Posts written by Bananna

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    Entrar en Xõ fue como si hubiesen atravesado un portal que los hubiese llevado a la otra punta del mundo. De las arenas aburridas del desierto pasaron a un terreno lleno de vida, verde, con árboles altos que daban una agradable sombra y permitían que brotasen hierba y flores.

    Todo esto era posible gracias al gran lago que alimentaba el oasis y en torno al cual se había construido la próspera ciudad, siempre llena de gente que transitaba por el desierto y que aprovechaba este punto como un agradable alto en el camino antes de retomar su viaje.

    Aunque ese no era el objetivo de Tarish, tampoco iba a despreciar la belleza exótica de la ciudad. Por eso había reservado dos habitaciones para cuatro días, aunque sólo necesitase uno para cumplir su objetivo.

    Y fue, precisamente, en una de esas habitaciones donde despertó Hügo. Se encontró cómodamente tumbado en una cama matrimonial, descalzo y sin camiseta. La temperatura era agradable y los doseles de la cama, ahora corridos, dejaban ese espacio con una luz reducida que sólo aumentaba la sensación de frescor.

    Pronto uno de esos doseles fue tomado por una mano blanca de dedos alargados, y al descorrerse la tela pudo ver a contraluz la figura de Tarish, quien había cambiado sus ropas de viaje por una túnica blanca sujeta a la cintura con un cinto azul y dorado a juego con los bordes de la túnica.

    —Bienvenido al mundo despierto, querido. —Le saludó con una voz dulce mientras se sentaba en el borde de la cama. Dejó sobre el colchón un balde con agua y sacó de ahí un pañuelo que escurrió un poco —. Permíteme.

    Aunque no esperó a tener permiso y directamente empezó a limpiar su rostro con el paño. Era delicado y gentil, teniendo cuidado con ojos, nariz y boca, pero retirando sudor y arena y, a la vez, dejando una sensación refrescante acrecentada por el olor a rosas y menta que tenía el pañuelo, o quizá el agua.

    Debía haber una ventana abierta, porque a veces soplada una brisa que traía aroma de especias y se podían oír los sonidos apagados del mercado.

    —Hemos llegado hace media hora. Olivia ha tomado gusto por Baba, porque se ha asentado en sus hombros y la ha seguido a terminar ciertos asuntos pendientes. —Decía esto casi susurrando, para mantener una atmósfera íntima, mientras ahora volvía a hundir el paño en el agua. Después empezó a limpiar su cuello y pecho con el mismo cuidado y atención que su rostro —. He dejado tus armas junto a la cama y he tirado tu camiseta, pero no debes preocuparte: tengo ropa nueva para ti y estoy seguro de que te gustará mucho más que la que te hizo llevar esa señora… Señorita Muleau.

    Bajó los ojos a su torso mientras ahora le limpiaba los abdominales. Estaba claro que aquella sesión de aseo iba a tomar un giro mucho más interesante, sobre todo porque Tarish no tuvo muchos reparos que llevar su mano libre al cierre del pantalón de Hügo para abrirlo.

    Le lanzó una mirada para obtener su permiso y sonrió, pero apenas abrió el botón… Unos golpes sonaron en la puerta y Tarish puso los ojos en blanco con cierta exasperación.

    —Discúlpame un momento, querido.

    Se levantó, dejando el paño en el balde, y fue a abrir la puerta. Hubo una conversación breve y la puerta se cerró, pero cuando Tarish regresó junto a la cama tenía una expresión de fastidio.

    —Lo lamento, pero voy a tener que dejarte a solas un rato. Hay un baño frente a la cama, por si deseas darte un baño en condiciones, y tu ropa nueva está en el armario, limpia y lista para ti. También hay fruta y agua… Me gustaría pedirte que me esperes para el almuerzo, no debería tardar más de una hora en regresar.

    Dándolo todo por aceptado, le sonrió y volvió a cerrar los doseles de la cama. Se despidió con voz alegre y la puerta de la habitación volvió a cerrarse.




    —Amo, estoy harta de este pájaro demoníaco.

    —¿Por qué? Olivia es una dama encantadora.

    Balai resopló ante semejante afirmación y miró de reojo al pajarraco, que tenía su cabeza cómodamente apoyada en el regazo de Tarish y disfrutaba como un perro de recibir sus caricias.

    Volvió a mirar hacia la puerta por la que había desaparecido Taflosa y rodó los ojos, empezando a dar golpecitos en el suelo con impaciencia.

    —Llevamos ya quince minutos esperando.

    —Sólo han pasado cinco. ¿Por qué no te sientas tú también? —ofreció Tarish, señalando la silla libre a su lado, frente al escritorio. Balai lo rechazó con una sacudida de cabeza.

    —¿Podría volver a explicarme cuál es el problema, amo?

    —Las normativas para acceder a la cueva se han endurecido en las últimas semanas. —Repitió con paciencia, los ojos fijos en Olivia mientras la mimaba —. Al parecer se han detectado movimientos sospechosos por la zona.

    —¿Sospechosos…?

    —Seguramente se trate de un demonio escondido. Pero no es algo que me preocupes. Además, tenemos toda la documentación en regla y una carta de apoyo de la viuda Vantrease. Eso es prácticamente una carta blanca para ir a donde queramos y hacer lo que queramos.

    —Mientras no repita lo del hotel, amo…

    Tarish se rio suavemente, pero no comentó nada más al respecto. Prefirió sacar con la mano libre su abanico y darse un poco de aire, aunque de todas formas no tuvieron que esperar mucho más. La puertecita tras el escritorio volvió a abrirse y Taflosa apareció con unos papeles.

    —Lamento haberles hecho esperar. —dijo la mujer con un suspiro —. Hace mucho que nadie solicita adentrarse en la Cueva Cantante.

    —No debe preocuparse, gobernadora. ¿Está todo en regla? —preguntó Tarish con ojos grandes e inocentes que hicieron que Taflosa sonriese de forma amable.

    —Así es. Aquí tiene un mapa de la cueva, —le entregó uno de los papeles —y aquí los emblemas para que les concedan la entrada. Nadie debería interponerse en su camino, aunque…

    —¿Qué ocurre? —preguntó ahora Balai con cierta impaciencia.

    —No es nada, realmente. Pero necesito que firmen aquí también.

    Extendió un nuevo papel sobre la mesa y Tarish se asomó para leerlo.

    —Ah… Cesión de responsabilidades.

    —¿Qué significa eso, amo?

    —La ciudad de Xõ queda eximida de cualquier tipo de responsabilidad por posibles percances que podamos sufrir. En otras palabras, si nos ocurre algo mientras estemos en las cuevas, no podremos denunciar ni al gobierno ni a ningún organismo de Xõ. —Dicho esto, cogió la pluma del tintero y sonrió —. Pero está bien. Entiendo que las cuevas sólo son peligrosas para la gente imprudente o poco preparada.

    —Así es, así es. —Aseguró Taflosa, claramente aliviada de que Tarish no le estuviese poniendo ningún problema al respecto —. Estoy segura de que su excursión a la Cueva Cantante será perfectamente segura y provechosa.

    —¡Claro que sí! Baba, querida, firma tú también.

    La mujer gruñó, pero aceptó la pluma y se inclinó sobre el papel.

    —¿Qué hacemos con el mercenario?

    —Oh, no te preocupes por él. Me hago cargo de su seguridad.




    Olivia entró volando en la habitación, literalmente, y pronto buscó acomodarse sobre Hügo. Tarish fue el siguiente en entrar, y al verle sonrió y se acercó para alisarle un poco la ropa. La había seleccionado basándose en el estilo de la ropa de viaje que Hügo había llevado en la otra ciudad, pero eran telas más finas y claras, adaptadas al calor del desierto.

    —Veo que has decidido, sabiamente, prescindir de la armadura por ahora. —Comentó con calma —. Hoy no te hará falta. Mañana… Quizá.

    Le hizo un gesto para que le acompañase al balcón de la habitación y tomó asiento en la mesa que había ahí. Apenas estuvieron los dos asentados, Balai llegó seguida de un mozo que cargaba un carrito con la comida.

    Dejó las bandejas sobre la mesa, hizo un gesto de despedida y salió de la habitación, cerrando la puerta a su paso.

    —El menú del día es ensalada con dátiles, humus, pan de pita y una pechuga de pollo. —Anunció Balai, quedándose de pie junto a Tarish como la guardiana que era.

    —Suena delicioso. —El amo sonrió de forma golosa, tomando uno de los platos de ensalada, pero luego miró a Balai —. ¿No vas a comer con nosotros?

    —Amo…

    —¡Insisto! Por favor, ve a por tu comida y únete a nosotros.

    Balai dudó, pero acabó aceptando con una inclinación. Miró a Hügo, rodó los ojos y salió de nuevo.

    —Está empeñada en que tengamos una relación clásica de amo y sirvienta, pero yo prefiero algo más cercano. —Le confió a Hügo mientras tomaba la jarra y servía un vino de tono dorado y sabor áspero —. Debo reconocer que me mosqueé contigo. Te pedí que fueses manso con Boyard y terminaste hiriéndole a él y a la señorita Goa y haciendo una salida maravillosamente dramática de la ciudad. Pero entiendo que Vivienne tampoco te dio mucho margen de maniobra… De todas formas, no debes preocuparte más por eso. Calmé las aguas lo suficiente como para que no te persigan, aunque yo no me acercaría a ella ni a nadie de su familia durante los próximos cinco años, al menos… Respecto al pez de oro, sugiero fundirlo, convertirlo en monedas y disfrutar de la vida mientras duren. —Dijo esto último guiñándole un ojo.

    Le dio un trago a su copa y se relamió, empezando a picotear su ensalada de buen humor.

    —Confío en que no hayas olvidado la conversación que tenemos pendiente. En resumen: estoy desarrollando un sistema para almacenar energía de demonios y poder actualizar el nivel de las armas de forma más cómoda y práctica. Supongo que te preguntarás dónde entras tú en todo esto… —Guardó silencio cuando Balai regresó y esperó a que tomase asiento con ellos antes de proseguir —Debo ir a los hornos de Guliper, en la región noroccidental del continente. Aunque antes de eso tengo una visita pendiente a la Cueva Cantante de Xõ.

    —Iremos mañana. —Puntualizó Balai.

    —Así es. En esa cueva se han formado unos minerales muy especiales que he estudiado durante un tiempo y que necesito para mi pequeño proyecto. Los cogeremos mañana y los llevaremos a Guliper. Una vez ahí, fabricarán un cristal, montaré el aparato y podremos empezar las pruebas. Y ahí, querido mío, es donde haces tu aparición en escena. —Dijo señalándole con el tenedor en uno de sus gestos teatrales —. El látigo de Baba es también un arma contra los urraki, pero ¿cómo puedo hacer un experimento fiable teniendo sólo una muestra? Tú, sin embargo, tienes una espada y una daga, ¡y a distintos niveles! Eso me permitirá calcular bien la eficacia del proyecto. Claro que dicho esto podría darte una fecha aproximada para que te reunieses con nosotros cerca de Guliper, una vez estuviese todo dispuesto… Sin embargo, me gustaría contratarte también como guardaespaldas.

    —Sigo pensando que eso es innecesario.

    —Probablemente, pero ¿no es mejor prevenir que curar? Además, al viajar con nosotros me aseguraré de tenerte cerca para cuando esté en condiciones de comenzar la sesión de pruebas. Me encargaré de tu alojamiento y comida, también si necesitas ropa u otros gastos… Y estoy dispuesto a acordar un pago semanal. ¿A cambio? Tendrás que trabajar con Baba para mantenerme a salvo, claro, y más adelante deberás recoger los datos que te solicite. Puede que entre medias te haga algún encargo extraordinario… —Apoyó los codos en la mesa y reposó la barbilla sobre sus manos cruzadas, sonriéndole de forma calmada —. ¿Tenemos trato o necesitas pensártelo un poco?

    Aunque por la mirada de Hügo quedaba claro que no había nada que pensar.




    Por desgracia, el plan de Tarish de pasar la noche con Hügo se había arruinado por culpa de Olivia. El ave había hecho nido ocupando media cama y tenía bien clavado en la cabeza el no dejar que nadie más ocupase ese lecho. Tampoco parecía contenta con la idea de dormir con Balai (el sonido de tambores y un amago de picotazo hicieron que la guerrera saliera de la habitación sin mirar atrás), por lo que no quedaba más remedio que dejarlo estar.

    Y por la mañana, después de un desayuno bien potente para cargarse de energías, el grupo partió hacia la Cueva Cantante. La entrada estaba al sur del oasis, en una pequeña formación rocosa que podría haber sido una montaña hacía millones de años, y al parecer las cuevas incluso atravesaban partes del lago.

    Balai había preguntado varias veces a qué se debía el nombre, pero esa pregunta quedó contestada una vez llegaron a la entrada de la cueva. Cuando soplaba el viento, se producía un sonido parecido a un canto. Este curioso fenómeno acústico había generado una serie de leyendas locales que se podían escuchar en cualquier parte de Xõ.

    A la entrada de la cueva, sin embargo, había dos soldados que les cerraron el paso, al menos hasta que Tarish les mostró sus acreditaciones.

    —¿Ese… animal también entrará? —preguntó con recelo uno de los guardias.

    —¿Cómo? ¿Olivia? ¡Por supuesto! Está perfectamente entrenada. —Mintió Tarish con tanta convicción que nadie les puso más reparos.

    Y así pudieron entrar en la Cueva Cantante, armados con un farol que combinaba sus fuerzas con algunos de aquellos hongos bioluminiscentes que daban nombre al desierto Arenazul y que habían encontrado hogar en el suelo, paredes y techo de la cueva.

    Tarish caminaba sorprendentemente relajado para estar en un entorno desconocido y potencialmente hostil. Con Balai a su lado y Hügo cerrando la marcha, el magistrado llevaba el mapa extendido y giraba con decisión por los distintos pasillos de la cueva hasta que llegaron a una bolsa más grande que tenía un poco de vegetación y algo de agua filtrada del lago.

    Mientras Olivia se acercaba a beber y chapotear en el agua, Tarish se agachó para mirar algunas piedras y sonrió, conforme.

    —Estamos cer- Oh. —Se interrumpió y giró la cabeza hacia un lado al haber escuchado un ruido, el eco de una piedra sonando en el silencio de la cueva.

    —¿Voy a investigar? —Preguntó Balai con la mano en la empuñadura de su látigo.

    —Adelante. Hügo, ven conmigo. Baba, estaremos al final de ese pasillo, a la derecha.

    La mujer asintió y caminó en dirección al sonido, mientras que Tarish le hizo un gesto a Hügo y echó a caminar por donde había señalado.

    No tardaron en llegar al lugar que tanto estaba esperando: una nueva bolsa, pero esta vez repleta de un mineral de tonalidades rosas que brillaba como cristal ante la luz del fuego.

    —¡Oh! ¡Mira qué hermoso! —Suspiró, acercándose para tocar algunas de esas piedras.

    Abrió entonces su bolsa y sacó de ahí una caja considerablemente más grande que la bolsa, pero Tarish pronto le explicó a Hügo que era una bolsa grabada con un hechizo.

    —En términos sencillos, dentro de la bolsa hay un espacio infinito donde puedo almacenar todo lo que desee. Baba y yo somos los únicos que podemos extraer de aquí aquello que deseemos… Pero si te portas bien, quizá te otorgue acceso a ti también. —dijo en un tonó juguetón.

    Después se puso más serio y empezó a extraer con un cuchillo afilado algunas de esas piedras, guardándolas en la caja. Se cansó rápido, porque le cedió la tarea a Hügo, y aprovechó para ir a comprobar que Balai no se hubiese perdido.

    Acompañado por Olivia, salió a la primera bolsa, la que tenía vegetación, a tiempo para ver a Balai regresar ahí mismo arrastrando a una muchacha que tenía las muñecas atadas por la punta del látigo.

    —¡Amo! Mire lo que he encontrado.

    Tarish se acercó con curiosidad y sonrió.

    —Una urraki. —Dijo al reconocer los rasgos de la chica. No es que la conociese, sino que, asustada y defensiva, había cambiado su apariencia a la de un demonio, con orejas más afiladas, colmillos y garras —. Pero es una nafena, de rango amarillo…

    —¡Señor! —Bramó entonces la chica. Estaba llorando y temblando —. ¡Por favor, no me haga daño! ¡Por favor! ¡No he dañado nunca a ningún humano, lo juro…!

    Tarish la hizo callar con un gesto y se acercó un poco más a ella pese a la advertencia de Balai. Tomó el mentón de la chica y la miró atentamente. Le apartó el pelo de la frente y sonrió, acariciando el símbolo que tenía tatuado ahí.

    —Baba, puedes soltarla.

    —¿Qué? ¡No!

    —Es una sacerdotisa de Vuriana, una… pacifista. —Se rio al pronunciar esa palabra, casi burlándose de ella —. Antes permitiría que la golpeases y ultrajases de mil maneras que levantarte una mano.

    —¡Me ha bufado y mostrado los dientes!

    —¡Claro, porque no es tonta! Era una amenaza para que la dejases en paz. ¿No se ha dejado atar mansamente?

    Balai soltó una maldición. Después respiró hondo y, aun mascullando por lo bajo, deshizo la atadura, liberando a la chica, que cayó de rodillas frente a Tarish, llorando e reverenciándole ahora con su forma totalmente humana.

    —Gracias… Gracias, mi señor, gracias…

    —¿Cómo te llamas, sacerdotisa?

    —Kirala, mi señor.

    —Kirala… ¿Y qué haces aquí?

    —¿En la cueva…?

    —En Mon Tara.

    Que Tarish utilizase ese nombre para referirse a la dimensión de los humanos hizo que Kirala abriese los ojos con sorpresa y pareciese mirar a ese joven con mayor atención y detenimiento. Tragó saliva y se mantuvo de rodillas, con la espalda recta.

    —Yo… Nací en Mon Galar, pero cuando los portales se reabrieron decidí atravesarlos para explorar. Sin embargo, ¡oh! ¡Los otros urraki son despiadados! ¡Y los humanos también! Hui al desierto en busca de refugio y terminé encontrando esta cueva. No deseo luchar, ni dañar a nadie, ¡lo juro!

    —No necesitas jurar, sacerdotisa. ¿Por qué no has regresado a Mon Galar?

    Eso hizo que la muchacha dudase.

    —Pues… No es un lugar agradable, mi señor.

    Esa respuesta sacó una pequeña risa a Tarish. Sacudió la cabeza y sacó su abanico para darse algo de aire y ocultar parte de su rostro.

    —Hmn… ¿Mi señor? ¿Podría viajar con ustedes?

    —¿Qué? ¡Ni hablar!

    —Baba, no seas tan tajante. —Tarish lo sopesó unos segundos, pero pronto se encogió de hombros —. Bien. Eres experta en medicina, imagino.

    —¡Así es, mi señor! Todas las sacerdotisas de Vuriana estudiamos los tratados de Ga-

    —Ya, ya. —La interrumpió con un gesto vago —. Ponte en pie, entonces, Kira. Ahora te presentaré a nuestros otros compañeros. Ahora debe haber acabado de recoger el mineral…

    Volvió a caminar hacia donde había dejado a Hügo, pero Balai se acercó a él rápidamente para impedir su paso.

    —¿Está seguro de esto, amo?

    —Claro. —Dijo con despreocupación —. No te preocupes, la controlaré yo mismo. Y si deja de sernos útil… Bueno. Incluso un nafena puede servir para nuestro experimento.

    Aquello pareció calmar a Balai parcialmente y Tarish pudo retomar su paseo. Pronto estaba mirando a Hügo, que efectivamente estaba terminando de llenar la caja. Le felicitó con un aplauso emocionado y correteó para cerrar él mismo la caja y guardarla otra vez en la bolsa mágica.

    —El ruido lo ha provocado Kira, una chiquilla de unos veintipocos años… Va a unirse a nosotros, al menos durante un tiempo. No sabe luchar, pero es médica, y nunca viene mal viajar con un médico, hasta donde yo sé.

    Evitó contarle el detalle de que esa chica era un urraki. Lo vio innecesario, al menos por el momento, y de todas formas las armas de Hügo no la detectarían, al tener ella un nivel espiritual tan irrisorio.

    Con esto, regresaron cinco al hotel.




    No podía creerlo. ¿Realmente estaban a solas? Miró a su alrededor otra vez, pero ¡así era! No había nadie más que ellos dos en la habitación.

    Balai había acompañado a Kirala a la habitación que ella había ocupado con Tarish la noche anterior y Olivia, curiosa por la nueva incorporación al grupo, las había seguido haciendo sus graciosos ruiditos apocalípticos.

    Así que ahora Tarish, con su copa de vino áspero en la mano, estaba, por fin, a solas con Hügo.

    Sonrió, encantado con la perspectiva, y se acercó a él, poniéndole una mano en el hombro. Le invitó a sentarse, presionando suavemente de él hacia abajo, y entonces, sin más dilación, subió a su regazo con una sonrisa satisfecha.

    —Hola, desconocido. —susurró, acercándose para besarle.

    Cuando sus labios se encontraron y las manos de Hügo apretaron su cintura no pudo contener un suspiro de deleite, pero aquel juego terminó tan rápido como había empezado cuando el sonido del tambor se escuchó no tras la puerta, sino en la ventana.

    Al girarse, Tarish pudo ver la estatua emplumada que era Olivia cuando se quedaba totalmente estática. Gruñó y frunció el ceño.

    —¿Podrías darnos un rato, querida?

    Otra vez el sonido de tambor y ahora Olivia revoloteó, pero fue para entrar en la habitación y acercarse a la cama.

    Tarish tuvo que contener un gemido, pero de pura frustración. Sin embargo, accedió a la petición muda y salió de encima del mercenario, sentándose a su lado con un resoplido.

    —Mañana… —Empezó a decir después de dejarse caer de espaldas sobre el colchón —Quiero visitar la ciudad. Ver el mercado y el templo local, visitar los famosos jardines que tienen por aquí y ver el lago. Pasado mañana partiremos después de comer. Supongo que ahora tendré que ir a ver cómo está la chica.

    Con su humor claramente malogrado, se levantó de un salto y le dio un golpecito muy suave en la cabeza a Olivia con el abanico, a modo de reprimenda. Ella hizo otra vez el sonido del tambor y después subió al regazo de Hügo.

    Tarish rodó los ojos, pero sonrió al hombre antes de salir de la habitación una vez más.
  2. .
    Larhis tenía la costumbre de recibir los informes de sus agentes mientras se daba un baño relajante en aguas perfumadas con flores. Así, las buenas noticias la hacían sonreír incluso más y las malas noticias no la enfurecían tanto.

    Pero esta noche no sólo quería escuchar informes en el agua, también quería hablar con alguien especial. Por eso, había ordenado que trasladasen su espejo mágico del dormitorio al baño —eran dos habitaciones contiguas, por suerte para los sirvientes— y ahora se servía una copa de vino mientras esperaba a que la conexión se terminase de establecer.

    Por fin, el cristal empezó a brillar y al otro lado pudo ver a Nerika Pagkamba. Estaba sucia, manchada en sangre, sudor y polvo, con la ropa rota y algunas vendas descuidadas cubriendo heridas que había recibido durante el asalto. Por lo demás, era todo lo esperado: con las manos atadas a la espalda y los tobillos también sujetos, obligada a estar sentada en un carromato, aislada del resto de las cautivas.

    Le llevaban agua y un poco de comida una vez al día, lo suficiente para mantenerla viva, pero débil, dejándola en un estado somnoliento con el que no podría pensar un plan para escapar de allí.

    Con todo, al reconocer a la mujer en el espejo Nerika pareció recuperar algo de fuerzas a juzgar por cómo su postura se había enderezado y cómo su mirada había empezado a brillar con algo que sólo se podría calificar como odio.

    —¡Querida! ¡Cuánto tiempo! —Exclamó en un tono alegre, dándole un sorbito a su vino. No obtuvo respuestas y eso le hizo formar un pucherito —. Te acuerdas de mí, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo ha pasado? Cerca de dieciocho años, si no recuerdo mal…

    —Puta. —siseó Nerika entre dientes —. Ya me tienes a mí. ¡Deja ir a las demás!

    —¿Cómo podría hacer eso? —Se llevó una mano al pecho de forma dramática —. Las estamos llevando a la capital del Imperio de Cárrigan, el lugar más seguro del mundo. Deberías agradecerme, de hecho, que haya decidido traerlas aquí en vez de matarlas en esa comuna idealista que teníais montada. Además, nuestro querido retoño vendrá de muchísimo más agrado si sabe que aquí tendrá no sólo a sus mamás, sino a toda su familia adoptiva.

    —¡Tú no eres su madre!

    —Ah, eso me ha dolido… ¡Claro que lo soy! Quizá no lo llevé en mi vientre, como tú, pero sin mí nunca habría nacido. ¿O has decidido olvidar eso? —Sonrió de medio lado, acariciando el borde de la copa —. ¿Tienes idea de dónde está ahora nuestro bebé?

    —¡Deja de llamarlo así! —Nerika se revolvió y, al sentir el dolor de los grilletes clavándose en las heridas de sus muñecas, jadeó y se quedó quieta —. Nunca podrás ponerle una mano encima. ¿Me oyes? ¡Jamás lo encontrarás!

    Larhis dio otro sorbo al vino y dejó la copa en una mesita. Se hundió en el agua y se movió por esa bañera, aunque casi podría ser una piscina, hasta llegar al borde más cercano al espejo. Asomó por ahí, con su pelo mojado capturando algunos pétalos, y cruzó los brazos en el borde para apoyar sobre ellos la barbilla.

    —Así que… ¿Lo has enviado a la tribu del sur? —El silencio de Nerika le sacó una sonrisa —. La tribu del noreste, entonces.

    —No lo encontrarás.

    —¿No? Claro, supongo que no… Le pusiste un hechizo de ocultación y todo eso… —Paseó un dedo por el borde de la bañera, con movimientos juguetones que recordaban a un gato. Sus ojos también parecían felinos cuando volvían a posarse en los de Nerika —. Dime, ¿cuánto crees que tardará el hechizo en romperse?

    —Es un hechizo fuerte, no se romperá. —Sin embargo, sus palabras no sonaron demasiado seguras de ello.

    —Su magia es más fuerte que la tuya. Y que la mía, ya que nos ponemos. Por las diosas, creo que si tú y yo juntásemos fuerzas no le llegaríamos ni a la altura de los talones. Pero de eso se trataba desde el principio, ¿no? Traer a la vida una auténtica fuerza divina.

    —Una fuerza que nunca será tuya. —aventuró Nerika, alzando la barbilla en un gesto más confiado —. Mi hijo no será parte de esta barbaridad que tu mascota y tú estáis llevando a cabo.

    Larhis soltó una risa tan suave y dulce que podría haber hecho suspirar a cualquier hombre. A menos que entendiesen de qué iba la conversación.

    —Claro que sí. Estoy segura de que lo has criado con los valores fuertes de los druidas antiguos. Hará lo que sea por su familia. Así que, si no lo convencemos por las buenas, bien… Tenemos una treintena de rehenes para ejercer presión. Además de a su querida mamá, por supuesto.

    —Eres un monstruo. ¡Un monstruo, Larhis! ¡Por eso te expulsaron de la tribu! ¡Por eso tuviste que huir con el rabo entre las piernas y buscar a un nuevo patrón!

    —Blablablá. Neri, mi amor, te adoro, pero me cansas mucho. ¿Puedes dejar esos discursos moralistas para otro momento, por favor? Gracias. ¿Por dónde íbamos…? Ah, sí, el niño. ¿Cómo lo llamaste?

    —No voy a decírtelo.

    —Sé que lo conocéis como Lulú. Así lo llamó su guardiana cuando mis perros lo asaltaron a las afueras de Fadmella. Oh, no pongas esa cara, no te preocupes. Consiguieron escapar, al parecer un, agárrate, ¡mutuwa!, ¡un mutuwa!, durmió a mis perros y los dejó flotando en medio del bosque llenos de magulladuras.

    —Un mutuwa… —murmuró con el ceño fruncido.

    —¡Sí! ¿No es emocionante? Y parece que más tarde le vieron con ¡dos mutuwa! Y un nigromante, pero de ese traidor no vamos a hablar. Bueno, sí, qué demonios. Se llama Atro y trabajaba para nosotros, pero perdió las bragas al ver a un mutuwa y decidió abandonarnos. El pobre infeliz no sabe aún que su presencia sólo nos da un mejor balizamiento.

    Nerika frunció incluso más el ceño y apretó los labios, pero Larhis no había acabado de hablar.

    —¿Sabes? Lo que no entiendo aún es qué hacen en Haflán. Quiero decir, si se dirigen a la tribu del noreste esa parada no parece bien pensada. Pero no te preocupes, ya nos encargaremos de corregir su rumbo.

    —¡Larhis!

    Nerika empezó a quejarse, preparándose quizá para suplicar esta vez, pero no pudo llegar a decir nada cuando sonaron unos golpes en la puerta y la bruja se alzó un poco más de la bañera. Obviamente no le importaba mostrar su pecho desnudo a la cautiva, ni tampoco al soldado que entró en la habitación.

    —Reporta. —ordenó en un tono frío y autoritario, nada que ver con el ronroneo con el que había hablado a Nerika.

    —Mi señora… —El soldado mantenía la cabeza agachada —. Se han reportado Aniquiladores en Haflán.

    —¡¿Cómo?! —exclamaron las dos mujeres a la vez.

    Larhis, sin embargo, fue la primera en calmarse.

    —Encargaos de ellos. Proteged al muchacho, no me importa lo que les pase a los demás del grupo.

    El soldado asintió y abandonó la habitación caminando hacia atrás, como si tuviese prohibido darle la espalda a Larhis, y ésta suspiró y volvió a apoyarse en el borde de la bañera.

    —¿Cómo es que los Aniquiladores…?

    —No te preocupes por eso, mi amor. Nuestro bebé estará pronto a salvo con sus dos mamás, resguardado en el castillo de Cárrigan. Por ahora, te dejo dormir. ¡Hasta luego!

    Y con un chasquido de dedos, el espejo dejó de mostrar a Nerika para devolver la imagen de Larhis. Ya no sonreía, sino que tenía una expresión más peligrosa.

    Salió de la bañera y se puso un albornoz. No lo llegó a cerrar del todo, pero eso no le impidió salir de sus aposentos para ir al despacho de Cárrigan, quien sonrió al ver a la mujer acercarse a él. La recibió en su regazo y besó entre sus pechos, mirándola después con devoción. Recibió como recompensa unas caricias suaves en el cabello.

    —Pareces molesta. ¿Va todo bien?

    —Más o menos. Un nuevo jugador se ha unido a la partida. Quizá tengamos que enviar a alguien especial para proteger al muchacho.




    Lulú necesitó unos segundos para entender qué había sucedido. Estaba hablando con Ife en el establo, envuelto en su capa —le quedaba tan grande que no podía ni arremangársela para liberar sus manos de la tela, pero era un peso muy reconfortante y cálido—, y de pronto estaba en la habitación de la posada, aterrizando justo sobre Jullen.

    Apenas le había dado tiempo a sentir la extraña presencia que se acercaba a ellos, por lo que no había podido analizarla correctamente. Pero si había sido algo capaz de poner en alerta a un mutuwa… Bien, no podía tratarse de algo sencillo.

    Y digo «algo» y no «alguien» porque Lulú no estaba seguro de que se tratase de una persona. Pero, entonces, ¿qué era?

    Jullen se había despertado al momento, como es de comprender. Uno no puede seguir durmiendo cuando le cae encima otra persona, aunque esa otra persona sea un cuerpo tan pequeño y ligero como era el de Lulú.

    El resto del grupo también se despertó, aunque por distintos motivos. Atro había sentido la magia repentina del portal, mientras que Nuluha, Magrisse y Thio habían sido despertados por Kitá mugiendo. Esto les había evitado recibir el peso de cien kilos de ternero, lo cual habría sido desastroso. Por suerte, Thio había reaccionado en el último momento y había mantenido a la vaquita en el aire, dejándola en el suelo cuando le hicieron hueco.

    Pronto todas las miradas se dirigieron a Lulú, que miraba a su alrededor un tanto desorientado.

    —¿Lulú? —Nuluha fue la primera en hablar —. ¿Qué ha ocurrido?

    —No estoy seguro… —Frunció el ceño de forma pensativa y luego miró a su guardiana con gravedad —. Creo que Ife corre peligro.




    Apenas Lulú les había narrado la breve escena, todos habían cedido unánimemente ayudar a Ife. Incluso Nuluha había aceptado sin siquiera poner algo de resistencia, aunque sí había dicho que no harían nada sin un plan estable, lo que le había ganado una mirada de aprobación de Magrisse.

    El primer paso era investigar el lugar de los hechos. Atro y Thio se encargaron de ir al establo acompañados por la terrible pareja que hacían Magrisse y su espada. Que Ife no estaba ahí era algo que tenían claro antes incluso de ir, pero querían intentar averiguar qué había ocurrido exactamente.

    Notaron los restos de la magia de un portal y vieron la guadaña abandonada a un lado, medio oculta en el heno. Eso dejaba claro que Ife no se había ido por buena voluntad, un mutuwa jamás olvidaría su guadaña. Tenía que haber sido un secuestro.

    Ahora bien, ¿quién podía secuestrar a una criatura tan poderosa como un mutuwa? Debía ser rápido y tener un dominio de la magia increíble. De hecho, seguramente habían sido al menos dos personas… aunque Lulú insistía en que no estaba seguro de que fuesen «personas».

    Al volver a la habitación, Thio se arrodilló frente a Lulú, que estaba sentado en una de las camas, y le tomó las manos pese al gruñido de Nuluha.

    —Vamos a peinar la ciudad. El nigromante y yo iremos en direcciones opuestas, él cubrirá el sur y el este y yo el norte y el oeste de la ciudad. Encontraremos un rastro que seguir, ya lo verás.

    —Y… ¿Qué hacemos nosotros mientras tanto? —preguntó Jullen con los brazos cruzados sobre el pecho.

    —No podéis hacer mucho, querido. —La voz de Atro directamente en su oído hizo que Jullen diese un saltito por la sorpresa —. Vosotros dos, de hecho, deberíais quedaros en la habitación sí o sí.

    —Eso es… sorprendentemente, correcto. —Reconoció Nuluha —. Magrisse y yo montaremos guardia alrededor de la posada. No sabemos si los secuestradores volverán o no a por la guadaña.

    Lulú, que tenía el arma de Ife a su lado, bajó la mirada y suspiró. Thio le acarició la mejilla, intentando transmitirle calma y esperanza, y le dedicó una sonrisa que consiguió que Lulú le sonriera también un poco.

    Que esto provocara que el corazón de Thio se acelerase no tiene importancia en estos momentos.

    —Intentaremos mantenernos entretenidos. —Decidió el chiquillo, y entonces miró a Jullen —. Ibas a hacer un diseño para el concurso de escultura, ¿no? ¿Por qué no nos centramos en eso mientras ellos investigan?

    Jullen se frotó el cuello, pero al final sonrió con más convencimiento.

    —¿Me harás de modelo, Lulú?

    —¡Nada de desnudos! —exclamó Nuluha.

    Cuando Lulú se rio, aunque fuese de forma suave, todos los demás, incluso Atro, sonrieron un poquito.




    —¡Magrisse! —¿Era la voz de Nuluha? —¡Magrisse, despierta!

    La guerrera consiguió abrir los ojos. Su vista estaba desenfocada y de pronto todo su cuerpo empezó a enviar fuertes señales de dolor. La cabeza le daba vueltas y se sentía como si un orangután de metal le hubiese dado la paliza de su vida.

    —¿Qué ha… pasado…? —Consiguió preguntar con la voz forzada. ¿Había gritado? Le costaba recordarlo.

    Miró a su alrededor y vio que estaba en la habitación de la posada, en el suelo, entre los brazos de Nuluha. La debían haber lanzado contra una mesa, porque la mesa estaba rota y eso hacía que el dolor tuviese más sentido.

    Jullen estaba en la cama, seguramente Nuluha lo había revisado primero a él. Parecía dormido y Kitá le lamoteaba una mano con soniditos de vaca preocupada. O a Magrisse le sonaba a preocupación genuina. ¿Por qué esa vaca era tan humana a veces?

    —¿Estás bien? ¿Recuerdas qué ha pasado? —Le fue preguntando Nuluha con paciencia, aún revisándola para comprobar que no tuviese heridas graves o alguna contusión en la cabeza.

    —No estoy segura…

    —¿No sabes dónde está Lulú?

    Magrisse entonces parpadeó y se esforzó por incorporarse, necesitando la ayuda de Nuluha. Sí, Lulú… ¿Dónde estaba Lulú? Poco a poco empezaron a llegar imágenes a su mente. Era confuso y el dolor de cabeza no le ayudaba, pero… Sí, sí, lo empezaba a recordar.

    Nuluha había salido para dar una vuelta a la manzana, buscando actividad sospechosa, y Magrisse había aprovechado que Jullen y Lulú estaban más tranquilos, centrados en los dibujos de su primo, para bajar a pedir más comida y agua al posadero.

    Al volver a la habitación, había visto a un hombre encapuchado tomando en brazos a Lulú. Tanto Jullen como Lulú, incluso Kitá, estaban inconscientes. Magrisse había empezado a cargar para atacar, pero un segundo intruso la había golpeado con fuerza. La pelea había sido vergonzosamente corta, y pronto Magrisse había volado por toda la habitación para estamparse contra la mesa, tirando por el suelo todos los bocetos en los que había estado trabajando Jullen.

    Después… La habían golpeado una última vez para dejarla inconsciente y se habían llevado a Lulú.

    Al recordar todo esto, al contárselo a Nuluha, sintió una impotencia y una rabia tan fuertes que se llevó una mano al pecho en un gesto de dolor físico y sintió las lágrimas apiñarse en sus ojos.

    —¿Cómo he podido consentirlo…?

    Nuluha, sin embargo, la abrazó con suavidad, queriendo reconfortarla con algunas caricias en su espalda.

    —Dos brujos contra una guerrera. No es culpa tuya. Lo solucionaremos, ¿vale? Recuperaremos a Lulú y al mutuwa.

    Apenas estaba diciendo esto, Thio y Atro entraban en la habitación. Se habían encontrado en la calle y habían subido juntos, pero ninguno esperaba encontrar el caos con el que se toparon.

    —¿Dónde está Lulú? —preguntó Thio con una nota de pánico. Atro, por su parte, se había subido a la cama donde reposaba Jullen y le acariciaba una mejilla.

    —Se lo han llevado. —Nuluha habló con una voz sorprendentemente calmada. Quizá sólo estaba intentando no empeorar el estado de Magrisse —. ¿Habéis encontrado algo?

    —Sí. —Atro llamó la atención de todos los presentes —. Sé dónde se esconden, pero debo advertiros… La energía que desprende ese sitio es capaz de asustarme incluso a mí. No será fácil entrar y mucho menos salir.

    —Por supuesto. Las cosas fáciles nunca han estado a nuestro alcance. —suspiró Nuluha, todavía acariciando la espalda de Magrisse.




    Lulú no despertó en la guarida de los Aniquiladores. Tendría que haber dormido apaciblemente hasta que el hechizo dejase de hacer efecto y abriese los ojos de manera natural, pero algo había interrumpido la magia: Lulú había caído al suelo.

    El golpe fue suficiente para despertarle y ponerle en posición defensiva. Vio entonces una figura negra que despedía una energía mágica muy fuerte luchando contra dos encapuchados e intentó alejarse, pero chocó contra una pared y eso le hizo darse cuenta de que ni siquiera sabía dónde estaba.

    ¿Era… algún subterráneo? ¿Una cueva? Había techo y paredes de roca, y crecían pequeñas plantas de tipo matojo. También había humedad, y si no fuese por los sonidos de lucha quizá habría podido oír un goteo o agua correr.

    Buscó una salida, pero pronto vio que la única viable estaba justo tras el campo de batalla improvisado. Para bien o para mal, los dos encapuchados no tardaron en caer y la figura negra se acercó a él.

    Lulú estaba listo para morder e intentar correr, aunque eso supusiera su muerte, pero para su sorpresa la figura le tendió una mano y fue entonces cuando Lulú se calmó lo suficiente para notar que no había amenaza. Esa figura transmitía calma, pese a que su pecho subía y bajaba tras el esfuerzo de la pelea. No había ira ni intenciones asesinas. Quizá un poco de alegría por haber vencido.

    Dubitativo, aceptó la mano y se puso en pie, y entonces esa persona se quitó la máscara para revelar el rostro de una mujer que no debía ser mucho mayor que su madre.

    —¿Estás herido? —Le preguntó con una voz suave, y al ver a Lulú negar se permitió sonreír un poco —. Bien, me alegro. Sé que tienes preguntas, pero lo primero va a ser sacarte de aquí, ¿está bien?

    Otra vez, Lulú sólo respondió con la cabeza y la desconocida apretó su mano y empezó a caminar, guiándolo por esos túneles hasta salir a la luz de la luna. Desde donde estaban, una especie de risco, podían ver Haflán.

    —¿Quién eres? ¿Y quiénes eran esos… hombres? —Dudó al llamarlos hombres.

    —Me llamo Crifala y esos soldados eran Aniquiladores. Son parte de un ejército a medio camino entre la vida y la muerte que sirven a un sacerdote sectario.

    —Ellos… Creo que secuestraron a mi amigo, Ife. Un mutuwa.

    Crifala ladeó la cabeza, pero no pareció demasiado sorprendida.

    —Así es. Iban a llevarte a su guarida con él, pero sus motivos se me escapan. Y creo que es mejor así.

    —No lo entiendo… Sé que hay gente que desea el poder de los mutuwa, pero ¿qué puedo ofrecer yo?

    Crifala sonrió un poco y le puso una mano en el hombro.

    —Puede que seas una de las criaturas más importantes de todo el mundo, joven Lulú.

    —… ¿Cómo sabes mi nombre?

    —Sé muchas cosas. Por ejemplo, sé que ahora mismo tus amigos se dirigen hacia la guardia de los Aniquiladores. Los masacrarán si no intervenimos.

    —¿Nosotros? ¿Y qué vamos a hacer? ¿Le impediremos entrar? ¿Y qué haremos con Ife?

    —No les vamos a impedir entrar, vamos a ir con ellos.

    —Yo… No sé luchar. No sé hacer magia, sólo sería un estorbo. —rebatió con una nota de miedo en su voz.

    —Oh, no te preocupes por eso. ¿Confías en mí?

    Lulú miró a aquella mujer. Siempre había sido un chico confiado y amigable, pero no era estúpido. No, no confiaba en ella. Aun así, le había salvado la vida y parecía estar dispuesta a salvar también a Ife y a sus amigos…

    Aceptó la mano que Crifala le tendía.




    Era difícil saber quién del grupo se había sentido más aliviado y feliz al ver a Lulú acercarse a ellos sano y salvo. Nuluha y Magrisse habían saltado a la vez para abrazarlo y, como si fuesen sus madres, comprobar que no tuviese ninguna herida y que estuviese bien. Después, Thio había conseguido hacerse un hueco entre las mujeres para tomarlo de la cintura y levantarlo en un fuerte abrazo. Jullen había sido el siguiente en abrazarlo, y Atro…

    Atro miraba con una ceja enarcada a la segunda recién llegada.

    —¿Quién es tu poderosa amiguita, Lulú? —preguntó mientras miraba de arriba abajo a esa mujer, quien por cierto no parecía molesta con el escrutinio.

    —Es Crifala. Ella me ha salvado… —dijo en voz bajita, tomando la mano de Nuluha —. Tiene un plan para rescatar a Ife.

    —Ah, ¿sí? —Magrisse cruzó los brazos bajo el pecho y la miró con la barbilla un poco alzada —. ¿Sabes a quiénes nos enfrentamos y cuántos son?

    —Sí a lo primero, no a lo segundo. —Lo respondió con calma, parecía estar ya preparada para ese tipo de preguntas —. Ahí dentro hay un grupo de Aniquiladores. —Thio y Atro hicieron un gesto parecido, debían ser los únicos que conocían ese nombre —. No sé cuánto hay, pero sí sé qué quieren.

    Miró entonces a Lulú, que seguía bien pegadito a Nuluha.

    —No vamos a usarlo de cebo. —dijo Thio de forma tajante, con tanta seguridad que casi sonó como un general militar —. Si lo quieren, nos matarán a todos para conseguirlo.

    —No lo harán. —Crifala abrió el fardo que había estado cargando y mostró la ropa de los Aniquiladores con los que había luchado antes —. ¿Cómo te llamas?

    —Thio Ruogal. —dijo con tono orgulloso.

    —Muy bien, Thio. —No parecía impresionada por su apellido —. Tú y yo tenemos la complexión necesaria para llevar estos uniformes y la magia para pasar desapercibidos durante, al menos, unos minutos. Entraremos con Lulú como si fuese nuestro prisionero, mientras las dos guerreras rodean el perímetro. Una llevará la guadaña, con suerte podrá acercarse al mutuwa lo suficiente para entregársela. A partir de ahí todo será más fácil. Nigromante, ¿nombre?

    —… Atro. Ya sé lo que me vas a pedir. —suspiró de forma dramática —. Los Aniquiladores están vivos y muertos a la vez. Supongo que querrás que explote ese lado muerto para intentar al menos inmovilizarlos…

    —Ah. Bien, me alegra que no seas tan estúpido como tu apariencia hace parecer.

    —¡Eh!

    —Espera… ¿Y yo? —preguntó Jullen, que no sabía si sentirse aliviado o enfadado de no haber sido incluido en el plan.

    —Tú te quedarás aquí, fuera de la cueva, y si notas que hemos tardado más de media hora en salir, correrás por tu vida y rezarás a los dioses que los Aniquiladores no te conviertan en su próximo objetivo.




    El plan de Crifala estaba yendo sorprendentemente bien. Nuluha y Magrisse se movían con sigilo, encontrando parapeto en las formaciones rocosas naturales de esa cueva. Nuluha llevaba la guadaña de Ife, intentaba acercarse por su lado, mientras que Magrisse rodeaba por el otro con Atro intentando ocultar sus huellas para que el líder sectario o cualquiera de sus seguidores no las localizasen.

    Por su parte, Thio y Crifala entraron por la puerta y recorrieron la avenida principal con Lulú fingiéndose dormido en brazos del brujo. Llegaron frente al líder sectario sin que, al parecer, nadie sospechara nada, pero entonces…

    Entonces el líder frunció el ceño y apartó con un gesto de su mano las capuchas de los falsos Aniquiladores.

    Sin embargo, antes de que se desencadenase una lucha en medio del subterráneo, Crifala arrancó el colgante de Lulú de su cuello, y el muchacho al momento empezó a llorar y a hacer aspavientos, como si le costase respirar. Se llevó las manos al pecho y soltó un gemido del más puro dolor, y entonces echó la cabeza hacia atrás y gritó.

    Su grito vino acompañado de una especie de luz que empujó con fuerza a todos los Aniquiladores —y a Atro— hacia atrás, pero que bañó con una calidez digna del sol de verano a todos los demás, incluido Ife.

    Todos parecieron quedar maravillados con aquello, incapaces de moverse, menos Crifala, que aprovechó la confusión para romper las cadenas de Ife y cogió a Lulú en brazos antes de que golpease contra el suelo ahora que había caído inconsciente. Le puso otra vez el colgante y les hizo un gesto a los demás.

    Nuluha reaccionó tras sacudir la cabeza y le entregó la guadaña a Ife, Magrisse regresó a por Atro, que estaba todavía recuperándose del golpe.

    —¡Abre un portal! —Le bramó Thio al mutuwa con cierto pánico en la voz al notar al líder sectario recuperado ya casi del todo.

    Apenas Ife hizo el portal, Crifala saltó por él con Lulú bien abrazado. La siguió Nuluha, que se negaba a perder de vista a su protegido, después Thio y Magrisse con Atro. Aterrizaron a las afueras de Haflán, por la zona norte, y rápidamente todos se giraron a Lulú con distintas emociones pintadas en el rostro.

    —¿Qué ha sido eso? —Fue Nuluha la primera en conseguir hablar.

    —No hay tiempo para explicaciones. Debemos poner distancia con los Aniquiladores y encontrar cuanto antes una forma de ocultarnos ante ellos.

    —No voy a irme sin mi primo. —Afirmó Magrisse con rotundidad.

    —Y tenemos que volver a la posada. La maldita vaca sigue ahí y tenemos que recuperar nuestras cosas.

    Crifala bufó y rodó los ojos, pero asintió.

    —Propongo entonces que Thio vuelva a por Jullen. Tiene magia, puede hacer un portal si es necesario. Magrisse irá a la posada. Los demás nos dirigiremos hacia el noreste.

    —¿Por qué al noreste? —Nuluha afiló la mirada con desconfianza.

    —Porque ahí hay una de las últimas tribus de druidas del mundo, y ellos son los únicos que podrán proteger a Lulú. —Ladeó la cabeza al ver la incertidumbre —. No sabes a quién estás protegiendo, ¿verdad?

    —¿Por qué no me lo explicas?

    —Es una historia muy complicada y, de todas formas, no tenemos tiempo. Los Aniquiladores no tardarán en venir a por nosotros, es mejor que nos pongamos en marcha.

    —Por mucho que odie decir esto, la bruja tiene razón. —Gruñó Atro, aún dolorido —. Seguro que nos podrá contar esa «historia muy complicada» por el camino.




    Sudy, líder actual de los Aniquiladores, hervía de ira. Había tenido a la princesa y al dios en sus manos y ahora los había perdido a ambos.

