El AMANTE DE MIS PESADILLAS Goerge/Fred +17

Un amor que regresa de los muertos para visitar tus sueños

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  1. 290589-kaname
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    EL AMANTE DE MIS PESADILLAS
    Hola, este es mi nuevo fic, espero que les guste.
    Esta historia esta basada y adaptada a los libros de Harry Potter y la saga de los cazadores oscuros.



    Prologo



    Engendrados por los dioses de los sueños y las pesadillas, somos los hijos de Mist (y a veces, de madres humanas o almas que alguna vez fueron magos).
    Tradicionalmente llamados Oneroi, somos los que protegemos a los humanos, mientras duermen. Somos los Guerreros del Sueño. Los que luchan en contra de los genios de sueño que reducen drásticamente la energía, sueños y vida de las personas que duermen, además de suministrarles sueños altamente eróticos para atrapar sus fantasías.
    Durante la luz de día, caminamos entre ellos, ya sea como humanos o como fantasmas desconocidos. Y cada vez que los ojos humanos nos encuentran, inmediatamente apartan la mirada sin registrar nuestra presencia (a menos que decidamos otra cosa).
    La mayor parte de nosotros está desprovisto de emociones (excepto el dolor). Esos que han sido maldecidos a no sentir ninguna de las emociones, sólo pueden sentirlas mientras están en un estado de ensueño con un anfitrión humano o inmortal. Pero allí yace el peligro... algunos de nosotros empezamos a desear ardientemente las emociones, como una droga.
    En lugar de ser observadores y protectores, se convierten en controladores- instigadores del sueño del anfitrión. Si el malvado Skotos (genio del sueño) continuara agotando a sus víctimas, la locura descendería y nos amenazaría a todos nosotros. De ahí la creación del cazador de sueños. Ciertos miembros de los Oneroi han sido seleccionados para vigilar al Skoti y a los Renegados, y asegurar que no hacen presa de aquellos que duermen.




    CAPÍTULO 1



    —Los hombres son el azote del universo. Digo que los alineemos a todos a lo largo de la carretera y luego les pasemos por encima con grandes camiones. —Susan hizo una pausa mientras sus claros ojos azules se ensanchaban ante un nuevo pensamiento. — No, espera. ¡Apisonadoras! Sí, vamos a apisonarlos a todos hasta que no sean nada más que fangosas manchas mojadas sobre el camino.
    Arqueando una ceja por el rencor, George Weasley alzó la vista del mostrador para ver a su compañera de trabajo, Susan Bones agarrar el borde de la pared tostada del mostrador donde estaba atendiendo George. Los grandes ojos de la morena destellaban frenéticos, Susan tenía la mirada de una mujer a un paso del borde.
    —¿Problemas con tu novio otra vez, eh, Susan?
    —En realidad, es mi hermano menor quien me ha irritado, pero ya que tocaste el tema de mi novio, sigue mi consejo: Si alguna vez le haces daño a una chica te juro que un día de estos encontraras a alguien que por la mañana te arrancara todas las tripas.
    —Bien —dijo George estirando la palabra. —Creo que alguien necesita un descanso.
    —Alguien necesita dos meses de vacaciones en Bahamas sin su novio al lado —. Los ojos de Susan se animaron. —Oooh, hey, un campamento sexual. Sí. Eso es. ¡Tenemos que comenzar un campamento sexual dónde las mujeres puedan decir a sus mariditos que están yendo a una clínica de adelgazamiento y en vez de una dieta de campamento militar con dietistas nazis, ellas van a la playa y tienen hombres calientes para tratarlas como diosas!
    George se rió.
    —No, en serio. Tu podrías venir con migo y ser el hombre caliente.
    George se rió con más ganas. —Tu mejor vuelves a trabajar antes de que Lord-Rey- del-Mal-Humor te pesque aquí otra vez. Ya sabes como es Ron.
    —Sí, lo sé. Ves, eso prueba mi punto. Habría que disparar a todos los hombres. Excepto a ti, claro.
    George todavía se reía mientras Susan volvía a su sitio de trabajo en sortilegios Weasley. Dos segundos más tarde, Susan estaba de vuelta, atisbando por encima de la pared del compartimiento otra vez. —Hey, ¿todavía tienes esas pesadillas?
    El humor de George se desvaneció mientras recordaba la pesadilla horrenda que había tenido la noche pasada, donde el había estado arrinconado en una cueva oscura por una fuerza no vista que parecía querer alimentarse de su terror. Durante las tres últimas semanas apenas había pegado un ojo. Su agotamiento era tal que hasta estaba teniendo mareos.
    —Sí —dijo George.
    —¿La medicina, que te dio el medimago, ayuda?
    —No. En realidad, creo que hizo peores los sueños.
    —Oh, vaya, lo siento.
    George también. El había esperado al menos poder dormir bien una noche. Pero no parecía posible.
    La puerta de la tienda se abrió y entro un alterado Ron.
    El pelirrojo suspiró mientras Ron se acercaba hasta el, con un pergamino en mano.
    - George, mira lo que me encontré.
    Ron expandió el pergamino por el mostrador y George se quedo impactado con lo que vio. Era el dibujo exacto de Draco Malfoy y para asombro de el, estaba totalmente desnudo.
    - ¿Qué es? –pregunto intrigado.
    - Según el pergamino, al parecer, Draco se ha convertido en una especie de esclavo sexual y esta contenido en el.
    - ¿En serio?
    - Si, y la verdad es que ya tengo planes para el. Creo que el puede ayudar a Harry con su problemita.
    - ¿Acaso estas loco? Vas a poner a un esclavo sexual a disposición de Harry sin saber que tipo de magia esta tras de esto.
    Viéndolo bien no sonaba tan mal.
    - Voy a reunirme con Harry en este momento. ¿Quiere venir?
    - Te acompaño, pero primero necesito ir a comprar algunas cosas.
    Llegando a Londres, George se despidió de su hermano y fue hacia una farmacia muggle, le habían dicho que las pastillas para dormir que usaban eran muy buenas. Eso le recordó nuevamente sus pesadillas.
    Francamente, el no sabía que más hacer con ellas. Eran tan extrañas, y cada noche los sueños parecían empeorar. Al paso que iba, calculaba que estaría loco de atar hacia finales de mes.
    Frotándose los ojos, centró su atención en un puestecillo que estaba justo al lado del trasladador. Tenía que esperar a Ron para regresarse a la tienda, pero todo lo que realmente quería hacer, era dormir.
    En el fondo de su mente seguía viendo que un enorme, y gruñón monstruo venía por el. Lo oía decir su nombre mientras estiraba su mano como garra tratando de reclamarlo. Como en cualquier mala película de horror, las escenas siguieron atormentándolo, susurrando en sus pensamientos en cualquier momento que se descuidara.
    — Eh, Ronal, Harry ¿ya han regresado de almorzar? —le preguntó George Weasley desde el puestecillo situado justo al lado del escondido traslador, en el que vendían objetos de loza y dibujos, hechos por un atractivo joven.
    — Sí, ya he vuelto —le contestó Ron—. ¿Algo interesante durante mi ausencia?
    — Un par de chicos estuvieron a punto de patear el trasladador, pero mi nuevo amigo nos ayudo, les presento a Erni.
    — Gracias y mucho gusto, ¿no vamos? —dijo Ron acercándose a la bota vieja.
    — OK, mi padre se va a morir cuando le lleve lo que le compre. –dijo George en un plan animado, no quería que se dieran cuenta de su estado.
    En ese momento sobre la avenida se detuvo un motociclista con los pantalones de cuero sensualmente ceñidos.
    - Mira eso, no crees que seria un delicioso postre. –pregunto Ron.
    Harry movió la cabeza mientras le observaba. Siguió al hombre con la mirada mientras pasaban delante de un Café.
    — ¡Oh! Un beignetsi sería un estupendo postre.
    — La comida no puede sustituir al sexo —le dijo Ron—. ¿No es eso lo que siempre dices…?
    — De acuerdo, el punto es tuyo. Pero, Weasly, en serio, ¿a qué viene este repentino interés en mi vida sexual? Mejor dicho, en mi falta de ella.
    Ron saco un pergamino de su mochila.
    — A que tengo una idea.
    George sintió un escalofrió ante las palabras de Ron, le iba a mostrar el pergamino.
    — ¿No será otra sesión de citas a ciegas con los magos del ministerio?
    — No, esto es mejor.
    Acercándose a el, Ron dejó el pergamino en las manos —poco dispuestas a cogerlo— de Harry y comenzó a analizar el extenso rollo. Se las arregló para no dejarlo caer.
    Y para no poner los ojos en blanco por la exasperación que lo invadía.
    — Encontré esto el otro día, en esa vieja librería que hay junto al Museo de Cera. Estaba cubierto por una montaña de polvo; intentaba encontrar un libro para mi padre cuando de repente vi éste, ¡Voilà! —dijo señalando triunfalmente al pergamino.
    Harry miró el dibujo y se quedó con la boca abierta.
    Jamás había visto algo parecido.
    George ya se imaginaba que cara pondría, y quien no, Draco se veía fenomenal en ese pergamino.
    — ¿Qué opinas de él? —le preguntó Ron, mirando a Harry por fin a los ojos.
    — Se parece a un tipo que me pidió un consejo ayer.
    — ¿De verdad? —los ojos de Ron adquirieron un matiz oscuro que pronosticaba el comienzo de su sermón sobre las oportunidades de conseguir una cita y la intervención del destino.
    — Sí —dijo cortando a Ron antes de que pudiese comenzar a hablar—. Me dijo que era una lesbiana atrapada en el cuerpo de un hombre.
    Ron abrió la boca, mudo de asombro. Cogió el pergamino, quitándoselo a Harry de las manos, y lo guardo con fuerza mientras lo miraba furioso.
    — Siempre conoces a las personas más extrañas.
    Harry alzó una ceja.
    — Ni se te ocurra decirlo —dijo Ron —. Te lo advierto; esto —dijo, dando dos golpecitos a la mochila donde tenia el pergamino— es lo que estás buscando.
    Harry miró fijamente a su amigo mientras pensaba en lo absolutamente convincente que parecía el pelirrojo.
    — Vale —dijo Harry dándose por vencido—. Deja de hablar con rodeos y dime qué tienen que ver ese pergamino y ese dibujo con mi vida sexual.
    El rostro de Ron adoptó una expresión bastante seria.
    — El tipo que te he enseñado… es Draco Malfoy… ahora es un esclavo sexual que está obligado a cumplir los deseos de aquélla o aquel que le invoque, y a adorarlo.
    Harry se rió con ganas.
    — No te rías. Lo digo en serio.
    — Ya lo sé, eso es lo que me hace gracia —se aclaró la garganta y se serenó—. Vale, ¿qué tengo que hacer?, ¿quitarme la ropa y bailar desnudo en el puente de Londres a medianoche? —un leve intento de sonrisa curvó sus labios, sin importarle que los ojos de Ron se oscurecieran a modo de aviso—. Tienes razón, me encargaré de conseguir una buena sesión de sexo, pero no creo que sea con un espléndido esclavo sexual, y mucho menos si es Malfoy.
    La mochila, que estaba puesta en la mesita de Erni, callo estrepitosamente.
    Ron dio un grito y se apresuro a levantar la mochila.
    Harry jadeó.
    — Lo empujaste con el codo, ¿verdad?
    Ron negó con la cabeza muy despacio; tenía los ojos abiertos como platos.
    — Confiésalo, Weasly.
    — No fui yo —dijo con una expresión mortalmente seria—. Creo que lo ofendiste.
    — Mira, necesito regresar a la oficina. Tengo una cita a las dos en punto y no quiero coger un atasco —le dijo mientras se ponía las Ray-Ban—. ¿Vendrás entonces esta noche?
    — No me lo perdería por nada del mundo. Llevaré el vino.
    — Bien, te veo a las ocho. —E hizo una larga pausa para añadir: — Dile a Hermione que hola y que gracias por dejarte visitarme y tener una noche de solo hombres. –Harry se despidió con la mano de George y su nuevo amigo.
    Ron lo observó alejarse y sonrió.
    — Espera a ver un regalito que te tengo preparado —susurró, y saco el pergamino de la mochila. Pasó la mano por el suave papel, y quitó unas motas de polvo.
    - Hermano – lo llamo George –estas jugando con fuego, mas te vale que no dañes a Harry.
    - Se lo que hago.
    Ambos hermanos regresaron a la tienda de bromas y Ron fue a prepararse para su cita con Harry.
    George saco las pastillas de su saco y sacudiendo su cabeza, disipó las imágenes de sus pesadillas y se concentró en atender a los clientes. Pero mientras arreglaba un poco el mostrado, George sintió sus párpados volverse pesados otra vez. El parpadeó rápido y ensanchó sus ojos en un esfuerzo por mantenerse despierto.
    Tienda, tienda…
    ¡Oh sí, este sí que era un buen modo de mantenerse despierto! ¿Por qué no tomarse un par de somníferos y beberse un vaso de leche caliente ya que estaba?
    Lo que el necesitaba era más cafeína, y ya que no podía soportar el café, tendría que ir a la máquina de Coca Cola (Harry los había acostumbrado a utilizar los aparatos muggles). Tal vez el paseo por la calle ayudaría a reanimarlo, también.
    Deslizó su silla hacia atrás y abrió la caja registradora para hacerse de cambio, luego se levantó.
    En cuanto el estuvo derecho, un zumbido extraño comenzó en su cabeza. El mundo se inclinó.
    Y en un latido del corazón todo se volvió negro y su cuerpo se congeló…
    George se sintió cayendo en un agujero profundo, oscuro. Todo a su alrededor, vientos rugiendo y aullando en sus oídos, sonando como una enorme, espantosa bestia tratando de hacerlo trizas.
    Ellos tenían hambre. Estaban desesperados, y lo querían a el.
    Ellos susurraban su nombre con alientos de fuego. Diciéndole que esperaban sólo por el.
    ¡No otra vez! No podía soportar más esta pesadilla horrible.
    ¡Despiértate, despiértate!
    Pero el no podía.
    George tendió la mano para agarrarse de algo en la oscuridad para evitar la caída. No había nada a que agarrarse. Nada para salvarse.
    —¡Auxilio! —gritó, sabiendo que era en vano, pero necesitando intentarlo.
    De todos modos, cayó.
    El no dejó de caer hasta que alcanzó la caverna que conocía demasiado bien. Oscura y húmeda, olía a podredumbre y descomposición. Oyó siseos y gritos, la agonía absoluta de almas atormentadas.
    ¡Escapa!
    Su corazón aporreaba mientras el tropezaba en la oscuridad, sobre el piso áspero que parecía agarrar sus pies con dedos rocosos mientras intentaba encontrar una salida. Luchó para ver, pero la opresiva oscuridad no lo dejaba. Solo sintió como si agujas diminutas apuñalaran sus ojos.
    Extendió sus manos y tocó una pared fangosa que se deslizaba y se movía bajo sus dedos. Repugnante como era, al menos le dio algún apoyo, algo tangible que podía conducirlo a su casa.
    Y el tenía que encontrar un camino a casa. La asustada voz en su cabeza le decía que si el no salía de esto ahora, nunca sería capaz de escaparse.
    Aterrorizado, vio una débil luz parpadear más adelante. Corrió hacia ella tan rápido como sus piernas lo llevaron.
    La luz. Eso lo salvaría. Estaba seguro de ello.
    Entró corriendo en una cueva grande donde la luz brillaba sobre las veteadas y rotas paredes que rezumaban una especie de lodo gelatinoso. El olor a azufre quemó su nariz y los gritos sonaron más fuerte.
    George patinó al detenerse. Si el había estado aterrorizado antes, no era nada comparado a lo que sintió ahora.

