Son de campanas de revolución [+18] (Akihiko x Misaki) 04/05/18

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  1. Drewelove
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    ¡Hola a todos y a todas!
    (Aunque nadie esté comentando)
    ¡Por fin he podido acabar el capítulo y espero que ya pueda volver a una rutina de escritura que me permita subir con más asiduidad!
    Porque la mudanza ha sido mortal pero ya está casi todo solucionado.
    Bueno, aquí os dejo el nuevo capítulo.

    SPOILER (click to view)
    3. Fuego del infierno.
    La luz del sol entraba a través de las vidrieras reflejando así todos los colores de los diferentes cristales sobre el suelo de piedra de la catedral. No era la primera vez que Shinobu detenía unos segundos sus quehaceres diarios para contemplar esa maravilla. Nadie le recriminaría ese pequeño descanso. Desde el alba hasta el anochecer, Shinobu entraba en la catedral, se ponía su atuendo de monaguillo y ayudaba en el mantenimiento a cambio de aprender a leer a escribir. Aunque ya hacía años que había aprendido ambas disciplinas y había extendido sus intereses al aprendizaje de lenguas antiguas y otras culturas.
    - Chico. –escuchó la voz del archidiácono tras él.
    El chico tornó su rostro hacia el religioso con su mente aún en otro sitio. El archidiácono se acercó a él y posó una de sus manos sobre su hombro y le empujó suavemente como indicador de que caminaran juntos.
    - Han sido unos días extraños, ¿verdad?- Shinobu asintió a las palabras del archidiácono.-Esos guardias llevaban rodeando la catedral ya tres días. –Dijo en un suspiro agotado.
    Shinobu volvió a asentir, aunque aún no tenía muy claro como había escapado aquel chico. Por más que lo pensaba era completamente imposible. No había ningún modo de salir de la catedral sin ser visto. No, al menos, que él supiera.
    - Creo que ya es hora de decirle a esos guardias que su trabajo aquí ha terminado.
    El chico miró al religioso con el ceño fruncido, ellos no podían hacer eso, solo el capitán de la guardia podía ordenar la disolución de aquella operación. Ambos siguieron caminando hasta el pequeño despacho que tenía el archidiácono en la base de una de las naves laterales. El archidiácono tomó los gruesos libros de las manos del chico y los dejó encima de su escritorio.
    - Dime chico, ¿Cuánto tiempo llevas aquí, con nosotros?- le preguntó mientras se sentaba en su butaca tras el escritorio.
    Shinobu entrelazó sus manos a la espalda y hablo con un rostro sereno, como le habían enseñado a comportarse. Puede que su familia fuese pobre y el único golpe de suerte hubiera recaído sobre su hermosa hermana, la que había acabado en un ventajoso matrimonio, pero eso no le iba a desanimar a él. Su propósito seguiría siendo el mismo, por muy difícil que pudiera ser alcanzarlo. Se convertiría en un abogado, educado en la universidad de la capital del reino.
    - Tres años, señor.- respondió él.
    - Y en esos tres años has aprendido a leer, a escribir y las lenguas antiguas de las escrituras. –Valoró el archidiácono. – Valoramos mucho la ayuda que nos has prestado todo este tiempo, Shinobu.
    De pronto el chico sintió que las paredes se le venían encima. Aún no podía dejar de trabajar para ellos, aquel lugar era un oasis frente a la situación que vivía en su casa. El dinero que les mandaba su hermana apenas alcanzaba a cubrir los gastos necesarios y había logrado ahorrar algunas monedas que le ayudarían a hacerse con los libros que necesitaba para prepararse para el examen de acceso a la universidad. Una vez al año, la universidad de la capital convocaba a todo aquel que creía estar preparado para entrar en aquella institución y lo sometía a un minucioso examen para saber si era digno de estudiar allí. Una oportunidad de estudiar gratuitamente a la que se presentaban cientos en su misma situación. Una oportunidad conocida como «la benevolencia del rey».
