El único Ωmega | DRARRY

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    Qué fuerte, yo escribiendo de Harry Potter, ¡y encima un proyecto largo! Si alguien me lo hubiera dicho hace apenas unos meses le tacharía de loco. En fin, nunca digas nunca, si ya lo decía Justin Bieber y nadie le hacía caso.~🎶

    Lo que debéis saber de esta historia es que los Omegas no serán damiselas en apuros. De hecho, intento romper una lanza a su favor porque estoy un poco harta de ese cliché donde el Omega no puede hacer nada por sí mismo. Los Alfas en esta historia tampoco serán seres todopoderosos porque, igual, también estoy muy harta de ese Alfa supremo al que nadie puede toserle.
    ¡OJO! Que no voy a reescribir todo Harry Potter metiéndole un omegaverso, esto directamente difiere del canon. Y puede que haya OOC (out of character) en algunos personajes pues ciertos eventos del canon no ocurrieron (mijo esto es un fanfic no esté chingando)
    Dicho todo esto, os dejo con la historia~ <3

    ⬇️ *este cuadradito/quote se irá actualizando con posibles advertencias a medida que avance la historia*
    QUOTE
    Título: El único Ωmega
    Fandom: Harry Potter
    Pareja principal: Harry Potter(α)/Draco Malfoy(Ω)
    Pareja secundaria: Remus Lupin(β)/Sirius Black(β)
    Menciones a: Severus Snape(Ω)/James Potter(α)/Lily Potter(β), Lucius Malfoy(α)/Narcisa Malfoy(Ω), Ron Weasley(β)/Hermione Granger(β)
    Género: AU canon divergence (a grandes rasgos Sirius está vivo y Voldemort murió en la primera película/libro. Busco tiempos felices en Hogwarts), omegaverso, "slowburn romance"
    Advertencias: --
    Resumen: la adolescencia de por sí es complicada, pero se vuelve todavía más complicada cuando eres un mago, estudias en Hogwarts y descubres que a los catorce años se despiertan los instintos de Alfas y Omegas. O de cómo Harry descubre que es un Alfa, y su destino parece querer enredarse con el de Draco, un Omega.

    Disclaimer: todo el mundo mágico pertenece a J. K. Rowling, yo solo tomo prestados algunos de sus personajes.

    🦉 🦉 🦉




    CAPÍTULO 1. EL ANSIADO VERANO LEJOS DE HOGWARTS
    El tercer año de Harry Potter en Hogwarts fue uno intenso, con grandes averiguaciones sobre su familia, ¡resulta que tenía un padrino! Este verano no lo pasaría con el tío Vernon, la tía Petunia y el enorme cerdo en el que se estaba convirtiendo su primo Dudley, lo pasaría con su padrino, Sirius Black; alguien que de verdad quería estar con él. Quizá fuese el primer verano de su vida en el que viera la luz del sol directamente, y no a través de una ventana.

    Decir que estaba impaciente por que terminara el año escolar era quedarse corto. Miraba continuamente todos los calendarios y relojes con los que se encontraba contando las semanas, los días, las horas, hasta los segundos que faltaban hasta el final de curso.

    —El tiempo no va a pasar más deprisa por mucho que mires el calendario —se burló Ron.

    Uno de los nuevos pasatiempos de Harry era, precisamente, mirar el pequeño calendario (uno mágico, publicidad de la librería Letras Ilustres, en el callejón Diagon) que había puesto en la mesa de la sala común de Gryffindor, donde sus compañeros intentaban terminar los últimos deberes o dar el repaso final a alguna asignatura de la que fueran a examinarse.

    —Confío en que hayáis estudiado para la recuperación de Pociones. El examen es mañana, ¿os acordáis? —Hermione suspiró dejando un pesado tomo sobre criaturas mágicas en la mesa—. Harry, he perdido toda esperanza con Ron, pero confiaba en que por lo menos tú sí hubieras estudiado algo.

    —¡Oye! ¡Que estoy aquí! —Se quejó Ron.

    —Es un auténtico milagro —Hermione le ignoró estupendamente— que Snape haya accedido a recuperar la materia en un último examen para los más rezagados. Claro que no tendréis la nota más alta, pero por lo menos aprobaréis porque, insisto, habéis aprovechado el tiempo para estudiar, ¿verdad?

    —Más o menos.

    —Lo sabía. —Hermione volvió a suspirar—. ¿Y tú, Harry?

    —Tendremos clases hasta finales de mes, ¿no hay forma de que el tiempo pase más deprisa?

    —Me pregunto a dónde irás este verano de vacaciones. —Ron se dedicó a fantasear, dejando de lado el estudio, asunto que no le interesaba demasiado ahora mismo—. No te olvides de escribir, ¿vale? Y manda fotos, quiero que mis hermanos se mueran de envidia al verte, ¡imagina que vas a un crucero entre las nubes! ¡O haces un tour por los estadios y leyendas del Quidditch! Yo lo más lejos que iré este verano será al jardín de mi casa a espantar gnomos. —Se lamentó de su mala suerte—. Lo que daría por vivir un verano como los ricos.

    —No vas a vivir un verano de ricos ni de pobres si no apruebas el examen. Ponte a estudiar de una vez.

    —¡Ya vale, Hermione! ¡Eres igual que mi madre! ¡Siempre diciéndome lo que tengo que hacer!

    —¡Solo me preocupaba por ti, besugo! —Hermione cerró el libro con fuerza, se puso en pie y miró a Ron hecha una furia—. ¡No estudies si no te da la gana, a mi qué me importa que suspendas y repitas curso!

    —¡Y ahora se enfada! —Ron la miró irse sin dar crédito—. Harry, no entenderé nunca a las chicas.

    —Venga, será mejor que estudiemos un poco, o volverá para gritarnos.

    *



    Ron se había aprendido de memoria los ingredientes de la poción Cabeza Calva y los de la poción Cabeza Peluda, la lista de flores que tenía guardada en sus apuntes, los materiales que podían mezclarse en calderos de plata, de cobre y de latón. Se había empapado de conocimiento como nunca antes, nunca había llegado a un examen tan seguro de sus habilidades, más que convencido de que aprobaría con la mejor nota. ¡Y cómo pensaba restregarle por la cara a Hermione su aprobado! ¿A quién había llamado besugo?

    Harry también había hecho un buen trabajo memorizando pócimas e ingredientes, igual que Ron se veía capacitado para aprobar la asignatura. Tras ellos se reunió un grupo numeroso, tanto de alumnos de Gryffindor como de Slytherin, con las mismas intenciones de aprobar, todos temblaron cuando la puerta del aula se abrió de par en par, saliendo Snape desde las sombras de lo que parecía su guarida infernal.

    —No hay examen. —Esperó pacientemente a que se suavizaran los murmullos para seguir hablando, no pensaba alzar la voz—. Los incidentes de la pasada noche me obligan a posponerlo de manera indefinida.

    Su mirada se paseó sin ninguna prisa por el grupo de alumnos, anotando mentalmente los que no estaban presentes.

    —Disculpe, profesor.

    —¿Sí, señor Potter?

    —¿A qué se refiere con «de manera indefinida»? Quedan dos semanas para que acabe el curso, y muchos necesitamos de esta nota para saber si…-

    —Conozco muy bien la duración del año escolar en esta institución, señor Potter. —Le interrumpió sin necesidad de levantar la voz, pues la voz de Harry se iba volviendo difusa según hablaba, tal era la impresión que daba Snape frente a su aula—. Realizaré el examen cuando lo crea conveniente, perded cuidado porque seréis informados con la debida antelación. Ahora, si me disculpáis, tengo muchas cosas que hacer.

    Prácticamente desapareció en una mezcla de humo y sombras, volviendo a entrar en aquella mazmorra gélida que se hacía pasar por aula. El grupo de estudiantes se fue dispersando poco a poco, quedando atrás Harry y Ron, que caminaban con calma, pues de repente tenían el día libre y debían pensar en qué invertir el tiempo.

    —Nos pasamos toda la noche estudiando para nada. —Ron se llevó las manos a la cabeza, revolviéndose el pelo—. ¿Qué voy a hacer para no olvidarme de todo? ¿Cómo pretende Snape que lo tenga memorizado hasta el día del examen? ¡Mi cerebro no es un archivador! No puedo guardar la información en un cajón y mirarla cuando me haga falta. ¿Qué vamos a hacer, Harry?

    —Supongo que tener paciencia, no podemos hacer mucho más.

    —Sí, qué remedio. —Se dio por vencido bajando los brazos—. ¿Qué crees que habrá pasado? Ha debido ser gravísimo para que Snape cancele un examen. «Incidentes» ha dicho, me muero de curiosidad, ¿qué podrá ser?

    —Fuera lo que fuera, tuvo que pasar lejos de la torre Gryffindor. Estuvimos casi toda la noche despiertos y no escuchamos gritos ni ninguna voz desde el pasillo.

    —Entonces puede que haya sido en Slytherin, es la casa de Snape, ¿no? ¿Alguna pelea en ese nido de víboras? —Harry se encogió de hombros, de verdad no tenía ni idea—. ¿Y si vamos a echar un vistazo? A lo mejor descubrimos algo.

    —De acuerdo, ¿avisamos a Hermione?

    —¿Qué? ¡No! ¿Para qué? ¿Para que me diga «ponte a estudiar, besugo»? ¡No, ni muerto!

    —Imitas muy bien su voz, Ron.

    *



    La incursión por la casa Slytherin duró poco, muy poco en realidad. Apenas Harry y Ron se acercaron a las mazmorras, con la clara intención de pegar la oreja en la pared que revelaría la entrada a la sala común de la casa, cuando la cara de malas pulgas de Marcus Flint les hizo volverse. El rostro de Flint siempre le había parecido repugnante a Harry, desde el primer día que lo vio en un partido de Quidditch, pero esta mañana se lo pareció más que de costumbre gracias al ojo hinchado y morado que tenía. Hasta su olor se le hizo nauseabundo, un fuerte hedor a huevos podridos que le hizo contener una arcada al tenerle de frente. Aunque decir «de frente» era mentir, siendo que Flint le sacaba, tanto a Harry como a Ron, casi medio cuerpo, obligándole a bajar la cabeza un tanto para poder mirarles a los ojos.

    —Qué miedo me da ese tipo —decía Ron—. Parece que en cualquier momento te saltará encima a darte de puñetazos.

    —¿Quién? ¿Flint? —Harry negó con la cabeza—. A mí me dio asco. Olía fatal.

    —¿En serio?

    —Casi vomito a sus pies de lo mal que olía. ¿No lo oliste? ¿Te pasa algo? ¿Estás resfriado?

    —¡Seguro que me he puesto enfermo de tanto estudiar!

    Ya en la sala común de Gryffindor, Hermione sacó la cabeza del libro que leía (el segundo volumen sobre criaturas mágicas). Miró el reloj más cercano y volvió la vista a Harry y a Ron, cerró el libro con desconfianza y se acercó a ellos igual de desconfiada.

    —¿Qué habéis hecho? —Preguntó con un tono casi acusatorio—. Porque si ya estáis aquí, es que habéis hecho algo y Snape os ha echado del examen, ¿qué ha sido esta vez?

    —¡No hemos hecho nada! —Se defendió Ron—. Nos ha cancelado el examen. Ha debido pasar algo en Slytherin.

    —Anoche. —Concretó Harry—. Algo grave pasó anoche, por eso Snape nos hará el examen otro día. No sabemos cuándo.

    —¿Qué habrá podido pasar? Ha debido de ser gravísimo.

    —¡Yo dije lo mismo! De hecho, intentamos explorar por Slytherin, pero la cara de Flint nos echó.

    —Y el mal olor, olía a huevos podridos.

    —No sabes cómo me alegra estar enfermo y no haber olido eso.

    —¿Estás enfermo? ¿Tú? ¿Desde cuándo?

    —¡Desde el momento en que abrí el libro de Pociones e intenté estudiar!

    *



    El anuncio tomó a todos por sorpresa. El almuerzo se sirvió sin ningún problema, no más que algunos murmullos en la mesa de Slytherin por la notable ausencia de Draco Malfoy (quien nunca perdía la oportunidad de presumir sobre cualquier cosa que él tuviera y el resto no, haciéndole destacar casi a la fuerza). Los alumnos terminaban de servirse la comida en sus platos desde las fuentes dispuestas a lo largo de las cuatro mesas, cuando Dumbledore se puso en pie, alzó los brazos como si fuera el director de una orquesta y dijo:

    —¡Se terminan las clases por este año! Queridos alumnos y queridas alumnas, nos veremos las caras de nuevo en el próximo curso. Ha sido un auténtico placer alimentar vuestras mentes un año más y, por mi parte, estoy impaciente por descubrir qué nuevos retos enfrentaremos juntos en apenas unos meses. Que no os entre la prisa por terminar rápido esta comida, encontraréis vuestras cosas ya listas para el viaje de vuelta a vuestras casas.

    Las quejas no se hicieron esperar, tampoco las preguntas, nadie podía entender qué pasaba. Fue una mano la que se alzó por sobre todas las voces, Dumbledore la señaló con una inclinación de cabeza y, de pronto, se hizo el silencio en el comedor.

    —Dígame, señorita Granger.

    —¿Qué pasará con los exámenes pendientes, señor? ¿Cuándo se realizarán?

    —Según sé, a usted no le corresponde la elaboración de ningún examen adicional, señorita Granger, sus notas siguen siendo igual de impecables que de costumbre. —Hermione se sonrojó bajando el brazo—. Lo que me hace pensar que plantea su duda poniéndose en el complicado lugar de algunos de sus compañeros que, en cambio, sí los necesitan, ¿estoy en lo cierto?

    —Sí, señor. —La voz de Hermione sonó apenas como un susurro.

    —Puede comunicarle a sus compañeros, señorita Granger, que realizarán esos exámenes de manera extraordinaria durante el verano.

    —¡Señor!

    —Usted dirá, joven Weasley.

    —¿Qué pasó anoche? —Cargado de curiosidad como estaba, Ron fue directo al grano—. Si cancelan las clases es por eso, ¿no? ¿Tiene que ver con Slytherin? ¿Qué ha pasado?

    —Ese asunto no es de su incumbencia, señor Weasley. —Snape tomó la palabra—. Y le advierto de las terribles consecuencias que sufrirá si sigue con sus acusaciones sin fundamento.

    Ron se agachó en su sitio, intentando cubrirse a un lado de Harry. Harry debía ser de los poquísimos alumnos contentos por el final de las clases, no podía creerse que esta misma noche durmiera bajo el techo de su protector. La emoción e impaciencia pudieron con su incansable curiosidad, cosa que ocurría muy pocas veces; siendo esta una de aquellas pocas veces.

    SPOILER (click to view)
    ¡Muchas gracias por leer mi historia! <3


    Edited by Flamingori. - 6/2/2024, 16:48
     
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    Yo no podré ver las luces de la ciudad en la noche, pero bien que vi el link de tu maravilloso proyecto en tu zona de firmas. Soy una cosa pero bárbara 🤙 sin embargo, más barbara estás tú que con tan poco tiempo en el fandom has hecho tremendo buen pedazo de capítulo; Ron sonó como Ron, Hermione como Hermione, Snape como Snape... uff 👌👌 ¿cómo le haces para ser tan pro?

    Anduve con sonrisa de pendeja todo el capítulo porque todo me está encantando. Me llevaste a mis años de adolescente cuando este ship estaba más vivo que nada y habían fics por doquier. la neta, lo que son tú y mi "daddy" Ñeh, me he vuelto a sentir chiquilla por las memorias bonitas que tengo de este fandom.

    Me estás dando mi otepe, omegaverse y todavía slowburn romance; el mejor tipo de romance en mi opinión. Qué hay mejor que esperar 500 capítulos para que los personajes acepten sus sentimientos (?), nada. Especialmente con estos dos que esto es básicamente su esencia, su dinámica como ship 🤟.

    Desde ya te digo que yes! Queremos omegas empoderados; especialmente Draco omega empoderado porque el chico tiene su orgullo; orgullo de sangre pura, de Malfoy. De pendejo se deja mangonear por el mestizo cara-rajada ese ✌️😎 nocierto Harry, yo te quiero mucho. Y hablando de Harry, yes! también queremos Harry alfa noble y principesco <3 porque si ese wey jamás se sintió mejor que nadie, siendo el puto jodido niño que vivió, ya va a estar abusando de su poder siendo alfa, JA. no digas mamadas merijane.

    Pues nada Bakao; es más que obvio que tienes una fiel lectora aquí en mí. Arma la historia como quieras, como se te dé la gana; a mí me hace feliz verte en el fandom y más importante, en este ship ❤️️ ahora sí te amo always.

    P.d: Efectivamente, incluso en Harry Potter Lego hay un nivel entero donde te pones a sacar los gnomos del jardín de la madriguera. Lego haciendo las cosas bien como siempre; Warner, aprende wey.
     
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    (puede que Harry haya creado el ejército de Dumbledore, pero yo con este fic he descubierto al ejército del drarry en el foro) 🔥🔥🔥

    🦉



    CAPÍTULO 2. EL EXAMEN EXTRAORDINARIO DE POCIONES EN ROTHIEMURCHUS
    La casita que Sirius Black había alquilado para pasar este verano era de lo más humilde si se comparaba al hogar de su infancia. Aunque esta pequeña cabaña en pleno bosque de Rothiemurchus (entre las Tierras Altas de Escocia y protegida por barreras mágicas) pertenecía a una familia de muggles y cumplía las delicias de Harry, demasiado acostumbrado todavía al cobertizo de los Dursley. Despertaba con el olor del sirope en las tostadas, siempre algo quemadas, así de despistado era Sirius en la cocina, pasaban las horas parloteando mientras paseaban por el bosque o descansaban a las orillas del lago. Harry hasta pudo permitirse el lujo de echarse más de una siesta bajo los árboles, disfrutando del sol colándose entre las hojas y la sensación de tener tiempo libre.

    Hedwig estaba igual de entusiasmada con estas vacaciones, la lechuza podía sobrevolar todo el bosque y regresar a la cabaña a dormir. También había descubierto en Sirius un par de manos expertas en acariciar sus plumas, dejándola adormilada con un par de caricias. Sirius decía que siempre había congeniado mejor con los animales que con las personas, y tener a la lechuza dormida en su regazo casi desde el primer día en la cabaña era prueba de ello.

    La calma duró exactamente hasta el 31 de julio, el cumpleaños de Harry. Aunque la fiesta fue maravillosa con Ron y Hermione como invitados, celebrando entre montañas de dulces y chucherías, y viendo películas de terror durante toda la noche (Ron juró no volver a meterse en el mar por si acaso apareciera un tiburón); lo que ocurrió los días siguientes, ya en agosto, influiría en la vida de Harry para siempre. Había empezado con una sensibilidad extrema a ciertos olores, aquella mañana no le hizo falta escuchar los chillidos de Hedwig para saber que venía volando con un sobre entre sus garras, pudo oler la humedad de sus plumas al haber volado bajo el sereno de la noche, atravesando la niebla que se formaba entre los árboles. También pudo detectar nuevos olores en Sirius con el paso de los días, a veces aparecía en la cabaña oliendo a pelo de perro mojado, a la tierra y el barro incrustados en su ropa, y a una tercera cosa que le recordaba al olor del cloro mezclada en su aliento.

    —Vaya, vaya. —Sirius soltó una risilla nerviosa cuando Harry le preguntó por ese olor tan curioso, prefirió cambiar de tema—. Has cumplido 14 años, ¿no? Sé lo que te pasa, Harry.

    —¿Qué es? ¿Qué? —Se había acercado a la cómoda del salón para recoger el sobre que dejó Hedwig sobre el mueble, se detuvo para mirar a Sirius con interés.

    —Eres un Alfa, como tu padre. —Sonrió con cariño, viendo cada vez más de James en Harry—. Ah, se vienen tiempos complicados para tu cuerpo, es mejor estar prevenidos, ¿quién sabe qué compañeros tendrás este año en Hogwarts? Puede ser un auténtico caos.

    —¿Un Alfa? —Harry le miró sin entenderlo del todo—. ¿Alfa como en las historias de magos antiguos? ¿Esos Alfa? ¿Mi padre era un Alfa?

    —No tienes idea de nada, ¿verdad? Alfas, Omegas, también los Betas. ¿Nunca oíste nada de esto?

    —Solo lo básico, supongo. Mis tíos no son un ejemplo de gente comunicativa, y nunca mencionaron algo así en Hogwarts. ¿Es importante?

    —¡Y tanto que lo es, hombre! —Se acercó para darle unas palmaditas en el hombro, apartándose rápido, la nariz de Harry volvía a arrugarse al tenerle cerca, detectando el aroma que traería con él—. Espera, ¿nada en Hogwarts? ¿Ni siquiera una charla orientativa? Eso es demasiado imprudente para un director como Dumbledore, no puede ser. Ah, ¡claro! Supongo que te lo explicarán este año, tiene sentido, este año todos los de tu curso tendréis 14 años.

    —Sirius, si sabes algo…-

    —Te lo explicarán todo mucho mejor en Hogwarts —le interrumpió sacudiendo la mano en el aire—. No te preocupes. No te pasa nada malo. Ahora, ¿qué dice la carta?

    Haciéndole caso, Harry le restó importancia a la conversación sobre ser un Alfa y centró su atención en la carta. El mensaje era breve, pero le hizo palidecer de inmediato.

    —Sirius, ¿qué día es hoy?

    —Martes.

    —No, no. El día, ¿a qué día estamos?

    —Ah. Once de agosto.

    —¡Mañana viene Snape a hacerme el examen de Pociones! —Le enseñó la carta presa del pánico.

    «El día doce de agosto a las diez de la mañana» —leía Sirius con dificultad, pues la mano de Harry temblaba tanto que el papel no paraba de moverse, haciendo bailar las letras frente a sus ojos—. «Disponga de su caldero y los conocimientos necesarios para superar mi examen, yo mismo le proporcionaré los ingredientes. Es su oportunidad de demostrarme que no se ha pasado todo el verano haciendo el vago, señor Potter». ¡A estudiar! ¡Ahora! —Señaló la habitación del fondo, el dormitorio de Harry—. Avisaré a Remus, quizá podamos ganar algo de tiempo.

    —No sabía que mantuvierais el contacto.

    —¡Vete a estudiar de una vez!

    *



    Exactamente a las diez de la mañana del día siguiente sonaron dos toques en la puerta de la cabaña. Sirius se encargó de abrir, encontrándose con la expresión seria de Snape y el gesto amistoso pero adormilado de Remus a su lado, saludando con la mano.

    —¿El señor Potter está preparado?

    —Sí, sí, claro. Pasad, se está poniendo el uniforme. —Se hizo a un lado para que pudieran entrar en la cabaña—. Le dije que sería más cómodo hacer el examen en pijama, pero no me hizo caso y prefirió cambiarse de ropa.

    —Lo celebro —dijo Snape tomando asiento en la mesa, era circular y diminuta, con solo dos sillas flanqueándola—. La situación ya es bastante irregular de por sí como para añadirle más irregularidades.

    —¿Tienes chocolate, Sirius?

    —Sí, en el cajón de arriba.

    —¡Es verdad! El de abajo es para los cubiertos. Siempre me olvido.

    —A este paso pondré una etiqueta en el tirador: «Remus, aquí tienes las cucharas y tenedores. Arriba, el chocolate».

    —No te voy a mentir, sería la mar de útil. Con la de veces que he venido y nunca me acuerdo.

    —Será porque no bebes chocolate cuando vienes.

    —Debe ser por eso, sí.

    —Por favor, me vais a hacer vomitar con tanta carantoña.

    Remus carraspeó y Sirius ocultó su expresión avergonzada mirando por la ventana, buscando algo que decir, lo que fuera. Lo encontró al ver a Hedwig volando de regreso a la cabaña, colándose por la chimenea y posándose en su hombro para recibir un par de caricias.

    —Oye, Quejicus —Snape chasqueó la lengua, Remus prefirió centrar su atención en su taza—. ¿Sabes que Harry también es un Alfa?

    —Genial, otro Potter amenazando con morder el cuello de la gente.

    No hubo ninguna risa tras el comentario, cargándose el ambiente de un silencio muy tenso que no se rompió hasta que Harry llegó, vestido con su túnica de Gryffindor y cargando con su caldero. Lo dejó en el centro de la sala, sobre una alfombra desgastada y se giró hacia Snape, que le entregó una bolsa con los prometidos ingredientes.

    —Prepare debidamente su puesto de trabajo, señor Potter. —De un golpe de varita hizo surgir una mesa lo suficientemente alargada como para colocar todo sobre ella—. El examen ya ha comenzado.

    *



    Pasado el mediodía Harry volvió a aparecer en la sala, que comunicaba con la cocina sin necesidad de paredes, quizá la sala se metiera en la cocina o era la cocina la que se metía sin permiso en la sala, costaba distinguir una estancia de otra. Llevaba puestos unos vaqueros y una camisa cualquiera, ropa bastante más cómoda que el uniforme escolar. Encontró a Remus todavía aquí, sentado en una de las sillas frente a Sirius, charlaban de un asunto privado dado el tono de voz tan bajo y las manos de ambos sobre la mesa. No pudo distinguir si Remus acarició los dedos de su padrino o si fue su taza antes de saludarle.

    —¿Cómo estás, Harry? ¿Se te han pasado los nervios? He hecho chocolate, ¿te gusta el chocolate o prefieres otra cosa?

    —El chocolate está bien.

    Harry se acomodó las gafas antes de sentarse en una tercera silla que Remus hizo aparecer. Aceptó también el chocolate caliente que empezó a llenar su taza y un par de galletas que había sobre la mesa.

    —No puedo creer que haya aprobado, estaba de los nervios. Snape es demasiado exigente con sus alumnos.

    —Lo es con todo el mundo —le dijo Remus—. Es su manera de preocuparse, solo quiere lo mejor para vosotros, sus alumnos, quiere prepararos todo lo posible. Y tú especialmente deberás estar preparado, Harry. Este año en Hogwarts será muy distinto para ti, eres un Alfa. —Advirtió—. Puede haber problemas si no te preparas lo suficiente. La adolescencia es complicada para cualquier persona, pero más para los Alfas y los Omegas.

    —¿Y eso por qué?

    —¿No es obvio? Por la atracción que os une, es irrefrenable. Estáis destinados a desearos el uno al otro, lo queráis o no, está escrito en vuestro instinto. Soy un Beta, así que no puedo describirte muy bien cómo se sentirá tal atracción, pero… Pero sí he visto. —Carraspeó mirando a Sirius—. Hemos visto lo poderosa que es. Peor que cualquier maldición que puedas imaginarte, no se puede escapar de ella.

    A Harry le costaba creer que existiera algo más poderoso que la magia.

    —Déjame hablarte de uno de los casos más complicados que conozco. —Sirius tomó la palabra esta vez—. Es la historia de una pareja de magos, Beta y Alfa. Una unión mal vista entre los más puristas de la sangre, pero no tan extraña como te piensas, de hecho, es un arreglo bastante común dado el bajo número de Omegas que existen. Los Omegas son cualquier cosa menos comunes, y los «puros», como se empeñan en llamarlos los arcaicos seguidores de la sangre limpia, son extraordinarios. Uno entre un millón, como aquel que dice.
    »Dicha pareja se amaba, se amaba con locura, Harry. Los corazones latían como uno solo y costaba saber cuándo lo hacía uno o lo hacía el otro. Tenían planes de boda, querían compartir la vida juntos, formar una familia y realizar cualquier proyecto en común que puedas imaginarte. Pero el instinto del Alfa nunca se durmió, puede que su corazón fuese feliz, y desde luego lo era, pero el destino es cruel, ¡es tan cruel, Harry! Un Alfa no se siente completo si no tiene a un Omega consigo, tal es el poder de la atracción que te ha contado Remus.
    »El Alfa de esta historia se perdió a sí mismo cuando apareció el Omega, sin importar lo mucho que lucharan ambos por resistirlo, fue imposible. Lo más doloroso es que, aunque conectados sus cuerpos, no lo pudieron estar nunca sus corazones, pues ya amaban a alguien más. Entre Alfa y Omega domina un instinto primitivo, crudo y animal, los hace capaces de matar, los hace perder la cabeza, los hace caer en un pozo muy profundo del que es muy difícil salir, Harry. No soportaría verte ahí. No lo soportaría —repitió.

    —Pero, no lo entiendo. —Harry miró de Sirius a Remus pidiendo explicaciones—. ¿Qué pasó con el matrimonio Beta? ¿Qué pasó después de que llegara el Omega? ¿Qué fue de ellos?

    —Después vino la muerte, tanto literal como metafóricamente hablando. —Completó Sirius tan triste relato—. Beta y Alfa descansan bajo tierra, y el Omega ha muerto en vida. El duelo, el shock de la pérdida, quién sabe si la culpa, todo ello acabó con el más mínimo rastro de su instinto, suprimiéndolo.

    —Es vuestra maldición particular, Harry —dijo Remus—. Deseáis como nunca nadie podría desear a otra persona, pero no podéis amar libremente; ese privilegio es solo de los Betas.

    —¿Cómo que no? ¿Y si me enamorase de un Omega?

    —Parece lo más lógico, pero no ocurre casi nunca.

    —¿Por qué?

    —Los Omegas son muy poco comunes en comparación con los Alfas. Y, de encontrar un Omega, no serías el único en dar con él. No te haces una idea de lo sangrientos que son los enfrentamientos entre Alfas por reclamar para sí a un Omega, han sido incontables las guerras causadas por el mismo motivo, innumerables las muertes.

    —Harry, ignora esas historias de batallas y ejércitos desmembrados. Lo más común es que un Alfa se enamore de un Beta, pero lo mande todo a la mierda si en el camino conoce a un Omega.

    —¡Sirius, ese lenguaje! Harry, tendrás una asignatura sobre esto en unos meses, guarda tus preguntas para entonces.

    *



    Quedaban apenas tres días para el comienzo de las clases, hoy Harry había quedado con Ron y Hermione, y la familia de ambos, para hacer las compras reglamentarias en el callejón Diagon. Sirius también se apuntó al plan, sintiéndose verdaderamente honrado de presentarse como familiar de Harry. Por esta razón, Harry esperaba verle sonriente y animado esta mañana, terminando de preparar un disfraz que le volviera irreconocible, pero le vio de lo más serio, con expresión preocupada y la vista perdida en la ventana.
    Supo que Remus había estado aquí, podía olerlo, y sintió curiosidad.

    —Sirius, ¿por qué cuando Remus se marcha, se queda flotando un olor como a cloro?

    —¿A cloro?

    —Sí, es algo muy suave y sutil, como el agua. Pero huele, puedo olerlo. Está muy presente. También lo huelo en tu aliento a veces.

    Sirius enrojeció de golpe, y Harry supo que no debía seguir preguntando por ese olor en particular. Se acercó a la cocina para ponerse en un plato dos tostadas, recién hechas pero quemadas por los bordes, y un zumo de naranja.

    —Remus me ha hablado de los alumnos de este año —dijo Sirius—. Vas a tener problemas, Harry.

    —Oh no, ¿voy a tener más asignaturas con Snape?

    A Sirius se le escapó una risita, mandando al traste su imagen de adulto serio.

