37.º Reto Literario "I Need a Hero"–The Umbrella Academy, (My love, my hero), [KlausxCinco].

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    La brillante limusina negra aparcó afuera de la academia Umbrella. Los seis adolescentes descendieron de forma educada para ingresar a la enorme mansión. Una vez dentro, y alejados del radar del severo Reginald Hargreeves, cada uno corrió en tropel hacia las escaleras.

    Había sido otra misión exitosa. La emoción y la adrenalina del momento aún corrían por las venas de la mayoría de ellos. Excepto de uno.

    Luther y Allison no tardaron en reunirse en la habitación de esta última para hablar del tema.

    Diego azotó la puerta de su cuarto sin miramientos. Mientras Cinco entraba al suyo sin evidenciar mayor entusiasmo por lo acontecido.

    Ben fue corriendo a tomar un baño, pues aún quedaban residuos de sangre coagulada adheridos a su rostro, producto de la sanguinaria batalla contra los despiadados criminales.

    Rezagado al último, Klaus suspiró hondamente. Dejó de sostenerse de la baranda y aguardó sentado en uno de los escalones, sin ánimo alguno.

    Fue entonces que Vanya salió de su dormitorio para acercarse tímidamente y tomar asiento a su lado.

    —No pude ver nada— comentó un tanto curiosa—. Estaba en la azotea con papá, pero muchos reporteros dijeron que les dieron una buena paliza a los criminales.

    —Y así fue— sonrió Klaus sin mayor asomo de efusividad—. Pero no fui de mucha ayuda...otra vez.

    —Oh...— soltó Vanya, apenada—. Seguro a la próxima te va mejor.

    —No lo entiendes— chasqueó la boca y se miró las manos al derecho y al revés—. Es que no sé cómo usar mis poderes...¿De qué forma puedo ser útil si solo puedo comunicarme con los muertos?

    —Al menos tienes poderes— Vanya bajó la mirada a su regazo con profunda tristeza—. Si sigues practicando, encontrarás la forma de ayudar.

    Contento por encontrar un consuelo en su hermana, Klaus sonrió y la abrazó con fuerza.

    "Eso espero"
    **

    El desayuno se presentó abundante de cotilleos, risillas y comentarios sobre la portada del diario.

    Allison había madrugado para llevar el periódico a la mesa y así poder dar su punto de vista sobre el artículo del día.

    —El reportero Jim Hellman dice que el interior del banco quedó hecho una carnicería— leyó en voz alta el párrafo correspondiente—. ¿Algunas palabras, Ben?

    El aludido se alzó de hombros con deferencia y alargó el brazo para tomar el tazón de cereales.

    Seria pero interesada en el tema, Vanya escuchaba con atención, recreándose mentalmente en los detalles que se le habían escapado al hallarse en la azotea de uno de los edificios junto al banco.

    —Tambien dice que uno de los criminales fue lanzado por la ventana como si fuera un boomerang— Allison rió coqueta al dirigirle una mirada rápida a Luther, el responsable de tal hazaña—. Tampoco se explican por qué en las cámaras se ve como uno de los asaltantes dispara directamente a su compañero. Me declaro culpable— hizo una reverencia y se volvió a ver a Diego y después a Cinco—. El resto de los sobrevivientes recibió una severa golpiza y fueron desarmados como si sus rifles fueran de juguete.

    Allison terminó su relato, feliz y ufana, sin percatarse del semblante alicaído de uno de sus hermanos.

    —Entonces, lo hicimos mejor que bien. Les pateamos el trasero a esos idiotas.

    Klaus se removió en su asiento y se rascó el costado del cuello, cada vez más incómodo por no haber sido mencionado. Había creído que lo peor del día anterior ya había pasado. Suficiente tuvo con no poder dormir al pensar en su falta de colaboración dentro del grupo.

    Sin embargo, Allison aún tenía mucho por decir, porque retomó el periódico para señalar el emblema de la academia junto a las fotografías de cada uno que aparecía a un costado de la página, exhibiéndola a todos los presentes.