    Solo cinco podían pasar esa prueba y Shinobu aún no estaba preparado para presentarse y lo estaría menos si abandonaba aquella parte de su vida.
    - No pongas esa cara, chico. – Le quiso tranquilizar el archidiácono ante la mueca de Shinobu.- No te estoy pidiendo que te vayas.
    Shinobu notó como la presión de su pecho se aliviaba momentáneamente.
    - Voy a necesitar que lleves estos libros- Señaló los libros que le había quitado antes de las manos y dejó un trozo de pergamino escrito sobre ellos.- a esta dirección, son un préstamo. Y allí, encontrarás las respuestas que buscas.
    · · ·
    Akihiko jugaba con la pluma entre sus dedos, sentado al otro lado de su rudimentario escritorio, en el despacho que le habían ofrecido en el palacio de justicia dado su nuevo cargo. La estancia estaba en un subnivel del edificio, pero lo suficientemente lejos de los calabozos para no oír los gritos de dolor ni los lamentos de los presos clamando una muerte piadosa. Sobre su mesa una docena de órdenes de busca y captura. La mayoría exigían que el sospechoso llegara vivo, muchas otras ofrecían la recompensa tanto si el sospechoso llegaba con vida o cadáver.
    Pese a todo el horror que le rodeaba, la mente del capitán de la guardia había conseguido evadirse a un recuerdo muy placentero. Recordaba la suave mano de aquel chico, sus dedos entrelazándose con los de él, sus labios suaves y cálidos. Una sensación que mandaba una señal de alerta a su entrepierna. ¿Por qué no le besó al despedirse?, ¿por qué dejó pasar aquella oportunidad? En aquel momento lo único que deseaba más que nada en el mundo era volver a ver aquel gitano de ojos esmeralda.
    Su rostro, su voz, su forma de moverse le había embrujado la mente, nunca se había sentido así con nadie. Ni siquiera se dio cuenta cuando HIroki, su compañero de batalla entró en la estancia.
    - Vaya, - El soldado echó un vistazo a la oscura habitación con los candelabros de la pared como única fuente de luz. –no es uy acogedor.
    Hiroki se acercó a la rudimentaria mesa tras la que estaba sentado su capitán. Aquella mesa y aquella silla eran los únicos muebles de la habitación.
    - No te imaginaba en un despacho.- Volvió a opinar, pero la mente de su capitán estaba a kilómetros de allí.
    El soldado miró a su capitán con una ceja alzada.
    - Akihiko- Ninguna respuesta.- ¡Akihiko!
    El capitán despertó de su letargo y miró a su amigo como si hubiera aparecido de la nada.
    - Si, ya.-Dijo Hiroki agitando una mano como si no le diera importancia.- Acabo de llegar.
    Akihiko se recolocó en su silla y dejó la pluma sobre la mesa para prestar una mayor atención a su amigo, a quien había hecho llamar dada su nueva posición.
    - Bien, perdona que no te pueda ofrecer un asiento.- Empezó a hablar el capitán.- Te quería decir que he mandado una carta a tu nuevo supervisor en el ejército solicitando tus servicios aquí, en la ciudad, como teniente de la guardia de Lutecia.
    Hiroki se sorprendió por aquella petición y al mismo tiempo su mente se asustó un poco, pues había elegido el trabajo como soldado para el ejército porque cobraba más y así oía ayudar a sus padres.
    - Le he hablado bien de ti al juez y ha accedido a conservar tu sueldo, pero esto, al fin y al cabo es decisión tuya.
    El teniente parpadeó de incredulidad.
    - ¿Qué voy a decir?- Dijo él preso de la alegría.- ¡Claro que sí! Akihiko, muchas gracias, sabes la situación que tengo en mi casa y no hay nada que desee más que pasar tiempo con mis padres.

