Son de campanas de revolución [+18] (Akihiko x Misaki) 04/05/18

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  1. Drewelove
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    ¡Hola!
    Aquí os dejo el primer capítulo del Fic, este capítulo sí que es bastante fiel al inicio de la película. Habrá algunos que sí, otros que no. Sin embargo, para asentar el comienzo, lo quería hacer así. También, he calculado que necesitaré de 11 a 12 días para escribir cada capítulo. Intentaré ser lo más regular posible.
    Una curiosidad:
    Lutecia (en latín Lutetia, Lutetia Parisiorum o Lukotekia antes, en francés Lutèce) era una ciudad en la Galia prerromana y romana. La ciudad galorromana fue un precedente de la ciudad merovingia restablecida que es la antecesora de la actual París.


    SPOILER (click to view)
    1.Dos años antes de la Gran Revolución.
    La ciudad de Lutecia se extendía a pocos kilómetros de su posición, llevaba quince años fuera de la ciudad y los únicos recuerdos agradables que tenía de esa ciudad eran los de su infancia en el interior de la catedral, copiando textos antiguos, ayudando a limpiar y estudiando con el archidiácono. Pero cuando cumplió catorce años, el benefactor de su manutención se le presentó como padre adoptivo y dispuesto a costear una carrera de soldado que a él no le interesaba.
    Tenía muy claro que el juez tan solo quería utilizarle. No era normal que una persona con su fama hubiera adoptado a dos niños como sus hijos, porque había otro niño. Haruhiko, con quien compartía padre adoptivo y por ese mismo motivo, apellido. Usami, una única palabra, el terror de Lutecia. Mientras él se entrenaba y luchaba para escalar rangos hasta convertirse en capitán, su hermano estudiaba para convertirse en sustituto del diablo.
    -¡Capitán! -Se le acercó a caballo su mano derecha y mejor amigo, Hiroki Kamijou.
    La mente de Akihiko abandonó su letargo y le dirigió la mirada a su compañero con armadura y capa azul, como la de él mismo, sin embargo la armadura de Akihiko era dorada, no plateada como la de su compañero.
    -Es agradable volver a casa después de tanto tiempo ¿Verdad?-Akihiko no sabía que responder a eso, hacía años que no se sentía en casa.
    - Yo no tengo casa Hiroki.- Contestó sin un ápice de emoción en su voz. Llevaba así días, desde que emprendieron el viaje de vuelta su carácter se había agriado cada día más.
    Hiroki sabía por qué, conocía a Akihiko desde su primer entrenamiento. Era un niño con mucho potencial, sin embargo, él no encajaba entre soldados.
    -Vamos, Aquiles.- ordenó el capitón Akihiko Usami a su caballo. Su caballo emprendió su marcha hacia la ciudad, tras él Hiroki y su comitiva de soldados.
    Era un soleado seis de enero, en el que frio les había dado un respiro durante unos días y no había nevado en casi una semana. Todo apunto para el festival e Topsy-Turvy. Akihiko sabía del festival de mano de Hiroki. Mientras su amigo sí que había vuelto cada año a la ciudad que le vio nacer para visitar a sus padres, él había decidido quedarse en la academia de soldados disfrutando de la poca afluencia de soldados que se quedaban durante las vacaciones. Durante quince años, los libros y aquel único amigo habían sido su única compañía.
    Su amigo le contó la tragedia del infierno del hospicio y la peculiar tradición resultante. La ciudad bullía en actividad, banderines de colores colgaban de casa en casa, niños corrían risueños por las calles. El olor a pan recién hecho y carne a la brasa inundaba el aire. Atravesar el centro de la ciudad para llegar al palacio de justicia era todo un reto.
    Akihiko y Hiroki despidieron a la comitiva de soldados a la entrada de la ciudad, los soldados disfrutarían del día libre para reencontrarse con sus familiares antes de presentarse en el palacio de justicia al día siguiente. Ambos desmontaron de sus caballos y entraron la ciudad a pie. El olor la, música callejera, por un momento parecía que la ciudad había olvidado sus prejuicios racistas y disfrutaba en plena armonía. Akihiko sintió una punzada de celos. No era un secreto para él que su tez era algo más oscura que la del resto de los soldados, que cuando la daba el sol su moreno era mucho más intenso, casi parecía un gitano como los que ahora bailaban y actuaban en Lutecia. Se pasó toda su vida aterrorizado por lo que le podía pasar si le descubrían, las consecuencias eran en muchos casos, mortales, rehuyó del sol todo lo que pudo, manteniendo así su piel lo más pálida que podía. Se sentía ridículo y avergonzado de esconderse así.
    - Hiroki puedes irte ya a casa, tu familia te estará esperado- Dijo Akihiko a su amigo que, como él había desplegado su capa y la utilizaba como túnica para ocultar su armadura. Er amucho más fácil avanzar así por la ciudad.
