Posts written by Bananna

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    ¡Holas, holitas, holotas, habitantes de la red!

    Vuelvo al reto con un dibujo que, de nuevo, toma como protagonistas a los personajes principales de un rol que tengo con Flamingori. <3 En este caso, son Gavril, un entrenador militar con sus cuarenta tacos bien cumplidos (y fan de Star Trek, como habréis podido ver por ese beso vulcano), y Shay, un superdotado ingeniero que apenas pasa de los veinte años. La edad no es un impedimento para este romance, tan tierno y puro como sólo podría salir de un rol nuestro xd

    En esta ocasión, he decidido prescindir de los colores y he sombreado a lápiz porque, no voy a mentir, soy una vaga de cuidado. Y que no queda tan mal. Creo sobre todo viendo que me he inventado las sombras sobre la marcha, sin punto de luz claro ni na' xd.

    Planeo, por lo menos, un dibujo más, así que ¡animaos a participar en este reto! <3




    Edited by Bananna - 15/8/2019, 00:18
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    ¡Holas, holitas, holotas, habitantes de la red!

    ... Sí, otra vez. Soy consciente de que no debería estar aquí, sino estudiando o, como poco, contestando alguno de los mil roles que tengo pendientes. Pero cuando la inspiración me golpea... xd

    Si has visto la serie Lucifer, quizá este fic no te sorprenda mucho. Si no la has visto, bueno, allá tú, tú te pierdes a Tom Ellis implecablemente vestido con chaleco y chaqueta.

    De nuevo, espero que os guste, sobre todo porque ni lo he revisado, he vomitado todas las palabras en el Word xd

    ¡Hasta pronto! pero espero que no muy pronto, porque wow, seis horas he tardado en hacer esto, qué asco me doy a veces.



    QUOTE
    Disclaimer: Good Omens © Terry Pratchett y Neil Gaiman.
    Pareja: Crowley y Azirafel.
    Advertencias: Ternura y amargura por partes iguales, ya lo siento.
    Longitud: 3912 palabras.
    Resumen: Quiérete, acéptate... Y entonces podrás saber quién eres realmente.

    Alas negras


    La Biblia sostiene que Dios creó el Universo, pero la verdad es que esa afirmación es bastante parecida a considerar que Norman Foster creó el famoso pepinillo de Londres. En otras palabras, es una verdad a medias.

    Las órdenes iniciáticas, como la Francmasonería, se aproximan más a la verdad al denominar a Dios como Gran Arquitecto del Universo, pues un arquitecto no es exactamente lo mismo que un constructor. Puedes imaginarte a Dios como un hombre anciano y barbudo que viste una túnica rosada —la cual le hace un culo estupendo, todo sea dicho— haciendo aparecer de la más absoluta Nada, con una categoría que se merece una mayúscula inicial, los astros y las plantas, como bien hizo Miguel Ángel en el segundo decenio del siglo XVI; o puedes imaginarte a Dios como un Gaudí que dibuja fantásticos bocetos que, más tarde, son realizados por otras manos.

    Si no quieres perder tu tiempo, mi recomendación es que te decantes por la segunda opción, pues es la más semejante a lo que realmente ocurrió. Salvo que hablemos de la Tierra, claro, pues ese fue un trabajo que el Todopoderoso quiso llevar a cabo de manera personal.

    La Tierra fue creada el domingo 21 de octubre del año 4004 a.C. a las 9:13 de la mañana, y es que a Dios le gusta trabajar temprano, para aprovechar que está más despejado. Sin embargo, la Tierra no fue creada en la Nada, sino en un Cosmos lleno de Algos. En plural, porque había muchas cosas por aquel entonces.

    Y es en la creación de esos Algos donde Dios no intervino directamente, sino que delegó en otros esta labor.

    El erudito renacentista Leon Battista Alberti no gustaba de trabajar a pie de obra. En su lugar, entregaba sus diseños a otro arquitecto, y este otro arquitecto se encargaba de que un grupo de competentes obreros alzasen bajo su mando el edificio en cuestión. A Alberti, la jugada no le llegó a salir bien, pues muchos de sus edificios quedaron inacabados, y así están en pleno siglo XXI. A Dios, por otra parte, era difícil que le ocurriese algo así. Es lo que tiene ser un ente Todopoderoso, y no un simple mortal.

    Quizá pueda surgir entonces la duda de por qué Dios, siendo precisamente Todopoderoso, no hizo aparecer esos Algos con un chasquido de dedos, por usar una metáfora muy visual, en vez de delegar tareas. Eso, como tantas otras cosas, forma parte de su Plan Inefable.

    Sus proyectos estaban en buenas manos. En catorce buenas manos, o puede que más, pues aunque eran siete arcángeles, el hecho de que puedan adoptar la forma que más les plazca a veces les ha llevado a tener un par de brazos extra.

    El libro de Enoc, en su capítulo 20, los nombra como Uriel, Rafael, Rauel, Miguel, Sariel, Gabriel y Remeiel, y siendo que algunos nombres varían en distintas versiones, no veo por qué no usar estos. Sin embargo, sean cuales sean los nombres que prefieras usar, lo cierto es que fueron estos siete arcángeles los que se encargaron de organizar y dirigir al resto de ángeles mientras Dios se encargaba de, en fin, Asuntos Inefables.

    Los ángeles constructores eran realmente apreciados por los demás. No era extraño ver a un ángel detener sus tareas para observar, embelesado, a un ángel constructor trabajar. Y, a veces, otro ángel que seguía trabajando se chocaba con ese ángel que se había detenido. Parece extraño pensar que un ángel se puede chocar con otro, pero ¿y si el segundo ángel llevaba una pila de cosas tan grande que le tapaba la visión, o si estaba despistado por andar pensando en que no debía retrasarse otra vez a riesgo de que Gabriel le soltase un par de gritos?

    Así que este segundo ángel bufaba y se recogía las faldas de su túnica para poder agacharse y rehacer su gran pila de cosas que le tapaba la visión, y el primer ángel apartaba la mirada del ángel constructor para ayudarle.

    —¿No deberías estar trabajando? —podía preguntar el segundo ángel, al que vamos a llamar Azirafel, por hacer la conversación más fluida.

    —¡En ello estaba! —podía ser la respuesta del otro ángel, que quizá se llamase Samatriel —Pero he visto entonces al ángel constructor trabajando y no he podido evitar mirarle.

    —¿Un ángel constructor? —Azirafel podía dejar de lado lo que estaba haciendo para buscar a ese otro ángel, y al verlo quizá soltase un suspiro maravillado.

    Los ángeles estaban seguros de que los ángeles constructores habían sido elegidos entre los más hermosos entes etéreos que había en esa Nada que poco a poco se iba poblando de Algos.

    —He oído que los ángeles constructores son los ángeles más hermosos —susurró Samatriel en este caso concreto que estamos tratando —. Y viendo a Crawly no puedo hacer nada, salvo pensar que es cierto.

    —¿Crawly…? Ese nombre me suena —murmuró Azirafel, frunciendo el ceño y ladeando la cabeza mientras intentaba pensar.

    —¡Claro que te suena! Hace poco terminó Alfa Centauri.

    —¡Oh! ¡Me gusta Alfa Centauri!

    Y así dos ángeles podían quedarse embobados mirando a un ángel constructor trabajar, con un montón de cosas esparcidas por ahí esperando a formar una pila que tapase los ojos de quien la llevase en brazos.

    Siendo justos, era difícil resistirse a un ángel constructor. Crawly, por ejemplo, tenía dos alas largas y grandes, con unas plumas tan esponjosas que parecían nubes, aunque aún no existiesen las nubes, y de un color tan blanco y tan puro que parecían irradiar luz. Sus cabellos eran rojos como el fuego, que sí existía por ese entonces, y caían por su espalda en una interminable cascada de hermosos rizos. Mientras trabajaba, sus ojos amarillos estaban concentrados en lo que hacía y su expresión parecía tan serena que ni Azirafel ni Samatriel podían imaginarse los tormentosos pensamientos que se iban acumulando y giraban en su mente.

    *****


    Abrió su boca más de lo que ningún humano la podría abrir en circunstancias normales —aunque no era, desde luego, un humano— y sacó la lengua en mitad de un bostezo, limpiándose después esa lagrimilla que había osado asomarse en su ojo derecho.

    Espatarrado en el sofá, con una pierna en el respaldo y el otro pie en el suelo, las manos esparcidas por su tripa, siguió con la mirada al ángel que iba y venía de un lado a otro, dando pasitos cortos con un teléfono en la mano y apenas diciendo ocasionalmente «sí», «ajá», «lo entiendo, señor», y otros éxitos de la misma discográfica.

    Al terminar la llamada, colgó el teléfono, el cual apareció milagrosamente en su sitio. Tomó aire para suspirar, pero ese suspiro se convirtió en un gritito cuando una mano de dedos alargados tiró de él, haciéndole caer sobre el regazo del demonio.

    —¡Crowley! —se quejó Azirafel, pero las cosquillas que le produjeron las manos del demonio le hicieron dejar la regañina por una risa pura y cristalina antes de que dos grandes y largas alas negras encerrasen a la pareja.

    El hecho de que Dios sea Omnisciente no implica que, a veces, no deje espacio a la intimidad. Siendo esto así, veo correcto concederles también algo de privacidad a Crowley y Azirafel, dejando a tu imaginación qué ocurrió tras aquellas alas. Hay muchas cosas que se pueden hacer cuando estás parapetado tras dos alas negras con tu ángel favorito, como una sesión de besos o un concurso de miradas.

    Independientemente de lo que estos dos escogiesen, no se puede negar que, al cabo de unas horas, Azirafel estaba acomodado entre las piernas de Crowley, con la espalda apoyada en el pecho de demonio, bebiendo una taza de chocolate caliente mientras las alas del demonio le servían de manta y Queen sonaba en la radio, que no estaba emitiendo a tan maravillosa banda en ningún canal en esos momentos, pero eso no era un impedimento cuando a Crowley le apetecía escuchar la voz de Freddy Mercury llenar la habitación.

    —Así que espero poder conseguir esos libros para mañana por la tarde —terminó de comentar Azirafel en voz baja, haciendo ese gracioso gesto con su cabeza y hombros que le hacían parecer un pajarito en su nido —. Ese cliente es extremadamente maleducado, pero yo no me voy a rebajar a su nivel.

    —Claro que no, eres un ángel —comentó Crowley, con las manos cruzadas en la tripita del librero —. Aunque a veces puedes ser sarcástico.

    —¿Sarcástico? —Azirafel se giró un poco para mirarle, con cierta sorpresa en esos ojos azules como un cielo estival despejado —¡Lo habré sacado de ti! Demasiado tiempo confraternizando con el enemigo.

    —¿Sigues llamando a esto confraternizar? —medio sonrió el demonio, acariciándole el cuello con la punta de la nariz.

    —¿Cómo lo llamarías tú? —preguntó, intentando que su voz no sonase suspirante. Esa caricia le había dado un suave escalofrío.

    —¿Para qué ponerle un nombre?

    La conversación quedó cerrada con esa pregunta y un intercambio de sonrisas, y un par de horas después estaban en la cama. O, más bien, Azirafel estaba en la cama, leyendo un libro con ayuda de una lamparita de noche. Había visto esa escena en varias películas y le había parecido tan encantadora que, aunque no necesitaba realmente luz para leer, le gustaba bastante. Eso y tener una tacita de té cerca.

    Crowley, por su parte, estaba a punto de entrar en la cama. Había tenido que salir a hacer una pequeña tentación de última hora, pero ahora se acercaba al lecho vistiendo una camiseta básica negra de tirantes y un tanga de lencería que, desde luego, perdía sensualidad cuando el demonio se metía la mano para rascar según qué partes, pero que Crowley consideraba realmente cómodo.

    —¿Qué lees, ángel? —preguntó mientras se deslizaba bajo las sábanas. Su siguiente paso fue digno de una serpiente, pues su cabeza obligó a Azirafel a levantar un brazo, dejando así que esa bola de pelos roja con ojos de serpiente y nariz aguileña se asentase en su pecho. Los brazos y las piernas del demonio, por su parte, se enroscaron alrededor del ángel, buscando su calor.

    —La hagiografía de Santa Berilia Articulata de Cracovia —dijo el ángel, bajando una mano para acariciar el pelo del otro. Debía reconocer que echaba de menos sus largos rizos, pero Crowley con el pelo corto le parecía también una imagen que podía contemplar largo y tendido.

    —Agh —el demonio chasqueó la lengua y frotó su mejilla contra el pecho del ángel, quizá acomodándose mejor —. Esa mujer era una pesada. ¡No se callaba nunca!

    —Ese fue precisamente el milagro, querido.

    —Pues esa mujer estuvo muy cerca de perder la lengua milagrosamente —soltó en tono burlón, con cierta nota de desagrado en la voz.

    —¿Le habrías arrancado la lengua?

    —No, habría sido harto desagradable. Y muy difícil. Tanto como la movía, debía tener abdominales en esa lengua. Pero su marido lo comentaba bastante a menudo.

    —En cierta forma, me sorprende que tuvieses algún contacto con tan famosa mártir —añadió Azirafel, apartando el libro para poder mirar directamente a Crowley.

    —Bueno, ya sabes. En el siglo V, los mártires potenciales surgían como setas, así que había que intentar si alguno terminaba en nuestro lado.

    —El mal alberga la simiente de su propia destrucción.

    —… su propia destrucción —terminó Crowley a la vez que Azirafel, pero haciendo burla con la voz —. Sí, sí, sí, ya me lo has dicho. Pero si los demonios no somos malos, entonces ¿por qué somos demonios?

    Azirafel alzó y bajó las cejas en un gesto rápido, como dándole la razón.

    —¿Vas a dormir? —preguntó ahora al ver cómo Crowley volvía a removerse, acomodándose de nuevo sobre él —Creo que nunca entenderé qué le ves a esa actividad.

    —Por suerte, ángel, soy yo quien la realiza, así que no tienes que preocuparte.

    El ángel torció un poco el morro, descontento con ese comentario, pero se inclinó para besar los labios del demonio y volvió luego a su doble misión de leer ese antiquísimo volumen —escrito e ilustrado a mano en el mejor Scriptorium de Cracovia— y de acariciar el pelo rojo de Crowley.

    *****


    Crawley era, desde luego, un ángel muy especial, pues había sido bendecido con un regalo de Dios que ningún otro ángel tenía: una desbordante imaginación. Había ángeles con imaginación, claro que sí, pero ninguno tenía el poder de Crawley, quien a veces ni siquiera se daba cuenta de que había cosas que eran como eran sólo porque él imaginaba que así tenían que ser, lo cual había hecho que algunas constelaciones cambiasen ligeramente cuando él iba a visitarlas por complacer a otro de sus amigos ángeles constructores, lo que hacía que dichos amigos se llevasen las manos a la cabeza y empezasen a gritarse los unos a los otros.

    Sin embargo, Crawley, que ni siquiera parecía estar enterado de este don, seguramente habría deseado que Dios no le hubiese dado tal regalo, pues su imaginación le llevaba a cuestionarse cosas, y cuestionarse cosas nunca ha estado demasiado bien visto entre la cohorte celestial.

    Formulaba sus preguntas hacia otros ángeles constructores, después hacia otros ángeles. Preguntó a los arcángeles y a los serafines, a los querubines y, finalmente, frustrado por no obtener ni una sola respuesta, invocó a Metatrón, quien le dijo que si volvía a molestarle para eso, lo pondría en el coro de Dios. Y como a Crawley eso de cantar constantemente «santo, santo, santo» mientras daba vueltas alrededor de un trono simbólico no le hacía mucha gracia, prefirió cerrar la boca y dedicarse a seguir afinando la Música de las Esferas.

    —Deberían contestar tus preguntas —le dijo un día una voz. Al girarse, Crawley se encontró cara a cara con Lucifer, el Lucero del Alba, el portador de Luz, el más bello, el más sabio, el Toro Celestial, el Ángel del Talento —. Deberían contestar las preguntas de todos y satisfacer nuestras inquietudes. ¿No crees?

    Crawley, en el momento, se había quedado sin hablar, pero le había estado dando vueltas a aquellas simples frases. Si Lucifer, el Lucero del Alba, el portador de Luz, el más bello, el más sabio, el Toro Celestial, el Ángel del Talento, se veía insatisfecho, ¿cómo de mal debía estar la situación?

    Así que empezó a juntarse con él y con otros ángeles en algo muy parecido a los mítines actuales, calentándose los ánimos hasta que la situación fue insostenible. La rebelión fue magnífica, pero el contraataque fue aplastante. Miles de almas enardecidas no pueden enfrentarse a un millón de borregos fieles, y pronto aquellos ángeles rebeldes vieron cómo sus halos se hacían añicos, cómo sus alas dejaban de irradiar luz pura y cómo sus corazones se envenenaban de una densa oscuridad antes de caer o, más bien, ser echados del Cielo con una potente patada en el culo.

    *****


    Crowley abrió los ojos, aterrado, con su cuerpo temblando en un sudor frío que contrastaba con las lágrimas calientes que mojaban sus mejillas. Si fuese humano, tendría en esos momentos una fuerte taquicardia y respirar sería una lucha perdida, pero no era humano, así que simplemente temblaba, sudaba y lloraba, y dos de esas cosas ni siquiera eran necesarias.

    La mano suave y gentil de Azirafel sobre su hombro le hizo dar un respingo y girarse, encontrándose con una mirada de pura preocupación. La caricia en su mejilla le hizo sollozar y arrojarse a sus brazos, como un niño pequeño se abraza a su madre después de golpearse la cabeza contra una pared por accidente.

    Azirafel fue paciente y comprensivo, abrazándole en silencio y acariciándole el pelo, aunque con los ojos abiertos, mirando esas alas que Crowley había extendido justo antes de despertarse de su pesadilla.

    —Voy a prepararte un té, querido.

    Crowley asintió, pero cuando el ángel se puso en pie, el demonio le siguió a la cocina, agarrándose a su camisa, lo que ayudaba bastante a esa imagen de niño pequeño que Azirafel había pensado poco antes.

    El librero canturreaba la última canción de Queens que habían escuchado esa tarde mientras llenaba la tetera de agua, mirando de vez en cuando a Crowley y dirigiéndole una sonrisa suave y dulce que sólo hacía que el demonio apartase la mirada, con los brazos cruzados sobre el pecho.

    Una vez ambos estaban sentados con sus humeantes tazas delante, Azirafel carraspeó suavemente para llamar su atención.

    —Querido…

    —No quiero hablar de ello.

    —No, no es eso —El ángel, con una sonrisa que no ocultaba su preocupación, le acarició los dedos de una mano —. No he podido evitar advertir que has desplegado tus alas justo antes de despertarte.

    —¿En serio? —Crowley no parecía muy interesado en ello. Azirafel suspiró.

    —Querido —el demonio no alzó la mirada, pese al tono del ángel, quien apretó un poco los labios —. Crowley, querido mío, tus alas eran blancas.

    —Ya sé que mis alas eran blancas. Fui un ángel y todo eso —dijo con desgana. Al parecer había perdido ya el susto del cuerpo, o al menos simulaba que así era, porque estaba desperdigado por la silla, como si fuese un muñeco de trapo mal puesto.

    —No, no me refiero a antes de la Caída —bufó con el siseo molesto de Crowley —. Me refiero ahora. Hoy. Has desplegado alas blancas, no negras.

    —Nah. Te lo habrás imaginado.

    —¡No! ¡Te lo digo en serio!

    Crowley gruñó, pero se puso en pie y extendió de nuevo sus alas, en un oscuro negro, como plumas de cuervo.

    —¿Ves, ángel? No son blancas. ¿Cómo iban a ser blancas? Soy un demonio, soy malo, la maldad es negra. Fin de la cuestión.

    De nuevo sin alas, se dejó caer en la silla y tomó la taza de té para darle un sorbito, repiqueteando con sus dedos en la mesa y moviendo la cabeza como una serpiente que estudia su entorno.

    —Pues sé lo que he visto —murmuró Azirafel, quien se negaba a no tener la última palabra.

    Por supuesto, ver y entender son dos conceptos distintos. Azirafel había visto plumas blancas cubriendo las alas de Crowley, pero no había entendido por qué esas plumas se habían vuelto negras en cuanto el demonio había abierto los ojos.

    Crowley, por su parte, no había visto las plumas blancas, pero tampoco entendía por qué Azirafel las habría visto de ese color. Y, en esos momentos, con la pesadilla demasiado fresca y la sonrisa burlona de Miguel mientras lo echaba del Cielo justo tras los ojos, tampoco tenía muchas ganas de pensar en ello.

    *****


    Con horror y espanto, Crawley acariciaba las plumas de sus alas. Espesas lágrimas de sangre rodaban por sus mejillas hasta salpicar el suelo, y es que sus alas, sus preciosas alas blancas, eran ahora negras. Apagadas. Feas. Las odiaba y eso hacía que se odiase a sí mismo.

    ¿Había sido realmente tan malo como para merecerse aquello? ¿Qué era lo que había hecho mal? ¿Preguntar cosas, intentar hallar respuestas que todos le negaban? ¿Eso era lo que le había hecho caer, eso era lo que había teñido sus alas de negro?

    Se sentía ahogado en ponzoña, una ponzoña que se pudría un poquito más cada vez que volvían a su cabeza todas esas preguntas que, a su vez, generaban otras. Si preguntarse cosas era malo, entonces este interrogatorio incrédulo debía estar empeorándolo todo.

    Pero, ¿qué debía hacer? ¿No preguntar nada? ¿Hacer como el resto de sus compañeros caídos y simplemente aceptar lo ocurrido? ¡No podía! Simplemente, no podía.

    Lucifer estaba cabreado, pero entre esa ira se veía cierto alivio. Ahora que estaban Allí Abajo, Crawley había oído que Lucifer se había alzado contra el Gran Arquitecto del Universo porque el Todopoderoso le iba a entregar su más ambicioso proyecto, la Tierra, a la humanidad, y Lucifer consideraba que, siendo como era el Lucero del Alba, el portador de Luz, el más bello, el más sabio, el Toro Celestial, el Ángel del Talento, era también un Líder por derecho. La Tierra debía ser su territorio, su reino. En su lugar, el Infierno debería valerle, y se estaba haciendo rápido a él, viendo cómo todo su aspecto físico se corrompía, convirtiéndolo gradualmente en un monstruo grotesco.

    Crawley, que sólo había visto cómo sus alas se volvían negras, también se sentía como un monstruo grotesco. Alzó su rostro, surcado por ríos de sangre, y sollozo, apretando contra sus labios la única pluma blanca que le quedaba, y que sólo era blanca porque la había arrancado antes de que la podredumbre llegase a ella.

    Odiaba el Infierno. Odiaba sus alas. Odiaba a Crawly. Odiaba la situación, pero no podía odiar a Dios. Podía maldecirlo, podía gritarle, pero al final se veía incapaz de odiarlo.

    Y eso sólo le hacía sentirse peor.

    *****


    La puerta de la librería se abrió y una hermosa mujer entró en ella. Vestida totalmente de negro, con unos tacones de fina aguja, unas medias de rejilla, una falda que se cortaba a medio muslo y una camisa, la pelirroja, que llevaba unas extrañas gafas de sol que sólo le daban mayor misticismo, se adentró entre las estanterías, dejando que sus tacones levantasen una ligera reverberación, ahora que el cliente había dejado de increpar al dueño.

    Y es que aquel hombre estaba demasiado ocupado comiéndose a la recién llegada con los ojos. De hecho, Azirafel casi diría que le caía un hilillo de baba.

    —Crowley, querida, ¿qué haces aquí? —preguntó el ángel, acercándose a la mujer ante la ahora atónita mirada del cliente, quien no se esperaba que semejante bombón besase los labios de un librero regordete y claramente bujarrón.

    —Ayer me dijiste que no estabas seguro de conseguir ese libro que te habían pedido, así que he venido para ver si todo iba bien.

    —Todo va estupendamente, señorita —dijo rápidamente el cliente, omitiendo el hecho de que hasta hacía pocos segundos se estaba cagando en los muertos de Azirafel.

    —Oh, me alegro —sonrió Crowley, acariciando con el dorso de un dedo la mejilla de Azirafel. Miró luego al humano —. Estoy segura de que mañana tendremos el libro.

    —Maravillosas noticias, maravillosas. En ese caso, volveré mañana a la misma hora. Nos vemos entonces, señorita —se dirigió a la puerta y, en el último segundo, se giró para despedirse de Azirafel con un gesto.

    Una vez a solas, Crowley rodó los ojos al ver la deslumbrante sonrisa de Azirafel.

    —¿Qué? —le soltó en un tono duro que nada tenía que ver con la voz melosa que había estado usando antes.

    —¿Sabes? Siempre he pensado que en el fondo eres toda una…

    —¡Ni se te ocurra terminar esa frase, que ya me la conozco!

    —¡Oh, vamos, mujer! —Azirafel seguía sonriendo —Has ayudado a frenar el Apocalipsis.

    —Me gusta mucho la Tierra tal y como está.

    —Has ayudado a mucha gente.

    —Sólo por nuestro Acuerdo…

    —Me ayudas mucho a mí.

    —Eso es porque… —al ver que se había quedado sin argumentos, alzó la barbilla con toda la dignidad del mundo —¡No tengo por qué darte explicaciones, angel de pacotilla!

    —Di lo que quieras, pero todavía hay bondad en ti.

    —Mentira.

    —¡Un ángel no miente! No si no es estrictamente necesario.

    —Eres un incordio.

    Azirafel soltó una risita y se reajustó la pajarita.

    —Pero soy tu incordio.

    Crowley terminó por sonreír y se inclinó para dejar la marca de su pintalabios en la frente del ángel.

    Y en esos momentos, sintiéndose mejor consigo mismo, queriéndose un poquito más, odiándose un poquito menos, sus alas, de haberlas mostrado, no habrían sido negras, sino de un brillante y puro blanco.
  3. .
    ¡Holas, holitas, holotas, habitantes de la red!

    Este es el segundo fic que saco este año, el segundo también que escribo desde hace, pff, milenios. Por eso, os pido paciencia y que me tratéis con cariño, por favor xd

    Tenía esta idea en mente desde hace un tiempo y, de hecho, llevo bastantes días (¿semanas?) escribiéndolo. A paso de tortuga, alternándolo con estudios, roles, dibujos y episodios de Star Trek... Pero, por fin, me he decidido a ponerle punto final.

    Según mi planificación original, tendría que haber una escena más ambientada durante una de esas grandes heladas que congelaban el Támesis. Al final me ha parecido que la longitud del relato era más que suficiente y que no hacía falta esa quinta escena. De ahí que el salto entre una escena y otra coja una horquilla temporal tan amplia xD

    Dicho esto, ¡espero que os guste! Y, de nuevo, piedad xd


    QUOTE
    Disclaimer: Good Omens © Terry Pratchett y Neil Gaiman.
    Pareja: Crowley y Azirafel.
    Advertencias: Acontecimientos históricos concretos, blasfemias... Romance implícito.
    Longitud: 5284 palabras.
    Resumen: Cuando todo está planeado y algo más grande que tú y que yo mueve los hilos... ¿Hay algo que se pueda hacer?

    El Plan Inefable


    1348
    La Peste era algo que se conocía desde siempre. Era un Jinete del Apocalipsis, nombrado en la Biblia, sin ir más lejos, aunque la parte donde tomaba protagonismo acarreaba consecuencias de esa mala costumbre que tenía el bueno de San Juan de Patmos de consumir setas, seguramente para acallar las vocecitas de su cabeza que le susurraban profecías y futuros que parecían muy lejanos.

    Pero, volviendo al presente, por muy conocida que fuese ya la Peste, lo que llevaba ocurriendo en Europa desde el año anterior iba a quedar grabado a fuego y sangre, sobre todo sangre, en los anales de la historia.

    La gran epidemia había comenzado con unos invasores mongoles lanzando cadáveres llenos de bulbos extraños dentro de las murallas de alguna ciudad italiana, o quizá por culpa de algunos barcos llenos de muchas ratas vivas, pero pocas o ninguna persona respirando dentro. Luego había habido una guerra con los húngaros y, antes de que nadie pudiese predecirlo, toda Europa tosía y caminaba entre cadáveres.

    Y esta dichosa Peste Negra había golpeado Inglaterra con fuerza alrededor de junio de 1348. Sólo habían pasado unos meses, pero realmente parecía muchísimo más.

    Azirafel no estaba seguro, pero si tuviese que apostar, quizá aseguraría que alguna parte del Infierno se parecía a aquello.

    —Oh, perdonad vos —se disculpó en tono afable mientras esquivaba a un leproso que pedía dinero con una cancioncilla bastante lúgubre.

    Se quedó mirándole mientras su espalda se alejaba con un paso patizambo, suspirando profundamente con pesar cuando, de pronto, sintió una mano posarse sobre su hombro. Al girarse, no sin un respingo bastante gracioso, se encontró una mujer —¿o era un hombre? Costaba saberlo dadas sus facciones, pero, desde luego, llevaba un vestido que poco tenía que ver con las túnicas masculinas— de cabellos rojos y ensortijados sueltos sobre sus hombros y unos artefactos negros que impedían ver unos increíbles ojos de serpiente.

    —¡Ángel! ¡Sabía que eras tú!

    —¡Crowley! ¿Qué haces aquí? —estaba claramente sorprendido, no tanto por la apariencia del demonio como por encontrárselo en Londres.

    —Ah, bueno, ya sabes. Un par de tentaciones por aquí y por allá. ¿Qué hay de ti?

    —Había oído que una mujer preparaba un budín increíble, pero… Al llegar esta mañana a su pastelería…

    —¿Marcada como una cruz?

    —Esto es como caminar por Egipto cuando Moisés tuvo esa gran pelea con su hermano —suspiró Azirafel, sacudiendo la cabeza negativamente —. Hay más puertas marcadas que sin marcar, es un auténtico…

    Se calló, vacilante, y el demonio enarcó una ceja.

    —¿Infierno? —miró a su alrededor y arrugó un poco la nariz, encogiéndose de hombros —Nah. El Infierno es más agradable. A veces.

    Un rato después, estaban caminando hombro a hombro, uno comiendo un poco de pan, el otro recogiéndose las faldas para que no se manchasen en ningún charco, simplemente hablando un poco de lo que habían estado haciendo durante los últimos meses.

    Ambos habían encontrado curioso compartir un pensamiento muy concreto: aquel siglo era horrible. Era el peor siglo que habían vivido hasta el momento, ¡y eso que todavía no llevaban ni la mitad transcurrida! Crowley, personalmente, estaba deseando llegar al siglo XV, aunque fuese simplemente por cambiar un poco de aires.

    Qué largo se le estaba haciendo aquel Trecento, ¡y la peste bubónica sólo parecía ralentizarlo todo! No es que una enfermedad brutal y extremadamente contagiosa fuese a hacer que un concepto independiente como el tiempo fluyese a un ritmo distinto, pero, desde luego, así lo parecía.

    Terminaron sentados en una colinita, algo alejados de la ciudad —estando en semejante situación, salir no era fácil, pero eso de ser criaturas que no se ajustaban exactamente a las normas humanas tenía una ventaja o dos—, de la cual se alzaban espesas lenguas de humo negro cuyo origen, enormes fogatas, se veía mejor ahora que el cielo empezaba a ennegrecerse con la llegada de la noche.

    Azirafel, que se había terminado su pan, suspiró y miró a Crowley, sorprendiéndose un poco al encontrarlo con una expresión que podría identificarse con la tristeza, si no se tratase de un demonio. ¿O estaba realmente triste por lo que veía?

    El ángel volvió la vista a Londres y sacudió la cabeza.

    —Pestilencia está haciendo un trabajo concienzudo —dijo en un susurro, quizá para romper un poco la tensión que se estaba formando entre ellos.

    —Esto es una mierda —soltó Crowley, como si Azirafel hubiese abierto una puerta que el otro intentaba mantener cerrada —. ¿Qué cojones le pasa a tu Gran Jefe? Primero ahoga a las gentes de Mesopotamia, luego crucifica a su hijo, ahora esto. ¿De verdad le gustan los humanos, acaso?

    —Es todo parte del Plan Inefable —musitó el ángel, algo encogido por la rabia que destilaban las palabras de su acompañante.

    —¡El Plan Inefable! —bufó Crowley, poniéndose en pie mientras se revolvía el pelo con frustración —¿Qué clase de plan inefable mata a tantos niños, a mujeres y a ancianos, a hombres piadosos e indecentes por igual, y arroja sus cuerpos a las hogueras? ¿Qué clase de plan inefable consiste en introducir un miedo voraz en los corazones de un pueblo al que no se le permite razonar o hacer preguntas sin amenazarlo con el Infierno?

    Azirafel guardó silencio unos segundos. Al final, todavía pensativo, puso una mano sobre el brazo de la mujer, intentando llamar a la calma.

    —Dios nunca da razones o excusas. Sólo hace y espera. Quizá… esta plaga sea necesaria para regenerar la población, o para-

    —¡No! —le interrumpió contundentemente Crowley, soltándose incluso de su mano —¿Regenerar la población? ¿Qué mierda es esa, ángel? ¿Realmente crees que la población debe ser regenerada?

    —¡No lo sé, Crowley! —soltó Azirafel con impotencia, poniendo un gesto muy parecido al que había compuesto cuando, tanto tiempo atrás, le había reconocido a esa serpiente qué había hecho con su espada flamígera —¡No tengo ni idea de por qué ocurren las cosas! ¡Y nadie nos lo va a decir! —respiró hondo y volvió la mirada al frente, pegando sus rodillas al pecho y rodeando las piernas con los brazos —Lo único que sé a ciencia cierta es que no podemos hacer nada para evitarlo, sólo… observar y, como mucho, ayudar a quien podamos. Pero ni juntándonos tú y yo salvaremos a toda Europa de la enfermedad, y eso es algo que tienes que aceptar de una vez.

    El silencio volvió a caer sobre ellos, al menos hasta que el demonio terminó por ponerse en pie.

    —¿A dónde vas? —murmuró Azirafel, viéndole extender sus alas negras.

    —A cualquier parte que no huela a cadáveres.

    —Crowley, por favor…

    —Ángel —volvió a interrumpirle, negando con la cabeza —. Necesito pensar.

    Unos instantes después, Azirafel estaba totalmente solo en aquella colina, viendo Londres retorcerse por la enfermedad y la muerte.

    Seguramente, esa fue la primera vez que auténticamente sintió el mordisco de la soledad.

    1431
    Había quedado con Crowley hacía más de tres horas en las puertas de la abadía de Westmister. Obviamente, el demonio no iba a pisar aquel lugar, que tanto daño le haría en los pies, pero era un punto de encuentro tan bueno como cualquier otro, con la añadidura de que al haber tanta gente, seguramente pasarían desapercibidos entre la multitud.

    Sin embargo, Crowley no había aparecido y Azirafel, que gustaba de la puntualidad casi tanto como de las crepes parisinas, se había decidido a buscarle, encontrándolo en Ruan. Concretamente, en un tugurio de mala muerte, borracho como una cuba y cantando canciones con un grupo de hombres con más alcohol que sangre en las venas.

    —¡Crowley! —lo llamó con una voz aguda que mostraba auténtica preocupación. Se acercó corriendo a él y lo tomó de los hombros para apartarlo de aquella gente —¿Se puede saber qué haces?

    —¿No lo ssssabessssh? —siseó Crowley, sacando sin mucha discreción una lengua bífida y, además, arrastrando las letras al hablar —¡Toda la… la ciu-! —quedó interrumpido por un hipo que le hizo dar un pequeño brinco en su taburete —¡-dad lo ssssabe!

    —¿Saber el qué?

    —¡¡La Doncella, ángel!! —dijo Crowley, soltando entonces una carcajada que a Azirafel le pareció rozar lo maníaco —¡¡Esssstá ardiendo!!

    —¡¡Bruja!! —gritaron de forma poco sincronizada los hombres que antes bebían y cantaban con Crowley, mostrando ser ingleses. Seguramente soldados.

    —No entiendo nada —susurró Azirafel, mirando hacia la puerta de la taberna y, después, a Crowley —. Quédate aquí, ¿vale?

    —Lo que tú di-gassss —sonrió, un tanto burlón, terminándose su jarra de un solo trago.

    El ángel sacudió la cabeza negativamente y salió de la taberna. Lo cierto es que no le costó mucho encontrar lo que buscaba: una enorme columna de humo negro salía del Viejo Mercado de la ciudad, y hasta allí fue, viendo con horror cómo un grupo de hombres echaba en una hoguera aceite y brea, a fin de reducir el cuerpo de la muchacha a cenizas.

    Posteriormente, los pocos restos óseos que quedasen serían arrojados al Sena a fin de evitar un culto a las reliquias de la joven Juana de Arco, que con esta ejecución pública se había convertido en una mártir a ojos de los franceses, tal y como ya se podía apreciar en los rostros de aquellos que se habían atrevido a contemplar el macabro espectáculo hasta el final.

    Cuando Azirafel volvió a la taberna tenía la cara pintada con una expresión grave y meditabunda. Sin decir más que lo justo y necesario, consiguió sacar a Crowley de ahí y, con un pequeño milagro, lo llevó a la casa que tenía en Londres, donde lo hizo sentarse y le ofreció té con una pizca de canela y jengibre.

    —No sabía que iba a ocurrirle eso —murmuró el ángel al cabo de unos cuantos minutos en los que el único sonido que se había escuchado era un extraño tarareo desafinado de Crowley.

    Miró al demonio, pero al ver que ni siquiera le estaba prestando atención, resopló y chasqueó los dedos, eliminándole el alcohol del sistema para obligarle así a despejarse. Esto no pareció gustar mucho al pelirrojo, quien arrugó la nariz y frunció el ceño mientras movía la lengua, pastosa, en su boca, desparramándose de una forma extrañamente elegante, para lo indecorosa que era, una muestra de absoluta falta de interés por los protocolos de la época.

    Le miró largamente desde su sillón, esperando a que ahora que estaba sobrio dijese algo, pero el demonio parecía encontrar más interesantes sus uñas, por lo que Azirafel suspiró y dejó su mirada en alguna parte del suelo, ligeramente ladeada.

    —Lo que no consigo entender es por qué te ha afectado a ti tanto, querido —terminó por decir, consiguiendo un bufido siseante.

    —Yo lo que no entiendo es qué gana el Gran Jefe quemando viva a una niña de diecinueve años… ¡A la que Él mismo mandó a la guerra!

    —Es todo parte de…

    —¡No! —bramó Crowley poniéndose en pie de un salto, con tanto ímpetu que sus lentes oscuros cayeron al suelo, revelando unos ojos de serpiente que destellaban con rabia, con frustración, con una duda que no parecía ir a encontrar jamás una respuesta —¡Ni se te ocurra hablarme del Plan Inefable! ¡Odio el Plan Inefable! ¿De qué puede servir volver loca a una muchacha de un pueblo perdido de Francia, convencerla de que lidere una revolución, de que encabece una guerra sabiendo que, al final, vas a hacer que la quemen en una hoguera?

    Azirafel, sentado en su sillón con la espalda totalmente recta, le miró a la cara brevemente, apartando después los ojos con algo que podría interpretarse como vergüenza o culpa. Aun así, su voz sonó suave y calmada. O aparentemente calmada.

    —No lo sé, Crowley —estaba claro que no quería volver a tener esa conversación —. Como comprenderás, el Plan Inefable es algo que sólo Dios conoce. Pero estoy seguro de que si ha hecho esto ha sido por un buen motivo.

    —¿Igual que lo de Pompeya y Herculano? ¿Igual que lo del siglo pasado? ¿Cuántos mártires necesita? —alzó la cabeza al cielo, abriendo los brazos de par en par —¡¿Cuántos mártires más necesitas?! ¡Ese pobre carpintero de Galilea podría tener un pase, pero ¿de verdad necesitabas a todas esas niñas, a todas esas vírgenes, a todos esos muchachos?! ¿Por qué, maldita sea, tienes que reclamar sangre, sudor y lágrimas de aquellos que más fervientemente te aman? ¿Por qué, Dios?

    —Crowley.

    —¿Tan débil es tu dichosa religión que tienes que seguir construyendo pilares con cadáveres inocentes?

    —¡Crowley!

    —¡¿Cuánta sangre más vas a derramar, Todopoderoso?!

    —¡¡Crowley!!

    El demonio se calló de golpe, bajó los brazos y miró, sorprendido, a su acompañante. Era la primera vez en siglos que Azirafel alzaba la voz, gritándole a él. A él.

    Parpadeó, intentando recomponerse, pero no pudo al ver la cara que tenía el ángel. Estaba seguro que, de haber sido un humano, en esos momentos estaría desecho en lágrimas. En su lugar, tenía una cara muy parecida a la que había puesto cuando le había reconocido haber dado su espada flamígera, allá por los tiempos del Edén, la misma con la que un siglo antes le había hablado en aquella colina. Una mezcla de culpabilidad y temor, de duda con respecto a lo correcto de sus acciones.

    —Cuestionar el Plan Inefable no va a hacer que Juana de Arco vuelva a la vida —le dijo con la voz algo temblorosa.

    —Pero… Podríamos hacer algo. ¡Un milagro! Podríamos obrar un milagro. Devolverla a la vida y…

    —¿Confirmarle a esa gente que la chica era una bruja? —Azirafel sacudió la cabeza pesadamente en una clara negación —Lo hecho, hecho está, Crowley. No hay nada que podamos hacer, y aunque hubiésemos llegado antes —se apresuró a añadir al ver cómo el pelirrojo abría la boca —, no habríamos podido evitarlo. Porque es lo que Dios tenía en su Plan.

    —Su Plan es una puta mierda —escupió Crowley, dejándose caer en su asiento con un gesto enfurruñado. Parecía tan afectado que Azirafel ni siquiera se escandalizó por su lenguaje —. Yo sólo quiero saber por qué. Necesito entender por qué hace todo esto. Si… si nos revelase un poco de sus intenciones, una pequeña parte de lo que tiene planeado… a lo mejor podría aceptar estos actos de crueldad —apretó los labios, frunciendo el ceño —. ¿Ha sido el Plan Inefable de Dios o ha sido el libre albedrío que le dio a los hombres? ¿O el libre albedrío entra en su Plan Inefable? ¿Es entonces el libre albedrío real o es sólo una ilusión que maneja desde Su alto Trono, allá por las nubes del Cielo?

    —Te estás poniendo demasiado filosófico —quiso relajar el ángel la tensión con una pequeña sonrisa. Se inclinó, poniendo una mano sobre los dedos de Crowley, y le hizo mirarle —. Eres el único demonio que conozco que haga tantas preguntas.

    —Por eso soy un demonio —resopló el pelirrojo, sin cortar el contacto en ningún momento. Azirafel era cálido, aquello le gustaba —. Por hacer preguntas y juntarme con malas compañías. ¿Pero cómo iba yo a saber que Lucifer y sus chicos iban a armar semejante liada? Y de pronto, puf, todos cayendo.

    Azirafel le miró con esa cara comprensiva que sólo un auténtico ángel puede poner. No como la que usaba Gabriel, llena de condescendencia, sino una cara que realmente te hacía crecer que eras no sólo comprendido, sino también amado, aceptado y perdonado. Y a esto se le sumaron unas suaves palmaditas sobre los dedos de Crowley, quien terminó por cerrar los ojos y tomar la mano del ángel para acariciársela.

    —¿Sabes quién fue? —preguntó con una voz algo más ronca, casi en un susurro.

    —¿Eh? —Azirafel apartó la mano, enderezándose como si acabase de recordar que tenía una escoba metida por el culo y que no debía perder la postura.

    —Digo que si sabes quién le hablaba a la chica.

    —He oído que Santa Catalina de Alejandría, Santa Margarita de Antioquía y Miguel en persona.

    —¿Miguel? Miguel no ha hablado con un humano en su jodida existencia —enarcó una ceja al ver cómo Azirafel se revolvía, incómodo —. Pero tú sabes que Miguel no fue.

    —¡Vale! —Azirafel empezaba a pensar que jamás podría ocultarle información a Crowley. No si hablaba con él, al menos —¡Fui yo! Me dijeron que le tenía que dar unos mensajes y… ¡Y mira lo que ha ocurrido! ¡Yo ni siquiera quería una guerra! ¡No quería mandar a esa chiquilla a la guerra! Pero se suponía que iba a estar bien…

    Crowley se terminó poniendo en pie, esta vez de forma más calmada, y le ofreció una mano. El ángel miró esos dedos con extrañeza, pero finalmente se atrevió a aceptarlos, poniéndose en pie cuando la serpiente tiró de él suavemente.

    De pronto, se encontró con la mejilla apoyada en el hombro de Crowley y los brazos del demonio rodeándole. No sólo sus brazos, también sus alas, que formaban una capa a su alrededor, como un escudo para que nada ni nadie pudiese dañarles, siquiera verles.

    El ángel respiró hondo, soltando el aire en un suspiro, y cerró los ojos, rodeando la cintura de Crowley. Estando así, tan juntos, meciéndose suavemente de lado a lado al ritmo de una sonata procedente de ninguna parte, el dolor y la culpa no parecían ser tan penetrantes.

    Y quizá mañana no fuese un día mejor, pero al menos no sería ese día. Nunca más.

    1666
    Londres gritaba y se retorcía, agonizaba y chirriaba, se desplomaba y se consumía lentamente, pero a gran velocidad, a medida que el fuego iba extendiéndose sin que, al parecer, nadie pudiese hacer nada para detenerlo.