    —¡Toda la ciudad estará hablando de nosotros ahora mismo!— exclamó eufórica—. Somos unos auténticos héroes. No me extrañaría que...

    —Allison— manifestó Cinco con pulcra elegancia, colocando ambos codos a los costados del plato con lonchas de tocino—. Si no te molesta, me gustaría tomar mi desayuno sin oír sobre sangre y muertes.

    —Ah, si.

    Inmediatamente Allison tomó asiento. Klaus se le quedó mirando a Cinco un buen rato, sin poder dar crédito a lo sucedido.

    ¿Acaso su hermano se había dado cuenta de lo mal que le sentaba hablar del tema?

    Quizá se estaba creando falsas ilusiones. Su adoración por número Cinco había empezado un par de años atrás. Cuando Klaus se dio cuenta de su orientación sexual y le fue totalmente inevitable empezar a mirar a Cinco más de la cuenta durante las clases. Adoraba verlo sobresalir en cada materia como todo un experto.

    Lo admiraba por su inteligencia, y lo quería en secreto.

    Varias veces había intentado Klaus desviar su atención en vano. Sabía que no estaba bien fijarse en su hermanastro, pero es que no podía evitarlo. Era tan apuesto como un modelo, tan elegante como un príncipe, y tan mordaz como la punta de un cuchillo.

    Con el corazón latiendole con fuerza, Klaus volvió la mirada a su plato en cuanto se supo observado de soslayo por Cinco.

    —Klaus.

    —¡S-Si!— chilló excesivamente rápido, poniéndose de pie en un salto y, provocando un estallido de risas en Diego.

    —¿Me pasas la sal?— preguntó Cinco, neutral y pragmático, alzando una ceja ante el inesperado arrebato entusiasta.

    Avergonzado y con el rostro enrojecido, Klaus se sentó y le hizo entrega del objeto.

    **

    Una semana después, Klaus aún no podía olvidarse de la nula cooperación en la misión del banco. A ello se sumaban otros problemas, más y menos insignificantes que el primero.

    Por ejemplo, había descubierto que tenía cierto gusto culposo por la ropa de mujer, a tal grado que había tenido que entrar furtivamente al cuarto de Allison para tomar algunas prendas con las que solía vestirse ya entrada la noche.

    Aquello en sí no era malo, porque, extrañamente, hacía sentir a Klaus mejor consigo mismo. Lo que temía era ser descubierto. E incluso había provocado, inconscientemente, una pelea entre sus dos hermanas. Ya que, días atrás, Allison no dejaba de reprocharle a Vanya sobre el descarado robo de su blusa roja con mangas de encaje.

    Por otro lado, estaban las terribles visitas nocturnas al mausoleo en compañía de su padrastro.

    Nada más cerrar los ojos en ese lugar, bastaba para que Klaus se supiera rodeado de aterradores fantasmas errantes que no hacían más que atormentarlo. Por lo que tampoco dormía muy bien últimamente.

    El agregado especial llegaba con su reciente adicción al tabaco y unas incontrolables ansias por estar cerca de Cinco.

    Ya ni siquiera se tomaba la molestia de disimular en los desayunos. Era indispensable y casi vital verlo, escucharlo. Cinco era mucho más maduro que todos ellos, y sin embargo, tendía a recluirse a menudo del grupo. Como si no quisiera formar ningún lazo. Tan solo se limitaba a cumplir al pie de la letra con las demandas de Reginald y después se retiraba.

    Había ocasiones (muy escasas) en las que algún tema despertaba su atención, y era solo entonces que Cinco solía exponer su punto de vista sobre un tema en concreto.

    Los viajes en el tiempo se habían vuelto, tanto motivo de charla, como de tirantes discusiones en las cenas junto a Reginald Hargreeves.

    Pese a todo, número Cinco parecía el único capaz de sostener un diálogo ambiguo con el estricto millonario. No importandole las consecuencias de que se fuera a veces de la lengua en su presencia.

