás... deberías replantearte si tu matrimonio tiene futuro.

    — Elaine... No quiero pensar en eso ahora. — Ni ahora ni nunca. Era difícil recordar a un Vanya antes de Altair y era todavía más inconcebible pensar en un Vanya después de él. Podía soportar las noches en vela, las discusiones que nunca llegaban a ningún lugar, las promesas olvidadas pero no dejaría ir a su relación, eso y mucho más por él. Altair era todo lo que tenía, todo lo que le importaba y quería pensar (deseaba con todas sus fuerzas creer) que el sentimiento era compartido por su esposo, aun cuando la sombra del secretismo entre ambos comenzara a hacer mella en su confianza hacia él.

    Hasta que la muerte los separe, eso habían jurado y Vanya dudaba de ser capaz de dejarlo ir incluso entonces.

    La medianoche estaba por caer cuando abandonó la casa de la pelirroja, dejando atrás dos botellas de vino tinto vacías y con su cabeza hecha un lío entre el alcohol y la conversación anterior. Al regresar a casa las luces de esta permanecían apagadas, sin rastro alguno de su marido por ningún lado. Quizás en los primeros años de su matrimonio el ruso habría aprovechado esos momentos a solas para ponerse uno de los conjuntos de lencería y sorprenderlo cuando regresara, a sabiendas de que el pelinegro no dudaría un segundo en abalanzarse sobre él. Pero hacía ya meses que Vanya había dejado de prepararle esa clase de sorpresas a su esposo, ¿qué sentido tenían cuando ni siquiera sabía si dormiría a su lado esa noche? No. Esa noche el ruso se puso su pijama y se tiró sobre el enorme colchón, uno demasiado grande para él solo, tratando de forma inútil parar de pensar en su marido y los secretos entre ellos.

    No pondría en duda la lealtad de Altair hacia él, porque el solo hacerlo resultaba absurdo. Si el francés quisiera engañarlo con cualquier otra persona no le faltarían opciones, claro que no era ciego a las miradas que recibía su esposo cada vez que acudían a cualquier evento. Incluso con su alianza puesta nada parecía frenar el interés de algunas mujeres, pero Altair nunca les había dedicado mirada alguna, manteniendo sus ojos y atención puestos siempre en su pareja. Tampoco había encontrado marca en su cuerpo o algún mensaje que sugiriera tal traición, pero eso no significaba que su marido no le estuviera ocultando nada más. Vanya estaba seguro de ello.

    Desde luego era fácil ocultar bajo su decepción esa enorme necesidad que tenía por volverle a tener a su lado, por sentir sus labios, sus manos recorrer su cuerpo con devoción, por volver a pasar la noche en sus brazos. Lo extrañaba, ese fue su último pensamiento antes de caer dormido envuelto entre las cálidas sábanas pero aun así sintiendo un enorme frío en su pecho.

    Altair tampoco regresó a casa esa noche.

    ━━━━━━━━━━━━━━━━━━



    Era hipócrita perder el sueño y tratar de culpar a Altair de la decadencia de su relación (o la inexistencia de esta viendo las noches que pasaba solo) cuando Vanya era tan responsable de aquel declive como su otra mitad. Ambos eran unos adictos al trabajo, sino eran las horas extras de Altair eran los viajes por trabajo de Vanya los que hacían que encontrar un momento de conciliación fuera cada vez más difícil. Solo quería poder pasar una mañana en paz en los brazos de su condenadamente caliente marido, no estaba pidiendo el mundo. Lo bueno de aquella situación era que en los días de descanso que compartían a ninguno siquiera se le ocurría mentar el trabajo del otro o el suyo propio. Lo cual Vanya agradecía pues su trabajo era un tema cuanto menos enrevesado.

    El inconveniente de los secretos, es que antes o temprano salen a la luz. Quizás no de inmediato o de una, pero a través de pequeñas y numerosas grietas la verdad siempre acababa por ser descubierta.

    De nuevo recordó las reglas de su madre. Su problema nunca había sido casarse a los 22 y luego de solo unos meses de haberse conocido, Vanya nunca se había sentido más seguro antes de ninguna otra decisión, amaba a Altair como nunca más podría amar a ningún otro hombre eso era una certeza. El problema de su relación era que Iván le había estado mintiendo desde el principio.

    La cosa con ser un agente secreto, como su mismo nombre indicaba, era que tenía que mantener todo lo relacionado con su profesión en el mayor de los secretismos. Y el ruso era condenadamente bueno en su trabajo, no solo en la parte de matar aun en toda la importancia que aquello también albergaba, sino también a la hora de cubrir sus rastros y su identidad. Falsificar su pasaporte y otros documentos, ocultar sus facciones y ceñirse al papel asignado para la misión, identificar y deshacerse de los rastreadores y borrar todo rastro de sus movimientos bancarios. Mentir, mentir y mentir. Vanya era un maestro en tan complicado arte pero ni toda su amplia experiencia lo habría preparado para la misión de ocultar aquella parte de su vida a Altair, ¿cuánto más antes de que en un desliz destrozara toda su fachada?

    Algún día tendría que confesarle la verdad y tendría que aceptar las consecuencias de construir su matrimonio en una pila de mentiras, lo sabía. Pero aquello sería cuando fuera más seguro, si algún objetivo o enemigo del pasado descubría de la importancia que tenía el pelinegro para él sin duda aquello lo pondría en el punto de mira e Iván no podía ponerlo en riesgo.

    Los casos asignados difícilmente coincidían con el cliché hollywoodense extendido sobre su profesión, nada de explosiones ni persecuciones a toda velocidad por la autopista. Gran parte de su tiempo era dedicado a investigar a su objetivo, el informe entregado apenas cubría la información más básica sobre el mismo y Vanya era extremadamente meticuloso, los horarios, gustos y amistades de sus víctimas, cada pequeño detalle era necesario a fin de encontrar una brecha en la estricta seguridad que solía rodearlos para asestar el golpe de gracia.

    Normalmente no era tan sencillo, y definitivamente no había esperado que un traficante de armas apodado como “La Parca” tuviera unos gustos tan particulares. El cabrón tenía unos gustos raros que quería ver satisfecho luego de haber cerrado un jugoso contrato armamentístico. Había pinchado su teléfono desde el mismo momento en el que había llegado a Londres, interceptando su llamada a un conocido servicio de escorts. No sería ni el primero ni el último hombre con dinero que recurría al sexo a la carta pero sus especificaciones, eso si que se escapaba por completo de lo normal. Quería ser golpeado por “un chico lindo en lencería”, esas habían sido sus palabras y Vanya tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no estallar en risas.