    · · ·


    Tres niveles por encima de los calabozos se encontraba el amplio y grandioso despacho del juez Fuyuhiko, donde este y su otro hijo adoptivo mantenían un intercambio de opiniones.
    - ¿Un teniente?- Preguntó Haruhiko Usami, el próximo Juez de Lutecia, sucesor de su padre, entrenado para continuar su legado.- ¿Desde cuándo ha necesitado la guardia de la ciudad un teniente?
    El juez levantó la vista del documento que estaba redactando para mirarle.
    - No subestimes a tu hermano, Haruhiko.- Le avisó.- Bien es cierto que no tiene la misma capacidad cerebral que tú. Recuerda que tu vienes de buena familia, tienes cabeza de noble, él es un huérfano, pero recuerda, es fundamental tener contento a quien necesitarás más adelante. Y tu hermano puede ser un instrumento muy útil.
    Haruhiko se apartó de la chimenea y caminó despacio con las manos a la espalda hasta el macizo escritorio tras el que su padre adoptivo redactaba sin descanso.
    - ¿Y quién es el nuevo teniente?- Preguntó Harukiko con notable curiosidad pero, intentando.
    - Uno de sus compañeros del ejército, no es importante. –le contestó sin levantar la vista del papel.- Tengo una reunión importante esta mañana, necesitaré que te hagas cargo de algunos trámites de índole…-levantó la vista cuando terminó la redacción del documento que le mantenía ocupado.- moral.
    Haruhiko supo exactamente a lo que se refería su padre adoptivo y la sola idea que confiara en él para tomar dichas elecciones. Acto seguido inclinó la cabeza hacia su padre adoptivo en señal de respeto y abandonó la estancia con paso sereno.
    El juez Fuyuhiko esperó en silencio a que su hijo predilecto abandonara la estancia. Cuando el joven cerró la puerta tras de sí, el juez se tomó un instante entre sus tareas diarias para recostarse sobre el respaldo de su butaca con ambas manos entrelazadas bajo su nariz. Una tormenta de pensamientos bullía en su cabeza, Cómo limpiar la ciudad del mal y del pecado, cómo acabar con aquellos que habían infectado su ciudad con brujería e indecencia. Inexplicablemente sus ojos viajaron hasta el pequeño cajón derecho de su gran escritorio, allí donde permanecía el pañuelo el que el bailarín de ojos esmeralda había enredado en su cuello. Trató de apartar la vista de aquel cajón pero sus ojos le traicionaron volviendo a aquel punto de su escritorio que parecía llamarle a gritos. Tras unos instantes dubitativos alargó la mano para abrir aquel cajón.
    Pero entonces, el golpeo de unos nudillos al otro lado de su puerta le devolvió a la realidad. Su mano deshizo el amago de acercarse al cajón de su escritorio y recobró la postura solemne y amenazante en su silla.
    - Adelante. – dijo con serenidad.
    El guardia que había llamado a la puerta, la abrió y pasó a la estancia seguido de un hombre alto y delgado con cabellos oscuros y ojos azul claro, vestido con buenas ropas y una gruesa capa de color azul oscuro con un broche de plata con forma de su escudo familiar. Con su mano derecha cargaba un discreto maletín.
    - El doctor Kusama, su ilustrísima.- lo presentó el guardia y con una leve inclinación de la cabeza se retiró de la estancia.
    El juez le hizo un gesto con la mano para que se retirara aquel guardia y esperó a que este abandonara la habitación para comenzar su conversación con el médico.
    - Creo que es la primera vez que acude al Palacio de Justicia.- Comenzó la conversación el juez.
    El doctor asintió en silencio mientras echaba un vistazo a su alrededor de la manera más discreta que podía.
    - Si, señoría.-Le respondió.- Mis servicios nunca han sido requeridos en este lugar.
    - Pero vos no sois solo un médico, ¿verdad?- Hizo una pausa para levantarse de su silla y caminar hasta situarse frente al escritorio.- Un hijo de un Barón que decide trabajar es… algo poco común.
    Nowaki tragó saliva y alzó el rostro frente a aquel ataque tan calculado del juez. No era común, por no decir imposible, que un noble quisiera trabajar. Y en su caso, su pasión le había costado muchos enfrentamientos con su padre.
