38.º Reto Literario "Till the World Ends" – It, (Esperanza), [RichiexEddie]

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    Nada más volver de la escuela, Richie Tozier corrió a encerrarse a su alcoba. Sentía el corazón martilleandole los oídos como un implacable tambor de guerra.

    Tap. Tap. Tap.

    Igual al sonido atronador de los pasos de la estatua del leñador gigante e inverosimilmente andante que lo había perseguido apenas días antes.

    Estaba siendo una semana de locos. Tuvo que esperar a que sus atrofiados nervios se relajaran un poco para poder meterse bajo las sábanas a echar un vistazo a aquel viejo libraco que había encontrado y hurtado del cobertizo de Bill dos días atrás, cuando su buen amigo le pidió bajar por unas cerillas.

    Richie había visto el libro por casualidad. Estaba en uno de los oxidados estantes inferiores, junto a un montón de cachivaches y herramienta. Lo que había llamado su atención había sido aquella tortuga tallada en la pasta. Todos en el club de los perdedores habían soñado con una tortuga gigante que surcaba las galaxias al menos una vez desde que se había formado el grupo.

    Además, a Richie le gustaba leer. Que si, era un cobardica metomentodo de lo peor. Le costaba cerrar la boca y los problemas lo seguían como abejas a la miel, y casi siempre terminaba con más de alguna picadura, metafóricamente hablando.

    Le temía a los hombres lobo, ya no podía contemplar directamente ninguna estatua en Derry sin sentir fuertes deseos de echar a correr, aborrecía a muerte a los payasos y, recientemente, había adquirido un nuevo terror hacia los alienigenas.

    Era ese libro tonto con todos esos dibujos raros y pasajes que no podía interpretar. Había tratado de traducir algunos párrafos sueltos en la biblioteca. Algo sobre un extraño ritual llamado Chud.

    Pero esos dibujos...eran las condenadas y diabólicas imágenes a blanco y negro lo que le hacían erizar los vellos de la nuca. Entes de otro mundo enzarzándose en una lucha en lo que aparentaba ser el espacio.

    La tortuga flotaba ahí a la deriva. La tortuga era una aliada. O al menos así lo sentía Richie.

    Había querido comunicarle su hallazgo a Bill desde el primer día. Pero no sabía cómo explicarle que había tomado ese libro sin su permiso, y aparte estaba el delicado tema de George en el medio.

    Bill ya cargaba con demasiados traumas para mostrarle lo que posiblemente fueran preocupaciones innecesarias y estrafalarias, como diría el sabio aguafiestas de Stan.

    Por otro lado Ben y Beverly estaban saliendo muy a menudo en lo que parecían ser citas.

    Mike estaba ayudando a su padre en la granja a orillas del pueblo. Y Stan estaba en una especie de retiro con los exploradores de su tropa.

    No era que Richie estuviera buscando alguna tonta excusa para ver a Eddie. Generalmente bastaba con ir a su casa o invitarlo directamente al arcade, pero esta vez el tema en cuestión era serio. Algo grande y terrible estaba por ocurrir. No sólo en Derry, sino mucho más allá de donde la mente de Richie era capaz de concebir.

    Mientras repasaba absorto y con manos temblorosas aquellos relieves pesadillescos de las empolvadas páginas del apodado libro de las estrellas, Richie tragó saliva.
    **

    La primera conclusión a la que llegó Eddie Kaspbrak tras ver a su mejor amigo de pie en el umbral de su alcoba y con los lentes rotos, fue...

    –Henry Bowers– las palabras brotaron solas y espontáneas, como granos de arena cayendo dentro del mecanismo en embudo de un reloj.

    Eddie había estado abstraído haciendo la tarea en la mesilla junto a la cama cuando su madre anunció que, número uno: tenía visitas. Número dos: no podía salir hasta terminar los deberes, y número tres: no debía olvidarse de su medicamento para el asma que estaba aguardando en la encimera de la cocina desde hace quince minutos.

    Aquello sin duda habría acarreado un montón de burlas y risas en Richie, pero esta vez, se le veía demasiado angustiado. Tanto que, el mismo Eddie, se preocupó.