    Solo media hora después el ruso se había presentado frente a la puerta de su suite en el Shangri-La, presentándose frente a su par de guardaespaldas con el falso de Belladona y con un buen fingido acento serbio, el dúo de robustos hombres intercambiaron una mirada de vacilación entre ellos antes de dejarlo pasar al interior de la habitación. El traficante se encontraba esperándolo con poco más cubriendo su desnudez que su bata de baño, la desconfianza natural de cualquiera dentro de su profesión cubriendo su mirada. Pero todo rastro de duda se desvaneció en cuanto la gabardina del ruso golpeó el suelo, revelando su conjunto de cuero. El corpiño estaba formado por todo un sistema de cuerdas que abrazaban a la perfección su delgada cintura, cubriendo pobremente su pecho bajo estas, la minifalda de cuero tampoco dejaba demasiado a la imaginación completando el lascivo conjunto con las medias de rejilla y los stilettos negros.

    Iván sintió más culpa por lucir de aquella manera frente a otro hombre que no fuera Altair que por lo estaba apunto de hacer.

    Ni siquiera había tenido que batallar, aquel cerdo se había puesto las esposas de forma voluntaria e incluso lo había hecho amordazarlo como parte de la “sesión”. De no ser porque era consciente de que el hombre lo habría disfrutado, no habría dudado en estampar la punta de su tacón contra su patética erección. Pero no le daría aquel último gusto antes de morir, las manos enguantadas de Vanya se envolvieron alrededor de su cuello y antes de que el hombre pudiera tomar conciencia de lo que estaba sucediendo, Vanya torció su cuello con toda su fuerza. El hombre cayó en seco contra la alfombra de la habitación, sus ojos desprovisto de cualquier rastro de vida.

    Vanya no dedicó un solo segundo en observar el cadáver, pasando junto a este para recoger su gabardina del piso y abrir el amplio ventanal de la habitación. El ruso se dejó caer hacia el balcón justo bajo este, invadiendo la habitación vacía. Había pasado los últimos días estudiando los planos del hotel, sus reservas y los planos de las cámaras de seguridad. Iván abandonó el hotel con la misma tranquilidad con la que había ingresado en este, seguro de que ninguna cámara habría logrado capturar su rostro y ya en las bulliciosas calles de la capital tomó un taxi que le llevó de vuelta a casa.

    Los secretos no eran eternos, y esa noche Iván tuvo su primer desliz. Apenas llegó al baño para tomarse una merecida ducha cuando el sonido de la puerta abriéndose lo sobresaltó, no había escuchado a Altair llegar, sus pasos habían sido lo suficientemente sigilosos como para que su oído entrenado no los hubiera escuchado. Mirado atrás quizás esa debería haber sido su primera sospecha. La segunda debió de ser el estado en el que llegó su marido.

    Altair estaba parado en la puerta mirándolo fijamente, su rostro contaba con unos moretones que no estaban ahí el día anterior y un hilo de sangre descendía por su labio inferior. Ambos estaban congelados por la visión del otro. Vanya se quedó paralizado, su mente se encontraba en blanco en esos instantes, no por no contar con una coartada o excusa, no por temer que su pareja comenzara a sospechar que algo no iba bien, sino porque la mirada de Altair estaba llena de una intensidad y deseo que lo paralizaron por completo.

    En un segundo solo los separaban unos metros y al siguiente tenía al pelinegro contra él, tomando sus labios con una necesidad que fue correspondida de inmediato por Iván. No había delicadeza alguna en la forma en la que los dientes de su marido delineaban sus labios y su lengua se enterraba en la cavidad contraria, solo una pasión contenida por ambos que por fin había estallado. Su diferencia de altura se presentaba como molesta ahora que lo único que deseaba era devorar al otro, y como si Altair también lo hubiera presentido sin separar sus labios lo alzó desde sus caderas para posarlo sobre la encimera del baño, su espalda contra el espejo y sus piernas se envolvieron instintivamente alrededor de las caderas del más alto, pegándole por completo contra su cuerpo.

    — Te estaba esperando. — gimió contra sus labios, sus manos todavía indecisas sobre dónde posarse, alternando entre envolverse alrededor del cuello de su marido y recorrer su trabajado abdomen sobre la ropa. No era suficiente, quería tocarlo por todas partes hasta saciar esa necesidad por el otro. — Llevo tanto tiempo esperándote.

    No supo cuánto tiempo estuvo perdido en los labios del otro, sus labios se sentían en carne viva, su corazón latía dentro de su pecho descontrolado y todo el calor de su cuerpo parecía estar concentrando en su bajo vientre. Se sentía mareado y aun así no quería parar, no se había sentido así en meses y el éxtasis que estaba viviendo era demasiado como para abandonarlo.

    — Tengo que irme. Iván, tengo que irme. — dijo el pelinegro, tratándose de convencerse a sí mismo pues su cuerpo se negaba a obedecer a su mente en la forma en la que sus labios seguían besando el cuello de su pareja y sus manos continuaban explorando sus muslos bajo la tela, rasgando sus medias de rejilla sin un segundo de consideración a fin de poder estrujar su trasero sin obstáculo alguno de por medio.

    — Solo acabas de llegar. Altair, por favor. —sus labios volvieron a buscar los del contrario en una súplica silenciosa. Más, no es suficiente. No puedes hacer un desastre de mi mente y mi corazón solo para largarte. No seas cruel conmigo. Si Altair quería marcharse no se lo haría sencillo, una de sus manos jaló de sus cabellos mientras lo besaba, su lengua causando estragos en la cavidad ajena mientras que la otra comenzó a deshacer los botones de la camisa. La acción pareció tener un efecto contrario al deseado y como si un interruptor hubiera sido activado, el más alto se separó de él.

    Sus pupilas dilatadas por el deseo, sus mejillas enrojecidas y sus labios hinchados luego de la fiereza con la que se habían besado. Y la evidente erección que se alzaba en sus pantalones, nada de eso importaba pues aun siendo tan claro que Altair deseaba —necesitaba— ese encuentro tanto como él, el pelinegro huyó del baño como si hubiera sido electrocutado dejándolo atrás, con su respiración todavía alterada y una caliente erección de la cual no se había hecho responsable.

    ¿Qué cojones acababa de pasar?

    ━━━━━━━━━━━━━━━━━━



    2 días habían pasado desde esa noche y lo único que había recibido de Altair había sido un mensaje de que estaría unos días fuera de la ciudad, ninguna explicación de lo que había sucedido o por qué había vuelto a casa esa noche golpeado. Se sentía un tanto culpable de haber ignorado por completo las heridas de su marido solo porque este se le había abalanzado encima, pero en su defensa el puto mundo se podía estar viniendo abajo que a Vanya poco le importaría si Altair lo estaba besando de esa manera. Nada de eso importaba ahora porque habían vuelto al punto de inicio, Altair lo estaba evitando. Así que Vanya hizo lo que siempre hacía en esos casos, se refugiaba en su trabajo.

    — Vanya, el jefe te quiere en su despacho. — el llamado le hizo enarcar una ceja más marchó en dirección hasta el lugar. Darcy Mcmillan, el hombre apenas era unos años mayor que él aunque aquello no evitaba que fuera su superior ni que actuase como un gruñón de la tercera edad. El rubio era un pedante sin igual, Iván tenía la creencia de que nació con el ceño fruncido y chillando órdenes de un lado para otro, pero en su beneficio diría que era conciso y directo por que podía asegurar que apenas pasaría unos minutos en su despacho.