    Azirafel contemplaba tan terrible espectáculo a la distancia, con sus manos retorciendo un pañuelo de seda blanca. Tan concentrado estaba que tardó unos segundos en darse cuenta de que Crowley había aparecido a su lado.

    —¿Has sido tú? —se atrevió a preguntar con un hilo de voz.

    —Si mis jefes preguntan, sí —dijo Crowley con aparente desinterés, cómodamente apoyado en un bastón coronado por un orbe negro. Miró de soslayo al ángel y se lamió los labios —. No, ángel. Yo no he sido. Yo jamás haría algo así.

    —Tienes razón, querido, perdona —se disculpó Azirafel, extendiendo los brazos hacia abajo en un gesto de negación, antes de volver a retorcer su pañuelo —. Pero ¿quién podría…?

    —Podría ser el estilo de Haures, pero no tengo noticia de que esté por aquí, así que seguramente haya sido un accidente.

    En ese momento, Azirafel dejó de castigar al pañuelo y miró a su compañero, frunciendo un poco el ceño con los labios entreabiertos.

    —Crowley, ¿estás bien? —al verle preguntarle con las cejas, apretó un poco los labios —Normalmente, estarías maldiciendo el Plan Inefable, pero…

    —¿Cuál sería el resultado de eso? —dijo Crowley con sencillez —Londres seguiría ardiendo, la gente seguiría muriendo… Además, ¿no dices tú siempre que ante los designios de Dios sólo podemos apartarnos y ser meros espectadores?

    —Sí, pero… Bueno… Supongo que… Me alegra que por fin me hagas caso.

    Ambos volvieron a fijar sus ojos en las llamas. Al final, terminaron yéndose a otra parte, a un pueblecito no muy alejado de Londres, donde alquilaron una habitación. Nadie cuestionó por qué dos hombres compartirían dormitorio, simplemente les avisaron de que andaban faltos de personal porque casi todos los capaces habían ido a Londres para ayudar a apagar ese incendio que se veía incluso desde allí, pero que el desayuno se serviría a las siete de la mañana.

    Azirafel, apoyado en el alféizar de la ventana, seguía mirando la espesa nube negra mientras mordisqueaba nerviosamente un bollo relleno de crema que había comprado en la panadería que había frente al hostal. Crowley, por su parte, estaba sobre la cama, con las alas extendidas, peinando las plumas. Algo innecesario, desde luego, pero que había encontrado la mar de gratificante.

    —Quizá podríamos ir a ayudar —sugirió el ángel.

    —Tú podrías ir a ayudar —repuso Crowley con voz calmada, obviamente concentrado en su tarea de retirar las plumas sueltas —. Un demonio no ayuda a nadie.

    —A mí me has ayudado muchas veces.

    —Eso es totalmente distinto —añadió tras un chasquido de lengua.

    Azirafel se giró para mirarle, moviéndose un poco de forma claramente nerviosa. Se terminó el bollo y se acercó a la cama, sentándose en el extremo opuesto a Crowley. Intentó tocarle las alas, pero el demonio le bufó, sacando su lengua bífida y apartando las alas de golpe.

    —No me vas a tocar las plumas con esas manos llenas de azúcar, ángel.

    Azirafel rápidamente se limpió con un pañuelo totalmente arrugado y, entonces sí, Crowley accedió a que le ayudase en su labor autoimpuesta.

    Era curioso, sentir las cálidas manos del ángel en sus plumas le producía una sensación burbujeante en el bajo vientre, y allí donde Azirafel tocaba, luego sentía un más que agradable calorcillo. Serían cosas de ángeles.

    —¿Lo has visto empezar?

    Crowley suspiró largamente.

    —No, me he enterado del incendio cuando ya se había quemado un barrio entero.

    —Ojalá lo puedan detener pronto.

    —Seguro que sí. Los humanos son muy duchos para estas cosas.

    Sin embargo, la noche había caído a plomo y el fuego seguía ardiendo. Azirafel se giró otra vez a la cama, donde Crowley dormía. Era la primera vez que veía a un demonio durmiendo, ni siquiera entendía por qué lo hacía. ¿Le parecía divertido, le causaba algún tipo de placer o simplemente lo hacía porque era algo en lo que ningún otro demonio pensaba? ¿Quizá para sentirse más cerca de la humanidad, o quizá porque le daba curiosidad, simplemente?

    Lo cierto es que, al final, a Azirafel no le terminaba de importar el motivo por el que Crowley se había decidido a cerrar los ojos, acurrucado entre las almohadas de ese catre. Lo que le importaba, más bien, era la paz que veía en su rostro dormido. Como si al hacer eso de dormir sus preocupaciones volasen y su cuerpo se permitiese relajarse.

    Cogió una de las plumas que habían caído en la cama y se acarició con ella los labios, sonriendo ante el cosquilleo que aquello le produjo. Se sentó en el colchón, a un lado de Crowley, y acarició sus rizos rojos, respirando hondo y terminando por tumbarse a su lado.

    No era la primera vez que dudaba del Plan Inefable. De hecho, aunque siempre había intentado tranquilizar a Crowley al respecto, él sentía las mismas dudas. Simplemente, no se atrevía a formularlas en voz alta.

    Apoyó la frente en el pecho del demonio, quien soltó un suave ronquido antes de buscarle con sus brazos, rodeándole con ellos. Azirafel suspiró y se acercó un poco más a su compañero, dejando que se enroscase entorno a su cuerpo como la serpiente que, en el fondo, nunca había dejado de ser, brindándole ese calor que los reptiles tanto necesitaban.

    Dejó que su cuerpo se relajase y cerró los ojos.

    El fuego seguiría ardiendo durante varios días más, pero ni Crowley ni Azirafel supieron que se había terminado todo hasta una semana después, momento en el que se decidieron a despertar. Entonces, quizá, podrían saber que el incendio había empezado en una pequeña panadería.

    1920
    Estaba perfectamente atento a los movimientos de aquel hombre que vestía un blanco impoluto, vigilando cómo iba troceando con sus manos regordetas una barra de pan recién hecho que, sin embargo, en vez de lanzar al río para que su vigilante pudiese comérsela, se la llevaba a su propia boca de labios finos, en un gesto nervioso que quedaba agravado por su forma de mirar a los lados.

    Un pato menos avezado que él podría interpretar esto como un simple comportamiento más de los extraños humanos, pero él no. Él llevaba mucho tiempo circulando por esa zona de St James Park y sabía perfectamente reconocer a una persona que tenía una cita que preferiría no hacer pública.

    No le podía importar lo más mínimo si ese señor de blanco era un agente alemán infiltrado en el gobierno inglés o si estaba esperando a una amante para mantener alguna relación extra-matrimonial, no. Lo único que le importaba era que no le estaba dando el dichoso pan. Y, dios, cómo quería ese pan.

    Cuando por fin vio un trozo volar hacia el agua, dio un salto, aleteando para mantenerse en el aire mientras estiraba su perfecto cuello y cogía el trozo al vuelo, soltando un graznido orgulloso antes de dar un par de patadas en el agua, dirigiéndose a esa pareja que se pasaba un sobre cerrado y muy abultado de la manera más discreta posible.

    —Habíamos quedado hace una hora —se quejó Azirafel en voz baja, mirando hacia el agua para así evitar quedarse mirando la expresión que sabía que Crowley tendría en esos momentos: los labios apretados en una especie de sonrisa ladina.

    —Lo siento, ángel. Me he puesto a regar las plantas y he visto a una inútil con las hojas inferiores algo marchitas.

    —Oh, eso es que necesita más sol.

    —Dudo que ahora mismo necesite nada.

    Ante esta respuesta, Azirafel miró a Crowley con una expresión que mezclaba la incredulidad con la regañina, pero después resopló y sacudió la cabeza, conteniendo un suspiro mientras veía al demonio apoyar ambas manos en la valla negra.

    —De todas formas, eras tú quien quería que nos reuniésemos. ¡Tengo tanta curiosidad que hasta me pican las palmas de las manos desde anoche!

    —¿Te pone nervioso quedar conmigo, ángel? Ni que fuese la primera vez.

    —¡No es eso! —al darse cuenta de que había hablado en un tono de voz demasiado alto, carraspeó y recuperó la compostura —No es eso, querido —repitió en voz más baja y calmada, sonriendo un poco aunque de forma algo forzada —. Simplemente estoy preocupado. No nos vemos desde hace años y de pronto me llamas para quedar con tan poco margen.

    —Tienes razón —reconoció Crowley, alzando las manos del metal negro para, acto seguido, buscar en un bolsillo interior de su abrigo bajo la atenta mirada de Azirafel, quien vio, anonadado, cómo sacaba una cigarrera y una caja de cerillas —. Podría decirse que me apetecía verte, sin más. Como tú bien has dicho, han pasado años, ¿no?

    Azirafel se sentía un poco incómodo. El rostro del demonio quedó alumbrado por un fogonazo de luz provocado por una cerrilla al ser encendida —aunque Crowley no la había frotado contra ninguna superficie, el fuego simplemente había aparecido. Azirafel se preguntó, entre otras cosas, por qué no había encendido directamente el cigarro. Quizá le apetecía ver la llama—, una iluminación que resaltó sus pómulos y que se reflejó en sus gafas negras antes de desaparecer en un gesto rápido del demonio.

    —¿Desde cuándo fumas? —farfulló Azirafel, claramente descontento con este nuevo hábito.

    —No sé, estoy probando cosas nuevas —Crowley dio una calada al cigarrillo, soltando luego una buena humareda por la boca que hizo que el ángel a su lado tosiese y sacudiese una mano en busca de aire más fresco. Como si necesitase respirar. Crowley ni se inmutó por esto —. ¿Qué tal va tu librería?

    —Me estás empezando a preocupar de verdad —dijo la criatura etérea con un tono de voz más grave, mirando al demonio fijamente —. ¿Qué ha ocurrido para que quisieras verme hoy con tanta prisa? ¿Y por qué estás actuando tan extraño?

    La respuesta obvia era, por supuesto, que Crowley estaba actuando extraño porque quería retrasar un momento que, a la vez, veía inevitable. Por supuesto, a veces la respuesta obvia resulta ser también la más intrincada, pues requiere una serie de conocimientos y experimentaciones anteriores de sentimientos y raciocinios que tiraban más a lo humano que a lo angelical, por lo que, tal vez, a una mente como la de Azirafel se le escapaba a bote pronto, incluso habiendo estado prácticamente desde el Principio conviviendo con humanos.

    Crowley, viéndose acorralado, suspiró y dio otra calada, alzando una mano para pedir paciencia a su contraparte antes de dignarse a responder.

    —¿No lo sabes?

    —¡Maldita sea, serpiente!

    —¡Vaya, ángel! Tranquilo —dijo Crowley con cierto toque divertido en su voz.

    Miró hacia los patos del agua y torció un poco el gesto, haciendo luego un movimiento con la mano. Colgando de sus dedos, aparecieron las asas de una bolsa que tendió a Azirafel sin siquiera dirigirle la mirada.

    —¿Qué es esto? ¿Un regalo? —Azirafel, con la curiosidad punzándole el vientre, abrió la bolsa, encontrándose dentro tres tomos encuadernados en piel, con las hojas amarilleadas por el paso del tiempo y ese maravilloso olor que sólo la lignina al oxidarse podía producir —No lo entiendo.

    Crowley volvió a mover la mano, esta vez mientras se lamía los labios con condescendencia, pidiéndole sin palabras que mirase mejor los libros.

    —¡No puede ser! —jadeó ahogadamente el ángel, mirando bien la portada de uno de esos libros —¡Esto es…!

    —Lo es —confirmó el demonio con una nota de orgullo en su voz.

    —¡Pero es imposible! ¡Este libro…!

    —… ardió hace siglos. Lo sé.

    —¿Cómo lo has…?

    —Bueeeno… Un pequeño milagro, ya sabes.

    Azirafel estaba demasiado emocionado como para que esa interrupción constante llegase a ser una molestia real. Apoyó el libro contra su pecho y miró a Crowley, una mirada pura que, de haber sido dirigida a un humano, habría ocasionado una pequeña hiperventilación, y es que esa sonrisa desprendía un amor tan puro que sólo podía proceder de las cortes celestiales.

    —Eres increíble. ¡Pero no lo entiendo! ¿Qué celebramos hoy? —preguntó en broma, con una pequeña risa, aunque al ver la expresión de Crowley, que ahora apoyaba un brazo en la valla, torciendo su cuerpo (de una forma que muchos considerarían femenina, incluso, al menos en esa época), comprendió que, efectivamente, estaban celebrando algo —Vas a tener que echarme una mano, querido.

    —Hoy se cumplen novecientos años desde nuestro primer Acuerdo.

    La boca de Azirafel se abrió, formando una perfecta «o». Después, una sonrisa tímida, mezcla de halago y agradecimiento, inundó su rostro mientras hacía esos movimientos tan típicos de él, un contoneo suave que le hacía parecer bailar en todo momento. Algo que, por cierto, a Crowley le encantaba ver.

    Aunque hiciese que cierto público creyese que perdía más aceite que un coche de tercera mano.

    —Bien, es obvio que no tengo nada preparado para ti —alzó las cejas a la vez que una mano, que no estaba cerrada en puño porque su índice sobresalía, tieso como una columna, con sus ojos brillando al haberse encendido una bombilla en esa cabezota de ángel —. ¡Ya lo tengo! Permíteme que te tiente a algo.

    —Oh, ¿en serio? —preguntó Crowley en un tono de voz juguetón, dando una última calada al cigarrillo —¿Y a qué me vas a tentar?

    Azirafel miró a su alrededor y después se dio un par de golpecitos en la nariz, señalando con la cabeza hacia uno de los coches que estaban aparcados cerca de allí.

    —Voy a tentarte a comprar uno de esos coches.

    —¿Un Bently? ¿Para qué quiero yo un Bently?

    —Es parte de mi tentación —confesó Azirafel con cierta malicia, por llamarlo de alguna forma. Un ángel no tiene malicia, al menos no uno como Azirafel —. Y es que cuando te compres ese coche, me dejarás ocupar el asiento del copiloto.

    —Con que esas tenemos —otra vez esa especie de sonrisa torcida —. Pero no me gusta ese coche. Vas a tener que trabajarte más tus tentaciones, ángel.

    —En ese caso, tendré que tentar a los fabricantes para que consigan un diseño que te guste lo suficiente como para… valga la redundancia, tentarte.

    —No lo conseguirías ni en diez años, ángel.

    —¿Ah, no? —Azirafel alzó la barbilla con una sonrisa —Que sean seis.

    Mientras las dos criaturas, ángel y demonio, sonreían y se encaminaban al Ritz para cenar juntos, Dios observaba, complacido de que los engranajes de su Plan Inefable siguiesen girando adecuadamente.
  4. .

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    He visto este gif y he decidido finalizar mi búsqueda xd


    ¡¡¡¿¿¿¿AAAAAAAAAAAAHHHH????!!! <3 <3 <3 <3

    Mira, el tema de las almas gemelas ya me encantaba, pero aaaaaaah qué maravilla <3

    La idea de que estos dos fuesen un sólo ser separado, el hecho de que Crowley buscase a su otra mitad sin entender que la tenía delante de las narices TODO el rato, que sea esa y no cualquier otra canción la que hace que Zira se sienta incompleto y terriblemente solo, y y y y y y ese final de azúcar y miel, TODO, ES QUE TODO, maravilla tras maravilla, me ha encantado.

    Y me veo en la obligación de señalar ese detallito de Azirafel escondiéndose en sus alas dos semanas porque me ha dejado con el alma temblando.

    Ay, señor mío, ha creado usted una pequeña joya.
  5. .
    ¡Holas, holitas, holotas, habitantes de la red!

    Ayer vi el nuevo reto de dibujo e, inmediatamente, empecé a ver qué parejas podía dibujar. Consulté con Flamingori. , compañera inseparable de roles, y me sugirió una de nuestras parejitas lésbicas que os presento en este post en su versión gender bend ~

    Como el contexto siempre viene bien y no os voy a hacer leeros el rol, simplemente comento un poco cómo respiran estas dos. Aunque, quizá, esa expresión no sea la más adecuada (badam tss). Kat, que aquí es el mozo de pelo rojo, es originalmente una vampiresa que sirvió a la Condesa Sangrienta, Erzsébet Báthory, allá por el siglo XVI. Ahora, es una bailarina profesional. En cuanto a Carmen, el mozo rubio al que voy a llamar Ludwing en este dibujo, es una cazadora de monstruos (al más puro estilo Winchester) que, plot twist, ha resultado ser también un inhumano, concretamente una galtora (especie creada por BAN S.L.), una especie de vampiro con un corazón latiendo y una dentadura normal. Eso sí, ojo con las garras. Esto, como entenderéis, ha sido una patada en su estómago, pero ahora va conociendo a más inhumanos y su opinión del mundo sobrenatural va cambiando de a poquitos ~


    Y eso vendría a ser todo, al menos por ahora. Espero poder traer en los próximos días algún dibujito más, ya sea de otros roles o de alguna serie o película, y ojalá que con mejor calidad que esta foto xd Encima me ha dado por pintar el dibujo con pinturas de madera. No me gusta mucho esa técnica y, claro, pasa lo que pasa xdd

    En fin, espero que os guste este dibujillo. ¡Estoy deseando ver qué más cosas habrá por este reto!


    Edited by Bananna - 15/8/2019, 00:18
  6. .

    Cuando Nat cerró la puerta del camarote, Angus estaba de pie, con los brazos cruzados, mirando por la ventana del camarote, pero no hacia el mar, sino hacia el cielo, donde algunas nubes blancas y algodonosas eran movidas por el viento y las gaviotas y alguna avecilla más de puerto hacía sus acrobacias o se lanzaba en picado a las aguas para conseguir algo de comer.

    Había terminado por ir al camarote con Arno y Nat, había acomodado mil almohadas para que el inglés estuviese cómodo y había acercado una silla a la cama para sentarse allí e ir cortando trozos de mango que luego le pasaba a Arno. Y, mientras tanto, había guardado un silencio sepulcral, dejando que Nat parlotease sobre la increíble aventura que había vivido en el mercado, peleándose con un par de viejos y tocando todos los mangos que había conseguido encontrar hasta dar con las piezas perfectas para el refinadísimo gusto del capitán del Sugary.

    Angus cerró los ojos y soltó un suspiro que quedó cortado a mitad al sentir dos brazos rodeándole por la espalda. Todo su cuerpo se tensó al momento y se quedó estático, como un conejo en la carretera. Miró sobre su hombro y se fue girando hasta quedar frente a frente con Arno. Puso sus manos sobre los brazos del moreno y tragó saliva al ver cómo se acercaba para besarle, pero en vez de lanzarse a por sus labios, lo apartó un poco, con gran suavidad.

    —Lo siento —susurró con la voz algo tomada. No se había dado cuenta de que sus ojos se habían ido llenando de lágrimas hasta ahora, que las sentía luchar por salir. Se tapó media cara con una mano y volvió a girarse, haciendo su mayor esfuerzo por no sollozar —. Perdóname, por favor —volvió a susurrar, y en el momento en el que Arno volvió a abrazarle, todos sus esfuerzos por no llorar se fueron a la mierda.

    Esta vez no fue capaz de girarse, así que simplemente se apoyó en la ventana y tomó las dos manos de Arno, apretándolas con temblorosa firmeza.

    Lo peor era que no recordaba exactamente qué había ocurrido. Moira y Brodie le habían dicho de salir por ahí, se habían encontrado con el sluagh —Jerome— y habían ido de taberna en taberna, probando los mejores licores entre risas y anécdotas. Y todavía así, con ese ambiente festivo, habían vuelto al barco, se había despedido de ellos y…

    ¿Cómo no lo había reconocido? ¿Cómo era posible que no lo hubiese reconocido hasta que lo había visto en el suelo? ¿Cómo? ¿Cómo es que no había podido pararse sólo dos segundos a pensar en por qué un ladrón iba a ponerse su ropa de Rey Demonio? Ahora le parecía todo tan estúpido, pero en el momento había sido lo más lógico del mundo.

    Y no podía sacarse de la cabeza la imagen de Arno en el suelo, la máscara a medio poner, sangre y cristal por todas partes. Y tantas heridas, y cristales entre la piel, y alguien había gritado, pero cada vez estaba más seguro de que había sido él. El propio Angus tenía cortes en las manos porque, sin pensárselo, se había puesto a quitar a mano desnuda todas las esquirlas posibles de Arno, y lo había cogido en brazos para llevarlo a la cama.

    El día había sido perfecto. Una mañana acalorada entre las sábanas, una comida entre besos… Luego había tenido tareas que cumplir, arreglar algunas tablas que se habían soltado y coser telas, y después risas y alcohol con sus amigos, y la promesa de una noche igual de apasionada que la anterior, pero…

    Arno decía que estaba bien. Le miraba, le sonreía, le abrazaba, le había mordido la nariz, todo diciendo que estaba bien. Pero cuando le miraba, Angus veía heridas terribles, algunas que podrían haberle matado de haber sido más hacia un lado o un poco más profundas.

    Terminó por darse la vuelta y abrazar a Arno contra su pecho, inclinándose para apoyar la cabeza en su hombro. No duró mucho así, lo cierto es que terminó por bajar hasta quedar de rodillas, enterrando ahora la cara en su vientre, tal y como había hecho apenas un día antes, en la mansión de Oversier. Entonces también había llorado, lágrimas de pura felicidad por poder volver a ver al inglés. Ahora eran unas lágrimas muy distintas, de culpa, quizá de odio. Y los pacientes dedos de Arno acariciando sus cabellos no le aliviaban tanto como cabría esperar. Incluso le hacían sentirse peor, como si no se mereciese aquellas muestras de afecto.

    —¿Por qué? ¿Por qué me aceptas? ¿Por qué me perdonas? ¿Por qué me sonríes y me abrazas y me acaricias? ¿Por qué no me odias después de lo que te he hecho? —sollozó contra él, su voz temblando tanto como sus manos —¡Te he atacado! Te he… te he herido. ¡Casi te mato! —prácticamente gritó esto, apretándose un poco más contra su abdomen —¿Y si hubiese ocurrido? ¿Qué… qué ocurriría si te hubiese perdido? ¿Cómo podría vivir, sabiendo que has muerto por mi culpa? ¿Cómo podría mirar el mar, sabiendo que tus ojos no me esperan en ningún puerto? ¿Cómo podría tocar la arena, si no puedo tocar tu piel? Me muero, Arno Williams, me muero al pensar que casi te pierdo y que son mis manos las que casi te quitan la vida —alzó la cabeza para mirarle —. Me estoy muriendo y no sé qué hacer. Siento que no te merezco, que no merezco que me mires, toques, beses, sonrías. No merezco tu perdón.

    Soltó la cintura de Arno y se sentó sobre sus talones. Se limpió como pudo la cara con un brazo y buscó luego entre sus ropas hasta sacar, todavía con mano temblequeante, una de sus dagas. La alzó hacia Arno, ofreciéndosela.

    —Córtame la piel. Clávala en uno de mis ojos, o quítame el pelo, o la nariz. Haz lo que consideres que pueda remendar el peor pecado que he cometido hasta ahora. Porque, maldita sea, soy tuyo. Soy completamente tuyo y… —apretó los labios— Hazlo. Por favor, sólo hazlo.

    Tras esta súplica, dicha en un tono más bajo, agachó un poco la cabeza al sentir cómo la daga desaparecía de sus manos y cerró los ojos, pero los volvió a abrir al escuchar el metal cayendo al suelo. Miró a Arno, pero sólo llegó a sentir cómo tomaba sus mejillas antes de que llegase el beso.

    Sin saber bien qué hacer, optó, al final, por rodearlo con sus brazos y, simplemente, abrazarle y corresponderle, a ese beso y a todos los que vinieron después.

    *****


    —¿Te he dicho alguna vez lo muchísimo que me gusta tu tripulación?

    Moira sonrió, socarrona, siguiendo la mirada de Jerome hasta esa pareja de piratas que trabajaban cubiertos apenas con unos pantalones cortos en la cubierta del Encourage. El sol hacía que el sudor brillase en sus pieles, remarcando sus músculos, y eso provocaba que Jerome se mordiese el labio, quitándose el sombrero para abanicarse.

    —Sólo cada vez que vienes por aquí —respondió ella, terminando de subir la escalinata y dejando, por fin la caja en el suelo. Ni siquiera le había pedido ayuda al francés, sabiendo de antemano que le pondría alguna excusa para no tener que cargar cajas. Igualmente, Moira se temía que ella las llevaría con mucha más dignidad y sin quejarse de que le dolían los brazos por el peso o algo así —. Voy a darle a Angus lo que me ha pedido y ahora vuelvo.

    —De acuerdo, querida. Mientras tanto, me voy a acomodar aquí, donde tengo buena panorámica de estos maravillosos piratas —dijo, consiguiendo que Moira soltase una suave risa.

    —¡Brodie! —llamó la mujer a su hermano, quien se descolgó por una jarcia (con menos habilidad que Angus, quien parecía volar cuando sus pies no tocaban el suelo), teniendo al mono rondando por sus hombros —¿Puedes traerle una copa de vino a nuestro invitado?

    —Sólo si puedo traer otra para mí —sonrió Brodie arrugando la nariz.

    —Y una tercera para mí —le indicó Moira, guiñándole un ojo.

    Se giró para mirar a Jerome, quien le sacó los dos pulgares con una radiante sonrisa, desde luego contento con la perspectiva de beber vino con Brodie, que también había prescindido de toda la ropa que consideraba innecesaria, y después se giró para entrar en las bodegas.

    Encontró a Angus exactamente donde esperaba encontrarle, cepillando los cabellos de Valentina mientras la cabra rumiaba algunas hojas. El capitán se había recogido los mechones más cercanos al rostro, dejando que el resto de sus rizos cayesen hasta sus hombros, lo cual, sumado a que llevaba una camisa —incluso si había dejado el cuello abierto, asomándose parte de ese vello rojo de su pecho— le daba un aspecto semi-civilizado que, desde luego, no había mostrado en bastante tiempo.

    Moira apoyó un hombro en un pilar de la bodega y carraspeó suavemente, interrumpiendo la canción que Angus silbaba y ganándose su atención. El pelirrojo sonrió y dio un par de cepilladas más a Valentina, besándole luego entre los ojos y saltando la valla sin mucho problema para acercarse hasta su hermana de otra madre.

    —¿Qué tal han ido las compras?

    —Yo diría que bastante bien —reconoció Moira, cruzando los brazos bajo el pecho —. Aunque el francés me ha arrastrado a una sombrerería porque decía necesitar un sombrero de plumas de pavo real para un nuevo traje… Quitando eso, hemos cumplido todos los objetivos.

    Angus ladeó un poco la cabeza y se acercó un paso más, inclinándose sobre ella para darle un aire más confidencial a la conversación.

    —¿Incluso…?

    Como toda respuesta, Moira le entregó un objeto cuidadosamente envuelto en telas. Angus sonrió y le dio un beso a modo de agradecimiento, cogiendo el paquetito y saliendo con una sonrisa. Moira suspiró y palmeó la cabeza de la cabra.

    —Esta gente estaría perdida sin nosotras, Valentina —dijo en voz baja, acariciándole el cuello —. Bueno… Me espera una copa de vino, así que te dejo con tus hierbas.

    Mientras tanto, Angus entraba en su camarote. Había pasado por la cocina, así que cuando entró lo hizo con dos vasos que dejó sobre el escritorio. Sonrió a Arno y sacó una botella de vino de frutas de un armarito que había en la mesa, llenando los dos vasos.

    —Plookie, cierra la puerta, por favor —le pidió, tomando los vasos para acercarse a la cama. Le entregó uno de los vasos y cogió el libro que Arno había estado leyendo, dejándolo en una repisa que había sobre el colchón —. Quiero que tengamos una buena tarde —dijo en voz baja, acariciándole una mejilla con dulzura.

    Habían pasado cuatro días desde aquel incidente con el espejo y aunque las heridas de Arno se estaban curando correcta y rápidamente, había surgido otro problema, y es que no habían ido más allá de besos y alguna caricia desde aquello. Angus aseguraba que era porque no quería hacerle daño, pero en el fondo era que no se consideraba merecedor del cuerpo de Arno. Podría interpretarse como un auto-castigo, pero también estaba afectando al inglés, así que había decidido hacer algo al respecto.

    Angus le escuchó hablar de ese libro que le había dejado mientras bebían el vino y le acariciaba una pierna. Nunca había entendido y nunca entendería qué veía la gente en los libros, pero le gustaba que Arno pareciese complacido con esa lectura, así que con eso le bastaba.

    Sin embargo, a medida que las copas se iban vaciando, Angus iba haciendo esas caricias en la pierna algo más íntimas, subiéndolas por el muslo de Arno cada vez más hasta que, al terminar el vino, pasó a apretar suavemente la zona más privada del inglés.

    Le quitó el vaso de la mano y dejó ambas piezas en el suelo, lanzándose después a besarle, tumbándole sobre la cama mientras le seguía acariciando, sintiéndole endurecer contra su mano y jadear cada vez de forma más agitada.

    Fueron largos minutos de besos y caricias ardientes durante los que Angus despojó a Arno de toda ropa, paseando sus labios por su cuerpo y, finalmente, preparándole con los dedos, haciendo un esfuerzo por darle placer y hacerle disfrutar.

    Cuando su inglés favorito estuvo listo, le tomó las manos y se las besó, atándoselas luego al cabecero de la cama con su faldellín rojo, de tela suave. Le sonrió desde arriba y le besó la frente, los ojos y los labios, sacándose después de un bolsillo aquel paquete que Moira le había dado.

    —Esto es un regalo para ti —le susurró, todavía sin desenvolver la tela. No, primero prefirió quitarse los pantalones, ya bastante molestos a esas alturas —. No sé cuánto tiempo estaremos lejos la próxima vez que tengamos que separarnos, pero quiero que puedas darte placer si lo necesitas —enarcó una ceja y soltó una carcajada —. ¡No me mires así, plookie! ¿Acaso durante estos tres meses no te has tocado ni una vez? —dejando el paquete a un lado, gateo sobre la cama, lamiéndole el abdomen hasta llegar a sus labios, donde dejó un pequeño mordisco, mirándole a los ojos —¿No has sentido la tentación de hacerte a ti mismo lo que te hago yo? Porque no me lo creo.

    Se irguió, quedando de rodillas sobre Arno, y recuperó el paquete, quitándole por fin la tela para mostrar una especie de cilindro de madera, muy pulida y suave, que recordaba bastante a cierta parte de la anatomía masculina en su momento de mayor dureza.

    Angus lo sostuvo con cuidado, acercándolo a su propia erección, y acarició la madera con el pulgar, casi como si se tratase de su propio cuerpo. Al oír a Arno soltar un jadeo, se rio y le acercó el consolador a los labios, metiéndoselo con cuidado en la boca, sin empujar con brusquedad.

    —Es un poco más pequeño que yo, pero creo que eso tampoco es malo. No quisiera competir con un trozo de madera —medio bromeó Angus en un susurro, sacándoselo de la boca para sustituirlo por su lengua.

    Mientras lo besaba, le hizo abrir las piernas y, poco a poco, fue haciendo que el nuevo objeto entrase en el cuerpo de Arno. Al haberlo metido por completo, a excepción de la base, que sostenía con sus dedos, empezó a moverlo, haciéndolo entrar y salir con calma. A la vez, con su mano libre pasó a masturbarse sobre él, dejando que los besos de Arno, sus gemidos y la sensación de su cuerpo retorciéndose bajo el propio sirviesen como estimulantes.

    *****


    No podía quitárselo de la cabeza. Lo había intentado, pero le resultaba imposible. Igual que le había resultado imposible alejarse del camarote del capitán Williams aquel día. Era como si su cerebro se negase a reproducir otro sonido en su cabeza que no fuese el de los gemidos de Arno, amortizados a través de la puerta de madera, pero igualmente claros y perfectamente audibles.

    «Él es mío», le había dicho el dichoso pirata en gaélico, entre jadeos que, con esa voz grave, también se le antojaban irresistibles. «Me pertenece a mí», le había repetido, haciendo entonces gritar al inglés, un grito de puro placer.

    En una situación normal, habría salido escopeteado al escuchar aquello. Sin embargo, sus pies se habían anclado al suelo y hasta había terminado por pegar la oreja a la puerta, al menos hasta que la decencia que aún debía tener dentro le había hecho moverse, salir de ese maldito barco y volver a la mansión de Oversier.

    Lo peor era que no sabía qué era exactamente lo que más le hacía reaccionar, si el sonido de los sensuales gemidos de Arno Williams o… el deseo de que un hombre fuerte como Angus le hiciese gemir así a él. Y ninguna de las dos opciones le gustaba, realmente.

    Se había mantenido ocupado gracias a sus tareas domésticas, pero había momentos como ese, a solas en su dormitorio, cuando no podía evitar volver a escucharlo todo. Los jadeos, el golpeteo rítmico del colchón contra el cabecero de la cama…

    Apretar los labios parecía bastar para que él no replicase aquellos sonidos mientras sus dedos se encargaban de proporcionarle placer, terminando con un jadeo que no pudo contener del todo, pero que, con suerte, no habría sido escuchado por nadie.

    Con la respiración algo agitada, alargó una mano hasta dar con un pañuelo y se limpió los restos, poniéndose después en pie para recuperar sus pantalones. Se lavó las manos en una jofaina y se volvió a peinar, mirándose en un espejo y con la compostura totalmente recobrada.

    Agradeció cuando Harolde le mandó llamar, aunque eso de que le enviase precisamente al Encourage para entregar un mensaje no le gustó tanto. Aun así, tuvo que respirar hondo y subir la dichosa rampa. Y dar un salto cuando una bestia —que resultó ser una chica con la piel de dos colores y el pelo corto— prácticamente se abalanzó contra él.

    —¿Quién demonios te ha dado permiso para subir? —le gruñó la chiquilla con un cuchillo en la mano.

    —¡Nat! —la riñó Moira, apoyando una mano en su cadera y mirando a la joven recluta con cierta desaprobación —¿Qué te he dicho de asaltar a los visitantes?

    —¡Pero…! ¿Y si hubiese sido un ladrón o un policía?

    —Nos habríamos encargado de él, pero no puedes atacar si no sabes quién es o qué intenciones tiene, ¿no crees?

    —¡Tú ayer disparaste a un hombre que empezaba a subir la rampa! —se quejó Nat, haciendo que Moira resoplase.

    —Porque yo sé reconocer a qué viene la gente. Es algo que aprenderás con la práctica. Y ahora ayuda a ese muchacho a levantarse y vete a seguir con tus tareas.

    —Está bien…

    Y aunque Nat había aceptado sin presentar más lucha, cumplió la orden refunfuñando y jugando con su cuchillo, girándose para mirar a Harailt ocasionalmente hasta que entró en la segunda cubierta.

    Moira suspiró y se acercó a su compatriota, palmeándole suavemente la espalda.

    —Es muy entusiasta, pero le falta disciplina —comentó en voz conciliadora —. ¿Vienes a ver a Williams?

    —Eh… Sí, tengo… Tengo un mensaje de mi señor. El señor Hill me ha dicho que estaría aquí.

    —El señor Hill ha dicho bien. Ven conmigo.

    Así que Harailt terminó frente al camarote de Angus. Miró nervioso a Moira, quien le sonrió con cierta afabilidad —nada que ver con la mirada perversa que tenía en esos letreros de se busca que había por Escocia— y abrió la puerta, dejando ver un camarote relativamente amplio, bien ordenado.

    No le costó mucho dar con la pareja que buscaba. Arno estaba tumbado en la cama, bocabajo, mientras que Angus, sentado en trasversal con la espalda en la pared, le masajeaba los pies mientras le contaba alguna historia que quedó interrumpida por la visita inesperada. No era lo que Harailt esperaba ver, teniendo en cuenta que aquel hombre era un pirata, un asesino y, en definitiva, un monstruo. Pero ahora parecía muy humano, incluso tierno y hogareño. Era todo muy extraño.

    —Oh, mira, plookie. Es tu amiguito, el otro escocés pelirrojo —bufó Angus, haciendo que Moira enarcase las cejas con una media sonrisa.

    —Harailt tiene un mensaje que daros.

    —¡Espere, señorita Swinbrook! —la llamó el joven al ver cómo ella se daba la vuelta para irse —Creo que también puede interesarle el mensaje.

    —Ah, vaya. De acuerdo pues —Moira entró en la habitación y se sentó en la mesa —. Desembucha.

    Harailt se vio de pronto siendo el centro de atención. Carraspeó y sacó de un bolsillo interior de su abrigo un sobre que sacó, acercándoselo después a Arno.

    —El barón de Oversier celebrará una fiesta a finales de semana. Confía en que las heridas del capitán Williams estén para entonces curadas —tragó saliva mientras veía a Arno abrir el sobre, con Angus apoyando la barbilla en el hombro del inglés, como si fuese a entender la invitación —. Será una mascarada con temática mitológica. Insiste en que el señor Slorach y la señorita y el señor Swinbrook vayan también —miró ahora a Moira —. Me ha pedido que le sugiera que usted y su hermano vengan como Apolo y Artemisa, a poder ser.

    —Vaya… —medio sonrió Moira.

    —¿Algo más, muchacho? —preguntó Angus en un tono algo duro que hizo que Harailt se tensase, sobre todo al recordar ese grito que le había soltado en la mansión Oversier. La mirada de Angus le ponía nervioso, no cabía duda.

    —Sí, en realidad. Suplico en su nombre que hagáis llegar esta otra invitación a su hijo. Y también los señores Hill y Burguess están invitados, si desean asistir.

    —Muy bien. Gracias, adiós.

    Harailt, al ver el gesto que hacía Angus con la mano para echarle, simplemente pudo asentir, hacer una pequeña reverencia de despedida y dejar que Moira le guiase fuera de la habitación. Angus, por su parte, resopló y cogió la carta de Arno, mirándola, dándole media vuelta, olisqueándola y devolviéndosela a Arno con un gruñido.

    —Una fiesta para ricachones en la casa de un francés. No suena demasiado apetecible —rodeó la cintura de Arno con un brazo, apretándolo suavemente contra su cuerpo, y le mordisqueó el hombro y el cuello —. Aunque quiero verte en tu elemento. Y, ¿quién sabe? Quizá terminamos de nuevo en ese despacho —añadió con una de sus sonrisas torcidas.

    *****


    —No, no, no, no, no, no, no, no y no.

    —Perdona, francés, no me ha quedado claro —dijo Brodie —. ¿Dices entonces que vas a ir?

    Jerome alzó las cejas y miró de arriba abajo al moreno, poniéndole dos dedos en el mentón.

    —Te perdono porque eres un regalo para la vista, pero que sepas que no me ha hecho ninguna gracia.

    Arthur soltó una mezcla entre risa y resoplido, negando con la cabeza.

    —¡Venga, Jerome! Eddie y yo vamos a ir, también Arno, Angus… Hasta Moira y Brodie se vienen. ¿Por qué no haces un esfuerzo?

    —¡Porque se trata de mi padre! El mismo hombre que preñó a mi madre y la abandonó —Jerome negó con la cabeza, vehemente —. No quiero verle.

    —Creía que esa carta que te envió te había reblandecido un poco —añadió Eddie mientras servía el té para los invitados al barco —. Además, habrá tanta gente… ¡Y todos con máscaras! Nada asegura que vayas a verle, realmente.

    Jerome pareció sopesar ese argumento, torciendo la boca y mirando a un lado.

    —Ya veremos —terminó con conceder, mirando entonces a Arthur y a Brodie de arriba abajo —. Pero vosotros dos os tendréis que esforzar en hacer la velada más interesante.

    —¿Cómo?

    —Poca ropa, Brodie —respondió Arthur rápidamente —. Poca ropa.

    —Apoyo la moción —sonrió Eddie.

    *****


    Moira aceptó la mano de su hermano para bajar del carromato, reajustándose el carcaj cuando sus pies tocaron el suelo. Se alisó las faldas y se giró a mirar a Angus y Arno, quienes al parecer se hallaban demasiado ocupados compartiendo fluidos corporales como para darse cuenta de que habían llegado a la mansión.

    Enarcó una ceja y carraspeó, consiguiendo por fin que Angus separase los labios del inglés. El pelirrojo gruñó un poco, pero bajó de un salto del carro y tomó a Arno de la cintura, bajándolo a fuerza, con cuidado de no destrozar las flores que había tejido en su ropa.

    Dada la temática cerrada de la fiesta, Angus se había dedicado, entre sus quehaceres diarios, a confeccionar los disfraces, con indicaciones de Moira y Arno, que eran los más versados en mitología de todo el barco. De hecho, Angus apenas sabía un par de nombres griegos o romanos, ni siquiera los distinguía, aunque si le preguntabas por la mitología celta…

    En realidad, había querido ir de Dagda, pero Moira le había convencido de que nadie iba a reconocer al dios más importante de los Tuatha Dé Dannan —un dios de gran poder, capaz de matar a nueve hombres de un golpe con su porra mágica, que controlaba las estaciones con un arpa de roble y que tenía un caldero mágico sin fondo—. Angus se había enfurruñado un poco, pero al conocer la existencia de Dionisio, dios del vino y la fertilidad, se le pasó bastante rápido.

    Así que se había vestido con una túnica y se había puesto una corona de vid. Aunque lo que más le gustaba de todo aquello es que había conseguido que nadie le obligase a llevar calzado, y los Swinbrook bien sabían lo poco que le gustaba a Angus llevar zapatos.

    Había ayudado a Arno a preparar otra ropa a la que había cosido flores muy bonitas, seleccionadas con ayuda de Eddie. Una corona de flores convertía a Arno en Cloris, que si bien era una deidad femenina, nadie iba a negar que le quedaba excelente al inglés. Sobre todo porque la tela principal, azul, combinaba con los tonos vivos de las flores y con los ojos del capitán, y Angus, personalmente, lo consideraba irresistible.

    En cuanto a los Swinbrook, Harolde los quería como Apolo y Selene y como Apolo y Selene habían acudido.

    La estampa era, cuanto menos, interesante, aunque mejoró todavía más cuando llegó el segundo carruaje y de él bajaron Jerome, Arthur y Ed. Arthur había optado por Hércules, como demostraba una capa de león, mientras que Eddie iba de Hermes, dios de los viajeros y de los ladrones, y Jerome… Bueno, Jerome iba de Eros.

    Las máscaras eran bonitas y elegantes, muy del gusto de la época, con ciertas influencias de las máscaras típicas del Carnaval de Venecia. Y no sólo las suyas, sino las de todos los invitados que ya estaban en la mansión. Plumas, gasas y encajes adornaban máscaras de colores vibrantes y muy distintos. También cambiaban los formatos, habiendo máscaras que cubrían todo el rostro, otras que se sostenían con un palo y, las más abundantes, máscaras antifaz.

    Como sea, el grupo pronto se estaba mezclando con el resto de invitados. Los escoceses no tardaron en tener copas en la mano y sonrisas en la boca, mientras que Arthur buscaba un sitio tranquilo donde disfrutar con Eddie y Jerome intentaba no separarse mucho de Brodie y Moira.

    *****


    —Lo estás haciendo genial —susurró Moira, haciendo que Jerome soltase un largo suspiro.

    —Sí, supongo. Tres horas y todavía ni le he visto.

    —¿Oh? —Moira ladeó un poco la cabeza y le levantó la máscara a Jerome, inclinándose para verle la cara —¿Pareces decepcionado o es cosa mía?

    —¡Decepcionado! —bufó el francés, dando un paso atrás para recolocarse la máscara y, ya de paso, la peluca —Esto es justo lo que quería, no sé por qué iba a estar decepcionado.

    —Igual porque, en el fondo, esperabas ver a tu padre…

    —Ni en broma —dijo Jerome con fuerza, cruzando luego los brazos sobre el pecho —. Aunque esperaba que mostrase algo más de interés…

    —Lo sabía —se rio ella, negando con la cabeza —. Si quieres, cuando lo vea le puedo dejar caer que estás aquí…

    Jerome alzó las cejas y miró a Moira de reojo, intentando aparentar desinterés.

    —Si es lo que consideras correcto, está bien —dio una palmada al aire —. ¡Pero basta de hablar de ese viejo loco! Y hablemos de algo más interesante… —sacó de entre sus ropas un saquito de terciopelo y se lo enseñó a la escocesa, quien lo abrió y olisqueó con discreción.

    —¿Qué es esto?

    —Bueno, fui a ver a un boticario y me dio estos polvos. Parece que son para que un hombre pueda… rendir toda la noche, ya sabes a qué me refiero —dijo con una risita —. Es un afrodisíaco muy potente. La verdad es que llevo un par de días pensando en quién probarlo…

    —Tengo una idea —dijo Moira, con ese brillo en los ojos de quien ha bebido demasiado como para poner sus planes en marcha —. Pondré un poco en una bebida y se la daré a Brodie.

    —¿En serio? ¿Le harías eso a tu hermano?

    —¿Por qué no? He visto como le miras, así que si funciona… Os divertís toda la noche —se terminó su copa de un trago y se lamió los labios —. Y si no funciona, le podré volver a regañar por comerse esas gambas del puerto.

    —Parece que lo tienes todo planeado —pero Jerome, que también había bebido ya unas cuantas copas, asintió, dándole el saquito —. ¡Adelante, pues!

