37.º Reto Literario "I Need a Hero"– Karate Kid, (The winner and the loser), [JohnnyxDaniel]

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    Se sentía muy bien ser vitoreado, aclamado por el público como un campeón mientras sostenía su trofeo de primer lugar en lo alto y acaparaba decenas de aplausos y felicitaciones.

    Ganar era la gloria para Daniel LaRusso. Incluso la escueta, pero sincera felicitación de Johnny Lawrence lo llenó de orgullo.

    Y es que ¿Quién no se alegraría de ser felicitado por su rival?

    Lo peor ya había pasado. La ridícula tregua con Cobra Kai terminaba. Daniel era libre de hacer lo que quisera. Ya no se meterían con él, ni lo molestarían más.

    Todo estaba resuelto ahora. Y ello era gracias al señor Miyagi, que se había quedado a apoyarlo hasta el final.

    Salieron victoriosos y sonrientes del campeonato de karate.

    El señor Miyagi no dejaba de apresurarlo, pero la inmensa sonrisa de Daniel se atenuó al ver a Johnny siendo acorralado en el estacionamiento por su propio mentor contra la carrocería de un auto descapotable.

    —Segundo lugar— se burló Kreese al arrebatarle a su alumno el trofeo para romperlo en dos—. ¡Esto no vale nada!... es basura ¿Me oyes?, eres un bueno para nada.

    —Lo siento, Sensei.

    Con la cabeza gacha, Johnny se mostró apenado y profundamente arrepentido por su pésimo desempeño. Daniel notó además miedo en su rival. Se veía reflexivo y distante, y sus ojos azules estaban velados de un sentimiento de intranquilidad.

    "Está asustado" resolvió.

    Furioso, Kreese le abrió la puerta para que subiera.

    Daniel pestañeó aturdido al verles dejar el estacionamiento. Saltaba a la vista que John Kreese era un hombre peligroso, sin escrúpulos y sin sentido de la moral. Sin duda iba a lastimar a Johnny.

    —Daniel San, las damas esperan— lo presionó Miyagi, señalando hacia otro de los coches. Al verlo a los ojos, Daniel descubrió que el sabio señor Miyagi sólo lo estaba poniendo a prueba para que tomara una decisión en ese momento.

    Celebración con su familia y amigos, o hacer lo correcto.

    Preocupado, Daniel se mordió el labio.

    —Lo siento, señor Miyagi. Debo hacer algo antes. Adelantese y los alcanzo más tarde.

    Miyagi suspiró, pero poco después infló el pecho con renovado sosiego.

    —Daniel San— lo detuvo para entregarle las llaves del vehículo amarillo—. Ve con cuidado.

    Daniel le sonrió en agradecimiento.

    —Así será.

    **

    Estaba siendo un idiota. Tendría que dejar a ese abusivo lidiar con sus propios problemas.

    Porque eso era todo cuanto Johnny Lawrence había traído a la vida de Daniel. Problemas.

    Desde el segundo día de su mudanza a California Johnny se había encargado de darle una "cálida" bienvenida en la playa. Su primer día de clases en una nueva ciudad y Daniel había tenido que usar gafas oscuras a lo largo del día para que nadie viera el vergonzoso moretón en su ojo izquierdo.

    Después las humillaciones en la escuela. El incidente en el campo de fútbol con los amigos abusones del todopoderoso y popular Johnny. Y ni hablar de lo que le habían hecho en el escarpado, cuando Daniel volvía a casa después de la cena en un restaurante de la costa. Ese imbécil de Johnny y su molesta pandilla lo habían arrojado fuera del camino con todo y su bicicleta.

    ¡Podría haberse roto algo. Maldita sea!

    Sin olvidar que, si no fuera gracias al señor Miyagi, lo habrían hecho doblemente papilla en el baile de disfraces.

    Eran demasiadas malas pasadas para un par de meses. Y entre más lo pensaba, menos ganas tenía de hacer caso a esa molesta vocecita que lo exhortaba a ir a ayudar.

    Como si el muy idiota de Johnny mereciera alguna clase de ayuda. Sin embargo, Ali le había contado sobre la vida de Johnny. Fue después que Daniel la confrontó por haberse fijado en un tipo tan irritante y abusivo, cuando Ali le habló sobre los padres de Johnny Lawrence.

