Son de campanas de revolución [+18] (Akihiko x Misaki) 04/05/18

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  1. Drewelove
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    ¡Hola a todos!
    Esta es la idea que tuve hace unos días. Me encanta El Jorobado de Notre Dame y me encanta Junjou Romática, y tenía muchas ganas de escribir un fanfic en el que el uke fuese un personaje fuerte y decidido. En el proceso para aplicar esta idea he tenido que adaptar la trama de la película, no del libro (aún no me he leído la novela de Victor Hugo), esto incluye, cambios o personajes añadidos, fechas distintas, etc.
    Espero que lo disfrutéis. Aquí os dejo el prólogo.

    SPOILER (click to view)
    Prólogo

    29 años antes de la Gran Revolución.

    La ciudad de Lutecia descansa una noche de invierno. El silencio impera en las calles y la nieve lo cubre todo. Los farolillos de las casas están ya apagados, todo el mundo se ha ido a dormir, todos menos cuatro polizones que surcan el río Niane. Tres hombres gitanos, uno de ellos lleva el timón de la embarcación, los otros dos se hallan sentados frente al cuatro polizón, una mujer. Una joven gitana de edad cercana a los veinte que sujeta con sumo cuidado un bulto envuelto en telas viejas y ajadas.
    De pronto, la embarcación choca con una piedra del fondo del canal, una imperfección de su arquitectura, y la joven aprieta el bulto contra su pecho instintivamente para protegerlo. Los otros tres hombres se detienen de forma súbita y miran hacia todos los lados para cercionarse de que el ruido de su torpeza no ha alertado a nadie.
    Y de pronto el bebé empezó a llorar. La joven palideció cada vez más a medida que trataba de consolar al bebé que lloraba a pleno pulmón.
    -¡Hazle callar!- Susurra uno de los polizones.
    -Nos van a descubrir. - Le espetó el otro.
    La mujer se recolocó a su hijo en brazos, en un vano intento de cesar sus llantos.
    -¡Por favor!, ¡cálmate chiquitín!
    Finalmente la embarcación llega a un pequeño puerto de madera entre las callejuelas de la ciudad y el hombre que lleva el timón se gira hacia los polizones.
    -Cuatro monedas de oro por traeros hasta Lutecia.
    Pero ellos ni siquiera tienen tiempo de responder. El sonido de una flecha sega el aire e impacta en la espalda de uno de los gitanos. Un quejido sordo es lo último que abandona la garganta del ahora muerto. Su cuerpo cae al río y los dos polizones sobrevivientes se giran para encontrarse con un batida de guardias armados al otro lado del río, dirigidos por una sombría figura envuelta en ropajes negros y a caballo.
    -Acabad con ellos.-Le ordena a sus soldados.
    La joven gitana y el otro superviviente salieron a trompicones de la barca dejando tras de sí al «capitán» del bote, pasto de las flechas. La mujer apretó el lloroso bebé contra su pecho mientras corría por las nevadas calles de la ciudad.
    -¡La mujer es mía!- Oyó de nuevo esa siniestra voz, esta vez entre el ruido de cascos de caballo y su propia respiración agitada.
    Corría desesperada, un resbalón en la esquina antes de la plaza casi la hace perder el equilibrio. Pero el trote del caballo se oía cada vez más cerca y no se iba a dar por vencida. Dobló la siguiente esquina y se vio en la plaza de la ciudad, un espacio abierto, cubierto en un manto blanco de nieve. Y como edificio principal, la catedral.
    Una idea cruza su mente, la mejor idea que podía haber tenido en aquel momento, la idea que salvaría su vida y la de su bebé. La joven corrió hacia las escaleras del pórtico central. El hombre a caballo estaba muy cerca. Subió los escalones tan rápido que le parecía que volaba. El hombre a caballo ya estaba en la plaza. El miedo surcó el cuerpo de la joven, era como estar frente a la mismísima muerte, pero a la vez, tan cerca de su salvación…
    Alzó la mano en un puño y golpeó la puerta de la entrada central de la catedral.
    -¡Nos acogemos a sagrado!- Gritó a pleno pulmón. -¡Nos acogemos a…!
