Posts written by Bananna

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    QUOTE (quetimporta @ 30/9/2019, 07:48) 
    Que enfermas que son ustedes por dios!!!!

    Este comentario vulnera las normas del foro, basadas en el respeto, y, por ende, he de pedir que sea modificado o eliminado. De lo contrario, me veré obligada a eliminarlo yo misma.

    Un saludo.
  2. .
    Lorraine abrió la puerta con el pie, entrando en la habitación. Al ver el panorama, dejó la bandeja —había llevado un par de mendrugos de pan y una botella de whisky— sobre la mesita. Brian estaba tumbado sobre la cama, dormido, medio desnudo y lleno de apósitos y a saber qué potingues que el médico le había puesto al tratarle las heridas.

    Acurrucadas junto a su cabeza y bajo su brazo estaban la gallina y la mapache y, al otro lado de la cama, Wilson, quien se había pasado toda la noche con él, tumbado a su lado con un libro que ahora reposaba sobre su pecho. Seguía sentado, con la espalda apoyada en el cabecero y la cabeza en unos cojines que se había puesto para estar más cómodo.

    En momentos como ese, no podía entender los reparos y recelos de Murdoc y Zynn hacia ese muchacho. No sabía de dónde venía o qué había hecho antes de llegar a Tombstone, no sabía ni siquiera si Wilson era su nombre auténtico, si había matado a mucha gente o si había estudiado en una universidad.

    Pero le daba igual. No, lo único que le importaba a ella era que Wilson no se había apartado del lado de su hijo en ningún momento. Durante las curas del doctor y después de eso, se había quedado con él, controlando su fiebre, tomando su mano cuando Joyce se despertaba, atento a cualquier cambio o mejora.

    Se acercó y le vio mejor. Tenía el ceño fruncido y la mandíbula apretada, y sus ojos se movían bajo los párpados con cierta agitación. Debía estar soñando, y no algo demasiado agradable.

    Le puso entonces una mano en el hombro, haciendo que el estafador diese un pequeño respingo, abriendo los ojos con brusquedad y tomando una posición defensiva que se relajó en el momento en el que reconoció a Lorraine.

    Buenos días —saludó con la voz algo ronca, inclinándose para coger el libro (se había caído al moverse). Con los pies en el suelo, dejó el volumen en la mesita, al lado de la bandeja, y se frotó los ojos mientras se ponía en pie —. ¿Qué hora es?

    Las siete —al ver la sorpresa en la cara de Wilson, sonrió un poco mientras se sentaba ahora ella en la cama, acariciando el rostro de su hijo —. Estoy tan nerviosa que no puedo dormir.

    Lo entiendo —suspiró él, masajeándose un poco el cuello —. Pero está bastante mejor. Casi no tiene fiebre y ayer parecía muy animado, así que no creo que tarde demasiado en saltar de la cama.

    Lo cierto es que todavía me fascina que hayas conseguido tenerlo en reposo una semana entera.

    He descubierto que le gusta que le lea ciertas historias —volvió a suspirar —. Románticas y de aventuras.

    Lorraine le miró, como analizándole mientras el hombre cogía la botella de whiskey para darle un sorbo. Podía entender qué había visto Brian en él. Wilson era un hombre muy apuesto, incluso con esa expresión cansada y esas ligeras ojeras bajo los ojos. Vestía aún con el chaleco, si bien las mangas de la camisa estaban arremangadas, y ahora se peinaba un poco con los dedos, como si le diese vergüenza que le viesen con los cabellos fuera de su sitio.

    Tenía siempre cierta elegancia implícita en sus movimientos, quizá por la ropa que solía llevar, o por la postura de su cuerpo, o por el gesto habitualmente tranquilo, incluso en los momentos de mayor tensión. Y tenía esa sonrisa embaucadora que podría hacer enrojecerse a una muchachita de hormonas revueltas o que le ganaría las simpatías de la esposa del presidente.

    A la vez, había algo peligroso en él. O quizá era porque sabía que podía enfrentarse a Zynn y a Murdoc en una pelea física o con arma blanca y sobrevivir, incluso empatar. Porque sabía que podía matar a cuatro hombres armados a mano desnuda, o idear un robo con la misma calma con la que cualquiera pensaba en el menú de la cena.

    Wilson —le llamó, entonces, haciendo que se girase a ella mientras bajaba la botella y tragaba el alcohol —. ¿Te consideras una buena persona?

    Él ladeó un poco la cabeza ante esa pregunta. Se rascó una mejilla y miró a Brian Joyce antes de llevarse las manos a la cintura con un rotundo suspiro.

    Soy un timador, un ladrón y un traficante de mercancía. Además, he asesinado tanto a hombres como a mujeres sin sentir un gran remordimiento al respecto.

    Pero… ¿Te consideras un buen hombre?

    Wilson suspiró otra vez, frotándose ahora la nuca con expresión pensativa.

    No lo sé. Tengo ciertas normas morales personales, pero… Sinceramente, no sé cómo responder a tu pregunta.

    Lorraine le sostuvo la mirada largo rato, pero terminó por asentir y volver a posar sus ojos en el rostro durmiente de su hijo, a quien acarició una mejilla con dulzura maternal. Wilson, tras unos segundos de silencio, hizo un pequeño gesto y salió de la habitación para dejarle privacidad a su anfitriona.

    No entendía a qué había venido esa pregunta tan repentina, pero por ahora prefería centrarse en tomar un té con la calma que solía haber en el burdel a horas tan tempranas. No sabía cómo sería el día que se extendía aún frente a él, pero prefería tener fuerzas. Por si acaso.

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    Definitivamente, Joyce se encontraba mejor. Debía haberle alegrado mucho que, por primera vez en tantos días, nadie le negase su deseo de salir de la cama, porque prácticamente había saltado cada tramo de escalera en su precipitada carrera hacia la libertad.

    Wilson le había pedido tanto a él como a los Symon que tuviese cuidado, pero todos en el Lupanar podían dar por seguro que nada impediría a esos tres ser tan brutos como siempre, jugando entre correteos y risas.

    Pese a la preocupación que había de que Joyce se hiciese daño en alguna herida o golpe mal recuperado, Wilson debía reconocer que era extrañamente reconfortante verle con los Symon, con esa enorme y bobalicona sonrisa en la cara, disparando a latas vacías y haciendo a saber qué por las calles de la ciudad.

    Pero eso había sido por la mañana. Después de la comida, Murdoc había cogido a los Symon por las orejas (de una forma bastante literal) y los había llevado a la casa recientemente adquirida por la banda. Mientras Joyce descansaba bajo los cuidados de Wilson, el resto se había estado encargando de adecentarla, incrementar la seguridad y, en fin, ponerla a su gusto. Y ya de perdidos al río habían decidido que el resultado final fuese una sorpresa para Joyce, así que prácticamente le habían obligado a quedarse en Tombstone mientras ellos terminaban la faena.

    A decir verdad, en esos momentos Wilson se alegraba de aquella decisión. Con la espalda hundida en el colchón, sus labios iban a dar una y otra vez contra los de Joyce, entre caricias que habían empezado muy lentas, pero que poco a poco habían ido subiendo la temperatura de la habitación.

    Wilson estaba sorprendido, a decir verdad, de sentirse tan deseoso de aquello. Quizá porque hacía más de un mes que se había reintegrado a la banda y, en ese tiempo, no había podido hacer más que intercambiar algún beso más o menos corto con Joyce, o quizá porque realmente deseaba a ese hombre que ahora le abría el chaleco. Fuese lo que fuese, en esos momentos no quería darle demasiadas vueltas.

    Se incorporó para quitarse el chaleco y terminó aprovechando aquello para girar, poniéndose sobre Joyce, sentado sobre sus caderas. Se frotó suavemente contra él al notar cierta dureza bajo sus pantalones y sonrió mientras se inclinaba para volver a besarle.

    Sin embargo, sus labios esta vez no llegaron a tocarse, no cuando unos golpes en la puerta hicieron que Wilson se incorporase de nuevo, resoplando para apartarse un mechón de la cara.

    ¡Brai, cariño! —era la voz de Linda —¡El doctor Launay quiere verte!

    Wilson torció el gesto de forma inconsciente, obviamente molesto con la interrupción, pero terminó por suspirar y salir de encima de Joyce. Al ver que iba a protestar, le puso un dedo en los labios para callarle, le sonrió un poco y le besó, esta vez en la frente.

    No, está bien así. Seguramente esta sea la última revisión que te haga en mucho tiempo, y tanto a tu madre como a mí… digo… a la banda —carraspeó un poco —nos tranquilizará saber que estás perfectamente bien y listo para vivir nuevas aventuras. Voy a aprovechar para ir a ver si necesitan algo en la casa, ¿humn? Vendré para la cena, quizá un poco antes.

    Le volvió a besar la frente, después los labios, y luego se inclinó para recoger su chaleco. Tras ponérselo, miró a Joyce y, al verle sonreír con la ropa desarreglada, se le encendieron un poco las mejillas mientras apartaba rápidamente la cara y se repeinaba con los dedos.

    ¿Brai?

    ¡Sí, está abierto! —dijo, cogiendo la chaqueta que había dejado sobre la mesa.

    Saludó al médico con una sonrisa y esquivó la mirada inquisitorial de Linda para ir a por un caballo.

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    La casa estaba casi lista. Habían hecho algunas reformas, redecorado algunas habitaciones, pero Murdoc le había dicho —en realidad, Jeremy; Murdoc prefería no hablar mucho con Wilson y Wilson estaba más que conforme con eso— que no quedaba prácticamente nada por hacer. De hecho, se iba a quedar terminando lo que faltaba esa noche, de forma que Joyce podría ir ahí al día siguiente.

    Wilson llevaba estas noticias y pronósticos bajo el brazo con bastante buen humor, o al menos un humor mejor que el que tenía al salir del pueblo. Devolvió el caballo a la posada y entró en el Lupanar con una sonrisa que se quedó congelada en su rostro en el momento en el que localizó a Joyce en la barra.

    El problema, por supuesto, no era exactamente Joyce, sino que Arjana estaba cómodamente sentada en su regazo, acariciándole el pelo en un gesto que de discreto tenía bien poco, pero que rezumaba coquetería por donde lo mirase. Cuando la prostituta vio a Wilson, además, no dudó mucho en besar a Joyce.

    El recién llegado, huelga decir, no se quedó a ver el resto. Con una cara que mostraba poco menos que cabreo, se dirigió a la parte de arriba, a esa habitación que siempre había sido de Joyce, para poder asearse un poco, quitarse el polvo del camino y, unos buenos quince minutos después, bajar a cenar algo más calmado.

    Si bien otras noches se había sentado junto a Joyce y había permitido alguna caricia tanto bajo como sobre la mesa, en esta ocasión tomó cierta distancia con el forajido, informándole con cierta frialdad aséptica del estado de la casa y de la idea de ir al día siguiente para verla y empezar a instalarse allí.

    Al mover tabiques y tal, las habitaciones no han quedado demasiado amplias, pero son cómodas y nos permitirán cierta intimidad. Los niños se quedan con la más grande, claro, pero es lo normal, necesitan más camas y…

    Se vio interrumpido cuando Joyce decidió tomar su mano para acariciar sus dedos. Wilson le dejó hacer un par de segundos, mirando sus manos juntas hasta que apartó la mano con un pequeño carraspeo. Se pasó la mano por la mandíbula, como frotando una barba que por ahora mantenía en un afeitado muy apurado, y después la bajó a su regazo, recolocándose la servilleta.

    Joyce… —dijo, finalmente, en voz baja —No sé muy bien qué se supone que es nuestra relación, pero… Necesito unas normas —Algo incómodo, o quizá más bien nervioso, se sirvió algo de alcohol (hasta ahora había estado bebiendo agua), dándole un trago lento y cuidado, ganando tiempo antes de seguir hablando —. No me… Umn… Me sentiría más cómodo si no dejases que las chicas se sentasen en tu regazo. Y… Yo entiendo que son tu familia. Has crecido aquí, a muchas las conocerás desde hace años. Entiendo también que tus muestras de afecto son bastante profusas… —suspiró al verle poner cara de no saber qué estaba diciendo —Quiero decir, que eres muy afectivo. Que te gustan los abrazos y otras muestras de cariño. Pero hay veces en las que ellas te abrazan o juegan con tu pelo, o acarician tus brazos… Y no es tanto una estampa familiar como algo que…

    Apretó los labios y apartó la mirada, apretándose el puente de la nariz. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Por qué todo con Joyce le resultaba tan extraño? Había veces en las que la situación fluía con una facilidad asombrosa, hasta el tiempo parecía detenerse, pero había otros momentos en los que sentía que lo estaban haciendo todo mal, que quizá no deberían estar juntos.

    ¿Estar juntos? Ni siquiera estaba seguro de saber qué estaban haciendo. ¿Eran pareja o no? ¿Había una esperanza a futuro? Bueno… No iban a casarse, no podrían tener hijos, así que no serían como una pareja normal, cosa que ya se les negaba en el momento en el que eran dos hombres. También era cierto que podían morirse en cualquier momento. Y ¿realmente estaban bien juntos? Eran tan distintos en, en fin, todo. ¿Qué tenían en común? El crimen, ¿y algo más?

    Retorció la servilleta de su regazo y apretó los dientes antes de volver a mirar a Joyce a los ojos.

    Quiero… Necesito que me digas que estarás sólo conmigo. Que no te acostarás con nadie que no sea yo y que no besarás a nadie que no sea yo —había dicho esto con cierto impulso, pero ahora agachó un poco la cabeza, volviendo a retorcer la servilleta —. Besos de verdad. Puedes saludar a tu gente como quieras. Pero… No quiero que… Te toquen de forma íntima, ni que ninguna mujer duerma abrazado a ti… ¿Es muy egoísta por mi parte? Yo… Haré lo mismo por ti, Joyce. Pero… necesito que me lo prometas. ¿Por favor?

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    La primera noche en la nueva guarida había sido digna de recordar, aunque no por lo que a Wilson le habría gustado.

    En su última noche en Tombstone, el propio inglés había preferido simplemente dejarse abrazar por la espalda por Joyce y dormir bien antes del gran día. Por la mañana, habían preparado un par de cosas y habían ido con Denisse, que se había quedado en el pueblo por el mismo motivo que ellos: llevarse la sorpresa de verlo todo listo y preparado. Los niños… Bueno, los trasladarían más adelante, no había prisa.

    Jeremy se había encargado de la visita guiada, viendo que Murdoc prefería achuchar a Denisse, los Symon estaban jugando con Rita y Becky y Zynn estaba en paradero desconocido.

    Esta es vuestra habitación —había dicho con una sonrisita, enseñándoles un dormitorio de cama de matrimonio.

    Siempre que tú quieras —se había apurado en concretar Wilson mirando a Joyce, aunque el hecho de que no hubiese renegado de la idea de compartir dormitorio ya era un paso bastante grande para el timador.

    Tras eso, el día había pasado con bastante calma y normalidad. Wilson y Zynn se habían reunido para planear el siguiente golpe, algo que les ayudase a ir teniendo un depósito estable para el mantenimiento de la casa y otros menesteres. Quizá atracar un tren, como habían hecho cuando conocieron a Wilson, podría ser una buena forma de volver a la palestra.

    Como sea, después de la cena, Wilson se retiró relativamente pronto. Estaba cansado y las tensiones con Murdoc, incluso estando ahí Denisse, hacían que jugar una partida de cartas no se le antojase todo lo apetecible que podría haber sido en otro momento. Por eso, subió directamente a su habitación —todavía no se creía que iba a compartir cama con Joyce, siendo que él siempre había preferido libertad total bajo las sábanas— y se aseó un poco antes de empezar a desnudarse.

    Estaba desabotonándose la camisa cuando escuchó la puerta abrirse y cerrarse de nuevo. Al ver a Joyce dentro del dormitorio, sonrió y se giró hacia él, quitándose la camisa mientras se acercaba al forajido. Sintió los dedos de Joyce acariciar las cicatrices de su costado, así que le tomó la mano y le besó los nudillos para luego besar sus labios.

    No pasó mucho hasta que puso enroscar las piernas alrededor de Joyce, ya tumbados en la cama. Entre besos y caricias, había logrado dejarle a torso desnudo, y justo soltaba el primer jadeo ante un mordisquito cuando la puerta volvió a abrirse. No le dio tiempo a prepararse para sentir el peso de los dos Symon caer sobre ellos en un abrazo demoledor.

    ¡Joyce! —gritaron a la vez mientras el inglés conseguía rodar fuera del grupo —¡Hoy queremos dormir contigo!

    ¡Sí, que llevas muchos días lejos! —se quejó uno de ellos.

    ¿No sabéis lo que es la intimidad? —gruñó Wilson en voz baja mientras recuperaba su camisa y se la ponía.

    ¡Wilson! ¿A dónde vas?

    ¡Puedes dormir también con nosotros!

    ¡Sí, que esta cama es enorme y hay sitio de sobra!

    Por el amor de…

    Wilson resopló y terminó de recoger su ropa.

    Buenas noches —les gruñó, y por si su cabreo no estaba bien patente, cerró de un portazo antes de ir al cuarto que les correspondería a los Symon.

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    Sentado en la mesa del salón, Wilson leía tranquilamente mientras bebía té y se comía una tartaleta de manzana y arándanos —había llevado un par de Tombstone para el desayuno—. No levantó la mirada al escuchar pasos, tampoco al oír a Joyce llamándole, como si se hubiese quedado sordo de pronto. No pudo, sin embargo, seguir ignorándole al sentir su abrazo por la espalda.

    Haciendo un mohín, terminó por suspirar y apoyar la cabeza en el hombro del otro, cerrando los ojos.

    Lo siento. Buenos días, Joyce —murmuró, girándose para besarle la mejilla y, cuando Joyce se movió también, los labios —. Perdona que anoche me fuese así. Es sólo que… siento que cada vez que vamos a… —suspiró, sacudiendo un poco la cabeza —Es como si siempre nos fuese a interrumpir alguien.

    Creía que con eso estaba ya todo solucionado. De hecho, estaba cogiendo su taza de té para seguir bebiendo cuando Joyce le tomó la muñeca y le dijo de levantarse. Sin entender muy bien qué pretendía con aquello, lo hizo y se dejó guiar, quedándose bastante sorprendido al terminar contra la pared del almacén, con la lengua de Joyce entrando en su boca.

    Al principio quiso luchar un poco, recordarle que los demás se podían despertar en cualquier momento y que nada garantizaba que no fuesen a entrar ahí, pero, a decir verdad, los besos de ese hombre no le dejaban pensar con mucha claridad.

    Era otra de las cosas que no entendía de él. ¿Cómo podía ser que alguien tan… Joyce, por decir algo, pudiese besar de esa forma tan arrebatadora, o acariciar de esa manera tan tierna como excitante? Wilson se sentía derretir entre sus manos, incluso en esos momentos en los que ni siquiera se habían quitado la ropa.

    Llevó a olvidarse de los demás, de su cabreo de la noche anterior, de la tartaleta que le esperaba junto a un té que se estaba enfriando, y se abandonó por completo a esos besos, a las caricias, a las manos que intentaban descubrir su piel y a esos ojos que le miraban con deseo y ¿afecto?

    Tuvieron que detenerse otra vez, en esta ocasión no por golpes a la puerta o por una avasallante interrupción, sino por un disparo soltado al aire fuera de la casa. El segundo disparo hizo que Wilson y Joyce se separasen definitivamente, y al tercero el inglés estaba saliendo al porche precipitadamente, recolocándose la ropa en el camino.

    Frente a la casa, a unos diez metros, Billy Wright en persona, montado sobre su corcel, saludó a la pareja con un gesto de sombrero.

    Vaya, vaya, vaya… Tú debes ser el famoso Brian Joyce —sonrió, afilando los ojos mientras los posaba en el inglés —. Wally. De alguna forma, esperaba realmente no encontrarte aquí.

    ¿Qué quieres, Billy? —preguntó Wilson, haciéndole un gesto a Joyce para que no disparase.

    Tendrás que venir conmigo para averiguarlo —siguió sonriendo, señalando con un gesto a Joyce —. Pero dile a tu perro que se quede dónde está.

    Wilson se quedó callado unos segundos, pero terminó por asentir y girarse a Joyce.

    Está bien, no me va a hacer nada. Volveré pronto —ladeó un poco la cabeza y le acarició una mejilla —. Tranquilo, de verdad que todo irá bien. Ve dentro, ¿vale?

    Le sonrió ligeramente y después se recompuso la chaqueta mientras caminaba hacia el caballo. Acarició el morro del animal, aceptó la mano de Billy y se subió a la montura, abrazando al otro hombre por la espalda para sujetarse.

    Sonrió a Joyce una última vez antes de que Billy se alejase al galope de la casa.

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    ¿Qué cojones quieres? —preguntó Wilson con el ceño fruncido, los brazos cruzados y la espalda apoyada en el tronco de un árbol.

    Un poco más de respeto estaría bien, para empezar —gruñó Billy, aunque dándole tranquilamente media manzana a su caballo.

    Sabía que sí te preocupabas por mí —sonrió, haciendo que el más joven gruñese y le diese una patada al suelo —. En serio, Wally. Sé que nunca te unirías a una banda, menos a una como esa, si no tuvieses un plan en mente. ¿Por qué no me lo cuentas?

    No tengo nada que contarte.

    Billy dejó entonces al caballo y se giró a mirar a su hijo adoptivo, enarcando una ceja. Se acercó a él, sin mostrar mucho miedo a esa mirada de cabreo, y le revolvió el pelo para luego apoyarse en el mismo árbol. Se encendió un cigarro y dio una larga calada.

    ¿Por qué estás enfadado conmigo ahora? —Tras unos segundos de silencio, se sacó el cigarrillo de entre los labios y ladeó un poco la cabeza, mirando a Wilson —¿Es porque mandé a Luke a por ese Joyce? —de nuevo recibió silencio, así que dio otra calada y soltó el humo hacia arriba —Siento si eso se ha metido entre tus planes…

    Wilson resopló y apartó la mirada, a lo que Billy suspiró, sacándose de un bolsillo interno una petaca. Dio un trago y le ofreció al otro, quien negó con la cabeza, separándose del tronco y, con eso, del mayor.

    Billy le siguió con la mirada, viendo cómo se acercaba al caballo para darle unas cuantas caricias. Aquella bestia de pelaje negro llamada Moonshadow era de los pocos animales que no parecían reacios a las atenciones de Wilson, quien por lo general no tenía demasiada afinidad con los animales.

    Murdoc añadiría, seguramente, que tampoco con los humanos.

    Cuando Luke vino a mí hace un par de semanas, me contó que estabas con los hombres de Joyce. De hecho, me dijo que Joyce bebe los vientos por ti y que, al parecer, tú le correspondías. Claro, los chicos se lo creyeron, pero yo no. Porque yo te conozco, Wally. Sé perfectamente cómo eres, y sé que tú no eres de los que se encoñan con nadie. La única persona a la que realmente quieres es a ti mismo… y a Mary Su, cosa que te agradezco y mucho —se pasó una mano por la cara, soltando el humo de una nueva calada —. También sé que este no es la primera persona a la que seduces para lograr algo. De hecho, lo que me sorprende es que lleves tanto tiempo con la farsa. ¿Te está costando conseguir lo que sea que quieras? Si me dices qué es, igual puedo ayudarte.

    ¿Has venido hasta aquí sólo para hablar de esto? —preguntó Wilson en voz baja, todavía dándole la espalda a Billy para centrarse en acariciar el fuerte cuello de Moonshadow —¿Para vigilarme, controlarme y, ya de paso, intentar llevarte un porcentaje de algún tipo de tesoro?

    Yo no te controlo, Wally. Eres suficientemente mayor como para tomar tus decisiones. Y, además, siempre has sido mucho más listo que yo —se sacó el cigarro de la boca al decir esto —. Por eso estoy seguro de que tienes algún plan retorcido en esa cabecita tuya. Lo que no entiendo es por qué no confías en mí para decírmelo.

    Escucha… —se dignó, por fin, a mirar a Billy. Se quedó callado entonces, como pensando bien lo que iba a decir —Si tan seguro estás de que tengo un plan que involucra a Joyce, ¿por qué mandaste secuestrarlo?

    Ah, ¿eso? Pues es que cuando mis chicos supieron que ese idiota estaba cerca, se afilaron los colmillos pensando en arrancarle la cabeza. Y, claro, tuve que complacerles. De todas formas, eres adaptativo, habrías podido elaborar un plan que se ajustase a las nuevas circunstancias. ¿Me equivoco?

    ¿En que puedo improvisar? No, en eso no te equivocas. Pero no tengo un plan para con Joyce ni para con su gente.

    Billy frunció el ceño ante esto y se incorporó para acercarse a Wilson. Era muy alto, un tanto más que el inglés, así que tuvo que inclinarse un poco para mirarle a los ojos. El joven le sostuvo la mirada sin pestañar y Billy le soltó humo a la cara, separándose un poco entre las toses del otro.

    No entiendo por qué no quieres contármelo.

    ¿Tanto te cuesta creer que he encontrado una banda en la que me siento cómodo?

    Ah… ¿Te sientes cómodo con ellos? —Billy se rio por lo bajo —Luke me ha contado más cosas, ¿sabes? Que tienes tensiones con al menos dos miembros de la banda, tensiones que te han llevado a peleas donde casi te matan —diciendo esto, puso una de sus manos en el costado derecho de Wilson, apretando la zona de las costillas —. Desconfían de ti, y ese tal Alan Murdoc te tiene cruzado. ¿Por qué ibas a aguantar un trato tan degradante si no es por la recompensa de un botín mayor? —al no obtener una respuesta, ladeó un poco la cabeza —¿Oh? ¿Acaso realmente te gusta ese imbécil de Joyce? ¡Wally, me decepcionas!

    Oh, qué horror, qué miseria, decepcionar a un bárbaro como tú —escupió Wilson.

    Ante esta contestación, Billy tensó la mandíbula y apretó entonces su mano, con tanta fuerza que Wilson se tuvo que agarrar al bandido con un gemido de dolor para no caer al suelo.

    No me hables así, Wally, porque mi afecto por ti no me impedirá romperte un hueso o dos —le susurró al oído antes de cambiar la agresión por un abrazo que buscaba sostenerle y acariciarle la espalda a la vez —. He oído que Joyce es capaz de hechizar a la gente, haciendo que las mujeres suspiren por él y que los hombres se reblandezcan. Hasta Luke me ha confesado que se han hecho muy amigos, aunque la misión de ese mexicano idiota era secuestrarle. Lo que no esperaba, desde luego, es que tú, que siempre has tenido una mente brillante, pudieses caer con tanta facilidad. Así que ¿por qué no me lo dejas a mí, mi niño? Mataré a Joyce y a ese circo que le acompaña por ti, y quién sabe, quizá quieras volver a mi banda, ahora que le estás cogiendo el gustillo a trabajar en compañía.

    No permitiré que le hagas daño —siseó Wilson, recuperando el aliento y aferrándose a la ropa de Billy —. Vete. Déjanos en paz.

    Humn —Billy le soltó, apartándose de Wilson, quien se tambaleó un poco hasta apoyarse en una roca que había por ahí —. Bien, si tanto insistes, me iré y dejaré a esa gente en paz. De todas formas, tengo un par de objetivos que me gustaría explorar… Y, quién sabe, quizá nuestros caminos se crucen pronto. ¿Tal vez podamos hacer alguna alianza de bandas? —sonrió, ladino, antes de subirse al caballo de un salto —Piénsatelo, niño.

    Wilson asintió un poco, con una mano sujetándose el costillar, y vio después cómo Billy se iba. Respiró hondo, cerrando los ojos, y se abrió la ropa, viendo un hematoma oscuro con la marca de los dedos de ese hombre. Alzó la cabeza con cansancio, pero justo cuando se estaba relajando, el relincho de un caballo le hizo tensarse y girarse.

    No sabía muy bien qué esperaba encontrarse, pero ver a Zynn sólo le hizo ponerse nervioso de nuevo. Intentó cerrarse rápidamente la ropa, pero el ucraniano saltó de la silla y le apartó las manos para evaluar las marcas.

    Que Joyce no las vea o se lanzará de cabeza a por Billy.

    Ya lo sé —susurró Wilson, pudiendo por fin recolocarse la ropa —. ¿Lo has oído todo?

    Zynn negó levemente.

    Cuando Joyce nos ha dicho que te habías ido con Billy, Jeremy nos ha confesado que tú eres Lucky Wall, que trabajabas con él. Murdoc ha hablado de conspiración y como yo ya no sabía qué pensar, he ensillado y he oído la conversación empezada.

    ¿Empezada por dónde? —murmuró Wilson mientras terminaba de cerrarse la chaqueta, mirando de soslayo a Zynn.

    He oído cómo le decías que no nos estás usando para un plan. Y, Wilson, más te vale que sea cierto.

    Lo es.

    Bien. Porque matarte no me quitará el sueño, precisamente.

    Lo sé, Zynn —volvió a susurrar.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Murdoc recibió a la pareja con los brazos cruzados y una obvia hostilidad destilando por todos sus poros. Apenas esperó a que bajasen del caballo para separarse del marco de la puerta y acercarse a ellos, o más bien a Zynn.

    ¿Y bien?

    Nos ha defendido de Billy.

    Murdoc, al oír esto, alzó las cejas con cierta sorpresa. Abrió la boca para decir algo más, pero entonces los Symon y Joyce se lanzaron a achuchar a Wilson, quien consiguió a duras penas contener un quejido.

    ¡Has vuelto!

    ¡Murdoc decía que nos ibas a abandonar!

    ¡Pero Murdoc es viejo y feo, no podía tener razón!

    ¡Pero bueno! —se quejó el aludido, girándose hacia la puerta al escuchar las risitas de Denisse —¡Diles algo, mujer!

    ¿Y de qué serviría? Venga, chicos, dejad que Wilson respire, ¡que acaba de enfrentarse a Billy Wright!

    Tampoco ha debido ser tan malo, si trabajaban juntos —bufó Murdoc —. ¿Verdad, Zynn?

    Zynn, sin embargo, con su silencio habitual prefirió deslizarse al interior de la casa, saludando a Jeremy por el camino, quien se acercaba para ver si Wilson estaba de una pieza.

    Estoy bien, de verdad —le decía Wilson a Joyce mientras éste le daba besitos en las mejillas —. Aunque me apetece mucho un té. ¿Vamos dentro? —sonrió, dándole un piquito antes de separarse un poco de tantos brazos rodeándole.

    Al entrar en la casa, se encontró a Susan totalmente sumergida en el papel en el que escribía la que sería, seguramente, su segunda novela, haciendo tachones y poniendo las mismas expresiones que debían tener los personajes que escribía, con el pelo ligeramente revuelto y una mancha o dos de tinta en manos y mejillas.

    Prefirió no molestarla, así que se fue a la cocina, donde preparó una tetera de la que luego sirvió dos tazas, una para él y otra para Jeremy.

    ¿Qué te ha dicho Billy? —preguntó el de gafas.

    Me ha sugerido una alianza entre bandas a futuro.

    Jeremy miró entonces a Zynn, que estaba junto al fuego afilando un cuchillo, y cuando éste asintió, suspiró y se sentó frente a Wilson.

    ¿Y vamos a hacerlo?

    No lo sé. Si lo hacemos… tendremos que tener cuidado. Billy puede ser traicionero.

    ¡Já! —exclamó Murdoc —Al menos ya sabemos de dónde lo has sacado… Wally.

    Wilson gruñó un poco.

    No me llames así, por favor —suspiró, removiendo su té tras dedicarle a Joyce una sonrisa, cuando éste se sentó a su lado —. Conociéndole, y ahora que sabe dónde estamos, seguramente nos envíe una invitación a algo jugoso.

    ¿El tren? —preguntó Zynn.

    Puede ser… —suspiró Wilson.

    ¿Qué tren? —inquirió Jeremy.

    Zynn y yo hemos descubierto que un tren llevará dinero de Tucson al Banco Nacional. Lo hemos señalado como un posible objetivo, pero, claro, el plan sería elaborado y tendríamos que seguirlo a la perfección —se frotó los párpados —. Pero no sé si sugerirá la alianza definitivamente o no, así que no importa mucho. Por ahora… centrémonos mejor en lo que tenemos entre manos.

    Un atraco a un tren en marcha… —suspiró entonces Susan, alzando la cabeza con ojos ensoñadores —Eso me daría material para otra novela, ¡y sería tan apasionante…!

    Wilson sonrió ligeramente.

    Sí, sería una novela emocionante.


    SPOILER (click to view)
    A VER. La idea es que Billy, efectivamente, les invite a hacer el robo al tren... para matar a los hombres de Joyce una vez tengan el botín. Volvería a decirle a Wilson que regrese a su banda y blablablá

    Si lo sigues por esos derroteros, te pido que, por favor, me dejes el final de la disputa :0 Porque tengo super bien pensada la escena de la supuesta muerte de Wilson y reviento si no la escribo (?) Si tus musas te llevan a hacer otra cosa, será también perfectamente bienvenida, porque lo del tren este puede ocurrir la semana que viene o dentro de un mes, que tampoco hay prisa para el #drama xd

    Hablando de drama, me sabe mal haberme divertido interrumpiendo los intentos de maritales de estos dos... Pero me hace gracia pensar que no van a poder encamarse hasta después del drama (?) Porque Wilson no va a querer que Joyce le vea desnudo hasta que se le curen los hematomas... Así que a ver qué pasa.

    Todo es negociable, ya lo sabes. Seguimos hablando por privado xD
  3. .
    QUOTE
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    Fichas

    Ariel Vopain
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    ≻─────────────── ⋆✩⋆ ───────────────≺
    44jX2gE


    Nombre: Ariel Vopain.
    Edad: 21 años.
    Fecha de nacimiento: junio 08, 1998
    Nacionalidad: francesa.
    Lugar de origen: Annecy, Alta Saboya..
    Residencia actual: Escuela Blue Star, Inglaterra.
    Elemento: fuego.
    OS: bisexual.
    RS: versátil.



    Battle scars
    00:21 ─❙─────── 03:55
    ⇆ ◁ || ▷ ↺

    ≻────────── ⋆✩⋆ ──────────≺


    ❝ Create the highest, grandest vision
    possible for your life,

    because you become

    what you believe

    ⊰ ◦ ✩ ◦ ⊱




    Datos que podrían servir (o no)



    Hay gente que sabe ver el vaso medio lleno. Y luego está Ari, que nadie entiende todavía de dónde saca tanto positivismo.


    Pierre a veces le molesta diciendo que debería haber sido agua su elemento. Ya sabes, como eres un sirenito..., lo cual suele arrancar al menos algún bufido en el menor.


    No es, digamos, un estudiante lumbrera. Ya habrá cosas en que se esfuerce más que en otras (y cosas que le gusten más que otras, también), pero en general va ahí, aprobando porque es lo que toca.


    Hablando de talentos, definitivamente lo suyo va por los hechizos. La magia elemental se le resiste más de lo que quisiera admitir.


    Le gusta el café, leer y las golosinas ácidas. Preferentemente en ese orden, muchas gracias.


    A veces puede agobiar con su presencia, ese exceso de energía hace que cueste seguirle el ritmo en algunas ocasiones.


    ☆ ┉ ┉ ┉ ┉ ┉ ┉ ┉ ┉ ✧~

    || II | III | IV | V | VI | VII | VIII ||


    Baltasar Rodríguez
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    ╒═══════════════════ ══════════════════╕




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    Nombre: Baltasar Rodríguez Tolosana.

    Edad: El 20 de marzo hará los 19.

    Lugar de residencia: Escuela Blue Star, Inglaterra.

    Orientación sexual: Homosexual.

    Elemento: Tierra.


    ★ Para verle feliz, dale un libro, música y una naranja.

    ★ No sale de casa sin su navaja de 5 cm.

    ★ No le gusta hablar de su prosopagnosia, muchísimo menos sentirse limitado o excluido por ella.

    ★ Le gusta dibujar. No se le da mal, aunque él no se dedicaría a ello.

    ★ Su cuerpo, igual que su cara, está lleno de pecas y lunares.

    ★ Tiene un don innato para la magia elemental.

    || II | III | IV ||


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    Lindsey Stirling sonaba en sus auriculares, haciéndole mover de forma tímida los hombros y la cabeza al ritmo pseudo irlandés de la canción. En su cabeza, recordaba el vídeo, o al menos el concepto general. Esos impresionantes bailes mientras la protagonista tocaba el violín, la estética tan parecida al steampunk que tenían todos los videoclips de la mujer y las historias extrañas, pero fascinantes, que contaba sin palabras.

    Llegaba el momento cénit de esa pista cuando, sin previo aviso —aunque de haber tenido los ojos abiertos se habría enterado—, una mano cogió la diadema de los cascos y le retiró los auriculares, sacándole de forma brusca de su burbuja personal.

    De pronto, había pasado de estar en esa arena de combate del videoclip a estar de vuelta al tren en el que se habían subido hacía unas horas. Había bastante ruido de gente hablando y moviendo cosas, trenes poniéndose en marcha, una megafonía que sonaba lejana… La sensación de desarraigo fue bastante fuerte, tanto que sintió el impulso de ponerse otra vez la música, pero eso habría sido una falta de respeto hacia el hombre que había a su lado y que en ese momento le sonrió y le revolvió el pelo en un gesto cariñoso.

    Ya hemos llegado, Bal —le dijo en su castellano natal.

    Baltasar asintió con cierto fastidio y paró la música mientras se levantaba para salir del tren. Estaba cansado ya de ese viaje, la verdad, aunque no se le podía culpar. Primero un vuelo de dos horas y cuarto, ahora otras tantas horas en un tren del año de la tos… Al menos los asientos no eran muy incómodos.

    Lo peor era que aún les esperaba un ratito más en coche, y esta vez no sabía si iba a poder ponerse los auriculares, porque les esperaba alguien en la estación.

    La Escuela Blue Star —de Brujería y Hechicería, aunque eso no aparecía en el letrero de la entrada— era un lugar tan exclusivo que uno no postulaba para conseguir un puesto, sino que recibía una invitación de parte de la dirección del centro. Esa invitación llegaba al terminar la enseñanza obligatoria, es decir, cuando el alumno tenía unos dieciséis años, y normalmente era esperada por ciertas familias con, digamos, capacidades especiales.

    El caso de Baltasar no fue distinto. No a ese respecto. Sin embargo, su situación personal le había obligado a rechazar la invitación. Bueno, no exactamente. Sí que había quedado matriculado en la Escuela desde el primer año, pero no había asistido a las clases, prefiriendo estudiar en casa bajo la tutela de su madre y del tío Álex, quien además se estaba preparando para ser profesor en esa misma escuela.

    Quizá había sido por eso, por saber que Álex iba a estar rondando por ahí, aunque no le diese clase, o quizá porque se sentía solo. No tenía amigos —humanos, al menos, porque no había perro que no buscase sus mimitos por la calle ni gato que no ronronease al verle— y empezaba a sentir que necesitaba relacionarse con gente como él. Con magos.

    Sobra decir que estaba terriblemente nervioso, y esa sensación sólo aumentaba a medida que se iba acercando al lugar donde pasaría los próximos años.

    No sabía muy bien cómo sería recibido. No sólo había sido un alumno fantasma esos primeros cursos, sino que encima no iba a estar con gente de su edad. Y es que ya fuese porque estudiar en casa con la plena atención de dos profesores le había permitido seguir un ritmo distinto o porque realmente tenía una mente privilegiada —Baltasar se reiría ante esta afirmación, diciendo que sólo tenía un método de estudio fantástico—, se había saltado un curso, daba igual cuál.

    ¿Sus compañeros le recibirían bien? ¿Se adaptaría a ese lugar lleno de gente a la que no conocía de nada y que, para más INRI, llevaría un uniforme del que sólo se distinguía con un color el elemento afín de cada uno?

    La verdad es que ni siquiera aspiraba a hacer amigos. Sólo quería demostrarse a sí mismo que podía hacerlo, que podría relacionarse y, quizá, hasta conseguir llevarse bien con otras personas. Además, contaba con cierta ventaja, y es que tanto sus padres, como su tío, le habían dicho que si no podía, sólo necesitaría una llamada para que ellos le comprasen billetes de vuelta. Y nadie diría nada al respecto, nadie se sentiría decepcionado.

    Bueno, quizá el propio Baltasar. Un poco.

    El hombre que les esperaba en la estación les ayudó a cargar las maletas de ambos en el coche y después puso la radio, conduciendo en absoluto silencio. Se alejaron del pueblo y empezaron a subir una carretera alta que llevaba al terreno donde estaba la Escuela, rodeada por un bosque donde se realizaban algunas actividades.

    Todo va a ir bien —le dijo Álex con una sonrisa, apretándole un poco la mano.

    Baltasar le miró y sonrió un poco, de forma algo tímida, para después volver a mirar por la ventana, entrelazando los dedos a los de su tío con cierta fuerza.

    Sí. Todo iría bien.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No podía evitar mirar de lado a lado por aquel despacho. Había tantos libros, ampollas, candelabros, tantos objetos pequeños y no tan pequeños, tantas decoraciones, todo de un gusto exquisito y con sabor antiguo, que era simplemente imposible no perderse intentando abarcarlo todo.