    El distinguido, apuesto, magnanimo. De cabello rubio como la miel y ojos azules cual diáfanos estanques. El total y absoluto arquetipo de hombre americano. Y si, Daniel no negaba que Johnny poseía cierto encanto varonil y atrayente. Era su comportamiento de idiota matón y cabeza hueca lo que le había hecho mantener su distancia todo lo posible.

    Pero vamos. Tenía que ponerse un poco en su lugar. Ser empático. Daniel solo tenía a su madre consigo, pero ella era una maravilla de ser humano. Cuidaba de él, era trabajadora y se esforzaba por darles una buena, aunque modesta, vida.

    Los padres de Johnny eran punto y aparte. Según Ali, la madre de Johnny lo había arrastrado a vivir con un tipo asquerosamente rico y abusivo que hacía de su vida un completo infierno. Lo golpeaba. Lo maltrataba. Y puede que hubiera algo más oscuro detrás de ello. Algo, en lo que ni la misma Ali quería hurgar.

    En teoría, Ali era todo lo que Johnny tenía de bueno en su vida. Y Daniel se la había quitado.

    ¿No era pues, justo, que quisiera hacerle la vida imposible?

    El ineludible ojo por ojo.

    También estaba el Sensei de Johnny. Otro terrible hijo de puta lunático que, gustaba de hacer sufrir a las personas, para su beneficio propio.

    Por otro lado los amigos de Johnny eran adinerados imbéciles que se divertían fastidiando a quienes creían inferiores a ellos. Y vaya si Daniel pertenecía a esa lista.

    Dubitativo, Daniel se desvió hacia la izquierda del camino y suspiró al detenerse en un cruce.

    A pesar del remedio del señor Miyagi, la rodilla le seguía latiendo dolorosamente. Tenía los tendones lacerados debido a los brutales golpes que le habían dado en el torneo. Primero Bobby, luego Johnny.

    Difícilmente pudo conducir asi. Dos kilometros más adelante, Daniel aparcó afuera del temible dojo de Cobra Kai.

    Tal y como supuso, el auto de Kreese estaba estacionado del otro lado de la calle. Daniel bajó cojeando del reluciente Ford amarillo. El espléndido obsequio que le había hecho el señor Miyagi.

    Le debía tantas cosas a ese hombre. Y en cambio, ahí estaba, siguiendo sus enseñanzas para socorrer a un vil individuo.

    La puerta delantera estaba abierta, y las luces encendidas.

    —¡Ponte de pie, bueno para nada!

    El ruido sordo de un estridente golpe llegó a oídos de Daniel poco después.

    Traspasando el siguiente pasillo, Kreese tenía a Johnny sometido por los brazos. Estaba haciendole una llave para inmovilizarlo cuando Daniel entró.

    —¡Sueltelo!— le exigió, caminando con cautela hasta uno de los espejos laterales del dojo.

    —Mira a quien tenemos aquí, Johnny— canturreó John Kreese con la mirada áspera, liberando a su estudiante para darle un empujón en la espalda con el pie—. Es tu oportunidad de demostrar que me equivoqué contigo.

    Johnny, que había trastabillado forzadamente hacia Daniel, compuso una mueca de incredulidad al verlo.

    —¿Qué diablos haces aquí?— escupió sangre a un lado de la colchoneta azul. Sentía la espalda magullada y tenía la visión borrosa. Daniel le tendió la mano para ayudarlo a mantenerse en pie.

    —Hago lo que creo correcto— respondió en un tono condescendiente que no terminó de agradar a Johnny.

    John Kreese dio un aplauso en seco y se dirigió de nuevo a su alumno con la quijada bien en alto.

    —Demuéstrale lo que puedes hacer, Johnny. Regresale a este dojo el título de campeón que nos robaron.

    —¡Usted está loco!— saltó Daniel a la defensiva—. No hay honor en hacer trampa.

    Kreese lo ignoró, endureció la mirada ante la inmovilidad de Johnny.

    —Pelea o no volverás a pisar este dojo en tu vida, Johnny.

    Contrariado, Johnny alternó su mirada del uno al otro.