    Lo primero que hizo fue buscar el infalible rollo de cinta adhesiva en los cajones de su escritorio. Ayudó a Richie a reparar superficialmente sus gafas y luego lo invitó a sentarse a la cama.

    –Te ha golpeado otra vez– no era una pregunta. Tenía algunos moretones en el brazo y un pequeño corte irregular en el dorso. Ese bastardo de Bowers había tratado de hacerle lo mismo que a Ben con su navaja.

    –Da igual, Eds– Richie se alzó se hombros tras ajustarse mejor las flojas gafas–. Vine porque...necesito que vengas conmigo. Será mejor si tú mismo ves el libro. Lo habría traído en mi mochila, pero sabía que Henry lo habría hecho puré, igual que a mi bicicleta.

    –Y a ti– farfulló Eddie, pasándole el índice con suavidad por el brazo. Notó que Richie se estremecía y supuso que lo había lastimado. Así que lo retiró pronto–. Lo siento.

    Richie negó una sola vez antes de señalar hacia la ventana y usar una de sus famosas voces excéntricas para quitar gravedad al asunto.

    –¿De cuantos azotes estamos hablando que te dará tu mamaíta si te escapas un rato?

    –Idiota.

    Tomando su cangurera de la cama, Eddie rodó los ojos y se alistó para seguirlo.
    **

    –¿Esto estaba en casa de Bill?

    Reacio a pasar de la tapa del libro, Eddie dirigió una larga mirada interrogativa a su amigo. Richie le había explicado brevemente durante el trayecto de qué iba la cosa.

    Alienigenas.

    Quizá uno o dos veranos atrás Eddie habría creído que se trataba de una broma idiota del cuatro ojos, pero después de todo lo vivido con el grupo de los perdedores, ya nada le parecía improbable o surrealista.

    ¿Acaso él mismo no había visto a un leproso perseguirlo cerca de las vías del tren y luego adquirir la forma de un payaso?

    ¿Y las espeluznantes anécdotas de sus amigos?

    ¿Y las desapariciones de todos esos niños en Derry?

    ¿El toque de queda?

    Definitivamente había algo malo en Derry. "Eso", como lo habían autoproclamado, llevaba ahí décadas, quizá mucho más tiempo si hacían caso a las noticias cronológicas investigadas por Ben, y reforzadas por Mike.

    –Solo lee– le instó Richie, mordiéndose la uña del pulgar, más nervioso de lo que cabría esperar. Temía que la persona más importante para él lo tomará por un completo chalado, porque así era como se había estado sintiendo desde que empezó a leer aquel libro viejo.

    Eddie suspiró sonoramente y se tomó su tiempo para repasar las páginas, reparando en los post it con traducciones agregadas por Richie. Era imposible no fijarse en las abominables imágenes de lo que parecían ser seres de otro mundo. Una araña gigantesca, figuras grotescas e informes navegando entre estrellas y planetas aún no descubiertos.

    Y en medio de todo, la tortuga.

    –Es...– siseó, sintiendo que se le cerraba la garganta. Tuvo que hacer uso de su inhalador al sentir las vías respiratorias obstruidas por la impresión–. Terrible.

    Era peor que terrible.

    Intercambiaron una mirada significativa antes de volver ambos la vista al libro. Fue Richie quien se adelantó varias páginas para poder llegar a la que consideraba más importante.

    En ella se apreciaba una clase de meteorito estrellándose en una población desértica de lo que debía ser el territorio pasado y sin fundar de Derry. Después se veía una enorme araña saliendo de la tierra y cobrando la forma de un payaso.

    ¡Era "Eso"!

    Eddie alzó la vista de la página, pero Richie no lo dejó preguntar. Inmediatamente pasó varias páginas hasta dar con el mapa del asentamiento de la población actual en miniatura y un desfiladero subterráneo serpenteando por todo Maine.

    Pasando página, dos nuevos meteoritos, y un par de páginas más, docenas de ellos en lo que semejaban varios puntos del globo terráqueo. Desde sur y norte América, hasta Asia, Europa y Australia.

    –Quizá no es real– comentó Eddie, dejándose caer a la orilla del colchón. Acababa de entrar en etapa de negación para no sucumbir a un nuevo ataque de asma. Había comenzado a hiperventilar un poco, hasta que Richie lo sujetó de los hombros.