    - Disfruto ayudando a aquellos que necesitan de mi ayuda, su señoría, mi título o el de mi padre no interfiere en mis obligaciones diarias.
    El juez alzó una ceja a aquella contestación. Sin duda era su ocupación la razón por la que le había convocado allí.
    - Sin duda.-Le contestó y volvió a su silla con pasos lentos y solemnes.- Por eso mismo le he convocado, doctor. Seguro que, en su vasta experiencia habrá tenido la oportunidad de observar la anatomía de todas las razas.
    Nowaki permaneció callado, sin embargo, no pudo evitar que sus ojos expresaran una total confusión, pues no comprendía a dónde quería llegar el juez con todo aquello.
    - Como habrá podido observar, nuestra bella ciudad sufre una seria epidemia de gitanos. –Dijo mientras se sentaba de nuevo en su silla.- Por el bien de los ciudadanos de Lutecia necesito tener la información necesaria sobre nuestras diferencias anatómica y así estar preparado.
    El discurso del juez no hacía más que horrorizarle, era como oí hablar a su abuelo u oír hablar a su abuelo sobre el abuelo de este. El juez Fuyuhiko era de la creencia de que el color de piel del ser humano dictaba también el orden de colocación de sus órganos.
    - ¿Disculpe, su señoría?- preguntó incrédulo.
    - Mi deber como protector del pueblo es conocer los puntos débiles del enemigo. –Le respondió el juez.
    - Siento comunicarle, su señoría, que la anatomía del cuerpo humano es la misma para todos.- trató de cortar toda aquella locura. Sin embargo, la respuesta del juez fue recostarse en su silla y entrelazar los dedos debajo de su nariz.
    - Y eso lo sabe usted por la experiencia ¿no es así?
    Nowaki palideció casi al instante, había caído en la trampa del juez.
    - Claro que sí.- Contestó el juez ante el silencio delator del médico.- Nuestra civilización pasa por un momento delicado, doctor. Tendrá que retener su vocación de ayudar a los demás.
    El doctor no daba crédito a lo que escuchaban sus oídos. Era toda una locura.
    - Su señoría, eso no es posible.-Le recriminó.-Todo el mundo merece ser ayudado.
    Aquellas palabras cayeron sobre la mente del juez como un cubo de agua fría.
    - Deje que sea claro con mis palabras, doctor,- le contestó con voz tajante y severa – le prohíbo atender la salud de nadie que no sea un ciudadano legal de Lutecia.
    Nowaki no supo que contestar, o si era prudente contestar, así que permaneció en silencio mordiéndose la lengua ante aquella orden. El Juez al contrario, esbozó una malvada sonrisa y juntó los dedos en un gesto siniestro.
    - Doctor,- Empezó el juez, utilizando por primera vez su otro título.- No le complique la vida a su noble padre y compórtese acorde con su rango.
    Una amenaza muy real. Nowaki no sabía cómo reaccionar aún. Sabía dónde se metía cuando aceptó su modo de vida, pero jamás había recibido una amenaza directa. ¿Hasta dónde sabía el juez? ¿Lo sabía todo o tenía una mera sospecha? El silencio se volvió tan tenso que si alguno tratara de usar su espada para cortarlo, el metal del arma salta ría en mil pedazos. El doctor se esforzó por mantener la postura durante los segundos que duró el intercambio de miradas antes de que el juez le despidiera con un gesto despreocupado de la mano.
    -Puede marchar, Barón, seguro que tiene pacientes a los que atender.
    Nowaki respiró hondo haciendo acopio de fuerzas y asintió en silencio. Se despidió del juez con una respetuosa inclinación de cabeza, heredada de su modestia personal, pues como noble no debería rendirle ningún tipo de pleitesía. Sin embargo, aquella situación ya era bastante delicada.
    Cuando el doctor abandonó la estancia los ojos de juez volvieron rápidamente al cajón del escritorio en el que aún reposaba el pañuelo de aquel gitano. En ese momento no dudó ni un instante más y alargó su mano para abrir el cajón de madera y sacar de él, el pañuelo trasparente, violeta con adornos dorados. Lo observó en su mano unos instantes ¿Qué tenía ese trozo de tela que le ponía tan inquieto? Sin pensarlo, se acercó el pañuelo a la nariz. Olía a especias, tal y como se imaginaba que olería la piel de aquel joven gitano. Aquel pajarillo encerrado en la catedral.