    —Eso sería un infierno, sí —admitió intentando recuperar la seriedad que merecía el asunto—. Pero el problema es otro: hay un Omega en Hogwarts.


    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO: ⬇️
    *sé bien que Remus y Sirius tienen sus apodos (Lunático y Canuto), pero no me gustan, así que en esta historia se llamarán por sus nombres. Están casados, dejad que se llamen como les dé la gana, un matrimonio es cosa de dos (?)

    *el misterioso olor a cloro que detecta Harry es semen, ¿por qué cloro? Porque «si el hombre tiene una alimentación alta en carnes, embutidos o grasas, el olor de su semen tiende a ser más fuerte, se asemeja al olor del cloro». Remus es un licántropo y Sirius medio perro, señoría no hay más preguntas.


    Edited by Flamingori. - 18/2/2024, 22:41
     
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    Weeeeeeeeeeeeeey, el cerebro se me estaba derritiendo con eso del cloro. El hamster en mi cabeza dio todo para girar la ruedita en mi cerebro lo más que pudo y hallar la respuesta. Si no pones las notas finales, hubiera quedado igual de confundida que cuando empecé a leer. LOOL.

    Ahhh, pero si es mi snames ahí sí mi cerebro es toda una máquina bien aceitada. Capté perfectamente la idea en la historia del Alfa, la beta y el omega; aunque por qué tuvo que ser meramente instintivo tho...
    SPOILER (click to view)
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    Al menos eso es lo que yo creo que entendí lol; comprendí que así fue la dinámica porque veo que hiciste como en el canon, tanto James como Severus amaron a Lily, entonces así también es aquí. Tiene perfecto sentido y me suena congruente la forma de abordar este ship. ya sabes Bakao que de mí esperas amor y disgusto al mismo tiempo; porque soy cambiante, porque nunca me decido, porque soy cáncer y así somos, tsunderes🦀

    Uyyyyyyyy chica 💅 ya se viene...
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    El más hermoso de todos los hermosos~

    Gracias bendito Dios que te está dando todos los ánimos e inspiración para escribir ;3; <3 amo~

    P.d: Bonito guiño a la escena de la parte tres donde, igual, el Wolfstar habla y habla y Snape interrumpe a la feliz y obvia pareja~
     
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    CAPÍTULO 3. LA LISTA DE LOS CATORCE ALFAS Y EL ÚNICO OMEGA
    Era el último día de vacaciones, y Sirius parecía dispuesto a contarle a Harry mil cosas antes de que volviera a Hogwarts. Le había hablado de los Alfas, de los Omegas y de los Betas. Le habló de los comportamientos más comunes entre unos y otros, de las costumbres que parecían repetirse generación tras generación. Le habló también de los años vacíos en Hogwarts, años donde no hubo ni Alfas ni Omegas entre los alumnos, siendo uno de los periodos más tranquilos que se recuerdan de la escuela.

    Y, lo más importante, le habló del incidente ocurrido en junio, el que obligó a adelantar el fin de curso dos semanas.

    —Esto que te cuento es confidencial, pero imagino que no tardarás en contárselo a Ron y a Hermione. —Sirius suspiró viendo a Harry sonreír con un gesto cómplice—. En Hogwarts os dirán que hubo una pelea entre varios estudiantes, cosa que si bien es cierta, es una versión incompleta. No os dirán el auténtico motivo de la trifulca, y mucho menos el estado en el que quedaron algunos de los alumnos.

    —Sirius, me estás asustando, ¿ha muerto alguien?

    —No, no. Al menos esta vez, no.

    —¿Esta vez?

    —¿Recuerdas las guerras de las que te habló Remus hace unos días? —Harry asintió, recordaba muy bien aquella conversación—. Fue una pelea de Alfas. El Omega en Hogwarts cumplió los 14 años, digamos que «despertó», recuerda que a ti te pasó lo mismo el mes pasado. El caso es que hay Alfas en Hogwarts, y al descubrir que también hay un Omega, bueno… El resultado pudo haber sido mucho peor, muchísimo peor. Menos mal que Remus estaba por allí, un licántropo puede hacer frente a un grupo de Alfas sobreexcitados.

    —Así que, ese día el Omega «despertó», ¿y un grupo de Alfas se peleó por él?

    —Básicamente, sí.

    —Como perros.

    —Primero, no hay nada de malo en ser un perro, salvo las pulgas. —Se rascó un lado de la cabeza con fuerza, dejando su cabello desarreglado por el resto del día—. Y segundo, sí, como perros. Si no te uniste a ellos fue por pura suerte, tú seguías aletargado —le dijo señalándole, queriendo ignorar la pulga que saltó desde su dedo índice al suelo—. Pero, te recuerdo, ya no lo estás. Debes tener muchísimo cuidado con ese Omega, Harry. Aléjate todo lo que puedas de su camino, es peligroso. Y más sabiendo quién es, ¡no podía ser peor!

    —¿Sabes quién es?

    —Ay, mucho me temo que tú también le conoces.

    *



    Ron escupió por la nariz el refresco de cola que se estaba bebiendo, Hermione dio un grito con tal espectáculo y alzó el libro que había traído con ella, apartándolo de la espuma azucarada que escupía Ron. Harry, sentado en el asiento de enfrente no pudo parar de reír durante un buen rato, incluso al mirar por la ventana para comprobar que el expreso seguía avanzando sin parar hasta Hogwarts.

    —¿Estás diciendo que Malfoy es el Omega? —Ron le miró limpiándose la nariz con la manga de su chaqueta—. ¿La razón por la que nos mandaron a todos a casa? ¿Él, de entre todos los alumnos que habrá en Hogwarts? Qué mal, no quiero deberle nada a ese. De haber sabido que fue cosa suya que nos enviaran antes a casa no me hubiera ido. ¡Prefiero quedarme en clase!

    —Me pregunto si habrá cambiado algo en él. —Hermione se llevó una mano a la barbilla en un gesto pensativo—. Según he podido leer, tanto Alfas como Omegas sufren cambios hormonales más bruscos que los Betas.

    —Tú eres ahora un Alfa y no te veo diferente, Harry. ¿Tú te sientes diferente?

    —No lo sé, Ron. Me veo igual que siempre. ¡Ah! —Olfateó el aire, descubriendo que el carrito de las chucherías acababa de entrar en su vagón—. Tengo mejor olfato, cada vez huelo más cosas. Sirius me dijo que mi padre era capaz de moverse por Hogwarts con los ojos cerrados usando solo la nariz. Hicieron una apuesta y parece que Sirius perdió mucho dinero con eso.

    —No quiero que te ofendas, Harry, pero los Alfas os parecéis demasiado a los perros.

    —Según he podido leer. —Aquella era una de las frases favoritas de Hermione, siempre que la decía no costaba imaginarla enfrascada en la lectura de una enciclopedia entera—. Los Alfas presentan un comportamiento típicamente gregario, suelen ser individuos muy sociales.

    —¿Gregario?

    —¿Qué es eso?

    A Hermione se le escapó una risita, Harry y Ron lo habían preguntado a la vez.
    —Quiero decir que tienden a moverse en grupos, como manadas. Sobre todo en centros escolares o lugares de trabajo, donde varios Alfas pueden coincidir durante tantas horas en el día. —Explicó de lo más orgullosa de sus conocimientos en el tema—. Una manada de Alfas no es especialmente dañina, dependiendo de la personalidad que tenga cada individuo, claro. No podemos esperar que un grupo de personas malvadas haga cosas buenas. Los problemas ocurren, la mayoría de las veces, cuando ese grupo descubre a un Omega. El instinto reproductor —se sonrojó, pronunciando muy despacio la palabra— gana terreno sobre vínculos familiares o afectivos. Entonces el olor de cada Alfa cambia para que se vuelva insoportable al resto, sus antiguos compañeros convertidos ahora en rivales. —Harry recordó el olor a huevos podridos de Marcus Flint, se preguntó si ahora le consideraría un enemigo—. He leído historias de Alfas que han matado a todos los de su grupo, de esta forma eliminan a la competencia y se convierten en la única pareja disponible para el Omega.

    —Qué locura.

    —Aunque lo normal es un vínculo de monogamia entre un Alfa y un Omega, también he leído algunos informes sobre un fenómeno de colmena ocurrido en Singapur en el siglo XIX. Es un hecho único en la historia, ese grupo de Alfas se sometía a las órdenes del Omega, le servían y veneraban como a un ser divino a cambio de… Bueno, ya sabéis, «eso».

    —¿Eso?

    —Sí, Ron, «eso».

    —¡Ah! ¡Ah, vale! —Ron tosió un par de veces, su piel estaba tan roja que costaba distinguirla de su pelo—. De acuerdo, «eso» es una locura todavía mayor. Harry, ni se te ocurra acercarte a Malfoy este año, ¡imagina que te lava el cerebro y acabas siendo su mayordomo! ¡O algo peor! ¡Mucho peor! ¡Qué horror! ¡No quiero ni pensarlo!

    *



    La figura de Hagrid era tan gigantesca que llamaba la atención incluso frente a unas puertas tan enormes como las del castillo de Hogwarts. Los estudiantes echaban un vistazo rápido al cartel que colocaba, clavándolo en un poste de madera, pero eran pocos, muy pocos, los que se paraban a leerlo. Esto hacía resoplar a Hagrid, como si su trabajo no se tuviera en cuenta, ¡y lo difícil que había sido talar un árbol del Bosque Prohibido sin hacer enfadar a los centauros!

    —¡Hagrid!

    —¡Chicos, qué alegría veros! —Sonrió al ver a Harry, Ron y Hermione. A diferencia del resto de alumnos, se pararon con más interés en saludarle que en leer el anuncio—. ¿Cómo habéis pasado el verano?

    —He podido leerme todos los libros del curso, pero me gustaría pasar por la biblioteca para realizar cuanto antes las lecturas complementarias.

    —No esperaba menos de ti, Hermione. Tan aplicada como siempre. ¿Tú qué tal, Ron? ¿Qué has hecho este verano?

    —¡He hecho de todo! Mi madre me ha tenido todo el verano siendo el chico de los recados. —Se quejó—. Tuve que hacer la compra casi todos los días, cuidar del jardín los fines de semana, atender el correo, ¿sabes la de cartas que recibimos en casa? ¡Parece una oficina postal! También tuve que cuidar de Ginny durante una semana entera, tuvo una gripe terrible y no pudo ir al cumpleaños de Harry, todavía sigue enfurruñada por ello.

    —Vaya, no has parado ni un momento; me parece que vienes a Hogwarts a descansar. —Hagrid rio apoyándose en el cartel, ignorando el crujido del poste de madera por el repentino peso sobre él—. ¿Qué hay de ti, Harry?

    —Yo he descubierto que soy un Alfa.

    Hagrid comenzó a toser con tanta fuerza que se sintió ahogarse. Se apartó del cartel y lo señaló mientras tosía.
    —¡Eres uno de ellos! ¡Los de la lista!

    Entonces tanto Harry como Ron y Hermione se tomaron la molestia de leer el cartel. La letra, de trazo fino y en cursiva, era demasiado elegante como para haberla escrito Hagrid. Su trabajo se limitaba a colocar el cartel a la vista de los estudiantes, no a redactarlo. Tampoco se había molestado en leerlo del todo, así que no sabía que la mitad superior del cartel hablaba de una nueva clase, y la mitad inferior enumeraba a los alumnos obligados a cursar dicha materia.

    «Se hace saber a los 14 alumnos catalogados como Alfas y al único alumno catalogado como Omega que están obligados a asistir a una nueva clase: “Fundamentos de las relaciones entre Alfas y Omegas”. Los alumnos a partir de cuarto año catalogados como Betas también podrán asistir de manera voluntaria a esta clase. La clase se impartirá en el Aula 6B, los viernes de 16:00 a 18:00».

    —«De manera voluntaria». —Leyó Ron—. Eso significa que no tengo por qué ir, ¿no? ¡Genial!

    —Ron, ¿qué dices? ¡Tenemos que ir! —Hermione tiró de su capa, sacudiendo a Ron en el sitio—. No podemos dejar solo a Harry, ya sabes quién es ese «único Omega».

    —Ya veo que estáis muy bien informados —les dijo Hagrid—. Seguro que Dumbledore se alegra mucho de veros en su clase.

    —¡¿Dumbledore será el profesor?!

    Lo gritaron casi al unísono. No se trataba de ningún secreto, pero Hagrid lamentó haber desvelado el misterio en torno a la identidad del profesor. Pidió guardar silencio sobre el asunto y agradeció que le hicieran caso, aunque no quiso seguir tentando a la suerte y se marchó con prisas, alegando que tenía muchísimas tareas pendientes de cara al comienzo del curso.

    *



    Ron y Hermione decidieron ir a los dormitorios para organizar sus cosas, por su parte, Harry prefirió hacerle una visita a Dumbledore. Estaba de lo más emocionado por tener a un mago tan poderoso como él de profesor, también estaba seguro de que teniendo un mentor como Dumbledore no iba a quedarle ni una sola duda respecto a su propio género y naturaleza.

    El acceso a las mazmorras no estaba ni siquiera cerca al despacho de Dumbledore, pero un olor nuevo surgió de por allí. Un olor tan intenso que le hizo detenerse en el sitio, olfateando el aire, ¿qué era? No conseguía identificarlo, nunca había olido algo así antes. Dejó a un lado las preguntas que pensaba hacerle a Dumbledore sobre la nueva clase y bajó por los pasillos de las mazmorras. Los recorrió afinando su olfato todo lo que le fue posible, pero seguía caminando y seguía sin saber qué era. Lo único que sabía de este olor tan misterioso es que le resultaba demasiado agradable, de alguna forma tomaba el control y guiaba cada uno de sus pasos, debía dar con su origen a como diera lugar. Debía descubrir de dónde venía.

    Aunque avanzaba decidido, se detuvo al escuchar un par de voces conocidas. Por un lado, las voces de Snape y Dumbledore, por otro, la voz de Lucius Malfoy. Harry se escondió tras la esquina del pasillo, sabiendo muy bien que no se debía espiar conversaciones ajenas, que era justo lo que estaba haciendo.

    —No correré ningún riesgo con respecto a mi hijo —decía Lucius—. Confío en que se hayan tomado las medidas necesarias para que el incidente de este verano no vuelva a ocurrir.

    —Te lo garantizo, Lucius. —Hablaba esta vez Snape—. Informaremos al resto de alumnos sobre la nueva situación, también hemos dispuesto una ampliación en los dormitorios de Slytherin, Draco dormirá lejos de cualquier Alfa. Y, en cualquier caso, estará bajo mi protección.

    —La estricta protección de Severus me parece la única medida necesaria y efectiva, señor Malfoy. —La voz de Dumbledore sonó con cierto fastidio, como si hubiera hablado muchas veces de este tema y no se le hiciera nunca el menor caso—. Aislar a su hijo dentro de su venerable casa, privándole de socializar con sus propios compañeros no me parece correcto. Los jóvenes necesitan intimar en sus relaciones para poder forjar cualquier amistad de cara al futuro.

    —Sabré yo mejor que nadie cómo criar a mi hijo, ¿no le parece? —Lucius hablaba entre dientes, hacía un gran esfuerzo por no dejarse llevar por la rabia—. Ahora mismo, él es lo más valioso que puede ofrecer este colegio ruinoso, exijo que se le trate como es debido.

    Dumbledore le prometió que así sería y le acompañó hasta la salida, verlos caminar juntos uno al lado del otro era una visión extraña. Detrás de Snape se abrieron las puertas de su despacho, se asomó una cabecilla rubia por ellas, saliendo el resto del cuerpo con el gesto de su profesor.

    —¿Es verdad? ¿Voy a dormir solo en mi propia habitación?

    —Considérelo algo así como una suite privada, señor Malfoy.

    —¡Genial!

    —¿Y a usted qué le parece este arreglo, señor Potter? ¿Ha venido a darnos su opinión?

    Harry suspiró saliendo de su escondrijo, que tampoco lo era tanto, solo se había cuidado de que no le vieran en la esquina del pasillo. Caminó hasta Snape sin atreverse a alzar la cabeza, temía qué se encontraría cuando viera a Draco, ¿le haría volverse loco? ¿Le haría lanzarse a por el primer Alfa que viese en cualquier clase? ¿O, como aquellos Alfas de Singapur, cumpliría cada uno de sus deseos a cambio de…? No, no iba a pensar en «eso».

    Se atrevió, al fin, a enderezarse y mirar a Draco. Le vio igual que siempre, tal y como lo recordaba hacía unos pocos meses. Le vio tan igual que hasta se sintió decepcionado. El único cambio llamativo en él, además de unos centímetros más de altura, era el grueso collar metálico que cubría casi todo su cuello. Lo decoraban filigranas y adornos de tonos verdes, supuso Harry que serían auténticas esmeraldas, dado el dinero que tendría la familia Malfoy, sospechaba que el collar entero sería de plata.

    —Buenas tardes, Potter. —Saludó Draco con cierta burla—. Haciendo el ridículo como de costumbre, ¿verdad?

    Harry supo en ese momento que algo sí había cambiado en él, la mirada de Draco, aunque siempre afilada y socarrona, nunca le había dado escalofríos; ahora sentirla sobre él había hecho hasta sus tobillos temblar. Su garganta se secó, impidiéndole casi respirar, y al no verse capaz de decir nada, se dio la vuelta y empezó a andar en completo silencio. Su corazón latía con fuerza, retumbando en sus oídos, hacía tanto ruido que casi no pudo oír la voz de Snape:

    —Qué rápido empiezan los problemas este año —susurró escuchando la risa de Draco, burlándose de Harry sin ser consciente de que intentaba rascarse la nuca por sobre el collar.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO: ⬇️
    (el cartel que coloca Hagrid)
    si supiera de formatos lo dejaría bastante más bonito PERO os toca conformaros con la cursiva

    «Listado de los catorce alumnos de Hogwarts catalogados como Alfas que, por tanto, deben asistir a “Fundamentos de las relaciones entre Alfas y Omegas” cada viernes:
    -Harry Potter, Neville Longbottom (estudiantes de cuarto año de Gryffindor)
    -Blaise Zabini, Pansy Parkinson (estudiantes de cuarto año de Slytherin)
    -Marcus Flint, Lizo Golden, Peter L. Phant, Tony O’deal (capitán y jugadores del equipo de Quidditch de Slytherin)
    -Ian Parley, Gabriela Igrek (prefectos de Slytherin y Hufflepuff, respectivamente)
    -Nicole Rahman, Halsey Scherzinger (estudiantes de quinto año de Ravenclaw)
    -Francis Rexha (estudiante de último año de Gryffindor)
    -Dionna Cooper (estudiante de cuarto año de Hufflepuff)

    A esta lista debe sumarse también Draco Malfoy (estudiante de cuarto año de Slytherin) único alumno catalogado como Omega».
     
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    ya tengo la lap por fin para dejarte comentario; yo no puedo ignorar mis ansias por dejar una opinión que nadie me pidió

    Blaise y Neville ¿¡ALFAS!?
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    SPOILER (click to view)
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    Es que de nuevo, cómo no voy a venir corriendo a dejarte comentario cuando haces estas cosas; cuando cada vez que haces capítulo nuevo, metes detalles que me encantan. Neville mi vida, ALFA <3 <3 en la mayoría de fics lo encuentro como el sumiso u omega; ya están saliendo más fics con él como alfa pero ¡ay ay ay! amo que en el tuyo también sea así, que te hayas ido por esa pendiente <3 Neville Longbottom es señor león a mucha honra <3 y Blaise... <3 <3 es sin duda uno de los personajes de Rowling que me tienen muy fascinada. ¿Que si estoy muy ardida de no ver tanto de él en las pelis? claro que sí :} ¿en los libros? también. Lo admito, Zabini es más un personaje que terminé idealizando (?) mucho por los fics, evidentemente porque me encontré fanfics con un Blaise Zabini muy gallardo, muy príncipe, muy sangre pura, muy galán jijiji. Pero eso, que estoy bien enamorada del tipo <3 y lo reconozco, tengo un gusto bien culposo cuando leo que ponen a Blaise como ex de Draco. Porque aunque amo mi drarry con toda el alma, hasta el núcleo, me parece tan mágnifica idea la dupla de Blaise y Draco como algo más que amigos. Datazo que nada tenía que ver aquí pero dejé salir :v

    ¡Epa! se ve que ahí hay onda 😏😏 ese temblor al ver los ojos plateados de Draco; esa acción inconsciente de rascarse el cuello esperando una mordida, debe ser atracción sexual 😏😏 (?)

    Ansiosa por el siguiente capítulo <3 vayamos a la primera clase especial para alfas y omega, juasjuas <3

    Pd: Yo tengo el headcanon que Lucius Malfoy es, en efecto, un buen padre. Muchos escritores me lo ponen bien hijodeputa con Draco pero yo sí creo (y obvio me gusta leer) que Lucius genuinamente se preocupa por él y que las cosas que hace siempre son para su bien. Me gusta pensar que le gusta malcriarlo, mimarlo y protegerlo. Por eso el que hayas puesto a Lucius exigiéndole a Dumbledore y diciéndole "Ahora mismo, él es lo más valioso que puede ofrecer este colegio ruinoso, exijo que se le trate como es debido." JAJAJAJAJAJA <3 Tantos idiomas en el mundo y Lucius decidió hablar basado 😎

    P.d.d: Feliz navidad Yaoi-bakao <3 gracias por el capítulo, de verdad fue una bonita sorpresa navideña <3
     
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    CAPÍTULO 4. EL LINAJE DE LOS MALFOY
    La vida de Draco Malfoy estaba llena de decisiones tomadas en su nombre, sin tener en cuenta su opinión. La primera ocurrió nada más nacer, se le apartó de los brazos de su madre, se ignoró su llanto desesperado de neonato y, luego, se le dejó caer. De Draco haber sido un squib, se habría estampado de mala manera contra el frío suelo y, de haber sobrevivido a la caída, hubiera crecido rodeado de la más pura indiferencia y el desprecio de sus propios padres, ¿existía algo peor que un muggle? Sí, un squib. El apellido Malfoy era demasiado poderoso como para concebir seres no mágicos.

    El caso es que Draco cumplió con las altas expectativas de su familia con apenas cinco minutos de vida fuera del útero materno, porque no se estampó contra el suelo sino que se quedó flotando a un par de centímetros, sin parar de llorar pero completamente ileso. Fue entonces cuando Narcisa aceptó tenerlo en sus brazos y Lucius asintió en un gesto silencioso, orgulloso no tanto de su hijo sino de lo que era capaz de lograr una genética poderosa. Esto sentó las bases en cuanto a lo que Draco debía ser capaz de hacer para no decepcionar a sus padres.

    La segunda decisión ocurrió nada más entrar en Hogwarts. Tardó más en colocarse el Sombrero Seleccionador que él en anunciarle a los cuatro vientos como alumno de Slytherin. Lo cierto es que Draco llevaba varias noches temblando de miedo, imaginando qué sería de él si acababa en otra casa, que su padre dejara de hablarle sería el menor de sus problemas, ¡toda su familia le despreciaría! Él, el único heredero de los Malfoy, ¿siendo un mediocre de Hufflepuff? ¿Una rata de biblioteca de Ravenclaw? O, peor aún, ¿un vulgar Gryffindor? No, no, imposible, él no podía ser otra cosa que un Slytherin. Sus padres llevaban años preparándole para serlo.

    La tercera decisión ocurrió al cumplir los catorce años. Aquel cinco de junio comenzó como un día bastante normal en Hogwarts, Vincent Crabbe y Gregory Goyle discutían sobre una nueva estrategia en los entrenamientos de Quidditch. Draco no les prestó demasiada atención ni siquiera en la sala común, donde Pansy Parkinson les mandó a callar amenazando con transformarles en dos ratas y dárselas de desayuno a la señora Norris. Aquello era normal, fue el repentino desmayo de Draco lo que no fue tan normal. Estuvo buena parte del día en la enfermería con la señora Pomfrey, a veces dormido, a veces despierto. En unas de aquellas veces en la que despertó vio a su padre, ya casi a media tarde.

    —Ve a por tus cosas, nos vamos a casa —le dijo.

    Draco quiso preguntar qué ocurría, pero la expresión tan seria de su padre le decía que era mejor ponerse en marcha cuanto antes sin hacer preguntas. Razón por la que prácticamente corrió hasta los dormitorios de Slytherin, tuvo que haber sido por esta última carrera que sentía su cuerpo acalorado, toda su cara ardía y hasta le costaba respirar. Intentaba hacer memoria de dónde pudo haberse enfermado, quién pudo haberle contagiado con algo tan latoso como una gripe o un resfriado; pensaba también a qué flor pudo haberse acercado demasiado, quizás esto fuese algún tipo de reacción alérgica.

    Se sorprendió cuando Blaise Zabini entró en los dormitorios dando grandes bocanadas para recuperar el aliento lo antes posible, bien parecía que había venido corriendo tras él. Dormía a unas camas de la suya, así que no pudo entender muy bien por qué avanzaba en su dirección.

    —¿Necesitas algo, Blaise? —Preguntó mientras abría su baúl, su fiebre debía ser grave dado el temblor de su mano sujetando la varita. Le estaba costando dirigir sus cosas al interior, empezaba a pensar que quizás hubiera sido mejor dejar que el personal del colegio se encargara de esto pero, ¿en qué lugar le dejaría a él? ¿Un vulgar resfriado le impedía usar magia? No, eso no era posible para un Malfoy.

    El chillido de Pansy fue tan repentino que cayeron buena parte de sus cosas al suelo, incapaz de mantener un encantamiento tan básico como el Wingardium leviosa. Draco consiguió girar la cabeza para ver cómo se lanzaba contra Zabini, mordiéndole la túnica y rodando ambos por el suelo mientras pataleaban. Por si esta imagen no fuera lo suficientemente extraña, llegó también el capitán Flint con otros jugadores del equipo de Quidditch, incluso los prefectos de Slytherin y Hufflepuff, aunque con muy pocas intenciones de salvar la situación dados los alaridos e insultos que soltaron. En cuestión de segundos todas las camas, baúles, libros y muebles se encontraban estampándose los unos contra los otros, guiados por hechizos y destellos de varitas. Aparecieron dos alumnas más de quinto año con sus oscuras túnicas de Ravenclaw y un alumno de Gryffindor que, a juzgar por los adornos de su ropa, estaba en el último curso. Draco vio inútil llamar a la calma, de tanto que se gritaban entre ellos iba a ser imposible que le oyesen, solo podía esperar el mejor momento para salir de allí sin llevarse ningún golpe.

    Descubrió pronto que no le hizo falta hacer nada, ni siquiera moverse. Un aterrador aullido se hizo eco por toda la sala, y una criatura tan terrorífica como lo era un licántropo se unió a la batalla. Dio zarpazos a casi todos los presentes y tres mordiscos al aire a modo de amenaza, rompió dos varitas que le apuntaban y se lanzó hacia Draco mostrando sus afiladísimos colmillos. Los ojos dorados de la criatura se clavaron en él, y en ese mismo instante se desmayó de pura impresión.

    *



    Despertó sobresaltado, con la mirada de aquella criatura todavía fresca en sus recuerdos. Se llevó la mano al cuello y apartó la sábana para poder ver su cuerpo, sorprendiéndose al comprobar que, aunque empapado en sudor, seguía de una pieza. Esperaba verse sin piernas, sin brazos o incluso sin vida, pero cada parte de su cuerpo estaba en su sitio, estaba echado en la gigantesca cama de su dormitorio. Reconoció la decoración a su alrededor y los cielos nublados (a pesar de estar ya rozando el verano) que se dejaban ver a través de la ventana, estaba en Wiltshire; estaba en casa.
    La sonrisa tranquila de su madre mientras entraba en su habitación se lo confirmó.

    —¿Cómo te encuentras?

    —Cansado.

    —Lógico, llevas tres días en cama.

    —¿Cómo que tres días…?

    —Cariño, eres un Omega. —Narcisa le interrumpió sin poder contener mucho más la emoción en su voz—. ¿Te das cuenta? ¡Un Omega puro! ¿Te das cuenta de lo importante que eres? ¿Te das cuenta de tu valía? ¡Y por partida doble! —Alzó primero el dedo índice y después el corazón—. No hay ninguna duda de que tu sangre mágica es pura, pero también lo es tu linaje como Omega. No ha habido ni un solo Beta en la familia. Tu padre y yo, tus abuelos y bisabuelos, hasta tus tatarabuelos han sido o bien Alfas, o bien Omegas. Tu valía es incalculable, Draco. Inconmensurable.

    «Inconmensurable», a Draco le gustó aquella palabra.

    —Hice una pequeña apuesta con tu padre, estaba convencido de que tú, como él, también serías un Alfa, pero la suerte ha estado de mi lado esta vez. Por no hablar de que estás en una posición privilegiada, ¿sabrías decirme por qué? ¿Lo recuerdas?

    Draco tuvo que ignorar el hambre y el cansancio, y hacer memoria. Sus padres habían actuado como tutores privados muchísimas veces, ya fuera explicándole alguna noción básica sobre la magia (cómo sostener la varita o cómo montar en escoba, por ejemplo), o ya fuera explicándole las diferencias entre Alfas, Betas y Omegas. Tuvo que regresar a una tarde lluviosa de octubre del año pasado, cuando su madre le explicaba las estadísticas en la población del país.

    —Porque los Omegas son mucho menos comunes que los Alfas —dijo.

    —¡Exactamente! Hay poquísimas posibilidades de ser un Omega, e incluso siéndolo puedes ser inferior, ¿porque…? —Le hizo un gesto con la mano, como dándole la palabra, sonriendo orgullosa cuando Draco siguió hablando.

    —Porque dicho Omega puede no ser puro al proceder de la unión con un Beta.

    —Bien, pero no olvides que también puede ser un Omega muggle o un squib, lo que es todavía peor. No quiero ni pensarlo, ¿qué habría sido de ti entonces?

    Draco tampoco quería pensar en qué hubiera sido de él de no tener sangre mágica. De hecho, era un asunto en el que se esforzaba en no pensar.

    —Será mejor que comas algo y recuperes las fuerzas. Volverás a Hogwarts en septiembre convertido en un Omega bien entrenado. —Alzó la mano para evitar que le interrumpiera esta vez—. Tanto los buenos Alfas como los buenos Omegas deben entrenar. Si bien el arma del buen hechicero es la magia, que deja de ser efectiva si no la estudia y practica con asiduidad, nuestras armas, nuestras auténticas armas son las feromonas. —Sonrió—. Eres mi hijo, Draco Malfoy. Un Omega como tú será capaz de doblegar la voluntad de cualquier Alfa.

    —¿Cómo va a ser eso posible sin magia, mamá?

    —Créeme, con el entrenamiento adecuado podrás hacer que un Alfa se retuerza en el suelo con un chasquido de dedos.

    Los ojos de Draco brillaron de la emoción.

    *



    De día la mansión Malfoy era algo tenebrosa, el cielo siempre estaba nublado tras ella, pero de noche era directamente escalofriante. Las sombras nocturnas bailaban por los jardines inmensos y perfectamente cuidados por los elfos domésticos, la luz de la luna lo envolvía todo de una manera que solo podía describirse como mágica y parecía también iluminar el camino de Draco y Narcisa, que salían de la mansión rumbo a una calle cualquiera en Londres. No tardaron en llegar, el servicio de chófer de los Malfoy presumía de ser de los más puntuales que se conocían entre las familias mágicas pudientes.