    El dragón, igual a un monstruo, con destellante sangre, escamas rojas y alas color azabache, se levantó delante de el, gruñendo. Sus largos dientes chasqueando mientras lo miraba hambrientamente.
    Él se acercó al pelirrojo, calmándolo con sus misteriosos ojos azul plata. Ojos que parecían ver más que su físico en sí. Era como si ellos lo vieran todo en su mente, en su alma.
    Y el sabía que la bestia lo quería. Que él deseaba poseerlo con afiebrada locura.
    Oh Dios, eso era. La bestia estaba aquí para tomarlo. Consumirlo.
    No había escape.
    George tropezó alejándose, hacia la entrada. El no iría simplemente a acostarse y morir. Eso no estaba en el. El era un luchador, no por nada había sobrevivido a la batalla con Voldemort. Y lucharía hasta que el último aliento abandonara su cuerpo.
    Dándose vuelta, corrió a la entrada, pero antes de que pudiera escaparse, ésta se cerró, encerándolo.
    —No me dejarás tan pronto, George —ceceó el dragón escamoso, sus garras raspando el piso mientras se acercaba. —Necesito la luz dentro de ti. Tus pensamientos. Tus sentimientos. Tu bondad. Ven a mí y déjame sentir que tu calor me baña.
    Él se lanzó por el pelirrojo.
    George cerró sus ojos e imaginó una espada en sus manos para luchar contra él.
    El consiguió una rama de árbol. No era lo que hubiera elegido, pero era mejor que nada. La balanceó hacia él, pegándole con fuerza a través de la cara.
    Riendo, él sacudió su cabeza escamosa como si no hubiera sentido el golpe en absoluto. —Qué espíritu. Qué inteligencia e ingenio. Y te preguntas por qué te quiero así. Muéstrame más, George. Muéstrame con lo que puedes seguir.
    El pelirrojo lo obligó a distanciarse mientras blandía su rama de árbol. Era un arma estúpida, pero era todo lo que tenía de momento.
    Como si comenzara a aburrirse, el dragón arrancó la rama de sus manos. —Quiero tu mente, George. Quiero sentir tu miedo de mí.
    Él se movió aún más cerca.
    Antes de que la bestia pudiera alcanzarlo, una luz brillante apareció entre ellos, irritando sus ojos aún más. Creció en intensidad hasta que pareció más brillante que el sol. Cuando finalmente se desvaneció, reveló otro monstruo.
    George tragó con terror. ¿Por qué no podía controlar este sueño? Desde que había sido una niño, el había sido capaz de salirse de los malos sueños. Pero por alguna razón, no tenía ningún control en estas pesadillas.
    Era como si alguien más que el los dirigiera. Como si el no fuera nada más que un títere cuyas cuerdas eran tiradas por el monstruo.
    El monstruo más nuevo apareció en la forma de una serpiente gigantesca. Sólo que en lugar de una cabeza, tenía la parte superior del cuerpo de una mujer. Su verde tez escamosa lucía pedregosa y sus ojos azulados resplandecían.
    La mujer-serpiente se deslizó hacia el, sonriendo con una sonrisa dientuda mientras arrastraba su misteriosa mirada fija sobre el cuerpo de George. —Qué pequeño bocado sabroso es el.
    —¡El es mío! —rugió el dragón. —No lo compartiré.
    La mujer-serpiente lamió sus labios mientras su larga cola se deslizaba a través del piso. —El es bastante fuerte para nosotros dos —. Entonces se volvió hacia el dragón, su cara una horrible máscara de rabia. —Además, yo lo vi primero y bien lo sabes. Tú lo has encontrado por mí y no te dejaré tenerlo.
    El dragón atacó a la serpiente.
    Aterrorizado más allá de lo posible, George aprovechó el combate para recoger una roca y golpear en la apertura de la cueva. —Déjame salir —exigió el entre dientes apretados.
    Cerró sus ojos e intentó imaginarse la pared abriéndose y a el atravesarla corriendo.
    No consiguió nada. No antes que la cola del dragón azotara por todos lados, intentando golpear a la serpiente. La serpiente la esquivó, como George, y con un choque resonante, la cola astilló la pared.
    Temblando, George salió corriendo hacia la oscuridad otra vez. Los chillones aullidos se intensificaron.
    —¡Por favor —pidió el en voz alta, —por favor despiértate! Vamos, George, tu puedes hacerlo —. El se pellizcó y se pegó con la mano su cara mientras corría, e hizo todo lo que pudo pensar hacerse para salir de esta pesadilla.
    Nada funcionó. Era como si los monstruos no la dejaran ir.
    George rodeó una esquina y se encontró deslizándose por una pequeña cuesta. El fondo era un hoyo hirviente donde la mujer-serpiente esperaba. El calor del hoyo quemó a George mientras lava rojo-dorada se filtraba.
    La serpiente se elevó delante de el, sonriendo. Aquellos demoníacos ojos con sus pupilas de forma diamantada lo miraron misteriosamente. —Eso es, pequeña presa. Ven a mí. Este es mi turno para alimentarme de ti.
    George se dio vuelta para correr otra vez, pero sus pies estaban fijos a la tierra. No se movían en absoluto.
    La serpiente se acercó más.
    Más cerca.
    Tan cerca que George podía sentir el rápido movimiento de la lengua de la serpiente. Oler la baba grasienta de su cuerpo y oír como sus escamas raspaban el piso de roca al arrastrarse.
    Indefenso, George cerró sus ojos y llamó con su mente por ayuda. El intentó convocar a un protector. Trató de imaginarse a un campeón que vendría a derrotar a sus monstruos.
    Justo cuando la serpiente le alcanzó, la caverna se sacudió.
    La serpiente se retiró un instante antes de que un hombre apareciera entre George y la bestia.
    Y él no era sólo otro hombre. Vestido con un traje de negra armadura, él tenía unos hombros increíblemente amplios y largo pelo rojizo. George no podía ver su cara, pero podía sentir el poder de su presencia. Sentir la esencia del guerrero en él mientras se disponía a luchar contra el demonio.
    La serpiente chilló por el ultraje. —Retírate. ¡O perece por tu estupidez!
    El convocado campeón de George se rió a carcajadas de la cólera de la mujer serpiente. —Yo perecería por tu aliento mucho antes de que mi estupidez me matara, Bella.
    Gritando por el ultraje, la mujer-serpiente aumentó diez veces su tamaño. Sus quijadas monumentales chocaron y ella siseó mientras las paredes de la caverna alrededor de ellos se sacudían aún más fuerte que antes. Fuertes estrépitos sonaron mientras pedazos de piedra se separaban de la caverna y se volvían hombres de piedra.
    El salvador de George lo rodeó, y el retuvo su aliento al ver su cara. Más hermoso que lo imaginable, él tenía ojos que eran tan claros y azules, que parecían brillar. Una greña de pelo rojo fuego cayó sobre su frente y contrastó nítidamente contra su hermosa piel. ¡Fred! Si, era Fred, su hermano gemelo, que había muerto en la batalla contra Voldemort.
    Incluso en sus pesadillas, su querido hermano venia a su rescate.