    - Hace quince años que no vienes, no me arriesgaré a que mi capitán haga el ridículo al perderse en su propia ciudad.- Le provocó Hiroki con una sonrisa sincera.
    Akihiko no pudo evitar la sonrisa, la primera en días. Su amigo también le había comentado que a lo largo de los años que estuvo fuera hubo algunos cambios en las calles de la ciudad, como pasaba en todas las ciudades. Los incendios y derrumbamientos eran algo con lo que se convivía en la ciudad.
    - Puedo ver la catedral desde aquí.- Le contestó a su amigo. –Desde la plaza no tendré problema.
    Hiroki le devolvió la sonrisa a su amigo, por fin le veía algo más relajado.
    - Puedes irte tranquilo a casa, de verdad, Hiroki, ve a descansar. – Le insistió él.
    Su amigo le miró algo preocupado puede que no fuera a perderse en su camino al palacio de justicia y cubierto con su capa y el casco enganchado en la montura del caballo no parecía un soldado de alto rango.
    - De verdad, ve con tu familia.- Insistió de nuevo.
    Hiroki se miró a su alrededor para terminar de convencerse y se encogió de hombros como resultado de su veredicto mental.
    - Está bien, muchas gracias, Capitán. –Le hizo una leve inclinación de la cabeza aún sonriente.
    Akihiko hizo una media sonrisa con la boca cerrada.
    -Nos vemos mañana en el Palacio de justicia.-Se despidió de él. Hiroki se subió de nuevo a la silla de su caballo y lo espoleó para dirigirse a por una calle hacia el oeste de la catedral.
    -Vamos, Aquiles.- Estiró el capital de las riendas de su caballo y se adentraron lentamente al centro de la ciudad.
    Se encontró con cosas que no recordaba. Negocios nuevos, casas repintadas, gente que no reconocía.
    - Esto es increíble.-Murmuró para sí. – Te vas unos cuantos años y lo cambian todo. Miró a su alrededor, los edificios, los negocios, no identificaba nada. El capitán miró a su caballo que esperaba órdenes.- Voy a tener que preguntar, en mi propia ciudad.
    Afortunadamente, pasaron dos guardias de la ciudad muy cerca de él, ambos distraídos por el bullicio del evento. Los identificó por el uniforme gris y los cascos metálicos. El uniforme de los guardias de la ciudad parecía ser lo único que no había cambiado en esos quince años.
    - Disculpen caballeros, ¿podrían decirme…?- pero los guardias hicieron como si no lo hubieran oído y prosiguieron su camino.- O talvez no.- Concluyó Akihiko.
    Tiró de nuevo de las riendas de su caballo para seguir adelante. Desde su posición seguía viendo el campanario de la catedral, podía seguir con su estrategia de avanzar hasta la plaza y allí se ubicaría mejor. En aquel momento le llegó a los oídos el sonido de una pequeña trompeta y un tintineo juguetón. Miró a ambos lados en busca de la fuente del sonido y, de pronto se topó con una pequeña cabra de pelaje gris, cuernos medianos y un aro de oro en la oreja derecha, trotando y bailando al son de la música. A su lado un gitano con ropajes ajados, sentado sobre una piedra desprendida de la pared tocando aquel oxidado instrumento. La estampa de la cabra juguetona, bailando al son de la música era lo más extraño y a la vez tierno que había visto en mucho tiempo.
    -¡Mira, mamá!- Le sorprendió la curiosidad de una niña pequeña que se había acercado a ver la actuación del animal.
    La madre tomó la mano de la niña de forma violenta y tiro de ella hacia sí como si temiera algún tipo de contacto.
    -¡Mantente alejada, niña!-La regañó mientras tiraba de ella.-¡Son gitanos!, ¡nos lo robarán todo!
    Aquellas palabras no pasaron desapercibidas para Akihiko, sintió un nudo en la boca del estómago. Sabía muy bien cuál era la situación de aquella ciudad, una fiesta al año no iba a mejorar mágicamente los prejuicios de los ciudadanos de Lutecia. Tragó saliva y sacó un par de monedas del bolsillo de su capa para echarlas al sombrero que tenían allí la cabra, el gitano con la ajada trompeta y …el chico de la pandereta.
    Un chico delgado y atlético, de tez bronceada, su cabello era castaño y liso, los machones desordenados bailaban alrededor de su rostro y sus enormes y brillantes ojos verdes como dos esmeraldas. Dos pequeños aros dorados colgaban del cartílago superior de su oreja derecha. Llevaba una blusa blanca holgada y abierta hasta el nacimiento de su pecho y un pañuelo de color rosa y ajado atado en su brazo izquierd; unos pantalones cortados a la altura de las espinillas de color morado y un fajín ancho de color verde con decorativos motivos en hilo amarillento unían ambas prendas. Anudado a su cadera llevaba un pañuelo lila del que colgaban adornos en forma de pequeñas monedas de un material dorado. Agitaba una pandereta y la golpeaba contra su mano libre al ritmo de su baile. Se contoneaba y saltaba de forma casi sensual, como si su cuerpo y mente se hallara atrapada en la música.