    El mundo muggle le parecía despreciable a Narcisa, a Draco le parecía aburrido. No entendía qué hacían aquí, en la terraza de una cafetería con un extraño horario nocturno, ambos tomando té y dos porciones de tarta de manzana, suerte que su madre no tardó en explicarle sus planes.

    —Draco, como Omegas podemos manipular nuestras feromonas de cualquier manera que puedas imaginarte —le decía—: podemos juguetear inocentemente con ellas o podemos dar rienda suelta a la más perversa creatividad. El único límite es tu propio poder, y eres un Malfoy, hijo.

    «Así que, no hay límite», pensó Draco.

    —Presta atención a lo que te digo —continuó Narcisa con su explicación— las feromonas son un arma muy poderosa, pero también de doble filo si te dejas arrastrar por ellas. Aunque tenemos todo el verano para practicar, debes aprender a usarlas cuanto antes. No puedo hacerte ninguna demostración, estoy vinculada a tu padre y solo puedo influir en él. —No le hizo falta apartarse el cabello para mostrar el mordisco en su nuca, el gigantesco anillo en su anular daba buena cuenta de su compromiso con Lucius desde hacía años—. Puedo decirte cómo se hace, pero lo tendrás que hacer tú solo, ¿entendido? Bien. Encuentra al Alfa en este local. No, no levantes la cabeza. No te hará falta mirar a nadie.

    —¿Y cómo voy a…?

    —Todos los Alfas tienen un olor característico, piensa en ellos como frascos de perfume. Algunos huelen mejor que otros, es cuestión de gustos —Explicó—. Por ahora, encuentra su olor y hazle venir con nosotros.

    El tiempo límite para conseguirlo lo marcaban los tres pedacitos de tarta que quedaban en el plato de Narcisa, Draco imaginaba la mirada de pura decepción que le dedicaría si no lo lograba: no podía permitirse fallar. Imaginó que lo que le había pedido no podía ser tan difícil de lograr, ¡si todos los Omegas podían, él podría hacer mucho más! Cerró los ojos y luchó por concentrarse por encima del ruido de las voces, del olor de los dulces y las bebidas, del ruido de la televisión al fondo. Entonces pudo sentir «algo», no tuvo muy claro el qué. Un cosquilleo en los dedos de los pies que trepó por sus piernas hasta llegar a su tripa. Se arrugó su nariz, alguien se acercaba y olía a papel mojado.

    —¿Se le ha perdido a usted algo, caballero?

    Draco parpadeó escuchando la voz de su madre, miró a los lados y vio junto a ellos, de pie pegado a su mesa, hasta había apoyado las manos en ella, a un hombre bajito y bigotudo. Los miró a ambos, se disculpó y se marchó sacudiendo la cabeza, murmurando para sí mismo.

    —No está mal. —Admitió Narcisa terminando con su postre—. Pero, la próxima vez no cierres los ojos. Cerrar los ojos es un lujo que no te puedes permitir, Draco. Nunca pierdas de vista a tu objetivo, ¿me has oído? Nunca. Puede ser un error fatal.

    Anotada la lección, continuaron con el entrenamiento el resto de la noche, de la semana y del mes. Puede que Narcisa le hubiera dicho que tenían todo el verano para entrenar como era debido, pero no era una mujer especialmente paciente y prefería los resultados más inmediatos.

    *



    A mediados de agosto el calor era insoportable incluso en Wiltshire. Draco miraba el ir y venir de los elfos por el salón principal arrastrando los muebles hacia las paredes para crear un inmenso espacio vacío al medio. Si no usaban la magia era porque Lucius se los había prohibido, obligando a los elfos a tirar de cuerdas y pequeños carritos con ruedas para moverlo todo. El último que dañó uno de los muebles con un hechizo (un elfo especialmente torpe llamado Perret) recibió un castigo tan doloroso que todavía se recuperaba de él, arrastrando una ligera cojera consigo. Draco no sentía compasión por ellos, a fin de cuentas, era su trabajo como sirvientes en su familia, y si su padre torturaba a uno o a otro elfo, creía firmemente que algo habría hecho para merecerlo.

    Terminada la ruidosa mudanza de muebles, entró Narcisa de lo más animada junto a Lucius, que no venía tan contento.

    —Hoy es la prueba final, Draco, ¿estás preparado? —Le vio asentir—. Genial, demuéstrale al escéptico de tu padre lo que eres capaz de hacer.

    —Estás demasiado emocionada con esto, ¿no te parece?

    —Nuestro hijo llegará a lo más alto y será gracias a mí, que no se te olvide darme luego las gracias.

    Lucius resopló negando con la cabeza, se dejó caer en una de las sillas acolchadas y se dedicó a mirar. Narcisa le hizo una mueca antes de sacar su varita, con un pequeño destello cayeron tres personas sobre la alfombra, con sus manos atadas a la espalda y los ojos vendados. Dado el parecido físico entre ellas, debían ser hermanos, la mujer llevaba un llamativo bañador rojo, los dos hombres bermudas con distintos estampados de flores.

    —Son muggles. Alfas de la misma familia —dijo Narcisa como única justificación, como si secuestrar a tres personas de unas vacaciones al sur de Inglaterra no tuviera nada de malo—. Draco, ¿recuerdas todo lo que te enseñado en estas semanas? Quiero verlo aquí hoy. Esa será la prueba final. Adelante.

    Draco la miró por un momento, Narcisa se había colocado junto a Lucius, apoyada contra un lado de la silla. Lucius le miró a él y Draco asintió, debía ser capaz de hacer esto. Dio un par de pasos hacia los Alfas y cogió aire. Soltándolo muy poco a poco dejó también fluir sus feromonas, tal y como le había explicado su madre, como si el olor pudiera volverse algo físico y acariciar con él la piel de otra persona. Lo vio. Los tres hermanos, al mismo tiempo, se enderezaron en el sitio. La mujer incluso pataleó por ponerse en pie, olisqueando el aire sin parar. Sabían que un Omega estaba aquí con ellos.

    El siguiente paso fue más simple, tan simple como lamerse el pulgar y frotar con él una de sus muñecas, apretando un poco sus venas; cualquier fluido sobre una zona donde pulse la sangre resultaba estimulante, en este caso vio más cómodo la saliva que el sudor. El efecto fue inmediato, los tres Alfas ya estaban de pie y apuntaban en su dirección. Draco movía el brazo de un lado a otro (casi como un policía dirigiendo el tráfico) observando que los tres seguían el movimiento incluso a ciegas. Quiso mirar a sus padres para comprobar su reacción —¿estarían sorprendidos? En apenas un mes había aprendido muchos trucos—, pero no podía apartar la vista de su objetivo. Nunca se podía apartar la vista del objetivo.

    Se preparó para el tercer paso, intuyendo que sería también el último dado el nivel de cooperación de los hermanos. Los Alfas estaban reaccionando de una manera estupenda, sin ningún imprevisto. Draco se llevó la mano a la nuca, no pasaría desapercibida la uña de su dedo índice, un poco más larga que el resto. Arañó su piel y contuvo el quejido al brotar la primera gota de sangre. Por supuesto, no pretendía hacerse una herida seria, solo lo necesario para…-Sonrió al escuchar el primer grito. Uno de los hermanos pateaba al otro, la mujer se revolvía contra ambos y comenzó entonces una lluvia de patadas, empujones, cabezazos y mordiscos. No iban a parar, lo sabía. Serían capaces de hacerse auténtico daño, incluso capaces de matarse por conseguir llegar a él. A su corazón narcisista le encantaba recibir este tipo de atención, pero decidió que ya era suficiente espectáculo. Comenzaba a resultarle patético.

    —Todavía pueden razonar, no es suficiente —le dijo su madre, impidiendo que se moviera de donde estaba—. Quiero que se conviertan en animales.

    —Sin acercarte, Draco. No te dejes arrastrar por ellos. —Fue el consejo de su padre, a pesar de estar frente a tres Alfas no mostró la más mínima simpatía por ellos.

    Draco asintió y volvió a enterrar el índice en su nuca, ignoró el dolor punzante y sacudió su mano en el aire, apuntando, por supuesto, en dirección a los hermanos. Fue uno de los hombres el que recibió la gota de sangre en su mejilla, también fue el primero en sentir los dientes de sus hermanos enterrándose por su cuerpo.
    El espectáculo pasó muy rápido de patético a inhumano.

    Draco apartó la mirada escuchando los pasos de su padre acercándose a él, fue cosa de Lucius hacer desaparecer a los tres hermanos, quién sabe qué sería de ellos. Por su parte, Narcisa se acercó a Draco para darle un fuerte abrazo, no cabía en sí del orgullo que sentía. Le soltó no porque quisiera, sino porque en apenas media hora llegaría su tutor privado para retomar las clases de repaso, debía darle tiempo a que se aseara un poco.

    *



    Narcisa estaba de un humor inmejorable aquella noche, se había puesto un vestido negro tan ceñido que la obligaba a dar respiraciones cortas y se calzó con unos tacones altísimos que parecían hacerla flotar por sobre el resto. Canturreaba frente al tocador retocándose el maquillaje.

    —¿Vas a salir? —Preguntó Lucius entrando al dormitorio.

    —Vamos a salir.

    «¿A dónde?», quiso preguntar, pero reconoció el brillo en los ojos de Narcisa, estaba tramando algo y le necesitaba para lograrlo.

    —Siempre te he dicho que a mi hijo le espera un futuro brillante —le dijo.

    —Digno de príncipes y reyes, lo sé. ¿En qué estás pensando?

    —Ya lo verás, Lucius.

    Lucius se enteraría de su plan esa misma noche, pero Draco tendría que esperar tres años más para conocer la próxima decisión sobre su vida tomada en su nombre, sin tener en cuenta su opinión.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO: ⬇️
    (1) Narcisa me ha quedado un poco reina del SM van a ser muy divertidas sus noches con Lucius*guiñoguiño*

    (2) ¿Gente adulta sintiendo deseo sexual por un niño de 14 años? Asco y repulsión, lo sé, yo tampoco lo apruebo, pero la historia salió así. Es ficción mijo no esté chingando 🤷‍♀️

    (3) ¿Y dónde está Dobby? Sinceramente, me olvidé de él. Cuando recordé que él era el elfo de los Malfoy ya tenía todo el capítulo escrito y me negué a editarlo. Démosle a Dobby unas merecidas vacaciones(?)
     
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    Feliz añito Bakao ✨ no me cansaré de desearte un feliz 2024.

    Desde hace días había leído el capítulo pero apenas ahora puedo dejarte mensaje. Y es que otra vez volaste mis sesos, otra vez 100/10 <3 ¿cómo no?, si me escribiste una Narcisa Malfoy de altura. Ojo, yo no tengo nada en contra de los escritores que me la describen como una señora buena y amable. No lo odio... pero no me lo compro, no. Por otro lado, cuando leo a Narcisa siendo una señora estirada de la alta sociedad... 😈👌 súper sí, porque esa sí que es LA señora Malfoy.

    Algo que sí no me gusta leer en los fics es cuando ponen a Narcisa como una pobre mujer triste, de la que debemos sentir piedad y empatía porque se casó obligada con Lucius... es tipo: WTF. Narcisa (?) Narcisa que antes de ser Malfoy, era Black; OTRA familia de ricachones, sangre puras estirados (?) Esa misma Narcisa que desde chiquita ha estado rodeada de riqueza y opulencia; a ella le debo dar mi empatía porque nació rica y sigue siendo rica (tal vez más) porque es Malfoy ahora (?) Más pena le tengo a Dobby y eso que es uno de los personajes que menos tolero porque es desesperante el coso no le digas a nadie que dije eso, me funan.

    No, no, no. Yo pienso que la gente tiene esa impresión de ella por lo que pasó en "Príncipe mestizo" (hacer el juramente inquebrantable con Severus para que éste protegiera a Draco y lo ayudara con su misión de matar a Dumbledore) y "Reliquias de la muerte" (cuando le pregunta a Harry si Draco está vivo; consecuencia a eso decide mentirle al Lord). Todo muy bien con eso sí, pero la señora es una aristócrata en todo el sentido y extensión de la palabra; recuerdo perfectamente a la señora haciendo cara de asco cuando anda rodeada de chusma en un partido de quidditch al que fue con su esposo (ya sabes, por eso de dar buenas impresiones. Sólo sale en los libros; pequeñísimo spoiler, perdón ;n;) jajajaja xD vamos gente, no teman ponerla así en los fics. Narcisa haciendo cara de fuchi a los pobres es lo más canon del mundo. Queremos Narcisa con poder, dominatrix muajaja; más si es la misma Narcisa enseñándole a su hijo hermoso cómo seducir y jugar con los corazones de los mortales <3 qué encantador~

    Pd: Cada que leo elfos domésticos siendo maltratados entro en modo Hermione.
    SPOILER (click to view)

    (Cuando llegues al cuarto libro lo entenderás)
     
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    CAPÍTULO 5. LAS CLASES CON DUMBLEDORE
    Los alumnos que asistieron a la primera clase de «Fundamentos de las relaciones entre Alfas y Omegas» podían dividirse en tres grupos: el primer grupo (formado por los 14 Alfas y el único Omega) estaba obligado a asistir; el segundo grupo de alumnos acudía por mera curiosidad, ya fuera por el mundo de las feromonas o por las habilidades de Dumbledore como profesor de un tema tan ajeno a la magia; y en el tercer grupo estaban los alumnos a los que otros les habían hecho ir.
    En este último grupo estaba Ron, lamentándose por sus tardes perdidas de los viernes, pero incapaz de librarse de la insistencia de Hermione en acudir a la clase, ambos como protectores de Harry.

    —Os doy la más cálida de las bienvenidas —dijo Dumbledore frente al gigantesco pizarrón que presidía el aula. Pasó la mirada por los alumnos, inclinando la cabeza a modo de saludo—. Agradezco el interés en esta asignatura, a pesar de no ser obligatoria para la mayoría de los aquí presentes. Los que venís huyendo de un examen final, os doy la enhorabuena, porque no lo tendréis. De hecho, apenas tendréis que prestar atención, así que si os aburrís hasta podréis echaros una siestecita, no lo tendré en cuenta. Bostece usted con total tranquilidad, señor Weasley, le prometo que no habrá represalias en su nota.

    Ron interrumpió su bostezo lo mejor que pudo, ganándose una risita de sus compañeros y un codazo por parte de Hermione, sentada a su lado.

    —Comencemos por lo más básico, ¿qué es un Alfa? ¿Qué es un Omega? ¿Qué es un Beta? A grandes rasgos, podemos decir que son los tres géneros complementarios que nos completan a nosotros mismos y afectan a nuestra vida, como es natural. Hagamos una rápida estimación en esta misma clase, levantad la mano los que hayan sido catalogados como Alfas. —Fueron catorce las manos que se alzaron al aire, algunas pertenecían a chicos de cuarto año, a chicas de quinto, hasta de último curso—. Ahora, que levante la mano el único catalogado como Omega.

    Todos los ojos miraron en la dirección de Draco Malfoy, que parecía disfrutar de tan repentino interés en él, alzando la mano y moviendo sus dedos en el aire de una manera que solo podría definirse como vanidosa.

    —Siento deciros que, en la lotería genética, el resto de nosotros hemos sacado el premio menos emocionante —seguía hablando Dumbledore—. Los Betas en Hogwarts podemos ser muy diestros con la magia, pero mucho me temo que, en cuanto a feromonas, vamos bastante justitos. —Compartió una risa con la mayoría de los alumnos—. Volvamos a los protagonistas, ¿os parece? Compartiré con vosotros un ejemplo muy simple en cuanto a la proporción. Os animo a que hagáis los cálculos conmigo. —A pesar de su invitación, fueron muy pocos los alumnos, además de Hermione, los que abrieron sus cuadernos para escribir lo que Dumbledore anotaba en el pizarrón, sin tocar la tiza, claro, esta se movía siguiendo la dirección que indicaban sus dedos. Encantar una tiza era algo sumamente fácil para un mago como Dumbledore—. Digamos que este año en Hogwarts sois 700 alumnos, de los cuales 14 estáis catalogados como Alfas, es decir, un 2% del total; y aparece un único Omega, lo cual es menos del 0,25% del alumnado… Dadme un momento, veamos. Si multiplico esto por lo otro, y me llevo tres, y le resto dos, luego…-

    —Es 0,14%, profesor.

    —Ah, muchas gracias, señorita Granger. Me empeño en hacer los cálculos de cabeza, pero se ve que mi cabeza no se lleva del todo bien con los decimales.

    Ron se inclinó hacia Harry para murmurar:
    —Lo que me sorprende es que su cabeza siga funcionando con todos los años que tiene.

    Esta vez Hermione le dio un pisotón tan fuerte que Ron tuvo que luchar por no echarse a llorar en mitad de la clase, e ignorar las risas de Harry.

    —Bien, ¿por dónde iba? Ah, claro. Sumemos el 2% de Alfas y el 0,14% del único Omega, y lo restaremos al total. Muy bien, este año tenemos un porcentaje de Betas del 97,86%. Como podéis ver, somos una apabullante mayoría. Continuemos —Carraspeó—. Al igual que con la «pureza» —exageró el gesto de las comillas con sus manos— de la sangre mágica, también hay distinciones dependiendo del origen de cada Alfa y de cada Omega. Dependiendo de cada unión nacerá uno, otro o ninguno incluso. Esto es lo que debéis recordar —Y la tiza volvió a escribir ella sola en la pizarra—: de la unión de un Omega y un Alfa siempre nacerá un Omega o un Alfa, respectivamente. Recordad el porcentaje que hicimos con los alumnos, siempre será más común el nacimiento de un Alfa. Juguemos con una inocente ruleta, ¿os parece? —Y, esta vez con un chasquido de dedos, hizo aparecer una pequeña ruleta de casino flotando frente a él—. Tengo mil fichas, apostaré novecientas noventa y nueve a la casilla de Alfa, y solo una a la casilla de Omega, ¿cuál creéis que tiene más probabilidades de salir? Averigüémoslo.

    Hizo girar la ruleta una, dos y tres veces, parándose siempre sobre las casillas de Alfa. Después de intentarlo treinta y cuatro veces, desistió. Daba por supuesto que el punto de lo que intentaba explicar se había entendido sin problemas.

    —La cosa cambia cuando la unión es con un Beta. De un Omega y un Beta solo nacerá un Beta, pero de un Alfa y un Beta puede nacer un Alfa; digamos que los Alfas son especialmente tercos y les gusta encabezar todas las listas genéticas. —Bromeó—. De la unión de dos Betas puede nacer un Omega, cierto es que no es el resultado más común. Volvamos con nuestra ruleta, esta vez tengo cien fichas. Apostaré noventa y nueve a Beta, y solo una a Omega, veamos qué saldrá.

    No fue hasta la decimotercera vez que la ruleta se detuvo sobre la casilla de Omega.

    —Si bien es cierto que Alfas y Omegas existen también entre los muggles, no todos son iguales. Los de linaje más «puro» —volvió a exagerar el gesto con las manos— vienen de familias sin ningún pariente medianamente cercano a un Beta. Nacidos solo de Alfas y Omegas.

    —Como es mi caso, profesor.

    —Así es, joven Malfoy. Y en el hipotético caso de que tuviera usted un hermano, sería un Alfa, cosa que, por otro lado, no parece interesar a su familia —Murmuró esto último casi para sí—. Anotad esto, pues a pesar de la fertilidad de los Omegas, solo nacerá uno. Conozco el caso de cierta pareja que intentó por todos los medios posibles tener una familia entera de Omegas, pero no tuvieron éxito pues todo bebé nacido de aquella unión resultó ser un Alfa. Ya os dije antes que la genética Alfa es muy acaparadora. En comparación, los genes de Omega prefieren pasar desapercibidos.

    —Lo que le faltaba a Malfoy. —Refunfuñó Ron—. Ser alguien tan especial como un «Omega puro», este año va a ser insoportable.

    Dumbledore pasó por alto el comentario, prefería guardarse su opinión sobre cómo muchos círculos de gente selecta considerarían a un Omega de linaje puro. En esos ambientes tan turbios Draco dejaría de ser un mago para ser algún tipo de mercancía valiosa.

    —Sé que nos quedan muchas cosas por decir, pero nos hemos quedado sin tiempo. Espero veros a todos en la próxima clase.

    *



    Para evitar la falta de atención del pasado viernes, Ron decidió tomarse tres cafés antes de la clase. Con esto evitaría los bostezos involuntarios, desde luego, aunque movía sus pies bajo la mesa sin ningún control. Le parecía que el tiempo iba a cámara lenta, pudo ver los rizos de Hermione moviéndose muy lentamente mientras sacudía la cabeza al acomodarse en la silla.

    —Tienes cara de loco, ¿cuánto café has bebido? —Le preguntó Harry sentándose a su lado.

    —El suficiente para permanecer despierto.

    —Cada día pienso que no puedes hacer ninguna estupidez mayor que la anterior, y cada día me llevo una enorme sorpresa contigo. Eres incorregible, Ronald Weasley.

    —Me estás insultando, ¿verdad? Harry, eso es un insulto, ¿verdad? Me está insultando. Hermione, para ya de meterte conmigo, ¡esta clase es aburridísima! Se pone a hablar y hablar de cosas que no entiendo. Ahora mismo podría estar descansando en mi cama, y no aquí.

    —Le dije la semana pasada que puede dormir durante la clase, joven Weasley. Que no le dé vergüenza.

    Dumbledore caminó con calma hasta el pizarrón, con las risitas de los alumnos de fondo y Ron escondiendo la cabeza tras uno de los libros que trajo Hermione.

    —Hoy hablaremos de las feromonas, ¿qué son las feromonas? Son sustancias capaces de modificar el comportamiento del individuo que las percibe. Y, ¿dónde las encontramos? Aunque se propagan por el aire, se encuentran sobre todo en fluidos corporales como la saliva, el sudor, y otros más embarazosos si tuviera que enumerarlos.

    »Las feromonas están, lógicamente, muy ligadas al olfato, por eso no es de extrañar que los Alfas tengan unas narices especialmente sensibles. Los Alfas que habéis despertado este año habréis sentido cosquilleos en vuestras narices al detectar según qué olores. Me viene a la cabeza el caso de cierto Alfa que al oler pescado frito se desmayaba, y el de su hermana, que vomitaba si olía una sola gota de limonada. Que prefieran un olor antes que otro es cuestión de gustos. Los perfumes no son para todo el mundo, desde luego. Lo entenderéis mejor con esto que os he traído hoy. —Alzó un pequeño vial, el líquido en su interior era de color morado—. Agua, colorante y feromonas de Omega. Observad.

    Abrió el botecito y lanzó el líquido al aire, lo hizo flotar con movimientos de varita por sobre las cabezas de los estudiantes. Catorce cabezas miraron hacia arriba entrecerrando los ojos, olfateando un aroma que recordaba a ciertas flores y plantas, solo los más entendidos en Herbología supieron identificar cada olor. Como toda reacción al repentino olor, Draco estornudó.

    —Pétalos de rosa negra y pensamiento malva —dijo Neville Longbottom, cómo era capaz de distinguir el color de las flores que olía sin poder verlas nadie lo supo.

    —He aquí el olfato de un Alfa experto en flora. Muy bien, joven Longbottom. Es una lástima que ese olor a flores nos pase desapercibido a las narices de los Betas y resulte hasta desagradable para el joven Malfoy. —Se alzó de hombros en un gesto algo dramático—. Si queréis lograr el mismo efecto inhabilitante contra un Alfa, os recomiendo usar esto: —Sacó de entre los pliegues de su túnica un pequeño saquito—: una bomba anti-aroma, sus vapores absorben cualquier olor, por fuerte que sea, y eliminan también el rastro que dejan las feromonas.

    Lanzó el saco y estalló por sobre el aula una nube traslúcida que recordaba a la niebla. En cuestión de segundos desapareció hasta el más mínimo olor de las flores, quedando en su lugar el de la tinta de los libros, la tiza y la humedad que nacía entre los ladrillos de las paredes.

    —Los catorce años son una edad complicada, es cuando ocurre el «despertar» de este género complementario y, por decirlo de alguna forma, afloran los instintos más animales que lleváis dentro. Es un asunto complicado, como poco. —Dumbledore carraspeó—. La atracción entre Alfas y Omegas es tan fuerte que no resulta descabellado definirla como inevitable. Muchos muggles acaban descubriendo nuestro mundo por culpa de esto que os digo, un mago o bruja Alfa aceptará de mil amores a un Omega que nunca antes haya oído hablar de la magia, ¡es más! También he visto casos donde se rechaza completamente la magia y se acepta vivir como un muggle junto a un nuevo compañero de vida.

    Los murmullos de sorpresa no se hicieron esperar, aquello era una completa locura, pero era inimaginable que Dumbledore estuviera mintiendo, así que a los alumnos no les quedó de otra que creer en su palabra, por absurda que se les hiciera.

    —Hablemos ahora de un tema más complicado todavía: el ciclo y el celo. ¿Alguien sabría decirme la diferencia entre ambos? —Sonrió—. ¿Alguien más aparte de la señorita Granger? De acuerdo, ilústrenos, señorita Granger.

    —El ciclo es propio de los Omegas, aunque su aparición difiere de un individuo a otro, puede sufrirse cada mes, cada dos, cada tres. Según he podido leer —era, sin duda, su frase favorita— sus efectos duran aproximadamente una semana. Durante este tiempo el Omega en cuestión será altamente fértil, ya sea para fecundar a otra persona o… Bueno, ser él mismo el fecundado. —Carraspeó, no quiso mirar hacia Draco, como sí hicieron muchos de sus compañeros—. En cuanto al celo, es algo propio a los Alfas. Todavía no está claro si es una reacción o un detonante al ciclo de un Omega, ambos procesos influyen el uno en el otro. De ahí lo inevitable de la atracción entre los dos géneros, de alguna manera parecen complementarse.

    —Una explicación estupenda, señorita Granger. Y, a juzgar por la cara de asombro de algunos de sus compañeros, también esclarecedora. —Admitió Dumbledore—. Me encantará solucionar cualquier duda al respecto, pero mucho me temo que nos hemos quedado sin tiempo. Confío en veros de nuevo la semana que viene. —Se despidió inclinando la cabeza—. Una última cosa: no hagáis mucho ruido al marcharos, no queremos despertar al joven Weasley.

    *



    Esta tercera clase sería la definitiva, Ron se prometió a sí mismo no dormirse y prestar toda la atención posible. Para ello empleó un método tan drástico como sentarse lejos de sus amigos aquella tarde, esto le obligaría a mirar hacia Dumbledore y nada más.

    —¿Este sitio está libre?

    Draco le miró de arriba a abajo, no entendía muy bien qué podía buscar Ron sentándose a su lado, pero tampoco podía negarse: no habría problemas al tratarse de un Beta y siempre era divertido meterse con él.

    —¿Qué pasa, Weasley? ¿Has discutido con tus amiguitos?

    —Por lo menos yo tengo amigos. —Refunfuñó mientras se sentaba—. Mira, si estoy aquí es para que dejes a Harry en paz y no le lleves a Singapur.

    —¿A Singapur? —Draco se echó a reír—. ¿Qué iba a hacer con Potter en Singapur?

    —¡Ni se te ocurra, Malfoy! —Le señaló—. ¡Es que ni se te ocurra! ¡No vamos a dejar que le conviertas en tu mayordomo! ¡Y mucho menos en «eso»!

    —Es sorprendente tu imaginación, Weasley, no tengo ni idea de qué me estás hablando.

    —Ya, claro. No me vas a engañar, soy un Beta y tus feromonas no me afectan. Hermione y yo te estaremos vigilando. Olvídate de Singapur.

    —¿De acuerdo? —Draco quiso reír un poco más, pero un olor peculiar le hizo reaccionar. Se acercó un poco a Ron para olisquear mejor. Venía de él, pero algo no encajaba. Atrapó una esquina de su capa y resolvió el misterio en cuestión de segundos—. Esta capa no es tuya. —Chasqueó la lengua, no se sentía precisamente orgulloso de reconocer el aroma—. Para empezar, la llevas al revés. Y es la de Potter, apesta a él.

    —¿Cómo que es la de…? ¡Ah, maldita sea! ¡Harry!

    Ron se pensó dos veces el levantarse e ir con él, comenzaban a llegar el resto de alumnos y estaba más que seguro de que le quitarían el sitio al verlo libre, ¿no eran los Alfas territoriales y agresivos alrededor de un Omega? No iba a meterse en líos por esto, mucho menos por algo relacionado con Draco. Le hizo señas a Harry y fue él quien se acercó, con Hermione mirando curiosa desde los asientos de primera fila.

    —Ten, llevo tu capa. Lo siento, me vestí medio dormido.

    —No pasa nada, Ron. —Respondió Harry entregándole también la suya—. Me vestí deprisa después de entrenar, no llevaba las gafas así que cogí tu ropa sin darme cuenta.

    Draco miraba el intercambio de capas con cierto interés, al sacudir las prendas se aireaba continuamente el olor de Harry. Que le pareciera mucho más agradable que la mezcla de jabones (aunque baratos) en la capa de Ron le hizo volver a chasquear la lengua.

    —¿Vais a tardar mucho más en el intercambio de ropa?

    —Oh, ¿es que al señorito le molesta que la gente se mueva cerca de él sin prestarle atención? —Habló Ron colocándose su capa, se había puesto de pie para sacudirla y eliminar posibles arrugas. Sabiendo que molestaba a Draco, se movió todavía más despacio, tardando todo lo posible.

    —Tu olor me está dando náuseas, Weasley.

    —¡Náuseas tengo yo al tenerte al lado!

    —Fuiste tú el que decidió sentarse aquí —dijo Draco señalando la silla—. Yo no te invité y nunca lo haría, imagina que me acabas contagiando tu pobreza. Eso sí que sería una desgracia.

    Mandando al traste su estrategia como protector, Ron le dio una patada a la mesa y se marchó a la primera fila mientras refunfuñaba, sentándose al lado de una muy confundida Hermione. No tuvo tiempo a preguntarle qué estaba haciendo, Dumbledore entró en el aula carraspeando y pidiendo silencio. Harry se sentó de inmediato en la primera silla que vio libre.

    —¿Tienes que sentarte a mi lado, Potter? ¿No hay otro sitio? —Draco suspiró apoyando el rostro en una mano—. ¿También me vas a hablar de Singapur? —Se echó a reír al ver lo rápido que se sonrojó—. En serio, ¿qué os pasa a Weasley y a ti con Singapur?

    —No pienso ir contigo a Singapur.

    —Sí, es un viaje imposible cuando ni siquiera sabes señalarlo en un mapa.

    Harry no pensaba admitir que ahí llevaba razón, así que le miró con el ceño fruncido. Debía cambiar el tema de conversación cuanto antes y librarse del sentimiento de derrota que llevaba encima.

    —Sabías que era mi capa, eso quiere decir que reconoces mi olor.

