El Beso del Dementor [DRARRY]: Capitulo Final: Desenlace

Cuando el ministerio envía a su mejor auror a capturar al único preso que ha escapado de Azkaban en años. Harry descubre, no solo el origen de los dementores, sino también un amor a contrarreloj

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  1. Neko D. Luffy
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    Ohhhhhhhh~~~ Este fic es lo mas!!!
    Conti conti onegai~~ y eso que no soy mucho de harry potter
     
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  2. Kari Tatsumi
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    Me alegra mucho que les guste el fic, y pues les invito a todos los lectores de "El beso del Dementor" a que pasen a leer los otros que he estado subiendo, tengan en cuenta que ninguno de ellos es mio, solo lo comparto con la autorizacion de los autores:

    Arquitectos de la Memoria
    Un viaje hacia la vida
    Como conoci a mi esposo
    El Trato
    Green Eyes
    Harry Potter y el Fabricante de Pociones
    Instantes (oneshots del mundo de Harry Potter y el Fabricante de Pociones)
     
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  3. Kari Tatsumi
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    Capítulo 25
    Desenlace



    Después de una exhaustiva investigación, se llego a la conclusión de que, siendo como son los dementores inmortales debido a la fusión de alma, magia y carne. La desaparición del alma, devorada por el actual Lord Dementor, Harry Potter, fue lo que colapsó la existencia del anterior, en un desequilibrio que acabó por destruirlo. Transmitiéndose su esencia mágica al poseedor del alma.

    De ahí la demostrada capacidad de Potter para la superación de algunas de las restricciones de la maldición, como son, el habla, el velo sobre la apariencia y la práctica de magia, que además…


    (Hermione)

    Después de rellenar la página con algunas frases más dio el informe por terminado, lo metió en un sobre para llevarlo por la mañana a los archivos, y comenzó a recoger.

    Tenía el despacho bastante desordenado a causa de todo el trabajo acumulado. Papeles aquí y allá amontonados en ordenadas pilas aún sin clasificar, carpetas de informes, apuntes y fotografías se amontonaban por todo el lugar invadiendo toda superficie útil, incluidas las otras dos sillas que solía tener para visitas.

    Parecía que el ministerio quisiera vengarse por sus recientes actividades, inundándola de casos.

    Con un suspiro cansado cogió la pluma y el tintero para guardarlos en el cajón, y miró a la ventana. A juzgar por las primeras luces eléctricas de Londres, ya encendidas, que iluminaban a los últimos trabajadores que abandonaban el ministerio, había vuelto a hacérsele de noche.

    -¿Ya es tan tarde?- Había estado tan absorta redactando que ni se había dado cuenta de la hora. Terminó de meterlo todo en su sitio a toda prisa y cerró con llave el cajón. Mientras hacía girar el pequeño instrumento de latón, no pudo evitar una mueca de dolor.

    A veces las heridas todavía se resentían un poco si pasaba demasiadas horas escribiendo, como ahora. Pero podía vivir con ello, porque eran un recuerdo de él, un recuerdo de aquella noche hacía casi un año…

    Se cubrió la mano derecha con la izquierda acariciando las irregulares marcas blancas que corrían en paralelo por el dorso de la misma hasta desaparecer casi en su muñeca.

    -Blaise…- le echaba de menos. Echaba de menos tantas cosas…

    Cogió la foto que había estado en la esquina de su mesa desde el primer día en que empezó a trabajar como auror. En ella aparecían tres amigos el día de la graduación, sus jóvenes caras llenas de ilusión por el futuro, por las grandes cosas que querían hacer.

    Ella, Ron y Harry iban a hacerse aurores, iban a ayudar a la gente y a mejorar las cosas.

    Se sonrió a penas, cariñosamente, acariciando el marco desgastado, amarilleado y desconchado después de tanto uso.

    Que ingenuos habían sido entonces, incluso después de todo lo que habían vivido en la guerra habían mantenido esa chispa de rectitud y su inquebrantable amistad…

    Las cosas habían cambiado mucho desde entonces. No todo había sido malo, por supuesto. Pero no podía evitar lamentar la pérdida.

    Sus vidas eran muy distintas ahora, sobre todo a raíz de aquella noche tormentosa del otoño pasado.

    Y ella no había resultado indemne.

    Nunca podría olvidar el instante exacto en que la pálida muñeca de Blaise se le escapó entre los dedos. El horror, el miedo, la agónica sensación de que estaba perdiendo algo terriblemente importante mucho antes de haberlo encontrado siquiera.

    Recordaba vagamente haber gritado, sus profundos ojos oscuros, dilatados de sorpresa, y la tonta idea del hermoso contraste que harían sus rizos negros contra el blanco de la espuma marina.

    Lo acontecido después, cuando el velo de dolor la había dejado desorientada y errática, estaba algo borroso. Sabía que, al desaparecer su mejor amigo en el interior de la torre, en una lucha a muerte contra el Lord Dementor, había echado a correr.

    Aunque no sabía muy bien que había estado pensando cuando se metió por los pasillos de Azkaban en dirección al hogar de los dementores. Tenía la sensación de haber estado dominada por el miedo a perder también a Harry.

    El interior del edificio había sido más laberíntico de lo que creía. Histérica, desesperada por dar con él, tan ofuscada que durante un tiempo ni siquiera recordó que podía usar el hechizo rastreador para encontrarlo, había deambulado por el lugar como una polilla chocando contra un cristal.

    Irónicamente, hizo falta que chocara de verdad contra una silla, a la que no había prestado atención, para que se detuviera el tiempo suficiente para empezar a pensar. Cuando se dio cuenta de que podía haberlo encontrado ya si lo hubiera lanzado, se sintió estúpida por haber perdido los nervios de aquella manera.

    Tomó aire, se limpió las lágrimas aún temblorosa, se recompuso como pudo, y lo lanzó.

    La señal había surgido distorsionada, errática, como la luz parpadeante de un coche, pero lo suficientemente fuerte para ser seguida.

    El delgado hilo plateado la condujo con dolorosa lentitud por los laberínticos pasillos, hasta la última planta de la torre.

    Allí los tapices, las alfombras, la decoración en general, era mucho más cuidada y se conservaba mejor que en el resto del lugar. Bordados en oro, ricos y gastados terciopelos, delicadas tallas en hermosas maderas oscuras… brillaban levemente bajo la luz de las antorchas, como una miríada de delicados pedazos de cristal.

    Sin embargo una extraña frialdad parecía permearlo todo. Le recordó a una jaula, hermosa, pero una jaula al fin y al cabo.

    Sus pasos resonaban en la madera rompiendo el antinatural silencio. La extrema quietud que embargaba el lugar hizo que se le erizara el vello de la nuca.

    Tenía la sensación de estar adentrándose en territorio prohibido. Como si el propio lugar supiera que no debía estar allí, y estuviese, sutilmente, tratando de instarla a marchar.

    Sin embargo Harry estaba allí en algún sitio, y no podía irse sin saber si estaba bien.

    Cerró el puño entorno a la varita con más fuerza, y siguió avanzando atenta a cualquier signo de amenaza.

    Al principio el sonido había sido tan suave que se camuflaba en el susurro del viento. Y durante un rato no estuvo segura de si realmente lo había oído o no.

    Pero a medida que avanzaba se fue haciendo más claro, más nítido, conformándose en una voz que reconoció al instante.

    -¡Harry!- el grito surgió de su garganta como el chillido de un pájaro, y rompió a correr.

    -…culpa mía… Draco… por favor… lo siento, lo siento, lo sientolosientolosiento…- las frases sonaban entrecortadas, amortiguadas, como un niño que habla bajo las mantas. Pero la voz era inconfundible.

    Cada vez más nerviosa, con el corazón golpeando dolorosamente el interior de su caja torácica, la respiración convertida en rápidas y ahogadas inspiraciones, alcanzó una puerta apenas entreabierta por la que entraba una brisa helada.

    Se detuvo recuperando el oxígeno después de la carrera, la mano apoyada en el picaporte. Percibió el olor de la sal marina y del frío nocturno, y dedujo que alguna ventana ahí dentro debía estar abierta.

    El apagado lamento venía del otro lado de la hoja.