    Lo peor es que no lo entendía. La princesa llevaba varias reencarnaciones sin poderes. ¿Cómo los había recuperado de pronto? ¿Quién había propiciado eso? Porque no creía que fuese algo natural. La magia no despierta de su letargo con tanta facilidad.

    Entonces un símbolo se le vino a la mente, un símbolo que pertenecía a los antiguos druidas. Pero esos imbéciles amantes de la naturaleza habían sido llevados a la extinción, y los pocos remanentes estaban tan bien ocultos que ni siquiera él los podía localizar. Sólo otro druida conocería los enclaves de esas pequeñas tribus.

    Golpeó con rabia una piedra y después se obligó a respirar hondo.

    —No pasa nada. Los hemos localizado una vez, lo volveremos a hacer. —se dijo a sí mismo, pero después se dirigió a sus soldados —. Investigad a esa mujer. Encontradla, interrogadla y matadla. No quiero errores esta vez.


    SPOILER (click to view)
    A ver, que esto es lo más largo que he escrito desde noviembre, no te esperes aquí un premio Pulitzer xdd

    Lo único que voy a comentar sobre esto por ahora, porque realmente no tengo mucha más energía para esto, es que Crifala es la enviada especial de Larhis. Atro no la conoce y la gracia está en que el grupo no lo sepa. Ea pues.

    Vuelvo a desaparecer, no sé por cuánto tiempo. Ya sabes dónde encontrarme xdd
  3. .
    QUOTE
    Microrrelato.
    Pareja: Sufridos (Corr/Niko)
    Longitud: 380 palabras.
    Advertencias: Mutual pining, fluff.
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con la chica flamenco, aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    Juntos


    Cuando Niko le había dicho que le había pedido a Étienne la casa del campo para irse una semanita de vacaciones, había sonado maravillosamente bien. Unos días juntos, sin el ruido de la ciudad ni el estrés del trabajo, eran, desde luego, una promesa de paraíso.

    Salvo porque no hubo ni paraíso ni hostias.

    Para empezar, la noche antes del viaje, la caldera del apartamento decidió joderse y tuvieron que posponerlo un par de días. Después, el coche se reventó en medio de la carretera. Finalmente, cuando llegaron a la casa, llovía de manera tan torrencial que quedaron completamente empapados en los diez segundos que tardaron en refugiarse bajo el tejadillo de la casa.

    Y hablando de la casa, la tormenta hizo que los fusibles se fuesen a la mierda, así que no había luz ni agua caliente. Ni señal, los teléfonos estaban muertos, al menos hasta que la tormenta pasase.

    Entre los dos terminaron llevando el colchón doble de la habitación principal al salón, y agradecieron sus acampadas juveniles mientras encendían el fuego de la chimenea, que seguramente no se había utilizado en treinta años, para calentarse un poco y secar las ropas mojadas.

    Niko fue el primero en cambiarse por petición de Corr, por lo que cuando el rubio regresó sonrió al ver que su mejor amigo había tenido más previsión que él llevando varias bolsas de patatas fritas y algún refresco que, por esa noche, tendrían que servir de cena.

    —Vaya inicio de vacaciones. —suspiró el Faure-Demont.

    —Podría ser peor. —respondió distraídamente Niko mientras abría el último paquete, utilizando la propia bolsa como plato.

    —¿En serio? Me cuesta pensar cómo...

    —Eh. —Le sonrió, dándole un golpe en la nariz con un dedo con olor a queso y maíz —. Estamos juntos, ¿no?

    Corr sonrió al momento y se quedó mirando a su compañero de aventuras, su amor de infancia, una de sus personas más amadas en este mundo. Se quedó observando cómo el fuego iluminaba sus ojos y perfilaba su rostro, la curva de su nariz, sus labios...

    —Sí. Estamos juntos. —admitió con voz suave.

    Porque, incluso si jamás conseguía el valor para confesarse, estarían juntos. Como siempre lo habían estado y como siempre lo estarían.

    Y, de pronto, aquel inicio de vacaciones no le pareció tan malo.
  4. .
    QUOTE
    Microrrelato.
    Pareja: EndHawks (Endeavor/Todoroki Enji | Hawks/Takami Keigo)
    Longitud: 402 palabras.
    Advertencias: No he visto el anime ni leído el manga, así que puede que ooc. Ya lo siento xdd
    Disclaimer: Los personajes pertenecen al manga BNH, escrito e ilustrado por Kōhei Horikoshi. Yo no tengo ni derecho ni poder sobre ellos, sólo los manejo sin fines lucrativos en puro carácter lúdico.
    Nota: Esto se lo dedico a Ñeh. Porque sí, porque quiero y porque puedo. Denúnciame.

    Por fin, paz



    Le despertó el sonido de los pájaros, pero no se levantó al momento. En algún punto de la noche había conseguido una postura ideal y no quería renunciar a ella tan rápido, sobre todo porque su cuerpo se había acostumbrado a la temperatura y ni siquiera necesitaba recuperar la manta enrollada en su pierna para cubrir su desnudez.

    También fue el sonido de los pájaros lo que lo acompañó cuando por fin puso los pies en el suelo y estiró la espalda, sintiendo cada uno de sus músculos colocarse en su sitio con un satisfactorio «clac».

    Perezosamente, preparó dos cafés tras ponerse, más por comodidad que pudor, un juego de ropa interior, y abrió la puerta de la cabaña para salir al porche, donde el piar de los pájaros se hizo mucho más fuerte. Sonrió al ver que esto se debía a que había varios en la barandilla, respondiendo a los silbidos de un joven que se vestía sólo con una camiseta ridículamente grande para su cuerpo.

    El dueño legítimo de la camiseta se sentó en la mecedora y se quedó mirando la hermosa estampa hasta que el otro se dio cuenta de su presencia y soltó una risita adorable.

    —¿Qué ven mis ojos? ¿No has espantado a los pájaros? —Le miró con una sonrisa traviesa mientras se acomodaba en su regazo —. ¡Si pareces relajado y todo! Nunca pensé que presenciaría algo así.

    —Yo tampoco pensé que podría sentirme así nunca —respondió con calma, ofreciéndole la taza y un beso —. Gracias por arrastrarme a estas vacaciones.

    —Si hubiese sabido que te verías tan feliz, ¡lo habría hecho hace años!

    —No —sonrió el pelirrojo con calma —. Este era el momento ideal.

    Se quedaron unos minutos en silencio, mirándose con sonrisas tranquilas rodeados de naturaleza. Y, entonces, Hawks volvió a reír, un sonido parecido al de esos pájaros que todavía les observaban.

    —¿Qué ocurre? —preguntó Enji con confusión.

    —Nada, nada... Estaba pensando que si hace apenas un par de años alguien me hubiese dicho que terminaría bebiendo café en el regazo de Endeavor, follando contigo, besándote y yéndonos juntos de vacaciones al bosque...

    —No te lo habrías creído —aventuró el otro, acariciándole el cuello con un dedo.

    —¡Oh, me lo habría creído! Siempre supe que serías mío. No, iba a decir que habría intentado acelerar el proceso. No sé, te habría chupado la polla nada más verte o- ¡Ah, número uno! ¡Estás ardiendo! ¡¡Literalmente!!
  5. .
    Aquella noche, Tarish y Balai compartieron gruñidos frustrados mientras regresaban a su habitación, teniendo al otro como única compañía.

    Era cierto que el espectáculo había sido maravilloso, mucho mejor que cualquiera que Vivienne hubiese preparado para aquella noche. Tarish se había reído discretamente tras el abanico mientras veía aquella extraña representación teatral protagonizada por el ave más grande que había visto nunca, la duquesa Ghoa y el guerrero al que había querido desnudar, pero cuando se dio cuenta de que tenía que renunciar no sólo al guerrero, sino también al detective, su humor había dado un giro radical y la sonrisa se había cambiado por un mohín enfadado.

    Para bien o para mal, a la mañana siguiente volvió a encontrarse con el detective, y cuando ya estaba pensando que podría conseguir algo de ello, ¡también apareció Hugo! ¡Y un nuevo espectáculo se desarrolló ante sus ojos, esta vez con un marido infiel, una esposa tan embarazada como despechada, un mercenario implacable y un agente de la ley en apuros!

    Pensó que, si le diese por escribir obras teatrales basadas en estas historias, se haría de oro en un mes, y todavía con la sonrisa que ese pensamiento le había provocado se abanicó suavemente.

    —¡Espera! —exclamó al ver que Hügo empezaba a alejarse de ellos.

    —Amo, ¿qué planea ahora? —susurró Balai al ver que el guerrero se detenía para escuchar a Tarish.

    El urraki alzó un poco la barbilla, sonrió y dio un par de pasos para acercarse a Hügo, el sonido de sus tacones sobre el suelo de piedra acompañándole. Esta vez llevaba ropas que mezclaban tonos azules y rosas, de nuevo con un cinto ajustado a la cintura y guantes largos. Sus tacones, sin embargo, eran un poco más bajos que los de la noche anterior, por lo que miró a Hügo un poco más bajo, aunque eso no le impidió dedicarle una sonrisa.

    —Pobre hombre. —suspiró, dándole un par de palmadas en la ropa para quitarle algo de polvo y arrugas —. Debes estar agotado. ¡No me puedo ni imaginar la noche que has debido pasar! Ven conmigo, te llevaré a un sitio donde puedas dormir unas horas. Por desgracia, tengo una comida que no puedo posponer, así que no podré hacerte compañía, pero si cuando vuelva sigues dormido, te despertaré. No temas, soy muy cariñoso despertando a mis amigos. —dijo esto último con un tono tan ronroneante que habría sonado a insinuación incluso si no hubiese tomado su brazo en ese momento.

    No mucho después estaban en la posada cara que el propio Tarish ocupaba, pero el joven abrió la puerta de al lado, aquella de los desaparecidos, y acompañó a Hügo al interior sin siquiera encender las luces.

    Apoyada en la puerta, Balai tuvo que ver cómo Tarish ayudaba a Hügo a quitarse al menos las capas más duras de la ropa, la bolsa y las armas, y ya cuando le vio arrodillarse frente a la cama puso los ojos en blanco y se dio media vuelta. Tarish sólo sonrió al guerrero mientras le desataba las botas, y cuando apoyó las manos en sus rodillas, el carraspeo de Balai le hizo resoplar.

    —Amo, a la viuda Vantrease no le gusta la impuntualidad. Será mejor que estemos ahí con antelación para causar una buena impresión.

    —Lo sé, lo sé. Aguafiestas.

    Tarish se puso en pie, por fin, y empujó un poco a Hügo para tirarlo sobre la cama. Aunque le habría encantado ponerse sobre él, se alejó de la estructura. Sí dedicó un par de minutos a mirar la daga de Hügo, acariciando la piedra azul que marcaba el rango del arma, pero después la dejó de nuevo en su sitio y se despidió del hombre con una sonrisa y un pequeño gesto de cabeza.

    Balai cerró la puerta, no sin antes dirigirle a Hügo no una sonrisa, sino un ceño fruncido.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Mónica Vantrease era una mujer relativamente joven para su título de viuda, pero con un poder tanto económico como social que nadie se había atrevido hasta ahora a iniciar un atentado contra su persona.

    Su familia había sido entusiasta mecenas de los experimentos de Firha Nanala, y esto llegaba al punto de que el propio Firha había asegurado alguna vez que jamás habría podido desarrollar las Llaves Quba sin los Vantrease.

    Y esta capacidad monetaria se debía a sus amplias redes comerciales. Decían por ahí que no había ni una ciudad del continente a la que no llegase la larga sombra de los Vantrease, e incluso podía ser imposible conseguir según qué cosas si no se recibía la ayuda de algún miembro de la familia.

    Este era el caso de Tarish, precisamente. Quería adquirir un cristal concreto, pero para hacerlo se necesitaba una arena tan especial que había que mover hilos y abrir bien la cartera para lograr los permisos y la financiación necesaria como para poder llevar a cabo el plan que Tarish tenía en mente.

    Por eso, cuando supo que la viuda Vantrease acudiría a la fiesta de Ghoa, no dudó ni un momento en enviar un regalo con una petición formal de una cita, y gracias a su título de magistrado de Bilbina y a la premisa que apenas le había esbozado a la viuda en su petición, había conseguido acordar una comida en tiempo récord.

    La lubina estaba un tanto salada y las patatas poco hechas para su gusto, pero salvo por eso, debía decir que la operación había sido un éxito punto por punto, y volvía a casa con un contrato firmado con los Vantrease que le garantizaba obtener lo que deseaba.

    El único problema era que tendría que ir hasta los hornos para entregar de mano otro ingrediente de la mezcla, y esa ciudad estaba a muchos días de viaje, pero eso al final también podría ser beneficioso: así daba tiempo a los hombres de los Vantrease para conseguir la arena y no tendría que esperar una vez estuviese allí.

    Así que iba con una gran sonrisa por la calle, intentando caminar por la sombra para evitar el sol, y habría seguido con toda la calma si no hubiese visto a un pájaro prehistórico quieto como una estatua frente a una ventana.

    —¿Olivia? —probó a llamar, consiguiendo que el animal hiciese un sonido extrañísimo, como el de un tambor, antes de girarse a mirarle —. ¡Mira, Baba! ¡Es Olivia!

    —Sí, ya lo veo… No es la mascota más habitual, y menos tan lejos de las tierras de Tagdabho. —suspiró la mujer viendo a su amo acercarse —. Me pregunto cómo consiguió ese hombre poner sus manos sobre esta especie…

    —¿Qué más da? Eres preciosa, Olivia. —sonrió, satisfecho al ver que Olivia dejaba que le acariciase las plumas del cuello (lo hizo imitando el movimiento que había visto a Hügo hacer unas horas antes) —. ¿Qué haces aquí?

    De nuevo, ese sonido de tambor salió de su garganta antes de que apuntase con su enorme pico la ventana a la que había estado asomada. Tarish se acercó, más curiosidad que persona, y quedó sorprendido primero al oler el aroma de dulces recién hechos y después al escuchar un llanto desconsolado. Reconoció la voz como la de Laura.

    —¿Amo?

    —Vuelve a la posada, Baba. Haz que preparen la merienda y espérame ahí, ¿vale? —Le sonrió, confiado —¡Volveré en un rato!

    Balai asintió, obediente, y continuó su camino hacia la posada. Tarish, por su parte, se llevó un dedo a los labios, pidiéndole a Olivia silencio, y se aupó para entrar por la ventana en aquella casa. Siguió el sonido del llanto y llegó hasta un pequeño salón donde Laura removía una infusión con una cuchara de madera, los ojos rojos e hinchados y la cara totalmente húmeda por lágrimas y mocos.

    Al ver al intruso, Laura se asustó tanto que soltó un pequeño grito y dio tal respingo que se le cayó la taza, mojándose entera con la infusión ardiendo. Tarish, sorprendentemente calmado, sacó del cinto su abanico y lo abrió para moverlo no hacia la mujer, sino hacia su propio rostro.

    —¿Eso que huelo es flor de luna y milenrama? —preguntó con una ceja enarcada.

    Laura, que hacía su mejor esfuerzo por secarse la ropa, le miró con furia.

    —¿Cómo has entrado aquí?

    —Por la ventana. —respondió con simpleza, señalando la ventana abierta, por donde estaba entrando Olivia en esos momentos, todo sea dicho —. ¿Estás embarazada?

    —¡No por mucho tiempo! ¡Ah! —volvió a gritar al ver a Olivia —. ¡Saca a ese bicho de aquí!

    —¿Por qué? No está haciendo nada. ¡Mira, si se ha tumbado y todo! Debe gustarle tu casa… Por algún motivo que se me escapa. —añadió con cierta condescendencia, mirando de reojo la habitación en la que estaban.

    Terminó por sentarse al lado de Laura, quien acabó por aceptar su destino. Quizá si no le estaba intentando echar de forma más contundente era porque lo había reconocido de la mañana, y tal vez simplemente estaba demasiado alterada como para pensar con claridad.

    —¿Qué quieres de mí?

    —Nada que puedas ofrecer. ¿De cuánto tiempo estás?

    —Unos cuatro meses… ¡Eh! —se quejó otra vez cuando Tarish le puso una mano sobre el vientre, pero al ver su rostro serio cayó y se dejó tocar —No lo quiero. Voy a acabar con esto ya mismo, ¡no quiero nada que venga de ese hombre!

    —¡Chica tonta! —le espetó Tarish, dándole un golpe en la cabeza con el abanico —. ¿No sabes que a estas alturas es peligroso para ti abortar? Lo más probable es que te desangres…

    —¡Me da igual! ¡Au! —Había recibido un nuevo golpe en la cabeza —. ¿A ti qué más te da? ¡Ni siquiera te conozco!

    —Lo sé. En realidad, no me importas mucho, pero he intentado acostarme con tu padre, así que siento que no puedo desentenderme del todo.

    —¿Qué has intentado qué? ¡Au! ¿A qué ha venido ahora ese golpe?

    Tarish se rio por lo bajo mientras desplegaba el abanico para abanicarse, levantándose de nuevo mientras Laura se frotaba la cabeza con el ceño fruncido. Paseó un poco por la habitación y después volvió a detenerse delante de Laura.

    —¿Por qué arriesgarte a morir sólo porque tu marido sea un hijo de puta?

    Laura no supo cómo contestar a esa pregunta. Desvió los ojos a Olivia, quien se acicalaba las plumas tranquilamente, y después miró otra vez a Tarish.

    —¡Ya no quiero a este bebé!

    —Tendrías que haberlo pensado mejor antes de acostarte con ese mamón. ¡Si se le nota en la cara que le faltan luces!

    —No sé cómo pude enamorarme de él. —admitió la mujer tras unos segundos de abrir y cerrar la boca inútilmente —. Él… Al principio era tan atento y dulce…

    —Ese fue tu primer error. El amor es una estúpida pérdida de tiempo, ¿no es mejor casarse con alguien con quien vayas a obtener un buen beneficio? Ese tipo no es guapo ni rico, no tiene contactos… Seguro que ni tiene una buena polla. —sonrió ante la pequeña risa que se le escapó a Laura y después le ofreció un pañuelo de seda que sacó de su ropa —. Igualmente, a estas alturas es mejor que tengas al bebé. Siempre puedes darlo en adopción cuando salga. Y respecto a tu marido, ¿de verdad crees que una muerte rápida será suficiente castigo para él?

    Laura entrecerró los ojos, doblando el pañuelo ahora húmedo de lágrimas, y se sorbió los mocos antes de recolocarse el pelo y recuperar la compostura.

    —¿Y qué sugieres?

    Tarish volvió a cerrar el abanico y se llevó las manos a la espalda, enderezando su cuerpo y moviendo los ojos con aire pensativo.

    —Sabes de plantas, ¿verdad? Seguro que conoces el género datura. Muy tóxicas, causan deliriosos y alucinaciones… si las aplicas en la cantidad adecuada.

    —¿Quieres que le vuelva loco?

    —¿Por qué no? Al menos así te ríes. Ah, pero es cosa tuya. ¡Es tu marido, después de todo! —hizo una exagerada reverencia —. Olivia, ¿quieres venir conmigo? Voy a ver a tu dueño.

    El pájaro pareció entenderle, porque alzó la cabeza, otra vez emitiendo ese sonido apocalíptico. Tarish se despidió de Laura y salió por la ventana por la que había entrado, seguido de Olivia.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    La decepción se pintó en su rostro cuando llegó a la habitación de la posada y vio que Hügo ya estaba despierto y sentado a la mesa con Balai. Se hizo a un lado para que entrase Olivia, quien revoloteó para subirse al regazo de Hügo, y contuvo una risa.

    —Oh, ese pájaro ha leído mis pensamientos. —dijo con un gesto teatral, llevándose el dorso de una mano a la frente, para después acercarse para tomar asiento —. ¿Qué come Olivia?

    —Peces, principalmente. —respondió Balai con rapidez —. Aunque también ranas, serpientes… Cocodrilos pequeños, si le dejas. Cualquier cosa que pueda llevarse a la boca.

    —Entiendo. Baba, ve a las cocinas y cómprales algún pescado.

    —Sí, amo. —suspiró Balai, levantándose para ir a cumplir la orden.

    Al quedar a solas con la extraña pareja, Tarish sonrió mientras tomaba la tetera para llenar las tazas que había sobre la mesa, junto a unos bollos rellenos y algunas frutas frescas. Toda una merienda de lujo, como no podía ser de otra forma habiendo la clientela que había en la posada.

    —Te voy a ser sincero, Hügo: quiero ofrecerte un trabajo. —Batió sus largas pestañas hacia él y se rio por lo bajo —. Oh, pero tranquilo, no soy como la señorita Moreau.

    Con esto quería decir que no iba a pagarle por sexo, y una vez vio que Hügo lo había entendido, se atrevió a darle un sorbo al té, pero todavía estaba muy caliente, así que bajó la taza y empezó a abanicarse lentamente.

    Mientras movía la muñeca, se puso en pie para acercarse al estante donde había dejado las armas del montañero, acariciando la vaina de la espada con un dedo y deteniéndose un poco más en la empuñadura hasta llegar a la piedra amarilla.

    —Estas armas son muy especiales. —murmuró, ladeando la cabeza con calma. La cinta azul de su pelo se movió también, acariciando su nuca y hombros —. Pueden matar urraki hasta de nivel azul. Por desgracia, si te enfrentases a uno rojo, sólo podrías depender de la daga, y si te encontrases con uno violeta… —Se lamió los labios y dejó la frase incompleta, dando a entender que estaría jodido —. Pero eso ya lo sabes. Tienes el porte de un hombre que ha sesgado incontables vidas. O quizá no sea el porte, quizá sea tu mirada.

    Asintió, tranquilo, y tomó la daga para acariciar con el pulgar, en suaves movimientos circulares, la piedra azul. Mientras, volvió a acercarse a Hügo, pero lo pasó de largo para ir hasta la ventana. Cerró el abanico y lo llevó a su espalda, mirando la daga más atentamente.

    —Estas armas pueden subir de nivel, pero es difícil. Da igual cuántos demonios mates, si el arma no absorbe suficiente energía en un periodo corto de tiempo, pierdes la oportunidad. Y causar masacres suficientes como para llegar al nivel violeta no es fácil, ni siquiera para los propios urraki. ¡Ah! ¡Pero aquí entro yo en escena! —exclamó, dándole a la vez media vuelta de tal forma que las telas de su ropa parecieron volar como el plumaje de un ave, imagen a la que colaboró que abriese los brazos al decirlo.

    Hablando de aves, Olivia giró de pronto la cabeza hacia la puerta y revoloteó cuando Balai entró otra vez, ahora con un pescado fresco en la mano. La guerrera se lo tiró al pájaro, que lo cogió al vuelo y empezó a devorarlo muy alegremente.

    —¿Me he perdido algo?

    —Mi introducción. —dijo Tarish mientras se abanicaba de nuevo, cubriéndose medio rostro.

    —Lo siento, amo. Siga, por favor.

    —¡Gracias! Como iba diciendo, no puedes subir de nivel estas armas si no haces una auténtica barbaridad, cosa que es prácticamente imposible. ¿Tienes fuerzas y la habilidad necesaria para matar al equivalente de una aldea entera en una noche? No lo creo, pero tampoco hace falta. —Sonrió con aires misteriosos y se puso detrás de Hügo, apoyando la mano del abanico en su hombro y ofreciéndole la daga a la vez, tan inclinado que casi le susurraba al oído —. Estoy trabajando en un aparato que permitirá almacenar la energía urraki durante tiempo indefinido. Así, cuando haya suficiente, podrás cargar tus armas y subirlas de nivel. ¿No es genial?

    Se separó para volver a su asiento, queriendo comprobar el rostro de Hügo. Empezó a sonreír, lleno de satisfacción, cuando escuchó la voz de Pierre Boyard fuera. Le hizo un gesto a Balai, quien asintió y abrió la puerta para indicarle al detective dónde estaban, y al poco estaba el hombre con ellos.

    —Magistrado. —saludó con expresión grave —. Hemos encontrado al señor Crila y a la señorita Elains.

    —Por su expresión, deduzco que han encontrado sus cadáveres. —aventuró con una calma pasmosa mientras daba otro sorbo a su té, de pie frente a la mesa.

    —Así es. —Boyard respiró hondo y miró a Hügo con compasión —. La señorita Ghoa acusa a Hügo del Brisse del doble homicidio.

    Balai se atragantó con el té, pero Tarish soltó una risa tan suave y delicada como si acabase de escuchar un chiste verde en un salón cortesano. De hecho, echó la cabeza hacia atrás y se cubrió con el abanico, casi como si fuese una coreografía ensayada. Quizá lo era.

    —La señorita Ghoa sólo busca un motivo para vengarse por la deshonra sufrida anoche.

    —Lo sé. —suspiró Boyard —. Pero mi deber es interrogar al señor del Brisse.

    —Ah, está bien, está bien. Tengo un plan. —sonrió, sólo sus ojos viéndose sobre el borde del abanico mientras pasaba sus ojos del detective al acusado —. Ve con el detective y colabora en todo sin armar alboroto. Baba. —miró ahora a la mujer —. Intenta que Olivia expulse la joya de oro.

    —¿Amo? —inquirió la guerrera con la nariz arrugada en un gesto de desagrado.

    —Seguro que hay alguna comida que facilite el proceso. Sé que puedes conseguirlo, y si no ve a ver a Laura Boyard. Esa muchacha tiene infusiones varias.

    —¿Mi hija?

    —Una joven encantadora. —añadió Tarish con una sonrisa tranquila, cerrando el abanico y golpeándolo contra su mano libre —. Yo iré a hablar con Vivienne. Estoy seguro de que puedo convencerla de que entre en razón. Y si Baba trae a tiempo el pez de oro, la indulgencia estará asegurada. Hügo, querido. —cambió de tercio, mirando al guerrero otra vez —. No olvides que tenemos una conversación pendiente.
  6. .

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    Información básica

    Historia general


    Es difícil saber qué es un logro de la humanidad, qué es una aportación urraki o qué se consiguió con la colaboración estrecha de ambas especies.

    Los urraki, por supuesto, defenderán a capa y espada que ellos son la mente pensante que ha permitido que los humanos evolucionemos y lleguemos a convertirnos en lo que hoy día somos. Siempre han sostenido que, cuando ellos llegaron a nuestro mundo, éramos apenas grupos bárbaros que apenas balbuceaban sus primeras palabras y que habían sobrevivido sin ellos única y exclusivamente gracias a nuestra fuerza bruta y nuestra capacidad destructiva.

    Ellos nos dieron un idioma —y con ello, escritura y literatura—, una sociedad bien definida, legislación, arquitectura, ingeniería, medicina, comercio y, en fin, todo aquello que compone a un pueblo civilizado. Nos fueron enseñando poco a poco, como padres o hermanos mayores, al principio de forma esporádica, después estableciendo residencias y puestos fijos en nuestro mundo para servir como guías de nuestro crecimiento.

    Por lo tanto, según esta postura, antes de los urraki no había nada. Primitivas sociedades mal organizadas que vivían el día a día y luchaban entre sí por territorios, caza y mujeres.

    Esto es fácilmente debatible. Basta con ver los exiguos restos dejados por nuestros más alejados antepasados, tan distintos de lo que se hizo después de entrar en contacto con los urraki. Actualmente son poco más que ruinas perdidas en desiertos, bosques o terrenos sumergidos por las crecidas de lagos o mares, pero que nos aportan información muy valiosa sobre nuestro pasado antes de que se abriesen los primeros portales.

    La Biblioteca Sumergida de Bilbina es, sin lugar a dudas, el ejemplo mejor conservado. Para empezar, en su interior se encontraron documentos con una maravillosa escritura de ideogramas, es decir, símbolos que representan conceptos y no sonidos, como nuestro sistema actual. Estos documentos eran anteriores a los urraki, mostrando registros de animales, armas, barriles… fondos de algún almacén.

    Los urraki, entonces, no encontraron pueblos completamente anárquicos, aunque así se lo debió parecer a ellos, que tenían un nivel evolutivo muchísimo más elevado que el de esos primeros humanos. Por ello, seguramente, no dudaron en imponer sus propios logros, malogrando la trayectoria que se estaba desarrollando y que nos habría llevado a tener nuestras propias singularidades.

    De cualquier forma, los urraki no son tal y como eran cuando llegaron aquí. Ellos también han cambiado, han aprendido y han evolucionado, y sería estúpido pretender que no ha habido un intercambio bilateral entre ambas partes. Ellos nos dieron nuestro actual idioma, y es cierto que atajaron siglos de evolución —sobre todo en lo referente a ciencias y literatura—, pero también bebieron de nuestros avances y los fueron incorporando a su propia vida.

    Con todo, no hay que caer en el error de pensar que urraki y humanos somos iguales. Aunque sus criterios estéticos son los que han logrado imponerse en las altas clases humanas, aunque nos hayan dejado colecciones de poesía y literatura incomparables a ninguna de nuestras creaciones, los urraki son belicosos, más de lo que pretenden hacernos creer. Disfrutan, quizá hasta se alimentan, del dolor y de la sangre, de la destrucción y de la guerra.

    Y además son peligrosos. Son más fuertes que nosotros y pueden manejar energías que los humanos ni siquiera alcanzamos a comprender.

    No por nada han conseguido mantenerse en la élite de la sociedad, dirigiendo a los humanos como si fuésemos niños bajo su cuidado o, peor aún, animales paciendo felizmente a sus pies, ignorantes por completo del matadero que se alza ante nuestras narices.

    Luchar contra ellos es una opción valiente, pero si no se piensa adecuadamente, sólo traerá muerte y desgracia.

    —Fragmento de la ponencia dada por la magistrada Bernna Quba en el año 5 de la Era de Sangre.



    La Rebelión



    Los urraki han ido demasiado lejos. Hace dos días, un ejército de Kra el Cruel se hizo con Bilbina, asesinó a los doce miembros del Consejo y ultrajó sus cadáveres, colgándolos como macabras banderas sangrientas en la fachada del ayuntamiento, a la vista de todos.

    Procedieron después a la destrucción de la Biblioteca Sumergida, que ahora debe ser un montón de piedras mojadas puestas sin ton ni son, totalmente perdido su forma y significado original, y después apresaron a todos los sabios que han estado estudiando las ruinas y sus textos.

    Esta mañana me ha llegado la noticia de que los magistrados han sido juzgados, si se puede usar esa palabra para el grotesco espectáculo que ha sido ese "proceso", y declarados culpables de crímenes contra los urraki. Llamándoles desagradecidos como atributo más suave de los dichos por ese bastardo de Kra el Cruel, los han ajusticiado cortándoles las cabezas. Después, las han clavado en picas a las puertas de la Biblioteca y, al parecer, han destrozado los cuerpos para alimentar con ellos a los cerdos.

    Bernna Quba, nuestra querida amiga e inteligente aliada, ha sido considerada líder de una rebelión y, por ello, no sólo ha sido humillada en esa charada de juicio y ejecutada con los demás, sino que también ha sido duramente torturada. Os ahorraré los detalles, pues enfurezco de sólo recordar el informe que he leído poco antes de empezar a redactar esta misiva.

    Esto ha sido un duro y horrible golpe contra nosotros, ¡pero aquí no termina la cosa! El resto de reyes urraki, ante estas desgarradoras noticias, han guardado silencio, en el mejor de los casos. Algunos han aplaudido a Kra el Cruel. Todos parecen apoyar esta desmedida muestra de poder.

    Dicen, al parecer, que los humanos nos estamos rebelando contra su gobierno y guía. Nos acusan de crímenes que no hemos cometido. Aún, por lo menos. Y estoy seguro de que van a seguir con esta maldita caza de rebeldes, aniquilando sin contemplaciones a todos aquellos que, a sus ojos, supongan un peligro contra este sistema que han impuesto sobre nosotros durante demasiado tiempo.

    ¿Quieren una rebelión? ¡Démosles una rebelión! ¡No necesitamos a esos demonios! ¡Podemos manejarnos perfectamente sin ellos! Ya lo han demostrado nuestros vecinos del Valle de Lur, que expulsaron a su caudillo y a toda la corte urraki en una demostración de coraje y poder. ¿No llevan décadas viviendo un periodo de paz y esplendor al haber eliminado a esas criaturas de la ecuación?

    Sí, es cierto que esto se consiguió mediante la pérdida de muchas vidas humanas, pero ¿qué guerra no requiere sacrificio? ¿Qué se puede lograr sin mancharse las manos? ¿No es mejor luchar y reconstruir que nunca levantar cabeza?

    ¡Yo digo que gritemos: basta! ¡Basta a los demonios! ¡Basta a sus matanzas indiscriminadas! ¡Basta a su tiranía, al miedo, a la impotencia!

    Hermanos, ha llegado la hora de hacer realidad ese sueño que tuvimos una tarde de verano en la casa de Bernna, cuando todavía éramos adolescentes que estaban empezando a encaminar sus vidas.

    Fundemos la Orden del Alba Dorada. Mis tropas están dispuestas a firmar y sé a ciencia cierta que la nobleza de distintos puntos está dispuesta a darnos todo lo que necesitemos en dinero y especie. Además, tenemos armas. Sé que Firha ha conseguido no sólo hacerse con armas capaces de matar a esos demonios, sino que sus investigaciones han logrado replicar esa magia.

    Podemos hacerlo, pero tiene que ser ya. Antes de que destruyan más de nuestro patrimonio, antes de que nos den un golpe del que no podamos recuperarlo.

    Hagámoslo, no por Bernna y el resto de magistrados de Bilbina, sino por nosotros.

    Por nuestro futuro.

    Por la humanidad.

    —Carta del general Esca Torin a los futuros fundadores de la Orden del Alba Dorada en el año 8 de la Era de Sangre.



    La Orden



    La Orden del Alba Dorada nació como respuesta a los excesos de los últimos líderes urraki, concretamente ante la Matanza de Bilbina.

    Internamente se dividía en el cuerpo militar, la sección científica y el aparato de brujos. Los jefes de cada parte, que eran además miembros fundadores, se aseguraron mediante un contacto frecuente y estrecho de procurar la mejor coordinación de cada acción, logrando de esta forma avances rápidos y sistemáticos durante los primeros años de la guerra.

    Lo que empezó como un grupo de rebeldes pronto fue adquiriendo mayor fuerza y poder a medida que distintas ciudades humanas se sumaban a ellos, aportando no sólo nuevo personal, sino dinero, rutas seguras, infraestructuras, materiales y, sobre todo, esperanza.

    Su primer gran fiasco fue en el año 12 de la Era de Sangre, cuando las tropas de Esca Torin fueron derrotadas a las puertas de la Ciudad de Hierro por Gruma la Fuerte, la mejor estratega con la que contaron los urraki durante la guerra. Esta demonio consiguió no sólo frenar el avance de Torin y aplastar a los soldados humanos, sino que, a su mando, una horda urraki recuperó parte de los territorios tomados por la Orden.

    Ante esto, Firha Nanala, miembro fundador y jefe de la sección científica, propuso un plan que fue tachado de locura: devolver a todos los urraki posibles a la Dimensión Infierno y cerrar los portales para impedir que los demonios pudiesen regresar jamás.

    La idea fue desechada, pero Firha Nanala no se dio por vencido. Dedicó años a investigar aquellos portales, a ver cómo los urraki los abrían y cerraban para sus viajes entre mundos. Sus inventos habían conseguido mejorar las armas de los humanos para poder asesinar con ellas a demonios, algo que siempre se había considerado imposible. Estaba convencido, entonces, de que podría obrar otro milagro.

    Y, finalmente, lo consiguió. Con ayuda de un equipo conformado por científicos y brujos que lo consideraban más genio que loco, pudo diseñar un artefacto que, acoplado a la estructura del portal, lo inutilizaría, creando una especie de membrana de energía mágica que impediría que nada pudiese entrar o salir.

    Para cuando presentó el invento ante la Orden, veinte años habían pasado desde la fundación de la misma. Cansados de la guerra, tras victorias y derrotas igualmente sentidas, el resto de jefes cambió su opinión sobre el proyecto de Firha y lo aceptó, iniciándose así la Última Campaña.

    La parte más difícil del plan sería conseguir que los urraki se replegasen de vuelta a la Dimensión Infierno, pero para ello contaban con dos factores: por una parte, la celebración de la Luna Negra, llevada a cabo por los más poderosos demonios en su tierra natal una vez al año; por otra parte, la infravaloración urraki del ingenio humano.

    Cuando los más poderosos demonios y sus séquitos volvieron a Dimensión Infierno, la Orden, que se había ido distribuyendo cuidadosa y calladamente en las proximidades de los portales, los cerraron con las Llaves Quba, consiguiendo así eliminar la parte más peligrosa de la amenaza demoníaca.

    Tras esto, la Orden se dedicó a eliminar a los demonios que se habían quedado atrás, ejércitos y pequeños caudillos, y a la vez a reconstruir un mundo asolado por una guerra entre especies.

    Por desgracia, muertos los valientes líderes originales de la Orden, su gestión empezó a dejar bastante que desear. No se acabó con todos los demonios de nuestro mundo —todavía existen, bien mezclados entre nosotros, bien ocultos en tierras de difícil acceso; algunos, incluso, adorados como dioses de antaño—, y tampoco se logró una fórmula efectiva de paz.

    Con el tiempo, la Orden del Alba Dorada empezó a enfrentarse a otro tipo de problemas derivados de los nuevos planteamientos de gobierno y, finalmente, fue clausurada a fin de acabar con la corrupción interna que se había ido gestando en sus entrañas, obligando así a cada territorio a organizarse a su propia manera.

    —Capítulo de Historia General de la Tierra de los Siete, escrito por la erudita Nine Torin en el año 20 de la Era del Hombre.


    Dimensión Infierno



    A mi amada Masha:

    ¿Podrías decirme, una vez más, por qué cojones tenemos que volver a Mon Galar? Y no me digas que por tradición, porque sabes perfectamente que a mí las tradiciones me vienen importando una mierda.

    Borra eso, la mierda me importa más que las tradiciones. Con la mierda se puede hacer abono con el que mantener los campos de cultivo en funcionamiento, pero ¿con las tradiciones? No sirven para nada, más que para tener contentos a los cuatro viejos de turno que, por la gracia de la Diosa, han conseguido suficiente poder como para tomar decisiones por el resto de imbéciles que les seguimos.

    ¡Vamos! ¡Sabes que tengo razón! ¡Tú tampoco quieres ir! Y mucho menos para esa ridícula celebración de la Luna Negra. Oh, mira, las tres lunas de Mon Galar se han alineado perfectamente y parecen una sola gran luna negra. Qué maravilla. Aplausos, aplausos. No necesitamos esa excusa para hacer una fiesta, digo yo.

    Además, en Mon Galar no hay nada interesante. Puedes ir a los Barrios Bajos de cualquier ciudad para matar nafaris y nafenas, o puedes ir a un Cónclave a ver a los nefiti fingir ser mucho más de lo que son en realidad. Quizá hasta te puedes tomar la libertad de matar a uno o dos nefiti. Y luego están los nefisos, que lo único útil que hacen es ocuparse de los nefiti en nuestro lugar, y a veces ni eso.

    Por lo demás, ¿qué? Hay un par de sitios bonitos, pero nada se compara a lo que hay en Mon Tara. Lo sabes tan bien como yo. Aquí, hay muchísima luz (es lo que tiene que el sol no se esté muriendo), los prados son verdes, y están los humanos. Son idiotas y débiles, pero también graciosos y muchísimo más provechosos que nafaris y nafenas.

    ¿Por qué no nos quedamos este año? Tú y yo. Puedes venir a mi palacio. ¿No estaría bien? Haré montar un delicioso ágape, correrá el mejor vino de estas tierras y haremos el amor bajo la luna única de Mon Tara hasta que no podamos más.

    ¿No podemos quedarnos aquí para siempre? Pasear por las verdes llanuras, retozar en los dorados trigales, bañarnos en el mar azul o en algún río que encontremos… Ser libres. Sin tradiciones estúpidas, sin la normativa de esos sacerdotes de Janiu. ¡Somos norola, urraki de élite! ¿Qué más da lo que opinen los demás? Los sacerdotes no van a venir a Mon Tara a por nosotros, de todas formas.

    ¡Y vuelve de una vez! ¿Qué más da esa ridícula rebelión? El Valle de Lur no vale lo suficiente como para que me tengas sola durante tantos meses. Te echo mucho de menos.

    Piénsatelo, ¿vale? Y vuelve pronto.

    Te quiere,
    Kina.

    P.D.: He oído que algunos humanos están empezando a llamar a Mon Galar algo así como "Dimensión Infierno". ¿Es cierto? Me parece deliciosamente divertido, si es verdad. Y muy apropiado.

    —Carta de la reina urraki Kina la Bella a su amante Masha la Valiente en el año 110 de la Era de Nieve.


    Demonios



    Los demonios son criaturas provenientes de otro mundo con capacidades mágicas que no podemos permitirnos tomar a la ligera. Dicen que de su unión con humanos nacieron los magos, pero ese linaje corrupto no tiene ni punto de comparación con lo que los demonios más poderosos son capaces de hacer.

    Para bien o para mal, no todos los urraki tienen las mismas habilidades o la misma fuerza, ni física ni mágica. Ellos mismos se dividen en seis rangos escalonados, y esa misma división es la que vamos a utilizar nosotros.

    En primer lugar, están los nafaris o demonios blancos. Son mierdecillas débiles, lo más bajo de la cadena urraki y los más abundantes. Aun así, hacen falta hombres fuertes, bien entrenados y con las armas adecuadas para conseguir matarlos. Que sus poderes sean básicos no significa que sean fáciles de matar.

    Siguen los nafenas o demonios amarillos. Más fuertes que los blancos, pueden hacerte sudar de lo lindo si te enfrentas a ellos solo. Pero son manejables.

    En el límite de lo que un solo hombre puede conseguir, tenemos a los demonios rojos, que ellos llaman nefiti. Un nefiti suele estar al mano de un grupo de nafaris y nafenas. Actúan como jefes de barrio, manteniendo el orden y el control en regiones más o menos pequeñas. Estos bastardos componen la nobleza baja.

    Por encima de ellos están los azules, los nefisos. Son unos mamones acomodados, no suelen hacer nada más que reunirse con nefiti, quizá, emborracharse y follar como animales. Les gusta la música, el teatro y todas esas estupideces de nobles. Además, componen el cuerpo principal de sacerdocio. Suelen relegar en los nefiti.

    Finalmente, tenemos a los norola, los demonios violeta. Estos son los mayores hijos de puta que vais a conocer jamás, y rezo para que nunca tengáis que enfrentaros a uno directamente. Son reyes y generales, la élite, y los peores cabronazos del mundo. Herirlos es prácticamente imposible, ni se diga matarlos. Ni siquiera hemos desarrollado aún armas efectivas contra ellos.

    Si veis a un demonio violeta, corred. Da igual todo lo demás, corred todo lo rápido que podáis.

    Sé que he dicho que hay seis rangos, pero el último es irrelevante para nosotros. Demonios negros no hay en la Tierra de los Siete, así que no debéis preocuparos por ellos.

    Quizá os estáis preguntando cómo se distribuyen los rangos, o cómo un demonio pasa de un rango a otro. La respuesta es, agarraos a la silla, matando. Se matan los unos a los otros, absorben la energía de sus víctimas y, podría decirse, suben de nivel.

    No sabemos exactamente cuántos demonios blancos tendrían que morir para que uno ascendiese a amarillo, pero sí sabemos que una forma rápida (y prácticamente imposible) de subir de nivel es matando a un demonio de ese nivel. Si no, habría que matar a un número equivalente en energía de demonios de rangos inferiores.

    Adorable, ¿verdad?

    Pero es información que necesitamos. Ellos mismos han desarrollado armas con las que matarse entre sí, y como no van a erradicarse los unos a los otros (creedme, todos hemos pensado que podría ocurrir en algún momento y al final nos hemos decepcionado al ver que siempre hay gilipollas nuevos), hemos conseguido nuestras propias armas.

    El jefe Firha, concretamente, ha conseguido, tras años de estudio y perfeccionamiento, darnos una aleación metálica especial con la que podemos matar demonios como si fuesen humanos. Funciona, de hecho, como los propios demonios, por lo que las armas pueden subir de rango, pero para ello deben nutrirse de energía urraki.

    Pongámoslo de otra forma. Esta espada es de rango blanco. Si con ella rebano una treintena de gargantas de nafaris, pasará a ser de rango amarillo y podré usarla para matar a nafenas. Si ahora mismo intento matar a un nafena con esto, no voy a conseguir más que llevarme la paliza de mi vida, si es que sobrevivo.

    Para saber que la espada ha subido de rango, hay que estar atento a la piedra del pomo de la espada. ¿Ves que es roja? Eso es porque esta espada tiene rango rojo. Es una teoría sencilla de entender.

    ¿Veis ahora por qué los demonios violeta son tan peligrosos? Han tenido que cometer auténticas masacres entre los suyos propios para llegar a donde están.

    Subestimar a esos bastardos es un error que no nos podemos cometer.

    —Fragmento de la formación básica a los nuevos reclutas impartida por el comandante Lavon Hugote en el año 10 de la Era de Sangre.



    | Flam |
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Hügo del Brisse
    Edad: 47 años
    Ciudad de origen: antigua Hetsu-an
    Especie: humano
    Ocupación conocida: Defensor de Hetsu (retirado)
    Arma: espada larga y daga
    Una canción para el personaje: Night of the Hunter

    Durante los años más crudos de la rebelión los humanos y los demonios se enfrentaban en cualquier lugar, ya fuera en grandes urbes o en medio del más frondoso de los bosques. El único territorio ajeno a estas batallas fueron las montañas consagradas a Hetsu. Los humanos temían la ira de la diosa del invierno, capaz de convertirlo todo en hielo, pero ¿qué impedía a un ser tan arrogante como un demonio (decían ser hijos de los mismos dioses) luchar en el territorio de una diosa? No se supo hasta la última ampliación de Hetsu-an.

    Pero antes de explicar el motivo de ese rechazo inicial a la lucha, habría que hablar un poco más de Hetsu-an. Comenzó siendo una aldea-refugio para las familias que renegaban de la guerra y los conflictos. Huyendo de la muerte se decidieron por subir a las montañas, cada vez más alto, cada vez más lejos. Los soldados de la Orden les parecían salvajes, y los demonios que les perseguían seres sin ningún tipo de compasión.

    Así, se estableció el primer poblado de Hetsu-an a dos mil quinientos metros de altura (aproximadamente), lejos del alcance de ambos bandos. Gozó de paz durante varias décadas, pero ésta se puso en peligro a medida que avanzaban los enfrentamientos, atreviéndose a llegar a las montañas que antaño respetaban. La gente de Hetsu-an aprendió la lección con el derramamiento de sangre inocente: si quieres paz, prepárate para la guerra. Bajo ese lema se formó un grupo de guerreros que, irónicamente, decían defender la paz con sus armas bien afiladas.

    Quizá los orígenes de «Los Defensores de Hetsu» no fueran los más honorables, pero se aseguraban de cumplir con su cometido. Durante años, demonios y humanos por igual cayeron ante el filo de sus espadas, el que se acercara a la aldea con intenciones hostiles era recibido de la misma manera. Sí era sospechoso que los ataques de los demonios fuesen los más comunes, por un tiempo parecía que bajaban de la montaña y no la trepaban, como hacían los ejércitos de los hombres.

    Si bien los combates contra los demonios sirvieron como entrenamiento a Los Defensores (matar a un humano después de matar a un demonio era algo bastante sencillo), también causaron dolorosas pérdidas que sólo sirvieron para alimentar el odio hacia ellos.

    El problema de las victorias es que uno se termina acostumbrando a ellas, bajando la guardia ante el enemigo en las próximas batallas. Los Defensores estaban acostumbrados a ganar, fuera el que fuera el enemigo, así que cuando se presentó ante ellos un demonio superior —nada más y nada menos que un norola, un demonio púrpura— no dudaron en atacarle como si se tratara del más inofensivo.

    Decir que aquello fue una masacre es quedarse corto. El demonio (que respondía al nombre de Lii-vánne) tuvo tiempo de sobra de convertir Hetsu-an en ruinas y diezmar su población, ignorando quizás a propósito al pequeño grupo que huía.

    El caso es que Lii-vánne bajó las montañas y los pocos —poquísimos— supervivientes treparon: más alto, más lejos. Hetsu-an volvió a establecerse a cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Después de superar los problemas con la falta de oxígeno, y las hemorragias y heridas que arrastraban de la carnicería, consiguieron reponerse. Desde luego, Hetsu velaba por ellos: guio sus pasos por las grutas seguras, les mostró el nacimiento de los ríos, incluso les señaló los valles donde era posible sacar adelante más de una cosecha. Los eruditos de Venubia hablarían de que en ese valle la altitud descendía casi mil metros y recibía más luz solar, cosa que cualquier planta agradecía, la gente de la aldea prefería creer en la bendición de la diosa. No había árboles frutales en Hetsu-an, pero sí árboles del té, café y distintos cereales; también había lugar para el ganado de ovejas lanudas, asnos y bueyes, ¡incluso las flores teñían con sus colores algunas laderas!

    Regresó la vida pacífica a la montaña, y a ella se unió la llegada de valientes refugiados. Y debían ser valientes para atreverse a escalar una montaña y no desmoronarse cuando llegaban a las ruinas de la antigua Hetsu-an, descubriendo que todavía debían ascender unos buenos metros más para llegar a ver seres humanos.

