Soñar despierto.

Sex Education [AdamxEric]

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    One shot.



    Adam Groff era la deshonra y mayor vergüenza de su familia. El fracasado parásito que nunca iba a llegar a ser nada ni nadie en la vida. No se abriría camino, ni se convertiría en alguien importante.

    No era inteligente, puntual ni aplicado.

    Adam tampoco tenía sueños, metas ni esperanzas.

    Toda su vida había estado dentro del margen de las severas reprimendas de su padre. Su madre fingía que no estaba ahí.

    Así que Adam tenía que marcar territorio en la escuela. Si en su casa no era nada, en la escuela sería todo.

    Lo único que Adam quería era que su padre se sintiera orgulloso de él por una vez en la vida. Que su madre lo tuviera en cuenta y se expresará bien de él en la mesa.

    Lo había intentado. Vaya si había tratado de sobresalir en algo. Pero todo era muy difícil y confuso, todo exigía tiempo, dedicación y esfuerzo.

    Todos en el colegio eran buenos en algo.

    Todos menos Adam.

    Sus calificaciones daban pena. Y de no ser porque había estado pagando una cuota considerable a Maeve para que le hiciera la tarea, ni siquiera habría aprobado el curso.

    Al menos dos veces por semana Adam tenía que pasar a la dirección y debía enfrentar a su padre, que era, ni más ni menos, que el maldito director de la escuela.

    Ya era complicado que lo miraran como un perdedor fracasado en los pasillos, pero tambien tenía que cargar con el estigma de ser el hijo del director.

    Si. Para muchos ahora tenía sentido que pese a su pésima conducta y sus bajas calificaciones, Adam continuará dentro de la escuela.

    Volverse un abusivo se convirtió en su única salida, tanto para darse a respetar, como para sobresalir en algo. Nadie se atrevía a meterse con él, los cuchicheos habían cesado de repente.

    Inspiraba miedo. Cuando los estudiantes le veían pasar, se hacían a un lado. Ya no lo criticaban ni hablaban de él a sus espaldas.

    Así estaba bien para Adam.

    Fastidiar a trompija se había convertido en su pasatiempo favorito.

    Ver su reacción de incomodidad cuando se paraba junto a su casillero.

    Empujarlo con el hombro al pasar junto a él solo para obtener una insignificante mirada suya.

    Burlarse y ponerle apodos para demostrarle quien mandaba.

    De algún modo Eric Effiong se había convertido en una nueva forma de desahogo para los problemas de Adam.

    A la larga pretendió que la presencia de Eric no despertaba un molesto cosquilleo dentro de su estómago.

    Que tocarlo no era electrizante.

    Y que, por nada del mundo, se estaba muriendo por robarle un beso.

    Pretendió odiarlo porque era más sencillo a tener que lidiar con la verdad. Que Eric (Alias trompija) en realidad le gustaba mucho.

    Desde siempre Eric se había mostrado tal cual era. Brillante, seguro de si mismo. Nunca tuvo que salir del closet porque jamás ocultó su preferencia sexual.

    Su sola facha colorida y afeminada gritaba a los cuatro vientos que era abiertamente homosexual y se sentía bien con ello.

    A veces incluso se maquillaba sutilmente los párpados.

    Adam deseaba tener esa confianza en sí mismo. Pero nadie había creído en él, así que no sabía cómo elevar su estima, ni de qué manera reencontrar y pulir a su verdadera personalidad.

    Solo era un leño a la deriva de un río. Moviéndose vertiginosamente. Sin rumbo y sin frenos. Sin punto de partida y sin destino.

    Eric solía decir buenos chistes. Siempre estaba alegre, radiante.

    Adam añoraba poder sentirse así. Pero no podía. Porque le temía a su padre y porque se odiaba a sí mismo.

    El fin de su relación con Aimee había marcado un punto de inflexión en su rutina.

    Fue el descubrimiento más grande. El estar a solas en su recámara, admirando los posters de chicas y chicos en su pared y darse cuenta de que ambos le excitaban.

    Las chicas con sus diminutos bikinis. Sus grandes pechos.

    Los chicos con sus abdominales marcados y vello abundante en el pecho.

    Al final la línea de atracción entre ambos se desdibujó y ambos pasaron a formar parte de la inclinación sexual de Adam.

    Ahora se sabía bisexual. Y le gustaba Eric.

    Dos secretos para llevar a cuestas si no quería que su terrible reputación en la escuela recayera mucho más.

    La razón oculta tras los malos tratos hacia Eric no era otra que un fuerte deseo de atención. Adam quería que lo notara. Necesitaba que Eric lo viera. Y la única solución viable para que nadie se diera cuenta de que le gustaba, era molestandolo.