    Se enderezó con un esfuerzo consciente… pero temía lo que pudiese ver en el interior. ¿Y si su amigo estaba herido? Sus nudillos se volvieron blancos entorno al asa de metal. ¿Y si estaba moribundo? Dio un paso atrás.

    Sintió como se le formaba un nudo en la garganta. No quería perder a Harry, no creía que pudiese soportar verlo morir.

    Pero su conciencia no la dejaría descansar si lo abandonaba. Si su amigo se estaba muriendo, entonces ella debía estar allí, a su lado, para despedirlo.

    El chirrido de los goznes sonó como un pequeño grito de agonía.

    Dentro, la única iluminación era la de las ascuas medio extintas de la chimenea.

    Las llamas anaranjadas se reflejaban levemente en los cristales de colores que poblaban toda la pared del fondo, del suelo al techo, conformando el heroico escudo griffindor cubierto por una gruesa capa de polvo y mugre acumulada durante años.

    Reconoció la enorme vidriera como la que adornaba la habitación en la que ambos contrincantes habían entrado.

    Los postigos, abiertos, balanceándose como niños huérfanos, le dieron la razón.

    Las sombras eran profundas, y cubrían toda la estancia convirtiendo el lugar en un fantasmagórico entorno de siluetas apenas dibujadas en el que era difícil identificar nada.

    -¿Harry?- musitó adentrándose un par de pasos en la extraña habitación.

    Algo a su derecha se movió.

    –Lumos.- la trémula luz blanquecina rompió la negrura vertiéndose sobre una enorme cama de dosel profusamente tallada con flores, fenixes, y el escudo griffindor. Largos cortinajes de pesado terciopelo carmín, ahora recogidos, enmarcaban el lecho a los costados, agitándose levemente en la brisa que se colaba por la ventana.

    Y en el centro del enorme colchón, sobre la colcha de terciopelo bordado en oro… estaba Harry.

    Su rostro apenas asomaba sobre el borde de un ala correosa, lustrosamente negra. Se había envuelto con sendos apéndices en un seguro capullo, y si no hubiera levantado la cabeza al oírla, podría haberlo tomado por algún tipo de extraña crisálida tenebrosa.

    La palidez ósea de su piel, los huesos que pretendían asomar a través de ella como cuchillas, los mechones de cabello negro como zarcillos de oscuridad, y esos ojos, ascuas verdes, heladoramente terroríficas, la observaron desde lo que había sido el rostro de su mejor amigo.

    Por un momento la imagen se le hizo extraña y alienada, casi terrorífica. Pero cuando su mirada tuvo un instante para captar los cambios… se dio cuenta.

    Había lágrimas surcando sus mejillas. Tristeza y dolor en las profundidades verdes. Ese no era un monstruo, era Harry. Su mejor amigo.

    Sin pensarlo si quiera, surcó los metros que los separaban y lo arropó en el refugio cálido de sus brazos, apretándolo contra el colchón de su pecho.

    Se sentía helado y ardiente a un tiempo, pero su olor era inconfundible. Olía a sudor, a calidez, a un rastro extraño de hojas de pino, consecuencia del bosque que rodeaba su casa, y al champú barato que siempre usaba. Su familiaridad la tranquilizó.

    -Me tenías preocupada.- musitó llena de alivio contra la suave maraña, casi intangible, de su pelo.

    Harry se desmoronó contra ella, el rostro enterrado en su hombro, la humedad helada de sus lágrimas en la sensible piel del cuello. Pero no se desenvolvió, la piel como flexible cuero negro de sus alas, continuaba rodeándole el cuerpo como si su refugio pudiera escudarlo de la agónica realidad.

    El envoltorio era demasiado grande para poder rodearlo con los brazos, pero Hermione pudo enroscarlos en torno a su cuello, acariciándole el cabello como una niña a su hermano mayor.

    Casi no podía creer que estuviese bien. Había tenido tanto miedo de perderle… no pudo evitar que quedas lágrimas de alivio empezaran a deslizarse por sus mejillas.

    "Menos mal, menos mal…"

    Lo abrazó aún más fuerte asegurándose de que realmente estaba allí, queriendo preguntarle un millón de cosas, pero con la garganta atorada por los sollozos.

    -¿Qu…qué ha pasado?- susurró finalmente cuando logró calmarse lo suficiente.

    Durante un largo momento pareció que no contestaría.

    Pero cuando Hermione entreabrió los labios para volver a preguntar, la voz de Harry, débil, firme, rompió el silencio en un suave rasgueo átono parecido al chirriar de una grabación antigua.

    -Draco…- el sonido fue tan roto…

    Hermione tuvo la sensación de que su amigo se estaba deshaciendo entre sus brazos. Convertido en el recuerdo de Harry Potter, pero ya no más la persona viva, ardiente, y salvajemente leal que había sido. Aterrada se separó apenas para poder mirarle a la cara.

    -¿Harry?- La inquietud regresó acosadora a su pecho.

    -Draco…- lo vio flaquear, como si las palabras lo ahogaran, apenas capaz de formarlas - Draco… ha muerto.-

    Hermione cerró los ojos, pero contener sus propias lágrimas se convirtió en una empresa inútil. Estas empezaron a rodar por sus mejillas como pequeños canalones de agua de lluvia.

    No podía ser.

    No podía ser que hubieran ido tan lejos solo para llegar demasiado tarde. Hipó inevitablemente. La muerte de Blaise, la transformación de Harry, y ahora la pérdida de Draco, por cuyo rescate su mejor amigo había sacrificado tanto…

    Era demasiado.

    Aquello era condenadamente injusto. Condenadamente inhumano.

    Levantó la mirada buscando la de su amigo…pero la mirada de Harry era el reflejo exacto de un erial sin vida, solo el rastro arrasador de la culpa parecía habitar sus profundidades esmeralda.

    Aquella parecía la mirada de alguien a quien nada le queda, la mirada de quien ya no quiere continuar adelante, la mirada de un suicida.

    "No…" Lo abrazó de nuevo, fuertemente, apretándolo con todas sus fuerzas, reteniéndolo a su lado. No dejaría que eso pasara.

    Tragando dificultosamente se obligo a pensar en algo, lo que fuera, que pudiera ayudar. No había mucho.

    -Los dementores no pueden morir.- musitó finalmente contra su hombro.

    De eso estaba segura. Lo había leído cientos de veces en todo cuanto había encontrado sobre aquellas criaturas. Por tanto, no podía ser que Malfoy estuviese muerto. ¿Verdad? Necesitaba aferrarse a algo e hincó las uñas en aquella posibilidad con todas sus fuerzas.

    -Los dementores no pueden morir.- repitió de nuevo, con más fuerza.

    Sintió, más que oyó, la risa rota, caústica, de su amigo. Un desborde de irónico veneno. Vacía, sin fondo.

    Le recordó a lo que surgiría de intentar arrancar una melodía de un piano al que le faltasen teclas. Algo parecido a una risa, pero dolorosa en su naturaleza incompleta. Toda alegría había desertado aquel sonido.

    La oscuridad de la habitación se hizo más profunda, peligrosa, lechosa, aflorando en las paredes y suelos como liquen musgoso deseoso de devorar toda superficie. Creciendo con el entusiasmo de una malsana afloración fungosa. Daba la sensación de ir a tragarte de acercarte lo suficiente a ella.

    Hermione no pudo evitar un estremecimiento. Sin embargo mantuvo firme el abrazo y la voz.

    -Los dementores no pueden morir.- Tenía que hacer que Harry la creyera.

    Debía recuperar a su mejor amigo antes de que fuese devorado por entero por su propia tristeza y oscuridad.

    -Los dementores no pueden morir. -

    La risa extraña se apagó, dejándolo agotado, como si no hubiera dormido en días, desgastado por el dolor. Finalmente lo oyó contestar. El alivio casi la mareó.

    -Pero Hermione… Griever ha muerto. – La extraña mirada verde buscó la suya, luego se desvió a la derecha. Y ella no pudo si no seguir su trayectoria.

    La luz era escasa, apenas suficiente. Al principio no reconoció aquella masa de cosas blanquecinas surgiendo caóticamente de lo que parecía un montón de trapo húmedo y peladuras de algún tipo de papel.