    Se vio obligado a volver la vista al frente cuando una cortina se descorrió para dar paso a la directora, que salía de una estancia de piedra oscura de la que Baltasar apenas pudo ver nada antes de que la cortina volviese a caer, ocultándola.

    Morgana Willow era una mujer famosa en el mundo de la magia. Era la última bruja antigua, una extraña estirpe cuya vida se prolongaba extraordinariamente y cuyas capacidades mágicas habían sido ligeramente distintas a las de los otros magos, pero lo suficientemente parecidas como para poder confundirse o combinarse.

    Nadie sabía muy bien cuántos años tenía aquella mujer, tampoco era de recibo preguntárselo. Pero no importaba, pues ya tuviese cincuenta o quinientos, Morgana había sabido mantenerse en la vanguardia, resultando una mujer moderna que había dirigido aquella escuela con excelente diligencia desde su propia fundación.

    Con todas estas credenciales, Baltasar no había sabido muy bien qué esperarse de ella, pero, desde luego, no habría imaginado nunca que se tratase de una mujer tan bonita y de apariencia juvenil. Quizá eso fuese un hechizo o parte de la maldición que aquellas pobres brujas habían cargado, pero lo cierto es que Baltasar no le daría más de treinta años, con mano amplia.

    Tampoco importaba mucho. Esas serían las únicas impresiones de ella que podría llevarse, al menos a nivel físico, pues apenas apartase la mirada, su rostro se borraría por completo de la mente del muchacho.

    Morgana se sentó en su mullida butaca, quedando frente a los dos hombres, tío y sobrino, que llevaban esperándola apenas cinco minutos. Les sonrió, una sonrisa muy agradable y cálida, y les hizo un gesto de bienvenida con las manos, abriendo los brazos.

    Muy buenas tardes, señor Tolosana y señor Rodríguez —saludó con una voz dulce, que tenía cierto acento difícil de determinar —, y bienvenidos a la Escuela Blue Star. ¿El viaje ha sido agradable?

    Desde luego —dijo rápidamente Álex, cruzando las manos sobre el regazo —. Un poco largo, tal vez, pero es de estos esfuerzos que valen totalmente la pena.

    Espero que nuestro nuevo integrante opine lo mismo —dijo ella con una suave risa, mirando ahora a Baltasar, quien se sintió muy pequeño de pronto. No, Morgana no era amenazadora, o al menos no intentaba serlo de ninguna de las maneras, pero Bal se sentía un tanto cohibido y, sobre todo, muy, muy nervioso.

    Es… es un sitio increíble —se atrevió a decir, carraspeando y reincorporándose en el sillón que el chófer le había indicado que ocupase antes de desaparecer —. Las vistas son muy bonitas y el campus… Estoy seguro de que me perderé mil veces.

    Qué va, en un mes podrás recorrerlo con los ojos cerrados —le prometió su tío, guiñándole un ojo —. Parece enorme y laberíntico al principio, pero en realidad está todo tan bien organizado que uno no tarda en hacerse a los pasillos.

    Es realmente una alegría que piense así, señor Tolosana —sonrió Morgana, casi como una abuela a la que su nieto le halaga un guiso —. De todas formas, señor Rodríguez, es costumbre entregar un mapa a los recién llegados. ¿Sabe usted leer planos?

    Baltasar asintió tímidamente y Morgana volvió a sonreír.

    Le he estado recordando las reglas básicas de la escuela —dijo entonces Álex, dándole una palmadita a su sobrino en el hombro —. Sobre los dormitorios, el toque de queda, los horarios de biblioteca, las salidas al bosque…

    Eso acortará la reunión, sí —Morgana suspiró, sin perder esa sonrisa suave, y se inclinó un poco sobre su escritorio de caoba oscura, acercándose así a Baltasar —. Señor Rodríguez, le noto nervioso, pero no tiene ningún motivo para ello. Tanto los alumnos como los profesores y otros miembros del servicio son, por lo general, agradables y accesibles. Y, en caso de que tuviese usted algún problema, podrá acudir tanto a su tío como a mí con total confianza, ¿de acuerdo? —Baltasar volvió a asentir y Morgana apoyó la espalda en el respaldo de su asiento —Su situación es extraordinaria, por lo que las medidas tomadas con usted también lo serán. Con esto no quiero decir que va a tener un trato preferencial…

    ¡No lo querría! —se le escapó a Baltasar, quien rápidamente se puso rojo y se hundió un poco en su asiento, pese a la mirada entre divertida y enternecida de la directora.

    Me refiero —continuó, como si no hubiese habido interrupción —a que, en caso de que no se sienta cómodo aquí, le pondremos todas las facilidades disponibles para que regrese a casa y continúe sus estudios como hasta ahora.

    Gracias —murmuró Baltasar con una pequeña sonrisa —. Lo cierto es que… estoy nervioso, pero también tengo ganas de empezar el curso. Sé que no será fácil, al principio sobre todo… Pero me esforzaré.

    Me congratula escucharlo —dijo Morgana con un asentimiento de aprobación —. Cambiando de tema… Los profesores que le impartirán materia este año han sido advertidos de su particular condición, pero no se ha avisado a los alumnos de nada por el momento. Era lo que habíamos acordado, ¿no?

    Así es —dijo esta vez Álex, aunque Baltasar lo secundó con la cabeza.

    No es que quiera que sea un secreto —añadió el muchacho, jugando entre sus dedos con la navaja plegada —. Simplemente… No es algo que quiera pregonar.

    Lo entiendo. Hay cosas que uno mismo debe decidir cuándo y con quién compartirlas —dijo Morgana. Se quedó un segundo o dos en silencio y, después, palmeó un montón de libros que había a un lado de su escritorio —. Estos serán los manuales de los que tendrá que hacer uso durante este curso. No olvide llevarlos a las clases correspondientes desde el primer día.

    Claro… No los olvidaré.

    Estoy segura de ello. Parece usted un joven disciplinado. Más que su tío a su edad —dijo, mirando directamente a Álex, quien lejos de ruborizarse, soltó una pequeña carcajada.

    Por suerte, la estupidez es un mal que se cura con el tiempo.

    No, señor Tolosana. La estupidez no tiene cura. La juventud, sí —añadió, guiñándole un ojo. Miró entonces detrás de ambos españoles y asintió, haciéndole un gesto a Baltasar —. El profesor Vopain le acompañará a los dormitorios. Es el tutor de su curso, así que podrá acudir a él con cualquier duda que tenga.

    Baltasar se giró, viendo ahí a dicho profesor, quien le sonrió y le saludó con un gesto de la mano, mirando después a su nuevo compañero. No podía reconocer su rostro, por supuesto, pero sí su olor, su estilo de ropa y la sensación cálida y familiar que le provocaba su sonrisa.

    Álex, qué ganas tenía de verte por fin—saludó con acento francés, besando los labios de Álex, su pareja desde hacía casi una década. Bal sabía, por pasadas experiencias, que si el beso fue hasta casto se debió a que estaban en un lugar oficial, o si no habría sido acompañado de un abrazo demoledor y de una serie de carcajadas que ahora se vieron simplemente reducidas a una mirada cariñosa y un par de caricias discretas —Espero que hayáis tenido un buen viaje...

    La verdad es que ha sido muy tranquilo. Te lo contaré con más calma luego, ¿hmn? —sonrió, poniendo después una mano sobre el hombro de Baltasar —. Cuida de mi sobrino en mi ausencia, ¿eh?

    Por supuesto.

    Caballeros —llamó entonces Morgana —. Si nos disculpan, aún tengo algunos asuntos que atender con el señor… No, es cierto. Con el profesor Tolosana.

    Baltasar, en una situación normal, se habría sentido bastante cortado ante la idea de quedarse a solas con un desconocido. Pero Pierre no era un desconocido. Había pasado tiempo en su casa, y no sólo para cenar o comer alguna vez, sino días y noches enteras. El ambiente con él era siempre agradable, y a Bal le gustaba particularmente recordar alguna vez que, algo más pequeño, se había subido al regazo de Pierre o de su tío para escuchar sus historias, ya fuesen referentes a sus tres hermanos (jamás le habló del quinto Vopain) como de aventuras que habían vivido en la escuela que ahora pisaba.

    Miró con una sonrisa de despedida a Álex, quien le guiñó un ojo y le dio un golpecito en la nariz, con ese gesto de complicidad que llevaban años compartiendo.

    Nos veremos en la cena.

    Apenas la puerta se cerró, Álex se puso más serio que antes, mirando a Morgana. Ésta había enterrado los codos en la mesa y apoyaba la boca sobre las manos cruzadas.

    ¿Qué te ha parecido?

    Es muy notorio —dijo en voz baja —. De hecho… Lo tiene mucho más presente que tu padre.

    ¿Debería decírselo? No me gusta guardarle secretos…

    Lo siento, Álex, pero creo que por el momento será mejor dejarlo correr —Morgana cerró los ojos un par de segundos y después sacudió la cabeza —. Decírselo ahora tampoco le va a ser de ninguna ayuda.

    Joder… —el hombre respiró hondo, soltando el aire en un suspiro, y terminó por asentir, alzando las manos en signo de derrota —De acuerdo. Quedará entre tú y yo por ahora.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Al principio, poco habían hablado sobre el complejo palaciego en el que se instalaba la escuela, prefirieron intercambiar opiniones sobre sus respectivos viajes, alguna noticia importante que les hubiese pasado desde la última vez que se vieron... Una conversación animada, con un ambiente tan agradable que cualquiera podría pensar, y quizá no andaría demasiado errado, que Baltasar era en realidad hermano pequeño de Pierre Vopain.

    Con todo, pronto volvieron a lo que les ocupaba, y Pierre, con ese extraño acento traído de Francia, le iba explicando qué había en cada pabellón a medida que iban viendo los distintos edificios que componían el campus. Todos giraban en torno a un patio central, aunque había algunos patios secundarios, pero era cierto lo que le había dicho su tío antes: parecía más complicado de lo que en realidad era.

    Y este de aquí —dijo Pierre, señalando con la cabeza (cargaba la mitad de los libros de Baltasar para que no se hiciese daño en la espalda) —es el pabellón de los dormitorios. Chicos y chicas están separados en las dos alas del edificio, encontrándose sólo en el gran recibidor, que también es una sala de descanso comunal. Después, en cada ala hay una división por grupos con una organización interna alfabética, en grupos de cuatro —le iba explicando mientras entraban en el edificio y empezaban a subir los escalones que conducían al dormitorio de Baltasar —. Aunque, siendo honestos, pocas veces se respeta esta organización. ¿No es más agradable poder compartir espacio con amigos o, incluso, familia? Así que mientras no haya un cambio de ala injustificado, en fin, nadie va a ir comprobando que estés en la habitación que se supone te corresponde.

    ¿Y yo… con quién estoy? —preguntó Baltasar tímidamente, siendo la tercera o cuarta vez que abría la boca desde que habían salido del despacho de Morgana.

    ¿Tú? Bueno… Tú eres un caso aparte, la verdad —Pierre suspiró, deteniéndose en una nueva sala común. Al parecer, cada planta tenía la suya, quizá por cuestión de aireamiento de espacios —. En principio, no tienes compañeros, sino que se te ha asignado una habitación que, en los orígenes del castillo, era del servicio. No pienses mal, no es pequeña ni incómoda. De hecho, como siempre ha estado desocupada, muchas veces se ha usado para quedadas secretas. Ha sido amueblada para ti, con una cama, un baúl y un armario, exactamente igual que las otras habitaciones. Con la salvedad de que, eso, no tienes que compartirla.

    Le sonrió, señalando una puerta que estaba dentro de la propia sala común, en vez de en uno de los dos pasillos que llegaban a ella. Baltasar respiró hondo y consiguió sostener los libros con un solo brazo mientras con el otro cogía la llave que Morgana le había dado, abriendo la puerta.

    Efectivamente, no era una habitación pequeña. Seguramente cabrían dos camas ahí, aunque sólo había una, con el armario. Le sorprendió un poco ver sus cosas ya ahí, es decir, sus maletas y su planta carnívora. Le hizo ver en ese dormitorio un toque hogareño que no se había esperado.

    Como ya te he dicho, nadie va a mirar que estés en esta habitación o en otra. Así que si quieres cambiarte, no tienes ni que avisar.

    ¿A los demás no les mosqueará que duerma aquí? —preguntó entonces Baltasar mientras dejaba los libros sobre la tapa del baúl.

    Pierre, tras seguir su ejemplo y descargar así sus brazos, se frotó la nuca y cruzó los brazos sobre el pecho.

    No debería haber motivo para ello. Sí que les sorprenderá que hayas aparecido de pronto, claro, tras cuatro años estudiando en casa, pero respecto a la habitación… Sin ti, las cuentas cuadraban en grupos de cuatro, por lo que podemos hablar de una cuestión organizativa de cara a la administración.

    Baltasar asintió y miró a su alrededor, asomándose después a la ventana. Las cortinas eran gruesas, pero no sabía hasta qué punto ayudarían a impedir que la humedad y el frío del invierno inglés, ya tan próximo, se filtrasen.

    ¿Recuerdas las normas? —preguntó entonces Pierre, a lo que Baltasar se giró hacia él con una pequeña sonrisa.

    Nada de comida, nada de mujeres, nada de animales.

    ¡Perfecto! ¿Quieres ver el resto de la escuela o prefieres que te deje unos minutos para hacerte al dormitorio?

    No… Tendré tiempo de sobra para deshacer maletas. Aún quedan un par de días para que empiecen las clases, ¿verdad?

    Una semana, efectivamente —esperó a que Baltasar saliese y le siguió después, acompañándole de vuelta a los pasillos —. Ahora estamos los profesores, los cuidadores, el servicio sanitario e higiénico… Y verás que hay algunos alumnos, claro, aunque no estaremos completos seguramente hasta dentro de cinco o seis días.

    Bien —murmuró Baltasar, jugando nerviosamente con sus manos mientras lo miraba todo de forma casi obsesiva —. Supongo que así podré ir acostumbrándome a todo y aprendiéndome el mapa.

    Aprenderse el mapa… —Pierre silbó, divertido —Es la primera vez que oigo a ningún alumno decir algo así. ¡Ni siquiera los del primero curso! Si es que eres tan dulce... —con esto, consiguió que las orejas de Baltasar se pusiesen rojas como la grana.

    ¡Bu-bueno! —tartamudeó —Tampoco me parece algo descabellado… Sobre todo si voy a vivir aquí al menos un curso académico entero.

    Esperemos que sea más que un curso académico —le sonrió con tono casi paternal, revolviéndole el pelo —Bueno, dime. ¿Se te da bien la herbolaria? Porque voy a ser tu profesor —canturreó con una sonrisilla.

    Sí… Sí, creo que es de mis materias más fuertes —sonrió Baltasar con algo más de fuerza.

    Ya veremos, ya. He oído por ahí que los alumnos consideran mis exámenes muy difíciles —comentó con ese tono divertido, casi resoplante.

    Yo… Daré lo mejor de mí.

    No lo dudo, Bal —sonrió, guiñándole un ojo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Quizá era un poco pronto para decirlo, pero Baltasar tenía al menos el presentimiento de que sus lugares favoritos de todo el complejo arquitectónico iban a ser el invernadero y la biblioteca. ¡Era impresionante ese sitio! Había tantos libros que se temía que haría falta una vida tan larga como la de la directora como para poder leerlos todos, y seguramente le faltaría tiempo.

    Pierre le había dejado ahí para ir a hacer… no estaba muy seguro de qué, lo cierto es que (aunque le avergonzaba un poco) había dejado de escucharle del todo al entrar en la biblioteca. La cosa era que se había ido, dándole libre albedrío, y Baltasar rápidamente se había lanzado a cotillear las estanterías.

    No había tardado mucho en descubrir el sistema organizativo que había ahí, aunque por si acaso había ido al amable Bibliotecario —había dicho que todos le llamaban así, por lo que se había ganado la mayúscula en el nombre— para preguntarle. Y no habían tardado en hacer migas, hablando de libros que les gustaban, de sistemas clasificatorios buenos o malos, y luego de los hábitos lectores de la juventud y de otros temas que giraban en torno a lo mismo, pero que terminó con ambos riendo y estrechándose las manos.

    Espero verte por aquí —le dijo Bibliotecario cuando Baltasar, viendo la hora, empezó a despedirse.

    Seré un visitante recurrente, desde luego —sonrió Bal antes de salir de la biblioteca.

    Con el mapa en la mano y caminando de forma algo dubitativa por unos pasillos desiertos, no le costó mucho llegar al refectorio, donde se sintió algo cohibido al ver que había ya bastante gente.

    Bueno, bastante era quizá un adverbio demasiado generoso. No había ni un cuarto de aforo, pero sí más gente de la que Baltasar se había esperado, viendo las estimaciones que le habían dado.

    Sin tener muy claro cuál sería su sitio, fue caminando por los pasillos entre mesas. Saludó con un gesto tímido a Pierre y Álex —había reconocido sus ropas—, quienes estaban poniéndose al día animadamente en la zona de profesores, y miró a su alrededor. Si había quince alumnos, diez llevaban ya el uniforme de la escuela, por lo que se sintió algo raro de llevar vaqueros, aunque no fuese el único con ropa de calle.

    ¡Hey! —le llamó una chica cuando se acercó a ese grupito de chicas en concreto, palmeando el banco en el que estaba sentada —¡Tú, el de negro! ¡Ven aquí!

    Uh… Está bien —tartamudeó en voz baja, sentándose con esas muchachas. Era extraño, casi se esperaba que, de ser captado por alguien, sería por los chicos de más allá. Pero mejor así, había al menos uno que le estaba mirando con mucha intensidad y eso le ponía muy nervioso —. Me llamo Baltasar.

    ¡Qué nombre más curioso! Yo soy Ashley —dijo la que le había llamado —y ellas son Audry y Maude.

    Un placer —le dijeron las dos chicas casi a la vez.

    No me suena nada tu cara —comentó Audry. «Irónico», pensó Baltasar —. ¿Eres nuevo por aquí? Pareces mayor…

    Eh… Sí, soy nuevo. He estado estudiando en casa, pero he decidido incorporarme a las clases normales —sonrió con cierta timidez, una sonrisa que a las tres chicas se les debió hacer adorable, por la mirada que compartieron.

    Tu acento es un poco raro —habló ahora Maude.

    Español —dijo tras un carraspeo —. Ah, podéis… Llamarme Bal.

    Bal. Me gusta —sonrió Ashley, guiñándole un ojo —. ¿De qué Casa eres?

    ¿Casa? Ah, elemento —se frotó un poco la nuca, todavía nervioso —. Tierra.

    ¡Oh! Yo soy agua, así que seguramente nos llevemos bien —le dijo Audry, tomándole una mano con una risita.

    Nosotras somos aire —dijo Maude, señalando a Ashley con la cabeza —. Pero, tranquilo, no soplaremos tanto como para hacerte salir volando —bromeó.

    En la mesa de los profesores, Álex soltó una risita, sentado al lado de Pierre mientras esperaban a que empezase el servicio de cenas.

    Míralo, qué rápido se ha dejado atrapar.

    Pobre… Son buenas chicas, eh —dijo Pierre en voz baja —, pero espero que no lo mareen mucho.

    Bueno… Supongo que habrá que verlo —suspiró Álex, concentrándose en servirse una buena copa de vino.

    SPOILER (click to view)
    Como quedamos, la ficha es esquemática, muy reducida. De hecho, para que veas que yo no miento con estas cosas, he cogido la ficha que preparé para el rol de Eros y Psique con Dol y le he cambiado los datos y las imágenes xd Cuatro cositas justas y con eso iremos desarrollando y descubriendo mejor a los muchachos ~

    En fin. Vengo a dejar imágenes y datos, peeeero primero, la música que escuchaba Bal al principio, porque seguramente nombre a esta muchacha en otro momento, que me gusta mucho su obra :0 -> Lindsey Stirling | The Arena

    Bal también escucha bastante Vivaldi, Monteverdi y clásicos del estilo, pero bien, esos detalles se irán viendo más adelante.

    Ahora, paso a las caras, que aunque Baltasar no las reconozca, nosotros sí xd

    Álex Tolosana es un pokemon tipo aire. Lo he ido ideando todo en base a que la afinidad elemental influye un poco en el carácter de los brujos, o quizá el carácter influya en la afinidad… o quizá sea una correspondencia firme. Como sea, los de aire son como más bohemios, quizá, soñadores, y/o viajeros-aventureros. Álex, sin ir más lejos, tendrá la edad de Pierre (me gusta imaginarlos como colegas de clase, la verdad, haciendo el lerdo juntos xd), pero tras terminar las clases, se fue a viajar un poco por Europa, o quizá por otros continentes, para ver mundo y demás antes de decidirse a ser profesor en la escuela que le convirtió en lo que es. Y ahora ahí está. No sé qué clase dará, pero bien, ya saldrá por ahí xd

    Dicho esto, he nombrado el aire, pero no los demás. Así, muy por encima, es el topicazo y no tiene que ser así en todos los casos, ya te digo que es algo como… típico o muy general, pero cada persona es un mundo. En fin, la tierra pues suele ser gente sólida o poco dada a fantasear (creo que ya se atisba que Bal no entra en esta definición), con más facilidades para las materias de curación o de pociones, normalmente. Serían como los más tranquilitos, por norma general. Les mola ir a su rollo y tal xD El fuego, no sé, gente con energías, o pasional, ya sea en el sentido bueno o en el malo. Y el agua me lo imagino como gente muy adaptable, que fluye y puede encajar bien con todo. Quizá menos con el fuego, no lo sé. Ya digo que dependerá de la persona en cuestión xd

    Y, claro, todo esto se puede modificar, eh, que parece que lo estoy dejando todo cerrado y nanai ~

    Morgana Willow, nuestra preciosa directora, es muy, muy mayor. Seguramente en su juventud fue esclava, y cuando se hartó, pues la lio parda y fundó su propia escuela de magia, donde no dejó que ningún hombre la pisotease jamás. La imagino como el Doctor: buena gente, con ganas de ayudar, a veces con comentarios típicos de abuelete desorientado con las más nuevas tecnologías aunque se mantenga al día, pero también con un lado oscuro y secretos varios ~

    No tiene un elemento como tal porque no es una bruja al uso. Sería más la bruja de los cuentos de hadas, quizá.

    Para la biblioteca, me imagino algo así, un sitio amplio, luminoso, hasta arriba de trastos y custodiado fiel y fieramente por el Señor Bibliotecario, un bicho raro que está bastante acostumbrado a adolescentes que sólo pisan la biblioteca cuando tienen que hacer un trabajo concreto o las otras salas de estudio están llenas, pero que se muere de alegría cuando se encuentra a otro bicho raro tipo Bal xd Su aspecto es reconocible, ese bigote no le dejará muchas dudas a mi pequeño muchacho.

    Yyyyy el trío de brujas, nunca mejor dicho, Ashley, Audry y Maude. No planeo nada concreto con ellas, la verdad. Me imagino que han visto a un muchachito super mono retraído de los nervios y la timidez y han dicho ven pa’cá, mozo, que nosotras te vamos a cuidar xd No sé si tendrán en algún momento alguna pretensión romántica con Bal, pero vamos, el chico es demasiado gay para eso. Lo más probable es que terminen siendo sus Mejores Amigas tm, su grupito que le defenderá de todo y que cotillearán más adelante acerca de tu muchacho xd

    *Me imagino el uniforme tipo inglés, un traje con algún adorno con el color del elemento (rojo=fuego, azul=agua, marrón=tierra, amarillo=aire), pero no he encontrado aún ninguna imagen que me gustase de verdad, así que ahí se queda la cosa.

    **No lo he puesto por ninguna parte porque me acabo de acordar. Bal no tiene varita ni báculo, sino que usa como catalizador un anillo (X) que no lleva en las manos, sino colgado al cuello y oculto en la ropa. Era de su abuelo (chanchanchán)

    Yyyyy ya me dirás qué te parece esto :0 Si hay algo que quieras cambiar, si no he captado bien a Pierre, cualquier cosa, me dices y se edita, que no es ningún esfuerzo ~

    ¡AH! La imagen que he puesto de cabecera es el Windsor Castle, una residencia real británica (X). No sé, me ha gustado la fachada, me ha parecido que pegaba para el Blue Star (nombre modificable en cualquier momento, que me lo he inventado sobre la marcha).

    Por darle un aspecto regio al tema xd


    Edited by Bananna - 26/12/2019, 11:41
  4. .
    Aquellos cuatro meses habían sido muy, muy duros. Una estación entera sin tener a Rodrigo cerca, sin poder besarle, ni despertarle entre caricias, sin poder dormir a su lado o sin siquiera poder mirarle desde la ventana de la enfermería en alguno de sus entrenamientos.

    La primera gran separación había sido de un mes, cuando Blasco se había llevado al templario —a su templario— a Sástago, y en ese entonces casi se había sentido enloquecer. Y le había pedido no volver a alejarse de él tanto tiempo. Pero, claro, uno no puede elegir su futuro, y Guillén además entendía que para Rodrigo era muy importante Villena. Se lo había visto en los ojos cada vez que le había hablado de ese paraíso de naranjos donde había pasado su primera infancia, se lo había notado en la voz al ver aquel desastroso paraje ocupado de rufianes y se lo había sentido en las manos cuando entrelazaban los dedos en una despedida agridulce.

    Claro que ahora las cosas eran distintas. Tenía a Rodríguez y a Vero, que cada día parecían un poco más cercanos. Tenía la capa de Rodrigo, en la que se acurrucaba cada noche, incluso cuando empezó a darle calor. Tenía esas cartas escritas en árabe por Yuseff y las cartas que escribía él en respuesta.

    Y tenía a Abul. Abul Khayr. Durante años había creído que no volvería a verle, y de pronto estaba paseando con él por Monzón, tomando hipocrás y hablando en una mezcla de árabe y castellano que estaba volviendo a todos locos los que se atrevían a escucharle.

    Todos esos factores le ayudaban, claro, pero no eran suficientes. Necesitaba ver a Rodrigo. Abrazarle, besarle, hundirse en sus brazos y sentirle a él hundirse en su cuerpo. No, el sexo era secundario, pero esa cercanía, esos abrazos que les hacían fundirse en uno solo, eso era lo que necesitaba.

    Por eso, cuando Ferrando entró en la posada tan apurado… No, cuando Rodríguez dijo que esos anillos eran de Rodrigo, entonces fue cuando Guillén sintió su corazón dar un gran salto en su pecho con alegría.

    Y qué poco tardaría esa alegría en convertirse en el peor de los desasosiegos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Después lo recordaría todo tan borroso y desordenado como aquella carta que Ferrando le había entregado, pero en el momento la vida le había pasado con una lentitud pasmosa.

    Había golpeado una mesa con fuerza, haciendo que una copa cayese al suelo y se rompiese en añicos, mientras le exigía al cura que se explicase. Augusto, Danilo y, por supuesto, Alfonso, habían hablado con Rodrigo diciéndole… ¿que Guillén estaba muchísimo mejor sin él, que era feliz con el moro? ¿Y le habían contado también lo de Selgua?

    Lo cierto es que Guillén no había pensado mucho tras aquello. Había corrido a por Nieve, y tras casi atropellar a Abul con ella, había resoplado y le había tendido una mano para que subiese con él. La yegua se había quejado, pero no le había quedado más remedio que echar a galopar cuando Guillén se lo había ordenado en un furioso francés.

    ¡¡Médico!!

    ¡Papá!

    Rodríguez y Verónica habían salido de la posada, pero sólo habían podido ver el rastro de polvo que dejaba Nieve a su paso. Guillén no lo sabría hasta bastante después, pero Ferrando los había abrazado entre lágrimas, invitándoles a volver dentro.

    Van a por don Aguilar. Volverán pronto, ya veréis —les había asegurado mientras intentaba evitar la mirada de incomprensión, preocupación y curiosidad de Juana, que era quien estaba recogiendo los restos de la copa.

    Volviendo a los galenos, si Abul se hubiese caído de Nieve, Guillén no habría parado a recogerlo, y sabiendo esto, el musulmán se había agarrado a su cintura con gran fuerza, intentando hablarle a través del viento.

    ¡Tranquilo, Guillén! —le decía al oído, pegándose un poco más a su espalda. En otra situación, eso le habría podido traer recuerdos agradables —¡Los encontraremos!

    Y era cierto, Abul no se equivocó con su suposición. Llegaron a Selgua poco después que los templarios, quizá con diez o quince minutos de diferencia, pero desde luego era ya muy tarde para evitar el daño que Alfonso acababa de causar.

    El cuerpo de Rodrigo acababa de quedar inconsciente bajo un charco de sangre que iba creciendo y e Alfonso empezaba a alejarse para salir de esa ciudad fantasma cuando un puñetazo en su cara le hizo retroceder y hasta caer al suelo.

    Abul no necesitó ninguna indicación para correr a ocuparse de detener la hemorragia de Rodrigo mientras Guillén, con unos ojos salvajes cegados por la ira, se lanzaba a volver a golpear a Alfonso, quien intentó inútilmente alcanzar su espada.

    ¿Quién iba a decirlo? Toda una vida dedicada al arte marcial, a saber manejarse con espada, daga, hacha y hasta arquería, toda una vida esculpiendo un cuerpo capaz de cargar con hasta veinte kilos de armadura y armamento, de aprender a luchar, esquivar y utilizar un escudo a la vez que montaba a caballo, parecía no haber servido de nada, viendo cómo la rabia homicida de un simple médico —por mucho que no tuviese el cuerpo que se espera de un doctor— conseguía no sólo desarmarlo, sino reducirlo a puño limpio, y todo porque Alfonso había cometido la imprudencia de quitarse el yelmo.

    Guillén no era fuerte, no al compararlo con un templario. Tenía una musculatura trabajada por largas caminatas y ejercicios de resistencia, sobre todo, y podía cargar con un adulto en sus brazos o en su espalda, pero estaba claro que en una batalla justa, no duraría ni cinco minutos contra un guerrero de Dios.

    Pero aquello no había sido una pelea justa. El primer golpe había sido cuando Alfonso se giraba, sin que el soldado hubiese siquiera advertido la presencia de los médicos, tan ocupado como estaba en regocijarse de su obra. Pero después Guillén no había esperado a que se pusiese en pie, sino que le había golpeado el estómago y había literalmente saltado sobre él, consiguiendo sentarse en su estómago para darle golpes que primero le aturdiese, después le hiciesen auténtico daño.

    Y tanto daño. Los puñetazos de Guillén habían empezado a hacer que la sangre saltase, manchando la cara del propio médico, incluso su ropa, así como la tierra de alrededor. Hubo un momento en el que Alfonso sólo se movió de forma espasmódica o por la inercia de un golpe dado en parte del cuerpo. Pero su pecho no se movía y, en realidad, su cara se había deformado considerablemente, y hasta asomaban astillas de hueso y algo que debía haber sido su masa cerebral.

    En definitiva, el espectáculo era muy desagradable y estaba claro que ahí sólo Dios podría conseguir que Alfonso volviese a levantarse, pero Guillén seguía golpeando, cada vez con menos fuerza, cada vez con la respiración más jadeante, hasta que sus brazos empezaron a doler y su cabeza empezó a ser consciente de lo que había hecho.

    ¿Has terminado? —le preguntó Abul en un tono tranquilo, mirándole con cierta lástima —Tu amado aún respira y creo que he podido detener el sangrado —le había tenido que atar un trozo de tela al cuello, lo cual era complicado porque si apretaba demasiado, lo ahogaba, pero si no apretaba lo suficiente, la presión no impediría que la sangre siguiese manando. Con todo, había tenido tiempo mientras Guillén se descargaba con Alfonso —. Tenemos que llevarle a algún sitio cubierto donde podamos hacer fuego y ponerlo más cómodo.

    Guillén se pasó entonces una mano por la cara en un intento de quitarse el sudor, aunque lo único que consiguió, claro está, fue llenarse de un rastro de sangre diluida. Al darse cuenta, se sacó de la ropa un pañuelo con el que se limpió un poco manos y cara antes de acercarse a Rodrigo, tan pálido en esos momentos que por un segundo hasta temió que hubiese muerto.

    Se inclinó para besar sus labios, un roce suave, y después empezó a quitarle la armadura. Abul, en un primer momento, sólo pudo mirar, sorprendido por la destreza que su amigo parecía tener en aquello, pero pronto le ayudó, dejando las piezas de metal a un lado.

    Entre los dos pudieron levantar a Rodrigo y llevarlo al interior del edificio más cercano, que por casualidades de la vida resultaba ser la iglesia. Aquello estaba bien, sería además el único edificio que no habría albergado apestados ni cadáveres de apestados, así que si era posible aún el contagio, allí se dificultaría muchísimo.

    Guillén no parecía poder quedarse quieto, porque en vez de aguardar con Rodrigo, salió de la iglesia para volver al cabo de un rato con un jergón. Había una casa, en la otra esquina del pueblo (demasiado lejos para trasladar a Rodrigo hasta ahí), que debía haber servido de base para los recogedores de cadáveres, porque no la habían quemado, conservándose dentro un par de jergones, un caldero, cucharones y otras herramientas que podrían utilizar.

    Guillén —le llamó Abul cuando vio que parecía ir a irse otra vez —. ¿No crees que deberías quedarte con él?

    No puedo ayudarle si no tenemos los utensilios apropiados —murmuró Guillén. Todavía parecía un tanto en shock —. Y sé que puedes cuidarle mientras voy preparándolo todo.

    Abul no volvió a decir nada al respecto, así que simplemente se quedó viendo a Guillén ir y venir, ayudándole a colocarlo todo en un orden que les facilitase la tarea. Movieron a Rodrigo sobre el jergón y Guillén, en completo silencio, encendió un fuego dentro de la iglesia.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Puede que lo último que oyese Rodrigo al desplomarse fuese la risa de Guillén, pero nada tenía que ver con el doctor cuando despertó, pues fueron los ojos oscuros de Abul los que lo esperaban. Sentado a su lado, el médico moro hervía unos trapos manchados de sangre, aquellos con los que acababa de realizarle unas curas.

    Eh, templario —sonrió en voz baja al percibir cierto movimiento a su lado. Dejó lo que estaba haciendo y puso sus manos sobre el pecho de Rodrigo para empujarle con suavidad y firmeza —. No te muevas mucho. Tienes una herida muy fea en el cuello —le hablaba con su marcadísimo acento del sur.

    Perdió esa sonrisa tranquilizadora cuando se escucharon nuevos pasos. Miró a Guillén, que se había detenido al ver a Rodrigo despierto, con cara seria, volviendo después a su tarea de hervir telas cuando Guillén, tras respirar hondo, retomó el camino hasta quedar al lado de Rodrigo. Se arrodilló junto a él y, sin siquiera mirarle directamente a la cara, se dedicó a tocar con tacto delicado el cuello de Rodrigo.

    Abul le murmuró algo en árabe, recibiendo de Guillén una mirada violenta, fiera, que hizo que el otro agachase la cabeza en son de paz. Obviamente no quería discutir, al menos no en esos momentos, por lo que cerró la boca y dejó que el cristiano comprobase lo que él acababa de comprobar.

    La expresión de Guillén era tan austera como siempre, pero no la calmada que se habituaba a ver en él. No, era una seriedad tensa, como si hubiese un mar tormentoso debajo de su piel. A veces se le fruncía el ceño como con enfado, o apretaba los labios, o arrugaba la nariz, o le temblaba un poco la mandíbula.

    Alguien que no le conociese mucho, quizá ni siquiera se daría cuenta de estas cosas. Pero los dos hombres que había ahí con él no deberían tardar mucho en saber que Guillén estaba desarrollando en su cabeza alguna clase de discusión o discurso, ya fuese peleando consigo mismo o en algún escenario imaginario que involucraría seguramente a Rodrigo.

    Cuando Guillén se dio por satisfecho con la colocación del empasto y las vendas, se levantó comentando algo a media voz, de nuevo en árabe. Abul asintió y dejó los trapos escurridos en una sencilla estructura de madera que los mantendría a unos centímetros del suelo de piedra del templo cristiano mientras se secaban.

    Ha dicho que va a por la comida —dijo el moro cuando el de ojos verdes hubo salido de la iglesia —. Llevas inconsciente todo un día con su noche, ya me estaba empezando a preocupar de que no fueses a despertarte —quiso decirlo en un tono gracioso, pero no le salió muy bien, así que suspiró y señaló con la cabeza hacia la puerta —. Parece muy enfadado, pero en realidad sólo está preocupado por ti. Lo sabes, ¿no? —se acomodó mejor en el suelo, a su lado, y le ofreció algo de agua hervida y enfriada, ayudándole a incorporarse para beberla —Nos dijo el cura del castillo que te han hecho creer que... En realidad sé que ha habido mucho rumor al respecto, aunque no sé si Guillén se ha dado cuenta, diciendo que Guillén y yo estamos juntos, pero eso no es así. Lo fue, en su día, pero… —se detuvo al ver cierta expresión en la cara del templario —¿No conoces la historia?

    Abul soltó un largo y exagerado suspiro mientras acomodaba unas cuantas almohadas que permitiesen a Rodrigo quedar medio incorporado para comer y beber, pero sin que eso fuese a afectar a esa herida que, poco a poco, aunque con una velocidad notable, se iba curando bajo los cuidados de nada más y nada menos que dos médicos.

    Nací en Sevilla. Mi padre era cirujano y yo empecé a aprender el negocio. Cuando mi padre murió, me trasladé a Orán, en el norte de África, donde estaba mi tío, también médico, para aprender el oficio. Él tenía un puesto un poco… bueno, en una cárcel, para que me entiendas —hizo una pausa mientras iba hirviendo también las herramientas con las que había estado trabajando en el empasto —. Cuando tenía veinte años, yo ya había conseguido mi propio lugar en esa cárcel. El sueldo era bueno y nunca faltaba trabajo. Aun así, yo quería hacer algo más que curar cortes y roturas de huesos, quería aprender más, y para eso debía viajar al este. Mi oportunidad se presentó cuando naufragó un barco que venía de al-Ándalus. Sólo sobrevivieron tres hombres, dos eran judíos y había un cristiano. Aunque yo no visité esa celda hasta cuatro o cinco meses después, cuando los guardias dijeron que el hedor no era normal. Resulta que el cristiano había ocultado la muerte de sus compañeros para poder comerse sus raciones, que claro, no eran ni buenas ni abundantes, apenas medio trozo de pan para los tres. Claro, viviendo con ratas, otros bichos y con dos cadáveres descompuestos, no era precisamente una imagen agradable… Pero el jodido cristiano tenía aún ganas de luchar. Lo vi en sus ojos en el mismo instante en el que me acerqué a la celda. Y qué ojos —sonrió, embobado por aquellos recuerdos de juventud —. ¿Recuerdas la primera vez que los viste? ¿No te impactaron? A mí se me clavaron en el alma. Era como ver dos esmeraldas llenas de vida en medio de una cloaca.

    Negó con la cabeza, dejando secar también esos instrumentos, y se colocó de cara a Rodrigo, recolocándole una manta por encima.

    Avísame si tienes frío o calor, ¿vale? ¿Por dónde iba? Ah, sí. Conocí a Guillén en esas condiciones horribles y, no sé, supongo que tuve un flechazo. Hablé con él y vi que también era un joven médico sediento de conocimiento, y como en esos momentos era un muchacho impulsivo, en fin, le ayudé a escapar de la cárcel. Nos fugamos juntos y huimos por el desierto, estuvimos meses vagando por ahí. Nos entretuvimos en algunos poblados o a veces ni nos acercamos a la civilización. Hay anécdotas varias. Si le preguntas por el vendedor de seda, seguramente se le corte la voz de la risa —dijo esto añadiendo un poco más de leña al fuego, para avivarlo —. Uno no tarda en darse cuenta de que Guillén es tozudo como una mula, pero no supe hasta dónde llegaba esta cabezonería hasta que íbamos a cruzar a Chipre, porque fue ahí cuando me di cuenta de qué estábamos haciendo exactamente. «Miran mal a los judíos, imagínate qué harán con un cristiano», le dije una noche. Él me miró y se desnudó. Era la primera vez que le veía desnudo, ¿sabes? Yo estaba totalmente enamorado de él, pero no se lo había dicho, me daba miedo que me rechazase o que incluso me odiase por ello, así que no supe bien cómo tomármelo, no hasta que cogió su daga y me la tendió. «Entonces tendré que parecer judío», me dijo sin que le temblase la voz. Pero a mí sí que me temblaba la mano. Él… —sacudió la cabeza —Nunca había visto a nadie así. Tan decidido a seguir sus sueños como para automutilarse. El dolor tuvo que ser… infernal. Nosotros, los musulmanes, nos circuncidamos a los seis años, y el niño grita y llora, pero se le olvida al rato porque, bueno, es un niño pequeño. Un adulto como era Guillén… no quiero ni imaginarlo —volvió a sacudir la cabeza —. Pero lo hizo, y yo le curé y cuidé. Y para cuando llegamos a Bagdad ya nos habíamos besado mil veces y habíamos pasado más de una noche despiertos. Aunque es curioso, porque siento que, si no me hubiese atrevido yo a besarle una noche, él jamás me habría dicho nada. Supongo que tenía tanto miedo al rechazo como yo, o que... ni siquiera se daba cuenta de cómo le miraba. Pero bueno. Lo demás es historia, supongo. Estuvimos juntos cinco años, aunque durante el último la cosa ya no iba muy bien. Nos distanciamos, supongo. Empezamos a tener otros intereses. Él quería volver a Europa, yo quería quedarme, y eso llevó a discusiones y a que lo que había sido nuestro primer romance real se volviese una amistad llena de cariño. Él se fue, al final, y nos estuvimos carteando un tiempo, unos dos años que estuvo en Egipto. Luego dejaron de llegarme sus cartas y pensé que se habría casado, o quizá habría muerto, y no supe más de él hasta Villena.