    Pero no tuvo oportunidad de terminar la exclamación. Una fuerza superior a ella le agarró de la capa y tiró de ella violentamente hacia atrás. Su espalda y nuca impactaron contra la dura y fría piedra de los escalones. La vista se le volvió borrosa de repente, le faltaba el aire, podía oír los gimoteos de su bebé, pero ella no podía moverse. De pronto su cuerpo le pesaba demasiado.
    -¡Dame eso que llevas ahí!- Gritó el siniestro hombre que parecía no oír los gimoteos de la criatura con tanta claridad como lo hacía su madre.-¡Algo robado sin duda!
    El hombre de mirad fría y manos huesudas le arrancó el bebe de sus débiles manos.
    -No…-Logró articular ella, pero ya era demasiado tarde, la oscuridad la envolvía por completo, habría dejado el mundo de los vivos.
    El hombre con ropas oscuras destapó en sus brazos el bulto lloriqueante para dejar a la vista un bebé de pocos meses. Un niño aparentemente sano, con sus diez dedos en las manos y sus diez en los pies. Pero había algo que no le gustaba de aquel niño y descubrió porqué. Su piel no era tan bronceada como la de su madre gitana, el poco pelo que poseía era plateado y en cuanto el niño cesó su llanto por la falta de ruido externo que le asustara, pudo ver sus enormes ojos violetas.
    -¡Un mestizo!-Dijo como si escupiera esas palabras. Un niño medio gitano nunca tendría un lugar en ninguno de los dos mundos. Era una aberración.- ¡Un monstruo!- Siseó el hombre siniestro. Acto seguido alzó al niño de sus ropajes, por encima de su cabeza con clara intención de dejarlo caer sobre las escaleras de la catedral. Así libraría al mundo de esa mancha, ni siquiera humano. Un monstro entre dos mundos.
    -¡Detente! -Exclamó una voz tas él. El juez Fuyuhiko Usami giró su rostro para encontrarse con el archidiácono que había salido de la catedral y avanzaba hacia él con una mueca de horror.
    -¡Este es un demonio atroz!- Declaró el juez, firme en sus convicciones- Lo devuelvo al infierno de donde procede.
    El archidiácono se arrodilló junto al cuerpo inerte de la joven gitana y le cerró los ojos en señal de paz.
    -Mira que sangre inocente has vertido a los pies de nuestra catedral.- Le culpó.
    -Soy inocente, ella corrió, yo la perseguí.- Se defendió con la mirada altiva y aún decididoa llevar su acto de pureza.
    -¿Vas a matar también a ese niño?-Le acusó el archidiácono a la vez que se ponía en pie con mirada amenazadora.
    -Mi conciencia está tranquila.- Dijo solemnemente y alzó aún más el brazo dispuesto a llevar a cabo su acción.
    -¡Puedes engañarte a ti mismo y a los de tu calaña!- Le excupió el representante religioso.- ¡Mas no tiene perdón la maldad de tu acción, porque mil ojos hay en la catedral!
    Y al contemplar como todas las figuras sagradas de la catedral le dirigían miradas de reproche y enfado. El juez Fuyuhiko Usami descendió con cuidado al niño, de vuelta a sus brazos. Por primera vez en su vida sintió una punzada de miedo por su alma inmortal.
    -¿Qué debo hacer? -Preguntó entonces temiendo haber perdido su puesto en el cielo.
    -Criarle y cuidarle como si fuera vuestro. -dijo el religioso con voz firme mientras recogía en sus brazos el cuerpo inerte de la madre gitana.
    - ¿Cargar con este monstruo? - Preguntó el juez horrorizado. Pero una ide creció en su mente en el momento adecuado.- Está bien, pero que viva con vosotros en vuestra iglesia.
    -¿Vivir aquí?, ¿dónde?- Volvió a dirigirle la mirada el representante e la catedral, quien ya había iniciado su marcha al interior de la misma.
    -Donde sea, en el campanario, quizás.- Respondió el juez.- Y ¿quién sabe? Tal vez algún día pueda hacer algo por ti…o tú por mí.
    El juez Fuyuhiko Usami lucha contra vicio y corrupción. Ve el pecado en todos menos en su corazón. Ni siquiera le puso un nombre al pequeño. Aquella tarea recayó sobre sus tutores en la Iglesia. Los que le enseñaron a leer y a escribir, los que se dieron cuenta de su grandiosa inteligencia. Era un niño listo y por eso le pusieron el nombre de Akihiko.

