Son de campanas de revolución [+18] (Akihiko x Misaki) 04/05/18

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  1. Drewelove
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    ¡Hola a todos y a todas!
    Aquí os dejo el siguiente capítulo.
    Espero que os guste y también espero poder leer vuestros comentarios pronto.

    Akihiko-and-Misaki-junjou-romantica-24745047-480-270

    SPOILER (click to view)

    4. El rey ha muerto



    La lluvia comenzó a caer en cuanto el misterioso jinete llegó a las puertas de la ciudad. Las pezuñas de su caballo se hundían en el lodo del camino, el aire frío y húmedo se le calaba en los huesos.
    -¡Ah de la muralla!-Vociferó a todo pulmón, pero nadie respondió a su llamada.- ¡Ah de la muralla!- Repitió y esperó de nuevo una respuesta.
    -¿Quién va?- Sonó la voz del vigía desde lo alto de la muralla, por fin.
    El mensajero levantó la vista hacia aquella sombra en la noche que parecía hablarle desde lo alto de la muralla.
    -¡Traigo una misiva de la Corte para el juez Fuyuhiko!- Respondio.- ¡La misiva lleva el sello real, puedo demostrarlo!
    Su voz dio paso de nuevo al sonido de la lluvia, se estaba congelando a las puestas de la ciudad.
    -¡Abrid las puertas!- Sonó una voz tras la muralla.- ¡Abrid las puertas!- Sonó otra voz.
    Un crujido hizo estallar el silencio, le siguieron los sonidos del esfuerzo y las órdenes de los soldados al otro lado de la muralla y las puertas finalmente se abrieron. Tres soldados empujaban de cada puerta y del interior de la ciudad surgieron dos soldados más, de un mayor rango, que se acercaron al mensajero, le pidieron examinar el sello de la carta y la banda real que portaba el mensajero bajo su capa, como indicaba su rango. Solo entonces decidieron dejarle pasar y acompañarle hasta su destino, el palacio de justicia.

    · · ·


    Akihiko se enfundó en sus ropajes como si el edificio estuviese en llamas y tuviera que salir corriendo. Lo había aprendido en el ejército. Uno de los soldados, acompañado por un criado había ido a avisarle de que se requería su presencia cuanto antes en el despacho de su padre. Tras ponerse los pantalones, las botas y su bata, salió escopeteado de sus aposentos en dirección al despacho del Juez.
    No debía ser nada bueno. No, si les habían despertado en mitad de la noche, debía ser algo terrible. Empujó la puerta del despacho sin ningún miramiento, su hermanastro y futuro juez ya estaba allí con la tez pálida como si hubiera visto un fantasma, una mano sobre su moca y los ojos abiertos de par en par. Su padrastro sostenía la misiva entre sus huesudas manos, sentado tras su escritorio, ambos aún seguían con el camisón de dormir y la bata. No hacía falta ser muy listo para saber que la situación en la que se encontraba, sea cual fuere, era muy delicada.
    - ¿Qué dice la carta? –Se atrevió a romper el silencio Akihiko.
    Su hermanastro ni se dignó a mirarle, el juez, al contrario, se llevó una mano a la frente donde apoyar su pesada cabeza.
    - El rey nos ha dejado.- Dijo con voz cansada.- El monarca ha muerto hace apenas unas horas.
    Aunque el juez y Haruhiko dudaran de la inteligencia de Akihiko dada su procedencia, el capitán sabía muy bien lo podría acarrear la pérdida de aquel monarca. El príncipe y heredero al trono del reino tenía nueve años, aún no podía reinar, aquella situación dejaba el poder en manos de los asesores del rey y la reina viuda. Demasiados conflictos de intereses en manos de la cúpula de personalidades más ricas del país. Todos mirarían por sus propios intereses, no tardarían en surgir bandos por quién debería ser elegido regente, no sería la primera vez que una situación así desembocara en una guerra civil.
    - He de partir a la capital cuanto antes.- sonó la voz del juez de nuevo.- La reina nos convoca a todos los guardas de las ciudades.
    Aquello era de esperar, en un periodo de incertidumbre como aquel, la corte, querría dejar fijado el próximo paso, qué iba a suceder desde entonces.
    - No sé cuánto tiempo deberé permanecer en la capital, roguemos a la deidad que no sea demasiado.- Murmuró aquella última parte el juez.
    Akihiko se limitó a asentir en silencio, aunque en sus adentros deseaba que su padrastro estuviera el máximo tiempo posible fuera de las murallas de Lutecia.
    - En mi ausencia, Haruhiko tomará las riendas de mi puesto.- Aquellas palabras cayeron sobre la cabeza de Akihiko como si de un yunque de plomo se tratasen. Sin embargo, su hermanastro parecía haberse convertido en un pavo real, su exceso de orgullo y confianza le hacían temer a Akihiko de las consecuencias de aquella decisión.- Todas sus órdenes deberán acatarse como si fueran las mías propias.
    Su padrastro se levantó de su butaca y se acercó hasta su hijo adoptivo y futuro juez. Le puso una mano sobre el hombro con subo orgullo.
    - Te he enseñado bien, hijo. –Le dijo.- Es tu hora de demostrar que puedes desempeñar este trabajo.
    Haruhijo hinchó el pecho y se puso recto como un soldado.
    - No os defraudaré, padre.
    - Lo sé, hijo mío.- Le respondió con una media sonrisa.- Ya sabéis como quiero que actuéis en lo referente al orden de la ciudad. Y vuestro hermano,-Hizo una pausa para dirigir la mirada al capitán.-deberá acatar todas y cada una de vuestras órdenes.
    «Y subiré las escaleras del campanario usando la punta de mi polla.» pensó Akihiko, la situación en la que se encontraba era demasiado peliaguda. Pero solo podía hacer una cosa…Golpeó los talones de sus botas como un soldado ejemplar y agachó la cabeza. «Tú pide por esa boquita, hermano, que ya veremos si se cumple.» pensó.