    Reinó el silencio unos minutos, siendo sólo el crepitar del fuego lo que resonaba en la bóveda de cañón del templo cristiano. Abul lo atizó un poco y se recostó contra la basa de un pilar, ahogando un bostezo en su mano.

    Verás, templario… ¿Puedo llamarte Rodrigo? Te he contado todo esto porque necesito que entiendas algo. Mi historia con Guillén fue larga e intensa. Emociones jóvenes y apasionadas, ¿vale? Hicimos auténticas locuras, como… —ladeó la cabeza, pensativo —Cuando éramos aprendices en Bagdad, dormíamos unos quince hombres en el mismo dormitorio, en esteras separadas. Pero a Guillén y a mí, que éramos vecinos, no nos importaba juntarnos en mitad de la noche para… ya te imaginas qué, de forma silenciosa. Por poner un ejemplo —carraspeó, rascándose un poco la barba. No se avergonzaba de esos recuerdos, pero claramente sí le era incómodo hablarlos —. Con todo… Él nunca se enfadó conmigo así. Nunca se preocupó por mí como se ha preocupado por ti, ni se entristeció tanto por algo que hubiese hecho yo. No creo que hubiese matado a nadie por mí. Supongo, vaya, que no me quería tanto como te quiere a ti. Y si en, ¿cuánto, un año?, has conseguido que sienta tanto y muestre tanto por ti, entonces no deberías dudar ni un momento en que no va a abandonarte por el primer examante que aparezca en su vida.

    Tras decir esto, le sonrió un poco y se puso a trabajar con un mortero y algo de agua en a saber qué mejunje médico.

    Guillén tardó aproximadamente una hora en volver, pero lo hizo con una liebre que ahí mismo, en la propia iglesia, despellejó, desolló y cocinó, sin dejar de mirar a intervalos a Rodrigo, aunque sin decir nada aún. Su cara ya no mostraba ese enfado de antes, sino una preocupación pura y dura.

    Despertó a Rodrigo con cuidado en cuanto la comida estuvo lista y, sentado a su lado, le ayudó a comer entre suaves caricias que buscaban ser reconfortantes. De postre, le dio un brebaje hecho con flores y algunas hierbas que le ayudarían a calmar el dolor y le besó los labios con dulzura, invitándole a dormir un poco más.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No podía dormir. Lo cierto es que la noche anterior tampoco había pegado ojo, y eso se notaba en las ojeras que se iban oscureciendo bajo sus ojos. No era algo que le importase demasiado, ya dormiría cuando su corazón dejase de doler tanto y su cabeza dejase de zumbar con ochenta pensamientos distintos, cada uno menos halagüeño que el anterior.

    El insomnio, por otra parte, le daba una clara ventaja, y era que podía atender a Rodrigo cuando se despertaba por el dolor, las pocas veces que ocurrían. Pocas porque el calmante que le estaban dando era bastante fuerte, y es que cuanto más durmiese, más rápido sanaría la herida.

    Una de esas ocasiones ocurrió cuando Guillén estaba rodando en su mano los anillos que había en aquella bolsita de cuero que Ferrando le había llevado a la posada. El médico miró a su paciente al escucharle moverse y suspiró, guardando el anillo de vuelta al bolsillo de su sobrevesta donde había metido la pareja.

    ¿Te duele mucho? —le preguntó con voz suave, siendo la primera vez que le hablaba directamente en todo el día. Le acarició una mejilla y le apartó un poco la venda para tocar la piel, negando con la cabeza —Está curando bien, al menos. Espera un momento —le pidió entonces.

    Fue a buscar uno de los dos morteros en los que habían estado trabajando y tomó un poco de pasta de Hierba de San Juan, poniéndola sobre la herida en toques todo lo delicados que pudo. Eso no sólo ayudaba a prevenir o curar las infecciones, sino que tenía cierto efecto analgésico. Después, le recolocó la venda y se recostó a su lado, acariciándole el pelo con el cariño de siempre.

    Antes de que te duermas de nuevo… —se mordió el labio inferior, como si no estuviese del todo seguro de cómo empezar a hablar —He estado pensando mucho en tu carta. Me… me dolió muchísimo, ¿sabes?

    Se calló cuando se le escapó el primer sollozo. Creía que iba a poder hablar sin llorar, pero estaba claro que todo aquello estaba demasiado reciente. Respiró hondo y cerró los ojos, dejando que una lágrima caliente le mojase la mejilla. Volvió a respirar hondo y tomó entonces una mano de Rodrigo con sus dos manos, entrelazando sus dedos a los del templario.

    Tú no… Tú no me haces desgraciado, Rorro. Ni siquiera ahora —fue susurrando con la voz rota por la emoción —. Y no hay forma humana en la que podría olvidarte. ¿Cómo, si me devolviste a la vida con tus preciosos ojos castaños llenos de bondad y con tus enormes manos llenas de calidez? —apretó entonces la mano de Rodrigo y le besó los nudillos, manteniendo luego los ojos cerrados y la mejilla apoyada en esos dedos ásperos por el contacto continuo con el acero —. No sé qué te han dicho que tuve que hacer aquí, en Selgua, pero no fue un acto horrible. Quiero decir… Me ordenaron matar a un hombre, pero la peste se me adelantó, así que… le corté la cabeza y la llevé a Monzón. No fue agradable, pero sé que tú has tenido que hacer cosas muchísimo peores. Y… Sé que me ves mucho mejor de lo que soy. Rorro, mi amor, yo no soy perfecto —susurró, volviendo a besarle los dedos —. Ayer… Ayer maté a Alfonso a golpes. ¡A golpes! —susurró esto con una risa amarga, como si el recuerdo le devolviese esa locura momentánea que le había poseído el día anterior —Y fue Abul quien lo tuvo que enterrar porque yo no quería ni darle eso.

    Sujetando ahora los dedos de Rodrigo con una sola mano, le acarició la frente con la mano libre y le sonrió, ya sin llorar, aunque con la cara brillante por las lágrimas ya derramadas. Entonces, volvió a sacar los anillos del bolsillo y los contempló unos segundos sobre su mano.

    Decías que querías que compartiese estas alianzas con quien de verdad pudiese hacerme feliz, ¿verdad? —su sonrisa tembló mientras cogía el anillo más grande —Bueno, pues sé perfectamente quién es esa persona —Sin mucha ceremonia, le puso el anillo en el anular izquierdo, besándole antes y después el dedo y el resto de la mano casi con devoción —. Te quiero con toda mi alma y corazón —le susurró, poniéndose después, con manos algo temblorosas, el otro anillo en su dedo. Juntó sus manos, haciendo chocar los anillos, y sonrió, mirando a Rodrigo —. Sí, sí quiero, Rorro. Quiero pasar el resto de mi vida contigo, ya sea viajando por el mundo o viviendo en Monzón. Quiero cuidarte y que me cuides, quiero amarte y que me ames. Quiero verte cada mañana y abrazarte cada noche. Y eso, osito mío, eso es lo que me hace feliz. ¿Entiendes por qué tu carta me dolió tanto? No entiendo cómo puedes pensar que… que mi amor por ti es tan frágil como para… olvidarte así.

    Se limpió la cara con una manga, respirando hondo.

    Los niños te echan mucho de menos. Y yo también. Te echamos mucho de menos. Mejórate, por favor. Cúrate, te lo suplico. Abul y yo haremos todo lo que podamos, pero tú también tienes que intentarlo, ¿vale? ¿Por mí? Por tu hermana, por tus sobrinas, por los chicos del castillo, Ferre, Isa, Alberto y Lucas, Cristina… Por todos los que te queremos y queremos disfrutar tu compañía. ¿Lo harás? —le susurró esto último inclinándose sobre él, apoyando frente contra frente —Te quiero tantísimo, Rorro…

    Respiró hondo y se acurrucó a su lado, agarrándose a su brazo y apoyándose en su hombro, aunque procurando no hacerle daño de ninguna forma.

    No dormiría esa noche, quizá, pero al menos se sentía un poco más ligero.

    Al otro lado de la iglesia, Abul sonrió un poco con cierta tristeza. Cuando Guillén y él se peleaban, el cristiano no se enfrentaba a él, nunca, sino que se alejaba unas horas, un día, una semana, y después volvía a aparecer como si no hubiese ocurrido nada.

    Rodrigo debía haber nacido bajo una buena estrella.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Alberto suspiró suavemente, acariciando la mejilla de Lucas con una mano. Le echó esos cabellos que le cubrían la frente hacia atrás y le miró, sonriendo con esa mirada bobalicona de los que están enamorados. Lucas le devolvió la mirada, con una sonrisa algo más tranquila, aunque igual de brillante.

    Durante esas dos semanas en la que Guillén, su amigo moro, Alfonso y Rodrigo habían desaparecido en dirección Selgua, parecía que las tareas se habían detenido en el castillo de Monzón. Fulgencio había dicho que era porque Augusto estaba tranquilo sin ese cuarteto merodeando por sus tierras y todos lo habían dado la razón.

    Era cierto que había cierta tensión entre los hombres de allí, también las gentes del pueblo. Rodrigo era un pilar de aquel lugar, Guillén se había ganado también un buen sitio en el corazón de Monzón, y el hecho de que no se supiese nada de ellos desde hacía varios días era preocupante.

    Con todo, Rodríguez y Vero estaban a buen recaudo con Juana y Cris, y aunque Alberto estaba preocupado por sus amigos, conseguir esos ratos de pura paz con Lucas calmaban un poco sus temores.

    De hecho, había descubierto en esos largos cuatro meses que Rodrigo había pasado fuera que no había nada que le hiciese sentir mejor que besar a Lucas, como empezó a hacer en esos momentos. Al principio habían sido besos un poco torpes, todo había que decirlo, pero el propio Alberto se había dado cuenta y le había pedido consejo a Cristina, quien no había dudad en meterle la lengua en la boca para enseñarle a besar como es debido. Con estas clases prácticas tan extrañas, Alberto pudo ver que, efectivamente, besar como la cocinera le había enseñado hacía que los dos disfrutasen más de aquello.

    Aunque esta vez fue algo distinta. Quizá porque volvió a besarle tras tomar aire, o porque no se asustó y apartó al sentir su cuerpo calentarse ante esos besos. Con los ojos cerrados, entregado por completo a los labios de Lucas, dejó que sus manos se guiasen como por un instinto primitivo, acariciando la dulzura del muchacho.

    Para cuando se quiso dar cuenta, había dejado a Lucas bajo su cuerpo y éste, en vez de quejarse, había enroscado sus piernas en torno a las de Alberto. Pronto, las manos de Lucas acariciaron también a Alberto, empezando por su nuca y su espalda, después buscando quitarle la sobrevesta y la túnica.

    El templario, sintiéndose arder, se apartó y se enderezó, y de rodillas se quitó esas prendas, quedando con su torso al aire. Vio la cara de Lucas cambiar, teñirse de un suave rojo en las mejillas, antes de que una de sus manos se atreviese a tocar el abdomen de Alberto.

    El pecoso charlatán tenía fama de estar rellenito debido a lo mucho que disfrutaba comer y a que tenía la cara redondeada, pero su cuerpo era el de un templario, después de todo. Con músculos firmes y bien marcados gracias a un trabajo continuo y a cargar con el peso de una cota de malla y una armadura, junto al equipamiento que suponían ballesta y escudo.

    Lucas le acariciaba ahora los abdominales, recorriendo sus músculos con suavidad y subiendo hacia los pectorales. Y aquello le gustaba a Alberto, le daba una sensación cosquilleante que recorría su cuerpo hacia la pelvis y que pronto se dejó notar en una erección firme. Al darse cuenta, se avergonzó e intentó cubrirse inclinándose, pero Lucas se rio y le animó a apartar las manos e, incluso, a bajarse las calzas.

    Está bien… —susurró mientras tomaba la cinturilla de esos pantalones marrones —Yo también estoy nervioso —reconoció, sonriendo todo sonrojado.

    Alberto respiró hondo y asintió, pero tomó la mano de Lucas para que no siguiese desnudándole.

    No es justo, primero… quiero verte a ti también un poco más —murmuró, retirándole la túnica y la camisa entre caricias y nuevos besos.

    Era, posiblemente, la primera vez en toda su vida que veía a ese muchacho así, con tan poca ropa. Tenía un cuerpo delgado y esbelto, y le pareció tan pequeño… Se inclinó para besar su pecho y después besó su cuello y volvió a sus labios, donde una nueva ronda de besos con lengua les fue haciendo olvidar poco a poco la vergüenza y el pudor.

    Lucas llegó a soltar un suave jadeo antes de deshacerse de las calzas y, con cierta impaciencia, tiró de las de Alberto para sacarlas de la ecuación. El castaño sonrió ante esto, lleno de un deseo que no había sentido hasta ahora, pero cuando estaba empezando a pensar qué debía hacer a continuación —y habría que señalar que no tenía ni idea y que lamentaba no habérselo preguntado antes a Guillén o a Rodrigo—, unos golpes en la puerta le hicieron quedarse totalmente congelado en el sitio, como si le hubiesen pillado haciendo algo horrible.

    ¡Están aquí! —dijo la voz de Ferreruela al otro lado de la puerta —¡Mi señor y Castán están volviendo!

    Al escuchar esto, los casi amantes compartieron una mirada de preocupación y, olvidando que habían estado a punto de entrar en un terreno nuevo e inexplorado (para ellos), se vistieron rápidamente para salir al encuentro de sus amigos.

    «Al menos así le podré preguntar a esos dos la mejor forma de…», pensaba Alberto, mirando a Lucas mientras se calzaba.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El camino a Monzón se había hecho muy largo. Rodrigo era fuerte y se recuperaba bien, pero aun así ninguno de los tres hombres parecía querer correr en esos momentos, así que sobre Bravo —que no había llegado a irse de Selgua pese al azote de Alfonso— o sobre Nieve, el trío iba despacito, parando las veces que hiciesen falta ya fuese para calmar el dolor del templario o para descansar un rato.

    Cuando se acercaban a la puerta, Guillén caminaba, tirando de las riendas de Bravo mientras Abul medio dormitaba sobre Nieve, aunque la bienvenida despertó al moro por completo.

    ¡¡Papi!! —exclamó Verónica mientras se lanzaba a los brazos de Guillén, quien la levantó por los aires sin demasiado esfuerzo —¿Dónde has estado? —le preguntó haciendo un pucherito adorable. Vio entonces a Rodrigo y tendió los brazos hacia él, pero Guillén la sujetó para que se estuviese quieta —¡Rorro! —le llamó la niña.

    Rorro está herido, cielo —le dijo Guillén con voz paciente, aunque cansado —. Espera a que estemos en la posada y entonces podrás abrazarle, ¿hmn?

    ¿Qué le ha pasado al templario, médico? —preguntó Rodríguez con preocupación.

    Nada por lo que debáis temer. Después de todo, el tío Abul y yo vamos a seguir cuidándole —sonrió Guillén, mirando hacia ambos hombres.

    Volvió la vista al frente al escuchar pasos acercándose. Eran Alberto, Lucas y Ferreruela hijo, que habían bajado del castillo a la carrera.

    ¡¡Estáis vivos!!

    Qué halagüeño, Alberto —suspiró Guillén mientras bajaba a la niña al suelo para tomarle la mano y empezar a caminar hacia la posada de la Dolores.

    ¿Y qué esperabas? ¡¡Dos semanas!! ¡¡Dos semanas sin saber nada!!

    Estábamos un poco ocupados —suspiró Guillén.

    Mientras Alberto rezongaba un poco más y los tres jóvenes —o sea, Ferre, Lucas y Rodríguez— murmuraban entre sí teorías o impresiones sobre el aspecto de los tres hombres —véase Rodrigo, Abul y Guillén, cada cual más cansado que el anterior—, llegaron a la posada, donde dejaron a los caballos fuera.

    Guillén ayudó a Rodrigo a bajar y le dio un piquito con los dedos entrelazados, sirviéndole después de apoyo para entrar, donde Cristina enarcó una ceja, dejando la mesa que estaba limpiando para cruzar los brazos bajo el pecho. Juana, por su parte, dejó caer la escoba al suelo, lo que hizo que tanto sus tres hijas como Isabelita, que les estaba dando clase, diesen un brinco, y se acercó corriendo a la pareja.

    ¡Rorro! ¿Qué demonios te ha pasado? ¡¡Guillén!! ¡Prometiste que cuidarías a mi hermano!

    ¿Qué te crees que he estado haciendo? —musitó el aludido mientras negaba con la cabeza, obviamente extenuado —¿No podemos dejar esa conversación para mañana, por favor? ¡Dolores! —le gritó a la cocina, donde imaginaba que estaba la dueña —¡Te ocupo la tercera habitación!

    Dolores asomó por la cocina dispuesta a decir algo, pero al ver el panorama que había frente a ella, simplemente asintió y le dio las llaves, que Guillén aceptó con un asentimiento a modo de gracias antes de ayudar a Rodrigo a subir las escaleras.

    ¿De verdad no nos vais a explicar nada? —preguntó Cristina, poniendo una mano en el hombro de Juana para calmarla al ver que estaba a punto de volver a gritar.

    Dadme un cuenco de cocido de pollo y os pongo al día mientras ellos descansan —propuso Abul mientras se dejaba caer en una mesa con un gran suspiro.

    Guillén ni siquiera se giró, y aunque aceptó que Vero se agarrase a su túnica y subiese con ellos, una vez arriba le besó la frente y la mandó volver con los demás.

    Mañana o pasado iremos a dar una vuelta a caballo, ¿hmn? —le prometió con un nuevo besito, acariciándole una mejilla.

    La niña terminó por aceptar el soborno y Guillén abrió la puerta del dormitorio, mirando a Rodrigo con una pequeña sonrisa. Un poco de descanso en una cama decente. Era lo único que pedía, la verdad.


    SPOILER (click to view)
    Las prometidas imágenes del tío Abul: I y otra por la ropa y esas cosas II


    Edited by Bananna - 12/10/2019, 12:51
  5. .
    Louis Paget tenía una sonrisa bonita y una mirada amable. Al menos, eso era lo que veía Daniel cuando le miraba a la cara, como en esos momentos. Sentía un agradable calorcito en la mano, bajo esas caricias tan dulces. Le gustaba aquello.

    Por eso, precisamente por eso, resultaba irónico que la sonrisa que se dibujó en su rostro no tuviese ni la mitad de fuerza de lo que cabría esperar.

    ¿Sabes? A lo largo de mi vida he tomado muchas decisiones puramente egoístas y, de no haberlo hecho, no habría provocado tanto dolor, tantas lágrimas, tanta sangre, tantas fisuras incurables en tantos corazones… Y sé que estar ahora contigo es una de esas decisiones egoístas. Sé que te voy a hacer mucho daño, que te estoy dando ilusiones de algo que no va a ocurrir nunca. Pero no quiero soltarte porque, aunque sea por un ratito, me haces sentir mejor conmigo mismo. Pero, Lou, yo no te convengo. No deberías acercarte a mí.

    Dani podría haber dicho eso o algo similar en esos momentos, con los dedos de Lou acariciándole la mano, mirándole a los ojos y abriéndole el corazón. Pero no lo hizo. Puede que fuese por cobardía, o quizá por estrategia, pero no lo hizo.

    En su lugar, prefirió tomar la mano de Lou y apoyar su carita en ella. Dirigió el pulgar del pelirrojo para que le acariciase los labios y entrelazó sus dedos a los de Lou, cerrando los ojos durante unos segundos.

    Estoy bien —fue lo que dijo al final, volviendo a abrir los ojos para mirarle. Había recuperado su máscara de despreocupación y tranquilidad, como si no le hubiese pasado nada malo en toda su vida —. Lo único que ocurre —hizo una pequeña pausa, tomando con su mano libre la copa de vino para alzarla —es que todavía estoy sobria.

    Eso tampoco era mentira. Cuando no tenía suficiente alcohol o droga en el cuerpo, parecía costarle un poco más sostener esa fachada suya de siempre, o quizá era que la claridad hacía que su mente se enredase en recuerdos o pensamientos desagradables.

    Por ejemplo, en esos momentos no había podido evitar pensar que Lou era la cuarta persona en su vida que había conseguido leer su mirada en un momento de defensa baja. Uno de los miembros de tan selecto grupo, ignorando a un tercero que no valía la pena mencionar, era, por supuesto, Samuel, pero hubo otra persona un poco antes que también le había llegado a preguntar, con una voz tan suave como la de Lou, si estaba bien, si había ocurrido algo.

    Y esa persona, precisamente, era una de aquellas víctimas de las que había estado a punto de hablar. Por un momento, no pudo evitar preguntarse si ese muchacho con el que había pasado tan agradables ratos seguiría vivo. ¿Estaría bien? ¿Se habría llegado a casar? Y, de forma un poco más egoísta… ¿Cuánto tiempo le habría llorado? ¿Seguiría recordándole, pensando en él?

    Sintiendo que estaba empezando a entristecerse, soltó una risa y giró la cabeza, frotando suavemente su nariz contra la palma de la mano de Lou para después separarse de él. Le dio un buen sorbo a la copa y se la volvió a rellenar.

    No te preocupes. En unos minutos volveré a ser la de siempre —añadió, guiñándole un ojo —. Sólo hay que esperar a que el líquido de la felicidad haga efecto —canturreó, dirigiéndose la copa a los labios. Le miró entonces y sonrió, bajando la copa tras beber, y le dio un par de palmaditas en la mano, intentando mostrarse más animado —. ¡Eh, vamos a aprovechar para hablar un poco! El otro día… no sé ya si fue ayer o cuándo, me comentaste que habías trabajado en el White Swan, ¿no? ¡Pero no llegaste a decirme cómo terminaste ahí!

    Soltando ese tema de conversación, o más bien de monólogo, le dedicó una sonrisa deslumbrante y retomó el tenedor para continuar la comida.

    A partir de ahí, no dio mucho más pie a preguntas preocupadas, pues prácticamente obligó a Lou a acaparar la conversación, haciéndole preguntas sobre tal o cuál datillo de su vida profesional que en esas tardes que habían pasado juntos le había comentado, aunque fuese sólo de pasada.

    A muchos podría sorprenderles esto, de hecho, Daniel contaba con ello, pero resulta que el Graham escuchaba, incluso cuando no lo parecía, todo lo que su interlocutor le decía con el fin de poder hacer lo que estaba haciendo ahora: echar balones fuera de su campo. Otras veces, usaba esa información con otros fines más lucrativos o para elucubrar teorías sobre otras cosas, pero bueno, lo importante era que daba igual que Lou hubiese dicho sólo una vez y de forma anecdótica que había trabajado en el White Swan, Dani se había quedado con ese dato y se lo había soltado a la cara.

    Así, durante el resto de la comida sólo tuvo que preocuparse de vaciar copa y plato y de dejarse calentar por, tal y como lo acababa de llamar, el líquido de la felicidad, que sin demasiado esfuerzo le iba sacando sonrisas más amplias y hacía que sus gestos fuesen un poco más extrovertidos, como si estando sobria se transformase en una suerte de chiquilla retraída o intimidada por los trajines de la cocina.

    Cuando terminó la comida, recogió de propio su plato, vaso y cubiertos y los llevó a un fregadero, donde el lavaplatos se los tomó con una sonrisa apreciativa.

    No podría permitir que tan bonitas manos se estropeasen ni lo más mínimo por estos jabones —le dijo con galantería, a lo que Dani soltó una suave risa, dándole un suave golpe en el brazo.

    Si todos en esta cocina son tan encantadores, voy a tener que replantearme mi trabajo —bromeó el músico, también en un tono algo coqueto.

    Tampoco perdió mucho más tiempo ahí, prefiriendo salir a tomar algo de aire fresco tomando el brazo de Lou. Terminó en la misma barandilla donde, horas antes, se había encontrado con Massimiliano, y cerró los ojos, tomando una amplia bocanada de aire con regusto a mar y a risas entre la arena.

    Contemplando el paisaje, dejó que los minutos corriesen sin mucha preocupación, quizá apoyando el cuerpo un poco en el brazo de Lou, sin hablar de nada. Entonces, se dio cuenta de algo que le hizo tensarse: estaba cómodo con Lou incluso en un momento de puro silencio. Simplemente estaban el uno junto al otro, y ninguno de los dos parecía tener la necesidad de llenar el momento con palabras de ningún tipo.

    ¿Por qué? ¿Por qué ese hombre le hacía sentirse bien? ¿Por qué le atraía y le interesaba? ¡Si no tenía nada! Bien, no era en lo absoluto feo, pero era un tipo callado y serio, que no destacaba demasiado y que trabajaba a puerta cerrada sin que la gente supiese cuál era el rostro del autor de los platos que consumían diariamente.

    Su tipo ideal, por llamarlo de alguna manera, coincidía más con Massimiliano Belmonte. Un hombre llamativo, elegante, obviamente pudiente, de buena planta y conversación fácil y protocolaria, con un atractivo del que nadie podría decir absolutamente nada. Encima, extranjero y con claros visos de ir a desaparecer en una semana o dos, cosa que era ideal para mucho más que un polvo rápido, siendo perfecto para un robo o algo más elaborado.

    Lou… ¿Qué tenía Lou? ¿Era sólo nostalgia por una tierra que había tenido que abandonar deprisa y corriendo? No, no podía ser, tampoco echaba mucho de menos Inglaterra. De hecho, sabía que ahí se dirigirían al terminar su contrato y no le hacía demasiada ilusión la idea. ¿Entonces? ¿Era porque le recordaba a ese jovencito? ¿O porque le recordaba a cómo era en esos tiempos ya tan lejanos, cuando su vida era mala, pero no tan horrible?

    No lo entendía, pero cuanto más intentaba buscarle una explicación, más lejana parecía estar la respuesta, y llegaba un punto en el que ni siquiera conseguía dilucidar bien cuál era la pregunta.

    Miró al pelirrojo, su perfil bordeado de esa luz de la media tarde, y alzó una mano para acariciarle una mejilla. Le hizo mirarle y entreabrió los labios, alzándose sobre las puntas de sus pies despacito. Agradeció que Lou atajase inclinándose hasta que se besaron.

    Esa mano que le había acariciado la mejilla se fue dirigiendo hacia su nuca, mientras que la otra le agarró un brazo, tomándolo como punto de apoyo y, a la vez, como si intentase asegurarlo a su lado, como si así fuese a evitar que se alejase de él.

    Fue un beso bastante largo, o quizá varios besos consecutivos. No superficial como el primero que le había dado, nada tan apasionado como los del almacén. Un punto medio, más tierno y suave, con caricias (pues Dani descubrió que le estaba gustando enredar con el pelo de Lou mientras le besaba), que terminó con un suspiro contra los labios del chef.

    Dani se fue separando con la misma lentitud con la que se había acercado, lamiéndose los labios y volviendo a poner la mano en la mejilla del otro. Le sonrió, esta vez de una forma un poco más triste, y después dio un paso atrás, rompiendo todo contacto físico.

    Eres un hombre bueno —empezó a decir en voz baja. Se mordió el labio inferior con una media sonrisa y giró la cara al mar brevemente —. Yo suelo ser mala persona. Así que, tal vez, este debería ser nuestro último beso —tras soltar esta bomba, rápidamente volvió a tomar las manos de Lou, sin dejar de sonreír —. No me malentiendas, ¿eh? Si no te va a ser… Quiero decir, si te parece bien —se rio un poco, de forma muy suave —, a mí me gustaría que siguiésemos tomando una copa por las tardes. Hasta ahora ha sido mi momento favorito del día en este hotel. Pero lo de besarnos, acariciarnos… encerrarnos en la alacena —su sonrisa aquí fue más pilla —, sería mejor dejarlo a un lado. Después de todo… Yo estaré aquí sólo una semana más y luego me iré.

    Respiró hondo, resistiéndole a soltarle las manos. De hecho, se las acarició con los pulgares mientras buscaba las palabras exactas para terminar su discurso.

    No quiero que pienses que me he aburrido de ti, tampoco. Es sólo que esto… Lo que sea que fuese —hizo un gesto vago con una mano —, no podía llegar a nada, en primer lugar. Ya te he dicho que suelo ser mala persona, así que, aunque sabía que no debía, bueno, quería probar un poco de ti —esto pareció decirlo con doble sentido, sobre todo porque se lamió los labios —. ¿Volvemos al principio?

    Poco después de estas declaraciones, Dani se despidió de Lou y bajó a la playa para reunirse con Marcia, Lizzy y un par de chicas más, intentando que su corazón dejase de latir de esa forma tan dolorosa en su pecho.

    Si ocurría eso tras sólo una semana, ¿qué habría pasado de haber esperado más a terminar con ello?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Sammy miraba a Massimiliano sin terminar de entender muy bien qué ocurría. De alguna forma, había conseguido sonreírle cuando había llegado a su lado; luego le había apretado un poco la mano mientras le seguía por los pasillos, pero… ¿por qué no entraban en la habitación?

    Hasta que no le oyó tartamudear, no entendió que aquello habría podido ser fácilmente malinterpretable por cualquiera que les viese en esos momentos.

    Igualmente, el italiano parecía en esos momentos… vulnerable. Torpe, quizá algo tímido, incluso. Le recordó de alguna manera a un perro que, asustado, se apretuja contra una esquina, temblando y con las orejas gachas, pero al que una mano amiga se podría acercar hasta acariciarle.

    Fue, sin embargo, el propio Massimiliano quien se acercó a él, y cuando se quiso dar cuenta estaba entre sus brazos, con la cabeza apoyada en su pecho, sintiendo ese calor protector rodearle.

    Cerró los ojos y respiró hondo, soltando el aire en un suspiro mientras le iba rodeando la cintura con los brazos, apoyando todo su cuerpo en el del gran italiano. Sí, eso estaba muy bien. Le estaba permitiendo relajarse un poco, sentirse a salvo, como si una burbuja los estuviese envolviendo, apartándolos de todos y todo.

    Massi —le llamó al cabo de un rato bastante largo, o así se lo pareció, de simplemente dejarse rodear por sus brazos, su calor y su olor (un olor curioso que le gustaba mucho, varonil, mezclado con el sudor de estar llevando un traje en la calurosa Florida, la colonia, el tabaco y el alcohol). Alzó un poco la cabeza, todavía abrazado a él, y sonrió un poco —. Gracias, Massi.

    Si en esos mismos momentos el italiano le hubiese besado, Samuel habría mandado todo a la mierda y le habría correspondido sin dudarlo ni un momento. Si Massi le hubiese cogido en brazos y le hubiese llevado al dormitorio, el crucifijo con el que Dani le había construido todo un personaje se habría quedado en el suelo, junto a sus ropas.

    Sammy lo sabía, lo sabía perfectamente, por lo que no le dio la oportunidad de hacerlo, girando un poco la cara y apartándose de él poco a poco. Dejó las manos sobre los antebrazos de Massi, con un pequeño paréntesis durante el cual se recolocó un mechón suelto de la coleta, y suspiró, volviendo a sonreírle, aunque con cierto toque triste.

    Siento haberte preocupado, de verdad —le dijo en voz baja, ladeando un poco la cabeza en un gesto de lo más dulce —. Pero estoy mejor. No puedo decir que esté bien, sigo extremadamente… —tuvo que hacer una pausa, aún no se hacía bien a fingir ser una mujer— preocupada por Dani, pero supongo que no hay nada que yo vaya a poder hacer al respecto. Y, mal que me pese, sé que siempre voy a estar allí para serle un apoyo, para ayudarle a ponerse en pie y para protegerle de lo que esté en mi mano —volvió a suspirar y se encogió un poco de hombros, acercándose de nuevo para abrazarle otra vez —. Aun así… Sólo puedo darte las gracias por haber estado ahí, para mí y conmigo. Y quiero que sepas que si hay algo que yo pueda hacer…

    ¡Samanta!

    Aquella exclamación, o quizá más bien la voz que había escuchado, hizo que el pobre inglés se apartase de Massi de un salto y se girase con un gesto de genuina sorpresa hacia Sally Thompson, quien se acercaba con una cara de labios torcidos. Cuando se detuvo frente a ellos, Sammy pudo ver en sus ojos cierta preocupación.

    Señorita Thompson, ¿va todo bien? —preguntó Sammy, cruzando las manos a la espalda, en parte para ocultar el temor de sus dedos. Como si hubiesen estado a nada de pillarla haciendo algo horrible e indecoroso.

    ¡Eso mismo quería preguntarte yo a ti! —Sally suspiró y sonrió a Massi, recolocándose un mechón de pelo tras la oreja —Las chicas me han comentado que hoy estabas como… apagada, ¡y luego he oído que un hombre te había llevado al hotel! Claro que me he preocupado, pero viendo que ese hombre es el señor Belmonte…

    Samuel pareció perder el temblor. Miró a Massi y luego a Sally, forzando una sonrisa.

    ¿Se conocen ustedes dos?

    Bueno, no mucho —reconoció Sally, volviendo a mirar al italiano con una sonrisita —. Pero el señor Belmonte me parece un hombre muy correcto y agradable. ¡Y tiene alma de poeta! ¿Cómo era la dedicatoria de esas flores que me envió? ¡Ah, sí! Ramos de estrellas, qué frase más bonita.

    Ahora Samuel alzó las cejas, abriendo los labios en un «ah» que no llegó a producir sonido. Si ante su sonrisa había sido forzada, ahora mostraba desilusión, así como un reflejo de esa punzada que sentía en el pecho.

    Desde luego que es bonita, sí. Ahora me pregunto de dónde sacaría el señor Belmonte la inspiración para algo así —dijo, mirando a Massimiliano directamente al rostro.

    No parecía enfadado con él, no parecía que le estuviese amenazando con montarle una escenita cuando quedasen a solas. Pero sí parecía triste, como si se acabase de llevar un chasco con aquel hombre. Como si acabase de darse cuenta de que, por mucho que se lo negase a sí mismo, Massimiliano realmente sólo estaba jugando con él (ella) a fin de meterse entre sus piernas o, quizá, conseguir algo a través de Sam.

    El joven tomó aire, llamando de nueva cuenta la atención de la directora de la orquesta, y sonrió a la mujer.

    Como usted puede ver, señorita Thompson, estoy perfectamente. Lamento mucho haberla preocupado, de verdad, aunque, quizá… sea mejor que vaya a descansar un poco antes de la función.

    Chicas de conservatorio —le dijo Sally a Massi —, nunca encontraré a dos muchachas tan comprometidas con la orquesta como son Samanta y la encantadora Daniela —volvió a mirar a la supuesta novicia —. Descansa mucho, Samanta. Nos veremos más tarde.

    Samuel asintió y se despidió, esta vez sin volver a mirar a Massimiliano. Mientras desandaba el pasillo hasta las escaleras que le llevarían al cuarto piso, pudo oír como Sally Thompson le insinuaba a Massi lo maravilloso que sería tomar una copa juntos en algún momento.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Aunque cuando se había despedido de Lou había ido directamente con las chicas de la banda, lo cierto es que no había pasado mucho tiempo con ellas, buscando más pronto que tarde un sitio tranquilito donde sentarse. No era que buscase soledad por algún motivo en particular, era más bien que quería alejarse del sol y del ruido general.

    Por eso, tampoco rechazó a Marcia cuando se sentó a su lado en esas rocas donde una podía estar con los pies hundidos en el agua sin mojarse el resto del cuerpo.

    ¿Puedo hacerte una preguntar personal? —empezó la chelista mientras balanceaba los pies en el agua.

    Tan libre eres tú de preguntarme lo que quieras como yo de elegir si responderte o no.

    Eso es cierto —se rio Marcia, negando con la cabeza un par de veces. Apoyó las manos en las rocas, echando un poco el cuerpo hacia delante, y miró a Daniela —. ¿Ha pasado algo con Sammy? Hoy parecía apagada… Nos ha dejado preocupadas.

    Ah, eso —Daniel se encogió un poco de hombros —. Hemos discutido un poco esta mañana. Nada importante, pero…

    Cosas de hermanas, imagino.

    Dani sonrió un poco.

    ¿Tienes hermanas o hermanos, Marcia?

    Un hermano —reconoció —, pero no sé dónde estará ahora. Ya, sabes, la Gran Guerra… —suspiró —Nos llegó el típico telegrama de Desaparecido en Combate. Puede que esté en una zanja, mal enterrado, o que esté viviendo la vida loca en alguna parte de Francia. Tampoco importa mucho, no teníamos una relación cercana —volvió a mirar a Dani con una sonrisa —. Os envidio un poco a vosotras dos. Parecéis tan unidas, con tanta confianza en la otra… Debe ser bonito.

    Sí, supongo. Hemos tenido una vida algo accidentada, pero siempre nos hemos tenido la una a la otra. Por eso sé que mañana volveremos a estar bien.

    Marcia asintió y volvieron a quedarse en silencio un rato, con las olas golpeando las rocas en las que se habían sentado. Y, de un momento a otro, la mujer (biológica) se giró a Daniela una vez más, llamando su atención.

    ¿Alguna vez has estado con otra mujer? —le preguntó de forma atropellada, procurando no alzar mucho la voz.

    Dices que si me he acostado con alguna mujer —concretó Daniel con naturalidad, cruzando una pierna sobre la otra en un gesto divertido —. ¿Por? ¿Te sientes atraída por alguna chica?

    ¡No! —Marcia se enrojeció, apartando la mirada —¡No lo sé! Es que… A veces he pensado que… Pero no sé si está bien. Es decir. No lo está, ¿verdad?

    ¿Y por qué no? —Dani sonrió de medio lado —Escucha, la sociedad dirá lo que sea, pero si llevas estos temas con discreción… ¿por qué privarte de algo que te gusta, que te causa placer y que, incluso, te llena espiritualmente? ¿Por la Biblia? Permíteme que te diga que la culpa es un invento de los curas para tener a toda una población sometida. Pero ¿no te señalarían igualmente si supiesen que te acuestas con desconocidos en un hotel? Pues entonces, ¿qué más da? Haz aquello que realmente quieres hacer. Si no daña a nadie, ¿por qué no?

    Marcia se quedó callada, mirando a Dani como si estuviese sopesando sus palabras. La saxofonista ensanchó un poco la sonrisa y se inclinó hacia su compañera.

    ¿O es que dudas de sentir atracción hacia las mujeres?

    No lo sé —reconoció Marcia, apartando otra vez la vista.

    Está bien. Ven.

    Dani le tomó el mentón con suavidad y se acercó un poco más para besarla. No se sentía como cuando había besado a Lou. Quizá era porque ya había besado antes a Marcia, sin maquillaje ni peluca, pero lo había hecho. O quizá era por otra cosa.

    Al separarse, Marcia mantuvo los ojos cerrados unos segundos, mordiéndose el labio con una sonrisita. Miró a Daniel finalmente y suspiró.

    Eso ha sido… interesante.

    No hay mucha diferencia con respecto a un hombre afeitado —dijo Dani, encogiéndose de hombros —. En la cama, la cosa es algo distinta, pero…

    ¿Podríamos… ensayar eso también? —se atrevió a preguntar Marcia, a lo que Dani le dedicó una sonrisa dulce mientras le palmeaba una mano.

    Oh, querida. Quizá en unos días —dijo, como dándole a entender que estaba en esa semana del mes más delicada.

    Marcia, lejos de azorarse por la propuesta que acababa de hacer, asintió un par de veces y miró el mar, sacando un nuevo tema de conversación.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando escuchó la puerta sonar, lo único que se le pasó por la cabeza era que se trataba de Massimiliano. Que habría ido a pedirle disculpas, a explicarle que todo había sido un terrible malentendido. Y ya estaba preparándose para mandarle a la mierda, para decirle que había vivido lo suficiente como para no necesitar ese tipo de compasión.

    Por eso, le sorprendió abrir la puerta y encontrarse con Thomas Hudson. Le sorprendió y le asustó a partes iguales.

    Señor Hudson —dijo en voz baja, envolviéndose mejor en su bata y pasándose un dedo por los ojos, por si aún quedase alguna de las lágrimas que había estado derramando hasta hacía no mucho —. Esto es de lo más inapropiado.

    Lo sé, lo sé, pero… —el hombre sonrió, una sonrisa que a Sam no le gustaba —Quería hablar contigo.

    Perdone la brusquedad, pero ¿no podía esperar a la cena, o quizá a antes del espectáculo?

    Mucho me temo que no —hizo un amago de entrar en la habitación, pero al ver que Sammy no se movía de la puerta ni la abría un poco más, se quedó donde estaba —. Es algo un tanto personal.

    No me encuentro muy bien ahora mismo, ¿será breve?

    No lo sé —volvió a sonreír y tomó una mano de Sammy, ignorando su pequeña resistencia —. Depende de ti. ¿No has sentido… no lo sé, una especie de conexión? Como si hubiésemos estados destinados a…

    Señor Hudson —le interrumpió Sammy con un tono algo brusco —, por favor, esto es improcedente.

