Son de campanas de revolución [+18] (Akihiko x Misaki) 04/05/18

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  1. Drewelove
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    Hola a todos:
    Aquí os dejo el capítulo 2, en el que aún hay escenas icónicas de la película, pero en el que también me despego de la trama conocida para empezar a desarrollar la mía propia. Sinceramente no puedo parar de imaginarme a Misaki con el vestuario Male-version de Esmeralda, me parece muy sexy y guapo así.
    En cuanto al tiempo de publicación, me parece que voy a necesitar dos semanas entre capítulos para que me de tiempo a todo.
    Que lo disfrutéis:


    SPOILER (click to view)

    2. Dios ayude a los proscritos, o nadie lo hará




    Empujó la pesada puerta de madera y entró al templo, cubierto por un ajada capa y sujetando sobre su espalda a su fiel compañero animal. Con su peculiar disfraz, parecía un encorvado anciano que entraba en la catedral para rezar. Mientras los guardias rodeaban la plaza y las calles cercanas al templo, el sujeto de la búsqueda se les escapaba a plena vista.
    Nadie se dio cuenta de su elección de escondite, o bueno, casi nadie.
    Al entrar en el templo, se agachó para que su fiel compañero peludo pudiese bajarse de su espalda. Se arropó de nuevo con la capa mojada a causa de la llovizna. Podría esperar allí dentro hasta que los soldados se cansaran de buscarle y parase de llover. Y esperaba que ambas cosas sucediesen pronto, necesitaba volver a su hogar lo antes posible. Le hizo una señal a su amigo peludo para que se mantuviera a su lado. La nave central de la catedral quedaba iluminada por la escasa luz que entraba por las vidrieras de la capilla. Los tres niveles de arcos y las altísimas bóvedas de crucería le hacían sentirse muy pequeño e insignificante allí dentro. El atuendo de bailarín que llevaba bajo la capa no era muy apropiado para el interior del templo religioso, si hacía la vista atrás, el último recuerdo que tenía del interior de la catedral era de la última visita que hizo con sus padres y su hermano. La última visita antes de que el juez Fuyuhiko mandara a sus padres a la guillotina.

    Los murmullos de los oradores, procedente de las capillas laterales parecían increíblemente lejanos. Solo tenía que pasar desapercibido durante algunas horas y al anochecer podría volver a su hogar. A sus pasos lentos y cautelosos se le unieron unos pasos pesados que contenían un tintineo metálico. Sonaba a su espalda y cada vez más cerca de él. Misaki paró en seco y se preparó para defenderse. Cuando los pasos estaban peligrosamente cerca de él, respiró hondo y se movió rápido con la esperanza de pillar desprevenido a su atacante. Se giró sobre sus talones, se agachó para esquivar cualquier golpe dirigido a su cabeza y le arrebató la espada a su contrincante.
    Solo cuando alzó la espada para apuntar al cuello de su contrincante se fijó en que su uniforme y armadura no era de color grisáceo, sino dorado. No era un soldado cualquiera, era aquel soldad que había visto aquella mañana en la calle y junto al juez durante los festejos. El miedo inundó su pecho, aquel soldado era enorme, mucho más alto que él y sin duda entrenado para acabar con el enemigo y si era tan cercano al juez Fuyuhiko, probablemente, tendría tan pocos escrúpulos como él. Apuntó con la punta de la pesada espada al cuello del soldado quien había alzado ambas manos en señal de rendición. Aun así, no se atrevía a dirigir su mirada a los profundos ojos violetas de su contrincante. Temía que el mínimo contacto visual delatara el temblor de sus piernas.

    - Te agradecería que bajaras la espada, ya me he afeitado esta mañana. –Le dijo aquel soldado casi en tono bromista.
    - ¿Ah, sí?- Le contestó Misaki no dispuesto a caer en su juego.- Pues parece que te has dejado un trozo.- dijo empujando una vez más la espada hacia su cuello.
    El capitán Akihiko dio un pequeño paso hacia atrás para protegerse.
    - Está bien, está bien.- respondió el capitán dando un cauteloso paso hacia el joven gitano- Al menos deja que me disculpe.
    Aquella respuesta pilló totalmente desprevenido a Misaki que bajó levemente la guardia al oír esas palabras.
    - ¿disculparte?
    Pero ya era demasiado tarde, la mano del capitán le arrebató la espada de sus brazos, le puso la zancadilla con un movimiento del pie y le empujó. Antes de que pudiera darse cuenta, Misaki, copeó el duro suelo de piedra con su trasero. Su peludo compañero acudió en su ayuda acercándole le hocico a la cara como para asegurarse que estaba bien.
    - ¡Hijo de la gran…!
    - ¡eh, eh!- le señalo el capitán.- Cuidado con lo que dices, estás en una iglesia.

    Misaki se levantó ágilmente del suelo y alargó la mano para tomar uno de los altos candelabros negros de varias velas.
    - Vaya, ¿eres siempre así de encantador o es que yo tengo suerte?- Con un rápido movimiento atacó al soldado con el candelabro, al cual se le cayeron y apagaron las velas al suelo debido al movimiento.
    El capitán se defendió del ataque con su espada, el joven gitano movió el candelabro para atacarle de nuevo, sin embargo, el elemento de hierro pesaba mucho y su contrincante era hábil con la espada. Aunque, únicamente se defendía de sus ataques, aún no había comenzado su ataque.
    Akihiko disfrutó de aquel enfrentamiento, la pasión de aquel muchacho hacía que su pecho se hinchara de emoción. Ese chico despertaba una reacción emocional en él que aún no sabía cómo identificar. Sin darse cuenta, una sonrisa había aparecido en sus labios.
    - Casi peleas como un hombre. –Se mofó del chico.
    Pero su atrevido comentario le costó un golpe demasiado cercano al que tuvo que reaccionar rápidamente, de pronto el joven gitano y él estaban muy cerca tanto, que solo la espada y el candelabro, enzarzados entre sí, se interponían entre ellos. Los ojos esmeralda del joven se toparon con los profundos ojos violeta del capitán.
    - ¡Qué curioso! Yo iba a decirte lo mismo. – Le contestó.