    Sin embargo cuando lo observó más detenidamente, intrigada. Reconoció la curva sonriente de una mandíbula ósea surgiendo de aquel amasijo como una burla macabra.

    Entonces se dio cuenta, eran huesos. Huesos humanos. Creyó reconocer entre la maraña cabellos y piel muerta, descompuesta. Apartó la mirada.

    -¿Draco también…?- no fue capaz de completar la pregunta. Y en realidad tampoco estaba segura de querer la respuesta. ¿Había corrido Draco la misma suerte? Y si así había sido. ¿Dónde estaban sus restos? No veía más en la sala. Claro que tampoco podía estar segura en la oscuridad que reinaba.

    Harry sacudió levemente la cabeza.

    Con inmenso cuidado replegó las alas lo suficiente para que pudiese ver aquello que había estado ocultando, protegiendo, con su propio cuerpo.

    Draco.

    La inerte figura parecía mucho más pequeña y joven de lo que recordaba. Quizás fuera por la frágil delicadeza de sus huesos de pájaro, o la tersura de la piel, pálida, hermosa como porcelana, igual de frágil, fácil de romper.

    Sin embargo no parecía herido.

    Extendió una mano para comprobar su pulso, pero un ala lustrosamente negra se interpuso en su camino, actuando como una pantalla protectora entre su mano y el pequeño rubio.

    -Solo quería comprobar su pulso.- Explico, tratando que entendiera que no pretendía hacer ningún daño.

    Harry negó apenas. Comprensivo pero defensivo. Como si supiera que no quería lastimarlo, pero sus instintos lo empujasen a protegerlo.

    -No es necesario.- estableció con firmeza- No tiene. Tampoco respira.- volvió a cubrir el pálido cuerpo, ocultándolo de la vista.

    -Pero no parece herido. –Razonó ella.- ¿Que fue lo que le hiciste al Lord Dementor…?

    -Me comí su alma. – interrumpió él con un gruñido bajo. No le gustaba el tinte de aquella acusación. Podía ser un monstruo, pero nunca le haría daño a Draco - No le he hecho nada a Draco.

    Mione asintió como si no le diera importancia a la furiosa respuesta.

    Creía entender que era lo que le había pasado al Lord. La inmortalidad de los dementores se basaba en el alma y la magia. Un desequilibrio, la falta de una de las dos, suponía, era la causa de aquel… "amasijo" en el que había acabado.

    Lo que reforzaba su seguridad de que Draco no podía estar muerto.

    Solo parecía sufrir de una ausencia de signos de vida. Pero eso no significaba que estuviese muerto.

    Había cientos de enfermedades que podrían dar esos síntomas.

    No la menor de las cuales era el trauma emocional. Una experiencia lo bastante dolorosa podía inducir un coma profundo. Eso explicaría que las señales vitales no se percibieran a simple vista.

    Había leído sobre víctimas que habían caído en un estado similar como única salida a situaciones de tortura realmente horribles. Y con el Lord Dementor implicado… era una posibilidad elevada.

    -Harry… ¡Harry escúchame!- el gritó logro sacarlo de los pensamientos cada vez más deteriorados que lo plagaban en una espiral de culpabilidad y agonía.

    Levantó la cabeza, desganado.

    -No creo que Draco esté muerto.- repitió su amiga. ¿Cómo podía seguir insistiendo?

    -Hermione…

    -¡No, escúchame!- le interrumpió- Los dementores no pueden morir, porque su alma esta fusionada con su carne y los hace inmortales. – Le observó para ver si había comprendido sus palabras, cuando su amigo asintió, continuó- Tú has podida acabar con Griever devorando aquello que lo mantenía. Su alma. Su desaparición ha roto el equilibrio y colapsado todo el resto.- Señaló vagamente los restos- Pero la forma de Draco está intacta. No está muerto. ¡No puede estarlo porque su alma está ahí! – Insistió apasionadamente, mirándolo casi suplicante, intensamente, a los ojos.

    - Tú deberías ser capaz de sentirla.- acabó con suavidad, apenas, esperanzada.

    Harry cerró los ojos.

    Las palabras de su amiga hablaban de una esperanza que temía contemplar, porque no soportaría la sensación de pérdida una segunda vez.

    Pero incluso ahora su valor griffindor lo impulsaba a seguir. Si había una posibilidad, por diminuta que fuera, de recuperarlo, de haberse equivocado, entonces la tomaría.

    Así era como tenía que ser. Sintió como se le aflojaba el nudo en el pecho que había amenazado asfixiarlo.

    Dejó que su conciencia se expandiera palpando cuidadosamente cuanto había a su alrededor.

    Sintió el aura cálida de Hermione, casi podía oler a galletas recién hechas en su estela. Percibió la vaga presencia del Lord ya casi se extinta. Algunas de las auras mágicas de los libros particularmente poderosos que acunaba la estantería, pero no a Draco. Con un gemido ahogado se preparó para retirarse… cuando lo percibió. No lo había notado antes por su inmensa cercanía a su propia aura.

    Pero ahí estaba.

    Una sensación suave como una pluma, breve, apenas presente. Entre sus brazos, pulsante como una diminuta estrella, la esencia más pura y hermosa que había tocado jamás murmuraba débilmente, latiendo como el pequeño corazón de un pájaro.

    Fue consciente de la enorme diferencia de poder entre ambos. Era casi como si un gigante pretendiera acariciar a un niño, y temió hacerle daño. Pero quería tanto abrazarlo… cariñosamente, con la misma cuidadosa suavidad con que uno tocaría el ala de una mariposa, casi convertido en llanto de pura alegría, acarició la pequeña presencia.

    Draco fluctuó, susurró como la brisa, y devolvió apenas, con un susurro que le recordó a una sonrisa tímida, rota en los bordes, la caricia.

    Estaba allí. Dios, estaba allí.

    Lo arrulló un instante más, y con inmensa tristeza, se retiró. No quería abandonarlo, no quería separarse de él jamás, pero tampoco hacerle daño. Y sabía lo peligrosos que eran esa clase de contactos mágicos gracias a Hermione, después de la primera vez que cometió la estupidez de tocarlo sin permiso.

    Abrió los ojos lentamente. Los sintió húmedos y supo que estaba llorando de alivio. Sonrió trémulamente.

    -Tienes razón. Está aquí. Está aquí…- su voz se rompió. Echó a llorar. No podía parar de acunar a Draco entre sus brazos y agradecer una y otra vez que estuviese vivo.

    Hermione también sonrió. "Menos mal…" Ya era más que suficiente que ella hubiera perdido a Blaise. Pero Harry y Draco… después de todo por lo que ambos habían pasado, merecían ser felices.

    Volvieron a abrazarse, aliviados, felices, con Draco acunado seguramente entre los dos.

    Durante un tiempo estuvieron así, en silencio. Hasta que el alivio comenzó a evaporarse, y fue surgiendo de nuevo la preocupación.

    -Pero entonces ¿Por qué no despierta?- Harry musitó apenas, finalmente. Necesitaba saberlo.

    Ambos amigos se separaron con un suspiro preocupado.

    Mione agitó la cabeza.

    - No podría decirte con seguridad. No conozco las diferencias entre el cuerpo de un dementor y el de un humano normal. - Le ofreció una mirada compasiva y algo contrita, ojala pudiese ofrecer más.- Lo único que puedo hacer es hipotetizar.- musitó casi para sí misma, pensativa.

    - Pero creo… creo está en estado de shock. A veces se han dado casos parecidos, gente torturada hasta un punto tal…que su mente se apaga, encerrándose en sí misma. Es un mecanismo de defensa contra la locura.- explicó.

    Bajó la mirada al inerte cuerpecito y su pálida serenidad- Creo que lo que quiera que le haya hecho el Lord… lo horrorizo a tal punto que tuvo que replegarse en sí mismo para sobrevivir.- las últimas palabras surgieron apagadas, apenas presentes, pero Harry pudo oírlas perfectamente.

    Deseó poder resucitar al Lord dementor para poder matarlo de nuevo, esta vez de un modo mucho más doloroso y visceral. Su imaginación se lleno de entrañas, sangre de un negro repugnante, y huesos rotos.