    Las discusiones acaloradas podían prolongarse por horas o minutos, según el estado de ánimo de Reginald.

    Klaus, que poco y nada entendía sobre el tema, se mantenía siempre al margen, pero seguía siendo un ávido oyente sobre el creciente interés de su apuesto hermano.

    Decidido a establecer un argumento sobre el tema, Klaus fue a la biblioteca y sacó uno de los libros sobre viajes en el tiempo para llevarlo a su habitación.

    En realidad odiaba leer y le costaba prestar atención a temas tan aburridos y carentes de sentido. Pero quiso hacer un esfuerzo por absorber lo que los intrínsecos párrafos guardaban tan celosamente.

    No le fue posible llegar a la página tres cuando empezó a bostezar.

    —Que aburrido— siseó, cerrando la tapa y dejándose caer de espaldas sobre la cama.

    Había estado a nada de quedarse dormido cuando Pogo llamó a su habitación para anunciarle que debía reunirse con sus hermanos en la sala de entrenamiento.

    Por el mero incentivo de ver a Cinco, Klaus se apresuró a ponerse el saco, se acicaló un poco el cabello y salió a toda carrera.

    Cuando estuvieron todos reunidos en línea recta según su número, en posición de firmes y con las manos tras la espalda, Reginald entró en la sala y los observó fijamente uno por uno.

    —Hoy practicarán una pelea cuerpo a cuerpo— pronunció en voz alta y grave—. Número uno se batirá en duelo con número dos. Número tres irá contra número cuatro, y número Cinco peleará con número seis.

    Klaus abrió la boca y una intuición poderosa lo obligó a callar.

    Las peleas cuerpo a cuerpo se le daban tan mal como todo lo demás. Invocaciones en el cementerio, defensa y bloqueo, matemáticas.

    ¿Por qué no solamente el anciano lo dejaba quedarse fuera con Vanya?

    No le veía ninguna utilidad a su poder. Y sólo sería el hazmerreir del grupo... de nuevo.

    De inmediato, Luther comenzó a arremeter una serie de golpes que fueron efectivamente repelidos por Diego.

    En otro punto de la habitación, dos tentáculos ondularon por el aire precedidos por los fogonazos de luz azul de número Cinco.

    Mientras las disputas empezaron a tener lugar, Klaus se arrinconó al ver a Allison avanzando decidida hacia él.

    Apenas si pudo ser testigo de como ella elevaba el puño a la altura de su rostro. Lo que vino después fue un fuerte hormigueo en la mandíbula y un apagón inesperado.

    Horas más tarde despertó en su habitación, con Grace acariciándole el cabello mientras le hacía entrega de una compresa con hielos y un par de píldoras para el dolor.

    Klaus la despidió con un beso en la mejilla y, cuando se quedó solo, puso seguro a la puerta.

    Siempre que se sentía con los ánimos por el suelo, le gustaba hacer cosas prohibidas. Lo primero en la lista fue fumarse un cigarrillo con la ventana abierta para evitar que el olor impregnara el dormitorio. Lo segundo fue deshacerse de los tontos pantalones de vestir para ponerse la falda lisa negra de lentejuelas que le llegaba abajo de las rodillas.

    Klaus pretendía hacer una exhaustiva contemplación en el espejo del baño, cuando un destello azul cobalto lo cegó momentáneamente antes de que Cinco se materializara a pocos pasos suyos.

    Su instinto primario habría sido gritar, pero Cinco lo advirtió antes que él y se teletransportó a tiempo para silenciarlo al cubrirle la boca con una mano.

    La situación era tan irónica, como humillante. Klaus trató de dar una explicación para su vestimenta, pero no la encontró.

    Apenado, se frotó los brazos y confrontó la mirada azul cielo que tanto le atraía.