    Cuando el chico se giró hacia el soldado, el capital ya lo miraba desde hacía unos instantes. Los ojos verdes del chico se encontraron con los ojos violetas del capitán, el bailarín se detuvo, presa de aquellos ojos, por un instante fue como si el tiempo se detuviese. Los labios de Akihiko se separaron como si fuera a decir algo, pero ni un solo sonido salió de su garganta. El joven gitana hizo una media sonrisa y agito de nuevo la pandereta como si le estuviera saludando con el instrumento. Casi sin notarlo, Akihiko, hizo una ligera sonrisa.
    Un silbido interrumpió la actuación de los gitanos, quienes se apresuraron a levantarse y a salir corriendo, pero cuando el chico de ojos verde fue a recoger el sombrero con monedas, los guardias de la ciudad ya estaban allí. El chico apretó el ajado sombrero lleno de monedas contra su pecho cuando uno de los guardias lo agarró violentamente de ambos brazos por la espalda.
    - Muy bien, gitano, ¿de dónde has cogido ese dinero?- dijo el segundo guardia que se le acercó de frente al chico con la intención de cogerle aquel sombrero viejo.
    El chico forcejeó para liberarse pero le fue inútil.
    - ¡Para vuestra información, me lo he ganado! – les contestó a ambos guardias,
    - ¿Ganado? – se burló de él el guardia que lo mantenía sujeto.- Vosotros no ganáis nada.
    El capitán Akihiko, que había sujetado su espada con mano férrea desde que se acercaron los guardias, decidió dar un paso adelante dispuesto a zanjar aquella situación.
    - ¡Vosotros solo robáis!- se mofó el otro guardias mientras tiraba del malgastado sombrero.
    - ¡Vosotros los guardias sabéis mucho sobre robar!- Les escupió el chico.
    - ¡Delincuente!- Le escupió el otro guardia con una sádica sonrisa.
    Pero poco le duró la risa. El joven gitano de ojos verdes tomó impulso y le asestó una patada en la mandíbula al guardia que tenía frente a él, después inclinó su cabeza hacia atrás con fuerza y le golpeó al guardia a su espalda en la nariz. Akihiko se detuvo en seco, abrumado por la defensa del joven. Los guardias le soltaron para atender sus heridas por un segundo, un segundo que el chico aprovechó para salir corriendo calle abajo, pasando por el lado derecho del capitán.
    - ¡A por él!- Gritó el guardia que se sujetaba la mandíbula con una mano mientras el otro se sujetaba su sangrante nariz con ambas manos.
    El capitán reaccionó rápido a aquella situación y tiró de las riendas de su caballo para cerrarles el paso a ambos guardias. El del golpe en la mandíbula no pudo frenar a tiempo y se estampó contra el trasero del noble Aquiles. Soltó un quejido sordo y calló al suelo.
    -¡Aquiles, sentado!- le ordenó su capitán y acto seguido, el corcel se sentó como si de un perro se tratase.
    El soldado soltó otro quejido al sentir el peso del trasero del caballo sobre su espalda. El ridículo de ambos guardias no pasó desapercibido para nadie y las risas no tardaron en envolverles.
    - ¡Caballo malo!, ¡muy malo!- Exageró el capitán Akihiko. - ¿Lo siento, no puedo llevarlo a ninguna parte!
    Las risas de los ciudadanos se agruparon en torno a ellos mientras los soldados se sonrojaban de rabia y vergüenza.
    - ¡Quítame esto de encima!- se quejó el guardia en el suelo.
    El otro guardia desenfundó su daga y apuntó directamente al capitán Akihiko.
    - ¡Te voy a dar una lección, plebeyo!- Le amenazó y las risas se erradicaron.
    Rápidamente, el capitán se retiró la capa dejando a la vista su armadura dorada y desenfundó su espada larga para apuntar con ella a aquel guardia.
    - ¿Qué decía teniente?- le preguntó.
    El teniente de la guardia palideció casi al instante, dejó caer la daga al suelo e hizo un torpe saludo militar.
    - Ca-capitán ¡A su servicio!- tartamudeó preso de los nervios.
    El capitán Akihiko Usami bajó la punta de su espada hacia el otro guardia.
    - Honorables guardias, seguro que tienen un día muy ocupado pero, ¿podrían indicarme el camino al Palacio de Justicia?