    ¡Escúchame, Samanta! —tiró un poco de la chiquilla, haciéndole poner la mano en su pecho —¿De verdad no lo sentiste? ¿De verdad me miras y no sientes que debíamos conocernos? O que nos conocemos de, no sé, otra vida o algo así.

    Lo siento, pero yo no…

    Señor Hudson —interrumpió otra voz que consiguió que Hudson soltase a Sammy y que Sammy se relajase, soltando un suspiro de alivio —. ¿Puedo saber qué hace usted aquí?

    Thomas dio un paso atrás y miró a Daniela, quien le observaba en una postura perfecta y con una sonrisa bonita, las manos juntas en un aplauso detenido en el tiempo. Sonrió un poco y negó con la cabeza.

    Sólo quería preguntarle algo a la señorita Smith, pero creo que ya está todo aclarado.

    Me alegra oírlo —dijo Dani, acercándose a su dormitorio —. Tendrá que disculparnos, pero yo también debo hablar con Sammy. Asuntos familiares, ya sabe usted…

    Claro, por supuesto. Lo entiendo. Nos vemos en la cena.

    Dijo esto con una larga y significativa mirada hacia Samuel y después se despidió de ambas y se fue, consiguiendo que Sammy soltase un largo suspiro de alivio antes de lanzarse a los brazos de Dani.

    El mayor de los Graham cogió a su hermano en brazos, alzándolo con cierto esfuerzo, y lo llevó al interior, cerrando la puerta con un pie. Se sentó en la cama más cercana, dejando a su hermano en su regazo, y le acarició la espalda.

    ¿Te ha hecho algo? —al sentir a Samuel negar con la cabeza, lo apretó un poco más contra su pecho —¿Estás bien?

    Cuando Samuel se echó a llorar, Daniel respiró hondo y empezó a cantarle una nana.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Quedaba aún una media hora para la actuación. La cena había sido algo tensa, al menos para él, pero tranquila. Samuel había estado callado, aunque atendiendo a las conversaciones de las chicas. Marcia parecía feliz, Lizzy estaba como siempre, las otras chicas también parloteaban alegremente.

    Una vez terminados los postres, Dani había salido a un balcón a fumar, en vez de pasarse a saludar a Lou, como habría hecho en un día cualquiera. Claro que no lo había hecho hasta asegurarse de que Sammy estaría bien, pero las chicas la tenían bien cogida, no había forma de que Hudson se hiciese camino hacia ella.

    Terminaba su primer cigarrillo cuando otra persona hizo aparición en el balcón. Sonrió un poco y cabeceó a modo de saludo, soltando el humo y aplastando el cigarrillo contra la balaustrada.

    Buenas noches, señor Lobo —dijo con calma, invitándole a acercarse —. ¿Vienes a echarme la bronca? —preguntó entonces al ver lo serio que parecía —¿Vienes a decirme algo como que debo aclararle a Sammy que las flores eran para ella y no para Thompson, o que como me vuelva a meter en tus asuntos me lo harás pagar?

    Decía todo esto casi como si fuese una broma, como si fuese algún tipo de juego, aunque a la vez dejando claro que su relación con Samuel era tan amplia que el chico le había contado todo aquello.

    Apoyó las manos en la balaustrada y tomó algo de impulso para sentarse en ella. Miró al interior, asegurándose de que toda la orquesta estuviese a lo suyo, y tiró de Massi con sorprendente fuerza, obligándole a quedarse entre sus piernas, aunque no pegado a su cuerpo.

    No lo harás —le susurró con una sonrisa divertida —. No vas a amenazarme con esos aires de mafioso que pareces cargar. Porque, ¿sabes? He jugado en ligas mucho mayores de las que tú conoces

    Mientras le decía esto, mirándole a los ojos y con las caras bastante juntas, le tomó una mano a Massi y le hizo llevarla a su muslo, invitándole a subir bajo su falda hasta… la cajita que guardaba contra su media. Le soltó la mano entonces para coger la cigarrera, aunque el pitillo terminó entre los labios de Massi.

    Todavía así, cerca de él, para ponerle nervioso, encendió una cerilla con la que prendió el cigarro. Se lo quitó de la boca y le dio una calada, soltando el humo suavemente, para que golpease la boca del italiano, sin ahogarle o molestarle realmente.

    Sé que no te gusto, pero algo me dice que, si te lo ofreciese, tampoco tendrías muchos problemas en follarme. Quizá aquí mismo —le sonrió con ese tono aterciopelado que parecía anunciar una tempestad, frotando una pierna contra la cadera del hombre, como si le fuese a rodear el cuerpo con los pies, cosa que no llegó a hacer —. No espero que entiendas mis métodos, pero sí que haré lo que sea necesario para proteger a Sammy. Incluso si eso supone hacerla llorar una noche o dos.

    Dicho esto, le empujó y se bajó de la balaustrada, dando una calada. Le dio un par de golpes al cigarrillo, para tirar la ceniza al suelo, y se lo dio a Massi, guiñándole un ojo antes de volver a entrar en el restaurante, balanceando las caderas suavemente.

    Apretó un poco los labios, pero cuando Sammy le miró, le sonrió y se acercó para rodearle la espalda con un brazo, yendo con el resto de chicas hacia los vestuarios.

    Como si no hubiese ocurrido nada, lo cual era, por cierto, su especialidad.


    SPOILER (click to view)
    ¡Una doble ruptura! ¡Werk! Pero era necesario, no había suficiente drama aquí xd

    Y, hablando de drama, el lío con Hudson se acerca ~~~ Puede que en la siguiente respuesta caiga ya, como la bomba que va a ser xd

    Dani se asusta y huye, Sammy se ve obligado a retroceder ahora que se estaba haciendo a la idea... ¿Crees que Dani sabía lo que ocurriría con Sally? Seguramente, sí. Va fuerte, este muchacho xD

    Yyyy.... No sé qué más decirte ahora. Estoy un poco cansada, así que lo voy a dejar y ya cotilleamos cual marujas por privado <3
  6. .

    ThinVillainousBallpython-size_restricted


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    HISTORIA DE ACIER


    El reino de Acier es un reino joven, muy joven, con sólo tres generaciones de monarcas en su brevísima historia. Pero no por ello su historia es aburrida, porque a cada monarca le acompañan escándalos de tal magnitud como el regicidio.

    El primer rey, Cezànne, estableció todo el territorio de su reino, ganándoselo a la misma naturaleza y creando una muralla gigantesca (hecha mayormente de placas de acero, lo que bautizó el reino como «Acier») que lo protegería de ataques enemigos. Cezànne no podía ni imaginar que todos los ataques que sufriría el reino serían desde dentro.

    Crear una muralla de tal envergadura era un trabajo que podía llevar décadas a la mejor cuadrilla de trabajo, pero el rey tardó menos de una semana, ¿cómo era posible? Fácil, porque ningún monarca de Acier reina solo. Le acompaña su compañero real: su royalet. A Cezànne le acompañaba una golem gigantesca, a la que no le costó trasladar y romper pesadas rocas, o incluso mover las montañas.

    Así que crear la muralla alrededor del reino, sus tres entradas —este, oeste y sur, el punto más al norte se reservaba para el castillo—, trazar el rumbo de los caminos que compondrían las calles, en definitiva, encargarse de toda la gestión urbanística no le supuso ningún esfuerzo a una criatura hecha de piedra.

    Fue su hijo, el segundo monarca, Lux, el que abrió las fronteras a la magia, añadiendo al reino un nuevo territorio: el bosque de los elfos, el cual bautizó como Ferrot. También puso en circulación libros de magia, y tenía planes de añadir escuelas de magia y hechizos para los más duchos. Y es que la magia no estaba al alcance de cualquiera, pero Lux creía firmemente que con la dedicación y estudios necesarios se podía acceder a ella.

    Quizá por ese mismo motivo decidió casarse con una elfa, Morgiana. Desoyó las voces del reino, que recelaban no sólo de los elfos, sino de todo lo que no fuera humano. El hecho de que Lux asesinara a su primera mujer (una reina humana) para poder desposarse con Morgiana quizá tuviera algo que ver con la sombra de sospecha que se alojó en Acier.

    Y cuando, años más tarde, Lux apareció sin vida en su propia alcoba, recubierta toda ella de sangre, la desconfianza tomó forma de revuelta. Todo el reino se revolucionó, atacándose los unos a los otros, los defensores de la magia y los contrarios a ésta, los fieles a la corona contra los que veían en la república un modelo de sociedad mejorado, los que creían en la inocencia de la elfa contra los que pedían su cabeza y la de su hijo… lo cierto es que Acier se hubiera destruido a sí mismo de no ser por el tercer monarca, Étienne, que consiguió no sólo calmar la guerra interna que consumía el reino, sino re-establecer la monarquía con el doble de fuerza.

    Para ello se valió no de la fuerza bruta, sino de la más pura estrategia: dividió a la población de Acier en dos, los arcanos y los norcanos, de acuerdo a su contacto con la magia. ¿Magos, hechiceros, elfos? Arcanos. Todo ser ajeno a la magia, norcano. Y a cada división cedió una parte del reino. La barrera que construyó su abuelo seguía en pie (y debía seguir por siempre), pero se reforzó con una división interna compuesta por murallas algo más pequeñas que, sabía Étienne, se irían derribando con el paso de los años gracias a una forzada convivencia entre unos y otros.

    Teniendo en cuenta que tramó su plan con poco más de veinte años, es de suponer que es un rey bastante inteligente.

    Se casó con una mujer norcana, Aimée (con la que tendría dos hijos), pero mantuvo a su madre, una elfa, viviendo en el castillo para reforzar su compromiso con ambas corrientes del reino. Sólo el tiempo mostró los frutos de su estrategia a largo plazo; y si bien al principio las dos partes del reino se llevaban a matar, llegó el día donde la convivencia fue casi del todo pacífica, con alguna rencilla aislada que no llegaba nunca a mayores.

    Comprobaba Étienne que las murallas internas no son más que un recuerdo del pasado. O debían serlo. Sus cálculos no fueron del todo acertados, no contaba con los largos tentáculos que podían tener el odio y el resentimiento a lo que no es igual, en este caso, los arcanos.

    Dejó las murallas del reino por muy pocos días, apenas una semana, para patrullar las fronteras de Ferrot (el bosque mágico que le trajo a su madre) y confirmar que todo marchaba bien con los elfos. Al regresar al reino se encontró con la más trágica de las desgracias: el pueblo, de nuevo furibundo, asesinó a su madre y a su esposa, y celebraron sus muertes por todo lo alto. A la primera, Morgiana, la tacharon de regicida y única culpable del asesinato del anterior rey; y la segunda, Aimée, fue el objetivo de una venganza contra el propio Étienne.

    Desde ese día, Étienne no es que abandone el reino, es que ni siquiera sale del castillo.

    - - -


    Étienne
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Étienne Lucien
    Nombre completo: Étienne Lucien Faure-Demont de Acier y Ferrot
    Edad: 41 años
    Ocupación: actual monarca de Acier, guardián de Ferrot
    Estado civil: viudo
    Hijos/descendencia: Maèl (19) y Aimée (17)
    Especie: mixto (madre elfa)
    Royalet: Brigitte

    La historia de Étienne es trágica, desde bien joven tuvo que aprender a defenderse de los ataques de un reino resentido con los seres mágicos (y siendo él hijo de una elfa, no le deja en buen lugar). Cuando supo protegerse, tuvo que proteger a su madre de los ataques continuos que sufría. Era, a ojos del público, la asesina de su padre, el anterior rey.

    Morgiana de Ferrot fue una madre cariñosa que, a base de lecturas y canciones, le demostró a su hijo que la magia sólo es peligrosa cuando cae en malas manos. Étienne no podía entender el rechazo frontal del reino a algo tan maravilloso.
    Devastada al verse sin rey, pero orgullosa de los logros y avances de su único hijo, Morgiana decidió quedarse en Acier y ser uno de sus apoyos. Rechazó regresar a Ferrot con los suyos y prefirió quedarse en un reino que la odiaba y tachaba de asesina. Ella, que rezaba para que la muralla de Acier no cayera nunca, que rechazó a su estado de elfa, que aceptó vivir como una norcana, que amó a su rey por sobre todas las cosas, ¿cómo podía este reino odiarla tanto?

    Volviendo a Étienne, recibió a su royalet —Brigitte— a los seis años. Aunque «recibir» no es la palabra adecuada, la royalet simplemente aparece y reclama a su compañero, quedándose a su lado de por vida. El vínculo entre monarca y royalet es tan fuerte que si uno muere, el otro morirá poco después.

    Las royalet son seres rodeados de misterio, ¿por qué aparecen frente a los Faure-Demont? ¿Por qué sólo son hembras? ¿De dónde vienen? ¿Alguien las envía? Ni la propia familia real puede responder a todo esto, pero dicen que su linaje está tan enfocado a reinar sobre todos, que hasta los seres mágicos se doblegan a su apellido. O era lo que parecía, desde luego.

    Dejando a las bestias a un lado, Acier sigue resentido con los arcanos, una buena parte del reino desconfía de la magia al creerla un arma incontrolable. Esta facción contraria a la magia ha ido tomando fuerza, para espanto de Étienne, y han dicho más de una vez que no pararán hasta matarle por ser hijo de una elfa. Y con más de un ataque a sus espaldas, es lógico que Étienne se sienta inseguro en su propio reino.

    Temeroso por lo que pueda ocurrir, no tardó en poner a sus hijos a salvo: la hija mejor, Aimée (que lleva el nombre de su madre), mostró un acercamiento a la magia desde muy niña, y se la envió a los santuarios y escuelas mágicas en las tierras del norte para que se formara en un entorno adecuado, lejos de las hostilidades del reino; el hijo mayor, Maèl, se ha embarcado en un viaje en busca de su royalet, pues a sus diecinueve años todavía no ha aparecido.

    En el inmenso castillo sólo vive el rey con sus recuerdos y paranoias. Le aterroriza cada sombra que ve, creyéndola un atacante, sabe que es sólo cuestión de tiempo que muera: bien le asesinará el pueblo, bien se quitará la vida en un ataque de locura.

    Lo que en su día fue un hombre alegre ha acabado por convertirse en un ser lleno de pánico y terror. No confía ni en guardias ni servicio, y absolutamente nadie tiene permitido entrar a sus aposentos, ¿y si había algún rebelde entre los soldados? ¿O entre las doncellas y cocineros? ¿Y si planeaban matarle mientras dormía? El insomnio nunca le abandona, y apenas consigue dormir unas pocas horas cada noche, tampoco es que coma demasiado por el día, teme que hayan envenenado sus comidas.

    La corona le pesa una tonelada, arrastra las capas de sus engalanados ropajes, y no consigue hacer callar la voz en su cabeza que le grita que está en peligro constante, pero debe hacerlo. Avanza todos los días al trono para recibir audiencias y atender las quejas o peticiones del pueblo. Siempre antepondrá los intereses del reino a los suyos propios, ése es su trabajo como rey y no piensa descuidarlo.

    También es verdad que su actual situación le parece penosa y quiere ponerle fin cuanto antes. Ha pensado en todo un golpe de efecto que le dé la vuelta a la tortilla: si el pueblo desconfiaba tanto de los arcanos, traería al más poderoso que encontrara y le encargaría su propia protección.
    Con este propósito mandó avisos a los reinos y territorios vecinos, buscando un voluntario que se convierta en el escudo real que quiere y necesita para dejar atrás sus miedos.


    Le gusta:
    -Tener noticias de sus hijos, de hecho, intercambian cartas a menudo.
    -Los jardines de palacio, las plantas se han convertido casi en su única compañía. Su madre le enseñó a cuidarlas.
    -La lectura, puede pasarse horas enteras con un buen libro, ¿su género favorito? Romance. Las historias de amor siempre le tocan la fibra sensible, quizá porque recuerda el tiempo que pasó con su reina.
    -Ver el amanecer, como últimamente no puede dormir mucho, el sol de la mañana siempre le pilla despierto.


    No le gusta:
    -Ir desarmado, han atentado contra su vida más de una vez.
    -Tiene pánico a las aglomeraciones por el mismo motivo.
    -El fuego.
    -El rechazo del reino a la magia.


    Información extra:
    -Su vocabulario es exquisito.
    -Sus ojos verdes (un color que no se ve muy a menudo en Acier) dan buena cuenta de su origen élfico.
    -Si se tradujera palabra por palabra su nombre —Étienne Lucien Faure-Demont de Acier y Ferrot—, sería: «corona de luz, creador de la montaña del reino del acero y del bosque de Ferrot». Un nombre tan pomposo sólo puede pertenecer a un rey.
    -Su royalet, Brigitte, le acompaña desde los seis años. El vínculo con ella es tan fuerte que, si muriera, él lo haría poco después. Por suerte, Brigitte es una criatura de lo más resistente, característica que comparte con el monarca, que tiene una salud de hierro.
    -El royalet de su hija Aimée apareció el mismo día de su nacimiento. Un pegaso oscuro al que llama Noiret.


    Apariencia:
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    Maèl
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Maèl
    Nombre completo: Maèl Faure-Demont de Acier
    Edad: 19 años
    Ocupación: príncipe heredero
    Estado civil: soltero
    Hijos/descendencia: ninguna
    Especie: norcana
    Royalet: desconocida

    Es capaz de hablar y entender lenguas antiguas, fue un estudiante modelo en cada clase y un conversador excelente; todo un orgullo de príncipe que, sin embargo, vive frustrado. Todavía no ha aparecido su royalet, y empieza a sospechar que dentro de este reino de acero no aparecerá nunca.
    Es el único Faure-Demont que no tiene compañera regia, cosa que le avergüenza, ¡su hermana la tiene desde el nacimiento! ¡Y su padre la obtuvo a los seis años! ¿Por qué él cumplirá ya los veinte sin su compañera? ¿Cuánto más debía esperar? ¿Cuánto más se debía preparar?

    Se aventuró con la magia, aprovechando los conocimientos de Aimée, que aceptó encantada el puesto de tutora, pero mientras que ella podía lanzar hechizos de aire, agua y fuego (estos últimos a escondidas de su padre, terrible es el miedo del rey a las llamas), el mayor avance de Maèl fue acariciar al pegaso que acompañaba a su hermana en cada uno de sus pasos. Envidia a Aimée, pero de manera sana. Desea lo mejor para ella y está seguro de que, cuando regrese al reino, lo hará convertida en una auténtica erudita en asuntos arcanos. Y se le hincha el pecho de orgullo cuando, en sus cartas, ella le habla de los nuevos hechizos o pociones que ha descubierto.

    No le sorprendió el apoyo de su padre en su decisión de dejar Acier —de manera temporal—, la situación en el reino estaba cada vez más tensa y era de lo más peligroso quedarse aquí. Intentó convencer a su padre de que también se fuera, no le veía el sentido a mantener la fidelidad a un reino que odia a su rey. No entendió la sonrisa tan triste de su padre, y mucho menos su fijación en no dejar nunca Acier.

    Con esta situación en el castillo, dejó el reino en busca de su royalet. Confiaba en que el plan de su padre (el de colocar a un ser mágico como su escudo) diera resultados, aunque una parte de él quería quedarse para garantizar su seguridad. Pero, claro, Étienne había ordenado, no como padre sino como rey, que se marchara; y ni siquiera el príncipe podía llevarle la contraria al rey.


    Le gusta:
    -Ha heredado el amor por la lectura de su padre, pero él prefiere la novela de aventuras.
    -Tiene un alma curiosa, le gusta investigar y descubrir cosas nuevas.
    -Su barba, le da un aspecto viril (o eso cree él).
    -Las cartas que recibe de su familia. Brigitte y Noiret, ambas vuelan y pueden llevar la correspondencia de un sitio a otro como mensajeras.


    No le gusta:
    -La violencia innecesaria, cree firmemente en el poder de la palabra y lo considera el único camino hacia la auténtica paz.
    -Por ende, no le gustan las armas ni los conflictos.
    -Viajar solo. Ésta es la primera vez en su vida que pasa tanto tiempo sin compañía, pero esto cambiará cuando descubra a su royalet, está seguro de que sí.


    Información extra:
    -No ve muy bien de lejos, los objetos y sus formas se le vuelven borrosos. Sí, es el príncipe de la miopía.
    -Es bastante asustadizo. No cuesta mucho hacerle soltar un gritito.
    -Es vegetariano.
    -Le guarda mucho rencor a las gentes de Acier.
    -No quiere heredar el trono del reino que mató a su madre y planea matar a su padre.
    -Le asusta volver a casa y encontrarse con que su padre ha sido asesinado por el propio pueblo.


    Apariencia:
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    I - II


    Corr
    SPOILER (click to view)
    Nombre: se hace llamar Corr
    Nombre completo: Corentin Faure-Demont de Acier
    Edad: 36 años
    Ocupación: cazador errante
    Estado civil: soltero
    Hijos/descendencia: ninguna
    Especie: norcana
    Royalet: Charlotte

    Corr es un hombre rodeado de misterio, no habla mucho de sí mismo y son poquísimas las personas que conocen su verdadero origen. Se trata del segundo hijo del rey Lux, es decir, es el hermano pequeño del actual monarca, Étienne. El asesinato que cometió explica por qué vive en las calles y no entre los lujos de palacio.

    El rey Lux, obsesionado con las ideas de la magia, engañó en muchas ocasiones a su reina (una mujer norcana) con una elfa, llegando incluso a tener un hijo con ella. Lo peor de todo: al ser este niño su primogénito, tenía plenos derechos al trono a pesar de su origen bastardo. No contento con esto, y llegando a despreciar a su segundo hijo por ser norcano, orquestó el asesinato de la reina para poder así casarse con su amante y acercar los elfos a Acier. Desde luego que el reino no se lo tomó bien, pero Corentin (el hijo de la reina fallecida) se lo tomó aún peor.

    Desde su más tierna infancia se dijo que debía odiar a su hermano mayor, que debía repudiarle por haber llegado antes que él al mundo y arrebatarle el trono. Estaba convencido de que a su madre le habría encantado verle maldecir a Étienne y a Lux por igual. Y era muy fácil odiar a su padre, ¡pero tan difícil odiar a su hermano! Étienne le trataba siempre con un cariño inexplicable, como si fueran hermanos de la misma madre, como si de verdad fueran una familia.

    Por un momento, casi llegó a creérselo. Era su padre, el rey Lux, el que echaba todo esto a perder con desplantes y desprecios. Imitó su sangre fría al colarse en su alcoba una noche donde la reina, Morgiana, paseaba por los jardines, explicándole a su hijo los cuidados de alguna planta; utilizó el puñal con el que practicaba los combates y lo enterró tantas veces en su pecho que convirtió sus costillas y pulmones en picadillo.

    A Morgiana se la tachó como única culpable, lo que volvía esto un plan perfecto que le dejaba a él libre de toda sospecha. No contó con la mirada de Étienne, le había bastado un instante con él a solas para confesar el crimen. Le rompió el corazón ver a Étienne llorar, pero no dejó que la culpa le dominara y aceptó el castigo esperando la muerte. Estaba seguro de haber hecho lo correcto, y aceptaría todas las consecuencias.

    La última prueba del amor que le tenía Étienne fue que no lo mandó a la muerte, sino al destierro. Podría seguir con vida, sí, pero lejos del reino. Se proclamó en Acier que el príncipe Corentin había muerto de una repentina enfermedad y fue cuestión de tiempo que el reino olvidara su nombre y su historia como joven príncipe.

    A día de hoy ha vuelto al reino, lo cierto es que va y viene muchísimas veces, pero siempre ocultando su identidad. Se corta el pelo para que nadie vea que es el mismo rubio que el de Étienne, se cubre el rostro para que nadie identifique la forma de su mandíbula, tan parecida a la de todos los Faure-Demont. Es una suerte que Étienne se haya recluido en el castillo, es el único en el reino que podría reconocerle, incluso después de veinte años.

    Se gana la vida vendiendo piezas de caza, y si consigue sacarse un dinerito extra en cada venta es por la naturaleza de sus capturas. No atrapa animales del todo corrientes, sino los que habitan en Ferrot, alimentando los rumores de que son seres mágicos (algo que no era del todo cierto).
    Su relación con los elfos no es buena, pero tampoco es mala, tienen un trato de cordialidad amistosa. Les vende o compra cosas, y regresa a Acier para hacer lo propio con algunos comerciantes en los que nunca ha terminado de confiar. Su única compañera fiel es su royalet, Charlotte. Se trata de una renard, tan pequeña y manejable que puede ocultarla bajo su capucha, pues sería complicado explicar que se trataba de su compañera como Faure-Demont.


    Le gusta:
    -Mimar a la pequeña Charlotte. Le ha comprado cada joya y adorno que lleva (y no son pocas).
    -Se ha acostumbrado a la tranquilidad del bosque.
    -Acampar al aire libre.


    No le gusta:
    -Su padre, el rey Lux. Aunque esté muerto, le odiará siempre.
    -La lectura, nunca se ha llevado bien con las letras.
    -La ropa demasiado reveladora.


    Información extra:
    -Siempre ha presumido de ser más guapo que Étienne.
    -Echa de menos sus charlas y juegos con él, era su hermano mayor después de todo.
    -Durante unos años, su madrastra, Morgiana, fue a su encuentro en Ferrot. Sabe que es gracias a ella que los elfos del bosque le hayan dejado vivir en su territorio.
    -Se sonroja con facilidad.
    -Su mayor secreto: es virgen. Digamos que no ha tenido una vida fácil y propicia al romance.
    -Acepta batidas de caza de cuando en cuando, y ahora mismo se encamina a la siguiente.


    Apariencia:
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    I - II


    Guardián
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Lo llaman Dragón o Guardián, pero no tiene nombre.
    Edad: Cumplirá 450 este solsticio de invierno.
    Ocupación: Guardián del Bosque de los Feéricos.
    Especie: Arcana | Dragón.

    Nadie sabe muy bien cuándo aparecieron los primeros dragones, tampoco de dónde surgieron exactamente. Muchas leyendas señalan que nacieron de los mismos elementos, cúmulos de magia y poder, pero actualmente esto no se toma tan en serio.

    Lo que sí se puede decir sin dudarlo mucho es que los dragones existen desde hace mucho tiempo, que son fuerzas mágicas y, sobre todo, que gustan vivir rodeados por pura naturaleza, lejos de construcciones de elfos, gnomos, humanos y otras razas. Claro que, tal vez, esto se deba a que nunca han sido muy bien tratados por estas criaturas.

    Distintas partes de su cuerpo han sido vendidas en mercados de todo el mundo como amuletos, como artefactos rituales o como ingredientes para hechizos o pócimas milagrosas. También han sido asediados en busca de su sangre, que resulta ser una sustancia purísima —dicen algunos que son estrellas fundidas, otros que es oro líquido—, o por su fuego, que se dice capaz de derretir cualquier sustancia conocida.

    Ante este panorama, no es de extrañar que tan majestuosas criaturas hayan preferido refugiarse en altas montañas, recónditos bosques o profundos lagos, relacionándose principalmente con los feéricos, que también tienden a rehuir del contacto humano.

    En estas circunstancias, los dragones suelen tomar el rol de protectores. No son seres violentos por naturaleza, pero sí gustan defender aquello que consideran su territorio o sus gentes, siendo venerados y tratados a veces como auténticos reyes.

    Algo así es el caso de Guardián. Nació en el Bosque de los Feéricos, un lugar no demasiado alejado de Acier y de Ferrol —hay quienes consideran que Ferrol se transforma en el Bosque de los Feéricos en algún punto; otros mantienen que son bosques totalmente distintos y que la separación es clarísima—, lleno de ninfas, hadas, faunos y otras criaturas similares, aunque quizá estas no son tal y como el folclore humano las representa.

    Durante muchos años, prefirió mantenerse alejado de cualquier asentamiento humano. Cuando Cezànne y su golem empezaron a construir Acier y su ciclópea muralla, Guardián se acercó únicamente para asegurarse de que su hogar estaría a salvo. Ese era su objetivo, pero lo cierto es que Cezànne resultó tener una conversación agradable y una mirada encantadora, de tal forma que Guardián cayó presa de sus ojos y, para cuando quiso darse cuenta, empezó a viajar a Acier periódicamente para hablar con aquel humano al que empezaba a considerar su amigo.

    La vida de Cezànne, sin embargo, fue un suspiro en comparación a la de Guardián, quien oculto bajo una capucha y quedándose en un margen apartado, asistió al funeral, retirándose después a su bosque.

    Siguió atento a lo que ocurría dentro de las murallas, queriendo monitorizar aunque fuese a la distancia al hijo de su amigo, pero sus acciones fueron desagradables para el dragón y su violenta muerte no le hizo derramar ninguna lágrima.

    Temiendo que la simiente del mal hubiese germinado en sus hijos, intentó desvincularse por completo de ese reino humano. Sin embargo, los susurros que le llegan desde Acier son cada vez más preocupantes: ¿el nieto vivo de Cezànne teme de su propia sombra y recela de un pueblo que puede sublevarse en cualquier momento?

    La historia de su madre y la de su esposa le habían conmovido muchísimo más que la de Lux, por lo que Guardián ha decidido darle una oportunidad al tal Étienne, aunque sea por el cariño que le profesó a su abuelo.

    Después de todo, sabe que su fin está cerca. En cuarenta años, cincuenta como mucho, su cuerpo se unirá con la Madre Tierra y de la carcasa vacía que ahora es su cuerpo, convertida entonces en piedra y árboles, un huevo nacerá del cual saldrá un nuevo dragón.

    No le apena ni le asusta la idea. Los dragones saben que la muerte es sólo el principio de una nueva vida, que lo único que duele es la ausencia de un ser amado. Pero si puede aprovechar esas décadas finales para hacer algo por la familia de Cezànne… No dudará en hacerlo.

    Le gusta…
    —Dormitar al sol, en un lugar preferiblemente cálido. Ni siquiera le importa que los niños de los feéricos jueguen a trepar su cuerpo mientras tanto, de tan a gusto que está.
    —Bañarse pero, de nuevo, en agua caliente, incluso hirviendo. Puede llegar a gorjear de puro gusto.
    —Puede sonar extraño, pero le gusta mucho mordisquear ciertas maderas aromáticas.

    No le gusta…
    —El frío, por contraposición. Es un ser de sangre fría, después de todo.
    —Que le interrumpan durante una siesta o una comida.
    —Odia cuando los elfos solares intentan entrar en su bosque para conseguir, como ladrones, minerales, animales o cualquier cosa.

    Información adicional:
    —Dispone de un estómago que parece funcionar como un crematorio capaz de procesar cualquier materia combustible, por lo que puede comer cualquier cosa, así como una especie de glándula bajo la lengua que le permite escupir una sustancia altamente inflamable, parecida a la gasolina, aunque con distinta composición y propiedades; gracias a esta, puede escupir fuego.
    —Tiene la habilidad para cambiar de forma a fin de adaptarse al terreno. De esta forma, muchas veces en el bosque se ha mostrado como un feérico, de la misma forma que puede adoptar una apariencia humana. Eso sí, hay cosas que no puede cambiar. Sus ojos siempre serán los de una serpiente, sus garras serán de dragón…
    —Si pierde el control de sus emociones, le van saliendo escamas en la cara, los brazos, las piernas, el vientre… La proliferación de escamas estará en estrecha relación con el nivel de descontrol. Por otra parte, debido a la dureza de estas escamas, también las puede hace aparecer a modo de armadura, en cuyo caso estarán bien localizadas y desaparecerán al perder su función.
    —Pese a sus conversaciones con Cezànne, todavía no tiene muy claro cómo dirigirse a humanos, así que sus formas son rudas y sus capacidades para comprender el sarcasmo, los refranes y las frases hechas son prácticamente nulas.
    —No entiende las relaciones sexuales. Cezànne le explicó que los humanos y otros seres las practican no sólo para procrear, sino también para obtener placer. Como los dragones no requieren de parejas ni para lo uno ni para lo otro, el sexo le es un misterio total.

    Apariencia con las consideraciones a nombradas xd:

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    ¿Parecido a esto? | Y como dragón


    Adrien
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Adrien.
    Nombre completo: Thierry Adrien Legaz.
    Edad: 25.
    Ocupación: Rastreador.
    Estado civil: Soltero.
    Descendencia: No, gracias.
    Especie: Norcana.

    No hay nadie en todo Puerto de Mar —localidad así llamada por, precisamente, tener uno de los más antiguos e importantes puertos del continente— que no conozca la historia de su nacimiento, y es que su padre murió estando la esposa embarazada, y del disgusto que le dio enterarse de la noticia, al acuclillarse en medio del dolor y el pesar, dio a luz.

    Tras un inicio tan accidentado, su infancia podría compararse a un camino de vino y rosas. Fue criado por su madre y su cariñosa abuela, tuvo buenos amigos con los que se dedicaba a gandulear y a recorrer el bosque y contó desde siempre con una buena relación tanto con las gentes de su pueblo como con la fauna local.

    Nunca se preocupó demasiado por la escuela. No había motivos para ello, teniendo un trabajo asegurado como cazador, una tarea que pocos eran los que se animaban a aceptar debido a las criaturas extrañas que habitaban en los bosques, pero que a él no le asustaba, no sólo porque se conocía aquellos senderos como si fuesen parte de su casa, sino también porque tenía un don nato para ver las huellas de los animales, pudiendo saber de un vistazo si estaba o no en peligro inmediato o qué presa le quedaba más a mano.

    Su vida dio un brusco giro cuando, teniendo los dieciocho cumplidos, su madre falleció. No fue una muerte sangrienta, aparatosa o agónica. Dijo que le dolía la cabeza, luego se quejó de un dolor en el pecho, y antes de que nadie pudiese hacer o decir nada, se desplomó, estando muerta antes de tocar el suelo.

    A Adrien, aquello le marcó profundamente. Durante mucho tiempo se odió a sí mismo por no haber estado allí, sino en la montaña —además, ni siquiera cazando, sino entreteniéndose entre las piernas de una muchacha del pueblo—, pero pronto consiguió convencerse de que nada habría cambiado. Había sido una muerte súbita, sin antecedentes ni síntomas. Indoloro, fulminante.

    Con todo, el pueblo se le hizo inabarcable y muy frío. Su abuela había muerto hacía pocos años, muchos de sus amigos habían emigrado a distintas ciudades en busca de mejores oportunidades laborales y, de pronto, se encontraba solo.

    Sin sentir su casa como su hogar, sin tener realmente a nadie a quien aferrarse —sus vecinos le habían tratado siempre muy bien, pero ya no era lo mismo—, cogió su carcaj y sus flechas, sus cuchillos y una bolsa con algo de ropa y dinero, y se convirtió en un errante.

    Yendo de sitio en sitio, buscando aquello que convierte un lugar en un hogar sin encontrarlo por ninguna parte, ha hecho mil amistades y algún enemigo, ha conocido mundo y ha aprendido cosas muy interesantes mientras desempeñaba aquel trabajo para el que parece haber nacido: rastrear.

    Personas, criaturas extravagantes, piedras, algún pozo perdido. No importa, Adrien lo encontrará por mucho que todos digan que es imposible.

    Le gusta…
    —Estar en la naturaleza, preferiblemente si es un monte, aunque al final se adapta a casi todo.
    —La buena cerveza. No es un borracho, pero una cervecita al terminar el día se agradece.
    —Los animales, especialmente los perros o lobos.

    No le gusta…
    —Que le estorben en su trabajo. Prefiere ir sólo, dice que se las apaña mejor.
    —Los ricos. Su pueblo era modesto y no había grandes desigualdades sociales, así que cuando ve a gente muy pudiente que prefiere seguir amasando fortuna antes que repartirla, se enfada.
    —La ropa formal.

    Información adicional:
    —Entre su espeso cabello negro hay un mechón completamente blanco, y en su cuerpo hay una buena cantidad de cicatrices.
    —No puede recitar a los clásicos, apenas sabe leer o escribir, pero sabe muchísimo sobre la naturaleza, plantas venenosas o medicinales, comportamientos animales, predicción del tiempo…
    —Tiene un compañero inseparable, un gigantesco cruce de perro y lobo al que llama cariñosamente Cachorro.
    —Su primer nombre, Thierry, viene de su abuelo. Nunca le ha gustado mucho, prefiere Adrien.
    —Se dice por ahí que se ha acostado con arcanos de distintas apariencias, tanto hombres como mujeres, teniendo un amante en cada ciudad. Ante estos rumores, simplemente se encoge de hombros.

    Apariencia:

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    I | II | (cicatrices)

    Con su cachorrín: I | II


    Niko
    SPOILER (click to view)

    ☾☼ La Alianza ☼☽


    En los tiempos antiguos, dos clases de elfos luchaban en guerra abierta entre sí.

    Los elfos del sol se consideraban a sí mismos adalides de la cultura, pues buscaban y custodiaban el conocimiento y refinaban aquellas artes que consideraban liberales —música y danza, escritura, pintura y escultura—, siendo los artistas merecedores de un puesto en los escalones más elevados de su elitista sociedad; esto se hacía en detrimento de lo que pensaban que era repudiable, como la construcción, la guerra… todo aquello que ensuciase y estropease las manos, todo lo que hiciese sudar y que, por supuesto, quedaba en manos de la base piramidal, compuesta principalmente por esclavos u extranjeros.

    Sus cuerpos, de naturaleza delgada y fina, así como sus pieles pálidas, quedaban siempre bella y cuidadosamente adornados con finas telas y elaboradas joyas, y sus cabellos, casi siempre rubios o castaños, se recogían en intrincados trenzados.

    Su idioma sonaba dulce al oído de cualquiera y su escritura era muy apreciada por lo elaborada de su grafía, así como por lo elevada literatura y poesía de sus escritores.

    Su reino, por otra parte, constaba en todos los listados de maravillas del mundo conocido debido a la blancura de sus paredes y a la esbeltez de sus construcciones. No se habían visto edificios tan altos jamás, al menos hasta que un arquitecto descubrió sus secretos y ayudó a crear catedrales que rozaban el cielo.

    Con este historial a su espalda, los elfos solares no tenían reparo alguno en arrugar la nariz al pensar en sus hermanos, los elfos de la luna.
    Ante sus ojos, esas gentes de piel oscura y constitución fuerte eran poco más que bárbaros sanguinarios, tribus primitivas que sólo conocían la guerra.

    Su música se centraba más en el ritmo que en la melodía, sus artes eran escasas y toscas salvo en lo que al forjado del hierro se refería, sus ropas eran tan simples que apenas se trataba de telas mal cosidas. Su idioma era duro al oído y su escritura, inexistente, prefiriendo la transmisión oral.

    En cuanto a su arquitectura, era inexistente, siendo lo único visible sus templos, que tampoco eran la gran cosa: una construcción sencilla con dos aperturas, una por la que se accedía y otra por la que se salía tras colocar las ofrendas, teniendo en el techo una cúpula con un ojo por el que entraba la luz de la luna.
    En cuanto al gobierno, parecía que reinaba la anarquía entre aquellas gentes, dominando sobre los demás el más fuerte y asesinando a aquellos que se interpusiesen en su camino.

    La enemistad, huelga decir, era bidireccional. A los elfos lunares no les gustaba ser tratados como provincianos del reinado de los otros, tampoco encontraban ninguna lógica en su falta de ímpetu expansionista. Teniendo tal manejo de la magia, decían los sabios, es insultante que no la utilicen para la guerra.

    La guerra. Eso era lo que parecía alimentar a los elfos de la luna.

    Sin embargo, sus creencias no eran tan dispares. La tradición de ambos grupos partía de una misma mitología con dos grandes diosas, Sol y Luna, aunque difería en el destino que les habían guardado a sus respectivos pupilos, lo que ocasionaba el mayor choque de todos: ¿eran los elfos lunares esclavos de la oscuridad por un crimen mítico o eran, en realidad, elegidos de Luna para una misión sagrada? Nadie se ponía de acuerdo al respecto y cada pueblo se aferraba a su versión.

    Todo cambió cuando una amenaza externa les obligó a unir esfuerzos a fin de expulsar a los orcos, un pueblo parasitario que arrasaba un territorio y, al agotar sus recursos, pasaba por la espada al siguiente.

    Las artes mágicas de unos y las estrategias y fuerza de los otros consiguieron que la victoria fuese aplastante, pero además sirvió para que los dos pueblos élficos se conociesen mejor y viesen que ni unos eran tan salvajes ni los otros eran tan insufribles.

    Esto dio pie a la llamada Alianza, un tratado que ponía fin a siglos de guerras y disputas y abría una nueva era de cooperación. Como testimonio, se construyó Lir Ahtok, el Templo de la Alianza, primera obra llevada a cabo por solares y lunares en conjunto, que se alzó justo en la franja que separaba ambos territorios, de forma y manera que ambas partes podrían dejar ofrendas a sus diosas. Además, sería el lugar de referencia para cualquier reunión que requiriese a los gobernadores de los dos pueblos.

    La Alianza garantizaba, además, una serie de privilegios y deberes que incluían un intercambio cultural. Los elfos del sol pudieron formar un ejército fuerte y terminaron por incluir parte de la música y los bailes de sus hermanos, mientras que los elfos de la luna recogieron tradiciones de moda y estilo constructivo, así como un alfabeto que les permitió volcar por escrito todo lo que antes era oral, por citar algunos ejemplos.