    —No tendrías que haber venido— inspiró hondo, orientando el cuerpo hacia Daniel y elevando los brazos a la altura del pecho en posición de combate. Daniel entornó la mirada con crudo esceptisismo.

    —¿Es en serio?— bufó—. ¿Vas a dejar que este tipo te manipule para conseguir lo que quiere?

    —Sin Cobra Kai, Johnny no es nada— alegó Kreese, esbozando una sonrisa de perenne autosuficiencia. Daniel negó despacio. Se agazapó ligeramente para conservar el equilibrio. La pierna lo estaba matando.

    —Un título no define a las personas. Un tonto trofeo no demuestra nada.

    —Demuestra que eres un ganador— refutó Kreese—. Antes de ganar el torneo...¿Quién eras, Daniel?— aguardó un momento en silencio y enfatizó su sonrisa ante la nula respuesta—. Exacto. Nadie. Ahora eres un ganador. La gente te reconocerá cuando salgas a la calle. Querrán pedirte un autografo o que los entrenes. Sabrán de ti.

    Estaba jugando sucio. Daniel no necesitaba a un intérprete y jurado para notar como la mirada de Johnny ensombrecía ante cada filosa palabra de Kreese.

    —No tienes que probar nada, Johnny.

    —Si tengo— respingó el aludido, tensando los puños para disparar su primer puñetazo que conectó con la mejilla de Daniel—. Esto es por quitarme a Ali.

    Sin darle tiempo a reaccionar, Johnny viró el cuerpo 180 grados, tomando impulso para arremeter una patada circular que derribó a Daniel en la colchoneta.

    —Y esto, por robarme el título del campeonato.

    —Bien hecho— se enorgulleció Kreese. Sin embargo, su sonrisa se esfumó del todo cuando Johnny le tendió la mano a Daniel para ayudarlo a levantarse.

    —¿Qué crees que estás haciendo?

    Imitando el tono condescendiente de Daniel, Johnny le contestó.

    —Lo correcto.

    Estupefacto, Daniel miró a Johnny como si se tratara de un desconocido. Había creído que le patearía el trasero y, contrario a ello, acababa de desafiar a su Sensei.

    Sabiéndose burlado, Kreese rechinó los dientes. Sus ojos negros echaban chispas.

    —Eres un pobre y estúpido diablo— bramó.

    Daniel y Johnny se miraron fijamente, comprendiendo que debían aliarse. Hicieron una reverencia entre ellos y se prepararon para atacar a Kreese.

    Siguiendo las reglas del dojo, Johnny golpeó primero, golpeó fuerte y sin piedad. Primero con el codo, después con el puño, describiendo un arco en cada oportunidad y revistiendo cada golpe con toda su fuerza.

    Todos sus ataques fueron fácil y exitosamente esquivados.

    A modo de contraataque Kreese lanzó un golpe de puño en vertical, conectando los dos nudillos superiores en la nariz de Johnny.

    Lesionado Johnny contuvo un grito al tiempo que se retorcía y rodaba sobre un hombro en la lona de la colchoneta. Era como tener cientos de alfileres clavados bajo la piel.

    —Estúpido— rió Kreese, pisandole la espalda, haciéndolo jadear de dolor—. Yo te enseñé todo lo que sabes.

    —Pero a mi no— arguyó Daniel, lanzando una patada lateral para quitárselo de encima. Funcionó, pero el cuerpo de Kreese era como una mole de carne y músculo.

    Bastó un rodillazo en el vientre para hacer doblar a Daniel con un intenso sofoco. Eran dos contra uno, pero llevaban las de perder pues ambos estaban agotados por las múltiples peleas que habían tenido en el torneo de karate.

    —No son más que unos críos— dijo Kreese con sorna—. No van a ganarme.

    —Hai. Ellos no, pero ¿Qué tal este anciano?

    —¡Señor Miyagi!— exclamó Daniel con una aspiración alegre y sibilante al ver la silueta de su maestro obstruyendo la entrada del pasillo.

    Nada más verlo, Kreese arrugó la nariz y frunció el ceño.

    —Tú de nuevo, viejo.

    —Daniel San, salir de aquí— pidió Miyagi, dispuesto a tomar su lugar.