    Akihiko Usami empujó al joven hacia atrás para ganar espacio entre ellos en caso de que tuviera que defenderse de ellos.
    - Eso ha sido un golpe bajo, ¿no crees?- Le contestó el capitán.
    Misaki apretó los labios de rabia. Así que el suyo era un golpe bajo pero el del soldado no. Se iba a enterar.
    - No, esto lo es. –Dijo atacando directamente a su entrepierna, que el capitán paró en el último momento.
    Misaki aprovechó para cambiar el equilibrio de sus manos y asestar un golpe a la frente del capitán con el pie del candelabro. El capitán se alejó dando dos pasos hacia atrás y se llevó la mano libre a la frente mientras Misaki seguía en posición de ataque por si acaso.
    Y fue entonces cuando su compañero peludo tomó la decisión de defenderle y de un salto le asestó una cornada a la armadura dorada del capital. Él se quejó y traslado la mano libre de la frente a su abdomen, pestañeando de seguido para poder aclararse la vista. Su mueca al ver a la cabra que acompañaba al joven gitano.

    - ¡Oh! Tienes un crío. – Se mofó de nuevo el capitán, esta vez de la cabra mascota del joven.
    - Y no le gustan los soldados.- Le respondió Misaki manteniendo la postura de ataque.
    Akihiko hizo otra mueca de dolor intentando recomponerse de ambos golpes.
    - ¡agh!- se quejó.-Sí, ya lo noto.
    El capitán miró de arriba abajo a aquel joven envuelto en una ajada capa, más asustado que valiente, sujetando el candelabro con ambas manos. No iba a conseguir nada así.
    Para la sorpresa de Misaki, el capitán enfundó su espada, acabando así con el enfrentamiento. Un movimiento que le dejó tremendamente confundido.
    - Permíteme, soy Akihiko, significa «hombre brillante».- Nunca había presumido de su nombre, y en aquel momento sonaba increíblemente ridículo. El chico le miró con una ceja alzada en expresión de desconcierto, hasta la cabra le miraba con una ceja alzada. El capitán se sintió aún más ridículo.- ¿Y tú eres? –Trató de agilizar la conversación.
    Misaki alzó aún más su ceja sin deshacer su postura de ataque, candelabro en mano.
    - ¿Es un interrogatorio?- Le preguntó.
    - Más bien una presentación.
    El joven confió lo suficiente como para relajar sus brazos y bajar su improvisada arma.
    - ¿No vas a arrestarme?-Le preguntó al capitán.
    - No mientras estés aquí dentro, lo juro por mi honor.- Dijo el capitán llevándose el puño al pecho.
    Misaki finalmente confió y dejó el candelabro dónde lo había cogido.
    - No eres como los otros soldados.-Le dijo aún con el ceño fruncido.
    - Gracias.- Dijo con un leve asentimiento de su cabeza.
    El joven gitano dio un paso hacia él y se cruzó de brazos sobre el pecho.
    - Entonces, si no vas a arrestarme, ¿qué quieres?
    El capitán hizo una media sonrisa casi sin darse cuenta y dio un paso hacia el joven reduciendo, así, aún más el espacio entre ellos.
    - Me conformo con tu nombre.
    El joven miró hacia los ojos violetas del soldado, profundos y hechizantes. Había algo en él que le decía que podía confiarle ese tipo de información. Calcó en sus labios la media sonrisa del capitán.
    - Misaki.

    La atmósfera parecía mucho más liviana a su alrededor, como si el mundo hubiera quedado en silencio y solo quedaran ellos dos. El capitán nunca había sentido aquel tipo de sensaciones y de hecho, parecía que la atracción entre ellos les empujaba cada vez más y más cerca el uno al otro. Por eso cuando el joven gitano apartó la mirada de sus ojos hacia algo que sucedía tras él y cambió su rostro e apacible a una mueca de miedo y sorpresa, Ahikiko temió lo peor.
    Al girar sobre sus talones el capitán se encontró con la puerta de la nave lateral de la catedral, abierta y por ella apareció su padre adoptivo, seguido de una batida de soldados.

    - Bueno trabajo capitán, ahora arrestadle. –Le ordenó su padrastro. Akihiko sintió como su estómago se encogía.
    Misaki hizo un paso hacia atrás, muerto de miedo, aquel no era un soldado cualquiera, ¡era un capitán! y hasta su cabra notó el temor de la situación y corrió a esconderse detrás de su humano. El capitán Akihiko se giró rápidamente hacia el joven gitano de nuevo.
    - Acógete a sagrado. –Le susurró. Pero la respuesta del joven fue cambiar su expresión a ardiente odio hacia el capitán.- ¡Dilo!- Volvió a susurrar.
    Pero solo consiguió hacer fruncir aún más el ceño del joven.
    - Me has engañado.
    - Estoy esperando, capitán. –sonó la grabe voz del Juez Fuyuhiko cada vez más cerca de ellos.
    Entonces el capitán Akihiko volvió a girarse hacia su padre adoptivo y le mostró ambas manos en un gesto desarmado.
    - Se ha acogido a sagrado, señor.-Le respondió.- No puedo hacer nada.
    El juez dirigió una mirada llena de rabia al joven gitano y alzó su huesuda mano para apuntar a la puerta con su índice.
    - Entonces arrastradle fuera y…-Pero el juez Fuyuhiko no pudo acabar su orden, pues el archidiácono apareció en escena tras el joven gitano.
    - ¡Fuyuhiko!-Le llamó el archidiácono.-¡Vos no le tocaréis!- le espetó.
    El archidiácono caminó hasta quedarse a la altura del joven gitano.
    - No temáis joven, el juez aprendió hace mucho tiempo a respetar la santidad de este lugar.