    19 años antes de la Gran Revolución.

    Takahiro sujetaba a su lloroso hermano pequeño en sus brazos mientras los guardias de la ciudad lanzaban calle abajo lo poco que quedaba de las pertenencias de sus padres. Pero Lutecia funcionaba así. Desde los últimos 10 años el juez Fuyuhiko Usami se había vuelto aún más terrible. La ciudad con los mayores movimientos migratorios del país sufría la mayor persecución contra los gitanos de la historia. Se acabaron los días en los que el juez participaba en esas «cacerías» humanas y empezaron los días del juez firmando órdenes de decapitación desde el palacio de justicia, asistiendo de vez en cuando a alguna tortura. Cualquier movimiento errático llevado a cabo por los gitanos era considerado sospechoso y acababa con el paseo a la guillotina.
    Y allí se encontraban los hermanos, hijos de gitanos que migraron a Lutecia en busca de nuevas oportunidades y un mejor futuro para su familia, pero acabaron siendo víctimas de más racismo.
    Hacía escasamente una semana que sus padres habían recorrido el camino hacia la guillotina por un crimen de robo que nunca cometieron. Takahiro se mordía el labio, las lágrimas amenazaban con desbordarse de sus ojos pero debía resistir por su hermano. El pequeño Misaki, un niño de apenas tres años, tremendamente asustado aferrado con sus manitas indefensas a la espalda de su hermano.
    Los guardias tiraban toda su vida por la puerta de la que había sido su hogar. Para ellos eran los hijos de unos ladrones, unos parásitos sociales y todo lo que poseían era basura o robado. Los brazos de Takahiro temblaban, en parte por sostener a su hermano pequeño durante tanto tiempo, en parte por el miedo que le provocaba su otra gran preocupación que era dónde iban a pasar la noche. Dada su «condición» no tenían derecho ni siquiera a quedarse en el hospicio. Pasarían la noche en los calabozos del palacio de justicia y al día siguiente serían expulsados de la ciudad y abandonados a su suerte.
    El expolio de su casa se alargó hasta el anochecer, pronto, la atención de sus vecinos se disipó. Aquella gente que les había visto nacer, ahora les trataban como apestados. Cuando los guardias de la ciudad acabaron con su trabajo llegó la hora de escoltarles a los calabozos. Las calles de Lutecia ya estaban oscuras y el ruido había abandonado el exterior para amontonarse en el interior de las casas.
    Los adoquines de las calles se le clavaban a través de las desgastadas suelas de sus zapatos, su hermano sollozaba en su oreja y él no podía hacer nada para calmarle, no se le ocurría nada que pudiera consolar a su hermano no había ni una pizca de felicidad ya en su vida.
    La comitiva de soldados y ambos niños reclusos de adentró en la plaza de la catedral. Takahiro alzó la vista hacia el majestuoso edificio, aquel con tantas figuras de santos y reyes en su pórtico que de niño, o aún más niño, le daban tanto miedo. No podía creer que incluso iba a echar de menos esa monstruosidad de piedra. Al descender la vista por la fachada se encontró con una figura que había visto pocas veces. Un niño de su misma edad, con la piel ligeramente bronceada, cabellos plateados y enormes ojos violetas. El niño de la catedral, le llamaban. Un huérfano criado por el archidiácono que vivía en el campanario de la catedral.
    El niño de la catedral había cesado su actividad de barrer los escalones de piedra con una rudimentaria escoba de paja para mirarles. Sus ojos escondían un gran saber, aunque su expresión era de desconcierto y pena.
    -¡Akihiko!- Le llamó la voz grabe del sacerdote que solía ayudar al archidiácono en la catedral.- ¡Vuelve dentro, chico!