    —Pero...— Daniel fue a replicar cuando Miyagi lo mandó a callar con un ademán—. Gracias, señor Miyagi. Le debo una.

    Rengueando, Daniel se pasó el brazo de Johnny por los hombros y lo ayudó a levantarse para poder salir del dojo. Ya fuera, Johnny repelió el contacto.

    —Me largo— espetó ceñudo, limpiándose el reguero de sangre de la nariz. Daniel abrió la puerta del copiloto.

    —Hace frío— apuntó, viendo el uniforme de karate de su rival—. Deja que te lleve a tu casa.

    Media sonrisa sardonica asomó a los labios de Johnny.

    —Ni de coña iré a mi casa. Mi padrastro hará tiras de mi piel cuando se entere de que perdí el torneo contra un pobreton de cuarta.

    Daniel aferró la manivela de la puerta con más fuerza, irritado por la injuria.

    —Pues este pobreton de cuarta te dio tu merecido— le recordó, pero enseguida se arrepintió de haberlo dicho—. Lo siento... Mira, por qué no te quedas en mi casa esta noche. Tenemos un cuarto extra.

    Con cara de asombro, Johnny lo estudió, altivo y soberbio.

    —¿Por qué me ayudas?

    —Porque no soy como tú, Johnny. No te guardo resentimiento por lo que me hiciste.

    Se abstuvo de añadir que estaba al tanto de su desastrosa vida. Un paso a la vez.

    —Yo conduzco— se empecinó Johnny, cambiando de tema y arrebatandole las llaves de la mano.

    Daniel rodó los ojos, pero entendió el ofrecimiento de Johnny cuando trató de dar un paso. Tenía la pierna más lastimada que antes. Tendría que ver al médico mañana, le gustara o no.

    Con un suspiro, subió al coche. Algo pareció atraer la atención de Johnny, pues este se entretuvo un rato mirando por el espejo retrovisor. Daniel se volvió a ver el trofeo del asiento trasero.

    —¿No escuchaste nada de lo que dije?...un simple trofeo no dice nada de ti.

    —Quizá— reconvino Johnny—. Pero como brilla.

    —Si que eres idiota.

    —Repite eso, LaRusso y te tiraré los dientes.

    Daniel se llevó los brazos tras de la nuca y se sonrió confiado.

    —Inténtalo y verás de lo que soy capaz.

    **


    Nervioso, Daniel se adelantó hacia las escaleras, seguido a sus espaldas por un intranquilo Johnny. Apenas llegaron arriba cuando la puerta se abrió de golpe.

    Un puñado de serpentina atravesó el umbral, seguido de una exclamación conjunta de voces.

    Daniel quedó atónito al ver a su vecino, a Ali y a su madre reunidos en torno a la mesa con un enorme pastel casero.

    ¡La fiesta!

    Se había olvidado por completo de la celebración.

    —Daniel, ¿Por qué tardaste tanto?— cuestionó Lucille, contrayendo el semblante a uno de irritación—. Oh. ¿Trajiste a un amigo contigo?...espera, ¿Qué no es...?

    Enseguida Ali torció los labios con gran incomodidad. Y Daniel supo que la había regado en grande.

    ¿En qué estaba pensando?

    ¿O es que no estaba pensando?

    —Mamá, es...es Johnny.

    Algo asustada, Lucille LaRusso tiró del brazo de Daniel para llevarlo aparte al comedor.

    —Daniel, es el muchacho que te lastimó la pierna, ¿De qué se trata?, ¿Te están molestando de nuevo?

    —No, mamá.

    La amonestación se vio interrumpida por el ruido de la música. Daniel pensó que se trataba de una jugada intencional de Ali para no avergonzarlo...más de la cuenta.

    —Escucha, mamá. Se que Johnny es un...bueno, es Johnny. Pero estaba metido en un buen lío. Y tu me has dicho que debo ayudar a la gente siempre que pueda. El señor Miyagi también me enseñó algo de eso. Así que ¿Por qué no dejamos que se quede esta noche en casa y mañana se va?

    Daniel estaba seguro de que la respuesta sería negativa y contundente. Incluso se maldijo por ser tan impulsivo y no haber hablado primero con ella antes de decirle a Johnny que podía pasar la noche en su casa.