    Y por fin Misaki sintió que alguien le decía la verdad. No podían arrestarle en el interior de la catedral, no si se había acogido a sagrado, algo que no había hecho, pero tampoco estaba dispuesto a corregir al capitán. Sin embargo, la expresión del Juez le ponía los pelos de punta, parecía que en cualquier momento saltaría sobre su cuello para degollarle. Y, por un momento, eso parecía exactamente lo que iba a pasar; pero entonces levantó la mano y con un gesto aireado mandó retirar a sus guardias.
    - Esto no queda así.-les amenazó.
    El juez marchó hacia la puerta de la nave lateral, pero aprovechó que los guardias ya estaban fuera y que la atención del archidiácono ahora se centraba en el capitán y en el joven gitano para esconderse entre las sombras de la misma arquitectura interior de la catedral.
    - Cualquiera que se acoja a sagrado quedará bajo la protección de estos muros.- Le aseguró el archidiácono al capitán y este asintió en silencio.- Puede ir en paz, Capitán Usami.
    Misaki le miró a aquel hombre con los ojos bien abiertos por la mención de aquel nombre. El capitán tenía el mismo apellido que el juez. Era uno de sus hijos. El archidiácono posó su arrugada mano sobre el hombro del capitán en un gesto casi paternal y lo acompañó a la puerta doble de madera.
    - Te veo bien, chiquillo.- Le susurró el archidiácono al capitán.- Casi pareces uno de ellos.
    - Nunca seré uno de ellos.-Le respondió él con voz solemne y rostro impasible.- Esta catedral siempre será mi hogar.
    El archidiácono hizo una media sonrisa de satisfacción, bajo todos esos años de adiestramiento seguía estando el niño inteligente que había crecido entre aquellos muros de piedra.
    Misaki observó durante unos instantes como albos hombres se dirigían a aquella puerta que dejaba entrever los cielos nublados de Lutecia. Seguido por la curiosidad que le despertaba aquel lugar, se giró sobre sus talones para admirar si arquitectura. Se sentía más seguro allí solo, había aprendido a desconfiar de todo aquel que no formara parte de su comunidad. Después de lo que le habían hecho a sus padres, no podía confiar en nadie de fuera de su círculo de confianza.
    Sin saber de dónde había salido, una férrea pero huesuda mano le cogió de la muñeca y le retorció el brazo a su espalda mientras otra mano le agarró su muñeca libre. El agarre le pilló tan desprevenido que de su garganta solo salió un ahogado quejido. De pronto la voz grave y amenazante del juez Fuyuhiko salió del costado de su cuello.
    - Crees que puedes escapar de mí, pero soy paciente.- Misaki trató de forcejear ante aquella amenaza, pero aquel hombre, aunque mayor, tenía la fuerza entrenada de años persiguiendo a inocentes por las calles de Lutecia.- Y los gitanos no aguantáis mucho en espacios cerrados.
    La risa ronca del juez estremeció a Misaki en un nuevo intento de forcejeo. El miedo de su interior golpeaba contra sus costillas. Entonces notó como el juez hundía su nariz entre sus cabellos y aspiraba con fuerza, Aquello lo aterró aún más
    - ¿Qué estáis haciendo?
    Por un instante el juez Fuyuhiko Usami pareció duda de sus actos, pero no tardó en recomponerse.
    - Tan sólo imaginaba como quedaría tu cuello con una soga a su alrededor.
    Misaki forcejeó de nuevo y esta vez, debido a la duda del juez logró escapar de su agarra y giró sobre sus talones para enfrentarse a él.
    - Sé muy bien lo que hacíais.
    El juez le miró sorprendido de nuevo, como si hubiera una fractura en su coraza. Pero o tardó en recomponerse y volver a dibujar aquella malévola sonrisa en sus labios.
    - ¡Qué listo eres brujo!- Le espetó.- Es típico de vuestra calaña retorcer la verdad e inundar la mente con deseos impuros.
    Misaki quedó aterrado con la convicción con la que aquel sujeto le acusaba de aquella sarta de locuras. Acto seguido el juez permaneció un instante en silencio que dedicó para mirarle de arriba abajo.
    - Bueno,- Dijo finalmente mientras arrancaba el paso y le dejaba atrás.-has elegido una magnífica prisión.
    La silueta del juez se camufló al entrar en la zona más oscura de la prisión.
    - Pero una prisión, a fin y al cabo.- Fueron sus últimas palabras.