    Lo que tenían ahí era más que un simple libraco antiguo. La introducción se remontaba a los orígenes de Pennywise. Las imágenes lo decían todo. Había más como él, muchos, muchos más. Y vendrían a la tierra.

    Tal vez planeaban controlar cada ciudad, como hacía "Eso". Pero también puede que vinieran con planes de destrucción.

    ¿Cómo saberlo?

    –He estado muchas horas en la biblioteca, Eds– remarcó Richie, señalando uno de los post it iniciales–. Lo que aparenta ser una tortuga se llama Maturin y no parece estar en buenos términos con la cosa que habita aquí en Derry. No entendí muchas partes del texto, pero tuve un sueño y creo que va a morir dentro de poco.

    Eddie fue a palpar de nuevo la bolsa delantera de su cangurera cuando Richie lo tomó de la mano. Era el único al que Eddie le había tenido la suficiente confianza para contarle sobre aquel placebo. Y ahora era Richie quien le confiaba sobre el libro de la futura invasión alienigena.

    –Solo somos niños– explicó Eddie a modo de excusa–. Ningún adulto va a creernos y de todas formas...¿Qué podríamos hacer?

    Richie inspiró a profundidad, como si hubiera estado esperando con ansias por la interrogante.

    –Maturin me lo dijo en un sueño. Pero voy a necesitar tu ayuda, Eds. No puedo hacerlo solo y todos tienen ya demasiados problemas en casa para inmiscuirlos en esto.

    Eddie asintió. Se miró de forma pensativa la pronunciada la cicatriz en la palma de su mano. Aquella que lo unía al club de los perdedores.

    –Cuenta conmigo– atinó a decir, ganándose un efusivo abrazo que casi lo derriba de la cama.
    **

    Estaban en el terreno baldío. Les quedaban dos horas antes del toque de queda. Habían llevado sus bicicletas, acordando hacerse cargo ellos mismos. Tenían que ver primero a qué se enfrentaban antes de pedir ayuda a los otros.

    La hierba en torno estaba tan reseca y muerta como gran parte de la vegetación que circundaba la zona suroeste de los Barrens.

    En poco tiempo llegaron a la trampilla del agujero subterráneo cubierta de hojarasca. Entre los dos apartaron la pila de hojas y descendieron con cuidado. Era un lugar libre de intrusos, su escondite especial y secreto, donde solían reunirse los fines de semana a divertirse con la pandilla, contar chistes o hacer gamberradas propias de adolescentes.

    –No puedo creer que me convencieras de hacer esto– exhaló Eddie, agitando su inhalador antes de tomar asiento en la improvisada alfombrilla tejida que Ben había proporcionado de entre los enseres de su estricta tía.

    Con media sonrisa, Richie tomó asiento frente a su amigo. Colocó el libro entre ambos y abrió la onceava página.

    –Piensa que es por el bien de la humanidad, Eddie Espagueti.

    –No me llames así– refunfuñó Eddie arrugando la nariz en un gesto adorable, a parecer de Richie–. Antes de hacer el ritual, quiero que me digas una cosa, Richie.

    Las cejas del susodicho se alzaron inquisitivamente.

    –¿Qué cosa?

    Eddie cruzó las piernas y dejó el inhalador a un lado.

    –¿Por qué Bowers se esta metiendo tanto contigo?...quiero decir, aun más de lo usual.

    Con gran zozobra, Richie se retorció las manos.

    –Ya sabes. Lo de siempre. No le gustan mis chistes– se alzó de hombros, pero lo pensó mejor al ver que Eddie fruncía el ceño por la obvia mentira–. Ah, bien. Me vio tallando algo en el lateral de la madera del puente de los besos.

    –¿Lo insultaste?– parpadeó Eddie, genuinamente intrigado por la insensatez de su amigo.

    Richie tragó pesado. Apartó la mirada al libro y se puso inesperadamente circunspecto.

    –Si no hacemos algo, vendrán más de esas cosas dentro de veintisiete años– cambió de tema–. Invadirán ciudades y después países enteros. Sabemos de qué se alimenta "eso", quizá sus colegas sean peores.

    Dubitativo, Eddie asintió despacio a lo dicho.

    Richie señaló la mitad del párrafo que le había llevado horas traducir.