    · · ·


    El rey ha muerto.
    La noticia había llegado hasta los rincones más recónditos de la ciudad, hasta la mismísima corte de los milagros. Una mezcla de incertidumbre y miedo inundaba el ambiente del refugio subterráneo. Algunos especulaban sobre la idea de huir hacia otro reino en caso de que las cosas empeorasen, pero, ¿a dónde? Con el fin del invierno cerca, viajar sería más seguro, los campos empezarían a dar sus frutos y si no encontraban un refugio rápido aún tenían hasta el invierno siguiente para seguir buscando. Sin embargo, el problema era el de siempre, las leyes anti gitanos, la predisposición xenófoba y racista de la población.
    Tan solo con ver el tono de su piel ya no les dejarían entrar en muchas ciudades.
    - Lo bueno, es que el juez parte para la capital.- Valoró Manami mientras le daba el pecho al pequeño Mahiro.- Esperemos que su sustituto no sea como él.
    - No tengo muy claro si la maldad es innata o si nace con la práctica.- Valoró Takahiro sobre la afirmación de su esposa.- Solo espero que los guardias estén más distraídos con el cambio de toma de mando cuando vayamos a por víveres.
    Misaki terminó de anudarse la bota antes de ponerse en pie y ponerse la capa. Su mente no dejaba de dale vueltas a la posibilidad de encontrarse con el capitán de nuevo aquella tarde. Aunque irían por fuera de las murallas y los soldados se concentraban principalmente en los barrios de dentro de la ciudad.
    - ¿A dónde te crees que vas?- Le preguntó su hermano.
    Misaki le miró con una ceja alzada.
    - A por víveres, contigo, con todos los demás como cada mes.-Le respondió totalmente desubicado.
    Su hermano negó con la cabeza y se aceró a él para desanudarle la capa.
    - De eso nada, tú te quedas aquí.
    Misaki protestó apartándose de su hermano con la capa medio atada.
    - ¡Takahiro!- le regañó.- Yo también puedo ayudar, necesitaréis todas las manos posibles.
    - ¡Te buscan por toda la ciudad!- Le devolvió la regañina su hermano.- ¿Crees que sólo te buscarán dentro de las murallas?
    Su hermano tenía razón, pero no podía quedarse sentado viendo como la situación empeoraba. Él podía ayudar, debía ayudar. Misaki le miró con enfado, podía replicarle, pero no se le ocurría nada que no sonase como la queja de un niño enfadado.
    - Misaki, quédate.- Le pidió Manami.- Quien había terminado de alimentar al pequeño y ahora se paseaba por la estancia con el bebé en posición vertical sobre su pecho.- Habrá una reunión para tratar el reparto de alimentos y la situación como comunidad, serás de ayuda aquí también.
    Él miró a su cuñada y devuelta a su hermano con los labios apretados en un gesto de rabia. Alzó las manos y se desanudó por completo la capa.
    - De acuerdo, me quedo.- Su hermano asintió aliviado.- Solo por esta vez.