    Misaki volvía está solo en la nave central de la catedral. El archidiácono parecía que se había quedado en el exterior con el capitán y no iba a volver de momento. Pero en sus muñecas aún ardía el contacto de aquel hombre. Se frotó las muñecas de forma nerviosa mientras, sin apenas darse cuenta de que su respiración se aceleraba de forma violenta. El recuerdo del día que los guardias irrumpieron en su hogar y se llevaron a sus padres agolpes, él era demasiado pequeño cuando pasó, pero era algo que no podía olvidar. Los gritos de su madre, el sonido del cuerpo de su padre al caer al suelo cuando le ataron las manos a la fuerza, y los insultos de los guardias.
    Entonces recordó la aspiración que el juez había tomado en su pelo, y se llevó las manos a la cabeza como si aún siguiera allí. Su pecho subía y bajaba rápidamente, él se revolvía el pelo nervioso hasta que le empezaron a doler las costillas por respirar tan fuerte. De pronto parecía que las paredes se estrechaban a su alrededor y el aire se escapaba de sus pulmones. Se dejó caer entonces sobre sus rodillas y gateó hasta una de las columnas para apoyar su espalda en ella. Cuando lo hubo conseguido se rodeó las rodillas con los brazos.
    Djali, su fiel amigo, que lo había abandonado para curiosear por el edificio volvió haciendo sonar sus pequeñas patitas en el suelo de piedra y se coló por debajo de los brazos de Misaki para levantarle la cara a lametazos. Misaki acarició la cabeza de su peludo compañero en un intento de tranquilizarse. Apoyó la cabeza en la columna de piedra y cerró los ojos mientras acariciaba .la cabeza del animal.
    - ¿Qué voy a hacer Djali?- consiguió decir cuando recuperó un ritmo moral de la respiración.
    Finalmente abrió los ojos, el olor a incienso y la tenue luz que entraba por las vidrieras inundaba el ambiente. Su vida se dirigió a la imagen en piedra de la deidad, que presidía la nave desde un altar de mármol colocado en el ábside. Nunca había tenido la necesidad de hablar con ningún ente superior, ni tampoco había tenido la necesidad de creer en ninguno. La gente corriente solía recurrir al ente superior cuando se encontraba en problemas, pero él no quería nada para sí mismo. Había dejado su niñez atrás hace mucho tiempo y la sociedad le había obligado a madurar a pasos forzados.

    - No sé si puedes oírme, o si quiera si estás ahí de verdad.- Comenzó a hablarle a aquella imagen de la deidad.- Ni si quiera sé si escucharías las palabras de un gitano, como yo.- respiró hondo y bajó la vista hacia Djali un momento para ver a su amigo devolviéndole la mirada.- Sé que soy solo un proscrito, hay quien diría que no tengo derecho a hablarte, pero, ¿no fuiste un proscrito tú también?- tragó saliva para reprimir las lágrimas antes de seguir.- Si tuviera que pedirte algo, no sería nada para mí.-Dijo y devolvió la vista a la figura de piedra.- Pero hay demasiada gente que está mucho peor que yo, que ayudes a mi gente los pobres y olvidados.- Volvió a hacer una pausa para tomar aire y mantener se alejado del llanto.- Ayuda a los proscristos, dales la piedad que no encuentran en este mundo; ayuda a los proscritos o nadie lo hará.

    Volvió su vista de nuevo a su peludo amigo mientras le rascaba entre sus pequeños cuernecitos. Sin darse cuenta, una nueva persona se había acercado a donde él estaba y, con las manos pacientemente entrelazadas por encima de su túnica de monaguillo. Un chico tan alto como él con la tez blanca como la nieve, el cabello liso y de un rubio tan oscuro que casi parecía castaño claro, y sus ojos grandes y grises que le miraban por encima del hombro y muy cansado.
    - Esa oración ha sido muy heroica.- comentó aquel chico.
    Misaki le dedicó la misma mirada de cansancio a aquel chico.
    - Me han dicho que te enseñe donde vas a dormir. –Siguió el monaguillo y acto seguido desvió su mirada al acompañante peludo del joven gitano. – Y él también.
    Misaki se levantó del suelo apoyándose en la columna y se arropó con la andrajosa capa antes de seguir a aquel chico hacia la esquina de una de las naves laterales. Djali siguió a su mejor amigo humano a cada paso que daba. El monaguillo le hizo subir una interminables escalera de caracol de escalones de piedra hasta una estancia de suelo de madera, aunque las paredes seguían siendo de piedra grisácea. Misaki notó que en aquel lugar la temperatura disminuía, debían estar en la galería de las gárgolas. El nivel anterior a las torres del campanario.
    - No te quedes atrás.- Le llamó la atención aquel chico, con aquel tono de voz, como si le molestara ayudarle.

    Las siguientes escaleras que le tocó subir fueron rectas y de madera. Se adentraron en una estancia algo más oscura y aislada del frío. Esta estancia contaba con un camastro de paja, mantas y una mesilla sobre la que se posaba una lámpara de vela. Misaki entró en la instancia seguido de su peludo acompañante y giró sobre si mismo para no perderse cada detalle de la instancia. Del techo había colgado un móvil con pequeños trozos de vidriera enganchados en alambre. Junto a la cama aún reposaban algunos libros y en la pared había algunos dibujos hechos con carboncillo o tinta de pluma. Aquella era la habitación de un niño, sin duda. La mente de Misaki viajó de nuevo a su infancia, esta vez a otro tipo de recuerdo. Recordó que, de pequeño, oía a su hermano y a los niños del barrio hablar del niño de la catedral, un rumor, o más bien una leyenda que, contaba como un niño había sido acogido por los monjes y vivía en la catedral con ellos y que era él quien hacía sonar las campanas a cada hora.
    Y allí estaba él, frente a la prueba fehaciente de que aquella leyenda era cierta.
    - ¿Quién ha vivido aquí?- Le preguntó Misaki a aquel chico.
    Él le miró alzando una ceja como si no fuera obvio.
    - Escucha, me han pedido que si necesitas cualquier cosa, me ocupe yo.- Le explicó.- Estaré toda la noche estudiando abajo, si me necesitas.
    El chico esperó a que Misaki asintiera con la cabeza antes de dirigirse a la puerta de la estancia.
    - ¡Eh, espera!- le detuvo Misaki.- No se tu nombre, ¿Cómo voy a dirigirme a ti?
    - Shinobu Takatsuki. –Le respondió antes de salir por la puerta de la estancia.