    La paz, que durante tanto tiempo parecía imposible, se había asentado por fin entre los dos pueblos, si bien muchos la consideran una simple tregua y miran con recelo al vecino, temiendo que ese frágil equilibrio se rompa en cualquier momento.

    ☼ Elfos del sol ☼


    Los elfos solares viven en un reino milenario que, si bien ha sufrido reformas y variaciones, ampliaciones y cambios urbanísticos, siempre ha mantenido su esencia, así como una forma que se adapta a la orografía del terreno, situándose en distintas alturas donde se van agrupando barrios con diferentes especialidades, sorteando ríos y desniveles para conformar, en fin, prácticamente ciudades que quedan bajo el dominio del Parlamento, situado en la cima de una montaña.

    Este Parlamento supone una oligarquía, pues un consejo de puesto hereditario se encarga de tomar todas las decisiones necesarias para el bien de su tierra, Nar-Laris.

    Nar-Laris significa, literalmente, la primera, pues se considera que ésta fue la primera ciudad élfica jamás erigida. Con el tiempo, se habrían ido conformando distintos pueblos y reinos a lo largo del continente, sin auténtica relación entre sí, pero con un mismo origen.

    Fisionómicamente, los elfos del sol son considerados criaturas de gran belleza, con apariencias de falsa fragilidad. Los varones son altos, más que la media humana, rondando los dos metros de altura, mientras que las mujeres, por otra parte, no suelen pasar el 1.80 m. Los dedos tanto de hombres como de mujeres son alargados, preámbulo de unos cuerpos esbeltos que suelen cubrirse con telas suaves de bonitos plegados, así como joyas que realzan particularmente sus alargadas orejas.

    Su sociedad es elitista y muestra rasgos xenófobos y racistas. Se consideran el culmen de la vida inteligente y ni siquiera sus hermanos lunares se les equiparan en destreza intelectual o artística. En los humanos, sin embargo, encuentran mayores similitudes, y si bien los siguen viendo como inferiores, aceptan mejor su presencia, llegando a mostrar, incluso, simpatía.

    ☾Elfos de la luna☽


    Hablar de los elfos de la luna como un único grupo es una tarea que se acerca a lo imposible. Sin embargo, a grandes rasgos podríamos hablar de dos tipos de elfos lunares fundamentales: los arcaicos y los renovados.

    Los elfos lunares arcaicos se atienen a la tradición, a las normas antiguas. Son belicosos y se resisten a cualquier influencia de los solares, de los humanos o de cualquier otra especie. Consideran que su verdad es la única Verdad, que su método de justicia es la única Justicia y, por supuesto, que es su Deber devolver al carril a los renovados… o acabar con ellos.

    Contrario a lo que los elfos del sol consideraban, siempre han tenido construcciones, aparte de los templos, pero sus ciudades componen auténticas redes subterráneas que conforman laberintos por sí mismas. Estos pasillos poseen salidas al exterior, con patios que suelen disponerse alrededor de un coliseo en el que se realizan juegos, entrenamientos y, por supuesto, batallas rituales que terminan con el sacrificio del perdedor.
    La debilidad es un defecto que se ha de corregir o con castigos corporales o con la muerte. Esa es su filosofía, forjada con sangre y fuego.
    Los renovados, podría decirse, son unos seres mucho más dóciles. Siguen siendo guerreros, desde luego, pero se abren más a la idea del comercio y de una vida que se asemeja a la de sus vecinos solares y humanos, pues surgieron a partir de la Alianza.

    Viven, por tanto, en la superficie, en poblados distribuidos por los bosques, si bien es cierto que su sentido del urbanismo sigue las mismas formas que las ciudades subterráneas. Las viviendas son sencillas y buscan armonizarse con la naturaleza en la que se encuentran, interviniendo en esta lo menos posible.

    Comercian y mantienen un contacto hosco y desconfiado con otros pueblos, siendo así más abiertos que los arcaicos, aunque manteniendo una idiosincrática cerrazón de cara al exterior de sus murallas.

    Durante mucho tiempo, los arcaicos atacaron a los renovados a placer. A veces, eran repelidos por los sitiados, que jamás dejaron las armas a un lado, pero muchas veces conseguían su objetivo y arrasaban los poblados hasta los cimientos, llevándose a aquellos miembros que consideraban útiles y pasando por el cuchillo a los demás, fuesen hombres, mujeres, niños o ancianos.

    Uno de estos ataques se llevó a cabo en una ciudad donde había comerciantes de Nar-Laris, lo que hizo que los elfos solares tomasen cartas en el asunto y utilizasen ciertas cláusulas de la Alianza para forzar un alto el fuego, estableciendo una paz dentro de los elfos lunares, quienes tuvieron que aceptar las imposiciones entre gruñidos y maldiciones —pues tanto asediadores como asediados veían con malos ojos tener que someterse a los solares—.

    Esta paz pasó a llamarse Pla’ja y, salvo por alguna escaramuza menor, se mantiene sin incidentes reseñables.

    De todas formas, los elfos lunares no son tan distintos entre sí. Cada poblado, ya sea subterráneo o se haya fundado en el bosque, conforma un Estado independiente de los demás, si bien de cara a la Alianza hay un consejo conformado por las líderes de cada población.

    Otro punto en común es que todos los pueblos son matriarcados. Los elfos de la luna creen firmemente que, si sus deidades son ambas diosas, es porque las mujeres son más capaces que los hombres. Esto ha llevado a una situación opuesta al machismo humano, pues los hombres son vilipendiados y maltratados, considerándose criaturas puestas al servicio de las mujeres.

    Un hombre no llegará a nada si no es por la protección de una mujer. Sus tareas son, por norma general, las más desagradables. Soldados, agricultores, ganaderos… Los hombres se encargan de estos trabajos, liberando así a las mujeres de la carga física para poder dedicarse al gobierno y a la dirección de distintas instituciones.

    El factor físico colabora en esto. Pese a que ambos sexos tienen cuerpos generalmente corpulentos, con músculos fuertes y huesos resistentes, ellas son más altas, rondando la media el 1.90 m, mientras que ellos rara vez superan al 1.80 m.
    Las pieles de los elfos de la luna poseen diferentes tonos, pero todos muy oscuros, mientras que sus cabellos son blancos o de gamas grises. Los ojos tienen mayor variedad, habiendo iris castaños, azules, verdes y, alguna vez, rojos, si bien el color no les hace menos sensibles a la luz fuerte.

    ☾☼ Magia ☼☽


    Cualquier elfo, solar o lunar, varón o hembra, nace siendo arcano, es decir, poseyendo habilidades mágicas que les ayudan a entrar en gran sintonía con la naturaleza y las fuerzas mágicas que en ella habitan.

    Esta magia inherente a su vida les confiere, principalmente, unas características especiales que aumentan o disminuyen según el momento del ciclo, lunar o solar, en el que se encuentran. Su fuerza, su velocidad, su agilidad, incluso su regeneración natural, dependerá de si es verano o invierno, en el caso de los solares, o si hay luna llena o luna nueva, en los lunares, suponiendo a veces la diferencia entre la vida y la muerte.

    Les proporciona, además, una vida mucho más longeva que la de los humanos, llegando a los 150 años con tranquilidad, si bien esas historias sobre elfos milenarios no son más que cuentos absurdos, fruto de una literatura muy ligera.

    Por otra parte, los elfos del sol pueden soportar altas temperaturas y luces que cegarían a cualquier otro, además de poseer un vínculo especial con la flora al poder transmitirles, de alguna forma, energía solar, mientras que los elfos de la luna, que ven en la oscuridad sin dificultad y son resistentes al frío, pueden llegar a hacerse invisibles cuando la luna está llena.

    Con todo, siempre existen individuos que sobresalen. Se trata de aquellos que no sólo pueden realizar la magia básica que cualquier elfo ocupa, sino que poseen un don especial, una minoría privilegiada que tiene en su sangre la llave para llevar a cabo auténticas proezas.

    Estas excepciones a la norma son llamadas Kurlah y, una vez han demostrado sus capacidades extraordinarias, son excluidas de la vida ordinaria, confiriéndoles puestos elevados en la sociedad, así como tareas especiales dignas de su rango. Generales, sacerdotes o directores de las escuelas de magia, los Kurlah pueden hacer lo que consideren, obteniendo además un trato deferente por parte del resto.

    ☾☼ Ferrot y Acier ☼☽


    Lux, el segundo monarca de Acier, abrió su reino a un bosque lleno de criaturas muy diversas que componen un ecosistema propio perfectamente equilibrado. Dentro de este ecosistema se encontraban los elfos, pero también otros seres mágicos que, para bien o para mal, tuvieron que aceptar a este nuevo vecino.

    El nombre Ferrot no ha sido jamás aceptado por los elfos de la luna, que son los que realmente viven en las profundidades del bosque, en aldeas ocultas entre los árboles y las colinas de tan vasta extensión, aunque tampoco por los elfos solares, que si bien viven algo más alejados de Acier, forman parte del ecosistema ya dicho.

    Para ellos, ese bosque siempre será Lanu Kah.

    Respecto a sus relaciones con Acier, los elfos lunares renovados mantienen lazos comerciales, si bien su presencia en el reino humano es breve y escasa. Los arcaicos —cuyo número y fuerza ha ido decayendo, avecinando una próxima extinción a la que se resisten, pero que parece ya sentenciada— no dudarán en aniquilar a cualquier humano que se cruce en su camino o que, peor aún, se acerque a sus territorios, algo que sólo ocurrirá si los humanos se salen de los caminos marcados. Y los elfos del sol, en fin, tienen vínculos más cálidos con los humanos, aunque la situación política es, por el momento, tensa.

    ☾☼ ★ · ★ · ★ · ★ · ★ ☼☽


    Nombre: Nikol’ka Yarhoik.
    Edad: 65 años.
    Ocupación: Príncipe-sacerdote.
    Estado civil: Casado.
    Descendencia: Nula.
    Especie: Arcana | Elfo lunar.

    Cuando Niko nació, la Pla’ja ni siquiera había sido concebida, por lo que su poblado, un ya viejo asentamiento renovado, fue impunemente saqueado y destruido por los arcaicos, y él dio con sus huesos en una ciudad subterránea.

    Algunos considerarían que su destino fue afortunado, aunque para la mentalidad de un elfo oscuro fue incluso peor que la muerte, una humillación que le hizo incluso plantearse el suicidio en más de una ocasión. Al tener un rostro bonito sin cicatrices surcando sus mejillas o su nariz, fue llevado a un prostíbulo, donde pasó años complaciendo a hombres y a mujeres, soportando vejaciones, insultos, golpes y, en los días malos, caricias.

    Sí, odiaba a los amantes complacientes. Le hacían sentir todavía más asco y odio, pues era aquella la peor forma de dominación. Al menos al ser maltratado podía aferrarse al dolor, pero cuando una mano paseaba por su piel con suavidad, no podía negarse a sí mismo en lo que se había convertido.

    Esto cambió cuando en él despertó la magia, señalándole como un Kurlah. Fue un momento digno de recordar. Estaba siendo arrastrado —no había otra forma de llamarlo, lo había agarrado de la trenza para tirar de él— hacia los aposentos de la regente, quien había oído maravillas de ese joven, cuando, al llegar a uno de los patios a cielo abierto, la luz de una superluna impactó en él directamente.

    Era la primera vez que aquello ocurría, pero bastó sólo con la caricia de un rayo de luna para que sus ojos cambiasen con un nuevo brillo peligroso. En sus manos apareció energía pura con la que acabó con esos soldados, y todavía con la electricidad brillando y chisporroteando entre sus dedos se presentó ante la reina, exigiendo su liberación, la cual le fue concedida con efecto inmediato bajo la amenaza de destruir la ciudad entera, cosa que Niko, lleno de sed de venganza y borracho de su nuevo poder, hizo sin dudarlo.

    Sin saber bien cómo controlar sus nuevos poderes, buscó una nueva población, esta vez de renovados, que pudiese ayudarle. Encontró, tras días caminando, un claro de bosque con una ciudad que, quizá por estar cerca de la Muralla de Acero, tenía un tamaño considerable y una tecnología algo distinta a la que estaba acostumbrado.

    Se presentó ante la reina, quien lo consagró al templo de la ciudad como sacerdote y mandó a su hija, otra Kurlah, para que le enseñase a controlar sus poderes a riesgo de que dañase a alguien o a sí mismo por accidente.

    Instalado en la ciudad y con un buen puesto en el sacerdocio, a Niko sólo le quedaba formar una familia, y si bien la idea de encamarse con una mujer no le hacía gracia —nunca habían estado en sus preferencias, mucho menos tras su etapa como prostituto—, terminó contrayendo nupcias con Makra, la princesa que le había ayudado.

    Fue, en realidad, un acuerdo tácito entre ambos. Ella también sentía la presión social por casarse, aunque su sexualidad se había decantado también por sus compañeras femeninas. Siendo buenos amigos debido a su destino compartido, Makra y Niko se casaron con la promesa de serse siempre sinceros, ya que la fidelidad, por razones obvias, quedaba fuera del acuerdo.

    Su vida ahora es la mejor que un varón lunar puede conseguir. Queda supeditado a la palabra de su esposa, si bien su amistad con ella le confiere ciertas libertades. No le falta la comida ni la ropa, puede entrenar tanto magia como lucha donde y cuando le plazca, tiene una cama cómoda que no comparte con nadie —ni siquiera con Makra— y, lo mejor de todo, puede acostarse con quien le dé la gana y no con quien más le pague a su dueña.

    Le gusta:
    —Dormitar en las ramas de algún árbol. Cuanto más alto, mejor.
    —Las noches con Makra. Cenan siempre juntos, vaciando una botella de vino y hablando de sus días, si han aprendido algo nuevo, si han conquistado a alguien… El buen cotilleo.
    —Ser un Kurlah. No tanto por los privilegios, sino porque le hace sentir poderoso. Invencible. Aunque tenga defectos, pues la perfección no existe, no deja de ser la clave para liberarse de sus captores.

    No le gusta:
    —Sentirse oprimido, obviamente, u obligado a hacer algo que no le apetece.
    —Compartir, sobre todo comida, aunque es más flexible en esta norma si está en algún tipo de misión.
    —Los elfos solares. Considera que son unos gilipollas y unos interesados de mierda.

    Información extra:
    —Si bien es costumbre entre los elfos que los hombres se dejen el cabello largo, él se lo cortó apenas escapó de los arcaicos y no ha vuelto a dejárselo crecer.
    —Cada día (cada noche, más bien) dedica en su templo una plegaria por las almas de su familia, cuyo recuerdo no ha podido borrar de su mente.
    —Aunque puede vivir de día sin mayor problema que el tener que protegerse los ojos, su vida es, como la de todo elfo lunar, eminentemente nocturna.
    -Hablando de sus ojos, éstos son rojos, pero se ponen blancos cuando utiliza magia.
    —El ciclo lunar no afecta sólo a sus capacidades, sino también a su temperamento. Así, en la luna nueva suele estar irritable o tristón, mientras que en la luna llena es raro verle sin una sonrisa.
    —No sabía leer hasta que Makra llegó a su vida, pero no es su actividad favorita.
    —Habla de sexo con todo el desparpajo del mundo, tanto del suto como del de otros.
    —Hace unos años, un muchacho humano llegó a su ciudad como itinerante. Niko vio en sus ojos dolor y odio, y al sentirse identificado no tuvo muchos reparos en acercarse a hablar con él. De vez en cuando se aparece por sus rutas favoritas y hablan mientras le ayuda a cazar.

    Aparienca:

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    Como sacerdote X | Como príncipe X





    ♛❀ Reino de Acier ❀♛


    Guardián cerró los ojos y bajó la cabeza, juntando la frente con el tronco de aquel gigantesco y antiguo árbol. Ese roble centenario había sido su punto de referencia, su primer aliado, quizá incluso algo así como un profesor, un refugio, un alimento y, sí, su primer protegido.

    El roble, con la lentitud que caracteriza a los árboles, fue estirando una de sus ramas hasta rodear con ella uno de los cuernos del dragón, a modo de abrazo, de caricia o de ambas cosas a la vez. Como respuesta, el gigantesco reptil soltó un suave y reverberante sonido, como el ronroneo de un felino.

    Estuvieron así largos minutos hasta que, por fin, Guardián se fue separando y el roble fue desenroscando su rama, en la que pronto se posó un pajarito. No, no era un ave, era en realidad un hadilla con alas emplumadas en preciosos azules.

    ¿Vas a irte ya? —preguntó el hada mientras cruzaba una pierna sobre la otra.

    Será lo mejor —respondió Guardián. Debió ser curioso aquello, pues no movió la boca, llena de afilados dientes, sino que, por decirlo de alguna forma, transmitió su voz telepáticamente.

    El viaje no es largo —se quejó el hada —. ¿Seguro que no quieres quedarte un poco más con nosotras? —añadió, alzándose en un suave revoloteo.

    La mirada del dragón se dulcificó un poco más. Acercó ahora su cabeza hacia la criatura, quien se abrazó a su morro, pasando sus pequeños dedos por las escamas negras.

    Si me quedo un poco más, no iré nunca.

    ¿Y eso sería tan malo? —preguntó otro hada, esta con alas de libélula, asentándose en la cabeza de Guardián, entre sus cuernos —Nunca nos han preocupado los asuntos humanos. ¿Por qué de pronto tanto interés?

    ¡Eso, eso! —se quejó de nuevo la emplumada —Los humanos ni siquiera saben que existimos. ¿Por qué te preocupan tanto de pronto?

    Dejadle —interrumpió una nueva voz, esta grave y cavernosa, anciana. El roble no tenía rostro, no había una boca que se moviese, pero sus palabras llegaban a todos igual que las palabras de Guardián —en paz —terminó la frase con ese ritmo lento y tranquilo de cualquier árbol —. Tiene… sus… motivos.

    Los humanos, quizá, se impacientarían a la hora de hablar con un árbol, especialmente uno tan anciano como aquel roble, pero las criaturas del bosque estaban acostumbradas y, de hecho, también solían tomarse su tiempo.

    ¡Pero, Roble…! —protestaron las dos hadas a la vez.

    No —dijo el árbol, consiguiendo interrumpirlas —. Guardián… ha tomado… su decisión… Nosotros… debemos… apoyarlo… y ayudarle… en… lo posible…

    Gracias, Roble —murmuró Guardián, volviendo a apoyar su frente en el tronco del árbol —. Mantendremos el contacto y vendré a visitaros cuando me sea posible. Mientras tanto… Confío en vosotras para mantener el bosque a salvo.

    Las hadas terminaron por abrazarse al dragón, quien cerró los ojos, moviendo la cola en un balanceo lento y ondulante como muestra afectiva. Al separarse, Guardián se frotó los cuernos cariñosamente contra Roble. Después, se fue alejando hasta un claro y, al tener suficiente espacio, extendió sus enormes alas y alzó el vuelo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Las gentes de Acier, tanto los arcanos y sus aliados como los que conspiraban contra ellos, se habían quedado totalmente paralizados en medio de sus labores habituales y giraban sus rostros estupefactos hacia un único punto.

    Una figura tan negra e imponente como era la de un dragón se había posado sobre la puerta oeste, aquella más cercana al Bosque de los Feéricos, y se erguía en toda su gloria, con las alas aún desplegadas y sus amarillos ojos clavados en el castillo.

    La tensión en el ambiente sólo era comparable al miedo. Todos habían oído y contado historias sobre aterradores dragones, cuya fuerza y poder les permitiría reducir Acier a polvo en una sola noche. Incluso los elfos que estaban en la ciudad se mostraban, cuanto menos, recelosos, pues si bien su relación con las criaturas mágicas era mucho más cordial que la que habían tenido históricamente los humanos, seguramente ninguno habría visto a un dragón vivo tan cerca.

    Un rayo de esperanza pareció inundarles cuando, desde el castillo, apareció otra figura, una criatura por todos conocida que se acercaba a la muralla. Era Brigette, la royalet de Étienne. Y, por extraño que pudiese sonar, tanto aquellos que conspiraban en contra del rey como los que lo defenderían en una revuelta popular, todos, sintieron alivio, como si la royalet estuviese desplegando sobre todos ellos un escudo.

    Brigette rodeó al dragón un par de veces, aprovechando que el gran reptil alado se había sentado y había replegado las alas, quedándose quieto como una estatua. Finalmente, aterrizó a su lado y ambos seres se miraron a los ojos, manteniendo una comunicación no verbal que escapaba al entendimiento de las gentes de Acier.

    Conteniendo el aliento, incapaces de regresar a sus tareas normales, vieron cómo, tras intensos segundos de espera, dragón y royalet juntaban sus cabezas, acariciándose los morros como dos pájaros o, quizá, caballos que se muestran afecto mutuo.

    Un grito se oyó en el sector de la ciudad más cercano a esa puerta cuando Brigette bajó a la avenida principal. No bien había posado sus patas en el suelo, todos (y aquí incluimos a los animales) se habían apartado del camino de la avenida, apretujándose contra los edificios de ser necesario y abrazando a sus hijos o amantes en un gesto de miedo y respeto.

    Brigette alzó la cabeza hacia la muralla y empezó a caminar hacia el castillo. Cuando hubo recorrido un par de metros, el dragón echó sus alas hacia atrás y se lanzó en picado al suelo, causando otro grito generalizado. Hizo un suave planeo, durante el cual su cuerpo se fue reduciendo y transformando en el de un hombre de poco más de metro ochenta. Las escamas se volvieron una túnica negra similar a la de los clérigos —aunque hacía unas décadas era moda corriente en aquel lugar—, sus alas se volvieron una capa y, cuando sus botas tocaron el suelo, sus cuernos eran una capucha que cubría su cabeza.

    Un niño, tan asustado como embelesado por aquel espectáculo, dejó caer su peluche al suelo sin siquiera darse cuenta de ello. El dragón se detuvo a la altura de aquel niño y se giró a mirarle con unos ojos de reptil que hicieron que la madre del niño tirase de él para alejarlo un poco más del camino.

    El dragón, fingiendo que no se había dado cuenta de esto, se acercó, tomó el peluche y se lo devolvió a aquel pequeño humano, sonriéndole con suavidad. El niño cogió su conejito de peluche, quedándose boquiabierto.

    ¡Gracias, señor dragón! —exclamó entonces con esa felicidad tan propia de los niños que, al parecer, su madre no compartía.

    El dragón sonrió un poco más y alzó una mano de afiladas garras, con alguna escama todavía en el dorso, para revolverle el pelo ante la aterrada mirada de su madre, quien sólo se relajó cuando esa criatura se alejó de su hijo y pudo ver que no le había causado mal alguno a su retoño.

    Tras aquel pequeño incidente, durante el cual Brigette se había detenido y girado a mirar, el dragón continuó la marcha hacia el castillo bajo la atenta mirada de un público confuso.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que había caminado por esas galerías? Guardián no estaba seguro, pero aventuraba que un decalustro o, bueno, cincuenta años. Y era extraño, pero todo era tan familiar como distinto, como si las cosas se mantuviesen como recordaba y, a la vez, no hubiese nada en su sitio.

    Sí, había cosas viejas, de la época del primer rey, pero también había cosas nuevas. Esas cortinas y las alfombras, por ejemplo, cuadros que no había visto nunca. También había cierto olor a magia que antes no estaba. Sabía que había habido una reina elfa hasta no hacía demasiado, imaginaba que se debía a ella aquel aroma.

    Brigette le llevó hasta los jardines reales, donde Guardián se detuvo, brevemente abrumado. Durante un instante, la visión de ese lugar le había traído recuerdos viejos, la sonrisa de Cezànne mientras le saludaba o el sonido de su risa mientras se burlaba de sus nulas habilidades sociales. Fue sólo un momento, hasta que sus ojos se terminaron de acostumbrar a la luz —había un cambio sustancial desde el oscuro interior del pasillo hasta la claridad del jardín— y pudo ver que no, aquel no era el jardín de Cezànne.

    La arquitectura era la misma. Los pórticos de esbeltas columnas, las fuentes y los bancos eran los mismos en los que había estado con su viejo amigo, pero las plantas, las flores, incluso la sensación, eran muy distintas.

    Empezaba a cuestionarse su decisión. Al menos, hasta que Brigette emitió un sonidito y una nueva figura entró en escena. Al ver al rey Étienne, Guardián desfrunció el ceño —ni siquiera se había dado cuenta de que lo tenía tenso— y se acercó un par de pasos, deteniéndose al ver el recelo en ese hombre.

    No era la viva imagen de Cezànne, pero era indudable que era familia directa suya. De hecho, se parecía más a su abuelo de lo que Lux podría haber soñado jamás. El dragón sólo pudo desear que su corazón se pareciese también al del fallecido monarca.

    Recobró la compostura y alzó la barbilla, no como muestra de altivez, sino como un animal que analiza un objetivo desde distintas perspectivas. Después, se retiró la capucha, mostrando que, contrario a lo que Acier pensaba, todavía salían de su cráneo dos negros cuernos que se curvaban suavemente hacia atrás.

    Étienne Lucien Faure-Demont de Acier —habló sin hablar, es decir, sin abrir la boca —. Yo, el guardián del Bosque de los Feéricos, he recibido tu mensaje y he decidido acudir en tu ayuda —diciendo esto, extendió sus manos hacia el rey, animándole a tomárselas, quizá —. Acéptame como escudo real, como compañero y como amigo.

    No parecía tener problemas en mirar a los ojos de un rey casi sin parpadear, en obviar títulos —no había nombrado Ferrot— o en ser imperativo ante la corona, pero eso se debía a que él no era un súbdito, ni de Étienne ni de Roble ni de nadie.

    Y no lo sería nunca.

    ♔★ Montañas Azules ★♔


    No despertó hasta que la luz del sol le golpeó en los ojos. Con un gruñidito, intentó taparse la cara, pero resultó que sus dos brazos estaban ocupados sirviendo uno de almohada para una muchacha y el otro de peluche para un chico, ambos de no más de veinticinco años.

    Respiró hondo y, una vez sus ojos se fueron acostumbrando a la luz, se fue moviendo con todo el cuidado del mundo para librarse de los agarres. Conseguida tan delicada misión, movió los dedos para recuperar el flujo de sangre normal, aunque se dio cuenta de que, quizá, no había sido tan delicado como esperaba cuando una mano de finos dedos empezó a acariciar su vientre.

    Se giró hacia su izquierda, donde la chica le miraba con una sonrisa aún adormilada.

    ¿Vas a irte ya? —le preguntó en un susurro ronroneante.

    Pronto, el otro se despertó también y lo demostró con unas caricias igual de suaves que las de su compañera, pero en una zona mucho más íntima que la que ella había tocado.

    Adri… —dijo en tono quejicoso —No nos hagas esto… Quédate con nosotros un poco más.

    ¡Por favor! —pidieron los dos entre risas, lanzándose en un ataque de pinza sobre el rastreador, quien cuando quiso darse cuenta tenía dos pares de labios jugando con su cuello y pecho.

    Estuvo muy tentado de rendirse a esas atenciones y revolver un poco más las sábanas, pero cuando su tripa refunfuñó ante la falta de comida, consiguió la fuerza de voluntad suficiente como para detener esa sesión de caricias y juegos previos al sexo, apartándose de los dos jóvenes, quienes pasaron a mirarle con pucheritos desde la cama mientras Adrien se aseaba y vestía.

    Lo siento, de verdad —decía al subirse los pantalones —, pero tengo que trabajar, y si cedo a jugar con vosotros un rato más, no saldré jamás de esta habitación.

    Vaya… —suspiró ella, recostándose en las almohadas en un gesto sensual y coqueto —Ha descubierto nuestro plan.

    Una lástima —añadió él con una mano sobre el cabecero y el otro brazo doblado tras su cabeza —. Porque ha sido una noche magnífica que no me importaría repetir una y otra y otra vez.

    Adrien soltó un resoplido divertido y negó con la cabeza.

    No estoy dándoos un adiós definitivo. ¿Quién sabe? Quizá esta noche vuelva aquí —dijo esto en voz baja, inclinándose sobre la cama para besar los pies de uno y de la otra. Se incorporó para colgarse el carcaj y el arco a la espalda —. Pero, por ahora, debo irme.

    ¡Hasta pronto! —se despidieron los dos amantes.

    Una vez la puerta se cerró, la chica se incorporó como movida por un resorte.

    ¡Mierda! ¡Se me ha olvidado cobrarle! —exclamó, a lo que su compañero suspiró con resignación, reacomodándose en la cama.

    Creo que, esta vez, se ha ganado que le invitásemos —dijo con una sonrisita, cerrando ya los ojos con la esperanza de tener un par de horas más de sueño.

    Ella frunció el ceño mientras apretaba y torcía los labios, pero sonrió al recordar a ese extraño vagabundo entre sus piernas y, con un suspiro, se dejó caer sobre las almohadas, abrazándose al chico.

    Sólo esta vez.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Nuestro hijo lleva tres días sin volver a casa —dijo el hombre. Abrazaba a su mujer, quien lloraba desconsolada sobre su pañuelo, pero él mismo estaba demasiado devastado como para serle un apoyo de forma efectiva —. Su nacimiento fue casi un milagro, ya no creíamos poder tener hijos… Es… Es la luz de nuestra vida.

    ¡Por favor! —suplicó la mujer en un sollozo —¡Por favor, encuentre a nuestro hijo!

    Adrien, con mirada seria, se limpió la salsa de la boca y apartó el plato vacío, asintiendo un par de veces.

    Está en la montaña, ¿verdad? ¿Para qué subió?

    Para coger zarzas silvestres —respondió el padre tras unos segundos de silencio en los que había intercambiado una mirada con su esposa —. Mi mujer hace unas tartas deliciosas y mi Jean siempre ha pensado que las bayas silvestres saben mucho mejor que cualquiera que pueda haber en el pueblo. Por eso en esta época del año sube un par de veces al mes y regresa con una cesta llena de frutas.

    Adrien asintió, frotándose el mentón con una mano mientras, con la otra, jugaba con un trozo de pan.

    ¿Subió sólo o le acompañaba alguien?

    Creo que… creo que iba con nuestro perro.

    Bien —Adrien volvió a asentir, comiéndose el pan con el que antes jugaba. Sesgó otro trozo y se lo comió también con un trago de cerveza aguada —. Necesito saber la altura, la edad y el peso aproximado de Jean, qué calzado llevaba, cómo es el perro y el material de la cesta y de su capa.

    ¿Y con esos datos podrá encontrarlo?

    Por supuesto. Pero —dijo, alzando un dedo con una mirada algo más dura que la que había mostrado hasta ahora —la naturaleza es muy peligrosa y, si lleva tres días desaparecido, no puedo garantizar encontrarlo con vida. Sé que es duro —añadió con más suavidad cuando la mujer volvió a romper a llorar —, pero necesito que estén preparados para enfrentarse a esa situación.

    Abrazados, padre y madre terminaron por asentir entre amargas lágrimas. Con la información que había pedido, Adrien salió de aquella posada diez o quince minutos después, masticando un nuevo trozo de pan. Se plantó frente a esa montaña, llamada azul por los extraños minerales que cubrían buena parte de su superficie, y tomó una honda bocanada de aire mientras empezaba a caminar.

    Silbó una vez, un sonido agudo, claro y alto, con una ligera vibración al final, y al cabo de pocos segundos un enorme perro negro apareció de entre unos matorrales y corrió al encuentro del hombre, correteando a su alrededor en busca de mimos y de lamotearle las manos, cosa que Adrien le concedió con una sonrisa, encantado de la vida, añadiendo al trato el resto del pan y un trozo de carne estofada que se había guardado en un bolsillo.

    Tras este encuentro, hombre y perro salieron juntos de la civilización.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lo había oído con gran claridad. Un grito de puro terror, no muy lejos de ahí. Diez, quince metros como mucho, hacia el noreste. Con el cuerpo tenso y el ceño fruncido, se acercó en esa dirección con una flecha en el arco, listo para dispararla, pero asomarse entre árboles y ver realmente lo que ocurrió, puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.

    Terminó lanzando la flecha, sí, pero ésta no mató a nadie ni a nada, sino que se clavó en un árbol, sirviendo únicamente como elemento disuasorio que consiguió que aquella mariposa gigante saliese volando hacia una alta rama, sin alejarse tampoco mucho de la zona.

    Adrien se acercó entonces al muchacho que temblaba en el suelo, intentando cubrirse con sus manos de un peligro inexistente. Cruzó los brazos sobre el pecho y alzó una ceja, frunciendo la otra.

    Hey —le llamó con un tono para nada amistoso —. Tú, el valiente guerrero —dijo con cierta sorna, ladeando la cabeza cuando, por fin, el chiquillo le miró. Había creído por un momento que podía tratarse de Jean, pero no coincidía en descripción física (además que Jean conocería la fauna local, claro) —. Si te pones así por una mariposa, ¿qué harás si te topas con algo realmente peligroso como, yo qué sé, un lobo o una planta carnívora?

    Resopló y terminó por compadecerse de él. Le tendió una mano para ayudarle a levantarse y, después, sacó de uno de sus múltiples bolsillos —era asombroso que supiese exactamente qué había en cada uno de ellos— un polvo dorado de olor dulzón.

    La mariposa pareció olerlo, porque movía sus antenas con curiosidad y parecía que sus alas temblaban de curiosidad. Adrien extendió su brazo, quedándose estático, y la mariposa terminó por bajar y posarse sobre sus hombros, comiéndose ese polvillo, que no era otra cosa que polvo de miel.

    Honestamente, era una mariposa increíblemente grande. Debía medir más de metro y medio con las dos alas extendidas, pero no dejaba de ser una mariposa. Ligera, tranquila, inofensiva. Y con unos colores preciosos, muy brillantes, pese a camuflarse perfectamente con las hojas y ramas del bosque debido a sus tonos rojizos, anaranjados y amarillos.

    Adrien movió despacio una mano y acarició la peluda cabeza de esa mariposa, girándose después al muchacho con una sonrisa tranquila.

    ¿Ves? —susurró muy calladamente —Corre más peligro ella que tú. Ha debido pensar que eras una flor al ver tus ropas, o quizá lleves algo dulce encima que le ha llamado la atención.

    La mariposa terminó de comer, se sacudió y, tal y como había llegado, se fue, perdiéndose entre las ramas. Adrien se sacudió las manos y volvió a ponerse serio al recordar su objetivo. Con un silbido, llamó a su compañero, quien no perdió el tiempo en acercarse al nuevo humano, olisqueándole el cuello sin ningún esfuerzo.

    ¿Te asusta mi perro? —dijo Adrien con cierta diversión al ver lo pálido que se había puesto el chico con la llegada de Cachorro. Esta vez podría decir en defensa del chico que más que un perro era un lobo, y que su tamaño era muy grande, pues sentado le llegaba a Adrien por el pecho. Y Adrien no era bajito, precisamente —Cachorro —le llamó, consiguiendo que el perro dejase de lamotearle la cara del chico y le mirase con las orejas tiesas —. Vigílale —ordenó, a lo que el animal se dejó caer sobre sus cuartos traseros y sacó la lengua con una especie de sonrisa, arrastrando la tierra del suelo al mover la cola de lado a lado —. Estoy trabajando, así que terminaré mi misión y luego vendré a por vosotros y te llevaré al pueblo. Porque al ritmo al que ibas, no creo que hubieses llegado muy lejos.

    Le dedicó una sonrisa torcida, llena de suficiencia y algo de burla, y se dio media vuelta sabiendo que no tendría que preocuparse por ese joven. Si intentaba irse, Cachorro tiraría de su ropa, se pondría en su camino o, en la peor de las situaciones, le gruñiría para mantenerlo quieto.

    Así que, sí, podía centrarse únicamente en encontrar al pequeño Jean.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Un perro no tiene noción alguna del tiempo. Un minuto, una hora o una semana, todo se le hacía igual de largo cuando Adrien se alejaba de su lado. Por suerte, la espera no parecía ser tan tortuosa ahora que ese otro humano se había decidido a brindarle mimos. ¡Y qué mimos! Cachorro estaba encantadísimo de la vida, tumbado bocarriba entre las hojas secas mientras las manos de ese chico le acariciaban la tripa y el cuello.

    Tanto le gustaba aquello que, cuando el humano paraba, el perro gruñía un poco y se revolvía hasta que volvía a recibir caricias.

    Por supuesto, nada de esto le impidió tensar las orejas y girarse abruptamente, olfateando el aire al reconocer el aroma de Adrien, que venía cubierto de algo más y acompañado del de otro humano. Esta vez no corrió a su encuentro, sino que se sentó junto al otro humano, tieso como un perro de caza, con sus orejotas bien alzadas, moviendo la cola al, por fin, ver a Adrien aparecer. Soltó un único ladrido, y sólo uno porque Adrien le chistó, y se removió un poco en el sitio, tranquilizándose apenas cuando el nuevo le acarició la cabeza.

    Adrien llegó totalmente manchado de algo pegajoso y, aunque transparente, de tonalidades rojizas. No era sangre, desde luego, pero por un momento podría parecerlo. Tanto su carcaj como sus flechas caían a un lado de su cuerpo, dejando así su espalda libre para un chaval de unos trece años que, todavía más pringado que el hombre, parecía inconsciente. Al menos, Cachorro podía oír el débil latido de su corazón.

    Adrien dejó su carga en el suelo, tumbándolo bocarriba, y se aseguró de que sus miembros no se pegasen a su cuerpo, separándole un poco brazos y piernas. Presionó dos dedos sobre su cuello y asintió sin desfruncir el ceño o sin destensar la mandíbula, sacando de un zurrón discreto un pequeño cuenco de madera con un mortero que en la punta tenía una piedra.

    Niño —llamó al chico al que había dejado con su perro —, cierra la boca y tráeme unas hojas de esas flores moradas de ahí —dijo, señalándole unas plantas que había bajo un árbol —. Y, ya que estás, rasca un poco de esa cosa amarilla del árbol.

    Quizá no sabía que esas flores se llamaban dedaleras, chupamieles, estralotes o una gran variedad más de nombrecitos distintos. Tampoco que lo que él quería utilizar se llamaba digitalina, y seguramente tampoco entendería los principios que regían sus propiedades. No sabía, igualmente, que esa cosa amarilla eran líquenes. Lo que sí sabía era que esas hojas estimulaban el corazón, y era lo que necesitaba en esos momentos para ese chiquillo, y que la cosa amarilla le facilitaría la ingesta al darle un mejor sabor. Aunque tampoco supiese que existía la palabra ingesta.

    Teniendo las hojas y el liquen en el cuenco, machacó todo, mezclándolo con un líquido que tenía en una petaca. No era agua, desde luego, pero le dio a la mezcla una textura más fluida. Con esto listo, puso la cabeza del chico en su regazo y, con cuidado, se la fue haciendo beber, comprobando su pulso en todo momento.

    Apartó al perro, quien se había acercado para lamotear al chico, y respiró hondo, cogiéndolo ahora en brazos mientras se ponía de pie.

    Será mejor que nos vayamos antes de que empiece a oscurecer —dijo con una voz que ya no tenía burla o diversión —. No te separes de mí si no quieres terminar como él —le dijo al otro chico mientras empezaba a caminar.

    Cachorro miró al humano, alzó las orejas y le sonrió mientras sacaba la lengua antes de corretear para ponerse al lado de Adrien.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El lobo había sido la primera señal del regreso del rastreador. Había aparecido en el pueblo y había ido en un gracioso trote hasta la panadería, donde estaban dos destrozados padres intentando trabajar mientras esperaban noticias sobre su hijo desaparecido. Al ver al animal, habían salido rápidamente de la tienda para acercarse al camino, donde recibieron a Adrien, que llevaba a Jean en brazos y era acompañado por otro joven.

    ¡Mi niño! —gritó la madre, sin atreverse a acercarse del todo —¿Está…?

    Está vivo —asintió Adrien —. Débil, pero vivo.

    ¡Gracias al os cielos! —exclamó ella, lanzándose por fin a abrazar a su pequeño, sin importarle que estuviese cubierto de aquel pringue extraño.

    El padre se acercó también y apretó la mano de Adrien antes de tomar a su hijo en brazos, besándole la frente.

    ¿Qué le… qué le ocurrió?

    Adrien suspiró, frotándose la nuca.

    Debió pararse a descansar, sin darse cuenta de que se había sentado en una flor. El polen le aturdió, los pétalos se cerraron y el capullo empezó a llenarse de esta guarrada roja —dijo con cierto desagrado —. Para bien o para mal, esa planta es de lentísima digestión. Aunque… —suspiró, acariciando la cabeza de Cachorro, que se había sentado a su lado —El perro no tuvo tanta suerte. Al ser pequeño, murió supongo que ayer.

    Es… es triste —reconoció el padre con los ojos llenos de lágrimas —, pero mi hijo está vivo y eso es lo único que importa.

    Gracias. Oh, gracias —sollozó la madre, tomando las dos manos de Adrien —. Reconozco que dudé cuando Marilone me habló de sus capacidades milagrosas de rastreador, pero… ¡Gracias! —terminó por abrazar a Adrien, quien estaba claramente incómodo con todo aquello, aunque palmeó suavemente la espalda de la mujer.

