37.º Reto Literario "I Need a Hero " – ORIGINAL: Night Shift

| Cissatlas

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    Night Shift de › petrov.
    Written for the 37avo. Reto Literario: "I Need A Hero".

    ❥ Pairing
    ORIGINAL (rp) » Cissatlas.

    ❥ [ONE-SHOT] ? palabras.

    ❥ Terminado.

    ❥ Rating & Advertencias.
    E ; —.

    ❥ Comentarios del autor.
      Otro fic más de estos dos Juu, más corto de lo usual porque muchas escenas originales no quedaban buen con el tono. Ah. Y lo de siempre publicando al filo y pasándome de la fecha, ¡perdón ;w;!

    ❥ ¡Buena lectura!



    Night Shift



    —¿Te he dicho lo mucho que odio este trabajo? — Una mopa da vueltas sobre grandes cerámicas marmoleadas, pintando una estela de detergente que brilla con las luces auxiliares. — Por último me gustaba trabajar como jinete auxiliar en las carreras, pero acá me tienen como hormiga haciendo de todo y no tengo idea de cómo mantener un maldito museo sin staff.

    Cisseus aprieta el mango de la mopa hasta que cruje en sus manos, pero no se permite romperla porque la descontarían de su miserable sueldo, así que se contenta con refunfuñar como ninguno antes de devolverse para limpiar el trapo. Avanza cabizbajo y a zancadas, cubriendo terreno rápidamente, por lo que no le cuesta escuchar a Ingaretta en el pasillo de al lado arañando las exposiciones de armas con un trapo y un espray limpiavidrios en el cinturón.

    Lo que sigue es simple: hunde la mopa en las lavazas y la lleva en la cubeta al pasillo donde está ella para intercambiar el lugar. Ella lo recibe apenas borra la última línea de detergente en el vidrio.

    —Yo también quisiera estar verdaderamente de vacaciones aquí en Vyalezran, pero si no cubrimos el primer turno no creo que nos dejen ir en el mismo avión. — Ingaretta se encoge de hombros antes de desaparecer por el otro lado.

    A pesar de que ambos están usando el mismo uniforme beige a ella no le dieron ni guantes ni jockey porque tiene rasgos exóticos para el público, pero, para suerte de los pocos interesados en la época previa a la unificación de Ematosia e Ithumia, tiene la paciencia suficiente para soportar las miradas. Además, al menos para su hermano, es más ameno aprender historia si la cuenta ella.

    Después de la limpieza general tienen que esconderse en el backstage para vestirse con millones de capas para disfrazarse de dos figuras que aparecen en el espectáculo. A Ingaretta le toca maquillarse mientras Cisseus se ajusta la capa.
    Entre que afinan detalles llegan las diez en punto con los primeros visitantes, aunque a esas alturas ya se encuentran estratégicamente repartidos para circularlos por el espacio que la grandísima colección Lessanin en el ex palacio real de Ematosia.

    Ingaretta sonríe como si nada. Cisseus agradece que el Grotesco haya usado un velo. Aun así, se miran de reojo con un entendimiento mudo, pues ahora les queda resistir hasta las doce, tomarse la hora de almuerzo, y después vigilar a los guías que vienen en camino por cortesía del socio de Gisla.

    La experiencia se divide en dos partes: distintos objetos de la época con sus respectivas placas informativas y un escenario frente al trono con las reliquias y unas réplicas para el público, pero las vueltas guiadas son parte del precio también. Ingaretta es la que circula más veces por la exposición, ya que ella puede explicar los distintos acontecimientos históricos de los cuadros firmados por la duquesa Sieglinde; por parte de Cisseus, vestido con una réplica del Grotesco, se aparece para repartir el material promocional y tomar fotos de los visitantes con las cuatro réplicas de las reliquias.

    Varias tandas de visitantes pululan por la exposición mientras los dos hermanos cubren el turno matutino, arrastrándolos de un lado a otro, desde o hacia el escenario con las réplicas o para sacarse fotos con ellos mientras Ingaretta no está dando la misma charla envasada que la hicieron memorizar.