    · · ·


    Hiroki Kamijou desmontó a la entrada de su casa familiar. Una humilde casa de dos estancias y buhardilla donde había nacido y crecido junto con sus padres y los padres de su padre, de los que en aquel momento solo quedaban sus padres con vida. Enganchó a su dócil corcel con un fácil y flojo nudo de cuerda al poste exterior de la casa y le desató las riendas del rostro y boca. Acto seguido desengancho su bolsa de equipaje y entro en su dulce hogar.
    - ¡Madre, padre!- Les llamó con la sonrisa en los labios.
    La primera en salir de la estancia, que funcionaba como los aposentos de sus padres, fue su madre, limpiándose las manos en el delantal. Una enorme sonrisa se dibujó en sus labios.
    - ¡Hiroki!- corrió hasta él con las manos extendidas y atrapó entre sus brazos. Su hijo se inclinó sobre la menuda mujer para corresponder a su abrazo.- ¡Mi niño precioso!
    Hiroki se sonrojó un poco al oír esas palabras de cariño. No había nada mejor que estar en casa, aunque solo pudiera recibirle su madre. Su padre, por desgracia, llevaba meses en cama, enfermo del pecho y en el último mes no había hecho más que empeorar. Hiroki se temía lo peor.
    - Hola mamá- dijo él en su abrazo. – Yo también os he echado de menos.
    Su madre deshizo el abrazo y puso sus manos sobre el rostro de su hijo.
    - Mírate, todo un hombre.
    Hiroki hizo una sonrisa tierna al oír a su madre.
    - ¿Qué tal está padre? – preguntó él cambiando su tono a más serio. Se esperaba la peor de las respuestas, llevaba todo el camino de vuelta preparando su mente para recibir la peor de las noticias pero, para su sorpresa, su madre recibió esta pregunta con una sonrisa.
    Ella le tomó de la mano para arrastrarlo hacia la estancia de los aposentos parentales. Hiroki dejó caer al suelo su bolsa de viaje antes de entrar en la estancia. Al entrar se encontró con su padre en la cama, como la última vez que fue a visitarles, sin embargo, esta vez su padre se hallaba sentado sobre la cama con las manos sobre su regazo, sus gafas de media luna al borde de su nariz y una sonrisa de oreja a oreja. Hiroki se sorprendió tanto que no le salían las palabras.
    - Es maravilloso ¿no crees?- le dijo su madre presa de la emoción.
    - Milagroso, diría yo.
    Su padre sonrió aún más y alzó los brazos para recibir el abrazo de su hijo, quie no dudó ni un instante.
    - Es todo gracias a ese fantástico médico nuevo.- su madre siguió relatando. – Es un joven excepcional,
    Hiroki deshizo el abrazo para observar a su padre y asegurarse de que lo que veían sus ojos era real. Su padre parecía mejorado. Seguía en la cama, sí, pero sentado y consciente.
    - Tu madre se ha enamorado del nuevo médico.- Bromeó su padre.
    - ¡Qué tonterías dices querido!- Contestó su madre.- Aunque no me extrañaría que las mujeres no le dejasen respirar, es un hombre muy agraciado.
    - ¿Ves?- Volvió a bromear su padre- Completamente enamorada.
    Hiroki soltó una risa ronca por la alegría que le provocaba ver a su padre en tan buen estado, casi no se lo creía. Los golpes en la puerta de madera interrumpieron su charla, su padre miro a su madre con una mueca burlona y ella le golpeó el hombro de forma juguetona.
    - ¡Ya está aquí!- Dijo alegremente. –Las dos visitas a la semana nos salen un poco caras, pero la mejoría es indiscutible.
    Su madre se dirigió a la puerta principal con un correteo nervioso. Hiroki le dirigió una mirada de preocupación.
    - Yo pagaré estas visitas. –dijo totalmente convencido.
    Su padre hizo un gesto con la mano como diciendo que no tenía importancia.
    - Ahorra tu dinero hijo, nosotros nos las podemos arreglar.
    Hiroki no tenía muy clara aquella estrategia de su padre, con él enfermo y el poco dinero que ganaba su madre como costurera, agotarían sus ahorros en cuestión de meses.
    -Hiroki cielo, ¡ven!- Lo llamó su madre justo cuando iba a replicar aquella estrategia, pero acababa de llegar y no quería empezar algo que pudiese desembocar en una discusión. Así que respiró hondo y se dirigió a la estancia principal de su hogar.
    Allí junto a su madre se hallaba un hombre altísimo, de tez pálida, espalda ancha y complexión atlética. Su cabello liso y moreno ofrecían un hermoso contraste con sus ojos azules. Sus rasgos eran finos y delicados mientras sus ojos eran profundos. Vestía con una blusa blanca, unos pantalones oscuros a juego con su chaleco que llevaba completamente abierto, también su larga capa. Colgando de su mano izquierda llevaba un bolsa de piel oscura en la que seguro llevaba todos sus utensilios médicos.