    Pero controló su ira.

    El Lord estaba muerto, poco más podía hacerse al respecto. Lo que importaba era ayudar a Draco.

    -¿Y qué podemos hacer?- acarició con ternura el sedoso cabello plateado, dulce, confortadoramente.

    Mione suspiró.

    - Lamentablemente, no mucho. No se le puede obligar a despertar. No es una enfermedad, lo ha elegido él mismo. Y tratar de obligarlo a salir sin estar preparado…- no pudo evitar bajar la mirada, dolorida- podría enloquecerlo.

    -¿Entonces..?- el susurro lleno de tristeza le rompió el alma, pero no se podía hacer nada.

    Le dirigió una mirada llena de disculpa.

    -Lo único que puedes hacer ahora es esperar y cuidar de él…hasta que regrese al mundo de los vivos.

    Después de eso habían estado juntos, en silencio, unos minutos más. Confortándose cada uno en la presencia del otro.

    Pero pronto su agotamiento se había hecho evidente.

    Apenas podía mantener los ojos abiertos, le dolía todo el cuerpo, y sobre todo la mano, que continuaba pulsando dolorosamente bajo la precaria venda que había improvisado con un trozo rasgado de su vestido.

    Harry, preocupado por su estado, tuvo que convencerla de que volviera a casa, aún cuando ella no quería irse todavía. No hasta estar totalmente segura de que él estaría bien.

    -Hermione, estoy bien.- la interrumpió antes de que pudiera protestar.- Ya has hecho mucho por mí, y no me perdonaré si te pasa algo por mí culpa. Vuelve a casa y descansa, no me obligues a arrastrarte hasta el área floo.- la broma, apenas pronunciada, y claramente más un intento de convencerla de que estaba bien, más que ninguna otra cosa, la hizo suspirar y sonreír levemente.

    -Está bien, iré a casa y descansaré. Pero volveré mañana, y más vale que sigas aquí.- le amenazó semi exhausta, semi divertida. Al menos había esperanza.

    -Aquí estaremos. Prometido.- la abrazó repentina, fuertemente.- Gracias, Mione. – musitó contra su cabello.

    Incapaz de contestar, con la garganta atorada por la emoción, devolvió el abrazo, y se puso en pie.

    -Te acompañaría, pero…- miró a Draco, dormido en su regazo. Hermione asintió, comprensiva.

    -No pasa nada, conozco el camino.- abrió la puerta.- Cuida bien de él ¿OK?- Si ella hubiera podido tener a Blaise, aunque fuese de esa manera, tampoco se habría apartado de él por nada.

    -Por supuesto.

    Con la promesa de volver a verse comenzó a desandar el camino hacia la sala de los guardias.

    Fue pura casualidad lo que hizo que pasara ante la puerta principal de Azkaban en aquel instante.

    El cansancio le había jugado una mala pasada, y había acabado desviándose de su camino, acabando allí, en los umbríos pasillos iluminados por antorchas de la entrada. Estaba ya dándose la vuelta para retomar el camino, cuando el sonido caló en su cerebro.

    Se detuvo un momento.

    -¿Qu…?- Un desesperado toc toc en la madera.

    ¿Quién podía estar llamando a las puertas de la prisión más dura del mundo mágico a estas horas de la madrugada?

    Arrastrada medio por la curiosidad, medio simplemente pensando que alguien debería contestar, (A estas alturas no es que estuviera muy coherente) abrió la puerta.

    En la explanada de roca cortada a cuchillo que actuaba como el muelle de la isla, tiritando, empapado, la ropa echa unos completos zorros. Blaise Zabini, el vampiro, parecía punto de derrumbarse.

    -… ¿Zabini?- la palabra surgió de entre sus labios completamente incrédula. No lograba reaccionar. En su cabeza no hacía más que revolotear de un lado para otro la idea de que seguía vivo…. Y que estaba allí.- ¿Cómo?

    Blaise sonrió apenas, exhausto, triunfal… Y la abrazó. Fue un abrazo torpe, casi más un medio tropezarse hacia ella.

    Estaba helado, y la humedad de su ropa y cabello la estaba empapando. Olía a sal marina y algas, a sangre, a hombre. Fue un abrazo incómodo, fue un abrazo torpe… pero fue un abrazo perfecto.

    -Merlín…- musitó el contra su cabello, la voz ronca. No sabía si por el agotamiento, el hambre, o el deseo. Quizás un poco de las tres. Que importaba. – Creí que nunca volvería a verte.

    Tras él, el horizonte había empezado a teñirse de un enfermizo tono gris, augurando la aurora.

    Rápidamente, un poco mareados, cerraron la puerta a sus espaldas, y se dejaron caer sentados, en el suelo pétreo del pasillo.

    Comenzaron a besarse. Al principio un poco inseguros, casi temerosos de ser rechazados, pero cada vez con más pasión, con desesperación, con locura. Buscando los labios del otro y cualquier otra parte que estuviese al descubierto, las mejillas, las sienes, los cuellos esbeltos y las finas clavículas.

    La danza se fue apoderando de ellos. Era increíble, era exhilarante. Pero tenía un tinte de familiaridad, de recuerdo, de calidez, que era casi como volver a casa. La ropa se convirtió en una barrera, y luego la piel y la propia carne.

    Querían fundirse por entero el uno con el otro. Poseerse, devorarse mutuamente.

    Acabaron en un desenfreno de besos, mordiscos y caricias. Buscando desesperadamente poner en contacto cada centímetro de sus pieles. Ofreciéndose y tomándose con absoluto ansia.

    Y luego, cuando estuvieron acurrucados en la fría piedra, saciados y agotados, llegaron las palabras.

    Los susurros, los murmullos apenas pronunciados. La sutil exploración, mucho más profunda, de las almas.

    El encuentro incrédulo, casi delirante, de dos piezas que encajaban tan perfectamente como si hubieran estado hechas una para otra.

    -¿Todavía trabajando? – la voz, medio jocosa, proveniente de la puerta de su despacho, la sacó de los recuerdos al instante.

    Se incorporó a toda prisa.

    -¡Blaise!- el vampiro surcó el espacio que los separaba como si no hubiera estado allí en primera instancia. Rodeándola con sus brazos antes incluso de que acabara de pronunciar su nombre.

    Se besaron apasionada, cálidamente. Delineando las formas del otro con las manos y los labios.

    -Creía que no volvías hasta mañana. – musitó ella con la respiración agitada, entre beso y beso.

    Parte de su melancólico recordar se debía a la ausencia de su prometido, que como embajador del ministerio, llevaba casi un mes en una colonia vampírica de la otra punta del país.

    -No soportaba un día más sin verte, así que los tuve a todos trabajando sin descanso para acabar antes.- Sonrió pícaramente, atacando su garganta con los labios.

    -¿Qué voy a hacer contigo?- musitó exasperadamente divertida.

    -Se me ocurren un par de cosas que…

    -¡Blaise!- exclamó escandalizada cuando sintió largos dedos buscando el borde de su falda, y le dio un juguetón golpecito.

    Ambos se miraron y no pudieron evitar echarse a reír… Hasta que el vampiro la capturó con el rojo intenso de sus ojos desbordantes de amor.

    -¿Qué haría yo sin ti? Mi querida auror- Y Hermione pudo ver perfectamente que estaba recordando aquellos meses de agonía, durante los que había empleado cada momento, cada átomo de inteligencia, para conseguir el juicio justo que tanto Blaise como Pansy merecían. Ron todavía no la había perdonado por mentirle, no digamos ya a Harry, de él no quería saber nada.

    Había tenido la desgracia de ser enviado a investigar la perturbación mágica en casa de Harry, encontrado su varita abandonada en un resquicio del suelo, y más o menos deducido el resto.

    Cuando ella volvió, mordida, agotada y feliz, se lo encontró esperándola… y bueno, la conversación no había acabado muy bien.

    Ahora los únicos a parte de ellos que sabían la verdad, eran el consejo de magos. Y todos ellos estaban bajo una promesa inquebrantable de silencio.