    Algo que no pasa desapercibido para ninguno son dos visitantes en específico que se devolvieron en dos ocasiones para preguntar sobre el cuadro al centro de la exposición y, cero vergüenza, a pedirles el número. Cisseus sólo se recuerda de ese dúo porque el tipo tenía la habilidad milimétrica para estar a una distancia decente de él y echarle el ojo, aunque en el caso de Ingaretta fue más la chica que la anduvo persiguiendo para preguntarle detalles técnicos de las obras de arte en exposición.

    Sin otros detalles notables, poco después de las doce suspiran aliviados cuando aparecen más uniformes beige en la puerta principal para el cambio de turno, ahora contando los minutos para salir disparados a tomar su hora de almuerzo. Entre lo que el flujo de visitantes va a la baja y aparecen más guías auxiliares en la exposición, los dos hermanos desaparecen por una de las puertas laterales como si les estuvieran disparando a los pies, prácticamente escurriéndose al primer local que se encuentran a la salida del museo.

    Se tienen que arreglar con un combo de comida rápida para ahorrarse lo que gastaron en transporte, mas, para suerte ellos pueden llevarse la comida en bolsas y las bebidas en vasos plásticos para aprovechar el sol de la tarde en la plaza. Más de un transeúnte quedó mirándolos por un rato.

    Algunos conectaron los puntos al compararlos con los afiches pegados en las calles y más de uno les sacó una foto, ya que a la vuelta de su hora libre se encontraron con la sorpresa de que una foto de ellos sentados en una banca, Cisseus tomándose la bebida al seco e Ingaretta mirando al horizonte con la hamburguesa en la mano, tuvo más efecto que la campaña de marketing. Ambos fruncen el ceño. Si esa cosa se hace viral no habrá cómo escapar de hacer un turno por día.

    En fin, nada que no les haya pasado antes. Cada uno vuelve a la rutina hasta la hora de cierre, aunque ahora Ingaretta no llega a insistir a tiempo para que se vaya al hotel para prender la calefacción, así que Cisseus es el que se queda atrás para anotar la asistencia de los otros empleados y dar la última limpieza antes de cerrar.

    A diferencia de la mañana ya tiene una idea clara de cómo ahorrar tiempo en las pasadas, por lo que prácticamente va trotando entre los pasillos. Todo va bien hasta que sin querer empuja el cuadro al centro de la instalación, el cual se balancea casi con burla en el andamio antes de que las cuerdas se corten y lo hagan caer con un estruendo. Al menos no alcanzó a romper las cerámicas ni a levantar alarmas, pero la escena parece recortada de un atraco de película.
    Cisseus maldice por un buen rato, pateando el aire, agarrándose el pelo con puro pensar sobre el corte a su miseria de sueldo, todo esto en orden antes de agacharse para levantarlo desde el marco, porque si llegan a encontrar sus huellas digitales en el óleo se puede considerar hombre muerto. Excepto que eso no llega a pasar, pues cuando tiene el marco en las manos se da cuenta que está húmedo.

    Frunce el ceño y cierra los ojos. Apenas Gisla sepa de esto le va a dar una llamada y va gritar de tal manera que no le va quedar cerebro con qué responderle. Ni siquiera sabe qué rezar en este momento, sólo sabe que si mira cómo está esa pintura va a tener toda certeza de que cayó en un parche recién trapeado y ahora está deshecho por el cloro en la mezcla. Le toma un poco de valentía, pero lo hace de todas maneras.

    Para sorpresa suya, el cuadro sigue igual que siempre, al menos a simple vista no ve desperfectos y como mucho lo van a asustar porque una de las esquinas se astilló. El tema es que tiene que asegurarse de que en verdad no pasó nada. Eso requiere tocar la superficie del lienzo y arriesgarse a otros problemas.