    Recomiendo que laven las ropas cuanto antes y que bañen a Jean con jabón de ceniza. Luego, llamen a un médico, por si puede ver en él algo que yo no, pero en principio con un buen cocido debería estar como nuevo en un par de días.

    Gracias —repitieron ambos, tomando luego la madre la palabra —. Venga esta tarde a la panadería, para que podamos darle el pago y agradecerle como es debido.

    Adrien sonrió un poco y se despidió con un gesto de la mano, viendo al matrimonio dirigirse a su casa entre lágrimas y sonrisas. Después, miró al joven adulto al que había salvado de una mariposa y le hizo un gesto con la cabeza.

    Tú también tienes cara de necesitar un buen cocido. Anda, ven conmigo, que te puedo conseguir una habitación donde descansar y un platazo de comida para chuparse los dedos.

    Con estas palabras, tomó camino entre las callejuelas del pueblo hasta llegar no a una posada, sino a un burdel en el que entró sin dudarlo ni un segundo seguido por su fiel perro. En menos que canta un gallo le habían salido dos personas al paso.

    ¡Adri! —canturreó la muchacha de aquella mañana. Iba a colgarse de su cuello, pero se detuvo al ver que estaba cubierto de alguna sustancia asquerosa —Ugh, querido, qué asco.

    Ya lo sé, Ylen, ya lo sé.

    ¿Dónde te has metido? —preguntó el otro chico, Meaut, tocando con un dedo el hombro del rastreador para luego mirar con cierto asco esa cosa pegajosa.

    He acuchillado una flor. Oye, ¿podéis prepararme un baño caliente? Y una habitación para el niño —se giró a mirar al susodicho con una sonrisita pilla —. Puedes llamar a tu cama a quien quieras, que invito yo.

    ¿Y tú, Adri? ¿Querrás que alguien vaya a tu cama?

    Esta noche no —dijo, negando ante los ojitos de cachorro de Ylen —. Estoy agotado. Pero quizá mañana antes de irme…

    Se encogió de hombros y, con una nueva sonrisa, subió las escaleras como si aquella fuese su casa.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El perro lobo estaba la mar de contento en un rincón de la habitación, mordisqueando un hueso mientras Adrien suspiraba de puro placer ante el maravilloso efecto del agua caliente sobre los músculos cansados. De pie sobre el cubo que le servía de bañera, se paseaba un trapo mojado por los brazos, sintiendo cómo éstos, agarrotados tras un intenso ejercicio abriéndole la mandíbula a la flor agonizante y luego cargando a Jean todo el camino —por no hablar de que había tenido que arrancarlo de un pringue medio solidificado—.

    Escuchó la puerta abrirse, luego un grito y una disculpa apurada, pero él no sólo no hizo ni el amago de cubrirse, sino que además se rio entre dientes.

    ¿Qué pasa, niño? —preguntó, girándose a mirar a su invitado inesperado —¿No has visto nunca a otro hombre desnudo? ¿O te ha impactado mi cuerpo por algún motivo? —sacudió la cabeza y terminó por salir del agua. De todas formas, él ya estaba limpio y el agua se estaba empezando a enfriar —Quizá traerte a un burdel no te parece lo más prudente, pero te puedo asegurar que no encontrarás mejores habitaciones. Sí, quizá la posada de enfrente sea más barata, pero seguramente en esos jergones haya chinches. Aquí las sábanas están limpias, los colchones saneados… Lo único de lo que puede importunarte es el ruido de las habitaciones vecinas, o quizá alguna chica un poco demasiado entusiasta. Pero mi experiencia dice que son los mejores lugares para descansar y desestresarte tras un largo camino.

    Había ido soltando su alegato mientras se vestía con ropas limpias. Las otras estaban hundidas en otro cubo de agua con jabón. Las tendería antes de dormir.

    Cuando terminó de vestirse, le hizo un gesto al muchacho para que le siguiese y bajó las escaleras, dejando al perro dentro de la habitación a modo de guardián. Salió del burdel tras sonreírle a los susurros discretos de Ylen y cruzó la calle para entrar en la posada que había justo delante del prostíbulo. Se dejó caer en una banca, invitando al otro a sentarse frente a él, y estiró los brazos.

    Ayer comí aquí un puchero de patatas, puerros y setas que le devolvería la vida a un muerto —le confesó en voz baja, inclinado sobre la mesa. Le guiñó un ojo y le tendió una mano —. Soy Adrien, por cierto. ¿Me dices tu nombre, al menos, ya que te he salvado el culo de una peligrosísima bestia? —dijo con la sonrisa torcida de burla.

    ❇☾Bosque de Ferrot☽❇


    Descorrió con una mano la cortina púrpura que separaba una sala de la otra a modo de puerta y, sigiloso como un asesino, entró en aquel baño, acercándose a su objetivo.

    Se trataba de una habitación amplia, con grandes ventanales de vidrio coloreado que hacían que la luz de la luna proyectase danzarinas formas en el suelo de piedra, jugando con el blanco de este material. Había varios muebles típicos de aquellas estancias, pero la auténtica protagonista era la bañera: una auténtica piscina excavada en el suelo a la que se entraba subiendo un par de peldaños y bajando después los que se considerasen oportunos, pues podían ser utilizados también de asiento, sumergiéndose el usuario hasta la cintura, hasta el pecho o hasta los hombros a placer.

    Makra estaba en el tercer peldaño, con las cálidas aguas perfumadas con flores rozando su clavícula. Tenía los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, sobre unos cojines. Nada de esto le impidió sacar del agua un puñal que rozó el cuello de su visitante cuando éste se inclinó sobre ella. Al abrir los ojos, sonrió, acariciándole la garganta con la afilada punta, sin hacerle realmente ningún daño.

    Esposo —saludó.

    Esposa —respondió Niko, inclinándose para besarla de forma superficial —. Tan radiante como siempre —se sentó en el borde, sin mojarse aún y cruzó las piernas, acariciando los largos cabellos plateados de Makra —. Ki’lon, te vas a ahogar.

    Apenas dijo esto, la superficie del agua se onduló y una cabeza femenina apareció entre las flores, respirando con cierta agitación. La princesa torció el morro y acarició la mejilla de Ki’lon.

    Pero, esposo, Ki’lon todavía no ha terminado su trabajo —se quejó en tono caprichoso.

    Y nunca lo terminará si muere en plena faena, ¿no crees? —se rio Niko, besándole la frente a Makra.

    Puedo volver a bajar —dijo la doncella, pero Makra negó con la cabeza.

    Mejor hazlo con las manos, me apetece besarte.

    Ki’lon no pareció tener que dudarlo mucho, pues pronto se movió hasta pegar su cuerpo al de la princesa, y mientras sus labios mojaban los de Makra, sus dedos acariciaban entre las piernas de la princesa, quien no tardó tampoco mucho en ponerse manos a la obra, apretando las nalgas de su amante y mordiendo su boca.

    Niko rodó los ojos y le hizo un gesto a uno de los criados para que le trajese una bebida mientras su esposa gemía entre los brazos de su doncella. Cuando las aguas se calmaron y ambas mujeres reposaron de forma más tranquila, Niko estaba recostado en el suelo, sobre unos cojines, comiendo uvas sin prestar mucha atención a las otras dos.

    Bueno —Makra llamó su atención mientras se echaba el pelo hacia atrás —. ¿Querías decirme algo? —preguntó, apartando a Ki’lon, quien salió del agua totalmente desnuda, siendo rápidamente envuelta en una toalla por uno de los sirvientes. Makra, por su parte, se giró, cruzando los brazos en el borde de la piscina y apoyando la barbilla sobre los mismos.

    Nada importante —dijo Niko, cogiendo una nueva uva —. Sólo quería preguntarte si te parece bien que mate a tu madre esta noche.

    Por la diosa —resopló Makra, divertida —. ¿Sigues con esa idea?

    La reina es vieja —comentó él como si tal cosa —. Es débil. Una persona débil no debe gobernar.

    Filosofía arcaica —suspiró la princesa —. Tu petición queda denegada.

    Bien, tenía que preguntar —Niko sonrió. Tampoco parecía demasiado triste por ver sus planes frustrados. Era, en realidad, una conversación que tenían semanalmente —. En otro orden de cosas… Me han dicho los árboles que Corr ronda cerca. Así que iré a tocarle las narices un rato.

    Me parece muy bien, pero… No entiendo —Makra ladeó un poco la cabeza —. ¿Por qué no te lo has follado aún?

    No lo sé —reconoció Niko con un encogimiento de hombros —. Supongo que disfruto demasiado de estos jueguecitos.

    Tú sabrás —dijo su esposa, cerrando los ojos —. Aunque Ki’lon y yo te podemos demostrar que se puede disfrutar de esos jueguecitos sin perder el elemento sexual.

    La citada elfa se rio suavemente desde el banco en el que se estaba cepillando el cabello. Al principio le había sorprendido que su princesa tuviese una amante de forma tan descarada, pero pronto había aprendido que el príncipe no sólo tomaba también a quien quería, sino que ni siquiera dormía con su esposa, algo que en otra sociedad habría sido inadmisible, pero que entre elfos lunares, sobre todo tratándose de un matrimonio de Kurlah, tampoco importaba mucho.

    Y es cierto también que al principio se había sentido cohibida de besar a la princesa delante del sacerdote, pero este no mostraba lujuria, molestia ni nada más que cierto aburrimiento ante el placer entre ambas. Y, después de todo, el sexo para los lunares no era un tabú, habiendo incluso algo así como una orgía ritual anual. Así que no había dudado tampoco demasiado a la hora de aceptar el puesto de amante de la princesa, un puesto que le otorgaba cierto poder y privilegios y que, además, le permitía estar con Makra y reír con Niko.

    ¿Cuánto tiempo crees que estarás jugando con ese humano? —preguntó Makra al cabo de un rato, saliendo del agua.

    Niko rápidamente se puso en pie, cubriéndola con una suave toalla. La diferencia de altura era considerable, sobre todo porque él no era demasiado alto, ni siquiera llegaba al metro ochenta, así que ella, que además era alta, le sacaba casi una cabeza.

    No lo sé. ¿Un día, quizá dos? —sonrió, despreocupado, mientras tomaba un cepillo para desenredar la melena de su esposa —Te avisaré si me retraso mucho.

    En ese caso, sólo puedo desear que te lo pases bien —le sonrió, dándole un besito en la nariz.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Si había algo que a Niko le gustase hacer sin necesidad de un compañero era, desde luego, separarse del suelo. Moverse entre las ramas más altas, colgarse bocabajo de ellas o dormitar entre nidos de pájaro, conseguir las frutas más jugosas y ver el mundo desde la altura. Le hacía sentir cierto vértigo, pero a la vez poder, pues no eran muchos los que podían trepar hasta ahí, mucho menos los que se movían como lo hacía él.

    Después de todo, los elfos lunares tenían cuerpos mejor adaptados a la vida subterránea que a la aérea. Pero él era más delgado que la mayoría, con menos masa muscular, por lo que era más ligero y podía permitirse esos lujos.

    Así, saltando de rama en rama consiguió llegar en un periquete a su objetivo. Corr le había llamado la atención desde la primera vez que lo había visto, hacía ya unos quince años, más o menos. Era también el tiempo aproximado que llevaba viviendo en esa ciudad renovada, el tiempo que llevaba siendo libre.

    Le había visto crecer y pasar de ser un muchachito lleno de rabia a ser un apuesto hombretón todavía cabreado, pero más temperado. De alguna forma, se sentía orgulloso de él, y esperaba que Corr le apreciase tanto como Niko apreciaba a Corr.

    Se descolgó de las ramas con ayuda de una liana, quedando colgando bocabajo justo al lado de Corr. Le sopló suavemente al cuello y contuvo la risa al verlo sobresaltarse.

    Hola, caracola —se rio, tomando impulso para volver a tener la cabeza por encima de los pies.

    Su acento era duro y rasposo, con unas erres y jotas bastante marcadas, pero a la vez sus eses eran suaves, creando un contraste extraño y exótico. Su poblado, tan cercano a Acier, solía hablar la lengua de los humanos, si bien en ceremonias o en privado utilizaban su idioma élfico.

    Se soltó y cayó al suelo con la elegancia de un gato. Rápidamente tomó entre sus manos a Charlotte, acariciándola y sonriendo ante sus gorjeos de saludo de una forma bastante cariñosa

    ¿Qué hacemos tan cerca de ese barrio de solares? —se quejó, como si alguien le hubiese obligado a ir hasta ahí en vez de haber sido su idea, y sólo suya, seguir a Corr —Sólo hay gilipollas con palos bien metidos por el culo y un par de críos igual de insoportables.

    Con todo, no dudó mucho en acompañar al ambulante hacia el poblado, escuchando su plan de robar un caballo para hacerlo pasar por unicornio. Si el plan era cabrear a los solares, Niko desde luego que se apuntaba. Y se lo dijo al humano con esas mismas palabras y una sonrisa deslumbrante.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El caballo parecía algo inquieto, pese a las caricias de Corr, aunque no era tampoco de extrañar. A poco menos de dos metros de él, Niko estaba utilizando su magia.

    En una vida anterior, decía, había sido herrero, por lo que conocía los materiales y las técnicas. Así, no le había costado mucho encontrar las lascas adecuadas y, con ayuda de Corr, había montado una especie de horno de adobe en el que estaba fundiendo, dentro de una perola, las lascas, aumentando el calor del fuego con su magia de energía.

    Con los ojos totalmente blancos y su corto pelo flotando alrededor de su cabeza, igual que sus ropas de sacerdote —eran, por decirlo de alguna forma, sus ropas de diario, a parte de las de trabajo—, empezó a mover las manos, y como si fuesen instrumentistas siguiendo las indicaciones del director de orquesta, gotas de metal fundido se fueron alzando en el aire, juntándose y tomando una forma cónica.

    Había sido un proceso largo, todo hay que decirlo. Robar el caballo había sido la parte fácil, pero una vez se habían considerado a salvo, habían pasado algo así como dos horas en ese pequeño claro, a la orilla del río, Corr cuidando del caballo y de Charlotte, Niko trabajando en un cuerno falso.

    Hundió el cono en el agua y, con una piedra, empezó a frotarlo, limando las impurezas y dándole un poco de mejor forma. Al terminar, se lo pasó a Corr con una sonrisa cansada.

    Aún está caliente —le advirtió, dejándose caer en el suelo con los brazos abiertos —. Tengo una idea —dijo, mirando al humano, que inspeccionaba el cuerno metálico con el ceño fruncido —. ¿Por qué no me recompensas por mi increíble labor con un buen polvazo? —soltó una risotada al ver la reacción de Corr: se había puesto rojo y, de lo nervioso, se le había caído el cono al suelo —¡Oh, venga ya! ¡Siempre haces lo mismo! —se quejó Niko, deslizándose hasta él y acariciándole el mentón —Un poco de sexo no nos haría mal. De hecho, nos podría hacer mucho bien. Incluso te dejaría que me la metieses —le susurró en un tono sensual, casi rozando sus labios con los del otro, pero terminó por separarse con una nueva risa, sacudiendo la cabeza —. Calma, calma… Ni que fuese a obligarte o algo.

    Suspiró, encogiéndose de hombros en señal de rendición, y se sentó cerca, con la espalda contra un árbol. Ahora parecía tener ligeras ojeras bajo los ojos. Podía deberse a que era de día —colgaban de su cuello unas gafas oscuras con las que se había estado protegiendo del sol—, pero seguramente era más por la magia que había estado usando.

    Hoy estás muy callado. ¿No me cuentas nada? Dime al menos para qué quieres que este pobre animal se ponga un cuerno en la frente —pidió con un pucherito adorable, teniendo las manos para acariciar la cabeza del caballo.


    Edited by Bananna - 20/12/2019, 20:31
  7. .
    —Collinghton.

    Al escuchar su apellido, Jeremy se giró hacia la puerta, viendo a uno de esos hombres entrar con una bandeja en la habitación donde lo tenían confinado. Este hombre, tenía entendido que se llamaba Luke, cerró la puerta a sus espaldas y se sentó frente a él, dejando la bandeja entre medios. Había dos vasos, una botella, dos platos con guiso y un panecillo que partió en dos.

    Jeremy procuró fingir absoluto desinterés y giró la cabeza hacia otro lado, manteniéndose sentado con la espalda perfectamente recta y las manos en el regazo. ¿Por qué iba a mostrar ningún tipo de debilidad, así fuese hambre, frente a los tipos que lo tenían secuestrado?

    Había sido apenas llegar a la casa. Uno de ellos lo había invitado a entrar en la cocina para verla, y en ese momento le habían golpeado por detrás. Al despertarse, se había encontrado maniatado en esa habitación, suponía que el sótano, con las ventanas demasiado altas como para alcanzarlas y la puerta cerrada con llave desde fuera.

    Podría haber intentado salir, pero estaba totalmente desarmado y había contado cinco voces distintas en total pululando por la casa. Si supiese luchar como Zynn, o si tuviese los ases bajo la manga de Wilson… Pero lo suyo eran las cerraduras y cierto grado de persuasión, así que su mejor opción era quedarse quieto y esperar a que viniesen a buscarle. Eso sí, desatándose las manos, cosa que había hecho que uno de sus secuestradores gruñese al verle. Si le habían dejado en paz era, seguramente, porque no estaba dando ruido alguno.

    Cierto era que se había maldecido a sí mismo por no haber insistido en llevarse precisamente a Wilson o a Zynn… Murdoc seguramente también habría evitado esto. Pero al poco había negado con la cabeza. Lo hecho, hecho estaba, y desear cambiar algo no iba a servir de nada.

    —Morirte de hambre no te servirá de nada —le dijo Luke tras las primeras dos cucharadas. Tenía cierto acento mexicano que casaba muy bien con su piel ligeramente oscura —. Venga, Collinghton, que los otros querían dejarte pasar hambre, no me hagas quedar mal —añadió con una pequeña risa.

    —Si lo que pretende es que me sienta en deuda con usted, quizá debería cejar en su empeño —le respondió Jeremy sin siquiera mirarle, aunque con el ceño fruncido.

    —A ver —volvió a hablar el hombre con un largo suspiro —. Si no vas a comer, cojo la bandeja, me voy y aquí fiesta y después gloria. Vamos a coger a tu jefe comas o no, así que tú dirás.

    Jeremy enarcó una ceja y se giró a mirarle con una sonrisa condescendiente.

    —Está usted muy seguro de que van a poder atraparle, ¿no cree? —con estas palabras, hizo que una sonrisa llena de confianza iluminase la cara del tal Luke, quien se inclinó un poco hacia el frente.

    —Por supuesto que vamos a poder. Sabemos que no va a dejar a ningún miembro de su banda en peligro y contamos con ventaja estratégica.

    —Van a morir todos ustedes —suspiró Jeremy, todavía sonriendo.

    —Entonces consideraré esto mi última cena —se burló Luke.

    Jeremy le miró unos segundos antes de rodar los ojos y coger su plato humeante, empezando a comer. Esto debió complacer mucho al mexicano, porque sirvió los vasos con un claro buen humor.

    —Oye, Collinghton —le llamó tras un rato de silencio —. ¿Puedo hacerte una pregunta sobre tu banda?

    —Nada de lo que usted pregunte cambiará el resultado de este intento fallido —Jeremy se reajustó las gafas, dando un sorbo al whiskey barato que le había servido.

    —¿Es cierto que tenéis un nuevo miembro en la banda?

    Jeremy se lo pensó unos segundos antes de asentir.

    —Así es, pero dado que su identidad no ha sido revelada en ningún canal oficial…

    —Ni madres, no necesito nombres —se encogió de hombros —. Aunque ese wey debe ser hueso duro. ¡Oí que se cargó a cuatro tipos él sólo!

    —Y yendo desarmado —aseguró Jeremy con cierta malicia —. Bien podría usted ponerse a rezar para que no venga a por mí.

    —Puede que lo haga, no te voy a decir que no.

    Hubo otro rato de silencio mientras uno comía con ganas y el otro le observaba en silencio, comiendo más moderadamente. Jeremy, finalmente, se atrevió a preguntar algo que iba rondando en su cabeza desde hacía un buen rato.

    —Parece usted distinto al resto —al ver cómo le miraba, como preguntándole con los ojos a qué se refería, suspiró y se peinó un poco con los dedos —. Quiero decir, no parece alguien que encaje en esa banda. Los otros parecen unos brutos sin sentimientos.

    —Lo son —afirmó Luke, con la boca medio llena de comida. Tragó y se limpió los labios con la manga —. Aunque tú tampoco pareces un miembro de la banda de Joyce.

    —Mi familia es variopinta.

    —¿Consideras a tu banda como tu familia? —parecía haber cierta ensoñación en su voz —Eso es bonito. Yo una vez tuve algo parecido.

    —¿Una banda o una familia?

    —¡Ambos! —sonrió ampliamente y sacudió la cabeza —¿Conoces a Billy Wright?

    —Difícil no conocerlo. O, al menos, su fama sanguinaria y cruel.

    —Es cierto, ese cabrón es un hijueputa de los gordos. ¿Has oído hablar de los niños de El Realito?

    —Tres niños ahorcados con los intestinos de sus padres —susurró Jeremy con un escalofrío, bajando el pan que iba a morder mientras Luke asentía.

    —Aquello es lo que más fama le ha dado, sí, aunque no es lo habitual.

    —Por supuesto —dijo Jeremy con el ceño fruncido por el desagrado de la escena mental —. Nos quedaríamos sin niños si siempre fuese así.

    —No es mal hombre —comentó Luke con un suspiro nostálgico —. Con sus hombres nunca. Siempre nos cuidó y veló por nosotros. Supongo que igual que tu Joyce.

    —Pero —Jeremy prefirió pasar por alto la referencia a su jefe —, si tan fantástico es, ¿por qué está usted aquí y no con él?

    Luke se rascó la barba, pensativo, antes de acomodarse mejor en el suelo. La conversación iba a alargarse. Curiosamente, Jeremy se sentía muy a gusto con él, incluso siendo su secuestrador. No le importaría quedarse de cháchara hasta que Joyce llegase para sacarle de allí.

    —Uno de sus hombres de mayor confianza le dijo al viejo Billy que había robado para mí parte de un botín. No era cierto, pero Billy ni dudó en la palabra de ese wey —dio un buen mordisco al pan y tragó su vaso de a una, volviendo a llenarlo después y sirviendo también al inglés —. Yo estaba seguro de que me mataría. ¡La norma era firme al respecto! Pero Billy sólo me miró con cara de decepción y me dijo que me largase antes de que se arrepintiese. Y yo corrí hasta encontrar a estos idiotas.

    —Joyce te habría defendido —susurró Jeremy. Parpadeó y de pronto se enderezó y carraspeó, sintiendo sus mejillas arder —. ¡A usted! Quiero decir…

    Con las risas de Luke de fondo, el inglés deseó que se lo tragase la tierra en esos momentos.

    *****


    Había pasado toda la mañana sentado en ese colchón, con la cabeza de Joyce sobre el vientre y sus propios dedos acariciando el pelo del forajido. Al parecer, esas interminables caricias habían conseguido mantener a Joyce quieto y más o menos relajado hasta que se había terminado por dormir, momento que Wilson había aprovechado para levantarse y estirarse un poco.

    Lo había acomodado en ese dichoso colchón con cuidado, tapándolo bien con una manta, y le había besado una sien. Después, se había quedado unos largos segundos mirándole, simplemente mirándole mientras le acariciaba el pelo un poco más.

    No entendía qué clase de magnetismo tenía ese hombre. Él, que siempre había actuado con la lógica por delante, se había visto sumido en una espiral de emociones y sinsentidos que lo habían dejado completamente desarmado y lo estaban enfrentando a situaciones ante las que no tenía muy claro cómo debía responder.

    Esa era una posición nueva, desconocida y, por qué callarlo, incómoda. No tenía un plan de acción. No tenía una salida de emergencia. Lo único que tenía era esa angustiante sensación de que separarse de Joyce sería algo que lamentaría el resto de su vida. Mary Su había insinuado que aquello era amor —o, al menos, el inicio de un amor— y a Wilson la sola idea le acojonaba, a falta de una palabra mejor, pero sabía que había llegado a un punto de no retorno y que lo único que podía hacer realmente era seguir avanzando.

    Además, debía reconocer que aquello tenía un puntillo de emocionante. El descubrir algo nuevo que no le hacía sentir… como se había sentido siempre. Aunque, por otra parte, sentía al mismo tiempo que no se merecía que Joyce le mirase así, que le sonriese así, que le abrazase así.

    Así. Como estaba haciendo en esos momentos desde el patio, saludándole. Wilson sonrió automáticamente, sin siquiera pensárselo, y alzó la mano para devolverle el saludo desde la ventana del dormitorio.

    A la hora de la comida, viendo que Joyce ya no tenía fiebre y que parecía encontrarse mejor, le había dejado salir a jugar con la condición de que se lo tomase con calma. No estaba muy seguro de si le estaba haciendo caso o no, pero de todas formas no quería encerrarlo todo el día, sabiendo lo mucho que le gustaba moverse libremente.

    Por eso, había subido a esa habitación que compartía casi toda la banda —cosa que no le gustaba nada; habría preferido pagarse su dormitorio en donde Hilda, como la última vez, pero se estaba empezando a acostumbrar a dormir junto al calor de Joyce, por lo que se había resignado— para ordenarla un poco y poder leer y tomarse un té con calma mientras Susan se encargaba de la lección de hoy de los niños. No sabía si habían terminado o si estaban de receso, porque también veía a los Symon jugando con Joyce, Rebecca y Rita.

    Se llevó la taza a los labios y dio un sorbo sin dejarse sorprender por el carraspeo que escuchó a sus espaldas, desde la puerta. Era cierto que la mujer había sido muy cuidadosa en no dejar que sus pasos se oyesen, pero había cometido el error de seguir llevando el perfume de la noche anterior y, en fin, Wilson tenía un olfato fino.

    —¿Vigilando a tu juguete?

    Wilson bajó la taza y ladeó un poco la cabeza, sin llegar a girarse en ningún momento. No le hacía falta verla para saber que Arjana se estaba apoyando en el marco de la puerta.

    —¿Juguete? —preguntó con voz distraída. Alargó una mano para coger una galleta de manzana que había en un platito, sobre el alféizar de la ventana.

    —Brai, claro —dijo Arjana, enarcando una ceja mientras fruncía la otra —. Murdoc me ha hablado de ti.

    Fue ahora el turno de enarcar una ceja, mientras un «por supuesto» cruzaba su mente. Mordió la galleta y le sonrió a Joyce cuando le vio buscarle de nuevo tras la ventana. Imaginaba que no podía ver a la exesclava, o de otra forma la estaría saludando efusivamente.

    —Joyce no es un juguete.

    —No te hagas el tonto —se quejó la mujer —. Conozco a los hombres como tú. Guapos, con labia, inteligentes… No veis a los demás como iguales a vosotros, son sólo como… —bajó la mirada, buscando la palabra.

    —¿Peones? —se le escapó una pequeña sonrisa al escuchar a Arjana chasquear la lengua.

    —Peones —afirmó ella con un resoplido —. Simples peones con los que jugar a tu placer.

    —Pareces muy segura de lo que dices.

    —¡Lo estoy! ¿Por qué otro motivo ibas a estar con alguien como Joyce? —Wilson ladeó un poco la cabeza, terminándose la galleta. Arjana, impaciente, gruñó un poco —Sois de mundos distintos y no hay forma de que los tipos como tú tengan algo real con los tipos como él. No es fino ni elegante, roba y mata para vivir… ¡Y él mira a la gente cuando le hablan!

    Esta pataleta no parecía tener efecto alguno en el ladrón, quien prefirió terminarse su té, en vez de girarse a mirar a la prostituta. Ella volvió a gruñir y cogió de su cinto el látigo, desenroscándolo en silencio.

    —¡Maldito inglés! —exclamó, volviendo a patear el suelo al seguir sin obtener respuesta alguna —¿Crees que porque soy negra, puta y mujer puedes pasar de mi cara de esta manera?

    Dicho esto, su látigo restalló en el aire, pero en vez de golpear la espalda de Wilson, como Arjana había esperado, se enroscó en la muñeca del hombre, quien había alzado la mano para detenerlo, sin hacerle ningún daño. Arjana se quedó helada unos segundos, cosa que el inglés aprovechó para dar un tirón que le arrancó el látigo de las manos.

    —Vaya… —susurró Wilson mientras sopesaba el látigo en sus manos, dándose por fin la vuelta, aunque con los ojos fijos en el arma, no en la mujer anonadada que había frente a él —Es un bonito simbolismo —restalló el látigo, golpeando el aire sin siquiera acercarse a Arjana, quien igualmente retrocedió un paso, intimidada —. Has cogido el arma con el que te torturaron y la has convertido en tu marca personal, ¿verdad? Eso me gusta de ti. Sin embargo… Creo que es lo único.

    Al decir esto, Wilson alzó los ojos hacia la mujer, quien pasó de sentir intimidación a sentir auténtico miedo. Aquella no era la mirada de un inglés refinado y pijo que no se ha manchado en su puta vida, sin la de un hombre despiadado que ha sesgado más de una vida con sus propias manos. Pero ¿cuál era la realidad? ¿O eran ambas simples máscaras que ocultaban una tercera mirada?

    Wilson dio un paso hacia ella y ella retrocedió, tragando saliva. Intentó controlar el temblor de sus manos, pero no pudo cuando vio a Wilson acariciar el látigo de una forma que se le hizo similar a como lo hacía su patrón antes de castigar a los esclavos negros de su propiedad. Casi desearía que hubiese seguido ignorándola.

    —Mírate —volvió a hablar Wilson con esa voz odiosamente aterciopelada que parecía preludiar una risa sádica que no llegaba nunca —. Eres una mujer fuerte, poderosa e invencible cuando tienes tu látigo, pero en cuanto lo pierdes pasas a ser la misma niña asustada que seguramente se aferraba a su madre antes de que la arrancasen de sus brazos para venderla.

    Arjana volvió a retroceder ante sus palabras, chocándose con la pared en su intento de huida. Quiso recuperar terreno o, al menos, poder salir de allí, pero Wilson se deslizó como un gato hasta quedar frente a ella, imposibilitándole cualquier movimiento.

    Se esperaba que la cogiese del mentón o que le acariciase una mejilla, pero Wilson mantuvo cierta distancia con ella, sin llegar a tocarla en ningún momento. Y no sabía qué la inquietaba más.

    —Me da igual que seas blanca, negra o azul. No me importa que seas una mujer, un hombre, las dos cosas o ninguna. Y tu profesión me la trae al pairo. No, querida Arjana —le susurró, con esa voz que parecía una caricia envenenada —. Lo que realmente me importa, lo que me hace juzgarte, es tu osadía a venir a por mí y hablarme como si me conocieras cuando, en realidad, no tienes ni puta idea de quién soy. Y todo… ¿por qué? ¿Porque Joyce no quiere ir contigo? —su risa fue igual de estremecedora que sus palabras, y la sonrisa que se le quedó en el rostro no ayudó en lo absoluto a calmar los latidos de Arjana —Siento que eres tú quien lo ve como un juguete. Así que, ¿por qué no nos haces un favor a los dos, terminas esta rabieta sinsentido y me dejas en paz de una jodida vez?

    Dicho esto, le devolvió el látigo, bien enrollado, y salió de la habitación, consiguiendo que Arjana soltase todo el aire que había contenido en sus pulmones sin darse ni cuenta.

    —¿Qué demonios acaba de ocurrir? —se preguntó, abrazándose a sí misma.

    *****


    —¡No puede ser! —se rio Luke con una carcajada.

    —¡No es divertido en lo absoluto!

    —¡Claro que no! ¡Es absurdo! —se siguió riendo Luke —Chinga la madre… ¿De verdad te ibas a chingar a ese wey sabiendo que tu jefe bebía los vientos por él?

    —¡No lo pensé! —se quejó Jeremy, frotándose los ojos bajo las gafas. No sabía muy bien cómo había terminado por contarle el drama que había venido con Wilson, pero estaba siendo bastante liberador —Ese hombre es… Es difícil, ¿vale? Es persuasivo, tiene algo que te hace sentir… electricidad estática. Tiene los encantos de una prostituta, pero sin ser apabullante como ellas. No, es más… Dulce. Suave —frunció el ceño con los ojos fijos ahora en un punto indeterminado del suelo —. Te analiza y luego pulsa los botones exactos para hacerte bailar. Lo he visto manipular a vendedores, mayordomos y policías con una facilidad que da miedo.

    —¿Sabes, Collinghton? —Luke le señaló con un dedo, sosteniendo en esa mano su vaso con whiskey —Ese tal Wilson… Me recuerda al hijueputa que hizo que me echasen de la banda de Billy.

    —¿En serio? —Jeremy mostró genuino interés. Mientras Luke bebía, apoyó la nuca en la pared y se abrazó a sus rodillas, buscando ponerse cómodo.

    —Entró en la banda de un día para otro —Luke hizo un gesto vago, como si buscase poner en orden los acontecimientos —. Billy a veces se iba unos días de vez en cuando para Dios sabe qué, y tras uno de estos viajes volvió con un chico. No sé, si yo tenía veintitrés ese wey tendría… diecisiete o así.

    —¡Diecisiete! ¿Y cómo alguien tan joven se hizo…? —se vio interrumpido por un gesto del mexicano, quien le sonrió, complacido por tener toda su atención, antes de seguir hablando.

    —Era listo, el muy cabrón. Se quedaba quieto y callado mientras discutíamos, y de pronto daba un paso al frente y soltaba su plan maestro. Y, claro, todos callados como putas escuchándole, porque el cabrón no dejaba nada al azar, no, no, no. Lo único que había que hacer era jugar el papel que te tocase y disfrutar del botín —Luke suspiró, frotándose la nuca —. No sé cómo se las apañaba, pero muertes hubo pocas durante ese tiempo. Tenía un talento para el crimen, supongo.

    Se quedó callado unos segundos, mirando hacia arriba. Le había parecido oír algo, pero al no haber gritos ni disparos, supuso que no había sido nada y volvió a mirar a Jeremy.

    —Sólo lo vi matar una vez —alzó el dedo índice de una mano para remarcar sus palabras —. Debió haber algo que no había previsto, supongo, porque cuando fui a reunirme con él, lo encontré sentado sobre un hombre, salpicado de sangre. Y cuando me miró, sentí como si me clavase un cuchillo en la tripa —se frotó el vientre, como reviviendo aquella sensación —. Había dos cadáveres más, todos con armas cerca, pero no había habido ni un disparo. El wey se cargó a los tres a golpes y navajazos, ¡y mira que eran más grandes que yo! —Jeremy se mostró sorprendido, y es que Luke no le andaba muy a la zaga a Murdoc en altura —El chico este se levantó, se limpió la sangre y se puso su chaqueta para ocultar las manchas de la ropa, supongo. Después, me hizo un gesto y siguió con el plan como si nada.

    —Suena a algo… bastante impresionante, la verdad —entonces, una chispa encendió la luz en la mente de Jeremy —. ¿Ese chico era… Lucky Wall? —preguntó con cautela, y al ver a Luke asentir, dio un golpe en el suelo —¡Imposible! ¡Creía que era un mito!

    —Nada de mitos —dijo el mexicano —. Ese wey es bien real, eh. ¡Chinga su madre el cabrón, no lo detuvieron ni una vez!

    —Pero no se sabe nada de él desde hace años. ¿Ha muerto?

    —¿Muerto? No lo sé. Puede, pero no lo creo —volvió a suspirar, encogiéndose de hombros —. Lo último que oí de él fue que se peleó con Billy y se fue por donde había venido. Supongo que entró en la banda, consiguió lo que quería y adiós muy buenas.

    El silencio se instaló entre ellos. Luke prefirió dar otro trago mientras que Jeremy cerró los ojos, pensando. Ese tal Lucky Wall… Lo que Luke le acababa de contar, aquello de que matase a tres hombres sin salir herido, le recordaba tanto a Wilson que llegó a pensar que podía tratarse de la misma persona.

    Pero, de ser así… ¿Acaso buscaba conseguir algo a través de los hombres de Joyce?

    *****


    —¿Confías en mí? —susurró Wilson, acariciando la mejilla de Joyce con delicadeza.

    Cuando le vio asentir, le sonrió y se inclinó para besarle, primero en los labios —esto le costó un poco, sintiéndose observado por dos animales y una joven escritora— y después en la frente. Suspiró al verse atraído para un abrazo, pero se dejó apretar, aprovechando para besarle ahora en la mejilla, y se aseguró de cubrirlo bien con una manta antes de incorporarse.

    —Buenas noches, Joyce —se despidió con una sonrisa dulce.

    Se giró y, procurando rodear a Rita y Rebecca para evitar un ataque doble, recolocó las mantas con las que los gemelos, ya dormidos, se cubrían. Miró luego a Susan y se despidió de ella con un gesto de sombrero, sonriendo un poco al ver a la rubia lanzarle un beso.

    Cerró la puerta de la habitación y soltó un larguísimo suspiro. Se frotó los ojos con dos dedos y bajó las escaleras, saltando sin problemas a un borracho que había colapsado cuando intentaba subir con alguna chica. Vio a Zynn en una mesa, afilando sus cuchillos con un vaso al lado, y se detuvo frente a él, con una mano en la mesa.

    —¿Estás listo?

    Zynn le miró y se puso en pie, guardándose las dagas antes de girarse para salir del Lupanar. Fuera había dos caballos esperándoles, y en ellos se subieron, poniendo rumbo directamente al galope hacia la casa.

    Cuando a media tarde no había aún noticia alguna de Jeremy, Wilson había empezado a mosquearse. Una rápida mirada le dejó claro que Murdoc y Zynn estaban igual, pero Joyce parecía tranquilo —quizá el hecho de estar pachucho aún le había reducido ese instinto de fenómeno que tenía— y los Symon simplemente estaban demasiado ocupados en que Susan no les riñese demasiado, así que no había querido armar revuelo al respecto.

    Una conversación corta con Murdoc y Zynn había bastado no sólo para ver unanimidad, pues los tres estaban seguros de que habían capturado a Jeremy para usarlo de cebo, sino para establecer un plan de acción. Asegurando que Jeremy estaba teniendo problemas con la negociación, Murdoc se quedaría para cuidar del fuerte y asegurarse que Joyce no hiciese tonterías mientras Zynn y Wilson, que ya se habían estudiado los planos de su futura guarida, rescataban al inglés.

    Por eso, el viaje transcurrió en completo silencio. No hacía falta hablar más, al menos no hasta que tuviesen nueva información. Cuánta gente había en la casa, qué armas tenían… Y, cuando llegaron a aquella casa, tampoco les hizo falta dar muchas vueltas. Wilson no sabía quiénes eran aquellos tipos, pero desde luego no eran las estrellas más brillantes del firmamento.

    Había cuatro vigilando las entradas, seguramente un quinto estaría con el prisionero. Miró a Zynn, quien simplemente hizo un pequeño asentimiento antes de empezar a rodear el flanco este de la casa. Wilson se ajustó el sombrero y se deslizó por la fachada oeste.

    No hubo gritos, no hubo disparos. Sólo el sonido de una afiladísima cuchilla cortando el aire y luego la carne y un par de cuerpos cayendo al suelo.

    Volvió a encontrarse con Zynn dentro de la casa. Mientras el inglés se recolocaba los puños, el ucraniano hizo un gesto hacia el interior. No pedía permiso, simplemente avisaba de que iba a revisar la casa. Wilson, que tampoco vio inconveniente alguno en ello, comprobó la pistola que le había robado al hombre al que acababa de romper el cuello y suspiró suavemente. Tenía el cargador completo.

    Se dirigió al sótano y pegó la oreja a la puerta, frunciendo el ceño al escuchar una conversación animada aderezada con risas. No era, desde luego, lo que esperaba encontrar, pero no quiso perder tiempo dándole vueltas al tema, así que simplemente se preparó y disparó a la cerradura, abriendo la puerta de una patada y apuntando al quinto secuestrador. No volvió a apretar el gatillo, sin embargo, cuando reconoció la cara pasmada que le miraba con total sorpresa y algo de incomprensión.

    —¡Wally!

    —¡Wilson!

    Ambos habían hablado al unísono, y exactamente a la vez se giraron a mirarse el uno al otro.

    —¡Lo sabía! —volvieron a decir a la vez.

    Wilson, por su parte, enarcó una ceja y empezó a caminar hacia Jeremy, pero sin bajar la pistola.

    —Lucas, qué sorpresa verte aquí —dijo con un tono educado.

    —Lo mismo digo, Lucky Wall. Tenía la esperanza de que te hubiesen pegado un tiro hace un tiempo —dijo Luke, alzando las manos.

    —Me han pegado varios —reconoció Wilson, teniéndole una mano a Jeremy para ayudarle a levantarse —. Te veo bien.

    —No gracias a ti —bufó el mexicano —. ¿Vas a matarme?

    —¿Tengo que hacerlo?

    —Depende —Luke medio sonrió —. ¿Vas a darme la espalda?