    ¿Qué pensaría la gente si se filtrara que el héroe del mundo mágico había abrazado la oscuridad y ahora era el Lord de los dementores?

    El escándalo no tendría comparación. Pero bueno, eso hubiera sido capeable.

    La razón de tanto secretismo sobre Draco y Harry. El auténtico problema. Era que de saberse esto, la gente podría preguntarse cómo era posible que se hubieran trasformado en dementores. Y si empezaba a haber curiosos…

    Cualquier posibilidad de que la maldición del dementor volviera a ser empleada debía erradicarse. Y para ello, nadie podía saber ya no de su existencia, si no de la mera posibilidad.

    Se inclinó hasta rozar los pálidos, absolutamente sexys labios de su vampiro.

    -Creo que deberíamos volver a casa, ya sabes… a deshacer las maletas.- pestañeó lenta, seductoramente. Ahora mismo no quería recordar tristezas pasadas, quería disfrutar de su muy echado de menos, futuro esposo.

    -Totalmente de acuerdo, no podemos dejar las pobres maletas sin deshacer, ocupando espacio en el dormitorio…- Acortó el suspiro que los separaba y sus labios se fundieron en un beso lleno de alegría y deseo. No podía esperar a llegar a casa, pero en fin…dudaba que Mione se dejara hacer nada en el despacho después de la última vez. Habían montado demasiado escándalo y la secretaria había entrado a ver qué sucedía…

    Hermione había estado muerta de vergüenza durante semanas.

    Se sonrió al recordarlo.

    Nada que ver esa tímida divertida Mione, con la auror inquebrantable, de carácter férreo, que los había sacado de Azkaban luchando a muerte contra el sistema corrupto de la ley.

    Todavía guardaba los recortes de periódico.

    La noticia había poblado la prensa durante meses. El relato de su injusta encarcelación y penurias, aderezado por la valentía de la auror Granger se había convertido en la comidilla del mundo mágico. Dales un poco de drama y heroísmo, y la gente se lanza en tu apoyo.

    La ola de quejas por la encarcelación de los antiguos slytherin había puesto al ministerio en una situación precaria. En la que no habían tenido más remedio que concederles el juicio justo que se les pedía.

    Y habían ganado. Como no podía ser de otra manera, la fiera leona Granger no lo habría permitido. Y la opinión popular, peligrosamente inclinada a su favor, les había valido la recuperación de las posesiones de los Zabini y los Parkinson, que habían sido requisadas tras la guerra.

    Finalmente, los miembros del consejo de magos, en un intento por apaciguar y volver a ganar el apoyo popular, les habían ofrecido trabajo en el ministerio, a cambio de un ascenso para Hermione, y la eliminación de futuras "posiblemente necesarias revisiones del caso". Todo ello bajo manga, por supuesto.

    Ahora casi un año después, lo que la gente sabía era que Blaise era un orgulloso trabajador de la división de criaturas mágicas. (Siendo que él mismo era una) Y Pansy había iniciado la carrera de abogacía mágica.

    "Van a ver lo que es bueno" Eso había dicho cuando le preguntaron el por qué.

    Y Hermione y él estaban teniendo su particular felices para siempre. El cual, Blaise estaba empeñado en hacer realidad. Todavía no se lo había preguntado a Hermione, claro, sabía que haría falta tiempo para convencerla. Pero estaba seguro de que lo conseguiría, al fin y al cabo no se conformaría con menos.

    Mione aceptaría el beso, y ambos podrían estar juntos por toda la eternidad. No pudo evitar sonreírse de felicidad.

    -¿De qué te sonríes tanto?- preguntó su amada mientras salían del ministerio, al cálido aire nocturno. La miró.

    La luna brillaba en su maraña de rizos caramelo, convirtiéndolos en un halo parecido al algodón, alrededor de su preciosa cara rosada, salpicada de pecas. Absolutamente irresistible. Rozó seductoramente el lóbulo de su oreja con los labios.

    -En lo absolutamente deliciosa que te ves esta noche.- musitó con el tono grave, profundamente masculino, que sabía la derretía.

    -Idiota.- musitó apenas, totalmente roja. Y él aprovechó para desaparecerlos en dirección al dormitorio.

    En la calle, tras ellos, solo quedaron sus risitas.

    La luz moribunda del anochecer entraba por la ventana inundando la estancia, bañándolo todo de un profundo tono carmín.

    Se vertía por las altas estanterías de madura oscura, cuna de viejos volúmenes polvorientos, algunos de los cuales eran tan antiguos que se creían perdidos.

    Se deslizaba por la gruesa alfombra roja, reflejándose en los bordados dorados entrelazados en sus hebras. Acariciaba las muebles de madera casi negra, y corría por las páginas del libro que Harry intentaba leer. Tiñendo el amarilleado pergamino de un rojo sangriento.

    La comparación trajo a su mente el recuerdo de unas agujas doradas bañadas en el pegajoso líquido, y de una piel marfileña manchada de él.

    Frunció el ceño y cerró el volumen.

    Había venido a la biblioteca para buscar alguna distracción de la locura en que se estaba convirtiendo su existencia. Y aquí estaba recordando cosas que solo conseguían empeorarlo.

    Se levantó y comenzó a caminar por la habitación, buscando tranquilizarse.

    Aunque en realidad lo que quería era salir y torturar a alguien, preferiblemente alguno de esos dementores que no hacían más que arrojarse a sus pies. Patéticos.

    Sacudió la cabeza tratando de liberarla de los pensamientos de sangre, huesos astillados, y blandos órganos partiéndose suavemente bajo sus dientes.

    ¿En que se estaba convirtiendo?

    Estrelló el puño contra el muro con todas sus fuerzas, algunos trozos de mampostería se desprendieron y sintió como sus nudillos se partían bajo el impacto. El dolor le despejó la cabeza, y lo hizo sentir mejor.

    Cada vez era más difícil recordar lo que era correcto. Cada vez que miraba la inerte figura de Draco sentía deseos de llorar y matar a un tiempo. Era desgarrador. Como si algo muy oscuro dentro de él se alimentase de su odio y agonía, creciendo cada día más, amenazando convertirlo en un monstruo.

    Irónicamente, ver a Draco era también lo único que le daba el ánimo para seguir adelante. Lo que lo reafirmaba en su decisión de hacer lo correcto.

    Era una locura. Y si las cosas seguían así acabaría por perder la cordura. Demasiado odio, demasiado amor.

    Necesitaba un punto de equilibrio, alguien que lo anclara a la luz, y lo salvara de hundirse en las simas de sus propias tinieblas.

    Y ese solo podía ser Draco. Si tan solo despertase…

    Tener que liderar a los dementores tampoco ayudaba. La mitad del tiempo le irritaba su crueldad, la otra mitad deseaba matarlos a todos.

    Resignado se dio cuenta de que no conseguiría nada allí. Iba a salir de la biblioteca cuando sintió algo… la alarma en sus habitaciones había saltado.

    ¡Draco!

    Echó a correr.

    No sabía cuando se dio cuenta, o que hizo que se percatara.

    Pero había sabido desde hacía un tiempo, que aquello en lo que vivía no era real. Quizás era ese algo indefinible que constantemente parecía estar en el borde de su vista, como una bruma espesa que no podía atrapar. O el hecho de que el tiempo pareciera alargarse o encogerse a su antojo. Como una cinta de colores que iba estirándose y recogiéndose en espirales brillantes.

    Pero más que nada de eso, creía que lo que le había dado la clave era esa sensación. Ese palpitar indefinible en su pecho que constantemente le decía que faltaba algo.

    Esta existencia era hermosa, era divertida, nada parecía nunca ir mal. Estaban Pansy y Blaise, y sus padres, que a menudo visitaban Hogwarts para verle. Estaban las fiestas y los bailes, y las obras de teatro y los partidos de quidich, que eran como joyas incrustadas bellamente en la filigrana de la cinta.

    Pero faltaba algo, algo importante, no sabía qué, no lograba recordarlo, y creía que no lo haría hasta que despertara finalmente. Era como si alguna pieza imprescindible de su felicidad se hubiera perdido al construir el puzle de este mundo que lo envolvía.