    Antes de que George pudiera moverse, Fred envolvió su delgado y musculoso cuerpo alrededor del suyo como una capa protectora, escudándolo mientras los monstruos atacaban en masa.
    George podía sentir los golpes que recibía ya que vibraban entre su cuerpo y el suyo. El no sabía como Fred soportaba el dolor. Cómo él lo mantenía sujeto.
    Todo lo que el supo fue que estaba agradecido por eso. Agradecido por el poder y la fuerza de su presencia. Agradecido que él lo acunara tan gentilmente y que el no estaba más solo para enfrentar su pesadilla.
    El caliente, especiado olor de su piel lo calmó. Instintivamente George envolvió sus brazos alrededor de su delgada cintura armada y se apretó contra él, con miedo de dejarlo ir. —Gracias —el respiró, temblando. —Gracias por venir.
    George vio la confusión en su mirada fija mientras él le fruncía el ceño. Entonces su cara se endureció, sus ojos se volvieron helados.
    —Te tengo, hermanito —susurró él tranquilamente, y aún así su profunda, acentuada voz rodó sobre sus sentidos como una poderosa marejada. Calmándolo, entibiándolo. —No dejaré que la serpiente Skotos te tenga.
    George creyó eso, hasta que uno de los monstruos nuevos lo agarrara de la cintura con un tentáculo de piedra. George casi gritó mientras eso lo arrancaba del abrazo de su hermano.
    El caballero oscuro creó una espada del aire y los persiguió por la oscura caverna. George miró mientras Fred esquivaba los otros monstruos de piedra, mientras literalmente paraba las paredes mismas para llegar a el. Fred brincó sobre la cosa que lo llevaba, aterrizando delante de ellos y cortando la fuga del monstruo.
    La criatura le dio en la cintura con una fuerte patada y lo envió golpeando alto en la pared.
    Fred no pareció sentir el dolor en absoluto mientras se deslizaba por la pared hacia el piso. Más monstruos pulularon sobre él, pero los venció. Su cara era una máscara de determinación hasta que estuvo de pie fuerte y victorioso sobre sus cuerpos rotos.
    Él estrechó sus ojos sobre la cosa que sostenía a George, luego extendió su mano, y un brillo rojo acabó al monstruo, astillándolo.
    El caballero agarró a George entonces, sacándolo en sus brazos y corrió con el por la oscuridad.
    George envolvió sus brazos alrededor de su cuello y se agarró de él como si su vida dependiera de eso. El todavía podía escuchar a la serpiente llamándolo.
    —Lo tendré, Fred. ¡Los tendré a los dos!
    —No escuches —dijo su hermano. —Cierra tus ojos. Piensa en algo calmante. Piensa en un recuerdo feliz.
    El lo hizo y, cosa extraña, la cosa más consoladora que el pudo imaginar fue el sonido de su corazón palpitando bajo su mejilla. El profundo acento de su voz.
    — ¡Fred! —la voz de la mujer-serpiente resonaba en la caverna. —Devuélvemelo o haré que desees nunca haber nacido.
    Él se rió amargamente. —¿Cuándo alguna vez he deseado otra cosa? —masculló por lo bajo.
    De pronto la pared ante ellos explotó abriéndose, derramando más monstruos en su camino.
    —Entréganoslo, Fred —exigió un gran hombre lagarto gris. —O nosotros te veremos pagar con la carne de tu trasero.
    Todavía sosteniéndolo cerca, Fred giró para escapar pero no pudo.
    Ellos estaban rodeados.
    —Dánoslo —graznó un dragón viejo, extendiendo sus garras. —El puede alimentarnos a todos.
    George contuvo su aliento al ver la indecisión en los ojos de su caballero oscuro.
    Dios Querido, él iba a entregarlo. Su hermano acaso se atrevería a…
    Con su corazón palpitando, George tocó su cara, arrastrando sus dedos contra su dura, esculpida mandíbula. George no quería que los monstruos lo tuvieran, pero dentro el entendía su renuencia para seguir ayudándolo. Esto era un sueño. No había ninguna razón para que Fred se pusiera en peligro.
    Él no es real.
    Es un sueño.
    Las palabras susurraron en su mente. Pero como en tantos sueños, se sentía tan real. Él se sentía real.
    Y George tenía un deseo poco natural de protegerlo.
    —Está bien —suspiró él. —No quiero que resultes herido. Puedo luchar con ellos por mí mismo.
    Sus palabras parecieron confundirlo y sorprenderlo.
    Los monstruos se movieron.
    —Libéralo o muere, Fred —silbó el hombre lagarto.
    George sintió el delicado toque del caballero mientras sus dedos rozaban el lado de su cuello, enviando escalofríos por todo su cuerpo.
    La mirada en sus ojos era necesitada y atormentada.
    —Ellos no te tendrán. —le susurró —Te llevaré a algún lugar donde ellos no puedan alcanzarte —. Él inclinó su cabeza y capturó sus labios.
    La excitada pasión de su beso robó su aliento.
    Los monstruos del sueño se desvanecieron en nubes vaporosas hasta que no quedó nada.
    Ni la cueva, ni los gritos.
    Nada.
    Nada excepto ellos dos y la necesidad repentina que George tenía dentro suyo de probar más de él. ¡De su hermano!
    Cerrando sus ojos, George inhaló el olor caliente, masculino en la piel de Fred. Él violó su boca con pasión mientras su lengua arrasaba la suya y sus dientes mordían gentilmente sus labios.
    Ahora, esto, era un sueño.
    Él era un sueño.
    Un perfecto, dichoso momento que valía la pena saborear.
    Lo oyó gruñir como una bestia salvaje mientras arrastraba sus labios por su mandíbula y los enterraba contra su garganta. Lamiendo. Tentando. Incitando su deseo.
    Cada terminal nerviosa en su cuerpo se encendía a su toque. George ardía por él. Su miembro comenzó a endurecerse del deseo y quiso sentir los golpes de su lengua sobre su tensa erección mientras sus manos lo sostenían. Su centro palpitaba con dolor, exigente de necesidad. ¿Pero que rayos le estaba pasando? Fred era su hermano, su sangre. Nunca antes lo había mirado de la forma en que lo miraba ahora; con necesidad, deseo y lujuria.
    Fred levantó su cabeza para mirarlo fijamente y entonces el resto de la escena se completó. Los dos estaban afuera sobre un brillante montículo, iluminado por la luna.
    La paz del momento consoló a George. Olió el pino húmedo alrededor de ellos, escuchó el sonido burbujeante de una cascada cercana.
    La ropa se desvaneció de sus cuerpos al mismo tiempo que Fred lo posaba sobre la tierra, que, de una manera extraña, no era dura. El musgo bajo George era más suave que una nube, y contrastaba notablemente con los duros músculos masculinos que lo aprisionaban.
    Le gustaba mucho este sueño, era mucho mejor.
    —Eres magnífico —susurró George, mirando fijamente el suave y brillante largo pelo rojo que caía alrededor de su cara. Su cuerpo era delgado, meticulosamente definido, e impecable. Nunca había visto un hombre tan bien parecido. A pesar de que eran iguales, en ese momento Fred era el hombre más hermoso del mundo.
    George se estiró y trazó el arco agudo de sus cejas rojizas sobre los ojos azul plata. El color de ellos era tan intenso, que le quitó el aliento.
    Entonces George pasó sus dedos por la barba incipiente de las mejillas de su hermano hasta su dura mandíbula esculpida. El le estaba tan agradecido. Tan feliz de tenerlo sosteniéndolo después del terror que le habían hecho pasar los monstruos.
    Por primera vez en semanas, se sintió a salvo. Protegido.
    Y se lo debía todo a él.
    Fred capturó su mano con la suya y estudió sus dedos como si nunca hubiera visto nada como ellos. Había una luz tan tierna en su mirada fija que George no podía entender qué la causaba.
    Gimiendo tan profundamente en su garganta que vibró a través de el, Fred llevó la mano de George a su boca y recorrió con su lengua las líneas de la palma. Su lengua acarició su carne con caricias parecidas a una pluma mientras sus dientes con cuidado mordían sus dedos y palma. Con sus ojos cerrados, él pareció saborear la esencia misma de su piel, su toque. Su gusto.
    George tembló ante la mirada caliente sobre su rostro mientras él lo besaba otra vez. Sus manos vagaron por su cuerpo, acariciando y hurgando, buscando cada parte de el, alimentando su fuego interior hasta que George temió que esto pudiera consumirlo completamente.
    Fred deslizó su boca de sus labios, bajando a su cuerpo y a su pecho. George siseó de placer. Su mano gentilmente se ahuecó sobre su pecho, levantando su cima para que él pudiera tomarse su tiempo probándolo, haciéndolo rodar sobre su lengua mientras gruñía otra vez. George nunca había visto antes que un hombre obtuviera tal placer de simplemente probarlo a el.
    Fred era el cielo. Cielo puro y simple. El amante perfecto, atento. Era como si él pudiera leer su mente y saber exactamente dónde y cómo quería el ser tocado.
    Su erección presionaba contra su cadera mientras su mano buscaba el fuego entre sus piernas. Separando más sus piernas para él, George arrastró sus manos sobre los músculos de su espalda, músculos que se ondulaban y flexionaban con cada exquisito y sensual movimiento que él hacía.
    George enterró sus labios contra su garganta, probando la sal de su piel. Escalofríos se propagaron por su cuerpo, haciéndolo sonreír al saber que el le regresaba el placer.
    Nunca antes en sus sueños George había estado a gusto con un hombre. Esto era la primera vez que había hecho el amor sin preocuparse si su amante encontrara defectos en su cuerpo, o que fuera su hermano.
    Su amante del sueño lo hacía sentir especial. Lo hacía sentir sensual y atractivo. Ardiente. Deseable.
    George contuvo su aliento mientras él deslizaba sus dedos por sus piernas hasta que él pudo deslizar sus largos, delgados dedos profundamente dentro de el. Un fuego ardiente estalló en su interior.
    Gimiendo por la exquisitez de su toque, George pasó sus manos por su pelo de seda y lo mantuvo cerca.
    Fred acarició y tentó su cuerpo con sus dedos mientras su boca hacía magia sobre sus pezones. El poder de su toque, el tacto de esos duros, definidos músculos que hacían presión sobre el…
    Esto era más que lo que George podía soportar.
    Dejando caer su cabeza hacia atrás, George gritó mientras chorros de éxtasis lo atravesaban. De todos modos Fred siguió dándole placer. No redujo la velocidad hasta que el último estremecimiento profundo se hubiera escurrido de el.
    Sin aliento y débil, George lo quiso complacer del modo en que él lo había complacido. George deseaba mirar dentro de sus ojos y verlo culminar, también.
    Haciéndolo rodar sobre su espalda, George corrió sus manos sobre los perfectos músculos broceados de sus hombros, su pecho, su abdomen y caderas y arrastró despacio sus dedos por los rizos oscuros entre sus piernas. Fred retuvo su aliento bruscamente entre sus dientes mientras el arrastraba sus labios sobre los duros músculos de su pecho bajando a su abdomen duro como una piedra.
    Y mientras el lamía su bronceada carne, tomó su rígido pene en su mano. Fred se estremeció en sus brazos. El placer en su rostro emocionó a George mientras su hermanito lentamente se mecía contra su palma.
    George lo envainó con sus manos, deleitándose con la aterciopelada sensación de él palpitando entre sus palmas. Él arrastró sus dedos por su pelo. Los músculos en su mandíbula se tensaron al mirarlo a los ojos mientras George tiernamente chupaba su cuerpo.
    —Adoro tus manos sobre mí —dijo él, su voz profunda y desigual. —Adoro el modo en que hueles. La forma que te siento.
    Él tomó su barbilla en su mano y lo miró fijamente, con una mirada que le dijo que él lo quería inclusive más que el dragón. Era primitivo y caliente, y le robó el aliento.
    En ese momento, George supo que Fred iba a tomarlo. Tomarlo en un modo en que el nunca había sido tomada antes.
    Enterrando sus manos en su pelo, George no pudo esperar. El quería que Fred lo poseyera.
    Con sus ojos relampagueando y salvajes, él gruñó antes de tomar sus labios con los suyos. Lo besó tan apasionadamente que George se corrió otra vez mientras él rodaba con el en sus brazos y le presionaba la espalda una vez más contra el musgo parecido a una nube.
    Fred subió su rodilla entre sus muslos, y separó sus piernas mientras colocaba su cuerpo sobre el suyo. George tembló con anticipación.
    —Sí, Fred —suspiró el Weasley, arqueando sus caderas invitándolo. —Por favor lléname.
    Con ojos salvajes y posesivos, Fred se introdujo en su hermano.
    George gimió ante su dureza dentro de el. El nunca había sentido nada mejor que toda su fuerza y el poder que lo rodeaba, llenándolo totalmente. Cuando Fred se movió contra el, temió desmayarse por la dicha que sentía.
    Él lo tocó de formas como ningún hombre lo había tocado antes. Como si él realmente lo atesorara. Como si él fuera el único hombre que existía para él.
    Sus movimientos fueron indomables cuando él empujó en George. Lento. Profundo. Con fuerza.
    George envolvió sus piernas alrededor de él, deslizándolas arriba y abajo para sentir el vello de sus piernas acariciándolo.
    Él bajó su cabeza y capturó su pezón en su boca, torturándolo despiadadamente mientras lo acariciaba con su cuerpo. George gimió profundamente en su garganta, acercando su cabeza a el.
    Entonces, Fred se re inclinó en sus piernas para poder mirarlo. George tragó ante la vista de él encima suyo mientras miraba sus misteriosos ojos azul plateados. Él sostuvo sus piernas en sus manos mientras seguía impulsándose aún más profundo en el.
    Sus sublimes golpes eran primitivos, calientes y tentadores. Y George los sentía en todo su cuerpo, derramando un placer tan intenso que le recorría su espalda y bajaba hasta los dedos del pie.
    Fred lamió sus labios mientras lo miraba mirarlo. George no podía moverse. Sus ojos lo mantenían paralizado. Todo lo que el podía hacer era mirarlo fijamente. Sentirlo, profundo y duro dentro de el.
    George vio su placer reflejado en sus ojos, lo vio saborearlo. Y cuando él miró abajo, adonde ellos estaban unidos, George tembló.
    —Eres mío, George, —dijo él entre dientes apretados, empujándose aún más duro y más profundo en el para acentuar las palabras.
    Él tomó a George en sus brazos y lo acunó en su pecho como si el fuera indeciblemente precioso.
    George se adhirió a él mientras sentía su placer crecer aún más. En chispas candentes el se corrió otra vez en sus brazos. Fred enterró su cara en el ángulo de su cuello y gritó mientras se unía a el.
    George yació perfectamente quieto mientras Fred se estremecía alrededor y en el. Con su respiración pesada, Fred no se movió durante varios minutos.
    Retirándose, él lo miró. —Estoy contigo, hermanito, —susurró él. —Siempre estaré contigo.
    Una extraña ola de pesadez cayó sobre George. El cerró sus ojos. Aún así, todavía podía sentir y entender qué estaba pasando.
    Fred lo acurrucó sobre su pecho mientras yacía sobre su espalda. George podía sentir sus manos deslizándose sobre el mientras inhalaba el cálido, masculino olor de su piel.
    Incluso dormido, el lo sintió cerca y supo que él lo cuidaba, protegiéndolo de los demás. Y por primera vez en semanas, el descansó en total paz y comodidad.
    —Duerme, George—dijo él silenciosamente. —El Skoti no puede alcanzarte aquí. No los dejaré.
    George rió en su sueño. Pero mientras la oscuridad venía por el otra vez, una voz extraña sonó en su cabeza.
    ¿Ahora quien representa la mayor amenaza, George? ¿Bella o Fred?



    Esta historia es parte del universo de UN AMANTE DE ENSUEÑO




    CAPÍTULO 2



    George se fue despertando lentamente para encontrarse tendido sobre su espalda, fuera del mostrador. Durante un segundo el no pudo moverse en absoluto; entonces su cuerpo lentamente comenzó a funcionar otra vez.
    Lo primero que vio fue el ceño preocupado de Susan.
    Lo segundo, fueron dos medimagos sentados al lado de ella.
    —¿Qué pasó? —preguntó George.
    —Te desmayaste —dijo Susan. —Fue como si estuvieras congelado o algo.
    George se cubrió la cara con sus manos mientras se llenaba de vergüenza. Era su suerte, tener el sueño más erótico de su vida, delante del trabajo.
    ¡Oh Dios, me quiero morir!
    —¿Cómo se siente? —preguntó el medimago a su derecha mientras lo ayudaba a sentarse.
    —Me siento… — Su voz se desvaneció. El se sentía increíble, en realidad. Mejor de lo que alguna vez se hubiera sentido antes.
    —¿Señor? —insistió el medimago. —¿Está usted bien?
    George cabeceó, intentando desesperadamente agarrarse a la imagen de Fred, pero se descoloró y lo dejó sintiéndose extrañamente solo. —Estoy bien, en serio.
    —No sé —dijo Susan. —El ha estado actuando muy extraño últimamente. No ha estado durmiendo. Tal vez una corta estadía en un hospital donde el pueda dormir...
    —¡Susan! —interrumpió George. —¿Qué intentas hacer?
    —Conseguirte ayuda. Tal vez ellos tienen algo que puede hacerte dormir por la noche.
    —No necesito dormir —dijo el, asombrado ante la verdad de esas palabras. —Me siento completamente descansado.
    El medimago miró a Susan. —Sus signos vitales son normales. Si el dice que está bien, está bien —. Le dio a George un formulario de liberación. —Firme esto y está por su cuenta, pero si yo fuera usted, iría a mi doctor sólo para estar seguro.
    Susan le dirigió una mirada dudosa.
    —Estoy bien, Susan—insistió George, firmando la liberación.
    -Bien pero me gustaría que fueras con alguien, le he hablado de ti y está muy interesado. Su nombre es Ben Lewis, es profesor de artes oscuras en la escuela superior de magia y hechicería. Además es auror.
    -Susan…
    -Por favor George hazme caso una vez en tu vida ¿Si?
    - Estoy bien.
    Aún así, Susan le dijo que fuera a casa y se tomara el resto de la semana, ella se haría cargo de la tienda.
    Completamente avergonzado, George no discutió mientras los paramédicos se iban. El simplemente juntó sus cosas, luego salió del edificio.
    Honestamente, el se sentía bastante extraño. Casi podía sentir la presencia de Fred. Juraba que todavía podía oler el masculino olor a sándalo que se había adherido a su piel, lo sentía a él en sus pensamientos.
    —Fue sólo un sueño —dijo en voz alta.
    De todos modos, había sido un sueño increíble. Tan verdadero. Tan vívido y erótico.
    Tan increíblemente satisfactorio. A pesar de que fuera con su hermano.