    — Tengo un encargo para ti. — dijo sin siquiera saludar. Encargo, era una forma bastante reduccionista en la que denominar a un asesinato por dinero, pero ninguno de ellos fingiría siquiera sentir culpa alguna por su trabajo. Buenas personas morían todos los días, matar a unos cuantos traficantes, empresarios o políticos corruptos difícilmente les quitaría el sueño. — Llegó anoche, es un caso de alta prioridad. Necesito que lo hagas bien y rápido. — Darcy dejó la carpeta del objetivo sobre su mesa para el ruso.

    — ¿Algún detalle importante? — Vanya tomó el archivo más no lo ojeó, dejaría aquello para cuando estuviera a solas.

    — Es uno de los mejores asesinos de una de nuestras empresas rivales. Su propia empresa lo quiere ver muerto, al parecer ha estado rompiendo reglas importantes, un traidor. — aquello despertó por completo su atención, no eran todos los días que recibía una misión así con un objetivo tan extraordinario. Quizás aquello podía ejercer como una distracción temporal contra el comedero de cabeza que era su matrimonio en esos momentos.

    — ¿Por qué contactar con una empresa rival? ¿Por qué no han lidiado ellos mismos con uno de los suyos?

    — No quieren que nada los conecte con el caso. Si no lo quieres simplemente olvídalo, Nazyalesky. No es una misión ordinaria, el objetivo tiene un entrenamiento militar tan amplio como el tuyo, lleva en el negocio más tiempo que tú. No será cuestión de cogerlo con la guardia baja.

    — Me encargaré de él. — aseguró. Necesitaba de la satisfacción y la adrenalina que un desafío como aquel representaba aunque tampoco era ignorante del enorme riesgo que representaba, mayor a cualquier otro del pasado. Podía acabar gravemente herido o peor. Quizás su esposo se alegraría de la noticia, menos papeleo entonces para el divorcio.

    — Tienes 48 horas. Acaba con el tipo cuanto antes. — esa fue su señal para abandonar el despacho de vuelta al suyo propio. En la privacidad de su oficina fue que el ruso le tomó el primer vistazo al archivo de quien sería su próxima víctima.

    Sus ojos viajaron entre la foto del informe y el nombre impreso en una pulcra letra. Una vez, dos veces, tres veces. Su corazón se detuvo dentro de su pecho y el mundo a su alrededor pareció perder por completo su ruido y color, todo lo que importaba estaba frente a él. Pero eso no podía ser cierto.

    Altair Crux Black, decía el informe. Nacido el 9 de noviembre de 1994. Altura: 187 cm. Peso: 85 kg. Tipo de sangre: A-.

    Eso último Vanya no lo sabía.

    Ocupación: agente secreto.

    El objetivo de Vanya —el otro asesino con el que debía de acabar— era su esposo. El mismo hombre con el que había compartido su cama durante 5 años, el mismo hombre que supuestamente trabajaba en marketing.

    Sus piernas temblaron y tuvo que apoyarse contra su escritorio para mantener el equilibrio, se sentía completamente sobrecogido pero la emoción que amenaza con consumirlo todo en esos momentos no era el miedo o la amargura, sino la ira más pura que nunca antes había sentido. Su madre tenía razón, los secretos podían mandar a un matrimonio a la tumba.

    Y él iba a mandar a su esposo a la suya.

    ━━━━━━━━━━━━━━━━━━



    Su querido marido le envió un mensaje esa misma tarde, invitándolo a cenar esa misma noche a su restaurante favorito como disculpa. El ruso estaría pletórico por la idea de una cita como aquella, sino fuera claro, porque esa noche iba a asesinarlo. El método podía variar, Vanya tenía varios planes sobre cómo llevarlo a cabo —o en otra forma de decirlo, había pasado la tarde fantaseando sobre cómo vengarse del jodido traidor con el que se había casado—. Lo que era certero era que Altair Crux Black moriría esa noche e Iván quedaría viudo.

    Por qué te disculpas, porque exactamente estás pidiendo perdón. ¿Por dejar la ventana de la habitación abierta la noche que te dije que iba a llover? ¿Por dejarme con la calentura e irte sin ninguna explicación? ¿O por ocultarme durante 5 años que eres un jodido asesino a sueldo? Eso era lo que quería responderle a su mensaje con un demonio, pero haciendo uso de todo su profesionalidad Vanya se limitó a contestarle emocionado por su cita. Estaba bien, le soltaría todo lo que guardaba en su pecho esa misma noche cuando tuviera una de sus dagas hundidas en su garganta.

    Esa noche Vanya se arregló, se aseguró de lucir lo mejor que podía para la cena para que Altair viera lo que se estaba perdiendo. Se puso esos pantalones de vestir que abrazaban sus caderas y la camisa de seda roja semitransparente que dejaba entrever solo un vistazo de su torso, con los primeros botones de la misma sueltos. Se debatió internamente si usar su alianza, jugando con esta nerviosamente entre sus dedos, pero a fin de mantener su coartada como la de esposo feliz la usó. Enterraría el anillo junto a su marido.

    Altair lo estaba esperando en la entrada del restaurante, acercándose a él para tomarlo desde la cintura.

    — Vany, luces precioso. — el pelinegro dejó un beso en la comisura de sus labios e Iván se odiaba a sí mismo por la leve sonrisa que iluminó sus labios. Traidor o no, seguía siendo terriblemente débil a su toque pero todo eso terminaría hoy.

    — Gracias. Tú también estás fenomenal, llevas la corbata torcida. Déjame. — sin romper el contacto visual llevó sus manos a la corbata del otro, afianzándola con más fuerza de la necesaria alrededor de su cuello como pequeña venganza. Si el otro se encontraba molesto no dejó salir queja alguna antes de guiar a su pareja a su mesa, la más apartada dentro del opulento restaurante.

    Conseguir una reserva en tan poco tiempo en un restaurante como aquel debía ser imposible, pero Altair sin duda tenía sus contactos. El motivo por el que Iván prefería aquel lugar sobre cualquier otro aun sin ser un gran fan de los lujos ni de la clientela que solía frecuentar tales lugares, era por la pista de baile en medio del lugar y la pequeña orquesta que tocaba todas las noches. La comida era sólo secundaria a la alegría de bailar entre los brazos de su esposo, hoy sin embargo la vista de los músicos afianzó el nudo en su estómago.

    — Ya he pedido el vino, tu favorito. — dijo Altair una vez ambos estuvieron sentados. Vino blanco Torrontés, el recuerdo de que todo detalle o palabra que proviniera del otro no era más que parte de su mentira borraron toda la emoción del gesto, pero Vanya le sonrió por ello permitiendo que llenase su copa. No tomó sorbo alguno de esta fingiendo que estaba esperando que el vino se atemperara. No era tan ingenuo como para pensar que su querido esposo no había envenenado su bebida.