    Sabía que si quería encontrar ese algo tendría que salir de allí, y también que hacerlo no sería difícil, bastaría con quererlo. O eso creía.

    Pero tenía miedo. ¿Y si al abrir los ojos lo que recordaba resultaba ser horrible? ¿Y si el otro lado era una pesadilla y al despertar se ahogaba en ella?

    Todas estas dudas y temores le habían frenado durante mucho tiempo. Sin embargo, al cabo, había llegado a comprender una cosa. El riesgo merecía la pena.

    Ya sabía lo que tenía aquí, y no estaba a gusto. Se sentía incompleto, como un reloj sin agujas. Y no podía seguir así. Necesitaba saber, por sí mismo, que era lo que le faltaba. Y solo había un modo de conseguirlo.

    Tenía que abrir los ojos.

    Suspiró y cerró los ojos dejando que todo a su alrededor se disolviera.

    Empezó a sentirse flotar, a marearse, oyó en la lejanía la voz de su padre, preguntándole si esto era lo que realmente quería.

    -No lo sé.- musitó a penas.- Pero es lo que necesito.

    El mundo se deshizo en bruma…

    Y abrió los ojos.

    Emitió un gemido ahogado. Dios… le dolía tanto la cabeza… el mundo parecía girar ante sus ojos igual que un molinillo de colores. Una arcada lo asaltó amenazando hacerlo vomitar.

    Molestó con su propia debilidad cerró los ojos y se acurrucó sobre sí mismo esperando que el mareo pasara.

    Así, quieto, parecía que podía respirar más tranquilo. Suspiró. Bueno, al menos parecía que había conseguido despertar. Hizo recopilación de su pasado para ver si lograba recordar algo…

    Y las imágenes comenzaron a desenredarse por su cerebro como tiras de alambre de espino. Horriblemente dolorosas en su nítida claridad.

    Ojos verdes, inmensos, fogosos. Cabello negro, revuelto, sedoso, un nido para pájaros terriblemente sexy. Piel ambarina, cuerpo atlético, brillante sonrisa.

    Cálido.

    Harry.

    Sin haberlo recordado aún todo, supo que él era lo que le había faltado.

    Pero…

    Otros recuerdos afloraron también.

    Heladas noches en una minúscula celda, temblando, tosiendo, incapaz de tomar aire, creyendo que moriría.

    Manos rugosas, repugnantes, sobre su piel. El murmullo de un nombre, Tomas. Se llevó una mano a la boca conteniendo la bilis.

    Frío, frío, una presencia heladora, cruel, asfixiante, opresiva. Piel escamosa, ojos negros como pozos de petróleo, nichos de oscuridad en un rostro demoníaco. Garras rasgando su carne, abriéndola, poseyéndola. Semen deslizándose por sus muslos teñido del rojo de la sangre.

    El Lord Dementor.

    Comenzó a estremecerse tratando de contener los sollozos que lo desgarraban por dentro. ¿Por qué el cálido hombre, Harry, no lo había salvado de aquello?

    Otros recuerdos le llegaron, entrecortados, como fotografías en un álbum.

    Mentiras.

    Draco le había mentido. Ojos verdes llenos de odio, de traición, de repugnancia, de rechazo.

    ¿Qué había hecho?

    Había cometido un error. Aquello por lo que había vuelto… nunca podría tenerlo. Nunca su calor volvería a arroparlo. Y si el Lord Dementor lo encontraba despierto… labios helados, dientes afilados sobre la tierna carne de los suyos, embestidas poderosas llenas de lujuria, sangre roja sobre sábanas blancas, uñas desesperadamente hincadas en la blandura de la almohada. La garganta rota de gritar.

    Comenzó a temblar descontroladamente.

    No. No podía volver a pasar por ello.

    Debía regresar al laboratorio. Retornar al mundo de los sueños. Y esta vez quedarse allí.

    Abrió los ojos.

    -… ¿Flo…res?- delante de su cara, casi rozando su nariz un ramillete de margaritas descansaba inocente sobre la colcha bordada. Incrédulo estiró la mano. Suavemente sus dedos rozaron el borde de una hoja. La textura, fresca y delicada como solo una flor recién cortada podía tener, le cortó la respiración. Hacía tanto que no tocaba una flor…

    Y eran reales.

    -¿Cómo…? Se incorporó en la enorme cama, maravillado, mirando a su alrededor completamente anonadado.

    Había flores apiladas por toda la colcha. Invadiéndolo todo como un pequeño mar de colores. Cientos de preciosos nenúfares de pétalos rosados, margaritas, tulipanes de brillantes amarillos, naranjas, rojos, violetas, no me olvides, pensamientos, campanillas, girasoles.

    O Dios mío, había girasoles. Cogió uno acariciando los vivos pétalos amarillos. Era tan bonito… Algo le rozó el cabello. Miró hacia arriba. Del dosel colgaban glicinas, azahar, enredaderas, flores de la pasión, campánulas, y preciosas camelias.

    Inspiró profundamente absorbiendo el aroma de tantísimas flores. ¿Cómo no se había dado cuenta antes del fantástico perfume que lo llenaba todo? Era musgoso, verde, dulce como la miel, tan intenso… le recordó a un cajón de especias y flores secas que su madre siempre utilizaba para los ingredientes de sus pomadas.

    ¿Pero qué hacían todas aquellas flores allí? Frunció delicadamente el ceño. Era demasiado extraño.

    Resistió el deseo de tumbarse entre la maraña de verdor y hundir la nariz en cada uno de los preciosos capullos de colores. Su instinto de supervivencia le gritaba histérico. Si el Lord Dementor entraba ahora…

    Porque había reconocido la habitación, eran las estancias del señor de la torre. Un estremecimiento le recorrió la espina dorsal. Demasiados recuerdos.

    Sin embargo había algo incongruente en la estampa, todo parecía… diferente, y no eran solo las flores.

    La vidriera, ya no cubierta de mugre, brillaba hermosamente bajo la luz del anochecer que se vertía a través de los paneles de cristal, coloreándose antes de invadir la estancia, y convirtiendo la habitación en un paraje teñido de los brillantes rojos, y cálidos dorados, del escudo griffindor, transformando el interior en algo parecido a una caja de música que tuvo de niño. Vagamente todavía podía recabar la melodía. Había sido hermosa pero discordante, le pareció que casaría bien con la nueva viveza del lugar.

    La repisa de la chimenea había sido invadida de fotos en anticuados marcos de plata y cobre, algunos de madera, y otros materiales que no reconoció. Lamentó estar demasiado lejos para apreciar las imágenes que enmarcaban, pero estaba demasiado débil como para moverse hasta allí sin derrumbarse en el suelo. Una experiencia que no sentía ganas de tener.

    Sobre el sofá unos almohadones y una gruesa manta, aún arrugada, evidenciaban que alguien había dormido allí. El propio mueble parecía lo bastante gastado para haber sido usado de cama durante ya un tiempo.

    El escritorio parecía haber perdido su absoluto orden, invadido por papeles y cartas desordenadamente colocadas, tiradas aquí y allá sin ningún cuidado.

    Un plato con migas sobre la mesilla del té, unos libros mal colocados en la estantería…

    Extraños cambios, que de algún modo, tranquilizaron a Draco.

    La curiosidad tiró de él insistente.

    Sus pies descalzos bajaron de la cama y se hundieron en la mullida alfombra roja, acariciaron los bordados dorados, familiarizándose con el agradable contacto.

    Se sentía débil como un niño, todavía un poco mareado, y por un momento creyó que se caería, pero consiguió agarrarse al poste de la cama.

    Miró hacia la chimenea, si tan solo pudiese llegar a ver las fotos… pero estaba demasiado débil para llegar hasta allí. Lo único lo bastante cerca para alcanzarlo si se estiraba lo suficiente, era el escritorio.

    Con deliberado cuidado, agarrándose con una mano al borde de madera antes de soltar la otra del poste, logró anclarse a la superficie, y utilizándola como soporte sentarse en la silla que presidía el escritorio.

    El pequeño movimiento lo dejó agotado.

    Suponía que como consecuencia del exceso de tiempo en cama. Los músculos se negaban a responderle como deberían.