    · · ·


    El juez Fuyuhiko partió aquella misma tarde, con algo de prisa, llegaría la capital recién entrada la noche. Sus dos hijos adoptivos le despidieron a las puertas del palacio de justicia, junto al teniente de la guardia de la ciudad y algunos de los criados.
    Hiroki no había aguantado tanto la respiración en su vida, al menos de manera inconsciente, pues cuando el carruaje negro del juez desapareció entre las calles de la ciudad y en dirección a las puertas de las murallas sintió como si una presión invisible se aliviaba en su pecho. Pero lo que sí tenía seguro era que aquello no iba a durar lo suficiente como para disfrutarlo.
    - Vayamos al despacho de padre.- Le dijo Haruhiko a Akihiko.- Vos también, teniente.
    El teniente asintió en silencio y siguió al capitán tras el hermano de este hasta el despacho del juez. Suponía que el juez en funciones les daría las directrices para seguir en ausencia del juez Fuyuhiko. Sin embargo, lo que el hermano del capitán puso sobre la mesa, dejó estupefacto a ambos.
    - Esto es una orden de búsqueda.- Dijo Akihiko en voz alta.- ¿Todo esto por ese niño gitano?- Trató de disimular su preocupación por aquel asunto.
    - Padre la dejó firmada para mí antes de irse.- Dijo Haruhiko.- Se le reclama vivo, la recompensa son quince piezas de oro, de momento.
    Hiroki se acercó al escritorio de madera oscura y ocupó el lugar junto a su capitán para observar aquella orden impresa en papel amarillento.
    -Disculpad mi atrevimiento, señoría.- Se dirigió Hiroki a Haruhiko.- ¿Qué queréis decir con “de momento”?
    Quería decir exactamente eso, pensó Akihiko. Quería decir que las condiciones podían cambiar en cualquier momento. La recompensa podía aumentar o incluso…Podían pedir su muerte.
    - Con un espécimen que huye de una forma tan furtiva de los soldados de la ciudad, toda precaución es poca.- Le respondió Haruhiko.- Cuanto mayor la recompensa, mayor será la motivación del vulgo por ayudar a la justicia.
    Akihiko no podía apartar la mirada de la orden de búsqueda y captura, se le acusaba de insurrección, alteración del orden y, lo peor de todo, brujería. Todo aquello sumaba una pena que hacía que sus huesos temblaran. La orca.
    En la misma orden se advertía al que intentase capturarlo, que no le mirase a los ojos o dejase que sus envenenadas palabras embrujaran sus sentidos. Akihiko no era uno de los que creía en la brujería, a diferencia de la mayoría de la población de su época.
    - También pondré en marcha esta misma semana la ley de prohibición de asociación con grupos callejeros.- Dijo Haruhiko.- Tal y como lo ha dispuesto nuestro padre.
    Aquella afirmación fue aún más inhumana. Akihiko miró a Hiroki quien parecía quedarse más pálido por momentos.
    - Es hora de limpiar esta ciudad, demasiado se han aprovechado de los gentiles ciudadanos de Lutecia aquellos que roban y embrujan.
    Akihiko notó como un sudor frío le recorría la nuca.
    - Todo aquel que sea visto colaborando con gitanos será detenido y llevado a los calabozos.-Anunció el hermanastro del capitán.- Debemos reeducar a la población antes de que se vean arrastrados por la senda del mal.
    - ¿Bajo qué pena?- Se atrevió a preguntar Akihiko. Aquella respuesta que no se atrevía a escuchar.
    Su hermanastro asintió en silencio con gesto solemne como si tomara la más sabia de las decisiones. Pero bien sabía Akihiko que, su hermano, estaba disfrutando con todo aquello.
    - Todo aquel que colabore con esa gente, perderá una mano.