    Fred…

    El pelirrojo paro en una esquina, cerca de la entrada del caldero chorreante y regreso en sus pasos para ir con ese sujeto que le había recomendado Susan.
    ¿Por qué no? Se pregunto, ya lo había intentado todo.

    Al llegar al lugar, la recepcionista inmediatamente lo comunicó con él mientras el pelirrojo se dirigía a sentarse enfrente de la oficina.
    —Señor Weasley —dijo Ben con impaciencia, saliendo de la oficina. —Susan me ha hablando tanto sobre usted. Realmente me gustaría hablar con usted si tiene tiempo.
    Algo lo obligó para aceptar. —Bien, seguro.
    —¿Qué hace si vamos a un lugar público? Encuentro que esto pone a la gente más a gusto. ¿Le gusta el Restaurante de Thompson en Five Points?
    —Bien. ¿A qué hora?
    —¿Qué le parece ahora mismo? Debería estar abierto durante el día.
    —Suena como un plan. Que le parece si lo espero ahí mientras usted termina sus asuntos académicos.
    —Bueno. Me espera.
    George salió de la academia y se dirigió hacia su cita.
    Una vez que el alcanzó la alameda, se encontró enfrente del pintoresco restaurante que se especializaba en música de jazz y comida Bohemia, y entró
    Había sólo un puñado de gente en el oscuro interior, todos ocupando las mesas.
    —¿George?
    El joven se dio vuelta para ver a un hombre alto, distinguido al principio de los cuarenta años entrando por la puerta detrás de él.
    —Déjeme presentarme como es debido; soy Ben Lewis—dijo él, extendiendo la mano hacia el pelirrojo.
    El muchacho extendió la suya. —Encantado de conocerlo.
    —Sí —dijo él con una sonrisa agradable. —Sí, lo es.
    Ben consiguió una mesa al fondo del restaurante, y una vez que estuvieron sentados y hubieran ordenado, él escuchó mientras George le explicaba sus pesadillas.
    El pelirrojo se sintió un poco nervioso al principio, pero como al explicarle él no apareció juzgarlo, entonces entró en más detalles.
    —Y luego este tipo, Fred –no quería decirle que se trataba de su hermano -estaba allí y él llamó al monstruo serpiente un Skotos —. George hizo una pausa mientras movía su pajita alrededor de su Coca Cola. —Usted probablemente piense que estoy chiflado ahora.
    —Que va —dijo él, sus ojos azules sinceros. —De verdad, lo encuentro fascinante. ¿Dígame, usted alguna vez había oído del Skoti antes?
    —No, nunca.
    —Hmmm, interesante.
    George frunció el ceño mientras él hacía unas anotaciones sobre la libreta que había llevado con él. —¿Por qué?
    —Bien, ellos son parte de la historia. ¿Dígame, usted alguna vez tomó un curso sobre la antigua civilización griega o de mitología en el instituto?
    —No, no realmente. Es decir, cubrimos el básico panteón griego en el instituto peo la verdad es que no acabe mis estudios de magia.
    —Hmmm —dijo como si él encontrara eso interesante, también.
    —¿Por qué lo pregunta?
    —Yo sólo me preguntaba cómo la idea del Skoti fue implantada en su subconsciente.
    Había una nota peculiar de su voz que lo hizo sumamente aprensivo. —¿Qué está usted diciendo, que ellos son verdaderos?
    Él se rió. —Eso depende de si usted realmente cree en los antiguos dioses griegos. Por que ellos eran parte de esa cultura. Ellos eran, a falta de un mejor término, demonios de pesadilla. Ellos, se decía, se infiltraban en los sueños de la gente y entonces podían chupar las emociones y la creatividad. Esto los hacía fuertes, si lo prefiere.
    —¿Como vampiros de energía?
    —Algo así. De todos modos, la leyenda dice que ellos visitaban un alma unas veces durante su vida y seguían adelante. Es como los antiguos justificaban sus pesadillas. Supuestamente, cada tanto un Skotos se concentra sobre una víctima en particular y vuelve una y otra vez hasta que la persona se vuelve insana por las visitas.
    —¿Insano cómo?
    Él tomó un sorbo de su bebida. —La teoría científica detrás de la leyenda sería que las visitas, sin importar lo que realmente eran, interrumpen el patrón normal de sueño, haciendo que la víctima nunca descanse realmente o rejuvenezca durante la noche, causando así la coerción mental. Si esto siguiera mucho tiempo, conduciría a la inestabilidad mental.
    Un temblor bajó por su columna. Esto sonaba un poco demasiado como lo que había estado pasándole. —Entonces, cómo puede alguien deshacerse de un Skotos?
    —Según la leyenda, no se puede.
    —¿Puedo luchar con ellos?
    Él sacudió su cabeza. —No, pero los Griegos antiguos creían en el equilibrio perfecto. Como usted tiene el demonio Skotos, de la misma manera usted tiene un benévolo Oneroi luchando por usted.
    —¿Oneroi?
    —Se creía que eran los niños del dios del sueño Morfeo. Eran los campeones de la gente y de los dioses igualmente. Incapaces de sentir emociones, ellos pasan la eternidad protegiendo a la gente en su sueño. Siempre que un Skoti elija a un humano y comience a agotar demasiado a aquella persona, el Oneroi entra y salva al humano de sus garras. Algunos también dicen que algunos magos muertos pueden convertirse en Oneroi pero eso nunca tubo sustento académico.
    —Como hizo Fred.
    —Eso parecería.
    —¿Y los Skoti, de dónde vienen?
    —Ellos eran los niños de Phobetor, el dios de las formas animales. Su nombre significa “espantoso”, de ahí su dominio sobre las pesadillas.
    —¿Entonces los Skoti y los Oneroi están relacionados?
    Él asintió.
    —Fascinante —dijo George, sopesando sus nuevos conocimientos mientras pensaba en sus sueños.
    Vagamente recordó las amenazas que el Skoti había hecho contra Fred. ¿Era posible que de algún modo estos demonios realmente se hubieran infiltrado en su sueño? ¿Podían Fred y los demás ser reales?
    Eso era absurdo y aún…
    Su cara ardió. Si ellos eran verdaderos, entonces el acababa de tener una relación muy, muy intima con su hermano.
    —Doctor Lewis —preguntó el pelirrojo seriamente, —¿usted cree que ellos existen?
    Su mirada azul clara se fijó en él. —Joven, he visto cosas en mi vida que haría a algunos encanecer antes de tiempo. Aprendí hace mucho tiempo a no descontar cualquier posibilidad. Pero personalmente, encuentro la idea de dioses griegos infiltrando mis sueños, sumamente inquietante, o que algún mago muerto demente entrara en mis sueños sería catastrófico.
    Su cara enrojeció aún más. —Le aseguro, no lo encuentra la mitad de inquietante que lo hago yo.
    Él sonrió. —Supongo que no —. Ben sacó un pequeño estuche de cuero de su cinturón y sacó un pergamino encantado. —Le diré que haremos. ¿Por qué no programamos una cita para la semana que viene para monitorear sus sueños? Podemos conectarlo a una de nuestras máquinas, inducirla a un largo sueño, y controlar sus ondas cerebrales. Tal vez eso nos dé una idea científica sobre lo que está pasando.
    El pelirrojo asintió agradecido. —Eso suena mucho mejor que dioses griegos y demonios corriendo sueltos en mis sueños.
    Fred se sentaba alto por encima del océano, posado sobre una pequeña saliente que apenas acomodaba su gran cuerpo. Él había venido a este lugar, el más lejano que él podía recordar, desde que había llegado, allá... al comienzo de su muerte.
    Aquí era donde él había venido después de sus palizas rituales, que habían sido diseñadas para quitar sus sentimientos y compasión. Aquí era donde había descansado, esperando que el dolor de su existencia disminuyera hasta que otra vez pudiera encontrar el entumecimiento para el que había jurado vivir.
    Aquí sobre su saliente él podía oír el rugido de las olas y mirar fijamente la inmensidad del agua y sentirse, de una extraña manera, en paz.
    Sólo que ahora la paz se había ido. Hecha añicos.
    Algo extraño le había pasado cuando había hecho el amor con su George. Fue como si hubiera dejado un pedazo de él con su hermano.
    Incluso ahora, podía sentirlo. Si cerraba sus ojos, hasta podría decir lo que el estaba sintiendo.
    Peor, él lo ansiaba, de tal forma, que lo consumía. Quería estar con George otra vez, sentir la suavidad de su toque sobre la piel. Nunca había sabido que tal suavidad existiera, y ahora que lo sabía...
    —Has roto una regla, ¿lo sabes?
    Él apretó sus dientes al oír la voz de Scorpius encima de él. Buscando, encontró dos grandes e inquisitivos ojos de plata que estaban fijos en él con interés.
    Scorpius era el último Oneroi que quería ver en este momento. El hijo de Pancy, y Draco Malfoy, realmente era en ocasiones fastidioso. No lo culpaba, su madre lo había asesinado y su padre estaba desaparecido. Nunca tuvo un ejemplo a seguir.
    Scorpius era increíblemente lindo. Su cara juvenil estaba siempre radiante y brillante y llevaba su largo pelo platinado trenzado cayendo por su espalda.
    La cosa más molesta sobre Scorpius era que le gustaban las bromas pesadas y siempre se reía de los Oneroi que de vez en cuando deseaban ver a su familia viva.
    —No hice nada.
    —Oh, vamos, confiesa, Fred. Oí a tus compañeros hablando sobre ti. Ellos dijeron que les habías quitado a un humano y desaparecido. Ahora, cuéntamelo todo.
    —Márchate.
    Scopius sonrió ante esto. —Entonces realmente has hecho algo. Oooh, y debe ser bueno, para ser tan reservado.
    Fred miró fijamente el océano que se arremolinaba abajo. —¿No tienes algo mejor para hacer? Como atormentar a los dioses que puedan estar irritados contigo?
    El rubio sonrió aún más abiertamente. —Sarcasmo. ¡Hmm!, alguien ha estado cerca de los humanos demasiado tiempo.
    Fred no respondió. Para él, aunque no estuviese vivo, seguía siendo humano.
    Scorpius se acercó a su hombro y olió como un cachorro ante un par de calcetines sucios. Los ojos de ojiplata se ensancharon mientras se apartaba. — ¿Estas irritado conmigo, verdad?
    —No puedo sentir irritación y tu bien lo sabes.
    Scorpius volvió a flotar al lado de Fred, sus ojos más grandes que platillos. Tomó la barbilla del pelirrojo en su mano y estudió sus ojos. —Puedo ver emociones ahí, girando, mezcladas. Estás asustado.
    Fred retiró su barbilla del asimiento de Scorpius y lo apartó. —Te aseguro que no. No le temo a nada. Nunca lo tuve y nunca lo tendré.
    El rubio arqueó una ceja. —Que vehemente negación. Tu clase nunca siente tal pasión cuando habla, y sin embargo tú lo haces.
    El pelirrojo miró a lo lejos, su corazón palpitando. Él sintió la extrañeza del pánico en su pecho. Y recordó una vez, eones atrás, cuando apenas comenzaba a ser un Oneroi y tenía conciencia del mundo y se había atrevido a hacer la pregunta equivocada.
    —¿Afrodita, por qué no puedo tener amor?
    La diosa se había reído de él. —Tú eres el espíritu de un mago, que acepto ser un guerrero de los sueños, tu nueva forma viene de la madre de todos los Oneroi. Ella no tiene forma, es deforme. Vacua. Lo mejor que puedes esperar es sentir efímeras, sordas emociones, pero amor… el amor es sólido, eterno, y más allá de tu entendimiento o capacidad.
    —¿Entonces por qué puedo sentir el dolor?
    —Por que éste, como tu, es un fantasma efímero. Como el gran océano baja y fluye, hinchándose en titánicas proporciones, luego disolviéndose en la nada. Pero nunca dura mucho tiempo.
    A lo largo de los años, había aprendido que la diosa estaba equivocada sobre el dolor. Eso, también, era eterno. Nunca se marchó.
    No hasta que había tenido a George entre sus brazos.
    Cerrando sus ojos, él no lo entendía. ¿Qué le había hecho?
    Scorpius lo pinchó con el dedo sobre el hombro. —Vamos, F, dime por qué estás en este estado.
    Él alzó la vista hacia el adolecente. La confianza de cualquier clase era tan ajena a Fred como ahora el amor. De todos modos él necesitaba la experiencia de Scorpius. El rubio había vivido más tiempo como Oneroi y sabía más que él. Quizás pudiera darle una idea. —Si te digo que pasó, debes jurarme por el Río Styx no decírselo a nadie. Nadie.
    Scorpius asintió. —Que Hades me encadene en Tartarus, juro por Styx nunca pronunciar una sola palabra de lo que me digas.
    Fred respiró profundamente y se preparó para la traición. —Yo tuve sexo con un mortal.
    Scorpius arqueó una orgullosa ceja y sonrió. —¿Agradable, verdad?
    —¡Scop!
    —Bien, lo es. Altamente recomendable —. El rubio hizo una pausa especulativa. —¿Era un hombre o una mujer?
    —Un Hombre. ¿Pero eso que tiene que ver? ¿Que clase de pregunta es esa?
    —Una muy entrometida y de acuerdo con mi encantadora personalidad.
    Fred puso sus ojos en blanco. Ahora entendía lo que querían decir los otros cuando decían que Scorpius podía ser un gran dolor en el trasero.
    —¿Entonces —continuó el ojoplata, —estuvo bueno?
    Una ola de deseo atravesó a Fred, perforando su ingle con excitación ante la sola mención de George. De todos modos él rechazó contestar aquella pregunta. Era personal y a Scorpius no tenía que importarle.
    —Juzgando por la mirada en tu cara, lo tomaré como un sí.
    Fred trató de cambiar de tema. —De todos modos, algo pasó.
    —¿Algo?
    —Eso me cambió de algún modo.
    Scorpius resopló. —Eso es estúpido. Si dormir con un mortal cambiara a un Oneroi, no quieras saber lo que yo sería ahora. En cuanto a Zeus… muero de sólo pensarlo.
    Fred no hizo caso a sus palabras. La peor parte de todo era esta necesidad incesante que él sentía por ver a George otra vez. Sentir sus manos sobre él.
    Ansiaba su ternura.
    Ansiaba su calor.
    Él tenía que tenerlo.
    —¡Fred!
    Scorpius palideció ante el sonido de la voz de Hypnos. Hypnos era un dios que tenía bajo su dominio a todos los dioses del sueño. Tarde o temprano, todos ellos respondían a él.
    —Uh-oh —susurró Scopius. —Parece loco —. El rubio se desvaneció, dejando a Fred solo para afrontar la ira del viejo dios.
    Fred alzó la vista sobre su cabeza para ver el ceño enfadado del anciano. Pero ya que nunca había visto ninguna otra expresión en la cara de Hypnos, no podía juzgarla. —Él me parece el mismo.
    —Fred —gruñó Hypnos. —No me hagas ir hasta donde tú estás.
    Fred resopló en respuesta. Si Hypnos pensaba asustarlo, tendría que intentar algo nuevo. Fred había aprendido hacía mucho tiempo a no preocuparse.
    Elevándose hasta las rocas de arriba, él fue a encontrar al dios que hacía que Skoti y Oneroi, por igual, temblaran de miedo. Sólo él podía darles una emoción verdadera.
    Fred no sintió nada mientras se acercaba al anciano.
    —Has seducido a un mortal en su sueño.
    La acusación colgó entre ellos mientras Fred lo miraba fijamente.
    —¿Qué tienes que decir por ti?
    Fred no dijo nada. ¿Qué podía decir? Él había cometido un acto prohibido. Otros podrían tomar gente como quisieran, pero no su clase.
    Él no era el primero de sus parientes en violar ese mandato. Sin embargo, no era lo suficientemente tonto para pensar durante un minuto que Hypnos sería misericordioso con él.