    Moira se recogió la trenza en un moño, tomó el saquito y fue a por una copa, vertiendo en el vino un par de pellizcos del polvo afrodisíaco. Localizó a su hermano con la mirada, viéndole hablar con una pareja de por ahí, y sonrió, pero apenas empezó a caminar hacia él, otro escocés apareció en su camino.

    —¡Moira! —saludó Angus en voz alta, cogiéndole la copa —Gracias, justo iba a por una —dijo antes de darle un trago a la copa. Moira contuvo el aliento, viendo a su amigo poner una cara rara —. Vaya, este vino es más dulce que el que he bebido antes. ¿Sabes? Creo que a plookie le va a encantar.

    —No les quedaba más —inventó Moira con un encogimiento de hombros.

    —¡Oh, vaya! Bueno, pues compartiremos copa, no pasa nada.

    Dicho esto, Angus le dio un besito en la mejilla y se fue a por Arno con la copa. Moira se giró hacia Jerome, quien se frotaba los párpados bajo la máscara, y suspiró, volviendo a su lado.

    —Al menos vamos a poder ver si funciona o no.

    —Eso sí.

    *****


    Angus se sorprendió a sí mismo acariciando la cara interior del muslo de Arno.

    Se había sentado en una chaise-longe que había por allí y había acomodado al inglés en su regazo, bebiendo juntos de la misma copa, dándose besos y susurrándose al oído, pero ahora se sentía con ganas de hacer algo más que hablar. De hecho, la cosa era tal que en algún momento había empezado a mordisquearle el cuello y la oreja y había pegado el cuerpo de Arno al suyo.

    —Plookie… ¿No tienes como… calor? —le preguntó con la voz algo ronca por un deseo que iba creciendo en sus entrañas.

    Su mano se terminó colando bajo la túnica de Arno, deslizándose para apretar sus nalgas, y su lengua acarició los labios del inglés antes de entrar en su boca, en un beso lento y húmedo que no tardó en provocar cierta dureza entre sus piernas que, sin lugar a dudas, Arno podría notar.

    En una situación normal, es decir, en una taberna o en un barco, no le importaría nada levantar las faldas de Arno y follárselo ahí mismo, sin importar estar rodeados de gente. Sin embargo, no creía que aquello fuese del gusto del inglés. Y tampoco le apetecía mucho que ninguno de esos ricos enmascarados pudiesen siquiera atisbar su cara de placer. Ni en broma.

    Por eso, lo sentó en la chaise-longe con cuidado, dándole un último beso, y le hizo un gesto para que le esperase. Se alisó la túnica y se acercó a Harolde Oversier, quien parecía bastante cómodo hablando con un par de mujeres de escotes más que sugerentes.

    —Sluagh —le llamó Angus, ignorando a las mujeres como si fuesen prostitutas de puerto. Esto no les gustó mucho, pero Angus no tenía demasiada sangre en la cabeza en esos momentos —. Plookie… Es decir, el capitán Williams se encuentra algo mareado y el camino hasta los barcos es largo. ¿Tienes alguna habitación que…?

    —Claro, claro —dijo rápidamente el barón —. ¡Harolde! —el muchacho apareció al cabo de un par de segundos, llevando un antifaz, pero su uniforme de mayordomo —Acompaña a este amable caballero y a Arnó a una habitación de invitados.

    —Sí, señor —balbuceó el chico, mirando a Angus, quien asintió y fue a por Arno.

    Mientras salían de la zona de la fiesta, Angus miró al muchacho con el ceño fruncido.

    —¿Por qué dejas que te llame Harolde, si eres Harailt?

    —Al barón se le dificulta pronunciar mi nombre —confesó el pelirrojo, con la mirada al frente —, así que lo acepto.

    —Yo no lo aceptaría. Pero es tu vida, no la mía —miró la puerta ante la que se habían detenido —. ¿Nos molestará alguien?

    —Nadie, señor —parecía que le había costado un poco pronunciar esa última palabra.

    Angus sonrió.

    —Perfecto.

    Dicho esto, abrió la puerta y tomó a Arno en brazos, entrando con él en el dormitorio y cerrando la puerta de una patada.

    Harailt parpadeó un par de veces, sorprendido por la rudeza, pero al escuchar el primer gemido, su rostro se asemejó a su pelo en color. Esta vez, consiguió ponerse en marcha y salir de allí antes de volver a quedar atrapado en el morbo. No esperaba chocarse con un hombre alto que le hizo trastabillar y dar un paso atrás.

    —¡Lo siento! —se disculpó antes siquiera de ver quién era ese muro de carne —Discúlpeme, por favor. Debería haber prestado más atención a-

    Fue interrumpido por un beso. No un beso suave, sino dos manos agarrándole la cintura y una lengua obligándole a abrir la boca. Con el corazón latiéndole a mil por hora en las sienes, incapaz de creer lo que acababa de ocurrir, Harailt miró a Brodie, quien tenía el ceño algo fruncido mientras se separaba de sus labios.

    —Hablas demasiado —le gruñó antes de volver a besarle.

    *****


    Harolde parecía la mar de a gusto en compañía de Moira. La noche estaba avanzada y muchas parejas parecían estar en su propio mundo de besos y caricias, una actitud del todo indecorosa que en el viejo continente sólo sería permitida unos años más adelante en las folies, casas de recreo de la aristocracia francesa rodeadas de bosque donde los nobles podían desatar sus pasiones más bajas en auténticas orgías.

    Pero aquello no era Francia, sino América, y todo el mundo sabía que América se regía por otras normas.

    —Y esa de ahí es la señorita Harris, de una familia algodonera —le dijo en voz baja, aprovechando que se había inclinado hacia su oído para poder echar un vistazo al escote de la escocesa —. Pero basta de hablar de esas mujeres. Hablemos de usted. ¿Cuándo dejará que la convierta en protagonista de uno de mis lienzos?

    —Perdona, francés, ¿quieres que pose desnuda para ti? —sonrió Moira con una copa en la mano.

    —Sólo si usted quiere, señorita Swinbrook —dijo rápidamente Harolde —. Nunca he obligado a una mujer a nada y no voy a empezar ahora.

    —Me lo pensaré —Moira volvió a mirar el salón —. Dime, ¿has pensado llevarte alguna de ellas a la cama?

    Harolde necesito unos segundos para recuperarse de la sorpresa inicial. Sopesó hasta qué punto Moira estaba de broma o iba en serio, y pensando que su rostro era demasiado severo para estar tanteando el terreno con él, decidió que lo mejor que podía hacer era ser sincero.

    —Si tuviese que elegir ahora mismo, optaría por la señora Brown —confesó, señalando a la mujer en cuestión —. Su marido pasa mucho tiempo en viajes de negocio y tiene una fama bastante interesante entre los caballeros, si entiende por dónde voy…

    —Oh, lo entiendo perfectamente —Moira dio un último sorbo y le tendió al barón la copa vacía —. Si me permites, voy a ver si puedo seducirla.

    —¿Un menàge-a-trois, quizá? —preguntó Harolde con cierto tono goloso, creyendo firmemente que iba a poder probar a esa escocesa salvaje.

    Por eso, su sorpresa fue mayúscula cuando, tras unos minutos de conversación, vio a Moira retirarse con la señora Brown y con la señorita Harris. No era, desde luego, el trío que él tenía en mente, pero la imagen que le venía a la cabeza era también bastante apetecible.

    Vio entonces entre el gentío una silueta que le resultó familiar. Perdiendo de pronto todo el interés en el sexo femenino, algo difícil para alguien como él, cruzó la sala con el corazón martilleándole en el pecho.

    —¿Jerome…? —preguntó con un hilo de voz.

    *****


    —¡Pervertido!

    Esta palabra fue seguida por el sonido de una mano chocando contra la carne de otra persona. Angus sonrió al ver a Arno temblar y alzó la mano, dándole un azote en la otra nalga.

    —Eres todo un indecente, plookie —le dijo, asestándole una tercera palmada, a la que siguió una cuarta. Se inclinó entonces sobre él, mordiéndole suavemente la oreja —. ¿Vas a correrte sólo con esto? —le susurró al oído, disfrutando al sentirle estremecerse.

    Sin embargo, no hubo un quinto azote, sino que Angus optó por entrar en él de una embestida. O, más bien, volver a entrar en él. Todavía sentía ese interior húmedo y pegajoso, y es que había terminado dentro un par de veces desde que habían entrado en esa habitación.

    No entendía bien qué ocurría, pero se sentía incapaz de parar. Aquello no era tan raro en él, pero sí después de pasarse tantos días castigándose a sí mismo por lo ocurrido. Ahora era como si todo su cuerpo se negase a dejar ir a Arno, como si necesitase estar dentro de él toda la noche. Y parecía que el inglés estaba igual, porque su cuerpo se seguía encendiendo al terminar.

    Agarró la melena negra, ya tan larga, de Arno y tiró de él hasta hacerle ponerse de rodillas, un gesto algo brusco que no compensó en lo absoluto con sus dientes, que prácticamente se hundieron en la piel de Arno en mordiscos fuertes en su cuello, sus hombros y su espalda, dejándole marcas rojas e incluso algún rasguño.

    Sujetando, su vientre para pegarle la espalda a su pecho, Angus se movió dentro de él hasta volver a terminar, momento en el que lo dejó tumbarse, cayendo a su lado en la cama.

    Con la respiración jadeante, le miró y le apartó algunos mechones del rostro en una caricia dulce. Cuando recuperó el aliento, se inclinó sobre él, besándole la frente y los labios, después el cuello. Volvió a morderle, esta vez la garganta y el pecho, marcando sus dientes en la piel blanca del inglés.

    —Mío, mío, mío… —susurraba tras cada mordisco, los cuales se iban volviendo más suaves, hasta pasar a ser simples besos que volvían a subir desde el ombligo de Arno hasta sus labios —Eres mío, plookie gomeril —susurró, mirándole a los ojos con intensidad —. Eres sólo mío. Mío —repitió, mordiéndole la nariz suavemente —. Y yo soy tuyo, sólo tuyo —se dedicó, entonces, a acariciar su piel, hasta que al cabo de unos minutos volvió a sentirse ardiendo en deseo. Sonrió, con sus dedos entrelazados a los de Arno —. ¿Recuerdas aquello que hicimos cuando yo estaba convaleciente, que te subiste sobre mí y te hice darte la vuelta…?

    *****


    Harailt soltó un largo suspiro, quitándose el pelo de la cara con un gesto, y miró a Brodie, acariciando su cuerpo con los ojos.

    —Ha sido increíble —al recibir un gruñido de respuesta, cogió una almohada para abrazarla, sin poder evitar sonreír —. En serio, ha sido… fantástico.

    —No ha estado mal —comentó el moreno, recuperando su ropa del suelo para empezar a vestirse.

    —¿Te… te vas ya?

    —Me esperan en el barco.

    —¿Y no puedes quedarte? —preguntó en voz más baja, con cierta decepción.

    Brodie terminó de vestirse y miró al muchacho con el ceño algo fruncido. Se pasó una mano por la cara con un suspiro y luego se acercó a la pared, apoyando una mano en el cabecero de la cama.

    —Mira, Harailt… Ha estado bien, pero no voy a quedarme a dormir contigo por haber echado un polvo.

    —¿Y si… repetimos? —titubeó Harailt, a lo que Brodie dulcificó un poco la expresión, inclinándose para besarle la frente.

    —Otro día, quizá. Pero necesito que entiendas que no puedes esperar una relación de un orgasmo.

    El pelirrojo le miró, con ojos algo tristones, y asintió. Brodie le dio un piquito y terminó de recoger sus cosas, saliendo de la habitación de Harailt tras desearle buenas noches en gaélico.

    Harailt enterró la cabeza en la almohada y ahogó ahí un grito, tirando el cojín después contra la puerta cerrada. Se imaginaba que iba a ocurrir algo así, sobre todo por el tufo a alcohol que traía Brodie consigo, pero no podía evitar sentirse algo decepcionado.

    Contuvo un bostezo y se levantó con la idea de recoger la almohada, aunque tuvo que agarrarse al cabecero cuando sus piernas temblaron un poco. No esperaba que su cuerpo fallase así, aunque quizá tendría que habérselo esperado, visto ese pequeño ardor entre sus piernas.

    Recuperó la almohada y volvió a la cama, tapándose con las sábanas y bostezando.

    Por lo menos podía decir que la experiencia había sido interesante.


    SPOILER (click to view)
    ¿Revisar? ¿Dar formato? Eso es para DÉBILES. Y para gente que no termina de escribir a las 2 am xd
  7. .
    A sus pies se extendía un largo y hermoso paisaje cubierto de verde y azul. A lo lejos, sus ojos, con una visión considerablemente superior a la de los humanos, captaban las formas de algunos poblados. Girando la cabeza hacia la derecha, podía ver un bosque de árboles altos, aunque ni tan altos ni tan gruesos como los del Bosque Negro.

    Alzó la cabeza, viendo una luna grande y blanca en poco más de un cuarto creciente, rodeada de miles de millones de estrellas y volvió a mirar hacia abajo.

    Limpiándose las lágrimas, despacio para no despertar ni siquiera al viera, se puso en pie y se acercó al borde de la colina en la que estaban, teniendo justo bajo él una caía de aproximadamente cinco metros hasta el siguiente saliente. Volvió a mirar la luna y se mordió el labio, cerrando los ojos. Extendió los brazos, inspiró lenta y profundamente y se dejó caer.

    Cuando volvió a abrir los ojos estaba en el suelo, de pie a orillas del lago. Se inclinó para ver su reflejo y frunció el ceño, negando con la cabeza y dándose media vuelta para dar pasos largos y firmes, hundiendo sus pies desnudos en la hierba húmeda hasta alcanzar su primer objetivo. Se acuclilló, retirando las ropas del cadáver, y miró hacia la colina donde descansaban sus compañeros mientras sacaba la daga de su funda.

    El corte fue limpio, seccionando aquella pierna sin hacer ruido o sin chocar la afilada hoja contra el hueso. Después, fue cortando finos filetes que amontonaba a un lado. Podría haber hecho eso antes, pero no creía que los humanos fuesen a verle con buenos ojos mientras se comía a otro hombre.

    Todo aquello le frustraba enormemente. ¿Por qué era tan horrible que comiese carne humana de vez en cuando? Los humanos comían cerdos, vacas, conejos y un sinfín de animales más, así que ¿qué clase de doble moral tenían que veían con tan malos ojos el hecho de que otras especies los viesen a ellos también apetecibles?

    Tampoco entendía por qué habían convertido a los kaltrix en los monstruos de sus pesadillas y de sus peores historias. Khamlar no conocía a más kaltrix que a su propio padre, pero podía decir que ninguno de los dos eran monstruos sedientos de sangre que arrebatasen los niños de los brazos de sus madres o cualquiera de esas estupideces que había oído cuando había pedido a Ruya y Hirale que le contasen algunas leyendas. Había sido una idea tonta, pero necesitaba saber qué idea tenían los humanos actuales de los kaltrix.

    Había sido bastante esclarecedor, por cierto. Entendía mejor por qué Ruya no le quitaba el ojo de encima, y es que debía considerarlo un elemento de Caos, la Muerte en persona. Capaz de arrasar una ciudad y quemarla hasta los cimientos sólo por diversión, cuando aquello estaba increíblemente lejos de la realidad.

    También había tenido que escuchar las descabelladas teorías de Hirale, quien al parecer consideraba que R’Lash era una especie de criadero de ganado para kaltrix. Los reyes se servirían de su pueblo y éste lo aceptaría de mil amores sin oponer quejas debido a la atracción mística, a la tradición, a la ley, al miedo o a todo junto y revuelto en un cóctel explosivo.

    Khamlar sacudió la cabeza con pesadumbre al recordar aquella conversación en concreto. Él nunca había mandado llamar a alguna persona aleatoria del censo de R’Lash para que fuese de mutuo propio a las cocinas a fin de ser su cena. Jamás había ido por el pueblo o por las ciudades satélite —porque R’Lash había sido una ciudad-estado, con centros de menor tamaño, poco más que barrios, distribuidos a su alrededor de manera estratégica con multitud de fines que no vale la pena diseminar ahora— buscando el almuerzo ideal entre su gente.

    Comer carne humana era todo un ritual para él, pero eso tampoco implicaba que pidiesen sacrificios voluntarios o que obligasen a los padres a arrojar a sus hijas a algún foso letal.

    Claro que había casos especiales. En una sociedad donde el honor era la base de la vida, si un soldado quedaba lisiado de por vida, podía elegir, sin que nadie le obligase ni le presionase para ello, ofrecerse ante el rey para que éste hiciese con él lo que considerase, incluyendo en esto convertirlo en un banquete. Pero también podía retirarse, construirse una casa —además, financiada por el Estado como agradecimiento por su servicio—, formar una familia y vivir el resto de sus días lejos del palacio.

    No. Normalmente, los cuerpos venían por otras vías. Un kaltrix tampoco tenía que comer carne humana diariamente, así que no había una demanda intensa. Una vez cada dos semanas, o una gran comida mensual, podían satisfacerse con cadáveres de muertes no-naturales —siempre que las familias o el propio difunto hubiesen accedido a esto— o por sentenciados a muerte, e incluso en tiempos de inmensa prosperidad donde no había flujo por ninguna de las dos vías, la carne se podía conservar en salmuera para consumirse cuando hiciese falta, por lo que un mismo cuerpo podía ser usado en distintas fases del ciclo de un kaltrix.

    ¿Por qué en ese futuro tan extraño los retrataban como monstruos horribles, amantes de la sangre y las vísceras?

    A Khamlar no le gustaba mancharse de sangre ni comer directamente de un cuerpo. Era un hombre muchísimo más refinado que todo eso, por favor. Bastaba ver cómo estaba tratando aquella pierna cortada, con una mezcla de asco y disciplina, la espalda recta y los brazos moviéndose con una precisión que podría trasladarse a cualquier banquete cortesano.

    Sin poder alejarse de esos pensamientos, separó los trozos de carne en dos montones, uno considerablemente más grande que el otro. Ese, el más grande, lo cubrió con barro del lago. No de la orilla, sino metiendo la mano un poco más adentro. Eso permitiría, gracias a los minerales de la zona, que al secarse se formase una costra dura que conservaría esa carne durante un par de semanas, y es que no sabía cuándo podría disponer de carne humana y tampoco podía llevarse más sin arriesgarse a que se estropease.

    En cuanto al otro montón, nada le habría gustado más que especiarlo y cocinarlo, pero tuvo que conformarse con pulverizar por encima un par de hojas aromáticas que había por la zona y comérselo crudo, sentado sobre una piedra.

    ¿De qué demonios se alimentaban los humanos en esos tiempos? No debían cuidar demasiado su dieta, al menos no ese hombre. Además, le había dado muerte de una forma poco agradable, así que esa carne sabía, entre otras cosas, a tensión, miedo y dolor. En resumen, una pieza de muy baja calidad.

    Al terminar, se limpió en el lago y limpió también su daga, frotándola contra la pernera de su pantalón para secarla bien. Una vez se dio por satisfecho, tomó el barro, que todavía no estaba ni medianamente seco, y sopló sobre él, un soplido frío y largo que hizo que la capa más superficial se secase, lo cual le permitía guardar y manipular ese paquete sin miedo a mancharlo todo de barro o, peor aún, perder la capa protectora que cubría la carne.

    Tras guardarlo en sus ropas prestadas, extendió las manos y cruzó los brazos de tal forma que sus dedos tapaban su rostro. Cuando separó las manos, volvía a estar al borde de ese pequeño barranco, junto a sus compañeros durmientes.

    Se sentó entonces en el suelo, con las piernas colgando al vacío, y volvió a pasear los ojos por el paisaje hasta que escuchó un sonido leve, apenas perceptible para un oído humano.

    Acercaos —susurró sin siquiera girar el rostro. Frunció el ceño y negó con la cabeza —. Acérquese. Tendrá usted que perdonarme, todavía estoy haciéndome a las nuevas formas de trato —siguió hablando en susurros quedos, aunque sabía que eso no impediría que su interlocutor, por llamarlo de alguna forma, le escuchase.

    Sin embargo, tras un rato de silencio y falta de movimiento, giró la cabeza hacia el viera, sonriendo un poco, con menos fuerza a como Ruya y Hirale estaban acostumbrados a verle sonreír.

    Por favor, hágame compañía. No voy a hacerle daño alguno y me… me vendría bien tener alguien al lado.

    No regresó la vista a su frente hasta que el viera empezó a acercarse. No le apuró ni volvió a pedírselo, simplemente esperó a tener al hombre-conejo a su costado, y entonces suspiró y apoyó las manos en el suelo, echándose un poco hacia atrás para tener mejor panorámica del cielo.

    ¿Sabe usted? —dijo (o más bien susurró) al cabo de apenas unos segundos —Esto formaba parte de mi reino. Aunque parece ser que han pasado tres mil años desde entonces, según los cálculos de Hirale —ladeó un poco la cabeza y se echó hacia delante, señalando con un gesto hacia el este —. El bosque se expandía hasta esa colina de allí, que por cierto era una montaña. Había un río que ha desaparecido y esos lagos tenían otra forma —se puso en pie de un salto, señalando el improvisado campo de batalla de unas horas antes —. Ahí había un poblado y, sobre este promontorio en el que nos encontramos, se alzaba un torreón de vigilancia. Seguro que si buscamos, encontraremos los cimientos —extendió entonces los brazos y alzó la cabeza hacia el cielo —. Veo estrellas que no había visto nunca y echo en falta aquellas que me guiaban en mis viajes. ¿Cuándo dejó de llorar la Diosa por su Hermana? —preguntó, mirando entonces al viera, que parecía bastante confuso con ese discurso tan emotivo que costaba creer que estuviese siendo susurrado —La luna. ¿Ya no adoráis a la diosa lunar, mi buen amigo? ¿Cuáles son vuestros dioses? —negó entonces —Disculpadme. Perdón. Sé que los vieras no poseen más deidades que la naturaleza en sí misma —cruzó los brazos sobre el pecho y se sentó de nuevo con un suspiro —. Yo crecí bajo dos diosas, dos lunas, pero una de ellas murió poco antes de que mi reinado terminase. Era algo que se sabía desde cien años atrás, pero aun así fue… Aterrador. Y fascinante. Ver la Luna Menor resquebrajarse como si de un huevo se tratara. Luego todo cambió, el mundo entero cambió. Siguió cambiando mientras yo dormía. Tres mil años durmiendo. Y ahora… ni siquiera reconozco el cielo que miro ni el paisaje por el que camino. Y cuanto más sé sobre este mundo, menos me gusta. ¡Hombres cazando vieras, como si fueseis alimañas! Inaudito.

    Negó otra vez con la cabeza, ahora con gran tristeza, y cerró los ojos. El viento sopló y alborotó sus cabellos y sus ropas, y entonces abrió los ojos para ver la larga cabellera blanca del viera mecerse también con el viento.

    Le observó entonces, con sus rasgos perfilándose con la luz azulada de la luna, y alzó una mano en un gesto suave y lento, tomando uno de esos mechones pálidos que casi parecían refulgir en esos momentos. No apretó ni tiró, sólo lo sostuvo entre sus dedos con la firmeza necesaria para que no se resbalasen y se movió, arrodillándose ahora frente al viera.

    Puede que nada de lo que yo conociese perviva, pero eso sólo significa que hay un mundo entero por conocer y proteger. Mi gente es polvo, pero la suya, amigo mío, es carne y hueso —le miró a los ojos (y aquello debía ser todo un espectáculo, porque sus ojos normalmente parecían de oro, pero con la luz de esa luna se veían de un amarillo intenso) y se acercó el mechón blanco a los labios, acariciándolo suavemente con su piel —. Mi palabra no es baladí, viera. Mientras vos permanezcáis a mi lado, mientras mi corazón palpite en mi pecho, siempre que esté al alcance de mi mano, os ayudaré a encontrar a vuestros compañeros, aquellos a los que tan desesperadamente buscáis, y os protegeré de esos nefastos cazadores de vieras, aunque eso signifique matarlos a todos. Pues hombres como ellos, sin honor alguno, no merecen vivir.

    Terminando este alegato, besó el pelo blanco del viera, a modo de promesa, y dejó que su cabello escapase de entre sus dedos. Le sonrió y se puso en pie para volver al campamento, sentándose sobre una roca, frente al fuego apagado, con la espalda apoyada en un árbol. El kaltrix cerró los ojos, pero no se durmió.

    Ya había dormido demasiado.

    *****


    Hirale, sentada en un tronco, observaba a un kaltrix y a un viera tener una conversación. O eso creía que estaba ocurriendo. Lo cierto es que veía al viera, cuyo nombre todavía no conocían, mover las orejas, la nariz o la cabeza, reaccionando a las palabras de Khamlar, quien parecía tener un instinto innato para entender lo que quería decir, porque reaccionaba en consecuencia a los gestos del viera.

    Era, desde luego, la interacción más curiosa que había visto nunca, y la imagen también era muy curiosa: un hombre-conejo a torso descubierto hablando con un hombre totalmente tapado, con un sombrero en la cabeza y medio rostro cubierto por un pañuelo negro. Había terminado por sacar su cuaderno y los estaba dibujando, anotando en los márgenes y en otra página cosas que le parecían interesantes.

    Tan concentrada estaba en ello que no notó a Ruya hasta que sintió su aliento directamente en la oreja.

    ¿Qué demonios haces, muchacho? —le preguntó el mercenario, haciendo que la chica diese un respingo y que la conversación de los inhumanos cesase al momento. Ruya hablaba muy alto y, al parecer, no había forma de que bajase el tono si no se metía en el personaje de militar —Espiar a tus compañeros no está bien, ¿sabes? —le dijo en tono burlón.

    ¡No los espiaba! —exclamó Hirale, viendo tanto a Khamlar como al viera torcer el gesto por el ruido. Se disculpó y miró a Ruya —Mi misión es estudiar a los kaltrix y eso incluye sus interacciones.

    No entiendo por qué estás tan obsesionado con ellos —resopló Ruya, incorporándose y negando con la cabeza.

    Honestamente, yo también me he hecho esa pregunta en alguna que otra ocasión durante los pasados días.

    Joder, majestad, ¿tanto cuesta decir «a mí también me pica la curiosidad»?

    No lo entiendo —Khamlar frunció el ceño —. A mí no me pica nada.

    Lo que hay que aguantar… —el militar rodó los ojos y después los clavó en Hirale, quien guardaba el cuaderno con clara incomodidad —¿Y bien? Llevas viajando conmigo algo más de un mes y su majestad el devora-hombres se nos unió hace ya un par de semanas. ¿Vas a explicarnos de una vez por qué tenías tantísimo interés en encontrar R’Lash?

    Oh, por las diosas, ¿así lo pronunciáis? —susurró Khamlar, obviamente consternado, aunque sin querer que eso se antepusiese al tema principal —Hirale, no tenéis que…

    Tienes —le corrigió Ruya, haciendo que Khamlar respirase hondo. Ni él mismo entendía cómo soportaba tanta impertinencia.

    … No tienes que contestar si no quieres.

    Hirale se quedó callada durante varios segundos, mirando a los tres hombres hasta que, finalmente, resopló con resignación y bajó los hombros. Se pasó una mano por la cara, echándose el pelo hacia atrás en el proceso —un gesto inútil, apenas retiró los dedos, el flequillo volvió a caer sobre su frente— y se lamió los labios.

    Mi bisabuelo… —empezó a hablar en un tono de voz tan bajo que Ruya fue incapaz de oírlo. Al ver su gesto, rodó los ojos y volvió a tomar aire, empezando a hablar un poco más fuerte —Mi bisabuelo contaba increíbles historias sobre kaltrix. Decía haber conocido a uno de niño y quería que la gente supiese que no eran tan malos como las leyendas los pintan. Así que empezó a investigar y…

    Para el carro —dijo Ruya, haciendo que Khamlar mirase a Kunic, vocalizando con los labios «¿qué carro?» —. ¿Estás continuando la investigación de tu bisabuelo?

    Hirale encogió un poco más los hombros.

    No, no exactamente… —intentó erguir la espalda y tragó saliva —Mi abuelo continuó la investigación, y después de eso mi padre y… ¡Y yo la estoy terminando! —Abrió los brazos con una voz que mostraba mucha frustración acumulada —He visto toda mi vida cómo mi familia era tratada como si estuviésemos locos. ¡Pues sorpresa! ¡No lo estamos! —miró entonces a Khamlar con los ojos brillantes por lágrimas que no tardaron en caer por sus mejillas —R’Lash existe y los kaltrix son reales. Y al menos tú eres… un hombre cálido. No literalmente, tu piel está muy fría, pero quiero decir… Nos has cuidado desde que te encont-…

    Hirale —volvió a interrumpir Ruya, esta vez con un tono más duro —. ¿Olvidas que asesinó a mis amigos? ¡Los devoró! ¡¡Delante de nuestras narices!!

    Khamlar cruzó los brazos sobre el pecho, frunciendo el ceño.

    No estoy orgulloso de ello, Ruya. Pero no pude evitarlo.

    «No pude evitarlo» —dramatizó el soldado con un exceso de teatralidad —. Una excusa perfecta, ¿no? No pudiste evitarlo, majestad, porque tampoco quisiste.

    No quiero tener esta conversación —contestó el rey en voz baja, sacudiendo la cabeza y dándose media vuelta para recoger su espada del suelo.

    ¿No? Vale, entonces ¿qué te parece si hablamos del cazador de vieras al que cortaste la pierna mientras los demás dormíamos? —al oír esto, Khamlar enderezó totalmente la espalda y frunció el ceño, sin girarse —¿De qué te sorprendes, majestad? Fui a comprobar si me había dejado algún objeto de valor y me encontré con que alguien, no miro a nadie pero todos sabemos a quién me refiero, le había cortado una pierna a uno de los cadáveres. Y no creo que fuese un recuerdo del viaje. ¿O me equivoco?

    No, no estás errado —suspiró Khamlar, acariciando el mango de su daga.

    ¿En serio? —preguntó ahora Hirale con una voz que el propio Khamlar no supo identificar si como decepción o como interés. No se dio la vuelta para ver con qué casaba su expresión.

    Ruya, le robaste objetos de valor porque él ya no los necesitaba. Yo cogí su carne porque tampoco la necesitaba.

    Eso es jodidamente enfermizo —escupió Ruya —. ¿Ves, Hirale? Las leyendas tienen razón, son monstruos. No pueden evitar matar, no pierden la oportunidad de cortar una pierna para alimentarse…

    Si la lista de Ruya iba a continuar, quedó cortada a mitad cuando, en apenas un parpadeo, su espalda se pegó bruscamente contra el tronco de un árbol. Khamlar estaba contra él, agarrándolo de la pechera de la ropa, con sus rostros a escasos centímetros, incluso si un segundo antes estaba a un par de metros de distancia. Ruya sólo podía ver sus ojos brillantes y su ceño fruncido, pero bastaba para entender que no estaba contento.

    No tenéis ni idea, Ruya, de lo equivocado que estáis. No soy un monstruo. No mato por placer, nunca, ni siquiera a aquel jabalí del que hemos comido los últimos dos días. Y para mí comer carne humana es imprescindible. ¿Sabéis por qué? Porque si no lo hago, entonces sí que me trocaré en un monstruo impío, en aquel que asesinó a vuestros amigos, las diosas los tengan en su gloria. No es algo que he elegido y no es algo de lo que me avergüence. No le pediríais vos a un pájaro que no volase igual que no vais a pedirme a mí que deje de comer humanos periódicamente —le soltó entonces y se alejó un par de pasos, alisándose la ropa con la elegancia de un rey —. Si tenéis problemas conmigo, Ruya, soy un hombre razonable con el que se puede dialogar.

    ¡¡No eres un hombre!! —exclamó Ruya, con rabia en los ojos —¡Eres una bestia que habla y se comporta como un hombre! ¡Eres un león entre corderos! ¡Eres un peligro para mí y para Hirale y para cualquiera que se te acerque! ¿Qué harás cuando se te acabe ese trozo de pierna? ¿Matarás a otra persona? ¿Tal vez a Hirale o a mí, o a tu amigo el conejo?

    Khamlar respiró hondo, negándose a caer en esas provocaciones, y puso una mano en el hombro de Ruya con una mirada que había perdido toda su dureza.

    Cuando se dé el caso, encontraremos una solución.

    ¿Encontraremos? —Ruya ladeó la cabeza —¿Nos ordenarás que te demos un par de dedos, quizá? ¿Una oreja? —Empezó a negar, sacudiéndose la mano del kaltrix de encima —No.

    Ruya —habló ahora Hirale, acercándose un paso, aunque se detuvo al ver cómo el militar cogía su hacha —. ¿Qué ocurre? Hemos estado bien todos estos días, ¿por qué de pronto dices odiarle tanto?

    ¡Porque le odio! ¡Mató a mis amigos! ¡Y no sabemos cuánto tardará en matarnos a nosotros también!

    Khamlar entonces pareció entender algo, porque le hizo un gesto tanto al viera como a la muchacha para que se quedasen quietos.

    Ruya, cuando has ido a por el agua… ¿Has comido algo?

    Ah, ¿quieres saber a qué sabrá mi cuerpo? —estaba claramente a la defensiva, pero Khamlar se acercó un paso, intentando no hacer movimientos bruscos.

    No, Ruya. Estoy preocupado por ti. Dime, ¿no has cogido, quizá, unas bayas azules con motas rojas?

    ¿Bayas azules con…? —masculló Hirale, abriendo entonces los ojos y fijándose mejor en Ruya. Sí, su piel estaba algo amarillenta, sus ojos enrojecidos, había empezado a sudar a mares… —Ruya, ¡tienes que vomitar!

    ¡¡Cállate!! ¡¡Callaos todos!! —gritó el soldado, tapándose las orejas con la mano. Vio al kaltrix acercarse un poco más y cogió su hacha, apuntándole con ella —¡Aléjate! ¡Monstruo!

    Lo siguiente pasó muy rápido. Khamlar se acercó un paso más y Ruya cortó el abdomen de Khamlar, quien reaccionó dándole una patada que lo lanzó a un par de metros de distancia. Sobra decir que Ruya perdió la consciencia al momento.

    *****


    No sabría decir qué fue lo que le despertó. Quizá las risas que escuchaba, algo amortiguadas, o los balidos de ovejas. Quizá fuese el hambre o su cuerpo negándose a dormir más. Tal vez una pesadilla atroz. Lo único que sabía era que estaba despierto, con la respiración agitada y el cuerpo adolorido por mil sitios distintos.

    Y en una cama, pero no recordaba haber llegado a ningún pueblo.

    Luchó por abrir los ojos, a lo que ayudó mucho que alguien, amablemente, corriese las cortinas para evitar la entrada de luz. Ese alguien le pareció una muchacha, pero… No, no, era Hirale.

    Le siguió con los ojos hasta la silla donde, al parecer, había estado sentado, y parpadeó un par de veces, alzando las cejas.

    ¿Qué coño ha pasado?

    ¿Cómo te encuentras? —preguntó Hirale, como si no le hubiese oído. Se acercó y le puso una mano en la frente, tomándole la temperatura.

    Como si me hubiese atropellado un bisonte enfurecido —gruñó Ruya, peleándose con su cuerpo y con las sábanas que lo cubrían para poder incorporarse. De nuevo, tuvo que agradecer la ayuda de Hirale. Bueno, no lo hizo, le gruñó a modo de agradecimiento —. Me duele todo y mi boca sabe a mier-

    Vomitaste bastante, sí —suspiró Hirale, interrumpiéndole sin mucho esfuerzo —. Espera un momento, voy a traerte algo de beber.

    Ruya asintió y vio al muchacho levantarse para irse. Aprovechó entonces para estudiar el entorno en el que se encontraba. Era una habitación sobria en una casa de piedra, al parecer bastante sencillita, seguramente de una familia modesta. Olía a oveja y ahora oía los balidos con más claridad. Sí, había un rebaño fuerza, y deducía por las risas y los comentarios que Khamlar estaba allí fuera, hablando con lo que le pareció una mujer por el tono de voz.

    Hirale volvió a entrar y Ruya bebió con ganas, sin importarle que no hubiese nada de alcohol en esa taza. Vio al universitario sentarse otra vez y respiró hondo, secándose la boca con una manga.

    ¿Me vas a decir ya qué ha pasado y dónde estamos o…?

    Claro, perdona —Hirale sonrió un poco —. Comiste al parecer alguna baya venenosa. No son muy comunes, pero sí extremadamente peligrosas. Si Khamlar no se hubiese dado cuenta, ¡ahora estarías muerto! —alzó una mano para interrumpirle al ver que iba a hablar —Parece que en su época era más habitual encontrarse con esas «gotas de muerte». De alguna forma, hacen que la víctima sienta una rabia ciega hasta que el sistema nervioso colapsa y, adiós, muy buenas. Pero Khamlar te…

    ¡Khamlar! —exclamó entonces Ruya, soltando un gemido de dolor al haber hecho un movimiento demasiado brusco —¿Está bien? Creo que… ¿le corté la tripa?

    ¡Ruya! —exclamó el Kaltrix, bajándose el pañuelo del rostro y asomándose por la ventana, lo que hizo que Hirale diese un saltito por la sorpresa. El rey tenía medio cuerpo dentro de la habitación, pero hacía unos segundos estaba lejos, jugando con las ovejas, así que la sorpresa estaba más que justificada —¿Cómo te encuentras, amigo?

    Estoy… bien. ¿Y tú?

    Perfectamente, ¿por qué? —ladeó la cabeza, tocándose luego la tripa —¡Ah, esto! —terminó de entrar en la habitación y se levantó la ropa, mostrando un abdomen blanco como el alabastro, con una musculatura suave, pero marcada y una cicatriz rosácea que iba de lado a lado —Mis heridas se cierran con mucha rapidez.

    Es cierto, fue realmente increíble —dijo Hirale con los ojos haciéndole chiribitas —. Estaba sangrando ¡y en apenas unos segundos ya estaba bien! De hecho, fue él quien te cargó hasta aquí.

    Y… ¿Dónde es «aquí»? —preguntó entonces Ruya, queriendo quitarse la imagen mental del kaltrix llevándole a la espalda junto a varias bolsas pesadas.

    En el poblado que os dije haber visto desde la colina —explicó Khamlar mientras se recolocaba la ropa —. Quedaba media jornada de camino cuando enfermaste.

    Siendo más exactos —intervino Hirale —, estamos a las afueras del pueblo, en una casa de pastores. Nuestra anfitriona nos ha recibido de mil amores y te ha dejado su cama, para que no te quejes de que no te tratamos bien —sonrió la chiquilla, dándole un par de codazos.

    Khamlar volvió a cubrirse la boca y la nariz y se sentó en el alféizar de la ventana.

    Te dejo descansar, Ruya.

    Dicho y hecho, en un suspiro había desaparecido, dejando tras de sí algo parecido a unas volutas de humo que se disolvieron al cabo de un par de segundos. Ruya respiró hondo y volvió a mirar a Hirale.

    ¿No está enfadado conmigo? No recuerdo bien qué ocurrió, pero sí que le grité cosas… feas.

    Entiende que era cosa del veneno —le tranquilizó Hirale —. Realmente es un buen hombre, ¿sabes? Se tomó la molestia de sujetarte la cabeza y hacerte vomitar y luego te llevó a su espalda… Yo te habría dejado tirado —dijo riéndose después, lo que hizo que Ruya no supiese si bromeaba o no. La risa se fue apagando y Hirale se quedó seria unos segundos —. Aunque me preocupa un poco. Parece feliz, ¿sabes? Al ver las ovejas, prácticamente ha corrido como un niño pequeño para tocarlas, abrazarlas y jugar con ellas, y ríe y bromea y habla muchísimo, pero… No sé, no me lo trago. Si tú despertases un día y descubrieses que todo lo que conocías y amabas antes de irte a dormir ha desaparecido y se ha convertido en un tema tabú… ¿Estarías bien?

    Me volvería loco, seguramente —comentó Ruya en voz baja, pasándose una mano por las mejillas. Anotó mentalmente que debía recortarse la barba.

    ¿Crees que le he presionado mucho? Con tanta pregunta personal… Quizá debería centrarme en ayudarle a hacerse al presente y más adelante preguntarle por el pasado.

    Suena bastante razonable.

    *****


    Sahaur, llamada Saha por sus amigos, observaba con una mezcla de ternura y extrañeza cómo ese hombre vestido con ropas de mercenario que claramente no eran suyas, tapado con un sombrero y cubierta su cara con un pañuelo acariciaba el vientre de una oveja que se había estirado sobre su regazo como si se tratase del perro más bonito del mundo.

    Era una imagen curiosa, aunque más curiosa era aún si se le sumaba ese viera que obviamente estaba disconforme con la capa que le habían obligado a ponerse encima, aunque las zanahorias que el del sombrero le había dado lo tenían ocupado en otra cosa.

    Saha estaba contenta con sus ovejas. Eran un buen rebaño, fuerte y sano, con una lana de excelente calidad. Y ahora que estaba ella sola, pues su hermano había decidido dejar ese negocio para mudarse a una ciudad relativamente cercana, tenía que encargarse por su cuenta de cuidar a esas ovejas wooloo, una variedad con una lana particularmente suave y fuerte, muy cotizada en todo el reino.

    Era, además, una lana de color rosado, a excepción de dos vellones que crecían a los lados de su cabeza en un tono gris. Había casos en los que la lana en vez de rosada salía negra, pero eran tan escasos que Saha sólo había tenido ovejas así dos veces en su vida.

    No es que fuese muy mayor, pero a sus treinta y tantos años había visto multitud de ovejas y el 99.9% eran de ese color blanco tirando a rosa.

    Tenía a su favor que eran animales dóciles y obedientes, sobre todo con un buen perro pastor a su servicio, pero algo asustadizos. Por eso, le había sorprendido que no saliesen en desbandada cuando ese mercenario loco, con una espada y una daga en el cinto y un hombre y dos sacos a la espalda corriese hacia ellas con una risa de felicidad. Algo debían haber visto en él que las había tranquilizado.

    Y, honestamente, ella también veía algo en ese hombre. Incluso si no le había visto el rostro en ningún momento, intuía que era muy guapo y algo tenía que la atraía. Quizá por eso le había dejado a él y a su grupo descansar en su casa, a pesar de que jamás habría consentido algo así, muchísimo menos de gente con sus pintas.

    Aunque todavía no entendía qué pintaban el muchachito y el viera en el grupo. Pero bueno, no era asunto suyo.

    Ica parece encantado con tantas atenciones —habló, acercándose finalmente a esa extraña pareja —. Nunca había visto a una oveja siendo acariciada con tanto mimo.

    Mis más sinceras disculpas, señorita, si he hecho algo que la perturbe —dijo el hombre tapado (¿Khamlar, había dicho llamarse?) —. Nunca había visto ovejas con este tamaño y esta lana.

    ¿En serio? ¿No habías oído hablar de la oveja wooloo? —le vio negar con la cabeza y enarcó una ceja, llevándose las manos a las caderas —¡Son las ovejas más cotizadas de los cinco reinos!

    Lo cierto es que podría decirse que soy nuevo por aquí —rio suavemente el hombre, hundiendo los dedos en la lana para acariciar la piel de la oveja, quien parecía estar quedándose dormida.

    Saha sonrió y sacudió la cabeza, haciendo un gesto de despedida antes de entrar para ver si el convaleciente necesitaba algo. En cuanto a Khamlar, siguió acariciando la oveja, aunque ahora alzó el rostro y se giró hacia el viera.

    No puedo garantizarle que su compañero esté en ese castillo —habló en susurros apenas audibles, salvo para un conejo —, incluso si lo encontramos… por lo que Ruya ha comentado, puede que lleguemos tarde. Aunque es preferible una muerte honorable que una vida de humillación —tomó aire y lo suspiró lentamente —. Si recuerda usted algún nombre por casualidad, de un comprador o de un destino, sería de gran ayuda para esta búsqueda. Por ahora, seguiremos hacia el oeste, tal y como vos… usted sugirió. Y rezaré para que las diosas sean benévolas.

    *****


    ¡No puedo creerlo! —bufó Saha con los brazos cruzados sobre el pecho —¡Ica! ¿Qué haces aquí dentro?

    Disculpadme, señorita Sahaur…

    Majestad, ¿dejarás algún día de tratar a la gente con «vos» o qué?

    ¡Es difícil cambiar una ruta tan marcada! —se quejó el kaltrix, negando con la cabeza y mirando a la pastora —Discúlpeme, señorita Sahaur. Ica no se ha despegado de mí en todo el día y me ha roto el corazón la idea de dejarlo al otro lado de la puerta, siendo que parecía con pocas ganas de moverse.

    Es surrealista, la verdad. Pero está bien, lo aceptaré siempre y cuando no siente precedente.

    A Ruya le hizo gracia que esto último se lo dijese directamente a la oveja, señalándola con un dedo como si la regañase. Siguió después con la mirada a la mujer, bajando la vista a su trasero mientras la veía entrar en la cocina.

    Se giró al recibir un codazo, viendo la cara pilla de Hirale.

    ¿Qué? —soltó en un tono algo borde.

    ¿Acaso te gusta Saha?

    ¿Gustarme? Si te refieres a si le echaría un polvo o dos, pues claro. Pero ella no deja de hacerle ojitos a su majestad, sobre todo ahora que se ha dejado su carita bonita al aire.

    Tú también le haces ojitos a Khamlar a veces —se rio Hirale, haciendo que el rubio sonriese mientras acariciaba a la mimosa oveja mientras el mercenario se enrojecía.