    Retomemos entonces la ampliación del territorio para nuevas viviendas, pues esto está muy relacionado con por qué rechazaban los demonios trepar las montañas o por qué apareció tan alto un norola. Fue en esa expedición cuando encontraron un portal operativo que conectaba con la Dimensión Infierno, desde aquí llegaban los demonios sin ningún esfuerzo. Igual que se lanzaron como desquiciados a por el demonio, también lo hicieron con el portal, cerrándolo con una Llave Quba, ¿cómo llegó esto a Hetsu-an? Uno de los últimos refugiados era un antiguo soldado de la Orden, mutilado en una de tantas guerras.

    Una vez cerrado el portal, toda Hetsu-an respiró. La paz volvía una vez más a la región, y hasta la propia Hetsu bailaba con esta noticia, concediendo inviernos suaves y facilitando la llegada de sus hermanos en el cambio de estación.

    Pero la amenaza de otro ataque nunca desapareció de aquel pequeño grupo de supervivientes, y esto conviene saberlo porque Hügo del Brisse fue uno de los que escaparon. Era apenas un crío y recibió un buen tajo que le marcaría medio cuerpo de por vida, la cicatriz empieza en su rostro y baja hasta marcar hombro y parte del pecho; la hemorragia fue terrible pero, contra todo pronóstico, Hügo sobrevivió.

    No creció adoptando la vía pacífica que volvía a estilarse por Hetsu-an, sino reviviendo el entrenamiento tan duro de Los Defensores. Creció sin dejar de practicar (a esto ayudaba tener más personas interesadas en la defensa de esta curiosa paz armada). Tenía un solo propósito en mente: matar al demonio que arrasó su aldea. Claro que ir a por un demonio a mano descubierta sería un suicidio, lleva con él una espada de rango amarillo que resulta intimidante, aunque palidece si se compara a la daga que esconde en su cinturón. Es una reliquia de la primera Hetsu-an, una hoja pequeña pero terrorífica de rango azul.

    Durante toda su vida ha estado yendo y viniendo de Hetsu-an, a veces trabajando como mensajero, a veces como guerrero, a veces como acompañante (cosa que suele hacer a regañadientes, no es muy fan de los eventos sociales). El trabajo que acepta siempre encantado es el de cazador de demonios, intuye que cada demonio caído le acerca más a aquel norola que acabó con su aldea.

    Hügo no parece darse cuenta de que con sus matanzas de demonios se convierte en algo peor que ellos. Ha matado niños, mujeres embarazadas, ancianos… Según su propia experiencia: todo lo que parezca un demonio debe ser uno. Estrictamente hablando, es un asesino. Y uno despiadado, vistos sus antecedentes: ¿quién es entonces el verdadero demonio, el niño que huye o el humano que sonríe al matarle?

    Las recompensas por cumplir los contratos son bien diversas, desde monedas de plata hasta prendas usadas. Lo más extraño que recibió fue un huevo, al principio pensó en sacar un buen dinero dado su tamaño, pero descubrió pronto lo rápido que eclosiona el huevo de un ave si se guarda entre los mantos que le protegían del frío. Se esperó un águila, una gallina muy gorda o incluso un avestruz (en el desierto de Tagdabho eran el ave más común), pero nunca… Nunca se esperó a Olivia.
    A partir de ese día nunca volvió a viajar solo.


    Le gusta:
    —El frío, la nieve, el hielo; ha nacido para vivir en pleno invierno.
    —Su compañera, Olivia. Llevan 20 años viajando juntos.
    —La escalada. No puede evitarlo, le gustan los lugares altos.
    —Disfruta de los sabores amargos.


    No le gusta:
    —Detesta los demonios.
    —El calor.
    —La noche. Con la oscuridad viene la luna, y con ella, los demonios.
    —Las ciudades demasiado pobladas, prefiere la vida natural y aislada de las montañas.


    Información extra:
    —Hetsu no es la única diosa para los humanos. Existen ella y sus hermanos, todos hijos del mismo sol y la propia luna. Hetsu siendo la hermana mayor, armada con el hielo y con la nieve; Galea la siguiente, la dulce primavera que hace florecer los pastos y criar a los animales; luego Tagdabho, cuyo calor casi hace competencia a los rayos de su padre; y, por último, el pequeño Mohlu, que puede parecer el más tímido de los hermanos, pero trae consigo los vientos del otoño.

    —Hetsu, además del nombre de la diosa, es el nombre que se le da a toda la región montañosa y dependiendo de la altitud, será una parte de ella. Así, la falda de la montaña se la conoce como los pies de Hetsu, la antigua Hetsu-an se situaba en sus piernas, y la actual en su vientre (por eso se cree tan fértil el valle que desciende por él). Sus hombros forman una auténtica cordillera casi infranqueable, y cuentan los montañeros más avezados que la vista desde los ojos de la diosa es tan sobrecogedora que es imposible no romper a llorar.

    —Hügo ha llegado a la coronilla de Hetsu, y lo único que dijo al mirar el paisaje a sus pies fue «wow».

    —Ha jurado matar a Lii-vánne con sus propias manos, no descansará hasta conseguirlo.

    —No es nada fácil lograr que Hügo se canse. La resistencia es, sin duda, su habilidad más sorprendente.

    —En su bolsa siempre encontrarás ungüentos para los cortes, hojas de té, restos de una llave Quba y pescado seco.

    —El pescado es para Olivia.

    —Olivia es algo así como su pájaro de apoyo emocional, aunque llamar «pájaro» a Olivia es, quizá, tomarse una gran licencia con su descripción. Olivia mide metro y medio de alto, por no hablar de la envergadura de sus alas, que superan los dos metros.

    —El lugar favorito de Olivia para descansar es sobre los hombros de Hügo. Sorprende ver a un pájaro de su tamaño sobre la espalda de un hombre, pero Olivia no pesa más de seis kilos. Hügo entrenaba con piedras más pesadas cuando era un niño.

    —Olivia no es un pájaro amable. Uno de sus pasatiempos es asustar a la gente: puede pasarse horas enteras sin mover una sola pluma para luego moverse de repente o hacer un escándalo con el pico.

    —A diferencia de Olivia, a Hügo sí se le da bien el trato con las personas.


    Apariencia:
    Hügo impone, ya puede ser por sus cicatrices, su altura o las manchas de sangre casi permanentes en su ropa. Es fácil imaginarle como un armario: alto y ancho. Lleva toda la vida entrenando, sus músculos no se desinflan.


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    SPOILER (click to view)


    TARISH
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    DATOS

    EDAD:
    34 años.

    OTROS NOMBRES:
    -Kan Ba (Gran Ladrón).
    -Viloshi Natu (Puta de Vilosh).
    -Magistrado Tarish Biekne.

    ESPECIE:
    Urraki.

    RANGO:
    Norola.

    ARMA:
    Lerba, un abanico.

    ORIENTACIÓN SEXUAL:
    Homosexual.
    APARIENCIA
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    »Inteligencia y fuerza son lo único importante.

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    Cualquiera que lo viese podría jurar sin temor a equivocarse que Tarish es un joven apuesto y de buena familia. Sus facciones delicadas y su piel suave le hacen aparentar mucha edad menos de la que realmente tiene, y no suele tener prisa en corregir este error.

    Tiene el pelo largo y ondulado, casi siempre recogido en algún peinado complicado, de color castaño cobrizo, casi pelirrojo. Sus ojos son grandes y expresivos, verdes con el centro de tonos entre pardos y dorados.

    Destacan dos pecas bajo el ojo izquierdo y una en la mejilla derecha, aunque tiene más repartidas por el cuerpo.

    Su constitución es delgada, aparentemente frágil, incluso, con una cintura estrecha y una musculatura apenas notable, salvo cuando hace algún alarde de fuerza o elasticidad.

    En cuanto a su indumentaria, gusta vestir telas buenas de distintos colores, aunque siempre combinados de manera exquisita. No es raro verle con paletas brillantes, como amarillos y naranjas, o azules de distintos tonos. Si viste algún color oscuro, será como detalle o porque la situación así lo requiere.

    Prefiere que su ropa, sea de la confección que sea, se ciña a su cintura, y a tal efecto suele llevar algún cinturón o lazo donde aprovecha para guardar su abanico cuando no lo lleva en la mano.

    Por último, conviene señalar que suele calzar tacones para elevarse hasta el 1.70, y sus brazos están prácticamente siempre cubiertos con guantes largos, un capricho propio de la nobleza venubiana.

    [Todavía no hay imagen, paciencia xd]

    All the glory lies ahead for me
    Playlist
    > Came for Blood
    00:30 ──❙────── 03:33
    > Killer
    00:21 ─❙─────── 02:29
    > Walk like gigants
    01:34 ────❙──── 03:34
    > Reckless
    00:56 ───❙───── 03:34
    > Hook’d
    02:10 ─────❙─── 03:56



    DE CERO A HÉROE
    —o algo parecido—


    Nacer en una familia pobre es siempre una putada, pero cuando eso te ocurre en Mon Galar, conocida por los humanos como Dimensión Infierno, es una jodienda de primer orden.

    Los Barrios Bajos es donde se concentra la pobreza. Son un entramado laberíntico de callejuelas estrechas, casas construidas sin un plan de ordenación urbana, con plazas escasas y desornamentadas, zonas sucias y contaminadas y, sobre todo, unas estadísticas de criminalidad apabullantes.

    Ahí se apiñan los demonios blancos y amarillos, principalmente, malviviendo y, de vez en cuando, sufriendo persecuciones que buscan acabar con su vida para que algún tipo listo ascienda de rango.

    Las familias se protegen las unas a las otras y no es raro que se hagan agrupaciones de demonios de bajo nivel que, a modo de gremios, trabajan juntos o viven en una misma cuadra y luchan codo con codo para proteger lo suyo y a sus compañeros, confiando en que la unidad haga la fuerza.

    A veces funciona. A veces es un puto desastre.

    Ese fue el ambiente en el que creció Tarish. Su padre era algún desgraciado de por ahí, a saber si simplemente se largó de casa o si lo mataron cuando volvía del trabajo. La cosa está en que sólo tenía a su madre y al Grupo de su bloque, pero sólo durante un tiempo.

    Para cuando tenía diez años, estaba totalmente solo, manchado de la sangre de su familia y vivo gracias a la intercesión de la Diosa. Si no hubiese sido suficientemente flexible como para meterse en ese pequeño armarito, habría sido asesinado como todos los demás. Como su madre.

    No es, desde luego, un inicio prometedor. Un niño de rango bajo, totalmente desprotegido, no puede hacer mucho por sí mismo. Apenas sabía leer o hacer operaciones matemáticas, sólo tenía cierta formación en el taller carpintero del tío Gao. Estaba perdido, solo, triste y enfadado.

    Por suerte, no era el único niño en esa situación. Encontró a un nuevo Grupo, una panda de chiquillos perdidos, tristes y enfadados, pero no solos. Juntos formaban las Ratas de Grina, ladronzuelos y mensajeros que se movían rápidamente no sólo por los Barrios Bajos, sino por todos los círculos.

    Tenían tratos con los nefiti de la Grina, su ciudad, lo que les garantizaba cierta protección. Era raro encontrar a una Rata muerta, y a veces el asesino era ajusticiado por el nefiti de turno.

    Gracias a su asociación con este Grupo, Tarish pudo enterarse de que el norola que dominaba la ciudad estaba buscando nuevo personal. Y no había que ser muy listo para saber que ponerse bajo la protección de un norola era una oportunidad de oro. ¡Incluso mejor que aspirar a servir a un nefiso!

    Si lo conseguía, nunca más tendría que luchar para conseguir un sitio donde dormir, nunca más tendría que matar para hacerse con comida y nunca más tendría que preocuparse por si vería o no un nuevo día.

    Sin nada que perder, pero con mucho que ganar, utilizó su recién estrenado rango amarillo para hacerse un hueco en el primer vehículo que le llevaría a su destino. Las plazas que ofrecía el norola eran limitadas, así que aprovechó el viaje para pensar la mejor estrategia.

    A sus diecisiete años, Tarish había vivido lo suficiente en los Barrios Bajos como para conocer distintas técnicas de supervivencia, no sólo de lucha. Y como miembro de las Ratas de Grina, había reunido rumores e información suficiente sobre aquel norola como para hacerse una idea de cómo llamar su atención.

    Por eso, una vez hubo pasado la primera criba (un examen físico para descartar a cualquiera con taras físicas y un breve cuestionario sobre posibles habilidades), Tarish se presentó delante de Vilosh, gobernador de Grina y alrededores, y, mirándole a los ojos con una sonrisa dulce, se desnudó delante de él y avanzó hasta sentarse en su regazo.

    A Vilosh debió gustarle ese atrevimiento, porque le rodeó la cintura con un brazo y, sin decir nada más, mandó llamar al siguiente de la lista.

    Durante diez años, Tarish estuvo al servicio de Vilosh. Principalmente calentaba su cama, pero también utilizó sus habilidades de rata para compilar secretos de la corte que susurraba amorosamente al oído de Vilosh.

    Qué le llevó a terminar con eso es un misterio. ¿Acaso Vilosh le traicionó de alguna manera? ¿Se sintió amenazado al acercarse a la treintena? ¿Quizá había desarrollado hambre de poder, o tal vez había sido su plan desde el principio? Es imposible saberlo.

    Lo que está claro es que una noche, después de complacer a su rey, Tarish sonrió, tal dulce como siempre, y le abrió el cuello con un abanico imbuido de energía norola. El muchacho absorbió el poder de su amante y pasó así de ser un nefiti a ser un norola, un salto de dos rangos que le obligó a guardar cama durante una semana entera mientras terminaba de asimilar su nuevo poder.

    Una vez estuvo listo, anunció públicamente que él era el nuevo soberano. A las pocas horas, aplastó él solo un intento de rebelión, consolidando su poder y ascendiendo inmediatamente a ocupar un puesto en el reducido Consejo Norola.

    NUEVAS AMBICIONES


    Toda su vida, Tarish había escuchado historias sobre Mor Tara, un mundo de luz clara y nítida donde se podía respirar y donde había un eslabón más débil que los demonios blancos: unas criaturas llamadas humanos.

    No era difícil imaginar cómo eran los humanos. Tenían el mismo aspecto que los urraki, básicamente, pero no tenían magia, salvo que su genealogía se remontase a los urraki, lo que los hacía víctimas ideales.

    Lo que sí le costaba era visualizar Mor Tara. Viajando por Mor Galar había visto montañas altas, ríos serpenteantes y campos extensos, pero ninguno se asemejaba a lo que se decía en los cuentos. Era el sueño de todo joven urraki llegar a ver Mor Tara algún día, y eso incluye a Tarish, por supuesto.

    Sin embargo, la única forma de cruzar al otro lado era mediante portales que llevaban décadas cerrados. Los urraki habían intentado mil cosas para volver a abrirlos, pero nada parecía ser efectivo, por lo que los sueños y esperanzas de bañarse en ese sol amarillo eran, eso, meros sueños.

    Claro que una vez Tarish se convirtió en un norola empezó a pensar que lo que los rangos inferiores llamaban imposible no tenía necesariamente que serlo. Quizá los portales podrían reabrirse si se utilizaba suficiente poder, si los norola colaboraban juntos.

    Al menos para abrir un portal. Con eso sería suficiente.

    Pero no podía reunirles y lanzarles la sugerencia a la cara. Acababa de subir al poder, era el más joven con diferencia de todos ellos y, además, no tenía nada que respaldase su idea.

    Así que se dedicó a investigar. Había aprendido a leer con las Ratas de Grina y había descubierto cierto placer en sumergirse en la amplia biblioteca de Vilosh. Poesía, novelas, reflexiones sobre arte y moda, todo eso se volvió una compañía maravillosa durante las horas muertas que traía consigo la vida de amante.

    Pero ahora no buscaba esos libros, sino escritos sobre magia, sobre Mor Tara, sobre los portales. Hizo algunos viajes al portal más cercano, lo estudió, contrató incluso a un par de expertos para que le diesen sus opiniones y asesoramiento.

    Y, por fin, consiguió una estrategia que podría funcionar. Pero seguía necesitando a los otros norola.

    La gracia de los urraki de élite es que cada uno vive en su propio territorio, normalmente en un palacio o al menos en una mansión, ocupándose de sus asuntos, y rara vez se reúnen, salvo para alguna celebración, como la de la Luna Negra, o para reuniones convocadas por otro norola.

    Tarish sólo los había visto una vez fuera de los rituales religiosos, así que cuando consiguió convocarles, buscó aparecer con una imagen tranquila y confiada. Su mejor peineta, una túnica medio abierta, una bata caída y botas altas, medio recostado en su sillón, consiguieron llamar la atención de al menos tres norola, lo que podía considerarse un triunfo, de buenas a primeras.

    Con su abanico en la mano, expuso su plan, intentando atender a los intereses particulares de cada uno y, a la vez, a un objetivo común: recuperar lo que era suyo, vengarse de la Orden del Alba Dorada.

    Fueron días de reuniones y negociaciones, pero al fin lo consiguió, y para cuando se quiso dar cuenta estaba, por fin, atravesando un portal a Mor Talar. Y una vez abierto un portal, las Llaves Quba que sellaban los otros parecieron perder fuerza y, poco a poco, fueron abriéndose, al menos los más pequeños.

    La cosa está en que a Tarish en seguida le gustó aquel sitio y en seguida le gustaron los humanos. Apenas un mes después de su incursión, se dio cuenta de que la idea de dejar que sus compañeros convirtiesen esos hermosos parajes en ríos de sangre y carnicerías no le parecía tan atractiva como deleitarse con las uvas, las flores, la música y los hombres humanos.

    Volver a llevar a los urraki más poderosos a Mor Galar no era difícil, bastaba con convocar una nueva reunión norola o aprovechar, como ya hizo la Orden en su día, alguna celebración que les bajase la guardia. Lo difícil era la segunda parte: debía encontrar una forma de volver a cerrar los portales, esta vez de forma definitiva.

    Y un día le vino la idea. ¿Y si ascendía a rango negro?

    MAGISTRADO TARISH BIEKNE


    Tarish en ningún momento anunció a los humanos que él era uno de los urraki más poderosos que habían pisado su mundo. No, prefirió mezclarse entre la multitud, adoptar un personaje que le permitiese moverse a placer por aquí y por allá.

    Así que escogió el título de magistrado de Bilbina e incluso se tomó la molestia de contratar a alguien que redactase una serie de papeles que lo legitimasen como perteneciente a la nobleza de Venubia, región donde se sitúa Bilbina.

    A todos los efectos, Tarish Biekne era un joven erudito nieto de uno de los más fieles servidores de Fihra Nanala y, ante la reapertura de los portales, había partido en un viaje de investigación, esperando conseguir la suficiente información y el material necesario como para desarrollar una manera de cerrar y bloquear los portales a Dimensión Infierno para siempre.

    Y, mientras tanto, no hay pecado en pasarse por alguna fiestecita, ¿verdad?



    || Lo que esconde el abanico ||


    Sentado frente a un espejo, cepillaba cuidadosamente su cabello con un cepillo de madera con incrustaciones de taracea, canturreando con voz dulce una antigua canción. La sonrisa que adornaba sus labios era bonita y reflejaba una tranquilidad que resultaba inaudita para cualquiera que le hubiese visto apenas cinco minutos antes.

    Igual que él, muchas otras personas se habían acercado a aquella ciudad para atender a la fiesta que tendría lugar en la Mansión Ghoa para conmemorar el cumpleaños de la duquesa Vivienne Ghoa. Los festejos durarían mínimo tres días, pero lo importante ocurriría el primero de ellos, por lo que nobles de sitios lejanos de la región se habían ido reuniendo allí con cierto tiempo de margen.

    Tarish era uno de ellos. Se había puesto en marcha apenas había recibido la invitación, sabiendo que faltar a aquella fiesta le haría perder el posicionamiento social que tan duramente había trabajado durante todo aquel año.

    Encontró un buen hospedaje en un alojamiento de buena categoría y consiguió además una de las mejores habitaciones. Era perfecta: espaciosa, con una cama amplia y cómoda con dosel, un baño con bañera y agua corriente e incluso un balcón que le daba preciosas vistas del Parque Grande de la ciudad.

    Sí, la habitación era perfecta. Salvo por sus vecinos, claro. La primera noche la había pasado siendo el único inquilino, bebiendo vino en el balcón bajo la luz de la luna y disfrutando de una cena considerablemente buena, pero al día siguiente el resto de habitaciones se habían ido ocupando y resultó que justo la que había pared contra pared con la suya fue alquilada por un matrimonio extraordinariamente ruidoso.

    Su segunda cena fue abruptamente interrumpida por risotadas que parecían las quejas de algún animal de granja. Después, siguió una hora de conversaciones estúpidas a tal volumen que no dudaba que serían escuchadas por todos los inquilinos.

    Intentó ser agradable. Mandó a Balai a llamar a la puerta y pedirles que moderasen el tono, pero la mujer sólo recibió un gesto de desdén y un portazo antes de que se reanudasen los ruidos.

    Tarish sintió que el vino se avinagraba, el pollo se resecaba y las patatas se reblandecían sólo por la molestia que le suponía aquello, así que decidió cortar el problema de raíz. Y ahora se peinaba y canturreaba mientras Balai suspiraba y frotaba su bata para quitar los restos de sangre.

    En realidad, Tarish era tan rápido que apenas habían caído algunas gotas en la bata, pero como la tela era blanca, resaltaban morbosamente con su rojo y habría sido imposible para nadie pasarlas por alto. Por suerte, Balai estaba ya acostumbrada, y además era sangre tan fresca que no estaba poniendo mucha resistencia a ser eliminada.

    —Amo. —se quejó mientras colgaba la bata para que se secase sin formar grandes arrugas —. Eso ha sido excesivo, ¿no cree?

    Tarish soltó una risita mientras tomaba un nuevo mechón entre sus dedos para desenredarlo.

    —¿Excesivo? ¿Por qué?

    —Ha matado a dos personas. —suspiró Balai, hablando ahora apenas en un susurro —. ¡La gente se dará cuenta!

    —Tonterías. —sonrió Tarish, moviendo el cepillo de lado a lado como para espantar moscas —. Sólo tienes que deshacerte de los cadáveres antes de mañana. Con eso debería bastar. — Vio a través del espejo que Balai no parecía convencida, así que suspiró y se giró hacia ella, dejando el cepillo sobre el tocador y cruzando una pierna sobre la otra —. ¡Te preocupas demasiado, Baba!

    —¡Usted se preocupa demasiado poco, amo! ¡Me pidió que le protegiese, pero es muy difícil si actúa de forma tan impremeditada y aleatoria!

    Tarish no dignificó aquello con una respuesta, sino que rodó los ojos con un suspiro exasperado y volvió a mirarse en el espejo, retomando el cepillo y terminando de desenredar sus rizos.

    —Si no te gusta, puedes irte cuando quieras.

    —Amo…

    Al ver el mohín de Tarish, Balai decidió dejar la discusión aparcada. Temía que si presionaba un poco más ella sería el nuevo objetivo de su amo, y desde luego no era algo que le pareciese apetecible.

    Prefirió recoger los platos de la cena y dejarlos apilados en la bandeja en la que los habían traído un par de horas antes, y miró otra vez a Tarish, que ahora se trenzaba el pelo, retomando la cancioncita de antes, aunque con una cara algo más seria.

    —Amo, voy a sacar la basura. —dijo con calma.

    —Aquí estaré. —fue la respuesta que obtuvo junto a una mirada serena a través del espejo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    A la mañana siguiente, Tarish salió para dar un paseo y saludó educadamente a la sirvienta que llamaba tímidamente a la puerta de la habitación de al lado en busca de recuperar la bandeja de la cena y ofrecer la del desayuno.

    Al no obtener respuesta, insistió una vez más, ya que aquella era la hora que el matrimonio había establecido el día anterior, pero el silencio que recibió a cambio hizo que la sirvienta recogiese otra vez la bandeja y bajase por la escalera de servicio, más discreta que la principal.

    Tarish y Balai no regresaron a la habitación hasta media tarde, cargando la mujer una bolsa con las compras de su señor. Eran un par de libros, una escribanía de camino —un estuche de madera donde se guardaban cálamo, cortaplumas y tintero de viaje— para sustituir la vieja y una cajita que contenía dos delicados pendientes de madreperla, oro, esmeraldas y perla que había encargado a un orfebre a su llegada a la ciudad.

    La puerta de la habitación de al lado estaba abierta y había un hombre fuera que, al verlos llegar, se despegó de la pared, en la que estaba apoyado, y se quitó el sombrero para saludar.

    Era un hombre apuesto, ya en la cuarentena, bien afeitado y vestido de forma sobria, pero limpia. Sus manos mostraban que debía ser un hombre fuerte, y la espada que colgaba de su cinto lo marcaba como alguna figura de autoridad.

    —Buenas tardes. —sonrió Tarish, mirándole con curiosidad —. ¿Desea algo?

    —Sí. Soy el detective Boyard, Pierre Boyard.

    —Magistrado Tarish Biekne. Ella es mi guardiana, Balai.

    La interpelada hizo un gesto con la cabeza y Boyard se lo devolvió con estoicismo.

    —¿Ha ocurrido algo, detective? —preguntó Balai.

    —Me temo que sí, señora. Sus vecinos, el señor Crila y la señorita Elains se encuentran desaparecidos.

    —¡Oh! —Tarish desplegó su abanico con un golpe de muñeca y lo agitó un poco para darse aire —. ¡Desaparecidos! ¿Cree usted que puede haber sido un secuestro?

    —No puedo dar información sobre una investigación en curso. —dijo Boyard con un tono de disculpa —. ¿Escucharon algo extraño anoche o tal vez esta mañana?

    —No, en lo absoluto. —suspiró Tarish, cerrando el abanico y apoyándolo en sus labios mientras hacía memoria —. Es cierto que el señor… ¿Crila, ha dicho?, y su acompañante armaron cierto alboroto, pero después debieron irse a dormir y todo quedó en silencio. Esta mañana he despertado con el sonido de los pájaros, nada más. ¿Y tú, Baba?

    —No puedo añadir nada a lo dicho por mi señor, detective.

    Boyard los miró unos segundos, pero terminó por sonreír y hacerse a un lado con una pequeña reverencia para dejarles acceder a su dormitorio.

    —Muchas gracias a ambos. Espero poder acudir a ustedes si tengo nuevas preguntas.

    —¡Por supuesto! Será un placer. —Tarish le dirigió una sonrisa que sólo podría calificarse como coqueta mientras volvía a abanicarse, esta vez a un ritmo más perezoso, con el abanico medio cubriendo la mitad inferior de su rostro —. Quizá le valdría la pena pasarse esta noche por la mansión Ghoa. Si el señor Crila estaba aquí, seguramente sería para ir a la celebración. ¡Tal vez encuentre ahí nuevas pistas para su caso!

    Boyard carraspeó y luego hizo una pequeña inclinación con una leve sonrisa en los labios.

    —Lo cierto es que eso pensaba hacer, pero es usted muy amable, magistrado.

    —Nos veremos esta noche, entonces.

    Y con una última sonrisa, Tarish entró en la habitación y Balai cerró la puerta.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Era la primera vez que Balai se sentaba en ese taburete, frente al dichoso espejo. Se miraba con el ceño un poco fruncido, pasando su ojo de su cara a la de Tarish. El joven amo estaba tras ella, cantando alegremente una vieja canción en algún dialecto urraki mientras la peinaba.

    Le había dicho que ni siquiera una guardaespaldas sería bien recibida en la Mansión Ghoa si no iba debidamente arreglada y después había insistido en peinarla y maquillarla. Balai se había negado en redondo al maquillaje, al menos al tipo de maquillaje que Tarish acostumbraba a usar, pero había tenido que ceder al peinado a terminar con un toque de color en los labios.

    No se sentía cómoda con aquellas exhibiciones. Ella había sido entrenada como una guerrera de Tagdabho, sin lujos ni ostentaciones. No es que en el desierto del que venía no hubiese una aristocracia con grandes despliegues de riqueza y poder, simplemente las guerreras del Templo crecían ajenas a todo esto.

    Podía soportar que Tarish a veces fuese desmedido y que gustase las telas caras y la joyería elegante, pero no que se le impusiese a ella. Por eso, su ceño no se desfrunció desde el momento en el que Tarish empezó a peinar su melena roja y siguió firmemente arrugado mientras accedía, de mala gana, a llevar un juego de pendientes.

    —Estás perfecta. —murmuró Tarish con una sonrisa satisfecha —. Ahora, tu ropa.

    —¿Me va a hacer ponerme vestido, amo?

    —No, no. Sé que me odiarías el resto de tu vida si te hiciese ponerte un vestido. —se rio Tarish, poniéndole las manos en los hombros e inclinándose hasta que sus mejillas se juntaron —. ¿Recuerdas que hace un tiempo te encargué un conjunto de gala?

    —Para aquel simposio del Magisterio, ¿no? —recordó la mujer aún con el ceño un poco fruncido.

    —Así es. —Tarish le besó la mejilla y se separó de ella, yendo a por su bolsa —. Póntelo, ¿mn?

    Quien no conociese aquella magia, se quedaría muy sorprendido de ver a Tarish meter un brazo entero en una bolsa tan pequeña y encima sacar de ella varias prendas de ropa bien dobladas que obviamente no podían caber ahí. No era lo único que había dentro, por supuesto, y de hecho apenas le dio el conjunto para que se vistiese, Tarish volvió a meter la mano para sacar su ropa.

    Tarish se vistió con telas de brillantes colores amarillos y anaranjados que combinaban con el azul eléctrico de su cinto y de sus guantes, así como el azul más oscuro de las botas, aunque de nuevo eran dorados los tacones. Recogió su pelo con trenzas, manteniéndolo en su sitio con un lazo amarillo, y lo coronó con una peineta dorada con zafiros incrustados.

    Finalmente, su maquillaje también fue cuidadoso, centrándose en los ojos, donde ahora se resaltaban las motas doradas del iris. Dos puntos azules bajo los ojos y un poco de pintalabios en el labio superior completaron el atuendo.

    —Creo que voy a acostarme con el detective. —comentó mientras se terminaba de retocar la sombra de ojos.

    Balai respiró hondo y contuvo una risa mientras terminaba de guardar su látigo. Lanzó una última mirada a su reflejo y se tocó el parche que cubría su ojo derecho, pero después suspiró y abrió la puerta para salir de la habitación con su señor.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    La Mansión Ghoa se situaba a unos cinco kilómetros de la ciudad y estaba rodeada de suntuosos jardines llenos de flores, árboles, fuentes y estatuas que embellecían la vista y marcaban caminos para los visitantes.

    La fiesta se extendía no sólo al recibidor del edificio principal, sino también a los jardines, habiendo damas y caballeros charlando en una glorieta o hablando en corrillos cerca del estanque mientras sirvientes iban y venían con bandejas con copas y comida y algunos animales como pavos reales pululaban a sus anchas sobre la hierba y los senderos de piedra.

    Tarish había entrado para saludar a la anfitriona y entregarle su regalo, la caja con los pendientes, y Vivienne había reído, maravillada por las piezas, antes de disculparse para ir a su vestidor. Quería lucir esos pendientes, pero su vestido no combinaba con ellos, así que debía cambiar todo su vestuario para hacerles justicia.

    Satisfecho, Tarish bebió, comió y habló un poco con otros distinguidos invitados, pero dentro hacía demasiado calor y el olor de tantos perfumes fuertes le desagradaba, así que decidió salir al exterior seguido fielmente por Balai.

    Pareció que aquello estaba cronometrado, porque apenas puso un pie en el jardín, vio aparecer al detective Boyard con un uniforme militar de gala. El hombre pareció algo sorprendido al ver a Tarish con toda la parafernalia, pero después sonrió y se acercó para saludarle besándole una mano de forma tan galante que Balai puso los ojos en blanco mientras su amo se abanicaba con una sonrisita.

    —Buenas noches, magistrado.

    —Detective. —saludó con una sonrisa medio oculta por el abanico.

    —Ah, disculpe, señora. —se corrigió al darse cuenta de la presencia de la guardiana (y esto era algo extremadamente fácil, dado lo alta que era Balai).

    —¿Quiere que le traiga alguna bebida, o tal vez algún aperitivo?

    —Oh, no, no. Gracias, magistrado, pero no puedo. Estoy de servicio.

    —¡Ah, sí, el caso del señor Crila y la señorita…! ¿Ha hecho algún avance en el caso?

    —He conseguido algo más de información, pero todavía no tengo nada concluyente.

    Tarish se acercó entonces al detective, poniéndose un poco de puntillas para acercarse más a su cabeza. Boyard, al notar esto, se inclinó también, aspirando el discreto aroma floral de Tarish y mirándole atentamente mientras el de amarillo cubría sus rostros con el abanico.

    —Me ha parecido que la vizcondesa Asen nombraba a la señorita Elains y a la señora Crila antes.

    Boyard irguió la espalda, mirando a Tarish con gravedad mientras sopesaba la información. Terminó por sonreír y volver a besarle los dedos antes de disculparse y retirarse educadamente.

    Tarish le vio marchar, fijándose en su espalda y los pliegues de su ropa en su firme trasero de guerrero, y sólo apartó la vista cuando Balai carraspeó. Sacudió un poco la cabeza y empezó a caminar para pasear un poco más, buscando alguien que tuviese una conversación agradable.

    Por desgracia, aquellos eventos eran todos iguales. Cotilleos ridículos la mayor parte de ellos, poca charla interesante y muchísimo menos conversaciones trascendentales. Estaba por darse por vencido cuando vio un rostro conocido, y se acercó a aquellos otros magistrados con una sonrisa dulce mientras Balai se acercaba a ayudar a una de las camareras, que había estado a punto de tropezar y causar un pequeño desastre.

    Si Tarish se fijó en esto, no le prestó atención, prefiriendo entrar en el corrillo con otros dos hombres y una mujer.

    Fue en medio de esta conversación cuando vio al otro lado de una fuente a un hombre que destacaba sobre los demás. Su ropa era austera y oscura, pero lo que más le llamó la atención fue su cara de absoluto aburrimiento. Todo él emanaba un aura que parecía gritar «no quiero estar aquí», pero dejaba que una mujer le tomase del brazo y le diese pequeños golpes en el pecho entre risas y verborrea inútil sobre la última moda zapatera de la capital.

    Era un hombre muy guapo, incluso más que el detective, y algo mayor que Boyard. Tenía algunos mechones canos y unos ojos que, cuando se cruzaron con los de Tarish, le hicieron soltar un suspiro.

    Le sostuvo la mirada mientras se abanicaba de forma coqueta, analizándole y casi invitándole a acercarse a él, pero si el hombre pilló la indirecta, la rechazó de plano. Aun así, cuando volvió a mirarle, Tarish abrió el abanico contra su pecho y acarició el borde de las varillas con la mano libre, indicándole que quería hablar con él. De nuevo, no recibió respuesta, así que hizo un pucherito.

    Volvió a la conversación, pero también siguió mirando de vez en cuando al hombre, y cuando vio que la mujer que lo acompañaba se disculpaba para irse, aprovechó para acercarse él, cogiendo por el camino dos copas. Le entregó una y le sonrió.

    —Me llamo Tarish. ¿Podría quedarme un rato con usted?

    Decidió tomar el gruñido como una afirmación y se puso a su lado, bebiendo un sorbo lento mientras seguía abanicándose. Las noches empezaban a ser calurosas y él no estaba demasiado acostumbrado a aquello, siendo su tierra natal fría por naturaleza.

    Alzó un poco las cejas al ver que Balai se había quedado hablando con la camarera y sonrió, mirando después de reojo al hombre.

    —Estas fiestas son mortalmente aburridas, ¿no le parece? En media hora habrá un espectáculo sorpresa y después un baile, pero eso tampoco garantiza mucha diversión. Aunque seguro que es maravilloso bailar con alguien como usted. Parece un hombre fuerte y de pasos seguros, ¡todo un guerrero! —sonrió, dándole un golpecito suave con el abanico en el brazo —Su coordinación debe ser exquisita. ¿Quizá podría reservarme un baile?

    La respuesta fue un muro de silencio que le hizo suspirar. Enrolló uno de los rizos que había dejado sueltos en un dedo y le miró, medio ocultando su boca con el abanico mientras pensaba.

    —He visto que ha venido acompañando a la señorita Muleau. —Sólo utilizó ese título porque la mujer no estaba casada, pero de señorita tenía poco a sus cincuenta y dos años —¿Le ha contratado para venir con ella? Usted no parece el tipo de hombre que vendría a una fiesta así sin otro tipo de motivo. ¡Oh! —se abanicó otra vez de forma que su rostro se tapaba parcialmente, enmarcando sus ojos gatunos —¿O quizá está de tapadera con el detective Boyard? Si es así, está bien, mantendré su secreto. —Pero no, su reacción no parecía la de un policía —. He errado el tiro, ¿mn? ¡Ay! ¡Es usted tan callado! ¿No ve que sólo intento ayudarle a combatir el aburrimiento?

    Suspiró de forma dramática y terminó sentándose en el borde de la fuente, con sus pies colgando a un par de centímetros del suelo. Volvió a mirar en dirección a Balai y suspiró ahora de manera lastimosa.

    —Mire, esa mujer de ahí es mi guardaespaldas. Pero con cómo está riéndose con esa muchacha, creo que voy a tener que volver solo a la habitación. Normalmente no me importaría, ¡pero esta noche me da miedo dormir solo! ¿Sabe? La pareja de la habitación de al lado desapareció misteriosamente. ¿Y si fue un secuestro? No creo que nadie fuese a por mí, pero me sentiría muchísimo más seguro con alguien cerca. —Cerró el abanico y tomó el brazo de aquel misterioso hombre, bajando otra vez al suelo y pegando su pecho a él —. ¿Quizá un hombre fuerte que pueda defenderme de posibles peligros?


    SPOILER (click to view)
    Bien, veamos. Lo primero y principal: Balai. La imagino como una mujer gerudo (X). Habría nacido en el desierto, en el seno del templo de Tagdabho, como una de sus guerreras. En algún momento su grupo recibió un ataque y fue destruido, y ella perdió un ojo, pero fue salvada por Tarish, que prácticamente pasaba por ahí de casualidad xdd Le juró lealtad y aquí estamos.

    Tiene un nivel de magia, pero supongo que no es una gran hechicera y que su magia se centra más bien en ataque y defensa. ¿Un poco como en Dragon Age?

    Y sí, su arma es un látigo porque la idea me parece: poderosa.

    La imagino con este peinado y con una ropa como la de la derecha del todo de aquí.

    Los pendientes que le regala Tarish a la duquesa son así pues porque los he visto y me han gustado mucho.

    Y sobre el caso policial este, hay varias opciones. Tal vez Boyard decida simplemente que el señor se ha escapado con su amante porque se teme que su esposa los encuentre xdd o si alguien halla los cadáveres, que estarán a las afueras de la ciudad, tal vez piensen que la esposa ha enviado un asesino a por ellos. Con eso se cerraría el caso.

    Yyyyyyy si Hügo rechaza de forma definitiva a Tarish, definitivamente querrá bailar y encamarse con Boyard, aunque sea por despecho xdd


    Edited by Bananna - 29/7/2021, 14:14
  7. .
    ¿Qué había hecho para merecer esto? ¿Era un castigo de los dioses por los crímenes que había cometido o era simplemente una mala jugada de los hados? Porque Khnum sabía que viajar con un adolescente sería difícil, ¡pero no habría podido jamás esperar algo como esto!

    Megacles se había ido, seguramente sin ser del todo consciente del caos que había dejado a su partida, y es que ahora el egipcio tenía que lidiar con el mal humor y las quejas de Astilo. ¿Y todo por qué? ¿Por envidias estúpidas? ¿Por un romance que se había visto truncado antes incluso de empezar?

    Khnum no era un hombre paciente, pero es que además no tenía ni idea de qué hacer con esta situación. Él nunca había sido así, nunca se había rebelado contra sus padres —no hasta que había sido ya mayor—, nunca había orbitado alrededor de una persona con la que discutía sin parar.

    Así que no tenía consejos que ofrecerle a Astilo, quien se había pasado dos días enteros refunfuñando y hablando de Damalis y Megacles. A veces se ablandaba y elaboraba en voz alta un plan para conseguir su perdón, y a veces hacía hincapié en lo malagradecida y petulante que era.

    El parche que ofreció Khnum, porque no era ni de lejos una solución, era intentar mantenerlo ocupado. Cuanto más se centrase en tareas varias, menos tiempo y fuerzas tendría para pensar en Damalis o en compararse a sí mismo con Megacles, ¿no?

    Demetrio al principio se opuso a esto, pero para el mediodía del primer día tras la partida de Megacles incluso ayudó a Khnum a darle tareas a Astilo. Esto no sólo les evitaba a todos el dolor de cabeza del mal de amores adolescente, sino que le permitía a él pasar más tiempo con su esposa, cuidarla ahora que se acercaba el fin del embarazo y que el peso de su vientre le provocaba dolores de pies y de espalda más frecuentes.

    Por desgracia, el problema de los parches es que se acaban cayendo antes o después. Y este se cayó una mañana, pocos días después de que Megacles se fuese de Corinto.

    Khnum y su lazarillo estaban en el mercado, frente a la herrería que Demetrio les recomendó. Habían conseguido en relativamente poco tiempo bastante dinero, y el egipcio había decidido apartar un poco para mejorar su punta de lanza. Al ser, eso, una punta de lanza, pensó que no le vendría mal tener un poco de mango. No tanto como una lanza completa, por supuesto, pero sí suficiente para poder manejarla con algo más de comodidad.

    —No necesito que sea bonita —dijo Khnum con calma, haciéndose oír entre el ruido del mercado —. No la voy a ver, de todas formas. Me basta con que sea resistente y lo más ligera posible.

    —Por supuesto, creo que tengo la madera indicada —le dijo la voz del herrero, rasposa por pasarse el día tragando el humo de la fragua —. ¿Necesita algo en especial?

    —No… Sí —se corrigió Khnum al momento —. Me gustaría alguna marca, me da igual si incisa, en relieve o con un cambio de textura, que me indique en qué dirección está la hoja. Para no cortarme por accidente o intentar apuñalar a un ladrón con el mango —añadió con una media sonrisa que se vio acompañada por la risa del herrero.

    —Creo que ya sé qué hacer. Vuelva mañana por la mañana, quizá lo tenga ya listo. ¡Aunque no se lo garantizo!

    —Perfecto, entonces. Hasta mañana —se despidió con una sonrisa suave.

    Puso una mano en el hombro de Astilo y empezó a alejarse de la herrería. Aún tenían que encontrar una verdulería, le habían prometido a Alexia llevar los ingredientes para la comida, pero Khnum le llevó a una zona con menos tránsito y le apretó un poco el hombro con seriedad.

    —¿Qué te pasa?

    —¿Ah? Nada, ¿por qué lo dices? —respondió Astilo de forma distraída.

    —Estás muy callado. Pero no callado normal, sino callado pensativo. Está claro que te pasa algo.

    Durante unos segundos hubo silencio. Khnum no sabía qué expresión estaba poniendo Astilo, pero sí notaba el movimiento de su brazo, por lo que estaba jugando con su ropa con cierto nerviosismo.

    —Creo que debería comprarle algo a Damalis.

    Ahora fue el turno de Khnum de guardar silencio unos instantes. Respiró hondo y se masajeó el puente de la nariz por sobre las vendas.

    —¿Por qué?

    —Porque he sido un auténtico idiota.

    Oh, vale, eso no se lo esperaba.

    —Un poco, la verdad.

    —Ya, bueno… —Astilo suspiró y se movió un poco, quizá para apoyarse en una pared o algo sólido —No sé qué me pasa con ella. Quiero hacerla feliz y que me mire con admiración, como mira a ese maldito traidor… ¡Agh! ¡Pero cuando me mira, sólo ve a un niño!

    —Es que eres un niño. Los dos sois niños. Las chicas siempre van a mirar a los hombres ya adultos, y en comparación los de su propia edad les parecen poca cosa.

    —¿Y entonces qué puedo hacer? —murmuró Astilo con una voz cargada de pesar.

    Khnum le apretó un poco el hombro.

    —No te va a gustar mi respuesta, pero lo mejor que puedes hacer es renunciar a ella.

    —¿Qué? ¡Pero-! —no pudo terminar de hablar cuando Khnum le tapó la boca con una mano.

    —Ofrécele tu amistad. De forma sincera y desinteresada. Sé su amigo. Conoceos mejor, creced juntos. Y, mientras tanto, esfuérzate por convertirte en un hombre hecho y derecho, si es lo que realmente quieres. Entrena tu cuerpo y tu mente, y déjate de niñerías como insultar a todo aquel al que consideras un rival —Quitó la mano y la puso sobre el otro hombro de Astilo —. En serio, ¿por qué tanto ataque a ese misthios? Si él está claramente desinteresado en esa niña.

    —No lo sé… —reconoció Astilo con un tono de voz que sólo se podía catalogar como avergonzado.

    Khnum le volvió a apretar los hombros y buscó apoyar su frente en la del muchacho unos segundos para después dedicarse a arreglarle el pelo y estirar su ropa mientras seguía hablando.

    —Debes ser paciente. Debes demostrarle que vales su atención. Y eso es algo que no se consigue con un par de semanas de viaje juntos, sino con meses, años incluso, de construir una relación sólida basada en la confianza y el respeto mutuo. Respétala a ella y haz que empiece a respetarte. Sé bueno con ella.

    —Pero… Entonces nunca estaremos juntos.

    —Quizá no —admitió Khnum —. Pero estoy seguro de que al daros ese tiempo ganaréis una relación tan hermosa que el amor más romántico dejará de tener importancia. Porque hay muchos tipos de amor, ¿sabes? Y ninguno se consigue por arte de magia. Todos requieren tiempo, cuidados y mantenimiento. Empieza por una amistad con ella y deja que las cosas sigan su curso de forma natural. Quizá os enamoréis, quizá te enamores de otra persona. Ni tú ni yo podemos saberlo, eso queda en manos de los dioses. Lo que sí puedo garantizarte, Astilo, es que dentro de no mucho tiempo te arrepentirás de todas las cosas feas que le dijiste y de todas las cosas bonitas que te callaste.

    —Ya empiezo a arrepentirme…

    —Bien. Amistad. Empieza por una amistad.

    —Una amistad… Está bien —su voz seguía sonando decaída, pero con un poco más de esperanza —. Gracias, egipcio.

    Con estas palabras, Astilo rodeó la cintura de Khnum con los brazos y hundió la cara en su hombro. Khnum se quedó estático unos segundos, pero después correspondió al abrazo, acariciándole la espalda con movimientos suaves.

    Aquella fue la primera vez en mucho tiempo que sintió la calidez de un abrazo sincero, y no pudo evitar pensar que eso, su relación con Astilo, tenía ya consolidado uno de esos tipos de amor de los que le había hablado.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Megacles no les había dicho dónde había dejado a Damalis, pero Khnum podía hacerse a la idea. Sabía que no se la había llevado consigo, no después de tanto insistir en que viajar con él era peligroso, así que estaba seguro de que la había dejado en Corinto. Y tenía que ser en la casa de alguien en quien confiase.

    Debía ser Clímene, la misma mujer que había aceptado tanto a Megacles como a Damalis tras la primera gran discusión de los dos adolescentes. Y, por suerte, encontrar la casa de Clímene no fue algo difícil, ni siquiera para un ciego.

    Era grande, estaba bien situada, y Astilo decía que era bonita y tenía un jardín bien cuidado, lo que era un logro de por sí, pero prácticamente un milagro cuando hablamos de Corinto.

    En circunstancias normales, Khnum y Astilo jamás habrían podido entrar en el recinto. No eran, precisamente, el colmo de la elegancia, incluso si estaban aseados y llevaban ropa limpia. Pero no eran circunstancias normales y la señora de la casa les invitó a entrar e incluso a tomar algo.

    De pie en un patio interior, esperando a la anfitriona, Astilo se removía hecho un manojo de nervios al lado de Khnum, quien simplemente le puso una mano en la espalda para intentar tranquilizarle.

    Entonces ladeó un poco la cabeza al escuchar pasos que se acercaban, y pronto se abrió una puerta y el olor de perfume invadió ese pequeño patio.

    —¡Oh! ¡Por fin nos encontramos! —dijo una exagerada voz femenina que sólo podía corresponder a Clímene —Pasad, pasad. La pequeña Damalis está esperándonos con bebida y algo de comer.

    —Muchas gracias —dijo Khnum con calma, dándole un pequeño empujón a Astilo para que empezase a caminar.

    Pronto llegaron a otra habitación más recogida, pero con ventanas abiertas que dejaban pasar algo de brisa, así como el sonido de los pájaros y de la ciudad. Khnum agradeció con un gesto la ayuda de Astilo para sentarse sobre unos cojines y volvió a asentir cuando tuvo en su mano una copa con vino aguado.

    —Buenos días, caballeros —saludó Damalis con un cierto retintín que hizo que Khnum apretase los labios para contener una sonrisa —. ¿A qué debemos el honor?

    Khnum se acercó la copa, oliendo el penetrante olor del vino antes de dar un pequeño sorbo que le permitió hacerse una idea de lo rica que debía ser Clímene para permitirse esa calidad. Quizá incluso vendría de sus propios viñedos. No sabía si tenía viñedos. ¿Con qué se ganaba la vida ese matrimonio?

    Mientras se preguntaba esto, se dio cuenta de que la pregunta de Damalis no estaba recibiendo respuesta, así que le dio un codazo a Astilo, quien dio un saltito en el sitio antes de carraspear y moverse.