    Por primera vez podía ver claramente ese brillo calculador en su mirada, el hombre que estaba sentado frente a él era un asesino experimentado, coincidencialmente también era el hombre al que había jurado amar durante el resto de sus días. Había estado demasiado ciego de amor para verlo, Altair Black era muchas cosas pero un hombre ordinario no se trataba de una de ellas.

    La camarera vino y tomó sus órdenes, sin notar la tensión entre ambos. El ruso siempre había pensado que entre ellos él era quien contaba con las dotes de actuación, pero bien parecía ser que el pelinegro había excedido sus expectativas.

    — ¿Cómo te ha ido en el trabajo? ¿Todo bien con esa última reunión? — Vaya se golpeó mentalmente por sacar aquel tema, el nunca mencionaba el trabajo del otro pero en su ira quería ver hasta dónde llevaba el otro su farsa.

    — Bien, una panda de viejos discutiendo entre ellos, lo más importante fue fingir que me importaba algo de lo que decían. — pero cariño eres tan bueno fingiendo, lo llevas haciendo estos 5 años que llevamos casados.

    — Interesante, espero que vaya bien.

    — Yo también. — el tema quedó zanjado cuando sus platos llegaron. Altair tenía sus contactos pero Vanya no era para menos, unos de sus compañeros se había infiltrado en la cocina del lugar para envenenar el plato del contrario. Era su marido después de todo, lo conocía lo suficiente como para saber a la perfección lo que pediría, cuando diera su primer bocado el veneno le cerraría la garganta en menos de un minuto. Luciría como un atragantamiento y Vanya abandonaría el restaurante como un pobre viudo.

    El pelinegro comenzó a cortar su carne y Vanya sintió como su garganta se cerraba.

    — Me he enterado de algo muy interesante hoy en el trabajo.

    — ¿Sí, de qué? — el ruso casi se atraganta con sus propias palabras, disimulando el gesto con un posterior carraspeó.

    — Es sobre tí, Vany. — la mirada del de mechón albino se afiló al instante, observando en todo momento a su pareja. Altair dejó de cortar su filete, dejando ir el cuchillo siempre con esos modales de señorito de la aristocracia.

    — No sabía que alguien de tu trabajo me conocía. — Con un demonio, toma un bocado de una vez antes de que te clave el cuchillo. — ¿Y qué te han dicho de mí?

    El pelinegro tomó un trozo de su comida y lo alzó a su boca, bajo la atenta mirada de su esposo, solo para detener su acción y responder a la pregunta de este.

    — He escuchado que me estás ocultando algo. — la mirada de Altair se endureció y Vanya supo que todos sus secretos habían salido a la luz de la forma más destructiva posible.

    — Que casualidad, yo he escuchado lo mismo de ti. — el silencio permaneció entre ellos durante un par de segundos, solo interrumpido por el murmullo de las conversaciones a su alrededor y el sonido de la música en directo. A ojos de terceros se verían como una joven pareja en una cena romántica, nada más lejos de la realidad.

    — Dime, cariño, ¿has envenenado mi comida? — sus palabras estaban cargadas de una dulzura ponzoñosa que no coincidía con la frialdad de sus ojos grises.

    — Respóndeme primero, mi amor, ¿has envenenado el vino?

    — Ya sabes la respuesta, Iván. — rio el pelinegro. Altair sabía de su misión, Altair seguramente contaba con una misión similar. Aquello solo complicaba las cosas y reducía drásticamente sus posibilidades de salir con vida, pero a su vez se sentía condenadamente bien poder abandonar ese papel de ignorancia sobre el secreto del otro.

    — ¿Te has divertido, Altair? ¿Te divierte haberme tomado el pelo durante 5 años? — por fin Iván pudo dejar salir solo un resquicio de la ira que lo llenaba, estaba bien no se reiría cuando le pusiera una bala en la cabeza.

    — Difícilmente podría ver los últimos 5 años como una broma. Lo que me divierte es que hayas pensado que podías enviarme al otro barrio tan fácilmente. Hasta que la muerte nos separe, ¿recuerdas? Eso no es una invitación a que me envenenes, no te puedes deshacer de mí así.

    — Hasta que la muerte nos separe, parece que eso será pronto. — respondió alzando la copa de vino envenenado en un solitario brindis. — ¿Por qué me has traído aquí cuando sabes que he venido a hacer? — era lo único que todavía no entendía, aquel lugar estaba demasiado concurrido como para intentar nada, pero la respuesta de su todavía esposo solo lo desconcertó todavía más.

    — Deberíamos bailar una última vez, por los viejos tiempos. — la mano del pelinegro se envolvió alrededor de su muñeca, arrastrándolo hasta la pista de baile, su agarre sin ser doloroso aunque firme. No debía armar una escena, se recordó a sí mismo siguiendo el juego aun con sus ojos desprovistos de calor alguno. Altair alzó una de sus manos, llamando la atención del director de la banda que estaba tocando esa noche, de inmediato los músicos cambiaron la melodía que estaban tocando. Vanya reconoció la canción tras la primera nota, cómo no iba a hacerlo cuando esa era su canción, la primera que habían bailado juntos cuando se conocieron.

    Claro que Altair iba a hacer de todo aquello un juego suyo más.

    A aquellas alturas de su relación, traicionado o no, sus cuerpos encontraban la forma de acoplarse de forma casi inconsciente. Una de las manos de Vanya se posó en el hombro del más alto mientras que la otra permaneció unida a la de este, Altair rodeó su cintura comandando el ritmo en el que danzaban. La sonrisa de su rostro se había extinguido. Incluso en medio de la multitud de parejas en la pista de baile Iván no confiaba en lo que el otro podía estar tramando, así que siguiendo el ritmo de sus pasos comenzó a hurgar en el interior de su chaqueta.

    — Fleathy, ¿cuándo te volviste tan atrevido? Este no es el lugar adecuado para eso. — se burló más no lo paró. Vanya encontró lo que buscaba en el bolsillo interior de su chaqueta, una CZ-75B de 9 milimetros de la que se deshizo con disimulo entre la muchedumbre. Su inspección por el cuerpo del contrario no hizo más que descender, hasta que sus manos se posaron peligrosamente cerca de su entrepierna en busca de cualquier otra arma más. — Todo lo que tocas ahí es mío y lo sabes bien.

    Esta vez fue turno de Altair de inspeccionarlo, recorriendo con una de sus manos la amplitud de su torso. Vanya no trató de disimular el escalofrío que recorrió su espalda al sentir su toque, sería inutil de todos modos, su corazón podía estar roto más su cuerpo siempre respondería a él y el francés sabía cómo aprovecharlo a su favor. Levantando un poco su camisa y sin desviar la mirada de él, sacó la daga escondida contra sus costillas, clavándola en una de las paredes. Sus pasos no perdieron el ritmo de la música en ningún momento.

    — ¿Satisfecho? — preguntó con una ceja enarcada cuando las grandes manos del pelinegro comenzaron a sobar su trasero, sin encontrar nada sospechoso más no retirando sus manos de la zona.