    · · ·



    Era ya noche cerrada cuando Akihiko Usami, nuevo capitán de la guardia de la ciudad, entraba en la estancia donde su padre adoptivo, el juez Fuyuhiko Usami y su hermano adoptivo Haruhiko Usami, el próximo juez el día que su padre adoptivo ya no estuviera entre los vivos. En la oscura estancia le esperaban esas dos personalidades, una presidiendo la mesa y la otra a su derecha. Ambos con platos vacíos y, el tercer asiento, esperaba su presencia.
    - Por fin podremos cenar.- Anunció el juez en tono desquiciado.
    Akihiko inclinó su cabeza a modo de disculpa y avanzó hasta el asiento que estaba destinado a él.
    - Mis disculpas.
    El juez hizo un gesto con la mano hacia el mayordomo que le sirvió de aviso para que procedieran a servir la cena. Los sirvientes entraron y depositaron la suculenta cena en cada plato de los comensales.
    - He oído que hay un gitano escondido en la catedral.- Le provocó su hermano adoptivo.
    Akihiko, simplemente, no tenía ganas de responderle a aquel individuo que se creía mucho más hombre que él y que había caído de lleno en las redes de su padre adoptivo.
    - No se esconde.- Respondió el juez por él.- Está recluído.
    Akihiko se llevó el tenedor lleno de comida a la boca para evitar tener que responderle a ese estirado que tenía como hermano adoptivo.
    - A propósito de ese tema, Akihiko.- Prosiguió el juez.- Tu primera orden como capitán será traerme a ese insecto ante mí.
    El capitán dejó de masticar súbitamente ante aquella orden y levantó la vista de su plato para dirigírsela a su padre adoptivo, tragó lo que contenía su boca y respondió como siempre, sin un atisbo de emoción en su rostro.
    - Así será, su señoría.-Le respondió.

    El resto de la cena trascurrió con el último intercambio de palabras de Fuyuhiko y Haruhiko, ambos divagaban sobre la condena «justa» para todos aquellos que perturbaban la moralidad de Lutecia. Akihiko estaba acostumbrado a oír todo tipo de barbaridades a lo largo de su educación como soldado. Los últimos años se había dedicado a sobre vivir. Mentiría si no había tenido la idea de coger todo lo que tenía y huir. Sin embargo, el miedo a las represalias hacia aquellos que se lo habían dado todo durante su infancia, y también por desconocimiento de hasta donde llegaba el alcance de su poder. Sin embargo aquel miedo había cambiado al ver a aquel joven de ojos esmeraldas. El solo pensar en él le hacía experimentar todo tipo de sensaciones, recordar sus ojos, su sonrisa, su forma de bailar y defenderse…
    - No sabía que atrapar gitanos fuese tan peligroso.- comentó su hermano adoptivo a lo que Akihiko le dirigió una mirada de total extrañeza.
    - No entiendo a qué te refieres.- Le contestó Akihiko con su usual tono de voz a lo que su hermano adoptivo se señaló la propia frente.
    Akihiko alzó la mano hacia su propia frente en el lado al que se refería su hermano y al tocarse la piel juró ver las estrellas, ahí estaba el golpe del candelabro que la había dado ese Misaki, Misaki… su nombre flotaba en el interior de su cabeza y le embrujaba.
    - Esos parásitos lo pagarán caro.- sentenció el juez sin inmutarse.

    · · ·



    El sol apareció por el este de Lutecia iluminando la ciudad y ofreciéndole su calor. En la habitación donde Misaki y Djali habían pasado la noche, una cascada de colores se reflejaba sobre la pared al pasar por el móvil de fragmentos de vidrieras. Misaki observó cómo estos bailaban mientras abrazaba a su preciado compañero para conservar el calor. Era la primera vez que había dormido fuera de su hogar desde que dejó la que había sido la casa de sus padres. Y debía volver cuanto antes, se recordó a sí mismo, lo que le obligó a levantarse del camastro y ponerse la capa. En su hogar le esperaban y debía volver en los próximos días o se perdería el mayor acontecimiento de la historia de su familia.

    Salió disparado de la estancia y bajó a saltos por la escalera de madera hasta llegar al nivel de la galería de las gárgolas. Asomó la cabeza por la galería para encontrarse con un bastión de soldados en la calle, corrió por la galería hacia la otra torre para confirmar lo que ya sospechaba, la catedral estaba rodeada por soldados, no podría salir.