    Khnum no necesitaba ver para saber que estaba echando mano de su zurrón, donde había guardado el paquetito, o que se lo estaba entregando a Damalis de una forma quizá poco elegante.

    Escuchó la tela desenvolverse y le dio otro sorbo al vino mientras Damalis ahogaba un jadeo de sorpresa.

    —¡Oh, por los dioses! —exclamó ahora Clímene —¡Es una horquilla preciosa!

    Khnum asintió. Era una horquilla de madera —negra, le había dicho Astilo—, bellamente labrada con la forma de una mariposa. Tenía alguna incrustación no de piedras preciosas, eso se les habría ido de precio, sino de otras maderas y un par de trozos de coral.

    Si se le preguntaba, no mentiría: él no habría comprado esa maldita horquilla. No porque no le pareciese un buen regalo, sino porque había sido un gasto mayor del que habría deseado. ¿Cómo podía ser que cada vez que conseguía algo de dinero, cada vez que pensaba que por fin iba a poder ahorrar, surgiese algo que le hiciese desprenderse de tantas monedas de vez?

    No se habían quedado a cero esta vez, pero aun así no estaba seguro de para cuándo les daría lo que tenían. Así que rezaba por poder exprimir un poco más Corinto antes de pasar a la siguiente ciudad.

    —Es, desde luego, muy bonita —convino Damalis —. Pero no vas a comprarme con ella.

    —No quiero comprarte —suspiró Astilo con nerviosismo. A su lado, Khnum sólo dio otro sorbito pequeño al vino —. Quiero disculparme contigo y… He pensado que no podía hacerlo con las manos vacías. Si no quieres saber más de mí, ¡te prometo que me iré! Y podrás hacer lo que quieras con la horquilla.

    Volvió a haber un poco de silencio, y entonces Clímene tomó la palabra.

    —¿Por qué no habláis a solas en la terraza? Así tendréis más libertad para expresaros…

    Su ofrecimiento fue aceptado por las dos partes y en cuestión de un par de minutos quedaron a solas Khnum y Clímene. La mujer tomó pronto el sitio de Astilo, sentándose justo al lado de su invitado, y le ofreció al otro un plato, apoyándolo con delicadeza tan cerca que el labio de la cerámica acarició su mano.

    Khnum dudó, pero movió la mano libre hacia el plato. Tocó un trozo de queso, lo cogió y lo comió, alzando un poco las cejas con sorpresa. Lo siguiente con lo que se topó fue con una uva, perfectamente dulce y en su punto preciso de madurez.

    —Son productos de primera calidad —comentó a modo de halago, ganándose una pequeña risa deleitada de Clímene.

    —¡Vaya! No esperaba que un egipcio distinguiese la calidad de los productos griegos.

    —Llevo un tiempo viajando —dijo Khnum ahora con el ceño un poco fruncido. No le había gustado la nota de desdén en la voz de la otra —. No sería justo comparar el fruto de vuestras tierras con el de las mías, pero hay una gama de calidades notoria.

    —No sé qué tipo de frutos puede dar el desierto que sean mejores que los de nuestras verdes tierras —contestó ella con calma, pero claramente con una sonrisita.

    —Los egipcios no vivimos en el desierto, sino en unas tierras tan ridículamente fértiles que se podría tirar estas pepitas en cualquier lado y brotaría una viña —dijo, mostrando las pepitas de la uva que se acababa de comer —. Claro que eso para vosotros debe parecer magia, siendo que tenéis que luchar por encontrar tierras cultivables —le respondió con una sonrisa tranquila.

    Clímene tardó un poco más en contestar.

    —Supongo que los dioses son sabios. Nosotros quizá tengamos más dificultades a la hora de cultivar, pero a cambio podemos trabajar rápido, sin tener que pararnos cada vez que veamos un halcón o una vaca para reverenciarlos.

    —¿Sí? Qué cosas, he oído que los aqueos rara vez hacen nada. No porque reverencien animales, sino porque se pierden en vino, sexo o peleas absurdas, normalmente referidas a vino y a sexo, por cierto.

    —Eso sólo dice que los aqueos sabemos vivir la vida.

    —Por supuesto. Y también que vuestras vidas son más cortas.

    Se esperaba un nuevo ataque, pero entonces escuchó la risa de Clímene. Lo tomó como una oportunidad para dar otro sorbo de vino y buscar un nuevo trozo de queso y una uva que comer a la vez.

    —¡Eres de respuesta rápida! Y hablas mi idioma mejor que algunos compatriotas. No esperaba eso de un salvaje con un escarabajo en el hombro.

    Khnum no pudo evitar llevarse una mano al hombro, donde su quitón quedaba sujeto gracias a una fíbula con forma de escarabajo. Frunció el ceño y ladeó un poco la cabeza, escuchando cómo Clímene masticaba lo que debía ser un poco de pan.

    —¿Salvaje? —preguntó despacio, y al escuchar un sonido de asentimiento de su anfitriona se mordió el labio —¿Crees que soy un salvaje?

    —Bueno, sólo basta con… ver las pintas que llevas —respondió Clímene sin atisbo de remordimiento —. Un quitón prestado, sandalias claramente más grandes de lo que corresponden… Y estás lleno de cicatrices y heridas a medio curar. No te peinas, al menos estás bien afeitado, y tus uñas están sucias. Y aun así eres de los mejores ejemplares de egipcio que he visto.

    —A esto no se le llama salvajismo, sino pobreza. Soy pobre, amada anfitriona. Salvaje me parece a mí que combines este vino con este queso. Cualquiera con un mínimo de gusto sabría que un queso de sabor tan fuerte debe combinarse con un vino joven, y no con uno de sabor complejo. Igualmente, ¿un vino afrutado acompañando uvas? ¿No te parece un poco redundante?

    —¿Ah? —consiguió balbucear Clímene.

    —Y no me hagas empezar con el olor.

    —¿El… olor?

    —Tu olor. Has combinado tantos perfumes que es hasta nauseabundo. Supongo que te has lavado el pelo con agua de rosas y la cara con agua de jazmín, y habrás perfumado tu ropa con orquídeas e hibiscos, ¿no? ¿Por qué? ¿Intentas atraer abejas? ¿No sería mejor que te restringieses a uno o dos aromas? La sencillez es la clave del éxito. Ya que tienes posibles, guarda la ropa con lavanda seca. Eso además prevendrá que se acerquen los insectos. ¿No es más económico e inteligente?

    Clímene pareció necesitar unos segundos, así que Khnum buscó en el plato hasta dar con un trozo de pan. Puso encima queso y uva y se hizo un bocadillito jugoso que ahogó en un poco de vino.

    —Damalis tenía razón —dijo por fin la mujer —. Cada vez que hablas me dan ganas de abofetearte hasta que se me caiga la mano.

    —Mn. Sí, suelo causar esa reacción. Supongo que este es el momento en el que me echas de tu casa, ¿no?

    —Oh, no, nada de eso. Eso sería muy incivilizado por mi parte, ¿no crees? Claro que seguramente estés acostumbrado a esos tratos en tus tierras. No, la verdad es que me divierte tu lengua afilada. ¡Deberías utilizarla contra la estúpida de Diona! Seguro que se quedaría boqueando como la merluza que es. Ah, ¡eso sería tan divertido de ver…!

    —Si me pagas lo suficiente, compondré una canción sobre ella.

    —Qué cosas —murmuró la mujer en tono divertido —. Empiezas a caerme bien y todo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Ni Astilo ni Khnum esperaban regresar a casa de Alexia y Demetrio con Damalis. La chica insistía en que iba a seguir viviendo con Clímene al menos un tiempo más, pero quería ver a ese matrimonio que tan amable había sido con ella. Quería llevarle además un regalo a Alexia, un amuleto para el parto.

    Khnum no sabía de qué habían estado hablando, pero parecían bastante tranquilos y cómodos con su nuevo estatus. Habían decidido al final volver a empezar, construir poco a poco una amistad.

    Mientras esperaban a que la muchacha cogiese el amuleto, Astilo le había dicho que había prometido disculparse con el misthios cuando volviesen a encontrarse y no volver a insultarle, al menos delante de Damalis, y Khnum le había revuelto el pelo con una sonrisa.

    Así que el paseo de regreso a su hospedaje fue silencioso para el egipcio y con una conversación suave y ligeramente tímida por parte de los adolescentes, al menos hasta que Astilo se calló de pronto y se detuvo, haciendo que los otros dos parasen también.

    —¿Qué ocurre? —preguntó Damalis, a lo que Astilo le indicó silencio con un «shh».

    —Astilo —increpó Khnum en un susurro.

    —La puerta está abierta.

    —¿Y? ¿Cuál es el problema? —preguntó ahora Damalis con clara incomprensión.

    Khnum, por su parte, frunció el ceño y alzó un brazo como para protegerlos, haciéndoles quedarse detrás de él.

    —Nunca dejan la puerta abierta. Nunca.

    —Voy a ver qué ocurre.

    —¡Astilo! —siseó Khnum —¡No seas idiota!

    —¡No lo soy! Tú no puedes mirar y yo sí. Seré discreto y rápido.

    Khnum chasqueó la lengua al comprender que daba igual lo que dijera, Astilo ya estaba yendo. Aceptó entonces que Damalis le tomase el brazo, buscando su protección, y maldijo no haber ido aún a buscar su maldita lanza.

    «Al menos tengo el bastón», pensó antes de que el bastón resultase absolutamente inútil, y es que ni el mejor callado habría podido hacer nada contra un golpe directo a su cabeza.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando despertó, necesitó unos segundos de rigor para recordar que el sol no se había apagado, sino que sus ojos se habían estropeado hacía un par de años. Pasado ese susto inicial, pudo evaluar la situación.

    Y la situación era mala.

    Por lo que oía, olía y sentía, estaba en la casa de Demetrio y Alexia, con las manos atadas. Y había ahí al menos dos hombres sudorosos que hablaban en voz baja. No, había una tercera respiración que no le cuadraba.

    Hablando de respiraciones, tanto el matrimonio como los dos chicos estaban con él, cerca de su cuerpo, y vivos. De hecho, Alexia y Damalis estaban llorando y Demetrio las intentaba consolar con arrullos suaves. Astilo no hablaba, quizá también le habían dejado inconsciente.

    Ah, y le habían quitado la venda de los ojos.

    —¡Eh! —llamó el tercer hombre, el que debía estar vigilándoles. Su voz le sonaba, pero ahora no la pudo ubicar —¡El ciego se ha despertado!

    —¡Por fin! —a este sí lo pudo identificar: era el ateniense al que había golpeado hacía ya un par de semanas, durante la luna nueva —¿Cómo estás, precioso?

    —Maravillosamente bien —dijo Khnum con una sonrisa torcida —. Salvo por el dolor de cabeza y mi estatus actual de secuestrado, claro. ¿Qué pasa, me echabas tanto de menos que esto es lo único que se te ha ocurrido para conseguir mi atención?

    —¿Cómo puedes tener ganas de hablar en esta situación? —gruñó el segundo hombre antes de darle una patada que hizo que Khnum perdiese el aliento y cayese sobre Astilo.

    —¡Elpenor! —gruñó el cabecilla ateniense.

    —¿Qué? ¡No me digas que tú no tienes ganas de darle otro golpe!

    —Nikolaos prefiere hacerle otras cosas —se rio el tercero en voz baja antes de quejarse. Nikolaos le había dado un azote en el brazo.

    —Escucha atentamente, precioso —dijo mientras lo tomaba de los brazos para levantarlo, dejándolo otra vez sentado. Ahora le cogió la barbilla con una mano y se acercó a él, provocando que su aliento agrio chocase directamente contra la cara de Khnum, quien arrugó la nariz y frunció el ceño con claro disgusto —. Vas a decirme ahora mismo a dónde ha ido el tragaespadas.

    —No puedo decirte lo que no sé.

    —¿Puedo pegarle ahora? —preguntó Elpenor, recibiendo una respuesta gestual que, por razones obvias, Khnum no pudo ver. Debió ser un no por cómo Elpenor chasqueó la lengua.

    —Cada vez que me mientas, dejaré que mi hermano golpee a uno de tus amigos. ¿Sabes lo horrible que son las patadas para una mujer tan embarazada?

    Alexia soltó un gemido de pura desesperación y redobló su llanto, a lo que Khnum frunció más el ceño.

    —¡De verdad que no lo sé!

    —¿En serio quieres jugar a esto? ¿Crees que es un farol? ¡Elpenor!

    —¡No! —chilló Khnum antes de que el tal Elpenor se acercase un paso al matrimonio —¡Está bien, te lo diré! ¡Pero déjalos en paz, a todos ellos! ¡Llévame contigo, hazme lo que quieras, pero déjalos!

    —Por supuesto que vendrás con nosotros. No creas que he olvidado cómo me humillaste aquella noche.

    Khnum tuvo que morderse la lengua para no soltar un chiste sobre tamaños decepcionantes y simplemente agachó la cabeza. Recibió como compensación la caricia más aterradora de su vida, una que recorrió su mejilla, sus labios y su barbilla. Finalmente, el tercer hombre, el que aparentemente no tenía nombre, lo hizo ponerse en pie y le empujó para que caminara.

    Como resultado, Khnum chocó con un mueble, y al no tener las manos libres, terminó cayendo al suelo de mala forma. Elpenor aprovechó esta oportunidad para ponerle un pie en el pecho y apretar hasta sacarle un pequeño jadeo, y entonces Nikolaos le dio una orden en voz baja y Elpenor gruñó, pero obedeció.

    —Dejaremos a estos cuatro —dijo Nikolaos —. Pero no te confíes, precioso. Volveré a por sus cabezas si osas intentar jugar con nosotros. No eres el único aquí con cerebro.

    —Está bien. Pero no ha ido a una ciudad, sino a un campamento por el bosque.

    —Eso nos da igual —dijo el tercero.

    —Sí, sólo queremos meterle una espada por el culo —sonrió Elpenor.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Khnum no tenía ni la más remota idea de qué dirección había tomado Megacles. No sabía cuáles eran sus planes ni si tenía conocidos cerca de Corinto a los que visitar. No sabía por qué puerta había salido, o si había conseguido un caballo.

    Pero lo que sí sabía, aunque no tuviese que ver con Megacles, es qué secretos se escondían en esos bosques de la zona. Y estaba dirigiendo a ese grupo a uno de esos secretos.

    Tuvo la suerte, además, de que Nikolaos estaba más interesado en encontrar al misthios que en convertir a Khnum en su puta personal. Un par de noches le había acariciado un muslo y le había besado el cuello, pero después se había retirado asegurando que quería tomarlo como recompensa tras librar a Atenas de semejante lacra. Decía que así sería una experiencia más placentera, el premio por un trabajo bien hecho.

    Khnum simplemente contenía el escalofrío que le producía esa mano sobre su piel y se recordaba a sí mismo que faltaba poco. Pronto Nikolaos y sus hermanos se reunirían no con los generales atenienses, sino con Caronte.

    Sus deseos se cumplieron al tercer día de viaje.

    Al principio, se detuvieron porque Markos —así se llamaba el tercer hombre— encontró sospechoso no escuchar absolutamente nada. Y era cierto, no parecía haber animales por la zona. Y entonces escucharon algo, un ruido que les hizo agruparse y desenvainar las espadas.

    Khnum fue el primero en percibir la flecha, lo que le permitió agacharse y esquivar la saeta que se clavó en el hombro de Elpenor. Después, se arrojó a un lado, rodando por el suelo hasta alejarse del grupo y quedar entre unos matorrales.

    Desde ahí pudo escuchar gritos de guerra y de dolor, espadas chocando contra espadas, mujeres lanzándose al ataque en nombre de Artemisa y, al cabo de unos angustiosos minutos, risas de felicitación. Risas de mujer, no de hombre.

    —¡Falta uno! —gritó una de las mujeres.

    —¡Sí, está aquí! —dijo otra, muy cerca de Khnum —¡Y ya está atado!

    Más pronto que tarde, Khnum estaba de rodillas en el suelo, sintiendo una fría hoja de acero contra el cuello y sabiéndose rodeado por al menos cuatro Hijas de Artemisa.

    Eran una secta relativamente joven, pero esparcida por toda la Hélade. Eran mujeres fuertes y valientes, aterradoras, que se dedicaban a robar, cazar, matar hombres y realizar sacrificios y rituales en honor a Artemisa. Se consideraban cazadoras elegidas por la diosa para llevar a cabo alguna suerte de misión sagrada, o algo así.

    Khnum sólo sabía que estaban como una auténtica cabra. Por eso, cuando le pidieron sus últimas palabras, suspiró y bajó la cabeza.

    —¡Hermanas, por favor! —sollozó con una voz tan aguda y dulce que sonaba como la de una mujer —¡Si he de morir, dejadme al menos realizar un último sacrificio para la divina Artemisa!

    —No entiendo nada —escuchó murmurar a una de ellas —. Phoibe, es… un hombre, ¿no?

    —Esto es muy extraño —dijo otra mujer, seguramente la tal Phoibe —. Llevémosle con Mirrina.

    Para cuando cayó la noche, Khnum no sólo estaba vivo, sino desatado y disfrutando de un bol de sopa de carne con hierbas silvestres y cebolla.

    Les había contado una fantástica historia acerca de cómo ella, una pobre sacerdotisa ciega, había sido violentada por un soldado que no aceptaba un no por respuesta. Desesperada al saberse perseguida, se había intentado refugiar en el templo de Artemisa, pero por accidente había terminado en uno de Atenea, y ahí había sido forzada por el canalla.

    Entre llantos, elevó súplicas y oraciones a Artemisa, enfureciendo así a la auténtica patrona del templo, quien la castigó convirtiendo su cuerpo en el de un hombre para que la diosa cazadora no la escuchase nunca más.

    Desde entonces, les había contado entre un llanto que le habría ganado los primeros premios de cualquier concurso teatral, había vagado cantando a Artemisa con la esperanza de que un día la escuchase y se apiadase de ella, devolviéndole su cuerpo original.

    Y, añadió, eso era lo que estaba haciendo, cantar a Artemisa, cuando esos tres atenienses lo habían secuestrado para… No había llegado a decir para qué, sólo se había puesto a llorar con más fuerza y había empezado a agradecerles que la hubiesen salvado.

    Pero lo más fantasioso no fue la historia que había estado rumiando durante esos tres días de viaje con Nikolaos y los otros, ¡sino que las puñeteras piradas esas se la creyeron! Incluso recibió la aprobación de la tal Mirrina, que era su sacerdotisa principal, quien afirmó que, sin lugar a dudas, «había un alma femenina dentro de ese cuerpo imperfecto».

    Así que terminó cenando con ellas y pronunciando oraciones a Artemisa, y hasta les cantó alguna canción en honor a la diosa, alabando no su belleza, sino su destreza, fuerza y agilidad.

    —Hermana —le dijo Mirrina a la mañana siguiente, después de haberle proporcionado ropas acordes a su, al parecer, género auténtico —. Chrysis te ha hecho un nuevo bastón.

    —Es demasiada amabilidad —murmuró Khnum mientras tomaba el callado. El suyo había terminado en Corinto, junto a su lazarillo.

    —Las Hijas de Artemisa debemos protegernos las unas a las otras. Phoibe te acompañará hasta la ciudad más próxima… Ten cuidado, haz un sacrificio en Su Honor por nosotras y no dudes en acudir a cualquier campamento de la Familia cuando lo necesites, hayas o no recuperado tu cuerpo.

    —Mirrina… No puedo agradecéroslo lo suficiente. Cantaré por todas vosotras.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Pelene recibió a un egipcio ciego cansado, hambriento, asqueado, con dolor de garganta y que echaba muchísimo de menos a su lazarillo. En realidad, echaba de menos cualquier voz conocida. ¡Incluso la de Megacles le haría sonreír en esos momentos! Por los dioses, ¡si hasta echaba de menos las discusiones adolescentes!

    Quería comer, dormir, darse un buen baño y conseguir cualquier vehículo que le devolviese a Corinto para volver a reunirse con Astilo. Quería recuperar su callado, hacerse con su punta de lanza y alejarse de esa zona lo antes posible para poder continuar pronto con su miserable y aburrida vida.

    Aún debía agradecer que las Hijas de Artemisa le habían dado una escueta bolsa con monedas, suficientes para conseguir un trozo de pan que llevarse a la boca y alguna moneda que, con suerte, le permitiría ganarse la parte de atrás de alguna carreta que fuese a la Ciudad del Pecado.

    En cuanto al alojamiento, estaba a punto de conformarse con acomodarse en algún callejón con tejadillo cuando escuchó a un par de soldados hablar sobre el mal humor de su polemarca. Se sonrió a sí mismo y se acercó a ellos, retirándose la capucha cuando los alcanzó.

    —¿Quizá a vuestro polemarca le podría interesar cenar escuchando canciones sobre su patria?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lo mejor de cantar para un público privado como era un polemarca es que recibiría comida, aseo, y ropa limpia, lo cual cubría dos de las tres necesidades que tenía en esos momentos. No pensaba que le fuese a costar mucho convencer a esos espartanos de que le dejasen un par de almohadones donde pasar la noche, sólo tenía que hacer una buena actuación.

    Por el momento le habían dejado una habitación donde poder descansar, preparar la garganta y prepararse, y eso estaba haciendo, bebiendo leche tibia endulzada con miel dentro de una bañera. El agua era normal y corriente y estaba fría, pero era agua y con eso le bastaba.

    Si no estuviese tan preocupado por Astilo, Alexia, Demetrio y Damalis, estaría disfrutando enormemente de esta situación. ¿Cómo estaría la mujer? Esperaba que no le hubiesen tocado ni un pelo. ¿Astilo y Damalis habrían vuelto a pelear? Y… ¿Megacles? ¿Estaría bien? ¿Y si esos tres idiotas no eran los únicos por la zona?

    Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un par de golpes a la puerta. Dio el permiso y escuchó pasos acercarse, el sonido del metal —era un soldado con armadura— y luego sintió algo suave a su lado.

    —Te he traído telas para secarte —dijo un hombre de más o menos su edad, por la voz —. Y he preparado un nuevo quitón rojo, por Esparta.

    —Perfecto, muchas gracias —contestó Khnum en voz baja. Se quedó callado unos segundos y luego alzó una mano —. Espera. ¿Me podrías ayudar? No conozco la habitación y ya me he dado un par de golpes, no quiero terminar lleno de moratones ni ponerme el quitón mal.

    —Oh, claro. De hecho, hasta lo voy a tener que agradecer —se rio con poca alegría el soldado mientras se movía por la habitación, haciendo a saber qué.

    —Ah, ¿y eso? —preguntó con calma mientras se ponía en pie para secarse. Por extraño que pareciese, no se sentía incómodo en presencia de ese espartano.

    —No tengo ahora mismo ninguna ocupación, pero no me apetece estar con mi padre.

    —¿Y tu padre es…?

    —Queimonas. El polemarca de este asentamiento.

    —¡Oh! Bien, como alguien que ha tenido muchos problemas con su padre… Gracias —agradeció la ayuda para terminar de salir de la bañera —. Eso, encantando de servirte de excusa para alejarte de él. ¿Dónde estaba la toalla?

    —Aquí, toma —dijo el muchacho mientras le entregaba la tela, ganándose un canturreo de Khnum —. ¿Puedo preguntarte algo?

    —Puedes preguntar lo que quieras. Y yo decidiré si contesto o no —sonrió Khnum mientras se secaba. La tela era mucho más suave de lo que esperaba.

    —¿Los problemas con tu padre fueron muy graves?

    —Bastante, sí.

    —Pero, quiero decir… ¿En algún momento sentiste que tu padre había perdido su humanidad?

    —Hmn… Sí —terminó por asentir mientras dejaba la toalla en un lado —. ¿Y el quitón?

    —Aquí. Extiende un poco los brazos, yo te lo pongo —Khnum obedeció y pronto sintió la tela rodearle —. ¿Pudiste solucionar esos problemas?

    —Oh, yo… No, la verdad es que no. Verás, el gran problema con mi padre fue que se perdió a sí mismo. Murió en vida, ¿sabes? Cuando mi madre murió, no levantó cabeza. Y me abandonó, incluso en mi peor momento fue incapaz de tenderme una mano. Así que me fui —resumió mientras sentía al chico trastear con la ropa, atándole su fíbula egipcia al hombro —. ¿Qué tipo de problemas tienes tú con tu padre?

    —Es un animal —suspiró el soldado —. Sólo ve a la gente como herramientas a su disposición. Incluso a mí, ¡su hijo! ¡Soy una herramienta más! Y me obliga a hacer cosas que detesto. A… satisfacer a hombres para convencerlos de que se unan a él.

    Khnum guardó silencio unos segundos. No necesitaba ver para sentir el arrepentimiento del soldado. Claramente no quería confesarle eso, pero se le había escapado. Frunció el ceño y buscó sus brazos, agarrándoselos con cierta firmeza.

    —¿Cómo te llamas?

    —Tideo —susurró el espartano. Seguramente tenía la mirada gacha y la cara roja.

    —Tideo —repitió Khnum con una voz hasta dulce —. ¿Por qué no haces como yo y simplemente te vas?

    —¿Qué? ¡No puedo hacer eso! —por su voz, parecía haberse asustado. Incluso su cuerpo se había tensado bajo las manos de Khnum.

    —Claro que puedes.

    —¡No! ¡No lo entiendes, sería deserción! ¡No puedo traicionar a Esparta!

    —¿Y es mejor dejar que tu propio padre te siga prostituyendo?

    —No… no puedo irme…

    Khnum asintió y le soltó, prefiriendo no insistir más. Recuperó su vaso con leche y dio el par de sorbos que le quedaban, arrugando un poco la nariz al notar que parte de la miel se había acumulado en el fondo, dándole un último sorbo demasiado dulce para su gusto.

    Dejó el vaso otra vez en el borde de la bañera y tanteó hasta dar con su cinturón, poniéndoselo con rapidez. Dio entonces con una silla y se sentó, rascándose la mejilla.

    —¿Puedes ayudarme con las sandalias?

    Tideo debió asentir con la cabeza, porque Khnum no recibió respuesta, pero escuchó el trasiego de telas mientras se movía, y de pronto lo sintió arrodillarse frente a él. No esperaba que le fuese a poner las sandalias, pero tampoco se quejó cuando notó esa mano callosa por el entrenamiento tomar su pie para deslizarlo en el calzado.

    Lo hizo con tanto cuidado que a Khnum le resultó hasta tierno.

    —¿Cómo lo podría hacer? —preguntó de pronto en voz queda.

    —¿Mn? ¿El qué?

    —Irme. ¿Cómo podría irme? —Tideo suspiró mientras tomaba el otro pie de Khnum —Mi padre no me quitará el ojo de encima en toda la velada, y por la noche hay también guardias que le avisarán de cualquier movimiento sospechoso.

    —Oh. Bueno. ¿Y si drogásemos a todo el campamento?

    —¿Perdón? —se rio Tideo de forma tímida, todavía arrodillado frente a Khnum.

    —Va a correr el vino en la cena, no creo que nadie se dé cuenta si hay algún somnífero dentro.

    —Tenemos adulterante… —murmuró el espartano —Lo uso cuando me manda a… Ya sabes…

    —Puedo distraerles con mi dulce voz de sirena —exageró Khnum llevándose una mano al pecho y alzando una barbilla con aires de diva —. Y cuando hayan caído, robamos un caballo y nos vamos. ¿No suena bien?

    —¿Y a dónde iríamos?

    —Yo tengo que ir a Corinto sí o sí, he dejado ahí un paquete que tengo que recoger cuanto antes.

    —Pues a Corinto iremos.

    —¿Estás nervioso?

    —Mucho, la verdad.

    —No lo jures, llevas como tres minutos apretándome el pie.

    —¡Ay, lo siento!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No podía creerse que hubiese funcionado. Simplemente, no podía creerlo. ¡Pero ese maldito ciego lo había conseguido! Le había dado el valor para hacer lo que llevaba años soñando hacer: huir de su padre.

    Había momentos en los que creyó que la habían cagado. Cuando alguien comentaba algo sobre el vino, o cuando alguno de los sirvientes se lo quedaba mirando durante más tiempo del que una persona no paranoica habría considerado normal, todas sus alarmas saltaban y empezaban a sudarle las manos, pero al final todo había ido bien.

    Y no era tonto, sabía que el egipcio había ayudado a acelerar las cosas. Porque al principio había cantado canciones enérgicas, con ritmos rápidos y cambios tonales bruscos muy divertidos que invitaban a bailar o al menos dar palmas, pero a medida que la droga iba haciendo efecto y los ánimos se iban calmando, las canciones se habían ido haciendo más lentas y pausadas.

    La última canción, de hecho, había sido una nana, y ni siquiera la había cantado en griego, ¡sino en egipcio! ¡Pero nadie se había dado cuenta!

    Y luego habían robado un caballo e fueron los dos en mitad de la noche en dirección a Corinto. El egipcio le había dicho que se pegase a la costa, que sería más seguro que ir por los bosques, y Tideo había aceptado sin pensar porque, en fin, ¿cómo iba a decirle que no a su salvador?

    Para cuando empezó a romper el alba, habían reducido un poco el ritmo. Nadie les perseguía y habían logrado imponer bastante distancia. Además, el egipcio le había sugerido soltar un par de caballos más, crear pistas falsas.

    Ahora, el ciego estaba totalmente apoyado en su pecho, apenas sujetándose a las crines del caballo. Se estaba quedando dormido, y Tideo no podía culparle. Así que buscó una zona más o menos tranquila, un pequeño abrigo rocoso frente a la costa, y ató el caballo a un árbol escuálido.

    Bajó al egipcio prácticamente en brazos y le invitó a sentarse en esa zona recogida que daba el terreno irregular de Grecia.

    —Voy a pescar algo de desayuno —le dijo en voz baja, ganándose una sonrisa distraída y adormilada.

    Dicho esto, se quitó parte de la armadura, aquella que era menos necesaria —salvando el hecho de que, por supuesto, toda la armadura era necesaria—, y entró más ligero que nunca en el agua, hasta que el mar le tocó los muslos.

    Con su lanza, consiguió hacerse con un par de peces que no habían sido suficientemente rápidos como para huir de él, y con su modesto botín regresó a esa suerte de campamento, encontrando que el egipcio se había terminado por quedar dormido.

    Decidió no molestarle mientras preparaba la hoguera y limpiaba los peces, pero entre tanto no pudo evitar echarle alguna mirada larga. Y, sin poder evitarlo, le recordó desnudo en su habitación. Porque, por supuesto, le habían dejado su habitación para que se asease.

    Miró su rostro y suspiró. Ahora se cubría con vendas, había sido su última petición antes de abandonar el fuerte militar —había dicho que no le gustaba ir con esos «ojos inútiles» al aire—, pero recordaba bien cómo era. Y no podía decir que le desagradase lo más mínimo.

    Todavía pensaba en ello cuando, de pronto, el protagonista de sus pensamientos en curso tomó una bocanada de aire y se incorporó de un salto, movimiento las manos hasta que dio con su bastón.

    —¿Estás bien? —preguntó Tideo con suavidad, poniendo una mano sobre la del egipcio. No esperaba que la apartase tan de golpe, pero no se lo quiso tomar como algo personal —¿Un mal sueño?

    —Peor —dijo el egipcio con la voz algo ronca —. Uno agradable.

    Tideo no quiso tampoco presionarle a decir algo más, así que simplemente le ofreció un palo donde había clavado un pescado listo para ser devorado.

    Tuvo que añadir a la lista mental que acababa de empezar a elaborar que era muy gracioso verle comer. Le recordó a una ardilla, o quizá a un perro callejero. Hambriento, con miedo a que alguien le fuese a quitar la comida. Se llenaba la boca todo lo posible, masticaba y tragaba, y rápidamente daba otro bocado.

    ¿Habría pasado hambre en su vida? Estaba muy delgado, quizá demasiado. A lo mejor había días en los que ni siquiera tenía para un plato.

    Dejando a un lado sus elucubraciones, el silencio se instaló entre ellos con comodidad, dando paso al sonido de los pájaros, el mar y, cuando ya estaban terminando de recoger, el aullido de un lobo. Esa fue la señal definitiva que les hizo subir de nuevo al caballo y continuar su viaje.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Ir a caballo acortaba enormemente el viaje. Khnum había esperado necesitar otra semana para volver a Corinto, pero al ritmo al que iban seguramente llegarían al día siguiente. Significaba eso que tendrían que pasar una noche a la intemperie, pero tampoco era un gran problema.

    Pero ahora estaban a punto de parar para comer. Era ya mediodía y, de todas formas, hacía demasiado calor y el sol pegaba demasiado fuerte como para continuar, así que estaban yendo a paso lento sobre la ardiente arena, buscando un lugar con sombra donde poder refugiarse.

    Ese lugar resultó ser una cuevecita entre árboles, ya que en ese lugar el bosque se acercaba al mar hasta el punto de que en algunas zonas sorprendía que hubiese árboles vivos.

    El problema era que, a la entrada de la cueva, también cobijado por la sombra de un par de árboles, había otro caballo. Y tenía el emblema de Esparta.

    —No pasa nada —le dijo Tideo en un susurro al oído, tomándole un brazo con suavidad —. Si está aquí, no sabrá sobre nosotros. Quizá hasta podamos comer juntos antes de seguir.

    —¿Estás seguro? —preguntó Khnum, también en un susurro.

    —Quédate aquí, con el caballo listo. Si no es seguro, subiré corriendo y nos perderemos entre los árboles.

    Khnum asintió y dejó que Tideo bajase, sintiendo un escalofrío al perder ese calor constante contra su espalda. Esperó pacientemente, y entonces escuchó pasos acercarse a buen ritmo. Cogió las riendas del caballo, listo para darle la orden de salir al galope, cuando escuchó una voz detrás de Tideo.

    Movió la cabeza, sorprendido.

    —¿Misthios? —preguntó en voz alta.

    Sí, era la voz de Megacles. ¡Era la voz de Megacles!

    Sintió tal alegría que quiso bajar rápido del caballo, pero no calculó bien, y si Tideo no hubiese llegado a tiempo a su lado, habría terminado en el suelo, enredado en riendas y estribos. En vez de eso, terminó en los brazos del espartano, que intentó volver a subirlo a la grupa del caballo.

    —¡Tenemos que irnos!

    —¡No, espera! ¡Espera, yo conozco a ese misthios!

    —¡Yo también! ¡Por eso sé que tenemos que irnos ya!

    —¡Ayúdame a bajar, por favor!

    Ante esta última petición, Tideo se detuvo, dudó y terminó por soltar un gemido lastimero, pero ayudó a Khnum a llegar al suelo. El músico apoyó las manos en su pecho, le dirigió una sonrisa que consiguió que el espartano se distrajese un poco de sus pesares, y después corrió hacia Megacles.

    Y aunque iba muy decidido a abrazarle, en el último segundo se detuvo y se conformó con darle un golpecito amistoso en el hombro, sonriendo, eso sí, con el brillo del sol.

    —¡Estás bien! Estás bien, ¿verdad? Esos estúpidos atenienses a los que di una paliza vinieron a por ti a Corinto… ¡Ah, pero me encargué de ellos! O más bien dejé que las Hijas de Artemisa los matasen… ¡Tengo que volver a Corinto! ¿Vendrás conmigo, misthios?

    SPOILER (click to view)
    Vale, a ver. Esta ha sido la respuesta de las sorpresas xdd

    Cuando empecé a escribir el encuentro de Clímene y Khnum, me esperaba pelea. Y con pelea quiero decir que terminasen a gritos. De hecho, yo quería que hubiese drama y pelea, pero ellos no? xdd Una conversación sorprendentemente calmada, pero bueno. Supongo que se han hecho medio amigos o algo así.

    Esperaba darle más protagonismo a las Hijas de Artemisa, pero supongo que ya aparecerán más adelante xdd Chulo el truco de Khnum, ¿eh? Si es que los griegos tienen cada cosa...

    Y Tideo. ¿Por qué Tideo se está encoñando de Khnum? Pues no lo sé. Yo sólo sabía que Khnum le iba a ayudar a salir de ahí y que se iban a ir juntos, pero no esperaba ni que le ayudase a vestirse ni que tuviesen ese momentoTM en la playa xdd ¿Cosas que pasan?

    Vale, y anotaciones últimas. Astilo ha cogido la lanza de Khnum, así que le esperará con eso listo. Y seguramente Alexia tenga ya al bebé, que se le habrá adelantado el parto con el mega susto que le dieron los atenienses.

    Y creo que eso es todo. Si recuerdo algo o se me ocurre algo, te comento, ya sabes xdd

    Para variar, no he revisado nada. Pero tengo sueño, se va a quedar así. Mañana, los dioses dirán...
  8. .
    Me paso por aquí muy brevemente porque, aunque querría hacerte un post bonito con GIFs y cosas, estoy desde el móvil con los apuntes delante y pues xdd la vida es esas cosas que ocurren entre examen y examen.

    Y tú dirás: ¿por qué no te esperas a terminar eso y haces luego la pregunta? ¡Pues porque me pica el cerebro! Llevo con esto dándome vueltas en la cabeza unos días y me está generando picor, así que, ante mi incapacidad para meterme un palo por la nariz y remover la sesera (se lo dejo a los egipcios, gracias), aquí estoy.

    Tras leer las consultas de Flam, me queda claro esto de los verbos de habla, los de otras acciones, y toda la movida de los puntos. Como anotación al margen... No me gusta esa norma xdd Igual que me niego a poner puntos detrás de los emojis, como puedes ver.

    Ahora bien, he visto algo en distintos libros, pero no siempre, así que vengo aquí por si me puedes rascar el cerebro ofrecer claridad. Y estoy un poco cansada, así que lo pongo directamente en ejemplo, porque ahora mismo no sé cómo explicarlo de forma no-caótica:

    A) —Me encanta escribir —dijo ella.

    B) —Me encanta escribir —dijo ella—.

    Y eso es. ¿Guion o no guion? He ahí la cuestión...

    Te leeré cuando puedas contestar, sin prisa. Por ahora, me vuelvo a la maravillosa teoría de los agentes económicos del mercado artístico xdd
  9. .

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    | Flam |
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Reid Richards
    Edad: 3x años
    Cumpleaños: (variable)
    Nacionalidad: estadounidense
    Residencia actual: 2900 Mountain Brook Pkwy, Mountain Brk, AL 35223 (x.)
    Ocupación: enfermero, actualmente cuidador de ancianos (a domicilio)


    La vida en Birmingham, Alabama, no es una vida justa. Por un lado, las más de cincuenta mil familias que vivían bajo el umbral de pobreza, viéndose obligadas a mendigar y delinquir para poder llenar sus bolsillos de algo más que de sueños rotos; y, por otro lado, estaban ellos, los habitantes del «pequeño reino», así se llamaba al barrio de los ricos: Mountain Brook. Mientras que a un lado de la ciudad la gente se las vivía y deseaba para alcanzar un sueldo digno a como diera lugar, a este lado cada casa recibía, como mínimo, 165.000$ mensuales.
    Bien, la vida no es justa, y esto lo sabía Reid muy bien.

    Tuvo la mala suerte de nacer en el lado pobre de Birmingham, si tan sólo hubiera venido al mundo unas cuantas calles más allá, lo habría hecho en una de esas gigantescas mansiones coloniales, rodeado de lujos y criado entre algodones. Pero no tuvo esa suerte, nació como el hijo mayor de la señora Richards, una de tantas madres alcohólicas que abundan por la zona pobre de Birmingham. La buena señora Richards tenía más interés en empinar el codo para olvidar sus desgracias que en cuidar de su prole, y presumía de que sus hijos surgían como por arte de magia. Realmente, no recordaba haberse acostado con nadie y, durante un tiempo, tanto Reid como sus hermanos creyeron que habían caído del manzano que a duras penas crecía en el jardín de la casa familiar.

    Su infancia no fue tranquila ni fácil, tuvo que combinar exámenes y tareas con idas y venidas de trabajos tan poco agradecidos como repartir el correo o podar el césped de las mansiones donde deseaba vivir. Durante años fantaseó con la idea de que un día llegara un señor de traje y corbata a su casa, y le dijera que era su padre, que se mudarían cuanto antes a Mountain Brook poniendo fin a su vida en la pobreza. Su plan hizo aguas pues nunca supo la identidad de su padre, y su madre murió estando él a las puertas del instituto. Nunca se sintió del todo unido a aquella mujer, así que su muerte no le dolió todo lo que podría esperarse.

    Un acontecimiento tan triste como aquél estuvo lejos de ser la caída en desgracia de Reid y sus hermanos, ocurrió lo contrario: al ser incapaces de mantenerse, y sin parientes conocidos, fueron llevados a un orfanato. La suerte sonrió a los pequeños Cooter y Earl, mellizos que no cumplían los cinco años, fueron adoptados por una familia de bien y apenas tuvieron tiempo de pisar el orfanato. Ruby, con siete recién cumplidos, corrió la misma suerte a pesar de sus dientes torcidos. Reid resultó ser ya demasiado mayor con once años, y le tocó pasar su adolescencia en aquel sitio, lejos de sus hermanos. Nunca fue un niño especialmente familiar, si acaso lo contrario, se sentía un extraño en su propia casa, se sentía muy superior a ellos por el simple hecho de saber leer de corrido las palabras largas que encontraba en los libros y poder manejarse entre sumas y restas sin tener que contar con los dedos.

    La muerte de la señora Richards dejó a sus hijos una oportunidad única de educación, desde los más pequeños al mayor terminaron el instituto y, a excepción de Reid (que se decidió por otros rumbos), todos hicieron carrera universitaria. Esto, para una mujer que se desentendía totalmente de sus hijos, habría sido impensable.

    Los «otros rumbos» de Reid incluían estudiar el arte del engaño, la estafa y el timo. Cuando terminaba sus años de adolescente descubrió el poder que podía tener una buena sonrisa acompañada de cierto vocabulario, ¿para qué molestarse en trabajar duro si engañando al trabajador podía adueñarse de sus logros? Una caricia por aquí, un mimo por allá, y conseguía que su nombre figurara como beneficiario, ¡ganar sin hacer nada! Eso sí era una victoria plena.

    Tiene que admitir que las primeras veces fue torpe, muy torpe, le pudieron las prisas y la impaciencia. Pero, también tiene que admitir y lo hace con orgullo, ha ido mejorando con el tiempo; hoy en día se considera un auténtico experto en temas de engaños, siendo su especialidad la falsificación de documentos y suplantación de identidad. Ha ido saltando de un nombre a otro según convenga al negocio que tenga entre manos.
    A medida que iba puliendo sus habilidades, se abrió también su terreno de juego. Llegó a disfrutar del lujo en las tiendas de Beverly Hills, disfrutó de más de una fiesta en Fisher Island y las playas al sur de California. Y en cada situación se presentaba como un hombre diferente: el heredero de la industria del petróleo, Danny Thomson Jr; la joven promesa de la moda que firmaba sus diseños como Petersy; el aspirante a director de cine que buscaba algún socio… ha tenido, como los gatos, más de una vida que supo vivir al máximo. Una vez exprimida hasta la última gota, desaparece sin dejar rastro y aparece en otro lugar listo para empezar.

    La policía es otra razón de peso para acabar con la vida que lleve en ese momento, alguien que se mueve en la delgada línea de lo legal e ilegal llama la atención de cualquiera agente implicado en su trabajo. Los movimientos en comisaría son la señal de alarma, y cuando el nombre del «personaje» que haya creado resuena entre listas de sospechosos por robo (e incluso asesinatos), Reid desaparece.

    La repentina muerte del señor Martín de Obrador en su propia hacienda (un acontecimiento muy sonado en la tranquila Rolling Hills) señalaba dos nombres como principales sospechosos, uno era el de su mujer y otro el de un amigo de la familia. Se encontraron motivos para vincular esa muerte a un crimen pasional, y aunque consiguieron interrogar a la mujer, el otro sospechoso desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Números borrados, ni una pista en redes sociales o cuentas en cualquier banco, parecía habérselo tragado la tierra.

    Reid regresó a Birmingham por dos motivos: uno, huir de las sospechas que dejó en Rolling Hills; y dos, cumplir su más ambicioso sueño de la infancia. En este sueño tiene mucho que ver Alexander Dorland.

    La familia Dorland hizo fortuna con el algodón, manteniendo su «granja de negros» hasta que se convirtió en una ilegalidad. Les obligaron a cambiar de negocio para no morir de hambre, pero no de ideas, y hasta los propios hijos del señor Dorland mantienen el espíritu racista de sus abuelos.
    Alexander Dorland mantuvo vivo el negocio de las telas y demás productos hasta que consiguió retirarse y vivir de las rentas por las fincas. Se convirtió en un jubilado cascarrabias olvidado por sus hijos y nietos, que preferían una vida más urbanita lejos de Mountain Brook y su ambiente rural. Aquí entró Reid en escena, presentándose como Joe Abbot, enfermero recién graduado y llegado a Birmingham. Su CV les pareció de diez en el centro social, y no tardaron demasiado en enviarle a la mansión de los Dorland, advirtiéndole del malhumor del anciano.

    A base de bromas y sonrisas, «Joe» no sólo ha conseguido convertirse en interino, sino que también se ha ganado la confianza del señor Dorland. Sabe que es sólo cuestión de tiempo que le añada a su testamento, ¿una mansión como aquélla a su nombre? Desde luego que iba a esforzarse.


    Le gusta:
    -Alcanzar y superar sus objetivos.
    -El engaño, disfruta viendo a la gente creer sus mentiras.
    -El cine, siempre se puede aprender un truquito o dos de una buena actuación.


    No le gusta:
    -Considera los sentimientos un engorro. Huye de cualquier vínculo emocional, con personas o animales. Ni siquiera quiere plantas cerca, no quiere hacerse responsable de nada ni nadie más que sí mismo.
    -Todas las relaciones que ha tenido no superan el nivel más superficial.
    -Es un obseso del control. Su infierno personal ocurre cuando algo no va de acuerdo a sus planes.


    Información extra:
    -Es más inteligente de lo que la gente cree, puede que «Joe» sea un enfermero amable y algo distraído, pero Reid controla casi cada paso que da.
    -La historia de su nombre es curiosa, y es que su madre se equivocó al escribirlo en el Registro Civil. La idea original era llamarle Neil.
    -Reid se lee con una doble i (“riid”).
    -Ha perdido todo contacto con sus hermanos. Se alegra, no deben relacionarle con nadie en Birmingham.
    -Tiene una sonrisa arrebatadora capaz de abrir cualquier puerta.
    -Se le dan bien las imitaciones, ha suplantado más de una identidad al teléfono.
    -Tiene rutinas de belleza y es muy estricto con ellas.
    -En la intimidad prefiere a los hombres, cosa que el señor Dorland desconoce (no es un hombre de mente muy abierta).
    -Aunque ya ha pasado un año, el caso de Martín de Obrador sigue abierto.


    Apariencia:
    1’83m, va al gimnasio con regularidad para mantener el cuerpo ideal que baje la guardia de cualquier vecina cotilla (y de éstas abundan por toda Alabama).
    QUOTE


    I - II


    | Ban |
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Casey Roberts.
    Edad: 25 años.
    Cumpleaños: 4 de julio.
    Nacionalidad: Estadounidense.
    Residencia actual: Un albergue de monjas.
    Ocupación: Jardinero.

    El señor Rafols, abogado de Alexander Dorland, se llevó una gran sorpresa cuando hizo pasar a Casey Roberts a su despacho. Para empezar, esperaba a una mujer, no a un chico, y su aspecto además no era el que uno llevaría a una entrevista tan importante como aquella. Vestía una sudadera al menos tres tallas demasiado grande, sus pantalones tenían rezurcidos y sus deportivas estaban sucias; a una de ellas se le abría la suela.

    Su currículum tampoco era una maravilla. No había grandes trabajos, ni estudios sobresalientes —había hecho un grado medio tras el instituto—. Sólo una nota de recomendación y un papel que presentar al paro conforme había acudido a la entrevista y había sido rechazado.

    Aun así, el señor Rafols lo puso en la fina carpeta para una segunda ronda, que esta vez sería con el señor Dorland. Quizá lo hizo por añadir candidatos, quizá porque la mirada de aquel chico, sincera e inocente, había removido un mínimo de compasión en él.

    Eso sí, durante la semana que había entre entrevistas, contrató a un detective para que le hiciese un informe completo. Lo que recibió no fue una interminable lista de cargos por robo y hurto, como se esperaba, sino una trágica historia.

    Nacido en Denver, cuando tenía unos once años su padre, maltratador reincidente, salió de la cárcel para matar a su exmujer y luego suicidarse, todo con el hijo en la casa. Pasó a vivir con sus tíos a Alabama y hubo otro incidente destacable unos años después: él mismo se encargó de reportar que había encontrado a unos compañeros suyos —reconocidos acosadores de Casey— medio muertos tras una fiesta. De la fatal mezcla de drogas y alcohol se recuperaron dos de cinco.

    Tras el instituto, cuando iba a ingresar a la universidad, sus tíos tuvieron un accidente letal de tráfico. El detective añadió que habían echado a Casey de su casa un par de semanas antes por motivos desconocidos y que eso le había salvado la vida.

    Los últimos años había estado dando tumbos, sin dinero suficiente para rehacer bien su vida o para conseguir estudios superiores. Ni siquiera pudo conservar la casa, por lo que había vivido en la calle y había hecho varios trabajillos temporales. Ahora estaba en un hospicio cristiano.

    Con esto en cuenta, al abogado no le sorprendió que apareciese con la misma ropa que en la primera entrevista. Lo que sí le sorprendió fue que el señor Dorland lo contratase pese a todo.