    · · ·


    El doctor Kusama abandonó el hogar del teniente de la guardia de la ciudad tras visitar al padre de este. El paciente parecía mejorar, pero dada su enfermedad, el doctor temía que lo que estuviese viendo fuera la “Mejoría de la muerte” un extraño fenómeno de mejoría que sufre el paciente antes de morir. Como si el cuerpo se esforzara en dar un último adiós.
    Ya lo había visto en otros pacientes y sabía de buena tinta que el fenómeno podía durar desde minutos hasta días. Sin duda, esperaba que ese no fuera el caso del padre del teniente. Solo pensar en que el teniente había hecho tanto por mantener a su familia y para estar con ellos le hacía desear que aquel hombre fuer inmortal.
    Nowaki se pasó una mano por el pelo para despejar su mente pues le esperaba una misión muy distinta. Ya había terminado con sus pacientes por aquel día. Al menos con sus pacientes “legales”, sabía que le estaban vigilando, el juez no iba a dejarle hacer tan libremente. Pero él tenía un plan, uno que no podía fallar. Así que respiró hondo y comenzó la ruta hacia la catedral.
    Las calles de Lutecia estaban tranquilas ya entrada la tarde. Las familias ya ocupaban sus hogares, las tabernas estaban llenas y en las calles solo quedaban algunos pocos y los guardias de patrulla. Nowaki no había vivido durante los años antes de la influencia del juez Fuyuhiko. Cuando él nació, el juez ya estaba en el poder. Aunque sí recordaba a su padre agradeciendo el cambio de mando pues, al parecer, el anterior juez era demasiado “benévolo”. A veces Nowaki rogaba ser adoptado, pero conociendo a su padre, nunca le hubiera reconocido como hijo de ser así.
    Las torres de la catedral aparecieron frente a él. La plaza estaba semidesértica, ya habían retirado el mercado y se habían acabado los servicios religiosos hasta el día siguiente. En la entrada principal la custodiaban dos soldados de la guardia de la ciudad. El juez ya no se fiaba ni de los representantes de la deidad en la tierra.
    - ¿A dónde se cree que va señor?- Le preguntó uno de los guardias obstruyéndole el paso, claramente no sabía quién era.
    - Vengo a visitar al archidiácono, soy su médico.-Mintió.
    El segundo soldado le miró de arriba abajo.
    - Va bien vestido y lleva un maletín típico del oficio que comenta.- Valoró el otro soldado.
    El doctor Nowaki forzó una sonrisa todo lo amable que pudo y le extendió la mano a aquel segundo soldado.
    - Soy el doctor Nowaki Kusama, un placer el conocerle.- Aquella era su última herramienta siempre: decir su nombre a alguien que podría reconocerle, pero tenía que admitir que el título de su familia le había facilitado el trabajo muchas veces.
    Vio como el rostro del guardia palidecía por momentos al reconocer su nombre, escuchó las torpes disculpas de ambos, a los que contuvo con una amable sonrisa y con la promesa de que no estaba ofendido como lo estaría cualquier otro noble y finalmente, le dejaron pasar.
    La catedral estaba casi en silencio, sin contar con los pasos de un par de monjes que abandonaban la nave de la catedral en dirección a una de las capillas laterales. El doctor no se lo pensó dos veces y avanzó hacia ellos para preguntarles si sabían dónde se encontraba el archidiácono y si podía recibirle de inmediato. Ambos monjes dudaban de si el archidiácono se encontraría en su despacho o si ya se preparaba para las oraciones de la noche, pero le acompañaron al noble doctor a su despacho de muy buena gana. Afortunadamente el archidiácono se encontraba en su despacho ocupándose de los últimos menesteres del día cuando el doctor Nowaki apareció en su puerta acompañado de por dos monjes.