    Eso no es verdad. No inventes, Hirale. Aunque, hablando de follar… El rey de R’Lash lleva sin mojar el churro tres milenios, ¿no?

    ¿Mojar el qué?

    Ruya, ¿tienes que ser siempre tan soez? —Hirale arrugó la nariz, a lo que Ruya sonrió de lado.

    Sólo digo que igual le vendría bien echar una cana al aire. Y esa pastora parece bastante dispuesta.

    No voy a mantener relaciones sexuales con ella, si es eso de lo que va la conversación.

    ¿Por qué no? Es guapa, tiene un buen culo y obviamente le gustas.

    Khamlar, con el semblante algo más serio, negó con la cabeza. Hirale, con mejor lectura del ambiente que Ruya, le dio otro codazo para llamar la atención del mercenario y le hizo un gesto para que dejase el tema por la paz.

    ¡Ah! —murmuró de pronto Khamlar, buscando entre los bolsillos de su ropa. Al dar con lo que quería, lo sacó, demostrando ser un matojo de hierbas delgadas y espigadas que acercó al viera —Antes las he visto, al lado del cerco. He pensado que a lo mejor le gustarían. Si es así, hágamelo saber y le mostraré dónde crecen para que pueda servirse usted mismo.

    Eres raro de cojones, majestad… —Ruya se puso en pie y se acercó a la cocina —Saha, deja que te ayude a cargar esto.

    Muchas gracias, Ruya —sonrió Saha, tendiéndole una bandeja con un pastel de patatas y verduras.

    *****


    Por el amor de Dios… ¡Khamlar! ¿Quieres soltar esa dichosa oveja un puto momento?

    El aludido miró a Ruya con la cara de un niño al que han pillado metiendo la mano en el bote de las galletas, pero lentamente dejó a la oveja en el suelo, recibiendo de Hirale un par de palmaditas en el brazo.

    No entiendo cómo Saha ha podido dejar que te llevases al dichoso wooloo.

    Ica quería venirse con nosotros —afirmó Khamlar. Era cierto, la oveja les había estado siguiendo y al chocharse con la valla había soltado interminables balidos hasta recuperar la atención del Kaltrix —. La señorita Sahaur me ha entregado a Ica como obsequio y como misión: debo procurar su felicidad y eso haré.

    Vamos, que te has echado una mascota de lo más rara.

    Puede ser —reconoció Khamlar, retomando la marcha —. Pero echo de menos a Ka-lab, mi preciosa tigresa roja —suspiró —. También me gustaría poder volver a las cuadras y acariciar las plumas de Valo, mi grifo de guerra.

    Tigres rojos, grifos… ¡Esto es increíble!

    Khamlar miró a Hirale con extrañeza.

    ¿Por qué iba a ser increíble? Son animales de lo más comunes.

    No sé cómo decirte esto, Khamlar, pero…

    Están extintos, majestad —soltó Ruya, con mucho menos tacto que la muchacha —. Los tigres rojos, los grifos, los unicornios, los dragones… Y más de esos animales de bestiario.

    Se tuvo que girar hacia Khamlar al no recibir respuesta alguna, encontrándoselo con una expresión triste y meditabunda. Se arrepintió de haber sido tan brusco, pero tampoco podía disculparse o echar atrás el tiempo. No hizo falta, Khamlar se esforzó por sonreír un poco, aunque con menos fuerza de la normal.

    Vaya. Esperaba que pasar la noche en compañía de Saha te suavizase el humor.

    Eh. ¿Cómo sabes tú…? —Ruya se masajeó el ceño —¿Es que acaso no duermes?

    Khamlar sonrió y adoptó un ritmo más rápido, adelantándose a Ruya con Ica siguiéndole en graciosos saltitos justo detrás.


    SPOILER (click to view)
    Me hace muchísima gracia la idea de que Khamlar sea como un abuelete que no entiende las expresiones "de los jóvenes" xd y que habla un tanto rimbombante. También le cuesta decidirse entre "vos", "usted" y "tú", pero el chico se está esforzando y va mejorando poco a poco (?

    En otro orden de cosas, he pensado que sería bonito que Khamlar, que no sólo no es humano, sino que viene de una época ancestral, se encuentre en mayor sintonía con la naturaleza. No como un viera, pero sí que entiende y respeta mejor las señas naturales, las estrellas, los árboles, la tierra, el agua. No sé si me explico. Eso le permite, entre otras cosas, tener una buena relación con los animales. Un kaltrix atrae a los humanoides (o a casi todos), pero los animales irracionales no tiene por qué verlo como una amenaza, no mientras tenga dientes normales xd Creo, vaya. Es todo negociable xD

    Bueno, y más, por privado ~
  8. .
    Desde siempre, Mary Su había respetado la privacidad de su pequeño Wally.

    Un buen día, hacía ya muchos años, Billy había llegado a la casa con un niño pequeño de la mano y le había dicho a su hermana, simplemente, que la madre del crío había muerto y que ellos se harían cargo del chaval. En vez de indagar, Mary Su había asentido y había optado por creer que ese niño era de Billy. No sería tan extraño, puesto que no solía preguntarle qué hacía exactamente cuando no la estaba visitando. Bien podría tener una familia entera, ranchos con vacas y vivir en la más pura honradez. Aunque la mujer sabía que eso su hermano era, en realidad, un forajido.

    Volviendo a Wally, había sido siempre un niño muy callado y discreto, más serio que el resto de niños del pueblo, extremadamente introvertido. Mary Su supuso, porque sólo podía hacer conjeturas, que o era así desde siempre o había vivido algo horrible que le había quitado la infancia antes de llegar siquiera a las dos cifras en su edad. La muerte de su madre, quizá.

    Pero no preguntó cómo había ocurrido. Nunca le preguntó, ni a Billy ni a Wally, quién era la madre, dónde vivía o dónde estaba enterrada. Había preferido coger el relevo y buscar ser una figura materna para un niño desamparado. No una madre, bien sabía ella que una madre es irremplazable, pero sí una mujer cariñosa, dulce y, sobre todo, disponible.

    El primer año fue el más duro. Veía cada día a ese niño sin tener ni la más remota idea de qué le pasaba por la cabeza. No hablaba, no jugaba, no salía a pasear ni a correr ni a tirarles piedras a los pájaros. No hacía nada de lo que hace un niño normal. De hecho, Mary Su llegó a pensar que el pobre niño podía tener algún problema de desarrollo. Cuando le habló por primera vez, varios meses después de un mutismo absoluto, y habló con una corrección notable para su edad, Mary Su soltó todo el aire de sus pulmones, como si no hubiese respirado desde que le tenía en casa.

    Aprender cómo acercarse a él fue muy complejo, pero la tarea al final le había resultado muy grata. En realidad, agradecía el haber podido hacerlo de esa forma, tanteando, descubriendo con la ilusión más pura que algo le había gustado o, que por el contrario, no le había causado reacciones positivas, tanteando y probando, haciéndose día a día, poquito a poquito, una mejor idea de quién era exactamente Wallace Wilson Wright.

    Pero siempre respetando su privacidad. Nunca lo atosigó a preguntas, nunca entró en su dormitorio sin avisar, nunca revisó sus pertenencias ni se entrometió en los pequeños santuarios que el joven se iba construyendo —ese armario bajo las escaleras, un tablón suelto del primer piso en el que Wilson había guardado piedras preciosas que le daba Billy, el sillón que había hecho suyo—.

    La única excepción a esta norma se encontraba en los días o, peor aún, las noches de tormenta. Cuando el cielo se cubría de nubes negras y los rayos y los truenos castigaban la tierra, Mary Su entraba en el dormitorio de Wilson y, sin decir nada, se metía en su armario, donde sabía que encontraría al muchacho, para abrazarlo contra su pecho y arrullarlo con nanas hasta que conseguía calmarle lo suficiente para que se durmiese.

    Huelga decir que esos momentos, si bien escasos, habían hecho que su relación se estrechase muchísimo.

    Mary Su, discreta como era, tampoco le había preguntado nunca sobre amoríos. Consideraba que, si Wally quería hablar de ello, se lo diría directamente. Aunque, la verdad, nunca le había dicho ni una palabra, y Mary Su no sabía si se debía a que no quería decírselo o a que no había nada que decir. Claro que esa pequeña duda no iba a cambiar su modus operandi, ni hablar.

    Mary Su había cuidado de Wilson durante más de veinte años. Cierto era que durante más de la mitad de este tiempo, Wally había estado yendo y viniendo en cada vez más largos viajes, enviándole dinero ocasionalmente y yéndola a visitar con relativa frecuencia. Pero, al fin y al cabo, lo había acunado durante el final de su infancia y toda su adolescencia, y lo había visto convertirse en un hombre adulto al que consideraba responsable, culto y totalmente preparado para enfrentarse a los devenires de la vida.

    Ella no había podido tener hijos, su marido había muerto en la guerra y nunca se había vuelto a casar. Sí que había tenido alguna relación intermitente, pero también habían sido yermas. Y Wally había ocupado ese hueco que sentía en su vida, convirtiéndose en su hijo, incluso si ella nunca se había convertido en su madre.

    Todo esto hacía que la situación fuese excepcional, y es que tras ver a Brian Joyce salir corriendo con el brazo manchado de sangre, decidió romper esa discreción que había mantenido durante años e irrumpir en el dormitorio de Wilson sin llamar a la puerta, a riesgo de que la echase de allí. Y corrió hacia él al verlo sentado en su cama, desmoronado y llorando, para abrazarlo con fuerza contra su pecho. Esto pareció desatar todavía más las emociones de Wilson, pues prácticamente gritó sus sollozos mientras rodeaba con manos temblorosas la cintura de Mary Su.

    Wally no había sido nunca un chico que llorase mucho. De hecho, Mary Su jamás le había oído llorar de esa forma. Le había limpiado lágrimas alguna vez que se había caído al suelo, también cuando había tormentas o esa vez que se quemó la mano, pero jamás le había oído sollozar de esa manera.

    Y era total y absolutamente desgarrador. La llenaba de una sensación de impotencia, pues nunca se había enfrentado a un escenario así, no sabía cómo reconfortarle.

    De pie frente a él acarició su pelo y lo meció suavemente, chistándole en voz baja y dulce en un intento de calmar los ánimos, aunque fuese un poco. Cuando pareció conseguirlo, se separó de Wilson y le tomó la cara con las manos, viéndole con los ojos rojos e hinchados, la nariz enrojecida y el rostro con el color subido por el esfuerzo. Le besó la frente y le secó las mejillas con los pulgares, sentándose después a su lado, rodeándole la espalda con un brazo para que se apoyase en ella.

    Se fijó entonces en el objeto que tenía Wilson sobre el regazo, un sombrero que no tardó en reconocer como el que llevaba Joyce antes de irse. Y no era lo único nuevo que había en esa habitación. Un extraño muñeco —¿creía reconocer plumas de gallina?—, un bastón, un libro y un par de papeles completaban esa serie de objetos que había esparcidos por la cama, como si Wilson los hubiese tirado sin cuidado antes de romper a llorar.

    ¿Qué tienes con Brian? —preguntó sin tapujos la mujer, todavía acariciando un brazo de Wilson. Al ver que no recibía respuesta alguna, respiró hondo y besó la cabeza de su hijo adoptivo —Está clarísimo que sientes algo muy fuerte por él. Sólo el hecho de que no pudieses quitarle los ojos de encima… A ver, que no te culpo, es guapísimo, pero vamos, me imagino que tú no te guiarás por algo así, ¿no? —se inclinó un poco, buscando su cara, y le acarició una mejilla con la mano libre —Venga, cuéntame qué ha ocurrido.

    Wilson tardó un poco en decidirse a hablar. En parte se debía, precisamente, a que Mary Su jamás le había preguntado sobre su vida privada, muchísimo menos de una forma tan directa. En parte, a que no sabía bien por dónde empezar.

    Cuando consiguió organizarse, se lo contó todo. Cómo había conocido a la banda, cómo había sido su prisionero y cómo lo habían dejado en Caborca para que se recuperase de su herida. Cómo se habían reencontrado en Tucson casi de milagro, cómo había herido a Joyce por primera vez, cómo lo había recuperado, uniéndose a la banda. Le habló de los días y las noches, de las peleas y las risas, de Tombstone y sus curiosos habitantes, de los niños, de los Symon, más tarde de Susan Burbow y, finalmente, de Jeremy y de cómo lo había arruinado todo. De cómo había peleado con Zynn y con Murdoc y de las palabras que éstos le habían escupido.

    Mary Su quizá se sintió horrorizada en algunos momentos, en otros como la mano de la angustia le apretase el pecho y en otros un alivio inmenso al saber que su Wally había encontrado amigos. Fue un monólogo largo e intenso y, cuando Wilson terminó de hablar, la mujer respiró hondo y se pasó una mano por la cara.

    No sabía que te gustasen los hombres —fue lo primero que pudo decir, y fue tan inesperado que consiguió que Wilson soltase una pequeña risa, dándole un suave golpe a su tía en el muslo —. Ahora en serio, Wally. Ve tras él.

    ¿Tras él? ¿Para qué? —suspiró Wilson, mirando el sombrero mientras acariciaba la cinta.

    Porque está claro que te gusta —Mary Su le tomó una mano, haciéndole así mirarla a los ojos —. Te gusta de verdad. Incluso me atrevería a decir que te estás enamorando de él.

    No digas tonterías —gruñó Wilson con tristeza, apartando la mirada —. Es… Es un hombre estúpido, irresponsable, ruidoso, sucio, con la mala costumbre de salir corriendo en cualquier dirección sin aviso previo sólo porque algo le ha llamado la atención, putero y asesino, infantil, crédulo, manipulable… Y podría seguir.

    Entonces, ¿por qué lloras? —dijo Mary Su en voz maternal, volviendo a acariciarle una mejilla a su ya-no-tan-pequeño-Wally —¿Por qué acaricias así su sombrero y por qué has hecho tantas cosas por él?

    No lo sé —susurró el inglés, negando con la cabeza con frustración —. Es que él… Él es… Tan atrayente. No lo entiendo. Cuando estoy cerca de él, tira de mí con tanta fuerza que… pierdo el norte. Me mira y me sonríe, o me revuelve el pelo o me llama con ese tono atontado suyo y mi cabeza deja de funcionar, olvido todo y sólo puedo pensar en las ganas que tengo de…

    Mary Su esperó un par de segundos antes de romper el silencio dubitativo del hombre.

    ¿Ganas de qué, Wally?

    De abrazarle —soltó Wilson al final, cerrando los ojos —. De hacerle sonreír más y de que vuelva a decir mi nombre.

    No sé tú, pero a mí eso me suena a amor.

    ¿Y qué hago? —le tembló la voz al decir esto —¿Qué demonios hago con esto? ¿Cómo lo combato?

    Oh, mi amor —Mary Su suspiró mientras volvía a abrazar a Wilson, dejándole humedecer su ropa con nuevas lágrimas —. El amor no se combate. Se acepta, se acoge, se cuida y se mima. Combates por amor, no contra el amor.

    Odio esto —sollozó Wilson —. Yo no quería nada de esto.

    Si fuese algo que escogemos, no diríamos eso de que el amor es ciego, ¿no crees? —le besó la frente —Serénate, cariño. Voy a prepararte algo para el viaje, ¿hmn?

    El viaje…

    Sí. Vas a ir a por Joyce y le vas a decir lo que sientes. No dejaré volver a entrar en casa si no lo haces, ¿ha quedado claro?

    Con una sonrisa y un par de nuevos besos, Mary Su se puso en pie y salió del dormitorio de Wilson, sintiendo que, de pronto, lo conocía muchísimo más.

    *****


    Estaba seguro de que podía hacerlo. Su mente, tendente siempre a la racionalidad, había podido controlar sus emociones durante el viaje. Había preparado un discurso, había pensado en distintos escenarios hipotéticos, tenía sus acciones calculadas al milímetro, e incluso había predicho las acciones y palabras que Joyce seguramente optaría por usar.

    Y, con todo, al subir las escaleras hacia la habitación donde Frank le había indicado que estaba el forajido, su corazón no había hecho más que acelerarse, bombeando además con mayor fuerza hasta ser incluso doloroso.

    Huelga decir que, cuando vio la cara de Joyce, olvidó por completo todo lo que había preparado tan cuidadosamente durante el trayecto.

    En silencio, terminó por dejar su maletín y su bastón a un lado, acercarse al herido y, con cuidado, le ayudó a ponerse la camisa, abotonándosela sin mirarle directamente el rostro. Terminó en el primer botón de la camisa —tenía la extraña costumbre de abotonar el segundo, luego ir hasta abajo y, por último, volver al primero, incluso cuando se trataba de la ropa de otra persona— y acarició suavemente el cuello y el mentón de Joyce, atreviéndose, por fin, a alzar la vista a los ojos de Joyce.

    Parecía sorprendido de verle allí, parecía también preocupado y triste y un montón de cosas que, en fin, estaban haciendo que Wilson se sintiese incluso peor a como se sentía antes de entrar en la habitación.

    Tragó saliva y, con las manos algo temblorosas, le siguió acariciando la mandíbula, acercándose un poco más a su cuerpo, de forma que había apenas un palmo entre sus pechos… y no mucho más entre sus labios.

    Creo que soy yo quien está perdiendo la cabeza —musitó, sintiendo su boca algo seca —. Joyce, yo…

    Se mordió el labio inferior, intentando encontrar en su aturdida cabeza esas palabras que había pensado decirle. No las encontraba, así que decidió improvisar. Tomó una mano de Joyce, la misma que pocas horas antes le había rozado la piel, y le hizo apoyarla en su propia mejilla, como pidiéndole que le acariciase.

    Rozó los dedos del forajido, mirándole a la cara y sintiéndose derretirse lentamente. Agachó la mirada, intentando hallar valor en el cuello de la camisa de Joyce, y después respiró hondo y volvió a mirarle a la cara.

    No sé si vas a entender esto, pero iba a acostarme con Jeremy porque no podía dejar de pensar en ti —cerró los ojos un par de segundos y luego apretó suavemente la mano de Joyce —. Jeremy no me gusta, no como tú piensas. Es… Es contigo con quien quiero vivir aventuras, Joyce. Brian —frunció un poco el ceño y le acarició suavemente la oreja con un pulgar —. Brian Joyce. Me… Me… —se trabó y empezó a tartamudear.

    Cerró la boca y le miró, deseando con toda su alma que su expresión fuese suficiente para mostrar lo que su lengua se negaba a decir, mientras sus manos rodeaban la cintura del otro hombre.

    Vio la cara de Joyce cambiar, sintió cómo le correspondía el abrazo con fuerza y, de pronto, estaba con la espalda en el colchón, siendo estrujado contra el cuerpo de Joyce. Sintió cómo se le agotaba el aire de los pulmones y cómo sus costillas, todavía algo afectadas por esa paliza que le habían dado Zynn y Murdoc ya tantas semanas atrás, se resentían bajo la fuerza de los brazos del pistolero, pero se vio incapaz de hacer o decir nada para evitarlo, no al verle tan feliz.

    Tuvo suficiente fuerza como para levantar la cara, acariciando el rostro de Joyce con la nariz y tanteando, con los ojos cerrados, hasta alcanzar su boca con los labios. Le besó, entonces, de una forma que pretendía ser suave, pero que el impulso del otro convirtió en algo más acelerado y apasionado.

    Cuando se separaron, alzó la cabeza mientras sentía la de Joyce hundirse en su cuello con una risa y sonrió, acariciándole el pelo y la espalda. Y, la verdad, quiso quedarse así por el resto del día, pero entonces notó cómo la fuerza del abrazo flaqueaba en una de las manos de Joyce y recordó que estaba herido.

    Todavía abrazándole, le hizo girar, quedando sobre él en la cama. Le besó la nariz y se apartó, sentándose a su lado en la cama y poniéndole una mano en el pecho para que se quedase quieto.

    Debes descansar —le dijo, carraspeando con cierta sorpresa al oír su propia voz algo agitada —. Tienes una herida de bala recién curada y… Mira, está sangrando —suspiró, desabotonándole la camisa para quitársela antes de que se empapase en sangre.

    Dejó la prenda en el suelo y le ayudó a incorporarse para quitarle la venda del brazo, deteniendo la hemorragia con un pañuelo que sacó del bolsillo de su chaqueta. Bajo la atenta mirada de Joyce —e intentando no ponerse nervioso, porque su improvisado paciente le miraba a la cara, no las manos—, limpió otra vez la herida y, a falta de un nuevo vendaje, colocó su pañuelo y lo envolvió con las vendas manchadas.

    Cuando terminó el nudo, se encontró de nuevo con su boca ocupada por la boca de Joyce, e incapaz de apartarlo, le puso una mano en la mejilla y otra en el cuello. Se sentía muy extraño, como si estuviese en un sueño. No acababa de creérselo. ¿De verdad se estaban besando? ¿Estaba besando a ese hombre que le había disparado en una pierna, ese hombre que siempre le hacía sentir tan extraño consigo mismo?

    Lo peor era que quería más. Quería que aquellos besos no acabasen nunca, quería que Joyce tocase todo su cuerpo y entrase en él, que no lo soltase, y aquello le provocó miedo. Porque nunca había sentido nada así por nadie y no sabía bien qué hacer al respecto.

    Consiguió suficiente fuerza de voluntad como para separarse de Joyce con la respiración jadeante, sorprendiéndose al ver que habían terminado otra vez tumbados, esta vez Joyce abajo. Sonrió un poco y negó con la cabeza.

    Joyce, en serio —le dijo, intentando usar un tono suave, pero algo autoritario. No sabía bien si lo había logrado —. Descansa un rato, por favor. Me quedaré contigo, te lo prometo —añadió, sintiendo su corazón derretirse al ver la sonrisa del forajido.

    *****


    Zynn abrió la puerta despacio, jugando con sus manos con una daga, dándole vueltas. La sujetó con firmeza cuando pudo ver la habitación al completo, tensando la mandíbula y clavando sus ojos en Wilson. Había visto a Frank abajo y ya le había advertido de lo que encontraría en la habitación, pero en el fondo esperaba que ese inglés no hubiese sido tan estúpido como para quedarse.

    Sin embargo, ahí estaba, recostado en la cama, leyendo un libro que identificó como el de Susan, mientras acariciaba la cabeza de un medio dormido Joyce, quien había abrazado a Wilson, apoyando la cabeza en su vientre. La escena resultaría enternecedora si no se tratase de Wilson, claro.

    ¿Podemos hablar fuera? —le pidió en voz baja, para no molestar a Joyce, pero en un tono de voz frío y cortante.

    Wilson, con el rostro serio, asintió y puso la cinta en la página en cuestión, cerrando el libro para dejarlo sobre la mesilla de noche. Con cuidado, se liberó del abrazo de Joyce y se estiró la ropa. Zynn pudo oír cómo Joyce llamaba a Wilson y el aludido también debía haberlo oído, porque con una sonrisa tierna se inclinó para besar la sien de Joyce.

    Ahora vengo —le susurró, saliendo entonces del dormitorio con Zynn.

    El inglés pudo esquivar el puñetazo, aunque por muy poco, mirando al ucraniano sacudir la mano entre maldiciones en su idioma original, pues su mano no había dado a Wilson, pero sí había acertado de lleno en la pared. Y cuando Zynn se giró a mirarle, Wilson alzó las manos en petición de paz.

    ¿Qué coño haces aquí? —le siseó Zynn —Te dije que te mataría si volvía a verte.

    Él vino a buscarme, Zynn, yo…

    ¿No le has hecho suficiente daño?

    Wilson apretó los labios y se giró hacia el dormitorio, sonriendo después con cierta tristeza mientras volvía los ojos a Zynn.

    Nunca he querido hacerle daño. Y… Escúchame —pidió con voz serena, acercándose a él para tomar su mano, sacándose su último pañuelo de la chaqueta para envolverle los nudillos, pese al gruñido animalesco que le dirigió el otro, aunque Zynn se dejó hacer, tenso, como un animal dispuesto a atacar —. Me descubrí sintiendo cosas que no había sentido nunca y me asusté. Fui un cobarde y un cabrón y durante este último mes sólo he pensado en ello —decía en voz baja, tratándole la mano con mucha suavidad —. Cuando Joyce apareció en mi camino y me dijo que quería que fuese con él, yo… pensé que era una oportunidad para arreglarlo todo. Porque —respiró hondo, acariciando los dedos de Zynn —quiero… quiero formar parte de la banda. Quiero estar… con él. Intentar hacerle feliz. Y, bajo ningún concepto, volver a hacerle daño como se lo he hecho. Y hay cosas que aún no entiendo, que no sé cómo manejar, pero espero poder lograrlo, con tiempo —le miró entonces a los ojos —. ¿Me dejarás intentarlo? ¿Por favor?

    Zynn le sostuvo la mirada durante tres segundos que a Wilson se le hicieron eternos, soltándose luego de su agarre con cierta brusquedad.

    No sé si apreciar tu valor por atreverte a venir aquí pese a todo o si reírme de tu estupidez. Pero pareces sincero —miró la puerta entreabierta y de nuevo al inglés, alzando la barbilla, todavía con el ceño fruncido y ojos fieros —. No habrá más oportunidades. ¿Me entiendes?

    Gracias.

    Zynn gruñó y se fue a la habitación para relevar a Wilson, quien entendiendo el mensaje a la primera optó por bajar a la cantina, donde Frank estaba hablando agradablemente con Jeremy. La conversación se cortó cuando le vieron, pero Wilson igualmente se acercó a la mesa.

    Wilson —saludó Jeremy sin mirarle directamente —. No pensaba que volvería a verte.

    Sí, yo también lo dudaba —carraspeó, poniendo las manos en el respaldo de una silla libre —. ¿Puedo sentarme con vosotros?

    No sé si es…

    ¡Por favor! —le invitó Frank, haciéndole un gesto efusivo —Has estado mucho rato a solas con Brai, así que deduzco que la cosa ha ido bien —canturreó con un guiño cómplice.

    Creo que sí, pero si estás pensando en sexo, te aseguro que no —dijo Wilson mientras tomaba asiento, haciendo que Frank torciese el gesto con cierto fastidio. Miró entonces a Jeremy, quien seguía rehuyéndole —. ¿Podríamos hablar un momento, por favor? —volvió a mirar a Frank —A solas, quizá.

    Me da a mí que no —rio Frank —. Y si os vais, tened por seguro que os seguiré.

    No seas cotilla… —suspiró Jeremy.

    Tarde, querido. Muy tarde. Venga, Wilson, empieza tu discurso.

    El interpelado arrugó un poco la nariz, rodó los ojos y resopló, pasando a mirar a Jeremy.

    Nunca voy a poder compensarte por la metida de pata que hice, pero quiero que sepas que… Te considero mi primer amigo real. Y me duele haber echado eso a perder. Me duele pensar que quisieses abandonar la banda por mi culpa. Pero he venido, espero que para quedarme, y… me gustaría que volviésemos a empezar. ¿Qué me dices?

    Jeremy, por fin, alzó la mirada a Wilson. Tenía los ojos brillantes, como si estuviese a punto de llorar. Se frotó los párpados por debajo de las gafas y luego se puso en pie. Cuando Wilson correspondió, Jeremy le dio un abrazo, corto, pero efusivo, volviendo a sentarse después.

    ¿Qué has estado haciendo estos días? —le preguntó con una sonrisa algo temblorosa, intentando usar el tono despreocupado con el que hablaban siempre.

    Wilson sonrió y retomó el asiento.

    Nada interesante. Algunas ventas por aquí, algún robo por allá…

    *****


    Apoyado en la pared, se frotó las costillas con un gesto de dolor. Los Symon lo habían arrollado con una fuerza inhumana nada más verle, gritándole al oído y apretándole en un abrazo tal que había sentido que sus costillas volverían a romperse.

    Durante veinte minutos le habían estado hablando —a gritos, por supuesto—, sobre cosas que habían aprendido en ese tiempo, como cuántos dientes tiene un hombre —diciendo, además, que sin las clases de Wilson nunca habrían podido contar todos los dientes que iban arrancando de la boca de ese pobre hombre— y que las mujeres tenían la misma cantidad, a juzgar por un experimento que habían hecho.

    Le hablaron, también, del gato parlante, que no lo habían encontrado aún, pero que sentían que estaba cerca. Quizá ahora que Wilson iba a viajar con ellos de nuevo tuviesen más suerte. Luego habían cambiado su foco de atención a Frank, acercándose a voces a él.

    Los recibimientos de Murdoc y Susan no fueron tan emotivos. La mujer le dio tal bofetón que Wilson llegó a girar la cara por la fuerza y hasta se le escapó una pequeña lagrimita.

    Estúpido el hombre que rompe un tesoro al no entender su valor —le había escupido antes de entrar en la cantina para ir a ver cómo estaba Joyce.

    En cuanto a Murdoc, bueno, en realidad Murdoc salía del edificio. Había hablado ya con Zynn, así que simplemente gruñó a Wilson antes de irse a hacer recados. Al menos no le había golpeado, cosa que Wilson, por motivos obvios, agradeció enormemente.

    Y ahora allí estaba, a solas con sus pensamientos. Y, la verdad, no hay nada más peligroso que eso para un hombre como Wilson.

    Sus pensamientos versaban en el futuro. No se había llegado a plantear nunca que, al aceptar los sentimientos de Joyce, entraría en una relación. Wilson nunca había tenido una relación. Había tenido… compañeros de cama, pero nunca una relación. Nadie a quien quisiese ver todos los días a su lado. Y que Joyce hubiese cambiado eso le asustaba.

    Además, no era sólo una relación normal, sino que tenía toda la presión de la banda. Si hería a Joyce, si rompían, había al menos tres personas dispuestas a matarlo a golpes, y bien sabía que lo harían de la forma más cruel y dolorosa posible, dejándolo agonizar durante días, seguramente.

    La verdad es que le daba miedo. Le aterraba enormemente tener que enfrentarse ya no sólo a lo desconocido, sino a toda la tensión, a Zynn y Murdoc, que no le iban a poner las cosas fáciles, a Susan, que estaba enamorada de Joyce y tendría que verle con otra persona, a Jeremy, cuya relación aún estaba enrarecida. Y a Rita, que ya le había intentado picar los pies un par de veces y Wilson estaba seguro de que la dichosa gallina era totalmente consciente de lo que hacía.

    Tendría que hacer un esfuerzo enorme para mantener tantas pelotas en el aire, pero los malabares se le daban bien. Lo que más le preocupaba era la parte de sus propios sentimientos. Durante años, los había guardado en una cajita diminuta, y ahora, de pronto, sentía que esa cajita se había abierto y que un montón de emociones revoloteaban por su pecho, hambrientas y deseando hacerse con el control durante un rato, y eso era algo que, por su propia integridad física, no podía permitir.

    Sólo necesitaba un plan de acción. Sí, eso era. Podría volver a dominar todo aquello. El truco estaba en el día a día. Y si había podido hacerlo de niño, ¿cómo no iba a hacerlo ahora, siendo un adulto ya crecidito? Claro que empezaba a creer que el corazón había crecido a la vez que su cuerpo, haciéndose más grande y fuerte.

    En todo esto y en alguna cosa más estaba pensando cuando ante sus ojos, que estaban en el suelo, aparecieron dos pares de zapatos que identificó antes de reconocer la voz que le llamó.

    Adam —dijo uno de los hombres con una sonrisa deslumbrante. Era alto, de espalda ancha, mediana edad, guapote, tapado con un sombrero de ala corta. Su compañero tampoco era bajito, aunque sí más delgado —. No esperábamos encontrarnos contigo en este pueblo de mala muerte.

    Aunque es una suerte —añadió el otro, apoyándose en la pared, justo al lado de Wilson, más cerca de lo que al inglés le habría gustado —. Justo estábamos hablando de lo bien que lo pasamos contigo.

    Y ya que estamos aquí… ¿Por qué no repetimos?

    La verdad es que…

    El dinero no será un problema —le interrumpió el más bajito, acariciándole la mejilla con suavidad.

    Wilson chasqueó la lengua y se apartó tanto de los hombres como de la pared.

    No estoy interesado, pero gracias por pensar en mí —dijo en un tono de fría cortesía, empezando a caminar.

    Los hombres intercambiaron una mirada de desaprobación y empezaron a seguirle.

    ¡Espera, Adam! ¡Ni siquiera tendrás que poner la habitación esta vez! —intentó regatear el más alto.

    Hemos alquilado para un par de noches. Venga, será divertido… —quiso convencerle el otro, tomándole la muñeca. Wilson se soltó.

    Rehúso, pero gracias —vio entonces una figura conocida y se acercó con cierta esperanza —. ¡Murdoc! ¿Puedo ayudarte con estas cajas?

    Murdoc le miró, miró entonces a los dos hombres que le seguían y que parecían dudar si acercarse más o no, y después esbozó una sonrisa en la que Wilson pudo ver ya no malicia, sino crueldad.

    Tranquilo, puedo con esto. Vete con tus amigos.

    ¿Murdoc? —susurró Wilson con el rostro demudado —¿Seguro que no hay nada que…?

    No, en lo absoluto. Hasta luego.

    Y con estas, se dio media vuelta y se fue, aunque aún se giró una vez más para mirar, pudiendo ver como entre los dos agarraban a Wilson y lo arrastraban, no había otra palabra, hacia una posada de mala muerte, muy cerca del burdel.

    «Seguro que se lo merece, por gilipollas» pensó antes de volver a sus quehaceres.

    *****


    Wilson tosió y vomitó lo que tenía en la boca, que no era desde luego agua, sino un líquido más espese y blanquecino, mezclado con algo de sangre de una herida que tenía en la boca. Le agarraron del pelo, un tirón que le hizo apretar los ojos unos segundos, antes de sentir dos dedos limpiando sus labios y barbilla.

    Buen chico, aunque habría preferido que te lo tragases todo —le susurró el hombre.

    Quizá si no se la hubieses metido tan bruscamente… —suspiró el otro.

    Las putas deberían estar acostumbradas a estas cosas. Venga, quítale los pantalones, me he cansado ya de este juego.

    Wilson no tuvo más remedio que dejarse hacer, sintiendo cómo el más alto le arrancaba los pantalones desde atrás, cogiéndolo luego por las caderas. Con ayuda del otro, Wilson terminó enderezado, la espalda apoyada en el pecho de uno mientras el otro le abría las piernas.

    Sabía lo que venía ahora. De hecho, le sorprendía que hubiese tardado tanto en ocurrir, viendo cómo les había gustado la experiencia la última vez. Estaba bien. Una doble penetración forzosa no era lo peor del mundo. El dolor era algo mental. Sí, sólo mental. Aunque eso no evitó que se le empezasen a escapar lágrimas al sentir los cuerpos de los dos hombres pegándose a él, posicionándose.

    Cerró los ojos, pero en vez de sentir el dolor, escuchó dos disparos y sintió mancharse y caer. Con las manos atadas a la espalda, había poco que pudiese hacer para girarse, aunque no necesitó hacerlo para saber quién había sido su rescatador, no cuando escuchó la voz de Joyce llamarle y sintió sus dedos soltar la atadura.

    Se apoyó en el colchón y se giró para, rápidamente, abrazarle, con todas sus fuerzas, o con las que tenía en esos momentos. Aquellos dos le habían golpeado varias veces para «domarle», y claro, al ver que tenía molestias en las costillas, no les había costado mucho saber a dónde dirigir buena parte de los golpes.

    Estoy bien —susurró Wilson, aunque el temblor en su voz y en su cuerpo le quitaba credibilidad.

    Se separó de Joyce para mirar los dos cadáveres, cada uno con un agujero de bala en la cabeza, y no pudo evitar soltar una risa, lo que le obligó a sujetarse el costillar. Pero siguió riendo, pese a la extrañeza de Joyce, y luego los señaló, sin dejar de reírse.

    Míralos. Míralos, qué ridículos. Con los pantalones bajados y esas estúpidas expresiones. ¿Cómo podían dar miedo, si no son más que… un par de fantoches? —sacudió la cabeza y se limpió un poco la cara con la sábana, volviendo a abrazarse después a Joyce —Gracias —le susurró, sin atreverse a besarle ni la mejilla, no tal y como estaba.

    Se apartó por segunda vez y, aún con las piernas algo temblequeantes, se puso en pie. Aceptó la ayuda de Joyce para mantenerse recto y luego carraspeó, sintiéndose algo cohibido al ver cómo el forajido le miraba algunas cicatrices bastante notorias y viejas que tenía en el cuerpo. Cubrían parte de su lado derecho, eran marcas de fricción. Prefirió no comentar nada al respecto y sólo buscó agua para enjuagarse la boca y limpiarse la cara y el cuerpo.

    Si tenía prisa, no lo demostró. Quizá era porque no podía ir más rápido. Se vistió a su ritmo, adoptando la postura elegante de siempre, aunque tomó el brazo de Joyce al salir de aquella habitación.

    Espera —le pidió de pronto. Volvió a entrar en el dormitorio y, al salir, lo hizo metiéndose en un bolsillo interno varios billetes —. Ahora sí, vámonos.

    *****


    Es increíble cómo, pese a todo, soy incapaz de odiarte ahora mismo —murmuró Susan.

    La empatía, supongo —dijo Wilson con una pequeña sonrisa.

    Seguramente, sí.

    Volvieron a sumirse en el silencio mientras Susan terminaba de limpiarle las heridas que, por suerte, no eran ni graves ni profundas. Entonces, la muchacha le acarició esas cicatrices de su costado, haciendo que Wilson se tensase.

    ¿Qué es…?

    Algo que me hice de niño —dijo Wilson, obviamente incómodo —. No tiene importancia.

    Oh —Susan pareció contrariada unos segundos, pero luego suspiró y se encogió de hombros —. Pues yo ya he terminado con esto. Te dejaré para que descanses.

    Espera —pidió el otro, haciendo un esfuerzo por sentarse en la cama —. He leído tu libro —no pudo sentir cierta ternura al ver que Susan, pese a no querer mostrar interés en sus palabras, estaba claramente interesada, viendo la lentitud con la que le había dado por recoger —. No soy muy dado a la literatura romántica, pero he de reconocer que me ha encantado. Quizá deberías escribir una segunda parte.

    Lo he estado pensando, la verdad —reconoció ella —. De hecho, he escrito algunos párrafos… —se recogió un mechón tras la oreja —Pero no creo que quieras leerlos.

    ¿No? Me encantaría, de verdad. Tu estilo es muy fluido, sobre todo para alguien tan joven.

    Pero esto no creo que te guste…

    ¿Me has puesto como el antagonista? —preguntó Wilson con cierta sorna.

    Digamos que aparece un tal W. que no hace más que fastidiar a Suzanne.

    Ambos se miraron unos segundos antes de reír. Susan luchó por recuperar la expresión seria y distante y alzó la barbilla.

    Buenas noches, caballero.

    Descansa, Susan.

    Cuando la puerta se cerró, la sonrisa de Wilson se desvaneció antes de que se dejase caer sobre la cama, como un peso muerto. Respiró hondo y se acarició esas viejas cicatrices. Alejó los recuerdos de su cabeza y se alzó un poco para, de un soplo, apagar la vela.

    Se giró entonces, quedando de espaldas a la puerta, y se abrazó a sí mismo, cerrando los ojos para intentar dormir. Cuando escuchó la puerta abrirse, apenas se giró, pero al notar ese par de brazos enroscándose a su alrededor, suspiró y buscó el calor del cuerpo ajeno.

    Hey… —susurró, sin abrir los ojos. Sonrió al sentir un beso en la mejilla y otro en el pelo —¿Cómo estás? ¿Te duele mucho el brazo?

    Debía reconocer que los miedos que antes tanto le habían perturbado ahora parecían estar lejos. Y cuanto más se acomodaba en los brazos de Joyce, más lejanos estaban sus temores.

    *****


    Bien… No está mal. Prueba ahora tú, Tim —pidió Wilson con voz suave.

    Tim sacó la lengua en un gesto de concentración y, con ese lápiz que sujetaba de una forma más que deficiente, con demasiada fuerza y en una postura extraña, trazó en un papel unas cuantas líneas. Al principio, ambos gemelos rompían el papel al escribir sobre él, pero Wilson había conseguido enseñarles a tratar el material con mayor gentileza.

    El improvisado maestro tomó el papel cuando Tim terminó y lo miró. Les había hecho a los dos escribir frases sencillas y, la verdad, estaba orgulloso de ver sus avances. Al parecer, durante el tiempo de ausencia, Susan había tomado el relevo en las lecciones particulares. Ahora que estaban los dos, podían ir turnándose.

    Te has olvidado una coma —le indicó, señalándole el lugar donde faltaba la coma y dibujándola en el papel para, acto seguido, revolver el pelo de ambos Symon a la vez —. Muy bien los dos, estoy muy contento con vosotros. Id a jugar un rato, que os lo habéis ganado.

    Con esto, se ganó un fortísimo abrazo de los chicos, quienes después se fueron entre risas a jugar con algún animal que pudiesen pillar por ahí. Wilson suspiró y se frotó el torso. Por suerte, habían pasado ya varios días desde su estancia en Las Cruces y el dolor era débil, casi nulo.

    Ahora iban en dirección Tombstone con Frank añadido a la caravana. Bueno, Linda, en realidad. Había vuelto a ponerse vestido e intercambiaba con Susan valiosos consejos de peluquería y maquillaje. Más o menos una vez al día, ambas se sentaban en un aparte y se peinaban la una a la otra, cuchicheando luego sobre a saber qué entre risitas cómplices.

    Suspiró y se reajustó su sombrero, única protección contra el sol en los ratos en los que no había sombras disponibles, y se puso en pie para soltar un poco las piernas y buscar algo en lo que ocupar su ociosa mente.

    Cuando su mirada se encontró con la de Joyce, sonrió sin poder evitarlo y le hizo un gesto con la cabeza, aunque antes de ir hacia él, otra cosa llamó la atención de sus ojos. Cogió una pistola que había cerca del que sería el fuego en unas horas —había un par de armas allí, por si acaso— y disparó, haciendo que Murdoc soltase una maldición y tirase los leños al suelo.

    ¡¿Qué coño haces, imbécil?! —le gritó, y es que la bala había impactado justo encima de su cabeza.

    Wilson, tranquilo, sopló el cañón y dejó el arma donde la había encontrado, respirando hondo y haciéndole un gesto para que mirase arriba. Murdoc decidió hacerlo, encontrándose el cuerpo colgante de una serpiente a la que la bala había volado la cabeza. Y, a juzgar por sus colores, era una especie muy venenosa que debía haber encontrado en Murdoc una amenaza.

    Comprendiendo que ese inglés le acababa de salvar la vida, incluso si Murdoc casi había acabado con la suya tanto directa como indirectamente, el hombre balbuceó, mirándole con incredulidad. Sin embargo, Wilson no le prestaba atención a él, sino que se había acercado a Joyce, sentándose a su lado tras bajarle suavemente el ala del sombrero en esa especie de saludo que habían establecido entre ambos.
  9. .
    Con un largo suspiro, Wilson apartó la mirada del pobre gato con el que jugaban los Symon. El desdichado animal había sido atropellado por un carruaje, así que los gemelos estaban en esos momentos la mar de entretenidos, tocando y lanzando por los aires los distintos órganos que salían del vientre reventado del cuerpo.

    Queriendo olvidar esta visión, un tanto macabra y, desde luego, muy sangrienta, miró al resto de la banda y cruzó las manos sobre el pomo del bastón, apoyándose en él con tanta elegancia como desenfado.

    Pido, entonces, tres habitaciones, ¿no? —preguntó con voz suave, llamando la atención principalmente de Susan, quien alzó la mirada de sus papeles con el ceño fruncido en la más pura confusión.

    ¿Tres? —dijo en un susurro, carraspeando después e irguiendo la espalda —¿Por qué tres habitaciones? Pensé que habíais dicho que solíais compartir una sola entre todos.

    No, en realidad eso lo hacen ellos —explicó Wilson, rascándose la sien con un dedo antes de volver ambas manos al bastón —. Yo prefiero dormir solo. Imaginaba que tú también querrías cierta intimidad…

    Oh, no —negó ella, vehementemente —. Si voy a formar parte de la banda, me ceñiré a lo que hagáis normalmente. «Allá en Roma haz como los romanos», ¿no?

    Me sé de uno que podría aplicarse el cuento —gruñó Murdoc entre dientes, lanzando una mirada de soslayo a Wilson, quien carraspeó tras un breve alzamiento de cejas, sin perder la compostura.

    ¿Estás segura de que no quieres un dormitorio personal, Susan? —volvió a preguntar.

    No, ¡pero muchas gracias! —la chica se inclinó un poco al frente, con cierta duda en la expresión —Además, tampoco tendría dinero para rentarme una habitación para mí.

    Wilson apretó la mandíbula, con cierta tensión en la cara, y asintió, dando el asunto por concluido. Su repentina rigidez no se debía tanto a que Susan no tuviese dinero o a que se negase a tener una habitación para ella. Eso, a priori, le daba igual, era elección de la chica. No, lo que le había crispado era, en realidad, la mirada que le había dirigido la chica a Joyce, quien parecía la mar de concentrado en acariciar las plumas de Rita —Wilson juraría que, de ser posible, esa maldita gallina estaría ronroneando en esos mismos momentos—.

    De acuerdo. Como quieras —cerró la conversación con un tono algo más duro del que habría usado normalmente, ocasionando que la muchacha frunciese el ceño con cierta confusión y mirase al más cercano, Jeremy.