    - Doctor, este es mi hijo, Hiroki, soldado del ejército bajo el mando del capitán akihiko Usami. El mejor de los pelotones.
    Hiroki se sintió algo incómodo entre tanto halago y frente a la presencia de aquel hombre tan imponente.
    - Encantado, soy Nowaki Kusama.- dijo tomando él la iniciativa en la presentación.- Su madre me contó que ha estado varios meses fuera. Bienvenido a casa.

    · · ·


    El Palacio de justicia era toda una fortaleza, un bastión inquebrantable. Si alguien ingresaba preso, más del setenta por ciento de las veces salía cadáver. Akihiko nunca volvió de la academia de soldado en vacaciones puesto que su padre adoptivo había dejado claro que, de volver, debería vivir con él en el Palacio de justicia. Cuatro pisos por encima de las mazmorras donde torturaban hasta la muerte a los presos.
    Su padre adoptivo le esperaba allí mismo, en las mazmorras desempeñando una de sus actividades favoritas, asistir a una tortura. El disfrutaba del espectáculo de pie frente al acusado encadenado al techo y al sicario que le daba un latigazo tras otro. Su figura era totalmente siniestra, envuelto en una túnica negra y larga y su sombrero negro y morado del que colgaba un pañuelo rojo, el símbolo del mayor representante de la justicia en Lutecia.
    - Deténgase.- Le ordenó el juez. A lo que el torturador detuvo su actividad para dirigirle su atención. –Espacie más los latigazos, si los hace demasiado seguidos el dolor del primer latigazo se une al del segundo y acaban perdiendo el conocimiento demasiado pronto.
    - Sí, señor.- Asintió el torturador antes de seguir con su trabajo.
    Akihiko esperó en el sombrío pasillo a que su padre adoptivo acabara aquella exhibición de poder entre gritos y lágrimas de desesperación del prisionero. Akihiko esperó con las manos a su espalda y mordiéndose el interior de los carrillos para aguantar la compostura.
    - ¡oh, hijo mío!- Lo saludó su padre cuando se dio cuenta de su presencia. Avanzó hasta él y posó sus huesudas manos sobre los hombros de un Akihiko adulto que ya era más alto que él.- Capitán del pelotón con mayor número de victorias del reino y, a partir de hoy, también de la guardia de la ciudad de Lutecia.
    - Me presento para el deber, como mandasteis, excelencia.- Le contestó sin ningún ápice de emoción en su voz.
    El juez Fuyuhiko hizo una media sonrisa siniestra y asintió en silencio.
    - Veo que mi inversión para tu educación ha sido bien aprovechada, tu reputación te precede, hijo mío.
    Cada vez que el juez pronunciaba esas dos palabras, “hijo mío”, Akihiko notaba como se le formaba un nudo en el estómago. Tenía muy claro que para el juez él era un instrumento para sus planes y debía andarse con cuidado con él.
    - Espero un gran servicio por tu parte, Akihiko.- Prosiguió él.
    - Y así será, señor, se lo garantizo.-Respondió el capitán con el protocolo que le habían enseñado durante años en el entrenamiento para soldado.
    - No lo dudo, Capitán, pero.. Salgamos de aquí. – Le dijo mientras pasaba por su lado y caminaba pasillo arriba hacia la salida de los calabozos.- Hay algo que quiero enseñarte.
    Akihiko siguió a su padre adoptivo fuera de los calabozos y hasta tres pisos más arriba donde se encontraba el despacho del juez. El balcón de aquel nivel ofrecía un vista panorámica de la ciudad que era una delicia. El juez salió al balcón y se detuvo junto a la barandilla para esperar a su hijo adoptivo.
    - Has vuelto a Lutecia en su peor momento, hijo.-Sentenció el juez.- Hará falta una mano firme para erradicar la tentación, la brujería y el pecado de esta sociedad.
    - ¿La tentación, Señor?- Respondió él a la espera de una mejor explicación.
    El juez alargó la mano y señaló el centro de la ciudad, no muy lejos del Palacio de Justicia. Allí donde aquel seis de enero se mezclaban las risas y la música.
    - Los gitanos, capitán.-Respondió el juez.- Viven fuera del orden establecido, sus métodos prohibidos influyen en los instintos más primarios de los humanos y deben ser detenidos, erradicados.
    Aquellas palabras denotaban la avanzada locura del juez.
    - He vuelto de las campañas de guerra para capturar a adivinos y feriantes, ¿No es así?- Se atrevió a desafiar a su padre adoptivo. Y entonces una imagen de aquel gitano bailarín de ojos verdes cruzó la mente del capitán. A penas una imagen, un recuerdo fugaz y sintió una sensación extraña en sus adentros que nunca antes había sentido.