    Fue una entrevista rara. El viejo no le hizo las preguntas retorcidas y malintencionadas de siempre, sino que le preguntó algunas cosas sobre plantas (Casey había comentado algo sobre los jardines de la mansión) y le hizo una prueba: cocinarle un souffle. El resultado, debía reconocer el señor Rafols, fue exquisito, suave y esponjoso, dulce pero no empalagoso.

    El señor Dorland le reconocería más tarde, cuando Casey se hubiese marchado a recoger sus escasas pertenencias del albergue, que ese chico le recordaba a su hermano pequeño, que tenía la misma mirada tímida, el mismo gesto introvertido, la misma sonrisa suave con hoyuelos... Y la misma edad que tenía su hermano cuando murió.

    El señor Rafols solo asintió y se retiró para preparar el contrato, sin poder evitar preguntarse cuánto duraría ese muchacho antes de dimitir o de ser despedido.

    Le gustan:
    —Los animales y las plantas. Siempre ha tenido buena mano con ellas.
    —Cocinar. ¡Aprendió solo!
    —Cantar, aunque nunca podría hacerlo delante de otra persona.

    No le gusta:
    —Los perros, ¡les tiene mucho miedo!
    —Los gritos, las malas palabras, las amenazas... La hostilidad, en general. ¿Tanto cuesta hablar con calma y educación?
    —Las grandes multitudes. Le agobian. Mucho.

    Información extra:
    —Le cuesta mirar a la gente a los ojos, al menos hasta que coge confianza. También suele jugar con sus manos con nerviosismo. Pese a esto, suele sonreír y siempre habla de forma amable. Eso sí, con voz bajita.
    —Sólo se presentó a la entrevista porque no tenía nada que perder. Ni él mismo entiende por qué le han contratado, ¡pero dará lo mejor de sí!
    —En realidad, es un chico muy inteligente, pero no lo parece por lo retraído que es. De hecho, sus tíos llegaron a plantearse si sufría algún retraso mental porque no hablaba cuando llegó a ellos. Resultó ser lo opuesto, pero se las ha apañado para no destacar nunca… salvo por su increíble puntuación en el examen de ingreso a la universidad.
    —Quiso estudiar biología con especialización en botánica. Quizá si consigue dinero y tiempo inicie por fin la carrera. Mientras tanto, ha ido aprendiendo gracias a la biblioteca municipal.
    —Una vez se siente cómodo con alguien, demuestra ser un joven muy dulce y con buen sentido del humor que parloteará durante horas sobre temas que le gusten.

    Apariencia:
    Mide 1.76 y está demasiado delgado, aunque en las últimas dos semanas, gracias a las monjas, ha podido recuperar un par de kilos. Quitando eso, sólo destaca que, al mirar con atención, se pueden ver en su cuerpo cicatrices pálidas, muy viejas, de las palizas de su padre y de sus acosadores.



    || I | II | III ||




    || Mansión Dorland ||


    Era la cuarta vez que se detenía delante de aquella mansión, pero no pudo evitar tener la misma reacción que las otras tres veces: su boca y sus ojos se abrieron como si estuviese delante de un magnífico palacio y recorrió con la mirada la fachada de forma errática, yendo de un punto a otro como si necesitase abarcarla por entero con todos sus detalles.

    Agradeció al taxista con una sonrisa, como si no le hubiese agradecido ya cuando le había pagado, y le dedicó una pequeña despedida con la mano que el hombre miró con una ceja enarcada antes de salir en busca de un nuevo cliente.

    Sin dejarse afectar por un recibimiento tan frío a su gesto de cortesía —estaba acostumbrado a esas cosas—, Casey ajustó un poco sobre sus hombros la mochila que llevaba a la espalda y dio tres pasos en la acera para llamar al interfono.

    Vio el pilotito de la cámara encenderse y saludó con una sonrisa, respirando hondo al escuchar las puertas abrirse. Recorrió el caminito que le llevaba hasta la puerta de entrada mirando ya no la casa, sino los jardines en los que trabajaría ya al día siguiente. Porque, según le habían dicho cuando firmó el contrato —esa fue su tercera visita—, el primer día podría dedicarlo a instalarse y conocer a sus compañeros.

    Una vez en la auténtica puerta, llamó al timbre, y apenas un minuto después le abría la puerta la señorita Galloway, una mujer alta y de mirada severa que enarcó una ceja, mirándole de arriba abajo. Casey siguió el recorrido de su mirada y soltó una risa nerviosa.

    —Sé que no doy la mejor impresión, pero… No tengo mucha ropa —dijo en voz baja, prefiriendo mirarse a sí mismo que a la mujer.

    —Le conseguiré algo que no esté roto —dijo ella, dejándole por fin entrar en la casa —. ¿Y su equipaje?

    Como respuesta, Casey dio una palmadita a la mochila, ganándose un suspiro de lástima de la señorita Galloway. La mujer le hizo un gesto y echó a caminar, y Casey la siguió obedientemente.

    Terminó siendo aquello una visita guiada con explicaciones de dónde podía y no estar según el momento —por ejemplo, no pasaba nada si utilizaba una de las salas de estar siempre y cuando el señor no estuviese cerca y no hubiese visitas—, después cruzaron el jardín trasero y llegaron a una casita mucho más pequeña que estaba dentro del terreno de la mansión.

    —Esta es la residencia del servicio —explicó la señorita Galloway mientras abría la puerta —. Está totalmente equipada con una cocina de la que podrá disponer a placer, una sala, dos cuartos de baño y cuatro dormitorios.

    —Oh, así que estamos al completo —dijo Casey en un tono alegre.

    —En realidad, no —reconoció la señorita Galloway mientras lo guiaba escaleras arriba a la zona de dormitorios —. El señor Abbot, el enfermero del señor Dorland, vive en la residencia principal.

    —Claro… Tiene sentido —murmuró el chico, rascándose la nuca —. Facilitará resolver emergencias.

    —Efectivamente —dijo la señorita Galloway permitiéndose por primera vez dedicarle una sonrisa que al momento iluminó y dulcificó su expresión —. Para usted eso significa que no tendrá que compartir aseo.

    —¿En serio?

    La señorita Galloway juraría que los ojos de Casey brillaron de la emoción ante la idea de tener un baño propio, pero eso fue porque todavía no le había enseñado su habitación. En ese momento todo Casey pareció irradiar luz, e incluso se atrevería a decir que alguna lágrima estuvo a punto de derramar.

    En realidad, no era una habitación grande. Tenía una cama doble algo estrecha, con dos mesitas de noche muy sencillas, un armario, un espejo y una estantería al lado de la ventana. Y eso era todo. Tampoco habría cabido nada más.

    Sin embargo, para el chico debía ser mucho más de lo que había esperado nunca.

    La señorita Galloway sintió un pinchazo de afecto al ver a ese joven entrar en la habitación de forma cuidadosa, como si tuviese miedo de hacer mucho ruido o de por accidente romper algo. Le vio apoyar las manos en el colchón y hacer algo de fuerza para comprobar su firmeza, y después abrir el armario y girarse a mirarle con una enorme sonrisa.

    —¡Hay muchísimo espacio!

    —¿En serio? A mí me parece pequeño —confesó ella, cruzando los brazos sobre el pecho. Aunque sólo tenía 36 años, se sentía como una madre viendo a su pequeño descubrir su nuevo dormitorio.

    —Lo máximo que he llegado a tener en mucho tiempo ha sido un cajón —dijo Casey sin pararse a pensarlo, siendo simplemente sincero mientras dejaba la mochila en la cama y la abría para sacar su ropa.

    Eran apenas dos camisetas, una chaqueta y una bufanda, en realidad. Y ninguna de esas cuatro prendas tenía muy buen estado. Agujeros, parches, manchas de lejía o de a saber qué, adornaban las telas, y la bufanda estaba deshilachada en varias zonas.

    Lo único que quedó en la mochila fue un cuaderno con un bolígrafo ajustado en la espiral del lomo.

    —¿Estos son mis uniformes? —preguntó Casey sacando del armario uno de los conjuntos azul oscuro, casi negro, que había colgados en perchas. También había un par de botas altas en el fondo.

    —Así es. Confío en que le sea cómodo —se mordió el labio, dudando se seguir o no, pero al final decidió soltar lo que tenía en mente —. Creo que usted no necesita mucho tiempo para asentarse, así que ¿qué le parece si aprovecha la tarde para ir a comprar ropa?

    Casey al principio pareció emocionado con la idea, pero después bajó la mirada con el ceño algo fruncido, pensativo.

    —Me gustaría, pero no tengo más dinero para el taxi.

    —Oh, no se preocupe por eso —le quitó importancia con un gesto de la mano —. Puede utilizar el coche del servicio.

    —No tengo carnet —ahora pareció avergonzado —. No puedo pagarlo.

    La señorita Galloway parpadeó, sintiendo por primera vez en mucho tiempo auténtica lástima. Quería abrazar a ese muchacho y protegerlo del duro mundo exterior que, al parecer, se había cebado con él.

    Pensó entonces cómo arreglar aquello. Casey necesitaba ropa y zapatos nuevos, no podía permitir que se pasease por la mansión así vestido. Además, necesitaba otras cosas, como un cepillo de dientes y otros utensilios de aseo. Y quizá algo más para su trabajo. Y ella no podía acompañarle, tenía una larga lista de tareas pendientes.

    Pensó en la señorita Evans, la cocinera, pero en esos momentos estaba fuera, precisamente comprando —aunque en este caso para llenar la despensa, no un armario— y haciendo algunos recados, y conociendo su humor, no creía que fuese a querer volver a salir para acompañar al nuevo a ir de tiendas.

    Le quedaban entonces dos opciones: podía pedirle ella misma un taxi y mandarlo a comprar por su cuenta… o podía hablar con el señor Abbot. Aquel hombre era un cielo, y sería aquella una maravillosa oportunidad para que los dos fuesen conociéndose y para que Casey se sintiese bienvenido a su nuevo trabajo.

    Sonrió, orgullosa por su propia resolución, y se anotó mentalmente hablar con el señor Abbot en cuanto terminase la visita guiada.

    —Encontraremos alguna solución —le prometió, viéndole ahora mirar por la ventana. Desde ahí tenía vistas al jardín trasero, parecía estar evaluándolo desde las alturas —. Por ahora, ¿qué le parece si le enseño el cobertizo?

    —¡Claro! Ah, ¿sería posible tutearnos? Se me hace tan extraño el «usted»…

    La señorita Galloway le miró unos segundos, pero después sonrió.

    —Está bien —se llevó una mano al pecho —. Eleanor.

    —¡Oh! Qué nombre más bonito —dijo él alegremente mientras salía de la habitación para seguirla de vuelta al jardín —. Tenía una amiga que se llamaba Eleanor. Bueno, yo la llamaba Nel.

    Eleanor Galloway sonrió, aunque no contestó. Le guio hasta una caseta anexa a la residencia secundaria, apenas una habitación grande donde había sacos de fertilizantes, herramientas… En fin, todo lo necesario para las labores de jardinería.

    Casey recorrió el lugar, miró los guantes que colgaban en la zona de herramientas de mano —tenazas, tijeras, etc.— y después cogió un par de sacos, uno de fertilizantes y otro de pesticidas, para leer las composiciones.

    Por cómo arrugó la nariz, no debieron gustarle.

    —Estas cosas son muy dañinas —comentó señalando los pesticidas —, y esto es caro, pero no tiene la mejor calidad del mercado —añadió, dejando el fertilizante —. ¿Puedo cambiarlos?

    —Por supuesto. Tendrás que ajustarte al presupuesto, pero puedes hacer las modificaciones que consideres. Aunque para cambiar las plantas, plantar algo nuevo o algo del estilo, tendrás que consultarlo primero con el señor Dorland.

    —¡Claro, claro! —sonrió él, negando con las manos un poco apurado —Sólo cambiaría los productos, nada más.

    De nuevo, Eleanor asintió y sonrió, conforme con la situación.

    —Bien, te dejo para que termines de hacerte a tu nuevo hogar. Tengo tareas que atender.

    —¡Por supuesto! ¡Y muchas gracias, Eleanor!

    La señorita Galloway sonrió, enternecida, y le hizo un gesto con la mano antes de salir del cobertizo para volver a la mansión.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Margot Evans rondaba el 1.65 y era delgadita, pero tenía una presencia notoria. Eso fue algo que Casey pudo percibir desde el momento en el que la cocinera entró en la residencia secundaria gruñendo y quejándose de lo imbécil que era la gente cuando se ponía al volante de un coche.

    Él estaba recostado en el sofá, con su cuadernito en el regazo, haciendo algunos dibujillos, pero se sentó recto y firme cuando la puerta se abrió y siguió a aquella mujer con la mirada mientras ella iba a la cocina sin siquiera prestarle atención.

    Entonces Margot volvió sobre sus pasos y se lo quedó mirando unos segundos, como si no supiese si sacar una escopeta o darle una paliza, hasta que la chispa del reconocimiento saltó en sus ojos.

    —¡Tú eres el nuevo! —exclamó con un tono más alegre, en un acento neoyorquino que tiraba para atrás.

    —Casey Roberts —saludó él poniéndose rápidamente en pie para acercarse a ofrecerle una mano.

    —Margot Evans —respondió ella, estrujándole la mano con una fuerza demoledora —. Sabía que eras joven, pero ¿tanto?

    —Parece que la plantilla es bastante joven —se rio él de forma tímida una vez su mano se vio libre del agarre.

    —Es cierto. Supongo que el viejo Dorland quiere juventud a cualquier precio —bromeó Margot —. ¿Y qué tal? ¿Te gusta tu cuarto?

    —¡Sí, es genial!

    Entonces Margot parpadeó y se fijó en su ropa.

    —No llevarás eso normalmente, ¿no?

    —¿Ah? Ah, no. Eleanor ha dicho que por la tarde me conseguirá un vehículo para ir a comprar ropa y fertilizantes.

    —¿«Eleanor»? —su sonrisa era claramente burlona mientras se llevaba las manos a la cadera —¿Te deja llamarla por su nombre de pila? —al ver al chico asentir, se le escapó una risita —Voy a tomar ventaja de eso, espero que lo sepas. ¿Quieres ayudarme con las bolsas? He comprado también algo de comida para aquí… ¿Sabes cocinar?

    —Sí, aunque no suelo tener la oportunidad…

    —Bueno, pues ha llegado tu hora. Ven conmigo, a ver qué sabes hacer.

    Una hora después, cuando Eleanor Galloway entró en la casa, fue recibida por el delicioso olor de alguna salsa. Asomó a la cocina, hambrienta y curiosa, para encontrarse a Margot premiando a Casey con un pellizquito en la mejilla mientras él rallaba queso, antes de que ella sacase una bandeja del horno.

    —¿Buenas tardes? —sonrió Eleanor, sorprendida. Margot nunca dejaba que nadie cocinase con ella.

    —¡Hey, Eleanor! —dijo Margot con un tonito malvado —¿Qué tal con Abbot y el viejo?

    —No lo llame así, señorita Evans —ella también remarcó el nombre mientras se asomaba a ver cuál era el menú de ese día. Ya había visto lo que había preparado Margot para Dorland, pero ahora estaba viendo una bandeja con pasta dispuesta a ser gratinada —. Y ha ido todo… como siempre.

    —O sea, con comentarios misóginos del viejo —bufó Margot. Eleanor la ignoró maravillosamente.

    —Casey, he hablado con el señor Abbot y ha accedido de buen grado a ir contigo a comprar después. El señor Dorland tiene toda la tarde ocupada con médicos, así que es el momento ideal.

    —¡Suena genial! —sonrió Casey —Oh, ¿quieres probar la salsa?

    Eleanor, algo sorprendida, asintió y aceptó la cuchara que Casey le pasaba. Se encontró con la sonrisa torcida de Margot, que les miraba con los brazos cruzados bajo el pecho, apoyada en la encima, y sintió sus mejillas enrojecerse, algo que le hizo bajar los ojos rápidamente.

    —Está deliciosa.

    —Sí, creo que no voy a dejar al chico tocar más la cocina. No vaya a ser que decidan prescindir de mis servicios…

    —¡No, no! —la risa tímida y nerviosa de Casey volvió a sonar mientras sus orejas se ponían incluso más rojas que las mejillas de Eleanor —Apenas he hecho nada…

    —Tranquilo, chaval —se rio Margot, pasándole un brazo por los hombros —. Sólo estaba bromeando.

    Casey bajó la cabeza, todavía con una sonrisa vacilante y algo tieso, pero no rechazó el contacto. Eleanor sonrió también.

    —Voy poniendo la mesa.

    —¡Te ayudo!

    —¡Espera, Casey, que te enseño dónde están las cosas!

    —Señorita Evans, ¿lo ha tenido cocinando sin enseñarle la cocina?

    —Ah, no me seas resabidilla, Eleanor.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Joe Abbot había resultado ser un hombre mucho más atractivo de lo que Casey había esperado. Eso había hecho que a los nervios de conocer a una persona nueva se hubiesen sumado los nervios de que le pareciese tan guapo, así que apenas se atrevía a mirarle a la cara, y cuando lo hacía sus mejillas terminaban rosadas y sus orejas rojas.

    Las presentaciones habían sido sucintas y más pronto que tarde habían subido al coche para dirigirse a la ciudad propiamente dicha. Casey contaba con un adelanto de su primer sueldo, pero creía que era muchísimo más dinero del que nadie podría necesitar para comprarse algo de ropa.

    La radio llenaba el coche con rock clásico al que Casey respondía siguiendo el ritmo con los dedos y de vez en cuando moviendo los labios como si cantase, pero ningún sonido salía de su garganta. De hecho, no había dicho una palabra en los diez minutos que llevaban de viaje y sentía que ese silencio con banda sonora estaba siendo incómodo o, al menos, algo raro.

    —Mu-muchas gracias —tartamudeó un poco de pronto, jugando con sus dedos en el regazo —. Por llevarme y eso… ¡No tardaremos mucho, de verdad! Seré… Seré rápido.

    Le miró medio segundo antes de volver a mirar por la ventana, todavía jugando con sus dedos. No volvió a comentar nada hasta que llegaron a la ciudad.

    Casey pensó que lo mejor sería primer coger la ropa y después ir a por las cosas de jardinería, así que primero fueron a un centro comercial que seguramente haría que el señor Dorland se llevase las manos a la cabeza, pues era más para gente normal y corriente que para super ricos.

    A pesar de eso, Casey pasó por delante de varias tiendas sin atreverse a detenerse en ninguna. No sabía qué ropa le gustaba, realmente, y las etiquetas que veía le parecían algo caras. Esto hacía que sintiese que se estaba tomando mucho tiempo, así que se disculpó un par de veces con Joe mientras iban a la siguiente tienda.

    Por fin vio precios que le parecieron más razonables, así que entró y pronto había encontrado cosas a su gusto. Resultaba que la ropa que le gustaba era bastante sobria, camisetas sencillas y vaqueros no demasiado ajustados. Además de algo de ropa interior y calcetines, que tampoco le sobraban.

    —Es la primera vez que escojo yo mi ropa —le confió a Joe ya en la fila. Se lo había probado todo rápido y había tenido que descartar algunas cosas, pero se iba con cinco camisetas, dos polos y tres pantalones, además de un pijama nuevo —. Llevo unos años recibiendo ropa de beneficencia —susurró con una sombra de tristeza en su voz. Parpadeó y se apuró a añadir algo más —. No está tan mal como suena, ¡de verdad! Pero tener ropa de primera mano es… No lo sé. Distinto.

    Al llegar a caja, sonrió con satisfacción al sacar las camisetas, claramente contento con su elección. Un chico sencillo de gustos sencillos, después de todo, al que le tembló un poco la mano a la hora de pagar. Pero estaba bien, el precio final había sido razonable.

    El siguiente paso fue conseguir calzado, pero de camino a la tienda más cercana pasaron por delante de una pastelería. Casey se quedó unos segundos mirando el escaparate, con la misma cara que cualquiera de los niños que pasaba diariamente por ahí.

    Pareció fijarse sobre todo en una flauta de chocolate, pero terminó por sacudir la cabeza y por mirar a Joe con una sonrisa de disculpas.

    —Sólo necesito un par de deportivas, unas pantuflas y luego ir al vivero. Pero ahí sí que tengo apuntado exactamente qué quiero, así que tardaremos más en llegar y en volver que en estar ahí. Perdona por estar ocupando toda tu tarde libre —volvió a decir.
  10. .

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    (Que no se note que quería una excusa para recordar su momento más sexy del juego)


    Qué maravilla de fic. A ver, que ya sabía que iba a ser genial porque escribes super bien, pero de verdad, me ha ENCANTADO. Elena robándose el show, las peleítas entre Nate y Rafe, los comentarios sarcásticos y ese perfecto ambiente que parece sacado de cualquier entrega de la saga.

    Me encantaría ir señalándote las frases que más me han hecho reír o que me han gustado más, pero me veo venir que terminaría copispegándote el fic entero a cachos y mira, no es plan xdd así que te dejo un par de gifs más de esta pareja desastre xdd

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  11. .
    La leyenda del Dragón Negro recorre el mundo más allá de las fronteras donde se inscribieron sus múltiples hazañas, por lo que pocos son aquellos que no han oído, por lo menos, hablar de ese hombre que derrotó con un ejército invencible al rey Hilatio y a toda su corte y conquistó la capital del reino Thafheim y que, desde entonces, ha vivido recluido tras las murallas del gran castillo que regenta la capital.

    El punto trágico de la historia, el auténtico núcleo del drama, no es tanto el hecho en sí del golpe de estado como el proceso que llevó al mismo. El Dragón Negro habría pasado de ser un alto cargo del ejército de Hilatio, un amigo de los príncipes, casi un hijo para el rey, a ser el enemigo público número uno.

    Y pocos eran los que se resistían a especiar más la narración añadiendo cómo el Dragón Negro había matado a su mejor amigo, el Torbellino Rojo, con quien había formado desde su entrada en el ejército el poderoso dúo de las Dos Llamas, un equipo imbatible que le había traído la gloria a Hilatio y a Thafheim y había catapultado a la extraña pareja a lo más alto de la jerarquía social.

    El epílogo era protagonizado por Silphara, hija menor de Hilatio y única superviviente de la familia real. Nadie sabía exactamente qué había ocurrido, ella misma nunca había dado una versión clara de los hechos, por lo que daba pie a fantasear sobre si un valiente caballero que se convertiría en su esposo la había conseguido guiar en medio de la matanza a un lugar seguro o si ella misma, armada con una daga y un corazón valeroso, había logrado escapar con sus damas de compañía y la viuda del Torbellino Rojo.

    En cualquier caso, la leyenda del Dragón Negro siempre obviaba un elemento clave: sus orígenes. La historia siempre empezaba con aquel poderoso brujo guerreando en el ejército de Hilatio ya en su veintena, pero incluso los más terribles villanos han sido niños alguna vez.

    Y este niño en concreto se llamaba Vok.

    En realidad, Vok era un apodo tomado de su apellido, Voknaiv. Al chico nunca le había gustado su nombre de pila, decía que sonaba «de chica», por lo que siempre corregía a todo el mundo, incluso a su madre, y pedía que se le llamase por el apellido. Al final, Vok triunfó más que Voknaiv y así el joven quedó rebautizado.

    Al pensar en la infancia del Dragón Negro, uno se imaginaría lujos. Por lo menos, tendría que provenir de una familia de la alta burguesía, si no de la baja nobleza, por lo que habría crecido entre algodones y sirvientes.

    Nada más lejos de la verdad. Los padres de Vok apenas tenían para comer y vivían no en una casa, sino en una habitación de la posada donde su madre trabajaba como cocinera. Aun así, podría decirse que tuvo suerte, pues pudo asistir a una escuela pública que había en su pueblo. No era, desde luego, un centro de conocimientos, pero al menos los niños aprendían a leer, escribir y hacer matemáticas básicas.

    El resto del tiempo, Vok lo pasaba con su mejor amigo, Maren, en las calles, riendo y corriendo, inventándose juegos que en ocasiones les llevaban a hacer cosas tan peligrosas como trepar muros y saltar tejadillos, o que les terminaban reportando problemas con las autoridades o con la señora Calase, cuya frutería siempre terminaba sufriendo pequeños robos.

    Pero realmente los mayores problemas de esta pareja venían de la mano de algo que nadie podía realmente controlar, y es que Vok, por azares del destino, había nacido con magia.

    Unos cuantos siglos antes de que Vok naciese, hubo un rey que dominaba la magia y la utilizó para someter territorios en un proceso de conquista que pasaría a los anales de la historia como uno de los más rápidos, crueles y devastadores que se habían visto.

    Ante esto, varios reinos se agruparon en una liga que consiguió, tras distintas fases y meticulosos planes, con adelantos y retrocesos, espionaje y muchos otros factores típicos de las guerras, derrotar a este rey brujo.

    Tras esta victoria, la liga llegó a la conclusión de que permitir que los brujos ejerciesen a su libre albedrío podría ocasionar un conflicto futuro igual o peor que el que acababan de vivir, por lo que decidieron, de forma unánime, regular la magia.

    En resumidas cuentas, ningún brujo podría ejercer si no tenía un permiso oficial, el cual sólo se podría conseguir tras ser aprobado en una escuela de magia homologada. Por azares del destino —en realidad, por intereses particulares—, estas escuelas, que estaban distribuidas por todo el continente e incluso más allá —algunos miembros ajenos a la liga vieron que aquella medida era bastante inteligente—, eran de carácter privado, así que exigían un pago considerable para permitir que esos jóvenes afortunados que habían nacido bendecidos por los dioses pudiesen formarse y ejercer en el marco legal.

    Por supuesto, hecha la ley, hecha la trampa, así que no tardaron en salir otras escuelas no oficiales que falsificaban permisos. Para bien o para mal, debido a lo peligrosa que era esta práctica, sobre todo en zonas donde el castigo podía llegar a ser la ejecución pública, estas escuelas ilegales eran casi tan caras como las legales.

    No es difícil imaginar que alguien como Vok, que si bien tenía un enorme talento innato apenas podía permitirse dos comidas diarias y un par de zapatos, no podía costearse ni una opción ni la otra.

    Había un sistema de becas, pero con unas plazas tan limitadas y unos parámetros tan arbitrarios, por no hablar de la corrupción interna, que ninguna de las solicitudes presentadas por el matrimonio Voknaiv fue aceptada, incluso cuando incluían detallados informes firmados por el alcalde de su pueblo atestiguando los dones que estaba cultivando su pequeño hijo.

    Lo máximo que consiguieron, además de una pila de cartas de rechazo, fue un aviso de que si el niño continuaba ejerciendo la magia fuera del sistema se les impondría una multa so pena de cárcel. Y ese castigo se aplicaría al matrimonio, al alcalde que lo avalaba todo y al propio niño, así tuviese apenas nueve años.

    El problema aquí está en que cuando un niño tiene hambre de conocimientos, una curiosidad innata, talento y astucia, pero se le prohíbe que haga algo, se las apañará para desobedecer cualquier orden y salirse con la suya. Sobre todo, si ese niño cuenta con una serie de aliados.

    Entre los aliados que tenía Vok se incluía un viejo brujo al que se le había retirado el permiso por reincidir en una serie de infracciones que nadie se molestó en explicarle nunca a Vok, pero que claramente incluían el tráfico de objetos mágicos.

    La gracia de esos objetos es que, aunque también estén sujetos a una dura reglamentación, pueden ser utilizados por cualquiera, se tenga magia o no, por lo que había todo un mercado negro dedicado a ello, además del mercado real, que era, huelga decirlo, estúpidamente elitista y lleno de una normativa tan enrevesada que la inmensa mayoría de la gente prefería prescindir de él.

    Este viejo brujo, Ylian, pasaba buena parte del día bebiendo vino barato en algún rincón y, de vez en cuando, ejerciendo algún trabajito que se le daba por pura caridad, como ayudar a reparar algún techo o enviar algún recado.

    En esencia, no era un hombre malo. Simplemente había visto una oportunidad de lucrarse y, por un desliz de su socio, había terminado perdiéndolo todo, porque cuando salió de la cárcel su casa había sido embargada y su esposa, que no quería ni verle, se había llevado hasta al perro.

    En fin, realmente su mujer no se lo había llevado todo, básicamente porque no sabía todo sobre él. Ylian tenía una guarida secreta donde había parte de su mercancía, aunque era una parte mayoritariamente compuesta por libros de magia que nadie compraría.

    Pensó en quemarlos o dejarlos ahí, pero casi se alegró de haber decidido llevárselos cuando llegó a un pueblecito en las periferias y se encontró con un niño de mirada viva riendo mientras jugaba con una bola de fuego antes de que su madre, asustada, le gritase que se estuviese quieto y dejase de «hacer esas cosas malas».

    Ylian no era un buen ejemplo para los niños, eso estaba claro. Él mismo lo sabía, y realmente no quería perjudicar a otra familia, pero consideraba que ese chiquillo tenía demasiado potencial como para dejar que se desperdiciase simplemente porque las escuelas homologadas tenían miedo de hacerse cargo de su educación.

    Así que un día decidió no beber —mucho— y se acercó al campo donde los niños del pueblo solían jugar y hacer trastadas lejos de las miradas de los adultos una vez habían salido de clase. Se encontró con todo un patio de juegos donde la decena de criaturas que había ahí, todos entre cinco y doce años, se dedicaban a distintas actividades a las que, sinceramente, no prestó mucha atención, más concentrado en encontrar una criatura en concreto.

    Ese niño resultó estar algo alejado del resto, acompañado por un pelirrojo con el que ya lo había visto antes. De hecho, estaba seguro de que sólo había habido un par de ocasiones donde no los hubiese visto juntos, y en ambos casos había sido porque estaban ayudando a sus padres con alguna tarea. Ahora sostenían palos largos y practicaban esgrima, o al menos algo parecido a la esgrima.

    La cosa está en que Ylian se acercó a ellos y una vez los chiquillos lo hubieron visto detuvieron el juego. El que le interesaba, el de pelo negro, soltó el palo, pero el pelirrojo lo sujetó con las dos manos y se puso delante de su amigo, amenazando al adulto con su espada falsa.

    —¡Eh, eh, eh! —exclamó Ylian mientras alzaba las manos, conteniendo la risa al ver al joven brujo esconderse detrás de su amigo. El pelirrojo era más alto y corpulento, así que el otro, tan delgado que daba pena, no tenía problemas en prácticamente desaparecer a su espalda —¡Vengo en son de paz!

    —¡Mamá dice que eres un borracho y que no nos acerquemos a ti! —exclamó el pelirrojo.

    Esta vez, Ylian no pudo evitar soltar una carcajada. Se detuvo a unos metros de ellos y se llevó las manos a la cadera, viendo qué estrategia era la mejor para esa situación. Estaba claro que el pelirrojo no le dejaría acercarse a su amigo, no de buenas a primeras. Para poder hablar con el brujo, primero debía encandilar a su guardián.

    Asintió, felicitándose a sí mismo, y se acuclilló en la hierba. Subió una mano con el puño cerrado, como si contuviese algo especial en ella, y sopló en el estrecho hueco que quedaba entre su pulgar y su dedo índice. Acto seguido abrió la mano en un gesto teatral, dejando que tres mariposas de luz azul echasen a volar y empezasen a revolotear alrededor de la pareja.

    Por suerte, tuvo el efecto esperado. El pelirrojo al principio miró las mariposas con desconfianza, pero una vez su amigo le puso una mano en el hombro y se las señaló con una gran sonrisa terminó por bajar el palo y permitirse sonreír también.

    —Son preciosas… —murmuró el de pelo negro, girándose después a mirar a Ylian. Al hombre le sorprendió su mirada, era raro encontrarse con ojos ambarinos como esos —¿Eres un brujo?

    —Lo soy. Me llamo Ylian —se presentó, todavía sin acercarse más.

    El de pelo negro hizo el amago de dar un par de pasos hacia él, pero su amigo, recuperando la desconfianza, le agarró la muñeca, impidiéndole avanzar más.

    —¿Qué quieres de nosotros? —prácticamente le ladró. Claramente, las mariposas lo habían encandilado, pero no lo suficiente.

    —Sé que tu amigo también tiene magia —reconoció Ylian con un encogimiento de hombros —. Sólo quiero ofrecerme a enseñarle.

    —Pero eso no está permitido —dijo ahora su objetivo con un gesto dubitativo, agarrándose al brazo de su amigo —. Sólo se puede enseñar en las escuelas…

    —Bueno, sí. Pero sería nuestro secreto —dijo, guiñándole un ojo —. ¿Acaso no quieres aprender magia?

    —Sí, pero… —no parecía convencido.

    —Vok —dijo entonces el pelirrojo, apretándolo más contra su cuerpo y mirándole con el ceño fruncido —. Ya oíste al alcalde. ¡Terminarías en la cárcel!

    —Ah, pero eso sería si alguien se enterase —añadió Ylian —. Y a mí tampoco me conviene que nadie se entere. ¿Pero sabéis qué nos conviene menos a todos? Que un brujo con tanto potencial no controle bien sus poderes —había conseguido otra vez la atención completa de los dos, así que se atrevió a dar un paso. No retrocedieron, pero no dio otro —. Te he visto manejar el fuego. ¿Es tu elemento natural?

    —¿Qué es eso?

    —Pues… —calló, buscando la forma más sencilla de explicarlo —Digamos que cada brujo nace siendo más… amigo de un elemento. ¿Eres amigo del fuego, pequeño?

    —¿Eso creo? Siempre me ha sido fácil invocarlo —reconoció Vok. Se miró una mano, haciendo aparecer una pequeña llama que se extinguió en el momento en el que cerró el puño.

    —Eso es increíble —murmuró Ylian —. El fuego es el elemento más caprichoso y complicado de manejar. Si la diosa Tagdabho te ha bendecido de esa manera es que estás destinado a grandes cosas.

    —¿De verdad?

    Hasta Ylian tenía que reconocer que la mirada llena de emoción del chiquillo le conmovió un poco. Incluso su amigo pelirrojo parecía estar llenándose de orgullo y felicidad.

    Asintió enérgicamente y dio un último paso, quedándose ahora quieto, con las manos cruzadas a la espalda.

    —Sin embargo, no debes confiarte. El hecho de que tengas una bendición de Tagdabho sólo implica que podrás manejar con cierta facilidad el fuego, pero no que nunca te descontrolarás. Y, por supuesto, por tu cuenta nunca alcanzarás todo tu potencial. Necesitas alguien que te guíe, que te enseñe los entresijos de la auténtica magia. Y fuera de las academias no encontrarás a nadie como yo.

    —¡Pero es algo muy peligroso! —gruñó el amigo.

    —No lo negaré. Si alguien se enterase, terminaríamos muy mal. Yo, al menos, terminaría en la horca —asintió, haciendo un gesto como si tuviese una cuerda alrededor del cuello.

    —¿Por qué quieres arriesgarte? Ni siquiera me conoces —preguntó ahora Vok con una voz suave. Sus ojos estaban llenos de curiosidad y miedo, pero también de cierta ambición que hizo que Ylian sonriese.

    —No tengo realmente un motivo concreto. Simplemente sé lo difícil que es entrar en las escuelas, y sé lo frustrante que es no poder desarrollar tu poder. Además, reconozco la grandeza cuando la veo —miró ahora al pelirrojo y lo señaló —. Tú también tienes potencial.

    —Yo no tengo magia —dijo un claramente confundido niño.

    —No, pero el potencial no es sólo para la brujería. Tienes el corazón en su sitio, protegiendo a tu amigo. Seguro que serías un gran guerrero si te entrenases.

    —¿También vas a entrenarme a mí? —bufó el niño.

    —¿Yo? No, yo no sé ni sostener una espada —dijo con sinceridad —. ¿Sabéis leer? —los niños se miraron y finalmente, volvieron a mirarle a él y asintieron un par de veces —Eso es bueno.

    Llevó entonces una mano a la bolsa que llevaba cruzada sobre el pecho y la abrió, sacando de ahí un libro con portada de cuero que tenía pinta de ser más diez veces más viejo que el propio Ylian. Quizá lo era.

    Lo tendió sin muchas ceremonias. El pelirrojo frunció el ceño y arrugó la nariz, mirando a su amigo, y después se acercó un par de pasos, todavía con el palo bien sujeto. Cogió el libro y volvió a retroceder hasta donde el moreno le esperaba, ofreciéndole el libro y volviendo a apuñalar con sus ojos a Ylian.

    —Léetelo —dijo el viejo brujo, llevándose las manos a los bolsillos con calma —. Es el manual más básico que tengo. Si cuando termines estás interesado en saber más, ven a buscarme.

    —¿Y si no entiendo algo? —preguntó el chiquillo, acariciando las letras de la portada.

    —Apúntalo y ven a preguntármelo.

    Ylian no permitió que la conversación se prolongase más. Había visto que la chica mayor que había en la zona cuidando a los pequeños les estaba mirando, como si evaluando si debía intervenir o no, y no quería alarmarla o provocar que aquello se fuese a la mierda.

    Se despidió de los niños, haciéndoles prometer que cuidarían ese libro con su vida, y después se marchó, repitiéndose a sí mismo que estaba haciendo lo correcto.

    Porque estaba haciendo lo correcto, ¿verdad?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuatro meses después, Ylian podía asegurar que, efectivamente, acercarse a esos niños, por raro que sonase, había sido una de las mejores decisiones de su vida.

    El pequeño Vok había resultado ser… ¿cómo describirlo? Inteligente, curioso, intuitivo. Había algo en él, una especie de fuente de talento, que había estado esperando pacientemente a que alguien llegase y la activase. Y ese alguien había sido Ylian.

    El niño leía, entendía y aprendía a velocidades inauditas. Al darle ese libro, una parte de Ylian había esperado que el chico apareciese en su puerta sin haber entendido más que lo básico, pero en realidad había comprendido el texto tan bien que sus preguntas le obligaron a elevar el nivel.

    Llegó a preguntarse si realmente no había recibido ningún tipo de educación mágica antes, pero Vok insistía en que no, y su amigo, Maren, que siempre estaba presente en las lecciones —serio, callado, vigilante—, afirmaba que Vok no mentía.

    Así que Vok simplemente estaba aprendiendo una base teórica y una serie de hechizos que normalmente no se enseñaban hasta los trece años. ¡Pero es que encima era insaciable! Siempre quería saber más, siempre quería probar a hacer más.

    Ylian también se preguntaba a veces cuánto tardaría ese maldito niño en superarle. ¿Durante cuánto tiempo más le podría ser útil? Imaginaba que para cuando Vok tuviese quince, estaría en condiciones de hacer el examen de maestría, aquel que le colocaría como un brujo profesional aprobado por una escuela.

    Salvo que no podría hacerlo. Porque no podía acreditar las vías por las que había aprendido magia. Porque, además, estaba aprendiendo materia que se alejaba de lo que actualmente estaba en vigor y era enseñado como correcto, aunque fuese también perfectamente válido.

    Ylian, a veces, se emocionaba al pensar en el futuro de Vok como gran brujo-genio, pero luego se obligaba a recordar que estaban haciendo algo altamente ilegal. Quizá si Vok, ya de mayor, conseguía dinero suficiente, podría… ¿quién sabe? Matricularse en un curso. Afirmar que su padre era brujo y le había ido enseñando mientras reunía dinero. Eso sí podría ser válido, ¿no? No sería el primer caso. Ylian había conocido algunos.

    Honestamente, Ylian al principio se había volcado en este proyecto personal por un motivo que ni él mismo terminaba de entender. Era como si los dioses le hubiesen hecho caer al abismo más profundo para enseñarle humildad y luego le hubiesen puesto delante a una joven promesa. Un niño que claramente tenía más capacidad de la que Ylian podría soñar con tener algún día.

    Un niño bendecido por Tagdabho, nada más y nada menos.

    La cosa está en que cuanto más tiempo pasaba con ellos, más cariño les cogía. Vok y Maren, Maren y Vok. Uña y carne, dos inseparables amigos. Eran adorables. Graciosos, juguetones, con personalidades fuertes para su edad y una dinámica que parecía establecida desde la cuna.

    Maren cuidaba de Vok, Vok tiraba de Maren. No hacía falta ser muy listo o muy observador para ver que el cariño entre ellos era real e igual de fuerte para ambas partes. Quizá eso había colaborado a que Maren, al principio tan contrario a aceptar a Ylian, se hubiese ido ablandando y ahora pareciese disfrutar un poco más los ratos que pasaban los tres juntos.

    La rutina era sencilla. Los críos llegaban temprano y despertaba al viejo, quien refunfuñaba mientras se preparaba algo de desayuno y lamentaba haber estado dejando de beber, aunque ahora se sentía física y mentalmente mejor, menos cansado. Después, repasaba con Vok la lección del día anterior mientras Maren les escuchaba en silencio. Luego llegaba el turno de las preguntas, que Ylian intentaba responder con la mayor claridad posible. A veces Maren también preguntaba cosas, quería entender mejor qué estaba aprendiendo su amigo. Una vez terminado esto, llegaba el turno de la práctica.

    Maren ayudaba a despejar la sala donde estaban, a veces colocaba objetos que serían víctimas de los hechizos. Después se apartaba y observaba, maravillado, cómo los ojos de Vok se volvían amarillos y un aura especial lo envolvía.

    La primera vez solía ser bastante mediocre. La segunda era mejor. La tercera era prácticamente impecable. Ylian le envidiaba, la verdad, pero a la vez se alegraba y enorgullecía sobremanera por los buenos avances de su tutelado.

    La última parte de la mañana se dedicaba a la nueva lección. Unas nociones básicas, después la recomendación de lectura de algunos capítulos. Una despedida, últimamente incluía revolver el pelo de los dos críos, y luego la soledad y el silencio volvían a instalarse en su hogar.

    Pero, ¡ah!, ¡qué caprichosos son los dioses!, ¡qué infames y retorcidos son sus planes!

    Ylian estaba seguro de que los dioses lo habían puesto en el camino de Vok, pero no había llegado a pensar que al niño pudiese depararle un destino plagado de trabas y desgracias, y que él.

    La primera llegó tres meses, dos semanas y cinco días después de la primera toma de contacto de Ylian con los niños, y lo hizo en forma de un terrible accidente que destruyó una posada, ocho vidas y la infancia de su prometedor alumno.

    Era difícil determinar qué había pasado, exactamente. Algo en la cocina había explotado, el fuego se había expandido a una velocidad pasmosa y en menos de dos horas la posada entera era consumida por las llamadas y una ominosa nube negra amenazaba con asfixiar a aquellos que luchaban por apagar ese infierno.

    Ylian observaba en silencio, a un lado, mezclado entre la multitud. Sobrecogido, buscó entre los supervivientes que se arracimaban cerca una cara conocida y la encontró con una capa de hollín surcada por los senderos dejados por las lágrimas.

    Ylian nunca olvidaría aquella imagen. Vok, que acababa de cumplir diez años, vestía una túnica vieja recortada a modo de pijama. Descalzo, con quemaduras y rasguños en manos y pies, miraba el que había sido su hogar con una expresión devastadora. El fuego arrojaba dramáticas sombras sobre su pequeño rostro, haciendo que sus ojos brillasen de forma extraña.

    No apretaba los puños, no gritaba, no corría intentando encontrar a sus padres entre los cuerpos calcinados o aplastados por vigas que los bomberos improvisados iban sacando y disponiendo a un lado del edificio humeante.

    Parecía como si fuese un fantasma presenciando algo ajeno a su vida. Parecía, simplemente, incapaz de reaccionar.

    Ylian quiso acercarse a él. Quiso abrazar a ese niño que en tan poco tiempo se había vuelto tan importante en su vida, pero no consiguió reunir el valor y, de todas formas, no se le dio la oportunidad de hacerlo. Pronto, Maren se había hecho paso entre la multitud para abrazar a Vok, le limpiaba la cara con un pañuelo y le hablaba, aunque Ylian no conseguía escuchar su voz entre el ruido.

    Otra persona se acercó a ellos, una mujer pelirroja, claramente la madre de Maren. Se había calzado a toda prisa y ahora se quitaba el chal para ponerlo sobre los hombros de Vok. Lo cogió en brazos y se fue con los dos niños.

    Ni Vok ni Maren acudieron a la casa de Ylian durante las siguientes dos semanas y media, ni Ylian fue a buscarles.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Enir abrió los ojos y se encontró flotando en un espacio irreal lleno de reflejos tornasolados que se asemejaban a lo que uno ve cuando se sumerge en aguas profundas. Pero no era agua. No había burbujas acompañando su respirando, ni sensación de ahogo en su pecho. Y no tenía miedo.

    Se miró a sí mismo. Estaba totalmente desnudo, con su piel blanca cambiando de color al ritmo de esos extraños reflejos lumínicos. No tenía frío ni calor. No se sentía mojado ni movido por el viento.

    Simplemente flotaba.

    Era aquel un espacio atemporal. Si los segundos se escurrían por alguna rendija, Enir no los sentía, y tampoco le importaba no sentirlos. El espectáculo de luces y colores que se extendía ante sus ojos era demasiado hermoso como para fijarse en esas tonterías.

    Por eso no habría sabido decir cuánto tiempo llevaba flotando ahí hasta que su pecho empezó a doler. Era un dolor que provenía del interior y se iba abriendo camino hacia fuera. Un dolor de quemadura, como un hierro candente que luchaba por salir de su cuerpo.

    Frente a él, en ese juego de reflejos, aparecieron dos ojos del color del fuego que le miraba. Se fueron disolviendo, como la arena arrastrada por el viento, arremolinándose y configurando una nueva figura, una mujer indescriptible que brillaba frente a él y apoyaba su mano en su pecho, ahí donde le dolía.

    No movió sus labios, pero Enir supo que le hablaba. Era como un mensaje sin voz que retumbaba en su mente, un susurro ensordecedor que, sin embargo, se sentía perfectamente cristalino.

    Se acerca la hora.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Ser despertado por un desconocido era malo. Recibir el pie helado de un desconocido justo en su pecho era peor. Abrir los ojos a esas horas de la mañana para recibir una en lo absoluto bienvenida verborrea hizo que quisiera con todo su corazón coger la cabeza de ese chico y golpearla contra el suelo una y otra y otra vez hasta que sus piernas dejasen de sacudirse por el impacto.

    Se obligó a respirar hondo y a armarse de paciencia. «Vamos, Enir», se dijo a sí mismo «¿Te apetece librarte de un cadáver ya de buena mañana?»

    No, no le apetecía nada. Así que hizo un increíble esfuerzo de autocontrol, incluso dejó que le tapase la boca con una mano, y le escuchó con una paciencia más frágil que la más fina de las porcelanas.

    Y por dejarse hacer, de pronto lo tenía cerca, demasiado cerca, mirándole con un brillo de emoción en los ojos. Unos ojos azules que, ahora que los veía bien, no se parecían a los de él. No tenían manchas verdes, no tenían la misma forma, no desprendían la misma sensación.

    El apellido no daba lugar a dudas, era su familia, pero no era tan parecido a él como le había parecido en un primer momento.

    No sabía si eso le aliviaba o le entristecía.

    Y, por fin, Kaleb dejó de parlotear y se le quedó mirando como un perro que espera instrucciones. Enir parpadeó de forma perezosa y, por fin, se fue incorporando. Le miró, volvió a parpadear y entonces se movió.

    Seguramente ni el propio Kaleb podría precisar en qué momento había terminado tumbado en la cama, con Enir encima y el filo de una daga presionando delicadamente su garganta, sin llegar a herirle, pero impidiéndole hacer movimientos bruscos. Los ojos de Enir brillaron con la luz matutina, fríos y burlones.

    —Primera lección —empezó a hablar con voz baja, casi ronroneante —: nunca despiertes a un desconocido. No sabes quién tiene buen despertar y quién no.

    Vio su cara de susto y orgullo herido y tuvo que apretar los labios para contener una risa mientras se incorporaba. Guardó la daga con un movimiento calculado y se puso en pie sobre la cama, vengándose al pisar ahora él el pecho de Kaleb. Sus pies no estaban fríos, pero no importaba.

    —Recapitulemos. Me despiertas de malas formas, te atreves a darme órdenes, me pones tu maldito pie encima… —se frotó el pecho con un gesto de desagrado —y luego tienes el valor de pedirme que vaya contigo. Bueno, «pedirme». Exigirme, más bien. Si un triste «por favor», sólo una orden. «Llévame contigo» —dijo esto con una voz aguda, claramente burlona —. ¿Por qué quieres venir conmigo? ¿Es porque te sientes solo, porque estás perdido, porque no te ves capaz de hacerlo por tu cuenta…? Quizá todo a la vez.

    Movió el pie para clavarle el talón en el abdomen y después le dio un golpecito con los dedos en el mentón, alzándole así la cabeza, pero luego lo dejó ir y bajó de un saltito al suelo. Se estiró, pareciendo más un gato que una persona con el sonidito que dejó escapar, y buscó sus botas para calzarse, sin importarle al parecer que Kaleb siguiese o no con sus ojos el movimiento del calzado al subir por sus pantorrillas, rodillas y muslos.

    Al escucharle tomar aire para hablar, le miró y le volvió a empujar para que, otra vez, quedase tumbado en la cama.

    —Quieres que te acompañe en una aventura, como si fuésemos amigos de toda la vida, para robar una reliquia sagrada y matar con ella a un poderoso brujo. Pero, ¡eh! ¡Que luego me la devuelves! —su voz sonaba ácida como un limón —¿Y si no quiero que la uses? ¿Y si la quiero intacta? —hizo una pausa, ya con su chaqueta puesta y su bolsa sujeta, y cruzó los brazos sobre el pecho —¿Y si no confío en que puedas cumplir tu objetivo por muy poderosa que sea la espada?