    — Muy lejos de estarlo. — susurró pegando sus labios contra su oreja. — ¿Cómo planeabas matarme, Vany? ¿Solo me envenerarías, o me darías el toque de gracia con un disparo en la sien? No… conociéndote, no lo harías rápido ¿dejarías que el amor de tu vida se desangrara lentamente?

    — Si el veneno no funcionaba tenía pensado cortarte el cuello, así no tendría que aguantar tu parloteo.

    — Eres tan cruel, Iván. — el tono de su voz seguía siendo ligero pero el agarre ejercido sobre su cintura comenzaba a ser doloroso, el ruso contuvo una mueca de molestia negándole a darle aquella satisfacción.

    — Si tanto te molesta podrías haberme asfixiado con la almohada mientras dormía. — el cuerpo de Altair estaba tan cerca de él que podía sentir su calor y su respiración contra su cuello, solo pedía que el otro no pudiera escuchar la manera en la que su corazón latía desbocado en su pecho.

    — Nunca habría dañado tu rostro, sabes que tengo una enorme debilidad por él. Ahora, un tiro en el pecho en cambio…

    — Basta de tonterías, Black. — su advertencia fue acompañada con un pisotón de su pie sobre el zapato del contrario, la molestia momentánea en las facciones del francés fue placentera de presenciar.

    — ¿Black? Te recuerdo que tu también llevas mi apellido. — Altair le hizo dar una vuelta sobre su eje antes de volver a apegarlo a su cuerpo, la mano afianzada en sus caderas aprovechando para levantar su camisa solo lo suficiente para posarse sobre la tierna carne desnuda de su cintura,

    — No por mucho tiempo más.

    — Me rompes el corazón, Fleathy. ¿Sabes por qué falló nuestro matrimonio? Porque veías nuestra relación como un trabajo más. Nunca te enfadabas, trataban de hacer como si no veías las grietas entre nosotros. — No era el lugar ni el momento para estar debatiendo sobre los problemas de su relación o quien tenía la culpa de ellos, habían tenido 5 años para ello y ambos habían decidido seguir con su teatro. Pero el tiempo se les acababa, uno de ellos acabaría muerto esa misma noche y Vanya no se iba a ir a la tumba callando nada.

    —No como tú, que salían corriendo con cada primer problema que surgía entre nosotros. Que te distanciabas cada vez más. — no pudo evitar que sus palabras reflejaran todas las emociones que había estado ocultando en su pecho durante los últimos meses de su relación. Ira. Tristeza. Decepción. — Quizás el motivo por el que nunca funcionamos fue porque no fui más que una misión para ti. Solo una conquista más. — Eso era lo que más dolía, Altair había sido su mundo para él esos últimos 5 años y se había aferrado a él incluso cuando dolía como un infierno. Ningún beso, ningún “te amo” había sido fingido por su parte. Había sido un estúpido por creer que había sido correspondido desde el inicio. Altair Black era sin duda un gran actor, le había hecho creer que lo amaba durante la duración de todo su matrimonio.

    — De verdad... ¿de verdad crees que eso fue nuestra relación para mí? ¿Una misión? — Altair paró en seco el baile en medio de la pista con la orquesta todavía tocando. Nada de eso importaba ahora. — Vanya...

    — No. No puedo hacer esto más, Altair. — dijo en apenas un murmullo de su voz, negándose a encontrar la mirada del más alto mientras trataba de contener las lágrimas. No quería escuchar más de sus mentiras, no quería ver más esos ojos que lo hacían caer en su trampa una y otra vez. Altair no lo amaba, nunca lo había amado, no había sido más que un juego para él. Esa era toda la verdad y no le iba a dar el privilegio de verle destrozado por ello. — Terminemos con esto de una vez. — el de mechón albino se deshizo del agarre sobre sus caderas para perderse tras la multitud de gente fuera del restaurante.

    Solo había un lugar en el que aquello podía acabar, donde completar su misión. Su casa.

    Vanya llegó solo unos minutos antes que el pelinegro sin preocuparse en lo más mínimo sobre cómo dejó aparcado su auto, corriendo hacia la cocina. Sabía que el escondite tras el horno le sería útil en algún momento, solo que no había esperado que la víctima contra la que fuera a usar las armas que guardaba ahí fuese su propio marido. Cargó con la escopeta y la munición de esta mientras se guardó la otra arma en el bolsillo trasero de su pantalón.

    Escuchó como la puerta de la casa se cerraba. Altair había llegado, podía verlo desde el reflejo del espejo del recibidor, permaneciendo escondido en las escaleras hacia el segundo piso.

    — Cariño, estoy en casa. ¿No vas a venir a recibirme con un beso? — Su bienvenida llegó en forma de dos disparos que reventaron la puerta tras de él, la imagen de su reflejo en el espejo desapareció cuando volvió a revisar.

    — ¿Sigues vivo, vida mía? — recibió su respuesta en forma de más balas los cuales le hicieron huir tras las paredes del salón, Altair se había refugiado en la cocina por la dirección de sus tiros. Vanya no dudó en devolverle las balas, vaciando la recamara de su revólver y sustituyéndola por la 9mm en su bolsillo.

    — Disparas mejor de lo que cocinas, y eso es decir mucho. — las constantes burlas del pelinegro no hacían más que sacarlo de quicio, así que como si no fuera suficiente el hecho de que estaba tras su cabeza, gastó una de sus balas contra el condenado reloj de la caricatura que el infantil de su esposo amaba. Su reacción valió la pena. — ¡No! ¿Qué carajo te ha hecho el reloj de Lighting Mcqueen?

    — Lo siento, no tengo buena puntería. — dijo con falsa inocencia tratando de disparar de nuevo antes de descubrir que había agotado el cargador y sus municiones, el ruso se deshizo de la 9 milímetros y corrió hacia el recibidor, escapando por los pelos de la nueva ráfaga de balas de su querido esposo.

    Era claro porque le habían advertido sobre Altair, el cabrón tenía una puntería perfecta y de no ser por su agilidad y porque conocía la disposición de la casa como la palma de su mano, había acabado en un punto muerto. Pero Vanya tenía una jodida ametralladora ligera escondida en el armario de la entrada, donde cualquier otra pareja funcional aprovecharía para dejar los abrigos.

    Quitando el seguro, Vanya disparó una ráfaga de balas hacia el escondite del pelinegro tras la encimera de la cocina, marchando hasta su posición. El ruso se dió cuenta de su error al notar el olor a gas, aun al retroceder la repentina explosión lo propulsó hacia atrás, el arma volando de sus manos. Su enfado no hizo más que crecer, había tardado años en renovar esa maldita cocina y Altair la había destrozado en un solo instante pero no hubo más tiempo con el que lamentar la pérdida cuando entre las nubes de humo que llenaban el lugar emergió el francés viniendo contra él.

    Claro que nada de aquello sería tan sencillo como asestarle un tiro al otro, ¿cuándo habían elegido ninguno de ellos el camino sencillo? Desde el principio de su relación ambos siempre habían sido mucho de piel, y aunque nunca antes (ni siquiera cuando más molesto había estado con Altair) se había planteado ponerle las manos encima aquello estaba a punto de cambiar. No podía esperar para destrozarle esa perfecta nariz.