    —Más que un olor, es una sensación. —No le quedó más remedio que confesar, pues una vez descubierto no vio sentido en seguir mintiendo—. Hay algo distinto contigo, Potter. Aunque no sé bien qué es.

    —Ah, qué curioso, a mí me pasa lo mismo. —Admitió—. Puedo olerte, pero también creo que puedo «sentir» tu olor. Es como un cosquilleo, ¿sabes? Empieza en mi nariz y va por todo el cuerpo.

    —Te entiendo. —Asintió mirándole con cierta sorpresa, nunca creyó tener algo en común con Harry Potter—. Yo también tengo esa mezcla de olor y sensación cuando estás cerca. Es agradable.

    —¿Agradable?

    —Sí, bueno, ¿qué sé yo? —Se sonrojó volviendo la atención a su cuaderno, no pensaba mirar a Harry después de lo que acababa de decirle—. A lo mejor no es tu olor sino cualquier otra cosa, ¿qué más da? No importa.

    —¿Mi olor te resulta agradable?

    Draco se negó a contestar, fue cuando una pequeña bruma flotó entre ellos, interrumpiendo la conversación al hacer que ambos estornudaran casi a la vez. La bomba anti-aroma hizo su efecto de inmediato.

    —Hay olores que gustan más y otros que gustan menos, ¿no es así, joven Malfoy?

    Draco no contestó, giró el rostro escuchando la risita de Dumbledore, que caminó bastante tranquilo hasta quedar frente a la pizarra. Sobre la mesa comenzó a dejar un par de frascos y cajitas que sacaba de las largas mangas de su túnica.

    —La semana pasada hablamos del ciclo y del celo, hoy hablaremos de los supresores para combatirlos —dijo—. Para vuestra sorpresa, es medicación traída del mundo muggle. Estas pequeñas cápsulas e inyecciones —y alzó una tableta con catorce píldoras, señalando luego una jeringa— tienen como ingrediente, entre otros químicos, feromonas de Alfa. Esto mitiga los efectos más inmediatos del ciclo de un Omega, ¿alguien sabría decirme cuáles son? —Sonrió—. Sí, señorita Granger.

    —Aumento de la temperatura corporal, cambios en el comportamiento habitual y cierto descontrol de sus propias feromonas, lo que podría atraer a uno o varios Alfas en contra de su voluntad. También se observa un aumento significativo de la libido y el deseo sexual en aras de la procreación.

    Hermione luchó por no sonrojarse cuando varios de sus compañeros empezaron a silbar, bajando el tono cuando Dumbledore volvió a hablar.

    —Excelente respuesta, señorita Granger. —Asintió con la cabeza—. Hablemos ahora de los supresores para los Alfas, también se suministran en modo de pastillas o inyección, y contienen, como resulta evidente, feromonas de Omega para aletargar sus instintos. Los Alfas se vuelven más agresivos durante el celo, y es mejor controlar la situación cuanto antes. —Les mostró una de las cajas con píldoras—. Os informo de que la señora Pomfrey tiene un auténtico arsenal de supresores a vuestra disposición. No dudéis en pedirle lo que haga falta.

    —Señor.

    —Oh, joven Weasley, está usted despierto. Dígame.

    Ron carraspeó antes de hablar.
    —¿Qué pasa si un Alfa y un Omega coinciden sin supresores de por medio?

    —Muy buena pregunta, señor Weasley. Lo más probable es que acabe ese encuentro en una escena que no os puedo describir con detalle al ser todavía menores de edad. —Dumbledore rio un poco—. Lo que sí puedo describiros es el mordisco. Los catalogados como Alfas habréis notado que no solo vuestras narices están más sensibles, sino vuestros colmillos más afilados. Tienen una nueva función —explicó— y es morder la nuca de un Omega. Si este mordisco ocurre, como buenamente apuntó el joven Weasley, durante ciclo y celo sin tomarse las debidas precauciones ambos os vincularéis de por vida. Así que, mucho cuidado con quien decidáis morder en vuestro tiempo libre —bromeó.

    —Señor.

    —Dígame, joven Potter.

    —¿Es posible librarse de ese vínculo? —Harry recordaba muy bien la historia que le había contado Sirius, la idea de compartir vida de repente con otra persona asustaba a cualquiera—. Me parece muy cruel vincularse de por vida a alguien por el que no sientas nada.

    —Vaya, joven Potter, es usted un romántico. Es un rasgo adorable a tan corta edad —dijo Dumbledore con una pequeña risita—. Pero, mucho me temo que los vínculos entre Alfas y Omegas pocas veces tienen que ver con el amor. Tiempo atrás, las uniones se hacían por conveniencia y se ofrecían nucas y mordiscos como moneda de cambio. Afortunadamente, esta práctica está en desuso, y si alguien la sufre o es testigo de ella que sepa que puede denunciar a las autoridades. Podéis hablar conmigo mismo o con cualquiera de los profesores, os ayudaremos a resolver cualquier problema que tengáis.

    »Volviendo a la pregunta del joven Potter: sí es posible eliminar los efectos del mordisco vinculante. He aquí otra sorpresa: se puede hacer gracias a la medicina muggle. Han desarrollado una operación quirúrgica capaz de eliminar un vínculo que, en teoría, es definitivo. Los muggles están muy avanzados en este aspecto, me atrevo a decir que más que nosotros, nuestros hechizos y pociones son temporales, mientras que esta operación que os digo es para siempre; irreversible.

    »Y, como es costumbre, nos hemos quedado sin tiempo. Ha sido un placer educaros en este tema tan delicado por estas semanas, lo he hecho lo mejor que he podido pero, si alguno de vosotros necesita de un mayor asesoramiento, puede encontrarme en mi despacho. Resolveré cualquier duda o cuestión que se haya quedado en el tintero.

    —Señor, ¿no vamos a tener más clases con usted?

    —Oh, joven Malfoy, habla usted tan poco en clase que a veces me temía estuviera usted dormido. Me alegra saber que ha prestado la debida atención, aunque sea en la despedida.

    —Bien podría haberme dormido, no ha dicho nada nuevo para mí. Es más, sé un par de cosas que ni siquiera ha mencionado.

    Dumbledore asintió entre risas y dedicó su atención a otros estudiantes que se acercaron para despedirse antes de dejar el aula. Harry se giró hacia Draco.

    —No puedes saber más que Dumbledore.

    —Claro que sí, es un Beta, es un mediocre. Tengo más control de feromonas en un dedo del pie que él en todo su cuerpo. —Se inclinó un poco en el sitio—. ¿Quieres que te lo demuestre?

    En apenas un instante, Harry sintió algo muy parecido a una caricia, como si una mano invisible se deslizara con cuidado por su mejilla, jugara con la forma de su mandíbula y bajase por su cuello para perderse por los pliegues de su capa. Se puso en pie lo más rápido que pudo, había sido Draco. No sabía cómo, pero había sido cosa suya. Se apartó dos pasos tapándose boca y nariz con la mano, su olor se había vuelto mucho más intenso.

    Draco se levantó con calma, de lo más tranquilo, comprobó que el collar de plata seguía intacto en su sitio y le miró con esa expresión altanera tan suya.

    —Te lo dije, Potter. —Sonrió—. Quizá sí debamos ir juntos a Singapur.

    No tenía la menor idea de qué pasaba en Singapur, pero tendría que averiguarlo y entender por qué afectaba tanto a Harry. Se marchó como si hubiera visto a su peor pesadilla frente a él.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO: ⬇️
    (1) ¿He puesto a uno de los magos más poderosos del mundo mágico a hablar del omegaverso? Sí, lo he hecho.

    (2) Significado de la rosa negra: «mi amor perdurará para siempre». Significado del pensamiento malva: «nostalgia del amor perdido». Sí, son las feromonas de Snape (este tema volverá a salir, pero de momento dejo a vuestra elección si le duele más la muerte de Lily o la de James)
     
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    CAPÍTULO 6. LAS PLANTAS CONVERSADORAS
    Con excepción de los partidos de Quidditch, que todo el equipo se tomaba demasiado en serio, alguna que otra bronca con varios alumnos de Slytherin y las tareas interminables de un par de asignaturas, el cuarto año de Harry Potter en Hogwarts estaba siendo bastante tranquilo.

    Había pasado un tiempo desde su última conversación con Draco, un intercambio de palabras más largo e interesante que un «buenos días» o un «buenas tardes», saludos casi obligatorios estando en suelo inglés. Todavía le daba vueltas a la pequeña charla que tuvieron en una de las clases con Dumbledore, Draco había admitido que su olor le gustaba, ¿cómo debía tomarse esto? Hizo varios intentos para pedirle algún tipo de explicación, pero Draco resultó ser un experto en el escaqueo, y si le veía en el Gran Comedor por las mañanas, cuando intentaba acercarse a su mesa ya se había ido. Y si le veía en alguno de los pasillos, cuando iba hacia él se daba la vuelta y se iba quién sabe dónde. Y si le veía cerca de las mazmorras, corría hacia Snape y le usaba de escudo impenetrable, pues había que estar mal de la cabeza para hablar con Snape voluntariamente.

    Después de casi tres meses con este involuntario juego del gato y el ratón, decidió no darle más importancia. Hizo buen uso de su olfato, lo sentía cada vez más sensible, y se alejaba de las zonas donde podía oler el rastro de Draco para, simplemente, no tropezar con él. De esta manera, evitándose el uno al otro, llegaron a principios de abril, ya saboreando la semana de vacaciones de primavera. Aunque, dada la cantidad de deberes y tareas que les habían mandado, no iban a ser unas vacaciones del todo placenteras.

    Una de las tareas más difíciles, si no la más difícil, provenía de la clase de Herbología. La profesora Sprout creía en la convivencia pacífica dentro de Hogwarts y mezclaba a alumnos de varias casas en los invernaderos, confiando en que el trabajo manual junto al olor de las flores ayudara a los estudiantes a llevarse mejor, aunque fuera a la fuerza. La clase compartida en cuestión era para Gryffindor y Slytherin, lo que explicaría las malas caras desde buena mañana de los alumnos de una y otra casa.

    —Durante vuestra semana de vacaciones deberéis cuidar de estas pequeñas —dijo alzando con ambas manos una maceta enorme, repleta de tierra y con un repollo plantado en ella—. ¿Alguien sabría decirme qué planta es esta?

    —Es una planta conversadora. —Respondió Neville, solo en Herbología podía demostrar que estaba al mismo nivel que Hermione, de lejos la bruja más inteligente de Gryffindor—. Creo que duerme, si queremos verla del todo habría que alimentarla.

    —Efectivamente, anotad esto: las plantas conversadoras no necesitan agua ni sol para vivir, se nutren de una buena charla con ellas. —Dejó la maceta en el suelo y retrocedió un par de pasos—. Querida, empieza la conversación.

    De repente, la maceta se sacudió por sí sola, el repollo se enterró en la tierra por unos segundos y brotó siendo muchísimo más grande. Un grueso tallo lo unía a la tierra, surgiendo también dos enormes hojas que le servían para mantener el equilibrio, las apoyaba en el suelo para sostener el repollo en lo más alto. Lo giró hacia adelante como si fuera una cabeza y, para asombro de todos los estudiantes, surgió una boca en el centro del mismo repollo. Un par de labios color carmín le sonreían a la profesora Sprout.

    —Como podéis ver, ahora está lista para escuchar lo que tengamos que decir. Nos prestará toda su atención y recordará sus partes favoritas de la conversación para repetirlas. —Carraspeó girándose hacia la planta—. Buenos días, querida, ¿me recuerdas de qué hablábamos la última vez, por favor?

    —Me he quedado sin mi infusión de jazmín.

    —Como os he dicho, la planta recuerda sus partes favoritas de la conversación y las repite. Pero, tened en cuenta que cada planta es distinta, y lo que les apasiona a unas, otras lo detestan. Esta en particular es una apasionada del té y no hablará de otra cosa.

    —Endulcemos el té con un poco de miel.

    —Mirad lo que ocurre si, por ejemplo, le digo: —volvió a carraspear—: los últimos valores en bolsa indican que hay un mayor interés en la compra-venta de inmuebles residenciales con respecto al año pasado.

    La planta torció los labios y plegó todas las hojas de su cabeza con forma de repollo para ocultar su boca, de una manera muy gráfica dio a entender que la conversación no le gustaba.

    —Debería servir a mis alumnos algo de té verde, tiene propiedades de lo más saludables y estimulantes.

    El efecto fue inmediato, abriéndose el repollo para mostrar una sonrisa, incluso se acercó un poco más a la profesora Sprout para poder oírla mejor.

    —Recordad cómo empezar y cómo acabar la charla. Si no lo hacéis bien, se quedará escuchando eternamente. —Se giró una vez más hacia la planta—. Querida, termina la conversación.

    La planta asintió con una inclinación de cabeza, luego plegó tanto sus hojas como el tallo, retorciéndose sobre sí misma, doblándose de manera imposible para volver a enterrarse bajo la tierra de la maceta. Quedó a la vista solo el repollo. Parecía un repollo terriblemente normal, listo para cosechar y usar en cualquier ensalada.

    —El cuidado de una planta conversadora es una tarea que os robará mucho tiempo y esfuerzo, no es fácil encontrar su tema de conversación favorito, deberéis hablar con ella casi continuamente. Así que, os dividiré en parejas y cada pareja tendrá una planta que cuidar estas vacaciones. —Anunció haciendo aparecer entre sus manos algo tan simbólico como una chistera—. El sorteo será aleatorio. Acercaos cuando diga vuestro nombre, ¡me estoy emocionando! A ver, a ver, el primer nombre es: —metió una mano en el sombrero y sacó un papelito—: ¡Neville Longbottom! Veamos qué tiene el azar reservado para ti.

    Neville se acercó con algo de miedo, les rezaba a todas las religiones que conocía para que no le tocara alguien de Slytherin. Metió la mano en el sombrero y le enseñó el papel a la profesora Sprout, a él le faltó el valor para leerlo.

    —¡Ronald Weasley!

    Ron se acercó sonriendo de oreja a oreja, hasta le dio un abrazo a Neville sin poder creerse la suerte que había tenido en el sorteo. Iba a hacer el trabajo con el mejor alumno de Herbología, el sobresaliente en la nota estaba asegurado.

    —Sigamos, la siguiente pareja está compuesta por: —La profesora Sprout hizo una pausa dramática metiendo la mano en el sombrero, estaba disfrutando de esto—: ¡Pansy Parkinson!

    Pansy se acercó sin demasiadas ganas, y cuando sacó el papel de la chistera se le fueron las ganas ya del todo. Bufó, resopló y giró hacia atrás pateando el suelo.

    —Qué alegría más grande, Granger, vamos a trabajar juntas.

    —¡¿Qué?! —Hermione fue corriendo frente a la profesora Sprout, le quitó a Pansy el papel de las manos y leyó su nombre una y mil veces—. Profesora, ¿puedo hacer el trabajo en solitario?

    —Claro que no, es demasiado para una sola persona.

    —¡Profesora! —Ron no dudó en alzar la mano desde su sitio, fue un gesto tan brusco que Neville tuvo que agarrar su maceta para evitar que la tirara de un golpe—. ¿Puedo cambiarme por Hermione?

    —Señor Weasley, ya tienes un compañero y la señorita Granger también tiene a la suya. —La profesora Sprout suspiró, no podía entender que hubiera tan mala conexión entre los estudiantes de una casa y de otra—. Venga, sigamos con el sorteo. Esta vez empezaremos por: ¡Harry Potter! Antes de que digas nada, no, tú tampoco puedes cambiarte por la señorita Granger.

    Harry ni siquiera pudo quejarse, aceptó la decisión y probó suerte metiendo la mano en el sombrero. Todavía quedaban muchos nombres de Gryffindor por salir, así que confiaba en cuidar de una planta junto a algún compañero de casa.

    —No puede ser —murmuró leyendo el nombre que había sacado, casi lo sentía quemar entre sus dedos.

    —¡Draco Malfoy!

    Que Ron había gastado toda la buena suerte del grupo en el sorteo parecía más que evidente.

    *



    El hogar de los Granger en pleno corazón de Hampstead, al norte de Londres, era el hogar de una pareja que cuidaba a su hija con amor, cariño y comprensión, esforzándose por entender el mundo mágico que se abrió ante ella al ser una bruja. No era una casa acostumbrada a la magia, y el único elemento mágico entre sus paredes era el material de Hermione para Hogwarts, al cual se añadió esta semana una maceta con una planta conversadora.

    Hermione dedicó el lunes, primer día de vacaciones, a hacer todos los deberes que les habían mandado. Le bastó una tarde para tener todo hecho y se felicitó a sí misma por la redacción que hizo para Historia de la Magia, con ella se ganaría una matrícula de honor. Le encantaría tener la misma nota en Herbología, pero trabajar con Pansy no iba a ser nada fácil. La citó el martes, y al mediodía sonó el timbre. Esperaba ver a Pansy, se había preparado como para ello, pero verla de frente le hizo chasquear la lengua, no había preparación suficiente en el mundo para tolerar su presencia.

    —También me alegro de verte, Granger —dijo Pansy entrando en la casa, dándole un empujón—. Además, me encanta estar en la casa de unos muggles, ¿cómo habías dicho? Dentistas, ¿no? Apasionante.

    —Terminemos con esto pronto, yo tampoco disfruto teniendo que trabajar contigo.

    Caminaron hasta el salón. Hermione había colocado la maceta sobre la mesita del café, rodeada también de un par de libros que le había ido leyendo a lo largo de la mañana con la esperanza de hallar por sí sola el tema de conversación de la planta.

    —No le gustan ni la historia ni la filosofía. No ha reaccionado a ninguna de mis lecturas.

    —Así que, tenemos que decir cosas al azar y ver si reacciona. —Pansy se dejó caer a un lado del sofá, importándole bastante poco desordenar mantas y cojines de por allí—. Oye tú, planta, ¿te gusta la moda? —La planta, aunque alzada en su tallo y con dos hojas apoyadas en la mesita, no se inmutó, permaneciendo el repollo cerrado—. ¿La peluquería? ¿El maquillaje? Venga ya, llevas los labios pintados, tiene que gustarte el maquillaje, planta estúpida.

    El repollo se abrió durante unos segundos, los suficientes como para escupir a Pansy, que acabó con saliva de planta conversadora en la mejilla, por suerte, no era un fluido tóxico. Gritó del asco y se apuró en limpiarse con una de las mantas. Hermione prefirió apuntar todo esto en el informe para el trabajo.

    Las interrumpió un ruidoso golpe a la ventana, al haber corrido las cortinas (de lo contrario cualquier vecino podría ver a una planta repollo capaz de hablar) no supieron lo que fue. Hermione se acercó a mirar y acabó sonriendo al descubrir el misterio, abrió una de las ventanas y una vieja lechuza gris entró en la casa, resoplando y volando con dificultad. Errol aterrizó sobre una de las hojas de la planta conversadora e incluso ella se apiadó de su lamentable estado, aceptando su compañía sin moverse.

    —Vaya un desastre de pájaro, si está medio muerto.

    —Lo hace lo mejor que puede. —Hermione le defendió mientras le ponía un poco de agua en un platito. Recogió la nota anudada en una de sus patas y la leyó.

    O esa había sido su intención, porque Pansy fue más rápida al quitársela de las manos. Dio un par de saltos por la sala leyendo en voz alta.

    —¡Es de Weasley! ¿Una carta de tu novio, Granger? Veamos qué ha escrito: «avísame si esa idiota de Pansy te hace algo, iré corriendo a pararle los pies». —Leía de lo más entretenida—. «Si he mandado a Errol y no he ido yo directamente es para que veas que no soy ningún metomentodo, ¡pero que no me cuesta nada ir a ayudarte! Solo dímelo e iré, ¡como si tengo que escaparme ahora mismo de casa!». Oh, ¿qué te parece? El pobre y desgraciado caballero pelirrojo quiere salvar a su dulce princesita de melena rizada, ¿eso me convierte a mí en el dragón que te tiene retenida? Bien, me gustan los dragones.

    —¡Devuélveme eso! —Hermione prácticamente le arrancó la carta de las manos.

    —Pero, ¡mírate, Granger! ¡Estás roja como un tomate! ¿Tanto te afectan las palabras de tu novio?

    —¡Ron no es mi novio!

    —Ya claro, ¿y qué más? Te pones roja por recibir una carta suya. ¡Espera! —Dio una palmada al aire—. ¡Te gusta Weasley y no le has dicho nada! ¿Es eso, Granger? ¡Esto es genial! ¡Una historia de amor entre un muerto de hambre y una sangre sucia! —Las personas como Pansy disfrutaban especialmente hiriendo a los demás, y sonrió al ver la expresión algo más triste de Hermione—. ¡Es demasiado para mí! ¡No puedo soportarlo! —Suspiró de lo más satisfecha y volvió a echarse en el sofá sin parar de reír—. ¡Es una historia buenísima!

    «Gracias por preocuparte, pero puedes estar tranquilo, todo va bien, Pansy es demasiado tonta como para que pueda hacerme daño. No te distraigas y haz todos los deberes».
    Satisfecha con su respuesta, le entregó la nota a la lechuza y la ayudó a emprender el vuelo, una parte de ella temía que Errol no aguantara el viaje de regreso a la Madriguera. Cerró la ventana y corrió las cortinas.

    —¿Le has mandado muchos besitos y cariñitos a tu novio? —Pansy juntó sus labios como si lanzara besos al aire—. Ya sospechaba que ibas tras alguno de tus amiguitos de Gryffindor, pero yo apostaba por Potter, por lo menos es un Alfa.

    —¡La planta! —Hermione la señaló, interrumpiendo por el camino a Pansy. El repollo se había abierto y mostraba una gran sonrisa, mirando de una chica a otra, esperando más palabras.

    —¿Por qué reacciona ahora? ¿Qué hemos dicho que pueda interesarle? —Pansy se enderezó en el sitio—. ¡El novio de Granger! ¡Es eso! ¡Le gustan los cotilleos!

    El repollo volvió a cerrarse.

    —¡Las historias de amor! —Dicho esto, se abrió de inmediato—. Pansy, háblale de algún romance, debo anotar todo esto.

    —¿Y qué quieres que le diga?

    —Lo que sea, ¿qué sé yo? ¿Te gusta alguien en Hogwarts? —Sonrió—. Alguien, aparte de Harry que «por lo menos es un Alfa».

    —¿Potter conmigo? Ni en sueños, Granger. Es muy poca cosa. Yo apunto más alto. —Disfrutó del interés que mostraba la planta en sus palabras, se había inclinado hacia ella—. Draco, por ejemplo. A cualquiera le gustaría emparentar con los Malfoy. Ese sí que sería un buen trato.

    —Diría que me sorprende que compares una relación con un contrato, pero no, no me sorprende en absoluto viniendo de ti. ¿Estarías dispuesta a salir con alguien por un interés económico? No, no hace falta que contestes. Sé lo que vas a contestar.

    Pansy se alzó de hombros, la respuesta le parecía evidente.

    *

    Para bien o para mal, la Madriguera no dejaba indiferente a nadie que la viera por primera vez. La casa no parecía decidirse por quedar en pie o rendirse a la gravedad y terminar cayendo. A Neville Longbottom le divirtió la imagen que tendría a partir de ahora del hogar de los Weasley, y todavía sonriendo fue al encuentro de Ron, que esperaba a un lado en el jardín. Parecía muy concentrado en la carta que Errol, la vieja lechuza de su familia, le acababa de entregar, ni siquiera le había visto llegar.

    Era martes, segundo día de las vacaciones. Fue trabajo de Ron guardar la planta conversadora en un lugar seguro hasta que Neville pudiera venir para trabajar juntos y descubrir cuanto antes el tema favorito de la planta. Neville cargó en su mochila dos libros sobre plantas y un cuaderno donde había anotado una posible lista de temas. Le tocaba a él explicarle a Ron el truco para descubrir el tema favorito de la planta conversadora, y es que solía ser un tema que uniera a sus cuidadores, ya fuera porque a ambos les gustaba o lo detestaban. Una planta conversadora se amoldaba siempre a la figura de su cuidador, así como el buen orador modifica su discurso al gusto del público que le escuchara.

    —Así que, ¿tenemos que hablarle de algo que nos guste a nosotros? —preguntaba Ron entrando en la casa. Su voz se hacía oír por sobre los gritos de su madre, en la planta superior gritándole a cualquier otro de sus hijos, seguramente los gemelos.

    —También puede ser algo que no nos guste. El caso es que nuestra opinión sobre esa cosa debe ser la misma.

    —Entonces está claro, tenemos que hablarle de Snape.

    —Creo que hasta la planta se asustaría.

    Llegaron a la cocina casi llorando de la risa, confundiendo a Ginny, que estaba allí haciendo sus propios deberes. Neville dejó en la mesa su mochila y sacó tanto los libros como el cuaderno, confiaba en no tardar demasiado en terminar con el trabajo. Había tenido la suerte de tener de compañero a Ron, ya se conocían, no iba a ser difícil encontrar un punto de unión que le gustase a su planta.

    —Ron, tienes que dejar libre el armario. —Ginny inclinó la cabeza saludando a Neville—. Fred y George se han llevado más de una bronca por tu culpa, intentando cubrirte. —Señaló hacia arriba, los gritos de la señora Weasley se iban acercando más a medida que bajaba las escaleras.

    —¡¡Ronald Weasley!!

    El silencio en la casa fue sepulcral después de aquel grito, y la figura de Molly Weasley apareció también en la cocina. Todo rastro de ira desapareció cuando vio a Neville, dedicándole una sonrisa.

    —Neville, buenas tardes, ¿has comido algo? ¿Quieres almorzar con nosotros?

    —Muchas gracias, señora Weasley, pero no creo que tardemos mucho en el trabajo que tenemos que hacer. Mi abuela me espera para comer con ella.

    —Como quieras, pero que sepas que no me cuesta nada poner un plato más en la mesa. —Se extinguió su sonrisa mirando a Ron—. ¡Explícame ahora mismo qué clase de jungla tengo en el armario de las toallas blancas!

    —¿De qué jungla me hablas? —Ron la miró sin entender a qué se refería. Hasta donde él sabía, en el armario solo había guardado la planta conversadora—. ¡Fred! ¡George! ¡¿Le habéis hecho algo a mi planta?! —Gritó hacia las escaleras—. ¡Es de Herbología! ¡No le hagáis nada!

    —¡No culpes a tus hermanos, que esto es cosa tuya!

    —¡No, Mamá! ¡Te juro que era solo una planta! ¡Un repollo en una maceta!

    Primero fue un ruido bastante sutil y educado, el ruido que hacía una puerta al abrirse sin querer molestar ni armar escándalo. Le siguieron golpecitos parecidos a unos pasos bajando con cuidado los escalones y, después de medio minuto, apareció en la cocina la planta conversadora de Ron y Neville, enorme, sonriendo y utilizando sus dos hojas como piernas para moverse. Se alzaba la maceta y se columpiaba hacia adelante, avanzando en pequeños saltos, haciendo crujir tanto a los muebles como al suelo, hasta la mesa dio un pequeño bote cuando, de un salto, quedó a su lado.

    —¡Ronald Weasley! —Gritó la planta—. ¡Ven aquí ahora mismo! ¡George! ¡Fred! ¡Dejad en paz a vuestra hermana! ¡Ronald Weasley! ¡Ven aquí ahora mismo! ¡Ronald Weasley!

    Neville se acercó corriendo a la planta, sabía lo que tenía que hacer para que la calma regresara al hogar de los Weasley, al menos por un momento, hasta que la autora original de los gritos decidiera gritar de nuevo.

    —Termina la conversación.

    La planta asintió sin dejar de sonreír e, imitando los movimientos imposibles que hizo la de la profesora Sprout en Hogwarts, se enterró bajo la tierra de la maceta, quedando solo el repollo a la vista.

    —El tema común entre nosotros está muy claro, Ron —sonrió mirándole—. Los gritos. Mi abuela también se comunica conmigo gritándome.

    *



    Harry Potter no estaba acostumbrado al lujo, y la mansión de los Malfoy era tan innecesariamente lujosa que supo que nunca podría acostumbrarse a ese nivel de vida. De un solo vistazo no podría abarcar toda la fachada, y sospechaba que tardaría por lo menos media tarde en recorrer por completo los jardines. Sintió lástima por los trabajadores que tuvieran que cuidar de tantas plantas y flores, aunque luego recordó que en esta casa sí estaba permitida la magia, recorriéndole una sensación de alivio por los elfos domésticos que servirían a los Malfoy (desconociendo, por supuesto, la prohibición de Lucius a sus empleados de usar magia).

    La mansión no se le hacía hostil, pero tampoco le animaba a entrar. Se sentiría más seguro si tuviera a Sirius a su lado, y su padrino desde luego quiso acompañarle, pero Remus se impuso como la voz de la razón, recordándole que su prima Narcisa no querría, ni debía, verle fuera de Azkaban como si tal cosa. Una oferta de té con pastas quedaba muy lejos del idílico reencuentro familiar entre los Black.

    Esto dejaba a Harry frente a la puerta de la mansión Malfoy con la única compañía de Hedwig, descansando sobre su hombro. Le había prometido a Sirius que mandaría a la lechuza en caso de urgencia, también tuvo que repetir la promesa en el coche volador de Remus, autoimpuesto chófer que le llevó desde la cabaña en Rothiemurchus hasta Wiltshire. Se preguntaba Harry si en algún momento hablarían con él sobre la relación tan estrecha que tenían o le obligarían a seguir fingiendo que no sabía nada de un asunto que le parecía tan evidente.

    Las puertas de la mansión se abrieron de repente, pillándole por sorpresa. Tuvo que agachar la mirada para poder ver a un elfo dándole la bienvenida.

    —El señorito Malfoy le está esperando, joven Potter —dijo—. Sígame, está en el jardín trasero. Su lechuza puede ir volando si lo prefiere.

    Hedwig alzó el vuelo, bordeando la mansión Malfoy. Fue la primera en ver a Draco a través del techo de cristal de una amplia estructura exterior, recordaba a un invernadero de tiempos más antiguos. Draco estaba cruzado de brazos frente a la planta conversadora, miraba de muy mala gana al repollo que tenía como cabeza, y dado lo que brillaba su mejilla y el trapo tirado a un lado, le habría dicho alguna impertinencia a tan delicada planta, escupiéndole en respuesta.

    —Su visita ha llegado —anunció el elfo, hizo una pequeña reverencia y se marchó cerrando la puerta, lo cual daba una sensación de falsa privacidad al ser todo de cristal y verse el interior perfectamente.

    —Dichosos los ojos, Potter. —Draco habló sin apartar la mirada de la planta—. A estas alturas pensé que no vendrías, has debido tener una semana ocupadísima.

    —Sí, he estado por ahí con Ron y Hermione.

    —¿Cómo no? De vacaciones con el muerto de hambre y la sangre sucia, tuve que haberlo imaginado.

    —Malfoy. —Resopló, veía inútil repetirle una vez más que no le gustaba cómo llamaba a sus amigos, prefirió ahorrarse el esfuerzo—. Me han contado un par de trucos para averiguar el tema favorito de la planta. Debe ser algo que tú y yo tengamos en común.

    Draco rio girándose hacia él.