    - ¡oh! Pero la verdadera guerra, Capitán, es lo que tiene usted ante sus ojos.- Prosiguió el juez colocándole una mano en su hombro y con la otra señalándole la ciudad.- durante más de veinte años me he hecho cargo de esos gitanos…-El juez se acercó a la barandilla donde corrían por un ladrillo tres indefensas hormigas.- Uno…-Aplastó la primera hormiga- por…-Aplastó la segunda.-Uno.-Aplastó la tercera.

    Akihiko miró a su padre adoptivo y a las calles y de vuelta al juez.
    - Y a pesar de todo mi empeño, han sobre vivido ,en esta, mi ciudad.- Dijo a la vez que levantaba aquel ladrillo de la barandilla y dejaba al descubierto el nido de hormigas.- Mi teoría es que tienen un refugio secreto, una red de comunicación que les mantiene a salvo, un nido.- El juez soltó un bufido de superioridad. – Sabemos que algunos hablan de algo llamado…La Corte de los Milagros.
    El capitán apretó las manos a su espalda tratando de mantener la compostura, su padre adoptivo estaba empezado en su plan de limpieza racial.
    - ¿Y qué propone señor?- Preguntó él temiendo la respuesta. A lo que su padre adoptivo no contesto con palabras, sino con una risa siniestra y acto seguido dejó caer brutalmente el ladrillo en su sitio y lo arrastró concienzudamente para cerciorarse de que había matado a todas las hormigas del nido.
    - Muestra su punto de vista de manera muy clara, señor.-Respondió el capitán.
    Su padre adoptivo le dirigió la mirada sin dejar de sonreír.
    - Me gusta lo que han hecho de ti en la academia, hijo.- Se reafirmó él. El estruendo de la fiesta en la ciudad atrajo la atención del juez.- ¡arg! El deben nos llama.Si no me equivoco, aún no has asistido a ningún festival de Lutecia ¿Cierto?
    Akihiko negó en silencio.
    - Acompáñame, hijo mío, será una experiencia muy educativa.

    · · ·


    En la plaza de la catedral ya no cabía ni un alfiler, las únicas estancias completamente despejadas eran el escenario principal, reservado para los artistas y el palco para el juez Fuyuhiko Usami. Las gentes de Lutecia se agolpaban y divertían todos juntos sin importar la clase social o la procedencia.
    El juez llegó en su tenebroso carruaje, acompañado de su guardia y su capitán a caballo tras la comitiva. El juez tomó asiento en su palco y su capitán permaneció en pie a su derecha.
    De pronto un gitano vestido con ropajes de bufón, un sombrero con pluma y antifaz , saltó sobre el escenario.
    - ¡Venid! ¡Llegad! –llamaba la atención del público.-¡ Hoy no hay que trabajar, hoy no hay reglas que cumplir! – Los ciudadados vitorearon aquellas palabras del bufón mientras saltaba de un lado a otro del escenario.- Hoy el diablo es el que mueve nuestros pies, porque en este día todo está al revés Ya en la fiesta nadie es nadie si no es bufón.
    La música sonaba por todos los lados, se respiraba el ambiente de fiesta. Akihiko nunca había visto aquella plaza tan animada. Era una imagen tremendamente extraña para él.
    - ¡ Llegad, venid! Ahora es tu oportunidad si no es sueño es realidad ¡Venid, llegad! Aquí esta la gran verdad ya conquista la ciudad el bailarín de ojos esmeralda ¡ya!
    Las palabras del bufón le pillaron completamente desprevenido. Con su puño en alto dejó caer algo sobre el escenario que, al tocar el suelo, estalló en un humo violeta. En un segundo el bufón desapareció y de la bomba de humo saltó un chico joven de complexión delgada, pero atlética. De tez bronceada, cabellos castaños oscuros y enormes ojos verdes que brillaban como dos esmeraldas. ¡Era el joven de aquella misma mañana!
    Sin embargo para su actuación llevaba puesto unos pantalones bombachos rojos que se ceñían a su cintura por un estrecho fajín dorado y a sus tobillos con cintas del mismo color. En la parte superior llevaba un chaleco corto del mismo color rojo fuego de sus pantalones y abrochado con apenas tres botones dorados. De los tirantes del chaleco salían dos mangas de tela roja traslucida. Estas mangas se ajustaban a la altura de sus codos y en cada muñeca, numerosas pulseras doradas.
    Akihiko volvió a sentir aquella sensación en su interior, aquel cosquilleo que le empujaba a querer estar más cerca de aquel joven.
    - Mira que espectáculo tan bochornoso.-oyó como se quejaba su padre adoptivo.
    A lo que él solo pudo hacer media sonrisa de satisfacción y responder:
    - Sí, señor.