     
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    CAPÍTULO 3



    —Tú conoces nuestro código —dijo Hypnos. —¿Por qué lo rompiste?
    Por que quería ser abrazado. Solamente una vez.
    Durante un momento en la eternidad, quise fingir que alguien me quería.
    La verdad lo atravesó. Sin tener en cuenta lo que Hypnos le hiciera como castigo, había valido la pena.
    Él nunca olvidaría que por un precioso momento había sostenido a George en sus brazos y había dormido plácidamente encima de él.
    Su calor había rezumado en él, y por primera vez desde que había nacido como Oneroi, había conocido la ternura. Y eso había sido suficiente.
    Hypnos lo miró como si él fuera asqueroso. Vil.
    —Tómenlo —dijo el antiguo dios, empujándolo a las manos de sus verdugos. —Quiten la contaminación humana de su carne y asegúrense que nunca olvide el dolor de ello.



    Era después de la medianoche antes de que George finalmente encontrara el coraje de irse a dormir. Había tenido una tarde de perros, cuando se fue a la casa de su madre, ella estaba totalmente enterada de lo sucedido en la tienda y lo había obligado a quedarse la noche con ella. Que horror. No conforme con eso Hermione había tenido un accidente jugando Quidditch. Causando que Ron volviera a casa y cuidarla.
    Cuando entro a su antiguo cuarto, donde muchos años atrás compartía con Fred, se estremeció. Como extrañaba a su hermano, incluso ahora mas con aquel sueño. Era como si su subconsciente proclamara por el. Y ahora estaba aterrorizado de lo que podrían traer sus sueños pero aún así, quería ver a Fred otra vez.
    ¿No era algo estúpido?
    Él no era en realidad real y no había ninguna garantía que el volviera alguna vez a tener otro sueño con su hermano.
    De todos modos, deseaba un pequeño milagro.
    Rindiéndose al dominio de Morfeo, dejó que su agotamiento lo venciera.
    En vez de la sensación de caída que había aprendido a esperar de sus sueños, sintió como si volara por encima del mundo. Por primera vez en semanas, tuvo un sueño normal, feliz.
    Nadie lo persiguió. Nadie lo asustó.
    Fue el cielo, excepto por la ausencia de un amante fantasma en particular.
    Suspirando en su sueño, George se vio vestido con jeans y una camiseta, sentado afuera en el porche, balanceándose como solía hacerlo en el patio de la casa de su amiga Angelina. El día era perfecto, brillante y agradablemente cálido con una fragancia mezcla de madreselva y pino. El había pasado tantos días aquí después de la muerte de Fred, en esta casa.
    Cómo había podido olvidarlo.
    —¿Qué es este lugar?
    Se sobresaltó ante la profunda, acentuada voz detrás de el.
    Dándose vuelta, vio a Fred apoyado contra el pasamano blanco del pórtico, sus manos aseguradas a cada lado de él, mirándolo. Su largo pelo rojiso estaba atado atrás en una cola de caballo y sus claros ojos de plata eran cautos. Su negra camisa toda abotonada sólo acentuaba los músculos perfectos de su cuerpo, y sus jeans tenían agujeros en las rodillas.
    Por alguna razón que George no podía comprender, él lucía un poco pálido y cansado, sus rasgos apretados. A pesar de eso, estaba contento de que él estuviera aquí.
    George le sonrió. —Este es uno de mis sitios favoritos.
    —¿Qué hacías aquí?
    George se levantó y se acercó, pero él se alejó rápidamente. —¿Pasa algo?
    Fred sacudió su cabeza. Él no debería estar aquí. Él debería haberse quedado lejos de el, y aún así…
    Él no pudo.
    En cuanto George se había dormido, él había sentido su presencia calmante llamándolo.
    Decidido, él había luchado tanto como pudo.
    Pero al final, había sido en vano.
    Él había venido aquí contra su voluntad. Contra su sentido común. Su cuerpo, aún cuando se curara cien veces más rápido que uno humano, estaba todavía lastimado y dolorido por su castigo. Esto le recordó el alto costo que tendría que pagar otra vez si alguien llegaba a saber donde estaba él.
    George colocó su mano en su brazo. Fred cerró sus ojos mientras el dolor lo atravesaba. Sus brazos estaban tan increíblemente doloridos, pero ni siquiera la agonía de sus heridas podía ocultar el caliente, intenso temblor que él sintió con su toque.
    —Ven —. George deslizó su mano por su brazo para tomar su mano en la suya. Fred miró fijamente con asombro sus dedos enlazados. E intentó no sentir cómo su suave toque se sentía contra su piel. Cuánto él quería quitarle su ropa y hacer el amor con su hermano por el resto de eternidad.
    —Déjame mostrarte —dijo George.
    Le permitió conducirlo, hacerle bajar los escalones del porche y atravesar el patio hacia un viejo granero. Mientras ellos caminaban de la mano, la imaginación de George lo atontó. Su sueño era tan vivo y vibrante. Él nunca había visitado a nadie que hubiera creado algo tan maravillosamente detallado.
    George liberó su mano para abrir las puertas bien engrasadas del granero y mostrarle tres caballos descansado dentro de sus pesebres.
    Fred lo miró retirar una manta del lomo de un pinto, luego conducirlo hacia él. Lo asombró que el caballo no relinchara al percibir su olor. Nunca antes un animal había tolerado su presencia en un sueño. Pero el pinto marrón y blanco parecía completamente a gusto con él. Esto hablaba profusamente sobre cuanto poder tenía su mente.
    —¿Alguna vez has montado a caballo? No verdad… —dijo George.
    —No.
    El pelirrojo le mostró cómo montar el caballo; después se subió para cabalgar delante de él. Fred se sostuvo de su cintura mientras George espoleaba al caballo para un galope y recorrieron el campo.
    Sentir el animal bajo él, con George en sus brazos mientras montaban a caballo, lo colmó. Él se sintió extrañamente libre y casi humano.
    Lo llevó a un lago donde desmontaron y el caballo desapareció en una nube marrón de humo.
    George se sentó sobre la hierba y comenzó a escoger flores salvajes para tejerse una corona. Encantado, Fred miró sus manos mezclar los tallos para convertirlos en una intrincada pieza que guardaba poca semejanza a un simple tocado.
    Mientras George trabajaba, Fred apoyó la espalda de su hermano contra su pecho para poder sostenerlo.
    Sólo por un ratito.
    —Eres tan increíblemente creativo —dijo Fred. —Este lugar es tan… tu —terminó él. Y lo era. Brillante, amistoso, acogedor. Todo era bueno.
    Todo George.
    El se rió felizmente y el sonido trajo un extraño consuelo a su pecho. —No es cierto.
    —Sí, eres tú —. Era lo que lo había hecho buscarlo al principio. —¿Por qué suprimes tu creatividad?
    George se encogió de hombros.
    Fred apoyó su mejilla sobre el pelo rojizo de George y trazó círculos sobre su estómago con la mano. —Cuéntame.
    George nunca había sido la clase de persona que confiara en otros, y a pesar de eso se encontró contándole a Fred cosas que el nunca le había dicho a otra alma. —Yo siempre quise ser creativo, pero nunca fui buena en eso.
    —Lo eres.
    —No. Recuerdas que Intenté tocar una flauta muggle cuando era un niño y recuerdo que cuando dieron audiciones en las vacasiones yo fui a tocar mis escalas y no pude llegar a las notas más bajas.
    —Estabas nervioso.
    —No tenía talento.
    George sintió el aliento de Fred sobre su cuello mientras él lo hocicaba gentilmente. La excitación corrió por el, tensando sus pezones.
    ¿Qué había en su toque que lo incendiaba? Y cuanto más sentía su toque, más lo deseaba.
    —Apuesto que serías un gran artista.
    George le sonrió por la confianza que él tenía en sus capacidades. Era un agradable cambio. —No puedo dibujar una línea recta con una regla.
    Él lo besó entonces. Profunda y apasionadamente. Su lengua restregándose contra sus labios, enviando olas de deseo moviéndose en espiral por su cuerpo. George gimió contra su boca, acunando su cabeza mientras un necesario deseo lo recorría.
    Él mordisqueó sus labios. —Tal vez deberías ser escritor.
    —Eso es lo que menos puedo hacer.
    —¿Por qué?
    —Me enfermo de sólo pensarlo.
    Fred frunció el ceño. —¿Por qué?
    George miró a la distancia mientras recordaba ese día horrible. —Yo visite la universidad muggle y deseaba tanto ser escritor que quise probarlo así que me metí a un curso. Para especializarnos en escritura creativa, tuvimos que presentar nuestra mejor pieza de ficción. Entonces me presenté con un cuento de ficción que pensé era magnífico y realmente diferente. Trabajé y lo adapté hasta que estuve segura que era perfecto. Presenté todo el paquete al jefe del departamento y luego esperé oír la respuesta.
    George tragó al recordar cómo se había enterado de la decisión de la profesora. —El Diario Literario salió unas semanas más tarde, y ahí era donde estaban todas las historias cortas de los estudiantes que fueron admitidos.
    —¿Tu no estabas en él?
    Su estómago se apretó. —Yo estaba, sí. Ella había escogido mi historia para destacar que “no” hacer si uno alguna vez quería ser tomado en serio como escritor. Ella ridiculizó cada aspecto de mi historia.
    Los brazos de Fred se apretaron alrededor de George.
    —No puedes imaginarte lo humillado que estaba. Juré que nunca más haría nada creativo. Que yo nunca pondría tanto de mí en algo para que después se burlaran. Créeme que hasta quise lanzarle un hechizo de piernas de gelatina.
    Las lágrimas ardían en sus ojos y George hubiera gritado si Fred no hubiera inclinado su cabeza hacia atrás y arrastrado su lengua desde su barbilla a su garganta. El toque de su cuerpo alejó el dolor y George gimió por lo bien que él lo hacía sentir. Qué seguros hacía él sus sueños.
    —¿Por qué es tan importante para ti que yo sea creativo? —preguntó George.
    Él se retiró y le dirigió una dura mirada. —Porque tu creatividad reprimida es lo que atrae al Skoti. Si tú la liberarás, ellos no tendrían ningún forraje por tus pesadillas.
    Eso sonaba maravilloso hasta que George pensó en ello. —¿Y que pasa contigo?
    —¿En cuanto a mí?
    —¿Si el Skoti se va, tu te irás también?
    Él miró a los lejos y George vio la verdad de eso. Su corazón le dolió al pensar en no verlo nunca más. El lo necesitaba. Le gustaba la forma en que lo protegía y lo tocaba.
    —No quiero que me dejes.
    El corazón de Fred se sacudió ante las palabras que nadie nunca le había dicho antes como una pareja. Incluso ya se estaba acostumbrado a que la gente intentara ahuyentarlo.
    George se reclinó contra su hombro para así poder alzar la vista y tocar su cara.
    George estaba tan hermoso allí. —¿Por qué deseas mi compañía? —preguntó Fred.
    —Por que tú eres mi campeón.
    —No, no lo soy.
    —Sí, lo eres. Tú me salvaste del Skoti.
    Él tragó ante eso. —Si alguna vez vieras como realmente soy, me odiarías.
    —¿Cómo podría?
    Él cerró sus ojos mientras los recuerdos surgían en él. Este sueño con George, era una ilusión. No había nada de verdad en él. Lo que él oía, lo que ellos sentían… todas ilusiones sin forma.
    Y sin embargo él quería ser real. Por primera vez en su vida, deseaba algo verdadero.
    Deseaba a George.
    —Ni siquiera sabes qué soy yo, en lo que me convertí después de que muriera. —susurró él.
    —Sí, lo sé. Eres un Oneroi. Defiendes a la gente de sus pesadillas.
    Fred frunció el ceño. Había pasado mucho tiempo sin que nadie conociera ese término. —¿Qué es lo que conoces sobre el Oneroi?
    —Alguien me contó sobre ellos más temprano, hoy y un poco que investigué después de que llegué a casa. Sé muchas de cosas sobre ti ahora.
    —¿Como cuáles?
    —Que no puedes sentir ninguna emoción en absoluto. Pero no creo eso.
    —¿No lo crees?
    —No. Tú eres demasiado bondadoso.
    Fred estaba atontado por sus palabras. La bondad era algo que él nunca había pensado oír aplicado a él después de su muerte. Hypnos se reiría hasta provocarse una hernia de sólo pensarlo.
    —¡Hey! —dijo George de pronto. —Vamos a hacer algo que yo siempre quise hacer, pero nunca tuve las agallas.
    —¿Qué?
    George examinó el lago frente a ellos. —Bañémonos desnudos —. Antes de que él pudiera contestar, el pelirrojo se puso de pie y se sacó su camiseta.
    El aliento de Fred quedó atascado en su garganta mientras miraba fijamente su pecho desnudo. Sus pezones estaban duros y él juró que ya podía saborearlos. Con su cuerpo ardiendo, él dio un paso hacia George y paró sólo al sentir el dolor de las heridas de lanza que subían por su espalda. Si él se desnudaba, George vería las heridas. Vería lo que ellos le habían hecho. Y él no quería que su hermanito lo supiera.
    —Ve tú —dijo él. —Quiero mirarte.
    George no supo dónde encontró el coraje de desnudarse mientras él lo miraba. Nunca había sido tan valiente en la vida real. Sin embargo en su sueño a el no le importó. De verdad le gustaba la mirada caliente, lasciva, en la cara de Fred mientras el se quitaba sus jeans y bóxers y se dirigía al agua.
    Fred lo miró nadar. Miró el agua lamiendo su piel desnuda. Su torso brillando en la luz mientras flotaba sobre su espalda y él pudo ver su impresionante hombría entre sus piernas.
    Él ansiaba ir a el y separar sus piernas hasta que él pudiera…
    Se dio la vuelta alejándose.
    — ¿Fred?
    La preocupación en su voz lo atravesó. Él tenía que abandonarlo.
    Incapaz de soportarlo, Fred corrió a través del bosque, ignorando la agonía de su cuerpo. No era nada comparado a lo que guardaba en su corazón.
    De pronto él se sintió cambiando. Él vio a sus manos perder su forma humana. Sintió la quemante sensación de su piel mientras su carne se transformaba…
    — ¿Fred?
    Su corazón latía enloquecido, él sabía que no podía quedarse. No sin que George averiguara la verdad. Cerrando sus ojos, él se teletransportó de su sueño.