    —¿Ese es tu gran descubrimiento? ¿En serio? —Volvió a reír—. ¿Cómo has podido entrar en Hogwarts usando los libros como adorno? Ya sé que el tema de la dichosa planta debe ser algo que nos haga coincidir, ¿qué te crees que llevo buscando toda la semana? Apenas he tenido vacaciones.

    —Ya lo veo. —Admitió Harry mirando a los lados, sobre la mesa había un sinfín de libros y cuadernos llenos de anotaciones. Restos de comida y bebida, hasta una manta—. ¿Cuánto llevas con esto? ¿Has dormido aquí?

    —¿Qué te importa? —Draco suspiró yendo a la mesa, se frotó los ojos y contuvo el bostezo lo mejor que pudo—. No he conseguido dar con el tema. Ya es sábado, y no he avanzado nada con esto —repitió—. La sangre sucia, el muerto de hambre, ¡hasta Longbottom! Y yo sigo sin averiguarlo. Es tan frustrante.

    —Ellos lo descubrieron por casualidad, seguro que nosotros también.

    —Solo un idiota confía en el azar, Potter.

    Draco estaba más que harto de la planta, prefirió sentarse a un lado de la mesa y volver a hojear alguno de los libros, buscando algún detalle que se le hubiera podido pasar por alto. Mientras, Harry se acercó a la planta para mirarla más de cerca.

    —Le has dicho que la conversación empieza, ¿no?

    —No, Potter. He estado todos estos días hablando solo.

    —Solo te lo preguntaba para asegurarnos de haber dado todos los pasos —refunfuñó—. ¿Le has hablado del Quidditch?

    —Esa es tu pasión, no la mía.

    —Pero, ¡si estás en el equipo de Slytherin! ¿No te gusta?

    —No, no es que no me guste. Es un deporte divertido, me entretiene.

    —Ah, ya lo entiendo.

    —Qué novedad, tú entendiendo algo.

    —No te gusta el Quidditch porque no puedes ganarme, Malfoy. —Le señaló, esta había sido toda una victoria y pensaba disfrutar de ella—. Es eso, ¿verdad?

    —¿Vas a hacer algo más que incordiarme? Habla con la planta, haz algo de provecho para variar.

    —¿Tienes que ser siempre tan desagradable?

    —No soy desagradable.

    —Eres terriblemente desagradable.

    —Y tú terriblemente estúpido, y aquí estamos.

    Harry bufó llevándose las manos a la cabeza, fingió acomodarse el pelo y las gafas, era una manera estupenda de hacer acallar el grito que quería dedicarle a Draco, no ganaría nada dejándose llevar por los nervios. No entendía su actitud, no la entendía ahora y estaba seguro de que no la entendería ni en un millón de años. Notaba su voz relajada, no tenía las gotas de ponzoña que solía usar en Hogwarts, quizás envalentonado por sus compañeros, así que incluso estando tranquilo debía hacer esa clase de comentarios, ¿por qué lo hacía? ¿Así era su carácter? ¿Iba siempre por ahí con un comentario ácido preparado bajo la lengua? ¿Y tanto disfrutaba de ello? Lo que empezó a confundirle ya del todo fue el olor, pudo oler de nuevo el aroma tan agradable que, hace unos meses, le hizo caminar casi a ciegas hasta las mazmorras. Cerró los ojos olfateando, de alguna manera confirmando que el olor más agradable que había olido en su vida era el de Draco. Entonces pareció ser consciente de algo, un pequeño detalle que pasó por alto al llegar.

    —No llevas el collar —dijo, estudiando cada paso que dio Draco hasta quedar a su lado—. ¿Por qué no lo llevas?

    —¿Por qué tendría que llevarlo en mi casa?

    Draco se acercó un poco para enseñarle el libro que leía, el segundo tomo de «Vida Floral en la Inglaterra Mágica», escrito por Magnolia Almandra. Había seguido todos los pasos que explicaba para el perfecto cuidado de una planta conversadora pero, y qué rabia le daba, no había tenido éxito. Quizás Harry tuviera alguna buena idea al leer el párrafo que le estaba señalando. Claro que una caricia en su cuello hizo que el libro resbalara por entre sus dedos, cayendo al suelo.

    —¡¿Qué crees que estás haciendo, Potter?!

    Harry alzó las manos apartándose, no supo decir en qué momento su dedo índice había acabado recorriendo la nuca de Draco.

    —No… No lo sé. Perdona, no me he dado cuenta —confesó—. De repente olías muy bien y… Mi mano ha debido moverse sola, no sé.

    —No estás en celo, ¿no?

    —Pues, no lo sé.

    —¿Cómo que no lo sabes? ¿Cómo no vas a saberlo? ¿Cómo puedes pasear por ahí sin saber algo tan importante? —Negó con la cabeza—. Da igual. Ven, necesito que te acerques.

    —¿Para qué? —Y es que no solía ser buena idea acercarse a Draco Malfoy—. ¿Qué vas a hacer?

    —¿Quieres que te ayude o no?

    Harry terminó por ceder y se acercó, fingió seguridad lo mejor que pudo cuando Draco le sujetó del mentón, haciéndole alzar un poco la cabeza.

    —Mírame. Abre la boca y mírame. —Draco confiaba en que su sonrisa no le delatara. Había un punto de emoción indebida en dar órdenes a un muy obediente Harry Potter, prefería no profundizar en qué le hacía sentir verle tan dócil—. Tranquilo, no estás en celo.

    —¿Y para decirme eso tenías que estar tan cerca y mirarme los dientes?

    —No miraba tus dientes. —Aunque sí se había fijado en lo afilado de sus colmillos, no tenía por qué decírselo—. Los Alfas saliváis más de lo normal cuando estáis en celo, con unas pocas feromonas serías capaz de ahogarte en tu propia saliva. Un espectáculo patético que, por suerte, no he tenido que ver.

    Terminado el rápido examen para determinar alguna pequeña pista sobre el celo, no había realmente un motivo para seguir estando tan cerca, pero ninguno se movió de donde estaba. La mano de Draco no había bajado del todo, quedando el puño apoyado contra el bolsillo de la desgastada chaqueta de cuadros que traía Harry. Era un buen momento para meterse con su inexistente gusto para la moda, pero no se le ocurrió ninguna burla, prefiriendo quedarse en silencio, mirándole como si fuera la primera vez que le miraba tan de cerca, y quizá lo fuera. No se había fijado antes en el verde tan intenso de sus ojos, y debía admitir que le gustaba el color. Siempre le había gustado el verde, lo relacionaba con Slytherin, iba a ser muy bochornoso que a partir de ahora pensase también en los ojos de Harry cuando le nombrasen un color tan importante en su vida.

    —¡Draco!

    Draco dio tal bote en el sitio que hasta la planta conversadora se asustó. Lucius entró en el invernadero y tiró de la camisa de Draco hacia atrás, alejándolo de Harry y dejando su mano sobre su hombro como una garra que apretaba con más fuerza de la necesaria, pues Draco no se iba a ir, ni él —Lucius— era un ave de presa sujetando a su víctima.

    —Se hace tarde, Potter. Deberías volver a casa.

    —Todavía no hemos acabado el trabajo, señor Malfoy.

    —Draco se encargará del asunto, pierde cuidado.

    —Pero, es un trabajo en equipo. Tenemos que hacerlo juntos.

    —Tú no harás nada con mi hijo. ¡Perret! —El elfo entró corriendo al invernadero—. Acompaña a nuestro invitado a la puerta, ya se iba. Hasta la vista, Potter.

    *



    Era casi medianoche y Sirius conducía bastante tranquilo para no tener carnet. Una mano en el volante y la otra sujetando una bolsita de judías de sabores, a veces tenía suerte y le tocaba alguna de nata o caramelo, otras veces no había tanta suerte y terminaba con el sabor de la ceniza en la boca. Harry iba en el asiento del copiloto sujetando algo mucho más importante en sus manos, de hecho, iba aferrado a tal cosa pero, como no se veía a simple vista, solo podían verse sus dedos doblados de manera extraña en el aire.

    —No tardaré ni cinco minutos —le dijo a Sirius cuando aparcó el coche—. Será fácil: voy al jardín, cojo la maceta y vuelvo.

    —Es un buen plan.

    Realmente, robar cualquier cosa (incluida una planta conversadora) de la mansión Malfoy era un plan desastroso. Eran los planes que más le gustaban a Sirius, por eso mismo el plan había empezado robándole el coche a Remus hacía unas horas.

    —Te estaré esperando aquí, pero no dudes en gritar si tienes algún problema. Iré corriendo a ayudarte.

    Harry se sintió capaz de cualquier cosa, no tanto por haberse cubierto con la capa de invisibilidad, sino por el apoyo constante que era Sirius en su vida. Avanzó con tal seguridad por los jardines que llegó al pequeño invernadero en la parte trasera en cuestión de minutos. Viendo cómo cambiaban de forma los cristales y el armazón supo que era una estructura mágica que cambiaba a voluntad, siguiendo los deseos de algún Malfoy. Vio a Lucius moviendo su varita, cambiando la apariencia del invernadero, ahora se grabaron en varios cristales motivos con pavos reales y los arcos en los que acababa el techo acristalado eran tan puntiagudos que ni un solo pájaro podría posarse en él sin hacerse daño. Harry le siguió para entrar tras él en el invernadero, si es que a esto podía seguir llamándosele invernadero.

    —Draco. —Se enderezó de golpe al escuchar la voz de su padre—. ¿Todavía sin resultados? Es una planta. Una planta estúpida que repite pedazos de conversaciones, ¿cómo puede costarte tanto?

    —Lo sé, pero no he podido. —Le interrumpió su propio bostezo.

    —El hijo de los Weasley descifró el misterio prácticamente el mismo día, y no me hagas hablar de la sangre sucia que tienen en Gryffindor. ¿Has terminado la redacción de Historia de la Magia? —Draco asintió agachando la cabeza—. Espero sea un escrito en condiciones, es inaudito que una hija de muggles supere a un Malfoy. Es bochornoso y no quiero volver a pasar por lo mismo en la entrega de notas, ¿me has entendido? —Draco volvió a asentir—. Tu madre y yo tenemos que salir a atender un asunto urgente, espero que a nuestra vuelta hayas acabado de una buena vez con la dichosa planta para que descanses como es debido. Y hay que ventilar esto, todavía apesta a Potter.

    Lucius se marchó tapándose la nariz con la mano, dejando a Draco todavía con la mirada clavada en el suelo. Harry dudó entre acercarse a la planta o acercarse a él, pero se decidió al escuchar el primer sollozo. Era la primera vez que veía a Draco llorar, en verdad, era la primera vez que veía a Draco sentir otra cosa que no fueran seguridad y orgullo desmesurados. Casi parecía alguien normal, como un chico cualquiera que acabase de recibir una riña de su padre, claro que Harry no tenía la menor idea de cómo debía sentirse aquello. Esto no impidió que sintiera algo muy parecido a la compasión viendo el llanto silencioso de Draco, nunca creyó verse capaz de sentir algo así por él.

    —¡Perret!

    Como era costumbre, el elfo apareció de inmediato. No preguntó por los ojos enrojecidos de Draco y tampoco preguntó qué hacía Harry Potter bajo una capa de invisibilidad junto a él.

    —¿Necesita algo, señorito Draco?

    —Un té de manzana y canela.

    —Enseguida, ¿alguna otra cosa? —Y miró a su lado, miró directamente a Harry—. ¿El joven Potter no desea nada?

    —¿Potter? ¿De qué hablas? Potter no está aquí.

    —Sí que lo está.

    Inútiles fueron los gestos de Harry bajo la capa, pidiéndole al elfo que no le delatara. La capa salió volando por los aires por cosa de la magia y él quedó al descubierto.

    —¡Potter! ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo has…? —Draco retrocedió un par de pasos, tenía demasiadas preguntas que hacer y no sabía por cuál empezar—. ¿Tienes una capa de invisibilidad? ¿Tú? —Sacudió la cabeza, aquellas no eran las preguntas importantes—. ¿A qué has venido? ¿Qué quieres?

    —Venía a llevarme la planta y terminar yo solo el trabajo. —Admitió recogiendo la capa del suelo. La dobló lo mejor que pudo para guardarla en una bolsa de tela (también robada, el olor tan fuerte a cacao que brotaba de ella delataba a Remus, su auténtico dueño). De no guardar la capa en algún lado, la perdería en cualquier parte—. Ese era el plan hasta que te vi llorar.

    —No estaba llorando.

    —Oh vamos, Malfoy. Llevo aquí todo el rato.

    —Pues ya estás tardando en irte.

    —Es injusto que tu padre no haya visto cuánto te has esforzado. ¡Has trabajado toda la semana! Te has esforzado muchísimo, hasta has dormido al lado de la planta conversadora, seguro que le hablabas en sueños. —Se alzó de hombros, por alguna razón animar a Draco le estaba dando más vergüenza de la que esperaba—. Oye, puede que no haya dado resultados, pero has hecho un muy buen trabajo. Pienso que deberías saberlo.

    —¡Buen trabajo! ¡Buen trabajo!

    Tanto Draco como Harry, incluso Perret que servía el té de manzana y canela en la mesa, miraron atónitos hacia la planta. Comenzó a balancear el tallo de un lado a otro como si bailara.

    —¿Este es el tema de conversación? ¿Decirte que has hecho un buen trabajo? —Miró hacia Draco—. Lo has hecho bien, Malfoy. Lo has hecho muy bien.

    —Puedes dejar de repetirlo. —Draco se cruzó de brazos mirando hacia otro lado—. Ya ha quedado claro el tema favorito de la planta.

    A Harry le consolaba ver lo rojas que estaban las orejas de Draco, no era el único que se sentía avergonzado. No era para menos con este tema que, por otro lado, tampoco le pareció muy difícil de averiguar, podría haberse descubierto mucho antes pues la única complicación vendría si nadie admitía lo que él supo nada más entrar en el invernadero, viendo los libros, los cuadernos repletos de anotaciones, las mantas deshechas y la sombra del cansancio bajo los ojos de Draco.

    —Malfoy, ¿nadie ha visto tus esfuerzos esta semana? ¿Nadie te ha dicho lo bien que lo has hecho?

    —El señorito Draco siempre se esfuerza en agradar a sus padres, aunque las palabras de apoyo a menudo escasean en la familia. Los señores demuestran su amor de otras formas.

    —Perret, cierra el pico y lárgate. Tú también, Potter. Llévate la dichosa planta si tanto la quieres. —Se giró hacia la planta—. Escúchame bien, planta estúpida: termina la conversación.

    La planta asintió antes de enterrarse en la maceta, quedando a la vista solo el repollo. Draco la alzó en peso para entregársela a Harry, era una maceta aparatosa pero no muy pesada, a pesar de lo enorme de la planta conversadora cuando estaba despierta.

    —Ten, antes de que te vayas. —Fue a la mesa para recoger algunos de los papeles, los metió entre las páginas de un cuaderno y lo dejó junto al repollo, volviendo otra vez frente a Harry—. Escribe el informe esta noche y me lo envías mañana a primera hora.

    —¿Qué? ¿Por qué?

    —Porque tendré que corregirlo. No eres muy buen escritor y no voy a permitir que tu mala redacción me baje la nota.

    Harry quiso sugerir que si tan poco le gustaba cómo escribía, que lo hiciese él pero, de nuevo, sintió lástima de Draco, o quizá fuera compasión de su expresión agotada, o puede que simplemente le pareciera lo más justo concederle una noche de descanso después de toda una semana de trabajo duro.

    —¿Entendido, Potter? ¿Me estás escuchando?

    Harry resopló cargando mejor con la maceta.
    —¿Algo más?

    —No, eso sería todo. Buenas noches. —Asintió antes de caminar hasta la puerta del invernadero, casi no podía creerse que el infierno con la planta conversadora hubiera acabado.

    —Malfoy. —Esperó a que le mirara para seguir hablando, no quería perderse el cambio en su expresión—. Que sepas que yo sí valoro tus esfuerzos. Has hecho un muy buen trabajo.

    La reacción de Draco fue automática, volviendo a teñirse de rojo sus orejas.

    *



    Harry releyó el informe por cuarta vez, convenciéndose a sí mismo de que estaba bien escrito. Sabía que no estaría al mismo nivel de Hermione o de Neville (solo en Herbología), pero podía sentirse orgulloso de su trabajo. Aunque quizá las tres de la mañana no era la mejor hora para escribir nada, mucho menos para decidir si estaba bien hecho o no. Le entregó el sobre a Hedwig, y la lechuza emprendió el largo vuelo hasta la mansión Malfoy.

    —Pero, ¿qué haces todavía despierto? —Sirius bostezó sacudiendo la cabeza, arrastró los pies hasta sentarse en la silla libre frente a Harry—. Tendrías que estar ya dormido. Eres muy joven como para tener insomnio.

    —Estaba con el trabajo de Herbología —le dijo—. Hedwig se lo envía a Draco para que disfrute buscándome fallos.

    —Así que «Draco» y nada de «Malfoy», ¿me he perdido algo? ¿En qué momento os habéis hecho amigos?

    —Eso es imposible con lo desagradable que es.

    —No sé si bromeas o lo estás diciendo en serio, lo has dicho sonriendo.

    —Es que me he acordado de una cosa. —Sirius ni siquiera tuvo que insistir para que Harry hablara—. Pone unas caras muy divertidas cuando está nervioso. Y se sonroja. Se sonroja muchísimo, deberías verlo, ¡hasta las orejas se le ponen rojas! —Se señaló las suyas mientras reía—. ¿Sabes? El tema de nuestra planta conversadora fueron los elogios. Cuando le dije que había hecho un buen trabajo, ¡pum! Tenía a Malfoy convertido en un tomate y a la planta bailando la mar de contenta.

    —A ver si lo he entendido. —Sirius se inclinó un poco en la mesa, con Harry imitando el movimiento—. El tema de la conversadora debe unir a sus cuidadores, y está claro que un Malfoy, por joven que sea, vive de los halagos y los elogios; pero, ¿dónde te deja eso a ti? ¿Te gusta decirle cosas bonitas a ese chico? —Le miró, parecía que Harry no había pensado en ello—. Me recuerdas a tu madre, ella también era simpática con un Omega que todos creemos insoportable —le dijo—. Anda, vete a dormir, es muy tarde. A estas horas la cabeza se confunde.

    Harry asintió poniéndose en pie, no podía negar que el cansancio comenzaba a pasarle factura.

    —¿Tú no vienes?

    —He tenido una pesadilla. —No pensaba entrar en detalles sobre los horrores que había visto en sueños—. Iré cuando me calme un poco, solo necesito un momento.

    —Deberías haber invitado a Remus a pasar aquí las vacaciones.

    —¿Uno de tus profesores aquí con nosotros? ¿Por qué le iba a invitar?

    —Porque cuando dormís juntos no tienes pesadillas.

    —Vete a dormir de una vez.

    Edited by Flamingori. - 22/1/2024, 01:00
     
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    CAPÍTULO 7. SIRIUS BLACK
    A Harry le extrañaron los dos toques a la puerta. Sirius entraba sin más pues, sencillamente, no cerraban nunca la puerta con llave. En mitad del bosque de Rothiemurchus no solían recibir visitas más allá de Remus, el vecino más cercano estaba a kilómetros de distancia. Ni siquiera los dueños originales de la cabaña aparecerían por aquí, Sirius había manipulado sus recuerdos y aquel anciano matrimonio muggle olvidó por completo la propiedad, aunque recibían cada par de meses un sobre anónimo con cierta cantidad de dinero.

    Se acercó a la puerta con cierto recelo, no había mirilla por la que curiosear y si mirase por la ventana también le verían a él. Pegó la oreja a la madera luchando por escuchar algo del otro lado, al final, el oído no le hizo falta, pudo oler a quien volvía a llamar; reconocería ese aroma en cualquier parte. Abrió la puerta para encontrarse a Draco Malfoy devolviéndole un ceño fruncido.

    —¿Estabas durmiendo? —Le miró de arriba a abajo. Harry casi lamentó seguir llevando el pijama—. Qué aburrida tiene que ser tu vida si te levantas tan tarde un domingo. —Harry no consideraba que las nueve de la mañana fuese tarde en absoluto, tampoco su vida le parecía aburrida—. ¿Puedo pasar o me voy a quedar aquí fuera?

    Harry se hizo a un lado para que pasara al interior, estaba demasiado confundido como para preguntar nada. Era su última mañana de vacaciones, Sirius había ido a devolver el coche robado a Remus y suponía que iba a tardar en volver; su plan más inmediato era terminar el desayuno y pasar el resto de la mañana descansando. La visita de Draco mandaba al traste su domingo relajado.

    —¿Cómo sabes dónde vivo?

    —Me lo ha dicho Hedwig. —Harry le miró sorprendido y a Draco le costó no reírse a carcajadas—. Es broma, me ha traído el chófer.

    —¿Chófer? ¿Qué chófer? No había ningún coche fuera.

    —¿Esperas que se quede aparcado ahí toda la mañana como si no tuviera otra cosa que hacer? Le mandaré un aviso con Glauco cuando quiera irme, y vendrá a recogerme.

    —¿Glauco?

    —¿Vas a preguntar por todo lo que te diga, Potter? Glauco es mi búho, y seguramente sea más valioso que todo lo que haya en esta cabaña de mala muerte. —Miró alrededor cada vez más convencido de sus propias palabras, la decoración era demasiado simple para su gusto, y el espacio diminuto si se comparaba a los salones interminables de la mansión Malfoy—. ¿Algo más que quieras saber?

    —Es que, no sé qué haces aquí.

    —Cuestionarme tu entrada en Hogwarts, ¿te paraste a leer el informe que me enviaste? ¡Está mucho peor de lo que me temía! —Rebuscó en la bolsa que trajo y sacó de allí el informe—. ¡Mira! Lo has escrito todo mal, ¡todo! —Leyó rápido el par de líneas que le interesaban, las señaló y le enseñó el papel a Harry—. Has escrito: «Margarita Almendra».

    —Fue la primera bruja que estudió las plantas conversadoras, ¿no? Hablabas de ella en el cuaderno que me diste.

    —Es «Magnolia Almandra», ¡pedazo de imbécil! ¡No escribiste bien ni un solo nombre! ¡Ni uno solo! —Lanzó el informe a la mesa, al ser una mesa circular tan pequeña acabó cayendo al suelo—. Si es una broma no tiene ninguna gracia, Potter. Entregarle este trabajo a Sprout supondría expulsión directa.

    —¿No crees que estás exagerando? —Preguntó recogiendo el informe, volviendo a dejarlo en la mesa. Draco le había hecho tantas anotaciones en rojo que apenas podía ver su propia letra debajo—. Anoche estaba muy cansado cuando terminé, pero no pasa nada, lo volveré a escribir y ya está.

    —Mantente alejado del informe, ya me encargo yo de escribirlo.

    —¿Y qué hago? ¿Me siento a mirarte?

    —Pues no es mala idea, a lo mejor así aprendes a escribir.

    —Malfoy, de verdad, es nuestro último día de vacaciones, no quiero pasarlo discutiendo contigo. Hagamos una tregua. —Le ofreció—. Si tienes algún comentario desagradable que decir, te lo guardas. Me lo puedes decir mañana en Hogwarts.

    —¿Te guardarás tú también tus estupideces para mañana?

    —Te lo estoy pidiendo muy en serio. —Se acercó a él tendiéndole la mano—. Por favor.

    Draco resopló en su sitio, miró la mano de Harry, dio otro vistazo a su pijama y terminó mirándole a la cara mientras le devolvía el apretón de manos.
    —De acuerdo, acepto. Todo sea por ver si eres capaz de no hacer ninguna estupidez en todo el día.

    —¿Todo el día? ¿Vas a pasar aquí todo el día?

    —Pensaba marcharme desde que terminara el informe, pero sabiendo lo mucho que te molesta tenerme aquí, sí, me voy a quedar. —Rio—. Es broma. Debo volver antes de la hora del almuerzo, mi padre se preguntará dónde he pasado la mañana, no puede pillarme tan lejos de casa.

    —¿No sabe que has venido?

    —Ayer te echó con cajas destempladas, ¿qué te hace pensar que hoy me dejaría estar aquí a solas contigo, Potter?

    Aquella maniobra había sido arriesgada, a Harry le recorrió un escalofrío pensando en un muy enfadado Lucius Malfoy llegando a la cabaña, preguntando por su hijo y haciendo aparecer un ejército de serpientes gigantes dispuestas a destruirlo todo. No sabía qué clase de habilidades tendría el señor Malfoy con la magia, pero imaginaba era capaz de eso y más.
    Apartó la imagen de su cabeza yendo a la cocina, que Draco hiciera lo que quisiera con la corrección del informe, él terminaría sus huevos con salchichas, se prepararía también un zumo y desayunaría con toda la calma sabiendo que no iba a escuchar ni un solo comentario desagradable. Quizá pudiera disfrutar de un domingo tranquilo después de todo.

    —¿Cocinas sin magia? —Descubrió a Draco prácticamente a su lado, mirando curioso la sartén—. No parece encantado, ni detecto ningún hechizo. ¿Cómo puedes cocinar sin magia?

    —No sé hacerlo de otra forma.

    Harry acabó por sonreír, la reacción de Draco fue idéntica a la que tuvo Sirius la primera vez que le vio preparar el desayuno. Claro que a Draco no podía contarle esto. Ahora que lo pensaba, ¿qué pasaría si Sirius volviera a casa antes de que Draco se hubiera ido? Ningún Malfoy podía saber que Sirius Black vivía de lo más tranquilo en una cabañita perdida en Escocia. Dementores, aurores, puede que hasta los mismos profesores de Hogwarts y demás autoridades mágicas, prácticamente todo el Mundo Mágico podría echársele encima para llevarle de vuelta a Azkaban. De solo imaginarlo sintió un vuelco en el estómago, ni siquiera el olorcillo de los huevos y las salchichas le devolvió el apetito. Lo dejó todo a un lado y se sentó a la mesa, frente a Draco, que ya se había puesto manos a la obra con el informe.

    —¿No vas a comer?

    —No tengo hambre.

    —¿Qué hacías cocinando entonces?

    —No es para mí.

    —Vaya. —Draco le miró con cierta sorpresa—. Te lo agradezco, Potter, pero ya he desayunado en mi casa.

    —¿Qué? ¡No! ¿Por qué te iba a preparar yo a ti nada?

    —¿Y a quién más se lo ibas a dar? No veo a nadie más aquí.

    Harry dijo lo primero que le vino a la cabeza, lo cual no solía ser casi nunca una buena idea.
    —A Hedwig.

    —Hedwig. —Repitió Draco sin dar crédito—. ¿Le das huevos y salchichas a tu lechuza?

    —Sí, le encantan, ¿a tu búho no?

    —Lo más extraño que come Glauco son manzanas. Se divierte picoteándolas.

    —¿Quieres una? Creo que debe quedar alguna.

    Se levantó para acercarse al frutero que estaba a un lado de la encimera, buscando una manzana entre naranjas, peras, plátanos y demás frutas ideales para el desayuno. Sirius se había encargado de hechizar el frutero, haciendo que cada pieza de fruta que se cogiera volviese a aparecer al cabo de unos minutos.

    Draco se encogió de hombros antes de ir hacia una de las ventanas, siguiendo la misma línea de la cabaña, eran todas diminutas. Glauco, un búho real de casi un metro y medio de envergadura, tuvo auténticos problemas para entrar pero, una vez conseguido, voló hasta posarse en el brazo estirado de Draco.

    —No le gusta este sitio, es minúsculo —dijo acariciándole entre las plumas de su cabeza—. Dame la manzana, se la comerá fuera.

    —Solo tengo manzanas verdes, supongo que no será un problema, nunca te he visto comer una manzana roja.

    —¿Ahora te dedicas a espiarme, Potter?

    —Siempre vas por ahí comiendo manzanas, no hace falta espiarte.

    —¿No vas a llamar a Hedwig?

    —¿Para qué?

    —¿No le vas a dar los huevos y salchichas?

    —Ah. ¡Ah, claro! ¡Su desayuno, claro!

    Draco le vio ir hacia la ventana y repetir la misma jugada que él hizo antes, entrando con la lechuza en su brazo, pero con mucha más soltura al ser Hedwig bastante más pequeña que su búho. Caminó decidido hasta la cocina, pero parecía que Hedwig sabía lo que se proponía hacerle comer porque salió volando entre chillidos por la misma ventana por la que había entrado hacía unos segundos.

    —Parece que no tiene hambre.

    —¿Vas a seguir mintiéndome toda la mañana? —Draco le dio un par de mordiscos a la manzana, luego se la entregó a Glauco, que no tardó en salir por la ventana para poder estirar las alas sin golpear nada—. Ni siquiera alguien como tú le daría esa comida a su lechuza, ¿pasa algo? ¿Estás bien? Te noto nervioso.

    —Voy a cambiarme; no tardaré.

    Dejó a Draco con la palabra en la boca y se marchó prácticamente corriendo a su dormitorio. Volvió un par de minutos más tarde con vaqueros y camisa, y con la planta conversadora en brazos, esta sería la distracción perfecta.

    —Será mejor que nos pongamos con el informe, me he quedado con alguna duda —dijo mientras dejaba la maceta en el suelo—. Le gustan los elogios, lo sabemos, pero mi duda es: ¿le gustan los elogios en general o solo sobre algún aspecto en específico? Tendremos que averiguarlo.

    —¿Vives con un mago?

    Harry palideció.
    —No. Vivo solo. —Intentó mentir y se giró hacia la planta, no quería enseñarle la cara a Draco, le descubriría. Después de todo, Harry no mentía del todo bien—. Empieza la conversación. —El repollo que era la planta conversadora se enterró para volver a surgir, junto con dos hojas gigantescas que casi parecían brazos. La planta sonrió inclinándose hacia Harry, esperando que hablara.

    Sin embargo, el que habló fue Draco, se negaba a cambiar de tema, sentía que estaba cerca de desvelar el misterio.
    —Por aquí hay mucha ropa que no huele a ti. Así que, o vives con alguien, o te dedicas a robar ropa por el bosque.

    —¿Qué te parece? Sigues distinguiendo mi olor, tienes muy buen olfato, Malfoy.

    —¡Buen olfato! ¡Muy buen olfato!

    —¿Vives con el profesor Lupin?

    —¿Qué? No. —Tosió un poco—. Qué locura, ¿por qué lo preguntas?

    —La cocina está llena de notas con su nombre. —Harry se giró solo un poco para mirar a Draco, tenía un botecito de chocolate instantáneo en la mano—. «Chocolate para emergencias. No tocar. Remus». —Draco le miró con una mezcla de confusión y curiosidad—. Hay un corazón dibujado un poco más abajo, lo que me obliga a preguntarte qué clase de relación tienes con nuestro profesor.

    —Te estás haciendo una idea equivocada. No es lo que parece, en serio. Remus pasa mucho tiempo aquí, pero no por el motivo que estás pensando.

    —¿No? Yo creo que sí. Por eso tienes tan buenas notas en su asignatura.

    —No es nada de eso.

    —Si vas a seguir mintiendo, al menos hazlo mirándome a la cara, Potter.