    –Según esto, solo se necesitan dos personas para llevar a cabo el ritual para contactar con la tortuga. No perdemos nada con intentarlo. Es solo un viaje psíquico. Tenemos que estar enfocados, cerrar los ojos y tomarnos de las manos.

    Nervioso, Eddie inspiró una gran dosis de su inhalador para prepararse. Después unió sus rodillas a las de Richie y lo tomó titubeante de las manos. Notó que Richie temblaba, pero, de nuevo, dedujo que se debía al miedo.

    –Hagamoslo– estrechó el agarre con fuerza y pensó en todos aquellos chicos desaparecidos. En el hermano de Bill, en sus compañeros de clases.

    ¿Qué tipo de vida le esperaba, no sólo a Derry, sino a la tierra entera, dentro de veintisiete años?

    De algo estaba seguro. Si podían evitarlo. Lo harían a toda costa.

    –Richie– llamó en voz baja–. Prométeme que luego me dirás qué hiciste para enfadar a Bowers.

    Tenso, Richie movió la cabeza afirmativamente.

    –Claro, y después besaré a tu madre en compensación– bromeó alegre al notar que Eddie entornaba la mirada con disgusto.
    **

    El tiempo pasaba, cerniendose lento, llenando el silencioso recinto de una amenaza implícita, invisible, intangible y sin embargo, perceptible.

    Con los ojos cerrados y las manos unidas, Eddie y Richie centraron en atención en el nombre de la tortuga. La llamaron mentalmente una y otra vez con desesperación, pidiéndole ayuda, implorandole una guía para el final trágico e inminente que les deparaba el futuro. Dentro de 27 años, más alienigenas como "Eso" vendrían a la tierra. Y si no podían defenderse de un solo enemigo.

    ¿Cómo harían con decenas, o cientos?

    Contaron hasta mil de diez en diez y luego lo hicieron a la inversa.

    No hubo respuesta alguna. Para cuando los dos abrieron los ojos, ya no quedaba una sola franja azul en la superficie de la trampilla. Había oscurecido. Ya tendrían que haber vuelto a casa.

    Eddie pegó un bote al recordar a su mamá. Miró el libro y después a Richie.

    –¿Sentiste algo?– se inquietó Eddie al ver que su amigo se tocaba el pecho. Parecía en trance–. Richie...te advierto que si es otra de tus tontas bromas...

    Pero Richie reaccionó entonces a sus palabras. Negó con la cabeza y se sostuvo los cabellos entre los dedos, como si estuviera a punto de entrar en crisis.

    –¿Qué ocurre?– insistió Eddie, más y más asustado.

    –Es Maturin– dijo Richie en un resoplido de angustia–. Esta muriendo, Eds. Yo...no se cómo, pero lo sentí. Va a morir pronto. No va a ayudarnos.

    Eddie torció el gesto al abrazar a prisa el libro.

    –Ya encontraremos otra forma– no sonó convincente en lo absoluto, pero bastó para que Richie se pusiera en marcha y lo siguiera a los inestables peldaños que daban a la superficie de la guarida.

    **

    Fue una noche llena de sueños bastos. Desde coloridas y arcaicas galaxias, hasta seres de formas terriblemente descomunales.

    Richie se estuvo removiendo en su cama durante toda la noche. La diminuta conexión que había logrado enlazar con la tortuga se estaba extinguiendo. En la profundidad de su sueño lo sentía. Sentía como ese vacío y esa negrura de ausencia se expandía cada vez más rápido.

    Maturin moriría dentro de muy poco. Y Richie había llegado a enterarse gracias a la conexión mental establecida con el ente durante el ritual que, él era uno de los guardianes destinados a evitar la propagación de esas horribles criaturas similares a Pennywise.

    Sudando copiosamente, enredandose en las mantas y atrapado en un sinfín de imágenes, Richie Tozier obtuvo la respuesta que le permitiría enfrentar al resto de abominables seres del espacio que ansiaban apoderarse de la tierra dentro de veintisiete años.
    ***

    Eddie siempre era de los primeros en llegar a clases. Y ese día no había sido la excepción. Después de la reprimenda de su madre por haber llegado tan tarde, ya podía irse olvidando de dejar su casa las próximas dos semanas. Lo habían castigado. Y todo para nada.