    · · ·


    Shinobu recorrió las calles, cargado con los libros y aún vestido con la túnica de monaguillo, dada su experiencia como ciudadano de aquella ciudad, había aprendido que vestido de religioso evitaba empujones y los intentos de atraco. Sin embargo, la dirección a la que le enviaba la anotación era uno de los barrios más pudientes de la ciudad, Shinobu se detuvo en la puerta de una casa de tres pisos y llamó a la puerta golpeando sus nudillos contra la madera de la puesta.
    Escuchó unos pesados pasos tras la puerta y unos gritos que prometían abrir la puerta. En cuanto se abrió la puerta, salió del otro lado una señora encorvada y demacrada por la edad, demasiado abrigada para evitar el frio. En cuanto le vio, ni siquiera le dejó que se presentara, la mujer puso los ojos en blanco y le dejó pasar.
    - Está arriba, por las escaleras, es la única puerta que hay.
    El chico cerró la boca al instante, había pensado presentarse y aclarar sus intenciones, por no había hecho falta. Tampoco sabía muy bien lo que hacía allí así que tampoco hubiera podido explicar demasiado. Recolocó los libros en su regazo y asintió a las palabras de la anciana antes de entrar. Subió las escaleras, las cuales crujían cada vez que apoyaba un pie en un nuevo escalón.
    La mujer tenía razón solo había una puerta al final de las escaleras, aquel edificio era de una sola vivienda, puede que la planta baja, fuera donde vivía el ama de llaves, pero aun así aquella residencia no era barata. Con todo el peso de los libros sobre un solo brazo y su propio cuerpo, logró alzar la mano libre para llamar a la puerta. Al principio no logró oír nada, ni un solo sonido tras la puerta. Esperó unos instantes y volvió a llamar.
    - Lo he oído la primera vez- Oyó que alguien le advertía desde el otro lado de la puerta a la vez que unos pasos se acercaban.
    Shinobu no esperó encontrarse con aquel hombre cuando la abrió la puerta. Mucho más alto que él, con el pelo corto y oscuro rasgos afilados pero atractivos, unos profundos ojos grises oscuro brillaban tras los rebeldes mechones de pelo de su flequillo. Ya había visto a aquel hombre antes. Había sido uno de los pretendientes de su hermana, aunque no logró convertirse en su marido. Shinobu sintió arder sus mejillas, si él recordaba haberle visto un par de veces, seguro que él también le recordaba.
    - ¡Oh! Eres tú.- Dijo solamente al verle allí. Le sujetó la puerta para que el chico pudiera entrar en la instancia.- Pasa.- Dijo y se llevó la bocilla de la pipa de madera a sus labios. Dio una larga calada al aromático trabajo y soltó la puerta, la cual se cerró en seguida, cuando el chico ya estaba dentro de la casa.
    Shinobu obedeció aunque con movimientos forzados y casi robóticos. No le recordaba. Aquello podía ser una ventaja si iba a verle más veces para llevarle más libros o recoger los que debieran volver a los archivos de la catedral. Pero… si era tal ventaja… ¿Por qué se sentía ofendido?
    El hombre caminó hasta la gran mesa de madera que ocupaba parte de la estancia, rodeada por seis sillas tapizadas con terciopelo azul.
    - Así que el archidiácono cree que tienes posibilidades de entrar en la universidad de la capital.- Dijo él con la pipa aún entre sus labios.- Deja los libros sobre la mesa.
    A Shinobu le pilló por sorpresa aquella afirmación, no tenía ni idea que el archidiácono hubiera hablado de él con aquel hombre. Pero tampoco podía preguntarle directamente dada su posición social. De modo que decidió hacer lo que llevaba haciendo muchos años, callar, asentir y no preguntar. Como odiaba hacer eso.
    Se acercó y dejó los libros sobre la mesa en absoluto silencio. Tras aquel gesto inclinó la cabeza al hombre en señal de respeto.