    Adam no solo se metía con Eric, claro estaba. Tenía varios objetivos al azar. Del club de nerds, del club de teatro, y en general, cualquier imbécil que estuviera a pocos metros a la redonda.

    Le iba bien ser el abusivo. El matón de la escuela.

    Así se había dado a respetar. Había ganado, casi sin darse cuenta, una posición de poder similar a la que ejercía su padre en casa.

    Quedarse a solas con Eric en detención fue el primer paso que condujo a Adam hacia un resbaladero sin control.

    No había maestros ni estudiantes cerca. Solo ellos dos ocupando el mismo reducido espacio que, se suponía, debían limpiar.

    Tener a Eric tan cerca, sin molestos testigos rodeándolos, fue su perdición total.

    Porque Adam llevaba meses arrinconado por su propio subconsciente y unos fuertes deseos que él mismo desconocía hasta entonces.

    Eran demasiados problemas para concentrarse en uno solo.

    Sus bajas calificaciones.

    Su padre amonestandolo todos los días.

    Su falta de motivación para elegir una carrera.

    Su rompimiento con Aimee.

    Su atracción hacia trompija.

    Solo había sido una felación. Una rápida, pero de la que Eric pareció disfrutar bastante, puesto que no solo no se opuso en lo absoluto, sino que al cabo de unos segundos, fue el mismo Eric quien le marcaba un ritmo a seguir.

    Así había iniciado el complicado rollo entre ellos. Uno del que Adam no deseaba desprenderse.

    Al menos no hasta que los verdaderos problemas comenzaron a surgir.
    **

    Aquel mes de detención fue lo máximo. Adam no dejaba de contar los minutos entre las últimas clases para poder reunirse con Eric. Para besarlo, para abrazarlo y tocarlo como no podía hacer cuando se cruzaban por los pasillos.

    Fuera de detención eran extraños. La víctima y el abusivo. El proclamado y orgulloso homosexual y el idiota hetero que gustaba de hacerle la vida imposible a los más débiles.

    Pese a todo Adam había sido feliz durante un mes entero. Después vino la expulsión. La resolución inmediata de su padre fue enviarlo lejos a un internado militar. Y ahí quedaba todo.

    Durante seis semanas Adam pasó de ser la persona más feliz, a ser la más miserable del planeta. Aprendió lo más que pudo, intentó hacer amistades. Pero al final sus esfuerzos quedaron a medias y lo habían expulsado por segunda ocasión.

    Volver a casa debería ser motivo de alegría. Sin embargo su padre no dejó de acribillarlo con toda suerte de insultos y regaños los primeros días. Luego le buscó trabajo en la farmacia más cercana. Y Adam, que seguía siendo infeliz, empezó a sentirse vacío.

    Algo le hacía falta.

    Alguien.

    No echaba de menos la escuela.

    Pero si extrañaba a Eric.

    Cuando se enteró, gracias a Ola, que el propietario de la farmacia era tío del nuevo estudiante de intercambio, quien a su vez era la pareja de Eric, fue como si todo su mundo colapsara.

    Los días en la farmacia transcurrían insoportablemente largos, solitarios y tediosos. La clientela no quería entablar conversación con él y en algún punto Adam se imaginó pasando el resto de su vida deslizando productos en el escaner, cobrando e imprimiendo recibos.

    Era aburrido.

    Merecía otra oportunidad.

    Quería otra oportunidad en todo.

    En la escuela, en su familia, con Eric.

    No era más que una persona conflictiva, incapaz de hacer bien la mínima cosa que se proponía.

    Buscar a Eric fue más difícil de lo que pensó. No podía ir a buscarlo a la escuela, pero resultó sencillo presentarse a su casa después de las once de la noche para arrojar piedras a su ventana.

    -¿Adam?

    Un sorprendido Eric lo recibió tras un breve escrutinio desde su recámara.

    Había tantas cosas que quería decirle. Que quería contarle.

    Pero ¿Por dónde empezar?

    En silencio, caminaron uno junto al otro rumbo al tiradero de coches. Adam con las manos en los bolsillos y Eric frotándose los brazos a causa del frío nocturno.

    -¿Y qué tal te fue?

    Afortunadamente la extroversión de Eric sirvió para romper el hielo. Adam inhaló aire y tras tomar asiento en un tronco le relató sus desventuras de su corta estadía en la milicia.

    De vez en cuando Eric reía, y aquel sonido era música para sus oídos. Mágica, estridente, vibrante. Igual a él.

    -Así que te incriminaron con la hierba por haberlos pillado masturbandose- aplaudió Eric con una gran sonrisa.

    -No es gracioso- murmuró Adam aparentando seriedad. No pudo mantener por mucho tiempo el temple-. Si me lo preguntas, creo que todos tenemos algo de maricas. Hasta mi instructor me lo parecía.