    - ¡Doctor!- Se sorprendió al verle.- No le esperaba hoy, pase, pase.
    El archidiácono se despidió de ambos monjes antes de pedirle al doctor que cerrara la puerta tras él.
    - Sé que le resultará extraña mi visita, archidiácono. –Comenzó el Doctor.
    - Me preocupa más que venga preocupado por mi salud, doctor.- Bromeó él.
    A lo que Nowaki le devolvió la sonrisa y negó con la cabeza.
    - Está usted tan sano como un roble, nos va sobrevivir a todos.- bromeó.
    - No diga eso doctor.- Le trató con precaución.- Nadie quiere vivir para presencial las muertes de sus contemporáneos.- Toda una lección.- Tome asiento.
    Le invitó el archidiácono a lo que el médico obedeció.
    - ¿A qué debo esta agradable visita?
    Nowaki abrió su maletín para sacar de él un pergamino antiguo, enrollado ya varias veces sobre sí mismo.
    - Me encuentro en una posición delicada, archidiácono.- Le confesó.- El juez Fuyuhiko me ha prohibido que asista a los más pobres.
    La cara del religioso mostró el horror que sentía al oír aquellas palabras.
    - Ese hombre está loco y por la deidad que será tratado acorde con sus pecados cometidos en cuanto muera.- Maldijo de aquella forma tan…religiosa digna de aquella institución.
    - Pero no podemos esperar a que el juez muera, señor.- murmuró el médico en tono serio.- Mientras él infunde su reino de terror muchos mueren por no recibir una atención médica a tiempo. Muertes que se pueden evitar.
    El archidiácono apretó los labios en señal de rabia y asintió con la cabeza. Pero con la prohibición del juez y con la vigilancia que seguro tenía, no había nada que pudieran hacer.
    - ¿Qué idea habéis tenido?- Le preguntó el archidiácono con la esperanza de que efectivamente hubiera otra manera.
    Entonces el doctor Nowaki se incorporó sobre la silla para desplegar el pergamino que aún permanecía en sus manos. En él se dibujaba un plano de la ciudad de Lutecia, sin embargo, no era la Lutecia actual.
    - Esto es…- comenzó el religioso.
    - Es un plano de la ciudad antigua, a unos metros bajo nuestros pies.- Le confirmó el doctor.- Según lo que he podido investigar, algunas zonas están completamente destruías y reutilizadas como cimientos de los nuevos edificios. Sin embargo.-Dijo mientras señalaba a donde debería estar la catedral actual.- La zona de la catedral y la plaza sigue como está, calles y calles bajo nuestros pies.
    - No esperaba menos de vos.- Le premió el archidiácono con una sonrisa.- Vuestro bisabuelo fue el arquitecto de muchos de los edificios de la ciudad nueva, entre ellos el mismo palacio de justicia.
    Nowaki asintió con la cabeza, aquel era un dato familiar del que no se sentía muy orgulloso.
    - Por eso mismo he tenido acceso a la información que me ha permitido identificar las zonas no derruidas, los túneles bajo nuestros pies y que conectan con la llamada Corte de los Milagros. –Hizo una pausa al ver el gesto dubitativo del archidiácono.- No creeríais que con vendarme los ojos era suficiente ¿Verdad? Sé perfectamente dónde está y ahora, con esto,-Dijo señalando al mapa.- sé cómo llegar hasta mis pacientes sin ser visto.