    O eso supuso, hasta que Richie le pasó un papelillo en la clase de historia donde le citaba para hablar de un tema de importancia fuera de clases.

    Eddie habría querido alegar que le era imposible escaparse nuevamente, pero habría sido muy egoísta de su parte. Le necesitaban. Había visto parte de los horrores que acechaban en otros mundos, como sombras colosales e intermitentes. Su madre tendría que comprender tarde que temprano. Era su deber como miembro del club de los perdedores.

    Todo había ido relativamente bien hasta que, momentos después de que sonará el timbre y la pandilla de Bowers saliera del aula, Richie se acercó a él con cierta cautela para susurrarle una petición de lo más extraña al oído.

    –¿Cómo?– Eddie se volvió en el acto, sin poderse creer del todo aquella petición que semejaba más a un ruego.

    La mirada, antaño divertida de su mejor amigo, era ilegible, dura y extraña.

    –No quiero que me hables, ni te sientes conmigo en la cafetería– repitió Richie con cierto pesar en sus pupilas avellanas ampliadas tras las defectuosas gafas–. No me hables ni me busques hasta después de clases, Eds. Mantén tu distancia conmigo. Por favor.

    Eddie lo observó con expresión tirante, contrayendo el ceño.

    –¿Por qué?– no iba a desistir tan fácil–. ¿Hice o dije algo que te molestó?

    Richie se mesó el cabello y ahogó un resoplido en tanto miraba en todas direcciones, como para asegurarse de no ser visto por alguien.

    –No es eso, Eds. Solo hazme caso, ¿Quieres?

    –No quiero– negó Eddie–. ¿A qué viene esto, Richie?...siempre nos sentamos a comer en la misma mesa.

    –Solo no quiero que nos vean juntos– murmuró Richie en voz baja.

    Eddie pestañeó. Richie lo había dicho de tal forma que, se le encogió el corazón.

    –Pero ¿Por qué?

    –Solo hazme caso.

    Richie ya había salido del salón para cuando Eddie había recuperado el habla para seguirlo enfrentando.

    Sintió una gran opresión en el pecho y un nudo en la garganta. Se quedó de pie junto a su pupitre, confundido, herido, sosteniendo el lápiz y apretandolo con fuerza para canalizar un poco ese dolor.

    "¿Por qué, Richie?"

    Pronto obtendría la respuesta.
    **

    Por alguna razón que escapaba a la comprensión de Eddie, Richie se había recluido en una de las mesas más apartadas de la cafetería. Bill había faltado a clases debido al catarro del que aún no se recuperaba. Stan llegaba al atardecer de su viaje y tanto Mike como Ben habían sido elegidos por la profesora de ciencias para ayudar con el acomodo de los libros en la biblioteca. Solo Beverly se encontraba en la fila, pero dejó su bandeja y se alejó rumbo al baño. Eddie sabía lo que vendría a continuación. Su infaltable cigarrillo. Seguro su padre le había dado otra paliza...o peor.

    Agobiado de saberse solo, fue a sentarse en una de las mesas desocupadas. Todavía no empezaba a comer su sándwich de queso cuando Henry Bowers y su séquito de bravucones entraron a la cafetería, haciendo sonar sus pesadas botas con fuerza a cada paso, como para dar énfasis a su autoridad.

    –¿A quien tenemos aquí?– bramó Henry yendo directo a la mesa en donde se encontraba Richie, quien no parecía sorprendido en absoluto de saberse nuevamente el blanco de Bowers–. ¿Tus amiguitos te dejaron solo hoy, mariquita?

    Richie se sostuvo a tiempo la montura de las gafas con el índice al ser levantado al vuelo del cuello de la camisa.

    Media sonrisa nerviosa asomó a sus labios.

    –Al menos no tengo ese horrible peinado de cono de helado grasoso y maloliente.

    Ese era más el Richie que Eddie conocía y admiraba, pero también la actitud que más detestaba Henry Bowers. Y así lo dio a saber al vaciarle a Richie su batido de chocolate en la cabeza.

    –Mide bien tus palabras, marica. O la próxima vez...

    Henry interrumpió su absurdo y amenazador coloquio. Cerró los ojos en automático al sentir la embestida de un trozo de pan con mayonesa justo en la mejilla.