    —Ocultar la verdad no es mentir —contestó girando ya del todo—. Vivo con un mago, sí, pero no puedes saber quién es. Me meterías en un buen lío, y a él también. No soportaría hacerle daño.

    —Vaya, pues tiene que importarte muchísimo ese mago tan misterioso. —Ahora tenía todavía más curiosidad en averiguar quién era—. ¿Es algún familiar tuyo?

    —No insistas, no te voy a contar nada. No tardarías ni dos minutos en denunciarle.

    —¿Denunciar? ¿Por qué? ¿Estás viviendo con un delincuente? Potter, ¿estás bien? —Se acercó a él dejando atrás la confusión, ahora se veía pura preocupación en su rostro, hasta le apretó un poco el brazo en un gesto que buscaba darle apoyo—. ¿Te está obligando a hacer algo que no quieras? Mi madre me ha hablado de grupos muy bien organizados que obligan a los Alfas a hacer auténticas barbaridades. ¿Necesitas ayuda? Mi padre tiene muchos contactos en el Ministerio, quizá pueda ayudarte.

    —Agradezco tu preocupación, Malfoy. Hasta me sorprende. —Admitió—. Pero, estoy bien. Sirius jamás me obligaría a hacer nada, es mi padrino.

    Se mordió la lengua, literalmente hablando, al ver la sonrisilla victoriosa de Draco mientras se alejaba un poco, dando un par de pasos hacia atrás hasta apoyarse contra el borde de la mesa. Aquella mirada cargada de preocupación, su voz tan afectada, sus gestos, todo había sido un teatro, ¿cómo había podido caer en un truco tan barato?

    —Así que, «Sirius», ¿eh? El caso es que me quiere sonar ese nombre, ¿dónde lo he oído? ¿Dónde? Me suena muchísimo.

    Harry entró en pánico en este mismo instante, una parte dentro de él gritaba desesperada al ver cómo de rápido había echado a perder el refugio que había conseguido Sirius en la cabaña, otra parte suya se moría de la vergüenza, pues tenía que darle la razón precisamente a alguien tan insoportable como lo era Draco Malfoy: no había podido pasar ni un solo día sin hacer una estupidez. La situación era mala tirando a catastrófica, pero consiguió guardar un poco de esperanza, con suerte Draco no reconociera de nada su nombre.

    —¡Sirius Black! ¡Ese es! —Draco chasqueó los dedos señalándole, y Harry se despidió de su última esperanza—. Espera, ¿el primo de mi madre? ¿No estaba en Azkaban? Mató a tus padres, ¿no? Potter, ¿estás viviendo con el asesino de tus padres?

    —No fue él. Sirius nunca lo haría. Mira, no tengo por qué contarte nada, solo… —Suspiró—. No lo digas. Por favor. Malfoy, por favor. —Repitió—. Eres la última persona del mundo a la que le pediría algo, pero… —Buscó con desesperación una manera de convencerle, imaginó que tendría más posibilidades si se arrodillaba, pues a Draco siempre le había gustado mirarle por encima del hombro. Que lo pudiera hacer de manera literal debía jugar a su favor—. Haz lo que quieras conmigo, en serio, puedes hacerme la vida imposible en Hogwarts si quieres, pero no digas nada de Sirius.

    —Una oferta muy tentadora, Potter.

    —Haré lo que quieras, pero no delates a Sirius. Por favor.

    Draco resopló cruzándose de brazos, permaneció unos segundos en silencio, simplemente disfrutando de la situación. Nunca imaginó que el orgulloso Harry Potter accediera, primero, a estar de rodillas frente a él, y segundo, a convertirse en un esclavo si así lo quisiera. De repente el destino de Harry parecía estar en sus manos y la sensación era tan embriagante que no podía dejar de sonreír.

    —Si, por ejemplo, te pidiese que mañana hablases con Dumbledore para que dejes Gryffindor y vengas a Slytherin, ¿lo harías?

    Harry agachó la cabeza, incapaz de encarar la mirada afilada de Draco. Se conformaba con mirar la madera desgastada del piso mientras pensaba en las posibilidades que tenía, ¿qué supondría un cambio de casa en Hogwarts comparado a la vida tranquila de su padrino? Echaría muchísimo de menos a sus amigos, y hacerse un hueco en el nido de víboras que era Slytherin iba a ser un auténtico infierno, pero podría soportarlo. La tortura solo duraría un par de años, una vez fuera de Hogwarts podría reunirse de nuevo con los auténticos amigos que dejaría en Gryffindor, y Sirius seguiría siendo libre. Seguiría disfrutando de sus desayunos quemados, sus quejas por las pulgas que se negaban a abandonarle y ambos seguirían viviendo en una cabaña diminuta, pero repleta de felicidad. No podía quitarle esto a Sirius.

    Se enderezó todo lo que pudo, pues seguía con las rodillas clavadas en el suelo, y buscó a Draco con una decisión ya tomada. No supo en qué momento se había sentado, cruzando las piernas sobre la desgastada alfombra para moler de lo más entretenido hierbas y flores en un mortero, debía ser el suyo a juzgar por el material (un mortero de mármol con una «M» grabada en oro solo podía ser de una persona en todo Hogwarts).

    —Arráncate un mechón de pelo y dámelo. También necesito tu caldero. —Al fin, levantó la cabeza de lo que hacía para mirarle—. ¿No me has oído? Vamos.

    A Harry no le quedó más remedio que obedecer. Guardó silencio mientras Draco preparaba una poción de la que desconocía incluso los ingredientes, los había traído en su bolsa pero no le explicó en ningún momento qué era cada cosa o qué era lo que estaba preparando. La poción se tiñó de negro cuando cayeron sus pelos en ella. Draco la vertió en un vaso cualquiera y se la pasó a Harry. Olía a barro y tierra mojada, supuso que el sabor sería igual de poco apetecible.

    —No te la bebas.

    Harry apartó el vaso, confundido, ¿se la iba a tener que echar por encima? ¿Como si fuera una ducha?

    —Es para la planta. Se la tiene que beber ella. —Harry ladeó la cabeza, no entendía por qué Draco se estaba riendo—. Ha estado escuchando todo el rato, ha podido memorizar el nombre de tu padrino y repetirlo en cualquier momento.

    —Pero, ¿y esto? ¿Para qué es? ¿Qué has hecho?

    —Si hubieras leído los libros de Magnolia Almandra —repitió muy despacito el nombre, haciendo hincapié en él— sabrías lo que es: Olvido Botánico; con esto la planta conversadora olvidará todo lo que haya oído. Conocemos su tema favorito, así que será muy fácil tenerla de nuevo con nosotros. —Se encogió de hombros—. Tu pelo en verdad no hacía falta, pero ha sido muy divertido verlo. De haberlo sabido, hubiera pedido algo más, no sé, una pestaña o una gota de sangre de tu dedo meñique.

    —¿Por qué lo has hecho? ¿No…? —Apretó el vaso en sus manos, tenía que calmarse—. ¿No vas a decir nada?

    —Si quieres vivir con un asesino, allá tú, no es cosa mía. No te quejes si mañana amaneces muerto.

    —Sirius no es un asesino.

    —Si tú lo dices. —Volvió a encogerse de hombros—. Ahora, deja de repetir su nombre, no tengo ingredientes para hacer más poción.

    Harry asintió y fue junto a la planta. Dado el olor de la poción pensó que iba a costarle horrores hacérsela beber, pero la planta se bebió el Olvido Botánico como si fuera el mejor de los manjares. Sonrió y se contorsionó, y se dobló, y se retorció, todo a la vez, hasta enterrarse en la maceta, quedando solo a la vista el repollo.
    Ignorando el espectáculo, Draco guardó el mortero (a fin de cuentas, era suyo) en su bolsa, junto con las pocas hojas que habían sobrado.

    —Gracias. De verdad, Malfoy, muchas gracias. —Harry se acercó a él, ayudándole a guardar los utensilios que había utilizado—. No eres tan desagradable como creía.

    —Sí que lo soy, Potter, pero no puedo serlo durante todo el día, hemos hecho una tregua. —Le miró volviendo a sonreír—. Oh, pero tú has hecho ya varias estupideces, ¿verdad? Te lo dije: no ibas a ser capaz de aguantar todo un día sin hacer alguna. Eres terriblemente estúpido.

    —Y tú terriblemente desagradable.

    —Y aquí estamos.

    —Sí. —Harry rio—. Y aquí estamos.

    *



    La cena de esta noche parecía el menú de un restaurante muggle, con ensalada de col como entrante, solomillo Wellington de plato principal y tarta de melaza de postre. Sirius había aprendido a usar el horno hacía unos días y estaba muy orgulloso de mostrar sus conocimientos tanto en cocina dulce como salada, estaba descubriendo un gran pasatiempo en la cocina al estilo muggle. Harry pasaría por alto que la ensalada estaba demasiado amarga por el exceso de vinagre y la carne del solomillo cruda dentro del hojaldre. No encontró pegas en la tarta, aunque quizá le gustaba tanto la tarta de melaza que con tal de comerla su paladar obviaba cualquier error en la receta. O quizá lo que le pasaba es que quería tanto a Sirius que no era capaz de decirle que la cocina no era una de sus virtudes. Había cierto encanto en verle con dos gruesas manoplas detrás de la puerta del horno, mirando emocionado cómo se hacía la comida sin ningún tipo de magia en el proceso.

    —¿Preparado para volver a Hogwarts? Sé que el trabajo de Herbología con el hijo de los Malfoy ha debido ser un infierno pero, por suerte, se ha acabado. —Dio unas palmadas al aire dejando los platos sucios en la encimera—. Piensa que a partir de mañana solo pasarás el rato con gente buena y agradable.

    —Tengo que decirte una cosa.

    —Dime, te escucho. —Le dio la espalda por unos segundos, mientras cogía el plato con los restos de la tarta, quedaba más de la mitad—. Uy, qué serio estás, ¿es grave? ¿Qué pasa?

    —Draco sabe que vives conmigo.

    El plato cayó de sus manos al piso, cómo lamentó Harry ver desperdigados por la madera tantos trozos de su tarta favorita.
    —¿Cómo lo ha descubierto? ¿Cómo lo sabe? ¿Se lo has dicho? ¿Le has dicho al hijo de Narcisa que vivo aquí? —Dio un golpe en la mesa al verle asentir—. ¡Mierda, Harry! ¿Por qué no lo publicas directamente en El Profeta? ¡Lo sabría menos gente!

    —¡Espera, espera! ¿A dónde vas?

    —¿Cómo que a dónde voy? ¿A ti qué te parece? Voy a borrar sus recuerdos, tenemos que ponernos a salvo. Esta cabaña ha dejado de ser segura —dijo mirando de un lado a otro, como si en cualquier momento apareciera una auténtica amenaza a través de las paredes de madera—. Te llevaré a La Madriguera, ¿de acuerdo? Pasarás la noche con los Weasley y mañana irás con ellos a Hogwarts, será lo mejor. ¿Dónde he dejado mi varita? Ah, aquí está.

    —Espera, Sirius, no hace falta que hagas nada de eso. —Harry le siguió hasta sujetarle del brazo, medio cuerpo de Sirius ya estaba fuera de la cabaña, no podía dejar que se fuera—. Draco no dirá nada.

    —Tienes que estar de broma.

    —Sé que no ha hablado. Mira lo tarde que es, de haber dicho algo sobre ti a sus padres estaríamos rodeados de dementores. —Miró al exterior, era noche cerrada, apenas se distinguían las formas de los árboles, pero no había ni rastro de un solo dementor—. No ha pasado nada en todo el día porque no ha dicho nada. Los Malfoy no saben que estás aquí.

    —No te puedes fiar de la palabra de un Malfoy, Harry. Sus promesas siempre están vacías.

    —Bueno, es que no me ha prometido nada.

    —¡Peor me lo pones! —Se obligó a calmarse antes de cerrar la puerta, el frío de la noche no tardó en colarse en la cabaña—. ¿Cómo estás tan seguro de que, ahora mismo, no está enviando cartas a diestro y siniestro sobre mi paradero? No me importa si me descubren, pero tú también estarás en problemas, Harry. No puedo permitirlo.

    —Confía en mí, no pasará nada.

    Sirius tembló, y no precisamente por el frío, sino por la expresión de Harry. Por un momento creyó ver a James frente a él, torciendo las cejas e inclinando un poco los hombros en ese gesto que hacía cuando le pedía alguna cosa importante, ¡cuántas veces había visto esa expresión! ¡Cuántas veces se había rendido a ella! Por si el parecido entre padre e hijo no fuera suficiente, debía sumarle también los ojos cristalinos de Lily, una mirada llena de confianza que borraba de un plumazo cualquier duda que albergara sobre prácticamente cualquier cosa. Era imposible decir que no.

    *



    A pesar de la inmensa chimenea en el comedor y de los encantamientos que distribuían el calor del fuego por toda la mansión, dejándola siempre a la temperatura ideal, Draco estornudó. Narcisa le miró desde su sitio en la mesa con aire divertido.

    —Alguien debe estar hablando de ti, me pregunto quién será. —Draco sonrió—. ¿Lo tienes todo listo para mañana? Bien. Te acompañaremos a la estación, he podido convencer a tu padre para que cojas el tren con el resto de alumnos. Eso sí. —Le señaló con la cucharilla del postre—. Nada de quitarse el collar y, por supuesto, nada de quedarse a solas con un Alfa, ¿entendido? A tu edad los juegos se pueden salir muy rápido de control.

    —Mamá, ¿puedo preguntar sobre tu familia?

    Narcisa dejó los cubiertos a un lado y resopló. Había, en realidad, tres temas sobre los que Narcisa Black-Malfoy no hacía ni respondía preguntas, estos eran: primero, los traidores de la sangre que había en su familia; segundo, qué había pasado en su quinto año en Hogwarts; y tercero, los ingredientes de su crema facial, que ella misma elaboraba. Los motivos de su silencio eran evidentes, pues las preguntas sobre los Black siempre giraban en torno a las mismas dos personas, Sirius y Andrómeda; el incidente de su quinto año afectaba directamente a la intimidad de Lucius; y se llevaría a la tumba la receta de su crema rejuvenecedora.

    —Adelante. —Accedió de mala gana, le costaba negarle algo a su hijo—. Te permito una sola pregunta, Draco. Elíjela bien.

    —¿Es cierto que Sirius Black mató a los padres de Potter?

    —Una sola pregunta y la malgastas con ese perro traidor. —Negó con la cabeza—. Sinceramente, no me interesa lo que haya hecho o dejado de hacer, es un traidor del que me avergüenza ser familia, ¿por qué lo preguntas?

    —Oh, por nada en especial, solo tenía curiosidad.

    —No sientas curiosidad por un traidor.

    —¿De qué traidor estáis hablando? —Preguntó Lucius entrando en el comedor, lanzó el abrigo al aire, siendo recogido de inmediato por uno de los elfos. Se sentó junto a Narcisa esperando que los elfos le sirvieran la cena—. ¿Y bien? ¿De quién hablabais?

    —De Sirius.

    —Ah, ese traidor, ¿por qué perdíais el tiempo hablando de él?

    —Me preguntaba si había asesinado a los padres de Potter.

    —No, no lo hizo. ¡Perret! Quiero vino blanco con el pescado. —Asintió por la rapidez con la que rellenó su copa—. Las últimas averiguaciones culpan al Señor Tenebroso de sus muertes, así que ese traidor puede salir de la cárcel tan pronto como se celebre el nuevo juicio. Desconozco si ya ha sido liberado, no estoy al tanto de las novedades, ¿sabes tú algo, Narcisa? Ya me lo parecía.

    —Y si, supongamos que es un hombre libre, ¿a dónde creéis que iría? ¿Dónde buscaría refugiarse después de tantos años encerrado?

    —A la casa de los Black, imagino, ¿no crees, Narcisa?

    —Ay, me importa tan poco ese hombre, hablemos de otra cosa, ¿queréis?

    Tanto Draco como Lucius asintieron, no iba a ser difícil cambiar el tema de conversación durante la cena.

    —Draco, asegúrate de tener todo listo para mañana. Tu madre y yo te llevaremos a Hogwarts.

    —Prefiero ir en el tren, Papá.

    Lucius chasqueó la lengua, pero la risita de Narcisa junto al vino en su copa le hizo borrar muy pronto el malhumor.
    —Como quieras. Pero nos enviarás una carta desde que llegues, ¿entendido?

    —Así lo haré. —Disfrutó un poco más de su té antes de seguir hablando—. ¿No vais a salir esta noche?

    —Esta noche me apetece descansar —respondió Narcisa alzando ambas manos—. Los bailes en casa de nuestros anfitriones son agotadores. Divertidos, pero agotadores. Deberías ver a tu padre bailar. Es un bailarín terrible, pero como se mueve siempre con elegancia lo disimula muy bien.

    —¿Disculpa?

    —¿Tan malo eres bailando, Papá?

    —Por supuesto que no.

    —Es peor de lo que imaginas, Draco. Vuelvo siempre a casa con un dolor de pies insoportable, no es por los tacones, es por los pisotones que me da tu padre. —Rio—. Supongo que tendremos que practicar un poco más hasta convertirle en un bailarín fantástico.

    —Muy bonito, Narcisa, criticándome delante de nuestro hijo.

    —Os dejaré a solas para que practiquéis vuestro baile triunfal, me voy a la cama. Buenas noches.

    Draco se despidió entre risas y caminó de vuelta a su habitación, aunque a mitad del pasillo comenzó a sonar algo de música. Reconocía el compás rítmico de un vals (un, dos, tres, y giro; un, dos, tres, y giro…) y fue mitad bailando, mitad saltando y girando por el pasillo. Se imaginaba los bailes y las cenas llenas de opulencia a las que acudían sus padres, rodeados de la flor y nata de toda la sociedad mágica, se veía allí parloteando con magos y brujas de apellidos sonados e importantes. Vestirían sus mejores galas, servirían los mejores manjares, y una nube de perfumes carísimos le haría compañía durante toda la velada. Olores dulces como el del jazmín y más pícaros como el de las rosas, nada que ver al olor tan intenso y crudo de la madera. Toda la dichosa cabaña de mala muerte donde había pasado la mañana apestaba a madera, casi parecía una carpintería o el puesto de un tallista. Un olor tan fuerte que, en algunos momentos, pudo «sentir», dejándole en el cuerpo una sensación cálida, como si estuviese calentándose frente a una chimenea, con el crepitar de las llamas y el calorcillo del fuego envolviéndole casi desde dentro.

    Se detuvo ya frente a la puerta de su dormitorio, con la mano temblando al sujetar el picaporte. Ese olor ya lo había olido antes, no era el de la cabaña. Ese olor a caoba era el olor de Harry Potter, ¿por qué debía encontrarlo tan agradable? ¿Cómo era capaz de «sentir» su olor?

    *



    El primer partido de Quidditch después de las vacaciones de primavera sería entre Gryffindor y Ravenclaw, lo que garantizaba el juego limpio. Los jugadores de ambos equipos se relajaron al saber que no habría maniobras sucias ni rastreras por parte del otro, lo cual era siempre un alivio.

    Hagrid se colocaba una gigantesca bufanda con los colores de Gryffindor que había tejido él mismo, razón por la que algunas de las franjas rojas no seguían una línea del todo recta. En cierto punto parecían retorcerse con las franjas amarillas, era gracias a los colores que se distinguía a qué equipo iba a animar. Hubiera sido mucho más fácil usar magia, pero aquello podía delatar la importancia del paraguas que llevaba siempre consigo y prefería no correr riesgos.

    —Gracias por dejarnos tu cabaña, Hagrid —dijo Remus desde el sofá, intentaba ocupar el menor espacio posible por no molestar—. Sé que te estamos comprometiendo con esto.

    —Ni te preocupes. Mis labios están sellados y nada saldrá de estas paredes. —Bromeó peinándose la barba con las manos—. Eso sí, no le deis comida a Fang, está a dieta. —El perro se quejó en un resoplido, cruzó sus patas y acomodó la cabeza sobre ellas para seguir durmiendo—. Bien, me marcho al partido.

    —Espero que gane Gryffindor.

    —¡Por supuesto que va a ganar! ¡Tienen a Harry como buscador!

    Remus se contagió de su buen humor, y manteniendo la sonrisa comenzó con sus lecturas bien acomodado entre los cojines del sofá. Ya había hecho las correcciones de los trabajos que mandó hacía unos días, y también establecido el calendario de tareas y deberes para el resto de la semana, incluidos los días en los que él iba a ausentarse. Esta lectura era una que hacía por placer. Últimamente se había aficionado a ciertos libros muggles, quienes parecían desconocer por completo de los auténticos horrores de la licantropía. Se atrevían a escribir sobre jovencitas que se enamoraban de un hombre lobo y este, en lugar de devorarlas y despellejarlas la primera noche, correspondía e incluso cumplía sus fantasías de amor juvenil. A Remus se le hacía una lectura tan divertida que muchas veces tenía que apartar la mirada del libro para reírse en carcajadas; cosa que estaba haciendo ahora mismo.

    —Ay no, ¿otra vez una adolescente enamorada de su vecino licántropo?

    —Tienes la mala costumbre de no llamar a la puerta.

    —¿Para qué voy a llamar si sé que dentro me están esperando? —Sirius caminó hacia él, le dio un sonoro beso en la mejilla (el MUAC hizo eco durante unos segundos en los oídos de Remus) y caminó hasta la zona de cocina. Aunque fuese una cabaña, estaba diseñada para un gigante, así que debía dar unos buenos pasos para llegar de un sitio a otro—. Oh, has hecho café. Por una vez podré beber otra cosa que no sea chocolate caliente, ¡y con whisky! ¡Y nata batida! ¿Café irlandés? ¿En serio? Pero bueno, Remus, ¿a qué se deben tantas atenciones?

    —Tenemos que hablar de Harry.

    —Ah, ¿ya te has enterado? —Resopló sentándose a su lado—. A ver, yo tampoco me fío del hijo de los Malfoy, pero Harry sí y no me ha dejado otra opción. En serio, tendrías que ver su cara cuando te pide algo, esa maldita cara que pone, ¡te lo juro, es igual que James! —Negó con la cabeza un par de veces, disfrutó de un trago largo al café antes de seguir hablando, no pareció importarle mancharse el bigote con los restos de la nata—. No, es peor, porque tiene los ojos de Lily. Ojalá no vuelva a pedirme nada, no podré negarme; estaré perdido si lo descubre. —Remus le miró sin tener la menor idea de a qué se refería—. Así que, no era esto de lo querías hablar. —Volvió a resoplar—. Draco sabe que vivo con Harry. —Le costó no reír con la expresión que le dio, tuvo que ahogar la risa con café—. Iba a borrarle la memoria, porque desde luego a Narcisa no le hará ninguna gracia saber que estoy libre. Pero, como te he dicho, Harry me pidió, con la misma expresión de cachorrito abandonado de James y los ojos sinceros de Lily, que no lo hiciera. Y no lo hice.

    Remus asintió moviendo la cabeza muy despacio, cerró el libro, lo dejó en la mesa y se apretó el entrecejo con índice y pulgar. De repente sentía una migraña terrible, y los sorbos de Sirius al café no ayudaban a calmarla. Aunque, nada de lo que dijera o hiciera Sirius en estos momentos ayudaría en nada.

    —¿Cómo puedes estar tan tranquilo? —Preguntó—. Si alguien descubre que eres un animago volverás a Azkaban y te tratarán como reincidente, tú eres consciente de ello, ¿verdad? Sabes del resentimiento que te tiene tu familia, y resulta que el hijo de Narcisa sabe dónde vives. El hijo de tu prima, que lleva años odiándote.

    —Lo tengo todo bajo control —le dijo pasando un brazo tras sus hombros, atrayéndole a él y señalando al infinito con el vaso de café—. Si alguna vez me pillan les diré que justo iba al Ministerio a inscribirme. —El resoplido de Remus no le pilló por sorpresa—. Ese chico, Draco, no les ha dicho nada a sus padres, y han pasado dos semanas desde que lo sabe, estoy bien. —Se apartó para terminar el café, sabía que a Remus no le gustaba el olor, mucho menos el del alcohol. Dejó el vaso en la cocina y regresó con un cambio de tema, no le apetecía seguir hablando de lo mismo—. En fin, ¿qué querías decirme sobre Harry? ¿Está bien?

    —Esta semana hemos visto los boggarts en clase.

    —Qué horror de bichos.

    —Cada alumno debía escribir una redacción sobre su boggart y cómo hacerle frente.

    —¿Y le ha pasado algo a Harry con el suyo? ¿Por qué me estás contando esto?

    —Porque el boggart de Harry eres tú. —Sirius le miró perplejo, se había quedado estático en el sitio, de pie junto al sillón, ni siquiera pudo sentarse—. Harry te vio morir, y de alguna forma horrorosa, el shock fue tan grande que tuve que sacarle de clase para que se recuperara. —Le dio unos segundos para que pudiera sentarse y asimilar lo que le decía—. Ayer me entregó su redacción, me esperaba un texto muy doloroso, pero no fue así. ¿Sabes lo que escribió? «Sé que a Sirius no le pasará nada si sigues a su lado». Lo sabe, Sirius, definitivamente sabe lo nuestro.

    —Sí, yo también creo que se ha dado cuenta. —Admitió—. Me ha dicho que no tengo pesadillas cuando duermo contigo. Lo sabe, pero no dice nada, y a estas alturas no sé si tendría que decirle algo. —Carraspeó—. Quiero decir, si tendríamos que decirle algo, ¿qué le vamos a decir si ya lo sabe? ¿Es necesario? ¿Qué se hace en estos casos? ¿Debería organizar una cena para los tres? ¿Y qué le decimos?

    —No cuentes conmigo, esta noche me quedaré en Hogsmeade.

    —Qué buen plan, me apasiona ser el guardián de La Casa de los Gritos.

    —Menos bromitas con el tema.

    —Has empezado tú, mira lo que estás leyendo. —Señaló el libro en la mesa—. «Amor de lobo bajo la luna llena», vaya título.

    —Lo leo por curiosidad. —Defendió su lectura volviendo a coger el libro, pasó un par de páginas con cierta diversión por lo que ya había leído—. Los muggles sienten una especie de devoción, o deseo, pasión quizá, es algo morboso incluso, por una criatura tan desalmada como un licántropo. Es inexplicable, no logro entenderlo.

    —Qué va, yo lo entiendo muy bien. —Sirius se inclinó hacia él, no habló hasta que Remus también le miró—. Es muy difícil no quererte.

    Remus agradeció el comentario con una sonrisita tímida, solo la fuerza de la costumbre impidió que se sonrojara y echara a temblar como la gelatina, cosa que sí pasaba, casi continuamente, en su época de Merodeador. Por ese entonces Sirius también le regalaba declaraciones tan directas como aquella, con la diferencia de que el Remus de quince años no sabía controlar sus nervios, quedando tantísimas veces al borde del infarto. Solo de manera metafórica, le gustaba pensar.

    —¿Vas a dormir?

    —Sí, el café no me ha hecho nada. —Contestó quitándose las botas, bostezó mirando otra vez a Remus—. Y tengo conmigo a mi almohada favorita, voy a dormir estupendamente.

    Se acomodó a lo largo del sillón, siendo el regazo de Remus la almohada. No tardó en dormirse cuando empezó a juguetear con alguno de sus mechones. Sabía que tendría sueños más agradables estando ambos tan cerca o, si tenía mejor suerte, no soñaría con nada en absoluto, limitándose su cuerpo a descansar y no a revivir los horrores de Azkaban.

    *



    Había sido una victoria aplastante, sin duda uno de los partidos de Quidditch más cortos en todo el curso. Apenas unos segundos después de que Madame Hooch diera el silbato inaugural, Harry distinguió el brillo dorado de la snitch revoloteando por sobre Ginny Weasley, que aprovechaba los primeros instantes del partido para rehacerse la coleta. La snitch parecía entretenida en el peinado que se estaba haciendo la chica, porque Harry solo tuvo que acercarse, estirar el brazo y atraparla con toda la facilidad del mundo, como si en lugar de la snitch revoloteando a más de diez metros de altura, fuera una manzana colgando de una ramita.

    El público en las gradas enloqueció, y los gritos y vítores no tardaron en oírse incluso bien lejos del campo. Harry sobrevoló las gradas mostrando la snitch en su mano, disfrutó un poco más de la sensación antes de reunirse con el resto del equipo y volver a celebrar, ¿podía arrancar la temporada de mejor forma? No lo creía. El subidón de la victoria le duraría el resto de la semana.

    Después de las debidas celebraciones se reunió con Ron y Hermione al salir de los vestuarios, le esperaban charlando de lo más animados con Hagrid a medio camino entre el estadio y el castillo de Hogwarts. Hermione había tenido la mala suerte de solicitar una tutoría con la profesora Sprout (no estaba satisfecha con su nota por el trabajo de la planta conversadora) y para cuando llegó al partido descubrió que ya había acabado.

    —¡Ha sido increíble, Harry! —Le gritó Ron cuando le vio—. Nunca pensé que vería un partido así de corto en el colegio, ¡ni siquiera es algo común en los equipos profesionales! ¿Cómo has podido ver la snitch?

    —Pues viéndola, es lo que debe hacer un buscador —le dijo Hermione, haciéndole resoplar—. Enhorabuena por la victoria, Harry. Pensé que llegaría a tiempo después de ver a la profesora Sprout, pero no ha sido así. No te queda de otra que repetirlo en el siguiente partido —Bromeó.

    —Sí bueno, ¿y qué más, Hermione? —Se quejó Ron—. Lo dices como si lograr la victoria más rápida que recuerdo fuera algo fácil.

    —Si lo ha hecho una vez, podrá hacerlo más veces. Es pura estadística.

    —¡Los números no tienen nada que ver con el Quidditch!

    —Ahí te equivocas, todo tiene que ver con los números y la probabilidad.

    —Vamos, chicos, calmaos. —Hagrid intentó llamar a la calma sacudiendo las manos en el aire—. ¿Qué os parece si os invito a un plato de puchero en mi cabaña? Preparado solo con las mejores hortalizas de mi jardín. Ah, no, no podemos ir, maldita sea, ya me había olvidado: tengo invitados. Harry, quizá tú sí debas ir ahora mismo y saludar. —Hagrid miró hacia los lados, por el camino iban varios estudiantes parloteando del partido, así que se agachó bajando la voz—. El invitado que os digo es alguien especial. Muy especial. —Volvió a mirar a los lados y bajó todavía un poco más la voz, dándole a la conversación un aire privado que pareció divertir a los otros tres—. Imaginaos si el tipo es especial que ha podido colarse en Hogwarts sin levantar sospechas. Ventajas de poder transformarse en un perro a voluntad.

    —¡¿Sirius está aquí?!

    —¡Ssshh! ¡Baja la voz! —Se enderezó mirando alrededor, se calmó volviendo la vista a Harry—. Sí, está en mi cabaña, como te he dicho. Ve a verle antes de que se marche. —Apenas tuvo tiempo de terminar la frase, Harry ya se había puesto en marcha—. ¡Espera, espera! Por los ojos de la gorgona, toca la puerta y no entres hasta que te diga algo. Quién sabe qué escena te podrías encontrar si entras sin llamar primero.