    Esperaba oírlo reírse, sorprenderse o recriminarle por verle en semejante estado, incluso amenazarlo de contárselo a alguien. Sin embargo, Cinco no alteró su expresión de indiferencia al comenzar a registrar la habitación. Klaus lo siguió atento con la mirada, hasta que le vio tomar el libro de viajes en el tiempo que tenía guardado (y olvidado dicho sea de paso) bajo los almohadones.

    —Pogo me dijo que lo tenías— esclareció Cinco en tono lacónico.

    —Oh, si. Ese libro...— Klaus sonrió nervioso—. Lo tomé por error.

    —Claro— afirmó Cinco, estudiandolo por completo por primera vez desde que entró—. Es una linda falda. Te queda bien.

    Klaus no pudo determinar si se trataba de una burla, sarcasmo, o si era en serio. En menos de lo que le tomó pestañear, Cinco ya había dejado la habitación.

    "Me queda bien"

    Sonrió con confianza ante la adulación. Porque, ya fuera falsa o genuina, provenía de su persona querida.

    Orgulloso, Klaus se llevó las manos a la cintura y caminó de puntillas y con la mirada en alto, como si se hallara en una pasarela de moda. Su autoestima mejoró notablemente a partir de ese momento.

    **



    Tras el hallazgo del libro, Klaus había empezado a notar cierta correspondencia a sus miradas durante los desayunos.

    En más de una ocasión había pillado a Cinco, quien antes solía pasar totalmente de él, dirigiéndole una mirada intensa y furtiva. Durante las clases de álgebra, Klaus se había sorprendido de oírle carraspear atropelladamente alguna respuesta para que él pudiera anotarla. Pero lo verdaderamente insólito ocurrió en el entrenamiento vespertino, cuando Reginald había vuelto de uno de sus viajes de negocios para ponerlos a luchar en la temida sala acondicionada para ellos. Muros de concreto tapizados de varias capas de hormigón, una extensa y gruesa alfombra antideslizante forrada de vinílico y fieltro. Así como los recientemente añadidos paneles de aluminio para dividir la habitación en cuatro secciones.

    Klaus temió lo peor al entrar. No importaba contra quien lo emparejaran, siempre acababa perdiendo porque golpear no era lo suyo. Tenía tanta fuerza como un conejo de campo. Sus reflejos eran mediocres y era demasiado lento para moverse o esquivar. Estaba acabado.

    Luther era quien mayor fuerza física poseía.

    Diego tenía excelentes habilidades de lucha.

    Allison era buena persuadiendo.

    Cinco era el más veloz e inteligente del grupo.

    Ben hacía trizas lo que se le pusiera enfrente como objetivo.

    Pero Klaus solo era un estorbo.

    —Espero que hayas entrenado más esta vez, número cuatro— masculló Reginald afilando la mirada. Klaus tragó en seco y asintió. Era mentira, por supuesto. Había pasado las últimas noches convirtiendo su cuarto en una pasarela donde podía exhibir libremente su lado femenino. También había fumado hierba como medio evasivo a los molestos efectos residuales de su poder, para que los temibles espíritus lo dejaran tranquilo.

    Cuando ya se habían acomodado conforme a su número, Grace entró enfundada en un corto vestido rosa de chiffon con lunares blancos. Sonreía como si se hallara en un campo de flores mientras sujetaba una caja oscura que alargó a Reginald.

    Enseguida todos se miraron confundidos entre sí. Aquello constituía un cambio en la rutina.

    —Esta vez asignaré los oponentes al azar— anunció Reginald, haciéndose con uno de los papelillos doblados—. Número seis, pelearas con...— volvió a introducir su mano en la caja y le entregó el papel a Grace para que lo leyera.

    —Número uno— sonrió Grace cual asistente de mago.

    Luther y Ben se encerraron en el primer panel para esperar instrucciones y dar inicio a la pelea.

    Reginald repitió la operación, nombrando a Allison y Diego.

    Klaus sintió el corazón atascado en la garganta al deducir por lógica a su oponente.