    · · ·


    Misaki entró hecho una furia al hogar de su hermano y su esposa, que pronto dejaría de ser también el suyo. Manami entró tras él con su bebé en un pañuelo bien sujeto a su pecho. Misaki no podía cree lo que había escuchado durante la reunión, realmente se planteaban el huir a otra ciudad, ¿acaso no era evidente? Les iba a pasar lo mismo fueran a donde fuesen. Y Misaki se negaba a abandonar la ciudad en la que estaban enterrados sus padres. Huyendo no iban a solucionarlo. Y para colmo se enfrentaban a un brote de gripe en la corte de los milagros. De momento solo afectaba a tres niños y a una de la madre de estos, pero dos de los niños estaban muy graves, eran de cuerpo débil y muy probablemente no pasarían de aquella noche. Sin embargo, por petición mayoritaria se había decidido que nadie abandonara la corte de los milagros en la próxima semana debido a la muerte del rey y los cambios políticos que ello pudiera acarrear.
    - ¡No puede ser que lo digan en serio!- Dijo Misaki lleno de rabia.
    - Misaki, tranquilo.-Le pidió manami.
    - ¿Cómo voy a tranquilizarme?- Le contestó.- ¿y si Mahiro también enferma? ¿Qué vamos a hacer?
    Su cuñada también estaba preocupada por aquella posibilidad, un bebé no sobreviviría a una gripe.
    - Me quedaré aquí, lejos de esos niños.-Intentó convencerse a sí misma.
    Misaki se pasó las manos por la cara en un gesto de frustración. La partida para recoger alimentos aún no había vuelto ni lo haría en unas horas. Una idea cruzó su mente. Sabía perfectamente dónde vivía el doctor, solo tenía que coger el túnel que comunicaba con la acequia este y después caminar por cuatro calles, en plena noche nadie le vería. Podía hacerlo.
    Sin pensárselo más tomó su capa y se la puso al cuello mientras salí de aquel cubículo.
    - ¿A dónde vas?- Le preguntó Manami.
    - Necesito despejarme, voy a dar una vuelta por los túneles.- Le mintió.
    Afortunadamente, su cuñada decidió creerle aquella vez. Mejor para ella, porque si supiera a dónde iba no iba a quedarse tranquila. Misaki anduvo por túneles casi a oscuras durante largo rato, con la única ayuda de una antorcha. Debía darse prisa antes de que notaran su ausencia. Caminó por calles abandonadas de la ciudad antigua, enterradas por la ciudad nueva. Todo un tesoro para quien necesitara escapar de la autoridad. Al llegar a la alcantarillado este, dejó la antorcha en los túneles, pues las rejillas de la superficie podían delatarle. ¿Cuántos años podría tener aquel alcantarillado si nadie sospechaba de su uso para los proscritos? Misaki caminó entre aguas mal olientes hasta llegar a un tramo que comenzaba a estar más iluminado por la luz exterior. Estaba llegando a los barrios ricos, donde las rejillas del alcantarillado eran más largas y anchas para mantener las calles limpias. Revisó las tapas de las rejillas que tenía en un recorrido de dos calles hasta detectar una que estaba suelta de su enganche. Concentró sus fuerzas y logró arrancarla de su posición para poder salir.
    Por fin estaba fuera, recolocó la rejilla y corrió hacia las sombras, no podía ser visto. Miró la calle en la que estaba y las de su alrededor, en aquella calle habían dos tabernas con soldados lo suficientemente borrachos como para pasar desapercibido y tras aquella calle, el barrio más pudiente de la ciudad. Aprovechándose de las sombras y la embriaguez de algunos, Misaki llegó hasta un pequeño callejón sin ser descubierto, corrió callejón arriba hasta el barrio rico y avanzó tres calles más, allí estaba el palacete del barón y su familia, una vivienda enorme donde podrían vivir perfectamente todos los gitanos de la ciudad y, sin embargo, en el solo vivían tres personas y sus criados. Pero, al menos el hijo del barón era diferente.
    Y de pronto Misaki se dio de frente con el principal problema de su plan ¿Cómo iba a entrar? ¿Cómo sabía en qué estancia iba a estar el doctor? Si entraba por cualquier ventana podía ser descubierto y no podía correr ese riesgo. ¿Había llegado hasta allí para nada? No para nada no, por una vez, le iba a sonreír la suerte. El doctor Nowaki Kusama apareció por la calle principal que daba a su hogar. Misaki vio su oportunidad, se acercó rápidamente hacia él, le agarró de la capa con ambas manos y lo empujó a las sombras de nuevo. Un movimiento que si el doctor no hubiera estado desprevenido no hubiera surtido efecto pues físicamente Nowaki era el doble de alto que Misaki. Una vez en las sombras se apresuró a taparle la boca al médico antes de que diera la alarma y se descubrió la capucha de la capa para que viese que era una persona conocida.
    La expresión del rostro de Nowaki fue de enfado a pura sorpresa. Misaki se llevó un dedo a los labios para advertirle de que se mantuviera en silencio y le retiró su mano de la boca.
    - ¿Pero qué hacéis aquí?- Le susurró el médico.- ¡Es peligroso!
    - ¡No tenía otra opción!- Le contestó él también en un susurro.- Necesito medicinas para la gripe o unos niños morirán esta noche.
    Nowaki sabía muy bien qué niños eran pues tenía planeado visitarles aquella tarde, sin embargo, con la advertencia del juez y su plan de los túneles tenía que posponer sus citas un par de días. El médico dirigió una mirada a su palacete y de nuevo a Misaki.
    - La tercera ventana por la derecha, la dejaré abierta.