    Le miró de arriba abajo, de forma claramente descalificativa, y se dio media vuelta. Se agachó para recoger su capa y se acercó a la puerta, pero antes de abrirla, volvió a mirar a Kaleb.

    —Vuelve a casa, Kaleb Aimar. No pintas nada en todo esto.

    Y con estas palabras crueles, le dejó solo en la habitación.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Había rechazado amablemente el ofrecimiento de Mido y Buton de desayunar con ellos, también la pequeña insistencia de la muchacha de tomar asiento y disfrutar de un servicio completo. En su lugar, se conformó con comprar un mollete relleno de carne y una jarra entera llena de cerveza de mantequilla especiada y abandonó la posada.

    Hacía un día tan bueno como el anterior, con un cielo despejado y una suave brisa que invitaba a pasear, así que eso hizo, dio un pequeño paseo hasta que encontró un sitio que le gustó para disfrutar de su desayuno.

    Este sitio resultó ser un tejado, pero eso son minucias sin importancia.

    Recostado en el tejado, se fue comiendo ese mollete sin prisa, observando el pueblo, los campos que había a un lado y la zona montañosa que había al otro. Era bonito, tranquilo y agradable. Le gustaba el ruido que formaban las gentes empezando sus rutinas de mañana, los ladridos de algunos perros, la risa de niños y el canto de pájaros.

    Pensó que no pasaría nada si se quedaba ahí todo el día. Podía retomar su camino por la tarde, o quizá incluso a la mañana siguiente.

    Sabía que cada día había más competidores, pero también que nada de eso importaba. Incluso si ciento veinte personas se sumaban a la caza del tesoro de Tagdabho, ¿cuántas llegarían siquiera hasta el Bosque Oscuro? ¿Cuántas se atreverían a cruzarlo? ¿Cuántas podrían realmente cruzarlo?

    Sí, no tenía por qué preocuparse por el resto de participantes. No hasta haber pasado del Bosque Oscuro. Los supervivientes serían sus auténticos rivales, pero hasta ese momento podía ir con calma y disfrutar del viaje y las vistas.

    Aquella iba a ser su última gran aventura, así que quería pasarlo bien y aprovechar cada momento. Ver pueblos, hablar con gentes, probar todos los alcoholes y todas las comidas a su alcance, ver cada puesta de sol, quizá algún amanecer, y no perder cualquier ocasión de encontrar algún compañero nocturno.

    Con una sonrisa satisfecha y la tripa llena, se tumbó en el tejado con los brazos cruzados bajo la cabeza y una pierna doblada sobre la otra y miró el cielo. La sonrisa se le borró, sustituida por un ceño fruncido, cuando recordó la insistente mirada de Kaleb.

    ¿Por qué, de entre todas las gentes que había en ese dichoso planeta, tenía que haber ido a cruzarse con ese chico? ¿Era acaso una jugarreta de los dioses? ¿Un castigo por sus pecados? Además… ¿Sería una piedra en el camino o una mano amiga?

    No, eso no importaba. Nada cambiaba el hecho de que no pintaba nada en este asunto. No tenía edad, ni experiencia, para enfrentarse a ese periplo. Tenía una espada y piezas de armadura, pero Enir sabía bien que eso no serviría de nada si no sabía hacer buen uso de todo ello.

    Y la imprudencia y excesiva confianza que había demostrado esa mañana no le hacía pensar, precisamente, que estaba preparado.

    Frunció todavía más el ceño y chasqueó la lengua cuando una nueva idea se abrió camino en su mente. ¿Y si los dioses querían, precisamente, que le protegiese, que le ayudase a llegar a la meta, que le enseñase lo que necesitaba saber?

    ¿Y si realmente Kaleb estaba destinado a acabar con el Dragón Negro?

    —No, eso es una tontería —gruñó para sí mismo —. Joder, y ya me ha fastidiado el día. ¡Con lo tranquilo que estaba!

    Decidió que lo mejor para despejarse sería caminar, así que bajó del tejado y empezó a callejear por el pueblo hasta que sus pies le llevaron a la plaza central, donde había un mercado. Paseó un poco entre los puestos, mirando algún objeto que le parecía curioso y bonito. De hecho, acabó comprando un bonito pañuelo de seda negra con un brocado de hilo de oro.

    —Parece hecho para usted —se rio la vendedora, a lo que Enir asintió mientras lo doblaba con cuidado y lo guardaba en un bolsillo interno de su chaleco.

    —No podría estar más de acuerdo.

    Compró también una manzana que fue comiéndose a mordiscos mientras se alejaba de la cada vez más bulliciosa plaza, hasta que salió de los límites estrictos del pueblo para ir yendo hacia la zona montañosa que había visto desde el tejado.

    No era exactamente una montaña, sólo los inicios de una. O los restos de una. Enir estaba seguro de que en su día había sido muchísimo más alta a como se veía en esos momentos, con su cima redondeada por la erosión del tiempo.

    Era un terreno rocoso, con matorrales, arbustos y árboles, aunque no suficientes para poder considerar aquello un bosque. Bueno, Enir no lo consideraría un bosque. Tenía, de todas formas, cierto encanto, así que se propuso cotillear un poco la zona y luego volver al pueblo.

    Lo que no esperaba, desde luego, era escuchar en mitad de la nada el llanto de un niño. Ese sonido hizo que su corazón se estremeciese y rápidamente se puso en camino hacia la fuente del llanto.

    Encontró a un niño de unos siete años lleno de arañazos que aún sangraban acurrucado dentro del tronco vacío de un árbol. Se tuvo que agachar, clavando las rodillas en la tierra e inclinándose hacia delante, con una mano sobre el tronco, para poder verlo. Tenía la cara sucia de polvo totalmente congestionada por el miedo y el llanto, y se abrazaba las piernas y se balanceaba suavemente hacia adelante y hacia atrás.

    —Pequeño —le llamó con la voz más dulce que pudo entonar. El niño paró momentáneamente su berrinche y alzó unos ojos totalmente anegados en lágrimas hacia él. Enir le sonrió y le tendió una mano, pero el pequeño se negó a moverse de donde estaba —. ¿Qué haces aquí sólo? ¿Por qué lloras?

    —¡Mi hermana! —casi gritó el niño, redoblando su llantera —¡No sé dónde está mi hermana!

    —Está bien, te ayudaré a encontrarla, ¿vale? —le propuso, manteniéndose calmado —¿Por qué no sales y vienes conmigo?

    El niño sacudió la cabeza tan fuerte que Enir se preguntó cómo no se había mareado.

    —¡Hay un monstruo fuera!

    —¿Un monstruo?

    Enir miró a su alrededor. No le sorprendería que hubiese realmente animales salvajes por la zona, osos, lobos, quizá incluso algún felino grande, pero en esos momentos todo estaba tranquilo y silencioso.

    —Ahora no hay nada —le dijo, volviendo a mirarle con esa sonrisa suave —. ¿Cómo te llamas? —preguntó al ver que el niño seguía quieto.

    —Pu —consiguió decir el pequeño.

    —Muy bien, Pu. Yo soy Enir y voy a ayudarte a encontrar a tu hermana para que podáis volver los dos a casa sanos y salvos. ¿Te parece bien? —el niño dudó, pero acabó por asentir, así que Enir le volvió a tender la mano —Tendrás que venir conmigo, entonces.

    Pu mostró reservas, pero finalmente empezó a gatear hasta salir de ese tronco. Enir, todavía arrodillado, le sacudió un poco la ropa para quitarle algún bicho que se le había subido encima, le quitó también ramitas del pelo y finalmente sacó su nuevo y precioso pañuelo y lo usó para limpiar la cara de Pu. Le miró los raspones y las manos y terminó por darle un pequeño pellizco en la mejilla, sonriéndole para decirle que todo estaba bien.

    Se puso en pie y tomó la mano de Pu, empezando a caminar con él. Dejó que le guiase a donde había perdido a su hermana y mientras le fue haciendo preguntas.

    Al parecer, su hermana era la mayor. Tenía trece años, se llamaba Stena, y habían ido juntos para buscar unas flores concretas que sólo crecían por ahí y que su madre necesitaba para hacer medicamentos.

    Decía Pu que lo hacían una vez al mes, menos en invierno, pero que nunca les había atacado un monstruo. Sobre el monstruo, por cierto, sólo dijo que era grande, gris y aterrador, pero no pudo dar más detalles y Enir no le presionó.

    Llegaron a una pequeña explanada y Enir pudo ver las flores. Eran, desde luego, raras. Tan anchas como sus dos manos extendidas una junto a la otra, amarillas, con el centro rojo y cuatro grandes pétalos con forma de corazón. Sólo creían en ciertas zonas del continente, con un clima concreto, pero tenían usos medicinales bastante fiables.

    O eso había leído Enir.

    No quiso pensar en las flores, sino en la pequeña Stena, así que soltó un momento a Pu y empezó a mirar el entorno, buscando pistas. Vio ramas rotas y hojas aplastadas, y vio huellas de dos pisadas distintas… y luego las del animal.

    Frunció el ceño y se acuclilló junto a una de estas huellas, pensando unos minutos dónde la había visto antes. Sabía que conocía al animal, pero tenía que rebuscar en su memoria, y había tantas cosas ahí guardadas…

    —Oh, no —murmuró cuando por fin se acordó —. Pu. Pu, ven aquí.

    El niño no entendía nada, pero aceptó y tomó la mano que Enir le ofrecía. El adulto miró otra vez a su alrededor, tenso, lo que asustó otra vez a Pu, que acabó abrazándose a su pierna.

    Cuando Enir reconoció entre la maleza un par de ojos rojos, cogió a Pu en brazos, haciéndole enterrar la cara en su hombro, y empezó a retroceder despacio, sin perder de vista esa masa gris que se adivinaba entre los arbustos.

    Hubo un pequeño sonido, como un gruñido grave y bajo, y Enir lo tomó como una señal para echar a correr, bajando la montaña en zigzag, sin mirar atrás —no necesitaba hacerlo para saber que le seguían—, mientras Pu se aferraba a él y lloraba por el miedo.

    No se detuvo hasta que vio no un tronco vacío, sino una grieta en una pared rocosa. Se dirigió ahí directamente, viendo que era lo suficientemente estrecha para pasar los dos, pero porque eran delgados. Si hubiese sido Buton, con su corpulenta barriga, le habría sido imposible.

    Se introdujo todo lo posible en la roca, apretando más a Pu contra su pecho, y cuando vio que el paso se estrechaba demasiado, se detuvo antes de quedarse atascado. Respiró hondo y miró hacia el exterior, ahora oscurecido por la presencia del animal.

    Enir lo miró a los ojos sin miedo. No era la primera vez que se enfrentaba a un lorso, un peligroso animal que parecía mezclar oso y lobo, lo mejor de cada casa, y sabía que podía con él. Si no tuviese a un niño, podría bastarse con su daga, pero en esa situación necesitaba recurrir a otra estrategia…

    O… o quizá no, porque el lorso rugió de pronto, se giró hacia la izquierda y echó a correr hacia un nuevo objetivo. Hubo un grito de guerra, un sonido de metal hundiéndose en carne, un quejido y luego un cuerpo pesado desplomándose.

    Enir frunció el ceño, confuso, pero esa confusión pasó a ser enfado cuando vio una cara conocida asomar por la grieta. Chasqueó la lengua y acarició el pelo de Pu, chistándole con suavidad para tranquilizarle antes de volver a salir de la grieta.

    Mientras acunaba al pequeño, ignorando estupendamente a Kaleb, miró al lorso, muerto y desangrándose, y suspiró.

    —Ya no hay monstruo, Pu —le dijo con dulzura.

    El pequeño se fue separando de su hombro, miró al lorso y después a Enir, haciendo un pequeño puchero.

    —¿Y mi hermana?

    Enir asintió y le besó la frente, mirando por fin a Kaleb.

    —Estos animales suelen cazar una vez por semana. Cogen todo lo que pueden, lo llevan a su guardia y lo… reservan. La chica estará viva, pero es mejor que la encontremos cuanto antes. No creas —le interrumpió al ver que iba a hablar —que me has salvado la vida. Lo tenía bajo control —miró entonces a Pu, que se llenaba un puño de babas mientras miraba al lorso. Suspiró y volvió a mirar a Kaleb —. Pero gracias.

    —¿Eres un caballero?

    —No lo es.

    —¡Pero lleva una espada!

    —Cualquiera puede llevar una espada.

    —¿Yo también? ¡Quiero una espada!

    —No. Eres muy pequeño. Y tú también —añadió, dedicándole una primera sonrisa a Kaleb.

    Al darse cuenta, carraspeó y volvió a endurecer el gesto.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Suspiró con suavidad, mirando desde cierta distancia cómo la boticaria llenaba de besos a sus dos hijos, que la abrazaban llorando de alegría por haber podido volver a casa sanos y salvos.

    Habían encontrado a Stena en una recámara de una cueva, cubierta por una sustancia viscosa e inmovilizadora que los lorsos soltaban precisamente para que sus presas no pudiesen escapar. Estaba inconsciente, seguramente por el susto, pero bien, así que la habían podido liberar y llevar de vuelta al pueblo.

    En el camino de regreso, Enir había insistido en parar para coger algunas flores amarillas, pero ese había sido su único comentario en todo el descenso.

    —¿Cómo podemos agradecérselo? —preguntó el padre de las criaturas con voz conmovida, acercándose a la extraña pareja que hacían Enir y Kaleb.

    —No hace falta nada, de verdad —respondió Enir con un gesto relajado.

    —¡Claro que sí! —ahora habló la madre, todavía abrazando a sus críos —¡Le habéis salvado la vida a nuestros pequeños!

    —Cualquiera con un poco de corazón lo habría hecho —insistió el de negro.

    —Al menos dejad que os invitemos a cenar.

    —No —declaró Enir, interrumpiendo a Kaleb —. Es mejor que comáis tranquilos y descanséis bien. Pero —sonrió un poco —es posible que mañana me pase por vuestra botica.

    —¡Por supuesto! ¡Cualquier cosa que quieras!

    Enir les sonrió otra vez, revolvió el pelo de Pu y cruzó las manos a la espalda, caminando de regreso a la posada mientras silbaba una cancioncita. Miró a Kaleb, que caminaba a su lado, y enarcó una ceja.

    —Me alegra que no hayas sido totalmente inútil. Pero no te emociones, eso no significa que vaya a ir contigo a por la espada.

    Contuvo una nueva risita y aceleró el paso lo suficiente para distanciarse un poco de él. Se moría por darse un baño, cenar bien y dormir al menos seis horas sin interrumpió alguna.

    Y sin pies helados encima, a poder ser.

    SPOILER (click to view)
    ¡Uoh! Vale. Al final la parte de Vok ha quedado ligerísimamente más larga que la de Enir, PERO BUENO. Cosas que pasan.

    Vale, había pensado que quizá los padres de los niños estos ven que están tardando mucho en volver, se preocupan, Kaleb pasa por ahí, les oye, se ofrece a ir al rescate... y eso. Ahí está la cosa. Nada más que decir por ahora XD
  12. .
    Si tuviese que definir en una sola palabra cómo se sentía, habría optado por «confundido». Si ya le estaba costando sacarse de la cabeza la sensación de Ray temblando entre sus brazos y acariciando su espalda después de que lo librase del Titiritero, olvidar ese beso y ese «creo que me empiezas a gustar» estaba siendo imposible.

    Lo mejor es que no entendía por qué. Su relación con Ray no era particularmente profunda, y sí, era cierto, se divertía estando con él, le encantaba su ácido sentido del humor y sabía que no le juzgaba, así que podía comportarse con mayor franqueza que con otra gente. Además, como XIII también disfrutaba de su compañía, le gustaba protegerle y… También le gustaba poder darle lo que nadie había podido jamás ofrecerle: contacto físico.

    ¡Pero! Aunque se sintiese cómodo con él, eso no explicaba por qué se había alegrado tantísimo al verle en la fiesta de esa terrible secta —incluso sabiendo que lo iba a ver, que no por nada XIII le había insistido en asistir—, o por qué se lo había quedado mirando mientras se iba del jardín.

    Decidió intentar centrarse en lo que había ido a hacer. Miró a Kate con ojos llenos de disculpas, sabiendo bien que tendría que contarle en detalle lo de Rosie, pero no sería en ese momento y esperaba que la mujer lo entendiese. Bajó entonces la mirada a uno de los panfletos, leyendo con cuidado los nombres, pero una Dolly, vestida de rojo, en vez de azul como las demás, pronto llamó la atención del público para comenzar esa especie de subasta.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    La conversación con Kate no había sido demasiado larga, pero sí dura. Volver a hablar de lo traicionado que se había sentido, pensar en excusas para no habérselo dicho antes a su compañera —había comentado que, pese a todo, no quería desvelar un secreto que Rosie se había asegurado por guardar tan celosamente; no era una mentira, Lena tampoco sospechaba nada al respecto—, disculparse con Kate…

    La verdad es que habría sido más fácil si no hubiese sido justo después de salir de la fiesta de El Dorado. Ninguno de los dos agentes sabía hasta qué punto era legal lo que habían presenciado, pero por si acaso de forma oficial dirían que simplemente les había apetecido pasarse por ahí.

    Como fuese, Pasha había salido del coche a medio camino, diciendo que quería dar un paseo. Y realmente lo necesitaba, tomar un poco de aire y caminar para liberar la energía acumulada. Y, bueno, ¿quién podría decirle nada por hacer un alto en el camino para tomar una copa?

    Iba a entrar en un bar, pero le dio por girarse para asegurar rápidamente el perímetro, gajes del oficio, y vio en la calle de en frente a cierto profesor universitario sentado en la barra y con una copa frente a él.

    Frunció un poco el ceño y decidió cruzar la calle. Iba tan decidido que ni se fijó en que no estaba yendo por un paso de cebra, así que tuvo que saltar para no ser atropellado y se disculpó con la mano mientras el enfadado conductor le llamaba de guapo para arriba. Se reajustó la chaqueta y entró en el bar, sentándose directamente junto a Ray, quien de todas formas ya le había visto acercarse.

    —¿Me crees si te digo que no te estaba siguiendo y que genuinamente te he encontrado por accidente? —le preguntó en voz baja, inclinándose sobre él.

    Esto le sirvió también de excusa para comprobar que no olía a alcohol, así que imaginaba que se había pedido la copa como una especie de prueba. Bien, no le iba a dar la oportunidad de fallar, así que cogió su vaso y se lo bebió él.

    Al ver a Ray levantarse para irse, sacó la cartera y dejó un par de billetes que seguramente daban una propina bastante buena al camarero. Acto seguido, dio un par de zancadas y caminó ya al lado de Ray en la calle. Ray pareció resignarse, porque no dijo nada. Pasha tampoco habló salvo para pedir un taxi.

    Sentado en los asientos de cuero, escuchando un partido de béisbol por la radio, miró a Ray, que a su vez miraba por la ventanilla, y se mordió el labio, pensativo. Quizá debería ser sincero, decirle que él tampoco estaba muy seguro de qué sentía, pedirle continuar su amistad hasta averiguarlo.

    Le gustó el plan, pero no quería hacer algo tan íntimo delante de un taxista cualquiera.

    Pagó él también esa cuenta, aunque esta vez procuró que la propina no fuese desmesurada, y acompañó a Ray en otro largo silencio hasta la puerta de su casa. Mientras le veía buscar las llaves, respiró hondo y le llamó con un suave toque a su brazo, acercándose un poco más a él.

    —Escucha, he estado pensando sobre lo que hablamos el otro día y… realmente hay algo que me gustaría decirte… —pero cuando la puerta estuvo abierta, empujó a Ray hacia atrás, sacando su pistola de la cinturilla trasera de su pantalón —¡Policía de Los Ángeles! —exclamó entrando en la casa.

    Escuchó un grito femenino y, al encender la luz, vio a una muchacha de pelo negro corto que se tapaba apresuradamente con la ropa que probablemente se había quitado al entrar. Reconoció a Wendy Sullivan, tardó dos segundos en entender qué hacía ahí, pero su cara de extrañeza y confusión era totalmente real cuando bajó la pistola.

    —¡Por favor, no dispares! —seguía sollozando la chica.

    —Vale, tranquila, ya guardo la pistola —dijo, mirando a Ray antes de volver a mirar a la muchacha —. Perdona, no sabía que tenías «visita» —dijo con un tono algo amargo.

    Wendy respiró hondo y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, sujetando la ropa con la otra.

    —Ray, ¿se te olvidó que habíamos quedado? —preguntó con una voz todavía algo temblorosa, aunque terminó de calmarse cuando miró más atentamente a Pasha, deslizando los ojos por su cuerpo sin mucho pudor —Oh… ¿O es que acaso te apetecía jugar a algo distinto? ¿Es un amigo tuyo? Es muy guapo.

    —¿Eh?

    —Nunca he hecho un trío, pero la verdad es que no me importaría probarlo. ¡Mira esos brazos! —y ni corta ni perezosa, se acercó para tocarle los bíceps.

    Pasha la alejó respetuosamente y dio un par de pasos hacia atrás.

    —Mejor me voy y os dejo a vuestras cosas —dijo con un carraspeo incómodo, aunque luego miró mejor a Wendy y enarcó una ceja —. ¿Cuántos años tienes?

    —¡Esto es legal! —se apresuró a decir ella, dando ya por perdida la idea del trío —Tengo veinte años.

    —Por Dios, Ray —sacudió la cabeza y alzó las manos —. Bien, cada uno a lo suyo. Buenas noches.

    —¡Hasta luego, guapo!

    En cuanto la puerta se cerró, Pável respiró hondo y se frotó los párpados con dos dedos. Obviamente sabía que Wendy y Ray no tenían nada entre ellos más que algo así como una relación profesional, por llamarla de alguna manera, pero quizá la intervención de la chica era una señal de que no debía hacer lo que había estado a punto de hacer.

    ¿En qué demonios estaba pensando? ¿Qué se suponía que iba a ocurrir? Ese pobre hombre no tenía por qué aguantar a un detective y a un justiciero enmascarado, supuestamente enemigos, revoloteando a su alrededor, y menos si al menos uno de ellos le confundía de alguna forma.

    En cuanto a él mismo, igual sólo estaba algo confundido tras lo de Rosie. Había estado mucho tiempo enamorado de ella y ahora, sabiendo que quizá formaba parte de El Dorado… Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos y empezó a bajar las escaleras.

    Seguramente, lo mejor sería alejarse de Ray, al menos en una de sus dos facetas, porque se temía que XIII seguiría apareciendo por su casa durante una temporada. Si Ray era un objetivo para esa secta, podía en el mejor de los casos ser un posible referente. En el peor, correría peligro y necesitaría ayuda.

    En cualquier caso, Pasha debía alejarse de él. ¿No era, además, lo que Ray le había pedido?

    Empezó a fumar cuando salió a la calle. Se rascó la nuca, empezando a caminar hacia casa, aunque no pudo evitar mirar una última vez hacia el edificio de Ray, buscando su ventana. Era de las pocas que seguían iluminadas a esas horas de la noche, aunque estaba demasiado alta para ver el interior.

    —Espabila, Novikov —se gruñó a sí mismo mientras retomaba el camino hacia su casa.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Afiló los ojos, fijándolos en su objetivo. Ni siquiera parpadeó mientras apuntaba con calma. Su respiración era relajada, su pulso firme, el bombeo de su corazón constante. Su entrenamiento como francotirador le garantizaba ahora una ventaja magnífica.

    Soltó el aire de sus pulmones y disparó.

    —¡Novi! –gritó Kate, sobresaltada, mientras su compañero estallaba en carcajadas. Chasqueó la lengua y se metió la mano en el escote, sacando de ahí la pelotita de papel que su compañero acababa de encestar —¿Quieres centrarte en el caso?

    Pasha aún se rio un poco más, ahora a boca cerrada, mientras asentía y volvía la mirada a los papeles que tenía delante. Al momento, perdió todo rastro de sonrisa, simplemente suspirando mientras veía las fotos del cadáver.

    En los últimos diez días no había ocurrido nada relacionado con El Dorado, pero sí había continuado la actividad delictiva habitual en una ciudad tan grande y con tanto movimiento como Los Ángeles.

    En este caso, la desafortunada víctima era una mujer de treinta y seis años que había aparecido flotando en el mar, lo que obligaba a Pasha y Kate, detectives asignados al caso, a trabajar con la Guardia Costera. Y eso era una mierda porque ambas partes del dúo habían encontrado que la pareja de la Guardia Costera les caía mal.

    En fin, el giro argumental que marcaba aquello como un asesinato y no como algún trágico incidente era que el agua en los pulmones de la víctima era agua dulce, algo que obviamente no tenía mucho sentido dado el lugar en el que había aparecido el cuerpo.

    Además, había claros síntomas de lucha y… Bueno, homicidio, claro.

    Esta mujer, Patricia Thomas, era profesora de Historia Moderna en la UCLA —Pasha había tenido mucho cuidado de no cruzarse con Ray cuando fueron a investigar su despacho— y, por lo que habían descubierto por ahora, había estado en contacto con un ricachón obsesionado con recuperar el tesoro de un barco hundido en el siglo XVIII por aquellas costas.

    Ahora bien, el ricachón en cuestión tenía una coartada sólida —varias cámaras de seguridad lo situaban muy, muy lejos del puerto el día del crimen—, y el resto de cabos que habían intentado seguir no habían llevado a ninguna parte.

    Llevaban una semana atascados, pero no iban a rendirse tan fácilmente, claro que no.

    —¿Estamos seguros —empezó Pasha —de que no la mató un fantasma pirata?

    —Por dios, otra vez lo del fantasma no —sollozó Kate, hundiendo la cara en las manos.

    —No, no, escucha… Patricia encuentra el tesoro, pero no puede moverlo, así que coge una moneda —tomó la bolsa de pruebas donde había una moneda española antigua —sin saber que tiene vinculado el espíritu vengativo del capitán de la Sirena cantora —su español hizo que Kate contuviese una risa —. Vuelve al barco en el que ha hecho la incursión —señaló la foto del barco que habían encontrado a la deriva y cuyo último alquiler había sido de la víctima —, llena una palangana de agua para quitarse algo de sal y entonces, ¡zas!, el fantasma la ahoga y la tira al agua.

    —La historia mejora cada vez que la cuentas —se burló Kate, ahora apoyando un codo en la mesa y la mejilla en la mano —. Si hasta parece que empieza a tener sentido y todo.

    —Sí, ¿verdad? —se rio Pasha, pero entonces miró la moneda y frunció el ceño.

    Con un nuevo interés, empezó a mover los papeles y las fotos, poniendo por encima de todo los mapas marítimos que habían encontrado en el barco, despacho y apartamento de la víctima. Kate, notando la nueva inquietud de su compañero, guardó silencio, esperando a que el engranaje terminase de arrancar.

    Entonces, Pasha sonrió, victorioso, mientras golpeaba con un dedo los papeles.

    —Somos idiotas.

    —Tú sí. ¿Qué ocurre, qué has visto?

    —Estamos dando por supuesto que Patricia encontró la Sirena cantora, pero… ¿Y si no fue así?

    Kate parpadeó y frunció el ceño.

    —Le dijo a Spall que la tenía.

    —Sí, pero… Quizá le mintió. Estaba ahogada en deudas, su investigación llevaba años atascada y su contrato en la universidad se iba a acabar este curso. Creo que al principio sí que esperaba encontrar el tesoro, pero todo llevaba a callejones sin salida, Spall empezaba a presionarla y ahí empezó a sacarse resultados de la manga.

    —Vale, pero… ¿De dónde sacó la moneda?

    Pasha miró otra vez la moneda, dándole vueltas en la mano.

    —Quizá de un anticuario, o tal vez de…

    —¡El hombre del gorro! —exclamó Kate, haciendo que Pasha por poco se cayese de la silla de un susto —¿Recuerdas que la habían visto en una cafetería cerca de un hombre con gorro varias veces?

    —¿Crees que ese tipo le estaba haciendo la documentación nueva?

    —O quizá era con quien iba a huir…

    —¡El doctor Penella! —dijeron ambos a la vez, señalándose el uno al otro.

    —Debieron fingir esa pelea para que la gente no pudiese relacionarles cuando ella desapareciese —asintió Pasha con un nuevo brillo en la mirada —. Pero, entonces, ¿por qué estaban en el barco?

    —¡Porque lo habían encontrado! No hay registros de la localización exacta, pero seguramente es porque sólo lo marcó en el mapa que llevó consigo al barco.

    —Así que Penella lo tiene… Y no ha ido a por el barco porque la investigación está en curso y hay muchos ojos sobre él.

    —Es lo único que tiene sentido en todo esto —asintió Kate.

    Pasha miró entonces el reloj y frunció el ceño.

    —Ya debe ser de noche, pero podemos tenderle una trampa para mañana. Avisa a Sieso y Muermazo —eran los agentes de la Guardia Costera —de que mañana deben estar preparados. Anunciaremos a primera hora que la investigación queda cerrada por falta de nuevas pruebas. Ponemos vigilancia sobre Penella, dejamos que nos guíe al barco y lo atrapamos in fraganti.

    —Suena bien, pero… ¿Por qué tengo que hacerlo yo?

    —Porque la idea ha sido mía —sonrió Pasha mientras se ponía en pie —y porque le prometí a Tanya que le leería un cuento antes de dormir.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando Ray llegó a casa encontró a XIII en la cocina, sacando dos tazas para servir un café que acababa de preparar. No se sorprendió, no tenía motivos para ello. Desde la noche de la subasta, el justiciero había aparecido en su apartamento cada noche, nunca a la misma hora y nunca desde el mismo sitio.

    A veces se quedaba sólo un par de minutos, lo suficiente para comprobar que siguiese sin haber cámaras ni micrófonos y que Ray estaba bien y después desaparecía. Otras, como parecía ser aquella ocasión, se quedaba entre quince minutos y una hora.

    —¿Ha sido un paseo agradable? —preguntó con calma, como si aquella fuese su puñetera casa, mientras servía el café.

    Ni siquiera prestó atención a la serpiente que se deslizaba por el suelo hacia el sofá, prefiriendo centrarse en dejar el café al gusto de Ray.

    Debían ser las dos de la madrugada, más o menos. Sabía que a Ray le gustaba pasear a Pársel por el parque para que cazase ratones o lo que fuese que pillase, aunque a él mismo le había sorprendido encontrar el apartamento vacío a esas horas. Pensó que, tal vez, Ray habría salido más tarde o que quizá se hubiese alargado un poco más de lo normal.

    —He comprado galletas —comentó mientras dejaba las tazas en una bandeja donde ya había un plato con las citadas galletas. Cogió la bandeja y la llevó a la mesita que había frente al sofá, sentándose ahí en una escena que podría ser perfectamente doméstica si no llevase media máscara y varias armas encima —. Son Oreo de marca blanca… es lo único que he podido encontrar a estas horas.

    Cuando Ray se sentó, XIII se quitó la parte inferior de la máscara, liberando así su boca para poder comer. Vio al otro sacar la cajetilla de cigarrillos y asintió cuando le ofreció uno, cogiéndolo y poniéndoselo en la boca. Se acercó para que lo encendiese y aspiró la primera bocanada de humo mientras tomaba la taza de Ray y se la acercaba.

    Llegados a ese punto, las noches anteriores le habría comentado que todavía no tenían noticias del hermano de Wendy o que El Dorado no estaba mostrando movimiento alguno, pero esta vez simplemente se recostó y soltó una larga humareda, despacito.

    La cosa está en que se encontró disfrutando de ese silencio. No era la primera vez, por supuesto, pero no dejaba de maravillarle lo cómodo que era a veces simplemente sentarse con alguien, fumar y beber café sin hablar de nada y sin estar dándole vueltas a nada en concreto. Era liberador.

    En algún momento, en medio del silencio Ray decidió empezar a corregir trabajos o quizá terminar de preparar alguna clase o actividad, pero a XIII no le apetecía irse. No tenía por qué irse, tampoco. Y en un acto de egoísmo, por a aquello sólo se le podía llamar egoísmo, se levantó para cotillear las estanterías de Ray.

    Encontró un libro que le llamó la atención, una novela histórica, y procedió a acomodarse en el sofá para empezar a leer. Dejó las armas sobre la mesita y abrió el libro. Debió abstraerse en la lectura, porque no se movió mucho del sitio hasta que había terminado el segundo capítulo. En ese momento cogió un trozo de servilleta y lo usó de marcapáginas, dejando el libro a un lado para enfrentarse a Ray, quien alzó la mirada con cierta curiosidad.

    —Quítate los guantes —le dijo en voz baja (efecto que quedaba acrecentado por el distorsionador de voz).

    Le vio dudar y, finalmente, obedecer, y una vez las manos de Ray estuvieron desnudas, XIII se quitó también sus guantes y tomó las manos de Ray, apoyando palma contra palma.

    Le miró y no pudo evitar sonreír. Sujetó una de sus muñecas mientras simplemente tomaba la otra mano y le guio hasta que pudo tocarse su propia mejilla. Ladeó un poco la cabeza, ocupando con su palma todo el dorso de la mano de Ray a la vez que hacía que esa mano de Ray ocupase toda su mejilla.

    Le acarició de forma inconsciente los nudillos y le sonrió otra vez.

    Unos minutos más tarde, le volvió a poner él mismo los guantes, recogió sus cosas y se fue.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lena estaba contenta y se notaba en que no había dejado de parlotear durante toda la tarde. Había quedado con Ray, como hacía al menos una vez por semana, para ponerse al día, controlar que todo fuese bien y tal, y se había pasado toda la cita con una gran sonrisa y hablando de lo muy orgullosa que estaba de los avances de Tanya y de lo bien que le caía su nueva compañera.

    Su trabajo era una mierda —es difícil tener un buen trabajo cuando apenas conseguiste terminar el instituto—, a veces realmente agotador, pero poder tener a alguien con quien quejarse y bromear durante los turnos era un alivio enorme.

    También habló de Pasha, claro, señalando que hacía mucho tiempo que Ray y él no quedaban.

    —No sé, me parece triste —le comentaba mientras se terminaba su refresco —. Parecía que hacíais buenas migas, ¡y en Halloween os lo pasasteis genial juntos! Espero que no sea por una discusión… Ya sé, ¿qué te parece si te vienes a nuestra cena de Acción de Gracias?

    Pagó ella la cuenta, Ray había invitado la otra vez y ahora era su turno, y se puso la chaqueta mientras se levantaba.

    —Siempre me ha parecido una celebración estúpida. ¿Gracias de qué? —se rio mientras se colgaba del brazo de Ray al salir del bar donde habían pasado un par de horas —Pero a Tanya le hace mucha ilusión y el año pasado ya se quejó de que todos sus compañeros habían tenido una cena y nosotros no. Así que este año he encargado un pavo y Pasha y yo hemos estado mirando recetas. Se vendrá también Richard, puede que Kate, la compañera de Pasha. Había invitado a Rosie, pero ya me dijo que su relación con mi hermano había terminado definitivamente, así que, bueno —se encogió de hombros con un suspiro, mirando el puerto —. No tendrías que hacer nada. Si quieres traer pan o algo de postre… Y si no, pues con tu presencia estaremos más que satisfechos —sonrió, dándole un par de palmadas amistosas en el brazo.

    Empezó a hablar de una de las recetas que quería probar cuando, de pronto, un hombre corriendo a toda velocidad les obligó a apartarse. Lena todavía no se había recuperado de la sorpresa cuando otra figura volvió a pasar por el pequeño pasillo que se había abierto en la calle.

    El segundo hombre, de pronto, hizo algo digno de una película, porque saltó sobre unas cajas, dio tres pasos por una pared y se abalanzó sobre el primero, tirándolo al suelo.

    —¡Doctor Philip Penella, quedas arrestado! —exclamó la voz de…

    —¿Pasha?

    Anonada, Lena se fijó en que, efectivamente, era su hermano. Y ahora llegaba Kate, también corriendo, aunque ya sin aliento.

    —¡Lena, Morrison! —saludó con una sonrisa.

    —¡Kate, las esposas! —gritó su compañero.

    —¡¡Voy!! Dadnos un momento —se rio Kate antes de correr hacia Pasha.

    Desde unos metros de distancia, aunque en primera línea dentro del corrillo que se había formado, Lena y Ray pudieron presenciar cómo Kate le leía sus derechos al tal Penella mientras lo esposaba. Un coche de policía llegó poco después y dos hombres uniformados se llevaron al detenido mientras Pasha y Kate chocaban manos.

    Kate terminó por meterse también en el coche, pero Pasha al final se acercó a su hermana, terminando de recuperar el aliento. Al principio ella pensó que estaba sudando por la carrera, pero entonces se dio cuenta de que no era solo eso: estaba empapado y olía todo él a mar. Llevaba un traje de neopreno negro, aunque se había puesto unos pantalones cortos por encima, seguramente justo antes de iniciar la persecución.

    —¿Quiero preguntar? —se rio su hermana, repeinándole con una mano en un gesto maternal.

    —He encontrado un barco pirata del siglo XVIII —sonrió Pasha, todo orgulloso de sí mismo.

    Lena enarcó una ceja y luego miró a Ray, intentando contener la risa.

    —¿Cómo puedes aburrirte de alguien así?

    —Buenas —saludó por fin Pasha a Ray, de forma algo más incómoda —. Hacía ya varios días que no coincidíamos.

    —¡Eso le estaba diciendo yo! Le he invitado a la cena de Acción de Gracias.

    —Ah, eso está bien —sonrió un poco Pasha —. No te sientas obligado, que ya sabes que esta puede ser un poco…

    —¿Un poco qué? —inquirió Lena. Pasha alzó las manos en gesto de rendición y ella sonrió, volviendo a colgarse del brazo de Ray —Bien, pues te enterarás de esa historia del barco en unos días. ¡Y tú! ¡Ve a secarte y ponerte ropa decente, que te vas a enfriar al final!

    —Joder… Está bien, está bien…

    Pero entonces, Pasha se acercó un poco más a ellos. Se metió una mano en un bolsillo y entonces forzó a Ray a estrecharle la mano. Se le hizo raro sentir el tacto de los guantes, pero no dio muestras de ello y, mientras le soltaba la mano, le guiñó un ojo y le hizo un gesto de silencio. Después besó a su hermana y puso rumbo al barco del que había salido para ir a vestirse.

    —¿Qué ha sido eso? —preguntó Lena, curiosa al ver que Ray tenía la mano cerrada.

    Cuando el hombre la abrió, pudo ver sobre la palma de su mano una moneda de oro carcomida por el tiempo que debía ser del siglo XVIII.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Allison canturreaba una canción mientras terminaba de archivar los informes que tan duramente había estado rellenando. No era raro que se quedase hasta tarde en el refugio, pero es lo que ocurre cuando amas tu trabajo: no te importa pasar en él más tiempo del estrictamente necesario.

    La cosa está en que, aunque solía hacer horas extra, era muy raro que recibiese visitas. Por eso cogió el revólver cuando escuchó que alguien golpeaba la puerta trasera del refugio y se acercó con el teléfono de la policía en marcación rápida, por si acaso.

    Lo que se encontró, sin embargo, le hizo dejar el teléfono y guardar el revólver, y es que no creía que ese hombre enmascarado pudiese hacerle daño. No mientras sostuviese el cuerpo de una chiquilla en brazos.

    —Por favor… —incluso con el modificador, su voz sonó rota y angustiada —Por favor, ayúdala.

    —Debería ir a un hospital —dijo Allison con voz seria mientras abría la puerta.

    —No podemos ir a un hospital —susurró XIII —. Su vida terminaría en el momento en el que Urgencias llamase a la policía.

    —¿Y qué hay de sus padres? —ahora le guiaba al quirófano —¿Su familia?

    Esta vez, XIII no respondió y simplemente dejó a la muchacha sobre la mesa. A Allison le sorprendió que sus manos temblasen mientras ayudaba a desvestirla, y el espectáculo le pareció tan lamentable que le hizo apartarse. ¿Ese era el hombre que quería coserse a sí mismo una herida sin anestesia y que no había ni jadeado con una laceración corto-punzante en el puto abdomen?

    Le vio poner a un lado una máscara que debía ser de la chica y después empezar a jugar con el mango de uno de sus cuchillos de forma nerviosa. Allison terminó por gruñirle, sintiendo que el nerviosismo del justiciero se le estaba contagiando.

    —Eres amigo de Ray, ¿no? ¿Por qué no le llamas?

    XIII asintió, muy callado, y se retiró de la habitación para murmurar. Allison entonces pudo centrarse en lo que le ocupaba, suspirando con alivio al ver que, en realidad, la chica no estaba tan mal como había parecido en un momento. Había perdido el conocimiento y había recibido algún golpe fuerte, pero no había traumatismos, hemorragias internas ni huesos rotos.

    Unos quince minutos después, XIII estaba sentado con Ray fuera del quirófano donde Allison seguía limpiando a Wendy. Estaban en el suelo, compartiendo un cigarrillo y bebiendo uno de los peores cafés de máquina de la ciudad.

    XIII le había contado en susurros la historia. Había aparecido una pista sobre Peter, el hermano de Wendy, y esa pista les había llevado a enfrentarse directamente al chico, que estaba trabajando, al parecer, como refuerzo de una pequeña banda de ladrones de lujo.

    XIII había perseguido a los tres ladrones, pero se le habían escapado en mitad del tráfico nocturno, así que había vuelto a buscar a Wendy, que se había quedado con su hermano. Lo que se encontró fue a Peter sujetando a Wendy por la ropa y golpeándola con un puño convertido en hierro.

    —No había nada en sus ojos —terminó en voz baja —. No había tristeza, ni ira… Ni siquiera aburrimiento. Era como si la luz estuviese encendida, pero no hubiese nadie en casa —dio otra calada al pitillo que Ray le tendía. No sabía en qué momento le había tomado la mano, pero ahora se dio cuenta de que se la estaba acariciando suavemente, como una especie de bola antiestrés —. Han debido hacerle algo a ese chico, pero ni siquiera entiendo qué ha podido ser…

    El justiciero giró la cabeza hacia el quirófano al escuchar la voz de Allison, pero pronto entendió que estaba hablando con su esposa, contándole qué había pasado. La escuchó decir que su paciente estaba bien, que sólo necesitaba dormir, y eso hizo que XIII suspirase y relajase los hombros.

    No duró mucho, pronto Ray pudo ver cómo resbalaban lágrimas desde la zona superior de su cara, tapada por media máscara, hasta su barbilla, cayendo desde ahí hacia su final. Se cubrió la boca con la mano libre mientras la otra apretaba los dedos de Ray.

    —Le dije que no viniera —sollozó —. Se lo dije mil veces. Es un trabajo peligroso y muy desagradecido. Le dije que podía salir herida o incluso peor. Y ella se empeñaba en seguirme y en jugar a ser una heroína. ¿Qué habría pasado si hubiese muerto hoy? ¿Cómo voy a poder mirarla otra vez después de haberle fallado así? Ella era mi responsabilidad y yo no estaba para protegerla. ¡Dios! —golpeó el suelo y luego alzó la cabeza, apoyando la nuca en la pared.

    Que Ray le abrazase le pilló por sorpresa, pero más pronto que tarde correspondió al abrazo con cierta fuerza. Hundió la cabeza en el hombro del otro y lloró unos minutos sin decir nada más. Allison había terminado la llamada, pero no salía del quirófano, seguramente para darles espacio.

    —No sé qué voy a hacer con ella —dijo con la voz algo más entera cuando su respiración se fue calmando —. Ni contigo —añadió, separándose lo suficiente para mirarle a los ojos. Incluso le puso una mano en la mejilla, acariciándosela con el pulgar —. Tienes una diana peligrosa en la espalda y no sé cómo quitártela. No puedo protegeros para siempre, pero no puedo permitir que os pase nada, yo…

    Se mordió el labio inferior y, entonces, besó a Ray. Fue un beso desesperado, podría decirse, con sabor a café, cigarrillos y lágrimas, pero cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se separó de él rápidamente y se puso en pie de un salto.

    Murmuró varias disculpas inconexas mientras se ponía la máscara, algo sobre «por favor, encárgate hoy de ella» cuando pasó por el lado de Allison, que por fin se había decidido a ver qué coño pasaba con esos dos, y después salió corriendo y se perdió entre callejuelas.

    Cuando llegó a casa, sin siquiera haber guardado aún el traje, golpeó el sofá varias veces, riñéndose a sí mismo en susurros. ¿Por qué coño había hecho eso? ¿Cómo se le ocurría besar a Ray?

    Le había gustado, era cierto, pero… Había sido igual que cuando le había regalado la moneda pirata. No lo había pensado, le había salido del corazón, y ahora se arrepentía. No porque realmente no hubiese querido hacerlo, sino por el propio Ray. ¿Qué iba a pensar ahora de él? ¿Y de Pasha? ¿Cómo iba a mirarle a la cara ahora?

    Y en medio de este drama adolescente estaba Wendy. La había abandonado por un ataque de pánico. Porque había sido eso, un ataque de pánico.

    Se sintió sobrepasado por todo. Wendy, Ray, El Dorado, Rosie… Todo daba vueltas en su cabeza. Le costaba respirar, pero consiguió quitarse el traje y, una vez con la ropa interior, se sentó en el suelo, apoyando la espalda en la cama.

    Apoyó la frente contra sus rodillas mientras se abrazaba las piernas e intentó centrarse en respirar hondo, sostener el aire unos segundos y dejarlo salir lentamente.

    Entonces, cuando por fin se hubo relajado lo suficiente y ese ataque de ansiedad hubo pasado, alzó la mirada y vio a través de las sombras de la noche que Gerónimo se había acercado a él, curioso.

    Tomó a la tortuga entre sus manos y la miró, sonriendo un poco al ver cómo alargaba el cuello para darle un besito. Pasha accedió, dándole también un beso a la tortuga, y después soltó una risa nerviosa.

    —¿Qué cojones estoy haciendo con mi vida? —le preguntó a la tortuga.

    Por desgracia, Gerónimo no supo responderle, así que volvió a ocultarse en su caparazón.

    SPOILER (click to view)
    Soy la reina del drama.

    Y soy muy fan de no revisar mi respuesta antes de enviarla xdd Así que si hay algún fallo gordo, me avisas y corrijo. Si no, en algún momento, cuando relea el rol, editaré ~
  13. .
    QUOTE
    Microrrelato.
    Pareja: XiYao (Lan XiChen | Jin GuanYao)
    Longitud: 500 palabras.
    Advertencias: SPOILERS. Angst, bad ending.
    Disclaimer: Los personajes pertenecen a la novela china escrita por Mo Xiang Tong Xiu. Yo no tengo ni derecho ni poder sobre ellos, sólo los manejo sin fines lucrativos en puro carácter lúdico.

    Demasiado tarde


    Tras unos segundos de total silencio, decidió levantarse de su asiento. Rodeó la mesa y volvió a arrodillarse, esta vez al lado de Lan XiChen, quien ni siquiera hizo un gesto para dar cuenta de que había percibido el cambio de sitio de su hermano jurado.

    Jin GuanYao apretó los labios, dudando de qué exacta tomar, pero finalmente optó por mostrar esa sonrisa diplomática que lo caracterizaba —la sonrisa que siempre se teñía de dulzura y afecto cuando la dirigía a Lan XiChen—, y tuvo la audacia de poner una de sus manos sobre las del mayor.

    Entonces, Zewu-Jun reaccionó parpadeando, como si lo hubiesen sacado de un ensueño, y giró la cabeza, encontrándose con esa mirada brillante y cariñosa que Jin GuanYao reservaba sólo para él.

    —Lo siento —empezó a decir, intentando recuperar la compostura —. Creo que todavía estoy afectado por el… el fallecimiento de Da-Ge…

    No hacía mucho tiempo que Nie MingJue había sufrido la desviación de qi que puso fin a su vida, y desde que había recibido tan terrible noticia, Lan XiChen estaba abstraído, melancólico, sumido en una aura triste y pensativa.

    No era un secreto que Zewu-Jun sentía por Chifeng-Zun respeto, admiración y cariño. Era su hermano mayor jurado, después de todo. Había ido regularmente en persona a tocarle la canción de la Claridad, al menos hasta que le había cedido esa tarea a Jin GuanYao en un intento de mejorar su relación.

    Y ahora se había ido. Y aunque Zewu-Jun no temía a la muerte, sí sufría la ausencia. Sobre todo la ausencia de un hombre como Nie MingJue, un vacío tan ensordecedor como un grito desgarrado.

    Jin GuanYao suspiró y apretó un poco la mano de Lan XiChen, reafirmando su sonrisa e indicándole con ese gesto que lo entendía y que estaba ahí para él. Subrayando ese mensaje, tomó con suavidad a Zewu-Jun y le invitó a apoyar la cabeza en su pecho.

    Lan XiChen cerró los ojos y rodeó la delgada cintura de Jin GuanYao con sus brazos, relajándose al ritmo de las caricias del líder del Clan Lanling Jin en su cabello. Poco a poco fue alzando la mirada, encontrándose con esa sonrisa flanqueada por hoyuelos perfectos y, por primera vez en su vida, se vio incapaz de contenerse.

    El beso fue suave y dulce, al menos al principio. En realidad, al verse bienvenido en la boca ajena, Zewu-Jun no pudo evitarlo y tomó la confianza de empujar a Jin GuanYao para que quedase tumbado en el suelo. El de amarillo no se quejó, y al separarse le acarició una mejilla.