    El estruendo de risas se desató en la cafetería mientras el responsable de aquel atrevimiento se erguía con orgullo sobre una de las mesas más próximas a Henry.

    De inmediato este soltó a su primera presa. Se limpió los residuos del aderezo de la mejilla, contrajo los labios en una mueca de rabia y apuntó con el dedo a Eddie.

    –Te voy a matar, asmático de mierda– escupió y, acto seguido, le lanzó una mirada que, de haber sido un cuchillo, Eddie habría caído muerto en un segundo.

    Richie aprovechó la interrupción para arrojar su vaso con coca cola en el rostro de Henry. Estaba a punto de ser pillado por Belch, pero alcanzó a derrapar por debajo del grandulón para correr hacia Eddie.

    Respondiendo al impulso y la adrenalina, Eddie tomó la mano de Richie y entre risillas y resuellos cómplices echaron a correr hacia el patio. Luego saltaron la verja y se adentraron hacia los barrens.

    –Estamos muertos– espetó Eddie momentos antes de hacer uso de su inhalador. La sonrisa de adoración se esfumó muy pronto de los labios de Richie al reparar en la cierta premisa.

    –Te dije que mantuvieras tu distancia conmigo...y no lo cumpliste– le recordó en fingido tono de fastidio.

    Eddie aspiró una vez más para serenarse del todo. Sentía una agitación aguda en el pecho, pero aunque se recordara constantemente que solo era psicológico, aquella enfermedad imaginaria seguía afectandole.

    –No tengo por qué hacerte caso. Yo decido por mi mismo– proclamó en un tenue resuello benevolente–. Y tu no tienes que enfrentarte a Bowers solo.

    Richie se mordió el labio, contrariado. Sujetó a Eddie de los hombros e hizo amago de empujarlo, pero terminó atrayendolo a su pecho y abrazándolo con todas sus fuerzas.

    –¿Es que no entiendes que no quiero que se metan contigo?

    Lentamente Eddie dejó de ponerse rígido para corresponder al afectuoso gesto que, bien sabía, iba mucho más allá de la simple amistad.

    –Tampoco quiero que se metan contigo– susurró al corresponder al abrazo.
    **

    Fue hasta dos noches más tarde que Richie se presentó en su casa. Pasaba del toque de queda y era fin de semana. Solo fueron un par de pedradas a la ventana de su dormitorio, pero bastaron para despertar a Eddie, quien se hallaba sumido en un profundo y ameno sueño.

    –¿Richie?– se talló los ojos al descorrer un poco la ventana. La silueta de Richie se perfilaba delgada y brillante, como una enhiesta aguja bajo la luz de la luna.

    Por un instante Eddie dudó de sí era real. Aquella cosa que cobraba forma de payaso los había engañado al convertirse en sus peores miedos, pero ¿Podría acaso tomar la forma de sus seres queridos?

    Seguro que si.

    A pesar de su reticencia inicial, Eddie sustituyó su piyama con ropa informal y caminó silenciosamente hasta la entrada. Tomó las llaves y quitó el seguro para salir.

    –¿Tienes idea de la hora qué es?– le recriminó Eddie bajando la voz al mínimo, mirando atrás cada tanto por si su mamá salía–. ¿Qué es tan importante que no podía esperar a mañana?

    Richie se apresuró a tomarlo de la mano para arrastrarlo al claro. Se veía tan tenso como un alambre.

    –Es importante, Eds. Es sobre Maturin. Tuve un sueño donde me daba indicaciones. Iba a buscar a los otros, pero...

    –Está bien– lo tranquilizó Eddie, tomándolo de las mejillas–. Me alegra que me tomaras en cuenta, porque también quiero ayudar.

    Los ojos de Richie resplandecieron de puro gozo. Poco le faltó para estampar sus labios con los de Eddie, pero al desconocer los sentimientos de su mejor amigo, se limitó a besarlo en la mejilla.

    –Gracias, Eds.
    ***


    La primera parte del mensaje psíquico de Maturin fue sencillo. Tenían que ir a uno de los pilares al borde del canal de Derry. Había dos columnas por extremo. En total eran ocho, pero Richie no recordaba con exactitud el sitio. Aún así, no demoraron mucho en encontrarlo. Hacía un frío húmedo y la bruma que manaba de la superficie del agua parecía sobrenatural, densa y peligrosa. Como si se tratara de un gas letal.