    · · ·


    Akihiko apuró el contenido de su jarra de cerveza. Hiroki, al otro lado de la mesa hizo lo mismo con la propia. Ambos en silencio se habían propuesto emborracharse en aquella taberna sobrepoblada de soldados en la que no pasaban desapercibidos aunque lo intentasen. Las bebidas gratis para el honorable capitán de la guardia y su teniente.
    Hiroki no quería volver a casa sabiendo que su padre sí que iba a recibir tratamiento pero que todos aquellos enfermos que vivían en las calles acabarían muriendo y Akihiko no quería volver a aquel infierno del palacio de justicia. Solo les quedaba beber.
    - A veces me pregunto por qué parecía todo más fácil en el frente.-Habló Hiroki.
    - En el frente solo teníamos a los de nuestro propio bando.-Le contestó Akihiko.-Nunca entablas relación directa con el enemigo, pero aquí…
    - Aquí compartimos ciudad con el que dicen que lo es.
    Akihiko asintió lentamente con la cabeza.
    - ¿Puedo hacerte una pregunta Akkihiko?- Susurró su amigo.
    El capitán miró el fondo vacío de su vaso y asintió de nuevo.
    - ¿Cómo salió el gitano de la catedral?
    Akihiko levantó rápidamente la vista de su jarra, tanto que le pareció que se mareaba. Miró a su alrededor de forma discreta, temiendo que alguien hubiese escuchado la lengua selta de su compañero.
    - Nadie lo sabe.- Respondió.
    Hiroki le miró he hizo media sonrisa propia de un borracho.
    - Ya…claro…
    - Me parece que ya has bebido demasiado, teniente.- Le dijo su amigo retirándole la jarra.
    Él se encogió de hombro y asintió.
    - Puede que sí, debería volver a casa.
    Akihiko asintió también y ambos se tambalearon un poco al levantarse. Sus caballos les esperaban fuera y Akihiko insistió en que Hiroki montara para volver a casa, al menos uno de los dos animales sabría cómo volver, a Hiroki le hizo gracia aquel comentario. Akihiko, sin embargo, caminaría a su lado, tenía ganas de volver paseando. Esperó a que el caballo de su teniente desapareciera entre las calles y él se dirigió en dirección contraria para optar por un camino más largo.
    Cada vez más lejos del ajetreo de la taberna, el capitán sentía su mente más clara, el aire nocturno le despejaba. Un paseo nunca venía mal a aquellas horas de la noche.