    - Por favor, tenga cuidado con estos libros, son muy antiguos y sirven para que muchos otros puedan aprender. –Le dijo- Vendré a recogerlos cuando usted o el archidiácono lo desee.
    Por primea vez, Shinobu pudo detenerse a contemplar a aquel individuo. Vestido con pantalones marrón oscuro, botas de montar negras y una blusa blanca impoluta bajo un chaleco de tres botones de color más oscuro que los pantalones. No entendía como su hermana le había dicho que no a alguien así. Con una mano sobre una de las elegantes sillas y la otra sosteniendo la humeante pipa y en su rostro una mueca de… ¿confusión?
    - ¿Acaso sabes por qué estás aquí, chico?- Le preguntó él.
    A lo que Shinobu decidió seguir con su estrategia y asentir silenciosamente con la cabeza antes de responder.
    - Sí señor, vengo a entregarle estos libros de parte del archidiácono.
    Aquel hombre parpadeó incrédulo, aquel viejo no le había dicho nada. Se llevó la mano de la silla al rostro con un suspiro.
    - Chico, lo que no te ha dicho ese viejo es que voy a ser tu tutor.
    Shinobu se estremeció al oír cómo hablaba del archidiácono, pero la segunda parte de aquella afirmación le rompió todos los esquemas mentales.
    - ¿co-cómo?- Logró tartamudear.
    El hombre tomó asiento en la silla que presidía la silla a la vez que daba otra profunda calada a su pipa.
    - El archidiácono, mi tío, lleva unos meses escribiéndome sobre ti.-Le explicó- Él me explicó tu situación y tus intenciones.
    El chico tuvo que apoyarse con una mano en la mesa para conservar el equilibrio, todo aquello no podía ser real.
    - Cree firmmente que tienes potencial para aprobar el examen ingresar en la universidad con «la benevolencia del Rey», siempre y cuando recibas la ayuda adecuada.
    Aquello era real, estaba pasando de verdad, Shinobu pensó que en cualquier momento iba a desmayarse.
    - ¿Y quién mejor para prepararte que un profesor de esa misma universidad?
    Aquello fue la gota que colmó el vaso, sus rodillas le flaquearon y cayó al suelo. Todo por lo que había luchado, todas las horas sin dormir, todas las pesadillas en las que nunca llegaba si quiera a reunir el dinero suficiente para comprar los libros para el examen, le vinieron a la cabeza. Por un momento la vida estaba siendo buena con él y, sin darse cuenta, había empezado a llorar.
    - Tranquilo chico.- Le respondió su nuevo profesor. No celebremos nada antes del examen, aún tenemos cuatro meses para prepárate.
    Shinobu levantó la visata hacia él ¿Cuatro meses? No iba a ser tiempo suficiente.
    - ¿Qué esperabas?- Le contestó su nuevo profesor al notar el temor de sus ojos.- ¿Presentarte a la siguiente convocatoria? No, te presentarás este año.
    De pronto el chico sintió una fuerza de ánimo procedente de su pecho. Sí, podría hacerlo e iba a conseguirlo. Se levantó del suelo y se secó las lágrimas con la manga del hábito de monaguillo.
    Su nuevo profesor hizo una media sonrisa frente a aquel gesto y se levantó de la silla para acercarse a él y ofrecerle su mano.
    - Me llamo You Miyagi y voy a ser tu tutor.
    Shinobu le estrechó la mano con efusividad y decisión.
    - Soy Shinobu Takastsuki.- Le respondió y en ese momento, supo que había fastidiado la situación. Pues la reacción de Miyagi al oír su apellido le hacía saber que le había reconocido.
    La mano de Shinobu comenzó a sudar en aquel apretón de manos que podía sellar su deseado destino o su perdición.
    - Tú…- Comenzó Miyagi.- Eres el hermano de Risako.
    Mientras la mente del profesor ataba cabos, Shinobu perdía toda esperanza.
    - Menuda coincidencia.-Terminó la frase con una media sonrisa y soltó la mano del chico.- Te espero aquí mañana a las 8 de la mañana.- Le miró de arriba abajo.- Y no vengas vestido de monaguillo.