    Wilson se quedó un par de segundos en silencio, bajando después la pistola. Esto hizo que Jeremy soltase el aire que había estado conteniendo y relajase un poco los hombros. Ni siquiera se había dado cuenta de lo tenso que estaba desde la llegada de Wilson. Comprender esto le hizo volver a mirar a Luke, o Lucas —ahora sospechaba que si lo llamaban Luke era por facilitar la pronunciación, más que por otra cosa—. Se había sentido tan cómodo a su lado que ni había vuelto a pensar en que quería que lo rescatasen hasta que había visto a Wilson.

    —Wilson —le llamó Jeremy, tirando un poco de su manga, como un niño pequeño llamando la atención de su padre —, ¿de verdad lo acusaste de robar?

    Wilson frunció el ceño y chasqueó la lengua, pero después respiró hondo y volvió a presentar un semblante serio, incluso sonriendo un poco.

    —¿Habéis estado hablando de mí? Qué conmovedor —arrugó un poco la nariz, rascándose una mejilla con la pistola, como si no fuese un arma mortal —. Todas las pruebas apuntaban a él, sí. Aunque unos meses después tuve nuevos datos y puse rebalancear la situación. Le dije a Billy que debería dejarte volver a la banda. Supongo que no lo hizo.

    —¡Chinga tu madre, Wally! —gruñó Lucas, tirándole una piedrecita que el embaucador esquivó moviendo la cabeza hacia un lado —¡No he vuelto a ver a ese cabrón desde que me dio la patada!

    —Eso no es culpa mía. Yo limpié tu nombre. Busca a Billy, seguro que estará encantado de dejarte volver a su banda.

    Lucas le miró con los ojos afilados. Fue un duelo de miradas que duró medio segundo, tras el cual el mexicano se levantó, sacudiéndose el polvo de las manos.

    —Una parte dentro de mí me dice que estás jugando conmigo.

    —¿Para qué iba a hacerlo? —preguntó Wilson, apuntándole de nuevo con la pistola —Sólo tengo que apretar el gatillo. Hablar contigo es una pérdida de tiempo.

    —¡Si esperas un agradecimiento, chinga tu madre!

    —De nada, Lucas —bajó otra vez el revólver y le dedicó una sonrisa dulce —. Saluda al viejo de mi parte.

    —¡Muérete, cabrón!

    Wilson se despidió con un gesto de mano y enfiló hacia la puerta. Se detuvo, sin embargo, al ver que Jeremy no avanzaba.

    —Te espero arriba —le dijo al ver su cara.

    Jeremy asintió con una pequeña sonrisa y esperó a que empezase a subir las escaleras para recolocarse la ropa y ajustarse las gafas.

    —Ha sido un placer, Lucas —le dijo, tendiéndole la mano.

    El mexicano rodó los ojos, le apretó la mano y tiró de él para darle un abrazo. Jeremy al principio no supo bien cómo actuar, pero terminó por corresponderle, sonriendo con esas palmadas en la espalda.

    —Como ese cabrón me ha dejado vivo —dijo Lucas, recuperando su sonrisa torcida —, ten por seguro, Collinghton, que volveremos a vernos.

    —Es extraño, pero… Lo estoy deseando —sonrió Jeremy mientras se separaba del abrazo —. ¿Vas a ir a buscar a Billy?

    —Sí, creo que sí. No pierdo nada por intentarlo.

    —Te deseo mucha suerte, en ese caso.

    —Lo mismo digo —volvió a tomarle la muñeca, acercándose de nuevo a él, y se inclinó para hablarle casi al oído —. Y ten cuidado con el bastardo de Wally.

    Jeremy tragó saliva y asintió, dirigiéndose ya a la puerta. Se detuvo y se giró, una vez más, al volver a escuchar al mexicano llamarle.

    —Oye, y otra cosa… No te lo folles. Si quieres probar el sexo con un hombre, espera a reencontrarte conmigo.

    Lucas le guiñó un ojo, consiguiendo que Jeremy se pusiese completamente rojo. El inglés carraspeó y empezó a subir las escaleras con la risa del mexicano de fondo y una sonrisa estúpida en los labios.

    Quince minutos después estaba sobre un caballo, aferrándose a la cintura de Wilson y cerrando los ojos para protegerse del viento frío de la noche. Miró el perfil de su compatriota y apretó las manos antes de decidirse a llamarle.

    —¿Por qué te fuiste de su banda? —preguntó, haciendo que Wilson apretase los labios.

    —Diferencia de opiniones —le respondió, tan enigmático como siempre.

    —¿Fue porque mataba niños? —al ver cómo Wilson asentía tras unos segundos de vacilación, apoyó la frente en su espalda —¿Planeas dejarnos a nosotros también?

    —Esta vez tendréis que echarme vosotros.

    Jeremy sonrió con esa respuesta y asintió, guardando silencio durante el resto del recorrido. En esos momentos no sabría decir si las palabras de Wilson eran ciertas o sólo un intento de tranquilizarle, pero quiso creérselas a pies juntillas.

    *****


    La mirada de Arjana era penetrante como un cuchillo, pese a que la muchacha estaba en el otro lado del salón. Wilson, sin embargo, desayunaba muy tranquilo, como si no notase ese instinto homicida clavarse directamente en su cabeza.

    —Entonces ¿os gusta la casa? —preguntó Denisse con una sonrisa vivaracha.

    —Es grande y parece cómoda —reconoció Zynn, limpiando sus armas con mucho mimo.

    —Y la tenemos totalmente gratis —añadió Jeremy, sirviéndose su segunda taza de té —. Parece ser que esos desgraciados asesinaron al dueño original para hacerse con el sitio, así que no tendremos que pagar por ella ni un centavo.

    —¡Eso es maravilloso! —exclamó la mujer, dando palmaditas y saltitos. Apoyó entonces las manos en la mesa y se inclinó hacia Wilson, remarcando su escote de forma inconsciente —¿Y tú qué opinas, Wilson?

    —Los niños tendrán sitio para correr y un espacio cómodo para aprender —se terminó su madalena, por supuesto de manzana, y apuró su taza de té, levantándose entonces —. ¿Podrías decirle a Arjana que envenenarme con cianuro no le va a servir de nada?

    —¿Perdona? —preguntó Denisse, claramente confundida, mientras Zynn miraba a la susodicha y Jeremy luchaba por no atragantarse con el té.

    —Tienes razón, mejor no se lo digas. Quiero ver su cara cuando se dé cuenta de que su madalena con veneno no me afecta —dijo con una sonrisa traviesa.

    —Pero ¿cómo es eso posible? —volvió a hablar Denisse, parpadeando con obvia confusión.

    Wilson sonrió, enigmático.

    —Supongo que soy un hombre con suerte —dijo, guiñándole un ojo a Jeremy antes de salir del salón.

    Jeremy medio sonrió y siguió bebiendo su té con un encogimiento de hombros mientras Wilson salía de Lupanar, acercándose a Joyce por la espalda. Le dio un golpecito en un hombro y le rodeó para aparecer por el otro lado, riendo un poco al ver la confusión del forajido antes de aceptar el abrazo y el beso de buenos días.

    —¿Quieres que vayamos a dar un paseo? —le preguntó mientras le bajaba un poco el ala del sombrero en ese gesto sólo de ellos dos.

    Apenas dijo esto, dio un salto hacia un lado cuando sintió a Rita picarle los zapatos y a Rebecca calvándole las garras en una pierna, con la cara intención de trepar para sacarle los ojos. Consiguió sacudirse a los dos animales, perdiendo el buen humor que estaba exhibiendo segundos antes, y gruñó, alisándose las ropas y echándose a caminar para alejarse de esas dos alimañas.

    Relajó la expresión, sin embargo, cuando Joyce corrió hacia él para tomarle la mano. En ese momento le miró, suspiró, y le dio un beso, cruzando sus dedos para dar ese paseo juntos.


    SPOILER (click to view)
    Algún día habrá formato, no perdamos la fe xd

    Y, bueno, sí, Wilson está inmunizado al cianuro, pero además por una cosa muy tonta. Mary Su es mujer de pueblo, a ella eso de que las semillas de manzana son venenosas pues como que ni se le pasa por la cabeza xD Sólo sabe que tienen un regusto almendrado y que eso le gusta y queda muy bien en los postres, así que el amigo Wilson se pasó toda su infancia y adolescencia consumiendo semillas de manzana. Dosis que no matan, pero que a la larga, bueno, acostumbran al sistema digestivo.

    Eso de que Arjana haya envenenado la madalena de Wilson, pues no sé, me pegaba xD Si hay o no más intentos ya se verá, supongo.
  8. .
    Cómo me alegra haberme pasado por aquí. Me lo he leído rapidísimo y ¡me ha encantado!

    La parte en la que Azirafel le da calor a la serpiente es, creo yo, mi favorita. ¡Ay! ¡Y la escena en Japón, con las flores de cerezo cayendo...! Y Queen, que es simplemente perfecto.

    Errores ortográficos, pues un par de tildes o alguna mayúscula innecesaria, nada muy grave xD

    Gracias por subir esta maravilla <3
  9. .
    Lo estaré esperando <3
  10. .
    QUOTE (Bananna @ 30/8/2019, 23:42) 
    Enamorada me hallo.

    La idea de no hacer una ficha convencional me ha pillado por sorpresa, pero me agrada mucho y siento a la vez gran curiosidad por ver cómo se haría esto.

    Tu Psique me encanta. O sea. Jensen. No tengo más que añadir, señoría xd

    Y la idea de la resistencia y la rebelión me parece muchísimo más interesante que la simple sumisión del mito.

    Sí. Dejo bien claras mis intenciones y espero traerte algo pronto <3



    ¡He vuelto! Y mucho antes de lo que creía, la verdad. Esperaba estar en casa sobre esta hora, pero nop, me ha dado tiempo a todo lo que tenía que hacer y hasta me ha sobrado tiempo para esto ~

    Antes de dejarte la ficha, continúo con un par de cositas a considerar.

    Como sería modificar un tanto el mito, se me ha ocurrido cambiar también un poquito la historia de Eros. Debido a que hay varias versiones de su nacimiento, he pensado hacer un refrito de ellas. Así pues, Eros habría nacido del Caos primordial como una fuerza primigenia, pero sin forma. Afrodita se encargó de darle un cuerpo y un nombre, momento en el que pasó a ser el dios alado que todos conocemos y amamos. Por eso, Afrodita es su madre, pero no tendría un padre.

    Respecto al nombre humano, no lo he puesto en la ficha, pero te lo dejo por aquí. Sería Lykas, hijo de Teleas y Fanion de Kos.

    Y creo que no me queda nada más por añadir. Te dejo la ficha y... estaré esperando tu respuesta <3


    SPOILER (click to view)


    ╒════════════════════ ═══════════════════╕
    MV5BM2NjZTMzYjQtM2JlMC00YzlhLWE4ZDAtNzlmZGFiYWIzODE0XkEyXkFqcGdeQXVyMjQwMDg0Ng@@._V1_UY317_CR51,0,214,317_AL_

    Nombre: Eros, hijo de Afrodita.

    Edad: Imposible recordarlo, aunque aparenta entre 18 y 22.

    Lugar de residencia: Monte Olimpo.

    Orientación sexual: Pansexual.

    Rol sexual: Versátil.


    ★ Le va la buena vida: música, comida, alcohol y sexo.

    ★ Toca la siringa, pero su fuerte es el canto.

    ★ Cualquiera lo tacharía de despreocupado y alegre, aunque su carácter a veces es tan explosivo como el de su madre.

    ★ Es coquetón y con un gusto casi obsesivo por la estética.

    || II | III | IV ||




    ¿Honestamente? No tengo ni idea de cómo hacer fichas así de bonitas, por lo que he copiado el formato de la tuya, he cambiado los datos y he luchado por encontrar imágenes que no lo descuadrasen todo. Buenas tardes xd
  11. .
    Apenas se atrevió a respirar mientras Rodrigo hablaba, temiendo que cualquier gesto que pudiese hacer fuese a interrumpir ese relato que, desde luego, era una apertura de corazón que al templario le había costado reunir mucho valor. Por eso, cuando Rodrigo terminó, Guillén soltó un largo suspiro, como liberando así todo el aire de sus pulmones.

    Moviéndose despacio, gateó por el colchón hasta quedar justo detrás de Rodrigo, a quien abrazó por la espalda con calidez. Besó su mejilla, su cuello y su sien, apoyándose en él completamente mientras tomaba aire, buscando bien las palabras que decir.

    Ser una buena persona no consiste en hacer siempre el bien —empezó a decir en voz baja, apenas un susurro, estrechando suavemente a Rodrigo entre sus brazos —. No sé si eso es posible, siquiera. Sin embargo, lo que creo yo que define a una buena persona es ver la oportunidad de enmendar algo malo que hayas hecho y aprovecharla.

    Con un nuevo beso, deshizo el abrazo y se sentó al lado de Rodrigo, estirando las piernas en el suelo y tomándole una mano entre caricias. Le miró a la cara y al ver cómo el otro le rehuía, apoyó la mano libre en su mentón para, dulcemente, hacerle girar el rostro hacia él. Le dedicó una sonrisa y le apretó un poco los dedos.

    Eres un buen hombre, Rodrigo. De verdad que lo eres —se inclinó para apoyar su frente en la del templario —. Pocos son los que darían trabajo en su propia casa a una persona a la que han hecho tanto daño —se separó un poco y le acarició la mejilla, ladeando un poco la cabeza con una nueva sonrisa —. Gracias por contarme todo esto, sobre todo creyendo que no querría saber de ti después. ¿Ves? Son estos detallitos los que te definen como una persona no buena, increíble —añadió, tirando suavemente de su barba, de forma cariñosa, antes de besarle los labios —. Venga, ven conmigo —dijo ahora mientras se echaba hacia atrás para tumbarse en la cama —. No voy a poder dormir si no es entre tus brazos, osito.

    *****


    El sol de la madrugada no encontró a Guillén entre los brazos de Rodrigo, como sí le había ocurrido a la luz de la luna, sino en el suelo, a un lado de la cama. Bocabajo, apoyaba las manos en el suelo y alzaba el torso, echándolo atrás todo lo posible sin despegar las caderas del suelo.

    Soltando despacito el aire que había guardado durante diez segundos, fue bajando hasta que su pecho volvió al suelo, momento en el que cambió la postura por justo lo contrario: sus brazos —del codo a la muñeca— se apoyaron en el suelo mientras clavaba las rodillas en la alfombra y elevaba las caderas, curvando de nuevo la espalda.

    Tomó aire lentamente, preparándose para contenerlo otros diez segundos, pero su labor se vio interrumpida por una mano acariciando su espalda.

    Con una pequeña sonrisa, giró la cabeza desde donde estaba, apoyada la frente en el suelo, y se encontró con una expresión curiosa y adormilada en Rodrigo.

    No te he despertado yo, ¿verdad? —le preguntó en un susurro. Había procurado no hacer ningún ruido, pero lo cierto es que tampoco había habido sonido alguno fuera de la habitación —Estoy haciendo unos ejercicios que me enseñó un hombre en Bagdad —le comentó entonces, deshaciendo la postura para pasar a otra en la que sus manos se hundían en el suelo, igual que los dedos de sus pies, y después alzaba el cuerpo, haciendo una V invertida —. Son sencillos, pero haciéndolos cada día ayudan a mantener el cuerpo en forma y, progresivamente, van aumentando la resistencia, la flexibilidad y la fuerza —susurró, bajando hasta quedar a cuatro patas. Descansó unos segundos y repitió la misma postura —. Sé que no es comparable al entrenamiento de un templario, pero a mí me funciona.

    Hizo aquella postura una tercera vez y, después, se puso en pie, separó las piernas y echó el torso hacia delante, hasta que sus dedos se apoyaron en el suelo, salvo que no los dejó ahí mucho tiempo. Prefirió juntar las manos y echarlas hacia atrás, o sea, en dirección opuesta a su cabeza.

    Con curiosidad, metió la cabeza entre las piernas, forzando más la postura, sólo para comprobar que Rodri le seguía observando, en vez de haber vuelto a dormir, como el médico realmente esperaba que hiciese. Le sonrió, sin sentirse incómodo por ser mirado por el templario, y volvió a ponerse de rodillas en el suelo, a cuatro patas.

    Tomando aire, bajó la cabeza y las caderas, subiendo los hombros, y tras unos segundos cambió a lo opuesto, bajando la espalda y subiendo cabeza y caderas. Fue aquí cuando volvió a sentir la mano de Rodri, aunque ahora no tanto en su espalda como un poco más abajo.

    Parpadeó y miró otra vez a su amante. Esta vez, la sonrisa que le dirigió fue distinta, una invitación que no tardó en ser aceptada por el otro, pues más pronto que tarde lo tenía justo detrás, llenándole el cuerpo de caricias y el cuello de besos.

    Guillén por su parte no se conformó con quedarse quieto, sino que buscó besar sus labios mientras frotaba sus caderas, ayudándole a despertar cierta parte de su anatomía. Terminó dándose la vuelta, quedando de rodillas frente a él, para de manera algo apurada por el deseo quitarle la ropa que le quedaba encima mientras las manos grandes de Rodrigo le bajaban las calzas a él.

    Fueron varios minutos de intercambios de besos y caricias, con respiraciones cada vez más agitadas, pero aun así Guillén sintió que sólo habían pasado unos segundos hasta que volvió a estar con las rodillas en el suelo y las caderas alzadas, apoyando el pecho y las manos en el suelo mientras ahogaba los jadeos que las embestidas de Rodrigo le intentaban arrancar de los labios.

    Cuando el clímax llegó, se quedó así unos segundos, respirando de forma agitada y con el cuerpo perlado por una capa de sudor. Echó las manos hacia atrás, moviendo los dedos para llamar a Rodri, y cuando el otro tiró de sus muñecas y volvió a quedar de rodillas, se echó hacia atrás, apoyándose en el pecho de Rodrigo. Ladeó el rostro, acariciándole el cuello con la nariz, y buscó de nuevo su boca para besarle mientras sentía los fuertes brazos del templario rodearle la cintura.

    *****


    Con una sonrisa de satisfacción en la boca, Guillén recorría en silencio los pasillos del palacio, buscando las cocinas, y es que una vez sus cuerpos se habían enfriado, el hambre había atacado, así que el médico se había ofrecido para ir a por algo de desayunar, incluso sabiendo las posibilidades que había de regresar y encontrarse a Rodrigo dormido.

    Lo que no se esperaba, desde luego, fue encontrar a la mismísima Luisa en la cocina, bebiendo vino caliente con una mirada meditabunda y triste.

    Guillén dudó sobre qué hacer, pero finalmente dio un par de golpecitos en el quicio de la puerta con los nudillos, entrando cuando la mujer le miró y le hizo un gesto con la cabeza.

    Sabía yo que eras de madrugar —comentó Luisa mientras veía a Guillén mezclar vino con especias junto al fuego —. ¿O es que la cama sigue rota?

    Ambas.

    Dios… —suspiró Luisa —Blasco dijo que mandaría arreglarla, pero supongo que…

    ¿Se perdió mirando las flores del jardín? —medio sonrió Guillén, haciendo que las mejillas de Luisa se enrojeciesen con cierta vergüenza.

    Seguramente —dijo, alzando la barbilla con todo el orgullo de una noble.

    Guillén guardó silencio mientras se terminaba de preparar su hipocrás. Apartó el cazo burbujeante y sirvió el líquido en un vaso, acercándose a la mesa en la que estaba Luisa. Cuando ella le dio permiso, él se sentó frente a ella. Removiendo con una cucharita de madera la mezcla, se tomó su tiempo antes de decidirse a hablar.

    Me gustaría disculparme —miró a Luisa, encontrándose con una ceja enarcada, pero una mirada atenta —. Fue idea mía traer a Rocío aquí, incluso si sabía que una bienvenida era muy fantasiosa. También fui yo quien le dio el vestido. Pensé que sería más elegante que la ropa que traía consigo, que es bonita, pero las telas no son de tan buena calidad como las que tiene usted.

    Luisa respiró hondo, resoplando y frotándose los ojos con dos dedos.

    No dudo que tu sobrina sea buena chica, pero no puede estar con Juanbla. No puede. Pertenecen a estamentos distintos, su unión sería un… un despropósito.

    Lo entiendo —dijo Guillén con un cabeceo comprensivo. Tomó el vaso con cuidado y dio un pequeño sorbo, pero aún estaba muy caliente, así que lo dejó sobre la mesa y siguió removiendo —. Rocío es muy testaruda, pero seguro que lo terminará entendiendo también.

    ¡Gracias! —exclamó Luisa con un resoplido de exasperación —Por fin alguien en esta endiablada casa que muestra algo de sentido común.

    Bueno, los campesinos también podemos ver y entender —Guillén medio sonrió al ver la cara de Luisa cambiar —. No me malentienda, Luisa. No me estoy burlando o metiendo con usted, sólo constato un hecho —volvió a probar la bebida, asintiendo con complacencia mientras le daba ahora un sorbo algo más largo —. Los chicos son jóvenes y apasionados. A su edad, yo también hice locuras por estar con la persona a la que amaba. Aunque, bien mirado, mis circunstancias eran distintas —añadió, ladeando un poco la cabeza.

    ¿En serio? —preguntó Luisa, bastante interesada. Guillén asintió con calma.

    Tampoco era una relación permitida, aunque no se debía a estamentos, sino a… Bueno, cuestión de sexos. Y de religión. Era un hombre musulmán —Luisa contuvo un jadeo de sorpresa, no tanto por el contenido homosexual como por la confesión religiosa de Abul —, pero nos queríamos, así que hicimos todo por estar juntos. Huimos de todo y de todos y nos instalamos en una ciudad nueva.

    ¿Y qué pasó? —preguntó Luisa al ver que Guillén había dejado de hablar, demasiado preocupada y nerviosa por su propio hijo como para tener en cuenta la calma del doctor.

    Estuvimos juntos cinco años. Después, no sé, la magia se acabó —dijo, encogiéndose de hombros —. No perdimos el afecto, pero seguimos caminos distintos.

    No creo que tu experiencia me sirva de nada —se quejó la mujer, pasándose una mano por la cara mientras el doctor daba otro trago a su bebida.

    Oh, ya he dicho que mis circunstancias fueron distintas. También lo será el desenlace, seguramente. Yo no tuve a mi familia diciéndome que eso no era bueno para mí.

    ¿Acaso lo fue?

    ¿Hmn?

    ¿Fue bueno para ti?

    De nuevo, Guillén se tomó unos segundos en responder.

    Sí, yo creo que sí. Aprendí muchísimo de él y con él. Tengo grandes y buenos recuerdos a su lado, también otro no tan bueno, pero así es la vida. Vimos cosas horribles y cosas maravillosas y compartimos mucho a nivel físico y espiritual.

    Creía que estabas de mi lado, pero ahora lo empiezo a dudar.

    No veo por qué debería usted dudar —Guillén se encogió ligeramente de hombros —. Yo sólo quiero la felicidad de Rocío. Y, bien mirado, no creo que pudiese ser feliz aquí.

    ¡Cómo! —Luisa parecía ofendida —¡Más bien al contrario! Sirvientes, lujos, dinero y espacio. Es con lo que cualquier mujer sueña y estoy segura de que ese es uno de los motivos por los que se fijó en mi Juanbla.

    No quisiera ofender, pero lo dudo mucho —ahora Guillén le dedicó una pequeña sonrisa a Luisa —. Una persona que está acostumbrada a valerse por sí misma, a cocinar, limpiar y cuidar a otros, no acepta tan fácilmente depender de un servicio, de la misma forma que no entiende muy bien pasar de vivir en una casa pequeña a disponer de jardines propios. Y el dinero… Por mucho que tuviese a su disposición, Rocío ha crecido con muchos hermanos y recursos limitados, así que no dudaría en reducir los gastos todo lo posible. Ni consentiría que Juan Blasco, hmn… —vaciló —Se perdiese mirando las flores del jardín.

    Luisa frunció el ceño, sin saber muy bien si sentirse insultada o no. No se atrevió a preguntar, tampoco, pero sí le dio vueltas a la idea de que en los círculos nobiliarios no encontraría mujer alguna que cuidase el dinero con puño de hierro.

    El médico dio otro sorbo durante ese rato de silencio, observando calladamente la expresión de Luisa, más pensativa que antes.

    Hablaré con ella. Estoy seguro de que podré hacerle entender que esta relación es imposible y que mucho debe agradecer porque usted haya consentido que se quedase aquí dos noches consecutivas.

    Espera —dijo Luisa cuando vio a Guillén hacer el amago de levantarse —. ¿Va a aceptarlo así, tan fácil?

    No, no lo creo —reconoció el hombre, volviendo a acomodarse —. ¿Me permite una osadía más? —Luisa entrecerró los ojos con recelo, pero terminó por asentir y Guillén se inclinó un poco sobre la mesa —Al final, esta es la historia de una mujer que, siendo muy joven, fue obligada a casarse con un hombre que no la amaba y al que ella no amaba, encerrándola en un matrimonio sin amor donde él no dudó en tener mil infidelidades y en tirar a la basura el respeto que pudo haber al principio entre ellos hasta el punto de golpearla e incluso forzarla a…

    ¡No! —interrumpió Luisa, dando un golpe a la mesa —Blasco jamás me ha golpeado, él no… —se calló, dándose cuenta de que Guillén no hablaba de ella, si no de su sobrina. Azorada, volvió a enderezar la espalda y alzar el mentón, llevando las manos a su regazo —Puedes retirarte.

    Guillén asintió en silencio, cogió su taza vacía y se encargó de llenar una bandeja con algo de comida antes de acercarse a la puerta. Le hizo una pequeña reverencia a Luisa a modo de despedida y, después, dejó las cocinas, ocultando una pequeña sonrisa de satisfacción.

    Cuando llegó al dormitorio, no le sorprendió escuchar ronquidos antes de abrir la puerta. Previendo eso, no llevaba nada que se fuese a estropear al enfriarse, así que simplemente dejó la bandeja a un lado y se arrodilló a un lado del colchón, observándole dormir con una pequeña babilla colgando de una comisura.

    Suavemente, le secó la boca y le besó los labios, recorriéndole después con los ojos. Se mordió el labio inferior, dudando sobre si hacerlo o no. Finalmente, optó con llevar a cabo su idea. Despacio, se inclinó sobre Rodrigo, apartando la manta que cubría sus zonas más íntimas, y se dedicó a despertarle con la lengua por delante.

    *****


    Rocío suspiró, paseando de lado a lado de la habitación mientras intentaba que Serafina dejase de llorar. Le estaba cogiendo el tranquillo a esto de ser madre, incluso empezaba a distinguir cuándo lloraba porque tenía hambre de cuándo tenía sueño o necesitaba un cambio, pero aún le quedaban restos de esa depresión post-parto que casi la había llevado a abandonar a su bebé y, en momentos como ese, sentía ganas de llorar junto a su hija.

    Suspiró con auténtico alivio cuando la niña se quedó dormida, pero no se atrevió a dejarla aún en la cuna, así que siguió acunándola contra su pecho, y así la pilló Juanbla cuando entró en la habitación, no sin antes llamar a la puerta.

    Buenos días, preciosa —la saludó con una sonrisa, acercándose para besarla. Frunció un poco el ceño con preocupación al mirarla bien y le acarició la mejilla —. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?

    Sí, sí… Es sólo que… —suspiró y apartó la mirada —¿Cuánto tiempo más va a dejar tu madre que me quede? No creo que tarde mucho en echarme.

    Pues si te echa, me iré contigo, ya te lo dije.

    Pero no quiero que lo pierdas todo por mi culpa, Juanbla.

    Rocío —la cortó él de forma algo brusca —. Si te pierdo a ti, lo pierdo todo —le tomó una mano, ayudándola con la otra a sujetar a la bebé, y juntó sus frentes —. El dinero me da igual. Hay mil cosas que puedo hacer para procurar que no te falte nada ni a ti ni a la niña. Pero no hay nada que pueda hacer ni Dios ni el demonio para que pueda disfrutar la vida si no es a tu lado.

    Juanbla… —sollozó ella, abrazándole.

    Cuando más tarde salió a dar un paseo, otra vez con la niña en los brazos, estaba tan metida en sus pensamientos que ni siquiera vio a Luisa hasta que prácticamente se chocó con ella. La noble resopló, pero después se recolocó el pelo y se alisó las faldas, saludando educadamente.

    Lo siento —susurró Rocío, apurada.

    Está bien —dijo Luisa, quedándose en incómodo silencio después unos segundos —. ¿Ibas a alguna parte?

    ¿Eh? No, bueno, sólo quería aire… —bajó la mirada y luego intentó sonreír —Pero no se preocupe. Me iré esta tarde. Sólo… No se lo diga a Juanbla, por favor.

    ¿Cómo? ¿Y romperle el corazón a mi hijo? —Rocío parpadeó, algo sorprendida, viendo a Luisa negar —Prefiero que te quedes con él. Además, así evitaremos que haga alguna tontería.

    No estoy segura de entender…

    No hay nada que entender. Deshaz tu equipaje, si es que tienes algo así, y devuélvele a tu tío esa ropa prestada. Te conseguiré mejores telas.

    Yo… No sé qué decir —dijo con toda la sinceridad del mundo, a lo que Luisa volvió a bufar.

    No digas nada, entonces. Eso sí, estableceremos unas normas. No voy a consentir que esto siente algún tipo de precedente.

    La conversación no fue mucho más larga, pero cuando terminó, Rocío sintió como si hubiese pasado horas bajo el agua. Algo mareada, con la cabeza dándole vueltas, regresó a la habitación, donde tumbó a una dormida Serafina antes de ir a buscar a Juanbla para saltar sobre él en un gran abrazo. Luisa, por su parte, suspiró con una pequeña sonrisa, rezando por estar haciendo lo correcto.

    *****


    La casa estaba despierta desde hacía un rato, pero el traqueteo de gente haciendo y deshaciendo no había impedido que una pareja disfrutase de la intimidad hasta bien entrada la mañana, comiéndose el uno al otro con besos y caricias, jadeando o sonriendo, hablando en voz baja o mordiéndose una mano o el hombro ajeno para no hacer ruido.

    De hecho, eso mismo le ocurría a Guillén en esos momentos. Tumbado bocarriba sobre la cama, una de sus manos se agarraba a las mantas mientras la otra recibía sus dientes para no alarmar a nadie que pasase frente a su puerta en esos momentos.

    Una pequeña lágrima de puro placer cayó por su sien mientras clavaba con más fuerza los talones en el colchón, temblando ligeramente ante las atenciones de Rodrigo, quien con su boca rodeaba su erección mientras con sus dedos exploraba su entrada, haciendo que la mezcla de sensaciones fuese intensa, tanto que Guillén se sentía arder.

    Por eso, cuando alguien llamó a la puerta soltó un gemido, sí, pero no de placer, sino con una mezcla de frustración y enfado.

    ¡Un momento! —pidió, intentando que su voz no sonase demasiado afectada, antes de mirar a Rodri —Por favor… Por favor, sigue —le suplicó, ahora sí que de forma temblorosa.

    Por suerte, no tardó mucho en derramarse, arqueando la espalda y desplomándose después con la respiración agitada. Besó a Rodrigo y le acarició el cabello, y cuando volvieron a llamar a la puerta, puso los ojos en blanco y apretó los labios.

    Todavía tenía el corazón acelerado y los ojos algo brillantes cuando, vestido a las rápidas, abrió la puerta, encontrándose al propio Blasco, quien le miró enarcando una ceja.

    Uy, perdón por interrumpir —dijo con cierto tono divertido, negando después y poniéndose más serio —. Pero tienes que bajar al pueblo.

    Dos minutos —pidió Guillén, cerrando de nuevo la puerta. Se quitó otra vez la ropa para asearse de forma más decente, vistiéndose con ropa limpia al terminar. Se calzó, besó a Rodrigo y volvió a besarle una vez más —. Te quiero —le sonrió, saliendo después de la habitación mientras se colocaba la capa —. ¿Vamos?

    *****


    La monja jugaba con sus dedos, pellizcándose la piel y arrugando la tela de sus guantes con una mezcla de impaciencia y preocupación que la llevaba a dar pequeños saltitos de vez en cuando. Y cada vez que escuchaba la tosecilla de la niña, apretaba los dientes, como si fuese ella la que estuviese sufriendo.

    Cuando el médico de ojos verdes se alejó de la cama, Blasco fue quien tomó la palabra, con un pequeño gesto de cabeza.

    ¿Y bien?

    Nada que los cuidados adecuados no puedan solucionar —confirmó Guillén con una voz calmada, aunque eso no pareció aliviar a la monja, detalle que hizo a Castán dirigir sus ojos a ella.

    ¿Qué clase de cuidados harían falta? —preguntó la mujer con voz temblorosa.

    Primero, sacarla de aquí. Este edificio es muy frío y húmedo.

    No hay ningún sitio a donde podamos llevarla —dijo la hermana, negando con pesar —. Tampoco tenemos dinero suficiente para comprar las hierbas que harían falta, ni… ni tenemos personal para cuidarla constantemente.

    Guillén vaciló, ladeando la cabeza ligeramente.

    ¿Qué espera que haga yo, entonces? —preguntó con voz suave, haciendo que la mujer se removiese, incómoda.

    Les hizo un gesto a los dos hombres para que la siguiesen y salió del dormitorio, hablando ahora prácticamente en susurros y de manera nerviosa.

    Hemos pensado que… Quizá… Podría usted, digamos… Oh, esto es horrible —dijo, santiguándose y agarrando su crucifijo con fuerza —. No le pediría esto si no estuviésemos desesperadas, pero nadie en este pueblo va a hacerse cargo de ella, no tenemos fondos tampoco para cuidarla y… Y no podemos seguir viéndola sufrir y marchitarse así. Por eso… ¿Hay alguna forma de, digamos, facilitar su… transición? Hacer que duerma bien.

    Guillén miró a Blasco, quien negó con la cabeza, pidiéndole algo de espacio a la monja. Ella asintió y entró de nuevo en la habitación para cambiarle el paño húmedo a la niña.

    No puedo, amigo Castán. Destinamos una porción fija a la congregación, no podemos aumentarla sin que eso provocase un desequilibrio.

    El médico pasó a guardar silencio. Miró el suelo, se mordió la uña del pulgar y después miró de nuevo al manco.

    ¿Y dar una o dos de mis pagas?

    ¿Por salvar a una niña? —Blasco volvió a negar —Si cedemos a esto, luego se nos exigirá ceder a más y a más y a más y al final será insostenible. Tenemos que marcar límites, pero de verdad que lo siento.

    Guillén le miró largamente, después, sin decir nada, abrió la puerta y se acercó a la monja, aunque con los ojos en la criatura.

    Era una niña de cinco años, pequeña y con la piel caliente por la fiebre, pero pálida por la enfermedad. Tosía, a veces con algunas gotas de sangre, y se retorcía en medio de sus pesadillas, respirando con cierta dificultad pese a los esfuerzos de las monjas por tenerla cómoda.

    Yo me haré cargo de ella.

    ¿Cómo dice? —la monja estaba claramente sorprendida.

    Vendrá conmigo. La cuidaré y, cuando se recupere, le enseñaré a leer, escribir y a manejar los instrumentos médicos.

    ¿En serio? ¿Lo dice de verdad? —le preguntó ahora la mujer con esperanza en la voz.

    Amigo Castán, ¿estás seguro de esto? —dijo ahora Blasco, que había vuelto a entrar.

    Guillén miró a la pequeña Verónica y sonrió.

    *****


    La despedida había sido intensa, con abrazos, besos y sonrisas. Rocío parecía más feliz que nunca, Luisa también parecía bastante conforme, Juanbla brillaba y Blasco… Bueno, Blasco seguía como siempre, la verdad.

    En cuanto a Rodrigo y Guillén, se iban habiendo dejado una cama rota y con una nueva ocupante en el carro, sin saber muy bien qué se encontrarían al llegar a Monzón, pero al menos con las conciencias algo más tranquilas y, lo más importante de todo, juntos.

    Al final va a ser verdad que no puedes irte de Monzón sin volver con una mujer —bromeó Guillén durante una de las paradas del viaje, mientras se encargaba de Verónica.

    Había temido que a Rodrigo no le hiciese mucha gracia la idea de tener otro niño al que cuidar, pero tampoco iba a renunciar a esto. Y es que en el fondo, su lado más egoísta lo necesitaba. Necesitaba a Verónica. Quizá porque tenía la edad que habría tenido su hijo de haber vivido lo suficiente, o quizá porque simplemente se negaba a dejarla morir. Pero lo que importaba al final era que estaba poniendo todo su empeño en cuidarla, y aunque no había pasado mucho tiempo, para cuando llegaron al pueblo la fiebre de la cría había bajado tanto que estaba despierta y comiendo sin mayores problemas.

    Al principio se había mostrado algo asustada, no recordaba del todo que le hubiesen presentado al doctor, lo tenía bajo una bruma, pero no había tardado mucho en coger confianza con esos dos hombres y, de hecho, ni siquiera parecía querer soltar la mano de Guillén cuando el carro se detuvo.

    ¡Qué rápido habéis vuelto! —exclamó Juana, saliendo de la posada para recibirles con un abrazo de oso, aunque se detuvo al ver la carita que se escondía bajo la capa de Guillén —¿Y esta pequeña?

    Se llama Verónica —dijo el médico, mirando a la niña y hablándole con paciencia y calidez —. Vero, esta mujer es Juana, la hermana de Rodrigo. ¿Quieres saludarla?

    Verónica se escondió un poco más, pero terminó por salir, tímida y nerviosa, con una pequeña tos.

    Hola —dijo al final, a lo que Juana sonrió, agachándose para quedar más a su altura.

    Un placer conocerte, Vero —dijo la mujer, dándole un par de besos. Se fijó entonces en que tenía fiebre y sacudió la cabeza, poniéndose en pie y tendiéndole la mano —. Ven, vamos a dentro. Te voy a dar una taza de leche calentita, si al doctor le parece bien.

    El doctor incluso opina que podríamos añadir algo de miel —sonrió Guillén, haciendo que la niña soltase una risita entre toses, acompañando a Juana al interior de la posada.

    ¡Pareja! —saludó Cristina, saliendo de la cocina para lanzarse a abrazar a los dos hombres. Sus risas no le impidieron escuchar una tosecita, y al ver a Verónica en la mesa más cercana al fuego, alzó las cejas —¿Es vuestra hija o algo así?

    Guillén dudó, pero terminó asentir con un ligero encogimiento.

    Pero no podrá entrar al castillo —añadió, a lo que Juana, que volvía con la leche caliente y endulzada soltó un largo suspiro.

    Pues supongo que se quedará con nosotras.

    Fue ahora Guillén quien alzó las cejas. Tenía pensado pedírselo, claro, pero no se esperaba que accediesen tan rápidamente. De hecho, fijándose mejor, las dos parecían de muy buen humor, y las llegó a pillar compartiendo una caricia discreta mientras Juana volvía a la cocina y Cristina les terminaba de acomodar la mesa.

    Miró a Rodrigo, pero el templario parecía más ocupado en babear por los olores de comida haciéndose como para fijarse en que la tensión sexual que tenían esas dos había desaparecido. Suspiró y acarició la espalda de Verónica.

    Más despacio —le indicó en voz baja, consiguiendo así que la niña asintiese y bebiese con más lentitud —. ¿Te encuentras algo mejor?

    Mucho —dijo ella con su sonrisa mellada, haciendo que Guillén sonriese y le besase la frente, no sólo por afecto, sino también para comprobar que su temperatura siguiese en descenso o, al menos, estable.

    ¿Estás bien con la idea de quedarte con ellas? Puedo dormir contigo unos días.

    ¿De verdad? —preguntó la pequeña con voz esperanzada antes de que la tos la interrumpiese otra vez. Volvió a beber la leche.

    Por supuesto —Guillén miró a Rodri y le apretó los dedos bajo la mesa —. Sólo unos días, hasta que se haga al pueblo y se recupere del todo.

    ¡Galletas! —dijo Vero cuando Cris les trajo una bandeja de sus galletas rellenas de miel.

    Uy, come antes de que el oso se las acabe —bromeó la rubia, guiñándole un ojo a Rodrigo.

    Verónica, rápidamente, cogió dos galletas, ofreciéndole una a Guillén.

    Toma, uh, ¿papá? —lo dijo vacilando, dudando si podía llamarle así o no, y más dudó aún cuando vio a Guillén apartar la mirada. Sin embargo, el médico le dedicó después una amplia sonrisa y un beso en la mejilla mientras aceptaba la galleta.

    Gracias, peque.

    *****


    Me ha llamado papá —susurró Guillén con incredulidad mientras subía la cuesta que llevaba al castillo. Sonrió y miró a Rodrigo —. ¿Está bien que me guste tanto la idea?

    Lo cierto es que todavía no lo terminaba de digerir, pero era algo que le había dejado una sensación muy cálida y agradable en el cuerpo, tanto que hasta se sentía mal por haber dejado a la pequeña en el pueblo.

    Sin embargo, no podía subir al castillo y, de todas formas, estaba bien cuidada. Verónica había conocido a las niñas de Juana, también a Isabel y al doctor Ferreruela, incluso a Dolores y a la pequeña Soledad, así que se encontraba rodeada de mucha gente que bien jugaría con ella, bien velaría por su salud mientras los dos hombres iban a presentarse ante Augusto.