    CAPÍTULO 4




    George se despertó al escuchar el grito de alegría de su hermano Ron en la puerta de su cuarto. Gimiendo en voz alta, él se dio vuelta para hablarle.
    —Qué tal, pollito. ¿Cómo estás disfrutando tu mañana libre? –pregunto su hermano menor.

    Él estaría disfrutando de ella mucho más si alguien no hubiera interrumpido su sueño mientras estaba intentando encontrar a Fred para poder desnudarlo completamente y arrastrarlo al agua con él.

    —Está bien —dijo George, sofocando su agitación.
    —¿Te desperté?
    —Sí, lo hiciste.
    —Oh, lo siento. ¿Estabas teniendo otra pesadilla?
    George sonrió ante el recuerdo. —No, no una pesadilla.
    —¿En serio? —preguntó Ron sin creerle. —¿Ni una muy pequeña?
    —Nop. Ahora si me perdonas, realmente me gustaría volver a dormir.
    —Sí, seguro —dijo Ron con una extraña nota en su voz. — ¿Sabes que? ¡Ah funcionado! El pergamino funciona, Harry acaba de llamarme.
    - ¿En serio? –pregunto George incrédulo. No creía realmete que Malfoy estuviera encerrado en un pergamino. Pero si lo estaba, no era un asunto en el que en ese momento le importara. -¿Podrías contarme luego? Quiero dormir.
    - Bien. –Ron salió de su cuarto, serrando la puerta suavemente.

    George estuvo en la cama durante una hora entera, intentando volver al sueño para encontrar a Fred, pero esto no funcionó.
    Él se sentía tan bien desde su tiempo juntos, que no tuvo más opción que levantarse.
    Irritado por no tener más control sobre su capacidad para volver a dormirse, vagó por toda la casa.
    A última de la mañana, regreso a su pequeño departamento arriba del negocio de sortilegios Weasley y se encontró sentado ante su escritorio, mirando fijamente el estado de cuentas de la tienda.
    Mientras trabajaba, las palabras de Fred, sus palabras alentadoras le daban vuelta por la cabeza. Y antes de saber lo que estaba haciendo, cerró su hoja de cálculos y abrió un pergamino nuevo para escribir.
    George se sentó allí durante horas, tipeando furiosamente. No fue hasta última hora de la tarde que paró. Completamente feliz por primera vez en años, George miró fijamente lo que él había hecho. Orgulloso de su logro, deseaba compartirlo con alguien.
    No, se corrigió. Él deseaba compartirlo con Fred.
    Tomó las páginas y luego las llevó hasta el sofá. Se acostó, agarró los papeles a su pecho y se ordenó dormirse con la esperanza de verlo otra vez.
    Él lo encontró de pie en un prado. Estaba vestido todo de negro hasta sus botas de motorista de cuero. Sus jeans abrazaban sus duros muslos, y su camiseta negra lucía deliciosa al estirarse sobre un pecho tan delgado y tonificado que sólo podía ser verdadero en sus sueños.
    La brisa fresca movía su pelo flojo, y sus ojos plateados brillaban a la luz del día.
    —Estaba buscándote —dijo George feliz.
    Fred pareció perplejo por sus palabras. — ¿En serio?
    —Sí.
    George se sentó en medio de su prado de verano con hermosas mariposas en tonos brillantes a su alrededor. Después de su discusión la última noche, George había estado intentando soltar a su artista interior. Él llevaba una ligera camiseta y unos cortos pantalones que subió por sus muslos cuando se sentó.
    Lo mejor de todo, fue que George conjuró una caja de Nutter Butter Bites[1].
    Fred se acercó. — ¿Qué estás comiendo?
    —Nutter Butter. ¿Quieres unas?
    Él se cayó de rodillas a su lado. — ¿Qué son?
    George hundió su mano en la caja roja y sacó un puñado para mostrarle los círculos color tostado. —Galletitas de manteca de maní. Son realmente buenas, y la mejor parte de todo, en sueños, no tienen ninguna caloría. Harry me las trajo una vez y me he vuelto adicto.
    Fred se rió de eso. — ¿Me dejarías comer una?
    Más nervioso que lo que su hermano podía comprender, George sostuvo una galletita para él. Fred lamió su dedo al tomar la galletita en su boca. —Es delicioso. Tu dedo, quiero decir.
    George le sonrió y lo besó en la mejilla. Fred pareció tan atónito que fue cómico.
    — ¡Hey! —dijo George, dejando de lado la caja y agarrando los papeles que había traído con el. —Estarás orgulloso de mí.
    Fred arqueó una ceja.
    —Hoy escribí. Por primera vez desde que estábamos en Hogwarts.
    — ¿En serio?
    George cabeceó. —Casi tengo terminadas diez páginas. ¿Quieres ver?
    —Por supuesto que quiero —.Fred tomó las páginas de sus manos y se sentó frente a su hermano para leerlas.
    George observó su mirada barriendo la página. Ansiaba extender y pasar sus manos sobre su cuerpo glorioso. Fred era musculoso como un atleta. Mejor todavía, su gusto era más adictivo que el chocolate.
    Cuando él terminó, alzó la vista y la orgullosa, alentadora mirada en su cara le quitó el aliento. Él era tan devastadoramente hermoso, tan cálido, que lo dejaba débil.
    —¿Vampiros? —preguntó él.
    George sonrió abiertamente. —Sé que es un tema extraño, pero yo sólo intento canalizarlo. Lo que me gusta es que estos son tan diferentes de otras historias de vampiros. Además, nunca he conocido a ninguno, tal ves Harry.
    —Me recuerdan de algunas personas que conozco.
    George quedó boquiabierto. —¡Vamos! ¿Tú conoces vampiros?
    —Conozco a muchos de ellos.
    —¿Me estás haciendo una broma? —preguntó él con desconfianza, todavía no seguro si Fred era serio o no. — ¿Tú nunca fuiste muy serio?
    Él no contestó. En cambio dio vuelta las páginas. —Eres muy talentoso, George. No deberías dejar que esto se desperdiciara.
    Oyéndoselo, él casi podía creerlo. — ¿Tu crees?
    —Sí, lo creo.
    Fred dejó las páginas de lado y lo miró fijamente.
    La camiseta de George comenzó a desaparecer. Él tembló ante la oscura, hambrienta expresión en la cara de Fred mientras lo miraba. Despacio, poco a poco, la tela de la camiseta de fue desvaneciendo. Sus pezones se endurecieron por la expectativa.
    — ¡Hey! —protestó George.
    Fred rió sin arrepentirse. —Mi parte favorita del sueño. La ropa es opcional.
    George siseó mientras él acariciaba uno de sus pezones; entonces él le hizo su propio hechizo.
    Fred miró su ropa nueva con un fruncimiento de ceño. — ¿Qué es esto?
    George se mordió el labio ante su traje. —Luces muy bien como pirata.
    Él Oneroi se rió. —Iujuuu, compañero —, dijo él, acostándolo sobre la hierba. —La proa de mi barco necesita un puerto.
    George gimió cuando él lo besó. —Mi puerto necesita la proa de un barco.