    · · ·


    Y de repente Misaki se vio frente al capitán de la guardia.
    Se maldijo a si mismo por no comprobar la seguridad al salir del callejón, por ir con prisas. Sus ojos violeta parecían haber visto un fantasma, tenía que salir de allí pero su cuerpo no le respondía se había quedado completamente petrificado.
    Akihiko se vio sorprendido por aquellas dos esmeraldas que le dedicaban una mirada de terror, necesitó unos segundos para darse cuenta de que realmente era aquel gitano y no una alucinación por la borrachera, y un par de segundos más para darse cuenta de que estaban en medio de la calle ambos paralizados y que podía oír cómo se acercaban unos soldados a sus espaldas.
    -¡Aquiles, quieto!- Le ordenó a su caballo antes de soltar las riendas y tomar por el brazo al gitano de ojos esmeraldas para arrastrarlo de vuelta al callejón. Misaki no tuvo tiempo para protestar, antes de darse cuenta estaba de nuevo en el callejón con el capitán de la guardia de la ciudad haciendo una cortina con su oscura capa para ocultarles.
    Akihiko apoyó el antebrazo por encima de la cabeza de Misaki para que su capa les tapase a ambos, aunque el gitano ya portaba la suya. Aquella postura le hacía inclinarse sobre el muchacho cuyo rostro enrojecía por momentos. Akihiko no pudo resistir a hacer una sonrisa placentera por la mueca del gitano.
    Los pasos y las voces se acercaban, pero no les verían entre las sombras del callejón. Aprovechando la intimidad de aquel momento, Akihiko se atrevió a llevar su mano libre a la cintura del muchacho y le atrajo con fuerza. Sin mediar palabra agachó su rostro sobre el de Misaki y devoró sus labios con los propios. Misaki reaccionó con los ojos muy abiertos y alzó ambas manos para agarrar los ropajes del capitán e intentar empujarle, aquél no era el momento idóneo. Pelo la tentación era tan grande…
    Las caricias de los labios del capitán tan ansiosas y apasionadas frente a los tímidos labios del gitano. Misaki sintió como el capitán introducía la lengua en su boca y todo su cuerpo se estremeció. Sus manos ya no le empujaban, se aferraban e incluso tiraban de él. Akihiko sintió un cosquilleo en su entrepierna y el deseo de alzar a Misaki por las caderas y hacerle suyo allí mismo. Pero entonces, Misaki notó algo en el sabor de Akihiko que le hizo apartarle de un empujón.
    - ¡Estáis borracho!- Le susurró enfadado.
    - No tanto como para tener muy claro lo que quiero hacer contigo.- Le susurró también y alzó una mano para acariciarle el rostro.
    Misaki se odiaba a sí mismo en aquel momento, se sentía desarmado, débil, dispuesto a hacer lo que fuera por seguir a su lado un rato más.
    - Ahora no.- Le susurró Misaki sin soltarle de sus vestimentas.
    - ¿Cuándo entonces?- Le preguntó él alzando las cejas.- Mucho me temo que nuestro próximo encuentro solo se produciría si te entregaras en el palacio de justicia.
    El rostro de Misaki se tornó en una mueca de rabia.
    - Eso jamás.- Le contestó.
    - Me temía que me dijeras eso.- Le susurró muy cerca de sus labios, alternando la mirada entre sus ojos esmeralda y la boca ligeramente abierta de Misaki.
    - ¿Vais a arrestarme?- Le preguntó Misaki libre de miedo, algo le decía que no iba a hacerlo.
    Akihiko volvió a besarle, estaba vez pegando su cuerpo al de él, moviendo sus labios de manera apasionada y brusca sobre los de Misaki. El gitano ahogo un pequeño gemido en su garganta, algo por lo que se odió a sí mismo y por lo que Akihiko sintió otro cosquilleo en su entrepierna. A Misaki le costó auténtica fuerza de voluntad el apartarle de sí mismo.
    - No, no, no-Susurró casi en un jadeo por la falta de aire.- Tengo que irme.
    Entonces Akihiko reparó en el saco que colgaba de su cintura.
    - ¿Qué es eso?- Le preguntó.
    - Medicinas.- Respondió rápidamente él.- Los gitanos también nos ponemos enfermos aunque tu gente crea que somos una especie de brujos.
    Akihiko recordó entonces la orden de búsqueda y captura que pesaba sobre la cabeza de Misaki. Alguien les estaba ayudando a conseguir medicinas y creía saber quién. En cierto modo le aliviaba que aún existiera gente con algo de humanidad en aquella ciudad.
    - Tengo que irme.- Le repitió otra vez y esta vez sí que soltó sus manos de los ropajes del capitán.
    Sin embargo Akihiko no podía dejarle ir así. Le cogió de la muñeca cuando Misaki trató de salir del callejón.
    - ¿Cuándo volveré a verte?
    Vio duda en los ojos del gitano, no era buena idea, claro que no, pero no iba a dejar de verle. No podría quitárselo de la cabeza en toda la vida. Misaki apretó los labios y asintió dos veces antes de hablar.
    - En vuestros antiguos aposentos, en la catedral, el martes que viene.
    Akihiko tiró de su brazo solo una vez más antes de dejarle ir.
    - Júralo.- Le dijo.
    Misaki dio un paso hacia él, con el rostro enrojecido y temblor en las piernas. Pero reunió el valor suficiente para ponerse de puntillas y besarle una última vez.
    - Lo juro.

    · · ·

    Al día siguiente los síntomas de los niños con gripe y la madre afectada habían remitido, Misaki les había hecho jurar que jamás dirían que había sido él. Tras su escapada nocturna, apareció mucho más tranquilo por la puerta del cubículo que era su casa. Cenó con su hermano y su cuñada y después se fue directo a dormir.
    Para su familia él se había ido a dar un largo paseo para calmarse. Y de algún modo, el resultado era el mismo.


    Edited by Drewelove - 4/5/2018, 09:42
     
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