    Pero no todo era tan bonito. Vero se había quedado dormida y, al poco, Juana se había sentado con ellos en la mesa para hablarles de una carta que había llegado unos días atrás y que instaba a Rodrigo a arreglar el tema de la herencia antes de que su tío se hiciese con todo.

    Ahora bien, ¿cómo iba a irse de Monzón si acababa de llegar tras una ausencia más o menos larga? Guillén recomendaba que no se lo dijesen a Augusto aún. Esperar al día siguiente, y entonces el doctor se enfrentaría al comendador. Era lo mejor, sobre todo ahora que había conseguido encontrar un punto de equilibrio con ese hombre. Al parecer, bastaba con entregarle parte de las pensiones que Blasco y le enviaba, un soborno en toda regla, pero Guillén estaba conforme con eso.

    Apenas cruzaron las puertas de la fortaleza, un pequeño gitano corrió hacia ellos, lanzándose a sus brazos y haciendo que Guillén tuviese que echar un pie hacia atrás para no caer.

    ¡Templario! —exclamó, separándose con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido —¡Creía que ese otro templario te había matado! ¡Estaba a punto de enfadarme muchísimo con los dos!

    No hace falta que te enfades con nadie —dijo Guillén con calma, revolviéndole el pelo.

    ¡Médico! —dijo ahora, girándose a Guillén —¡He cuidado tus flores a la perfección! ¡Y también las otras plantas!

    No esperaba menos de ti —le sonrió el hombre, dándole un pequeño abrazo que dejó al gitano con las mejillas algo rojas mientras se apartaba —. ¿Luego bajarías al pueblo conmigo? Me gustaría presentarte a alguien.

    ¿Oh? De acuerdo —aceptó el niño, sacando después su espada del cinto —. Ahora voy a entrenar. ¡Tengo que hacerme fuerte si quiero matar a todos los templarios!

    Dicho esto, se fue al campo de entrenamiento mientras Guillén negaba con la cabeza.

    Nunca cambiará, ¿mn? —suspiró, saludando entonces a Fulgencio con la mano cuando le vio.

    Pensaba que ya no volvíais —se rio el caballero —. ¿Sabéis lo del nuevo, Alfonso? —les vio asentir y alzó las cejas un poco —¿Le conocéis? Es un poco intenso, pero la verdad es que es bueno en lo suyo. Ahora está en el patio de armas, por si queréis verle.

    Guillén dudó, pero luego miró a Rodrigo y puso una mano en el hombro.

    Ve a avisar a Augusto, yo saludaré a Alfonso. ¿Puedes meter a Nieve en las cuadras, por favor? —le pidió entonces a Fulgencio, quien rápidamente tomó las riendas de la yegua.

    Guillén se acercó al patio de armas, donde había varios hombres —y un gitano— entrenando, solos o en parejas, contra el aire o contra muñecos de pruebas. No tardó en reconocer a Alfonso, era quien apuñalaba más furiosamente su muñeco de paja. Se acercó a él, quedándose a una distancia prudencial, y carraspeó suavemente.

    Ah, el médico —gruñó Alfonso, sin mucha alegría en la voz —. La verdad es que tenía la esperanza de que no volvieras —Guillén ladeó la cabeza, mirándole fijamente con calma —. No te lo tomes a mal —añadió —. Habría sido lo mejor para ti. Rodrigo Aguilar no es trigo limpio.

    Me ha contado vuestra historia.

    ¿Sí? ¿Y te ha dicho cómo me abandonó cruelmente?

    —esto pareció sorprender un poco a Alfonso —. Me lo contó todo. Las infidelidades, el abandono…

    Eso no me lo esperaba.

    Ha cambiado. Ahora es mejor hombre. Lamento que te enamorases de él en un mal momento.

    ¡Por favor! —bufó el caballero, negando con la cabeza —No me vengas ahora de amigo o algo así. No quiero tu pena ni tu compasión. Y si ese gañán te ha conseguido engañar hasta el punto de que le defiendas… Supongo que sólo puedo desearte buena suerte.

    Guillén se quedó en silencio, sopesando sus opciones. Terminó por optar por la vía pacífica, haciendo un gesto con la cabeza y dejándole tranquilo para ir a saludar a Alberto, a quien encontró en las cuadras compartiendo susurros con Lucas.

    *****


    Apoyó una mano en un árbol, tomó una bocanada de aire y terminó por vomitar el contenido íntegro de su estómago sobre la hierba. Cuando sintió que ya no tenía más náuseas, se quedó agachado unos segundos más, alzándose después para limpiarse la boca con un pañuelo mientras se giraba para volver a mirar la cabaña.

    El día después de volver a Monzón, había hablado con Augusto, explicándole que Rodrigo tendría que irse por una cuestión familiar. No como petición, sólo como aviso. Augusto se había reído.

    ¿Creéis acaso que esto es una posada cualquiera y que podéis ir y venir cuando queráis? Va a costarte caro, doctor.

    Pagaré —había respondido Guillén sin que le temblase la voz, pero Augusto se había echado hacia atrás en su silla, cruzando las manos sobre el vientre.

    No sé yo. Tengo una misión para Aguilar. ¿También vas a pagar por ella?

    Puedo hacerla yo —había dicho el médico tras una breve pausa.

    ¿En serio? ¿Cumplirás la misión de un templario?

    A Guillén no le había gustado la sonrisa de Augusto, mucho menos que accediese a ese trueque con tanta facilidad. Aun así, le había dicho a Rodrigo que empezase el viaje hacia Valencia. Se reunirían en el camino, pero Guillén tenía que ocuparse de un par de asuntos en el pueblo aún y no quería retrasar a Rodrigo.

    Rodríguez se había unido al viaje sin dudarlo, aunque Ferre esta vez se había quedado en Monzón. Y Vero, bueno, Vero ya estaba muchísimo mejor, pero Guillén quería esperar unos días más antes de ver si realmente podía embarcarse en otro viaje, uno tan largo además. No era lo mismo ir de Sástago a Monzón que de Monzón a Valencia, después de todo, y menos en una tierra todavía en guerra.

    Como fuese, no fue hasta que Rodrigo hubo partido cuando Guillén supo la misión que Augusto le encomendaba, y en cuanto la escuchó de labios de Danilo entendió rápidamente por qué se había accedido tan fácilmente al cambio.

    Era una misión peligrosa, desde luego. Se imaginaba que a Augusto le daba igual cuál de los dos la hiciese porque el riesgo a que uno muriese era igual en cualquiera de los dos casos, y al final lograba el objetivo de separarles, aunque fuese enterrando a uno, el doctor en este caso.

    La cosa era que debía entrar en un pueblo sellado por un brote de peste neumónica —un tipo de peste muy virulento, con un proceso de incubación de 24 horas— y cortar la cabeza de un moro fugitivo al que la Orden llevaba un tiempo persiguiendo. Ahora que había quedado encerrado, había sido fácil localizarlo de forma definitiva.

    Guillén se preparó para la misión con su estoicismo habitual. Entrar en el pueblo y salir de él era fácil, teniendo el permiso del comendador para ello. La parte complicaba radicaba en no contagiarse de tan terrible enfermedad, sobre todo a la hora de dar muerte al fugitivo.

    Con todo, el médico se pudo considerar afortunado, y es que el moro ya había muerto. Lo que le había hecho vomitar era que no sólo había muerto el moro, sino también su familia, y hacía varios días ya. Pero los recogedores de cadáveres no daban abasto en esos momentos, por lo que los cuerpos llevaban dos o tres días descomponiéndose.

    Guillén se obligó a respirar hondo y se cubrió bien nariz, boca y manos. No respirar, no tocar. Cortar la cabeza sin salpicarse de sangre y meterla en el saco de cuero. Podía hacerlo, y para cuando llegase a Monzón, o estaba sano o se había encerrado en la ciudad, no había una tercera opción.

    Cerró los ojos, sacó su daga del cinto y volvió a entrar en la casa.

    *****


    Angüés regresó junto a Guillén, tendiéndole la taza humeante, y le sonrió suavemente. Le dejó beber tranquilo su hipocrás, bebiendo él también su propia taza mientras dejaba que el fuego les calentase, y es que esa noche no sólo había vuelto a hacer frío, sino que llovía a cántaros.

    ¿Estás mejor? —le preguntó en voz baja, a lo que el médico asintió —De verdad que no entiendo por qué has dejado que te hiciese eso. No lo entiendo, Guillén.

    Era el trato para que Rodrigo pudiese ir a Valencia.

    Yo jamás haría que te sacrificases así por él. Cortando una cabeza infectada, trayéndola hasta aquí y luego quemándola… Y teniendo que quedarte mirando hasta que no quedasen más que huesos negros.

    Rodrigo tampoco lo haría —susurró Guillén, mirando a Angüés con una pequeña sonrisa —. Él no lo sabe y… y agradecería que no se lo dijeses. No quiero que se fustigue por esto cuando he sido yo quien lo ha decidido.

    Ferrando le miró y abrió la boca, pero rápidamente la cerró, apartó la mirada y sacudió la cabeza.

    No te entiendo. De verdad que no.

    Gracias.

    ¿Por qué?

    Por escucharme, aunque no me entiendas.

    Ferrando miró su sonrisa, bajó los ojos y se pasó una mano por la cara con un largo resoplido.

    No puedo hacer esto, Guillén. No puedo ser tu amigo —vio la sonrisa desaparecer, cambiándose por un gesto de tristeza y confusión —. ¿Cómo puedo darte amistad, si cada vez que estoy contigo sólo pienso en las ganas que tengo de besarte? No es sano y no es justo. Tú no… No vas a dejar a Rodrigo y yo no sé si voy a poder dejar de estar enamorado de ti.

    Fue ahora Guillén quien bajó la mirada. Unos segundos eternos después, dejó la taza medio vacía en el suelo y se recolocó la capa.

    Lo siento mucho, Ferrando —le susurró, besándole la mejilla antes de levantarse y salir de la sacristía.

    El cura le siguió con la mirada y, una vez la puerta de la iglesia se hubo cerrado, cogió la taza y gritó mientras la arrojaba contra el fuego, viéndola hacerse añicos antes de que las lágrimas nublasen su visión.

    *****


    Ramón Berenguer IV, prínceps de Aragón de la muerte de su padre en 1131, llevaba un tiempo luchando por cristianizar aquellas tierras. De hecho, no había sido hasta 1149 cuando se hizo con los vecinos marquesados de Lérida y Tortosa, arrancándolos de manos musulmanas, y viendo que aquello había sucedido hacía sólo un año, no era de extrañar que todavía la mezcla de culturas fuese tan heterogénea.

    Sin embargo, no estaban en Lérida o en Tortosa, sino que habían llegado a Al-Ándalus, pues en estos territorios de moros se encontraba Valencia, así como la pequeña población que habían decidido usar como punto de encuentro.

    Guillén entró en la posada con el temor de que Rodrigo hubiese marchado sin él. No le habría extrañado, había tardado dos días más de lo acordado y el tiempo le apremiaba a Rodrigo, pero cuando le vio vestido con ropas de paisano devorando un faisán en una mesa, acompañado de un resoplante Rodríguez, no pudo evitar soltar un largo suspiro de alivio.

    Se retiró la capucha y tomó la mano de Vero. Había querido dejarla en Monzón, pues aunque en esos momentos la situación estaba más o menos calmada tan al sur, siempre era un riesgo, pero la niña había llorado tanto y se había aferrado tan fuerte a su pierna que al final sólo había podido subirla a Estrella —Nieve había tenido suficiente ajetreo por una temporada, a juzgar por su reticencia a abandonar los establos—, resguardarla bajo su capa y sujetarla con fuerza mientras corrían al galope.

    Se acercó a la mesa, sonriendo al recibir el abrazo del gitano y tomando después asiento con un suspiro.

    Lo siento mucho —dijo una vez hubo pedido comida para Vero y él mismo —. Quisimos salir antes, pero hubo algunas complicaciones.

    Al menos ya estás aquí, médico. ¡Y menos mal, porque un día más y habría matado a este saco sin fondo!

    ¡No! —exclamó Vero, abrazándose a Rodrigo, a lo que Rodríguez torció el morro, cruzándose de brazos.

    Guillén sonrió un poco y miró a Rodrigo, limpiándole algo de salsa con una servilleta.

    ¿Estáis compartiendo habitación?

    Ni en broma —dijo rápidamente el gitano —. ¡No podría dormir con semejantes ronquidos! No entiendo cómo tú puedes.

    Bueno —el médico suspiró y acarició la cabeza de Verónica, quien empezaba a comer con mucho apetito y mejor cara que días atrás. Apenas le quedaba ya alguna tosecilla, pero la fiebre había desaparecido y tenía las mismas ganas de jugar que cualquier crío de su edad —. ¿Dormiréis vosotros dos juntos? Rodríguez, ¿cuidarás de Vero esta noche?

    ¡Cuenta con ello, médico!

    ¡Bien! —aplaudió la niña con las manos algo grasientas y sonrisa de oreja a oreja.

    SPOILER (click to view)
    A ver, un par de cosicas. Primero de todo, las posturas de yoga de Guillén, porque sí, porque puedo xd Y todas con fotos de mujeres porque es muy difícil encontrar imágenes de hombres haciendo yoga, al parecer: la cobra, el niño (pero con las caderas alzadas), el perro, ni-idea-de-cómo-se-llama, gato y vaca.

    Dicho esto, uhhh.... Veamos. He buscado alguna imagen para Vero PERO 1. Buscar "niña cinco años" ha sido super incómodo. 2. La mayoría eran o negligencias médicas, desapariciones o niñas muy maquilladas. 3. NOPE. Así que te la imaginas como quieras y ea.

    Vale, estamos en 1151, Valencia sigue siendo territorio musulmán. Y así hasta 1238, cuando el señor Jaime I de Aragón la reconquiste. Meh, tampoco importa mucho, al final la mezcla era maja, sobre todo tan cerca de la frontera con los reinos cristianos. Y lo de Ramón Berenguer lo he dejado pues porque me servía de excusa para dejarte este mapica tan majo. Los chicos se han reencontrados cerca de Alcañiz, pa que te hagas una idea.

    Bueno, según Google Maps y mis aproximaciones no-matemáticas, de Monzón a Valencia hay un par de días de camino a caballo, pero he pensado que podían quedar a medio camino, para entrar juntos en la ciudad. Yo qué sé. Guillén se ha retrasado un día entero, pero eh, ya están juntos, que es lo importante xd

    No sé qué más decirte, así que si queda algo por aclarar, pues el chat es una maravilla xD

  12. .
    ¡¡Qué monada!! Y el perrete es p-r-e-c-i-o-s-o.

    Me alegra tanto que alguien más se haya animado a participar en esto <3
  13. .
    —No lo olviden, señoritas —llamó Sally Thompson a la banda, botella de champagne en la mano —. Esto se debe a una ocasión especial, por lo que sólo tomaremos una copa por persona.

    —¡Sí, señora! —bramó la banda, casi todas conteniendo una risa ante la ingenuidad de su directora, quien al parecer realmente se creía que todas respetaban la prohibición de alcohol y hombres que Sally había impuesto. O intentado imponer, visto lo visto.

    Un par de golpes suaves a la puerta precedieron a Eileen, quien entró con una radiante sonrisa, tirando de las manos de Lou y de Martin, el segundo de ellos claramente colorado hasta asemejarse su cara al pelo del primero.

    —¿Podemos unirnos? —preguntó con tal candidez que pronto tuvieron cada uno una copa en la mano.

    Sam miró a su alrededor y se terminó asomando a la puerta, con la idea de llamar a Massimiliano —tenía esta idea desde que lo había visto entre el público—, pero al verlo inclinándose para susurrarle algo a Vito a una distancia realmente indiscreta, perdió la sonrisa, el aliento y las ganas de ninguna celebración.

    Regresó con su hermano, quien le cambió la copa vacía por una llena, y brindó con las demás, uniéndose pronto a una animada conversación entre Lizzy, Marcia, Eileen y Martin. Con suerte, aquello le quitaría a los italianos de la cabeza un rato.

    Dani, por su parte, con su copa en la mano —una copa que se había vaciado y vuelto a llenar—, se acercó a Lou con una sonrisa coqueta en la boca. Y no era lo único que tenía allí, pues cuando le sacó la lengua, mostró una ramita con un nudo perfecto en el que, al parecer, no habían intervenido manos.

    —Para que veas que mi lengua sirve para varias cosas —le dijo con una risita, tirando la ramita al suelo para luego sacarse un cigarrillo. Mientras lo encendía, miró al pelirrojo de reojo y volvió a reírse al verle tan sonrojado –. Eres adorable, ¿lo sabías? —ladeó la cabeza y le acaricio discretamente una mano —No es la primera vez que alguien te hace algo así, ¿verdad? —le preguntó en un susurro.

    Poco después, la propia Sally llamó su atención, pidiéndole que se acercase para hablar con ella, así que Dani se despidió de Lou con un guiño de ojo y una sonrisa, acercándose a la directora con su mejor máscara de interés y atención, aunque en el fondo… se lamentaba haber puesto tan poco veneno en su copa la primera noche.

    Sammy, prestando medio oído a lo que Leen decía, siguió con la mirada a su hermano, mirando después a Lou. Se disculpó con el grupo y se acercó al chef, llamando su atención con un discreto carraspeo y mirándole con una sonrisa dulce.

    —¿Estás bien? Dani no te está molestando, ¿verdad? Sé que puede ser, uh… Apabullante —respiró hondo y miró hacia el grupito —. Ven con nosotros. Martin está a punto de morir entre tanta mujer —bromeó, tirando un poco de su manga para que se uniese a ellos.

    *****


    En esta ocasión, su paseo por el hotel fue con peluca, vestido y maquillaje. La elección no se debió únicamente a que todo el hotel estuviese ya al tanto de que John Conan Holmes era buscado por la policía —y que todo el hotel, por lo mismo, conociese su cara—, sino porque en esos momentos no le apetecía para nada ser un hombre.

    Esto no era algo extraño en Daniel. Desde que tenía memoria, siempre había habido momentos o días en los que no se sentía cómodo con la masculinidad, prefiriendo ser como una mujer. Era algo extraño, sabía que si lo decía lo tratarían de loco y lo encerrarían, pero mientras no hiciese daño a nadie, no pasaba nada.

    Porque no estaba haciendo daño a nadie, ¿verdad?

    Intentó alejar el rostro de Lou de sus memorias, pero cada vez se le estaba haciendo más difícil. ¿Por qué? ¿Por qué él? Era guapo, sí, y era muy agradable hablar con él, pero… ¿Por qué él? ¿Por qué se estaba encaprichando con ese chef pelirrojo? Era cierto que le recordaba bastante a, bueno, a un amigo de infancia, pero…

    Suspiró y se decidió a llevar su paseo hasta el bar, el cual estaba ocupado por un par de hombres que hablaban en voz baja en una mesa, bastante borrachos, y por un joven sentado a solas. Su mirada se encontró con la de ese joven y sonrió.

    Cuando se sentó en la mesa del desconocido, lo hizo con dos vasos largos en la mano.

    —¿Qué es eso? —preguntó el hombre, de unos veintimuchos años, algo azorado por la situación.

    —Vodka con zumo de limón —respondió Daniela con la voz aterciopelada, cogiendo dos sobrecitos de azúcar de la mesa y ofreciéndole uno —. Por si quieres endulzarlo.

    El chico la miró largamente, cogiendo finalmente el sobre y mezclándolo con la bebida. Dio un sorbito y arrugó la nariz, haciendo que Daniela se riese suavemente.

    —Yo no… No tengo mucho dinero —dijo entonces el chico, con cierta incomodidad.

    —¿Y para qué ibas a necesitar dinero? —preguntó Dani, bebiendo de una pajita.

    —¿No eres…? —las mejillas del joven se fueron tiñendo de rojo —Ya sabes, una… ¿chica de compañía?

    Dani volvió a reír, negando con la cabeza después, lo que hizo que los cabellos negros de la peluca se balanceasen suavemente de lado a lado.

    —Puedo hacerte compañía, pero no, no soy puta —dijo sin reparos. La ternura de ese chico al encogerse sobre sí mismo le hizo recordar otra vez a Lou, y esto le hizo cuestionarse su elección —. Simplemente te he visto muy solo y he pensado que, quizá, podríamos hablar un rato y beber juntos, nada más.

    —Oh… Claro. Sí, estaría bien —terminó por sonreír, tendiéndole una mano —. Me llamo Erik.

    —Un placer, Erik. Yo soy Daniela —respondió ella, apretándole suavemente los dedos.

    *****


    —¡¿Te plantó en el altar?! —exclamó Dani con incredulidad, casi gritando.

    —¡Lo sé! Es vergonzoso —suspiró Erik.

    —Para ella, desde luego —Dani bufó y le pasó un brazo tras los hombros —. Eres tan dulce y divertido… No entiendo por qué ninguna mujer te rechazaría, ¡muchísimo menos por qué te plantaría en el altar!

    Erik sonrió y se apoyó en la mujer, quien movía los pies en el agua.

    Tras la cuarta copa, habían dado un tambaleante paseo por la playa y después habían decidido sentarse sobre unas rocas, quitarse los zapatos y seguir hablando mientras las olas mojaban sus piernas. Estaba siendo bastante agradable para los dos, aunque quizá el alcohol tuviese algo que ver en que se sintiesen flotar.

    —Bueno, al menos estoy disfrutando de la luna de miel. Aunque sea solo.

    —Ese es el espíritu —se rio Daniela, apartándose un poco de él para apoyar las manos en la roca, tras sus caderas, echándose un poco atrás y respirando hondo.

    —¿Y a ti qué te ha traído hasta aquí?

    —Trabajo —dijo ella con una sonrisa torcida —. Soy saxofonista.

    —¡Ah! —exclamó el chico —¡Sabía que me sonabas!

    —¿Has ido a las funciones?

    —¡Por supuesto! Bueno, la primera me la salté, pero después todos hablaban tan bien de vosotras que no me he perdido ninguna más.

    —Mira tú qué bien. Me alegro que estemos teniendo tan buena recibida.

    —¿Puedo serte sincero? —preguntó él, acercándose un poco más a Dani —Eres muchísimo más guapa en persona que sobre el escenario.

    Dani le miró a los ojos a esa corta distancia, sin dejar de sonreír. En las miradas de ambos estaba ese brillo de quien ha bebido mucho más de lo que debería, y desde luego cualquiera que hubiese pasado por allí les podría haber oído hablar bastante alto y arrastrando las palabras.

    Sabiendo todo esto, a nadie le sorprendería saber que Daniela no sólo apartó a Erik cuando éste la besó, sino que además correspondió y terminó subiéndose sobre su regazo.

    Media hora después, entre risas y resbalones, regresaban hacia el hotel. Erik le había puesto su chaqueta encima a Daniela y ella se aferraba a su brazo, con el pintalabios descorrido —mención aparte que Erik tenía algún beso rojo en el cuello— y algún raspón en rodillas y manos después de haberse aferrado a las rocas durante el sexo más torpe y nublado que había tenido en mucho tiempo.

    Suerte había tenido, se decía con la poca conciencia que brillaba en su mente, de que Erik no hubiese tenido ningún interés real en tocarle entre las piernas, sino simplemente en meter la polla donde pudiese.

    Una vez en el hotel, con la noche todavía sobre ellos, Erik se apoyó en la pared, junto a la puerta de Daniela, y le acarició el mentón con suavidad.

    —¿Recuerdas lo que hemos hablado antes? —le preguntó en un susurro.

    —Claro. Dame un momento —susurró Dani en retorno, sacándose del pelo una horquilla con la que abrió la cerradura.

    Entró con cuidado de no hacer ruido —todo el cuidado que un borracho puede tener— y rodeó la cama de un durmiente Samuel para llegar hasta su lado del dormitorio. Cogió su exigua maleta y rebuscó en ella hasta dar con lo que buscaba.

    Lo agarró con fuerza y salió de la habitación, guiñándole un ojo a Erik mientras salían de nuevo.

    *****


    Soltó el humo de su cigarro despacito, con los ojos cerrados, y los volvió a abrir con cuidado, disfrutando de lo tenue que era aún la luz del sol, ahora que sólo estaba amaneciendo. Se había despedido de Erik hacía unos veinte minutos y el cansancio empezaba a hacerse notar en su cuerpo.

    Alzó un poco las cejas y se giró, dando otra calada, al escuchar pasos acercándose. Espiró con una media sonrisa, volviendo a apoyarse en la baranda con una mano, jugando en su mano libre con una funda de plata.

    —Buenos días, señor Lobo —saludó a Massimiliano con la voz algo áspera, aunque ya sin arrastrar las letras —. ¿Eres un madrugador? Pensaba que preferirías trasnochar y dormir hasta las nueve o así —comentó con un encogimiento de hombros.

    Se quedó en silencio unos segundos, mirando el horizonte, y después se giró, apoyando la espalda en la barandilla.

    —¿Sabes? La verdad es que creo que me va a venir bien que estés aquí. No creo tardar mucho en desmayarme, así que si me puedes llevar a la habitación cuando eso pase… —se rio al ver la cara de confusión del italiano y le enseñó la funda, abriéndola para mostrar una aguja dentro —Es lo que tiene la heroína. Pura euforia y luego caída en picado. Ah, no se lo digas a Sammy cuando te abra la puerta. Prefiero que se quede con que me he desmayado por el alcohol —frunció un poco el ceño, ladeando la mirada —. Eso también podría ser.

    De forma algo titubeante, se llevó una mano a un bolsillo del vestido. Metió allí la funda de la aguja y sacó unos papeles con partituras torcidas. Las miró, suspiró y las volvió a meter, dándose entonces la vuelta otra vez y tomando una nueva calada.

    —¿Ves esas piedras de allí? —preguntó con voz distraída, haciendo un gesto vago —Hace un rato, un tío me ha follado ahí. Me ha dicho que su novia le había plantado en el altar, pero incluso borracha como una cuba sé que no es así. Está casado y su esposa está durmiendo allí dentro —señaló con el pulgar su espalda, al hotel —. Pero me ha dado igual y le he dejado bajarme las bragas. En realidad, no necesitaba contarme el cuento de la novia. Huelo a los hombres como él, los que sólo quieren meterla en caliente una noche y luego a otra cosa —ladeó la cabeza, mirándole mientras el humo salía de entre sus labios —. Por eso te quiero lejos de Sammy. ¿Qué bien podría hacerle un hombre como tú? Sammy es lo opuesto a mí. No quiere un polvo rápido en la playa. ¿Qué va a querer, igualmente? Aún es… un bebé —se miró entonces a sí misma y luego se acercó a Massi, apoyando la mano que sostenía el cigarro en el hombro del italiano —. Dime… ¿Te parezco guapa? —susurró, aunque no llegó a esperar una respuesta.

    Su cigarrillo medio consumido cayó al suelo y pronto Dani cayó también, totalmente inconsciente.

    *****


    Sammy no estaba teniendo un buen sueño. No era tampoco uno malo, era más bien una sensación constante de agitación. Por eso, cuando fue arrancado de los brazos de Morfeo, tampoco lo lamentó demasiado.

    Algo confundido, se frotó los ojos y miró a su alrededor. La cama de Daniel estaba intacta, aunque tenía ropa por encima, como si hubiese rebuscado en su maleta. Frunció el ceño, pero apenas se estaba preguntando dónde habría pasado la noche el pendón de su hermano, los golpes en la puerta insistieron y le hicieron levantarse.

    De no haberse visto en el espejo, habría abierto la puerta tal cual estaba, pero gracias a esa lámina reflectante reaccionó a tiempo.

    —¡Un momento! —pidió con la voz gangosa, carraspeando y cogiendo rápidamente su peluca. Se la acomodó y soltó por primera vez la coleta, revolviendo un poco los cabellos. Después, se cubrió el cuerpo con el albornoz del hotel y abrió la puerta.

    No supo muy bien qué cara poner cuando se encontró a Massimiliano cargando con Daniel en brazos, al parecer dormido. Parpadeó un par de veces y se hizo a un lado para dejarle entrar, señalándole la cama en cuestión.

    Buscó en esos momentos un reloj para ver la hora, pasándose una mano por la cara, y se acercó rápidamente a su hermano, besando su frente para comprobar su temperatura. Se incorporó con la nariz arrugada en claro desagrado por la peste a alcohol y tabaco, y recordó que Massi estaba allí.

    —¡Ay! —dijo, dando un pequeño respingo —Perdona, todavía estoy a medio camino de la cama —se excusó en voz baja —. Buenos días y… y gracias por traer a este desastre con patas.

    Escuchó algo caer en la moqueta y frunció el ceño, mirando el suelo. Se agachó y recogió la funda de la aguja, apretándole con una mano que empezaba a temblar, y miró el rostro sereno y durmiente de Daniel, con el pintalabios corrido y el pelo revuelto.

    —No puede ser —susurró, levantándole la manga de la chaqueta para descubrir un moratón rodeando la punción de una aguja —. Dani, no… —gimió con cierta desesperación.

    Tiró la funda con fuerza contra el suelo y procuró contener un sollozo, respirando hondo un par de veces. Después, olvidando otra vez la presencia del italiano, rebuscó en los bolsillos del vestido hasta dar con algo, sacando unos papeles doblados y arrugados.

    Los tensó y se acercó a la ventana para poder verlos bien. Al leer esas líneas chapuceras, terminó por soltar una carcajada que rozaba la histeria, girándose hacia Massi y empuñando las partituras mientras alguna lágrima empezaba a caer por sus mejillas.

    —¡Un vals! ¡Se ha colocado para componer un vals! ¡Yo no…! —temblando de ira y tristeza, volvió a leer la primera página, en la cual cayó alguna gota salada. Negó y las dejó sobre la mesilla de noche de Dani, apoyando una mano en el cabecero de la cama —¿Qué demonios tengo que hacer yo ahora? —susurró, con la voz tan temblorosa como su cuerpo —¿Por qué sigue haciendo esto?

    Cerró los ojos y se levantó para ir al balcón. Necesitaba aire con urgencia. Se sobresaltó ligeramente al sentir la mano de Massi en su hombro, pero más pronto que tarde se dio media vuelta y se abrazó a él con todas sus fuerzas, sin importar que sintiese lo plano que era su cuerpo bajo el albornoz.

    Simplemente necesitaba eso, un abrazo, llorar sobre su hombro y desahogar toda su frustración entre sus brazos.

    Cuando se calmó un poco, buscó un pañuelo con el que limpiarse la cara y volvió al balcón, desde donde miró la cama, ignorando a esa gente que empezaba a llenar la playa bajo sus pies.

    —Siempre ha tenido problemas con la bebida —empezó a decir en voz baja —, y empezó a fumar con unos catorce años y nunca paró. Pero, ¿sabes? Eso estaba bien. No le impedía ser una buena persona. Pero… Pero con el tiempo fue bebiendo más y empezó a meterse otras mierdas en el cuerpo. Y con el tiempo sus… sus ideas… —respiró hondo y sonrió con tristeza, sacudiendo la cabeza —Algo en su cabeza se ha ido torciendo. Es como si cada vez sus planes fuesen más enrevesados y peligrosos, como si cada vez le importase menos su propia vida. Y no sé si es porque se ha quemado tanto que le da igual morir o si busca su muerte o… o qué ocurre. Pero no me lo dice y nunca me lo dirá, y un día me encontraré su cadáver y…

    Dejó de hablar de pronto, bajando la mirada al suelo. Se limpió una nueva lágrima que intentaba mojar su rostro y suspiró largamente.

    —Lo siento —murmuró, mirando a Massi a la cara —. Tú no tienes ni culpa ni responsabilidad en esto. No tienes por qué soportar mis llantos y quejas. Además, imagino que estarás queriendo volver con Vito, así que, yo… —se esforzó por sonreírle y le acarició un brazo, dejando la mano allí mientras le hablaba —Gracias. Por traer a Dani y por aguantarme. Y lo siento, de verdad que lo siento —tragó saliva y bajó la mano, cruzando los brazos sobre el pecho con los ojos sobre Daniel —. Nos vemos luego abajo.

    Despidiéndole con eso, se sentó en la cama de Dani, a un lado suyo, y le acarició la mejilla, usando el mismo pañuelo con el que había secado sus lágrimas para empezar a quitarle el pintalabios.

    *****


    Se había saltado la hora de la comida, así que era normal que se levantase con un hambre voraz. Sin embargo, siendo las cuatro de la tarde, la cocina no daba ya comida, aunque eso no le impidió entrar y, con una sonrisa y un par de pestañeos, conseguir que Év le diese un plato lleno de un delicioso arroz con pollo y una copa de vino.

    Eran las sobras, pero a Dani no le importaba mucho. Era comida, estaba caliente y podía disfrutar de ella en un rincón de la cocina, sin molestar a nadie y sin ser molestado por nadie.

    O casi nadie. Lo cierto es que Eileen le había visto entrar y, desde entonces, parecía dudar entre si ir a hablar con Dani o no. Y Dani, que en esos momentos no quería hablar con nadie, muchísimo menos con Eileen, se estaba conformando con lanzarle malas miradas, pero no parecía que fuese a funcionar durante mucho tiempo.

    Se había despertado tarde y con un dolor de cabeza de esos que sólo se arreglan con el mismo alcohol que los ha producido. Para mayor complicación, Sammy no había dudado en empezar a gritarle —bueno, Samuel no gritaba, pero con semejante resaca lo parecía— sobre sus malos hábitos, taladrándole después a preguntas sobre con quién había pasado la noche y tal.

    Dani sólo le había dicho que no corrían peligro y que se relajase, y Samuel entonces le había golpeado con una almohada en la cabeza, algo que sería inocente si, de nuevo, no tuviese tal resaca, para después coger un libro e irse a la playa con las chicas de la banda.

    Así que el mayor de los Graham se había quedado a solas en el dormitorio y había aprovechado para dormir un poco más hasta que el hambre le había obligado a moverse, pero la cara entre enfadada y decepcionada de Samuel no se le iba de la cabeza. Hasta se sentía mal y todo por lo que había hecho.

    Con un gruñido, vio cómo Eileen finalmente se acercaba a su mesa y se sentaba sin permiso ni nada frente a él, cogiéndole un trozo de pan. Bueno, lo intentó, Daniel clavó el cuchillo en el panecillo, haciendo que la cocinera diese un brinco y apartase rápidamente la mano.

    —¡Vaya! No eres de las que comparten, ¿eh?

    —No contigo —soltó Daniel con manifiesta hostilidad que Eileen prefirió pasar por alto.

    —¿Y bien? —al ver cómo Dani alzaba una ceja, Eileen soltó una risilla y señaló con la cabeza algo a su espalda —¿Has estado hoy con Lou?

    —¿Qué más te da?

    —¡Me da y mucho! Sé lo que hicisteis ayer en el almacén —de nuevo, una ceja alzada hizo que Eileen riese un poco, ahora negando con manos y cabeza —. Tranquila, que no se lo diré a nadie.

    —Bien por ti.

    —¿Vais a empezar a salir en serio?

    —Por el amor de… —Dani respiró hondo y esbozó una de sus sonrisas claramente falsas —¿Me dejas comer en paz, por favor?

    Eileen, ante esto, alzó las manos y se puso en pie.

    —Claro, perdona. ¡Le diré que venga! Seguro que te ayuda con tu mal humor.

    —Por Dios, sólo muérete —masculló mientras la chica se alejaba para dirigirse hacia el pelirrojo —. Lo que me faltaba.

    No, en esos momentos Dani no tenía muchas ganas de ver a Lou. No por Lou, no tenía ganas de ver a nadie. Mentira. Lo cierto es que no quería ver a Lou, expresamente. No por estar enfadado con él o por querer desecharle ahora que había tenido su momento de diversión, sino porque… porque no sabía si Lou había hablado con Samuel y no quería otra charlita ni más miradas de decepción. No sabía por qué, pero se temía que si Lou le miraba así, le iba a sentar francamente mal.

    Con todo, sus deseos no fueron suficientes y pronto tenía al pelirrojo delante, empujado por Eileen, quien se fue deseándole suerte a la parejita. Dani respiró hondo y le invitó a sentarse con un gesto.

    —Perdona si estoy molestando. No he dormido en toda la noche y cuando me he despertado el servicio de comidas ya se había acabado. Si… si prefieres que me vaya… —habló con la voz suavizada y una pequeña sonrisa en la boca. Nada que ver con la extroversión y el coqueteo habitual.

    *****


    Luchando contra su timidez natural, Sammy abrió la puerta despacito y tomó aire con cierto alivio al ver que nadie se había girado a mirar al intruso. Bueno, la intrusa.

    Apretando los papeles contra su pecho, empezó a caminar por un pasillo lateral para llegar hasta el pianista, encargado de crear ambiente, aunque en esos momentos estaba descansando, con un cigarrillo en los labios y una copa en la mano.

    Mientras iba hacia él, una voz captó su atención. Giró la cabeza y vio a Massimiliano con Vito, charlando animadamente en una mesa. Juntos. Riendo. Vito tocaba ligeramente la mano de Massimiliano y Massimiliano no hacía nada por impedirlo.

    Su mirada se cruzó con la de Vito, con sonrió con aires de victoria y superioridad, alzando incluso la barbilla. Sammy respiró hondo y apartó rápidamente la mirada, acercándose al pianista a paso rápido. El hombre no pareció muy contento por la interrupción en un primer momento, no al menos hasta que escuchó a Sammy. Entonces no sólo le sonrió, sino que acompañó a la persona que creía una encantadora joven al espectáculo, llamando para ella la atención del público.

    —Disculpen, pero mi encantadora compañera me pregunta si puede interpretar para ustedes una pieza de vals —dijo con la gracia de quien está acostumbrado a los espectáculos —. Al parecer, uno puede cansarse del jazz —bromeó, sacando varias risas entre el público.

    Sin embargo, no hubo ningún inconveniente por parte de los espectadores, así que Sammy, intentando no pensar en Massimiliano, se sentó frente al piano y subió la tapa. Acarició las teclas con cierto nerviosismo y colocó las partituras de Daniel en el atril.

    Chasqueó los dedos y estiró las manos, mirando al público con una sonrisita nerviosa. El pianista le dio ánimos con una sonrisa y su copa levantada, y entonces Samuel respiró hondo y empezó a tocar.

    Su mano izquierda marcaba el compás, su mano derecha se deslizaba en una cadencia elegante, con regusto triste, y sus pies se movían suavemente en los pedales. Pronto, más de una pareja se dejó seducir por el ritmo y se levantó, bailando el vals en la zona más despejada, destinada precisamente a bailes.

    Cuando Sammy terminó, lo hizo con el corazón en un puño. Era una composición corta, de poco más de tres minutos, pero le había dejado una sensación de tristeza. ¿Eso era lo que sentía Daniel? ¿O simplemente era lo que se le había ocurrido en mitad de su colocón?

    Recogió los papeles y agradeció con reverencias y todo entre aplausos, sintiéndose extraño también por eso. Hacía tanto que no tocaba el piano para un público que ahora los dedos le cosquilleaban, con ganas de más.

    Tuvo que disculparse, sin embargo, cuando el propio público le pidió que tocase otra canción. Y todavía entre agradecimientos, salió de la sala casi corriendo. Al llegar a una zona menos transitada, apoyó la espalda en la pared y respiró hondo de nuevo, apretando las partituras contra su pecho y cerrando los ojos.

    —¿Por qué malgastas tu talento así, Dani? —susurró al aire.


    SPOILER (click to view)
    Ugh. Acabo de ver que nunca le di formato a la última respuesta. Pero, ¿sabes qué? Ahora tampoco lo voy a hacer, ni con esa ni con esta, porque me da muchísima pereza e igualmente tengo que seguir un poco con apuntes xd

    Te dejo, sin embargo, la canción de Dani, aunque está digamos que con todos los arreglos terminados y en versión orquesta (?) Vals ~
    Este canal me tiene totalmente hechizada, que la música de este señor es una maravilla y, además, me está inspirando mucho para mis relatos. Así que necesitaba compartirla de alguna forma xD

    Te dejo también tres fundas de agujas (x). Imagino a Dani como la segunda, o quizá una mezcla de la segunda y la tercera. Bueno, como sea, algo bonito y antiguo xD

    Y, sí, me temo que tendrás que esperar un poco más para ver qué tengo planeado con el señor Hudson ~

    PD. ¿Sammy celoso de Vito? No sé de qué me hablas.

    PD2. ¿Dani empezando a ver que Lou le gusta? Imaginaciones tuyas xd
  14. .
    ¡Hecho! Gracias por el aviso ~

    Ah, y me alegra que te gusten <3



    Bub, querido, a ti no te respondo porque creo que ya te lo he dicho todo por privado xd
  15. .
    ¡Holas, holitas,
    holotas, habitantes de la red!

    Vengo con mi tercer participación a este reto. ¿Será la última? ¿Subiré mañana otra cosa? Todo puede sucedee cuando has perdido el control de tu vida.

    Las mozas de hoy son el genderbend de Artemio y Kepa, doa idiotas que roleo con el fantástico Pachyrhachis. ~

    He vuelto a usar lápices de colores y, bueno, sigo sin manejar bien la técnica. Y podréis decir que hago los fondos sin ganas..... Y no os equivocaríais xd

    Sin nada más que decir, vuelvo a animaros a participar. ¡Quiero ver dibujos que no sean míos!




    Edited by Bananna - 15/8/2019, 00:17
8719 replies since 27/7/2011
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