    - Un día duro, por lo que veo.- Sonó una voz profunda a su espalda.
    Misaki se dio la vuelta de un salto para encontrar sentado en la escalera de madera de aquella torre al capitán de la guardia de la ciudad. Pero era distinto, no llevaba su armadura dorada ni su espada. Iba con una ropa común para pasar desapercibido y una capa oscura. ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Cómo había sabido cómo subir?
    - No te asustes,- Se adelantó él a las palabras del gitano.- solo quería saber cómo estabas.
    - No te voy a decir como pienso salir de aquí para que vayas corriendo a contárselo a tu padre. –Le cortó él.
    Akihiko le miró con una ceja alzada y una media sonrisa.
    - Dudo que tengas un plan para salir de aquí que pueda resultar efectivo.- Le contestó el capitán levantándose de la escalera y bajó los escalonas hasta estar al mismo nivel que el joven gitano.- Por eso he venido a ayudarte.
    Misaki dio un paso hacia atrás de manera casi instintiva, no se creía ni por un segundo lo que le decía aquel tipo.
    - Ya claro, tú me quieres ayudar.- Le miró con el cejo arrugado y casi con asco.- Seguro que tu padre te ha enseñado muy bien a mentir.
    Se dio la vuelta y arropándose con la capa para resistir el frío emprendió de nuevo su camino hacia la torre de la que había salido. Akihiko se quedó allí sin saber que decir, había ido hasta allí con la idea de mantener un conversación que se extendiera más allá de un intercambio de nombres. Aunque el día anterior ni aquel chico ni siquiera sabía quién era él y a la mañana siguiente parecía saber solo la superficie. Buscó rápidamente algo que pudiera llamarle la atención.
    - Espero que hayas dormido bien en mi antigua habitación.
    Aquella afirmación hizo que Misaki detuviera sus pasos en seco y se girara lentamente hacia él. Los pensamientos de Misaki, quien había estado dándole vueltas al cómo salir de allí, se desvanecieron en el aire como hechos de humo.
    - ¿Perdón?- Fue lo único que salió de sus labios.
    Akihiko avanzó con pasos confiados hacia aquel joven y una media sonrisa en sus labios.
    - Utopia, La divina comedia y un completo atlas del mundo conocido, son los tres libros que tengo junto a mi cama.- Se encogió de hombros y rodó los ojos.- Bueno, al menos esos eran los que tenía, no sé si los habrán retirado o no.
    Misaki lo miró lleno de incredulidad, pues esos eran los libros exactos que habían junto al camastro en el que había dormido, en la habitación que había sido el refugio del niño de la catedral. Aquel niño de la leyenda, aquel niño que se había convertido en hombre y al cual tenía delante.
    - El juez Usami es mi padre adoptivo.-Le explicó él.
    Toda aquella situación era muy extraña, el juez parecía de las personas demasiado religiosas como para tener descendencia fuera del matrimonio, así que, que hubiera adoptado a aquel hombre era más probable que lo hubiera tenido con una mujer.
    - En cuanto a tu plan de escape, he ordenado que rodeen la catedral hasta que salgas, así que todas las puertas que den a la calle están descartadas.
    Misaki tuvo que sacudir la cabeza para ordenar sus pensamientos, aquello no parecía tener sentido.
    - ¿Y por qué no dices que se retiren? –Le preguntó temiendo la respuesta.
    - Es una orden directa del juez Fuyuhiko, no puedo desobedecerle.
    Pues sí, seguía siendo una marioneta del juez.
    - ¿Y cómo has entrado?- Preguntó Misaki- ¿Es esto parte de tu plan? ¿Hacer que yo confíe en ti para arrestarme en cuanto menos me lo espere?
    - ¡No!- Exclamó Akihiko dando un paso hacia él. Djali se interpuso entre ellos para defender a su humano.- ¡Oh! Tú otra vez.- Le saludó sorprendido.
    Misaki dio otro paso hacia atrás. La conexión que le pareció haber sentido el día anterior había sido pura manipulación.
    - He crecido aquí, se entrar y salir sin ser visto.-le explicó a Misaki y acto seguido se acuclilló ofreciéndole una mano a la cabra para que pudiese olisquearle y así confiar en él.- Por eso he venido.
    La cabra olisqueo la mano del capitán y este aprovechó la cercanía del animal aprovechó para acariciar su hocico y después sus orejas. Parecía demasiado bueno para ser verdad.
    - Y ¿Cómo, si se puede saber, es posible salir de aquí con el edificio rodeado por tus guardias?
    - Pues por el muro oeste y saltando sobre el tejado de la casa del herrero.- contestó como si no dijese gran cosa mientras acariciaba a la cabra con ambas manos.
    Misaki le miró con los ojos muy abiertos ante esa naturalidad al habla y con la facilidad con la que parecía confiar en los demás.
    - Y, ¿Por qué debería confiar en ti?
    Akihiko levantó la mirada para clavar sus profundos ojos violetas en los resplandecientes ojos esmeralda de Misaki. Se levantó del suelo y, esta vez bajo la atenta mirada de Djali, se atrevió a dar un paso hacia él. Misaki sintió que la tensión en sus extremidades le abandonaba. Akihiko dio un paso más había él y alzó una mano para acariciar su brillante cabello.
    - No quería que nuestra conversación de ayer fuera la última.
    Misaki notó como un cosquilleo calido recorría su esplda.
    - Fue nuestra primera conversación. –Llegó a murmurar Misaki.

    La fría mano de Akihiko descendió hasta su cuello, acariciando su piel como si fuera el oro más preciado. Misaki no podía apartar la vista de aquellos ojos enormes y profundos. Podría perderse en ellos durante horas, y allí estaba la conexión que había sentido el día anterior. De pronto aquellos ojos violetas estaban aún más cerca, casi podría notar la respiración de aquel hombre. ¿Qué le estaba sucediendo? Un roce le sorprendió en su mano derecha. No supo cómo ni porqué, su mano reaccionó aquel roce y entre lazó los dedos con los del capitán.
    Akihiko se sentía embragado por el olor de aquel joven quería sentirlo sobre su piel y bajo él, quería saberlo todo de él y sentirlo todo con él. Misaki cerró los ojos lentamente y él lo interpretó como una invitación a que siguiera adelante. Inclinó su rostro hacia el de él hasta que sus labios rozaron los del joven Misaki, eran suaves y húmedos. Los labios del capitán atraparon su labio superior, a lo que el joven no se resistió. Acto seguido inclinó su cabeza y posó su mano libre en la nuca del joven. Sus labios se movieron en una danza lenta y sensual.
    Misaki notó que le faltaba el aire, que el suelo desaparecía bajo sus pies, pero él flotaba. Los labios de aquel hombre eran dominantes y a la vez dulces. Nunca había sentido algo así. Tenía la sensación de que no quería que aquello acabase, aunque ya no tuviera aire que respirar.
    Pero eventualmente tuvieron que separar sus labios. Misaki volvió a abrir los ojos para encontrarse con aquellos profundos ojos violetas. Ojalá pudieran repetirlo. Un pensamiento que parecía que el Capitán también tenía revoloteando por su cabeza. Pero entonces una dulce voz interrumpió su estado de embriaguez sensorial.