    El inglés le sonrió un poco, como para indicar que no pasaba nada, y después se acercó a Wilson con un pequeño carraspeo.

    Te acompaño, entonces, mientras Murdoc guarda el carruaje.

    Con los refunfuños del hombretón de fondo, ambos ingleses entraron en la posada, un lugar de mala muerte en medio de un pueblecito a medio camino de Tucson, acercándose al mostrador, donde en esos momentos no había nadie. Jeremy tocó el timbre metálico y luego se limpió la mano en un pañuelo, mirando a Wilson.

    ¿A qué ha venido eso?

    ¿El qué?

    Bueno… Has sido un poco borde con Susan, ¿no?

    ¿En serio? —Wilson ni siquiera le miraba, más interesado, al parecer, por las tablas mohosas de aquel sitio —Se me habrá escapado el tono, ya lo siento.

    Ya, pero es que resulta que se te lleva escapando el tono desde que viaja con nosotros. ¿Acaso no te cae bien? Quiero decir… Es una chica dulce, curiosa y alegre, aprende rápido y, además, es muy bonita.

    No voy a casarme con ella, Jeremy, aunque tal y como la estás describiendo, quizá seas tú quien quiera hacerlo.

    El rubio se quedó callado durante un par de segundos, anonadado por una respuesta tan fría y cortante. Miró a su compatriota —porque tal y como se le había terminado pegando el acento inglés, debía ser de la Pérfida Albión por narices— y se recolocó las gafas, frunciendo un poco el ceño.

    En serio, Wilson, ¿cuál es tu problema con ella? Quizá, si me lo dices, podamos encontrar una solución. No creo que esté bien que haya tensiones en la banda.

    Una más, una menos… —Wilson se asomó un poco por la barra del mostrador y chasqueó la lengua con fastidio —¿Aquí no trabaja nadie? —musitó mientras volvía a tocar el timbre, esta vez con un par de golpes impacientes.

    ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Jeremy tras unos segundos de silencio.

    Pues que llevamos como cinco minutos esperando —Wilson miró a Jeremy y rodó los ojos —. No es un secreto que Murdoc y yo no nos llevamos bien.

    No, es verdad, pero…

    Zynn sigue molesto conmigo.

    Pero ya no te odia a muerte.

    Ya.

    Wilson volvió a tocar el timbre, asomándose otra vez sobre la barra para, en esta ocasión, saludar en voz bien alta. Se recolocó un mechón en su peinado perfecto y volvió a mirar a Jeremy al sentir lo penetrante de su mirada. Puso los ojos en blanco y se encogió de hombros.

    ¡Vale! No me cae muy bien. ¿Y qué más da? Tampoco es como si la tratase a patadas.

    ¿Pero no hay nada que podamos hacer para…?

    Escucha, Jeremy. A veces, la gente se lleva bien y a veces no. No es un gran problema. Puedo tener una relación profesional con ella.

    ¿Profesional? —el gesto del rubio se ensombreció, llegando incluso a dar un paso atrás. Se quitó las gafas y las frotó con un pañuelo de seda suavemente —¿Eso somos para ti? ¿Simples compañeros de trabajo?

    ¿Qué esperabas? —preguntó Wilson esta vez con un tono suave, como quien camina sobre un cristal fino.

    Familia, Wilson. Somos una familia.

    Wilson respiró hondo y se giró hacia la barra. Esta vez no tocó el timbre, simplemente jugó con el bastón durante tres angustiosos segundos para, finalmente, volver a encararse a Jeremy.

    La verdad es que… Me… me gustaría considerarte un amigo, Jeremy.

    ¿Un amigo? —Se volvió a poner las gafas y se le escapó una sonrisa —Supongo que…

    Se vio interrumpido por una enorme figura que salía de una puerta que, a su lado, parecía hasta pequeña. No era por una altura impresionante, en lo absoluto, sino más bien por la circunferencia de su barriga. El hombre se acercó medio tambaleándose hasta la barra, con el pelo grasiento y ralo echado hacia atrás y manchas de sudor en una camiseta que habría conocido tiempos mejores. Y, para completar el panorama, con los pantalones medio abiertos.

    Wilson y Jeremy intercambiaron una mirada de desagrado antes de que la voz rasposa del hombre les llamase la atención.

    Hola, hola, hola, perdonen ustedes la tardanza… Mi mujer y yo estamos intentando tener un hijo.

    Qué asco —susurró Jeremy en voz muy bajita, consiguiendo que la sonrisa de Wilson pasase de una educada a una genuina.

    No se preocupe, señor, lo entendemos.

    Gracias, gracias, gracias —dijo el hombre con una sonrisa que a Wilson le recordó bastante a las piaras de cerdos que había por allí —. ¿En qué puedo servirles?

    Querríamos dos habitaciones, por favor —volvió a hablar Wilson —. Nos quedaremos una noche, dos si vuelve a llover.

    Vale, vale, vale —parecía incapaz de empezar una frase sin repetir la palabra tres veces —. El precio incluye las tres comidas, hechas por mi mujer. ¡Es una excelente cocinera! —añadió, dándose tres golpes en la tripa.

    No lo dudo —sonrió Jeremy, cogiendo las llaves que el hombre-cerdo les ofrecía.

    *****


    Al ver entrar a los dos ingleses entre risas en la posada, Murdoc frunció el ceño y soltó un gruñido mientras cruzaba los brazos sobre la mesa y apoyaba la barbilla entre ellos.

    Míralos, qué amigos son —gruñó otra vez.

    ¿Por qué te cae tan mal Wilson? —inquirió Susan con voz suave —Es un hombre… peculiar, muy misterioso, pero tampoco parece malo.

    Es malo. Es un ladrón.

    Creía que tú también —Susan parecía genuinamente sorprendida por la declaración del otro.

    Pero no de la misma forma. Yo voy con la verdad por delante. Saco una pistola, doy un par de golpes, reclamo el dinero. Él es como… como una serpiente. Repta en las habitaciones ajenas, o roba directamente de los bolsillos. Y se cree taaaaaan listo… —bufó, con desagrado, y se incorporó para hacerles un gesto con la cabeza a los dos ingleses al verlos acercarse —¿Qué tal? —preguntó, obviamente dirigiéndose a Jeremy, quien fue el primero en sentarse.

    ¡Ha sido fantástico! —exclamó Jeremy, todavía con las mejillas arreboladas por la risa. Wilson, más sereno, se sentó a su lado tras hacerle un educado saludo a Susan —Hemos recorrido todo el pueblo. No es la gran cosa, pero nos lo hemos pasado muy bien. Hemos visitado la iglesia, que tiene unas vidrieras preciosas, y —bajó un poco la voz, inclinándose al frente —hemos sustraído un par de tesoros de muñecas incautas.

    Murdoc rodó los ojos y le lanzó una mirada significativa a Susan, cogiendo después su jarra y poniéndose en pie para alejarse de allí y sentarse con los gemelos, que estaban simplemente haciendo castillos de naipes sobre una mesa y, lo más importante, sin la compañía de Wilson.

    Bien, y… —Susan parecía buscar algún tema de conversación para que la mesa no se sumiese en un silencio incómodo —¿Qué vais a hacer con esos, eh, «tesoros»? —hizo las comillas con las manos.

    Supongo que venderlos —volvió a hablar Jeremy —. La verdad es que es la primera vez que hago algo así, ¡no sé cómo ha salido bien! Supongo que porque tengo un buen maestro —dijo con una suave risa, dándole un codacillo amistoso a Wilson, quien simplemente sonrió.

    Tú también has sido un buen alumno.

    ¡Oh! ¿Y me enseñarías a mí? —preguntó de golpe Susan —Puede que saber robar así me viniese bien para la novela… Y, si no, a lo mejor os puedo ayudar de alguna forma, que me siento un poco inútil.

    No eres inútil —respondió Jeremy tras mirar un momento a Wilson, con la vaga esperanza de que respondiese él —. Simplemente, aún no te hemos encajado en el engranaje. Pero no te preocupes, que todo llega a su tiempo. Respecto a lo otro, estoy segura de que Wilson te enseñará de mil amores. ¡Mira que a mí me ha dado las lecciones hoy y he quitado ya una pulsera y dos anillos!

    ¡Qué emocionante! —dijo la chica, mirando ahora a Wilson con los ojos haciéndole chiribitas —¿Me enseñarás, por favor?

    Wilson suspiró, lanzando una mirada de reojo a Jeremy antes de asentir, consiguiendo que Susan soltase un gritito de emoción.

    Está bien, pero ahora no. Se hace tarde y, además, ya he dado una ronda por este pueblo. Pero si tanta ilusión te hace, iremos a pasear mañana por la mañana, ¿vale?

    ¡Genial! ¿Puedo darte un abrazo?

    Preferiría que no.

    *****


    Al final no ha sido tan difícil.

    Nunca dije que fuese a serlo.

    No, pero con la cara que pusiste cuando Susan te pidió clases de robo de guante blanco…

    Wilson rodó los ojos ante la risita de Jeremy, sacudiendo luego la cabeza para dedicarse a la tarea que tenía por delante: clasificar y tasar todo lo que habían robado entre ese día y el anterior. No era un botín muy grande, no les darían mucho dinero por él, pero había servido para lo que tenía que servir, es decir, para enseñar primero a Jeremy y después a Susan a deslizar los dedos con tanta suavidad que la víctima ni siquiera se daba cuenta, a lo que ayudaba una sonrisa bonita, una mirada directa a los ojos y una voz suave e interesante, para distraer la atención del apretón de manos.

    En total había dos pulseras, cinco anillos, un par de pendientes —obra del maestro, claro—, un reloj de bolsillo y unas pocas monedas, calderilla pura y dura. En principio no era algo de lo que estar orgulloso, pero viniendo de un par de novatos… Bien, Wilson había tenido que felicitarlos, mal que le pesase.

    Sí, se había resistido a enseñar a Susan, pero su insistencia, la carita de cachorro que le había puesto Joyce también y, peor aún, lo extraño que se había sentido cuando Joyce le había revuelto el pelo con una radiante sonrisa al verle aceptar la clase rápido… Bien, no había podido negarse, al final.

    ¿Puedo preguntarte algo? —preguntó Jeremy, dejando el papel donde estaba apuntando las estimaciones de Wilson. Al ver al otro asentir, suspiró y se echó el pelo hacia atrás en un gesto nervioso —¿Te ha pasado algo con Joyce?

    No, ¿por? —respondió Wilson con tono despreocupado, mirando bien uno de los anillos con una pequeña lupa más propia de un taller de tasación de diamantes que de un forajido.

    Oh… No lo sé, es que… Igual es una tontería mía, pero —jugó con una de las pulseras antes de dejarla sobre la mesita, al lado de la hoja —. Simplemente me ha parecido que estás algo alejado de él.

    ¿A qué te refieres? —inquirió el otro tras unos segundos de silencio, alzando la mirada de la lupa para mirar a Jeremy.

    No sé, normalmente habláis o pasáis más tiempo juntos, pero hoy ni siquiera te has sentado cerca de él, y creo que apenas le has mirado desde hace unos días. Tampoco has leído cuentos o…

    Jeremy —le interrumpió Wilson con tono calmado, dejando el anillo en el lugar de la mesa que había decidido que le correspondía para, después, apoyar ambas manos en los hombros del inglés —. Te preocupas demasiado.

    Puede, pero nada de lo que había dicho era mentira y, en realidad, a Wilson le estaba mosqueando esta atención al detalle que ese endiablado cuatro ojos estaba demostrando.

    Y es que, sí, se había alejado un poco de Joyce desde hacía unos días, concretamente desde aquella noche de tormenta. No podía sacárselo de la cabeza, a decir verdad. El cómo le había besado durante su ataque de pánico irracional. El cómo había sostenido su mano, cómo le había mirado y sonreído, dejado su sombrero y, más tarde, rodeado con un brazo cuando se había acomodado en su hombro hasta caer dormido.

    Y no podía dejar de pensar en el cosquilleo que todo eso le había causado en el estómago, ese pinchazo de nervios y, a la vez, de absoluta calma. Un oxímoron interesante, todo sea dicho. ¿Cómo podía sentir sus manos temblorosas y a la vez saber a ciencia cierta que no quería separarse? Era como si Joyce hubiese cogido un ariete y se hubiese dispuesto a derribar a base de golpes todas las murallas con las que se había ido cubriendo a lo largo de los años.

    Incluso si Joyce ni siquiera estaba cerca de saber lo que era un ariete.

    ¿Acaso se… se estaba enamorando de ese idiota? No, no, no. Aquello eran palabras mayores, pero ¿realmente estaba dejando que Joyce, el asesino, el líder de una banda criminal, el estúpido, el mejor pistolero del país, el tipo que prefería morir de asco antes que darse un buen baño, el borracho, el mujeriego… estaba dejando que esa persona le empezase a gustar?

    Jeremy lo había dicho. Tenía un algo imposible de explicar, pero ¿Por qué a él, precisamente a él, le tenía que afectar de esa forma?

    Salvo que no lo estuviese haciendo. No, claro que no. No se estaba colgando de él. ¡Había sido el momento! Ahora lo veía todo más claro, sí. Joyce le había besado en un momento de máxima tensión, en el que el miedo y la adrenalina circulaban por sus venas en cantidades ingentes. Por eso había reaccionado así a sus besos. Por eso creía querer más. No quería más. Sólo habían sido las circunstancias.

    Claro que aquello no explicaba por qué se había sentido así con Joyce antes de los besos.

    Igualmente, quería asegurarse de que había sido realmente aquello. El contexto. Sólo tenía que comparar con otra persona. Y en esos momentos tenía un buen candidato justo delante de él, tomado por los hombros.

    No se lo pensó mucho a la hora de tomar su barbilla y, con suavidad, atraerle para besarle. El contacto no se prolongó demasiado, fueron sólo unas caricias de labios contra labios, y al separarse y abrir los ojos pudo ver que a Jeremy se le habían empañado las gafas y tenía las mejillas totalmente rojas.

    ¿Qué…? —empezó a preguntar el inglés, luchando por encontrar unas palabras que, al parecer, se escapaban de su alcance.

    Wilson, conteniendo la frustración que le causaba el no haber sentido nada ni remotamente parecido a lo que Joyce la había provocado —le jodía que hasta un roce accidental de ese hombre le revolviese las tripas más que Jeremy—, le quitó las gafas y las dejó cuidadosamente sobre la mesita, volviendo después a besar al inglés.

    Esta vez, Jeremy no se quedó quieto, sino que apoyó una mano en la nuca de Wilson mientras la otra le rodeaba la cintura, haciéndole pegarse más a su cuerpo. Quizá no entendía muy bien qué estaba ocurriendo, pero debía reconocer que Wilson besaba muy bien, le estaba gustando la experiencia. Sobre todo para ser la primera vez que sentía un bigote que no fuese el suyo.

    Espera, espera… —pidió, con la respiración jadeante, cuando se separaron para buscar aire, empujándole suavemente para alejarle un poco —¿Qué estamos haciendo?

    Nos estamos besando —respondió Wilson con naturalidad, pasándose una mano por la comisura de los labios para quitarse un poco de saliva.

    Ya, pero… ¿por qué? —Jeremy parecía algo confundido, la verdad.

    No lo sé —Wilson respiró hondo y se acercó otra vez, acariciándole la mandíbula mientras le miraba de los ojos a los labios —. He recordado la conversación que tuvimos en Tomsbtone y he pensado que, bueno, era buen momento.

    Ah —Jeremy vaciló unos segundos, pero terminó por encogerse de hombros y, esta vez, lanzarse él a por la boca de Wilson.

    Cuando ambos quisieron darse cuenta, la espalda de Jeremy estaba dando contra el colchón y Wilson, entre besos más apasionados, le desabrochaba la camisa y acariciaba la piel que quedaba a su disposición. Unos minutos más tarde, entre los besos se escuchaban jadeos e incluso algún gemido provocado por algún mordisquito de Wilson extremadamente certero, mientras los pantalones empezaban a ser una molestia.

    ¿Cómo quieres hacerlo? —preguntó entonces Wilson, acariciándole los mulsos con suavidad.

    No… No entiendo… —susurró Jeremy. Al sentir dos dedos de Wilson acariciarle las nalgas, como dirigiéndose a un lugar más íntimo, se tensó y negó con la cabeza —No estoy preparado para eso.

    Me lo imaginaba —reconoció el ladrón mientras se lamía los labios —. Por suerte para ti, yo sí.

    A Jeremy se le escapó la sonrisa, viendo a Wilson colocarse sobre sus caderas, listo para recibir su palpitante erección. No podía creerse que aquello estuviese sucediendo. La verdad es que una parte de él no creía que realmente fuesen a hacerlo jamás, pero ahora allí estaban, mal tumbados en una cama, y aunque Wilson ni se había quitado la camisa —aunque sí había desnudado por completo a Jeremy—, de pronto lo veía mucho más atractivo, aunque quizá esto fuese por la palpitante erección que se alzaba entre sus piernas y la promesa de aliviarse entre las del otro inglés.

    Esta promesa no llegó a cumplirse.

    Wilson se detuvo antes de hacer a Jeremy entrar en su cuerpo, las manos sobre las rodillas del rubio, mirando hacia la puerta con el rostro demudado en una extrañísima expresión que, desde luego, hizo que todas las alarmas de Jeremy se pusiesen en marcha. Por eso, alzó la cabeza todo lo posible, viendo a Joyce bocabajo, de pie en el umbral de la puerta, con otra expresión desalentadora.

    Joyce —murmuró Wilson.

    *****


    Wilson bajó las escaleras corriendo mientras se terminaba de abrochar el chaleco, mirando a Murdoc, primer miembro de la banda que apareció ante él.

    ¿Lo habéis encontrado? —preguntó con la voz de quien se ha vestido tan rápido como su cuerpo le ha permitido.

    Joyce se había ido apenas había podido reaccionar tras ver una escena que, Wilson estaba seguro, no era la que estaba buscando. Y, claro, habían intentado detenerlo, pero estaban desnudos y en una situación poco aconsejable para iniciar una persecución, así que para cuando habían podido alertar al resto, el jefe había desaparecido.

    Murdoc gruñó y, como toda respuesta, empujó a Wilson con fuerza, estampándolo contra la pared más cercana, para luego inclinarse hasta que sus narices casi se rozaban.

    Debería matarte ahora mismo —le susurró en voz grave, muy despacito.

    No —interrumpió Zynn, entrando en esos momentos en la posada. Murdoc le miró y se separó un poco, dejando que Wilson viese el cuchillo que Zynn acababa de sacar de su cinto —. Voy a matarte yo.

    Lo siguiente que Wilson pudo ver es que estaba metido en una pelea, al parecer de vida o muerte. Esquivaba el cuchillo de Zynn, también sus golpes, sin querer, en un principio, atacar.

    ¡Espera! —intentó detener aquello, con una silla como escudo y una mesa de distancia de Zynn —¡Yo no quería que pasase esto!

    Entonces tu plan era follarte a Jeremy y luego esperar que Joyce nunca se diese cuenta, ¿eh? —estaba claro, por el tono, que Zynn estaba cabreado —¿A qué coño estás jugando? —le espetó, seguido de una retahíla de palabras que Wilson ni podía ni quería comprender.

    Esto no puede estar ocurriendo —gimió Wilson en voz baja.

    Abrió la boca para decir algo más, pero Zynn lanzó en ese momento su cuchillo, el cual se clavó en la pared contraria, no sin antes rozar la mejilla de Wilson, provocando que una línea roja apareciese y empezase a sangrar. Después, el ucraniano soltó un grito y saltó sobre la mesa, deslizándose por ella para arrancarle la silla de las manos de una patada.

    Wilson, viendo que no le quedaba de otra, consiguió soltarle un puñetazo, recibiendo otro en respuesta. La pelea se fue acalorando, volando patadas, puños, incluso algún mordisco. Wilson y Zynn, Zynn y Wilson, caían al suelo o se golpeaban contra una pared, llegando a romper un par de mesas, consiguiendo ventaja y perdiéndola al poco en una lucha bastante igualada que Murdoc simplemente miraba, evitando que el posadero interrumpiese.

    Quien sí interrumpió fue Jeremy al entrar en el local y ver a Zynn sobre Wilson, quien ya estaba iniciando un movimiento para sacárselo de encima y, con suerte, esquivar ese puño que se dirigía justo a su nariz.

    Como sea, con la triunfal entrada ambos contendientes se quedaron paralizados en el aire, como estatuas jadeantes, sudorosas y sangrantes, girando la cabeza hacia el nuevo espectador.

    ¡¿Qué demonios estáis haciendo?! —exclamó Jeremy con auténtica desesperación —Joyce está a saber dónde y vosotros… ¡Matándoos! ¡Por el amor de Dios bendito, Zynn! ¡Esto es culpa de Wilson tanto como mía! ¿También vas a golpearme a mí así? Por favor, parad esto y ya… ya lo arreglaremos cuando encontremos a Joyce. Por favor.

    Zynn soltó la pechera de Wilson con fuerza, haciéndole golpearse la cabeza contra el suelo, y gruñó, incorporándose y escupiendo a su contrincante en la cara para después, sin molestarse en adecentarse, empujar a Jeremy con el hombro y salir de allí para seguir buscando a Joyce sin siquiera mirar atrás otra vez, aunque sí se detuvo en la puerta para hablar.

    Vete o no volveré a fallar el tiro.

    Wilson, aún en el suelo, le vio irse, incorporándose después y aceptando con un susurro la mano que Jeremy le tendía, aunque aún no se había levantado cuando una patada de Murdoc le hizo volver a caer al suelo, esta vez con el pie del gigante sobre el pecho.

    ¡Murdoc!

    Cállate, Jeremy —siseó el hombretón mientras apretaba el pecho de Wilson, al parecer disfrutando al verle revolverse en un intento de coger aire —. Esto es culpa de este tipo. ¡Porque vosotros no me hicisteis caso en su momento! Os dije que sólo nos traería problemas. Que era malo tenerlo cerca. Ya os ha enseñado a robar a ti y a Susan, ha hecho daño a Zynn y ha causado que Joyce desaparezca… ¡dos veces! ¿Y todo por qué? Porque es un demonio que no puede evitar llevar cualquier pecado allá donde pasa. ¿Me equivoco? —Wilson le miró desde el sitio, sujetándose a su zapato, aunque ya sin intentar apartarlo —No eres más que una mierda. Una mierda incapaz de amar y que rompe absolutamente todo lo que toca. Así que si no te vas ahora mismo, no esperaré a que Zynn recupere su cuchillo.

    Quitando por fin el pie, Wilson tomó aire y tosió, rodando para quedar bocabajo, lo cual le valió una patada de Murdoc al costillar, y si no fueron más, se debió a la rápida intervención de Jeremy, quien además le ayudó a ponerse en pie.

    Wilson… Lo siento, lo siento muchísimo…

    No importa —consiguió decir Wilson con un hilo de voz, aunque con una expresión que, salvo el dolor de los golpes, no mostraba absolutamente nada —. Tiene razón, ¿sabes?

    ¿Qué? ¡No! ¡No la tiene! No eres un demonio ni un monstruo ni nada por el estilo. Por dios, esto no puede estar pasando… ¿A dónde vas?

    A recoger mis cosas.

    Y, sin atender a la mirada de cachorro desamparado de Jeremy, sin mirar la expresión de horror del hombre-cerdo al ver su local destrozado, se arrastró escaleras arriba, sujetándose las costillas y sintiendo un brazo medio inútil, quizá con alguna herida más o menos importante que ya se encargaría de cuidar.

    Sólo quería llegar a su habitación, recoger sus cosas —dejando el botín de sus improvisados alumnos— y salir de allí antes de que cualquiera de los dos psicópatas se decidiese a terminar el trabajo.

    *****


    El hombre respiró hondo y se sentó, palmeando un brazo de su compañero quien, amodorrado, le miró con un ojo abierto y el otro entornado y terminó por asentir. Se levantaron de la cama y, uno entre bostezos y el otro con miradas sonrientes hacia el tercer hombre, que en esos momentos yacía bocabajo en la cama, contando el dinero que le habían dado, se fueron vistiendo con las ropas que habían tirado por el suelo.

    Ha estado muy bien —dijo el sonriente —. Una experiencia interesante.

    Me alegra —respondió Wilson en un tono desinteresado, al menos hasta que sintió una cachetada en sus nalgas que le hizo girarse hacia los dos hombres, ya vestidos.

    El que hasta hace unos segundos había estado adormilado sacó de su chaleco un par de billetes más que dejó sobre las piernas de Wilson, quien le miró con cierta extrañeza.

    Una pequeña propina, por… el buen servicio.

    Wilson simplemente agradeció en voz baja y les vio irse, agrupando todo el dinero y poniéndose en pie para guardar los billetes en su cartera, que pasó a guardar de nuevo en la chaqueta. Con esa sesión había conseguido dinero suficiente para el viaje y, además, poder comprar comida y… bueno, algo más.

    Cogió una toalla y la humedeció para limpiar los restos de semen que se habían quedado entre sus muslos y, de paso, aliviar ese pequeño ardor, y luego, con otra toalla algo más grande, se limpió el sudor y la saliva del resto del cuerpo, suspirando al sentir el frescor en su piel.

    Habían pasado algo más de dos semanas desde que había cogido sus cosas y huido de la banda. La mayoría de sus heridas habían desaparecido, aunque aún sentía molestias en las costillas y en una muñeca. Eso sí, lo que no había dejado de dolerle en ningún momento era el corazón.

    Había mantenido la compostura mientras recogía y se iba, sin siquiera saber si habían encontrado o no a Joyce, y había seguido manteniendo una fachada calmada mientras, aún cubierto de sangre y heridas, caminaba hasta alejarse lo suficiente de ese sitio, buscando una estación de tren que le llevase a cualquier parte del estado. Pero en cuanto había acampado, en cuanto se había quedado totalmente solo con sus pensamientos, se había echado a llorar como un niño pequeño.

    ¿Era malo que incluso hubiese soñado con que Joyce aparecía y le abrazaba? ¿Que le limpiaba las lágrimas y le besaba hasta detener su llanto?

    No había sabido muy bien qué hacer, así que simplemente se había movido y había descubierto al comprar su billete de tren el poco dinero que le quedaba después del último golpe. No, bueno, en realidad después de la huida. Se había dejado buena parte del dinero en la habitación, justo a su bastón. «A vuestra salud», había pensado en el momento con cierta acritud, preguntándose qué podía hacer con el aspecto que tenía para poder dormir en una cama más o menos cómoda.

    Por suerte, era listo, así que no tardó mucho en convencer a un par de personas de que lo habían atracado brutalmente. Claro que a medida que sus heridas se iban curando, la historia debía ir cambiando, y finalmente había vuelto a algo que sabía que le daría dinero y, con suerte, le permitiría no pensar en Joyce ni en la banda durante un tiempo. Aunque la prostitución no era la opción que acostumbraba a tomar, lo cierto es que había conseguido bastante dinero, sobre todo al aceptar a esos dos amigos en una ronda doble.

    Suspiró y se miró en el espejo de la habitación, comprobando no tener marcas. Tenía una pequeña herida en el labio, un mordisco algo entusiasta que no se notaría si no se hubiese afeitado el bigote y la barba —era más fácil atraer a esa clase de público, masculino o femenino, con una cara suave y limpia— y tenía un pequeño chupetón en el cuello, pero por el tamaño, en un par de días habría desaparecido.

    Quitó las sábanas, dejándolas sobre el suelo, y puso sobre el colchón una manta sobre la que luego se recostó. Intentaría dormir un poco y, a primera hora de la mañana, encontraría la forma de llegar a casa.

    *****


    Dejó la maleta en el suelo, junto a su pierna, y llamó a la puerta un par de veces con pulso firme, apoyando una mano en la pared del porche y esperando pacientemente hasta que la puerta se abrió. Delante de él había una mujer bajita, cincuentona, con el pelo aún castaño, aunque intercalado con canas, recogido en un moño. Un delantal se ceñía a su cintura, ni tan gruesa como pensaría uno en una mujer de su edad y vida, ni tan fina como habría tenido en su juventud. Y con una sonrisa inmensa en la cara.

    ¡Wally! —exclamó Mary Su mientras abrazaba a Wilson con fuerza, apoyando la cabeza en su hombro y estrechándolo entre sus brazos con gran vitalidad —¡Cómo me alegra verte, mi niño! ¡Qué guapo estás! —añadió, cogiéndole la cara y mirándole atentamente antes de soltarle un par de besos en cada mejilla —¡Pasa, pasa!

    Yo también me alegro mucho de verte, tita —sonrió Wilson, recogiendo su maleta, que más bien era un maletín, para luego entrar en la casa. Al momento, le golpeó un delicioso aroma que no tardó ni medio segundo en identificar —. ¿Eso que huelo es tu tarta de manzana…?

    Así es. La acabo de sacar del fuego. ¿Sabes? Por un momento, cuando he abierto la puerta, sólo he podido pensar «vaya, qué olfato tiene mi Wally», porque no la había hecho desde la última vez que viniste, ¡y justo hoy apareces!

    Wallace Wilson se rio y negó con la cabeza, cerrando la puerta a su espalda.

    ¿Y a qué se debe este honor? ¿Acaso tienes visita? —preguntó mientras entraba en la sala principal, quedándose de piedra al ver al hombre que jugaba con un cuchillo mientras miraba con curiosidad la decoración de la casa.

    ¡Efectivamente! —Mary Su correteó hasta ponerse entre ambos hombres para hacer presentaciones formales —Wally, este hombre tan guapo de aquí es Brian Joyce. Sí, sí, sé que es un forajido, ¡pero ha sido tan amable conmigo! Me ayudó a cargar la compra hasta casa, no pude evitar invitarle a comer, pero ha sido tan encantador que también le he invitado a cenar. ¡Ah! Brian, querido, este de aquí es mi sobrino, Wallace.

    Wallace Wilson —apuntó en voz baja —. ¿Qué haces aquí?

    Oh —la mujer leyó el ambiente y se retocó el peinado —. Voy a comprobar que la tarta no se haya caído o… algo.

    Y una vez Mary Su salió de escena, Wilson se vio entre los brazos de Joyce, todavía sin poder creerse que ese maldito hombre estuviese allí, en su casa, su santuario sagrado, un lugar que no pensaba revelar a ningún miembro de la banda, ni siquiera a Jeremy. Con todo, terminó correspondiendo al abrazo, pegándose al forajido y controlándose para no llorar. Por suerte, la sorpresa y la confusión eran demasiado altas como para derramar lágrimas.

    Al separarse, al menos un poco, acarició las mejillas de Joyce y tragó saliva, apartando luego la mirada y alejándose totalmente de él.

    No sé qué haces aquí. No deberíamos vernos, ¿sabes? Yo… ya no estoy en tu banda. Y no voy a volver. No puedo volver. ¿Lo entiendes? No voy a hacerlo —se mordió el labio inferior y miró hacia la cocina, respirando hondo y alzando las manos en un gesto que pedía calma —. Quédate a cenar, a Mary Su le hará mucha ilusión. Voy a llevar mi maleta arriba.

    Se quedó allí, sin embargo, un par de segundos más, como si pensase en decir o no algo más, pero finalmente negó con la cabeza, recuperó el maletín y subió las escaleras hasta su viejo dormitorio, aunque al encontrarse la cama hecha y unas botas que obviamente eran de Joyce, no supo muy bien qué pensar o hacer.

    Optó por dejar el maletín sobre su escritorio y mirar por la ventana el pueblo que se extendía a cierta distancia de la casa de Mary Su, que se encontraba en las afueras del mismo.

    Todavía no conseguía entender bien lo que estaba ocurriendo. ¿De verdad estaba Joyce allí? ¿Y a qué había ido? ¿Cómo había averiguado…? O no. Era imposible que supiese que Wilson iba a ir allí. ¿Sería otra demostración de ese casi mágico instinto que todos aseguraban que Joyce tenía?

    Se pasó una mano por la cara y respiró hondo, intentando frenar el acelerado ritmo de su corazón. Quizá era un buen momento para hablar. Sí, quizá podría… sacar un rato a solas para… discutir algunas cosas. Sobre su relación, sobre su ruptura con la banda, también. Quizá.

    *****


    ¡Tal cual te lo digo! —sonrió Mary Su, señalando con la mano que sostenía su copa de vino a Wilson, quien se medio cubría la cara con una mano, apoyando ese codo en el borde de la mesa —Cogía los tesoros que su padre le traía, que solían ser libros o cosas brillantes o de formas bonitas, y se encerraba en el armario de la escalera con una linterna durante horas, para leer o estudiar todo eso.

    Mary Su…

    ¡No me llames por mi nombre, Wally! —se quejó ella por decimoquinta vez, aunque ahora un poco más alto, seguramente por haber bebido un par de copas de vino. Wilson, por su parte, no parecía en lo absoluto alterado, y eso que llevaba más de dos copas en el cuerpo —¿Sabes, Brian? Creo que eres el primero amigo de Wally que pisa esta casa. Cuando era pequeño era tan… tímido y solitario… Lo máximo que conseguíamos era que se sentase en el porche y se quedase allí, leyendo y comiendo tarta de manzana, ¡pero jamás le vi jugar con otros niños! Saber que ahora tiene amigos, y tan guapos como tú…

    Una cara bonita no es lo único que se busca habitualmente en una amistad.

    ¿Y tú cómo lo sabes, cariño mío, si nunca has tenido amigos?

    Yo… Mira, no voy a discutir contigo.

    ¡Oh, Wally! Perdona, ¿he sido muy dura? —suspiró y tomó una mano de Joyce —Perdonadme, ambos. No estoy acostumbrada a esto.

    Está bien… Venga, te ayudo a recoger esto.

    ¡Buena idea! —dijo la mujer con una risilla —Puedes coger otro trozo, Brian, que veo cómo miras la tarta. ¿Entiendes ahora lo que te contaba antes de cuando Wally se ponía malo de tanto comer? Es que otra cosa no, pero los dulces de manzana debo reconocer que se me dan muy bien. Es todo gracias a mi madre, que tenía una mano con la cocina increíble y…

    Tita, la cocina.

    ¡Ah, claro! Perdón, perdón.

    Así que la mujer cogió las tres copas, que eran lo único que Wilson no había apilado y levantado aún, y fueron juntos a la cocina, donde Wilson respiró hondo y negó con la cabeza.

    ¿Se va a quedar a dormir?

    ¡Claro que sí! —dijo la mujer, bajando la voz al ver cómo su sobrino la chistaba con un dedo sobre los labios —Claro que sí. Ya es muy tarde, no voy a dejarle irse ahora. Además, me parecía que estaba vagando sin rumbo, y ahora que te ha encontrado a ti, ¿no es mejor que se quede con nosotros unos días?

    Supongo…

    Ese es mi chico. Venga, ve a hacer la habitación de tu padre, ahora le pediré a Brian que pase sus cosas a ese cuarto.

    De acuerdo —respondió, obedientemente, aunque sin mucho ánimo.

    *****


    Acomodado en su sillón favorito de toda la casa, que había quedado como suyo propio cuando estaba por allí desde que tenía unos diez años, alzó la cabeza del libro que estaba leyendo para mirar por la ventana, observando a Joyce jugar con las gallinas del vecino. Era una acción que había hecho ya varias veces, tantas que Mary Su, sentada frente a él con sus labores de costura, ni siquiera juraría que había terminado de leerse una página entera.

    Wally.

    ¿Humn? —preguntó él, tardando unos segundos en apartar la vista de la ventana para fijarla en su tía.

    ¿Qué demonios te pasa, cariño? —atacó la mujer, dejando las telas sobre su regazo —Estás siendo frío con ese amigo tuyo, ¿pero luego no dejas de mirarle a escondidas?

    No le miro a escondidas —se defendió él, haciendo como que había recuperado todo el interés en su libro —. Simplemente compruebo que no haya un accidente con las gallinas. No sabes lo torpe que puede ser Joyce.

    «Joyce» —repitió la mujer, tan despacio que casi iba letra por letra —. ¿Por qué no lo llamas por su nombre?

    Se llama Joyce.

    Brian Joyce.

    Ninguno en la banda le llama por su primer nombre, tita.

    Ah, ¿y tú eres parte de la banda? —Vio cómo Wilson se tensaba en la butaca y apartaba la mirada, sabiendo entonces que debía haber tocado algún punto sensible. Suspiró y negó, haciendo un gesto de disculpa —Como sea, si no empiezas a tratarle con un poco más de cuidado, vas a hacer que se vaya hoy mismo.

    Se suponía que sólo iba a quedarse a comer ayer.

    Pero se está quedando por ti, Wally. ¿Es que no lo ves? ¡Es hombre se preocupa por ti, quiere estar contigo! ¿Qué te cuesta abrir un poco ese frío corazón de hielo que tienes en el pecho y aceptar un poco de afecto?

    Aquello fue la gota que colmó el vaso. La expresión de Wilson mostró irá durante un segundo, después tristeza, después nada. Cerró el libro con fuerza y lo dejó con poco cuidado sobre una mesita, poniéndose en pie y subiendo, sin decir nada, a su cuarto, con la idea de encerrarse allí.

    Mary Su, sintiéndose terrible, esperó un par de minutos antes de subir arriba también. Llamó con suavidad a su puerta y se apoyó en ella.

    ¿Wally? Lo siento… Lo siento mucho, no quería hacerte daño —esperó, pero no oyó respuesta alguna —. Escucha… Voy a ir a casa de Ava, ¿vale? Os dejo la casa para vosotros. ¿Te parece bien?

    De nuevo, no tuvo respuesta, así que suspiró y se alejó para ir a prepararse e ir a casa de su amiga, una vecina del pueblo.

    Wilson estuvo encerrado en su dormitorio cerca de una hora, y cuando salió aún tenía los ojos algo rojos e hinchados de haber estado llorando, aunque su cara estaba completamente seca y su postura era tan impecable como siempre.

    Bajó para entrar en la cocina y prepararse un té, con un trozo de tarta de manzana en la boca, y cuando escuchó pasos a su espalda, se tensó, aunque no se giró.

    Mi tía ha ido al pueblo un rato. ¿Quieres un… té? —preguntó, rodando los ojos al momentos. Sabía que a Joyce no le gustaba el té. Se giró para mirarle, sin siquiera poner la tetera en el fuego. Incluso dejó el trozo de pastel en un lado de la bandeja y se acercó a Joyce —¿Vamos al salón?

    Una vez estuvieron en el salón, sentados Joyce en el sofá y Wilson en el borde de su sillón, el embaucador se quedó sin palabras. ¿Qué podía decirle? ¿Lo mucho que lamentaba que le hubiese pillado a punto de acostarse con Jeremy? No sonaba bien. ¿Le decía todo lo que había estado pensado, la cada vez más imbatible realidad de que Joyce le gustaba más que como amigo? ¿Lo iba a entender si se lo decía?

    No sabía muy bien qué hacer, pero la idea que su tía le había implantado en la cabeza, esa de que Joyce se iría pronto si no hacía algo para impedirlo, sonaba en su mente como un eco fantasmagórico. Porque no quería que se fuese. No aún. No tras tanto tiempo sin verse, y habiéndose visto por última vez en semejante situación.

    Terminó por ponerse en pie y arrodillarse frente a Joyce, entre sus piernas. Le tomó la cara con una mano y se acercó para besarle, suspirando sobre sus labios no sólo al volver a sentir esos cosquilleos eléctricos, sino también al verse correspondido.

    Con los ojos brillantes por lágrimas de pura frustración, se apartó un poco de Joyce y apoyó las manos en sus rodillas, haciéndole abrir más las piernas para, con manos hábiles abrirle los pantalones.

    Sé lo que hago… Eh… Brian —susurró al notar cómo Joyce parecía estar a punto de detenerlo.

    Ni siquiera se atrevió a mirarle a la cara, simplemente le besó el cuello y el pecho mientras sus manos le acariciaban, preparándose para darle placer con la boca.

    Era una buena forma de hacer que no se fuese aún, ¿verdad? Enseñarle… lo bien que le podía hacer sentir si se quedaba a su lado.

    ¿No?


    Edited by Bananna - 3/7/2019, 00:06
  10. .


    Qué monada de fic. Es que qué monada. No voy a decir mucho más porque siempre me acabo repitiendo más que el ajo, pero... Qué monada <3

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    Porque si esa sonrisa no es la de un ángel enamorado...

  11. .
    Si bien el recibimiento de los Bennet había sido realmente dispar, con una más que clarísima negativa por parte de Theo —aunque no podía culparle, ¡Gavril no sabía que era mayor que el padre de Shay!—, una amable y cálida aceptación de Connie y una temblorosa actitud por parte de Shay, todo pareció dejar de importar cuando abrió los ojos a la mañana siguiente y se encontró al joven inglés enroscado entre sus brazos, medio tumbado sobre su pecho y recogiendo buena parte de las mantas en sus piernas debido a un movimiento continuo durante la noche.

    Lo había admirado en silencio, acariciando suavemente su cabello, y había besado su frente, quedándose a su lado un rato más, disfrutando de su rostro calmado y de su respiración acompasada, hasta que se había levantado para desayunar con Connie.

    Había pensado que ese día iba a ser mejor que el anterior, que aquel despertar tan dulce y sin el regusto amargo de una orgía de imágenes pesadillescas preludiaba una jornada tranquila y agradable. Incluso con el nuevo encuentro con Theo seguía manteniendo esa certidumbre.

    Por eso, lo primero que sintió cuando Shay se aferró a su cuerpo con tanta fuerza fue cierta decepción al ver sus expectativas truncadas de semejante manera. Por supuesto, esto cambió rápidamente a un sentimiento bien distinto, más cercano al cabreo, cuando vio a ese joven alejarse con un tono amenazador hacia Shay.

    Deslizó los dedos por la espalda del inglés hasta llegar a sus nalgas y una vez allí cruzó las manos para que sirviesen de asiento y lo levantó sin mucho esfuerzo, apoyándolo sobre su pecho y llevándolo al interior de la habitación —para lo cual tuvo que sujetarlo con una mano mientras con la otra abría la puerta y, una vez dentro, la cerraba—, sentándose en la cama, con el superdotado sentado en su regazo.

    —Bennet —le llamó con suavidad, besándole la frente y acariciándole una mejilla para separarle el rostro de su hombro y poder mirarle a los ojos, mostrándose calmado ante él, aunque tenía en el estómago una horrible sensación con respecto a ese tal Vateman —. ¿Con qué te ha amenazado para que estés tan asustado? —le preguntó, sintiendo cómo su cuerpecillo se encogía y viendo cómo apartaba la mirada.

    Gav apoyó su frente contra la de Shay y respiró hondo, acariciándole con una mano la espalda y con otra la nuca. Unos segundos después, besaba sus labios con la misma suavidad con la que había hablado antes, caricias de labio contra labio que, a veces, rozaban también las mejillas llenas de lunares del inglés.

    —Si no hablas conmigo, no podré ayudarte —volvió a intentarlo, mirándole a la cara y dedicándole una sonrisa afable que se volvió un gesto de preocupación al ver cómo los ojos de Shay se llenaban de lágrimas. Le tomó las mejillas con ambas manos, acariciándoselas con los pulgares, y ladeó un poco la cabeza —. Shay… No voy a odiarte. Me digas lo que me digas, no voy a odiarte. ¿Acaso ese chico…?

    Se interrumpió al percibir algo y movió un poco el cuello del polo de Shay. ¿Cómo no se había fijado antes en esas marcas que Shay tenía en el cuello? No eran muy fuertes, pero esas líneas rosadas… Apretó los puños, respiró hondo y relajó su cuerpo, volviendo a abrazar a Shay. Besó la piel de su cuello, sobre esas marcas rojizas y sobre sus lunares, y después volvió a besar su boca.

    Cuando había hecho ese ensayo de Deriva con Shay, no habían podido profundizar de verdad. El susto del joven por los recuerdos del griego había sido bastante grande, permitiendo establecer una conexión, pero evitando que la inmersión fuese total. Y, aunque lo hubiese sido, tampoco habrían podido recordar toda la mente del otro con sólo una sesión. No, eso era algo que requería tiempo y muchos puentes neurológicos.

    Con todo, a Gavril sí le había quedado una agria sensación con respecto al periodo universitario de Shay. El suyo propio había sido digno de recordar, con muchas amistades, vivencias inolvidables en el sentido positivo del término, pero sabía, o intuía, que para Shay había sido muy distinto, y ese dichoso Vateman debía ser uno de los motivos de aquel cambio.

    Poco a poco, los besos fueron haciéndose algo más intensos, hasta el punto de que cuando se separaron para tomar aire, un pequeño hilo de saliva unía aún sus bocas.

    —Escucha… Quiero que tú y yo vayamos más o menos despacio. Me gustaría que nuestra relación se fuese afianzando antes de… hacer “nada”, pero… Pero creo que un paréntesis a eso podría ser beneficioso para ambos —susurró, soltando una pequeña risa mientras despejaba la frente de Shay con una mano, echándole el pelo hacia atrás —. Con suerte, no volverás aquí, así que… ¿Por qué no tener un buen recuerdo de esta habitación?

    Dicho esto, le hizo un gesto para que esperase y lo separó un poco, llevándolo al borde de sus muslos para tener suficiente espacio para quitarse la camiseta, que dejó a un lado. No pudo contener una gran sonrisa al ver la cara de Shay teñirse de rojo, y más divertido fue verle echarse a temblar cuando tomó las manos del joven con suavidad y las puso en su torso, dejándole acariciarle la piel desnuda.