    —A-Yao… —susurró sobre sus labios —Cásate conmigo.

    —No puedo —fue la respuesta de Jin GuanYao, en un susurro quebrado por la tristeza.

    Lan XiChen sabía que iba a ocurrir eso. Jin GuanYao ya estaba prometido. Cerró los ojos y apoyó la frente en su pecho, allá donde unos años más tarde clavaría su espada.

    —Pero siempre estaré contigo —añadió Jin GuanYao, creyendo sinceramente que podría mantener su promesa.
  14. .

    El dragón


    Suspiró un poco mientras sus dedos acariciaban la mejilla de piedra del primer rey de Acier. Bajó la mano y frunció el ceño, sin siquiera sentir esas escamas que aparecían y desaparecían en su piel, fluctuando al ritmo de sus emociones y pensamientos.

    Bajó al suelo y miró entonces el busto de Pauline, No pudo evitar que su nariz se arrugase en un gesto de desagrado, pero duró poco, el escaso tiempo que tardó en apartar la mirada para volver a dirigirla a Cézanne.

    Siempre había intentado centrarse en lo bueno, en los años que pasó con Cézanne antes de la llegada de Pauline. Cuando las cosas iban bien, cuando eran felices juntos. Pero desde que se había producido la primera votación contra Drenia, no había podido evitar darle vueltas a algunos eventos ocurridos tras la boda de Cézanne.

    No podía ocultar que había sido tremendamente infeliz durante aquellos últimos años. Pero se había quedado ahí, junto a Cézanne, fiel a sus promesas. Incluso intentó llevarse bien con su hijo, pero Pauline lo educó con asco hacia el dragón, y aquello desembocó en…

    Agachó rápidamente la mirada, apretando los puños. Sabía perfectamente en qué había desembocado. ¿Cómo olvidar algo así? Pero aquello ya estaba en el pasado… o quizá no. Lo seguían trayendo a colación. A los humanos les encantaba enfocarse en lo que ya estaba perdido en el tiempo, en vez de mirar el presente más inmediato, como hacía él.

    Se miró las manos. Las escamas bailaban sobre su piel y sus dedos temblaban. Su cuerpo se sacudió suavemente a medida que el llanto se apoderaba de él, y vio las palmas mojarse con lágrimas.

    Por un momento, las volvió a ver cubiertas de sangre, la sangre de Cézanne. Había vuelto al Bosque de los Féericos —que Pauline le dijese que si se quedaba tendría que llevar correa había sido el pistoletazo de salida—, pero un tiempo después escuchó que Pauline había muerto: debilitada por una enfermedad de origen desconocido, una tarde había caído por las escaleras y se había roto el cuello. Así que fue a Acier para ver cómo estaba Cézanne y, quizá, con el deseo de que lo volviese a aceptar a su lado.

    No esperaba encontrar a su golem muerta, cayéndose a pedazos en un sentido dolorosamente literal. Eso le hizo apurarse y entrar por la ventana, pero Cézanne tampoco respiraba. Claro que es difícil respirar cuando tu garganta está abierta por una cuchilla. Y aun así el cuerpo todavía estaba caliente cuando Greg puso sus manos sobre él, en un estúpido intento por detener una hemorragia que ya se había cobrado una vida.

    Lux no tardó en entrar con su guardia, como si lo hubiese estado esperando, gritando que el dragón había acabado con el rey. Y Greg había salido por la misma ventana por la que había entrado, y no había vuelto a adoptar su forma humana hasta cuarenta y tres años después.

    Decían que había huido por cometer un crimen, pero en realidad se marchó porque no tenía nada más en Acier. Sí, estaba Tilda, y había gente a la que apreciaba enormemente, pero sin Cézanne… ¿Qué sentido tenía aquello? Incluso había podido soportar terribles vejaciones gracias a su cálida caricia, pero una vez él había muerto, sentía que no podría más.

    Ni siquiera se planteaba qué le habría ocurrido de haberse quedado. Esa era simplemente una alternativa que no entendía como posible. Acier había dejado de ser su hogar desde que Pauline había entrado con su recatado vestido y sus ojos llenos de falsa inocencia.

    Y Greg estaba seguro de que alguna magia había usado para controlar a Cézanne. Pero cuando empezaba esa conversación, Tilda sacudía la mano y decía que aquello eran los celos hablando. Celos porque esa mujer le había quitado las atenciones del rey, nada más. Ella no notaba nada… pero tampoco tenía la experiencia que exhibía en esos momentos.

    Pero sí, Cézanne cambió desde su noche de bodas. Fue como si perdiese parte de su personalidad, como si se hubiese vuelto un hombre complaciente y suave. Accedía a todo lo que su esposa dijese, por ridículo que fuese, por muy en contra de sus ideales que fuese.

    Así que si Pauline decía que los dragones no eran humanos y no debían fingir serlo, Cézanne no dudaba en ordenar a Greg que dejase de mostrarse así. Y si Pauline decía que los dragones eran más bien animales y que los animales no debían estar en sus aposentos, Cézanne ni pestañeaba al prohibirle la entrada al dormitorio real. Por supuesto, si Pauline decía que no quería animales correteando por el castillo, Cézanne sólo sonría como un baboso estúpido mientras tras mandar a Greg quedarse por los jardines.

    ¿Eso eran sólo celos? Gregoire no podía saberlo. No entendía lo suficientemente bien las relaciones humanas ni las emociones ligadas a esas relaciones. Si Tilda decía que su tristeza y enfado eran celos, debían serlo, ¿no? Claro que Tilda tampoco había recibido toda la verdad de aquella situación; pero, de nuevo, Greg nunca había tenido los medios para juzgarlo.

    Y parecía que aquello hacía a Cézanne feliz, así que simplemente bajaba la cabeza y obedecía. Por su rey. Por el juramento que le había hecho.

    Cerró las manos y miró una última vez a Pauline, pero al momento su expresión se relajó, sus hombros se desplomaron y sus brazos colgaron, laxos, a los lados de su cuerpo. El pasado era el pasado. ¿Por qué había que removerlo? ¿Por qué había que revisitar lo feo, cuando había tantas cosas buenas para recordar?

    Pero en esos momentos se sentía incapaz de hacerlo. Era como si sólo pudiese pensar en lo malo, y eso alimentaba la tristeza de su corazón.

    Se limpió con las mangas la cara y salió del panteón real, intentando no molestar a ninguna de las personas que todavía trabajaban por ahí. Miró el castillo y empezó a transformarse en dragón con la idea de volar hasta el dormitorio de Étienne, pero a mitad se detuvo y retomó la forma humana.

    Cuando sus cuernos desaparecieron en su cráneo, empezó a caminar ante la patidifusa mirada de un par de obreros.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Abrió despacio la puerta de la habitación, encontrando a Étienne sentado en su escritorio, revisando algunos papeles. Brigitte dormitaba en su rincón habitual y la chimenea crepitaba de manera agradable, caldeando la habitación.

    El dragón miró por la ventana, después la cama. Cerró los ojos unos segundos, apartando de su mente la sangre sobre sábanas blancas, y después miró a Étienne. Había dejado los papeles y se había girado a mirarle al descubrir su presencia. Le hacía un gesto, invitándole a entrar con una sonrisa suave.

    Greg aceptó de forma callada, cerrando la puerta a su espalda, y se acercó a él, pero no correteando y lanzándose a sus brazos, como era habitual, sino caminando con normalidad y quedándose de pie frente a él.

    —No lo entiendo —empezó a decir tras unos segundos. Su cara no mostraba su sonrisa de siempre, sólo un gesto de tristeza y confusión —. Sé que algunos me consideran tonto porque no soy humano, pero puedo entender cuando se me explican las cosas, así que explícamelo —miró los papeles brevemente, después la mesa, donde había algunas marcas de mordisqueos suyos. Apretó los labios y miró a Étienne directamente a los ojos —. ¿Por qué nos ocultaste tu plan?

    Brigitte abrió los ojos y alzó las orejas, empezando a levantar la cabeza con un bostezo. Greg ni siquiera se giró a mirarla, pero Étienne parecía demasiado sorprendido por su pregunta como para responder rápido, así que el dragón, en una inaudita muestra de impaciencia, retomó la palabra.

    —Dijiste que tenía que ser creíble, pero no lo entiendo. ¿Por qué hay que mentir? ¿Por qué hay que engañar? ¿Por qué preferiste recibir el enfado de tanta gente durante días antes que decirnos lo que pensabas? Al menos a mí —ahí apartó la mirada con un gesto triste, dolido.

    Se alejó dos pasos del rey y caminó hasta situarse frente a la chimenea. Miró las llamas y apoyó la mano en la piedra de la repisa superior, algo que a otro le habría quemado. Pero no a él, claro, aunque su mano se había cubierto de escamas para protegerle del calor.

    —Tilda me explicó que tu gobierno es distinto del de Cézanne —volvió a hablar. No necesitó girarse para saber que Étienne había preferido acomodarse en su asiento y esperar a que terminase de hablar antes de elaborar su propio discurso. Era algo que solía hacer —. Me dijo que tu Consejo es importante. Tu voz cuenta por encima de los demás porque eres el rey, pero respetas la opinión de la mayoría. Es eso, ¿no? —le vio asentir en silencio y frunció el ceño, volviendo a mirar al fuego —Pero esto no era normal. No era bueno, ni natural. Si lo hubieses dicho, Drenia se habría tenido que ir, ¿no? —ahora Étienne suspiró antes de asentir y Greg torció la boca en un gesto frustrado —¿Y por qué no lo hiciste? Si todos opinaban lo mismo. ¿Por qué seguir ese…? —calló, buscando la palabra. La conocía, sólo no la recordaba —Protocolo. ¿Por qué seguir el protocolo? Todos te apoyaban, ¿verdad? Y además… él te hizo daño. Te atacó. ¿No es eso algo que vosotros castigáis?

    Volvió a girarse a mirar a Étienne, su rostro teñido de frustración e incomprensión. De nuevo, sus cuernos amenazaban con romper la imagen de muchacho adorable, y sus ojos amarillos brillaban con la luz que daba el fuego.

    —Y con todo… ¿Por qué no me lo dijiste a mí? A mí —repitió con un tono dolido —. Cézanne nunca me ocultó nada. Y sé que tú no eres tu abuelo, pero… ¿Cómo puedo protegerte si no me lo cuentas todo? ¿Cómo puedo ser tu Guardián? Sé que lo he hecho mal, te han herido y… Lo he hecho mal. Llevo mucho tiempo fuera, no recuerdo bien cómo sois los humanos. Cómo os movéis, cómo actuáis, qué aceptáis y qué no. No recordaba cómo de malos son algunos hombres. Eso en el Bosque no ocurre. Si un animal mata a otro es porque tiene hambre y es más fuerte, no porque tuviese algún… plan retorcido. Yo… ¡No soy humano y nunca lo seré! —habló ahora más alto, con más convicción, volviendo a mirarle a los ojos tras haber estado un rato mirando la alfombra.

    »—¡Pero puedo entender las cosas! O puedo intentarlo. Puedo aprender por qué, aunque no lo entienda. No entiendo por qué los humanos buscan poder, pero puedo intentar entenderlo. Sólo necesito que me lo expliques. Y si quieres que haga algo, o que no haga algo, dímelo —bajó la voz casi con derrota —. ¿Quieres que sea sólo un dragón, que duerma en los jardines y no entre al castillo? ¿Quieres que sólo tenga este cuerpo y me porte más como vosotros? Puedo hacerlo. Pero no puedo adivinar lo que piensas —pausó y dudó, pero luego asintió —. Puedo hacerlo, pero no lo haré, porque Cézanne me dijo que escuchar los pensamientos es malo. Y yo no soy malo. No hago cosas malas. No quieres que duerma en tu cama y no lo hago. No quieres que muerda tu ropa y no lo hago, aunque huele muy bien.

    Se detuvo unos segundos, mordiéndose el labio y respirando hondo. Podía parecer que había estado pensando un discurso, pero lo cierto es que hablaba según lo iba sintiendo, así que ni él tenía claro cuándo terminaría.

    Quizá esta era su forma de desahogarse, y quizá Étienne lo había pillado y por eso seguía guardando un paciente silencio.

    —Yo confío en ti, Étienne. Sé que eres bueno, listo… estás triste, pero yo también lo estoy. Sé que si me pides que haga algo es porque será bueno, como con las minas de Abarda, pero me gustaría que me dijeses por qué. Y me gustaría que no me ocultases cosas. Me duele mucho aquí —se llevó una mano al pecho —cuando se me ocultan cosas. Así que yo-…

    No llegó a terminar la frase. De golpe y porrazo calló y enderezó la espalda, girando la cabeza en otra dirección, pero mirando hacia una pared con los ojos bien abiertos, tenso, quizá escuchando algo que Étienne no podía oír, pero tal vez Brigitte sí, a juzgar por cómo levantó también la cabeza.

    Greg se mantuvo así unos segundos, estático. Después frunció un poco el ceño y miró otra vez a Étienne.

    —Tilda me llama —dijo y, al momento, desapareció.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Tilda había aparecido en los aposentos de la mariscal de Acier al segundo de que Lara hubiese empezado a gritar por ayuda. Se la había encontrado todavía con algún trozo de armadura —como si la tragedia se hubiese desatado mientras se empezaba a desvestir—, arrodillada en el suelo y sujetando a Marinette con fuerza.

    La guardiana de las artes, que en esos momentos se presentaba en camisón, se veía terriblemente pálida, con la piel perlada de sudor, y se retorcía de dolor entre los brazos de su amante, quien hacía todo lo posible por intentar calmarla.

    Tilda no necesitó ni siquiera agacharse para ver cuál era el problema, pero aun así lo hizo. Tomó su pulso, controló sus funciones vitales e hizo un esfuerzo para no mostrar absolutamente ninguna emoción en su rostro. Su pronóstico era terrible, pero si lo expresaba de alguna manera, Lara perdería la poca entereza que tenía en esos momentos y eso era algo que no podían permitirse.

    —¡¿Qué le ocurre?! ¡¿Qué está pasando?! —gritó Lara, abrazando a Marinette contra su pecho. Entonces se le rompió la voz y miró a Tilda con la desesperación tiñendo sus ojos —Por favor, dime que… dime que se pondrá bien…

    —Por supuesto que se pondrá bien —dijo Tilda con una calma que no sentía, apretándole un hombro con firmeza, para darle seguridad —. Llévala a la cama, estará más cómoda que en el suelo.

    —¿Qué son esas manchas? —consiguió preguntar Lara mientras obedecía, cargando a su amada con una facilidad asombrosa.

    Tilda no pudo evitar mirar las manchas de las que Lara hablaba. De un color violáceo enfermizo, se iban extendiendo desde las manos y los pies de Marinette por sus brazos y piernas, a un ritmo lento, pero constante.

    —Una marca de maldición —fue la escueta respuesta de Tilda, pero al ver que Lara volvía a apurarse, alzó una mano para pedirle silencio —. Se pondrá bien —repitió.

    Lara asintió y se dedicó a procurar que Marinette estuviese cómoda. Le ahuecó las almohadas, le puso los brazos a lo largo del cuerpo y después cogió un pañuelo para ir quitándole el sudor con suaves toques.

    —Está ardiendo —susurró.

    —Es normal —aseguró Tilda mientras volvía a comprobar su pulso —. Cuéntame, ¿qué ha pasado exactamente?

    Lara apretó los labios, pero terminó por asentir. Respiró hondo y se pasó una mano por la cara antes de empezar a hablar.

    —He llegado hace, no lo sé, quince minutos. Ella se estaba terminando de cepillar el pelo frente al espejo —Tilda miró en esa dirección; el cepillo estaba sobre la mesita —. Me ha saludado como de costumbre, pero cuando se ha levantado para darme un beso, de pronto se ha… se ha puesto muy pálida y… se ha caído…

    —Está bien —la interrumpió la bruja al ver que volvía a romper a llorar —. Recomponte, Reverdin —dijo con una voz más militar que hizo que Lara cuadrase los hombros y al instante dejase de sollozar.

    —Haz algo, por favor —le pidió con un hilo de voz.

    Tilda frunció el ceño, tensa, y acarició una mejilla de Marinette. Volvió a comprobar el avance de la maldición y sus constantes, viendo con alarma que el proceso iba más rápido de lo que esperaba. Pero por más que buscaba, no terminaba de encontrar la configuración de aquella maldición, así que no podía hacer nada para evitar que los órganos y tejidos de Marinette se siguiesen resintiendo.

    En todo el reino sólo se le ocurría una persona más que supiese más magia que ella. Bueno, «persona» no era la palabra adecuada, quizá, pero no se preocupó en ese debate semántico mientras reclamaba a Greg, quien contestó al momento, quizá por notar su urgencia —aunque Tilda juraría que también estaba alterado… por otra cosa—.

    Chasqueó los dedos cuando el dragón le dio la señal y en medio segundo estaba frente a ellas. Ni siquiera le tuvieron que indicar qué pasaba, olfateó un poco el aire y fue hacia la cama, mirando las piernas de Marinette. Le levantó la falda, ocasionando que Lara gritase y le diese una palmada fuerte en las manos que hizo que Greg se alejase un poco, asustado y con la cara del niño al que se le riñe cuando no estaba haciendo nada.

    —Apesta a Drenia —dijo Greg, inclinado sobre Marinette —. Podrido. Antinatural.

    —Pero puedes hacer algo, ¿verdad? —la voz de Lara tembló tanto que Greg se enderezó para mirarla directamente a los ojos.

    No dijo nada, sólo la miró, tomándole una mano y acariciándole los dedos con suavidad en un gesto que Tilda a veces hacía con él cuando las emociones le desbordaban.

    No puedo deshacerla, dijo la voz de Tilda en la cabeza del dragón con forma de muchacho.

    Este giró la cabeza no hacia la bruja, sino hacia Marinette.

    Yo tampoco, fue su respuesta mientras soltaba la mano de Lara para tomar la de Marinette. Pero puedo arreglarlo.

    Tilda se removió, inquieta y algo alarmada, cosa que Lara notó, porque volvió a mostrar pura angustia en su expresión. El dragón, ignorando las reacciones de ambas mujeres, puso la mano libre en el vientre de Marinette.

    —Espera, Greg —esta vez Tilda habló por la vía habitual —. ¿Vas a hacer lo que yo creo? —al verle asentir, apretó los puños —No, tiene que haber otra forma.

    —¿Qué ocurre? ¿Qué va hacer? —Lara estaba cediendo a la histeria de nuevo, pero Tilda la ignoró, prefiriendo agarrar las muñecas de Grégoire con cierta fuerza.

    —No lo hagas.

    —No es tu decisión —el tono de Greg fue tan calmado y su mirada tan fría que Tilda retrocedió por la pura impresión.

    La bruja se giró entonces a la puerta, igual que la mariscal.

    —¡Majestad! —exclamó Tilda al reconocer a Étienne —¡Por favor, ordénele que…! ¡Greg!

    Era tarde, por supuesto. Greg había iniciado el proceso aprovechando que las mujeres se habían distraído. Con una mano tomando la de Marinette y la otra en el vientre de la maldita, había cerrado los ojos y agachado un poco la cabeza, sin apenas haber mirado a Étienne antes de centrarse en Marinette.

    —¿Qué está haciendo? —preguntó Lara.

    No hizo falta una respuesta, pronto pudo ver ella misma cómo la mancha de maldición iba desapareciendo de la piel de Marinette a medida que se iba extendiendo por los brazos del dragón. Para cuando la mancha estaba ya por las muñecas y tobillos de la joven, Marinette respiraba con normalidad y la fiebre había bajado notablemente, aunque persistía.

    Greg apuró hasta el último segundo, y entonces la soltó. Con cuidado, le tomó ahora la barbilla y le hizo abrir la boca, y entonces se inclinó para besarla. Lara empezó a quejarse, pero Tilda le hizo un gesto, exigiendo una paciencia que Lara aceptó tras un gruñido.

    Cuando Greg consideró que era suficiente, rompió el beso despacio hasta que un pequeño hilo de saliva que unía su boca con la de la guardiana de las artes se rompió. Vio que la respiración de Marinette se había normalizado y se alejó un poco para que Lara y Tilda pudiesen comprobar su estado. Su espalda chocó contra el pecho de Étienne, que se había acabado acercando para ver el espectáculo. Le miró y le dirigió una pequeña sonrisa, tal vez sin darse cuenta de que ahora el que estaba pálido y sudando era él.

    Sus piernas temblaron un poco, pero el rey pudo sujetarle y, con ayuda de la magia de Tilda, Greg pronto quedó sentado en el suelo, apoyado en Étienne mientras la bruja le dirigía una mirada de regañina.

    —¿Estás contento? —le preguntó con una voz que mostraba un enfado provocado por la más genuina preocupación.

    —Bloquearé y eliminaré la maldición —dijo Greg con una voz más ronca de lo que él mismo esperaba —. Sólo necesito dormir.

    —¡Que sólo necesitas…! ¡Eres de lo que no hay! —Tilda refunfuñó un poco más mientras se llevaba las dos manos a la cintura —¿Y cuánto te llevará procesar la maldición?

    —No lo sé —suspiró Greg mientras se acomodaba mejor contra Étienne y cerraba los ojos —. Unos días.

    Tilda quiso quejarse de nuevo, pero cuando se dio cuenta de que Grégoire ya se había dormido, simplemente apretó los labios, respiró hondo, alzó los ojos al techo como para implorar paciencia a alguna deidad en la que no creía y terminó por suspirar.

    —Él… ¿Estará bien?

    La bruja miró a la mariscal, quien todavía abrazando a Marinette miraba ahora al dragón con preocupación.

    —Sí. Sí, estará bien —dijo Tilda con un tono de voz firme y lleno de convencimiento —. Lo llevaré a alguna habitación donde pueda estar tranquilo. Majestad, es mejor que nos vayamos, Marinette también debe descansar… —frunció un poco el ceño, mirando a la mujer inconsciente —Lara, avísame cuando se despierte. Quiero investigar con más calma esta maldición. Pero… necesitaré ayuda —miró ahora a Étienne —. ¿Sabe usted si Makra ha dejado ya el reino?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Se arrebujó mejor en su capa y empezó a caminar algo más deprisa. Alguien la seguía, pero tal vez podría despistarle si se metía entre el gentío que se agrupaba siempre en la plaza del mercado.

    Convencida de que aquella estrategia daría resultado, se sonrió a sí misma y dio un giro abrupto hacia la izquierda. Sin embargo, apenas estaba había dado dos pasos en la nueva dirección, una fuerte mano enguantada le agarró una muñeca. Ella gritó y dio un salto hacia atrás, dispuesta a enfrentarse a su persecutor.

    No sabía bien qué esperaba encontrar. Quizá a un señor aterrador con una daga en una mano, o tal vez a un hombrecillo desagradable con cara de vicioso. Desde luego, no era una mujer alta, de pelo rojo oscuro y alguna cicatriz en la cara que alzaba en señal de paz las dos manos… y llevaba 05una bolsa de cuero que se le hizo muy familiar.

    —¡Eh! —exclamó olvidando que no hacía ni cinco segundos atrás estaba intentando huir de esa mujer —¡Esa es mi bolsa!

    La mujer, lejos de mostrarse alarmada, sonrió un poco antes de reír brevemente. Bajó las manos y le tendió la bolsa.

    —Lo sé. Estaba intentando devolvértela —dijo con una voz calma y algo más grave de lo que la princesa había esperado. Aunque, bien visto, le quedaba perfecta —. He visto que se te caía, por eso te perseguía. Perdona si te he asustado.

    —¿Por qué no me has llamado? —preguntó Aimée mientras volvía a colgarse la bolsa del cinto.

    La mujer soltó un pequeño bufido divertido.

    —¿Te habrías detenido si te hubiese llamado?

    La princesa la miró y sintió sus mejillas enrojecerse al darse cuenta de que, en realidad, casi la habría asustado más si semejante montaña humana con tamaña espada a la espalda se hubiese puesto a gritarle que se detuviese.

    Bajó la mirada y negó, a lo que la pelirroja volvió a reír y agitó una mano al aire.

    —Está bien, no te preocupes. Estoy acostumbrada —dijo, claramente de buen humor —. Ah, por cierto. ¿Eres de aquí?

    Aimée la miró, algo sorprendida por la pregunta, pero luego sonrió, todavía un poco avergonzada por su reacción.

    —Nacida y criada. ¿Puedo ayudarte en algo?

    —Quizá. Llevo aquí un par de días… llegué con la esperanza de poder conocer al dragón —eso hizo que Aimée volviese a mostrar una mirada desconfiada y se alejase un poco —. Simplemente quiero hablar con él, hacerle algunas preguntas sobre su especie —aclaró la pelirroja, de nuevo sin mostrarse ofendida.

    —Eres… del Gremio, ¿verdad?

    —Sí, soy cazadora. ¡Ah, pero el nombre siempre lleva a confusión! —la pelirroja miró a su alrededor y suspiró —¿Podemos hablar en un sitio un poco más tranquilo? Me agobia que haya tanta gente.

    —Bueno… ¿Dónde te hospedas?

    —Me ha acogido un hombre muy amable. Auguste Renoir; tiene una tienda con objetos arcanos.

    —Lo conozco —confirmó Aimée. Aquel hombre había ido alguna vez al castillo, ¡incluso le había vendido un par de libros mágicos! —. ¿Vamos a su tienda?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Auguste Renoir había sido muy agradable. Aimée le había pedido con un gesto que mantuviese un perfil bajo, claramente la cazadora no sabía que ella era la princesa y no quería que su trato cambiase si lo averiguaba. Por eso también había cuidado no quitarse el gorro que mantenía sus orejas calientes y ocultas.

    Babette, así se llamaba la mujer gigante, le había explicado que el Gremio no se dedicaba a cazar, sino que su labor era más cuidar el delicado equilibrio de la Naturaleza —tal y como lo decía, parecía que llevaba mayúscula de nombre propio—.

    Decía Babette que si una población animal se descontrolaba y llegaba a ser un peligro para un asentamiento humano, entonces sí debían reducir dicha población por la fuerza, pero siempre asegurando la pervivencia de ese grupo.

    También actuaban si alguna criatura demasiado fuerte o peligrosa se acercaba demasiado a los humanos, pero matar era la última opción siempre. Primero había que asegurar la zona, luego ver si era posible una cierta amistad con la criatura, o si se podía alejar de la ciudad o pueblo por vías no dañinas.

    —Pero normalmente no hacemos ni eso —decía ahora después de comerse una pasta que Auguste les había ofrecido —. Nos centramos sobre todo en el estudio de la Naturaleza. Por ejemplo, quizá hace cincuenta años habríamos luchado sin dudarlo contra un oso de rayas rojas, pero ahora conocemos más sobre ellos y sabemos que es muchísimo más eficaz y rápido ofrecerle cierta comida para guiarlo o incluso para acercarnos y curarle alguna herida.

    —Eso… en realidad suena muy bien —reconoció Aimée, a lo que Babette le dedicó una sonrisa radiante.

    —El progreso a veces es muy lento, pero lo importante es que sea constante. Los cazadores deseamos conocer este mundo en el que vivimos para encontrar la mejor manera de comunicarnos con él de forma óptima para todas las partes. Eso es algo que los lunares hacen a su manera… Mi maestra decía que ellos eran como flores en la hierba, ¿sabes? Pero nosotros, los humanos, nos hemos separado tanto que tenemos que encontrar nuestro propio camino para volver a interconectarnos con la Naturaleza. Nuestro mundo es hermoso y está lleno de maravillas —suspiró ahora, bajando un poco la mirada —, pero muchos sólo ven la oportunidad de sacar provecho de ello.

    Al ver una sombra de tristeza en sus ojos, Aimée le puso una mano en la pierna, haciendo que Babette parpadease y la mirase con una nueva sonrisa.

    —Perdona. Cuando me pongo a divagar… Lo que quería decir al final es que lo último que quiero es dañar al Dragón Negro. ¡Más bien al contrario! Los dragones son criaturas tan esquivas que sabemos prácticamente nada de ellos, pero creo que si pudiese conocerle, saber más sobre su especie, podría derribar muchos mitos. Quizá así se acabarían las cacerías indiscriminadas y esas hermosas criaturas podrían vivir tranquilas sin el acoso constante de caballeros descerebrados.

    —Eso sería maravilloso —consintió Aimée, apartando por fin la mano al darse cuenta de que se había quedado tocando a Babette —. ¿Sabes? Acier mismo tenía miedo de Greg cuando llegó. Había mucha leyenda sobre que había matado al rey Cézanne, rumores de que era una criatura aterradora que no dudaría en reducir a cenizas toda la ciudad… Pero en realidad es un muchacho muy dulce. ¡Parece como un cachorro lleno de curiosidad y energías! Y estoy segura de que hablará contigo, sobre todo si le ofreces alguna madera como de cerezo.

    —¿Come madera? —preguntó Babette maravillada.

    —Come de todo —suspiró Aimée —. Mordisquea metales y piedras, ropas, tapices… Pero lo que más le gusta es la madera y algunas verduras.

    —¿También come carne?

    Aimée se quedó pensativa unos segundos y luego alzó una ceja.

    —Ahora que lo dices, nunca le he visto interesarse en la carne o el pescado. Diría que no.

    —Fascinante —susurró la pelirroja, consiguiendo que Aimée sonriese, enternecida.

    Se quedaron en silencio unos minutos, disfrutando del café que Auguste les sirvió. Babette había sacado un cuadernito y anotaba algunas cosas con letra diminuta mientras la princesa paseaba la mirada por los artículos en exposición en la tienda.

    —Babette —la llamó de pronto —, ¿puedo pedir tu opinión sobre un asunto?

    —Claro —sonrió la otra al momento. Eso animó a Aimée a seguir con esa conversación.

    —Imagínate que hay una princesa de un reino como este mismo. El rey tiene un consejo y hay un sistema democrático en la toma de decisiones importantes —Babette asintió, dándole a entender que iba comprendiendo la situación —. Un miembro de ese consejo resulta ser malvado. Ha hecho mucho daño y seguirá haciéndolo, pero el rey decide votar su expulsión. Ese consejero chantajea a otro miembro del consejo que tiene muchísimo valor dentro del gobierno para que vote a su favor, lo que provoca un empate en la votación. La princesa le pide a su padre, el rey, que lo expulse sin más, pero el rey dice que no, que habrá una segunda votación. La princesa está muy enfadada y preocupada por el reino… y también se siente personalmente atacada —respiró hondo —, así que decide que lo mejor es matar directamente a ese consejero. Pero entonces llega el día de la votación y resulta que el rey ha urdido un plan para hacer que la votación vaya a su favor. La princesa se da cuenta de que ha sido una niña egoísta y…

    —Espera —la detuvo Babette, inclinándose un poco hacia ella —. ¿Cuántos años tiene la princesa?

    —Pues… Unos diecisiete, más o menos. ¿Por qué?

    —Bueno, entonces no creo que haya sido una niña egoísta.

    —¿No?

    —No. Creo que, simplemente, es muy joven para tener mejor visión de conjunto. No ha llegado a matar a nadie y, además, ha aprendido que siempre hay alguna salida pacífica. Quizá la princesa, en vez de centrarse en su error, debería mirar cuál ha sido la solución de su padre. Diecisiete años es una edad muy corta, esa princesa tiene mucho tiempo por delante para aprender y llegar a convertirse en una magnífica reina.

    —¿Crees que una princesa con una mentalidad así puede ser una buena reina?

    Babette se rio y la miró directamente a los ojos. Aimée sintió que esa mirada la calaba hasta el alma, y llegó a pensar que Babette sabía desde el principio que ella era la princesa de Acier.

    —Una princesa que se preocupa por su familia y su gente hasta el punto de plantearse algo tan drástico y traumático como un asesinato tiene, desde luego, muchas probabilidades de éxito. Sólo necesita madurar un poco más, templar su espíritu, y aprovechar el tiempo que le queda para aprender todo lo posible de su padre, que desde luego parece un hombre sabio.

    Aimée se quedó unos segundos mirándola a los ojos. Ni siquiera se dio cuenta de que hasta estaba ligeramente boquiabierta hasta que la campanilla de la puerta le indicó que alguien entraba. Poniéndose colorada, carraspeó y se puso en pie, alisándose la tela de los pantalones con un gesto.

    —Te conseguiré una audiencia con el rey. Él podrá ayudarte a hablar con el dragón.

    —Muchas gracias —sonrió Babette.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Makra estaba ya en Lanu Kah, aunque apenas había recorrido unos pocos metros cuando la bruja de Cattalis se materializó frente a ella. Cruzó los brazos bajo el pecho y esbozó una sonrisa burlona.

    —¿Ya me echabas de menos? —ladeó un poco la cabeza —¿Cómo me has localizado? ¿Me has quitado un pelo mientras dormía?

    —Mejor que no lo sepas —medio sonrió Tilda, pero entonces se puso más seria —. Necesito que vuelvas a Acier.

    —Querida… Me encanta follarte, pero tengo casa.

    —Es por Greg —esto hizo que Makra moviese un poco las orejas, demostrando que estaba atenta a ella —. Esa garrapata de Drenia le lanzó a Marinette una maldición que no he podido deshacer y Greg la ha absorbido.

    —Quieres ver si la puedo deshacer yo —aventuró Makra, a lo que Tilda negó.

    —Quiero ver si puedes averiguar cómo la ha hecho.

    —Hmn. Está bien. Déjame que avise primero de que tardaré unos días más —dijo, acercándose a un árbol.

    Apenas estaba rozando la corteza, Tilda le agarró una muñeca y tiró de ella para separarla del árbol.

    —¡No hay tiempo para esto!

    Makra le lanzó entonces una mirada fría que mostraba un enfado velado. En un rápido movimiento cambió la situación, de tal forma que Tilda terminó con la espalda contra el árbol y las rodillas dobladas para quedar por debajo de la altura de Makra. La lunar, además, le agarraba el cuello con una mano, inmovilizándola y centrando los esfuerzos de la bruja en intentar soltarse de su agarre.

    —Me gustas, Tilda. Eres fuerte, estás buenísima y me encanta tu pelo. Te respeto. Pero no voy a tolerar que ni siquiera tú me digas qué debo o no hacer cuando se trata de mi gente. ¿Entendido? —Tilda asintió y Makra sonrió, complacida —Buena chica —le dio entonces un piquito y la soltó, viendo cómo Tilda caía al suelo de culo. La ayudó a levantarse y le acarició una mejilla —. No tardo.

    Puso las manos en el tronco y cerró los ojos, apoyando la frente en el árbol. Sus labios se movieron como si estuviese hablando, y se cerraron cuando recibió una respuesta. Abrió entonces los ojos, respiró hondo y volvió a apoyarse en el árbol. Esperó un par de minutos y frunció el ceño. Al cuarto minuto se apartó del árbol.

    Niko no contestaba, pero tal vez estaba ocupado con Corr. Suspiró y miró a Tilda, tomando su brazo como si no hubiese ocurrido nada. Tilda recuperó su dignidad y esperó a que Makra asintiese para transportarse con la lunar al castillo.

    Una media hora después, Makra se levantó del borde de la cama donde estaba Marinette y se limpió las manos en una palangana con agua.

    —Es… extraño —comentó mientras salía de la habitación. Marinette ya estaba despierta, pero lo mejor era dejarla descansar y el ruido no la ayudaría —. Hay magias muy distintas entrelazadas. He sentido la abominación norcana, sobre todo, pero también había… restos de magia solar, lunar y Kurlah —frunció el ceño —. Es la de Niko. Esos chalados de la Estrella Roja le robaron magia, han debido usar parte en esta maldición.

    —No me gusta cómo suena eso —Tilda gruñó un poco y se recolocó el pelo mientras pensaba —. ¿Hay algo que puedas hacer por Greg?

    —No lo sé —suspiró la lunar —. Habría que separar cada componente y disolverlo uno a uno, pero el… hechizo, o lo que sea que une cada parte, ni siquiera sé lo que es o cómo funciona. Es como un doble o triple zurcido, una capa sobre otra, pero a la vez unidas. No me extraña que ni siquiera pudieses entender qué era esa maldición.

    Tilda volvió a gruñir, pero entonces Makra la empujó contra una pared, esta vez de manera suave, y rozó su cuello con la nariz.

    —Está bien, tranquila. Este hechizo parece muy complicado de hacer, así que lo debía tener preparado de antes. Le faltaría sólo el objetivo —le susurró mientras una mano empezaba a colarse bajo la falda de la bruja —. Ahora no tiene medios para hacerlo y ya no está en el reino, así que no puede hacer daño a nadie de aquí. Y ambas sabemos que el dragón se curará, sólo necesita dormir —los dedos de la lunar se abrieron paso entre la ropa interior de la bruja —. Lo mejor que puedes hacer ahora es relajarte. Quítate un poco de estrés, descansa… y después pensaremos juntas qué paso dar.

    Tilda no pudo contener el suave gemido que escapó de sus labios cuando los dedos de Makra acariciaron el lugar correcto de la forma correcta. Se agarró a ella y, sin importarle estar en un pasillo, aceptó su beso y su propuesta.

    Sí, quizá le vendría bien eso, entregarse a la princesa élfica y dormir un par de horas. Luego comprobaría el estado de Greg y juntas irían a hablar con Étienne.

    Todo iría bien.

    El rastreador


    Adri jamás habría pensado que encontrar una posada que admitiese animales pudiese ser tan difícil, pero Silladis debía tener una normativa muy estricta al respecto. Fácilmente habrían probado en todas las posadas y hostales, pero nada, era imposible.

    Así que ahora estaban en la plaza, sentados en un banco. Le había dado su chaqueta a Maèl para que no pasase frío y había comprado un par de empanadas de setas. Mientras se comía su ración, daba un pequeño paseíto de lado a lado, pensando qué hacer.

    Si fuese por él, preguntaría en un burdel. Muchas veces dormía en prostíbulos, incluso sin más compañía que Cachorro, pero no quería llevar a Maèl a un sitio de esos. Claro que se les agotaban las opciones. Si Silladis estuviese cerca de un bosque, podría confiar en que Cachorro podría estar bien, conseguirse cena y pasar la noche sin problemas entre árboles, pero ahí sólo había rocas y piedras…

    Estaba empezando a desesperarse cuando, de pronto, reconoció una cara. Era un hombre algo más bajo que él, pero desde luego robusto y fuerte, con dos espadas a la espalda y una ropa discreta y cómoda que, junto a su mirada, lo marcaban como del Gremio de Cazadores.

    —¡Claude! —exclamó, usando una de sus manos como altavoz. El hombre alzó la cabeza y buscó a Adri, algo que por suerte no era muy complicado de lograr.

    El tal Claude se acercó entonces a Adri, quien vio con sorpresa que iba acompañado de otra cara conocida, un joven más bajo y delgado de pelo castaño por los hombros recogido en una coleta. Su ropa era también de viaje, pero no parecía concordar con lo que solían llevar los cazadores. Además, su única arma era una pequeña daga al cinto, junto a su bolsa monedero.

    —¿Adrien? —preguntó ese joven, sorprendido de verle. Sonrió, entonces, cuando Cachorro se acercó corriendo para saludar y pronto le estaba acariciando la cabeza —¿Qué haces aquí?

    —Estamos de paso —dijo, haciéndole un gesto a Maèl para que se acercase —. Dejad que os presente. Maèl, este de aquí es Claude, un compañero del Gremio.

    —Hola, chaval —sonrió Claude mientras le tendía una mano para estrechársela.

    —Y él es Laurent.

    —Es un placer —dijo el nombrado con una sonrisa suave. Miró a Adri y movió un dedo, señalando rápidamente a Maèl y a Adri —. ¿Vosotros dos…?

    —¡No! No, no —Adri carraspeó y pasó un brazo tras los hombros de Maèl —. Es un cliente.

    —Eso no te detuvo conmigo —sonrió Laurent de forma juguetona, quitándole la empanada para darle un mordisco.

    Adri resopló y negó con la cabeza.

    —Es distinto —miró entonces a Claude —. ¿Y vosotros?

    —Nosotros sí estamos juntos —reconoció el otro cazador, acariciando con un dedo la mejilla de Laurent, quien le dirigió una mirada cariñosa antes de apoyarse en su pecho.

    —No, yo… Preguntaba qué hacéis aquí —se rio Adri —. Aunque me alegro por vosotros.

    —Es gracias a ti —ronroneó Laurent con el mimo de Claude a su espalda —. Respondiendo a tu pregunta… Nos ha salido algo de trabajo. Parece que hay una criatura no identificada acosando un pueblo unos kilómetros más al oeste.

    —Oh… ¿Vais juntos?

    —Sí, ya sé que el Gremio no suele aprobar que los externos trabajen con nosotros… —empezó Claude.

    —A mí eso no me importa —dijo rápidamente Adri, dándole un mordisco a su empanada —. Sólo me sorprende porque tú solías viajar solo.

    —Oh, eso —Claude contuvo una risa y asintió —. Es cierto, pero me enamoré —miró entonces al lobo, que ahora estaba recibiendo mimos de Maèl, y ladeó la cabeza —. ¿Tenéis dónde pasar la noche?

    —Nosotros hemos alquilado una casa. Es el único motivo por el que vinimos a este pueblo alejado de todo —explicó Laurent, intercambiando una mirada significativa con Claude, quien le guiñó un ojo antes de volver a mirar a Adri.

    —Hay dos habitaciones y sólo estamos usando una.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El dormitorio del que la pareja les había hablado no era muy grande, pero parecía suficientemente cómodo para los dos. La cama era doble, aunque estrecha, y la ventana no daba a ninguna vista interesante, pero iluminaba y ventilaba bien, que era lo importante.

    Además, no había moho ni plagas, el colchón estaba limpio y las sábanas olían bien, así que Adri no podría pedir más, la verdad.

    —Ha sido una suerte encontrarlos, se me estaban acabando las opciones —comentó mientras iba haciendo la cama —. Son además buena gente. Conocí a Claude hace años… hicimos un par de misiones juntos. Es un buen luchador y estratega, y no dudaría en confiarle mi vida en una batalla, si se presentase la ocasión. ¿Me pasas las almohadas? Gracias.

    Colocó las almohadas en la cabecera y las cubrió después con las mantas. Abrió entonces el armario y sonrió al ver que había una manta adicional. La puso sobre la cama y después se acercó a la ventana para asomarse y tomar un poco de aire.

    —A Laurent lo conocí hace dos… tres años ya. De la alta burguesía. Un hombre entró en su casa y robó las joyas de su madre, así que me contrató para que le ayudase a recuperarlas. Ya sabes, tengo buena fama como rastreador —le dirigió una radiante sonrisa y se giró, apoyando la cadera en el alféizar y cruzando los brazos bajo el pecho —. Conseguí recuperarlas, incluso un juego de pendientes y collar que había sido ya vendido, y luego le acompañé de vuelta a su hogar. Por el camino nos cruzamos con Claude y me pidió ayuda con un problema demasiado grande para él solo. Me ha sorprendido saber que siguen juntos. Es decir, sé que hubo buena química entre ellos desde el principio, pero no esperaba que se fuesen a enamorar.

    Miró entonces a Maèl y se quedó unos segundos prendado de la forma en la que la luz de las velas iluminaba sus ojos y su pelo. Carraspeó para volver a la realidad y se alejó de la ventana, cerrándola y corriendo las cortinas.

    —Te dejo intimidad para que te pongas ropa más cómoda, ¿vale? Voy a ver qué planes tienen para mañana, por no molestarles, y luego nos vamos a dormir de una vez. Estarás tan o más agotado que yo…

    Suspiró y se acercó a él, dándole un beso en la frente antes de salir. Cachorro, a los pies de Maèl, alzó las orejas, pero después cerró los ojos cuando Adri salió de la habitación.

    Un cuarto de hora más tarde, más o menos, Adri llamó antes de volver a entrar. Maèl ya estaba en la cama. Lo creyó dormido, así que aprovechó para cambiarse en el momento. Después, sopló todas las velas menos la de la mesita de noche y se subió a la cama, sorprendido al ver a Maèl despierto.

    —Creía que ya estabas dormido —susurró, apagando la última luz una vez se acomodó. Cachorro, que ahora estaba a los pies de la cama, sobre el colchón y bajo la manta superior, bostezó y se estiró con un gruñidito. Adri lo ignoró y se puso de lado, frente a frente con Maèl —. ¿Sabes? Al final voy a tener un problema enorme y es que me voy a terminar aficionando a dormir contigo y luego me costará conciliar el sueño.

    Al ver su cara de incomprensión, se mordió el labio unos segundos, dudando cómo decirlo.

    —O sea… Cuando esta aventura termine, cuando encontremos a tu compañera y vuelvas a Acier… Ya no te tendré a mi lado, así que tendré que pasar un tiempo abrazando a Cachorro hasta que me desacostumbre.

    Ahora vio que la cara de Maèl exhibía una creciente tristeza. Se dio cuenta de que, tal vez, el principito no se había planteado que aquello tendría fin, o quizá no había querido pensar en ello. Al menos, no decirlo en voz alta. Adri entendía que muchas veces decir las cosas en voz alta hacen que se sientan totalmente reales, y ahora él había verbalizado que habría un punto y final en esa historia.

    Sintiendo remordimientos y también tristeza ahora que era más consciente de esa futura separación, rodeó a Maèl con los brazos y lo apretó contra su pecho en un abrazo quizá no muy fuerte, pero sí firme. Besó otra vez su frente y le acarició la espalda.

    —Escucha… He dicho eso porque era el plan original, pero realmente nada garantiza que sea eso lo que vaya a ocurrir —empezó a decir en voz baja al cabo de un par de minutos pensativo —. Es decir… Quizá cuando estés con tu compañera quieras seguir acompañándome, o quizá quieras volver un tiempo a Acier y luego retomar tu papel de recorre-mundos —sonrió un poco ante la idea —. Si algo me ha enseñado la vida es que hacer planes definitivos es un error, porque muchas veces cambian en el último momento. Sobre todo si hablamos de aventuras como esta. Además, incluso si quisieras volver a casa para siempre… no sabemos cuánto falta para eso. Así que lo mejor será que disfrutemos de este tiempo que vamos a estar juntos y vayamos viendo cómo se desarrollan las cosas. ¿Te parece un buen trato?

    Tras decir esto, se separó lo suficiente para mirarle y le acarició una mejilla con suavidad, sonriendo al verle que por fin sonreía de nuevo. Entonces, como ya le había pasado en más de una ocasión, sus ojos bajaron a los labios del principito, tan tentadores que era incluso enloquecedor resistirse al impulso de besarlos.

    Se obligó a volver a mirar sus preciosos ojos y le dio un pellizquito en una oreja.

    —En ese caso, no pensemos más en un futuro incierto y tan lejano. Y, mientras tanto, podemos seguir durmiendo así, juntos… hasta que te canses de mis ronquidos —terminó por bromear, sintiendo genuino alivio al escucharle reír.

    Dejó que se acomodase mejor contra su cuerpo, usando su brazo de almohada y su hombro de apoyo, y le acarició la espalda hasta que él mismo se quedó dormido.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Adri no era de dormir hasta tarde, así que poco después del amanecer estaba bajando a la cocina. Le sorprendió un poco encontrar a Laurent terminando de hacerse el desayuno, sobre todo porque vestía sólo una camisa de Claude y dejaba sus piernas desnudas.

    El rastreador no pudo evitar pensar que, unos meses atrás, habría acariciado esas piernas, besado el hombro que asomaba bajo la camisa y, seguramente, habrían terminado follando sobre la encimera.

    Ahora, sin embargo, no sintió auténtico deseo por hacer nada de eso. Es decir, se le pasó por la cabeza, pero no con la suficiente fuerza como para siquiera alargar una mano a esa piel oscura y suave.

    En vez de eso, aceptó con una sonrisa el ofrecimiento de café y empezó a mirar en la despensa, rescatando un par de naranjas con las que hacer zumo, una manzana y un trozo de queso que añadiría a sus tostadas.

    —Ese Maèl, el muchachito que te acompaña… —dijo Laurent mientras terminaba de servir el café —Es silencioso, ¿no?

    —Aquí el único que ronca es Claude —sonrió Adri, a lo que Laurent rio mientras le daba un golpecito en el brazo.

    —¡Sabes que no me refiero a eso!

    —Bueno… No había otro motivo para que hiciese ruido —comentó el de los ojos de dos colores, cortando a la vez el pan para tostarlo.

    Laurent le miró unos segundos y acabó por apoyarse en la encimera, enarcando un poco una ceja.

    —No te estás conteniendo por vergüenza, ¿verdad? —ante el «¿hmn?» de Adri, resopló —Venga, no te hagas el tonto. Los dos sabemos que follas más que los conejos.

    —No me estoy tirando al pri-… a Maèl —rectificó con un carraspeo —. Ya os lo dije ayer.

    —Ah, ¿lo decías en serio? Pensaba que querías mantener un perfil bajo en el mercado.

    —Un hombre como yo no puede mantener un perfil bajo —se rio Adri, señalándose el pelo y los ojos.

    Laurent volvió a guardar silencio, después se encogió de hombros.

    —Supongo que la gente cambia. Llevamos un par de años sin vernos, aunque se me hace raro que hayas pasado de acostarse con cualquier cosa con piernas a… guardar celibato —contuvo entonces un jadeo de sorpresa —. ¿Acaso te han…? —hizo un gesto de tijeras con dos dedos, logrando que Adri soltase una carcajada. Al no quedar satisfecho con esa pseudo-respuesta, le agarró el paquete con una mano.