    —¿A qué esperan?— los riñó Reginald por la repentina inmovilidad de ambos. Aparentemente Cinco tampoco estaba del todo conforme con el resultado.

    Cuando entraron a su respectivo panel, Cinco ocupó su lugar en una esquina e hizo un discreto ademán a Klaus para que se acercara. Klaus acató para oír el susurro apagado de su hermano.

    —Te atacaré por la derecha— lo puso sobreaviso para que pudiera reaccionar.

    Intranquilo, Klaus intentó decirle que aquello no hacía la gran diferencia, pero entonces Reginald hizo sonar el silbato y Cinco no dudó en arremeter el primer golpe que derribó a Klaus de espaldas.

    —Maldición, Klaus— espetó Cinco, negando con la cabeza.

    Pasados unos segundos Klaus se levantó y se paró en una esquina, cerró los ojos y se protegió el rostro con los brazos en actitud cobarde.

    Cinco bufó exasperado ante la falta de reciprocidad en la pelea. Luchar contra Klaus era como dar de golpes a un peluche de felpa.

    —Bien— suspiró y salvó la distancia haciendo uso de la teletransportación para alertar a Klaus mediante otro susurro a su costado—. Golpeame.

    Pero Klaus no se movió.

    —No puedo— respondió pasado un rato—. No quiero— se corrigió, mirando a Cinco con extrema desesperación.

    Ya de por si le era imposible intentar liarse a golpes con cualquiera de sus otros hermanos, pero le parecía impensable hacer daño especialmente a número Cinco.

    —¿Por qué no quieres?— preguntó Cinco incrédulo a lo que oía. Klaus bajó los brazos del todo, en son de rendición.

    —Porque sería como golpearme a mi mismo.

    Y realmente lo sentiría de ese modo. Dañar al motivo de su adoración, era el equivalente a herirse.

    Su respuesta pareció dejar pasmado a Cinco, puesto que, por largos segundos, este se quedó de pie sin hacer nada. Sus pupilas se habían agrandado y una rigidez impropia atenazaba su expresión antaño impávida, y ahora grave y reflexiva.

    La inactividad de ambos alertó al millonario, quien no tardó en abrir la puerta corrediza para ver qué ocurría.

    Veloz, Cinco dejó caer su peso sobre una rodilla al tiempo que se sujetaba el brazo derecho con la mano contraria. Exhibió una convincente mueca de dolor, mostró los dientes, y miró a Klaus con la indignación propia de un aristócrata de principios sobrevalorados.

    —¿Número Cinco?— Reginald caminó al centro del espacio. Entonces Cinco se incorporó a medias.

    —Klaus me golpeó— dijo entredientes—. Y me ha dado un calambre.

    Boquiabierto, Klaus retrocedió un paso. Reginald se veía totalmente escéptico al comienzo, pero el quejido de Cinco ayudó a aplacar su desconfianza.

    —Ve con Grace para que te revise— le ordenó, volviéndose a Klaus—. Número cuatro.

    —¿S-Si, papá?— Klaus se irguió todo lo que le fue posible. De milagro las rodillas no le temblaban. No entendía bien qué acababa de pasar, pero se imaginaba en graves aprietos cuando el anciano volvió a hablarle.

    —Bien hecho.
    **


    La noche había caído y Klaus había recibido varias felicitaciones de parte de sus hermanos durante la cena. Nadie se habría esperado que acabaría venciendo ni más ni menos que a número Cinco.

    Cinco, quien no perdía nunca.

    Cinco, el favorito de Reginald.

    Cinco, el héroe engreído y presuntuoso que no necesitaba nunca la ayuda de nadie.

    A lo largo de la cena Klaus esperó a que Cinco desmintiera el hecho, pero no lo hizo. Se mantuvo todo el tiempo imparcial, desinteresado y ajeno a la plática, como de costumbre. A Diego le divirtió bastante, y alegó enseguida que Cinco estaba molesto por haber perdido contra alguien tan debilucho y blandengue como Klaus.