    Cogió uno de los papeles esparcidos por la mesa, ojeándolo. No parecía más que una carta rutinaria del ministerio, propiedades y demás. La dejó a un lado y agarró otro medio arrugado cuya esquina apenas sobresalía del montón.

    De inmediato le resulto familiar. La letra, el modo de escribir rápido y desordenado pero extrañamente infantil, la curiosa manera en que se inclinaban las erres… la conocía como la suya propia.

    Había pasado semanas memorizando una nota que tenía aquella misma letra.

    -¿Harry?

    Una presencia a su espalda le erizó el vello de la nuca.

    Cuando entró en la habitación y vio la cama vacía, creyó que su corazón se detendría.

    Pero no fue hasta que su vista se desvió al escritorio, que su corazón se detuvo realmente.

    La luz, que hacía solo unos minutos le había molestado tanto, entraba por la vidriera, vertiéndose por la estancia en haces de colores.

    Vibraba sobre la selva de la cama convirtiéndola en un refugio casi etéreo. (Él mismo había creado aquellas flores específicamente para Draco) Se deslizaba por los muebles aportándoles vetas como cristal de roca, y relucía con absoluta belleza en un minúsculo parche de luz dorada que enmarcaba a la pequeña figura sentada ante el escritorio.

    Draco.

    El antiguo slytherin apenas llevaba puesta su pálida túnica. La tela colgaba precariamente de sus delgados hombros mostrando la piel casi traslúcida de su cuello, las finas, casi frágiles clavículas, y sus pequeños pies descalzos que asomaban tímidamente bajo las pliegues del borde.

    Hermoso, etéreo, más aparición, que ser de carne y hueso.

    Desde su posición Harry solo podía ver la curva elegante de su cuello y espalda, los desnudos, inmaculados, hombros, la suavidad plumosa de las hebras plateadas rozando la oquedad hundida de su mejilla.

    Y la palabra escapó de sus labios como el murmullo torturado de un moribundo al que se le ofrece agua.

    -Draco…- aquella voz fue directa a sus nervios y su sangre. Una corriente eléctrica recorrió todos sus sentidos agudizándolos al extremo, haciéndolo poderosamente consciente de otra presencia tras él.

    Su corazón se aceleró vertiginosamente. Y la respiración se le murió en el pecho. Tomando aire en pequeños jadeos casi ahogados, observó, atónito, como la luz de las velas decrecía con cada paso que sonaba sobre el suelo de madera, acercándose a él.

    Su cerebro se colapsó como una grabación rayada, una frase y un nombre dando vueltas por su cabeza como mosquitos en un bote.

    "No puede ser, no puede ser. Harry…"

    Lo vio temblar débilmente, encogerse como si temiera salir herido. Y aunque sabía que era un error, lo rodeó con los brazos envolviéndolo protectoramente. Deseando tranquilizarlo.

    Sin embargo, en el instante en que sus cuerpos se rozaron, aún a través de la tela, el deseo lo estremeció como minúsculas cucarachitas de sensación y placer correteando por sus terminaciones nerviosas. Donde sus patitas se posaban dejaban una estela de desesperado ardor.

    Así, tan cerca, podía percibir el perfume que emanaba. Algo de las flores, un deje verde y vibrante. Debajo, sin saber todavía como, el aroma sutil de la vainilla, empalagoso y dulzón. Y finalmente, casi extinta, la aún más débil especiada esencia masculina de su propio sudor. La erótica combinación tensó sus nervios hasta el límite. El instinto del monstruo y la mente del hombre parecían querer despedazar su cordura en dos mitades opuestas.

    Draco casi perdió el sentido cuando aquellos brazos autoritarios y protectores lo enjaularon.

    Sintió su calor emanando en oleadas, filtrándosele por la piel a pesar de la tela que los separaba, caldeándolo por dentro como lava. El recuerdo de aquel mismo calor lo mareó, y la añoranza fue demasiado intensa para ser contenida.

    Un pequeño sonido, más desesperada tristeza, que pequeña alegría, escapó de sus labios como una queja apenas audible.

    -¿Por…por qué estás aquí? – su voz se rompió miserablemente. Tenía tanto miedo… miedo de girarse y ver que no era el auror quien lo abrazaba. Miedo de sus razones para estar allí. ¿Cómo podía querer abrazarlo cuando le odiaba?

    Sintió como se le vidriaban las pupilas a punto de llorar. Todo era demasiado confuso, y a él no le quedaban fuerzas para más.

    Harry estrechó el abrazo. El terror y el anhelo que Draco desprendía eran casi palpables, como una película lechosa sobre su piel. Atrapándolo en su propio cuerpo. Haciéndolo prisionero de sus propios sentimientos.

    Solo existían dos palabras capaces de liberarlo.

    -Te amo.- musitó contra su cabello, suave, lenta, sensualmente. Ansiando con todas sus fuerzas ser creído. Si tan solo pudiese trasmitirle cuanto le quería, cuanto le necesitaba, cuanto lamentaba lo que había hecho… quería cuidar de él, arrullarlo, protegerlo de todos y todo.

    Y sin embargo, igualmente, quería tumbarlo y penetrarlo desgarradoramente, tomarlo para sí como una bestia en celo.

    Quería amarlo. Quería marcarlo a fuego.

    Cerró los ojos y apretó los dientes. No lo haría. No lo lastimaría de nuevo.

    Draco se estremeció al escuchar aquellas dos palabras, "Te amo."

    Y se dio la vuelta en el acto, desesperado, las pupilas enormes, asustadas, esperanzadas, hambrientas de amor.

    -Harry…- Su corazón amenazó pararse. Durante un instante de horror creciente, casi creyó estar mirando el rostro de un monstruo.

    Su garganta se secó, sus ojos se llenaron de lágrimas. Temió lo que ya sabía que pasaría, lo podía ver en aquellos ojos ardientes, llenos de lujuria. Un gemido ahogado de desesperación escapó de sus labios, y cerró los ojos incapaz de luchar contra él.

    Pero en lugar de atacar, la criatura, el ser, le acarició el cabello, con infinita ternura, dulce, tranquilizador. Lentamente sus palabras comenzaron a calar, a penetrar la capa de pánico que lo envolvía.

    -Soy yo, Draco. Soy yo.- Las palabras, entonadas en aquella voz tan amable que tanto había echado de menos…

    Lentamente, aún indeciso, abrió los ojos cautelosamente.

    -¿Harry?- musitó. Buscó su mirada. Era como observar el corazón de una hoguera, y al mismo tiempo la superficie de una lámina de hielo. Pero debajo… debajo…

    Sus ojos se encontraron, y pudo reconocer, inmediatamente, al vibrante, perfecto, apasionado, hombre, al que amaba. La pasión, la nobleza y el orgullo ardían en, y eran, el corazón de aquel verde casi loco. Y había tanto amor allí… tanto que las lágrimas empaparon sus pestañas.

    -¿Cómo…?- Sus dedos rozaron tímidamente la curva afilada de aquella mandíbula masculina. Observó la pálida piel, casi ósea. Acarició brevemente la punta de sus cabellos enloquecidos. Rozó con absoluto cuidado la costra quemada de sus manos, y finalmente, curioso, el borde de un ala correosa.

    Durante todo el tiempo Harry no pudo parar de estremecerse. Draco era tan lindo, tan seductor en sus pequeñas exploraciones…

    Sus ojos volvieron a encontrarse. Inmensos, llenos de amor, necesitados de respuestas.

    -Busqué la manera de romper la maldición, pero no la había. Así que yo también…

    -…Tomaste la maldición.- terminó Draco, en un tono casi roto de lágrimas.- No tenías que hacerlo. No quiero…no quiero…- se llevó las manos al rostro para ocultar su muda desesperación.

    Suavemente, con inmensa ternura, Harry las tomó entre las suyas, y las aparató para poder verle.

    -¿No querías que viniera por ti?- musitó tranquilizador, pero lleno de dolor. ¿Y si Draco no lo quería allí?

    El pequeño rubio negó rotundamente con la cabeza.

    -¡No!

    -¿Entonces?- preguntó casi al borde de las lágrimas él también.

    -Lo que no quiero… es que me odies. – terminó con aquellas inmensidades grises reflejo de su angustia.