    Ellos hicieron el amor por una eternidad. George tuvo a Fred de cada manera que un hombre podía tener a un amante. Él lo tomó bajo de él, sobre de él, y detrás de él.
    George pasó horas recorriendo con sus manos y boca toda la gloriosa piel un poco onceada de su nuevo amante hasta que conoció su cuerpo mejor que conocía el propio. En el final, ellos se elevaron al cielo, donde hicieron el amor mientras las estrellas centelleaban alrededor de los dos.
    George yacía tranquilamente en sus brazos, simplemente escuchando el latido de su corazón bajo su mejilla.
    —¿Fred? —preguntó el pelirrojo, sentándose para mirarlo. — ¿Dónde vas cuando no estás en mis sueños? ¿Visitas a otros hombres?
    Su mirada caliente lo chamuscó. —No. No deseo a ningún otro hombre.
    —¿En serio?
    —Lo juro.
    George le levantó la mano y besó su palma. —¿Entonces qué haces?
    Sus ojos brillaron. —Pienso en modos de hacer el amor contigo.
    El pelirrojo se rió a carcajadas al pensarlo. —¿Sabes lo que quiero hacer?
    —Después de la noche que hemos tenido, honestamente no puedo imaginármelo.
    —Quiero mostrarte un parque de diversiones muggle. ¿Has estado alguna vez en uno?
    —No.
    Cerrando sus ojos, George los deseó a una feria estatal.
    Fred estaba horrorizado de ese nuevo mundo. Las luces brillantes y música… había olvidado hace mucho tiempo como era ser un humano y como estar entre ellos.
    Acostumbrado en estos últimos años a sólo a visitar a la gente en sus pesadillas, él no había oído música antes. El sonido era maravilloso y cálido.
    Había sólo un puñado de gente alrededor y él le dejó tomar su mano y alimentarlo con algodón de azúcar, manzanas acarameladas, torta funnel[2], y corn dogs[3].
    Entre comida y comida, subieron a toda clase de juegos que hicieron que su cabeza diera vueltas. Pero no tanto como George mismo se lo hacía.
    — ¡Hey! —dijo George al acercarse a otro puesto. —Vamos a hacernos una foto. Siempre quise tener una foto de los viejos tiempos. ¿Qué dices?
    —Lo que te haga feliz.
    Fred le permitió disfrazarlo con un equipo del Viejo Oeste mientras él se vestía como un indio, pero su parte favorita fue cuando George se sentó en su regazo donde él pudo abrazarlo. Mejor todavía, el taparrabos que él llevaba cayó sobre ellos, por lo que sus muslos desnudos descansaban contra su bajo vientre. Lo asombroso fue cómo de rápido su cuerpo saltó a la vida.
    ¿Cómo podía desear hacer el amor con George cuando él ya había pasado horas perdido en su cuerpo? Aún así no había forma de negar el fuego que sentía. El deseo que tenía de liberarse de sus pantalones y presionar su caliente, mojado cuerpo bajo él.
    —¿Estás bien? —preguntó George, mirándolo sobre su hombro.
    Él cabeceó, aun cuando su ingle ardía como el infierno.
    En la primera foto, ellos estaban mejilla con mejilla. La segunda fue con George acunado en sus brazos, y para la última él se inclinó y besó su mejilla en el último minuto.
    George tomó las fotos de la extraña máquina muggle y frunció el ceño. —Oh, por Dios! —resopló el. —Me parezco a un premio al ridículo.
    —¿Perdón?
    Con ojos tristes, George le dio las fotos. —Tú estás tan increíblemente hermoso y yo estoy escuálido, pálido, el término medio de nada.
    Fred sintió como si su amante le hubiera pegado. —George —dijo, su voz espesa. —Tú no eres, nada. Eres la persona más hermosa que alguna vez he conocido. –No veía como podía decir semejante cosa dado el hecho de que eran gemelos.
    George sonrió débilmente. —Eres tan dulce.
    Fred lo detuvo y le dio vuelta para que lo mirara. —No, no lo soy. ¿Quieres saber lo que yo veo cuando te miro?
    George tragó, su mirada recorriendo su cara. —Claro.
    Fred le dio las fotos otra vez.
    Mirándolas, George jadeó ante lo que veía. Su pelo rojo brillaba con toques de luz dorada. Su cara tenía un cutis perfecto y sus ojos azul oscuro eran brillantes y vivaces. Él lucía impresionante.
    Y así no era el.
    —¿Esto es lo que ves? —le preguntó a Fred.
    Él cabeceó, su cara severa. —Es lo que eres para mí.
    George se estiró para abrazarlo, pero antes que pudiera hacerlo, hubo un extraño zumbido.
    Fred desapareció instantáneamente.
    —¡No! —gimió George mientras se despertaba con el sonido de alguien tocando su timbre.
    Decepcionado al punto de la violencia, se levantó y abrió la puerta.
    Él parpadeó incrédula. Susan estaba del otro lado.
    —¡Hola! —dijo Susan alegremente. —Lamento molestarte pero te he traído los informes de las ventas.
    Intentando con fuerza por no ser brusco, George abrió la puerta y tomó los pergaminos de la mano de Susan. —Gracias. Lamento que tuvieras que hacer todo esto.
    —Ningún problema —. Susan lo miró con el ceño fruncido. —¿Estabas dormido otra vez?
    George se ruborizó. —Sí, lo estaba.
    —¿Estas seguro que estás bien?
    —Positivo.
    —¿Pesadillas?
    —Completamente idas.
    —Oh —dijo Susan, su voz extrañamente desinflada. —Me alegro de oírlo. ¿Entonces son sueños normales?
    George frunció el ceño por lo entrecortada y extraña que era la conversación. —Sueños Maravillosos, en todo caso.
    Susan asintió. —Ah, pues, eso es bueno. ¿Te veo luego, si?
    —Gracias otra vez —dijo George mientras cerraba la puerta.
    Él apoyó su cabeza contra la puerta y maldijo. ¿A quién o a qué iba a tener que matar para tener un día sin interrupciones con Fred?

    En los siguientes días, George comenzó a temer aún más por su salud mental. Ya no debido a sus pesadillas si no porque no quería estar despierto.
    Cada noche Fred venía a él. Él lo llevó a bailar y le mostró todas las clases de sitios y cosas que él nunca había visto antes.
    Peor, él se enteró que Fred tenía algún grado de control cuando él se dormía. Fred le había dicho que él podía tomar prestada la niebla de su amigo Scorpius y, mejor que el hombre de arena, la niebla de Scorpius podía inducir el sueño.
    El viernes por la tarde cuando George sintió que le sobrevenía una severa ola de cansancio, él supo lo que Fred había hecho.
    Fred se volvía más y más impaciente esperando que él cayera dormido y en el fondo de su mente George se preguntaba si un día él lo empujaría a su reino y no lo dejaría ir.
    Cuando George abrió sus ojos, lo encontró yaciendo a su lado, sus ojos quemándolo con su intensidad.
    —¿Estás enfadado conmigo? —preguntó él, remontando su mejilla con su mano.
    —Debería estarlo. Realmente quería mirar esa película.
    —Lo siento —dijo él, pero su cara le dijo que no tenía ni una pizca de remordimiento.
    —No, no lo sientes.
    Él le sonrió. —No, no lo hago, pero no quiero que estés enfadado conmigo por eso.
    George se rió de él. —Eres malo.
    Su diversión murió instantáneamente. — ¿Por qué dices eso?
    El pelirrojo frunció el ceño por la mirada herida que no entendió. —Estaba bromeando, Fred.
    Su mandíbula se crispó con ira bajo su mano. —Nunca quiero que pienses que soy realmente malo.
    —¿Cómo podría?
    Fred bajó sus labios a los suyos, probándolo, queriendo devorarlo. Él lo necesitaba y cuanto más estaba con George, peor se hacía. Él nunca conoció nada más dulce que esos labios. Nada más precioso que su cara un poco pecosa y esos ojos tal azules como hace mucho tiempo fueron los suyos.
    George estaba abrumado por la pasión en sus besos. Cada uno parecía ser aún más posesivo que el anterior.
    Entonces él movió sus labios más abajo, sobre sus pesones, donde hizo una pausa para tomarse su tiempo saboreando cada pico. Mientras jugaba con George, pétalos de rosa blancos se cayeron del cielo, cubriéndolo.
    El pelirrojo se rió. —¿Qué es eso?
    —Mi regalo para ti —dijo Fred. —Quiero bañarte en rosas.
    —¿Por qué blancas?
    —Por que, como tu, ellas son puras y hermosas.
    Entonces el Oneroi lo besó más abajo, a través de su estómago, su cadera, bajando por su pierna, y luego subió por el interior del muslo hasta que la besó donde él ardía.
    George gimió al sentir su boca contra él, su lengua arrastrándose por su entrada, y después subiendo a donde él palpitaba. Fred gruñó, y el sonido vibró, atravesándolo.
    Fred parecía encantado de brindarle a George su placer primero. Él nunca tomaba el suyo hasta que su hermano hubiera culminado al menos dos veces antes que él.
    George tembló con las convulsiones de su primera liberación. Cuando él estaba acabando, Fred se retiró con una burlona sonrisa diabólica que lo hizo aparecer infantil. —Adoro tu sabor. El modo en que hueles.
    El pelirrojo le sonrió cálidamente. —Adoro ser tuyo. Ni siquiera deseo volver a despertarme. Sólo vivo momento a momento, deseando estar dormido y esperando hasta poder verte otra vez.
    Una sombra oscura cruzó sus facciones.
    ¿Esas palabras lo habían lastimado? Él no podía imaginarse como o por qué habrían, es más... —¿Fred?
    Él se alejó de su amante y su ropa negra inmediatamente volvió a cubrir su cuerpo.
    —¿Fred?, ¿qué es eso?
    Fred no contestó.
    Lo que el Oneroi estaba haciendo estaba mal, y no sólo porque estaba prohibido. Él no se preocupaba por las reglas.
    Lo que lo preocupaba era George.
    Y cada vez que lo empujaba a su reino él lo privaba de los placeres de su propio mundo. De su vida.
    Eso estaba mal, y por primera vez él entendió exactamente cómo de malo era.
    — ¡Fred! —. El impresionante grito resonó a través de los árboles que los rodeaban.
    Él conocía ese tono enfadado. —Debes marcharte —dijo él, dejando un beso rápido sobre sus labios.
    —Pero…
    No le dio tiempo a discutir antes de que lo enviara de regreso a su mundo y diera una vuelta sobre su espalda para parecer despreocupado.
    George apenas había desaparecido antes que Sirius, mejor conocido en ese mundo como M´Ordant apareciera parado sobre él. Vestido en la misma ropa negra, M'Ordant lucía muy similar a Fred. El aire hostil, los mismos ojos azules plateados. Lo único en que se diferenciaban era el color de cabello y la altura. Fred tenía el pelo rojizo y medía unos diez centímetros más y tenía la mirada de un depredador mortal.
    M'Ordant tenia el aura elegante de los Black y su cabellera negra era fina seda sobre sus hombros. Sirius, a pesar de que también era un Oneroi como él, por alguna razón que todavía no conocía, sus poderes iban mas haya de cualquier mago Oneroi que existía actualmente en el Olimpo.
    —¿Qué estás haciendo? —preguntó M'Ordant.
    —Estoy tirado en el sol —dijo Fred, colocando sus manos detrás de su cabeza. —¿Tu?
    —¿Esto es un intento de humor?
    Fred se encogió de hombros mientras alzaba la vista hasta él ex mago. —¿Si esto fuera un intento, estaría desperdiciado contigo, no es cierto?
    —¿Más humor?
    Fred suspiró. —¿Por qué estás aquí?
    —He oído noticias dolorosas sobre ti.
    —Y pensar que pensé que todas las noticias sobre mí apenaban.
    Eso abrumó a Sirius e hizo que apartara la vista de él. —¿No aprendiste nada de tu castigo?
    Sí; él había aprendido a ser más cuidadoso al ir en busca de George. A no contar a nadie el tiempo precioso que ellos pasaban juntos.
    —Me aburres, M'Ordant. Márchate.
    —Tú no puedes estar aburrido.
    —Y una buena cosa, también, ya que yo sin duda fallecería por eso mientras estoy en tu compañía.
    M'Ordant lo miró inexpresivamente. —Estoy aquí simplemente como una cortesía. Desde este momento, tu hermano está etiquetado. Convócalo otra vez, y tratarás conmigo.
    —Bien, seguramente no sería la primera vez que tú y yo nos hemos cruzado.
    —Verdad, pero tengo permiso de Hypnos para que sea la última vez si interfieres con George otra vez.
    George fue a dormir aquella noche y esperó que Fred se presentara.
    Él no lo hizo.
    Cuando se despertó por la mañana, él tembló perdido y preocupado. ¿Le habría pasado algo?
    Él había actuado de una manera tan extraña ayer. Y ese grito…
    ¿Qué podía haber pasado? ¿El Skoti podría haberlo encontrado? ¿Hecho daño porque la protegió?
    —Fred —susurró él. — ¿Dónde estás?

    ________________________________________
    [1] Famosas galletitas de mantequilla de maní, del tamaño de un bocado.
    [2] Torta tradicional de Pensilvania; consiste en una pasta vertida por una boquilla sobre aceite hirviendo, a la que se le va dando una forma redonda y se fríe hasta que toma un color dorado oscuro. Se sirve espolvoreada con azúcar.
    [3] Corn dog: comida tradicional del estado de Texas. Consiste en una salchicha cubierta por una masa de harina de maíz y frita en aceite o cocida al horno.

     
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  3. Acheron_kattalakis
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    Me ha encantado, esta muy bueno. Y lo mejor de todo es que está historia es como una extencion mas de Bajas pasiones y una amante de ensueño. megusta mucho, no tardes en actualizar.

     
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  4. nazly
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    me quieto el sobrero eres buena he.

    mira que enlazar tres historia con tal lineacion sin perder el sentido de cada una ... GENIAL......

    me encanta ya he leido las otas dos y mira que he quedado de nuevo enganchada
    felicitaciones porfa si no soy muy pesada la conti pronto

    gracais por tan maravillosas historias
     
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  5. 290589-kaname
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    Fin del capitulo 4


    ¿Qué podía haber pasado? ¿El Skoti podría haberlo encontrado? ¿Hecho daño porque lo protegió?
    —Fred —susurró él. — ¿Dónde estás?
    Fred sufría al oír la súplica en la voz de George. Estaba de pie a su lado, tan cerca que todo lo que tenía que hacer era moverse ligeramente y lo tocaría. —Estoy aquí, George —susurró. —He estado aquí toda la noche.
    El no lo oyó.
    Fred se había quedado en su cama todo el tiempo que él durmió, mirándolo. Asegurándose que ninguno de los Skoti lo encontraba. Estaba seguro que Bellatrix estaba detrás de la aparición de M'Ordant.
    Fred era todo lo que estaba entre George y Bellatrix. Mientras él visitara sus sueños y ellos estuvieran juntos, la Skoti no sería capaz de reclamar a George.
    La mente de George estaba llena de felicidad y creatividad. Sus sueños eran vivos y cálidos y rebosantes de emociones. Cualquier Skotos sería atraído a el.
    Y ahora Fred no podía ni protegerlo, ni…
    Sus pensamientos se dispersaron mientras George lloraba.
    El dolor laceró su pecho al ver su pena. Su hermano sollozaba como si su corazón estuviera roto. ¿Por qué?
    Pero peor fue la impotencia que el Skoto sintió. Él sufría por George. —Por favor no llores, akribos —susurró él, intentando tomarlo en sus brazos. Eso no funcionó.
    Él ya no era de su mundo. Nunca podría ser parte de este mundo nuevamente. Apretando sus dientes, maldijo su existencia sin forma.
    George lloró hasta que sus ojos se pusieron pesados. Hasta que estuvo tan agotado y tan cansado, que no pudo moverse.
    Y mientras George volvía a dormirse, pensó por un instante haber captado una vislumbre de Fred en su cuarto.