    Eddie tenía la certeza de que algo los acechaba, pero se calló sus conjeturas al ver a Richie levantando con delicadeza lo que estaba enterrado junto a la arena del muelle.

    Era un huevo de tortuga, y uno grande. Eddie los había visto en sus libros de texto, pero ninguno de ese tamaño y forma tan alargada.

    Richie envolvió el huevo en su camiseta y suspiró con agobio.

    –La tortuga me dijo en el sueño que debemos guardar esto los siguientes veintisiete años.

    Eddie entreabrió los labios para objetar, pero un escalofrío lo hizo callar.

    –Es su sucesor– aclaró Richie, apartándose de la columna–. Le conté unas cosas a Bill el otro día, dijo que tendremos una reunión en su casa para discutirlo, pero creo que lo mejor será turnarnos para cuidarlo. Maturin insinuó en el sueño que es de vital importancia.

    –Ya lo creo– siseó Eddie, siguiéndole de cerca el paso, frotándose los brazos cada tanto–. Si lo que hay en el huevo sustituirá a Maturin, significa que tendremos otro aliado para cuando los demás alienigenas vengan, pero ¿será suficiente, Richie?, ¿Lo has pensado?

    Trémulo por el frío, Richie hizo un firme asentimiento.

    –Tenemos que confiar, Eds. Es lo único que nos queda.

    –Vaya, vaya.

    La amenazadora voz de Henry Bowers se alzó con el helado viento nocturno.

    Tanto Richie como Eddie quedaron petrificados al verle bajo la luz de una farola junto a Patrick, Victor y Belch.

    –Eds, corre– murmuró Richie, haciendole entrega de la camiseta. Eddie demoró en reaccionar. No quería dejar solo a Richie, pero tenía en sus manos algo sumamente valioso que sería de gran ayuda para la humanidad.

    Así que se resignó y emprendió carrera en la dirección contraria.

    –¡Detenganlo!– ordenó Henry poco antes de que Richie se abalanzara sobre de él.

    Patrick fue el único que se quedó a asistir a Henry para sacarle a Richie de encima, en tanto Victor y Belch perseguían a Eddie, quien se adentró en la maleza. Corrió más de dos kilómetros, zigzagueando entre la arboleda hasta acurrucarse en una de las tuberías cercanas al dique que habían construido meses antes.

    Tenía que esconderse. Refugiarse y poner el huevo a salvo de Henry y su pandilla.

    Las rodillas le escocían por las rozaduras con las ramas bajas y raíces roídas, así como los espinosos enebros. No gozaba de una condición física apropiada, pero por nada del mundo pensaba decepcionar a Richie. El destino del mundo dependía de ese huevo y era su misión protegerlo a cualquier costo.

    –¡Sabandija. Sal ya de donde quiera que estés!– no transcurrió mucho para que la voz hueca de Victor resonara a su derecha.

    Iban a encontrarlo. Era cuestión de tiempo. Temeroso de ser descubierto, Eddie se adentró más al fondo de la tubería, gateando hasta el centro, hacia la oscuridad misma. La única luz que había era la del crepúsculo, que entraba por el boquete circular a su derecha.

    De algún modo, Eddie trató de aplacar sus atribulados pensamientos, sustituyéndolos con la imagen de Richie. No quería pensar en leprosos, en virus mortales, ni en la muerte. Sabía que, de hacerlo, podría volverse de verdad. "Eso" haría que fuera realidad. Como un mago con dones malvados.

    La presión del sonido de pasos trozando ramas afuera lo llevó a retroceder en el acto. Si entraban ahí, sería su fin.

    Poco a poco se arrastró de vuelta por el boquete. Tenía los pantalones empapados hasta las rodillas. Estaba ofuscado y desorientado cuando abandonó la tubería. Por un instante había pensado que alguna cosa lo atraparía, pero tenía la convicción de que la tortuga le había protegido.

    No había nadie cuando Eddie acudió al bosque, pero si que encontró algo al llegar al claro. Tal vez había demorado más de la cuenta, quizá había perdido el sentido del tiempo mientras estuvo dentro de la tubería, el hecho era que Richie estaba golpeado y semiinconsciente, sentado y apoyado de espaldas contra un olmo.