    El bailarín saltaba, brincaba y se contoneaba por el escenario. En un momento de su coreografía el bailarín sacó un pañuelo lila del bolsillo de su pantalón y con una pirueta magistral saltó al palco del juez. Akihiko se tensó, de pronto estaba tan cerca que no sabía cómo reaccionar, pero su atención no iba dirigida a él. El bailarín se acercó a su padrastro y le envolvió el cuello con el pañuelo. Tiró del pañuelo hacia él con una mueca desafiante y antes de que el fuez pudiera hacer nada le golpeó en el sombrero para burlarse de él.
    El público rió a carcajadas, era todo un desafío acercarse tanto al juez Fukuhiko y burlarse así de él. Con otro salto magistral, el bailarín volvía a estar en el escenario. Rápidamente el juez se quitó el pañuelo del cuello y recolocó el gorro con una expresión de rabia.
    En un movimiento rápido le arrebató la lanza a uno de los guardias y con un fuerte salto la clavó en la mitad del escenario, tras esto se abalanzó sobre ella y se columpió a su alrededor hasta llegar a la base. La ovación fue general, todos aplaudían y vitoreaban, todos menos el juez quien apretaba con todas sus fuerzas el pañuelo entre sus mano y apretaba los labios de pura rabia.
    - Ya llegó el momento que esperábamos, -Reapareció el gitano vestido de bufón mientras el bailarín de ojos verdes recogía la lanza del escenario y se la daba de nuevo al soldado.- ahora si veréis que os reservábamos¡Es hora de coronar al rey bufón!
    La gente de la plaza soltó una ovación de júbilo y se acercaron al escenario aquellos que portaban los disfraces más ridículos. El bailarín de ojos verdes se apresuró a ocupar su lugar en el escenario junto al gitano vestido de bufón.
    - ¿Recordáis al rey de hace un año? – Las risas volvieron una vez más a la plaza.-Debéis portar mascaras horribles y diabólicas, caras feas que parecen gárgolas- Gritó el bufó mientras El bailarín de ojos verdes subía a algunos de los candidatos al escenario.-Ganara el mas feo Elegir al rey bufón.
    En un momento del discurso, empujaron a una persona al escenario, no pasaba nada, siempre había alguien que no quería presentarse al concurso y lo acababan convenciendo. Ya estaban los siete candidatos sobre el escenario. Cuatro elegidos por el bailarín y tres arrastrados por la muchedumbre.
    - ¡Monstruos alzad cabezas! ¡Que os van a llamar su alteza!- Gritó Clopin.
    El juego consistía en que cada candidato debía ofrecer su mueca más horrible al público y el ganador se convertía en el rey del día. El bailarín fue descartando los candidatos a petición del público. Su cabra, animal que ya conocía Akihiko, subió al escenario para ayudarle a completar la tarea. Todo era muy divertido y lleno de emoción hasta que llegó al último concursante.
    El joven gitano se detuvo en seco. Conocía ese rostro. El público cruel le ovacionaba, burlándose de él. Aquel último joven del concurso era el hijo de los panaderos de aquella plaza. Un joven de quince años con Síndrome de Dawn. Misaki le conocía, más de una vez les había dado pan para los niños más necesitados de su comunidad, era un alma buena, de esas que la sociedad no se merece. Lo habían arrastrado hasta el escenario en contra de su voluntad. El pobre chico estaba asustado, claramente no quería estar allí. Pero el público vitoreaba y se mofaba de él, lo que rían como rey, “Rey de los monstruos” como se les declaraba a aquellos que salían elegidos. Clopin también lo había identificado.
    Cuando Misaki le dirigió una mirada de socorro, su tío se acercó a él rápidamente y le susurro.
    - Todo controlado. Lo haremos bien.
    Pero Misaki no estaba tan convencido.
    - Señoras y señores, queríais la cara más horrorosa de Lutecia, ¡y aquí esta!- Proclamó.
    Clopín y Misaki le tomaron de las manos.
    - No dejaremos que nadie se pase contigo.- Le murmuró Misaki al muchacho.
    Le acercaron el trono con el cual le darían una vuelta por la plaza y el chico solo accedió a subirse si seguía cogido de las manos de sus dos guardaespaldas. Los ignorantes ciudadanos ovacionaban el momento. Akihiko miró al juez esperando algún tipo de reacción ante aquel despliegue.
    Clopin le coronó al chico con suma ternura, a pesar del contexto que les rodeaba. Misaki no podía ocultar su desaprobación, aquello era una burla y un insulto, no solo hacia aquel chico, sino hacia todo lo que defendía. No podía defender la igualdad entre su pueblo y la gente de Lutecia y luego hacerle aquello al hijo del panadero. La igualdad era para todos. Pero el nuevo rey no tuvo si quiera oportunidad de subir a su trono, pues un tomate podrido surcó la plaza y aterrizó sobre su rostro.
    De pronto se hizo el silencio.