    -Haberlo dicho antes- rió Eric, cruzando una pierna sobre la otra-. Me habría inscrito junto contigo.

    Adam se permitió sonreír levemente mientras asentía.

    Pensativo, entrelazó las manos sobre sus piernas y observó a Eric de refilón.

    -¿No me odias?

    -¿Por irte?- preguntó Eric con una ceja arqueada.

    -Por molestarte en la escuela todo el tiempo- lo corrigió Adam.

    -No...bueno, te odiaba un poco- reconoció lamiendose el labio-. Pero cuando estuvimos en detención fue...

    -¿Increíble?

    -Si.

    Adam suspiró aliviado antes de colocar su mano sobre la rodilla de Eric.

    -Lamento haberte despertado tan tarde. Tenía ganas de verte.

    -Me alegra que lo hicieras.

    Intercambiaron una rápida mirada. Entonces Eric miró con detalle a su alrededor.

    -No es un lugar muy romántico si me lo preguntas- opinó con sinceridad.

    -No, pero verás que bien se siente romper cosas.

    Adam se levantó para buscar un bate y un par de gafas protectoras. Después fue por un jarrón y lo acomodó sobre el tronco.

    -Dale con fuerza- alentó tras ayudarle a Eric a posicionar sus manos sobre el bate.

    **

    Reconocer que se sentía atraído por Eric fue fácil.

    Hacerlo delante de otras personas era lo difícil.

    Pero entonces Eric dejó de responder a sus sutiles llamados nocturnos para ir a romper cosas juntos. Para disfrutar de la compañía del otro.

    Los primeros dos días no le sentaron tan mal a Adam, pero los siguientes si.

    En su vida nunca había conocido el amor. No sabía qué se sentía ser querido por alguien, pero la forma en la que Eric lo miraba, aunada a esa sensación desconcertante en su pecho, le decían a Adam que había encontrado al amor de su vida.

    Y era idiota, un autentico gilipollas, pero no quería perder a Eric.

    Demasiadas cosas se habían ido al traste los últimos meses. Pero Adam podía prescindir de ellas si lo tenía a él.

    Al diablo el orgullo y su reputación de chico malo heterosexual.

    Al demonio con su estricto padre y con su conservadora madre.

    Al infierno sus compañeros.

    Adam corrió hasta la escuela. Iba tarde y lo sabía. Ya había intentado hablar anteriormente con Eric, pero no se había atrevido a verbalizar lo que tenía en mente. Aun después de que Eric lo invitarara a quedarse al musical de Romeo y Julieta.

    A Adam le daba lo mismo la estúpida obra. Y sabía que llevaba las de perder. Porque Eric ya tenía pareja, porque él era un estúpido que no había encontrado una mejor forma de demostrar sus sentimientos que lastimandolo vez tras vez frente a todos.

    Solo no quería renunciar a su última oportunidad. No quería irse con las manos vacías sabiendo que pudo haber hecho mucho más. Que las cosas podrían haber sido diferentes de haberse esforzado un poco.

    No se trataba de un examen, una tarea o un ensayo. No era una entrevista de trabajo o una formación militar.

    Ya no tenía que ver con nada de eso. Se trataba de algo que realmente le interesaba.

    Eric le interesaba.

    -¡Eric!- gritó al subirse al escenario. Agitado y falto de aire, pero sin importarle nada más al recordar las maravillosas noches en que solo habían sido ellos dos, reunidos bajo la inmensidad de un cielo estrellado, rompiendo objetos como un método para canalizar sus emociones.

    Disfrutando del momento presente y nada más.

    -Aquí estoy- tímido en un comienzo, Eric levantó el brazo a la lejanía.

    Adam recorrió el escenario hasta llegar a él. Tenía miedo de que lo señalaran y se burlaran de él, miedo de ser rechazado.

    Pero más miedo le daba no poder intentarlo de nuevo.

    -¿Quieres tomar mi mano?

    Simple y llano. Porque tomar su mano equivalía a recorrer un futuro juntos. No se trataba de una propuesta ridícula y sin sentido. Era algo serio, a largo plazo.

    No quería quedar como amigos, necesitaba más. Lo necesitaba a él por completo.

    -Yo...- titubeante, Eric miró a su alrededor, después vio la mano que se le extendía y sus labios se curvaron en una sonrisa tranquila y cautivante-. Si quiero.

    Adam sonrió, apretó la mano de Eric y trató de ignorar los múltiples vítores y aplausos a sus espaldas.

    Y seguía siendo un idiota, sin metas y sin razón de ser, la vergüenza de la familia, y un perdedor en toda regla, pero lo tenía a él.

    Y con eso, era más que suficiente.
     
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