    · · ·


    En su lúgubre despacho de en el palacio de justicia, el juez Fuyuhito terminaba sus quehaceres diarios bajo la iluminación de las velas y la chimenea. Aunque por más que trataba de prestar atención a lo que trataba de escribir, su mente se redirigía una y otra vez a la existencia de aquel pañuelo en el cajón de lado derecho de su escritorio.
    Aquel pañuelo con el que le había desafiado el gitano durante su baile, aquel que olía a él, que le tentaba hacia la perdición. Aquel maldito trozo de tela hechizado de pecado. No pudo aguantarlo más. Cesó su escritura y abrió de golpe el pequeño cajón del escritorio. Allí estaba aquel trozo de tela tan delicada y maldita.
    Tomó la prenda con absoluto cuidado y la alzó lentamente para poder admirarla con detenimiento, todo un objeto de deseo y un instrumento para el mal. Pero la luz que se filtraba por la traslúcida tela le incitaba a admirarla un poco más, a sentirla. Se acercó la tela al rostro y hundió la nariz en ella, sí aún estaba su esencia en ella.
    Se descubrió a sí mismo en la trampa de aquel demonio y alejó el trozo de tela de su rostro tan rápido como pudo, se levantó de un bote de su butaca y de acercó decidido a la chimenea a acabar con aquel maldito objeto.
    Pero no pudo, miró directamente a las llamas y después a aquel trozo de tela. No podía hacerlo. Sus ojos fueron directamente a la imagen esculpida en piedra de la deidad que reposaba sobre la chimenea.
    - Soy un hombre de bien.- Se dijo a sí mismo.- De mi virtud puedo alardear.- Alzó la vista hacía la figura de la deidad,- He demostrado ser también más puro que esa chusma tan vulgar.
    La figura de la deidad se veía iluminada por la tenue luz de la estancia, procedente de las velas y la propia chimenea.
    - Pues dime,-Le recriminó a la figura de piedra- ¿Por qué al verle bailar creo que voy a perder el control? Le veo y mi alma toda empieza a arder, al ver que en su cabello brilla el sol.- Dijo alzando la mano que sostenía el pañuelo de aquel gitano y que aún contenía su olor. Pero aquel no era él, era la reacción al hechizo que el chico gitano pretendía echarle, pero la pureza de su alma era aún más fuerte.- Es fuego de infierno. Fruto del pecado, cruel y mortal. Me arrastra hacia el mal.- Pero su alma puro volvió a sentirse arrastrada por la suavidad de aquella tela y se atrevió a acercarse la prenda una vez más al rostro, solo una vez más para notar su suavidad.- ¡No!- Se gritó a sí mismo. Pues la pureza de su alma valía más que todo aquello.- Protégeme, -Le pidió a su deidad.- que no me lleve a mi perdición ¡Destrúyelo! En el infierno debe arder.- Acercó de nuevo el pañuelo a la hoguera de la chimenea, pero aún no estaba dispuesto a soltarlo.- Si no va a ser jamás mi posesión…-Murmuró.- Que Dios se apiade de ti.
    El juez finalmente dejó caer el trozo de tela a las llamas. El pañuelo cayó sobre los troncos que ya ardían en la chimenea y no tardó en ser pasto de las llamas. El juez observó como el fuego devoraba la prenda, como si en el mismo proceso su alma se viera purificada. Pero el sonido de alguien llamando a la puerta le distrajo.
    - Adelante.- Dijo.
    Su hijo adoptivo y nuevo capitán de la guardia de la ciudad apareció tras la puerta.
    - ¿Qué ocurre, hijo mío?-Le preguntó.
    Aquel trato de hijo adoptivo le quemaba en las entrañas a Akihiko, pero estaba allí, para hacerle llegar el mensaje de los soldados apostados en las entradas y salidas de la catedral.
    - El gitano ha escapado, excelencia.- Le dijo él.- Nadie le ha visto salir de la catedral, sin embargo, ya no está allí.
    El juez miró incrédulo a su hijo adoptivo sin poder creer lo que oía.
    - Pero, ¿cómo? – Empezó, pero de pronto sintió que el capitán no le estaba contando toda la verdad, alguien que había vivido tantos años en la catedral tenía que saber cómo salir sin ser visto.- No cese la búsqueda capitán.- Se reafirmó en su estrategia.- Ese gitano es peligroso y lo quiero arrestado y en los calabozos del palacio de justicia cuanto antes.