    Cualquiera que fuera la intención, Klaus se sentía obligado a darle las gracias a su bello hermano. Por ende, cuando acabó la cena, optó por seguirlo a su habitación. Cinco se dio cuenta muy pronto de su presencia, pero no dijo nada. Se limitó a abrirle la puerta y cederle el paso.

    Ya dentro, Klaus lo vio moverse por todo el cuarto para ordenar sus cosas. La imagen de Cinco semejaba al flash de una cámara fotográfica, serpenteando de una esquina a otra. Tan pronto lo veía tender la cama, como después advertía su desaparición. De nuevo aparecía frente al armario y luego estaba sacando un libro de aquí y de allá en las estanterías junto a la cama para echarles un vistazo y volver a guardarlos.

    —Cinco.

    —¿En qué puedo ayudarte, Klaus?- inquirió.

    —¿Por qué mentiste sobre la pelea?

    Ecuánime, Cinco dejó de proyectarse de un lado a otro para ir caminando a donde Klaus.

    —No lo sé— pese a lo ridículo de sus palabras, su mirada genuina le decía a Klaus que hablaba en serio—. Supongo que no quería que te castigaran— hizo una pausa y se desanudó la corbata—. Pero no sueñes que te dejaré ganar a la próxima. Tienes que entrenar a partir de ahora.

    —Lo haré.

    Klaus sonrió encantado y, obedeciendo a un estímulo extraño, cerró los ojos y se acercó lentamente al rostro de Cinco, quien, confundido, retrocedió unos milímetros.

    —¿Qué haces?— demandó saber en tono sorprendido, pero se contuvo de seguirse alejando y, en cambio, cerró los ojos y le permitió a Klaus que le diera un beso. Su primer beso. Uno real y verdaderamente importante.

    Y aunque Cinco mantuvo su semblante inalterable, por dentro sintió una explosión de adrenalina que le nubló totalmente el juicio, arrastrando con toda la ansiedad y la pesadumbre de su cuerpo.

    **



    Fue un lunes por la mañana cuando una llamada anónima alertó a Reginald del inminente colapso de una torre de agua ubicada en el noroeste de Manhattan.

    La primicia de verse involucrados en una nueva misión llenó de emoción al grupo de superheroes.

    Exultantes, todos subieron a la limusina que aguardaba por ellos fuera.

    Klaus fue el último en subir. Lo engullían sus propias inseguridades.

    ¿De verdad él también formaba parte del equipo?

    ¿Podían decirle héroe cuando todo lo que hacía en las misiones era escudarse tras sus hermanos o tranquilizar y poner a salvo a los rehenes?

    Se sentía como una pieza de alfarería, puesta para ser exhibida, pero sin ninguna utilidad más allá de ocupar un espacio.

    Estaba tan estresado por el nuevo objetivo que les habían asignado que, durante una parte del camino, no hizo más que frotarse los dedos de las manos con impaciencia y escuchar distraídamente los comentarios de sus hermanos.

    En un momento dado del trayecto, Cinco intercambió lugares con Allison, quien iba en el asiento trasero de la limusina.

    Todos prestaron atención al verle extender un pequeño mapa en el respaldar del asiento.

    —El depósito de agua pesa doce toneladas y mide poco más de treinta pies de largo. Su capacidad es de once mil doscientos metros cúbicos de agua...

    —¡Al grano!— resopló Diego, girando un cuchillo a través de la anilla del mango sobre su índice.

    Cinco señaló las subdivisiones en la parte izquierda del mapa.

    —El valle de Manhattan se encuentra a no más de dos kilómetros de la torre. Es menester poner a salvo a los ciudadanos — deslizó su dedo trazando una línea semirecta hasta otro poblado—. Hay un estimativo de setenta casas en riesgo siguiendo la trayectoria que tomaría el flujo del agua. Lo hablé con nuestro padre. La policía demorara al menos una hora en evacuar a todos y para entonces será demasiado tarde. También corre peligro la vegetación y fauna de la zona.