    Había algo terapéutico en estamparle un jarrón en la cabeza a su marido, quizás eso era lo que había necesitado su matrimonio. El contrario se recuperó de inmediato del golpe recibido, lanzando un puñetazo tras otro que lo hicieron retroceder, no pudo esquivar la patada que Altair lanzó contra su estómago sin embargo, haciéndolo chocar contra el armario del salón, los cristales de la vitrina se reventaron tras el impacto. Todo el aire se escapó de sus pulmones, cayendo contra el suelo.

    — Vamos, ven con papi. — aquella burla sin embargo fue toda la motivación que le hizo falta para levantarse, soltando un gancho contra el rostro de Altair para de inmediato envolver los restos de las destrozadas cortinas alrededor del cuello del más alto, acercándolo de nuevo para atizarle un cabezazo y dejarlo ir contra las sillas del salón, las cuales se derrumbaron al recibir el repentino peso.

    — ¿Quién es tu papi ahora? — ahora era Vanya quien reía, solo antes de abalanzarse sobre él ,atrapándolo entre su cuerpo y el piso. Altair atrapó su puño antes de que pudiera golpearlo, doblando su brazo para intercambiar sus posiciones, teniendo a su pareja a su merced.

    El francés envolvió su mano alrededor de su cuello, presionando con fuerza contra su yugular su firme agarre no se aflojó ante el codazo dado contra su rostro ni el agitar de su cuerpo. Su visión comenzaba a nublarse cuando golpeó su entrepierna con su rodilla, su fuerza vaciló por un segundo en una oportunidad que el ruso aprovechó para empujarlo de encima suya.

    Era pura supervivencia. En esos momentos la persona a la que estaba golpeando, el hombre al que pateó una y otra vez en la boca del estómago para que permaneciera en el piso no era el hombre al que había jurado amar y proteger incluso sobre su vida. Solo era otro asesino, una misión más, era matarlo o él correría su suerte. Cegado por la ira y con la adrenalina en sus venas era sencillo.

    Sus músculos gruñeron en protesta al tratar de levantarse, sentía un hilo de sangre correr por su frente. Su cuerpo no aguantaría mucho más, tenía que ponerle fin a aquel enfrentamiento ahora. El recuerdo de la escopeta escondida en la chimenea lo hizo correr una última vez. Al mismo tiempo que Vanya alcanzó el arma Altair había recuperado la pistola arrojada al otro lado del salón, apuntando los dos al mismo tiempo contra el otro.

    El francés lo estaba enfrentando, su rostro tan ensangrentado como el suyo propio, el cañón de su pistola apuntando contra su cabeza en lo que sería un tiro fatal, Iván a su vez tenía la punta de su escopeta contra su rostro. El salón a su alrededor había quedado destrozado y el único sonido que prosiguió al anterior caos de golpes y disparos era el de sus respiraciones alteradas.

    A eso se reducía todo, uno de ellos apretaría el gatillo y su matrimonio acabaría ahí.

    Sus ojos no se desviaron del rostro de su esposo, en un reto constante por ver quién se atrevería primero. Había una crueldad diferente en disparar a bocajarro al amor de tu vida, porque eso era lo que era Altair para él y no podía seguir fingiendo que se trataba de una misión más.

    Incluso con el barril de su pistola contra su frente o con sus manos alrededor de su cuello, lo amaba. Lo amaba tan locamente que le había permitido destrozar su corazón en mil pedazos, lo amaba tanto que lo había perdonado por ello. Rompe mi corazón, rómpelo mil veces si quieres, te pertenece a ti desde el principio.

    Un pequeño movimiento de su índice, solo tenía que apretar el gatillo y todo habría terminado.

    Altair fue el primero en bajar el arma, dejando ir su pistola contra el piso. La frialdad y determinación que minutos antes brillaba en su mirada disipándose, lo estaba mirando con la misma adoración con la que lo miraba cada mañana que despertaba a su lado.

    — No puedo hacerlo, amor. — sonrió, sin oponer resistencia alguna. Si iba a morir qué mejor manera que a manos de la persona a la que había jurado entregarle su vida entera.

    — ¡Recoge la pistola, Altair! ¡Vamos! — gritó, el barril de su arma presentándose con más fuerza contra la frente del contrario, pero todo su cuerpo estaba temblando, apenas conteniendo las lágrimas. Solo tenía que apretar el gatillo, ya lo había hecho cientos de veces antes pero la persona frente a él no se trataba de un objetivo más. No, era el hombre que lo escuchaba hablar de sus libros aun cuando no le interesaban en lo más mínimo, el mismo hombre que siempre cargaba dulces encima por él, el mismo hombre del que se había enamorado 5 años atrás. Altair, su Altair.

    Era inútil, no podía hacerlo.

    Vanya arrojó su pistola sin importar lo que era de ella, cortando toda distancia que le separaba de su pareja para tomar su rostro entre sus manos y besarlo, siendo correspondido de inmediato. Era un desastre de dientes y lengua, pero el ruso no lo tendría de ninguna otra manera.

    Quizás cualquier pareja normal se hubiera besado entre lágrimas para luego hacer el amor sin desviar sus miradas enamoradas del otro, eso era lo que mandaba el cliché romántico desde luego. Pero ellos no eran precisamente la más normal de las parejas (no olvidaba que hace solo unos minutos había tenido su pistola apuntando hacia la sien de su esposo). Habían pasado meses desde que no había acción alguna entre ellos, y aquella frustración sexual y la adrenalina que todavía corría por sus venas le decía a gritos lo que quería. No quería delicadeza o caricias superficiales, quería que Altair lo follase con toda esa pasión que había creído perdida entre ellos. Y por la forma en la que su esposo lo cargó hasta el dormitorio, la única habitación que parecía haberse librado de su enorme trifulca, el sentimiento era más que mutuo.

    — Echaba tanto de menos sentirme tuyo. — suspiró contra sus labios, entre la solidez de su cuerpo y el colchón. Ya estaba duro dentro de sus pantalones, jodidamente necesitado de todo el placer que su esposo pudiera darle.

    — Siempre has sido mío, Vanya y me voy a encargar de recordártelo cada día a partir de ahora. Eres solo mío. — los labios del pelinegro descendieron por su cuello, jalando de sus cabellos para tener un mejor acceso a la zona. Iván gimió dejándolo marcarlo tanto como quisiera mientras se encargaba de desabotonar con urgencia su camisa.

    — Tuyo. — Repitió el ruso como si del mantra más sagrado se tratase. Daba gracias a que el mismo Altair se encontrara en su límite como para que considerase iniciar alguno de sus juegos destinados a hacerle perder la cabeza del placer (como la vez en la que le hizo correrse solo con sus dedos para follárselo durante ese periodo de hipersensibilidad, reduciéndolo a un desastre de temblores y lágrimas). No, si no tenía a su esposo dentro de él cuanto antes iba a explotar.