    · · ·


    El Doctor Kusama entró en su residencia digna de un barón y tendió su abrigo a su mayordomo antes de que él le diese la bienvenida. Fue directo a su biblioteca, el único sitio en el que podría estar a solas y se encerró.
    Pocas veces en su vida perdía los nervios y aquella vez parecía ser una de ellas. Tenía ganas de gritar, romper todo lo que se encantarse a su paso y maldecir a aquel lunático a los cuatro vientos. ¿Cómo iba a negarle la asistencia médica a aquellos que más lo necesitaban?
    Y seguro que en pocas horas tendría a un par de guardias siguiéndole los pasos para asegurarse de que cumplía su palabra. ¿Qué palabra? ¡Él no había accedido a nada! Pero ese loco le había ordenado ¡A él! ¡Al hijo de un Barón! Que cesase su actividad. Pero era un terreno peligros. Podría ser acusado de alta traición al desobedecerle y frente a eso, ningún título le protegería.
    Necesitaría amas nobles de su parte para hacerle frente, sin embargo, la humanidad y la solidaridad no eran virtudes abundantes en la nobleza de aquel país. En aquella estancia, rodeado de libros, de saber y cultura, Nowaki se sentía con la mente en blanco. ¿Cómo iba a llegar hasta aquellos con una mayor necesidad si le seguían a todas partes?
    Se dejó caer sobre una de las butacas de la estancia y se llevó las manos al rostro, forzándose a buscar una solución, su mirada se posó en una de las estanterías de la biblioteca, no una estantería normal, sino en una estantería falsa.
    Aquella estantería era, en realidad, una puerta hacia un pasillo secreto que llegaba hasta las cocinas, recordó como de pequeño se escabullía de sus lecciones utilizando esa puerta y bajaba hacia las cocinas a por un trozo de tarta. Las cocineras siempre le consentían demasiado.
    Y de pronto una idea iluminó su mente. Lutecia no era una ciudad cualquiera, antes de Lutecia, en aquel mismo sitio se hallaba otra ciudad, destruida hacía siglos en una sangrienta guerra y los nuevos ciudadanos, en lugar de restaurar las ruinas, construyeron encima. Convirtiendo aquella antigua ciudad en parte de las catacumbas. Por lo que se había fomentado el mito que toda la ciudad se hallaba conectada por túneles subterráneos.
    No era una idea tan descabellada y sabiendo la pasión de su bisabuelo por la arquitectura seguro que tenía los planos en algún lugar de esa misma biblioteca.

    · · ·


    - No lo entiendo.- siguió su hermano.- ¿Qué tiene de malo vivir con nosotros?
    - ¡No tiene nada de malo!- Le contestó Misaki en tono cansado de aquella misma discusión.- Pero vosotros ahora sois una familia.
    - De la que tú eres parte.- Le dijo su cuñada mientras podía la cena sobre la mesa y Takahiro preparaba los platos.
    Misaki acunó a su sobrino en sus brazos mientras se paseaba por la reducida estancia de las antiguas catacumbas en la que s hermano y su cuñada habían establecido su hogar. Mahiro, su sobrino estaba a punto de dormirse en sus brazos cuando Misaki había decidido sacar el tema de mudarse a otro cubículo, en la misma red de túneles, un sitio en el que pudiese vivir solo, como un adulto. Una idea que al resto de su familia no le hacía mucha gracia.
    -Eso tampoco lo dudo.- Intentó hacerse escuchar.- Pero vosotros necesitáis vuestro espacio y yo el mío. Estaremos a menos de sesenta metros de distancia.
    - ¿Sesenta metros?- Reaccionaron ambos, como si Misaki fuera a abandonar el país.
    -Menos de sesenta metros.- Repitió él.- Además es más seguro para todos.- Les recordó.- Me buscan a mí, si me encuentran, mejor que sea solo.
    Takahiro terminó de servirlos platos para la cena. Misaki se acercó a la cuna para dejar allí a su sobrinito.
    -No te van a encontrar aquí.- Dijo su hermano.- Nadie sabe cómo entrar aquí.
    -Por si acaso.-Murmuró Misaki.
    Pero los problemas no habían hecho nada más que comenzar. En aquellos mismos instantes, cubierto por un manto nocturno, un jinete se acercaba a toda velocidad a la ciudad de Lutecia con una noticia que lo cambiaría todo.

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    Espero leer vuestras opiniones y comentarios!!

    Edited by Drewelove - 6/5/2018, 21:00
     
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