    –Richie– estuvo a punto de gritar, pero se llevó a tiempo la mano a la boca. Si Bowers y los otros seguían cerca, se devolverían en el acto.

    Corriendo, Eddie llegó junto a su amigo. Se puso de rodillas y le quitó las trozadas gafas. Por suerte no le había entrado ningún cristal en los ojos.

    –Oh, Richie– balbuceó Eddie, reparando en los múltiples cardenales que oscurecían la faz del susodicho. El párpado izquierdo estaba tan hinchado que, estaba cerrado casi en tu totalidad.

    –Estoy bien, Eds– dijo Richie para tranquilizarlo. Se apoyó en el brazo de Eddie y se levantó tambaleante–. Dime que pudiste poner a salvo el huevo.

    Eddie afirmó con una mezcla de orgullo y pesar. Si que lo había conseguido, pero no había podido detener a ninguno de esos malditos para evitarle un daño mayor a su amigo.

    –Lo hice, Richie– le cogió de la mano y lo guió despacio en dirección a la ciénaga cerca a la tubería–. ¿Volverán?– inquirió, examinando de cerca los golpes en el rostro de Richie, ansiando estar pronto en casa para poder asistirlo como era debido.

    Adolorido, Richie detuvo a Eddie de las manos. Le obsequió una sonrisa jocosa y le alborotó el cabello.

    –Ya nos ocuparemos de esos cretinos. Pero primero debemos llevar al descendiente de Maturin a un lugar seguro.

    Eddie soltó un suspiro de resignación. No quería empezar a quejarse (Como solía hacer siempre), pero ya le parecía que llevaban una enorme carga encima, y sólo eran unos críos.

    –Espera– pidió, armandose de valor para volver a adentrarse en el oscuro túnel. Tanteó cada tramo con cuidado hasta llegar al objeto en forma de parábola. Lo tomó con delicadeza y se arrastró de regreso lo más rápido posible.

    –¿Qué haremos con esto?– preguntó Eddie, inquieto.

    Richie lo recibió de buena gana. Llevaba los pendientes de plata de su madre en el bolsillo del pantalón, estaba junto a la persona que más quería y tenía en sus brazos al descendiente de un ser supremo que les ayudaría a combatir lo que fuera que viniera del espacio dentro de veintisiete años.

    –Nos turnaremos– arguyó, asiendose del brazo de Eddie–. Seremos algo así como sus padres.

    Eddie se sonrió, medio divertido, medio consternado. Conociendo a Richie, bien podía ser una broma, o podía hablar muy en serio.

    Ya se vería más adelante. Tenían veintisiete años para prepararse contra lo que fuera que tuvieran por enfrentar. Pero Eddie estaba seguro de que, juntos, lo conseguirían.

    A paso lento, retornaron al camino de gravilla que conducía al pueblo.

    –Richie.

    –¿Si, Eds?

    –¿Qué fue lo que no pudiste escribir en el puente de los besos?

    Richie dejó de andar un momento. Una seriedad impropia se apoderó de él como antaño.

    –Solo era una letra, Eddie Espagueti– usó una de sus voces actuadas para restar relevancia a lo dicho. Aún así, Eddie insistió.

    –Prometiste decírmelo– se enfurruñó.

    Richie se volvió despacio, alargó el pulgar a la mejilla de Eddie y dibujó una R imaginaria sobre su helada piel. Aguardó un poco para añadir un corazón.

    –Eso fue lo que escribí– confesó, evadiendo la mirada curiosa de su amigo para retomar el último trazo–. Y esto fue lo que me faltó– sumó la letra E y esperó tenso a la reacción del otro.

    Eddie le miró perplejo.

    –Me gustas, Eds– murmuró bajito–. Me gustas mucho.

    Vacilante, Eddie entrelazó su mano con la de Richie y lo ayudó a cargar el huevo. Estaba ruborizado cuando volvió a hablar.

    –Creo que seremos unos padres terribles– bromeó, observando el extraño huevo con matices verduscos en el cascarón.

    Por toda respuesta, Richie le plantó un rápido beso en los labios.
     
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