    «Si me pagaran por cada susto de cárcel que he tenido esta noche…» El pensamiento sale solo, no obstante, por su salud mental prefiere dejarlo inconcluso, apagar su raciocinio y pasar la mano por el lienzo.

    No siente nada. Bien. Bien. Excelente. Bueno, a parte de que se cortó un dedo con el relieve, pero está seguro que no va a afectar al cuadro que tiene más tonos rojos en la colección.

    El problema viene cuando intenta separar la mano y no sólo no puede, sino que siente se está hundiendo en una especie de barro cada vez que tira del brazo. Cisseus blanquea los ojos y se muerde el labio antes de apoyar la rodilla contra el lienzo para apoyarse mejor, llevándose la sorpresa que esta también se empezó a hundir.

    Un pánico indescriptible lo sacude hasta los huesos a medida que su cuerpo va colapsando contra la pintura sin siquiera rasgarla, esparciendo un escalofrío por la incertidumbre de lo que le va a pasar si el cuadro termina de consumirlo. Más que gritos, Cisseus aletea con la mano libre para agarrar la mopa e intentar palanquearse fuera de esta cosa que intenta atraparlo, mas, sólo consigue que este barro invisible se abra y avance más rápido.

    Cuando sólo le queda la cabeza y la mano libre afuera siente que su teléfono empieza a sonar en su bolsillo, dejándolo helado. Si intenta tomar esa llamada, que probablemente es de Ingaretta porque no ha llegado al hotel, sólo le va a quedar la cabeza afuera, pero si no lo hace al menos puede intentar arrastrarse con el cuadro para alejarlo de la exposición.

    Al menos alcanzó a considerar sus opciones, pero cuando intenta realizar una ya es muy tarde para él.

    Una niebla le cubre la vista y cae indefinidamente.

    En algún momento habrá despertado, aunque con la niebla que lo rodea es difícil reconocer sus alrededores como la escena del cuadro. Un hedor putrefacto pesa en el aire húmedo que se revuelve con una brisa lenta, arrastrando hojas lacias de un jardín antiguo, sin embargo, lo que más llama la atención es el eco metálico que viene de un punto lejano.

    Pestañea un par de veces para asegurarse que está viendo bien y después se le ocurre sacar su teléfono para iluminar el camino. Al menos así puede ver lo que tiene delante, pero tampoco es mucho.

    Cisseus avanza con el cuidado que puede tener con un traje incómodo encima, aunque agradece la capa para aislarlo del frío, adentrándose en una oscuridad hecha de nubadas que parecen pintadas en acuarela. Su curiosidad lo lleva a un lugar familiar. El eco se escucha más fuerte.

    Arrastra los pies y aguza la mirada, ahora reconociendo un par de siluetas enzarzadas en combate. Una es más alta y ágil que la otra, pero claramente llegaron a un punto muerto, porque puede contar con los dedos las veces que los ha visto darse un verdadero corte con las armas.

    El sonido deja de existir cuando la otra sombra asesta el golpe, cambiándole la perspectiva de repente. Ahora se ve con una lanza en la mano y manteniendo al otro contra el suelo.
    Un pánico frío lo separa del arma, dándole tiempo al otro de levantarse.
    La misma mano toma la suya de vuelta y tira de él.

    Cisseus no cierra los ojos. El sueño se quiebra. Los colores intentan volver a atraparlo, zumbando de lado a lado en su cabeza. El dolor lo obliga a cubrise la cara.

    Para sorpresa suya se despierta en una camilla con un rostro desconocido.

    —Te dieron un golpe feo en la nuca, menos mal que te despertaste solo.

    Frunce el ceño instintivamente. Ingaretta también es rubia, pero su pelo no se ve así.

    —Ah, está bien si no me reconoces. Nos conocimos en la mañana. Cuento corto: mi amiga y la tuya compartieron números, y como no llegabas a casa me mandaron a verte. — El extraño lo toma de la mano. — Llegué justo cuando habían entrado al museo. Llamé al número de emergencia y te estuve acompañando. Por el momento dime Atlas, ¿mm?
     
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