    Quería dejarle un recuerdo agradable, era cierto, pero ahora mismo lo que más quería era que Shay dejase de pensar en ese Vateman. Con esta premisa, lo apretó suavemente contra su cuerpo y lo volvió a besar, mientras lo besaba, lo recostó en la cama, quedando tumbado a su lado, aunque con la parte superior del cuerpo acechando sobre él, por decirlo de alguna forma.

    Sus manos, grandes en comparación al cuerpecito de Shay, bajaron hasta el final del polo y entraron bajo éste, acariciando su vientre y su costillar, y sus labios fueron bajando por su cuello mientras sus dedos ahora le abrían los pantalones.

    Se detuvo, de pronto, y alzó la cabeza, llevándose un índice a los labios como para indicar silencio.

    —No le digas nada de esto a tu padre, por favor, o temo que me arrancará la cabeza con sus propias manos —dijo medio en broma medio en serio, acallando cualquier posible comentario con un nuevo beso.

    *****


    Cerró la puerta del baño lo más silenciosamente que pudo y respiró hondo, mirando hacia la cama, donde Shay descansaba, no sabría decir si despierto o dormido, aunque tenía los ojos cerrados, eso estaba claro. No se consideraba a sí mismo un maestro en el arte del sexo oral, mucho menos cuando se trataba de hacérselo a otro hombre —con Falana había aprendido bastante sobre las mujeres en ese aspecto—, pero tampoco creía que se le diese mal, y las reacciones de Shay le habían permitido reafirmar esta idea.

    El objetivo había sido satisfacerle y cambiar el rumbo de sus pensamientos —aunque eso supusiese que él se había tenido que aliviar en el baño por su cuenta, pero bien, era un precio justo a pagar— y, vaya, creía haberlo logrado. Esperaba haberlo logrado. Por ahora, aprovechó ese momento para acercarse a la mesa y cotillear las escasas pertenencias de Shay.

    No entendió muy bien la maceta vacía, prefirió no hacer conjeturas acerca de por qué sólo había calcetines desparejados y suspiró al ver un triste bolígrafo por ahí tirado. Desde luego, su vida universitaria había sido muy, muy, pero que muy distinta de la de Shay.

    Pasó ahora al último objeto, uno que no estaba dentro de la caja, sino a un lado, un póster. Se giró para comprobar que Shay siguiese con los ojos cerrados y se animó a desenrollarlo, teniendo que contener una risa al verse a sí mismo con su traje de piloto de Ares. Miró otra vez hacia Shay, mordiéndose el labio, y luego miró el póster de nuevo, extendiéndolo con cuidado. Puso la maceta en un extremo para que no se enrollase y sacó el bolígrafo de la caja, firmando el póster en una esquina, un «Con cariño, Gavril», seguido de su firma en la notación latina y, debajo, en el alfabeto griego.

    Contempló su obra y, satisfecho, dejó el boli a un lado, manteniendo la maceta sobre el póster, para que Shay lo viese al ir a terminar de cerrar la caja.

    Procurando no hacer ruido, se acercó para recuperar su camiseta y se la colocó, inclinándose luego para besar la frente de Shay. Al verle entre abrir los ojos, le sonrió y besó sus labios mientras le acariciaba el pelo.

    —Tengo una cosa que hacer, pero… Intentaré no tardar mucho, ¿vale? Descansa un poco más si quieres y luego… —enarcó una ceja, pensativo, y volvió a sonreír —Luego podríamos dar un paseo por Londres, comer por la ciudad… ¿Cómo una cita?

    Volvió a besarle, le guiñó un ojo y salió de la habitación, cerrando la puerta al salir. Y, una vez a solas en el pasillo, su sonrisa se desvaneció, siendo sustituida por un ceño fruncido.

    No le costó demasiado encontrar a Vateman. De hecho, casi parecía que Vateman le había encontrado a él. Estaban todavía en el edificio residencial, ni siquiera habían cambiado de planta. Se le acercó con una sonrisa amable y agradable, como si fuese un alumno modélico, el hijo ejemplar, el yerno perfecto que cualquier padre querría para su hija. Pero Gavril ya le había visto el plumero, así que no le fue demasiado difícil resistirse a esos encantos teatrales.

    —¡Gavril, hola! ¿Puedo llamarle Gavril? Su apellido me cuesta un poco —se excusó cuando llegó hasta él.

    —No —respondió Gav con un tono algo seco —. Profesor, doctor o ranger. Elige el título que quieras —le soltó, cruzando los brazos sobre el pecho.

    —Oh… Vaya, es una selección amplia —bromeó Fredrick con una sonrisa encantadora que tembló al encontrarse con un muro de piedra. Carraspeó y señaló en la dirección de la que venía Gav, hacia la habitación de Shay —. Verá, ranger… ¿Puedo hablar con usted a solas sobre su… compañero?

    —Me encantaría —dijo Gavril, dedicándole la primera sonrisa, tensa y claramente falsa, detalle que Fredrick decidió pasar por alto.

    —¡Estupendo! ¿Pasamos a mi cuarto? —y señaló la puerta abierta.

    Gavril cabeceó y se acercó a la habitación del capitán de lacrosse.

    —¿No deberías estar en clase?

    —¿Eh? Ah, no. Ahora tengo un hueco en el horario, así que no hay problema.

    Vateman cerró la puerta del dormitorio y carraspeó, invitando a Gavril a sentarse. El griego ignoró la invitación y simplemente miró la habitación, acercándose para tocar un trofeo que había en una estantería, junto a alguna medalla.

    —Interesante currículum pareces tener aquí —se giró a mirar a Fredrick, quien tocaba el respaldo de su silla rotatoria, quizás algo tenso —. Dime, ¿qué me querías contar?

    —Bueno… Me parece justo avisarle de algunas cosas referentes a Bennet, ya que van a ser compañeros de jaeger y demás… —sonrió, una sonrisa ahora como de disculpa, como si lamentase lo que estaba haciendo, y se acercó a su armario, del cual sacó un póster enrollado que tendió a Gavril —Esto estaba en el cuarto de Bennet.

    Gav desenrolló el póster, volviendo a encontrarse a sí mismo, esta vez saliendo de una piscina. Medio sonrió y miró a Fredrik por sobre el papel satinado.

    —Salgo favorecido, ¿no?

    —No es eso, ranger… Verá usted, es que sé que Bennet tenía esto en su cuarto y sé que lo usaba para… eh… estimular su imaginación.

    —Dices que se hacía pajas pensando en mí —dijo Gav como si tal cosa, volviendo a enroscar el póster para dejarlo sobre la mesa, acercándose a Fredrick un poco más.

    —Bueno, sí —el chico parecía algo perplejo, estaba claro que no esperaba que el griego se tomase la noticia así —. Y no sólo eso. También decía tu nombre cuando estaba en la cama conmigo.

    —¿Te acostabas con Shay Bennet? —preguntó Gavril con genuina sorpresa. Este nuevo interés pareció agradar a Vateman, quien recuperó aplomo y volvió a sonreír con suficiencia.

    —¡De eso también quería hablarle! Verá, ranger —repiqueteó los dedos en el respaldo de la silla, apoyándose después en ella con los brazos cruzados —, Shay Bennet no es lo que aparenta.

    —¿Ah, no?

    —Nop. Parece ser un chico dulce y tímido, pero en realidad es… Me sabe mal usar esta palabra, pero es una puta —dijo con un suspiro pesaroso, haciendo que Gav alzase las cejas —. Me suplicaba sexo, ofreciendo cosas a cambio. Hacerme los deberes o limpiar mi cuarto… A veces incluso me pedía que le humillase.

    —¿Sí? —Gav frunció una ceja, manteniendo la otra enarcada —¿Tienes alguna prueba de ello?

    —¡Por supuesto! —como si ese fuese su momento estrella, Fredrick abrió la pantalla del ordenador, mostrando una carpeta llena de fotos bastante comprometedoras de Shay.

    Gav se acercó para mirarlas, frunciendo el ceño del todo y tapándose la boca con una mano.

    —Esto es asqueroso —susurró, haciendo que Vateman asintiese un par de veces, satisfecho con las reacciones que estaba consiguiendo del griego —. ¿Tienes copias?

    —¡Claro! Están copiadas en la nube y también en una memoria portátil.

    —¿Puedo ver esas copias? —Gav ladeó un poco la cabeza para mirar al universitario —Necesito asegurarme, ya sabes…

    —Sí, lo entiendo —aunque no lo entendía, pero igualmente parecía estar logrando su objetivo, así que le enseñó la carpeta de drive y, después, sacó de un cajón el USB en cuestión.

    —¿Estas son todas las copias que tienes?

    —¿Para qué iba a necesitar más? ¡Pero puedo hacerle otra copia a usted! Me imagino que querrá mostrásela a sus superiores…

    —No, no creo que haga falta —Gavril carraspeó, cogiendo el pendrive y dándole vueltas entre los dedos —. Así que juegas al lacrosse, ¿eh? ¿Cuál es tu brazo bueno?

    —Soy diestro, pero… ¿Qué tiene eso que ver con…?

    Lo siguiente que salió de la boca de Vateman fue un grito, provocado por Gavril, quien le había agarrado la muñeca derecha y, en un rápido movimiento, le había hecho girar, retorciéndole el brazo tras la espalda y haciéndole arrodillarse en el suelo.

    —Escúchame muy bien, hijo de puta —le susurró Gavril en un tono para nada agradable, apretando un poco más el agarre —. Eres un jodido enfermo de mierda, peligroso para ti y para la sociedad.

    —¡Basta! ¡¡Suéltame, animal!! —gritó otra vez cuando Gavril le apretó más el brazo, haciéndole sentir que se le iba a salir el hombro de su sitio —¡¡Mis padres te van a arruinar!! ¡¡Soy un Vateman, viejo!! ¡¡No volverás a pisar la calle en tu puta vida!!

    —¡Y tú no volverás a mover este brazo jamás como no te calles de una puta vez! —no lo había gritado, sólo lo había dicho en un tono de voz alto, pero había sido suficiente para que Fredrick se echase a llorar a moco tendido —Voy a borrar estas fotos y tú, amigo mío, vas a ir a disculparte con Shay Bennet por todo lo que le has hecho. Y, si resultas convincente, me pensaré el no romperte el brazo de forma permanente.

    —¡¡Por favor!! ¡¡Por favor, suéltame!! ¡¡Por favor…!!

    —¿Te acabas de mear encima? —preguntó Gavril con cierto asco, sacudiendo la cabeza y soltando por fin a Fredrick, quien cayó al suelo, agarrándose el brazo adolorido, aunque sin siquiera una fisura —Me das asco.

    Tras escupir esto, se acercó al ordenador y procedió a borrar todas las fotos, también la carpeta del drive. Tiró el USB al suelo y lo pisó con su pierna buena varias veces, dejándolo destrozado. Por si acaso, lo cogió otra vez, sacó su mechero y quemó los circuitos, yendo luego al baño para arrojarlo al inodoro, tirando después de la cadena.

    Regresó a la habitación principal, donde Fredrick se había hecho un ovillo en una esquina, intentando protegerse de un posible ataque. Gavril lo miró, rodó los ojos y cogió el póster, acercándose a la puerta, aunque antes de salir, se giró a mirarle.

    —¿Bennet tenía una planta?

    —Sí —respondió con voz temblorosa —. Una… una estúpida atrapamoscas… Tenía un nombre ridículo. ¿Richard o…? ¡Steve! ¡Steve! —repitió al ver que Gavril parecía dar un paso hacia él.

    —¿Y qué pasó con la planta?

    —Yo… Le tiré… le tiré lejía cuando Bennet se… se negó a hacer…

    —No, no quiero saberlo. Por dios, niño, estás fatal —respiró hondo y apretó los labios, mirándole con una extraña mezcla de asco y lástima —. ¿Este es tu teléfono?

    —¿Qué… qué vas a hacer…?

    —Voy a echarte una mano, desgraciado de mierda —dijo mientras buscaba el número de la madre de Vateman.

    *****


    Cuando Gavril volvió a entrar en la habitación de Shay, lo vio contemplando la firma y no pudo evitar sonreír. Se acercó y le besó la sien, poniendo después sobre la mesa el segundo póster.

    —¿Te firmo este también? —le preguntó, aunque al ver cómo le cambiaba la cara… —¡Oh, no! No, no, tranquilo. Está bien, me parece adorable que tuvieses esto. Debió costarte conseguirlo, no recuerdo que se hiciesen muchas tiradas. Aunque, si quieres, te dejaré sacarme una foto así —dijo con una risa, cogiendo el boli para firmarlo también, besando luego los labios de Shay.

    Se estaba aficionando a besarle, esperaba que al inglés no le molestase.

    —He hablado con ese chico, Vateman… Me dijo que tenía unas fotos tuyas, pero, bueno, no sé qué ha pasado, ha debido haber un fallo informático o algo, porque… Se han borrado todas —dijo, encogiéndose de hombros —Incluso tenía una copia en USB, pero, uf, menudo patoso, se le ha caído al váter, así que, en fin, parece que me voy a quedar sin verlas. Ah, y ha hablado con su madre. Parece que van a llevarlo a terapia o algo así. No ha sido la conversación más agradable que he tenido nunca, pero ¡mira! —le enseñó los dorsos de las manos —No me sangran los nudillos. ¿Me merezco un beso, quizá? —dijo, inclinándose hacia él.

    Sin embargo, al ver la cara que ponía, decidió dejar las bromas a un lado y le acarició una mejilla, rodeándole la cintura con la otra mano. Lo acercó un poco a su cuerpo y le besó las mejillas, llevándose con los labios un par de lágrimas que empezaron a rodar. Le oyó decir algo, pero no consiguió entenderle.

    —Shay… Shay, tranquilo —le susurró, acunándolo contra su cuerpo —. No voy a dejar que ese tipo te haga daño otra vez. No quiero que llores más por él. No se lo merece. Mírame, por favor —le tomó el mentón y le hizo mirarle, sonriéndole un poco —. Eres mi compañero, además de mi… novio —lo dijo con un cosquilleo agradable en los labios, sintiéndose incluso algo nervioso al pronunciar esa palabra —. ¿Confías en mí? —al verle asentir, frotó suavemente su nariz contra la de Shay —Entonces confía cuando te digo que nada de lo que me haya podido decir o mostrar ese Vateman ha afectado negativamente a la opinión que tengo sobre ti. Dime, ¿por qué no llevamos estas cosas al coche, volvemos a Londres y damos ese paseo del que te hablaba antes? —sugirió con una sonrisa, revolviéndole el pelo en un gesto cariñoso que ya había tenido con él antes, en Australia.

    Un rato después estaban en el coche que la milicia inglesa le había prestado a Thomas. Encontrar al militar no había sido complicado, había bastado con un mensaje y el piloto había salido de la cafetería para dirigirse al aparcamiento, donde ya estaban los otros dos, con Gav cargando la caja con un brazo y abrazando a Shay con el otro.

    Esta vez, Gav se sentó atrás, con Shay, dejándole acomodarse en su hombro, y sacó un cigarrillo, ganándose una bronca de Thomas que no le impidió en ningún momento seguir fumando, procurando soltar el humo y la ceniza por la ventanilla, eso sí.

    Este viaje se hizo algo más lento. La lluvia seguía, el tráfico se había parado en algunos puntos, pero la radio funcionaba y a Gavril no le daba vergüenza cantar o interrumpir alguna canción para sacar algún tema de conversación. Pero si en vez de dos horas, duró dos horas y media, tampoco supuso una gran diferencia.

    *****


    Había empezado como un ligero cojeo, nada demasiado notorio, pero había un momento en el que Shay se había mostrado auténticamente preocupado y Gavril había accedido a entrar el primer local abierto que encontrasen.

    —Estoy bien, estoy bien —le dijo por enésima vez, aunque la forma en la que se apoyó en la silla para poder sentarse en ella, o cómo se masajeó la pierna una vez acomodado, parecía indicar justo lo contrario —. Es este clima húmedo, que me está afectando más de lo que creía. Como en Australia es todo tan seco, no había caído en… Ah, pero no importa, puedo soportarlo —confirmó, apretándole sutilmente los dedos.

    El paseo había sido agradable, al menos según veía Gav. Caminando juntos bajo un único paraguas, mirando tiendas, con una conversación más bien centrada en recuerdos evocados por las verjas negras o alguna calle en concreto. Pero la dichosa pierna…

    Miró a su alrededor. Al menos habían ido a parar a un sitio mono, un restaurante italiano de estos que hay a puñados en cualquier país. El olor era bueno, los platos de los comensales de las cercanías parecían abundantes, la decoración no hacía que quisieses arrancarte los ojos y la música estaba al volumen perfecto para no tener que gritarte con tu compañero.

    —¿Cómo estás, Bennet? —le preguntó en voz suave, acariciándole los dedos por encima de la mesa con suavidad.

    Las marcas del cuello ya no se le veían tanto, pero aun así Gavril no podía quitarse el recuerdo, tampoco la imagen de la carita de Shay aterrado y llorando, aferrándose a él. ¿Realmente creía que le iba a perder por unas fotos y un par de posters? Las fotos le habían parecido asquerosas, pero no por la imagen que se reflejaba en ellas, si no por su existencia en sí, y los posters… Bueno, estaban para algo, ¿no?

    Tuvo que frenar el tren de sus pensamientos cuando el camarero se acercó para entregarles las cartas y tomar el pedido de las bebidas. Una vez se alejó, Gav suspiró y abrió la carta, empezando a mirarla, pero o la letra era muy pequeña o él estaba más viejo de lo que pensaba, porque tuvo que sacar las gafas para poder leer bien los menús.

    Al sentir la mirada de Shay sobre él, alzó los ojos, viéndole sonrojado, y sonrió.

    —¿Te gustan? Las tuve que comprar cuando estabas en las Montañas Azules. Al parecer, la edad no perdona y mis ojos se cansan. Pero no te preocupes, me han dicho que no es algo que me vaya a afectar como piloto —le aseguró, guiñándole un ojo, aunque ahora que hablaba de lo viejo que era… —. Por cierto, ¿hay alguna forma de lograr que tu padre no quiera…?

    No pudo seguir hablando, no cuando sintió alguien acercarse directamente a ellos. Temiendo que fuesen a pedirle una foto o un autógrafo —de hecho, les habían parado una o dos veces por la calle precisamente para eso y era algo agotador, aunque por suerte habían pillado a Gavril de buen humor y nadie había recibido gruñidos y malas caras—, respiró hondo y se giró, mostrándose sorprendido al reconocer el rostro que se había detenido junto a su mesa.

    —¿Cara? ¿Cara Papandreu? —preguntó, poniéndose en pie e inclinándose para dejar un par de besos en las mejillas de la chica.

    Esta era una joven de veintipocos, algo mayor que Shay, de carita redondita y dulce, con el pelo oscuro recogido en una coleta alta y una ropa sencilla, camiseta y vaqueros. No era la joven más hermosa de Londres, no era fea tampoco. No llamaba la atención, pero tampoco era invisible. Aunque tenía una sonrisa bonita, sobre todo en esos momentos, que le brillaban los ojos con gran ilusión.

    —¡Gavril! ¿Puedo…? —empezó a preguntar, abriendo los brazos un poco.

    Gav sonrió y la abrazó, palmeándole la espalda y separándose para mirarla de arriba abajo.

    —Pero mírate, ¡si estás hecha toda una mujercita! ¿Cómo te va?

    —¡Bien! Me reubicaron aquí con mi familia y… Estoy estudiando fotografía.

    —Eso es genial… ¡Ah! Shay Bennet, te presento a Cara Papandreu. Fue una de mis alumnas, antes del desastre.

    —Un placer —dijo ella, apretando la mano de Shay —. Este hombre me salvó la vida, ¿sabes? ¡De forma literal! Me ayudó a salir de ese dichoso edificio, y eso que llevaba a dos niños a cuestas.

    —Fue instintivo —murmuró Gavril, con una ligera incomodidad que demostraba que no era su tema favorito. Porque, por mucho que pudiese parecer lo contrario, a Gavril le costaba recibir pilas de halagos o recuerdos constantes de sus actos heroicos, como la gente se empeñaba en llamarlos.

    —Un instinto envidiable, desde luego —Cara se giró hacia su mesa y se recolocó un mechón de pelo tras la oreja, volviendo a mirar a Gavril —. Tengo que volver con mi familia, pero… ¡No podía no saludar!

    —¡Claro que no! Has hecho bien. Me ha alegrado mucho verte. Oye, ¿sabes algo de los demás?

    —Sí, más o menos. Los que terminamos aquí, mantenemos aún bastante el contacto, pero es difícil localizar a los demás, incluso con las tecnologías actuales…

    Gavril asintió con gravedad, dándole la razón y, tras un poco más de charla, volvieron a intercambiar besos y la chica se fue a su mesa, dejando que Gavril, por fin, se pudiese sentar en su asiento. Se quitó las gafas, ni recordaba que aún las llevaba puestas hasta que fue a frotarse los párpados, y suspiró, mirando a Shay con una sonrisa de disculpa.

    Abrió la boca para hablar, pero el camarero se acercó para ver si tenían ya pensada la ordenanza, haciéndole cambiar otra vez el foco de atención. Y cuando volvieron a quedar a solas, prefirió primero servirse vino y darle un trago a la copa, después suspirar y mirar la calle por la ventana, finalmente volver a mirar a Shay. Apoyó un codo en la mesa y usó esa mano como almohada para su mejilla, mirándole con una sonrisa suave en la boca.

    Se sentía feliz. Hacía mucho que no era feliz, pero ahora que estaba con Shay, que Shay le había aceptado… Sí, se sentía feliz. Quizá no era la misma felicidad que habría tenido años atrás, cuando su hermano estaba vivo y su ciudad no era un montón de piedras mal apiladas, pero era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo, y eso ya era algo a agradecer.

    Observó su rostro con cierta atención, viendo bien sus pecas, ese rubor en sus mejillas, sus ojos pardos, su gesto nervioso, y ensanchó un poco la sonrisa.

    Iba a preguntarle por algún truco para amansar a Theo. Iba a hablarle de sus alumnos de Salónica. Pero ya no recordaba estas cosas, tampoco las necesitaba. Movió un poco la pierna mala y se mordió el labio inferior, como pensativo.

    —Oye… Ahora que tienes una maceta vacía, ¿qué te parece si después de comer la llenamos con algo de tierra y una planta? Siempre me han gustado las venus atrapamoscas.

    Y aunque esto no era verdad, tampoco fue mentira cuando vio el rostro del inglés iluminarse ante la idea.
  12. .
    Con un resoplido, Gavril terminó de ajustarse con los dientes la venda que cubría los nudillos de su mano izquierda. Acababa de hacerse unas curas con algo de betadine, así que sólo tenía que cubrirse los rasguños para no rozarse con la ropa ni golpearse directamente las heridas durante el entrenamiento de esa mañana.

    Había sido una auténtica estupidez por su parte ceder ante las bravuconerías de Potts, pero no había podido evitarlo, al final, y había saltado contra él.

    Que Billy Potts y Gavril Kasdovassilis se llevaban mal no era, precisamente, un secreto de Estado. De hecho, en su día habían sido incluso portada en alguna revista, habiendo llegado sus peleas a las manos en más de una ocasión.

    La respuesta fácil a estas disputas es que eran rivales a nivel profesional. Los hermanos Potts habían protegido Australia durante un año entero, pero la llegada de los Kasdovassilis había hecho que los australianos perdiesen fama, protagonismo, y logros. Los griegos, sin tener una formación militar previa, al contrario que los Potts, que habían estudiado en la academia militar desde siempre, habían ido batiendo récords mundiales, siendo reclamados por otros continentes y consiguiendo incluso una hegemonía en la caza de kaiju.

    Por otra parte, pensar que algo tan superficial era el auténtico punto de roce era quedarse corto. Ni Billy ni Gavril creían, realmente, que sus logros personales fuesen más importantes que el hecho de que hubiese alguien destrozando las hordas kaiju que se empeñaban en asolar la Tierra. Si alguien luchaba contra ellos de forma satisfactoria, bien podía ser ruso u holandés, lo importante al final eran los resultados.

    No, el problema de estos dos debía ser químico. Debía haber algo en ellos que les causaba una repulsa desde el primer momento en el que se habían visto. Se odiaban, pese a que no eran tan distintos, al final. Incluso cuando Gavril seguía manteniendo cierta alegría y esperanza en sus ojos, al quedar frente a Billy, prácticamente expelía ácido en su saliva, y esto sólo se había ido acentuando a medida que pasaban los años y sus almas se iban llenando de cicatrices.

    Y la cosa no se había quedado en simples peleas verbales o en un par de puñetazos, sino que había les había terminado afectando de una forma mucho más profunda, cometiendo auténticas estupideces. Como la vez en la que Billy consideró oportuno verter en las piscinas una mínima cantidad de veneno de medusa que dejó a Gavril con una terrible urticaria durante más de una semana, o aquella ocasión en la que Gav se acostó con la prometida de Billy en la cama de él, rompiendo el enlace, todo sea dicho.

    La situación había llegado a tal punto que fue el hermano de Billy, Thomas, quien solicitó un cambio de destino. Thomas se llevaba bien con Gavril, incluso había quien aseguraba que había tenido una relación algo más íntima con Kyriacos, pero visto lo visto, la separación era la mejor solución.

    Y se habían trasladado a Melbourne hacía ya cuatro años. A decir verdad, la convivencia no había sido muy larga, pero sí extremadamente intensa.

    Gavril no sabía por qué Billy Potts había aparecido por la base de Sidney aquella mañana. Tampoco le importaba. Él había salido para correr un rato con Cerbero —estaba enseñando al cachorro una rutina para que no ensuciase la base y, aunque llevaban pocos días, estaba teniendo un éxito sorprendente—, y mientras se fumaba un cigarro en un descanso, con el dingo excavando algún hoyo en la arena, se le había acercado el otro piloto.

    Estaba siendo un intercambio de palabras muy adulto y normal. Un simple «hola, ¿qué tal todo? ¿Cómo está tu hermano?» Ninguno parecía tener ganas de pelea, al menos no en un principio.

    Echando la vista atrás, Gavril no conseguía recordar cuándo había empezado todo, aunque estaba seguro de que había sido Billy quien había soltado la primera pulla. En algún momento le había insinuado que Kyriacos había muerto por su culpa. La verdad es que estaba todo muy borroso, pero también podría jurar que Billy Potts, el cabrón de Billy Potts, le había dicho algo así como que había hecho una apuesta sobre cuándo mataría a su nuevo compañero, «ese niñato inglés».

    Gavril le había roto la nariz, claro. Y Billy le había dejado también unos cuantos moratones. Pero el peor parado había sido Billy, pues Cerbero había corrido a defender a su griego, dejando mordiscos que dejarían marca en brazos y piernas del australiano.

    La conversación con el mariscal había sido horrible, con muchos gritos, muchos golpes en la mesa, muchas palabrotas y llamadas a la base de Melbourne. Y, al quedar a solas con Gavril, un nuevo discurso que, al final, sólo redundaba en lo ya dicho, añadiendo una sanción salarial y la prohibición de abandonar la base, como si fuese un niño pequeño castigado «porque si te portas como un niño, te trataré como a un niño». Y Gavril sólo había asentido y suspirado.

    De eso habían pasado ya dos días y el mariscal seguía gruñéndole cada vez que se cruzaban por los pasillos. Y a Gavril seguían doliéndole un poco las costillas. Y, a la vez, se veía incapaz de dejar de pensar en Shay Bennet.

    La peor parte era cuando se asomaba por la habitación vacía y veía a Victoria acurrucada en la cama fría, suspirando con añoranza. Sentía en esos momentos que su corazón se estrujaba por una mano invisible y no podía evitar el impulso de acercarse y dejar que la caimán se enroscase en su brazo con patas y cola, llevándola entonces, con el gracioso sonidito de las patas de Cerbero golpeando el suelo, a donde quiera que se dirigiese, ya fuera cocinas, comedor, gimnasio, piscinas o helipuerto.

    Esa vez no era una excepción. Salió de su dormitorio una vez se terminó de arreglar, miró la habitación de Shay —empezaba a pensar que una parte de él realmente esperaba ver al inglés tirado en la cama o arrodillado en el suelo, leyendo o haciendo garabatos numéricos en algún cuaderno, sobre todo ahora que había hablado con él por teléfono y tenía su voz más fresca en la memoria—, cogió a Victoria y fue con ella y con Cerbero al gimnasio, donde dejó a la caimán sobre unas toallas húmedas y a Cerbero dormitando a su lado tras dar haber hecho ejercicio a primera hora mientras él se encargaba de impartir la clase de combate con arma blanca de la semana.

    *****


    Que Cerbero le quitase la toalla ya había sido malo, pero que los colegas entrasen en los vestuarios cargados con un par de juguetes de algo que no pudo ver bien en el momento, aunque más tarde distinguió como dos reproducciones en miniatura de Bunji, gritando y haciendo estúpidos aspavientos, no fue precisamente bueno, tampoco.

    De alguna forma, consiguió mandarlos a la mierda y hacerse paso hasta su ropa, empezando a vestirse con más rapidez de la usual.

    Había tenido una larga semana para pensar en Shay, en él mismo y en lo que quería. Y, con impaciencia, había aguantado todo el día sabiendo que en cualquier momento llegaría Shay. Que hubiese llegado justo mientras él estaba terminando de secarse le pareció un poco inoportuno, pero tampoco era algo que pudiese cambiar, así que procuró estar vestido en treinta segundos y, mientras los colegas jugaban ahora entre las duchas, él salió, sonriendo inmediatamente al ver al chico.

    Cerbero ladró y olvidó la toalla a un lado, corriendo con la lengua fuera para lanzarse sobre Gavril con la esperanza de recibir las mismas atenciones que Shay le daba a Victoria. Por desgracia, los dingos, especialmente los cachorros, son totalmente incapaces de entender que sus cuerpos, por pequeños que sean, tienen una fuerza y una capacidad de impulso concretos, por lo que el propio Cerbero se sorprendió cuando, al saltar sobre Gavril, este cayó a la piscina, y como estaba rodeando a Shay con sus brazos para abrazarle, se lo llevó por delante, terminando así griego, inglés, caimán y dingo en el agua.

    Los dos animales no tuvieron mucho problema en salir a flote. Cerbero soltó un par de aulliditos hasta que vio que podía nadar si movía las patas, cosa que hasta ahora no se había atrevido a hacer, y se dedicó a probar sus nuevas habilidades con ladridos emocionados mientras Victoria nadaba en círculos a su alrededor, queriendo tantear nuevos terrenos de juego.

    En cuanto a los humanos, Gavril había tenido a bien coger a Shay por la cintura y levantarlo para sacarle la cabeza del agua antes de que se desgraciase el invento, y ahora le apoyaba la espalda contra la pared de la piscina mientras él nadaba para mantenerse a flote, visto que justo habían caído en la zona profunda.

    ¿Estás bien? —le preguntó en un susurro, soltando después una pequeña risa ante lo ridículo de la situación.

    Todavía sujetando a Shay, hundió la cabeza en el agua y la volvió a sacar con un movimiento para echarse el pelo hacia atrás, de forma que no le molestase tanto. Al hacer esto, su pelo, que empezaba a necesitar un buen corte, dejó ver los restos del moratón causado por un puñetazo alrededor de su ojo. Apenas quedaba un ligero tono amarillento y un casi cicatrizado rasguño, la pelea había sido hacía ya cinco días, pero Shay debió notarlo, a juzgar por su cara de preocupación.

    Oh, no te preocupes —le sonrió Gavril —. Tuve un encontronazo con un… tipo. Él está peor —dijo medio en broma, negando después con la cabeza y acercándose para plantarle un beso en la mejilla —. Venga, será mejor que salgamos del agua.

    Dicho y hecho, volvió a rodear la cintura de Shay con las manos, cogió impulso y lo subió hasta sentarlo en el bordillo. Le guiñó un ojo, se empujó para tomar más velocidad y llegó hasta los dos animales, cogiéndolos en brazos y llevándolos también a la orilla donde había dejado a Shay. El último paso fue salir él mismo, apoyando las manos en el suelo y levantándose a pulso.

    Estas son las cosas que me hacen plantearme si el divorcio realmente valía la pena —bromeó Falana, que acababa de entrar en las piscinas, mientras señalaba con una mano a Gavril, cuya ropa se había pegado completamente a su cuerpo. Claro que la sonrisa de Falana se borró cuando, al acercarse un poco más, vio esas marcas de hematomas y rasguños —. Pero luego veo estas otras cosas y me doy cuenta de que mucho tardé en firmar los papeles. ¿Qué demonios ha pasado? ¿No te podemos dejar una semana sin que te termines peleando con otros gatos?

    ¡El griego es un gato! —exclamó la voz de Jack, aunque era su Bunji lo que sobresalía tras la puerta de los vestuarios.

    ¡Un gato enorme! —afirmó Daly, imitando a su amigo al sacar simplemente el juguete.

    ¡Una pantera, colega!

    ¡El griego es una pantera!

    ¿Ves lo que he tenido que aguantar mientras estabas fuera? —dijo Gav a Shay, arrugando la nariz en una sonrisa torcida. Rodó los ojos cuando Falana carraspeó de forma exagerada y cruzó los brazos sobre el pecho —El subnormal de Potts se pasó por aquí y soltó su diarrea verbal, como de costumbre.

    Por el amor de Cristo bendito, ¡Gavril Kasdovassilis! —fue divertido ver cómo ante ese tono de voz enfadado Gav descruzaba los brazos y agachaba la cabeza, casi como un niño recibiendo una bronca —¿Cuántos años tienes ya para seguir con esas estúpidas riñas?

    ¡Empezó él!

    ¡Me da igual quién empezase! ¡No puedes dedicarte a golpear a cualquiera que te mire mal!

    ¡No se trataba de eso, Falana! De hecho… ¡Yo intenté mantener una fría cordialidad, como habíamos acordado!

    ¿Ah, sí? —ahora era Falana la que cruzaba los brazos bajo el pecho mientras los colegas, viendo que la cosa era algo más seria de lo esperado, salían de los vestuarios en silencio —¿Y qué puede motivar que tú, un hombre adulto y supuestamente responsable, haya atacado a otro?

    Me… —Gavril perdió el fuelle. Frunció el ceño y chasqueó la lengua, apartando la mirada —No importa. Voy a secarme y cambiarme de ropa.

    Dirigió una mirada breve, quizá como de disculpa, a Shay y después salió con la cabeza gacha, sin siquiera llamar a Cerbero, aunque este no tardó mucho en seguirle entre saltitos y lamidas de mano, al menos hasta que Gav se agachó para cogerlo, yendo así más rápido.

    Falana soltó un largo suspiro y apoyó el peso de su cuerpo en una pierna, con las manos en la cadera, girándose a mirar a Daly y Jack.

    ¿Vosotros sabéis qué ha pasado?

    Los dos amigos intercambiaron una mirada antes de asentir, con una seriedad en los rostros nada propia de ellos.

    Billy Potts le echó la culpa de la muerte de Kyriacos —dijo Daly al final en voz baja.

    ¡También se metió con nuestro coleguita! —añadió Jack, abrazando a Shay sin importarle mucho quedar empapado.

    Oh… —Falana se tapó la boca con una mano y cerró los ojos, respirando hondo antes de mirar hacia la puerta —Ahora me siento fatal. Será mejor que vaya a hablar con él. Ah, antes de que se me olvide… Shay, cariño, John me ha dicho que ha olvidado decirte antes que te han invitado a dar una conferencia en Londres. Era sobre… lo que hiciste con los jaegers a distancia, creo, yo… Lo siento, cariño, tendrás que hablar con él. Yo voy a…

    Hizo con las manos un gesto hacia la puerta y después suspiró, sacudiendo la cabeza mientras echaba a andar hacia la habitación de Gavril, dejando allí a los demás.

    ¿Qué? ¿Te tienes que volver a ir, coleguita?

    ¡No es justo, colega! ¡¡Iremos contigo!!

    *****


    No, definitivamente vosotros os quedaréis aquí —sentenció John Williams con un asentimiento rotundo que no daba lugar a réplicas. Aunque, por supuesto, las hubo.

    ¡Pero tenemos que ir!

    ¡Es nuestro coleguita!

    John respiró hondo, masajeándose el puente de la nariz. No sabía ya ni cuánto tiempo llevaban discutiendo aquello, pero parecía que le llevaría un buen rato aún. No le había dado muchas opciones a Bennet: tenía que dar esa conferencia, aunque fuese simplemente por publicidad. De la misma forma que lo había mandado al campamento de las Montañas Azules, pues ahora lo mandaba a Londres. Además, así podría aprovechar para ver a sus padres y terminar de recoger sus cosas de allí. O lo que quisiera. Lo cierto es que a él, cumplido el marketing, le daba igual lo que hiciese, siempre que volviese.

    ¡Pero alguien le tendrá que proteger!

    ¡Claro, colega! ¿Y si le intentan secuestrar de nuevo?

    No he dicho que vaya a ir solo, he dicho que vosotros no vais a salir del continente.

    ¡Es tan injusto, colega…!

    Y, mientras tanto, Gavril tomaba un café con Thomas Potts en una de las salas de descanso de la base.

    Sí, bien… Básicamente seré su guardaespaldas y chófer —sonrió Thomas con ese gesto comedido que solía cargar.

    Era un hombre de metro ochenta y cinco, más o menos, con cuerpo de surfero, como la mayoría de los militares australianos. Tenía el pelo castaño oscuro, aunque con la parte superior más clara por la acción del sol, y una piel oscura que, junto a sus ojos algo rasgados, mostraban unos orígenes nativos de la isla, aunque mezclados con la sangre venida de Inglaterra.

    Su hermano pequeño, sin embargo, tenía más sangre europea, con los ojos más almendrados, pero de todas formas eran bastante parecidos en contextura y demás. Aunque sus personalidades eran bastante distintas, pues mientras que Billy no temía ir más allá, Thomas prefería tomarse las cosas con calma y pensar fríamente antes de actuar.

    Aunque creo que deberías ser tú quien interpretase ese rol —añadió, dándole un sorbo a su café.

    Sí, bueno… Después de romperle la nariz al cretino de tu hermano, papá mariscal me ha castigado en casa.

    Sé que no debería decir esto, pero en realidad me alegro de que lo hicieses —comentó Thomas en voz baja, con una sonrisa discreta —. Bill iba a ser su acompañante, originalmente, pero ahora que está de baja y debo hacerlo yo… Creo que las cosas serán más fáciles para todos.

    Gav sonrió de medio lado y dio un par de vueltas más a su café —aunque no había por qué, ni siquiera llevaba azúcar, sólo un poco de leche—, para luego soltar un nuevo suspiro.

    Realmente quiero ir a verle a su conferencia.

    ¿Sí?

    Claro. Incluso si hablarle a «mentes mediocres», como él considera al común de los mortales, no es santo de su devoción… No sé, creo que es importante para él y me gustaría estar allí.

    No me digas que… —empezó Thomas con una pequeña risa, ladeando la cabeza —¿Y esa sonrisita, Gav? ¿No será que te gusta tu compañero?

    Oh, cállate —se quejó Gavril con un gesto de mano, como si espantase moscas invisibles —. Yo intentaré ir, igualmente, pero quiero que sepas que, tanto si voy como si no, si le pasa algo, por mínimo que sea, te partiré a ti también la nariz.

    ¡No lo jures!

    *****


    ¡¡Coleguita!! —exclamaron Daly y Jack mientras estrujaban a Shay en un demoledor abrazo.

    Gavril, con los brazos cruzados sobre el pecho y un hombro apoyado en la jamba de la puerta, sonrió de medio lado mientras veía a Falana acercarse y separar a los dos australianos del inglés entre quejas y comentarios de que iban a matarlo al final. El griego alzó la mirada y le hizo un gesto de cabeza a Thomas, quien se lo devolvió con una sonrisa calmada, apoyado en el jeep con el que iría al aeropuerto.

    Llámanos, ¿vale? —decía Falana mientras era ahora ella la que abrazaba a Shay y le llenaba la cara de besitos —Te estaremos viendo por la tele, aunque haya una diferencia horaria de nueve horas. Muchísimo ánimo, cariño, ¡pero llámanos!

    Eso ya se lo has dicho, Falana —se rio Eugene, sacudiendo la cabeza antes de tenderle una mano a Shay —. No nos hagas quedar muy mal, ¿eh?

    Ese es su deporte favorito —añadió Haze con una sonrisa socarrona que duró los dos segundos que tardó en recordar que Gavril estaba allí también. Carraspeó y se guardó las manos en el bolsillo, alejándose un paso o dos de Shay —. Pero sí, mucha suerte y buen… buen viaje. ¡Oh, qué tarde es! Vamos, Eugene, tenemos cosas que hacer en el laboratorio.

    No exagerabas cuando decías que lo tenías acojonado —sonrió Thomas, viendo a Haze prácticamente arrastrar a Eugene hacia el interior de la base.

    Gavril sacudió la cabeza y se despegó de la puerta, acercándose a Shay. Le puso una mano en el hombro y respiró hondo, sin poder evitar lanzar una rápida mirada a Thomas.

    Habían hablado esa mañana largo y tendido, y era cierto que Thomas le había insuflado a Gavril el ánimo suficiente para decirle a Shay antes del vuelo lo que sentía por él, pero ahora que había llegado la hora de la verdad, ahora que había tanta gente alrededor y que el tiempo corría en su contra… ¿Eran esas formas de decir nada a nadie?

    Ten un buen vuelo —le dijo, al final, inclinándose para posar sus labios en la frente del chico en un beso un poco más largo de lo normal, pero también más cálido. Ignoró la mirada de Thomas y revolvió cariñosamente el pelo de Shay —. Y ya sabes que si necesitas llamar o si prefieres una videoconferencia… Bueno, eso.

    Sintiéndose algo torpe, volvió a besar la frente de Shay y se apartó un poco. Thomas puso una mano en el hombro de Shay y le abrió la puerta del jeep. Mientras el inglés entraba, el australiano le hizo un par de aspavientos a Gavril, quien simplemente sonrió y se despidió con la mano.

    ¿Qué ha sido eso? —preguntó Falana en voz baja, con los colegas persiguiendo el coche hasta el final de la base sin parar de despedirse y hasta llorando un poco.

    ¿Qué ha sido el qué?

    Gavril sonrió y entró en la base.

    *****


    El vuelo había durado veinte extenuantes horas. Había podido dormir las primeras cinco horas y media, pero después los nervios y la expectación le habían dejado los ojos como platos.

    Convencer al mariscal de que le dejase ir a Londres había sido realmente difícil. Había habido súplicas, promesas, amenazas —del mariscal al ranger, no al revés— y, al final, Gavril se había salido con la suya utilizando una carta que esperaba sinceramente poder guardarse durante un tiempo más.

    Aún me queda una semana de vacaciones, pues la última vez tuve que cancelarlo por el secuestro de Bennet.

    Así que John le había concedido las vacaciones de muy mala gana, y Gavril estaba seguro de que, a la vuelta, habría una terrible tensión entre ellos, pero no era un hombre que acostumbrase a pedir favores, no era alguien que soliese concederse caprichos, así que ¿por qué no podía simplemente disfrutar de esa victoria por una vez en la vida?

    Hablando de victorias, esperaba que Victoria y Cerbero estuviesen bien. Los había dejado al cuidado de Jack y Daly —tenían experiencia con animales, después de todo—, y también les había pedido que se ocupasen de los entrenamientos durante su ausencia, toda una demostración de la confianza que tenía en esos dos tarambanas.

    Por una vez, por primera vez en años, quiso olvidarse de la base y de sus obligaciones. Y quiso concentrarse únicamente en una cosa: Shay Bennet.

    Cuando salió del avión, era más nervios que hombre. Había tenido la buena idea de coger simplemente una maleta de mano y una mochila, algo un poco espartano, pocas cosas, sólo lo imprescindible, por lo que no tuvo que quedarse viendo durante horas cómo la cinta pasaba distintas maletas hasta encontrar la suya. Eso era justo lo último que necesitaba.

    Ahora simplemente tenía que coger un taxi, ir a un hotel para buscar alguna habitación y…

    ¿Gavril? —le llamó una mujer con cierta sorpresa —¿Gavril Kasdovassilis?

    Gavril se giró, encontrándose a una mujer alta, muy bonita, con ojos y cabello oscuros, aunque se había teñido el pelo de un rubio oscuro que hacía un agradable contraste con su piel. Había temido encontrarse una cara de pura emoción y un móvil dispuesto a sacarle fotos, pero en su lugar tenía delante una expresión sorprendida. Desde luego, había algo en ella que le sonaba, pero…

    Lo siento, ¿nos conocemos? —preguntó en voz baja.

    ¡Claro, tonto! ¡Soy Daph! —le respondió la mujer en griego, haciendo que Gavril abriese mucho los ojos.

    ¿Daphne? ¿De verdad eres tú? ¡Oh, dios! —se rio, abriendo los brazos para abrazarla —¡Estás preciosa! Espera, deja que te vea bien —la tomó por los hombros y la separó un poco, mirándola de arriba abajo —. Madre mía. ¿Cuándo terminaste…?

    ¿Las operaciones?

    Iba a decir la transición, pero sí.

    Bueno, hace ya unos cinco años —se rio la mujer —. ¿No me habías visto?

    Daph, no te veo desde antes de lo de Salónica.