    Él no hizo caso y mantuvo la conexión de miradas que ambos niños habían establecido.
    -¡Akihiko!, ¡niño hazme caso! ¡Aún tenemos mucho que limpiar!
    Una huesuda mano arrastró al niño de la catedral al interior del edificio. Takahiro volvió a la cruda realidad, en la que él y su hermano compartirían celda aquella noche junto a maleantes e inocente injustamente encarcelados y, solo si lograban sobrevivir, serían expulsados de la ciudad que había sido su hogar desde que nacieron.
    La comitiva abandonó la plaza de la catedral para adentrarse en otra desierta calle, únicamente alumbrada por los pequeños farolillos que alumbraban las puertas de cada hogar. El tintineo de las espuelas metálicas de las botas de los guardias guiaba sus pasos. Allí acababa su vida, sin comida ni agua, ni un sitio donde refugiarse. No tardarías en morir a las afueras de la ciudad.
    Los pasos de los guardias se detuvieron, Takahiro levantó la vista de sus propios pasos. Trató de ver entre los cuerpo se los guardias qué era aquello que les impedía el paso. Rápidamente, la comitiva hizo ademán de desenvainar sus espaldas, pero no pudieron, todo pasó muy rápido. Unos cuerpos grandes cayeron del cielo, aplastando a dos guardias, la confusión de los guardias que tenía delante fue la oportunidad perfecta para los atacantes.
    El pequeño Misaki se aferró con sus manitas con toda su fuerza a la ropa de su hermano mayor, muerto de miedo por el asalto. Takahiro abrazó fuertemente a su hermano y se arrodilló sobre el suelo esperando lo peor de aquella situación. Cerró los ojos al no sentirse capaz de hacer frente a más horror del que ya contenía su vida.
    -Takahiro.-Escuchó una voz familiar cercana a él. El sonido de lucha había cesado y aquella voz le recordaba a los días mejores de su infancia. El niño abrió los ojos y alzó la vista para encontrarse con un hombre alto, de complexión atlética y tez morena. Su pelo cabello liso y oscuro caía hasta sus hombros, del mismo color que su corta perilla. Su nariz afilada separaba dos grandes ojos oscuros. Era el rostro de su salvador, uno que conocía muy bien.
    -¡Tío Clopin!- Lo llamó Takahiro con una exclamación de alivio.
    El hombre acarició el pelo del niño con una media sonrisa.
    -Mi niño, vamos a llevaros a casa.-Dijo su tío con voz amable y extendió los brazos para tomar al pequeño y lloroso Misaki entre ellos.- Ya estamos aquí, pequeño, tranquilo.
    Le susurraba al pequeño. Clopin le ofreció una mano libre a su otro sobrino, quien la aceptó al instante. Los otros tres hombres que habían ayudado en el rescate no eran conocidos suyos, pero la sola presencia de su tío Clopin ya suponía una gran Garantía.
    -¿A dónde vamos tío Clopin?-Preguntó Takahiro a su tío.
    -A la Corte de los Milagros.

    9 años antes de la Gran Revolución.

    Se declara un incendio repentino en uno de los barrios más pobres del Este de la ciudad. Las llamas devoran hogares y comercios. Pero la mayor pérdida de todas es la del hospicio. Un edificio que daba hogar a cerca de cincuenta niños. A los pocos días el juez emite un comunicado en el que se declara culpable a un hombre que sufría de delirios mentales. No hubo juicio, ni se mencionó si hubo confesión o no. El acusado fue torturado y ejecutado.
    En una ciudad manchada por el racismo y los prejuicios, esta tragedia logró reunir a un grupo de ciudadanos impulsó la idea de celebrar una fiesta para conmemorar la vida de esos niños. Un festival bien parecido a un carnaval, en el que todo se pone del revés, todo es juego y diversión. El Topsy-Turvy.

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    Edited by Drewelove - 4/5/2018, 01:06
     
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