    Ambos batallaron para eliminar la molesta ropa del cuerpo del otro, la necesidad por borrar toda barrera entre sus cuerpos clara en cada toque y caricia. Su querida camisa de seda quedaría inutilizable tras la forma en la que Altair la había arrancado de su cuerpo pero aquello no podía importar menos cuando por fin lo tenía desnudo frente a él. Como si la sola distancia ardiera sus labios volvieron a encontrarse mientras sus manos recorrían el cuerpo del otro tratando de aliviar el calor que los invadía.

    Una de las manos del francés parecía entretenida jugando con su pecho, arrancándole suspiro que eran silenciados por su boca mientras que las manos del ruso permanecían afianzadas en las caderas del otro, alzando sus caderas bajo este para restregar sus calientes erecciones.

    En sus pieles comenzaban a brotar los primeros moratones por la trifulca anterior pero ningún pensó en detenerse, más tarde hablarían de lo sucedido como toda pareja funcional y se disculparían, pero eso sería luego. Ahora la prioridad de ambos era clara.

    — Quiero que me folles. — pidió en un quejido, dejando la marca de sus dientes en su hombro.

    — Ponte en cuatro. — Joder, Altair podía hacerle obedecer cualquier mandato con esa voz. Vanya pondría el barril de una pistola contra su propia cabeza si era su esposo quien se lo pedía con aquel tono grave y demandante. Siempre tan débil ante él.

    Le daría todo de él, pero ya se lo había entregado cinco años atrás.

    El ruso cambió su posición mientras que su pareja buscaba en el primer cajón de la cómoda el lubricante. Altair enarcó una ceja en su dirección al reparar en la botella medio vacía.

    — ¿Qué? Como tú no me follabas tenía que encargarme yo mismo. — se burló con sorda ganándose una suave nalgada de su parte y una mordida en su espalda expuesta.

    — La próxima vez haré que te metas los dedos frente a mi, cariño. — murmuró mientras regaba un sendero de besos y marcas por su espalda. La anticipación solo haciendo la espera más dolorosa. — Ahora sin embargo parece que no soy el único que está necesitado. — uno de sus dedos lubricados por fin se hundió en él mientras su otra mano masturbaba su miembro. La espalda del ruso se arqueó dejando salir un gemido agudo.

    La molestia por la intromisión desapareció en la urgencia de su deseo, en cualquier otra ocasión prepararlo había tomado más tiempo pero ninguno de ellos contaba con semejante paciencia ahora. Dos dedos y luego un tercero continuaron abusando de su agujero, el roce constante contra su próstata mandaba descargas de placer por toda su anatomía, sin ser suficiente Vanya comenzó a mecer sus caderas follándose a si mismo con los dedos del más alto.

    — Quieto, Iván. — le advirtió Altair afianzando el agarre en su cintura y dejando un beso tras la oreja de su pareja a fin de calmarlo aun cuando su propia erección entre sus piernas se sentía a punto de explotar.

    — Entonces date prisa de una vez o pienso atarte contra la cama para montarte hasta que esté satisfecho.

    — Otra cosa más para las cosas que podemos hacer en el futuro. Por qué casi nos matamos a tiros antes de resolver nuestros problemas así, esto me gusta mucho más. — los dedos del francés abandonaron su interior dejando un vacío incómodo que apenas duró en el tiempo antes de sentir su glande presionar contra él abriéndose paso por el relajado anillo de músculos.

    Nada más sentir como Altair lo penetraba Vanya se hizo la promesa de que, sin importar lo enfadado o decepcionado que pudiese llegar a encontrarse en un futuro con el contrario, nunca más iba a pasar por un periodo de sequía como aquel. ¿Cómo había podido en primer lugar aguantar tanto tiempo sin sentir las manos de Altair sobre su cuerpo?

    — Dios mío, casi me olvido de lo grande que eres. — Murmuró en un suspiro alterado. Se sentía lleno, casi tentado a presionar una mano contra su estómago para comprobar si podía sentirlo dentro de él. Ninguno de los dos iba a durar demasiado en aquella primera ronda, pero ya comenzaba a sentir como su orgasmo se avecinaba y solo tenía la polla de Altair dentro de él.

    — Y yo lo apretado que estás. Relájate, Ivan. —
    Susurró en su oído, regalando besos por su cuello antes de sacar casi toda la longitud de su miembro de su interior para arremeter contra él por primera vez. Todo su cuerpo tembló, culpando de su sensibilidad al tiempo que había pasado desde la última vez que habían tenido sexo. Se sentía condenadamente bien, comenzando a notar aquel calor familiar en su bajo estómago aun cuando Altair apenas lo había tocado. Sus caderas se mecieron intentando enterrar su verga más profundo en su interior.— Me vas a hacer perder la cabeza, amor.

    — Piérdela entonces. — dijo, y el francés siempre cumplía con los caprichos de su esposo.

    No hubo segundas consideraciones o ritmos pausados, Altair remarcó un vaivén enloquecedor hundiéndose en Vanya con una necesidad animal. El ruso arqueó su espalda viéndose invadido por el arrollador placer, su próstata siendo golpeada sin piedad con cada una de sus estocadas. Justo lo que había estado necesitando en esos últimos meses en su matrimonio, sentir de nuevo esa misma pasión que había experimentado al conocerlo y que había terminado con Altair follándoselo en cada rincón de su habitación de hotel.

    Sus brazos temblorosos se rindieron ante su peso, cayendo contra el mullido colchón mientras sólo sus caderas permanecían alzadas por el fuerte agarre ejercido por el pelinegro. Su cuerpo rebotaba con cada fuerte estocada proporcionada, necesitando afianzar su agarre en las sábanas para retener la poca cordura que conservaba. Vanya había perdido todo control por el volumen de sus propios gemidos, y su intento por mitigar esos vergonzosos sonidos contra el colchón se vio inmediatamente frustrado por su pareja que tomando de sus cabellos lo instó a reincorporarse de nuevo para pegar su espalda contra su trabajado pecho.

    — Nada de esconderte, Vanya. — Murmuró contra su oído envolviendo su fuerte brazo alrededor de su pecho para sostenerlo, lamiendo el sudor acumulado en su cuello. — Quiero escuchar cada gemido, cada ruego y maldición que suelten tus labios. — Dios, si no estuviera casado ya con él se lo habría pedido en aquel momento. El ruso volteó su rostro para atrapar su boca en un nuevo beso apasionado, su lengua invadiendo de inmediato la cavidad contraria.

    ¿Cómo podía siquiera pensar en poder amar a otro hombre cuando un solo beso suyo bastaba para prenderlo en llamas, cuándo era solo su polla la que lograba tenerlo así de desesperado? El golpear constante de sus pieles, el quejido de la cama y la melodía de sus gemidos inundaban la habitación.

    Las estocadas se volvieron más duras. Rápido, rápido, cada vez más constante. Con la cercanía de su orgasmo volvió a caer contra la cama, pero en esta ocasión Altair no le hizo reincorporarse sino que se tumbó sobre él, con cuidado de no aplastar con su cuerpo al ruso sin disminuir la velocidad de sus embestidas. Vanya estaba atrapado entre las enloquecedoras embestidas de su esposo y la fricción de su miembro contra las sábanas, estaba a punto de perder la jodida cabeza ante el placer.