    Oh… Es verdad —Daphne perdió un poco el fuelle y respiró hondo, con una mirada algo más tristona —. Creía que nos habíamos visto en el funeral.

    Es posible —suspiró Gavril, también con un poco menos de alegría —. Pero, la verdad, en el funeral de Kyriacos yo estaba hasta arriba de calmantes. Tuve que volver a verlo en vídeo porque no recordaba nada.

    Daphne se mordió el labio y cruzó los brazos bajo el pecho.

    ¿Cómo están tus oídos y tu pierna?

    Estupendos —asintió Gavril, llevándose una mano a un oído —. La verdad es que hasta olvido que mis tímpanos son artificiales —Era cierto, los suyos, igual que los de media Salónica, se habían reventado por culpa de los gritos de Esténtor. Por suerte, por aquellos años las prótesis hechas con modelos 3D eran ya una realidad muy cómoda y ningún griego tuvo que resignarse a la sordera permanente —. Y la pierna… Me duele, pero no es inaguantable. Además, le han hecho unos arreglos a mi abrazadera, así que… Oye, pero dime, ¿qué haces aquí?

    Este fue mi destino —sonrió Daph, tomando un brazo de Gavril para empezar a andar con él fuera del aeropuerto —. Cuando la ciudad quedó destruida, a mí me tocó refugiarme en Londres, y resulta que encontré un buen trabajo, así que… bien, pude quedarme aquí. Y a ti no te pregunto, ¡que ya sé que eres un superhéroe de cómic!

    No, no digas tonterías… Sólo soy un soldado más.

    Un profesor de instituto se convierte en un soldado que lucha en un mecha contra monstruos gigantes surgidos de las profundidades marinas. No sé tú, pero a mí me suena a cómic. ¡Oh! —dio un pequeño salto en el sitio al recordar algo —Vas a volver a la tarima, ¿verdad? ¡Leí en el periódico algo sobre un nuevo jaeger que vuela! ¿No eras tú uno de sus pilotos?

    Sí, efectivamente. De hecho… De hecho, vengo a ver al otro. Ha venido para dar una conferencia y yo he tenido que coger otro vuelo.

    ¡Eso es fantástico! Pero no irás con esas pintas, ¿no? Venga, ven a mi casa, te das una ducha, comes algo… Quizá también te vendría bien dormir un poco, ¿has visto qué careto llevas? ¡No hay más que hablar! Además, yo también tengo que descansar un poco, que vengo de Francia ¡y ni siquiera ha sido un viaje de placer!

    *****


    ¡Vaya! ¿Un dingo?

    ¡Sí! Y es un cachorrito adorable y juguetón —dijo Gavril tras darle un sorbo a su café —. Y muy inteligente. Ya responde a las órdenes de «siéntate» y «dame la patita» —contaba con una obvia emoción en la voz.

    Habían llegado a la casa de Daphne sobre las diez de la mañana y ambos habían quedado dormidos al instante. Un sueño reparador, desde luego, tras el cual no habían dejado de hablar mientras hacían la comida, comían y ahora tomaban café.

    No era para menos, la verdad. Llevaban años sin verse, pero parecía que su relación era tan buena como siempre, como cuando eran niños que correteaban por la ciudad o jugaban a ver quién llegaba más lejos en la playa.

    Dios… Se te ve muy feliz, Gav —sonrió Daphne, apoyando un codo en la mesa y después hundiendo la mejilla en los nudillos de esa mano, con la cabeza ladeada —. Y no sabes cuánto me alegro. Realmente temía que no pudieses recuperarte de… de la pérdida de Kyriacos…

    No lo he hecho —reconoció Gavril con un pequeño encogimiento de hombros —. Nunca podré. Pero últimamente he tenido… más ayuda, ¿sabes? No sólo por Cerbero. Esos locos de los que te he hablado, la verdad es que son buenos amigos. Y Shay es… —soltó un suspiro —Shay es fantástico.

    Tengo ganas de conocerlo.

    Creo que te caerá bien.

    Sólo por ver cómo sonríes cuando hablas de él, ya me cae bien —se rio Daphne suavemente, negando con la cabeza.

    Gavril se quedó unos segundos callado y, finalmente, le tomó una mano a Daphne, apretándole los dedos con suavidad para llamar su atención.

    Él te quería muchísimo, ¿sabes?

    Lo sé, y yo también le quería a él. Aunque… no de la misma forma. ¡Joder, fue tan injusto! —se quejó, pero con una nueva risita, dando una patadita al suelo —Teniendo a dos gemelos maravillosos a mi alcance, va mi estúpido culo de quince años y se enamora perdidamente del que no podría tocarme hasta mi cambio de sexo.

    Lo más irónico de todo es que Kyriacos no habría podido tocarte después de tu cambio de sexo —se rio Gavril.

    ¡Lo sé! ¡Es horrible! ¿Por qué tú tenías que ser tan hetero y él tan gay? Y lo peor es que ahora que ya no siento nada por ti y que estoy en una relación maravillosa con otro hombre, ¿me dices que te has vuelto bi? ¡Podrías haberlo descubierto hace unos veinticinco años, Gav! Si es que de verdad, el inoportuno te llaman.

    ¿Ah, sí? ¿Quién me llama así?

    Yo y mis gónadas extirpadas.

    Soltaron ambos una buena carcajada, con ella recogiéndose algún mechón de pelo tras las orejas y él frotándose el cuello.

    Aunque fue muy bonito que hicieses el esfuerzo de intentarlo —añadió ella con un suspiro —. Nadie más quería acercarse a «ese rarito que usa maquillaje», pero vosotros dos me aceptasteis tal y como era y… Y tú incluso intentaste…

    Qué va, no fue un esfuerzo —negó Gavril —. Me gustabas, de verdad que sí. Y los besos eran geniales, el único problema era cuando quisimos… pasar más allá de los besos. Ahí todo se volvió un desastre.

    No sé, tampoco estuvo tan mal… pese a todo.

    Gavril simplemente sonrió. No era cierto, él nunca se había acostado con Daphne —o Daphnis, como se llamaba entonces, cuando aún era un hombre—; esa experiencia había sido de Kyriacos, pero el propio Gav no lo había sabido hasta que habían hecho Deriva, y lo cierto es que había preferido dejarlo correr. ¿Qué daño podía hacer, a esas alturas, algo que había ocurrido cuando tenían diecisiete años? No, todo estaba bien así.

    Oye, ¿a qué hora es la conferencia de tu compañero? —preguntó entonces la mujer, mirando un reloj.

    Empieza a las ocho.

    Oh, perfecto. Entonces voy a darme una ducha.

    ¿Vas a venir conmigo, al final?

    ¡Por supuesto! Ya te he dicho que quiero conocer a ese chico. Debo ver si se merece el corazón de Gavril Kasdovassilis.

    Oh, entonces yo tendré que conocer a tu novio, no vaya a ser que lo considere indigno…

    Mira que eres idiota cuando quieres.

    ¡Le dijo la sartén al cazo!

    *****


    Llegaban tarde. Llegaban muy, muy tarde. Había habido algún maldito accidente y el tráfico parecía colapsado. El problema era que llovía a cántaros y daba igual que llevase paraguas, iba a llegar al salón de conferencias calado hasta los huesos como se le ocurriese salir en esos momentos. Y aunque en Australia tampoco pasaba mucho por mojarse un poco pues el calor te secaba con rapidez, en Londres las temperaturas eran considerablemente bajas. Quizá el hecho de que allí fuese invierno tenía algo que ver.

    Así que Gavril, con un elegante traje negro —y luchando por acostumbrarse al peso de las gafas en un bolsillo interno, pues le habían diagnosticado presbicia durante esa semana que Shay había estado fuera y aún no se había hecho mucho a la idea—, tamborileaba con los dedos contra la guantera del coche de Daphne, mirando con impaciencia el reloj, la carretera llena de coches, de nuevo el reloj, otra vez la carretera…

    Ya son las ocho y cuarto.

    Lo sé, Gav, yo también tengo reloj —suspiró Daphne.

    Lo siento. Es que, ¡joder! Íbamos bien, íbamos perfectos de tiempo. ¡No entiendo por qué ha tenido que…! ¿Y si es una señal? Definitivamente, es una señal. Algo, algún dios o lo que sea, no quiere que vea a Shay.

    Gav, por favor, ¿quieres calmarte? ¿Desde cuándo crees tú en dioses o destinos?

    ¡Desde que quiero confesarme con alguien y no hay forma humana de hacerlo!

    Fue gracioso que, apenas dijese esto, el tráfico se descongestionase y los coches empezasen a circular con normalidad. Gavril soltó un largo suspiro y se dejó caer en su asiento, frotándose los párpados mientras Daphne contenía una risa y ponía el coche en marcha.

    Tardaron aún una media hora en llegar, pero consiguieron pasar a la sala y, discretamente, sentarse en la última fila, desde donde Gavril sonrió como un estúpido al ver a Shay en la palestra, vestido con una ropa que no le pegaba ni con cola —básicamente porque combinaba y no tenía ninguna publicidad ni ninguna serigrafía cuestionable— y hasta algo peinado, seguramente por las manos de su madre.

    Sería mentira decir que Gavril escuchó atentamente a Shay. Lo cierto es que no atendió ni a una sola palabra, demasiado ocupado intentando que el latido de su corazón no fuese oído por las cientos de personas que había allí reunidas. Se sentía como un adolescente con su primer amor, aunque debía reconocer que la mano de Daphne apretando la suya le ayudaba un poco a mantenerse en la tierra.

    Aplaudió cuando los demás empezaron a hacerlo y se puso en pie cuando hubo gente que empezó a abandonar la sala tras la ronda de preguntas. Respiró hondo, se alisó el traje y salió de la sala, quedándose en el pasillo, con la espalda apoyada en una pared. Asintió a Daphne cuando la mujer le dijo que tenía que ir al baño y él se peinó un poco frente a una superficie reflectante, quedándose estático al oír la voz de Shay detrás de él, hablando con una mujer que parloteaba sobre lo guapo que era y lo bien que lo había hecho.

    Respiró hondo y se atrevió a girarse y acercarse con una sonrisa galante.

    Buenas noches —saludó, haciendo que la mujer callase y le mirase de arriba abajo con cierto interés.

    ¡Señor Gavril! —dijo Connie con una sonrisa, acercándose para tenderle la mano —Es usted mucho más guapo que a través de la cámara.

    Oh, vaya, gracias. Lo mismo digo de usted, señora Bennet —sonrió, besando el dorso de su mano.

    Qué galante —le dijo Connie a su hijo, alzando las cejas un par de veces.

    Disculpe, ¿podría haber un momento a solas con su hijo? Tengo algo… importante que decirle.

    ¡Oh, claro! Voy a ver si mi marido tiene problemas para encontrar el coche.

    Gavril sonrió y la siguió con los ojos hasta que se fue, tomando aire luego mientras miraba a Shay a los ojos con cierto nerviosismo.

    Escucha, yo… Bueno, antes que nada, has estado genial —se rio un poco, en voz baja, señalando con el pulgar la sala de la que acababan de salir —. Y, amn… Mira, yo… Yo tengo miedo a muchas cosas. Me… Me dan miedo los kaiju, un miedo brutal. Me dan… miedo los payasos, y me da miedo la muerte. Me da miedo lo que puedas responderme, también. Pero yo he… he intentado siempre enfrentarme a mis miedos. He… He matado a diez kaiju. Y aunque no me gustaría entrar a un circo, soy amigo de los colegas, que son los mayores payasos que he visto nunca —se rio un poco, intentando destensarse a sí mismo —. Mi miedo a la muerte es insuperable, es inherente a la conciencia de la vida, de una forma u otra, así que me enfrento a él viviendo cada día, un día más. Y… Y me enfrento a mi miedo a tu respuesta… preguntándotelo —nervioso, se lamió los labios y abrió y cerró los puños, tomando finalmente la barbilla de Shay con una mano, delicadamente, mientras apoyaba la otra en su espalda, a la altura de la cintura —. Shay… Me gustas mucho. ¿Querrías… salir conmigo?

    Tras decir, o más bien susurrar, estas palabras, se inclinó hasta besarle. No como en el hotel, cuando le había dado un pico de juego. Nada que ver con cuando le había hecho el boca a boca, o como cuando había rozado sus labios al verlo en estado catatónico. Esto fue un beso de verdad. Un beso con sentimientos.

    Sintió las manos de Shay agarrarse a su ropa y sintió su cuerpo temblar y caer, así que lo apretó con algo más de fuerza a su cuerpo, sosteniéndole. La mano que había tomado su mentón ahora se hundía en su cabello, y su lengua invadía la boca cálida del joven.

    Hasta que escuchó un grito ahogado y tuvo que separarse, viendo la expresión horrorizada —no había mejor palabra para describirlo— de Theo, el padre de Shay. Connie, a su lado, se tapaba la boca con la mano, pero más bien con sorpresa y un brillo medio divertido en los ojos.

    ¡¿Pero qué demonios…?!

    Theo, cariño, la tensión —se rio Connie, besando la mejilla de su marido antes de acercarse a la parejita —. ¿Viene a cenar con nosotros, señor Gavril?

    Creo que… será mejor que nos tuteemos —propuso Gav, todavía sosteniendo la cintura de Shay —. Pero… no quiero que él me mate, así que será mejor que me vaya.

    ¡Oh, no! —exclamó Daphne, que a saber cuánto tiempo llevaba viendo la escena —Gav, querido, lo siento, pero había olvidado que hoy ceno con David. ¡Pásatelo bien con los Bennet!

    ¿Daph? —la llamó, pero la mujer simplemente se fue con una risilla, dejando a Gavril en una situación algo incómoda. Carraspeó y miró a Connie —Será un placer cenar con vosotros.

    ¡Perfecto!

    ¡De perfecto nada!

    ¡Theo, no seas gruñón!

    Gavril miró a Shay, sintiendo algo de rubor subir por el cuello, y carraspeó, acariciándole una mejilla con suavidad. Después, se inclinó para darle otro beso y tomó su mano.


    SPOILER (click to view)
    Bien, vemos. Lo primero, lo más importante de todo, el traje de Gav: CLICK HERE

    Luego, no me he olvidado de que Thomas está de guardaespaldas de Shay, pero no sabía muy bien cómo meterlo en la escena, así que te dejo a ti ese problema xd

    También quería escribir una última escena, ya en Maison Bennet, descubriendo el "pasado" de Connie y Gav, pero nada de lo que escribía me convencía, así que lo dejo estar, también. Ah, y Daphne no ha quedado con su novio, así que Gav puede volver a su casa sin problema (?)
  13. .

    sher


    Como habrás podido notar por el mensaje que te he enviado nada más ver el link «He entrado en pánico», para las mentes curiosas xd, por el gif que abre el mensaje y, por supuesto, por los ocho «gracias» seguidos que doy con lágrimas en los ojos ante el menor halago que cualquiera me lanza sobre algo que he hecho medianamente bien, a mí esto de manejar emociones ME CUESTA.

    Salvo que sea yo quien lance mis ideas dramáticas y/o hijoputescas para rol Dani, pienso en ti xd a tu cara o a la de Flam. Pero eso es otro tema.

    Es que no sé qué decir que no me haga entrar en una cinta de Moebius.

    Vale, a ver, punto primero y fundamental, uno de los santos pilares de nuestra relación: M E M E S. Que me encanta que te encante el material que te paso, incluso el que es de corte enfermizo JFK despejándose la cabeza todavía me hace reír xD, ¿o sobre todo el que es de corte enfermizo? Nah, puede que Doctor Who y Supernatural estén más altos en el top de memes (?) Yo sin memes no vivo, así que poder compartirlos me da la vida ~

    Otro gran pilar son, por supuesto, los miles de fangirleos que tenemos con series/películas/actores que demuestran, también te digo, que nuestros gustos en común ya podían ir apuntando en una dirección óptima para una amistad ~ Ya he nombrado Doctor Who y Supernatural, pero cómo vamos a olvidar grandes éxitos como Star Trek, Marvel, también algo de DC, ¿HE TA LIA?, Tom Ellis, mi perro, que no es actor ni nada pero lo incluso porque creo que merece la pena aparecer en el ranking también... y ya he perdido la cuenta, lo siento, me he ido a buscar imágenes de Tom Ellis X, PERO VAMOS, que seguro que podríamos hacer una lista interesante, heterogénea y larga si empezamos a poner sobre la mesa todo xd

    ¿He olvidado nuestros roles? NO, SEÑOR MÍO, pero he dejado lo mejor para el final. Porque, ay, que yo no me imaginaba que iba a terminar tan enamorada del algodón de azúcar gigante slash memelord Artista, del algodón de azúcar rojo Lou y del algodón de azúcar en pack Aedri, así como del desastre viejoven Massi y del desastre en pack Oteb, que mira, cuando empezamos no creía de verdad que iba a terminar pensando en ellos tanto, ni desarrollando tantas situaciones, ni que encajarían de forma TAN PER FEC TA con mis muchachos porque la dinámica que tienen Arte y Kepa no es de este mundo, querido, que realmente son amigos de infancia y no sé cómo hostias lo hemos hecho y estoy super orgullosa de ellos xd.

    Somos malos padres, porque anda que no nos gusta darles dolores de cabeza a nuestros ángeles, pero creo que tampoco lo hacemos tan mal, porque al final siempre buscamos que sean felices. ¿Más o menos? xD

    Y A VER, QUE NOMBRAS MIS APUNTES Y YO NO PUEDO PASAR POR ALTO ESA INFORMACIÓN. Y es que no te paso ni un cuarto de las fotos que veo porque me da mogollón de cosa que te aburras, pero es que si me sigues insistiendo al final te contaré la historia de cómo un médico y escritor de cuentos infantiles a.K.a. Charles Perrault diseñó la fachada oriental del Louvre en vez de Bernini y Le Vau o todas las dichosas fases constructivas de San Pedro del Vaticano desde la época de Constantino hasta Carlo Maderno, CON DIBUJITOS Y PLANIMETRÍAS PORQUE ESTOY PUTOENFERMA.

    Mi cabeza es un tren en llamas conducido por monos, sin frenos, en descenso constante hacia la locura más absoluta, pero de alguna forma parece que eso ¿te gusta? xD

    Así que voy a ir terminando este mensaje, que ya no sé ni lo que he escrito, y simplemente te digo que yo también te considero un amigo, quequequequeque pocos dibujos hago de nuestros niños para el amor que les tengo yyyy por supuesto que ha sido un placer conocerte y poder llegar a este punto sin que hayas salido despavorido (?



    PD. He tenido una pequeña crisis con la firmita que me has hecho porque ES PRECIOSA??????????????????????? Space Husbands es una pareja MUY POCO VALORADA para todo lo que da y me duele. Es que me encanta la imagen, los colores, el amor que se desprende, t o d o. Ay. Total, que no sabía muy bien dónde ponerla en mi firma, porque la primera imagen que tengo me la hizo la chica flamenco and stuff, PERO luego he pensado que la chica flamenco me había hecho también el avatar, así que puedo lucir a los Space Husbands en primera fila sin sentirme mal por ello.
  14. .
    Con los brazos apoyados sobre el dintel de la ventana y la frente reposando en sus brazos, Angus observaba el mar no desde su camarote, sino desde una habitación de Nassau. La habitación que había a sus espaldas era limpia y cómoda, austera también, adornada apenas con un biombo tras el que la prostituta que ocupaba la estancia se cambiaba de ropa y un armario con tres o cuatro vestidos, todos de escote sugerente.

    Pero esa habitación no tenía nada que le interesase en esos momentos, ni siquiera la bonita mujer de piel oscura y larguísimos cabellos de un rizo indecible que, medio desnuda, suspiraba sentada en una banqueta, con los codos apoyados en una mesa circular.

    Oye, ya que no vamos a follar, al menos podrías prestarme algo de atención —se quejó la prostituta.

    No vio ninguna reacción en el pelirrojo, quien seguía exactamente en la misma posición, mirando al océano. Terminó por ponerse en pie y acarició su espalda desnuda —Angus no era de los que aguantaban el calor si podían quitarse ropa y, desde luego, hacía mucho calor esa mañana de julio—, recorriendo con las yemas de los dedos los músculos tensos del pirata. Después, fue deslizando las manos hasta abrazar su cintura, apoyando la mejilla entre los omóplatos del hombre.

    Angus parpadeó un par de veces y bajó las manos con una honda respiración, apoyándolas en los lados de la ventana para luego tomar con ellas los dedos de la mujer, apretándolos suavemente antes de hacerle romper el abrazo con suavidad. Se dio media vuelta y acarició una mejilla de la mujer, tomándole el mentón y dedicándole una pequeña sonrisa ladeada.

    Perdona, Bea —se disculpó, dejándole un beso en la frente para luego apartarse y volver al asiento que ocupaba antes de la interrupción.

    Beatriz frunció el ceño y le miró cruzando los brazos sobre su abundante pecho. No era la primera vez que pasaba una noche seca con Angus. De hecho, empezaba a creer que desde que se habían acostado, hacía un par de años ya, el pelirrojo había perdido todo el interés en lo que ella tenía entre las piernas, prefiriendo otras habilidades suyas que poco o nada tenían que ver con las artes de la cama.

    A ella no le importaba despertarse tan limpia como cuando se había acostado, sobre todo si Angus pagaba su tiempo de todas formas, de la misma forma que no le importaba ayudarle con diseños que al hombre no le terminaban de convencer o escuchar las melodías que se inventaba y darle su opinión más deslenguada, incluso contarle historias, bien inventadas, bien que su madre había traído de África cuando un esclavista la raptó junto a la mitad de su aldea.

    Lo que sí le tocaba bien tocadas las narices era notar un cambio tan sustancial en alguien a quien consideraba un amigo. Porque Angus podía ser un asesino violento, podía ser un borracho con tantos problemas como cualquier otro pirata, podía tener todos los secretos del mundo, pero no era, desde luego, un hombre meditabundo. Y si se quedaba pensativo normalmente le confesaba entre risas cómplices que estaba mascando algún plan para atrapar un barco o algo del estilo.

    Esta vez no sólo no le había dicho ni mu, sino que además lo notaba más callado y serio de lo normal. ¿Por qué no soltaba esas risotadas que podían oírse desde las habitaciones aledañas? ¿Por qué todavía no le había tocado una de sus graciosas canciones? No, en realidad no había cantado desde que llegó la noche anterior, y eso era raro en él, que siempre estaba canturreando cualquier melodía mientras ella trabajaba.

    ¿Qué te pasa? —le terminó por preguntar directamente, volviendo a sentarse en la banqueta.

    No me pasa nada —pareció hasta sorprendido por la pregunta.

    ¿Por qué me mientes? —volvió a preguntar la mujer, enarcando una ceja y frunciendo la otra mientras se echaba hacia delante, dejando ver casi por completo sus pechos, cosa que tampoco pareció incomodar a Angus o atraer su mirada de forma particular.

    No me pasa nada, Bea —el pelirrojo ladeó un poco más su sonrisa, con dejes algo tristes, y se encogió de hombros —. Echo de menos a alguien.

    ¡Vaya! Esa no me la esperaba —apoyó las manos en el borde de la banqueta, abriendo un poco sus piernas, y lo escrutó con la mirada —. ¿Ha muerto?

    No, no ha muerto.

    Entonces… ¿por qué no vas con ella?

    ¿Puedo verlo ya? —preguntó Angus señalando a la hoja de papel que había sobre la mesa.

    Alargó una mano para cogerlo, pero Beatriz se le adelantó, apartándolo de su alcance y alzando el mentón de forma retadora.

    ¡Angus! ¡No lo verás hasta que no me contestes!

    ¡Dios, qué pesada eres! —resopló el otro —Mira, maté a un hombre y sus amigos me buscan. Si voy por la zona, no tardarán en atraparme, y si encima descubren que tengo alguna relación con él…

    ¡Él! —la prostituta soltó una risa y negó con la cabeza, haciendo así que sus rizos se meciesen de lado a lado —Bueno, eso explica cosas.

    Lo que tú digas. ¿Puedo verlo ya?

    Sí… —se lo tendió, pero antes de que lo cogiese, volvió a apartárselo —¡Pero antes! ¿Por qué no quedas con él en otro sitio?

    No tengo forma de comunicarme con su barco. No sin ponernos en peligro a los dos.

    ¿También es marinero? Ay, la de cosas que pasan en alta mar, donde pocas mujeres se ven…

    Angus sonrió y resopló, frotándose los párpados. No estaba durmiendo muy bien últimamente. Beatriz, viendo esto, decidió compadecerse y le tendió la hoja, poniéndose en pie para sentarse ahora en el regazo de Angus, quien le rodeó la cintura a modo de barra de seguridad.

    Sobre la hoja había rápidos trazos de carbón, con marcas de borrado y de reescrito, que iban mostrando un diseño intrincado de clarísimo origen celta. Había dos tipos de trazados, además, uno más fino y suave, como tentativo, y otro más contundente que remarcaba bien los límites de la figura.

    ¿Te gusta? —preguntó Beatriz con voz susurrante, con ese acento afrancesado tan suyo que hacía que muchos hombres suspirasen, pero que en Angus no parecía obrar mucho milagro —He añadido un par de vueltas a cada lado y lo he hecho menos circular.

    Está perfecto —reconoció Angus, sonriéndole —. Mi diseño no me terminaba de convencer, pero le has dado el toque perfecto, como siempre.

    Un placer ayudar —suspiró ella, volviendo a levantarse. Con un bostezo, se encaminó hacia la cama, donde no entró hasta que su camisón blanco cayó al suelo, mostrando su suave piel negra. Se dejó caer entre las mantas y cojines (era aquel uno de los mejores burdeles de la isla) y se puso bocarriba con una especie de maullido —. ¿Dónde lo grabarás?

    Ah… Será una sorpresa —comentó Angus, mirando un poco más el dibujo antes de dejar el papel sobre la mesa —. ¿Comemos juntos?

    ¿Carne? —preguntó Beatriz en un tono tan sugerente que pocos pensarían en un plato al uso. Angus se rio y sacudió la cabeza en negación, a lo que la otra torció el morro —¿Estará Brodie?

    Por supuesto.

    Entonces alcánzame un vestido, cariño.

    *****


    Nueva Providencia era un auténtico paraíso. Con su clima tropical de temperaturas prácticamente constantes todo el año, con sus bonitos paisajes y sus hermosísimas aguas azules, era fácil ver por qué los piratas la habían tomado hogar.

    La ciudad de Nassau había nacido en 1656 con el nombre de Charles Town, por el rey Carlos II de Inglaterra, pero la piratería de la zona hizo que fuese destruida y reconstruida hasta cuatro veces, siendo la última destrucción 12 años atrás, en 1703. Los piratas de propio la reconstruyeron y apenas una década más tarde la ciudad fue proclamada república pirata, con Thomas Barrow y Benjamin Hornigold como gobernadores.

    El régimen era más estricto de lo que cabría esperar de unos hombres que vivían al margen de la ley. Las tripulaciones seguían códigos estrictos para mantener el orden y reducir los asesinatos y otras revueltas al mínimo, y a esto colaboraba que hubiese hombres tan peligrosos y conocidos como Charles Vane, Calicó Jack, Barbanegra… y las mujeres Anne Bonny y Mary Read, tan o más temidas que los varones. Si a esta imponente lista se le sumaban tres nombres escoceses, así como el fantasma de un desconocido Rey Demonio… Bueno, el panorama quedaba bastante claro.

    Para proteger la ciudad, un fuerte gobernado por el excesivamente inglés Benjamin Hornigold —se contaba que una vez persiguió un barco sólo para pedirle a la tripulación asediada los sombreros después de que los piratas hubiesen echado los suyos al mar en plena borrachera, retirándose luego sin causar ni una herida— poseía cañones cargados y listos para atacar a cualquier barco que ondease banderas de cualquier reino.

    Era un lugar muy acogedor, o al menos así lo veía Angus, que paseaba por las calles como si fuesen los pasillos de su casa. No iba a negar que Puerto Príncipe le resultaba también muy atractivo, sobre todo por ese toque de peligro que tenía el saber que no era un refugio oficial para gente como él, pero nadie les miraba mal en Nassau por no ir bien peinado y vestido o porque su acompañante fuese una prostituta que jugaba con un mono.

    Pese a esto, pese a esa tranquilidad, a ese remanso de paz, la posibilidad de no tener que mirar realmente tras el hombro en busca de perseguidores, el saberse en un Cielo terrenal con todas las posibilidades del mundo, Angus no era feliz, y eso era algo que más de uno había notado.

    Estaba como taciturno, incluso si más que probablemente el propio Angus no conocía esa palabra. Seguía bebiendo hasta el hartazgo, desde luego, seguía jugando con su monito, haciéndole ropas y balanceándose entre las cuerdas de los barcos o saltando entre los tejados de los tenderetes. Seguía cantando y seguía tocando la ocarina, seguía bailando. Pero, cuando la multitud se disolvía, cuando se quedaba a solas, o simplemente cuando dejaba de ser el centro de atención, perdía la sonrisa y giraba la vista al mar.

    Aquellos que se percataban de esto solían pensar que echaba de menos navegar. Incluso varios de sus hombres lo murmuraban. Llevaban un mes atascados en Nassau, y aunque habían pasado el mismo tiempo en La Habana, los motivos eran distintos. El capitán era un hombre muy activo, le gustaba la guerra, y en Nassau no había guerra.

    Los Swinbrook, sin embargo, tenían otra opinión, igual que Nat, Cotton y algunos lobos más cercanos al pelirrojo. Estaba clarísimo que echaba de menos a Arno, pero hasta que el drama por el asesinato de Hubard no se disolviese un poco, era mejor que desapareciesen.

    Angus regresó al barco tras una buena comida con Beatriz y miró a Comodoro Brodie cuando el animal saltó al cabotaje. El mono le miró y le enseñó los dientes, llamándole con graciosos sonidos para que subiese a jugar con él, pero Angus suspiró y fue a su camarote, donde se dejó caer en la silla del escritorio. Miró la cama y torció el gesto, frotándose los párpados con un par de dedos.

    Realmente no había vuelto a dormir en ese camarote desde que salieron de La Habana en mitad de la noche. En su lugar, había vuelto a acomodar un jergón y un cojín en ese espacio tras la cocina, donde todavía se mantenían algunos objetos tanto del mono como del escocés en las repisas. Pero era cierto que el camarote hacía muy bien de despacho, así que esa era la función que le había dado, por el momento.

    Cogió un bulto envuelto en una suave tela y lo desenvolvió, mirando el quaich. Acarició las asas, también ese lobo grabado en el fondo y cerró los ojos, besando el recipiente.

    Cuando lo había visto por primera vez, un regalo de plookie, no había podido dejar de sonreír en toda la tarde. Sabía que Arno no tenía ni idea de qué era un quaich o para qué se usaba, pero eso no le había impedido fantasear con usarlo con él en una auténtica ceremonia.

    Dejó otra vez el cuenco bien envuelto en la tela y se sacó de un bolsillo el papel donde Beatriz le había corregido el dibujo. Sacó otra hoja limpia y abrió el tintero, empezando a replicar el dibujo con trazos algo ásperos, pero bastante precisos para tratarse de un iletrado.

    ¿Es el dibujo definitivo? —no le sorprendió la voz de Brodie, el humano, hablándole en gaélico; lo había oído entrar. Hizo sólo un gesto con la cabeza y el moreno se acercó, mirando ese nudo celta desde arriba para luego sentarse frente a su amigo —¿Qué tal con Bea?

    Todo bien, como siempre.

    Oye, Angus —suspiró el otro, echándose hacia atrás en la silla —. ¿Por qué no hablas con otro barco y sales de la isla para ir a verle?

    No puedo hacer eso.

    ¿Por qué no? Si no ven el nombre del Encourage en la lista, no creerán que estás ahí.

    No es eso —Angus dejó la pluma sobre el tintero y apoyó un codo en la mesa, dejando la mejilla sobre el puño cerrado —. No voy a abandonaros aquí.

    ¡No sería un abandono! Sólo… un par de semanas. ¿No ha hecho Moira lo mismo para ir a ver a Roxanne?

    Era cierto. Moira se había ido seis días atrás en otro barco para recorrer las 478 millas náuticas que la separaban de Roxanne. Se había resistido a abandonarles, pero Brodie la había convencido. Después de todo, llevaban muchos meses sin pasar por Puerto Príncipe, así que le había prometido que se haría cargo de todo.

    Como capitán no puedo tomarme esas licencias. Si vosotros no estáis en el mar, yo tampoco.

    ¿Cómo puedes ser tan obstinado? —resopló en inglés.

    No sé qué significa eso, pero tú lo eres más —medio sonrió —. Por si acaso.

    Obstinado significa terco.

    No pierdas el tiempo explicándomelo, en una hora ni me acordaré de cómo es la palabra. —sonrió Angus, recuperando el gaélico.

    Brodie soltó un suspiro y cruzó los brazos sobre el pecho.

    Cambiemos el nombre del barco. ¿No lo hacemos ya a menudo? De Lobo Aullador a Encourage… Podemos buscarle otro para ahora.

    No. Un nombre es cosa seria, Brodie —Angus negó con la cabeza y se pasó una mano por los rizos rojos; no se los había cortado aún —. No te preocupes. Estas cosas no duran para siempre.

    Lo sé, pero… me duele verte tan jodido. ¡Eres mi hermano, cojones! —y dio un golpe en la mesa con el puño, haciendo que la pluma cayese del tintero y salpicase la hoja.

    Angus le miró y sonrió un poco, poniendo una mano sobre la de Brodie. La tomó al final con ambas manos y la llevó a sus labios, besándole los nudillos y apoyándose luego en su palma, cerrando los ojos.

    Gracias, hermano.

    *****


    ¿Quién coño son esos?

    Brodie se giró en la dirección que seguía la mirada de Angus, viendo a un grupo de cinco hombres orientales entrar en la taberna en la que estaban. Miró ahora a Angus, que estaba medio recostado en la mesa, con la barbilla apoyada entre los brazos cruzados, el mono sobre su espalda, revolviendo entre sus rizos en busca de bichos que llevarse a la boca. No estaba teniendo suerte, no desde que Arno se había esforzado en lavar al escocés de arriba abajo. Era como si Angus no quisiese que el trabajo del inglés desapareciese de su cuerpo, así que, de pronto, parecía más preocupado en la higiene personal de lo que lo había estado en toda su vida.

    Son chinos.

    Pues no me gustan.

    ¿Por qué no? —medio sonrió Brodie, apoyándose en la mesa también y dando un sorbo a su vaso de ron.

    Sus armas están sucias.

    Era cierto. Una mirada rápida le bastó a Brodie para ver que los sables que llevaban a la cintura tenían manchas de sangre resecas en la empuñadura, y el trozo de acero que se asomaba no brillaba tanto como podría.

    Bueno, no todos cuidan tanto sus armas como tú.

    Eso es una tontería. ¿Cómo vas a trabajar con unas armas sucias? Yo no dejo que nuestro cocinero cocine si no tiene todo limpio —dijo, terminándose de un trago su vaso.

    Se puso en pie, algo tambaleante —y es que esas cuatro botellas que había vacías sobre la mesa no eran de decoración— y quiso acercarse a los piratas chinos, pero Brodie le agarró la manga. El mono aprovechó ese momento para aprovechar de un escocés a otro.

    ¿A dónde vas?

    Voy a echarles la bronca.

    La pota será lo que les eches como no te serenes un poco.

    Brodie… —le miró directamente a los ojos y esbozó una sonrisa —Suéltame.

    Se lo había dicho con voz suave, una petición entre amigos, pero también con un brillo en la mirada. Lo conocía, lo había visto antes. Angus estaba borracho, estaba frustrado y quería liarse a golpes con alguien. Y si no lo hacía con los chinos, lo haría con Brodie. Decidió soltarle, pero le hizo un gesto a dos lobos que había por allí, para que estuviesen atentos a si tenían que intervenir o no.

    Así, Angus le dio un par de palmaditas en la mejilla, le robó el vaso para terminarse también su contenido y se acercó al grupo de orientales, sentados en la barra y empezando a beber entre risas y frases en ese idioma suyo que a Angus se le hacía totalmente incomprensible.

    ¡Eh, vosotros! —les llamó, plantándose a sus espaldas. Los hombres se giraron y Angus soltó un escupitajo al suelo, frotándose luego un ojo con el dorso de la mano —Tenéis las armas sucias.

    ¿Y a ti qué te importa? —le soltó uno de los hombres en un inglés tan perfecto que más de uno quedó sorprendido. Tenía acento de su tierra, desde luego, pero era obvio que hablaba inglés desde hacía años.

    No me gusta que mis colegas lleven las armas sucias. ¿Y si se os pudren las hojas y se os rompen en una batalla? ¿Y si os cortáis con ellas y os morís en diez días? Sería horrible —achicó un ojo, mirando a uno de ellos, y lo señaló con un gesto de cabeza —. Bueno, en tu caso nos harías un favor a todos, porque entre gordo y feo debes tener algún premio.

    Los chinos se miraron los unos a los otros, entonces el cabecilla se puso en pie con un gesto calmado, pero llevándose una mano al sable.

    Mira, has bebido mucho, así que será mejor que te vayas a dormir la mona.

    Estoy perfectamente —Angus caminó hacia ellos y cogió el vaso del pirata que le acababa de hablar, bebiéndoselo de un trago o dos y haciéndole un gesto a la mujer que atendía la barra para que le sirviese otro.

    Creo que no entiendes con quién te estás metiendo.

    Sorpréndeme —dijo Angus con una sonrisa burlona.

    Soy Fo Chao, el capitán del Dragón de Jade.

    Angus se encaró al hombre, quedando a apenas unos centímetros de él, y le soltó un eructo en la cara.

    Un placer, Fo Chao. Yo soy Angus Finnley Slorach.

    ¿Debo sentirme sorprendido?

    Bueno… Soy el capitán del Encourage.

    Oh. Es ese barco que está buscando Gutiérrez, ¿no?

    El mismo.

    A lo mejor debería entregarte. Ya sabes, por compensación por el tiempo que me estás haciendo perder.

    Algunos feligreses estaban escuchando la conversación a medias, pero incluso los que no, todos los ocupantes de la taberna, enmudecieron al escuchar la carcajada de Angus, tan fuerte y sincera que el pelirrojo se tuvo que encoger sobre sí mismo, llevándose las manos al vientre y dando un par de golpes a sus muslos.

    Cuando se calmó, se incorporó, todavía riéndose un poco, y se limpió las lagrimillas, respirando hondo y abriendo luego los brazos.

    Para eso, tendrás que cogerme.

    Será un placer.

    *****


    ¿Y llevas dos meses sin verle? —preguntó el hombre en susurros.

    Sep… —Angus suspiró y se pasó una mano por la cara —Lo echo muchísimo de menos.

    Puedo entenderlo. Yo también echaría de menos a alguien tan especial como ese tal… Plookie.

    Es duro. Pero debo aguantar, ¿sabes? Porque a lo mejor la semana que viene puedo zarpar en su busca o a lo mejor tengo que esperar dos meses más.

    Joder… Rezaré para que puedas estar con él lo antes posible —dijo Fo Chao con tono sincero, poniéndole una mano en el hombro.

    Angus le sonrió y repitió el gesto, entrecruzando su brazo con el del oriental mientras Brodie los miraba, anonadado, desde otra mesa. No era la primera vez que Angus se metía en una pelea y terminaba yéndose de copas con su rival, pero no esperaba que algo así fuese a ocurrir con el capitán chino.

    Todo había sido muy rápido, la verdad. Al principio, los chinos mostraron una gran ventaja, superaban a Angus en número, aunque ninguno le llegase a la barbilla, pero al rato Angus se había reído y había empezado a contratacar, tumbando a uno, luego dejando inconsciente a otro… Y, en algún momento, se había puesto a hablar con Fo Chao mientras peleaban, hasta que habían encontrado simpatías en común y habían dejado la pelea para sentarse a beber, cosa que agradecían todos los ocupantes del bar que no habían salido por patas cuando la primera mesa se rompió.

    Era una locura. Los lobos que rondaban por allí estaban curando las heridas de los dragones mientras los capitanes hablaban y en medio estaba él, que se suponía que era el intendente del Encourage, pensando cómo explicarle todo eso a Moira cuando regresase.

    Vio a Angus abrazar a Fo Chao y suspiró. Bueno, podría ser peor.

    *****


    Con una gran sonrisa, enredaba los dedos entre el cabello negro, liso y suave de Arno mientras la otra mano iba desnudándole, apartando la ropa entre caricias. Le besaba y le mordisqueaba, haciéndole también cosquillas para hacerle reír, y le apretaba un poco para oírle jadear.

    Se alzó sobre él, arrugando un poco la nariz en una sonrisa que mostraba los dientes cuando vio una flor acariciar la mejilla de Arno. Un poco del frío viento de Escocia les revolvió el cabello y las ropas e hizo que las aguas del lago se moviesen un poco, dándole incluso un aspecto más idílico a la escena.

    ¿Se podía ser más feliz? Con una persona especial bajo él, en su hogar, una colina cerca de Lochmaddy… Angus se sentía flotar. Y esta sensación sólo pudo acrecentarse cuando entró en el cuerpo del inglés de una embestida, viéndole abrir la boca en un gemido y arquear la espalda.

    Cerró los ojos para disfrutar de aquello, pero cuando los abrió ya no estaba en una colina, no estaba en Escocia, ni siquiera estaba acompañado. El sol entraba por los ojos de buey de la segunda cubierta, anunciando el amanecer, y la única muestra de que algo de lo que había ocurrido había sido real era la mancha viscosa y blanca de su vientre, así como su respiración algo agitada.

    Se pasó una mano por la cara y dio un puñetazo a la pared, poniéndose en pie para buscar algo con lo que limpiarse.

    Una semana más —se susurró a sí mismo, intentando darse ánimos —. Sólo una semana más.

    Respirando hondo, salió de la cocina y fue hasta un establo que él mismo había construido. Dentro, una cabra joven le miró con esos extraños ojos de pupilas rectangulares y siguió mascando apaciblemente. Angus sonrió y le acarició la cabeza, entre las orejas.

    Buenos días, Valentina —la saludó.

    Recibiendo un balido en forma de respuesta, se dio por satisfecho y subió a la cubierta principal, donde Moira ya estaba dando órdenes a los lobos mientras Brodie, de naturaleza más callada, hablaba con el contable del barco.

    A finales de agosto, hartos todos de las bondades de Nassau —aunque, en realidad, el hecho de que Moira hubiese estado coqueteando con Bonnie delante de Jack Rackham podría haber marcado un pistoletazo de salida más realista—, se habían despedido de los chinos del Dragón de Jade, con quienes habían trabado una amistad que prometía traerles ventajas en el futuro, y se habían lanzado a la mar siguiendo la pista de un barco mercante de jugosa carga.

    Con algunas heridas menores y la bodega llena de material que vender, habían ido a Puerto Príncipe para colocar lo robado y, de paso, enterarse de la situación en La Habana. El Encourage seguía siendo buscado, pero ya no era una prioridad. Si no se acercaban a Cuba en un tiempo les iría bien, pero navegar por esas aguas ya no era un suicidio.

    Sin embargo, lo que más dulce sonó a los oídos de Angus fue cuando escuchó que el Sugary había sido visto en Pensacola. Y sabiendo que el Encourage andaba por ahí, era muy probable que fuesen a pasar un tiempo en Florida.

    No era muy difícil saber cuál sería el próximo destino del Encourage.

    *****


    Moira sólo una risa y se apoyó en su mellizo, quien negaba con la cabeza con una sonrisa en la cara. Ambos tenían la vista fija en Angus, quien se asomaba por la proa como un niño pequeño, quizá incluso como un cachorro. Sólo le faltaba tener cola para moverla frenéticamente a medida que se iban acercando al puerto, sobre todo cuando, aún a cierta distancia, vieron los dos enormes buques de guerra que correspondían a Arno y a Jerome.

    De hecho, su emoción era tal que ni siquiera esperó a que el barco echase el ancla. En realidad, todavía no habían entrado en el que sería su sitio cuando él abandonó la embarcación.

    Se hizo con un cabo y lo usó de punto de apoyo para subir por el mástil mayor. Cuando alcanzó una altura que consideró oportuna, tomó aire y se lanzó hacia adelante, manteniéndose bien sujeto a la cuerda. Hizo un movimiento pendular, tomando cada vez mayor impulso y altura, y entonces saltó, soltando el cabo y formando su cuerpo un arco perfecto con el que entró de cabeza en el mar, en una posición envidiada por cualquier nadador.

    Habiéndose acercado de esa forma a los buques de guerra, sólo le quedó nadar unos minutos hasta alcanzar el Sugary, unas brazadas potentes tras las cuales se hizo con los peldaños usados por carpinteros y otros trabajadores para subir, trepando con una destreza asombrosa. Llegó arriba sin aliento, pero no subió a la cubierta, sino que abrió una de las ventanas del camarote del capitán y entró por allí, dejándose caer en el suelo unos segundos, mientras recuperaba el aliento.

    ¡¡Plookie!! —gritó apenas pudo respirar. Se puso entonces en pie y volvió a llamarle, sin oír respuesta alguna. No había nadie en el camarote.

    Sonrió al ver el lobo de madera que le había tallado y luego sonrió más cuando escuchó la puerta abrirse, pero toda su ilusión se desvaneció cuando vio a Arthur en vez de a Arno.

    ¡Angus! —exclamó el inglés con obvia sorpresa —¿Cómo has…? ¡Tu barco aún no ha atracado!