    «À la claire fontaine,
    M'en allant promener»

    El joven gitano reaccionó como si le hubieran pinchado en el trasero y rompió la atmósfera creada entre el Capitán y él para asomarse al exterior de la catedral por la galería de las gárgolas.

    «J'ai trouvé l'eau si belle
    Que je m'y suis baigné»

    En la plaza, una joven gitana cantaba con una voz dulce aquella canción infantil. Para los transeúntes era una actuación cualquiera. Para el joven Misaki, encerrado en la catedral, era una señal. La señal de que ya había empezado y que debía volver a casa.

    «Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.»

    El capitán miró con disimulo a la mujer gitana que cantaba en la plaza y al joven Misaki que miraba a aquella mujer con el pánico en sus ojos.

    «Sous les feuilles d’un chêne,
    Je me suis fait sécher.»

    Misaki se retire de las arcadas de la galería y se agachó para coger a su peludo amigo en brazos.
    - Enseñame a salir de aquí, tengo que volver a mi hogar.- Dijo con semblante serio.

    «Sur la plus haute branche,
    Le rossignol chantait.»

    - Aún no puedes salir, la luz te delatará.- Le dijo con el mismo nivel de seriedad.- Te arrestarán antes de que te des cuenta.

    «Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.»

    Misaki le miró con impaciencia mientras abrazaba a su animal. Claramente aquella canción era la señal para algo muy importante, pero si salía entonces su destino acabaría en la guillotina.
    - Tengo que irme, ya.- insistió él.
    - Pues tendrás que esperar. –Le respondió él.
    El día fue casi interminable, el capitán tuvo que asuentarse durante unas horas cerca del mediodía, según él, para dejarse caer por los calabozos y así disipar las especulaciones que podrían surgir. La mujer siguió cantando hasta pasado mediodía. Hacia las siete de la tarde comenzó a anochecer y el capitán volvió a la catedral. Misaki vio como una atlética figura saltaba de la fachada al interior de la galería de las gárgolas, no podía creer lo que veía, aquel hombre había subido por la fachada de la catedral, decenas de metros hasta donde estaba.

    Misaki se levantó de las escaleras de madera al verle llegar y el capitán se acercó tanto a él casi podía notar su respiración. El esperaba un beso como el de aquella mañana, ¿de verdad lo esperaba? ¿Era eso lo que quería?
    Ne todas formas el capitán Akihiko no le dejó comprobarlo, puesto que no se acercó a a él con aquella intención, sino que levantó al peludo Djali en sus brazos y lo agarró a él de la muñeca.
    - No tenemos mucho tiempo.-Fue lo único que dijo, y así era. El cambio de guardia se efectuaría en unos minutos y no tenían tiempo que perder.
    Saltaron entre los arbotantes de la nave central hasta el lado oeste de la catedral. En un momento dado, el capitán sacó una cuerda que utilizó para asegurar a Djali a la espalda del joven.
    - El tejado está a menos de dos metros.- Le dijo él con semblante serio.- No lo pienses y salta, en un par de minutos, cuando el guardia se vaya.
    - ¿Qué?- Exclamó Misaki al oír que tenía que saltar.
    Akihiko se acercó al borde del muro para observar la posición de los guardias.
    - Bien- Le susurró y alargó la mano, tendiéndosela al joven.
    Misaki aceptó la mano que le acercó a al borde del precipicio de piedra.
    - Cuenta hasta tres y salta.
    El joven gitano negó efusivamente con la cabeza.
    - Uno.
    - No, no puedo hacerlo.-Intentó resistirse el joven.
    - Dos.
    - ¡No!¡No!
    - ¡Tres!
    Akihiko empujó al joven hacia el tejado de la casa del herrero justo en el instante que aquella parte de la catedral quedaba sin vigilancia. Misaki calló a cuatro patas sobre el tejado y se agarró rápidamente a las tejas para no caer. Levantó la vista y vio la silueta del capitán arriba en el tejado de la catedral. Le había sacado de allí, era libre. Le había ayudado de verdad y ya podía volver a su casa.

    · · ·



    Takahiro sujetaba la apretada mano de su mujer, cuyos nudillos se habían vuelto blancos tras la fuerza de tanto empujar. Llevaba el día entero de parto y ya no podía más, pero según el doctor Nowaki, antiguo doctor en el ejército, ahora reformado en un doctor que secretamente ayudaba a todo aquel que necesitase su ayuda, su hijo ya estaba cerca. Los gritos de la agotada Manami se hacían resonar por toda la corte de los milagros. Takahiro rezaba en su interior para que todo fuer bien.
    - ¡La cabeza ya está fuera!- anunció el doctor.
    Takahiro besó la frente de su esposa para reconfortarla.
    - Lo estás haciendo increíblemente bien, mi amor.-La apoyó.- solo un poco más.
    Nowaki miró a la mujer desde su posición entre sus piernas abiertas, con ambos pies de esta apoyados en sus hombros.
    - Una más Manami, venga ¡Ahora!- La animó.