    Un último golpe de las caderas de Altair, fuerte y profundo, fue lo último que necesitó para llegar al clímax, vertiéndose contra las sábanas. Su cuerpo perdió toda su fuerza bajo su arrollador orgasmo, quedando tumbado sobre el colchón como poco más que una muñeca de trapo siendo solo sostenido por las manos que se envolvían sus caderas. La polla de Altair seguía hundiéndose de forma incesante en él, yendo tras su propio orgasmo. Podía sentir su respiración alterada y sus suspiros contra su piel, también al borde de su aguante.

    — Córrete para mi, Altair. Quiero tu semen, lléname por completo. — susurró contra su oído, guiándolo durante sus últimas embestidas antes de que su cuerpo se contrajera y la calidez de su semilla lo inundase. Permanecieron quietos los minutos posteriores, sus cuerpos todavía unidos, disfrutando de la presencia del otro y con sus manos entrelazadas.

    — Altair, te amo hasta morir pero quitate de encima de una vez o…— no llegó a terminar con su amenaza antes de que la risueña voz de su marido lo interrumpiera. La sonrisa en sus labios casi siendo audible.

    — ¿O qué, vas a asesinarme? — se burló pero se separó de él solo lo suficiente para permitir que Vanya se volteara en la cama, asentándose ahora entre sus piernas abiertas.

    — Voy a asfixiarte con mis muslos. — la amenaza de sus palabras fue suavizada de inmediato al envolver sus brazos alrededor de su cuello para acercarlo y besar su nariz. La sonrisa en el rostro de su marido verdaderamente lo valía todo.

    — No veo forma mejor de morir. — Altair volvió a besarlo en lo que fue una segunda ronda inmediata.

    ━━━━━━━━━━━━━━━━━━



    No fue hasta horas después y con su apetito por el otro por fin satisfecho que por fin se dignaron a hablar. El cuerpo de Vanya dolía entre el esfuerzo consecuencia de las rondas de sexo y los golpes recibidos, pero no se había sentido tan completo y relajado en meses. Necesitaban de un momento así, no necesariamente de haber intentado acabar con la vida del otro, sino de explotar y dejar salir todas sus rabias e inseguridades frente a él. Los secretos en su matrimonio solo habían sido un peso que se había ido volviendo más y más pesados con el tiempo, y era hora de dejarlos ir.

    — ¿Por qué nunca me lo dijiste? — preguntó acurrucado contra su pecho, su rostro refugiado en el hueco de su cuello.

    — Por el mismo motivo que tú, supongo. — dijo dejando un beso contra sus cabellos antes de pasarle el cigarrillo que estaban compartiendo.

    — Yo nunca te habría dejado, no importa a qué te dedicaras. — no mentía, si se hubiera enterado de cualquier otra manera de la verdad se habría sentido traicionado y herido, pero nunca habría considerado la opción de separarse del pelinegro. No cuando él era todo su mundo. — Eres mío Altair, solo mío.

    — Y tú eres mío, lo sé. Por eso mismo no te lo podría decir, sabía que sin importar en cuánto peligro estuviera no te separarías de mi. Estos meses estaba tratando de cumplir mi cuota para abandonar el trabajo, solo me faltaba una misión y bueno… esa resultó ser tú. Planeaba decírtelo todo una vez hubiéramos salido de toda esta mierda. — aquella confesión solo lo hizo sentir como el peor esposo del planeta, Altair lo estaba dando todo de sí con el fin de poder contarle la verdad algún día mientras él se había limitado a lamentarse por su matrimonio estancado.

    — Yo también, quería decirte la verdad cuando encontrara el momento. — Iván tomó una última calada del cigarro antes de dejarlo de lado para reincorporarse. — No habrá más secretos entre nosotros a partir de ahora, ¿de acuerdo? Este es nuestro primer día siendo completamente honestos con el otro. — era una idea que llegaba 5 años tarde, pero nunca era demasiado tarde para intentarlo.

    — ¿Algo más que confesarme entonces? — Altair le sonrió con diversión en una sonrisa sumamente contagiosa, la forma en la que se veía con las sábanas cubriendo pobremente hasta su entrepierna y su torso trabajado yacía cubierto de marcas hacia que Vanya quisiera abalanzarse sobre él de nuevo.

    — El hombre que me llevó hasta el altar cuando nos casamos no era mi padre, era mi tío. Mi padre es un cabronazo homofóbico que habría tenido un infarto al saber que me casé con un hombre. ¿Y tú?

    — El mío también, contraté un actor. — al parecer era más parecido de lo que esperaba incluso en los detalles más sórdidos de sus vidas. — Odio llevar traje, solo los usaba para las misiones y al llegar a casa, ya sabes tenía una imagen que mantener frente a mi esposo como un respetable director de marketing. — aquello último lo hizo reír.

    — No sé cómo estuve tan ciego como para caer en esa. Pero te ves malditamente bien usándolos, y me gusta atarte las manos con tu corbata. — la insinuación fue acompañada de un beso tierno contra sus labios, el cual se tornó más tórrido con el paso de los minutos.

    — Haces que los odie un poco menos. ¿Qué más?

    — El anillo que te regalé por nuestro último aniversario. No lo compré, se lo quité a uno de mis objetivos, era demasiado bonito como para dejarlo atrás.

    — Eso es tan macabro, Vany. Me encanta.

    Cada confesión, cada pequeño detalle desconocido para el otro iba acompañado de un nuevo beso como si al igual que al inicio de su relación encontraran imposible separar sus labios del otro durante más de unos minutos. La magia, los sentimientos que experimentaron por aquel entonces seguían ahí incluso con el tiempo y los secretos por enemigos. No era tan ingenuo como para pensar que todo estaba bien, para empezar sus agencias los habían mandado a acabar con el otro al enterarse de su relación y era de esperar que no se quedasen de brazos cruzados a la vista de que ambos seguían con vida. Aquello sin embargo no era una preocupación que lo bajase de su burbuja de felicidad en esos momentos, ambos eran agentes secretos de talla internacional podían con cualquier cosa que arrojasen a su dirección, juntos en esta ocasión.

    — No pienses en volver a librarte de mí, no lo conseguirás. Hasta que la muerte nos separe, ¿recuerdas? — su mirada se desvió a la alianza en el índice de su esposo, él tampoco se la había quitado en ningún momento.

    — Hasta que la muerte nos separe. — le respondió, dejando un beso sobre el anillo que simbolizaba su unión. — Estaremos juntos en el infierno, una eternidad entre llamas contigo no suena tan mal.

    Quizás tendrían que abandonar Inglaterra durante un tiempo, Vanya quería volver a visitar La Habana mientras que Altair tampoco parecía disgustado por aprovechar la ocasión para recorrer el globo de mano con su pareja. Lo único seguro es que sin importar el lugar o el futuro que los esperara, estarían uno al lado del otro.

     
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