    Ya lo sé, ya lo sé. He tomado un atajo.

    Arthur lo miró de arriba abajo y soltó un bufido divertido.

    Ya lo veo.

    ¿Dónde está plookie?

    Sin pensárselo, empujó a Arthur y salió del camarote, mirando a su alrededor, pero sólo había ingleses sorprendidos, ni rastro del capitán. Al menos, no del capitán que le interesaba, porque en la mesa al aire libre en la que Arno solía desayunar estaba tomando el té Jerome de la Vasse, perfectamente vestido, maquillado y con un gran sombrero de plumas.

    ¡Angús! —le llamó con ese acento suyo, en el mismo tono que había usado Arthur.

    ¡Sluagh! No tengo tiempo para ti. ¿Dónde demonios está plookie?

    Pues… Se ha ido hace una hora, casi.

    ¡¿Qué?! ¡¿A dónde?!

    A la casa del barón de Oversier —respondió Ed, frunciendo luego el ceño con la cara que pondría una madre preocupada —. ¿No tienes frío, Angus? ¡Estás empapado!

    ¿Eh? Sí, he venido nadando.

    ¡Nadando! ¿Desde dónde?

    Pues desde mi barco, Arthur, obviamente —respiró hondo y puso ambas manos en los hombros de Jerome, quien hasta entonces se había quedado mirándole de forma apreciativa en silencio —. A ver, sluagh, llévame a la casa del barón ese.

    ¿Y por qué yo?

    Porque si estás aquí en vez de en tu barco será que no tienes cosas mejores que hacer.

    ¡Eso…! ¡¡Eso me ofende!!

    Aunque no le falta razón —apuntó Arthur con una discreta risilla de Ed de acompañamiento.

    ¡No voy a acompañarte, Angús! Pero… Vamos a secarte y a darte ropa, que me estás poniendo malo.

    Así lo llevó de vuelta al camarote de Arno, donde se giró para buscar toallas limpias —suerte que su amigo británico fuese un maniático del orden y era fácil encontrar las cosas— y, al volver a darse la vuelta para dársela a Angus, se lo encontró totalmente desnudo, con los pantalones en la mano.

    Parpadeó varias veces, mirándole de arriba abajo y de abajo arriba, prestándole bastante atención a ciertas partes de su anatomía o a cómo el agua caía por otras. No se dio cuenta de que se había quedado embobado hasta que se le cayó la toalla de las manos, pero no llegó a agacharse, Angus se le adelantó con una risa desdeñosa.

    Sluagh —le llamó, aunque ni con esas logró que Jerome dejase de mirarle indiscretamente la entrepierna; tampoco parecía que el escocés estuviese sufriendo mucho con eso —. ¿Por qué no quieres acompañarme? ¡Sólo quiero ver a plookie!

    No quiere ir a ver al caradura de su padre —explicó Arthur, lanzándole una mirada también bastante directa a Angus mientras dejaba sobre un mueble algo de ropa seca y limpia.

    ¡Arthúr! —se quejó Jerome como un niño a punto de estallar en rabieta.

    ¿Qué? Si lo averiguará de todas formas. A ver, Angus, esta es ropa mía, tenemos un cuerpo parecido, así que…

    Muy parecido, la verdad —le interrumpió Jerome, señalándole cierto músculo. Angus miró hacia abajo y extendió los brazos, sin pudor alguno, soltando una risa con el silbido de Arthur —. Ahora tengo envidia de Arnó…

    ¿Cómo está? —preguntó entonces Angus mientras dejaba la toalla por ahí y cogía la ropa para empezar a vestirse, mal que le supiese a Jerome.

    Está bien —respondió Arthur, cruzando los brazos sobre el pecho —. Y mira cuánto te extraña que se ha hecho amigo de otro escocés pelirrojo.

    Angus, con los pantalones a medio poner, alzó la mirada, el semblante más serio de lo que lo había tenido en todo el día.

    ¿De qué clan?

    No lo sé, pero ¿acaso importa?

    ¡Claro que importa! —Resopló y meneó la cabeza, esparciendo algunas gotitas que cayeron de sus rizos por el movimiento. Sin abotonarse los pantalones, cogió la camisa y se la puso, volviendo a preguntar —¿Son muy amigos?

    Bastante. Ha estado dos semanas con nosotros y apenas se ha separado del capitán en todo ese tiempo —aseguró Arthur.

    Ya veo —Angus respiró hondo y miró ahora a Jerome, sin la misma alegría de antes, con el ceño un poco fruncido —. Sluagh, si no vas a acompañarme, dame información sobre tu padre.

    ¿Información…? Bueno, es pintor a tiempo parcial. Imbécil a tiempo completo. Se pierde con cualquier falda que ve, sobre todo si las piernas van unidas a la cara de una mujer hermosa.

    ¿Una mujer hermosa? ¿Dónde? —bromeó Moira, entrando en el camarote con los pulgares dentro de la cinturilla del pantalón. Mientras los otros hablaban, Brodie se había encargado de atracar el Encourage y ella había abordado, literalmente, el Sugary para ver cómo iba todo.

    La única mujer hermosa que hay en este barco es la que tengo delante de mis ojos —sonrió Arthur —. Y, seguramente, sea la mujer más hermosa de toda Florida.

    Tan zalamero como siempre —sonrió Moira, correspondiendo el pequeño abrazo para luego ver a Angus, que terminaba de vestirse con una ropa tan inglesa que hasta el pelirrojo había arrugado la nariz. ¿O era por otra cosa? —. ¿De qué hablabais? ¿Dónde está Williams?

    En casa del padre del sluagh —respondió Angus.

    Algún día sabré lo que es un sluagh —suspiró Jerome.

    Oh. Entonces… ¿le esperamos o qué? —inquirió Moira, ignorando al francés.

    ¿Esperar? He esperado tres meses —Angus negó, poniéndose la chaqueta —. Voy a ir hasta allí.

    *****


    Harailt McAvoy frunció el ceño cuando le parió escuchar un ruido extraño procedente de la chimenea. Pensó que se trataba de algún pájaro, quizá una ardilla, así que lo ignoró y sirvió el té a su señor y a Arno mientras hablaban. Sin embargo, el ruido se repitió, más cerca de la boca de la chimenea esta vez, y toda conversación terminó cuando, junto a una pequeña nube de humo negro que mostraba que la chimenea no se había limpiado tan concienzudamente como podría, apareció un mono en la casa.

    Harolde gritó y Harailt estuvo a punto de coger el recoger y atacarlo, pero se detuvo cuando vio cómo el mono se quitaba un sombrero y lo sacudía para limpiar el polvo, un gesto sorprendentemente humano. ¿Llevaba también una chaqueta? El mono se volvió a poner el sombrero y, con un grito de alegría, saltó sobre Arno, sin importarle mancharlo de hollín.

    ¿Pero qué…? —empezó Harolde antes de que un par de golpes en la ventana le hiciesen girarse. Allí había un hombre que sonreía de forma agradable y, detrás de él, dos personas más reían mientras los perros ladraban. Perros que debían haber atacado a los intrusos y que, sin embargo, se revolcaban en el pasto para mostrarles las tripas o saltaban sobre ellos para recibir mil caricias —¿Qué demonios…?

    ¡Señor! —dijo entonces Harailt, haciendo un gesto para que ninguno de los dos hombres se acercasen a las ventanas —¡Atrás! ¡Son peligrosos!

    ¿Los conoces, muchacho?

    ¡Desde luego! ¡Soy Angus Ruadh y los hermanos Swinbrook! ¡Piratas muy peligrosos y perseguidos en Escocia!

    ¿Qué hacen aquí? ¡Esto es un atropello!

    Y todavía fue peor cuando el hombre volvió a tocar la ventana. El mono saltó del hombro de Arno y corrió para abrir el picaporte, dejando que su tocayo humano tuviese acceso. Brodie, el hombre, silbó y Moira y Angus se acercaron entonces, entrando también en la casa.

    Angus llevaba los rizos recogidos en una coleta baja, una camisa limpia y blanca y pantalones y chaqueta a juego, de color azul oscuro. Si no estuviese descalzo y llevase dos armas distintas a la cintura no parecería un pirata, al contrario que los Swinbrook, quienes además iban con una espada él y con arco y carcaj ella.

    Williams —saludó Moira, guiñándole un ojo a Arno.

    ¿Los conoces? —preguntó Harolde, todavía bajo la protección de Harailt, que no parecía ir a dejar que unos se acercasen a los otros.

    Claro que nos conoce —habló ahora Brodie.

    De hecho, me gustaría hablar con él a solas —indicó Angus que, sin embargo, no había mirado aún a Arno ni de reojo.

    ¡Entran en mi casa y exigen secuestrar a mi invitado! —se quejó Harolde.

    No es una exigencia, es una petición legítima.

    ¡Sois asesinos! —dijo Harailt, haciendo que sus tres compatriotas lo mirasen exactamente a la vez y con la misma expresión.

    Clann —dijo Angus con voz grave.

    Stewart —respondió Harailt sin pensárselo.

    Angus intercambió una mirada con Moira, quien negó con la cabeza, luego otra con Brodie, quien se encogió un poco de hombros, y terminó por soltar un resoplido, dándole un pisotón al suelo.

    Raghnaill —reconoció con obvio fastidio.

    No entiendo lo que está pasando —murmuró Harolde —. Arnó, ¿puedes dejar de sonreír? ¡Esto es serio!

    Mira, niño —habló Angus, mirando a Harailt —. Nuestros clanes son aliados, así que no quiero hacerte daño. Haz el favor de apartarte.

    ¡No! ¡No permitiré que le toques un pelo al capitán!

    ¡¡APÁRTATE!! —Bramó Angus en gaélico, con tanta fuerza que hasta los Swinbrook retrocedieron, asustados.

    Sin esperar nada más, Angus caminó, quitó de su camino a un inmovilizado Harailt de un empujón y se cargó a Arno al hombro como si fuese un saco de patatas, echando a andar.

    Sacrebleu… Oh. ¡Oh! —Harolde pareció fijarse ahora mejor en Moira, quien respiraba hondo, tomando aire para disculparse… hasta que el francés la interrumpió, acercándose a ella para acariciarle el rostro —No me había fijado en lo bonita que es usted, señorita… ¿Swinbrook?

    No me toques, francés —ordenó ella en un tono suave, como para contrarrestar la dureza de antes. Miró a su hermano, quien enarcó una ceja y medio sonrió, y después paseó la visa por el salón —. ¿Son cuadros tuyos?

    Efectivamente.

    Ese no —dijo Brodie, señalando un paisaje —. Es de Lorrain.

    Mira, Harolde. ¡Estos escoceses saben de arte! No pueden ser tan salvajes si reconocen un Lorrain cuando lo ven.

    Pero, señor… —todavía estaba algo paralizado por ese grito.

    ¡Nada, nada! ¡Ve a por un té para ellos!

    *****


    Dejó a Arno en el suelo y cerró la puerta de la habitación en la que había entrado. Miró al inglés y toda su cara cambió a una que podría relacionarse con la pura devoción, sobre todo cuando cayó de rodillas al suelo, con los ojos llenándosele de lágrimas que no tardaron en caer por sus mejillas.

    Plookie… —sollozó, abrazándose después a él con fuerza —Plookie —repitió, alzando la cabeza cuando sintió las manos de Arno buscar sus mejillas. Se puso en pie, todavía abrazándolo, y le apartó algunos mechones de la cara, llorando aún de pura alegría, a juzgar por la gran sonrisa de su cara —. ¡Plookie! —se rio, dándose cuenta de que no había dicho nada más, y le tomó la cara con las manos, respirando hondo en un intento de detener esos estúpidos lagrimones —Joder, qué guapo estás… Qué… qué bien te queda el pelo así… Me gusta tu pelo —le acarició un mechón e hipó un poco antes de empezar a darle besos en la boca, intercalados con palabras —, me gustan tus ojos, tus labios, tu nariz, tus manos, tu piel… —aquí dejo de hablar y le dio un beso más profundo, volviendo a rodearle la cintura con cierta fuerza, como si intentase que sus cuerpos se fusionasen en uno solo —Te he echado tanto de menos… Te he… te he soñado tantas noches que yo…

    Se calló cuando sus labios buscaron con desesperación los de Arno, y cuando empezó a sentirse algo más calmado, se permitió mirar a su alrededor, viendo que estaban en un despacho. No se lo pensó mucho cuando acercó a Arno al escritorio y lo subió allí de un gesto, poniéndose entre sus piernas y volviendo a besarle con ansias.

    Su cuerpo no tardó en reaccionar y más pronto que tarde sus manos luchaban por abrir la ropa de Arno y bajarle los pantalones mientras su boca besaba y mordía su cuello, enterrándose de vez en cuando en su piel o en su cabello para aspirar ese olor a romero que tanto había echado de menos.

    De alguna forma, le alegró saber que Arno tenía tantas ganas como él, a juzgar por cómo correspondía a sus besos y a sus caricias con más besos y caricias, en una acción acelerada que mostraba un deseo refrenado durante demasiado tiempo.

    Consiguió bajarle los pantalones y jadeó, metiéndole lengua mientras se abría los suyos propios. Recuperó un poco de cordura, la suficiente para lamerse dos dedos y entrar con ellos en Arno. Se sorprendió al notar resistencia, un cuerpo que hacía mucho que no recibía esa clase de atenciones, así que se elogió a sí mismo por haber recordado comprobarlo y movió los dedos dentro de su cuerpo, no mucho, quizá no tanto como debería, antes de cambiarlo por algo más grande… que reaccionó al momento.

    Con un jadeo, Angus se quedó inmóvil y miró hacia abajo. ¿Acababa de…? ¿Nada más entrar? Soltó el aire de sus pulmones y se inclinó, apoyando la frente en el pecho de Arno para soltar una pequeña risa nerviosa.

    Perdona… Llevo… llevo tres meses sin…

    No le dio mucha más importancia. Alzó la cara, mirándole con un deseo menos urgente, sin haberse movido aún de su interior, y volvió a besarle, ahora con más calma, mientras una de sus manos acariciaba a Arno para hacerle terminar, quedando así en igualdad de condiciones.

    En cuanto sintió el cuerpo de Arno contraerse alrededor de su miembro, Angus tuvo que contener un nuevo jadeo mientras volvía a endurecerse dentro de él. Le miró a los ojos, acariciándole la mejilla, y le mordió el labio inferior, tirando de él con suavidad.

    Voy a follarte sobre esta mesa, plookie —dijo, terminando de desnudar a Arno con rapidez—. Y, después, cuando volvamos a tu barco, te follaré otra vez, varias veces, hasta que no podamos más —habló ahora mientras dejaba caer al suelo la chaqueta de Arthur y se quitaba la camisa. Sonrió cuando Arno acarició su hombro, sobre el cual tenía un nudo celta tatuado con líneas negras —. Plookie. Mírame. Quiero que te quedes ronco de tanto gritar mi nombre. Quiero que te dejes las uñas en mi espalda. Quiero recuperar todas marcas rojas que el tiempo ha borrado de nuestras pieles. Y entonces, cuando vuelvas a ser mío totalmente y cuando yo vuelva a ser totalmente tuyo, quiero que me cuentes todo lo que te ha pasado estos tres meses, porque yo haré lo mismo después. Y te daré un regalo —añadió, sonriendo un poco más y dándole un beso dulce —. Y besaré cada centímetro de tu piel —volvió a besarle, recostándolo sobre el escritorio y quedando sobre él, con los pies bien afincados en el suelo —. Y te diré lo enamorado que estoy de ti —susurró esta vez, mordiendo su cuello a la vez que una de sus manos apretaba su miembro, sólo para hacerle gemir —y lo mucho que te he echado de menos. Pero, primero, voy a follarte sobre esta mesa.

    No tardó mucho en cumplir con su promesa.


    SPOILER (click to view)
    **Angus no suele acostarse dos veces con la misma persona, se aburre al conocer las rutinas de alguien en la cama. Arnito es la excepción xd

    **Bea ya ha ayudado a Angus antes con algún diseño que se le resistía. De hecho, su mano colaboró en el dibujo de la bandera del Rey Demonio, así como en el letrero donde pone "Encourage". Una relación curiosa la de estos dos. Seguramente se ha acostado con Moira también xD

    Quería sacarle más protagonismo a Brodie, pero ahí se ha quedado. Es más callado y seriote que Moira, y eso que Moira es callada y seriota de por sí. Le gustan los animales y se le dan bien los números. Trabaja codo con codo con el contable, no sé.

    Hummn... vale, Harailt. Stewart y MacDonald son clanes aliados. Ragnhaill es una variante de los MacDonald, por lo que Angus no se sentía cómodo golpeando al chico. Porque, sí, está algo celosín xd O lo estaba. Ahora que ha visto que Arno le ha estado esperando... se lo va a tomar con más calma. Por ahora.

    No sé si me dejo algo, así que comento que el regalito para Arno es una brújula parecida a la de la izquierda, con la cajita hecha por Angus. Además, en la caja aparece el mismo símbolo que se ha tatuado Angus, es decir, este.

    ¡Ah! Claude Lorrain fue un paisajista super famoso en el siglo XVII. Hacía cosas como esta, paisajes muy bonitos y habitualmente plácidos con un par de personitas por allí y un paisaje de corte clásico o en ruinas al fondo.

    Y eso.


    Edited by Bananna - 9/5/2019, 21:12
  15. .
    Sam estaba relajado y cómodo, eso era algo que cualquiera que le viese, le conociese o no, podría decir al momento. Apoyaba un codo en la mesa y reposaba la mejilla en esa mano mientras miraba a su acompañante, pero no lo hacía en un gesto de fastidio o aburrimiento, sino con una sonrisa en los labios y un brillo curioso en los ojos, escuchando cada palabra que le contaba, riendo en algún momento, incluso haciéndole preguntas para animarle a seguir.

    Le gustaba lo que le contaba Massimiliano. Sentía que si cerraba los ojos podría hacerse un mapa perfecto de Turín, pero a la vez no quería dejar de mirarle, y es que se notaba realmente la pasión del italiano al hablar de su tierra. Aunque fuesen datos superficiales, cosas que podría encontrar en cualquier libro, si buscase, era mucho mejor oírlo de boca de un oriundo, mucho mejor si ese oriundo era el Belmonte.

    ¿Era cosa suya o parecía más joven? Parecía que sonreía algo más que los días anteriores, aunque ese ligero tono en sus mejillas le hacía creer que se debía a que había bebido más que una copa de whiskey.

    Y, de pronto, ese tono tan animado se fue apagando hasta terminar con algo que podría considerarse nostalgia.

    —No lo sé… —suspiró, acariciando el cristal de su vaso, con una sonrisa algo decaída, como contagiada por el cambio de atmósfera —Tú me verás como una niña, casi, pero creo que… creo que tuve que crecer algo rápido. Aunque mi hermano… —se interrumpió.

    ¿Había dicho hermano? ¿Hermano, en masculino? Se masajeó el puente de la nariz con un suspiro, gesto que para el propio Sammy era un auto-regaño por haber metido así la pata, mientras que para el contrario podría ser una muestra de cansancio, dolor de cabeza, o incluso de recuerdos no del todo agradables.

    Bueno, tampoco ha sido para tanto, se dijo a sí mismo, suspirando otra vez y alzando la mirada con una pequeña sonrisa.

    —Mi hermano siempre me protegió y cuidó. Como Dani. Dani también me cuida con toda su alma —se dio entonces un par de golpecitos en la nariz, con una risilla —. Pero tengo ojos y tengo oídos, y no se puede proteger del todo a alguien con esas dos cualidades, ¿no crees? ¡Ah, da igual! —volvió a sonreír como con nuevos ánimos y ladeó un poco la cabeza, mirando los vasos antes de ponerse en pie con ellos en la mano —Voy a por más.

    Así, fue hasta la barra para pedir que le diesen nuevas bebidas. Aprovechó esos minutos para cerrar los ojos, al menos un par de segundos.

    Sí, Daniel le había protegido siempre. Desde los niños que se metían con él en clase hasta la enfermedad de su abuela, incluso salvándole la vida de forma literal. Y una vez crecieron, volvía a ocurrir. Era cierto que muchos líos de los que Dani le sacaba habían sido provocados de una o de otra manera por el de ojos verdes, pero aun así… había quien pensaba que Daniel era de los que abandonaban a todos.

    Y, a veces, Sammy se sentía excesivamente dependiente. Un inútil, una carga. Por eso también intentaba cuidar a su hermano, ¡pero era endemoniadamente difícil…!

    Cogió los nuevos vasos y volvió a la mesa, recuperando la sonrisa despreocupada y dulce.

    —Estaba pensando… —hizo una pequeña pausa, como si volviese a darle vueltas al asunto —Nuestras tierras son muy distintas, ¡casi opuestas! En la tuya siempre hace sol, en la mía suelen reinar las nubes. Los mares italianos son cálidos, pero mejor no pasar mucho tiempo en los ingleses. ¡La comida también! Es hasta paradójico pensar que dos entornos tan contrarios podrían dar lugar a dos personas que se lleven tan bien como nosotros —terminó con una risa, sacudiendo la cabeza, aunque luego volvió a quedarse pensativo unos segundos —. Aunque los atardeceres también son bonitos en Inglaterra. Supongo que es porque los atardeceres son, en fin, hermosos. La última vez que pude disfrutar de uno en condiciones fue cuando tenía… No lo sé, diez años, creo. Yo me había despertado por una pesadilla, así que mi hermano me abrazó y me llevó al tejado. Nos acurrucamos y nos quedamos viendo las estrellas y, luego, el amanecer, mientras me contaba historias. ¡Massi! —exclamó de pronto, dando incluso una palmada a la mesa —¡He tenido una idea!

    *****


    Apoyó las manos en la barandilla y respiró hondo, llenándose los pulmones con aire de olor a sal. Miró entonces a Massimiliano con un brillo de emoción que sólo podía catalogarse como infantil y soltó una pequeña risa, fruto de la ilusión más cándida.

    —No es un tejado, ¡pero está bastante alto! —dijo, mirando hacia abajo.

    Un soplo de aire movió sus vestidos y su pelo (bueno, el pelo de su peluca), y Sam se enderezó de nuevo, apoyando las puntas de los zapatos en el rodapiés para mecerse en el aire al separar los talones del suelo. Como un crío, desde luego.

    La ocurrencia le había venido por una conjunción de factores. Por una parte, había visto la hora que era en un reloj de pared. Por otra, el recuerdo de ver el atardecer entre los brazos de Daniel. Así que había apurado a Massimiliano a terminarse la bebida, cosa que no parecía haberle costado mucho, y le había pedido que le llevase a su dormitorio.

    La idea original era entrar en el de Sam, pero conocía a Daniel lo suficiente para saber que si no estaba durmiendo, estaría leyendo en la cama. Ambas opciones eran erróneas, el mayor de los Graham estaba terminando su última copa con Louis, pero igualmente el dormitorio estaba hecho un desastre, al menos la parte de Dani.

    Así que ahí estaban, en el balcón de la habitación de Massimiliano, mirando directamente al océano, tras el cual se empezaba a poner el sol, ofreciendo todo un espectáculo de luces rojas y anaranjadas que iban dando paso a la negrura de la noche.

    Samuel lo observaba, embelesado, aunque en un momento dado cambió su foco de atención al hombre que tenía al lado. Tan alto, atractivo, ahora bañado por la luz pura del atardecer. Sonrió cuando su mirada fue correspondida y terminó por apoyar la mejilla en el brazo de su compañero, rodeándolo con una de sus manos mientras la otra permanecía apoyada en la barandilla.

    —No somos niños, pero nadie ha dicho que esté prohibido crear nuevos recuerdos, ¿verdad? —musitó, cerrando los ojos para disfrutar del momento.

    Pronto los había vuelto a abrir, pero mantuvo esa postura, medio abrazado a Massimiliano.

    El espectáculo no duró mucho más, pero fueron minutos que procuró grabar bien en la memoria. Cuando el sol se terminó de ocultar y las últimas luces naranjas se fueron oscureciendo, se giró para mirar al italiano y le sonrió.

    —No es Italia, pero espero que haya valido la pena —Dicho esto, volvió a mirar fuera y se mordió el labio un momento —. Creo que debería ir al dormitorio. Debo asegurarme de que Dani coma algo y esté presentable para la actuación —alzó una vez más el rostro hacia Massimiliano —. Me ha gustado mucho hablar contigo. Nos vemos luego.

    Para despedirse apropiadamente, o como le pareció apropiado en el momento, siguiendo un impulso totalmente egoísta, se puso de puntillas, tirando suavemente de su hombro para hacerle agacharse, sólo un poco, lo suficiente para dejar un suave beso en su mejilla.

    Al separarse, le sonrió con más fuerza e hizo un gesto con la mano, dándose luego media vuelta para salir del dormitorio y subir a la planta de arriba, donde encontraría a Daniel totalmente dormido en la cama.

    Suspiró y, asegurándose de que la puerta estaba bien cerrada, se sentó en un lado de la cama de su hermano, acariciándole la cabeza con suavidad.

    Se estaba encariñando mucho con Massimiliano, quizá demasiado. Le gustaba verle, hablar con él, compartir risas, paseos y pequeños gestos, y no debería acostumbrarse, pues en apenas una semana desaparecería de su vida para no volver a verse. Tenía que separarse de él, tenía que decirle que no irían juntos a Italia.

    Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo poder decirle todo eso? ¿Cómo evitar las preguntas que vendrían después y, encima, soportar la tristeza, aguantar la mirada de Massimiliano al decírselo? Era injusto, pero más injusto era aún mantener promesas vacías.

    Cómo odiaba todo aquello. De verdad que lo odiaba.

    *****


    Por un momento, sólo por un momento, había pensado que el lobo lo delataría al policía. Pero no, la opinión que tenía de ese hombre era tan acertada como solía ser, así que más pronto que tarde Dani estaba escondido en el baño de ese dormitorio en el que se había colado, sonriendo a su reflejo. Aprovechó ese rato para peinarse con las manos un poco, aunque esperaba que el “peinado” le durase más bien poco.

    Cuando Massimiliano le habló para decirle que ya podían pasar a la otra parte del trato, Daniel se rio un poco y se terminó de preparar.

    Lo primero que Massi pudo ver salir del baño fue un zapato seguido de su pareja, luego los calcetines y, finalmente, los pantalones, antes de que surgiese una pierna desnuda que si no era totalmente pálida se debía a que algún lunar manchaba la piel. Esa pierna pareció enredarse en el marco de la puerta, seguida por una mano y, finalmente, la cabeza del inglés, o al menos uno de sus ojos.

    Daniel le vio sentado en la cama y volvió a sonreír, apoyando de nuevo los dos pies en el suelo y saliendo. No iba totalmente desnudo, llevaba aún la camisa, y con esas pintas se acercó al italiano, apoyando las rodillas en la cama, cada una a un lado de Massimiliano. Así se aupó, quedando de rodillas sobre él.

    Una mano se posó en el hombro del mayor mientras que la otra le acarició los labios con suavidad.

    —Yo también lo espero —sonrió, inclinándose después para besarle.

    Fue un beso lento y largo, en nada comparable al que le había robado a Louis apenas unas horas antes. ¿Qué? No, no quería pensar en el chef en esos momentos. No debía pensar en él ahora.

    Por eso, precisamente por eso, convirtió el beso en una carta de presentación, en una promesa de todo el placer que le esperaba a Massimiliano con él. Así que procuró desplegar en ese beso toda su sensualidad, con movimientos de lengua tan calculados que podría parecer que se dedicaba a ello profesionalmente. Y, entre medias, sus manos fueron acariciando el cuerpo del italiano sobre la ropa, haciéndose a su pecho amplio y a la musculatura de su vientre, bajando poco a poco hasta llegar a una zona que iba despertando con las cuidadas atenciones.

    —Oh, vaya —musitó con la respiración agitada, esbozando una sonrisa ladeada —. Es más grande de lo que esperaba. Pero no importa, me las apañaré —le aseguró, mordiéndole el labio inferior y tirando suavemente de él.

    Apartó un poco sus caderas de las de Massimiliano, dejando espacio para poder abrirle los pantalones y, así, liberar su miembro. Lo miró un par de segundos, mientras se pasaba la lengua por la mano, y luego regresó la vista a su amante improvisado mientras esa mano recién ensalivada y se disponía a acariciar su zona íntima.

    Volvió a besarle, variando las presiones de su mano hasta sentir la carne suficientemente dura. Entonces se separó de su boca y le dio un empujón, haciéndole tumbarse en la cama —aunque con los pies todavía en el suelo, las piernas dobladas, cosa que a Daniel no podía importarle menos—.

    Se alzó sobre las rodillas y se adelantó un poco en el colchón, colocándose y tomando el miembro de Massimiliano mientras se posicionaba. Agradecía ahora haberse preparado en el baño, aunque fuese de forma somera, porque no sabía si, de otra forma, habría podido recibirle en su interior con la relativa fluidez con la que lo hizo.

    ¿Cuánto hacía que no adoptaba ese rol en la cama? Bastante, la verdad, pero la sensación era inolvidable.

    Dejando ahora las manos sobre el vientre de Massimiliano, se fue deslizando hacia abajo, hasta que lo sintió totalmente dentro, momento en el que soltó un gemido y una sonrisa. Se quedó así un par de segundos, acostumbrándose bien, para luego empezar a moverse, con lentitud, con mucha calma, meciendo las caderas casi como si bailase sobre el otro hombre.

    No mantuvo esto de forma constante, por supuesto, sino que lo fue alternando con movimientos más rápidos, con besos, con mordiscos. La única constante real era que cada vez que Massimiliano intentaba tomar el control, Daniel se lo negaba, a veces incluso apretándole de forma cruel para luego reírse y continuar.

    Al terminar, se dejó caer a su lado para recuperar el aliento, cerrando los ojos y con una sonrisa de pura satisfacción. A lo mejor era eso lo que le faltaba. Echar un buen polvo desde el otro lado.

    Volvió a pensar entonces en Lou. Quizá la tontería que tenía con él era porque quería follárselo y al tener que mantener la tapadera, se frustraba y confundía sus propios intereses. ¿Podía ser eso? Siempre podía probar. Sí, se las apañaría para quitarse esa espinita.

    Por lo pronto, se incorporó con un quejido y dobló una pierna, apoyando la barbilla en esa rodilla. Miró a Massimiliano y sonrió. Con quien no esperaba compartir cama era, precisamente, con el lobo feroz, pero no podía decir que no le hubiese interesado el experimento. De hecho… Le había gustado bastante.

    —Sin faltar al trato que hemos hecho antes… ¿Qué te parece si te dejo recuperarte y después me empotras con todas tus fuerzas? Contra la cama, contra esa pared, contra la puerta, sobre ese mueble, en la bañera… Donde quieras. Hace mucho que no tengo sexo duro, ¿sabes? —le dijo con un tono juguetón —Puedo salir a fumarme un cigarro mientras te lo piensas. Claro que si estás demasiado viejo para mantenerme el ritmo…

    Dejando eso en el aire, se puso en pie y cogió la cajetilla que había en la mesilla y que, obviamente, pertenecía a Massimiliano. Colgó el pitillo en sus labios y lo encendió con el mechero, dejando luego caer la camisa al suelo para que no le molestase. Mostrando así su cuerpo —esbelto y flexible, acostumbrado a correr y, a juzgar por algunas cicatrices y por la tímida musculatura de su abdomen, a pelear—, fue al balcón, sin pudor alguno. Se apoyó en la baranda y miró desde allí a Massimiliano, sonriendo y esperando su respuesta.

    *****


    —Sammy, ¿estás bien? —preguntó Lizzy con voz dulce, acariciando una mejilla de la novicia.

    La joven parpadeó un par de veces y apartó la vista de ese hombre, mirando a su compañera y asintiendo.

    —Sí, perdona…

    —Te has quedado de pronto muy callada ¡y has puesto una cara que daba miedo! —comentó Marcia, moviendo el abanico para que el aire le llegase a Sam.

    —¿Sí? Lo siento…

    Samuel soltó un largo suspiro y sacudió la cabeza, componiendo una sonrisa para las chicas, aunque cuando la conversación volvió a su cauce animado de antes, el inglés regresó los ojos a ese hombre. Ese dichoso hombre al que creía que no iba a volver a ver nunca.

    Frederick Gironella, por su parte, estaba tranquilamente acomodado en una terraza exterior, bebiendo un refresco y disfrutando de las vistas. Esa mañana se le había escapado el fugitivo por muy poco, pero al menos ahora sabía a ciencia cierta que estaba en el hotel. Y tenía que seguir estando, pues había hombres de la mafia de incógnito, vigilando todas las entradas y salidas posibles y nadie había alertado de movimiento.

    Se giró al sentir una mirada penetrante en su nuca, viendo a una chiquilla rubia que, sentada en una mesa, le miraba con una cara de concentración extraña, con el ceño algo fruncido y una mezcla muy curiosa de odio y de preocupación. ¿Se conocían de algo? Le sonaba, pero no sabría decir de qué.

    Le hizo un gesto con la mano, un saludo con una sonrisa gentil, quizá como signo de paz, pero en vez de recibir algo parecido, la rubia apartó la mirada, poniéndose a hablar con sus amigas como si nunca le hubiese visto.

    Se le hizo rarísimo, la verdad. ¿Le había hecho algo y no se acordaba? Lo dudaba mucho. ¿Quién querría hacerle nada a una joven de apariencia tan dulce? Suspiró y volvió a su refresco, pero tras un rato con la mosca tras la oreja, se puso en pie y se acercó al grupito de chicas.

    —Hola, perdonad que os moleste, ¿puedo sentarme?

    —Siempre hay sitio para un hombre guapo —sonrió Marcia, coqueta, haciendo que Gironella riese suavemente mientras se sentaba.

    —Ayer vino a la actuación, ¿verdad? —preguntó ahora Samuel, con un tono que aún mostraba molestia.

    —¿Eh? Sí, ¿cómo lo…? ¡Claro! Ustedes son parte de la orquesta, ¿no? Fue una actuación soberbia.

    —¡¡Gracias!! —dijo ahora Lizzy, apretando un poco el brazo del hombre —Puede venir a vernos cuantas veces quiera. ¡Actuaremos todas las noches hasta la semana que viene!

    —Oh. Bueno, aunque me gustaría mucho acudir a las representaciones, espero que mi estancia aquí no sea tan larga.

    —¿Trabajo? —apuntilló Sam, sorbiendo después por la pajita su refresco.

    Gironella miró a la rubia del crucifijo un par de segundos con una sonrisa llena de curiosidad, como intentando analizarla, y después asintió.

    —Sí, la verdad es que sí. Pero confío en terminar pronto.

    —¿Podemos ayudarle? —preguntó otra vez Marcia.

    El detective exageró un gesto pensativo, llegando a tamborilear con los dedos sobre su propio muslo, pero finalmente se llevó una mano a la chaqueta, sacando una hoja bien doblada de un bolsillo interior. Al abrir la hoja, mostró una fotografía que hizo que la mandíbula de Marcia se tensase y buscase la mano de Sammy, quien se la dio sin decir palabra.

    —¿Conocen a este hombre? ¿Lo han visto por el hotel?

    —Pues la verdad es que no —respondió Lizzy con absoluta sinceridad, mirando a sus compañeras, quienes negaron, mudas —. ¿Ocurre algo con él? ¿Es famoso? —añadió con una sonrisa de pura cotilla que hizo que Frederick soltase una pequeña risa y negase.

    —No, no exactamente. Es un fugitivo. No es peligroso, pero tengo que atraparlo —miró a Sammy y Marcia —. ¿Seguro que no lo han visto?

    —Seguro —respondió Samuel, mirando al hombre y enarcándole una ceja —. ¿Por qué íbamos a mentirle?

    —Perdone, no quería ofenderla. Pero si le ven, por favor, comuníquenmelo cuanto antes.

    —¡Claro! —sonrió Lizzy.

    Frederick no tardó mucho en irse, y apenas entró de nuevo en el hotel, Marcia soltó el aire de sus pulmones y dejó salir su expresión de preocupación.

    —Dios mío.

    —¿Qué ocurre?

    —¿Recuerdas que te dije que me había estado acostando con un inglés…?

    —¡Marcia! —susurró Lizzy al leer en la mirada de su amiga lo que estaba insinuando.

    —No pasa nada —repuso Sam —. El detective ha dicho que no es peligroso.

    —¿Cómo sabes que es detective? —inquirió Lizzy, algo sorprendida.

    —Le he visto la placa en la chaqueta —mintió Sam, suspirando después —. Pero lo dicho, no creo que tengamos que preocuparnos por nada.

    —¡Eso espero! Dios, no puedo creer que me haya acostado con un fugitivo…

    —¿Con quién te has acostado?

    El sobresalto pareció perfectamente coordinado entre Lizzy, Marcia y Sam cuando la voz de Eileen apareció de la nada, justo detrás de las tres. Lizzy, la primera en recobrarse, se rio y negó con la cabeza.

    —¡Es difícil hacer una lista de toda la gente con la que se ha acostado esta pendona!

    —¡Oye! —se quejó Marcia, dándole un golpe en la pierna a modo de broma.

    Hicieron una pequeña pelea, con Sammy en medio encogiendo las piernas para no resultar un daño colateral, y cuando se dieron por satisfechas volvieron a centrarse en Eileen, quien ahora que se fijaban…

    —¿Qué te ha pasado? Tienes como un aura menos… brillante —comentó Marcia, a lo que Eileen suspiró, apoyando las dos manos en el respaldo de la silla de la morena.

    —El chef hoy está muy gruñón. ¡Más de lo normal! Y mira que hoy debería estar super feliz, que su chica ayer le besó, pero…

    —¿Su chica? —preguntó Sam.

    —Sí, Daniela, su chica.

    —¡Daniela! —exclamaron Lizzy y Marcia a la vez.

    —¿Están saliendo?

    —¿Han follado ya?

    —No digas tonterías, Marcia. Si hubiesen follado, el hombre no estaría de mal humor.

    —Podría estarlo si el polvo no fue bien. ¿Y si ella no ha querido repetir? ¡¡Sammy!! ¡Necesitamos más información!

    —Daniela es tu hermana, ¡tienes que saber algo al respecto!

    —Lamento decepcionaros, pero no sé nada —suspiró Samuel, terminándose su refresco para luego mirar a Eileen —. No estará preparando lasaña.

    —Efectivamente —la cocinera frunció un poco el ceño y se inclinó sobre Samuel, mirándole directamente a los ojos —. ¿Cómo lo has sabido? Anda, qué ojos más bonitos —añadió, haciendo que las orejas de Sam se enrojeciesen un poco.

    —Es algo propio de Dani —dijo, ignorando el otro comentario con un carraspeo —. Pedir una lasaña perfecta por estas fechas.

    —¿Por estas fechas? ¿Ocurre algo especial?

    —¿Hmn? Bueno, no es exactamente especial… —al sentir cómo tres pares de ojos la taladraban, llegando a lo hondo de su alma prácticamente, Samuel tragó saliva, sintiéndose claramente incómodo —Es su cumpleaños —terminó por reconocer, haciendo que las otras tres mujeres soltasen un gritito emocionado.

    —¡¡Su cumpleaños!!

    —¡Y no nos ha dicho nada! ¡Qué mala amiga!

    —Ya, bueno, es que… No le gusta celebrarlo…

    —¡Pero eso no puede ser!

    —Tendremos que prepararle algo —añadió Lizzy, mirando a Eileen y sonriendo ampliamente —. ¿Podrías encargarte de hacer una tarta o algo así?

    —¡No! —se negó Sam, cruzando los brazos en aspa para más énfasis —Nada de tartas, nada de sorpresas. ¡Por favor! ¡Me matará si sabe que lo sabéis!

    —Entonces… Al menos tomar una copa después de la actuación. Eso no está tan mal, ¿no? —propuso Eileen, iluminándosele luego la cara —¡Podemos ir Lou, Tomate y yo!

    —¡Ay, sí! ¡Venid, venid! Le haremos un pequeño brindis o algo —sonrió Marcia.

    —Dios… —susurró Samuel, frotándose los párpados para luego suspirar largamente —Está bien.

    *****


    Daniel miró con una sonrisa sorprendida a Louis cuando le vio aparecer con su plato de lasaña. Apenas le dio tiempo a despedirse, menos con el revuelvo que armó la banda, compartiendo codazos, sonrisas y comentarios, algunos bastante inapropiados, mientras Sally, la directora, las miraba con cara de suplicio, como si fuese una batalla que ya sabía perdida.

    Con discreción, Daniel tomó esa nota y la leyó, suspirando y guardándosela para luego sonreír y hablar con Susan, la chica que tenía justo al lado.

    La cena pasó con la normalidad de siempre, ahora con algún comentario acerca de la relación entre la música y el cocinero, pero sin más. Al terminar los postres, Daniela se excusó y se dirigió a las cocinas, recibiendo de fondo un “uuuuh” de casi todas las chicas, seguidas de risitas y guiños cómplices.

    Sintió la mirada de Évariste sobre su persona, también la de Eileen, pero ignoró a ambos y se dirigió directamente a Lou, quien tenía un aspecto como nervioso.

    —Buenas noches —le saludó, apoyando el peso del cuerpo en una cadera —. Siento mucho venir ahora, sé que quería que nos viésemos tras la presentación, pero… Tengo entendido que las chicas me van a hacer brindar, seguramente le arrastren a usted también, por lo que me ha comentado Sammy —carraspeó y se apartó un único cabello del rostro, volviendo a sonreír —. Se supone que es una sorpresa, pero Sammy sabe que las sorpresas no son santo de mi devoción —al ver la pregunta en sus ojos, rio un poco, cubriéndose la boca con la mano, y sacudió la cabeza, acercándose un poco más —. Hoy es algo así como mi cumpleaños. No es exactamente la fecha, porque nací el veintinueve, pero hoy es veintiocho y mañana uno de marzo, me falta un día entre medias. Yo con la lasaña como regalo me conformaba, no sé ni cómo se han enterado las chicas… Bueno, me hago a la idea.

    Suspiró y miró a su alrededor, sintiendo que algunas orejas estaban atentas a ellos. Concretamente, Eileen se acercaba a ellos con esa discreción que brillaba por su ausencia.

    —¡Dani!

    —Daniela —la corrigió él con una sonrisa helada, mostrando lo poco que le caía esa mujer en gracia.

    —Oh… —pareció perpleja, como si hubiese recibido una bofetada, pero consiguió recomponer una sonrisa —Claro, perdona —rodeó entonces la cintura de Louis y se apoyó en él —. ¿Os habéis arreglado ya?

    —No sabía que hubiese nada roto —pasó a mirar directamente a Lou —. Perdone, ¿hay algún lugar más discreto donde podamos hablar sin… interrupciones?

    Eileen, dolida, se apartó un poco, pero señaló con un gesto de cabeza una puerta, la que llevaba al almacén. Daniela sonrió y le agradeció, empezando a caminar hacia allí tras hacerle un gesto a Lou para que le siguiese.

    Una vez allí dentro, cerró la puerta y suspiró, apoyando una mano en el brazo de Louis para mirarle con una sonrisa que mostraba un poco los dientes.

    —Me ha gustado la lasaña. Muchísimo —añadió, empujándole un poco, hasta que se apoyó contra la puerta cerrada —. Estaba simplemente deliciosa y me halaga enormemente saber que te has dedicado personal y enteramente a ella. Cada segundo ha valido la pena, de verdad. Y tenías razón. No es la lasaña de mi abuela, pero ni falta que hace —le acarició una mejilla con el dedo y soltó una pequeña risa —. No te importa que nos tuteemos, ¿verdad? Creo que ya va siendo hora.

    Dicho esto, le miró, le guiñó un ojo y se lanzó a besarle. Nada que ver con ese beso tímido del día anterior, este parecía querer devorarle. Le tomó las manos, impidiéndole así que le abrazase o intentase apartar, y mordió su mejilla, paseando luego los labios por su cuello para morderle la oreja.

    —Déjame hacerlo —le susurró, una orden con todas las letras.

    Volvió a mirarle a la cara, dándole un pequeño descanso antes de atacar su cuello, bajando luego la boca para ir abriéndole la camisa, esto sin usar las manos, que aún tomaban las del pelirrojo, lo cual iba demostrando ya su habilidad con labios y lengua.

    No le soltó los dedos hasta llegar a la bragueta, momento en el que tuvo que apoyar las rodillas en el suelo. Le miró de nuevo con una sonrisa y se llevó un dedo a los labios, indicándole silencio, mientras con la otra mano bajaba la cremallera.

    Cuando terminó, o más bien cuando le hizo terminar, se puso en pie y, sin decir palabra, se quitó el polvo de las rodillas y se alisó el vestido, lamiéndose un dedo con restos de fluidos corporales. Le lanzó una mirada y contuvo una risa, y es que el pobre Lou había terminado con besos de carmín no sólo por la cara, incluso el cuello de su ropa de cocinero, sino también por la camisa e incluso alguno se podía ver en los pantalones.

    Daniel, lejos de ofrecerle ayuda, se lamió los labios y se acercó para robarle otro beso, poniendo luego una mano en el pomo.

    —Nos vemos luego —le susurró, lanzándole un beso antes de salir con una risita.

    Al menos, tuvo la deferencia de cerrarle la puerta para que se adecentara.


    SPOILER (click to view)
    Daniel es malo, eh. Malo con ganas xDD

    Y lo siento mucho, pero por ahora dejo esto aquí. Mañana edito bien todo, ¡lo prometo!
8719 replies since 27/7/2011
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