    Harry no comprendió por qué Hagrid se abanicó con la mano al decir eso, tampoco Ron o Hermione entendieron el motivo del gesto. Prometieron cubrirle si algún profesor preguntaba por él siendo ya casi de noche, y Harry puso rumbo a la cabaña prácticamente corriendo. Iba tan deprisa que si volara en su escoba sospechaba que avanzaría hasta más despacio, no tropezaba con las rocas porque se sabía el camino casi de memoria. Pero, sí chocó con alguien que iba tan ensimismado en sus cosas que no pudo ver el remolino rojo y amarillo que era Harry con la bufanda de su equipo.

    —¿Qué tal si te limpias las gafas y miras por dónde vas, Potter? —Se quejó Draco acomodándose el cabello. La sacudida del golpe había hecho estragos su peinado, algo que no podía tolerar.

    —¡Malfoy! Qué bueno verte.

    —¿Disculpa?

    —Eh, quiero decir. —Harry carraspeó nervioso—. Quería verte, eso. Quería darte las gracias por no decir nada sobre… Sobre «esa persona», ya sabes.

    —Tu padrino, sí. Es casi admirable que te empeñes en protegerle cuando no hay motivo para tal protección, no ha matado a nadie.

    —¡Te lo dije! ¡Él no hizo nada!

    —Si el Wizengamot también lo dice, será verdad. —Draco se alzó de hombros, la figura de Sirius no le interesaba lo suficiente como para interesarse por él. Aunque sí le llamaba la atención lo importante que era ese hombre para Harry siendo que era un paria para su propia familia.

    Pensándolo de nuevo, ese hombre era un Black, era familia directa de su madre. Por lo tanto, debía ser, como mínimo, un mago igual de maravilloso como lo era ella, ¿se parecerían en algo? ¿Sería capaz de encontrarles un parecido si le viera? Narcisa no soportaba siquiera escuchar su nombre, así que, imaginaba Draco, que si les encontrara algún punto en común sería una terrible ofensa contra su madre. Por lo tanto, sería mejor no acercarse a él.

    —Iba a verle ahora, está en la cabaña de Hagrid, ¿quieres venir conmigo y conocerle?

    Draco guardó silencio, esperando que el propio Harry se diera cuenta de lo que había dicho. Pero, pasaron los segundos y no había ninguna reacción en él, ¿acaso no era consciente de sus meteduras de pata? No, por supuesto que no lo era.

    —Eres terriblemente estúpido. —No le dio tiempo a quejarse y siguió hablando—. Me has vuelto a confesar dónde está tu padrino, aun sabiendo, imagino que él mismo te lo habrá contado, que está muerto a ojos de mi madre. Ahora mismo podría avisarla, y no tardaría ni medio minuto en aparecer por aquí para meterle en Azkaban por cualquier motivo que se le ocurra. No lo has pensado, ¿verdad?

    —Bueno, lo estoy pensando ahora —refunfuñó.

    Draco no pudo aguantarse la risa.
    —No diré nada, Potter, puedes respirar tranquilo. —Bromeó, pues el alivio en su expresión había sido evidente—. Y no, tampoco iré a conocerle, tengo mejores cosas que hacer. Buenas noches. —La sonrisa fue educada, pero cambió muy rápido a una más traviesa—. Sé que te será difícil, e incluso imposible, pero intenta no hacer ninguna otra estupidez antes de que acabe el día, ¿crees que podrás?

    Harry le hizo una mueca como despedida. Le preocupó, mientras veía la espalda de Draco alejarse cada vez más de regreso a Hogwarts, lo mucho que aquella mueca se había parecido a una sonrisa.
    Lo curioso del asunto es que no era el único que no podía borrar la sonrisa ahora mismo.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO: ⬇️
    (1) El búho de Draco no tiene nombre en el canon, me he ido por «Glauco» porque, además de un señor pescador convertido en criatura marina en la mitología griega, también se acepta la palabra como un tono de verde claro. Y todo lo que sea verde me va bien para Draco.

    (2) Aunque (en este fic) se ha hecho pública la inocencia de Sirius por el asesinato de James y Lily, hay gente que no terminará de creérselo. Incluso siendo inocente de esto, es un animago no registrado en el Ministerio y, de descubrirse, supondría igualmente prisión en Azkaban por un tiempo determinado.
     
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    Se vienen feromonas y olores agradables.~

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    CAPÍTULO 8. LA GUARIDA EN HOGSMEADE
    Harry recordó a tiempo el consejo que le había dado Hagrid al despedirse, y en lugar de abrir la puerta de la cabaña y entrar, tocó y esperó a que el propio Sirius le diera paso. Se sorprendió un poco al escuchar la voz de Remus, pero como el mensaje fue el mismo, entró. Lo primero que vio fue a Sirius dormido en el sofá, con la cabeza enterrada contra la ropa de Remus, que con una mano le acariciaba el pelo y con la otra sujetaba el libro que andaba leyendo.

    —¿Cómo ha ido el partido? —Preguntó Remus haciendo flotar el libro hasta dejarlo sobre la mesita—. Habéis acabado muy pronto, ¿no?

    —Hemos ganado. —Le costó no gritar de pura emoción anunciando el resultado, pero no quería despertar a Sirius—. Hagrid me dijo que Sirius estaba aquí, por eso he venido… ¿Ha pasado algo? ¿Está todo bien?

    —Sí, sí, tranquilo. Le pedí que viniera para que tú mismo comprobaras que está estupendamente, pero —resopló—. Pero, ya lo ves, se ha dormido. ¿Le despierto para que habléis?

    —No hace falta, prefiero que duerma. Duerme muy bien cuando está contigo.

    —Ya, sobre eso. —Remus carraspeó—. Lo sabes, ¿no? Que él y yo… Bueno, estamos juntos, ya sabes, no como amigos. Me refiero, a ver… No somos «solo» amigos… Es decir, sí somos amigos, pero… Pareja. Somos una pareja. —Cómo agradeció que Sirius estuviera dormido, se burlaría de él durante semanas al oírle tartamudear—. No era nuestra intención ocultártelo, pero tampoco te lo llegamos a contar.

    —Bueno, era bastante obvio. Sirius lleva muchas veces tu ropa por casa y vuestros olores están siempre mezclados. —Se alzó de hombros—. Me alegro de que esté contigo, le das mucha paz.

    —Eso es demasiado halagador, Harry. No puedo darle paz alguna.

    —No me lo parece. —Y señaló, precisamente, a Sirius, que seguía durmiendo. No podía verle la cara, estaba contra la chaqueta de Remus, pero no escuchaba ningún quejido y tampoco le veía retorcerse como solía hacer cuando tenía pesadillas.

    —Cada luna llena intento matarle —confesó—. ¿Qué clase de paz es esa?

    Harry agachó la cabeza con aquella declaración tan dura. No es que se hubiera olvidado de que Remus era un licántropo, nunca podría olvidarlo, pero Sirius no le había dado demasiados detalles al respecto, no era uno de sus temas favoritos. De hecho, lo poco que sabía Harry sobre licántropos era gracias a Hermione, que dedicó más de una tarde en enseñarle, a él y a Ron, las características de aquella bestia.

    —Será mejor que me vaya, la luna no tardará mucho más en salir. —Remus miró a través de la ventana, maldiciendo para sí lo muy cómodo que estaba ahora mismo, no quería irse—. Nada de ir a Hogsmeade esta noche, ¿de acuerdo? —Harry asintió viendo cómo se levantaba sin ningún tipo de cuidado. Sirius cayó como un árbol recién talado al suelo, despertando por el golpe—. Harry ha venido a verte.

    Fue la única explicación que le dio, luego se marchó a paso apurado sin decir nada más. Sirius bostezó de manera muy ruidosa mientras se levantaba, y así medio dormido como estaba se acercó a Harry para darle un abrazo.

    *



    La villa de Hogsmeade era el único pueblo no muggle de toda Gran Bretaña. Siendo totalmente mágico como era, no podía estar en otro sitio que cerca de Hogwarts, y los estudiantes paseaban por sus calles y disfrutaban de sus negocios sin necesidad de ocultar cualquier rastro mágico. La única norma a cumplir era el horario: nada de visitas nocturnas. Mucho menos si esas visitas eran en La Casa de los Gritos. Era el único lugar prohibido de todo el pueblo, ni siquiera los propios vecinos podían ir, mucho menos en las noches de luna llena.

    Quien iba y venía por allí de lo más tranquilo era Sirius Black, pero al hacerlo convertido en un perro, nadie reparaba en él. Su pelaje negro se confundía entre las sombras de la noche, pasando totalmente desapercibido. Estaba echado delante de la puerta principal de la casa, moviendo su cola cuando algún aullido se dejaba oír desde el interior. Cuando los aullidos se convertían en gritos hambrientos, entraba en la casa. Entonces, además de los aullidos y los gritos, se oían también ladridos, gruñidos y chillidos agudos causados por el dolor de alguna dentellada. Era después de esto último que reinaba el silencio por un buen rato.

    Sirius volvió frente a la puerta, ahora siendo un hombre, limpiándose la sangre con un pedazo de cortina que había arrancado. La marca del mordisco palpitaba fresca en su brazo, cómo le gustaría acallar el dolor con una jarra de cerveza fría, pero no podía, todavía quedaban muchas horas de luna por delante, no podía permitirse el lujo de bajar la guardia. Además, esto le ayudaría a permanecer despierto, era difícil dormirse con una herida así en el brazo, el mordisco de Remus le había arrancado un pedazo de piel y, dado el dolor tan punzante, sospechaba que había llegado incluso a desgarrar un poco el músculo. Nada que una poción curativa de la señora Pomfrey no pudiera arreglar en cuanto amaneciera.

    Harry contempló la escena en silencio desde cierta distancia. El plan original era dejar la cesta cerca de la puerta y largarse corriendo, pero le ganó la preocupación viendo la manga empapada de sangre.

    —¡Sirius! ¡¿Estás bien?!

    Sirius tuvo que sacudir la cabeza con cierta fuerza para espabilar, por un momento creyó ver a James. Abandonó la curiosa sensación del dejavu y caminó un poco para ir hacia Harry, no dejaría que él se acercara a la casa.

    —¿Qué estás haciendo aquí?

    —Venía a traerte algo de comida, pero, ¡mira tu brazo! ¡Estás sangrando!

    —¿Esto? Tranquilo, no es nada. Esta vez ni siquiera me ha roto el hueso. —El intento de broma quedó en eso, un intento, Harry no había cambiado su gesto de preocupación—. Es muy peligroso estar aquí, tienes que irte. Pero, espera, espera un momento, ¿cómo has podido salir de Hogwarts? ¿Cómo has burlado a Filch? Nadie puede.

    Harry dejó la cesta de víveres en el suelo. Rebuscó por los bolsillos de su abrigo y le enseñó, justo a uno de los Merodeadores, el mapa que le mostraba la posición de cualquiera que se moviera por Hogwarts. Con esto no era especialmente difícil deslizarse por los pasillos sin que nadie le viera, cosa que Sirius sabía muy bien. De hecho, sonrió reencontrándose con tantos recuerdos de su pasado, pero tuvo que echarlos a un lado e interpretar su papel como cuidador. Este no era el momento de contarle a Harry el sinfín de aventuras que había vivido en sus años de estudiante con ese mapa, este era el momento de sacarle de aquí.

    —Tienes que irte.

    —¿Estarás bien tú solo? —Preguntó Harry, no podía parar de mirar el brazo de Sirius—. Puedo quedarme y ayudar. He traído mi varita conmigo.

    —Oh, ¿de verdad? ¿Y cómo piensas hacerle frente a Remus? Está fuera de sí. Te matará de un zarpazo antes de que hayas pensado en qué hechizo lanzarle —dijo Sirius sin molestarse en suavizar el mensaje—. Y mañana, cuando vuelva a ser el profesor soso y aburrido que conoces, se matará él mismo al descubrir lo que te ha hecho. —Se acercó a él para darle un pellizco en la nariz—. No te preocupes por mí y vuelve a Hogwarts. —Miró un momento hacia la casa, un aullido terriblemente largo se dejó oír incluso a través de las paredes—. Alguien se está poniendo nervioso al no poder salir de la habitación, o quizá solo me echa de menos. —Bromeó—. Estaré bien. —Sonrió acariciando su mejilla, acomodándole las gafas—. Estaremos bien, no te preocupes. Ahora, vete. No son horas para estar por ahí paseando.

    Harry aceptó de mala gana, no le hacía ninguna gracia dejar solo a Sirius.

    —Te tienes que comer todo lo que hay en la cesta, te ayudará a recuperar fuerzas. La hemos preparado entre todos. —Por «todos» se refería a él, Ron y Hermione—. Te hemos hecho una sopa, dice Hermione que hará sanar las heridas, así que le habrá echado algún ingrediente que se me escapa; Ron consiguió un botellín de whisky de fuego. También he puesto chocolate para Remus, pero no sé si… No sé si ahora mismo querrá comerlo.

    —Seguramente mi brazo le parezca más apetecible, sí. —Otro aullido, incluso más largo que el anterior, interrumpió su frase—. Tengo que volver dentro. Saldré en unos minutos y, por tu bien, jovencito, espero no verte por aquí, ¿me has entendido?

    —¿Me has llamado «jovencito»? ¿En serio?

    —¡Vete de una vez! ¡Venga!

    Harry se despidió entre risas, contento al ver que Sirius le devolvía las carcajadas. No iba a poder hacer mucho más por ayudarle esta noche, así que, guardó de nuevo el mapa en el bolsillo derecho de su abrigo y caminó de regreso a uno de tantos pasadizos, supuestamente secretos, que le llevarían de regreso a Hogwarts sin que nadie le viera.

    Fue un olor, tan agradable que ya debía definir como aroma, lo que decidió otra cosa por él. Era Draco y estaba cerca, en Hogsmeade, de noche, ¿qué estaba haciendo aquí?

    *



    Era la primera vez de Draco yendo solo a La Guarida, se trataba de una taberna gemela a Las Tres Escobas. La decoración era prácticamente idéntica una vez se entraba en ella y hasta un hermoso reflejo de la señora Rosmerta atendía tras la barra. La única diferencia entre un local y otro era la clientela: cualquiera podía entrar en Las Tres Escobas, pero no cualquiera podía entrar en La Guarida.

    En su primera visita, hacía ya unos días, le acompañó Snape, que hizo a un lado las cabezas encogidas de la puerta (devolviéndoles todas ellas las sonrisas más escalofriantes que Draco había visto nunca) y le hizo señas para que entrara tras él. A Draco le gustó la mezcla de olores en el interior, cada sección estaba llena de bebidas, pociones y montones de flores y hierba seca.

    —En La Guarida solo podemos entrar los Omegas —le explicó Snape—. Considéralo algo así como un refugio, aquí nadie intentará morderte. Puedes comer y beber, puedes dormir e incluso crear supresores artesanales en la planta de arriba, son igual de efectivos a los que preparan los muggles… Si los preparas bien, claro. Intenta venir aquí a menudo, te servirá para relajarte, pero ten mucho cuidado cuando salgas, no bajes la guardia. —Señaló hacia la puerta—. Los Alfas suelen reunirse por aquí cerca, les guía nuestro olor. Ya sabes qué hacer para ahuyentarlos. —Draco asintió, ¡qué útil era el hechizo invocador de serpientes! «Serpensortia» se estaba convirtiendo en una de sus palabras favoritas.

    Esta noche había tomado todas las medidas de seguridad que le había dicho Snape a lo largo de la semana de visitas, aunque también ignoró la primera y única prohibición que le impuso, y esta era pisar Hogsmeade durante la luna llena. No tenía la menor idea de cuál era el reparo de Snape, y de todos los profesores, en visitar el pueblo durante la noche, pero eso no le quitó las ganas de vivir una pequeña aventura en solitario. Se cubrió con la capa a modo de capucha, pulverizó la tela con la bruma de la bomba anti-aroma y se puso en marcha. Tenía algo menos de veinte minutos para llegar a La Guarida antes de que los efectos de la bomba mitigaran, para entonces, confiaba en haber llegado.

    Burlar a Filch no fue difícil, pudo verle corriendo, junto a la señora Norris, detrás de los gemelos Weasley. Ni siquiera quiso saber qué habrían hecho, tan solo aprovechó la oportunidad que sin quererlo le habían dado, pudo subir a la tercera planta, correr hasta la mitad del segundo pasillo y dar dos golpecitos en la garra de la primera gárgola que hacía esquina. La bestia emitió un sonido similar a un grito, que no era otra cosa que el ruido de una vieja compuerta al abrirse, y se alzó sobre sí misma mostrando el hueco. Draco tuvo que agacharse para pasar, sobresaltándose cuando la estatua volvió a su sitio, dejándolo a oscuras.

    El pasadizo estaba completamente oscuro, y debía valerse, bien de un farol o antorcha, bien de algo más sencillo aún (el encantamiento «Lumos») para iluminar el camino. El pasadizo no solo estaba más oscuro que la misma noche, sino que era estrecho y estaba encantado, moviéndose de un lado a otro como las escaleras del castillo. Se debía memorizar el patrón para avanzar a donde se quería ir sin perderse, de lo contrario, se acababa en otro lugar, Snape incluso le advirtió que este pasadizo también llevaba a las profundidades del Bosque Prohibido. Draco no sabía si eso era cierto o una patraña que le obligara a prestar máxima atención al patrón del movimiento, pero no pensaba averiguarlo. El patrón a recordar era el siguiente: primero el pasadizo se debía mover a la derecha, y lo hacía con fuerza, estampándole contra la pared de piedra si no tuviera cuidado; después se movería cuatro veces muy rápido arriba y abajo, como si pisara sobre un gigantesco socavón; el siguiente movimiento lo inclinaba como un tobogán, y había que deslizarse por él un total de seis segundos; finalmente, habría que dar un pequeño salto, con cuidado de no chocar contra el techo, y acabaría, efectivamente, tras una ventana tapiada en Hogsmeade. Las palabras «ojo de pato, pata de gato» abrirían la ventana sin ningún problema.

    Draco se sacudió la capa al llegar al pueblo, comprobó que su collar siguiera intacto y comenzó el camino a La Guarida. Había tardado un poco más de lo previsto en el pasadizo, pues no se deslizó durante seis segundos sino cinco, volviendo al principio de todo, y la segunda vez que lo intentó falló al saltar, golpeando el techo con la cabeza. Tuvo que repetir todo el proceso tres veces hasta acabar, por fin, en Hogsmeade. Calculaba que le debían quedar cinco minutos de efecto de la bomba anti-aroma, así que apuró el paso todo lo que pudo.

    Debía pasar por dos esquinas más y llegaría frente a Las Tres Escobas, entonces solo tendría que cruzar y encontraría las cabezas colgantes que custodiaban La Guarida. Se detuvo al llegar a la calle en cuestión, era normal el bullicio alrededor de Las Tres Escobas, precisamente atravesando el grupo de personas con discreción se podía acceder sin el menor problema a La Guarida. El problema vino cuando, de repente, un grupo de quince personas se giró hacia él, olfateando el aire; ahí supo que el efecto de la bomba anti-aroma había desaparecido. Ahora mismo solo le olían a él.

    Draco tembló, el olor de tantos Alfas de golpe resultó casi doloroso, las feromonas sacudieron todo su cuerpo con tanta fuerza que tuvo que agacharse para no caer. Se daría unos segundos para recuperar el aliento, después sacaría su varita, hechizaría un par de serpientes gigantescas que le abrieran el camino entre los gritos aterrados de la gente, y por ahí echaría a correr hasta La Guarida. El plan era sencillo, pero hacerlo con los primeros síntomas del ciclo lo volvía mucho más complicado. Tendría que haberlo previsto o, como poco, haber traído con él más bombas y supresores, pero por supuesto, no fue así. Su ego había vuelto a ganar en la lucha contra el sentido común, quería demostrar a Snape (y a sus padres, y a sí mismo, y a cualquiera realmente) que era capaz de solucionar los problemas él solito. Aunque, ahora mismo, solo podría demostrar que el problema al que se enfrentaba se estaba haciendo cada vez más grande con los Alfas acercándose a él.

    Interrumpiendo todo esto, un olor. Un olor que se le hizo terriblemente familiar a Draco, pues mezclaba de manera imposible la caoba y la calidez de una chimenea. Lo reconocía. Junto al aroma venía la sensación de un abrazo, de un momento a otro se sintió flotar hasta que fue consciente de que no estaba flotando en absoluto, sino siendo sujetado por los brazos de Harry, que le ayudaba a tenerse en pie.

    —¿Estás bien, Malfoy? Hueles muchísimo ahora mismo, ¿qué te pasa?

    —Mi ciclo está empezando, e irá a peor si te tengo cerca —contestó enderezándose, cometió el error de aspirar con respiraciones profundas. No pudo evitarlo, cada respiración era casi como una caricia—. Hueles tan bien, Potter —murmuró—. ¿Por qué tienes que oler tan bien?

    Al oír aquello, Harry no supo si se sonrojó, si se sorprendió o si sonrió, quizá lo hizo todo a la vez.
    —Bueno, tu olor también me gusta mucho. —Admitió sin poder apartar la mirada del rostro sonrojado de Draco. Sería mejor que no le dijera que le favorecía el rojo en sus mejillas—. Vamos, tienes que volver a Hogwarts.

    —No, no puedo. —Draco resopló cuando consiguió enderezarse del todo—. Tengo que ir ahí. —Señaló las cabezas que custodiaban la entrada de La Guarida—. Es un local para Omegas, ahí podré recuperarme y tomar el supresor.

    —De acuerdo, pues vamos.

    —¿Tú me escuchas cuando hablo, Potter? Es para Omegas, no puedes entrar.

    —Pero sí podré acompañarte hasta la puerta, ¿no?

    —No, no lo creo. Tenemos a… —miró al grupo e intentó contar cuántos eran— no sé, ¿quince? Quince Alfas esperando un movimiento para saltarnos encima. Si no lo han hecho ya es porque han visto, entre otras cosas, mi capa, no quieren problemas con alumnos de Hogwarts. —Tuvo que volver a apoyarse en el hombro de Harry, ya comenzaba a faltarle el aliento—. Si sigo aquí no habrá diplomacia que valga. Necesitamos una distracción.

    Harry era un auténtico experto en hacer cosas que se consideraban tanto un alarde de valentía como una soberana estupidez, este fue el momento de demostrarlo.

    Se movió rápido aprovechando que Draco apenas podía, le quitó la capa y le colocó su abrigo. Ignoró lo mejor que pudo la mezcla de olores y, suponía, feromonas que emanaba de la prenda y corrió hacia el grupo de Alfas entrometidos. Les lanzó la capa de Draco y la hizo flotar por sobre sus cabezas, qué orgulloso estaría el profesor Flitwick de verle usar «Wingardium leviosa» con tanta soltura. No contaba con que la atraparan y tiraran de ella entre gritos y gruñidos, vio a más de uno pegando a quien tuviera al lado. Retrocedió un poco escuchando la tela rasgarse, alguno la mordía o la rompía dando jalones, sin dejar de gritarse. Le aterró que fueran Alfas, ¿él también reaccionaría de la misma forma? ¿Se parecería tanto a una bestia salvaje incapaz de comunicarse?

    Una pequeña explosión sobre la calle lo devolvió todo a la normalidad, una bomba anti-aroma se llevó cualquier rastro que hubiera dejado el ciclo de Draco, y el grupo de Alfas se desvaneció en cuestión de segundos. Algunos fueron a Las Tres Escobas, otros desaparecían de manera literal chasqueando los dedos, otros pocos se iban caminando, y el resto se preguntaba qué estaba haciendo con un pedazo de tela en la boca.

    —Tu amigo está bien —le dijo una voz. Miró a los lados y vio a la señora Rosmerta saludándole desde una de las ventanas de La Guarida, en la segunda planta—. Volverá a Hogwarts desde que el supresor haga efecto. ¿Tú estás bien? ¿Necesitas algo? Tengo inhibidores para el celo.

    —No estoy en celo —respondió.

    —Oh, cariño, sí que lo estás. Mírate.

    Y Harry se miró las manos, descubriendo que temblaban. Pero estaba convencido de que era en parte por el frío, su abrigo lo llevaba Draco, y en parte por la imagen que acababa de ver. Un grupo entero de Alfas peleando por una capa; una capa de Slytherin, para más inri.

    Repasó mentalmente la lista de síntomas y características del celo, pero no dio con nada que lo delatase. No sentía en su boca más saliva de lo habitual, su pulso le parecía estable y también respiraba con normalidad. No era muy consciente de su propio olor, pero no parecía más fuerte que otras veces, tendría que oler su abrigo y comprobar si había algún cambio.

    Buscó de nuevo a la señora Rosmerta, pero esta hacía tiempo que había vuelto al interior del negocio, dejando a Harry con la respuesta en el aire. A quien sí vio fue a Draco caminando hacia él, no entendió su gesto de confusión.

    —¿Por qué no te has ido? Te has quedado aquí como una estatua.

    —Tienes mi abrigo —le dijo—. Me lo tienes que devolver, no tengo otro.

    —Debe ser horroroso ser tan pobre —Draco negó con la cabeza—. Te lo devolveré cuando estemos en Hogwarts, por ahora me lo tengo que quedar. —Suspiró—. Huele a ti, Potter. Apesta a un Alfa en celo, nadie se acercará a mí mientras lo lleve puesto.

    —¿Tú también con eso? No estoy en celo. Yo no me parezco a ellos, ese grupo de… De salvajes. Destrozaron tu capa a mordiscos, imagina qué podrían haberte hecho si te llegan a pillar.

    —Prefiero no pensarlo. —Se alzó de hombros—. Y sí estás en celo, Potter, ¿no lo ves?

    Harry empezaba a mosquearse con el asunto, ¿qué era lo que debía ver y no veía? ¿Cómo no iba a notar algo tan importante? Entonces Draco se acercó, sujetó sus manos y se inclinó hacia su oreja. Le recorrió un escalofrío al tenerle tan cerca.

    —Llevas toda la noche mirándome con esa cara de: «quiero devorarte».

    —¿Qué? ¡No! —Harry se apartó de inmediato, ahora sí sentía su corazón latiendo a la vez en todo el cuerpo—. ¿Qué clase de cara es esa?

    —Pues esa cara que pones cuando me miras. —Respondió como si nada—. ¿Por qué te crees que, de todo el grupo de Alfas que teníamos enfrente, no se acercó ninguno a mí estando en pleno ciclo? Porque te veían a ti, Potter.

    —Era por el uniforme, tú mismo lo has dicho.

    —¿En serio? ¿Piensas que una capa con los puños verdes es capaz de mantener a raya a quince Alfas? Ha sido tu cara. De hecho, me sigues mirando igual. —Sonrió—. Es halagador que me desees tanto, pero será mejor que volvamos a Hogwarts.

    —Vámonos de una vez.

    El camino de vuelta a Hogwarts fue de todo menos tranquilo, y es que Harry se había sorprendido más de una vez mirando a Draco. Y este, al pillar sus miradas, sonreía con ese aire de soberbia tan suyo, parecía disfrutar de tanta atención puesta en su rostro.

    La oscuridad del pasadizo dio una tregua a la peculiar guerra de miradas. Caminaban el uno junto al otro, con la luz de dos «Lumos» iluminando sus pasos. Se debía repetir el patrón a la inversa, y siendo que Draco era el único en conocerlo (se negaba a compartirlo con Harry) iba muy concentrado en identificar los movimientos del pasillo. No avanzaba hasta sentir el patrón correcto. Agradecía la buena disposición de Harry, que saltaba o se agachaba cuando se lo pedía, sin quejarse ni preguntar el motivo.

    —Nos queda un último giro a la derecha, o sea, a la izquierda para la vuelta, la dirección se invierte —explicó el siguiente paso—. Ten cuidado, será muy brusco y nos puede estampar contra la pared.

    A pesar de la advertencia, eso fue justo lo que ocurrió. La fortuna quiso sonreír a Harry esta vez, que en lugar de estamparse contra la dura piedra de la pared, chocó de frente con Draco. El choque de dos narices era doloroso, pero dolía menos que un golpe por toda la espalda. Los hombros de Draco se resintieron y no tardó en quejarse o, por lo menos, quiso quejarse. Harry seguía en el sitio, robándole tanto el aire de los pulmones como el espacio, su nariz seguía contra la suya y, de no haber cerrado la boca, compartirían hasta el aliento dada la cercanía. No entendía que pudieran brillar tanto sus ojos estando casi a oscuras, le hipnotizaban. Y a esta imprevista hipnosis ayudaba también su olor (¿Su aroma? ¿Su fragancia? ¿Cómo debía llamarlo cuando le gustaba tanto?), esa mezcla imposible de caoba y calidez. De nuevo un abrazo protector que le hacía querer arroparse contra él.

    Harry se inclinó hacia adelante, y Draco no hizo por apartarse, así que el beso no sorprendió realmente a ninguno de los dos. Tampoco pareció sorprenderles que ocurriera más de una vez.

    *



    A Hermione se le hacía casi imposible leer cuando estaba nerviosa. Los nervios y las preocupaciones la obligaban a releer una, dos y hasta tres veces el mismo párrafo, e incluso así no lograba comprender del todo las palabras; cosa que le hacía fruncir el ceño con cierta fuerza. Y eran tan pocas las veces en que Hermione ponía una mala cara estando enfrascada en un libro, que llamaba la atención de quien la conociera. El primero en notar esto fue Ron, quien no admitiría nunca en voz alta lo adorables que le parecían las muecas que ponía la joven bruja cuando intentaba leer y no lo conseguía, miraba al libro como si sus páginas tuvieran la culpa.

    —Es muy tarde y Harry todavía no ha vuelto —confesó Hermione, al fin, el motivo de sus nervios. Incluso cerró el libro, dando por terminada una lectura infructuosa—. ¿Le habrá pasado algo? ¿Estará bien?

    Ron suspiró mirando el reloj de la Sala Común de Gryffindor, pasaba de la medianoche y solo él y Hermione seguían despiertos. Demasiado alterados como para poder dormir.

    —¿Deberíamos ir a buscarle? —Sugirió—. Guarda la capa de invisibilidad en su baúl, la podemos tomar prestada, ¿no? Se la devolveremos cuando volvamos.

    Hermione se lo pensó un poco antes de contestar.
    —¿Crees que se enfadaría mucho con nosotros por hurgar en sus cosas?

    —¡Sería por una buena causa! Sin la capa, Filch nos pillaría desde que pongamos un pie en el pasillo. O la señora Norris, que viene a ser peor, es más humillante que te descubra un gato.

    Poco a poco se fueron convenciendo el uno al otro del plan de rescate. Si iban con cuidado no les pillarían, solo tendrían que llegar a Hogsmeade y buscar a Harry, comprobar que todo estaba bien. Hermione se colocó un grueso abrigo sobre el pijama, Ron la imitó poniéndose un jersey de lana con una gigantesca R bordada (el último regalo de su madre), compartieron una última mirada de decisión por lo que iban a hacer. Y entonces Harry apareció en la sala, casi corriendo hasta llegar a la mesa.

    —Pero, ¿dónde demonios estabas? —Le preguntó Ron—. ¡Ya íbamos a buscarte! ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? Harry, es medianoche y vas en camiseta, ¿no tienes frío? ¿Y tu abrigo?