    —¡Eh! —se quejó Adri, más aún cuando Laurent empezó a apretarle de forma rítmica —¿Qué haces? ¡Para!

    —Qué raro —comentó Laurent, soltándole por fin al empezar a recibir una auténtica reacción. Adri le gruñó y le apartó un poco, sacudiendo la cabeza y pensando en piedras para calmarse de nuevo —. ¿Acaso ese chico tiene algo especial?

    —Es un cliente más.

    —Yo también lo era y no tardamos ni una noche en acabar en la cama —Laurent se recogió un mechón de pelo tras la oreja, pensativo —. Dime, sinceramente… ¿Con qué otros clientes no te has acostado?

    Adri abrió la boca para contestar, pero entonces alzó los ojos, pensativo, y terminó por cerrar la boca. Laurent asintió un par de veces, contento al ver que tenía razón, y luego se giró con una radiante sonrisa hacia la puerta en el momento en el que entró Claude.

    Llevaba sólo un pantalón que hacía juego con la camisa de Laurent, dejando al aire un torso de músculo bien marcado y surcado de cicatrices varias. También tenía mordiscos, algún chupetón y arañazos en la espalda, pero debían ser de la noche anterior. Y, en el hombro derecho, el tatuaje de una espada simplificada en el mismo estilo que el tatuaje que Adri tenía en su muñeca.

    —Buenos días, amor —saludó, besando a Laurent. Después le hizo un gesto a Adri —. ¿De qué hablabais tan animados?

    —Adri dice que no se ha acostado con su compañero.

    —¿En serio?

    —¿Por qué lo decís como si fuese tan raro? —se quejó Adri.

    —¿Acaso te falla el…? —Claude le miró directamente la entrepierna, haciendo que Adri resoplase y Laurent negase con la cabeza.

    —No, lo he tocado ahora un poco y todo parecía ir bien.

    —¿Pero por qué os interesa tanto mi vida sexual?

    —Pues porque nos preocupamos por ti —dijo Claude, tomando a Adri de la cintura y abrazándolo por la espalda —. ¿Cuánto hace que nos conocemos, Adri? ¿Seis años, quizá? Antes de que dejases tu pueblo —apoyó la barbilla en su hombro mientras Adri quitaba el pan del fuego, ya con el queso derretido encima —. Así que, si te pasa algo, si tienes algún problema, deberías poder decírmelo. Somos hermanos de juramento, ¿no?

    —Empiezo a creer que lo que pasa es que estáis tanteando si podéis o no volver a arrastrarme con vosotros —bromeó Adri, a lo que Laurent y Claude rieron a la vez. El espadachín se separó del arquero y volvió con su amante, que ya se había sentado a la mesa.

    —Nos ha pillado —siguió Claude con la broma.

    —¡Pero estoy bien! Simplemente, siento que si me acostase con Maèl… estaría destruyendo la relación que tenemos. Con vosotros podía follar sin compromiso y no pasaba nada, pero con Maèl lo siento… no sé, distinto.

    —Ah, pero ¿quieres hacerlo? —preguntó Laurent, apoyando la barbilla en una mano.

    —Pues… —Adri frunció el ceño mientras dejaba su desayuno sobre la mesa —No lo sé. ¿Quizá? Es un poco confuso. Sólo quiero, realmente, que esté bien. Quiero cuidarle, evitar que sufra, hacerle feliz en la medida de lo posible… ¡No lo sé! Algo me dice que el sexo arruinaría eso.

    —¡Oh! ¡Cariño, ya lo entiendo! —dijo Claude, dándole un codacito a Laurent —¡Se está enamorando!

    —¿Qué? No, yo…-

    —¡Tienes razón, Claude! Estaba clarísimo ahora que lo dices —Laurent soltó un suspiro soñador —. Ah, el primer amor de nuestro hombrecito…

    —Deberíamos ayudarles a organizarles una cita.

    —¿Qué? ¡No!

    —¡Es una idea maravillosa! ¡Ah, hay una gruta a las afueras con unas vistas maravillosas del río! ¿Qué tal un picnic ahí?

    —Chicos, parad-

    —¡Suena genial! Lau, eres un genio —como premio, le dio un beso con sabor a café —. Podemos preparar comida e ir los cuatro a lo cita doble. Así también vigilamos que todo vaya bien.

    —Esto no es para nada necesario, en serio…

    —Vale, Adri, tranquilo, está ya todo decidido. ¡Voy a ir a comprar carne!

    —¡No, no, nada de carne! ¡Maèl no come carne!

    —¡Ay, pero qué bien conoces a tu tortolito!

    —¡No lo llames así!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Adri no estaba seguro de cómo había terminado en esa situación. Lo peor era que había intentado que Arala pusiese orden a la cosa, pero la bruja se había reído y les había animado a seguir con esa descalabrada idea de la cita doble.

    —Así Léo y yo aprovechamos para comprar algunas cosas para el viaje —había dicho ella con una sonrisa radiante, dejando a Adri sin palabras.

    Ahora el rastreador iba algo retrasado con respecto al grupo. Cachorro iba por delante, correteando y de vez en cuando dándose media vuelta para asegurarse de que le seguían, aunque era Laurent quien guiaba al grupo. Maèl y Laurent estaban parloteando, compartiendo sus primeras aventuras con emoción, mientras Claude cargaba parte del picnic y Adri llevaba la otra parte y cerraba el camino por atrás.

    Había coincidido con un día magnífico, el sol brillando alto en un cielo despejado y una temperatura, si bien fría, bastante agradable, sobre todo en comparación a lo que habían vivido los últimos días mientras se alejaban de la nieve.

    —¡Ahí está! —dijo Laurent de pronto, señalando hacia delante.

    Efectivamente, había una formación rocosa con una gruta natural que daba buena sombra y tenía alguna planta alrededor. Estaba elevada unos cuatro metros con respecto al nivel del suelo, pero no parecía difícil trepar hasta ahí.

    Laurent cogió la mano de Maèl y los dos se fueron corriendo y riendo con el lobo. Claude se rio y miró a Adri, dándole una fuerte palmada en la espalda.

    —¡Alegra esa cara! El chico se lo está pasando genial, ¿por qué no te relajas y disfrutas?

    —Todo esto me parece ridículo. Ya os he dicho que él no me gusta de esa forma

    —No sé a quién intentas engañar. ¿Te has visto la cara cuando aparece? Es que sonríes sin darte ni cuenta —el gruñido de Adri le hizo soltar una carcajada —. Venga, venga. Controlaré que Laurent no se pase, pero al menos intenta pasártelo bien también. Tómalo como un picnic normal, simplemente déjate llevar.

    Adri puso los ojos en blanco, pero terminó por asentir y dirigirle una pequeña sonrisa. Claude le guiñó el ojo, le robó un pico y le dio una palmada en el culo antes de caminar más deprisa para intentar alcanzar a los otros dos.

    Adrien suspiró, divertido de ver que esa pareja seguía con las mismas costumbres de tocarle sin ningún reparo incluso mientras aseguraban que estaba desarrollando sentimientos por un tercero.

    Cuando llegó frente a la pared, pudo ver mejor los resaltes que les servirían como punto de apoyo. Miró entonces a Maèl, que parecía algo preocupado por no poder lograrlo, y le puso una mano en la espalda, dirigiéndole una sonrisa tranquilizadora.

    —Subiré primero para ir poniendo las cosas —se ofreció Claude, a lo que Adri asintió cogiendo el saco que había estado cargando.

    Ni corto ni perezoso, Claude empezó a trepar como si hubiese hecho eso durante toda su vida, y quizá así había sido. Los cazadores debían saber moverse por cualquier terreno, y aunque no entrenaban todas las posibilidades, muchas las acababan aprendiendo durante sus viajes.

    Una vez en la gruta, alzó una mano para coger al vuelo las bolsas que Adri le iba lanzando. Lo último que cogió no fue el arco y el carcaj de Adri, que también —un cazador nunca se separa de sus armas—, sino a Cachorro, que movía la cola encantado de la vida de ser incluido en lo que consideraba un juego divertido.

    —¿Te ayudo? —preguntó Adri mirando a Laurent, quien sonrió mientras se agarraba al primer saliente.

    —No te preocupes por mí.

    Dicho esto, Laurent empezó a trepar, haciéndolo con bastante soltura, aunque claramente más despacio y dubitativo que Claude, quien le ayudó a subir el último tramo. Adri apartó la mirada al ver que esos dos empezaban a compartir besos y miró a Maèl, invitándole a subir.

    Le vio hacerlo bastante bien en los primeros salientes. Trepaba despacio, pero las indicaciones que Laurent le decía parecían ayudarle. Sin embargo, cuando iba por la mitad su pie resbaló y, por el miedo, se soltó y cayó. Por suerte, Adri estaba preparado y no dudó en cogerlo en brazos.

    —¿Estás bien? —le preguntó, comprobando que no tuviese ninguna herida. Cuando Maèl le asintió, lo dejó en el suelo y lo abrazó mientras pensaba —Vale, tengo una idea. Súbete a mi espalda. No me mires así, sólo hazlo. Agárrate fuerte a mí y no te preocupes por nada.

    Le sonrió y se agachó, ofreciéndole su espalda. Una vez lo tuvo encima, bien sujeto, empezó a trepar, llegando con la respiración algo más agitada que la de Claude, pero bastante más sereno que Laurent.

    —Qué bonito —sonrió Laurent, ganándose una mirada asesina de Adri —. Las vistas, decía.

    El rastreador resopló, pero entonces se giró y tuvo que reconocer que, efectivamente, las vistas eran magníficas. Por un lado, quedaba el río, brillando con los reflejos del sol y de los peces, y por el otro estaban las «mil aguas» de Silladis, alzándose en esa extraña formación tan característica.

    —Las vistas son maravillosas, pero la comida también —dijo Claude, dando una palmada al aire —. ¿Quién tiene hambre?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    La comida había sido abundante y deliciosa. Setas salteadas, berenjena con bechamel, calabacines fritos, aros de cebolla… Un festín para los amantes de las verduras. Y quizá Adri había comido demasiado, porque ahora su tripa se quejaba un poco. Era la trampa tras la comida de picoteo: cuesta mucho medir lo que realmente estás comiendo hasta que llega el empacho.

    Pero lo mejor había sido el ambiente. Realmente había olvidado todo eso de la cita doble y se había centrado en disfrutar, compartiendo anécdotas y aventuras, contando chistes, riendo y hablando mientras comían.

    Ahora la cosa estaba mucho más relajada. Claude había traído una kalimba y ahora la hacía sonar en una cancioncita que hacía fondo a la historia que iba contando Laurent. El chico estaba al fondo de la gruta, que tampoco era muy estrecha, compartiendo manta con Maèl, quien además acariciaba a Cachorro. El lobo se había acomodado sobre él, apoyando su enorme cabeza en su pecho y con una pata en su regazo, y el príncipe de Acier simplemente había aceptado su destino.

    —Quiero decir… Claude y yo llevábamos un tiempo juntos, supongo. Habíamos viajado durante unas semanas, nos habíamos acostado más de una vez.

    —Y más de diez también —se rio Claude, a lo que Laurent chasqueó la lengua con fingida molestia.

    —Tú toca la kalimba y calla, anda —se rio también y volvió a mirar a Maèl —. Bueno, como te decía, ya había cierta relación física, ¿sabes? Pero en ese momento, recién salidos de un peligro mortal, nos miramos a los ojos y, no lo sé, fue como si surgiese una chispa. Como si de pronto le viese por primera vez. Como si supiese en ese segundo exacto que estábamos destinados a estar juntos.

    —Yo sentí lo mismo —reconoció Claude —. Sentí que no quería separarme de ti nunca más. Que quería hacer tus días brillantes y tus noches cálidas y seguras.

    —Y lo estás haciendo —sonrió Laurent en un gesto dulce.

    Claude dejó el instrumento a un lado y se acercó para besarle, recuperando después su sitio.

    —¿Y tú, Adri? ¿Has sentido alguna vez algo así?

    Adri miró a Laurent como pidiéndole tregua y después giró la cabeza hacia el exterior.

    —El sol está bastante bajo —dijo en lugar de responder —. Deberíamos ir volviendo o si no llegaremos ya de noche y hará demasiado frío.

    —Tiene razón —consintió Claude —. Venga, recojamos esto y pongámonos en marcha.

    El elfo


    Era curioso cómo de rápido el repentino ataque de la bruja de Acier había pasado a un segundo plano, cediéndole todo el protagonismo a la expresión rota de Corr. No había llegado a llorar delante de él, pero Niko lo conocía demasiado bien como para fingir que no sabía que había estado a punto de hacerlo.

    También creía saber por qué se había puesto así de pronto. Quizá se había dado cuenta definitivamente de que Niko iba a irse, ¡y a Bluka! Al otro lado de Acier, tras las montañas, a una tierra de la que tampoco sabían mucho.

    Desde que lo había encontrado temblando en el bosque, perdido, solo y manchado de la sangre de Lux, Niko había estado con él. Bien, no cada día, ni siquiera cada semana, pero por lo general se habían visto todos los meses. La única excepción fue un verano donde se celebró una importante cumbre en Lir Ahtok para discutir algunos asuntos entre solares y lunares. Habían sido días muy tensos, y al volver Niko se había encontrado con que Corr había pasado de ser un adolescente a ser prácticamente un hombre.

    Sonrió un poco al recordar aquello. Ese fue el primer momento en el que no vio a Corr como a un niño, y fue la primera vez que sintió deseo físico por él. De ahí a enamorarse perdidamente de su balahu había un salto muy pequeño.

    Y ahora se iba a ir, y no durante un par de meses. Seguramente no podrían visitarse, y mandarse cartas sería un proceso largo y difícil, por lo que, básicamente, cuando Niko se fuese, su relación se perdería para siempre.

    La sonrisa tembló en sus labios antes de desaparecer. Bajó la mirada y se pasó una mano por la cara, apresurándose a limpiar esa estúpida lágrima que se había atrevido a mojar su piel. Carraspeó y se echó el pelo hacia atrás para después ponerse en pie. Tuvo que apoyarse en una pared, todavía se sentía débil, pero una vez se estabilizó, salió de la habitación sin problemas. Incluso enderezó la espalda y alzó un poco la barbilla.

    Ghilanna le miró y abrió la boca para preguntarle algo, pero él simplemente chasqueó la lengua con desagrado y rodó los ojos, saliendo sin dirigirle ni una palabra. Se agachó un poco cuando Charlotte se acercó a él y la tomó en brazos, llenándola de mimos y dejando suaves besos en su cabeza.

    —¿Cómo está Corr? —suspiró con el chirridito triste de Charlotte y asintió un par de veces —Ve con él, entonces. Te necesita más que yo —volvió a suspirar, jugando un poco con la oreja de la royalette —. Y… ¿Podrías decirle que voy a dar un paseo? Necesito que me dé un poco el aire. Volveré para la hora de la cena, como muy tarde.

    Sonrió levemente con los mordisquitos de Charlotte en sus dedos y la dejó en el suelo. Se puso en pie, viéndola desaparecer entre los árboles, y estiró los brazos hacia arriba, quejándose un poco cuando su espalda se recolocó de forma satisfactoria. Se colocó su capucha, miró hacia el cielo, tomó aire y empezó a caminar sin tener muy claro a dónde le llevarían sus pasos.

    [CENTER] ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Lanu Kah siempre había sido su hogar. Daba igual en qué punto de aquel inmenso bosque se hubiese asentado, había estado en al menos tres zonas distintas a lo largo de su vida, siempre había sentido que ese bosque era parte integrante de su casa.

    Este era un sentimiento compartido por todos los lunares que vivían ahí, por supuesto, y era quizá lo único que les podía dar cierta unidad «nacional», por llamarlo de alguna forma. Lanu Kah era su hogar, y por ello debían protegerlo de invasiones y daños.

    Si los humanos entendiesen eso, no se escandalizarían tanto al ser expulsados de manera amable —todo lo amable que pueden ser los lunares enfadados— del territorio. Se les permitió cruzar el bosque en tiempos de Cézanne, pero no expandir el reino hasta el interior del mismo. Y podían usar madera del bosque y cazar, claro, pero sólo por unos sectores concretos.

    Además, si los humanos decidían internarse y no seguir los caminos hechos por los propios lunares renovados, los hijos de la luna se lavarían las manos si dichos humanos morían a manos de los arcaicos, que tenían ideas mucho más radicales al respecto y sólo aceptaban los acuerdos por esa maldita tregua de la Pla’ja. Y, aun así, lo aceptaban de mala gana y rechinando los dientes.

    Sí, podía decirse que, por lo general, había paz y respeto por el bosque, incluso si los humanos se empeñaban en llamarlo Ferrot, que para los lunares era un nombre absurdo sin ningún sentido. De hecho, Niko incluido fingiría no tener ni idea de qué era Ferrot si un humano decidía usar ese nombre.

    En definitiva, Lanu Kah era su hogar, y por eso se sentía tan cómodo paseando entre los árboles, a pesar de no conocer tan bien esa zona como otras. Y por eso también arrugó la nariz con desagrado cuando le llegó el hedor de la magia podrida de los norcanos.

    Captó el sonido de voces a lo lejos, provocando que sus orejas se moviesen un poco, pero no alcanzó a oír nada de lo que decían, por lo que decidió acercarse de forma discreta. Para ello trepó por un árbol y se fue moviendo por las ramas como una ardilla, cobijándose entre el follaje de las ramas hasta que llegó ante los intrusos.

    Porque Drenia y esa decena de miembros de la Estrella Roja sólo podían calificarse como intrusos.

    —Esa estúpida bruja cree que ha vencido —se quejaba Drenia, sentado en una piedra. Debían llevar andando horas, porque todos se habían sacado las botas para aliviar el dolor de sus pies —. Ha matado a muchos de nuestros hermanos ¡y con el beneplácito del rey! Pero no os preocupéis —habló ahora en un tono apaciguador al ver que el odio volvía a encenderse entre sus compañeros —. Somos pocos, pero somos fuertes. Todavía quedan hermanos en Acier, ocultos, esperando su momento. Y conservamos muchas de nuestras notas, restos de la primera criatura y algunos viales de magia Kurlah, por lo que…-

    El discurso de Drenia quedó súbitamente interrumpido cuando Niko cayó del cielo, literalmente. Saltó de la rama y aterrizó con los pies, medio arrodillado en el suelo, aunque pronto se alzaba con una mirada llena de asco y resentimiento que hizo que el antiguo brujo de la corte sintiese un escalofrío recorrer su espina dorsal.

    —Vosotros —dijo con la que quizá era su voz más grave y oscura —sois una plaga. Insectos asquerosos que no saben cuál es su lugar. No sois arcanos, apenas sois humanos. ¿Os creéis más listos que la Naturaleza? ¿Más poderosos que ella?

    Drenia hizo a sus compañeros un gesto para que se relajasen. Los miembros remanentes de la Estrella Roja habían sujetado sus armas y estaban listos para luchar contra ese elfo —eran doce contra uno, las cuentas salían a favor de la secta—, pero Drenia esgrimió una sonrisa tranquila y se calzó antes de ponerse en pie.

    —La Naturaleza es imperfecta —empezó a decir, sonriendo otra vez, ahora con autocomplacencia, cuando Niko apretó los puños —. Nosotros, como criaturas racionales, podemos ver esos errores y corregirlos. ¿Por qué sólo unos pocos tienen magia cuando es algo con lo que no hace falta nacer? ¿Por qué no puede haber una criatura que sea rápida, fuerte, inteligente, feroz, ideal en cada aspecto, que pueda servir a mis propósitos?

    Niko apretó los dientes. Hablar con alguien así era inútil. Ese hombre estaba loco, consumido por una avaricia que él no alcanzaba a comprender. ¿De qué serviría explicarle que había un orden en todo, que precisamente la imperfección de la Naturaleza era parte esencial de la misma? ¿Cómo podría siquiera decirle que sus palabras no sólo eran ofensivas para él, sino que además eran una locura que no podía llevar a nada más que a la destrucción?

    Hablar era inútil. Enfadarse quizá también, pero ese imbécil había ordenado que le torturasen para extraerle magia con algún fin retorcido que ni siquiera quería conocer. Quería venganza. No, mejor aún, quería purificación. Eliminar a ese loco y a su panda de sectarios.

    —Los lunares no lo entendéis —retomó Drenia la palabra con una voz suave y tranquila —. Sois un pueblo primitivo, anclado en tradiciones prehistóricas. Creéis en dioses y adoráis el bosque como si fuese alguna deidad en sí mismo, cuando no hay más dios que la razón y el progreso. Tú mismo eres ejemplo de lo atrasado de tu «civilización» —dijo esto con especial retintín, como si no terminase de considerar a los lunares como una civilización en sí misma —. Eres especial, porque eres un Kurlah, y eso hace que se te sitúe muy por encima de lo que normalmente estarías en tu sociedad. Derribando las barreras de género y de casta sólo porque, según vosotros, la luna, que no es más que una roca flotante en la inmensidad del espacio, te ha concedido cierto favor que permite que se te adore como a un rey.

    Drenia se volvió a sonreír al ver cómo los ojos de Niko se encendían. Sabía realmente que aquel lunar era peligroso, había visto lo que había hecho con ese solar en Acier, pero si podía enfadarle, si podía hacerle perder el control, quizá podría arrinconarlo y apresarlo para seguir extrayendo su energía mágica.

    Avanzó un paso hacia él, lo que hizo que Niko echase un pie hacia atrás de forma instintiva.

    —Y yo me pregunto: ¿por qué te habría escogido nadie a ti? No eres el mejor ejemplo de tu especie. Eres bajo, eres bastante delgado. ¿No tienen los tuyos grandes músculos de guerrero? Tú pareces muy poca cosa. Y, además, te codeas con humanos. ¡Con un regicida, nada más y nada menos! Corentin, el príncipe exiliado. Y está claro que tuviste algún tipo de relación con un elfo solar, que son vuestros enemigos jurados. Así que, dime, ¿por qué la diosa luna podría haberse fijado en ti, que no sólo eres muy del montón, sino que encima vas contra corriente entre los tuyos?

    La energía alrededor de Niko se estaba empezando a concentrar de una forma preocupante. Los sectarios que acompañaban a Drenia compartieron miradas inquietas y se apuraron a volver a ponerse botas y zapatos y a sujetar con más fuerza sus armas, sin saber cómo podría reaccionar ese elfo.

    Sin embargo, de pronto toda esa energía se disipó y los ojos de Niko volvieron a ser rojos. Se recolocó la capucha mientras le dirigía a Drenia una mirada nueva, como si se hubiese dado cuenta de algo.

    —Todo esto… ¿por celos? —preguntó de pronto, haciendo que Drenia frunciese el ceño con una mezcla de sorpresa y desagrado —¿Quieres poner patas arriba todo simplemente porque los dioses no te escogieron a ti? ¿Te crees más digno que los arcanos y por eso nos robas la energía y planeas destruir nuestros cimientos? —soltó una carcajada y luego sacudió la cabeza, todavía riendo —¡Eres patético! ¡Eres mucho más patético de lo que creía!

    —¡Basta! ¿Qué coño estás escupiendo ahora? ¿Envidia de qué? ¿Qué podría envidiar yo de vosotros? ¡Los arcanos sois supersticiosos, sois débiles! Preferiríais matar a vuestro propio hijo si un espíritu os lo dijese.

    Niko suspiró y se frotó la nuca con una mano.

    —No adoramos el bosque como si fuese una deidad. Lo cuidamos y protegemos porque es nuestro hogar. Y tú y tu panda de locos no sois bienvenidos.

    Energía mágica volvía a arremolinarse alrededor de Niko, pero esta vez de forma mucho más controlada. Sus ojos volvían a brillar en blanco, pero de forma cabal, con un dominio que antes no había estado demostrando.

    La inquietud redobló su fuerza entre los sectarios.

    —¡Maestro! —dijo su segundo al mando con la voz cargada de angustia.

    Drenia, sin embargo, alzó una mano para pedir calma.

    —No os preocupéis, hermanos. Nuestros aliados están aquí.

    Niko frunció el ceño al escuchar eso. Entonces, sus orejas se movieron un poco al percibir un nuevo sonido, pasos, telas, metal acercándose a él. Una mano grande y fuerte le sujetó las dos muñecas y pronto el filo de un cuchillo se apoyó en su garganta, presionando lo suficiente para hacer brotar una gota de sangre.

    Era una daga lunar, no cabía duda, y la mano que sujetaba el mango era demasiado oscura y tosca como para dejar lugar a dudas de a quién pertenecía.

    ¿Quién te ha dado permiso para salir de la cama, puta? —susurró una voz en su oído en el lenguaje élfico, concretamente en el dialecto de los subterráneos.

    La expresión calculadora de Niko se cambió por una de miedo. Sus ojos empezaron a parpadear y su cuerpo empezó a removerse con puro pavor cuando nuevos arcaicos empezaron a salir de entre los árboles, todos bien cubiertos para protegerse de los rayos de sol que aún bañaban el bosque.

    —Tened cuidado con él —dijo Drenia, recuperando por completo su calma y seguridad —. En Acier vaporizó a uno de vuestros socios en un parpadeo.

    —¿Oh? —esa voz hizo que Niko intentase escabullirse, pero el que lo tenía sujeto apretó mucho más fuerte sus muñecas y le hizo una fina herida en el cuello, obligándole a paralizarse.

    Salió una última figura, un elfo más alto que los otros, vestido con una túnica que caía más que la de los demás, pero se abría por los laterales, relevando unos pantalones que se ajustaban en los tobillos. Era un auténtico armario, con una espalda el doble de ancha que la de Drenia y unas manos que podían romper cuellos sin demasiado esfuerzo.

    Niko lo sabía bien porque le había visto hacerlo.

    Ese arcaico se acercó a él, andando despacio, como si tuviese todo el tiempo del mundo. Tuvo que agacharse un poco, pero sujetó la barbilla de Niko y le obligó a mirarle.

    —Así que despertaste —preguntó con una sonrisa que sólo se podría calificar como cruel.

    —¿Ya os conocéis? —dijo Drenia con un interés bastante bajo.

    —Oh, desde luego. Nikol’ka y yo somos viejos amigos. ¿Verdad, Nikol’ka? —aquel lunar se inclinó un poco más para robarle un beso, obligándole a abrir la boca para meterle lengua de forma invasiva. Cuando le soltó, Niko escupió con asco, recibiendo una bofetada tan fuerte que, si el otro no lo estuviese sujetando, habría caído al suelo —Un par de décadas en la superficie y te ha vuelto todo el carácter, ¿eh? Con lo bien que habías respondido a mi entrenamiento, te habías vuelto tan manso… —el arcaico puso expresión pensativa y luego suspiró —O quizá no tanto, viendo lo que hiciste con mi ciudad. Mataste a mi hermana, ¡la reina! —al bramar esto, le dio otra bofetada —¡Y destruiste la ciudad entera! —ahora, le soltó un puñetazo en el estómago que provocó que Niko vomitase y escupiese algo de sangre.

    —Kirra’uan —le llamó Drenia con una mirada asqueada ante el lamentable espectáculo —, lo necesito vivo.

    —No te preocupes por eso, humano. Nikol’ka vivirá. Espero —añadió con una sonrisa ladina —. Primero debo recordarle todo lo que le enseñé en su momento. ¿Recuerdas lo bien que lo pasábamos entonces? —esta vez, cuando tomó el mentón de Niko, lo hizo con más suavidad, acariciándole incluso una mejilla —Tu cara sigue siendo preciosa. Siempre fuiste mi puta favorita. Dime, ¿has echado de menos mi polla? ¿Qué te parece si te follo ahora mismo para ir recuperando el tiempo perdido?

    Las piernas de Niko temblaron tanto que, en cuanto le soltaron, cayó al suelo de rodillas. Kirra’uan le quitó la capucha y le agarró de la coleta, usándola como guía para estampar la cara de Niko contra su entrepierna, todavía cubierta por telas, aunque con un bulto duro empezando a sobresalir.

    Niko se obligó a respirar hondo, a calmarse. Reunir energía le estaba costando, no sólo por el pánico, sino porque todavía no se había recuperado de la tortura de la Estrella Roja, pero tenía que hacerlo. Aunque no pudiese hacer un ataque tan brutal como si estuviese en su mejor momento, aunque luego se desmayase y Corr lo tuviese que volver a llevar a casa en brazos, tenía que hacer algo, lo suficiente como para tumbar a esa gente, lo suficiente como para poder huir.

    Cerró los ojos, ignorando las miradas divertidas de los lunares y las desagradadas de los humanos, también el mal trato de Kirra’uan, su presencia entera.

    ¿Estás listo, cariño? —preguntó el líder de los arcaicos.

    Sí. Estoy listo —susurró Niko.

    Esa no era, desde luego, la respuesta que esperaba el guerrero, y mucho menos cuando Niko abrió los ojos y mostró que volvían a ser blancos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Miró el cielo y chasqueó la lengua al ver que los tonos anaranjados del atardecer estaban siendo rápidamente sustituidos por los negros de la noche. Normalmente eso le habría supuesto un alivio, pero ahora sólo significaba que tenía que darse prisa en volver a la cabaña.

    No había matado a aquellos hombres. No habría podido, de todas formas. Seguía débil, y el hecho de que fuese de día no hacía mucho en su favor. Sin embargo, había conseguido soltar suficiente energía como para matar a cinco, quizá seis, y herir a prácticamente todos los demás.

    Recordar cómo la sangre de Kirra’uan había saltado cuando el latigazo mágico le había cortado un ojo le hizo arrugar la nariz y mirarse el pecho, donde había sangre y tierra. Se reacomodó en la capa y apuró el paso.

    No, no los había matado a todos, pero al menos había hecho una demostración suficientemente impresionante como para obligarles a replegarse. Kirra’uan y Drenia habían sido los primeros en huir, seguidos pronto por sus séquitos particulares. Ni siquiera habían recogido los cadáveres, dejándolos en manos de las bestias.

    Algo le decía que eso tendría consecuencias bastante negativas en el futuro. Tendría que haber apuntado a esos dos, pero apenas había conseguido suficiente entereza como para conseguir atacar, en primer lugar. Si hubiese flaqueado un poco, seguramente a esas alturas estaría en un subterráneo, con una correa en el cuello.

    Tragó saliva y se acarició la garganta, viendo sus dedos mancharse de sangre. No le quedaban energías suficientes como para curarse, apenas podía caminar, así que respiró hondo e intentó cubrirse con el cuello de la capa.

    Se detuvo, por fin, cuando vio la cabaña, pero el alivio se vio repentinamente sustituido por la ansiedad. ¿Qué le iba a decir a Corr? No podía contarle esto, ¿verdad? Pero había descubierto cosas horribles de la Estrella Roja. No, pero Corr no merecía seguir preocupándose… ¿O sí? ¿Qué era mejor, decírselo todo para que pudiese prepararse, o callarse y dejarle vivir tranquilo?

    Pero si se iba a ir, si lo iba a abandonar, debía decírselo, ¿no? ¿No sería lo más adecuado? O podía decírselo a Makra y que ella le protegiese… No, pero no podía poner esa responsabilidad en sus manos.

    Salió de su ensimismamiento cuando sintió, precisamente, a Makra. Frunció el ceño al no oírla, verla ni olerla, y tardó aún unos segundos en darse cuenta de que la sentía no porque estuviese físicamente ahí, sino porque estaba intentando comunicarse con él.

    Miró el árbol viejo más cercano y apoyó las manos y la frente en su tronco, cerrando los ojos. Escuchó lo que le decía y entonces abrió los ojos para mirar a la cabaña. Respiró hondo y volvió a cerrarlos.

    Quédate en Acier. Iré a verte pronto. Tengo que hablar contigo y con el rey mestizo.

    Dicho esto, dio la conversación por finalizada y fue a la cabaña. En la puerta sonrió con cierta afabilidad cuando le llegó el olor de la cena preparándose. Se quitó la capucha y se soltó el pelo, usándolo para cubrirse un poco, antes de abrir la puerta.

    —¡Hola otra vez! —saludó mientras se agachaba para acariciar a Charlotte.

    La royalette sintió que algo no iba bien, porque hizo un sonido preocupado, pero Niko se llevó un dedo a los labios, pidiéndole silencio, y se metió una mano en el bolsillo, ofreciéndole sus bayas favoritas. Le dio un beso entre los ojos y se enderezó para caminar hasta la cocina, aunque no entró.

    —¡Pero bueno! ¿Qué te ha pasado? —preguntó Guilanna, que estaba ayudando a Corr a cocinar.

    La sonrisa de Niko cambió a un gesto de desagrado, pero volvió a suavizar su expresión cuando miró a Corr.

    —Me he tropezado y he caído por un pequeño terraplén, pero estoy bien. Voy a darme un baño y a cambiarme de ropa.

    Corr asintió, quizá no del todo convencido, pero Niko no le dio tiempo a insistir. Entró en su habitación y le quitó algo de ropa —tenía un arcón con su propia ropa que Makra le había llevado, pero no le apetecía abrirlo— y fue al baño que él mismo había mejorado hacía unos días.

    La bañera no se alzaba, sino que se hundía en el suelo de forma escalonada, al estilo de las bañeras lunares. Era algo de lo que Ghilanna se había estado quejando, pero Niko no quería pensar en ella en esos momentos. No quería pensar en nada.

    Se quitó la ropa y se miró en el espejo. En su abdomen había aparecido un moratón, igual que en sus muñecas. Su mejilla también estaba mal —se le había hinchado un poco el ojo— y tenía nuevos cortes, pero esperaba que la idea de la caída pudiese servir como excusa para todo ello.

    A toda esta desgracia se sumaban las heridas y moratones, que todavía no se habían terminado de ir, de su última aventura con la Estrella Roja.

    Respiró hondo y se metió en el agua de la bañera. El calor le hizo suspirar, esta vez de alivio, y se hundió del todo para, al salir, acomodarse en la zona curvada de la bañera y cerrar los ojos.

    No habría sabido decir cuánto tiempo había pasado, pero el hecho de que unos golpes en la puerta le hiciesen dar un respingo le hizo pensar que, tal vez, se había quedado dormido, al menos unos minutos.

    —¡Ya voy! —prometió mientras salía de la bañera y se envolvía en su toalla.

    Ahora que se volvía a mirar en el espejo se vio mucho más cansado que antes, con las marcas más oscuras y palpitantes. Sobre todo al tragar saliva sentía dolor no sólo en la garganta, sino también en el vientre, por lo que ahora se preguntó si podría comer con normalidad.

    Se vistió con rapidez, o todo lo rápido que pudo, y se secó el pelo de forma descuidada para, por fin, salir. La mesa estaba lista y los dos comensales le esperaban con los platos servidos.

    No se disculpó, sólo tomó su asiento habitual y miró su plato. Era un estofado que siempre le había gustado, pero por esa vez se le hizo poco apetecible. No tenía hambre, más bien. Se sentía demasiado cansado, adolorido y, por qué no, asustado como para comer a gusto.

    Pero no le iba a hacer ese feo a Corr, así que empezó a comer en silencio mientras Ghilanna parloteaba sobre… Bueno, Niko ni siquiera fingió escucharla, no sabía de qué estaba parloteando ahora.

    Aunque sentir el calor de la comida hogareña alivió un poco su espíritu, igual que la bañera había hecho antes con su cuerpo, una vez llegó a medio plato dejó la cuchara a un lado y carraspeó para interrumpir la incesante charla de la solar.

    —Está delicioso, pero necesito dormir ya —dijo mirando a Corr con cierta disculpa —. Me lo terminaré luego, ¿vale?

    —¡Espera! —la voz de Ghilanna hizo que le saliese un pequeño tic en el ojo y que su ceño se frunciese —¡Hoy te toca lavar los platos!

    —Y a ti te toca cerrar la puta boca y buscarte una casa de verdad —dijo en un tono tan frío y agresivo que hasta Charlotte, a los pies de Corr, se tensó. Niko respiró hondo y se levantó —. Gracias por la comida.

    Dicho esto fue a la habitación de Corr y se tumbó en la cama, de espaldas a la puerta y abrazándose a sí mismo.

    —Está de peor humor de lo normal —escuchó que decía Ghilanna en el comedor —. Le ha debido pasar algo en el paseo, ¿no crees?

    Frunció el ceño y se abrazó a una almohada, quedando dormido prácticamente al instante.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Se despertó de golpe, con el corazón martilleando dolorosamente en su pecho y la respiración agitada. Los restos de la pesadilla seguían claros en su retina mientras reconocía la habitación en la que estaba y la mano que le apretaba con suavidad un brazo.

    Respirando hondo en un intento de relajarse se giró para quedar bocarriba, mirando a Corr. Su mirada preocupada lo decía todo. Debía haber hecho ruido durante el sueño y su humano favorito había corrido a despertarle. O quizá se había activado su magia y su balahu había ido para detenerle. El caso es que estaba ahí, con él, y eso por sí solo conseguía aliviar parte de su temor.

    —Estoy bien —mintió con una pequeña sonrisa.

    Desde la muñeca de Corr, sus dedos fueron subiendo por su brazo en una caricia, recorriendo su hombro y deteniéndose en su mejilla. Le acarició la cara y le estudió con calma. Su corazón fue ralentizando su ritmo feroz y su cuerpo fue perdiendo la tensión dolorosa que había tomado al despertar, o quizá antes.

    Era hasta ridículo que Corr pudiese calmarle sólo con su presencia. Ni siquiera necesitaba decir nada, ni siquiera necesitaba abrazarle. Sólo estar ahí, con él, era suficiente. Las sombras perdían fuerza, los miedos retrocedían, las pesadillas se disolvían.

    Sí, el único temor que permanecía en su corazón en esos momentos era el de dañar a Corr. Él mismo si no podía controlarse, la Estrella Roja si decidía atacarle, Tilda si se le volvían a cruzar los cables… Daba igual quién fuese la amenaza, lo importante era que siempre habría alguien que podría hacer daño a Corr, quizá incluso matarlo.

    Alzó también la otra mano para tomarle la cara y acariciarle las dos mejillas a la vez. Pudo ver en la oscuridad cómo la expresión de Corr se dulcificaba, aunque seguía claramente preocupado por él. Se le hizo gracioso que ambos estuviesen preocupados por el otro hasta ese punto.

    Y esa preocupación llevaba a Niko a ocultarle cosas, a mentirle incluso, a alejarse de él para… ¿qué? ¿Para proteger a Corr? ¿Para protegerse a sí mismo? Huir y aislarse para evadir el dolor era algo que ya había hecho en el pasado, pero ¿hacerlo otra vez, y para con Corr?

    —Lo siento —susurró, dejando que Corr completase si su disculpa era por haberle despertado, por haberle preocupado, por ir a abandonarle, por haber intentado huir de él… o por lo que hizo entonces.

    Fue suave, pero firme. Tiró de la cara de Corr, acercándoselo hasta que sus labios se rozaron. No quería forzarlo, sobre todo no después de cómo Kirra’uan le había hecho sentirse violado con un beso obligado, pero sí lo retuvo unos segundos pese a la pequeña insistencia de Corr por separarse.

    Pronto le soltó, pero mientras Corr, claramente confundido, balbuceaba preguntas, Niko simplemente lo tomó de los brazos y le hizo girar, quedando ahora el humano bocarriba y el elfo inclinado sobre él.

    Volvió a besarle, esta vez de forma más breve, y después empezó a dejar suaves besos por su cuello. Sus manos acariciaron el pecho de Corr, pero apenas empezó a meter los dedos entre su ropa, su mejor amigo lo apartó de golpe, haciéndole quedar sentado sobre la cama.

    Le vio levantarse y empezar a salir de la habitación, y entonces toda la maraña de pensamientos y sentimientos que había en su cabeza y en su pecho explotaron en un arranque de histeria.

    —¡Corr! —exclamó mientras se ponía en pie.

    Saltó de la cama para seguirle, pero sus fuerzas fallaron. Estaba débil, estaba horriblemente débil después de su aventura de la tarde, por lo que se vio incapaz incluso de levantarse. Quiso gatear hacia él, pero ahora fueron sus brazos los que decidieron dejar de funcionar y dio de bruces contra el suelo.

    Empezando a llorar, le llamó en un sollozo y consiguió arrastrarse para agarrarse a sus pantalones, pero no hacía falta porque Corr ya había girado para ir a socorrerle. Se agachó a su lado y Niko consiguió el impulso suficiente para arrojarse a sus brazos, abrazándose a él y llorando a moco tendido contra su cuello.

    Escuchó una puerta abrirse y a Ghilanna salir de su cuarto, pero Corr le hizo un gesto y la elfa volvió a cerrar la puerta. En cuanto a Niko, cuando se quiso dar cuenta estaba sentado en el regazo de Corr, que se había acomodado en el suelo, y se ocultaba en el hueco de su cuello como un niño asustado.

    Niko sólo se separó un poco cuando sintió una pata zorruna en la pierna. Soltó un brazo del cuello de Corr y lo usó para ayudar a Charlotte a subir a su propio regazo, abrazándola mientras se volvía a pegar a Corr.

    —Perdóname, por favor —soltó en un pequeño gemido mientras volvía a ocultar su cara.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Corr debía haberse cansado de estar en el suelo, porque cuando Niko se había calmado lo suficiente se lo había llevado de vuelta al dormitorio. Ahora Niko estaba acurrucado entre almohadas en la cama, cubierto por una manta y con una humeante taza de té en las manos.

    No se atrevía a mirar a Corr, no después de todo lo que le había dicho. Porque había estado hablando durante mucho tiempo, más del normal, en voz baja. Llorando, agarrándose a él o hundiendo la cara en el pelaje de la paciente Charlotte. A veces temblando o tartamudeando, incluso diciendo algunas cosas en élfico.

    Pero se lo había contado todo. Bueno, no todo, pero sí bastante. El miedo que había tenido al matar a Theonaer de semejante manera, cómo eso le había hecho querer huir de todo. También el auténtico terror de creer que moriría en esa cueva, torturado por la Estrella Roja; el miedo de pensar que nunca volvería a ver a Corr y que Corr nunca sabría qué había pasado con él.

    También le confesó lo que había ocurrido esa tarde, aunque había obviado algunos detalles. No se sentía preparado para hablarle de Kirra’uan ni de cosas que habían ocurrido durante su tiempo de esclavitud. Se conformó con decirle que había conseguido escapar de sectarios y arcaicos y también lo que había escuchado de Drenia.

    Ahora llevaban un rato en silencio, imaginaba que porque Corr aún estaba digiriendo la información. Era la primera vez que Niko se abría de verdad a él, confesándole sentimientos, sobre todo sentimientos que aseguraba no tener. ¿Miedo? El miedo no es para lunares, sólo para los débiles humanos. Esa era su premisa habitual, aunque sabía que no engañaba a nadie. Pero ahora había afirmado tener miedo. No tener miedo, estar aterrado.

    Respiró hondo y movió un poco la taza en sus manos, haciendo que el líquido bailase hasta rozar el borde, girando lentamente. Miró a Corr, que ahora acariciaba a Charlotte con la mirada perdida, y volvió a bajar la mirada a la taza, pero sentía que tenía que hablar un poco más.

    —Corr —le llamó, recibiendo un sonido afirmativo como toda respuesta. Tragó saliva y se pasó una mano por la cara. Estaba caliente por sujetar la taza —. No quiero ir a Bluka —murmuró, acariciando el borde exterior de la taza con los pulgares —. No tengo nada ahí, ni siquiera la certidumbre de un buen futuro. Pero tengo que ir. Tengo que salir de aquí. Y… quería dejarte en Lanu Kah porque me daba miedo hacerte daño —respiró hondo de nuevo y apretó la cerámica contra su pecho —. Me daba miedo descontrolarme y acabar hiriéndote, o quizá algo peor. Pero… Pero hoy me he controlado. Sentía ira y pavor, pero me he controlado, así que creo que no te haré daño. Además… me preocupa dejarte aquí. No quiero dejarte aquí —corrigió, alzando por fin la mirada para encontrarse los ojos de Corr.

    Se lamió los labios y acabó dejando la taza en la mesita de noche, acercándose un poco a él. Hizo un gesto de dolor y se llevó una mano al abdomen, pero rechazó la ayuda del humano y consiguió moverse hasta quedar junto frente a él, de rodillas sobre el colchón.

    Miró a Charlotte y luego llevó las dos manos a los brazos de Corr. Le acarició esta vez en sentido descendente, pero se detuvo en sus muñecas. Y tocándole así, Niko se atrevió a volver a mirarle a la cara.

    —Ven conmigo a Bluka. No tengo nada ahí —repitió y tomó aire antes de seguir —, pero contigo sería distinto. Podría… pedirle ayuda a Makra. No tengo fuerzas, pero ella sí. Podría reducir la cabaña a un tamaño de juguete y así nos la podríamos llevar e instalar en cualquier parte. Y sé que tenemos que pasar por Acier, pero creo que eso es bueno. Podemos dejar ahí a la solar —se refería a Ghilanna, claro —y tú podrías aprovechar para visitar la tumba de tu madre —al ver que Corr iba a protestar, le apretó un poco los brazos y negó con la cabeza para callarle —. Escucha, lo tengo pensado. Tu hermano nunca sabría nada, yo… tengo que hablar con él de la Estrella Roja. Eso te dará un par de horas para ir al mausoleo y estar ahí con tus antepasados. Lo distraeré y podrás colarte. Es fácil meter gente en ese reino, ya lo hice con el chico que estaba con tu sobrino —sonrió un poco, aunque aún con deje triste, y ladeó un poco la cabeza —. ¿Qué me dices, Corr? ¿Vendrás conmigo? ¿Huirás conmigo esta vez?

    Y mientras susurraba esto, sus manos descendieron un poco más, apoyándose en la parte interna de sus antebrazos, con parte de la palma sobre parte de la palma de Corr.

    Aquello, en términos élficos, sería el equivalente a un beso en la comisura de los labios. Era un no querer besar la mejilla, pero no atreverse a besar los labios. Un toque tímido, pero íntimo. Quizá temeroso, pero esperanzado.

    Y eso era exactamente lo que reflejaba también su mirada.

    SPOILER (click to view)
    *Una kalimba es un instrumento musical africano que tiene un sonido muy bonito.

    No tengo imágenes para Claude o Laurent, principalmente porque me da mucha pereza buscar, pero los imagino físicamente tipo Gav y Khnum, para que me entiendas xdd

    Y creo que iba a comentar más cosas, pero ahora mismo no me acuerdo xdd así que a medida que leas si te surgen preguntas me dices. O si me acuerdo te comento. ¡En fin! ¡Disfruta!
  15. .
    QUOTE
    Microrrelato.
    Pareja: Sufridos (Corr&Niko)
    Longitud: 488 palabras.
    Advertencias: Es específico del rol, no sé xdd
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con la chica flamenco, aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    La daga


    Quizá era porque se conocían desde hacía más de veinte años, pero a Corr nunca le había costado mucho esfuerzo encontrar a Niko. Por eso, cuando regresó a Acier tras un pequeño viaje a Ferrot —o Lanu Kah, como lo llamaban sus auténticos habitantes— no tardó mucho en localizarle.

    El elfo estaba en los jardines, entre arbustos y flores. Corr disfrutó unos segundos de esa imagen, aprovechando también para reunir agallas, antes de acercarse a él con una sonrisa que, desde luego, no era ni la mitad de tranquila de lo que habría deseado.

    Niko le oyó, lo supo por cómo movió un poco una oreja, y se giró, exponiendo una mirada evaluadora al ver el nerviosismo de su humano favorito.

    —¿Ha ocurrido algo? —preguntó, pero Corr negó con la cabeza, deteniéndose frente a él —¿Seguro? —esta vez habló acariciándole una mejilla, lo que hizo que las mejillas de Corr empezasen a tomar color bajo su barba.

    —Seguro. Oye, Niko…

    Carraspeó un par de veces, intentando recordar las indicaciones que le había dado Makra. Se miró los pies, respiró hondo y comprobó que no hubiese nadie cerca antes de clavar las dos rodillas justo delante de Niko. El elfo alzó las cejas con una mezcla de sospecha e interés, y retrocedió un paso cuando Corr sacó de su zurrón una daga envuelta en una tela blanca.

    El eterno príncipe de Acier tendió la hermosa arma con ambas manos, agachando un poco la cabeza, lo que impidió que viese cómo los ojos de Niko empezaban a brillar.

    Te entrego mi vida para que me permitas vivirla contigo o para que le pongas fin ahora —dijo en el idioma de los elfos muy despacio, intentando no equivocarse en ninguna palabra, en ninguna pausa.

    Makra le había explicado que aquella tradición era muy antigua. En un origen, sí que la mujer ejecutaba al pretendiente si no lo consideraba digno, pero ahora era un gesto más bien simbólico, al menos entre los renovados.

    Sintió cómo Niko tomaba la daga y aguardó su respuesta, pero esta no llegaba, así que terminó por abrir los ojos y alzar la cabeza. Le vio acariciar la empuñadura, que tenía gemas incrustadas, y también la hoja, que era de plata y donde había grabada en élfico una inscripción con sus nombres.

    Pero lo que realmente le sorprendió fue ver que estaba llorando. Niko no era de los que lloran, así que con miedo de haber hecho algo mal, o de haberle presionado con la petición, se puso rápidamente en pie y lo tomó de los hombros con suavidad.

    —¡Niko! —empezó a decir, pero el lunar le calló con una caricia a sus labios, apretando después la daga contra su pecho.

    —Te vas a reír —le dijo con la voz temblando de emoción —. Te preparé un anillo hace un mes, pero no me atrevía a dártelo…

    Efectivamente, Corr rio antes de compartir un beso con su prometido.
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