    Lo siguiente que supo, fue que se encontraba en lo alto de una montaña, mirando el océano.
    La hierba acariciaba sus pies desnudos mientras las olas se estrellaban sobre el oleaje a lo lejos, abajo. El viento azotaba su pelo, pegando su blanca camisa de verano a su cuerpo.
    George aspiró el aire crujiente, limpio y escuchó al graznido de las gaviotas. ¡Qué pacífico!
    Justo cuando él pensó que su sueño no podía mejorar, sintió dos fuertes brazos envolverse a su alrededor. —¿Te gusta estar aquí?
    George tembló ante el acento profundo de la voz de Fred en su oído. —Sí, me gusta. -Contesto.
    Se dio vuelta en los brazos del Oneroi para ver su caliente mirada fija en el. George tembló por su aspecto preocupado y por las hermosas líneas de su cara.
    —Dime por qué llorabas —exigió Fred.
    —Tuve miedo que algo te hubiera pasado.
    —¿Y eso te pone triste?
    George asintió.
    Fred tembló al saberlo, se inclinó y descansó su barbilla contra el hombro de su amante e inhaló el dulce olor de su piel. George se sintió tan bien en sus brazos.
    George se había preocupado por Fred. Y eso era increíble para el Oneroi.
    —¿Dónde estabas?-pregunto el mago.
    —Estaba contigo —suspiró Oneroi. —Sólo pensé que querrías una noche libre.
    George se rió de eso. —Dices eso como si estar cerca de ti fuera un castigo.
    —¿Lo es?
    El mago pareció horrorizado por la idea misma. —No. Nunca.
    —¿Por qué te gusta estar cerca de mí?
    —Tú me haces feliz.
    Fred frunció el ceño. —Te hice llorar.
    —Sólo un poco.
    —¿Y aún así quieres estar conmigo?
    —Por supuesto que quiero.
    George era el mayor idiota en la historia.
    Fred sabía que no tenía mucho tiempo antes que M'Ordant los encontrara. El Oneroi había traído a George a su tierra para ayudar a enmascarar lo que él había hecho, pero esto no los protegería permanentemente.
    Pero antes de devolverlo, quería compartir una última pieza de él con George antes de que le dijera adiós para siempre.
    Fred, conocido como V'Aidan, se alejó y señaló el horizonte, hacia donde su elevado lugar especial estaba. —¿Sabías que puedes ver el borde del mundo desde aquí?
    —¿Cómo dices?
    Fred sonrió. —Es verdad. ¿Ves ese oro destellando en la luz del sol? Eso es donde el mundo humano comienza.
    —¿Dónde estamos nosotros?
    —Esta es la Isla Desaparecida. Los marineros griegos solían creer que vendrían aquí cuando murieran para poder estar siempre cerca del océano.
    —¿Y por qué ellos la llaman la Isla Desaparecida? —preguntó George.
    —Por que sólo puedes verla durante unos pocos minutos cuando el sol sale y se pone. Como el punto de oro en el final de un arco iris, tu puedes intentar alcanzarla, pero nunca lo harás.
    Geroge alzó la vista hacia él. —¿Tú eres realmente ahora un dios griego?
    —¿Te asustaría si lo fuera?
    —¿Tu quieres que yo te tema?
    V'Aidan vaciló ante su pregunta. Fue la respuesta lo que realmente lo sorprendió. —No, no lo quiero.
    George sonrió de una forma que sacudió su corazón. —¿Es esto dónde vives?
    —A veces.
    —¿Por qué sólo a veces?
    —Hay ciertos momentos del año que tengo prohibido estar aquí.
    Las cejas del mago se unieron en un preocupado ceño. — ¿Por qué?
    —A los otros dioses no les gusta mi clase. Soy un paria.
    —¿Por qué ellos sentirían así? Tú eres un campeón. -anunció George.
    —No realmente. Soy un maestro del sueño y no lo que tú ves. No soy nada más que la imagen que te has hecho de mí, pero en realidad no tengo ninguna sustancia. Ningún sentimiento. Todo lo que una vez fui en vida ya no existe.
    —No creo eso. Un hombre sin sentimientos nunca me habría ayudado del modo en que lo has hecho.
    Fred tocó la mejilla de su amante. —Eres tan ingenuo. ¿Son todas los hermanitos como tu?
    —No —dijo George con un destello diabólico en sus ojos. —Me han dicho muchas veces que soy sumamente insólito.
    V'Aidan bajó su cabeza y tomó posesión de la boca del mago. George suspiró mientras apretaba sus manos en los pliegues de la camisa negra de Fred. —Tú sabes como el cielo —suspiró George.

    Fred necesitaba dejarlo ir. Era tiempo.
    Pero…Él no podía hacerlo.

    Que Zeus tuviera compasión de este Oneroi, porque no podía enviar de regreso George al mundo de los humanos. No cuando todo lo que realmente quería hacer era aferrarse al mago por el resto de la eternidad.
    El aire alrededor de ellos chisporroteó con electricidad mientras el cielo se volvía oscuro. George tembló en sus brazos.
    —¿Qué es eso? —susurró el.

    Eso es mi muerte. -pensó Fred.

    —No te preocupes, akribos —dijo el Oneroi, —te protegeré —. La emoción detrás de las palabras lo atontó más que nada. Él las pensaba, y por primera vez desde que renació como Oneroi él las entendió.
    De repente uno de los relámpagos de Zeus golpeó la tierra, separándolos.

    George se cayó a varios metros de V'Aidan.
    V'Aidan intentó alcanzarlo, pero antes de que pudiera, diez demonios Skoti aparecieron y lo rodearon.
    En su forma de serpiente, Bella, conocida como Krysti'Ana, se rió, una risa estridente, más fuerte que el trueno. —Dime, humano —ceceó ella. —¿A qué le temes más? ¿Morir tu mismo o verlo morir en tu lugar? - La Skoti se interpuso entre Fred y George.
    —Déjalo ir —dijo V'Aidan, parándose. Él convocó su negra armadura para proteger su cuerpo y sacó su espada del aire alrededor de ellos.
    —Nunca —dijo Krysti'Ana riendo. —Necesito sus ideas. Necesito su mente. Mírate. Mírame. ¿Ves lo que nos ha hecho? Tú no lo hiciste más débil por liberar su creatividad. La hiciste más fuerte. Nunca ha sido tan poderoso.
    Eso era cierto. La mente de George, su profundidad de espíritu, era un tesoro. Uno que él había jurado proteger a cualquier precio. —Libéralo, o te mataré —. Él atravesó a cada uno de los Skoti con una mirada asesina. —A todos ustedes.
    Krysti'Ana se rió aún más fuerte de eso. —Tienes prohibido tomar mi vida.
    —Prohibido o no, te mataré antes de verlo lastimado.
    George vio con horror como el Skoti atacaba a Fred. Él luchó contra ellos con su espada y brazos, pero él era superado en número. Fue en vano. Ellos volaron hacia él, rasgando su piel con sus garras, haciendo trizas su armadura.
    La mujer-serpiente lo agarró con su cola y lo arrojó contra un árbol.
    El cuerpo entero de V'Aidan palpitó cuando intentó empujarse sobre sus pies. En su forma humana, él no tenía una posibilidad contra tantos de ellos. Él no podía tele-transportarse y dejar a George, y sin tocarlo él no podría tele-transportarse con su amante.
    —¿Qué pasa, hermanito? —se burló Krysti'Ana. —¿Por qué no cambias para luchar conmigo?
    V'Aidan echó un vistazo a George y supo por qué. Él no quería asustarlo. Él sólo quería…

    Él sólo quería su amor.

    El pensamiento lo atravesó. Él nunca iba a saberlo. Estaba fuera de su comprención. Pero de todos modos la necesidad estaba allí. El dolor. El anhelo.
    V'Aidan luchó por respirar. Él podía vivir y perder la posibilidad de su amor para siempre o podía ser lo que George pensaba que él era y morir en la forma humana que su hermano había conocido.
    Y si él moría, George no tendría a nadie para protegerlo…
    Perdido e inseguro, hizo lo que nunca había hecho antes.
    Pidió ayuda. —¡Hypnos!
    La respuesta del dios vino en forma de M'Ordant.
    El Skoti se echó atrás, rodeando a George y Krysti'Ana en un círculo protector.
    Sirius se acercó a Fred despacio, su cara completamente desprovista de cualquier emoción. —¿Qué crees que tendría Hypnos que hacer, V'Aidan? ¿Lo harías ofrecerte piedad por tus crímenes? ¿Dime, hay alguna regla que no hayas roto?
    —Yo… —. Fred contempló a George mientras él luchaba contra el Skotos que lo sostenía. Fred sabía profundamente en su corazón cual sería la respuesta de Hypnos. Él no era nada para los dioses. Nada para nadie.
    Pero al menos de esta forma, George sería devuelto a su mundo y estaría libre del Skoti para siempre. —Protégelo por mí.
    M'Ordant arqueó una ceja ante eso. —¿Por ti? Mi trabajo es protegerlo a él de ti —. M'Ordant se volvió para enfrentar al Skoti. —Él es el tuyo-Señalo a Fred- para hacer con él lo que te dé la gana. El humano, sin embargo, me pertenece.
    V'Aidan sintió la extraña sensación de lágrimas en sus ojos mientras miraba a George.
    George estaba a salvo.
    En cuanto a él…
    Él no quería vivir sin George de todos modos.
    Cayendo de rodillas, dejó caer su espada y esperó que los Skoti realizara su sentencia.
    George gritó cuando comprendió que los monstruos tenían intención de matar a Fred. Ellos daban vueltas alrededor de él como leones hambrientos acechando la presa.
    —Vamos —dijo el hombre desconocido, tomándolo del brazo.
    —Ellos van a matarlo.
    —Si ellos no lo matan, yo lo haré.
    —¿Por qué?
    Él no contestó. George sintió el familiar empuje del Oneroi tratando de enviarlo a casa.
    Pero él no iría. Él no se marcharía dejando solo a Fred para enfrentar a los monstruos.
    Soltándose de M'Ordant, corrió hacia los Skoti y se hizo un espacio entre ellos.
    Encontró Fred sobre la tierra, cubierto de sangre. Con su armadura hecha pedazos a su alrededor, yacía indefenso totalmente.
    V'Aidan sintió que alguien tiraba de él. Las desesperadas, avariciosas manos le hacían daño, aún más mientras lo hacían rodar sobre su espalda. Alzó la vista, esperando ver a Krysti'Ana, terminar con su vida, pero en cambio encontró los celestiales ojos azul profundo de su amado.
    George se envolvió alrededor de él, protegiéndolo con su cuerpo mientras se forzaba a despertarse. Él oyó sus ruidosos pensamientos gritando en su cabeza.
    Fred quiso decirle que se fuera pero no podía.
    Sin fuerza, Fred no podía hacer nada más que envolver sus brazos alrededor de George y acunarlo dulcemente. Sus lágrimas hacían arder sus heridas y quería decirle que no llorara por él. Que no lo merecía.
    Desde que se había convertido en Oneroi nunca había sido merecedor de nada, hasta que George le había enseñado otra vez la bondad.
    Fred oyó a M'Ordant tratando de pasar entre los Skoti para empujar a George hacia atrás, pero Bellatrix se negó.
    —Los tendré a ambos —gruñó Bella. —La vida de él y la mente del humano.
    Cerrando sus ojos, Fred convocó el último de sus poderes. Besó a George en los labios, luego lo envió a casa.
    Mientras George destellaba dejando su mundo, Fred se sintió deslizarse, bajar hacia un agujero profundo. El mundo cambió y giró. Demasiado débil para resistirlo, él se permitió ir a cualquier parte que esto lo llevara, y estaba seguro que ese lugar sería Tartarus.
    No es que eso importara. Cualquier día sin George en su vida era el infierno.
    George se despertó de su pesadilla con un espasmo y un grito atorado en su garganta. Él no podía haber vuelto, no sin Fred. George se había concentrado profundamente dentro de él y se había sujetado a Fred con todo lo que poseía.
    Sus ojos estaban fuertemente apretados. No quería abrirlos aún.
    No quería saber que lo había dejado detrás para morir.
    Tenía que haber algún modo de volver a él. Algún modo de salvarlo.
    Con su corazón palpitando, sintió moverse algo bajo él.
    Abriendo sus ojos, comprendió que estaba devuelta en su cama… y acostado sobre un desnudo y sangrante Fred.







    Hola nazly: Gracias por comentar en este fic, ya casi se termina. :=FROGGSEY: :=FROGGSEY:

    Edited by 290589-kaname - 24/8/2011, 01:28
     
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  6. nazly
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    muy profundo me ha encantado la historia ya lo dicho anteriormente ,

    pero me declaro profundamente confundida estoy especulando deacuerdo! .... porque::::::::::::::::

    va ha decir que la enseñanza y la grandesa de los sentimientos de george hacia fred y desprendimiento por la comprension de la profundidad de los sentimientos nuevamente aprendidos por parte de fred lo trajeron de nueva a la realidad? ha??????

    si eso es asi; simplemente me encanta..... sublime cabe decir por que el transfonde de todo esto es ufff profundo
     
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  7. 290589-kaname
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    ¿...........? Me he confundido.

    Pero me di cuenta que el final del capitulo 4 no estaba bien pulido, por lo cual creo que si creaba mucha confucion. Espero haber resolvido el problema.

    Lo siento.

    nazly: Gracias por seguir el fic.
     
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6 replies since 4/8/2011, 02:11   384 views
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