    —Lo tiene Malfoy. —Cogió aire y lo soltó muy despacio, necesitaba calmarse. Les mostró el Mapa del Merodeador, se lo pidió a Draco en la despedida más bochornosa que había tenido nunca con nadie. Sus manos habían temblado demasiado al rozar sus dedos cuando le devolvía el mapa, por no hablar de cómo ardían sus labios—. Tengo el mapa conmigo. Y mi varita. Estoy bien. Creo que estoy bien. Solo un poco cansado, he venido corriendo para no tropezar con Filch.

    —Harry. —Habló esta vez Hermione, se sentó a su lado en la mesa colocándole por encima su abrigo, como una manta—. ¿Te ha pasado algo con Draco? ¿Le has visto? ¿Os habéis peleado?

    —¿Es que ahora va por ahí robando ropa? —Ron se sentó al otro lado, también le colocó a Harry su jersey para hacerle entrar en calor.

    Harry, que no tenía secretos con sus amigos, supo que tendría que explicarles lo que había pasado. Primero miró a Ron, luego a Hermione para terminar de convencerse, tragó saliva y se preparó para hablar.

    —Encontré a Malfoy en Hogsmeade, al parecer, comenzó su ciclo. —Sabía que no habría mucha reacción con esto, el golpe de efecto venía ahora—. Y nos besamos. —Suspiró—. Volvimos juntos a Hogwarts, al despedirnos le pedí el mapa, estaba en el bolsillo de mi abrigo. No pude resistirlo y le volví a besar.

    Ron se puso en pie llevándose las manos a la cabeza, no podía creerse lo que oía y eso era lo que gritaba, lamentándose como si hubiera ocurrido una desgracia terrible que desencadenara el fin del mundo. Hermione fue bastante más discreta, quedándose en su sitio y disimulando la sorpresa lo mejor que podía.

    —¡Te va a llevar a Singapur, Harry! —le gritó Ron—. ¡Y vas a acabar siendo su esclavo! Ay, Merlín, ayúdame a salvar a mi amigo de una vida convertida en un infierno, ¿qué voy a hacer cuando seas una marioneta a las órdenes de Malfoy? ¿Cómo haremos para sacarte de su embrujo?

    —No creo que la magia haya tenido nada que ver con esto. —Comentó Hermione, logró que Ron dejara de lamentarse, hasta se calló para mirarla—. Ha debido ser la reacción entre el ciclo y el celo. La atracción es muy fuerte, ¿no? Eso es lo que dicen los libros.

    —No os hacéis una idea de lo que me ha costado venir aquí con vosotros. —Admitió Harry echando la cabeza hacia atrás, la dejaba casi colgando por el respaldo de la silla. Se perdió unos segundos mirando el techo antes de volver a hablar—. No quería. Simplemente no quería irme de su lado. Quería quedarme allí con él, y creo que Malfoy tampoco quería que me fuera. Nos quedamos un buen rato mirándonos, oliéndonos. Ha sido rarísimo, ni siquiera hablábamos.

    —Querrás decir que ha sido terrible.

    —No, Ron, no ha sido para nada terrible. —Sonrió volviendo a enderezar la espalda, se acomodó las gafas con el movimiento—. Lo terrible ha sido tener que separarme. Quiero echarme a correr hasta las mazmorras de Slytherin. Quiero volver con él.

    —Ay, Merlín, no va a haber salvación para ti, Harry. ¿Qué te está pasando? ¿Es por el celo?

    —De ser así, no hay por qué preocuparse.

    —¿Cómo que no? ¡Hermione! ¡Que ha besado a Malfoy! ¡Dos veces!

    —En realidad, fueron tres veces. —Reacio a la mentira como era, Harry se vio en la obligación de corregir a su amigo—. Dos en el pasadizo, y otro beso más al despedirnos. Este último fue más largo.

    A Ron le faltó muy poco para empezar a llorar, volvía a tener las manos sacudiéndose el pelo y caminaba en círculos lamentando el estado actual de Harry, que le miraba sin dejar de reír. De nuevo, fue Hermione la más sensata. Se levantó y apretó un hombro de Harry para llamar su atención.

    —Lo mejor será que vayamos a dormir. Mañana Ron y yo te acompañaremos a la enfermería —dijo—. Los inhibidores de la señora Pomfrey te ayudarán con el celo. Y entonces podrás pensar con claridad, ahora mismo las feromonas de Draco te están afectando demasiado.

    Harry asintió, por ahora lo mejor sería irse a dormir. Quizás así dejase de pensar en lo bien que olía Draco. Una mezcla de lo más curiosa entre manzanas y, ¿cómo era posible? Una suave brisa que le dejaba en el cuerpo una sensación vigorizante, muy parecido a lo que sentía en las alturas al volar en escoba, donde nada ni nadie podía alcanzarle.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO: ⬇️
    (1) Cada Alfa y cada Omega tienen su propio olor característico, en esta historia los mezclo también con sensaciones (sinestesia, ahí te voy). Caoba y calidez para Harry, manzanas y frescor para Draco. Más adelante se explicará el porqué de cada cosa, no puedo entrar en detalles ahora porque: spoilers. Intentaré que todo vaya cogiendo sentido, confiad en el proceso.

    (2) Ocho capítulos para un beso, el Slow Burn es una cosa bárbara.


    Edited by Flamingori. - 5/2/2024, 12:04
     
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    (!!) ADVERTENCIA de contenido sensible/delicado (sobre el pasado de Snape).

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    CAPÍTULO 9. LAS DOS AUSENCIAS DE REMUS LUPIN
    El trabajo como profesor en Hogwarts era doblemente gratificante, por un lado, se podía educar y nutrir a las mentes de las nuevas generaciones de magos y brujas haciéndoles crecer para convertirse, bajo sus muchos cuidados y consejos, a veces en auténticos expertos con la magia y, otras veces, en magos no tan brillantes pero, al menos, cargados de buenas intenciones; salvo en aquellas ocasiones en las que algún alumno se desviaba del buen camino.

    Por otro lado, estaba el sueldo.
    Remus Lupin, como profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, ganaba casi 2000 galeones al año, sin tener la menor idea de que, en dinero muggle, eso se acercaba a las 35 000 libras esterlinas, lo que parecía ser muchísimo más. No era el sueldo más alto en Hogwarts, pero sí era un buen sueldo que le permitía costearse de cuando en cuando lujos y caprichos, como cacao de importación para sus desayunos, coche volador propio (aunque muchas veces fuera robado por Sirius) y también tener en propiedad La Casa de los Gritos en Hogsmeade, que podía no ser la mejor vivienda pero sí el mejor escondite.

    Entre las muchas ventajas que tenían los profesores en Hogwarts estaban también los días de asuntos propios que podían cogerse durante el semestre. Cada profesor tenía derecho a solicitar los que necesitara, pudiendo explicar sus razones o guardando un silencio absoluto sobre las mismas. Remus, acostumbrado a callar tantas cosas sobre sí mismo a lo largo de su vida, no escribía nunca por qué se tomaba libres los dos días siguientes a una luna llena, aunque el motivo resultara evidente a sus compañeros.

    El primer día después del plenilunio era, simplemente, necesario. La transformación, tanto de hombre a licántropo como de licántropo a hombre era un proceso dolorosísimo, a Remus le llevaba más de media mañana dejar de sentir dolor en cada hueso y pedazo de piel, hasta el cabello le dolía cuando despertaba. Le llevaba también un buen rato serenarse y comprobar que no había matado a nadie, convenciéndose de que seguía siendo una persona y no una bestia sedienta de sangre. En esta primera jornada de vuelta a la normalidad se sentía tan débil en todos los sentidos de la palabra que no era capaz siquiera de enfrentarse al más torpe de sus alumnos (no, no pensaba admitir que era Neville. El joven Longbottom estaba haciendo grandes progresos con sus hechizos de protección).

    El segundo día libre después de la luna llena no era necesario, más bien, deseado. Remus había aprendido, por cosas de la presencia ahora permanente de Sirius Black en su vida, a ser más egoísta. Aunque la definición que tenía Remus de ser egoísta era una muy suave si se comparaba a la que le daba Sirius, más acostumbrado a ser el centro de atención. El caso es que a Remus le encantaba pasar un día entero a solas con él, a veces paseando por los locales de Hogsmeade sin ninguna otra preocupación que elegir dónde almorzar, a veces sin siquiera salir de la cama que solían compartir en Rothiemurchus. Se lamían las heridas, literal y metafóricamente hablando; Sirius más que nadie le hacía recordar que seguía siendo humano.

    Un humano con emociones tanto dulces como oscuras en su interior, y si se sentía derretir un poquito por dentro cuando Sirius le devolvía los «te quiero» susurrados bajo las sábanas, también sentía que de alguna manera le pertenecía. Era un sentimiento horrorosamente acaparador el que le dominaba y le hacía decirle a Sirius que era suyo. Obteniendo siempre la misma respuesta:

    —Lo llevo siendo años, Remus.

    No había apodos divertidos ni cariñosos cuando hablaban, no había ningún «Lunático», no había ningún «Canuto». Sus días como Merodeadores habían terminado el mismo momento en que asesinaron a James, la traición dentro del grupo todavía resultaba demasiado dolorosa como para poder pasarla por alto.

    *



    El olor rancio del acónito inundaba toda el aula de Pociones, con la mezcla borboteando en el caldero. A pesar de la nubecilla azulada y brillante que emanaba de ella, el olor era tan desagradable que no invitaba siquiera a acercarse a la poción, mucho menos a bebérsela, como sí debían hacer los licántropos que quisieran mitigar todo lo posible los efectos de la luna en ellos. Remus, con la cara todavía algo más pálida de lo normal y nuevas cicatrices que ocultaba bajo la ropa, removía la mezcla intentando por todos los medios ignorar el mal olor. Ni siquiera el paso de los años hacía que uno pudiera acostumbrarse a la poción matalobos.

    —Te has olvidado de los viales.

    Remus dio un pequeño bote con la voz de Snape, no le había oído llegar. Aceptó los botecitos que le alcanzó y siguió concentrado en la poción, no podía permitirse ningún error en una elaboración tan compleja, ni siquiera al embotellarla.

    —No tardará mucho más —dijo—. Me habré ido antes de que empiece tu clase.

    —Siempre me ha parecido irónico que yo te esté ayudando a ti —Snape apartó la vista del pergamino que andaba escribiendo para mirar directamente la espalda de Remus, medio encorvado en el puesto mientras echaba los últimos ingredientes a la poción—. Alguien que no me ayudó ni una sola vez. No, no te disculpes, Lupin, ya lo has hecho, y varias veces desde que aceptaste este trabajo. —Suspiró—. Según tú, aquello no fueron más que, ¿cómo habías dicho? «Chiquilladas».

    —Tendría que haber hecho algo por impedirlo, quizás hasta podría haberles parado los pies.

    —Lo habrías hecho ahora, no por aquel entonces que eras parte de toda esa barbarie. Ha sido una suerte que ese odioso grupito de amigos se haya disuelto por sí solo.

    —Yo no lo llamaría suerte. La muerte de James, la de Lily, lo que nos hizo Peter. —Fue el turno de Remus para suspirar. Giró hasta apoyarse en la mesa del puesto, cruzado de brazos y perdido en sus recuerdos más dolorosos—. Lo siento. Sé que no puedo disculparme en nombre de James o de Sirius, pero…-

    —Exacto, no puedes. Así que no lo hagas —Snape le interrumpió alzando un poco la voz. Consiguió calmarse dando un par de pasos por el aula, comprobó el estado de la poción que preparaba Remus y siguió andando un poco más—. Mi mayor quebradero de cabeza descansa bajo tierra desde hace años. No va a resucitar, no va a volver, lo cual me tranquiliza y alivia como no te puedes hacer una idea.

    —¿Podría pedirte que no hicieras ese tipo de comentarios delante de Harry?

    —¿Pretendes que el muchacho mantenga una imagen perfecta e intachable del indeseable de su padre? ¿Por qué?

    —El chico ya ha sufrido bastante, y ahora mismo está bajo la protección de Sirius. —Snape bufó negando con la cabeza, Remus pasó por alto el gesto y siguió hablando—. El ambiente entre ellos puede enrarecerse de llegar a saber ciertas cosas. —No hizo falta especificar qué cosas exactamente—. No me gustaría que, en un arrebato, regresara con los Dursley, esa familia muggle nunca le quiso. Está mucho más feliz ahora, yo le veo feliz, ¿no lo has notado en tus clases? Ha cambiado desde que vive con Sirius.

    Snape volvió con la poción, se encargó él de embotellarla y anotar en cada vial el día de la semana a la que se correspondía. Remus debía tomarla la semana anterior a la próxima luna llena, no evitaría que se convirtiera en una bestia, pero sí que se dejara llevar por el hambre y la sed de sangre inocente. Gracias a la poción podría contenerse.

    —Puedes relajarte, no diré nada sobre James. —Miró hacia Remus—. Pero, te aseguro que si el hijo de Lily no tuviera sus ojos y yo no soportara ver esos ojos llenos de lágrimas, el perro sarnoso que tiene como guardián no saldría nunca de Azkaban. No se merece otra cosa que sufrir durante toda su miserable vida.

    Remus carraspeó, era difícil defender a Sirius cuando hablaban de él con tanto rencor.
    —La vida en Azkaban es un infierno, ni siquiera puede llamársele vida.

    —Ah, ¿sí? Lo celebro. Yo tampoco lo he tenido fácil.

    —Tienes razón, Quejicus, ¿qué son un par de bromas en el colegio comparadas a diez años de torturas con los dementores? Es prácticamente lo mismo, ¿verdad? —Remus chasqueó la lengua, el tono irónico no iba a ayudarle en nada. Le tocaba aceptar el rencor que sentía Snape y lidiar con él de otra forma, debía ser el ejemplo de madurez y sensatez que se esforzaba en transmitir a los alumnos—. Lo siento, Snape —corrigió con un pequeño carraspeo—. Gracias por la poción y por los viales. Me marcho para que puedas preparar tu clase. No te molesto más.

    Guardó los viales en un pequeño maletín, más tarde se encargaría de protegerlo con varios hechizos que mantuvieran alejada a cualquier mano que no fuera la suya, no podía dejar una poción tan valiosa sin su debida protección. Volvió a resoplar y se puso en marcha.

    —Fueron más que simples bromas, Lupin. Mucho más.

    Remus maldijo. La curiosidad solo debía afectar a los gatos, no a los lobos, siendo así, ¿por qué retrocedió hasta quedar, otra vez, cerca de Snape? Había notado algo tocada su voz, era algo sorprendente porque Snape hablaba siempre en ese tono de condescendencia y superioridad, no escuchó nada de eso esta vez.

    —¿Qué ocurrió? —Preguntó bajando la voz, notando el ambiente mucho más cargado, de un momento a otro casi le costaba respirar.

    —¿Qué crees que puede ocurrir cuando un Alfa y un Omega se acuestan?

    Un movimiento rápido de varita evitó que el maletín, con siete viales de valiosa poción matalobos recién preparada en su interior, cayera estrepitosamente al suelo mandando al traste los esfuerzos de toda la mañana tras el caldero. Snape lo hizo flotar hasta la mesa más cercana, Remus seguía en shock.

    —Pero, ¿y cómo…? ¿Dónde…? —Tan sorprendido estaba que le costó unos segundos elaborar las preguntas en su cabeza—. ¿Está aquí? ¿En Hogwarts?

    —No llegó a nacer. —Snape se removió en el sitio, era la segunda vez en su vida que hablaba de este tema. No lo soportaba—. Era un crío, no podía seguir adelante, ¿qué iba a hacer? ¿Cómo lo iba a explicar? Amaba a Lily, lo sigo haciendo, pero este cuerpo ridículo que tengo. —Se había cruzado de brazos, y apretó los dedos con tanta fuerza en su capa que le faltó poco para rasgarla—. Este cuerpo ridículo deseaba a alguien más, simplemente porque era un Alfa. Es absurdo de todo punto.

    —No sabía nada, ¡ninguno! —Corrigió—. Ninguno de nosotros sabía nada, ni siquiera James.

    —Lógico, nunca os lo habría contado, ¿por qué iba a hacerlo? ¿Se lo iba a contar a ese indeseable? ¿Al saco de pulgas que protegía cada paso que daba? ¿A la rata que acabó traicionándoos incluso a vosotros? ¿O a ti, testigo mudo de todo lo que ocurría? No, no podía decir nada. Mucho menos a Lily, ¿cómo le iba a contar lo que hacía con su futuro marido?

    Miró a Remus durante un buen rato en completo silencio, era hasta divertido ver las muecas que hacía asimilando la información. Identificó la última mueca, con el ceño fruncido y una mirada cargada de preocupación.

    —Fue consentido —le dijo—. Todo lo consentida que pueda definirse la unión de un Omega en pleno ciclo y un Alfa en celo. —Terminó alzándose de hombros, desapareciendo poco a poco la tensión que le recorría los brazos. No iba a sonreír, no iba a permitir que la sonrisa relajada curvara sus labios—. James era un miserable, pero no «tan» miserable.

    —No apareciste por clase en dos semanas, pensábamos que habías dejado Hogwarts. Creo que… ¿fue en quinto año?

    —Sexto.

    —Y, ¿fue por…?

    Snape asintió con la cabeza antes de responder.
    —Los cuidados de los muggles en este campo están mucho más avanzados que los nuestros.

    —¿Alguien más lo sabe?

    —Tú y yo. —Soltó un sonido muy parecido a un resoplido—. Bueno, ¿hay algo que ocurra en Hogwarts sin que se entere nuestro ilustre director? Dumbledore me acompañó a la clínica. Yo estaba aterrorizado, no podía hacerlo solo.

    —Lo siento. Lo siento muchísimo.

    —¿Otra vez? No es culpa tuya, Lupin. No hay nada que un Beta pueda hacer en estos casos, ni siquiera Lily pudo. —Le devolvió el maletín con los viales y la poción—. Aunque sí te agradezco la comprensión, no ha estado mal.

    —Sí, ha sido una buena charla —admitió—. Si otro día necesitas un oído amigo, ya sabes dónde encontrarme.

    —Yo no diría tanto como «amigo», quizá «compañero tolerable» vaya mejor dadas las circunstancias. Te buscaré en tu despacho o en esa casa ruinosa que tienes en Hogsmeade. Entendido. Uh. —Agachó la cabeza mirando de un punto a otro en sus pies, cómo le costaba siempre decir las cosas más dulces. Bufó y volvió a enderezarse—. Gracias, Lupin. Lo digo en serio.

    Remus sonrió, pensó en acompañar la sonrisa con unas palmaditas en la espalda o en el hombro, pero Snape parecía tan reacio al contacto físico que decidió no hacerlo. Se conformó con un apretón de manos, era todo un logro, un primer paso hacia una relación de cierta cordialidad entre ambos.

    —La próxima vez podríamos tomar algo en Las Tres Escobas —sugirió—. Tienen una cerveza al cacao buenísima, deberías probarla.

    —Siempre me lo he preguntado, ¿estás seguro de que el chocolate no te hace daño siendo un licántropo?

    Una especie de ladrido interrumpió las amigables despedidas, haciendo que tanto Remus como Snape miraran en dirección a la puerta. Por ella entraba Harry, guardando cierto mapa en el bolsillo trasero de sus pantalones, junto a un perro negro que parecía ser cualquier cosa, menos amistoso.

    *



    Esta mañana no hubo clase de Defensa contra las Artes Oscuras, en su lugar, los alumnos tendrían que emplear esa hora en un examen teórico que comprobaría su nivel de conocimientos en la materia. A pesar de no haber supervisión en el aula, resultaba inútil intentar copiarse de un compañero siendo que cada hoja de examen era única, y también sus cincuenta preguntas. Que el profesor Lupin hubiera pensado en cincuenta preguntas para cada alumno, y siendo que eran casi cuarenta magos y brujas en su clase (haciendo un total de aproximadamente 2000 preguntas) daba buena cuenta de lo muy implicado que estaba en su educación.

    Ron maldijo su dedicación al trabajo, le fue imposible copiar nada y no se esperaba otra cosa que un maravilloso suspenso. Hermione, en cambio, se sintió muy orgullosa de su examen. El término medio estaba en Harry, que para tener la cabeza todavía embotada después de una inyección de inhibidores en la enfermería, se había defendido bastante bien; no tendría una nota perfecta, pero tampoco se esperaba un suspenso rotundo, como también se temía Neville, ya preparándose para un segundo examen de recuperación y sufriendo las burlas de varios alumnos de Slytherin.

    Hermione se marchó a la biblioteca, y tiró de la oreja a Ron —lo hizo literalmente— para obligarle a estudiar. Por suerte para Neville, su oferta fue mucho más amable y solo tuvo que seguir los gritos de dolor de Ron para unirse al grupo de estudio.

    Harry prefirió buscar a Remus, cosa que no le costaría demasiado con el Mapa del Merodeador en su poder. Le preguntaría por su estado después de la luna llena y el de Sirius, no había hablado con él desde la noche pasada, seguía pensando en la mala pinta que tenía la herida de su brazo. El mapa le mostró cómo de rápido se acercaba Sirius a su posición, cruzando pasillos como una flecha, no supo cómo podía avanzar tan rápido hasta que le tuvo enfrente, y es que correr en su forma animal le daba un auténtico plus en velocidad. No en vano cuatro patas eran mejor que dos.

    —Remus está con Snape en el aula de Pociones.

    No entendió el gruñido de Sirius entonces.
    Y tampoco entendió que ladrase con tanta fuerza cuando entraron en el aula, parecía verdaderamente enfadado. Harry no era un experto en comportamiento canino, pero el pelaje erizado, la cola tiesa y la amenaza clara de los colmillos no dejaban lugar a dudas, estaba enfadado. Incluso llegó a temer que se lanzara a por Snape.

    La imagen de un Potter junto al perro negro se le hizo muy familiar, tanto a Snape como a Remus. Sirius tardó apenas unos segundos en convertirse en humano, caminando de muy malhumor hacia ellos.

    —¿Qué pasa, Remus? ¿Es que ahora eres el amigo del alma de Quejicus? ¿Interrumpo algo?

    —¿Qué te pasa a ti, Sirius? —Remus habló con cierta sorpresa en la voz, no esperaba ver a Sirius paseando alegremente por Hogwarts—. ¿Por qué estás tan enfadado?

    Snape alzó las manos negando luego con ellas, no pensaba quedarse aquí, en medio de una especie de disputa conyugal. Le hizo una inclinación de cabeza a Remus a modo de despedida silenciosa, ignoró estupendamente la mirada feroz de Sirius y se marchó. Claro que a medio camino se detuvo junto a Harry, plantado en mitad del aula sin saber si acercarse a ellos o no.

    —Cien puntos menos para Gryffindor.

    —¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! —Gritó Sirius—. ¡No ha hecho nada!

    —¿No es obvio? —Snape le miró de arriba a abajo—. El conocimiento, y el consecuente encubrimiento, de un animago no registrado en el Ministerio bien merece algo mucho más grave que restarle puntos a su casa. —Suspiró—. Me colocáis en un dilema moral de lo más escabroso pues, como cualquier mago respetable, me veo obligado a delatarte, Black —dijo mirando directamente a Sirius. No pasó por alto que Remus estuviera sujetándole del brazo, reteniéndole en el sitio—. Pero, como profesor, debo pensar primero en el bienestar de mis alumnos. Y tu, aunque sin ninguna duda más que merecido, regreso a Azkaban sería un golpe terrible para el joven Potter del cual, sospecho, tardaría en recuperarse, afectando a su rendimiento escolar. Lo que me obliga a guardar silencio sobre un asunto tan peliagudo. —Volvió a suspirar llevándose una mano a la cabeza—. No hace falta que me deis las gracias por este favor.

    —¡¿Qué favor, maldito hijo de…?!

    —¿Prefieres que te delate? —Fue curioso que Snape no tuviera que alzar la voz para interrumpir el grito de Sirius—. Puedo hacerlo, delatarte a ti como el delincuente que eres desde hace más de diez años, y a tu, ahijado, ¿cierto? Como el pequeño delincuente en potencia en que le estás convirtiendo al encubrirte. El asunto salpicaría incluso a Lupin, una vez más convertido en cómplice de tus fechorías, ¿no os cansáis de esta dinámica vuestra de inocentes y culpables?

    —Muchas gracias por no decir nada, profesor. —Harry fue el único capaz de hablar, Sirius volvía a gruñir y Remus le seguía sujetando para evitar mayores problemas—. Sé que a usted también le traerá problemas.

    —No te haces una idea.

    Snape miró a Harry por unos segundos, era idéntico a James, era imposible no pensar en él al verle. No terminaba de sentirse cómodo ante la imagen de James agradeciéndole algo, se le hacía una imagen de lo más extraña. No permitió que sus recuerdos le dominaran y se marchó.

    Una vez se cerraron las puertas del aula, Remus se permitió el lujo de relajarse, soltando al fin a Sirius para que gruñera (lo hacía mostrando de nuevo sus colmillos, a pesar de estar en su forma humana) e insultara a Snape como le diera en gana. Soltaba un insulto tras otro como si fueran maldiciones, a veces gritando, a veces entre refunfuños. Estaba demasiado alterado como para poder regular la voz.

    —¡¿En serio, Remus?! —Gritó casi fuera de sí—. ¡¿De charlita con Quejicus?! ¡¿En serio?! ¡¿Con él?!

    —¿Quieres hacer el favor de calmarte?

    Remus caminó hasta quedar junto a Harry, le apretó el hombro susurrándole que no pasaba nada. Debía ser la primera vez de Harry viendo una auténtica rabieta al mejor estilo Sirius Black, ya había pateado dos mesas y roto un caldero.

    Remus sabía bien los pasos que debían darse a continuación, por ejemplo, si intentaba comunicarse con Sirius en este estado, solo recibiría insultos y gritos como respuesta; y si intentaba calmarle por la fuerza, recibiría más insultos y gritos, acompañados por algún golpe o hechizo disuasorio. El único paso que debía dar era, contra todo pronóstico, estarse quieto; no hacer nada y esperar. Esperar, como quien espera a que amaine la tormenta antes de salir de su casa, Remus esperaba a que el propio Sirius se calmase, cosa que solía llevarle pocos minutos.

    Un carácter explosivo daba auténticos arrebatos de ira, pasión y prácticamente cualquier sentimiento llevado al extremo, era el carácter más sereno de Remus el que terminaba por apaciguar todo esto con simplemente estar ahí.

    —¿De qué estabais hablando? —preguntó Sirius después de, exactamente, tres minutos y cuarenta y cinco segundos de refunfuños y quejas por lo bajo—. ¿Hablabais de algo importante?

    —Hablábamos de lo que a ti no te importa. —Respondió Remus volviendo a guardar los viales en el maletín, había buscado algo en lo que entretenerse y el maletín fue el objeto más cercano—. Somos compañeros de trabajo, ¿lo recuerdas?

    —¿Y tú recuerdas quién es? ¡Quejicus! —La paciencia de Remus daba sus frutos, Sirius recolocó las dos mesas que había pateado, y parecía más abierto al diálogo mientras reparaba el caldero—. No me puedo creer que ahora te dediques a hablar con él, ¿qué será lo siguiente? ¿Pasar las navidades juntos? ¿Ir de compras por Hogsmeade? ¿Emborracharos en Las Tres Escobas y volver a Hogwarts dando tumbos?

    —Podría ser. —Remus sacó un pedazo de chocolate con leche del bolsillo, lo duplicó y le ofreció a Harry, que miraba todo esto como si se tratara de un espectáculo. En parte lo era, a Remus siempre le había divertido la vena dramática que parecía todavía latir con fuerza en Sirius. Suponía que era cosa de su apellido—. También puedo invitarle a cenar alguna vez. Es evidente que no tiene muchas amistades por aquí.

    —Pregúntate por qué no las tiene. ¡Se merece todo lo que le pase! ¡Todo!

    —Ha sufrido muchísimo.

    —No, Remus. No vayas por ahí. Ni se te ocurra ir por ahí o te juro por los huevos de Merlín que no vuelves a verme.

    La reacción en Remus y Harry fue totalmente distinta ante esa frase tan bien disimulada como amenaza. Harry miró alertado de un hombre a otro, hasta tembló, se sentía testigo de una discusión que subía de tono cada vez más rápido y no podía hacer nada por arreglarlo; en cambio, Remus se echó a reír.

    —¿Os parece si salimos de aquí? —Buscó Harry una solución a la desesperada—. Seguro que un paseo por Hogsmeade os ayuda a calmaros, ¿qué os parece?

    —Tranquilo, esto no es una discusión —le dijo Remus—. Es un berrinche de tu querido padrino. Ya casi los había olvidado, pero los berrinches de Sirius Black son terribles.

    —¿Berrinche? ¿Un berrinche? —Sirius se acercó a ellos—. Esto es una discusión en toda regla. Estoy enfadadísimo.

    —No, no lo estás. De estarlo, ni siquiera me mirarías. —Sacudió las manos para limpiarse de restos de chocolate derretido, cogió el maletín y le miró—. ¿Te has calmado ya? ¿Ha terminado la pataleta? ¿Quieres romper algo más antes de irnos?

    —Me encantaría romperte una pierna ahora mismo.

    —Y a mí me encantaría verte intentarlo. —Suspiró—. ¿Tienes las llaves? Porque has venido en mi coche, ¿verdad? —Sirius le lanzó las llaves a la cabeza, rebotando y cayendo al suelo. Por supuesto, fue trabajo de Remus agacharse para recogerlas—. Para ya de robarme el coche, delincuente —dijo con una risita—. Harry, ¿necesitas algo de Rothiermuchus?

    —No, estoy bien. Lo he traído todo. Vosotros, ¿estáis…? ¿Estáis bien? ¿Ya no estáis enfadados?

    —Oh no, yo sigo muy enfadado. Estoy reservando para luego cada gota de ira que tengo dentro. —Aseguró Sirius—. He aquí una lección de vida, Harry —alzó el índice, por un momento hasta pareció que diría algo importante—: no pienses que las discusiones son algo a evitar, pues tienen una cosa muy positiva. Después de cada discusión, hay una reconciliación. Eso es lo que verdaderamente merece la pena y, diría, uno de los mejores motivos por el que discutir. —Harry no logró entenderle—. La reconciliación. —Repitió—. Ahí pienso cobrármelas todas. Y todas son «todas», Remus: «to-das». Prepárate.

    Harry siguió sin entenderle, y quizá fuera lo mejor viendo la sonrisa de Sirius, había algo de indecente en ella. Algo que solo Remus supo interpretar.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO: ⬇️
    (1) Siento que le debo una disculpa enorme a Snape, no era mi intención hacerle sufrir de esta manera. 💔

    (2) Por si os estáis preguntando qué ocurre con el wolfstar cuando llegan a su cabañita en Rothiermuchus.
     
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    Me tienes enfanchadisimo a tu fic ❤️ y la aclaración final de cuando llegaron a la cabañita de Rothiermuchus me ha hecho reír, enserio que si aunque ya había pillado por donde iban los tiros.

    Andaré ansioso de leer el siguiente capítulo~
     
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