    —¿Desde cuando has madurado tanto?

    Lo que no esperó Daniel, fue recibir un sobreprotector abrazo materno que bien habría podido dejarlo en ridículo, de haber tenido público.

    Lucille LaRusso tomó un par de vasos desechables para llenarlos con ponche y se los entregó a su hijo.

    —Me olvidaba— acotó—. Invité a Ali a quedarse. Así que tendrás que compartir tu cuarto con ese chico.

    —¡¿Cómo?!

    **

    Por fortuna la reunión no se alargó hasta la madrugada. Antes de la medianoche todos se habían retirado a dormir, entre ellos Daniel y un irritable Johnny.

    —Pasa.

    Daniel no tuvo que decirlo dos veces. Johnny miró el cuarto con gran desilusión.

    —Esto es una ratonera.

    —Oh, no empieces— se quejó Daniel, buscando su pijama en la cómoda.

    Johnny se sentó en la cama.

    —Tú me invitaste— le recordó—. Yo dormiré en la cama.

    —¿Es broma?— se exaltó Daniel, pero entonces procesó que solo había "una" cama, y ni siquiera era tan grande—. Debí dejarte con Kreese— refunfuñó entredientes, quitándose la camisa.

    Johnny sonrió, complacido por haberle molestado. Se dejó caer de espaldas sobre el colchón y pensó en la locura que había sido ese día. Desde el torneo, la pelea con su Sensei y ahora estar en casa de LaRusso, durmiendo en su propio cuarto.

    —¿Qué tal va lo de Ali?— se atrevió a preguntar, tratando de no mostrar demasiado interés en el tema. Tan solo quería romper el hielo.

    Daniel le lanzó un juego de pijama que Johnny atrapó al vuelo.

    —Bien, supongo. Solo somos amigos. No le agrado a su familia y siento que no conectamos en muchas cosas— se silenció un momento antes de agregar—. Puedes salir con ella si quieres, no tengo ningún problema.

    —No estoy interesado en Ali— replicó Johnny, vistiéndose la pijama sin sentido alguno del recato.

    Rojo como la grana, Daniel se giró en automático para no verlo.

    —¿Y entonces por qué me fastidiaste tanto para que me alejara de ella?— le reprochó.

    Silencio.

    Daniel creyó que el tema quedaría sepultado en el olvido, por lo que fue a apagar la luz tras tender un par de sábanas junto a la cama.

    —Porque quería llamar tu atención— la voz susurrante de Johnny hizo eco en la habitación.

    Los ojos de Daniel brillaron en la oscuridad. Quiso decir algo, pero prefirió quedarse callado, olvidando por completo que, quien calla, otorga.

    No habría despertado de no ser por el alboroto dentro de la recámara. Primero los cajones abriéndose y cerrándose, después el ruido de la regadera, seguido de pasos alrededor de la cama.

    Cansado y adolorido, Daniel se incorporó del suelo.

    —¿Qué hora es?

    Sin afán alguno de responder, Johnny le arrojó el despertador. Daniel abrió mucho los ojos al ver lo tarde que era.

    —¿A donde irás?— quiso saber.

    Johnny se alisó los húmedos cabellos rubios con la mano.

    —Buscaré a mi madre al trabajo. Luego iré a clases.

    —¿Y después de la escuela?— tanteó Daniel, inseguro.

    —A mi casa...¿A qué viene tanta pregunta?

    —¿Te gustaría...no sé, ir a la costa por una bebida?

    Johnny chasqueó la boca.

    —Eso es de nenas.

    —Si, claro— aceptó Daniel la pronta negativa. Debió imaginarlo.

    No obstante, Johnny caminó a la puerta. Tomó el picaporte y miró por encima de su hombro a Daniel.

    —Cinco en punto— avisó con media sonrisa soberbia—. El que llegue al último, paga.

    —¿Qué? Eso no es justo. Estas diciendo que tenemos que estar a una hora fija. Cómo se supone que anticipe a que hora llegaras...¡Johnny!

    Daniel lo maldijo al verlo salir. Si que era un idiota, pero trataría de ayudarlo a salir del atolladero que era su vida.

    Costara, lo que costara.
     
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