    —¿Qué hacemos entonces?— parpadeó Luther, atento a la explicación.

    Circunspecto, Cinco subió su dedo hasta un punto en rojo del papel.

    —Detener la caída de la torre. Es nuestra prioridad y figura como única opción.

    —Espero que ya cuentes con un plan para eso— manifestó Allison, preocupada—. Porque dudo que podamos sostener doce toneladas, aún entre los seis.

    —Ya se me ocurrirá algo— exhaló Cinco, analizando de cerca el trazo—. Necesito ver primero cómo está sujeta la torre.

    Inquieto, Klaus hundió el rostro entre sus manos. No veía la forma de ser de ayuda y le angustiaba estorbar.

    —Ánimo, lo haremos bien— Ben trató de reconfortarlo, palmeandole suavemente el hombro.

    Klaus asintió, sin despegar la vista de Cinco.

    Él mejor que nadie debía saber que su presencia no era, en absoluto, requerida.

    **


    El inmenso depósito de agua se alzaba como una montaña cerca de la ladera que conducía a varias docenas de viviendas del poblado del valle.

    Se trataba de una gigantesca elipsoide de acero con revestimiento de fibra de vidrio.

    Metros antes de llegar Cinco y Luther advirtieron la diminuta fuga de agua del lateral de la estructura. Primer aviso del inminente derrumbe.

    Cinco tuvo que subir la base de la torre. Llevaba unos binoculares en la mano y no tardó en ubicar la falla.

    —¡Herrumbre!— exclamó al bajar de un salto.

    El resto se reunió en un círculo para escuchar instrucciones.

    —Luther— nombró Cinco—. Intenta llegar al contenedor y mantenlo bien sujeto.

    —Entendido.

    —Ben, necesito que uses tus tentáculos para ajustar las tuercas laterales. Diego, usa tus cuchillos como interconectores...

    —En mi idioma— resolló Diego, irritado.

    Cinco soltó un ansioso bufido. Se pasó la mano por el rostro y señaló las vigas inferiores.

    —Mantén la base fija a la tierra.

    Diego sonrió, complacido.

    —Déjamelo a mi.

    —Allison, ayúdame a cercar el desfiladero con rocas grandes.

    —¿Y yo?— se impacientó Klaus al notar que Cinco se dirigía de vuelta hacia la torre de agua.

    La mirada cianítica denotó perplejidad ante la pregunta, provocando que el desaliento de Klaus fuera mayor.

    —Ayuda a...Allison...si puedes.

    Algo desanimado, Klaus corrió hacia el desfiladero donde se hallaba su hermana y la vio rodar una pesada roca con la espalda.

    —Déjame ayudarte— fue a buscar otra piedra y, al tratar de empujarla, cayó de sentón al suelo.

    Lo intentó otras tres veces, todas con el mismo resultado puesto que no era lo bastante fuerte.

    —¿Por qué mejor no apoyas a Diego?— le sugirió Allison con varios hilos de sudor corriendole por el rostro.

    Klaus captó en breve la indirecta y decidió ceder con su terco afán de servir de ayuda. Ya podía imaginarse el artículo de mañana. Saldría en la portada, pero no se hablaría de él, ni siquiera para mencionarlo.

    Definitivamente no era un héroe.

    Frustrado y acomplejado, se alejó hacia una pendiente y se sentó a ver cómo sus hermanos se hacían cargo de la situación.

    Cinco había descendido nuevamente de la torre y mediante la teletransportación se materializó en otro punto alejado del terreno, palpando entre el hierbajo con las manos, como si buscara algo.

    Pero ¿Qué era?

    Klaus usó el brazo de visera para volver a contemplar el monumental depósito sobre la torre.

    Las barras hidráulicas superiores empezaron a vibrar a causa de la presión del agua.

    Klaus alternó su mirada entre Cinco y la barrera que acababa de zafarse de un extremo.