    -Eso nunca.- lo abrazó poderosamente. Acariciándolo, refugiándolo en su pecho, caldeándolo con su calor, y tranquilizándolo con dulces palabras. Acallando los miedos de Draco, que temía llegar a ser odiado por haber sido la causa de su maldición. – Me equivoqué, creía que me habías estado utilizando, que yo no significaba nada para ti. Por eso fui tan cruel. Lo siento mucho. Te amo. Draco… Te amo. Y eso no cambiará nunca. Te lo prometo.- Y él nunca rompía sus promesas, todos lo sabían.

    La angustia por lo que había hecho por él y una felicidad como nunca había sentido estallaron por las venas de Draco engulléndolo, haciéndolo llorar como no lo había hecho desde que era niño. Se derrumbó en su abrazo, acunado por el sonido constante, tranquilizador, de sus latidos.

    Harry ya no podía resistirlo. El cuerpo esbelto pegado tan desesperadamente al suyo, esos ojos grises brillantes de lágrimas, suplicantes, llenos de amor, los finos labios rosados húmedos de saliva… por sus venas ya no corría sangre, fluía locura.

    Con un sonido ahogado de derrota, de odio por sí mismo, sus labios buscaron los de Draco.

    La sorpresa lo paralizó por un instante.

    Pero casi de inmediato la magia lo recorrió derritiéndolo de placer, instándolo a entregarse. Los labios de Harry sobre los suyos eran posesivos, dominantes, absolutamente embriagadores. Entreabrió los suyos, ansiando más.

    Ardía, su piel se sentía como el horno de una locomotora. Sus los labios, su lengua, tenían un extraño y embriagador sabor a sándalo y polvo. A especias, a chocolate fundido. Y no parecía ser capaz de tener suficiente de ello.

    Se arqueó desesperadamente ofreciéndose por entero. Lo necesitaba. Lo necesitaba tanto. Quería que borrara todo rastro de nadie más que él de su piel. Quería que lo marcara, que lo llenara por entero.

    Harry sintió como Draco se entregaba, devolvía cada beso, cada caricia, cada desesperado gemido. La sensación fue tan erótica que deshizo en hilachas lo poco que le quedaba de voluntad.

    -No puedo esperar más. – gruño guturalmente contra la curva perfecta de su garganta. ¡Necesitaba tenerlo!

    Draco jadeó ante sus palabras. Estremecido de deseo. Incapaz por un momento de otra cosa que gemir.

    -Hazmelo.- musitó finalmente, ofreciendo la garganta en un claro signo de sumisión y entrega.

    Cuando Harry no reaccionó, completamente hipnotizado por la visión, insistió.- Por favor, por favor, HARRY…- Él tampoco podía esperar más. La magia, el amor, la desesperada necesidad de olvidar todo lo demás, todo lo que no fuesen ellos dos, ERAN DEMASIADO.

    Harry lo levantó en brazos volcando la silla en el proceso, ansioso como una bestia en celo. Sus ojos verdes relucían igual que el fuego sulfuroso, sus colmillos posesivamente al descubierto. Preparados para marcar su pálida piel.

    Lo depositó en la cama. Las garras rasgaron la túnica blanca, y Draco se arqueó para permitir que lo desnudara por completo.

    Durante un segundo todo pareció detenerse, aquellas ascuas esmeralda recorriéndolo de pies a cabeza. Bebiendo su desnudez.

    Harry se detuvo un instante, casi paralizado por la absoluta, frágil, belleza de la aparición desnuda en la cama.

    Por aquella pálida, luminiscente piel, cuna de frágiles huesos, compañera de cabellos hechos de luna, enamorada de las inmensas profundidades grises de esos ojos tan tristes, de aquellas sombras malvas, que eran el maquillaje natural, de una criatura hecha de tristeza, añoranza y melancolía.

    Los esbeltos, elegantes miembros, la estrecha cintura, los labios rojos, húmedos e hinchados por sus besos. Una visión de tristeza desbordada de erotismo.

    Con un gruñido bajo su instinto despertó salvaje.

    Draco observó casi en trance, como se arrancaba su propia túnica. Las quemaduras iban desde sus manos hasta sus hombros. De la punta de sus pies, a sus muslos. Una costra negra, craquelada, que extrañamente contrastaba en una belleza casi loca, con la pálida, fina piel, del resto de su atlético cuerpo.

    Arrojó la tela al suelo, lejos de ellos, y extendió las alas con un rugido bestial, primario.

    Draco gimió. La visión de Harry de aquella manera… poderoso, posesivo… le hacía daño por el desesperado vacio de su ausencia. Necesitaba tenerlo dentro de él. Necesitaba que lo llenara por entero.

    Entreabrió los muslos, suave, tímidamente, casi tembloroso, pero incapaz de otra cosa. Mientras aquellas llamas verdes lo devoraban con la mirada. Sintió como el rubor cubría sus mejillas haciéndolas arder. Sabía que debería avergonzarse por actuar de aquella manera, pero… sencillamente no podía.

    Harry lo agarró por las caderas, posicionándose sobre él. Sus labios le rozaron el oído.

    -Mío.- la voz inhumana, oscura, siseante.

    -Tuyo.- el tono suave, entregado, sumiso, inmensamente dulce.

    Los bíceps tensos, los cabellos revueltos. Locos zarcillos de oscuridad en todas direcciones. La mirada más sexy y depredadora que había visto nunca, hipnotizándolo como una serpiente, inmovilizándolo bajo él.

    Entonces sonrió… y empujó.

    Draco gritó. Dolía, dolía muchísimo, no había habido preparación, ni lubricante. Sintió la sangre deslizarse entre sus muslos.

    Pero no se resistió. Incluso si dolía quería aquello. Quería que fueran uno, quería sentirlo dentro de él. Lo envolvió con brazos y piernas, atrayéndolo aún más, recibiendo cada una de sus furiosas embestidas. Sintiéndolo cada vez más dentro de él… hasta que rozó su centro.

    Y el dolor estalló en partículas brillantes de placer.

    Ya no sabía donde empezaba él y acababa Harry. Podía paladear su magia en el aire, escucharla susurrando en sus oídos, sentirla acariciando su piel. Podía sentir a Harry en él, dentro de él, envolviéndolo, llenándolo. El placer era tan intenso que temía quedarse inconsciente, completamente colapsado por las sensaciones.

    No podía más.

    Y entonces, lenta, progresivamente, Harry se fue calmando. Haciéndose cada vez más suave, más dulce, más tierno. Ya no arremetía contra su centro con furiosa ansia, sino que lo iba rozando, acariciando, con cada nueva embestida, sumiéndolo lentamente en el placer en lugar de ahogarlo contra él.

    La cordura le fue volviendo lentamente, su instinto, el monstruo que había estado a punto de poseerlo durante los últimos meses, calmándose, arrullándose en la cálida piel de Draco.

    -Draco…- lo vio estremecerse bajo él. Dolorido.

    A partir de ese instante, los sobrevino una danza de caricias, besos, disculpas apenas susurradas. Promesas de amor eterno. Promesas de eternidad.

    Finalmente Draco cayó dormido entre sus brazos. Saciado. Curado por su magia. La sonrisa más hermosa en sus labios. Una sonrisa de felicidad llena de amor. Una sonrisa que hizo desbordarse el corazón de Harry.

    Hermoso, puro, frágil, suyo.

    Nunca había sabido lo que era amar de verdad hasta que se enamoró de Draco. Nunca había sido realmente feliz hasta que comprendió que él también le amaba.

    Su pequeño Draco, su amor. Nunca permitiría que esa sonrisa se extinguiera de nuevo de sus labios. Lo protegería y amaría para siempre. Se lo juró a sí mismo.

    Pues él era Harry Potter, el Lord Dementor, y siempre cumplía sus promesas.

    FIN

     
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  4. Dan2102
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    Ha sido una gran historia a pesar de ... Eso... Jeje me ha encantado, gracias.

    Disculpa mis comentarios anteriores jeje

    saludos y espero sigas subiendo historias grandiosas :) y a escribir las propias jjeje saludos!
     
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63 replies since 19/11/2012, 02:06   2877 views
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