    Misaki y Clopin buscaron al culpable con la mirada, pero lo que sucedió a continuación fue aún peor. El pueblo de Lutecia comenzó a reír, se reían de él y entonces otra persona tiró otro tomate, y luego otro y otro, la verdura podrida volaba hacia ellos. Cuatro hombres lanzaron cuerdas al escenario, subieron y empujaron a Clopin y a Misaki, fuera del alcance del hijo del panadero. El pobre chiquillo pedía ayuda mientras lo amordazaban.
    - ¡Aquí tenemos al rey de los monstruos!- Se mofó uno de los guardias.
    El capitán Akihiko ya no podía soportar más aquella situación.
    - Señor, permiso para disolver esta situación.- dijo con marcado tono de enfado.
    Pero la respuesta del juez fue enseñarle la palma de la mano en señal de que guardara silencio.
    - Espere capitán, de esta situación se aprende una lección.
    ¿Una lección? ¿Qué lección? ¿La lección de que todo aquel que desee puede ejercer la fuerza sobre otro para sentirse superior?, ¿la lección de que solo los de tez blanca tienen derechos?
    - ¡Ya basta!- Akihiko reaccionó a la voz del joven gitano de ojos verdes como esmeraldas que había ocupado el espacio entre agredido y agresores empuñando una daga de manera amenazante.- ¡Esto no tenía que salir así!
    El capitán estaba totalmente sorprendido de la valentía de aquel joven.
    - ¡tú! ¡Chico gitano!- Dijo el juez señalándolo de forma amenazadora con uno de sus huesudos dedos.- ¡Baja del escenario ahora mismo!
    Misaki apretó los labios y se puso al lado del hijo del panadero.
    - Por supuesto, su excelencia. Bajaré del escenario tan pronto como libere a este pobre hombre.- Declaró el joven valiente.
    - ¡Te lo prohíbo, gitano!- pero antes de que pudiese acabar su amenaza, Misaki ya había cortado las cuerdas que mantenían preso al pobre chiquillo.
    El público soltó una exclamación de entre asombro y temor por aquella tremenda desobediencia por parte del joven.
    - ¿Cómo te atreves a desafiarme?- Exclamó el juez Fuyuhiko Presa del cólera.
    Misaki señaló con su mano libre al juez en un gesto de rabia.
    - ¡Maltratáis a este pobre chico del mismo modo en el que maltratáis a mi pueblo!- Le espetó.- ¡Habláis de justicia pero sois cruel con aquellos que más necesitan de vuestra ayuda!
    - ¡Silencio!- Le amenazó el juez.
    - ¡Justicia!- Gritó Misaki con el puño de su mano libre alzada.
    La plaza entera soltó otra exclamación ante aquel duelo tan atrevido por parte de un simple chico gitano y el mayor representante de la justicia en aquella ciudad. Misaki se giró de nuevo hacia el chiquillo, hijo del panadero, y le ayudó a levantarse del suelo y deshacerse de todas las cuerdas.
    - Recuerda mis palabras gitano, serás castigado por esta insolencia.
    Lleno de rabia contenida y agotado de sentirse amenazado, Misaki decidió dar un paso más tomó a corona de la cabeza del chiquillo y se la enseñó al juez.
    - Parece que hemos coronado al loco equivocado.- Le gritó al juez.-El único loco que veo aquí, ¡sois vos!
    Acto seguido Misaki lanzó la corona hacia el palco, que aterrizó a los pies del juez. El juez se giró hacia el capitán Akihiko, lleno de rabia.
    - ¡Capitán, arréstele!
    El capitán se vio en una situación de la que no quería formar parte, pero por su rango, debía obedecer. Chasqueó los dedos y señaló a algunos de los guardias para que fueran a por él. Misaki empujó al joven para apartarlo de la problemática situación que se le venía encima.
    - A ver… uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…-Contó los guardias que se le acercaban mientras los señalaba con el dedo.- Así vosotros sois diez y yo solo uno.- Misaki se sacó un pequeño pañuelo del interior del chaleco y fingió que lloraba.- ¿Qué debo hacer?
    Entonces el joven gitano estornudó en el pañuelo que estalló en una nueve de polvo púrpura y el joven gitano desapareció. La plaza estalló en una exclamación de sorpresa.
    - ¡Brujería!- Dijo el Juez con voz tenebrosa.
    ¿A dónde habrá ido? ¿Cómo lo habrá hecho? Eran algunas de las preguntas que se hacía la gente de la plaza.
    - ¡Capitán!- Le llamó su padre adoptivo lleno de ira- ¡Quiero que se busque a ese gitano, sin descanso! ¡Nadie me desafía así y se queda sin castigo!
    Akihiko miró a su padre adoptivo sin una pizca de emoción en los ojos. Era su expresión de soldado, una mueca muy útil para esconder lo que realmente opinaba de aquellas medidas. Un trueno surcó el cielo nublado sobre la capital

    Me encantaría leer vuestras opiniones


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    Edited by Drewelove - 6/5/2018, 19:44
     
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