    No hacía falta hacer cálculos rebuscados para saber que el inmenso tubo de metal estaba orientado en dirección a Cinco.

    La alarma se agitó dentro de su cuerpo. Alterado, Klaus bajó del montículo y corrió hacia Cinco para alertarlo.

    —¡Cinco!— gritó angustiado. Pero Cinco hizo caso omiso al llamado para seguir palpando el suelo.

    El miedo y la adrenalina le dieron a Klaus el último impulso para acelerar. Simultaneamente Cinco se levantó, sosteniendo en su mano la tuerca que se había botado de una de las ranuras medias de la torre.

    Klaus se lanzó en el aire para empujarlo antes de que el pesado tubo de metal impactara de lleno en la tierra, enterrándose en diagonal donde segundos antes había estado Cinco. Un segundo tubo salió despedido hacia el costado, cayendo a pocos metros detrás del primero.

    Hecho un ovillo sobre el cuerpo de Cinco, Klaus temió moverse un solo centímetro. Fue Cinco quien lo empujó del pecho para que se apartara. Y al ver el desastre ocasionado, se volvió para ver atónito a Klaus.

    —Me... salvaste la vida.

    Por primera vez en años Klaus lo oyó omitir en su voz aquel retintín de sabelotodo que solía utilizar Cinco en toda ocasión. Se le veía realmente asombrado.

    —¡Cinco, Klaus, ¿Estan bien?!— se alarmó Luther sin dejar de sujetar la esfera del contenedor.

    —Tengo que...— aun pasmado, Cinco se retiró un mechón de cabello del rostro y trastabilló unos pasos sin apartar la mirada de Klaus. Después se teletransportó con Luther para entregarle la tuerca.

    Klaus inspiró profundamente, aliviado por haber ayudado, y orgulloso de sí mismo.

    **

    —¿Quién quiere tener el honor de leer la nota?— sonrió Allison risueña, moviéndose alrededor de la mesa y agitando el diario frente al rostro de sus hermanos.

    —Lo haré yo— Cinco lo tomó y se puso de pie. Tosió para aclararse la garganta y alzó un poco la voz—. Jovenes héroes locales salvan a la población del valle de Manhattan tras su exitosa operación de frustrar el atraco en el banco de Nueva York. Los hijos adoptivos de Reginald Hargreeves han ganado notoriedad desde el pasado mes gracias a sus osadas hazañas.

    —Sigue, sigue— lo alentó Allison, ampliando aún más su sonrisa.

    Luther la miró con dulzura. En tanto Diego rodaba los ojos con fastidio por semejante derroche amoroso.

    Vanya escuchaba emocionada desde su silla, mientras Ben se desafanaba del monólogo para engullir un trozo de cangrejo.

    Klaus, que había estado absorto y embelesado, reaccionó al recibir un firme codazo para que pusiera atención, cortesía de Diego.

    Cinco prosiguió.

    —Se espera que los hijos del famoso magnate acudan a una celebración en su honor de acuerdo con palabras del alcalde. Se desconocen los detalles.

    Allison soltó un gritito de emoción.

    —Espera, hay más— comunicó Cinco, bajando la mirada hasta el último párrafo—. Se reportó un accidente durante la restauración de la torre de agua que involucra a los apodados número cuatro y número Cinco. Cuatro Hargreeves salvó a su hermano de morir aplastado por una de las tuberías de metal. Reconocimientos aparte.

    —¿Qué?— se extrañó Allison, tratando de recuperar el diario—. ¿En donde dice...?

    Imperturbable, Cinco elevó el índice hasta sus labios para hacer una discreta seña de silencio. Klaus había empezado a festejar, bailando con Pogo por todo el comedor, riendo con alegría al saberse mencionado en tan importante acto heroíco.

    Con media sonrisa de satisfacción Cinco lo vio de refilón. Aunque odiaba reconocerlo, a veces, incluso los mismos héroes, necesitaban ser salvados.
     
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