    Misaki entró en la galería subterránea donde se hallaba el refugio de su familia, una familia que aquella noche recibía a un nuevo miembro. Corrió hacia el alboroto, hacia la puerta en la que ya se agolpaba la frente. Djali le perseguía al trote. Y antes de llegar estalló en el aire el llanto de un bebe. Ya había nacido. Su hermano ya era padre.
    Sorteó a la gente para entrar en la galería de las catacumbas que utilizaban como refugio familiar. En el camastro, una agotada Manami sujetaba en brazos a su pequeño recién nacido, su hermano no le quitaba ojo de encima al pequeño. Mientras el médico y su tío Clopin comentaban las recomendaciones que debían seguir durante los siguientes días.
    - Parece que llego tarde.- comentó el joven.
    Al oír su voz, su hermano corrió hacia él para abrazarlo y a besarle el pelo. Misaki correspondió a aquel abrazo como si fuera el primero en años.
    - ¿Cómo has conseguido salir?- Le preguntó él.
    - Bueno, tuve que ser creativo.- Bromeó y mintió, no se sentía con fuerzas para explicar todo lo que había pasado, al menos no aquella noche.
    Al separarse de su hermano, este le dejó via libre para acercarse a Manami para admirar al pequeño bebe.
    - Es precioso Manami.- Le dijo y besó su mejilla.- Eres toda una heroína.

    Mientras la familia hablaba y celebraban con gestos de cariño la llegada del nuevo miembro, le doctor nowaki abandonó la estancia acompañado de un par de gitanos de la comunidad.
    - Ya sabe las reglas, doctor.- Le dijo uno.
    Este asintió y se agachó por propia voluntad para que le vendaran los ojos, como de costumbre. Lo hacían cada vez que le arrastraban dentro y fuera de La Corte de los Milagros. Su seguridad se basaba en que si no veía a donde le llevaban ni de dónde lo sacaban, nadie correría peligro.

    · · ·



    Nowaki parpadeó al sentir la tenue luz de los farolillos nocturnos en las calles de Lutecia. Pestañeó de forma repetida para acostumbrarse a la nueva oscuridad. Aferró su bolsa de artilugios médicos con fuerza y giró sobre si mismo para intentar ubicarse en las calles de aquella ciudad.
    - ¿Doctor Kusama?- Escuchó tras él y al girar sobre sus talones se encontró con un rostro conocido, trató de parecer natural, aunque su corazón palpitaba de forma acelerada, aquel hombre era un soldado y no sabía desde cuándo llevaba allí.
    - Buenas noches, Teniente Kamijou.- Le respondió.- ¿En qué puedo ayudarle tan tarde?
    El teniente Hiroki Kamijou le miró extrañado, ciertamente el doctor parecía estar desubicado.
    - ¿Se encuentra bien doctor?
    Nowaki forzó una sonrisa para disipar los nervios.
    - Me he perdido, vengo de ver un paciente y me he perdido en mi propia ciudad.-Trató de pensar rápido.- Pero creo que ya me he ubicado, muchas gracias por su atención, teniente.
    Hiroki seguía aún desconcertado por encontrarse a aquel hombre en medio de la ciudad a altas horas de la noche.
    - ¿Quiere que le acompañe a su casa?- Se ofreció y levantó el cubo de madera que llevaba en la mano.- Iba al a fuente a por agua.

    Pero Nowaki negó con rapidez, le agradeció el ofrecimiento y se despidió cortes mente del teniente. No podía relacionarse con alguien así, no podía arriesgarse a que se descubriera su acción para con los desfavorecidos, el dinero que recaudaba de sus cliente que sí podían pagarle lo reinvertía en las medicinas que les hacía falta a los pobres.

    Había tenido la suerte de nacer en una familia adinerada, se enroló en el ejército para estudiar medicina y tras ver tantas muertes e injusticia, se prometió a sí mismo que no dejaría que nadie más muriera injunstamente, no al menos si él podía evitarlo

    Me encantaría leer vuestras opiniones.
    Curiosidad: Canción "A la claire fontaine"

    SPOILER (click to view)
    Letra en francés


    À la claire fontaine,
    M'en allant promener
    J'ai trouvé l'eau si belle
    Que je m'y suis baigné
    Refrain:

    Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.
    Sous les feuilles d’un chêne,
    Je me suis fait sécher.
    Sur la plus haute branche,
    Le rossignol chantait.
    Refrain:

    Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.
    Chante, rossignol, chante,
    Toi qui as le cœur gai.
    Tu as le cœur à rire…
    Moi je l’ai à pleurer.
    Refrain:

    Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.
    J'ai perdu mon amie
    Sans l'avoir mérité.
    Pour un bouquet de roses
    Que je lui refusais…
    Refrain:

    Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.
    Je voudrais que la rose
    Fût encore au rosier,
    Et que ma douce amie
    Fût encore à m'aimer.
    Refrain:

    Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.

    Letra en castellano


    A la clara fuente,
    Yendo a pasear,
    Encontré el agua tan bella,
    Que me metí a bañar.
    Estribillo:

    Hace mucho que te quiero,
    Nunca te olvidaré.
    Bajo las hojas de un roble,
    Me quedé hasta secarme,
    En la rama más alta,
    Un ruiseñor cantaba.
    Estribillo:

    Hace mucho que te quiero,
    Nunca te olvidaré.
    Canta, ruiseñor, canta,
    Tú que estás alegre,
    Tu corazón está para reír,
    El mío para llorar.
    Estribillo:

    Hace mucho que te quiero,
    Nunca te olvidaré.
    Perdí a mi amada,
    Sin que lo mereciera,
    Por un ramo de rosas
    Que le rechacé.
    Estribillo:

    Hace mucho que te quiero,
    Nunca te olvidaré.
    Quisiera que la rosa
    Estuviese aún en el rosal,
    Y que mi dulce amada,
    Estuviese aún a mi lado.
    Estribillo:

    Hace mucho que te quiero,
    Nunca te olvidaré.


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    Edited by Drewelove - 6/5/2018, 19:50
     
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